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ANÓNIMO
TEXTO 1
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TEXTO 2
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VIII / Decidme: La hermosura
Decidme: La hermosura, Las mañas y ligereza
la gentil frescura y tez y la fuerza corporal
de la cara, de juventud,
la color y la blancura, todo se torna graveza
cuando viene la vejez, cuando llega al arrabal
¿cuál se para? de senectud.
los que así mi vida han vuelto, mis enemigos son malos.
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Todos diciendo lo mismo, en su boca una razón:
Allí las gentes del Cid con voces muy altas llaman.
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Los que estaban en la Corte sintieron un gran temor;
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Narrativa en prosa
El Conde Lucanor
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Teatro en verso
ESCENA I
[CASPAR] [Solo.]
¡Dios criador, cuál maravila,
no sé cuál es aquesta strela!
Agora primas la he veída;
poco tiempo ha que es nacida.
¿Nacido es el Criador 5
que es de la[s] gentes Senior?
Non es verdad, no sé qué digo;
todo esto non vale un figo.
Otra nocte me lo cataré,
si es verdad bine lo sabré. 10
[Pausa.]
[Pausa]
[Pausa]
Nacido es el Criador
de todas las gentes mayor.
Bine lo veo que es verdad; 50
iré alá, por caridad.
Teatro en prosa
La Celestina
TEXTO I
CELESTINA.- Señora, hija, a cada cabo hay tres leguas de mal quebranto (en cualquier situación hay
desventuras). A los ricos se les va la bienaventuranza, la gloria y descanso por otros albañales
(cloacas) de asechanzas, que no se parecen, ladrillados (cubiertos) por encima con lisonjas. Aquel es
rico que está bien con Dios. Más segura cosa es ser menospreciado que temido. Mejor sueño duerme
el pobre, que no el que tiene de guardar con solicitud lo que con trabajo ganó y con dolor ha de dejar.
Mi amigo no será simulado, y el del rico sí. Yo soy querida por mi persona, el rico por su hacienda.
Nunca oye verdad, todos le hablan lisonjas a sabor de su paladar, todos le han (tienen) envidia. Apenas
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hallarás un rico que no confiese que le sería mejor estar en mediano estado o en honesta pobreza. Las
riquezas no hacen rico, mas (sino) ocupado: no hacen señor, mas mayordomo. Más son los poseídos
de las riquezas que no los que las poseen. A muchos trajo la muerte, a todos quita el placer y a las
buenas costumbres y ninguna cosa es más contraria. ¿No oíste decir: durmieron su sueño los varones
de las riquezas y ninguna cosa hallaron en sus manos? Cada rico tiene una docena de hijos y nietos,
que no rezan otra oración, no otra petición, sino rogar a Dios que le saque de en medio de ellos. No
ven la hora que tener a él bajo la tierra, y lo suyo entre sus manos, y darle a poca costa su casa para
siempre.
TEXTO II
SEMPRONIO.- ¿Tú no eres cristiano?
CALISTO.- ¿Yo? Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo.
SEMPRONIO.- Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el corazón de mi amo, que por la
boca le sale a borbollones. No es más menester, bien sé de qué pie cojeas. Yo te sanaré […]
CALISTO.- ¿Qué me reprobas (repruebas, es decir, reprochas)?
SEMPRONIO.- Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca mujer.
CALISTO.- ¡Mujer! ¡Oh, grosero! ¡Dios, Dios!
SEMPRONIO.- ¿Y así lo crees, o burlas?
CALISTO.- ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confieso, y no creo que hay otro soberano en el
cielo, aunque entre nosotros mora.
SEMPRONIO.- ¡Ha! ¡Ha! ¡Ha! ¿Oíste qué blasfemia? ¿Viste qué ceguedad?
TEXTO III
CALISTO.- Este bullicio más de una persona lo hace. Quiero hablar, sea quien fuere. ¡Ce, señora mía!
