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Textos medievales

Jarcha (Poesía lírica popular)

Garid vos, ¿ay yermaniellas!, Decidme, ¡ay, hermanitas!,

¿com’ contenir el mio male? ¿cómo contener mi mal?

Sin el habib non vivreyo: Sin el amado no viviré:

¿ad ob l’irey demandare? Adónde iré a buscarlo?

ANÓNIMO

Cantiga de amigo (Poesía lírica popular)

Ondas do mar de Vigo, Ondas del mar de Vigo,

se vistes meu amigo? ¿acaso habéis visto a mi amado?

E ai Deus, se verrá cedo! Y, ay Dios, ¿si vendrá pronto?


Ondas do mar levado, Ondas del mar alborotado,
se vistes meu amado? ¿acaso habéis visto a mi amado?
E ai deus, se verrá cedo! ¿Acaso habéis visto a mi amigo,
Se vistes meu amigo, aquel por quien yo suspiro?
o por que eu sospiro? ¿Acaso habéis visto a mi amado,
E ai Deus, se verrá cedo! por el que tengo tanta preocupación?
Se vistes meu amado,

por que ei gran cuidado? ANÓNIMO

E ai Deus, se verrá cedo!

Romance (Poesía lírica popular)

ROMANCE DEL PRISIONERO cuando canta la calandria


Que por mayo era, por mayo, y responde el ruiseñor,
cuando hace la calor, cuando los enamorados
cuando los trigos encañan van a servir al amor;
y están los campos en flor, sino yo, triste, cuitado,
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que vivo en esta prisión; y avezado a la razón,
que ni sé cuándo es de día que me lleve una embajada
ni cuándo las noches son, a mi esposa Leonor,
sino por una avecilla que me envíe una empanada,
que me cantaba al albor. no de trucha ni salmón,
Matómela un ballestero; sino de una lima sorda
déle Dios mal galardón. y de un pico tajador:
Mas quien ahora me diese la lima para los hierros,
un pájaro hablador, pico para el torreón.
siquiera fuese calandria, Oídolo había el rey,
o tordico o ruiseñor; mandó quitar la prisión.
criado fuese entre damas

Cuaderna vía (Poesía lítica culta)

TEXTO 1

Un milagro leemos, flor es de santidad,


que aconteció a un obispo, hombre de caridad,
que fue hombre católico de gran autoridad,
por sus ojos lo vio, supo bien la verdad.

Así como lo vio, así lo escribió,


no menguó de ello nada, ni nada le añadió;
Dios le dé paraíso, que bien lo mereció:
¡alguna misa dijo, tanto no le valió!

Cruzáronse romeros para ir a ultramar


saludar el Sepulcro, la Vera Cruz orar.
Metiéronse en las naves para a Acre pasar
Si el Padre de los cielos los quería guiar.

Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora.

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TEXTO 2

Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar;


al torpe hace discreto, hombre de respetar,
hace correr al cojo, al mudo le hace hablar;
el que no tiene manos bien lo quiere tomar.

Aun al hombre necio y rudo labrador


dineros le convierten en hidalgo doctor;
cuanto más rico es uno, más grande es su valor,
quien no tiene dineros no es de sí señor.

Si tuvieres dinero, tendrás consolación,


placeres y alegrías y del Papa la ración,
comprarás paraíso, ganarás la salvación:
donde hay mucho dinero, hay mucha bendición. […]

Él crea los priores, los obispos, los abades,


arzobispos, doctores, patriarcas, potestades,
a los clérigos necios da muchas dignidades.
De verdad hace mentiras y de mentiras, verdades.

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. El libro de Buen Amor

Copla de pie quebrado (Poesía lírica culta)

VII / Ved de cuán poco valor


de ellas deshace la edad,
Ved de cuán poco valor de ellas casos desastrados
son las cosas tras que andamos que acaecen,
y corremos, de ellas, por su calidad,
que, en este mundo traidor en los más altos estados
aun primero que miramos desfallecen.
las perdemos:

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VIII / Decidme: La hermosura
Decidme: La hermosura, Las mañas y ligereza
la gentil frescura y tez y la fuerza corporal
de la cara, de juventud,
la color y la blancura, todo se torna graveza
cuando viene la vejez, cuando llega al arrabal
¿cuál se para? de senectud.

