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Jefferson Buitrago Valderrama

Universidad Nacional de Colombia - Departamento de filosofía


Preseminario – Profesor Alejandro Rosas

¿Qué nos debemos los unos a los otros?


Los dilemas de la lealtad
Para abrir este capítulo, Sandel ofrece varios ejemplos de las posiciones que se han
asumido en el debate acerca de si se debe o no pedir perdón públicamente por las injusticias
históricas: Alemania ha pagado “miles de millones de dólares en reparaciones por el
holocausto en forma de indemnizaciones a los supervivientes y al estado de Israel”, así
como también sus dirigentes han ofrecido disculpas públicas en numerosas ocasiones;
Japón ha sido reacio incluso a sólo ofrecer disculpas formales por la esclavitud de las así
conocidas “mujeres de consuelo”, por lo que ha llegado a ser presionado
internacionalmente; Australia se ha visto envuelta en un encendido debate acerca de la
obligación que pueda o no tener el estado con los descendientes de los aborígenes de “la
geneación robada”, a los que en antaño el mismo estado intento exterminar como cultura;
en Estados Unidos el tema de la herencia de la esclavitud es el más acuciante, afirma
Sandel, pues aunque los movimientos y disputas que impulsan las reparaciones materiales
se hayan estancado y la promesa de la guerra civil no se haya cumplido a lo largo de más de
cien años, sí ha habido una gran cantidad de disculpas ofrecidas por diferentes estados y
estamentos de la estructura política del país.
Ahora bien, ¿deben las naciones disculparse por las injusticias históricas? El autor afirma
que “para el juicio político, supone un complejo problema determinar la probabilidad de
que una petición de perdón o de que una restitución vayan a resultar benéficas para la
comunidad política, una vez tomados en consideración todos los factores. La respuesta
variará de unos casos a otros.” Dadas las circunstancias se necesita de un argumento que
pueda sostenerse independientemente de las contingencias de la situación.

Argumento 1:
Tesis: los individuos de la generación presente no tienen por qué pedir perdón por lo que
hicieron generaciones anteriores.
P1: pedir perdón por una injusticia es aceptar cierta responsabilidad al respecto.
P2: la presente generación no es culpable o responsable de los actos de generaciones
anteriores.
Conclusión: la presente generación no debe pedir perdón por injusticias que ellos mismos
no cometieron.
En este argumento se centrará la primera parte de este capítulo y el autor ofrece varios
ejemplos de posiciones de este tipo: el primer ministro australiano afirma no creer “que la
actual generación de australianos deba pedir perdón formalmente y aceptar una
responsabilidad por lo que hizo una generación anterior”; el congresista estadounidense
Henry Hyde dice “yo nunca he tenido un esclavo. Nunca he oprimido a nadie. No sé por
qué tendría que pagar por alguien que los tuvo varias generaciones antes de que yo naciese;
Walter Williams, economista afroamericano, dice: “Si el Estado recibiese el dinero del
ratoncito Pérez o de Santa Claus, me parecería de perlas. Pero el Estado ha de sacar el
dinero de los ciudadanos, y no vive hoy ninguno que haya sido responsable de la
esclavitud”.

Individualismo moral
Todas estas objeciones tienen el mismo trasfondo en común (el argumento 1): no creen que
alguien que no haya cometido determinada injusticia deba ofrecer disculpas formales
porque eso significaría hacerse moralmente responsable de ella. Esto se basa en la idea de
que somos responsables solo de lo que nosotros mismos hagamos, no de las acciones de
otros o de hechos que escapen de nuestro control. Esta idea la llama Sandel “la doctrina del
individualismo moral”, ser libre es estar sujeto solo a las obligaciones que
voluntariamente hago mías. De esta manera el individualista moral no encuentra razón para
considerar que deba pagar por los pecados de los antecesores a menos que él lo consienta.
Sandel considera que las ideas de Locke y especialmente las de Kant y Rawls son
precursoras de las premisas del individualismo moral, especialmente en lo que se refiere a
las nociones de libre elección y de consentimiento: “La idea de Kant de una voluntad
autónoma y la de Rawls de un acuerdo hipotético tras el velo de la ignorancia tienen esto en
común: ambas conciben el agente moral de modo que sea independiente de sus fines y
apegos particulares”. Esta concepción de libertad, además de no dejar mucho espacio para
la responsabilidad colectiva, alienta y respalda la idea de que “los principios de la justicia
que definen nuestros derechos no deben descansar en ninguna concepción moral o religiosa
particular; por el contrario, se debe intentar que sean neutrales entre las diferentes visiones
de cuál pueda ser la vida buena.”