LUCRECIA.- La voz de Calisto es esta. Quiero llegar. ¿Quién habla? ¿Quién está fuera?
CALISTO.- Aquel que viene a cumplir tu mandato.
LUCRECIA.- ¿Por qué no llegas, señora? Llega sin temor acá, que aquel caballero está aquí.
MELIBEA.- ¡Loca, habla paso! Mira bien si es él.
LUCRECIA.- Allégate señora, que sí es. Que yo lo conozco en la voz.
CALISTO.- Cierto soy burlado; no será Melibea la que me habló. Bullicio oigo, ¡perdido soy! Pues
viva o muera, que no he de ir de aquí.
MELIBEA.- Vete, Lucrecia, a acostar un poco. ¡Ce, señor! ¿Cómo es tu nombre? ¿Quién es el que te
mandó ahí venir?
CALISTO.- Es la que tiene merecimiento de mandar a todo el mundo, la que dignamente servir yo
merezco. No tema tu merced de se descubrir a este cautivo de su gentileza; que el dulce sonido de tu
habla, que jamás mis oídos se cae, me certifica ser tú mi señora Melibea. Yo soy tu siervo Calisto.
MELIBEA.- La sobrada osadía de tus mensajes me ha forzado haberte de hablar, señor Calisto. Que
habiendo habido de mí la pasada respuesta a tus razones, no sé qué piensas más sacar de mi amor de lo
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que entonces te mostré. Desvía estos locos y vanos pensamientos de ti, porque mi honra y persona
estén, sin detrimento de mala sospecha, seguras. A estos fui aquí venida, a dar concierto en tu
despedida y mi reposo. No quieras poner mi fama en la balanza de las lenguas maldicientes.
TEXTO IV
El primer encuentro entre Celestina y Melibea es infructuoso, pero la vieja sienta las bases para el
futuro. A continuación, leeremos un fragmento del segundo encuentro, en el que Melibea, tras un
arrebato de ira al oír el nombre de Calisto, va cediendo ante los argumentos de la alcahueta.
MELIBEA.- ¡Oh por Dios, que me matas! ¿Y no te tengo dicho que no me alabes ese hombre ni que
me lo nombres en bueno ni en malo?
CELESTINA.- Señora, éste es otro y segundo punto: si tú con tu mal sufrimiento no consientes, poco
aprovechará me venid, y si, como prometiste, lo sufres, tú quedarás sana y sin deuda, y Calisto sin
queja y pagado. Primero te avisé de mi cura y de esta invisible aguja que sin llegar a ti, sientes en solo
mentarla en mi boca.
MELIBEA.- Tantas veces me nombrarás ese tu caballero que ni mi promesa baste, ni la fe que te di, a
sufrir tus dichos. ¿De qué ha de quedar pagado? ¿Qué le debo yo a él? ¿Qué le soy a cargo? ¿Qué ha
hecho por mí? ¿Qué necesario es él aquí para el propósito de mi mal? Más agradable me sería que
rasgases mis carnes y sacases mi corazón, que no traer esas palabras aquí.
CELESTINA.- Sin te romper las vestiduras se lanzó en tu pecho el amor; no rasgaré tus carnes para le
curar.
MELIBEA.- ¿Cómo dices que llaman a este mi dolor, que así se ha enseñoreado en lo mejor de mi
cuerpo?
CELESTINA.- Amor dulce.
MELIBEA.- Eso me declara qué es, que en sólo oírlo me alegro.
CELESTINA.- Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura,
una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fría herida, una blanda muerte.
MELIBEA.- ¡Ay, mezquina de mí! Que si verdad es tu relación dudosa será mi salud. Porque, según la
contrariedad que esos nombres entre sí muestran, lo que al uno fuere provechoso acarreará al otro más
pasión.
CELESTINA.- No desconfíe, señora, tu noble juventud de salud, que, cuando el alto Dios da la llaga,
tras ella envía el remedio. Mayormente, que sé yo al mundo nacida una flor que de todo esto te libre.
