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-Los dos logoi: “prôtos ephê dyo logous einai peri pantos pragmatos antikeimenous
allêlois”.
“Pragmata” es traducido como asunto, cuestión, tema. Estas son creaciones humanas más
que aspectos de un objeto de indagación externo a quien argumenta. Por lo que dicha
traducción supone la dicotomía filosófica entre subjetivo/objetivo, la cual no estaba
claramente esbozada en el Siglo V a. C. Pero, durante esa época, la palabra “pragmata” fue
asociada con el término “cosa”, el cual puede incluir hechos, eventos o acciones, incluso
haría referencia a la “realidad” en un sentido general.
“Logos” ha sido traducido como discurso o argumento, lo que limita el fragmento a una
lectura puramente linguistica. Sin embargo, esta palabra fue sobreutilizada con múltiples
significados durante los siglos VI, V y IV A. C. En opinión de Kerferd:
“These [meanings] are first of all the área of language and linguistic formulation, hence
speech, discourse, description, statement, arguments (as expressed in words) and so on;
secondly, the área of thought and mental processes, hence thinking, reasoning, accounting
for, explanation (cf. orthos logos), etc.; thirdly, the área of the world, that about wich we
are able to speak and to think, hence estructured principles, formulae, natural laws and so
on, provided that in each case they are regarded as actually present in and exhibited in the
world-process”. (The Sophistic Movement: 1999: 83).
Interpretación heracliteana:
Interpretación negativa:
Sugiere una motivación perversa por parte de Protágoras, a saber, desear deliberadamente
manipular lo peor, lo malo, lo injusto, lo feo para hacerlo aparecer como lo mejor, lo bueno,
lo justo, lo bello. Esta interpretación peyorativa fue propiciada por Aristófanes y
Aristóteles.
Interpretación positiva:
Este fragmento es mejor comprendido como complemento del fragmento sobre “los dos
logoi”. Así, de los dos logoi en oposición sobre cualquier experiencia dada, uno es-en
cualquier momento- dominante o más fuerte, mientras que el otro es sumiso o débil.
Protágoras pretendía enseñar a desafiar la relación de lo fuerte y lo débil entre logois en
conflicto.
Ahora bien, dicho desafío podía representar un conflicto entre dos formas de vida, la
dominante (kretton logos), tradicional y conservadora; y lo no dominante pero innovadora
(hetton logos). Mediante el poder del discurso persuasivo una vieja forma de vida podría
ser destronada.
La adhesión posee un carácter episódico, lo que significa que es contingente y finita, pues,
al estar abierta a las experiencias futuras, ella se distingue por su ductilidad y por “la
variabilidad de su intensidad” , la cual gradualmente puede aumentar o disminuir en
función de los cambios histórico – temporales que, a nivel contextual, pueden modificar su
situación. En otras palabras, la adhesión se modifica con el tiempo y los cambios en las
circunstancias sociales; por lo tanto, la carencia de homogeneidad en la intensidad de la
adhesión es lo que determina que, en general, los logoi nunca sean del todo concluyentes.
Esto permite explicar, a su vez, por qué los logoi están abiertos a la diversidad de
posibilidades, a las objeciones futuras que posibilitan a una creencia su reforzamiento o su
abandono.
Como es obvio, ningún tribunal debe dictaminar arbitrariamente y aquel capaz de juzgar
con conocimiento y criterio, el que sabe tomar la decisión correcta, es el crítico (“κριτικός”,
“capaz de juzgar”).
“El mismo estado de cosas se puede describir de diferentes formas que expresan actitudes
ampliamente divergentes en torno a él. Y en la medida en que todo se puede describir
usando frases alternativas —una de las cuales expresa una actitud de aprobación, otra de
desaprobación y otra más de neutralidad — hay diferentes tipos de acuerdo y desacuerdo
que se pueden comunicar acerca de cualquier situación o actividad.
Dos personas pueden tener un desacuerdo acerca de si ha sucedido o no alguna cosa, y
cuando esto sucede pueden decir que tienen un desacuerdo de creencias. Por otra parte,
pueden estar de acuerdo en que ha ocurrido un determinado hecho, y a la vez, pueden estar
en divergencia o en oposición, incluso, en sus actitudes respecto a él. Quien lo aprueba, lo
describirá en términos aprobatorios y quien lo desaprueba, utilizará términos de censura,
pero el desacuerdo no está en la creencia de que el hecho ha ocurrido. El desacuerdo
manifiesto es más bien una diferencia en las percepciones acerca de ese hecho, un
desacuerdo de actitud.