¿Debe ser el estado neutral moralmente?


Mientras que para Aristóteles los debates que puedan surgir sobre la justicia son
inevitablemente discusiones acerca de la vida buena, para Kant y para Rawls las teorías que
se basen en alguna concepción determinada de la vida buena no respetan a la persona como
un ser que en sí mismo es libre e independiente. El individualista moral, afirma Sandel,
necesita de un estado moralmente neutral “que renuncie a tomar partido en las
controversias morales y religiosas, que deje a los ciudadanos en libertad de escoger sus
valores por sí solos”, un estado neutral no establecería una forma de vida preferida.
Sandel afirma que tanto Kant como Rawls luchan en contra de las teorías de la justicia que
fundamentan los derechos de los individuos en determinada concepción de qué se haya de
tener por un bien, como el utilitarismo, que considera que el bien consiste en maximizar el
placer o el bienestar, o como Aristóteles, para quien es un bien desarrollar nuestras
capacidades distintivas; luchan porque sostienen que lo que es debido precede a qué se
tenga por un bien, no es posible definir lo que es un bien o “el bien supremo” y en base a
eso establecer lo que es debido, además de no ser nada amable con la libertad ya que el
individuo estaría sometido a la definición de ese bien sin tener la oportunidad de
establecerse o promulgarse una ley moral en la que pueda basarse para determinar lo que es
bueno y lo que no.

Argumento 2 (implícito)
Tesis: lo que es debido precede a qué se tenga por un bien
P1: para establecer con autonomía qué se deba tener por un bien, es necesario comparar
expectativas con principios sólidos para ver si no son mutuamente excluyentes.
P2: para tener principios sólidos y no dogmáticos, es necesario establecerlos
autónomamente.
P3: para actuar con libertad, que es un bien en sí, debo establecer las leyes de mi conducta,
“promulgar la ley moral”,
Conclusión: una idea de bien solo es una expectativa hasta que se compara con máximas
que guíen lo que es debido.

Argumento 3.a. (implícito)


Tesis: el estado debe ser neutral moralmente
P1: el estado debe respetar los derechos individuales de las personas
P2: si el estado tiene cualquier inclinación o preferencia moral, beneficiará a aquellos que
concuerden con sus ideales a costa del perjuicio de quienes no.
P3: si el estado perjudica a algún individuo por causa de sus inclinaciones morales, cuyos
efectos prácticos no violan los derechos de los demás, no estará respetando sus derechos
individuales.
Conclusión: el estado debe ser neutral moralmente

Argumento 3.b. (implícito)


Tesis: el estado debe ser neutral moralmente
P1: si a los individuos de una comunidad se les coacciona a tener las mismas creencias que
el estado, seguramente no podrán ejercer su voluntad, es decir que no podrán ser libres.
P2: un estado justo permite que los individuos que lo componen sean libres
Conclusión: un estado justo debe ser neutral moralmente

Sandel arguye que la idea de que el estado debe ser neutral moralmente junto con la de que
el individuo es un ser que carece de ataduras morales previas a su elección caracterizan el
pensamiento político liberal moderno. Tanto estos liberales igualitarios como los libertarios
pro libre mercado defienden un estado neutral que respete la elección de los individuos,
ambas ofrecen la esperanza de que tanto la política como la justicia no se vean envueltas en
los dilemas morales y religiosos que proliferan en nuestras sociedades. Sin embargo, pese a
su atractivo, para Sandel esta visión de la libertad es tan deficiente como la aspiración a
encontrar principios neutrales entre las diferente concepciones de vida buena que
rivalizan entre sí.

