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cilio, destruyendo en su dijo el señor, impaciente. confiaba en que fuese en-


para imponerle mi domi- —¿Qué espera usted?— de arte, sino de fuerza. Y
ataba dos días a un árbol, chaban la alfombra. producían una impresión
compraba una gallina la dos y llenos de lodo man- frágiles estatuas no le
hecho cruel. Siempre que pero los zapatos destroza- en aquella sala. Aquellas
La propiedad me ha dueño de tantos tesoros... honradez eran poca cosa
turbada. de hacer un servicio al gado pensaba que él y su
gallo, y mi alma está per- sufrido hambre, acababa nuía. Y el trabajador fati-
poseo nueve gallinas y un Impreso en Bogotá y que muchas veces había El favor prestado dismi-
mis libros, fui feliz. Ahora vivía en una madriguera, penumbra de los tapices?
más que mi catre y lario calor. El siervo, que densos que relucían en la
ientras no poseí cía un suave y hospita- bronces encrespados y
M
enorme chimenea espar- gracia luminosa, aquellos
Gallinas Y adentro la llama de la les que erguían su inmóvil
frío, hacía negro. de aquellos finos mármo-
(España, 1876 - 1910) En la calle llovía, hacía pesos de la cartera al lado
R afael B ar rett
Gallinas - La cartera
tonces una fuerza amiga. eran los mil doscientos
pasaban el cerco, y devo- El señor se divertía ex- del vicioso? Yo adoro los de mi brutalidad imperia-
raban el maíz mojado que cesivamente. El obrero vicios: comer calandrias lista. Tuve que reforzar el
consagraba a los míos. empezó a temblar. traídas de Europa, trufas cerco, aumentar la vigi-
Los pollos ajenos me pa- —El honrado espera la foie gras, beber Sauter- lancia, elevar, en una pa-
recieron criminales. Los propina. La espera de mi nes, Pommardi y Mumm labra, mi presupuesto de
perseguí, y cegado por la bondad, es decir, de mi —¿comprendes?— y en- guerra. El vecino dispone
rabia maté uno. El vecino cobardía. Yo no soy de treabrir los más delicio- de un perro decidido a
atribuyó una importan- los que sueltan cien pesos sos muslos de mujer con todo; yo pienso adquirir
cia enorme al atentado. para consolarse de tener que jamás soñaste, y col- un revólver.
No quiso aceptar una un millón. No te daré un gar en mi cuarto pinturas ¿Dónde está mi vie-
indemnización pecunia- centavo. ¿Honrado tú? que valen lo que el resto ja tranquilidad? Estoy
ria. Retiró gravemente el Eres despreciable y per- de la casa. Yo no miento envenenado por la des-
cadáver de su pollo, y en verso. ¿Honrado tú, que como tú; yo digo claro lo confianza y por el odio.
lugar de comérselo, se lo has tenido en la mano la que me gusta, lo que con- El espíritu del mal se ha
mostró a sus amigos, con salud de tu mujer, la ale- quisté. Y no lo conquisté apoderado de mí. Antes
lo cual empezó a circular gría de tus niños, y has devolviendo carteras y era un hombre. Ahora
por el pueblo la leyenda venido a entregármelas? pidiendo limosnas. soy un propietario...
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najes... ¡Qué lujo! ¿Qué parte de su fortuna deben ladrones, y por primera
los muebles, los corti- algo? ¡Conteste! ¿Qué llena para mí de presuntos
graciado, de pie, miraba ciento, el diez? ¿Le debo finí el delito. El mundo se
Mientras tanto, el des- mi dinero? ¿El cinco por podían quitármelas. De-
treinta; si, no faltaba nada. —¿Qué le debo ceder de gallinas, y los demás que
el dinero: mil doscientos —Yo… meno inverso. gorías; yo, dueño de mis
con indiferencia, contó cientos treinta? tumbrado estaba al fenó- humanidad en dos cate-
usted todo!». Después sos, o bien el pico, los dos- hombre, él que tan acos- mi prójimo y yo. Dividí la
«¡Cómo ha manoseado ¿qué pide? ¿Cincuenta pe- do un esclavo abyecto en una línea diabólica entre
cios dedos le irritaron. Unos piden el cielo, y usted instantes, había converti- fortifiqué la frontera, tracé
Las huellas de los su- la propina, como los demás. derando que, por algunos cuatro y dos pies. Me aislé,
ciosamente los papeles. —Es usted honrado por Y el señor sonrió, consi- la invasión de zorros de
El señor revisó minu- la mujer. Déme lo que usté. caía la noche... la evasión de mis aves, y
algo... —Señor, tengo enferma llovía, donde hacía frío y patio, con el fin de evitar
—Sí, señor. Vea si falta cierto? pedido a la calle, donde Remendé el cerco de mi
mi dirección, verdad? —¿La propina, no es do por las escaleras, des- a su antigua residencia.
—¿En las tarjetas leyó El obrero palideció. del aposento, precipita- memoria frágil el amor
La cartera los ricos a los pobres? ¿No El obrero vio en los vez lancé del otro lado del
se lo ha preguntado usted ojos azules del señor algo cerco una mirada hostil.
l hombre entró, nunca? Si le debo algo, glacial y triste: la verdad; Mi gallo era demasiado
E lamentable. Traía el ¿por qué no se lo tomó? y siguió temblando. El se- joven. El gallo del vecino
sombrero en una mano y ¡Hable! ñor cogió los billetes de la saltó el cerco y se puso a
una cartera en la otra. El —No me debe usted cartera y los arrojó al fue- hacer la corte a mis galli-
señor, sin levantarse de la nada… go. Ardieron y el obrero nas y a amargar la exis-
mesa, exclamó vivamente: —Y sin embargo espe- ardió también de repente. tencia de mi gallo. Despe-
—¡Ah! es mi cartera. raba usted un mendrugo, Agarró el cuello del capi- dí a pedradas el intruso,
¿Dónde la ha encontrado un hueso que roer. No; talista y trató de echarle a pero saltaban el cerco y
usted? usted es un héroe; ama tierra para pisotearlo. aovaron en casa del veci-
—En !a esquina de la la miseria, desprecia el Pero no pudo: su ene- no. Reclamé los huevos y
calle Sarandí. Junto a la dinero. Pero los héroes migo estaba bien alimen- mi vecino me aborreció.
vereda. no mendigan propinas. tado, y hacía mucha es- Desde entonces vi su cara
Y con un ademán, a la ¡Vaya un héroe, que no se grima en el club; el infeliz sobre el cerco, su mirada
vez satisfecho y servil, en- atreve a clavarme la vista, intruso fue dominado, inquisidora y hostil, idén-
tregó el objeto. ni a sentarse en presencia alzado en vilo, lanzado tica a la mía. Sus pollos
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