Con respecto a cualquier asunto, dos personas pueden estar de acuerdo tanto en creencias
como en actitudes. También es posible que las personas estén de acuerdo en actitud pero en
desacuerdo en creencias. Uno puede creer que tal persona ha reconsiderado una
determinada cuestión y que ha cambiado su posición y, así, alabarla por "escuchar la voz de
la razón", mientras que otro puede creer que no ha cambiado sus ideas y pedirle que
"escuche la voz de la razón", mientras que otra más puede creer que no ha cambiado sus
ideas y alabarla por no "ablandarse". Este tercer tipo de situación ocurre frecuentemente en
la política; las personas pueden apoyar al mismo candidato por diferentes y hasta
incompatibles razones. También hay una cuarta posibilidad en la cual el desacuerdo es
completo. Un hablante considera que la forma de pensar de tal persona ha cambiado y
puede aprobar radicalmente su nueva posición, mientras que un segundo hablante puede
creer que no ha cambiado su forma de pensar y desaprobar vigorosamente el hecho de que
sea tan testarudo para no admitir su error. Aquí existe a la vez un desacuerdo de creencias y
de actitudes”. (Copi y Cohen: 113-114).
Desarrollar y contraponer argumentos en pro y en contra es sin duda lícito y útil. Pero se
trata únicamente de una operación preliminar, vana en sí misma e incluso disipadora
cuando no consigue transformar la pareja en un módulo pro o contra, de tal modo que haga
posible la transformación de un «x vale tanto como y» en «x es mejor que y y por qué»;
esto es, que permita la valoración ponderada y la consiguiente elección entre dos
posiciones. Naturalmente, ese «o» no se entiende de un modo taxativamente adversativo,
porque, como escribe John Stuart Mill (Sobre la libertad), «en todos los campos donde es
posible la diferencia de opinión, la verdad depende de encontrar un equilibrio entre dos
grupos de razones opuestas».
Otros ejemplos:
Son varias las frases que aluden a esta metáfora: “la discusión no lleva a ninguna parte”, “el
debate va bien encaminado/desencaminado”, “me he perdido”, “la controversia nos ha
llevado a un callejón sin salida”, “el diálogo es la vía para superar el conflicto de
opiniones”.
Esta metáfora acentúa la índole procesal y dirigida de la acción de argumentar. Apunta a los
logros y fracasos que pueden darse tanto en el curso del camino como en el cumplimiento
de los propósitos trazados.
-Escuchar a la contraparte:
¡Hay que oír la otra campana! ("Oigase también a la otra parte"). Así reza su versión como
consejo de elemental prudencia en los asuntos controvertidos de la vida cotidiana.
-“[...] Me gusta que los hombres sean serios y se expresen con valentía, que las palabras se
acomoden al pensamiento. [...] La causa de la verdad debiera ser común a cuantos debaten
algo. Pero aquel a quien el enojo le ofusca el juicio, se perturba el entendimiento ya antes
de entrar en raciocinios. [...]
[...] Mi mente se contradice y condena tan a menudo, que no me importa verme por otro
contradicho y condenado, sobre todo en razón en que no doy a su reprensión más autoridad
que la que quiero. Pero, en cambio, rompo lanzas con quien asuma aires doctorales [...]
Cuando me doblego a la fuerza de la razón de mi adversario, me congratula más la victoria
que gano sobre mí mismo que la que a expensas de su debilidad hubiese podido obtener”.
Montaigne (2011). Ensayos.
“…uno tiene que estar acostumbrado a soportar las opiniones y los puntos de vista más
extraños e incluso a sentir un cierto placer en la contradicción; hay que escuchar con el
mismo buen agrado que cuando uno mismo habla, y como oyente hay que ser capaz, más o
menos, de apreciar el arte aplicado.” (Nietzsche: 2000).
-“El verdadero tema de nuestras reflexiones es, en cambio, una incapacidad para el diálogo
que no se reconoce a sí misma. Suele ofrecer por el contrario la peculiaridad de alguien que
no ve esta incapacidad en sí mismo, sino en el otro. Uno dice: contigo no se puede hablar.
Y el otro tiene entonces la sensación o la experiencia de no ser comprendido. Esto le hace
enmudecer o apretar los labios con amargura. En este sentido la «incapacidad para el
diálogo» es siempre, en última instancia, el diagnóstico que hace alguien que no se presta al
diálogo o no logra entrar en diálogo con el otro. La incapacidad del otro es a la vez
incapacidad de uno mismo”. Gadamer (1971). La incapacidad para el diálogo