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¡Hacen falta más Quiñones! Relátame tus cuitas, ¡oh, don Mendo!
(Ofreciéndole una dura banqueta, bastante
Cesad en vuestra aventura, incómoda.)
los certeros ballesteros, pues del arzón, sin duda, vida mía,
tengo no sé si un grano o un barrillo. que pone fin a la alberca
antipático y zumbón
MENDO.– No resto, no; es que lucho, que está en casa del Marqués
pero ya ya mi mutismo ha terminado; de huésped o de gorrón.
vine a desembuchar y desembucho. Hablamos... ¿Y vos qué haceis?
Voy a contarte, amor mío, Aburrirme... Y el de Vedia
la historia de una velada dijo: No os aburriréis;
en el castillo sombrío os propongo, si queréis,
del Marqués de Moncada. jugar a las siete y media.
Ayer... ¡triste día el de ayer!...
el Marqués creyó otro el caso, ¿Te haces cargo, di, amor mío?
¿Te haces cargo de mis males? ¡Juro a Dios que he de miralla
llega pronto al corazón Os dejo este poema, un poco largo, pero no tiene desperdicio.
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A treinta leguas de Pinto
y a quien pregunte, di y quince de Marmolejo,
existió un castillo viejo,
que edificó Chindasvinto.
que a pesar de su traición Lo habitaba un gran señor,
algo feudal, y algo bruto,
se llamaba Sisebuto,
adorándola morí. (Ocultando el puñal al ver y su esposa Leonor.
Y su hermana Berenguela,
que se abre la puerta.) y su tía, Rosalía,
y una tía de su abuela,
que atendía por Mariana.
¡Mas ya llegan: maldición! Y su cuñado Vitelio,
y su hijo mayor, Rogelio.
El joven, naturalmente,
la diñó como un conejo,
ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.
También quedó el conde loco,
de resultas del espanto,
y el can no llegó a tanto,
pero le faltó bien poco.