MELIBEA.- ¿Cómo se llama?
CELESTINA.- No te lo oso decir.
MELIBEA.- Di, no temas.
CELESTINA.- Calisto. ¡Oh por Dios, señora Melibea! ¿Qué poco esfuerzo es éste? ¿Qué
descaecimiento? ¡Oh mezquina yo! ¡Alza la cabeza! ¡Oh malaventurada vieja! ¿En esto han de parar
mis pasos? Si muere, matarme han; aunque viva, seré sentida, ya que no podrá sufrirse de no publicar
su mal y mi cura. Señora mía Melibea, ángel mío, ¿qué has sentido? ¿Qué es de tu habla graciosa?
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¿Qué es de tu color alegre? Abre tus claros ojos. ¡Lucrecia! ¡Lucrecia! ¡Entra presto acá! Verás
amortecida a tu señora entre mis manos. Baja presto por un jarro de agua.
MELIBEA.- paso, paso, que yo me esforzaré. No escandalices la casa.
TEXTO V
CELESTINA.- […] Y yo, así como verdadero madre tuya, te digo […] que por el presente sufras y
sirvas a este tu amo que procuraste, hasta en ello haber otro consejo mío. Pero no con necia lealtad,
proponiendo firmeza sobre lo movible, como son estos señores de este tiempo. Y tú, gana amigos, que
es cosa durable. Ten con ellos constancia. No vivas en flores. Deja los vanos prometimientos de los
señores, los cuales desechan la substancia de sus sirvientes con huecos y vanos prometimientos. Como
la sanguijuela sacan la sangre, desagradecen, injurian, olvidan servicios, niegan galardón. ¡Guay (ay)
de quien en palacio envejece! […] Estos señores de este tiempo más aman a sí que a los suyos, y no
yerran. Los suyos igualmente lo deben hacer. Perdidas son las mercedes, las magnificencias, los actos
nobles. Cada uno de estos cativos y mezquinamente procuran su interese con los suyos. Pues aquellos
no deben menos hacer, como sean en facultades menores, sino vivir a su ley.
TEXTO VI
MELIBEA.- ¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia a traer alguna colación (comida)?
CALISTO.- No hay otra colación para mí sino tener tu cuerpo y belleza en mi poder. Comer y beber,
donde quiera se da por dinero, en cada tiempo se puede haber (tener) y cualquiera lo puede alcanzar;
pero no lo vendible, lo que en toda la tierra no hay igual que en este huerto, ¿cómo mandas que se me
pase ningún momento que no goce?
LUCRECIA.- (Ya me duele a mí la cabeza de escuchar y no a ellos de hablar ni los brazos de retozar
ni las bocas de besar. ¡Andar! Ya callan; a tres me parece que va la vencida.)
CALISTO.- Jamás querría, señora, que amaneciese, según la gloria y descanso que mi sentido recibe
de la noble conversación de tus delicados miembros.
MELIBEA.- Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me haces con tu visitación
incomparable merced.
TEXTO VII
PLEBERIO.- ¡Oh mi hija y mi bien todo, crueldad sería que yo viva sobre ti! Más dignos eran mis
sesenta años de la sepultura que tus veinte. Turbóse la orden del morir con la tristeza que te aquejaba.
¡Oh mis canas, salidas para haber pesar, mejor de vosotras gozara la tierra que de aquellos rubios
cabellos que presentes veo! […] ¡Oh duro corazón de padre! ¿Cómo no te quiebras de dolor, que ya
quedas sin tu amada heredera? ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras? ¿Para quién
planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos? ¡Oh tierra dura! ¿Cómo me sostienes? ¿Adónde hallará
abrigo mi desconsolada vejez? ¡Oh, Fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!
¿Por qué no ejecutaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es sujeto? ¿Por qué no
destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste mis grandes
heredamientos? [...] ¡Oh amor, amor, que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos!
Herida fue de ti mi juventud, por medio de tus brasas pasé.
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