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Hablar de los años setentas no es, simplemente, hablar de los años setentas.

No
hemos logrado convertirlo aún en un ejercicio histórico normal, como puede ser
estudiar cualquier otro momento de nuestra corta vida nacional. Ver esa época es más
parecido a asomarse a fisgonear en un espacio incómodo, no resuelto, de nuestra
historia y con permanente proyección en el presente.
Cada tanto, el debate público reactualiza la disputa por la construcción de la
memoria sobre aquellos años trágicos. Las opiniones académicas y políticas tocan a
veces algunos extremos y pendulan entre quienes consideran que una suerte de olvido
colectivo es lo más cercano a ¨resolver¨ el problema y otros que ponen el peso mayor
en la reconstrucción de la memoria y en su confirmación como una suerte de hecho
moral absoluto. Hay bibliografía profusa y buena para ambos argumentos, desde Paul
Ricouer, Pierre Nora y David Rieff, hasta Elizabeth Jelin y Leonor Arfuch, pasando por
Andreas Huyssen.
Estas discusiones aparecen como centrales toda vez que los setentas siguen
viviendo entre nosotros. Esta semana fueron repensados a partir de la declaración de
Horacio González, que llamó a reivindicar positivamente una de las partes incómodas
de aquel pasado: la acción de los partidos armados.
Surge entonces, en primer lugar, la necesidad de preguntarnos, sabiendo que no
estamos lidiando con la historia sino con el presente: ¿Cuál es hoy el sentido de
recuperar de forma positiva la acción de los jóvenes que en los años setentas decidieron
que la mejor forma de hacer política era mediante la lucha armada?
En los años 80s, la visión más extendida tendió a condenar la violencia política
pero, al mismo tiempo, enmarcar la acción de las organizaciones armadas en una
estrategia defensiva que hacía de quienes habían tomado las armas víctimas de su
tiempo y de sus acciones.
Décadas más tarde, esta mirada fue resignificada con un interés más político que
histórico: se impuso, así, la figura de héroes para definir a quienes estuvieron
dispuestos a morir y matar por sus ideas. Los héroes, a diferencia de las víctimas, son
enteramente responsables de sus elecciones y de sus destinos. Héroe es aquel que,
pudieron haber hecho otra cosa, eligió el más correcto de los caminos.
Desde un punto de vista historiográfico, e incluso desde el análisis político, no
se hace difícil comprender la opción armada dado el contexto internacional. El espíritu
revolucionario de la época, los impulsos posteriores a la revolución cubana y los
reverberos del Mayo Francés y de la primavera de Praga, maridaban muy bien con el
discurso de los curas del tercer mundo y la lucha por los derechos civiles de Martin
Luther King. En nuestro país, la opción armada tuvo como marco una época en la que
se sucedieron gobiernos de facto y semidemocracias que mantuvieron la proscripción
al partido mayoritario.
Sin embargo, incluso en este clima que favorecía la vía armada, no fueron
pocos los debates que se dieron al interior de los espacios políticos sobre la
conveniencia o no de tomar las armas. Hubo quienes decidieron que aquella era la
mejor estrategia, como Montoneros o el ERP-PRT, mientras que otros –la
Coordinadora Radical, el PST o Lealtad, para nombrar a tres fuerzas con
orientaciones políticas diferentes- apostaron a enfrentar a los gobiernos autoritarios de
formas no violentas.
La sociedad política, el mundo de las ideas y la academia hizo y hace un
esfuerzo por comprender cada tiempo histórico. Hecho ese trabajo, la pregunta que se
nos instala, con una democracia consolidada y con más 35 años de recorrido, es por
qué se hace más difícil reivindicar positivamente a los que no optaron por la violencia
y eligieron, con todo el viento en contra, defender críticamente las instituciones
democráticas. ¿Porque no iluminar la experiencia de quienes tuvieron confianza en la
soberanía popular y creyeron en elecciones libres, sin proscripciones ni
condicionamientos?
Si la memoria de los setentas está cometiendo una omisión, es con este grupo de
jóvenes. Cuánto mejor sería nuestra democracia si nos ocupáramos de reivindicarlos
positivamente a ellos.

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