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Hay que mirar al pasado para no repetir los errores en el futuro, dicta el

sentido comú n. Sin embargo, los que nos dedicamos profesionalmente a la historia
solemos tener una idea diferente. Consideramos que hay que estudiar el pasado
para entender qué sucedió y explicarlo a partir de su contexto y dentro de sus
propias ló gicas, con el convencimiento de que la historia no se repite y el futuro es
indeterminado.
La Argentina es un país que parece no aprender de sus errores. Las
sucesivas crisis econó micas y políticas son la muestra que convierte esta premisa
en evidente. Sin embargo, pese a nuestra tendencia, hemos llegado a un
aprendizaje fundamental, a contrapelo de lo que caracterizó a nuestro siglo XX. En
la actualidad, de forma absolutamente mayoritaria, se valora la democracia y se la
aprecia como la ú nica forma política aceptable, aun sin negar todos sus defectos.
La monstruosidad de la ú ltima dictadura militar fue muy pedagó gica y aun
má s lo fue el modo en el que se consagró la democracia en los primeros añ os de la
transició n. El alfonsinismo fracasó en su ambició n de ser un buen gobierno pero
dejó un legado que se muestra, incluso, má s importante: todo dentro de la
democracia, nada por fuera de la democracia.
La fecha del 24 de marzo se nos hace presente al comienzo de cada otoñ o.
Nos sirve para recordar los violentos añ os setentas y las terribles consecuencias de
tomar las armas, tanto para alcanzar la revolució n socialista como para procurar la
reorganizació n nacional. La falta de libertad de expresió n y la prohibició n de los
derechos de reunió n y de organizació n forman parte de un pasado cada vez má s
lejano, del cual la mayoría de los argentinos no tiene recuerdos en primera
persona.
En este contexto y en esta fecha surge cada vez de forma má s potente la
necesidad de celebrar la democracia y dedicarle un día, como lo tiene para su
recordació n la ú ltima dictadura. Mantengamos el 24 de marzo para no olvidar
nuestra tragedia pero sumemos un festejo, el del 10 de diciembre. Porque, como
decíamos, el pasado no se repite, ni siquiera como farsa o como tragedia. La
democracia es un piso mínimo, que costosamente supimos construir. Nuestros
esfuerzos tienen que estar puestos entonces en pensar y repensar esta democracia,
para que no se defina simplemente como ausencia de autoritarismo.

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