Tirada épica (poesía épica)

CAMINO DEL DESTIERRO

Con lágrimas en los ojos, muy fuertemente llorando,

la cabeza atrás volvía y quedábase mirándolos.

Y vio las puertas abiertas, y cerrojos qubrantados,

y vacías las alcándaras sin las pieles, sin los mantos,

sin sus pájaros halcones, sin los azores mudados. 5

Suspiró entonces el Cid, que eran grandes sus cuidados.

Habló allí como solía, tan bien y tan mesurado:

- Gracias a ti, Señor padre, Tú que estás en lo más alto,

los que así mi vida han vuelto, mis enemigos son malos.

Allí aguijan los caballos, allí los sueltan de riendas. 10

En saliendo se Vivar voló la corneja a diestra,

Y cuando en Burgos entreron les voló a la mano izquierda.

Se encogió de hombros el Cid, y meneó la cabeza:

- ¡Albricias, Fáñez, albricias!, pues nos echan de la tierra,

con gran honra por Castilla entraremos a la vuelta. 15

Nuestro Cid Rodrigo Díaz en Burgos con su gente entró.

Es la compaña que lleva, de sesenta con pendón.

Por ver al Cid y a los suyos, todo el mundo se asomó.

Toda la gente de Burgos a las ventanas salió,

con lágrimas en los ojos, tan fuerte era su dolor. 20

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Todos diciendo lo mismo, en su boca una razón:

- ¡Dios, qué buen vasallo el Cid! ¡Así hubiese buen señor!

Aunque de grado lo harían, a convidarlo no osaban.

El rey don Alfonso, saben, ¡le tenáin tan gran saña!

Antes que fuese la noche en Burgos entró su carta, 25

Con órdenes muy severas, y muy requetebién sellada;

Mandaba en ella que al Cid nadie le diese posada

y en cuanto llegó a la puerta se la encontró bien cerrada;

mandatos del Rey Alfonso pusieron miedo en la casa,

y si la puerta no rompe, no se la abrirán por nada. 30

Allí las gentes del Cid con voces muy altas llaman.

Los de dentro, que las oyen, no respondían palabra.

Aguijó el Cid su caballo y a la puerta se llegaba;

del estribo sacó el pie y un fuerte golpe le daba.

No se abre la puerta, no, pues estaba bien cerrada. 35

Nueve años tiene la niña que ante sus ojos se planta:

- ¡Campeador, que en buena hora ceñisteis la vuestra espada!

Orden del Rey lo prohíbe, anoche llegó su carta

con prevenciones muy grandes, y venía muy sellada.

A abriros nadie osaría, nadie os acoge, por nada. 40

Si no es así, lo perdemos, lo nuestro y lo de la casa,

y además de lo que digo, los ojos de nuestras caras.

Ya veis, Cid, que en nuestro mal, vo no habéis de ganar nada.

Que el Creador os valga con toda su gracia santa.

ESCENA DE LOS LEONES

En Valencia con los suyos vivía el Campeador;

con él estaban sus yernos, Infantes de Carrión.

Un día que el Cid dormía en su escaño, sin temor;

un mal sobresalto entonces, sabed, les aconteció.

Escapóse de una jaula, saliendo fuera, un león. 5

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Los que estaban en la Corte sintieron un gran temor;

recogiérondose sus mantos los del buen Campeador,

y rodean el escaño en guarda de su señor.

Allí fernando González, [Infante de Carrión,]

ni en las salas ni en la torre donde esconderse encontró; 10

metióse bajo el escaño, tan grande fue su pavor.

Diego González, el otro, por la puerta se salió

diciendo con grandes gritos : - ¡Ay, que no veré Carrión!

Tras la vida de un lagar metióse con gran temor;

todo el manto y el brial sucios de allí los sacó. 15

En esto que se despierta el que en buena hora nació;

De sus mejores guerreros cercado el escaño vio:

- ¿Qué pasa aquí, mis mesnadas? ¿Qué queréis? ¿Qué aconteció?

