Está en la página 1de 3

Los abusos y las violaciones a mujeres ocurren de forma mucho má s

frecuente y sistemá tica que lo que queríamos creer. A partir de una denuncia
comenzaron a salir a la luz una enorme cantidad de testimonios personales que
dan cuenta de la extensió n del problema. Lo vimos en la televisió n, en las redes
sociales y en nuestras conversaciones de esta semana. Nos enteramos de
compañ eras de colegio y de facultad, de amigas de la vida, de colegas e, incluso, de
madres de nuestros conocidos –porque esto atraviesa todas las generaciones- que,
en algú n momento a lo largo de los añ os, sufrieron algú n tipo de abuso sexual.
Como sociedad nos estamos dando cuenta no solo que es un hecho habitual
sino que, ademá s, los abusadores y violadores suelen ser personas cercanas.
Padres, abuelos, hermanos, hombres con los que uno trabaja, personas que tienen
una vida perfectamente normal, que cumplen con todos los está ndares burgueses
del deber ser y que, sin embargo, en algú n momento tocaron o penetraron a alguna
niñ a o a alguna mujer en contra de su voluntad.
Se habló poco hasta ahora de esto. En algunos casos, las mujeres temían
equivocadamente haber tenido algú n grado de responsabilidad en la tragedia que
vivieron. En otros casos, buscaban evitar las consecuencias de una posible
estigmatizació n social por lo que sufrieron. El estado pú blico que está n teniendo
los diversos relatos de estas situaciones y el conocer a otras mujeres que
transitaron lo mismo lleva a que se produzca una gran catarata de testimonios.
Esto es algo para celebrar ya que, como sabemos, el primer paso para solucionar
un problema es darse cuenta de que existe.
Por fin, como sociedad, estamos tomando conciencia. Y estamos
conversando, escribiendo, oyendo, pensando. Tenemos má s preguntas que
respuestas o, al menos, sería virtuoso que así fuera
Las cuestiones vinculadas a la sexualidad son siempre complejas. Y se
convierten en delito toda vez que el consentimiento no está presente o hay
menores involucrados. Ahora bien, en estos casos muchas veces se abre una gran
cantidad de problemas de difícil solució n. En primer lugar, como decíamos antes,
muchos de ellos ni siquiera cuentan lo que les sucedió . Entre los casos de quienes
sí realizan la denuncia formal es habitual que esta no se haga de forma inmediata,
sino que suele transcurrir mucho tiempo entre el abuso y la acusació n. Esto ya le
imprime una particularidad a este tipo de delitos.
Surge entonces una cuestió n que es necesario pensar: ¿Có mo se prueba una
violació n o un abuso que sucedió añ os atrá s? Las marcas corporales, si las hubo,
desaparecieron. Quedan vestigios psicoló gicos y los expertos saben leerlos. Eso
permite probar que una persona fue abusada, pero no nos lleva automá ticamente a
encontrar al perpetrador. Y esto es así porque en los casos de delitos sexuales,
como en el resto del derecho penal, todos somos inocentes hasta que se demuestre
lo contrario. Es la víctima o quien está llevando adelante su defensa quien debe
aportar pruebas que incriminen al acusado y es el juez quien decide si es culpable.
El principio de presunció n de inocencia implica que hasta que se demuestre
la culpabilidad toda persona es inocente y es un fundamento jurídico que no solo
está presente en nuestros có digos sino que es incluso una garantía consagrada en
la Declaració n Universal de los Derechos Humanos. Este acuerdo parte del
entendimiento garantista de que es preferible que una persona culpable quede sin
pena antes que condenar injustamente a un inocente.
¿Qué pasa entonces en los casos de abusos o violaciones que ocurrieron
hace tiempo atrá s y en los que resulta especialmente difícil aportar pruebas que
condenen al acusado? La denuncia de Thelma Fardín nos obliga a reflexionar sobre
esto. Luego de que ella contara pú blicamente que fue violada por Juan Darthés,
todos nos vimos tentados a juzgar si el acusado era inocente o culpable.
Personalmente tiendo a creer que es positivo creerle a la víctima, y que en temas
de abusos sexuales esta es una actitud novedosa, ya que lo que primó a lo largo de
la historia fue una desvalorizació n de los testimonios de los mujeres e, incluso má s
grave, la culpabilizació n de la víctima, caracterizá ndola como puta, como buscona,
como mentirosa y en gran medida responsable de lo que le sucedió , bajo la
detestable idea de “algo habrá hecho”. Sin embargo, es preocupante la tentació n de
abandonar el estado de derecho y de querer etiquetar como culpable a alguien que
todavía no ha sido condenado por la justicia.
Los ú ltimos días algunas voces del feminismo apostaron a separar el á mbito
judicial del político, argumentando que la presunció n de inocencia es jurídica pero
que la rebelió n feminista es política. Y, problematizando los tiempos de la justicia y
su condició n patriarcal, proponen entonces que la sociedad declare como culpable
a alguien que todavía no tiene ninguna pena. Esta forma atenuada de justicia por
mano propia se justifica a partir de la gravedad del delito, de la falta de
herramientas de las instituciones para juzgar correctamente en estos casos en los
que aportar pruebas suficientes es tan difícil y en revertir la injusticia histó rica de
tender a creerle a los hombres y no a las mujeres. Si durante décadas, siglos, se
creyó en la palabra de los hombres solo por ser hombres ahora se plantea la
necesidad de invertir esa situació n y creerle a las mujeres solo por ser mujeres. Los
problemas de esta propuesta saltan a la vista y fueron inteligente resumidos en la
frase de Rita Segato “que la mujer del futuro no sea el hombre que estamos
dejando atrá s”.
La justicia argentina es imperfecta y el trato institucional que se le da a las
mujeres que denuncian abusos y violaciones, si bien viene mejorando en los
ú ltimos añ os con el Programa de Atenció n para Mujeres en Situació n de Violencia,
dista mucho de ser el adecuado. Sin embargo, no tenemos mejor forma de resolver
estos delitos que dentro del estado de derecho. El desafío necesario es que las
instituciones se piensen a sí mismas, sean creativas y respondan a las demandas
que está n surgiendo dentro de su marco legal y legítimo, así como sucedió en el
2011 cuando por ley se extendió el plazo de prescripció n de delitos sexuales a
menores.
Otra cuestió n sobre la cual, llamativamente, no se está hablando lo
suficiente es de la prevenció n. Esta puede cumplir un papel fundamental en los
casos que involucran menores: niñ os y niñ as que cuando son abusados no
entienden qué es lo que el adulto –muchas veces de confianza- le está haciendo, ni
si tiene que contarlo o mejor callarse avergonzado. El Programa Nacional de
Educació n Sexual Integral (la ESI) está pensado en este sentido y es necesario que
sea implementado en todas las escuelas del país y que los docentes a cargo de este
mó dulo tengan no solo la preparació n suficiente sino también la certeza de la
importancia de lo que está n enseñ ando.
Los delitos sexuales ocurrieron siempre, ocurren y seguirá n ocurriendo. Las
herramientas que tenemos residen en hablar má s sobre el tema, ser conscientes de
su gravedad y frecuencia, acompañ ar a las víctimas y encontrar la forma de que los
culpables sean castigados, todo esto dentro del imperio de las instituciones
democrá ticas y el estado de derecho.
Los delitos sexuales en tiempos de grieta