Las exigencias de la comunidad


Sandel explica que los detractores de esta concepción de la libertad, entre ellos él mismo,
afirman que existen obligaciones que van más allá del consentimiento individual, como las
que se derivan de la solidaridad, de la lealtad, de la memoria histórica o de la fe religiosa. A
estos detractores del liberalismo igualitario se les denominó “comunitaristas”, pero si la
libertad liberal se creó con el fin de soslayar las teorías políticas y de la justicia que fijaban
a los hombres su destino con base en la casta, clase o raza “¿cómo es posible que se
reconozca el peso moral de la comunidad sin coartar la libertad humana?”

Seres que cuentan historias


Como alternativa a la concepción voluntarista de la persona (la que hemos estado tratando),
Alasdair MacIntyre ofrece una concepción narrativa y Sandel la explica así:
Vivir una vida es proseguir una andanza narrable que aspira a una cierta unidad o coherencia.
Cuando me encuentro con caminos divergentes intento saber cuál dará más sentido a mi vida
como un todo y a aquello por lo que me preocupo. La deliberación moral consiste más en
interpretar la historia de mi vida que en ejercer mi voluntad. Lleva a elegir, pero la elección
deriva de la interpretación; no es un acto soberano de la voluntad.

Este aspecto narrativo de la reflexión moral se soporta en que el individuo siempre es parte
de algo, de un clan, de una tribu, de una nación, de un gremio de trabajadores, de una
familia, etc., y se identifica como teleológico (al igual que la visión aristotélica) en el
sentido de que las elecciones que el individuo tome se fundamentan no sólo en su historia
de vida sino también en su concordancia con la idea que proyecta de su propio futuro, lo
cual lo contrapone a la postura de que lo que es debido precede a qué se tenga por un bien.
El contraste entre la concepción narrativa y la voluntarista de la reflexión moral estriba en
que la segunda ofrece una idea de individuo que es un mundo aparte, un ser sin ataduras
que puede elegir libremente sus obligaciones, mientras que la primera considera que el
individuo no puede ser un ente independiente de todo, que viene al mundo en un contexto
en el cual adquiere responsabilidades, por ejemplo, de lealtad y respeto. La pregunta que
Sandel elige para intentar decidir cuál de las dos posturas es mejor es la de si acaso nos ata
algún lazo moral que no hayamos escogido y del cual no quepa pensar que derive de un
contrato social.

Obligaciones más allá del consentimiento


Según Rawls y la concepción voluntarista de la reflexión moral (argumento 1) una
obligación sólo puede surgir de dos maneras: “como un deber natural ante los seres
humanos en cuanto tales y como obligaciones voluntarias que contraemos por
consentimiento”. Según esta concepción liberal de las obligaciones, afirma Sandel, el
ciudadano promedio, que no ha aceptado cargos públicos con sus debidas obligaciones, no
tendría ninguna obligación con sus conciudadanos más allá del deber universal y natural
que nos debemos los unos a los otros de no cometer injusticias. En la concepción narrativa,
por el contrario, la identidad de cada individuo es única, y aunque parezca una afirmación
tautológica e innecesaria, es lo que al parecer la visión voluntarista olvida, pues si el
individuo se abstrae de quien es, no podrá responsabilizarse de, ni empatizar con su propia
identidad.
Así las cosas, antes de refutar el argumento 1 se tendría que decidir si hay sólo dos, o mejor
tres categorías de la responsabilidad moral:
1. Deberes morales: universales; no requieren consentimiento.
2. Obligaciones voluntarias: particulares; requieren consentimiento.
3. Obligaciones de la solidaridad: particulares; no requieren consentimiento.

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