- Es que, mi señor honrado , un susto nos dio el león.

Apoyándose en el codo, en pie el Cid se levantó: 20

El manto se pone al cuello y encaminóse al león.

La fiera, cuando vio al Cid, al punto se avergonzó;

Allí bajó la cabeza, y ante él su faz humilló.

Nuestro Cid Rodrigo Díaz por el cuello lo tomó,

y lo lleva de su diestra y en la jaula lo metió. 25

A maravilla lo tiene todo el que lo contempló.

Volviéronse hacia la sala donde tienen la reunión.

Por sus dos yernos Rodrigo preguntó, y no los halló;

Aunque a gritos los llamaban, ni uno ni otro respondió,

Y cuanto los encontraron, los hallaron sin color. 30

Poema de Mío Cid.

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Narrativa en prosa

El Conde Lucanor

De lo que aconteció a una mujer que le decían doña Truhana

Otra vez hablaba el conde Lucanor con Patronio en esta guisa:


-Patronio, un hombre me dijo una razón y mostrome la manera cómo podía ser. Y bien os digo que
tantas maneras de aprovechamiento hay en ella que, si Dios quiere que se haga así como él me dijo,
que sería mucho de pro pues tantas cosas son que nacen las unas de las otras que al cabo es muy gran
hecho además.
Y contó a Patronio la manera cómo podría ser. Desde que Patronio entendió aquellas razones,
respondió al conde en esta manera:
-Señor conde Lucanor, siempre oí decir que era buen seso atenerse el hombre a las cosas ciertas y no a
las vanas esperanzas pues muchas veces a los que se atienen a las esperanzas, les acontece lo que le
pasó a doña Truhana.
Y el conde le preguntó como fuera aquello.
-Señor conde -dijo Patronio-, hubo una mujer que tenía nombre doña Truhana y era bastante más
pobre que rica; y un día iba al mercado y llevaba una olla de miel en la cabeza. Y yendo por el camino,
comenzó a pensar que vendería aquella olla de miel y que compraría una partida de huevos y de
aquellos huevos nacerían gallinas y después, de aquellos dineros que valdrían, compraría ovejas, y así
fue comprando de las ganancias que haría, que hallóse por más rica que ninguna de sus vecinas.
Y con aquella riqueza que ella pensaba que tenía, estimó cómo casaría sus hijos y sus hijas, y cómo
iría acompañada por la calle con yernos y nueras y cómo decían por ella cómo fuera de buena ventura
en llegar a tan gran riqueza siendo tan pobre como solía ser.
Y pensando esto comenzó a reír con gran placer que tenía de su buena fortuna, y riendo dio con la
mano en su frente, y entonces cayóle la olla de miel en tierra y quebróse. Cuando vio la olla quebrada,
comenzó a hacer muy gran duelo, temiendo que había perdido todo lo que cuidaba que tendría si la
olla no se le quebrara.
Y porque puso todo su pensamiento por vana esperanza, no se le hizo al cabo nada de lo que ella
esperaba.
Y vos, señor conde, si queréis que los que os dijeren y lo que vos pensareis sea todo cosa cierta, creed
y procurad siempre todas cosas tales que sean convenientes y no esperanzas vanas. Y si las quisiereis
probar, guardaos que no aventuréis ni pongáis de los vuestro, cosa de que os sintáis por esperanza de
la pro de lo que no sois cierto.
Al conde le agradó lo que Patronio le dijo e hízolo así y hallóse bien por ello.
Y porque a don Juan contentó este ejemplo, hízolo poner en este libro e hizo estos versos:

A las cosas ciertas encomendaos


y las vanas esperanzas, dejad de lado.

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Teatro en verso

ESCENA I

[CASPAR] [Solo.]
¡Dios criador, cuál maravila,
no sé cuál es aquesta strela!
Agora primas la he veída;
poco tiempo ha que es nacida.
¿Nacido es el Criador 5
que es de la[s] gentes Senior?
Non es verdad, no sé qué digo;
todo esto non vale un figo.
Otra nocte me lo cataré,
si es verdad bine lo sabré. 10

[Pausa.]