Thelma Fardin hizo pú blica su denuncia acompañ ada del colectivo Actrices
Argentinas, un grupo que se formó este añ o a la luz del debate del proyecto
legislativo de legalizació n del aborto y que, durante todos estos meses, tuvo una
importante presencia en medios defendiendo las causas de mujeres.
La acusació n de Fardin resultó ser el puntapié inicial de una gran cantidad
de denuncias de delitos sexuales, que no tardaron en llegar a los partidos políticos.
Los partidos políticos modernos nacieron como un lugar de hombres,
décadas antes de que las mujeres pudieran votar o que, incluso, pensaran que el
á mbito pú blico era un lugar que podían ocupar. Las prá cticas que allí se sucedían
ni siquiera entran en la clasificació n de machismo, toda vez que el machismo es
algo relacional y en esos espacios no había mujeres con las cuales relacionarse. Era
un especio exclusivo de los hombres y, como tal, estaba ligado al ejercicio de los
peores vicios: la violencia, el alcohol y la prostitució n, entre otros. A comienzos del
siglo XX existió una gran preocupació n por regenerar estos espacios y allí empezó
a surgir la idea de que la participació n de las mujeres podía hacer que la política se
transformara en algo má s virtuoso.
Sin dudas, los añ os –y leyes como las de cupo- han ayudado a que los
partidos políticos sean un lugar má s amable para las mujeres pero ninguna
persona que haya participado de algú n partido tradicional ignora sus
características misó ginas y machistas. Son instituciones en las que hay maltrato
hacia las mujeres, una tendencia a otorgarle roles secundarios y, como vemos
ahora, sirven de escenario para delitos sexuales.
Esta semana se denunció a un senador radical y a varios dirigentes y
militantes de la Cá mpora de abuso sexual, incluso a uno de ellos de violació n. Si
bien es la justicia quien debe decir si los denunciados son o no culpables, estas
prá cticas no sorprenden. Lo que sí resulta llamativo es que dentro de los grupos
militantes feministas se haya decidido acompañ ar algunas denuncias y no decir
nada sobre otras, como si a la hora de darle visibilidad a casos de violencia sexual
importara quién es la mujer que hace la denuncia y quién es el hombre acusado.
Esto desdibuja el importante rol de estas organizaciones, que sería bueno que
represente a todas las mujeres que sufren abusos y no solamente a aquellas que
tienen preferencias políticas similares.

También podría gustarte