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Que no nos mate la literalidad

“Si supiera donde vives iría a tu casa y te secuestraría y te violaría y te mataría


para demostrar que las feministas son una mierda y estupidez”. Este fue un mensaje
privado que me llegó de alguien que no me conoce, que no conozco, que leyó un tuit
mío y decidió escribirme.
A esta altura volver sobre lo que decía el tuit que despertó polémica me parece
secundario, aunque lo voy a hacer como forma de honrar el contrato de lectura de esta
nota. El domingo a la mañana, mientras mi marido y mi hija dormían, aburrida y desde
la cama, abrí twitter. “Re machirules todos los que hoy desean feliz Día del Padre sin
visibilizar que sin mujeres no hay padres”, escribí.
Yo no hablo en inclusivo, tampoco uso la palabra “machirulo” y sí suelo usar
twitter de forma irónica y sarcástica. Más de una vez tuve discusiones fuertes con
militantes feministas porque entiendo que, en sus versiones más radicalizadas, se
vuelven intolerantes, adoptan el rol de víctimas solo para señalar a un victimario que, en
cuanto pueden, prefieren escrachar y condenar sin contemplar la existencia e
importancia del principio de inocencia y del Estado de derecho. Hace unos años escribí
esta nota, en el momento en el que el #Metoo recién asomaba. Muchas de las
preocupaciones que expresé en aquella oportunidad sobre las formas que estaba
adoptando el movimiento feminista siguen vigentes.
Un amplio sector del feminismo se viene construyendo bajo la lógica del
opresor-oprimido y busca simplemente alterar el orden de los factores. Frente a esto
vuelvo a levantar la bandera de Rita Segato: “Que la mujer del futuro no sea el
hombre que estamos dejando atrás”.
Sin dudas las mujeres muchas veces, solo por ser mujeres, son ignoradas,
invisibilizadas y sufren consecuencias que los hombres -por ser hombres- no
tienen que enfrentar. Pero eso no me lleva a pensar que los hombres tienen que
pagar una suerte de reparación histórica por todo lo que sus congéneres le han
hecho a las mujeres a lo largo de la historia. No me hace pedir revancha.
Simplemente, lo único que deseo es igualdad. Por eso abogo, en todo caso, por un
tipo de feminismo marginal en la sociedad argentina, el feminismo liberal de la
igualdad de posibilidades. Casi le podría sacar la palabra “feminismo” a mi frase
anterior y decir que si hay una causa que creo justa es que hombres y mujeres
gocen de los mismos derechos y oportunidades, sin que importe su género. Y no
creo que hombres y mujeres seamos exactamente iguales -esa conversación la
podemos dejar para otro día-, pero sí creo que las diferencias que tenemos de
ninguna forma justifican que uno sea el amo ni el siervo del otro. Creo que
hombres y mujeres podemos encontrar formas de convivencia amables para
ambos y estoy convencida que no es necesario que los hombres empiecen a jugar
un papel secundario para que las mujeres se destaquen. El escenario social es lo
suficientemente grande como para que entremos todos.
Pero esta nota no es sobre feminismo, mucho menos sobre mi postura
personal sobre el feminismo. Si tiene algún sentido mi explicación previa es el de
llenar de argumentos algo que dije al principio: mi tuit fue irónico. Es decir: mi
idea sobre el feminismo radical es bastante parecida a la de muchos que
criticaron ferozmente mi frase, sin enterarse que era un chiste. Sin embargo, pese
a poder reirme del tipo de feminismo que plantea que el hombre no merece ni día
del padre, nunca me sentí tan lejos de tantas personas que compartían conmigo
una idea.
No me preocupa que muchos no hayan entendido que lo que dije fue una
broma. ¿Qué pasa si lo hubiera dicho en serio? Sin dudas eso tampoco hubiera
merecido reacciones como “vayan a darle”, respuestas como “feminazi olor a
cebolla” y asunciones como “te abandonó tu viejo de chica”. Muchos menos
amenazas que se enuncian desde de un usuario anónimo.
El día que me convertí en meme, gente que posiblemente piensa algo
similar a lo que yo creo sobre el feminismo radicalizado, no interpretó mi
sarcasmo y me criticó. Que critiquen mis ideas me resulta interesante, confío en
el debate, me enriquezco una y otra vez a partir de él. Cuando se produce, claro.
Porque cada vez debatimos menos. ¿Sobre qué temas estamos dispuestos a
cambiar, al menos un poco, de opinión? Creo que son muy pocos. Porque,
además de la época de la inmediatez, vivimos un período de grandes certezas.
Cada uno de nosotros está muy seguro de muchas cosas y cree que quien piensa
diferente piensa mal. Esto lleva a una división automática, en el que uno queda
automáticamente en el lugar de los buenos y coloca a quien cree algo distinto en
el lugar de los malos. Buenos y malos, como superhéroes y villanos, porque de
eso trata la moralización del espacio público.
Cuando uno está convencido que tiene razón está dispuesto a decirle al
otro que se equivocó, incluso a gritárselo o, solo si es un poco más violento, a
insultarlo porque piensa algo diferente. Podríamos decir que esto ocurre más a
menudo en las redes sociales -siempre un microclima- que cara a cara. Es cierto,
pero también es real que toma esta forma en el mundo virtual porque hay una
fuerte base de ello en la vida offline.
¿Cuándo se volvió aceptable el maltrato? ¿Cuándo empezamos a
naturalizar que una persona puede decirle cosas horribles a otra solo porque
sostiene una opinión distinta o, incluso, contraria? Hay que recuperar la
amabilidad y no solo por la conversación en redes sociales, sino por la
democracia. Aprender a convivir con quien piensa diferente y respetar sus
posiciones incluso en la disidencia es una pieza fundamental para la vida en
comunidad.
En una sociedad tan acostumbrada a acudir a papá Estado para que le
solucione los problemas, resulta muy interesante el desafío de encontrar en las
acciones de los individuos las herramientas para mejorar la calidad de vida. Está
claro que esto se ve perturbado cuando desde el poder se siembran discursos de
odio, de rechazo y repudio a quien opina distinto. Pero todos los que formamos
parte de la opinión pública tenemos un interesante desafío: hay que fomentar las
expresiones diferentes, hay que tolerar el humor aun cuando no nos cause gracia
y hay que militar siempre la amabilidad. Es un claro ejemplo en el que la
colaboración mutua nos va a hacer mejores: no es unos contra otros, es todos
juntos.

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