¿Bine es verdad lo que yo digo?


En todo, en todo lo prohío.
¿Non pudet seer otra sennal?
Aquesto es i non es ál;
nacido es Dios, por ver, de fembra 15
in aquest mes de december.
Alá iré; ó que fure, aoralo he;
por Dios de todos lo terné.
[BALTHASAR] [Solo]
Esta strela non sé dónd vinet,
quín la trae o quín la tine. 20
¿Por qué es aquesta sennal?
En mos días non vi atal.
Certas nacido es en tirra
aquel qui en pace y en guerra
senior ha a seer da oriente 25
de todos hata in occidente.
Por tres noches me lo veré
y más de vere lo sabré.

[Pausa]

¿En todo, en todo es nacido?


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Non sé si algo he veído. 30
Iré, lo aoraré,
y pregaré y rogaré.
[BALTHASAR] [Solo]

Val, Criador, atal facinda


¿fu nuncas alguandre falada
o en escriptura trubada? 35
Tal estrela non es in celo,
d'esto só yo bono strelero.
Bine lo veo sines escarno
que uno omne es nascido de carne,
que es senior de todo el mundo, 40
así cumo el cilo es redondo.
De todas gentes senior será
y todo seglo jugará.
¿Es? ¿Non es?
Cudo que verdad es. 45
Veerlo he otra vegada,
si es vertad o si es nada.

[Pausa]

Nacido es el Criador
de todas las gentes mayor.
Bine lo veo que es verdad; 50
iré alá, por caridad.

Auto de los Reyes Magos

Teatro en prosa

La Celestina

TEXTO I
CELESTINA.- Señora, hija, a cada cabo hay tres leguas de mal quebranto (en cualquier situación hay
desventuras). A los ricos se les va la bienaventuranza, la gloria y descanso por otros albañales
(cloacas) de asechanzas, que no se parecen, ladrillados (cubiertos) por encima con lisonjas. Aquel es
rico que está bien con Dios. Más segura cosa es ser menospreciado que temido. Mejor sueño duerme
el pobre, que no el que tiene de guardar con solicitud lo que con trabajo ganó y con dolor ha de dejar.
Mi amigo no será simulado, y el del rico sí. Yo soy querida por mi persona, el rico por su hacienda.
Nunca oye verdad, todos le hablan lisonjas a sabor de su paladar, todos le han (tienen) envidia. Apenas

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hallarás un rico que no confiese que le sería mejor estar en mediano estado o en honesta pobreza. Las
riquezas no hacen rico, mas (sino) ocupado: no hacen señor, mas mayordomo. Más son los poseídos
de las riquezas que no los que las poseen. A muchos trajo la muerte, a todos quita el placer y a las
buenas costumbres y ninguna cosa es más contraria. ¿No oíste decir: durmieron su sueño los varones
de las riquezas y ninguna cosa hallaron en sus manos? Cada rico tiene una docena de hijos y nietos,
que no rezan otra oración, no otra petición, sino rogar a Dios que le saque de en medio de ellos. No
ven la hora que tener a él bajo la tierra, y lo suyo entre sus manos, y darle a poca costa su casa para
siempre.

TEXTO II
SEMPRONIO.- ¿Tú no eres cristiano?
CALISTO.- ¿Yo? Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo.
SEMPRONIO.- Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el corazón de mi amo, que por la
boca le sale a borbollones. No es más menester, bien sé de qué pie cojeas. Yo te sanaré […]
CALISTO.- ¿Qué me reprobas (repruebas, es decir, reprochas)?
SEMPRONIO.- Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca mujer.
CALISTO.- ¡Mujer! ¡Oh, grosero! ¡Dios, Dios!
SEMPRONIO.- ¿Y así lo crees, o burlas?
CALISTO.- ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confieso, y no creo que hay otro soberano en el
cielo, aunque entre nosotros mora.
SEMPRONIO.- ¡Ha! ¡Ha! ¡Ha! ¿Oíste qué blasfemia? ¿Viste qué ceguedad?

