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Carta abierta por la democracia electoral

Por Carlos Oliveira Valverde - Estudiante de Derecho, Universidad de Costa Rica

En principio, las democracias modernas (participativas o representativas) buscan que venza


el ejercicio de la soberanía del pueblo. Sin embargo, si alguien vence otro pierde, creando así
dos opuestos de vencedores y vencidos. En el clásico de la literatura El arte de la guerra, el
filósofo y estratega militar chino Sun Tzu afirmó que “cualquiera que tenga forma puede ser
definido y cualquiera que pueda ser definido puede ser vencido”. Ahora bien, la pregunta es ¿lo
vencido siempre es un alguien o también hay un algo que pierde? Así pues, en la política electoral
costarricense de las pasadas elecciones presidenciales se ha tornado borrosa la que en mi
opinión es la peor forma de enemigo: desdibujada por varias apariencias de “enemistad” que
son trazadas según quien las conciba (el populismo, el conservadurismo, el liberalismo y el
progresismo; entre otras tendencias políticas).

Así las cosas, a tan solo ocho meses de que el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) realice
la convocatoria oficial a elecciones presidenciales de 2022, el “monstruo enemigo” sigue
invisible en la conciencia de las personas electoras, pero sobre todo en la actividad política
del país. Personalmente, considero que el verdadero enemigo de la democracia electoral
costarricense es la tajante separación de lo social y lo económico (como quien separa alma y
cuerpo de un ser vivo). Por ejemplo, ante la actual crisis sanitaria por el COVID-19, los políticos
opositores al gobierno actual han reivindicado la necesidad de “reactivar la economía del país”
la cual es ciertamente justa y necesaria; no obstante, olvidan que el verdadero desarrollo del
país (a mediano y largo plazo) no se limita únicamente a la economía del país ni al fenómeno
de la productividad.

Es una falacia (de consecuencia y del hombre de paja) pensar sin ninguna duda que
determinada consigna política es ruinosa o beneficiosa por sí misma: por ejemplo, es erróneo
creer que, si un movimiento político reivindica la participación ciudadana, los derechos
colectivos y los bienes jurídicos sociales ello es perjudicial; o bien, que sea desfavorable -en
sentido contrario- proteger el ejercicio de las libertades individuales y los derechos
fundamentales. Queda claro con la experiencia histórica que cualquier extremo político resulta
insuficiente por sí mismo. Por ende, ni el socialismo es malo per se, ni el liberalismo tampoco
lo es. En consecuencia, en el mundo globalizado actual, las estrategias políticas requieren de
la búsqueda de balances, reflexiones, estudios, conciencias, diálogos y conciliaciones, que
ante todo respeten los derechos humanos (civiles, políticos, sociales, económicos y
ambientales) de las personas. En conclusión, siguiendo a Martin Luther King, mi sueño es que
desde las precandidaturas y hasta el fin de la próxima campaña electoral de 2021-2022 quien
se postule al puesto presidencial, sepa reunir los mejores acuerdos de los dos mundos (de lo
social y lo económico) y no se dividan los partidos políticos entre quienes apoyan lo social y
quienes buscan fortalecer la economía. Finalmente, dijo Luther King “no saciemos nuestra sed
de libertad tomando de la copa de amargura y del odio”; por ello, debemos como sociedad
electoral costarricense seguir el camino político de países como Dinamarca donde la división
social-económica ha sido superada a través de una socialdemocracia de libre mercado
(regulado).

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