TEXTO III
CALISTO.- Este bullicio más de una persona lo hace. Quiero hablar, sea quien fuere. ¡Ce, señora mía!
LUCRECIA.- La voz de Calisto es esta. Quiero llegar. ¿Quién habla? ¿Quién está fuera?
CALISTO.- Aquel que viene a cumplir tu mandato.
LUCRECIA.- ¿Por qué no llegas, señora? Llega sin temor acá, que aquel caballero está aquí.
MELIBEA.- ¡Loca, habla paso! Mira bien si es él.
LUCRECIA.- Allégate señora, que sí es. Que yo lo conozco en la voz.
CALISTO.- Cierto soy burlado; no será Melibea la que me habló. Bullicio oigo, ¡perdido soy! Pues
viva o muera, que no he de ir de aquí.
MELIBEA.- Vete, Lucrecia, a acostar un poco. ¡Ce, señor! ¿Cómo es tu nombre? ¿Quién es el que te
mandó ahí venir?
CALISTO.- Es la que tiene merecimiento de mandar a todo el mundo, la que dignamente servir yo
merezco. No tema tu merced de se descubrir a este cautivo de su gentileza; que el dulce sonido de tu
habla, que jamás mis oídos se cae, me certifica ser tú mi señora Melibea. Yo soy tu siervo Calisto.
MELIBEA.- La sobrada osadía de tus mensajes me ha forzado haberte de hablar, señor Calisto. Que
habiendo habido de mí la pasada respuesta a tus razones, no sé qué piensas más sacar de mi amor de lo

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que entonces te mostré. Desvía estos locos y vanos pensamientos de ti, porque mi honra y persona
estén, sin detrimento de mala sospecha, seguras. A estos fui aquí venida, a dar concierto en tu
despedida y mi reposo. No quieras poner mi fama en la balanza de las lenguas maldicientes.

TEXTO IV
El primer encuentro entre Celestina y Melibea es infructuoso, pero la vieja sienta las bases para el
futuro. A continuación, leeremos un fragmento del segundo encuentro, en el que Melibea, tras un
arrebato de ira al oír el nombre de Calisto, va cediendo ante los argumentos de la alcahueta.

MELIBEA.- ¡Oh por Dios, que me matas! ¿Y no te tengo dicho que no me alabes ese hombre ni que
me lo nombres en bueno ni en malo?
CELESTINA.- Señora, éste es otro y segundo punto: si tú con tu mal sufrimiento no consientes, poco
aprovechará me venid, y si, como prometiste, lo sufres, tú quedarás sana y sin deuda, y Calisto sin
queja y pagado. Primero te avisé de mi cura y de esta invisible aguja que sin llegar a ti, sientes en solo
mentarla en mi boca.
MELIBEA.- Tantas veces me nombrarás ese tu caballero que ni mi promesa baste, ni la fe que te di, a
sufrir tus dichos. ¿De qué ha de quedar pagado? ¿Qué le debo yo a él? ¿Qué le soy a cargo? ¿Qué ha
hecho por mí? ¿Qué necesario es él aquí para el propósito de mi mal? Más agradable me sería que
rasgases mis carnes y sacases mi corazón, que no traer esas palabras aquí.
CELESTINA.- Sin te romper las vestiduras se lanzó en tu pecho el amor; no rasgaré tus carnes para le
curar.
MELIBEA.- ¿Cómo dices que llaman a este mi dolor, que así se ha enseñoreado en lo mejor de mi
cuerpo?
CELESTINA.- Amor dulce.
MELIBEA.- Eso me declara qué es, que en sólo oírlo me alegro.
CELESTINA.- Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura,
una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fría herida, una blanda muerte.
MELIBEA.- ¡Ay, mezquina de mí! Que si verdad es tu relación dudosa será mi salud. Porque, según la
contrariedad que esos nombres entre sí muestran, lo que al uno fuere provechoso acarreará al otro más
pasión.
CELESTINA.- No desconfíe, señora, tu noble juventud de salud, que, cuando el alto Dios da la llaga,
tras ella envía el remedio. Mayormente, que sé yo al mundo nacida una flor que de todo esto te libre.
MELIBEA.- ¿Cómo se llama?
CELESTINA.- No te lo oso decir.
MELIBEA.- Di, no temas.
CELESTINA.- Calisto. ¡Oh por Dios, señora Melibea! ¿Qué poco esfuerzo es éste? ¿Qué
descaecimiento? ¡Oh mezquina yo! ¡Alza la cabeza! ¡Oh malaventurada vieja! ¿En esto han de parar
mis pasos? Si muere, matarme han; aunque viva, seré sentida, ya que no podrá sufrirse de no publicar
su mal y mi cura. Señora mía Melibea, ángel mío, ¿qué has sentido? ¿Qué es de tu habla graciosa?

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¿Qué es de tu color alegre? Abre tus claros ojos. ¡Lucrecia! ¡Lucrecia! ¡Entra presto acá! Verás
amortecida a tu señora entre mis manos. Baja presto por un jarro de agua.
MELIBEA.- paso, paso, que yo me esforzaré. No escandalices la casa.

TEXTO V
CELESTINA.- […] Y yo, así como verdadero madre tuya, te digo […] que por el presente sufras y
sirvas a este tu amo que procuraste, hasta en ello haber otro consejo mío. Pero no con necia lealtad,
proponiendo firmeza sobre lo movible, como son estos señores de este tiempo. Y tú, gana amigos, que
es cosa durable. Ten con ellos constancia. No vivas en flores. Deja los vanos prometimientos de los
señores, los cuales desechan la substancia de sus sirvientes con huecos y vanos prometimientos. Como
la sanguijuela sacan la sangre, desagradecen, injurian, olvidan servicios, niegan galardón. ¡Guay (ay)
de quien en palacio envejece! […] Estos señores de este tiempo más aman a sí que a los suyos, y no
yerran. Los suyos igualmente lo deben hacer. Perdidas son las mercedes, las magnificencias, los actos
nobles. Cada uno de estos cativos y mezquinamente procuran su interese con los suyos. Pues aquellos
no deben menos hacer, como sean en facultades menores, sino vivir a su ley.
TEXTO VI
MELIBEA.- ¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia a traer alguna colación (comida)?
CALISTO.- No hay otra colación para mí sino tener tu cuerpo y belleza en mi poder. Comer y beber,
donde quiera se da por dinero, en cada tiempo se puede haber (tener) y cualquiera lo puede alcanzar;
pero no lo vendible, lo que en toda la tierra no hay igual que en este huerto, ¿cómo mandas que se me
pase ningún momento que no goce?
LUCRECIA.- (Ya me duele a mí la cabeza de escuchar y no a ellos de hablar ni los brazos de retozar
ni las bocas de besar. ¡Andar! Ya callan; a tres me parece que va la vencida.)
CALISTO.- Jamás querría, señora, que amaneciese, según la gloria y descanso que mi sentido recibe
de la noble conversación de tus delicados miembros.
MELIBEA.- Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me haces con tu visitación
incomparable merced.

TEXTO VII
PLEBERIO.- ¡Oh mi hija y mi bien todo, crueldad sería que yo viva sobre ti! Más dignos eran mis
sesenta años de la sepultura que tus veinte. Turbóse la orden del morir con la tristeza que te aquejaba.
¡Oh mis canas, salidas para haber pesar, mejor de vosotras gozara la tierra que de aquellos rubios
cabellos que presentes veo! […] ¡Oh duro corazón de padre! ¿Cómo no te quiebras de dolor, que ya
quedas sin tu amada heredera? ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras? ¿Para quién
planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos? ¡Oh tierra dura! ¿Cómo me sostienes? ¿Adónde hallará
abrigo mi desconsolada vejez? ¡Oh, Fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!
¿Por qué no ejecutaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es sujeto? ¿Por qué no
destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste mis grandes
heredamientos? [...] ¡Oh amor, amor, que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos!
Herida fue de ti mi juventud, por medio de tus brasas pasé.

Fernando DE ROJAS. La Celestina, Cátedra.

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