PRÁCTICA DE DIGITACIÓN SECRETARIAL

2020

Capítulo III

E n las provincias donde se cría la alpaca, y es el comercio de lanas la principal

fuente de riqueza, con pocas excepciones, existe la costumbre del reparto antelado que

hacen los comerciantes potentados, gentes de las más acomodadas del lugar.

va acompañada, casi da montañas, los pone a

la necesidad de la salvo? No...
P existencia
infierno
de
para
un
esos
bárbaros. Los
propietarios de alpacas
indios
E
emigran de sus chozas
en las épocas de
ara los adelantos reparto, para no recibir
forzosos que hacen aquel dinero
los laneros, fijan al adelantado, que llega a l cobrador, que es el
quintal de lana un ser para ellos tan mismo que hace el
precio tan ínfimo, que maldito como las trece reparto, allana la choza,
el rendimiento que ha monedas de Judas. cuya cerradura
de producir el capital ¿Pero el abandono del endeble, en puerta
empleado excede del hogar, la erraticidad en hecha de vaqueta, no
quinientos por ciento; las soledades de las ofrece resistencia: deja
usura que, agregada a encumbradas sobre el batán el dinero,
las extorsiones de que
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y se marcha enseguida, ¡Ah! Plegue a Dios
para volver al año que algún día,
siguiente con
lista ejecutoria, que es
la
L ejercitando su bondad,
decrete la extinción de
el único juez y testigo la raza indígena, que
para el desventurado después de haber
deudor forzoso. ostentado la grandeza
imperial, bebe el lodo del
oprobio. ¡Plegue a Dios la
C a pastoral de uno de los
más ilustrados obispos
extinción, ya que no es
posible que recupere su
que tuvo la Iglesia dignidad, ni ejercite sus
derechos!
peruana hace mérito de
estos excesos, pero no

E
se atrevió a hablar de
las lavativas de agua
umplido el año se
fría que en algunos
presenta el cobrador
lugares emplean para
con su séquito de diez o
hacer declarar a los
doce mestizos, a veces
indios que ocultan sus
disfrazados de soldados;
bienes. El
y, extrae, en romana
indio teme aquello más l amargo llanto y la
especial con
aún que el ramalazo del desesperación de
contrapesos de piedra,
látigo, y los inhumanos Marcela al pensar en la
cincuenta libras de lana
que toman por la forma próxima llegada del
por veinticinco. Y si el
el sentido de la ley, cobrador eran, pues, la
indio esconde su única
alegan que la justa explosión
hacienda, si protesta y
flagelación está angustiosa de quien
maldice, es sometido a
prohibida en el Perú, veía en su presencia
torturas que la pluma
más no la barbaridad todo un mundo de
se resiste a narrar, a
que practican con sus pobreza y dolor
pesar de pedir venia
hermanos nacidos en el infamante.
para los casos en que la
infortunio.
tinta varíe de color.

Capítulo IV
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2020
L
ucía no era una mujer vulgar.
Había recibido bastante buena
educación, y la perspicacia de su
inteligencia alcanzaba la luz de la
verdad estableciendo comparaciones.
De alta estatura y color
medianamente tostado, lo que se llama
en el país color perla; ojos hermosos
sombreados por espesas pestañas y
cejas aterciopeladas; llevaba además
ese grande encanto femenino de una
cabellera abundante y larga que,
cuando deshecha, caía sobre sus
espaldas como un manto de carey
ondulado y brillante. Su existencia no
marcaba todavía los veinte años, pero
el matrimonio había dejado en su
fisonomía ese sello de gran señora que
tan bien sienta a la mujer joven cuando
sabe hermanar la amabilidad de su
carácter con la seriedad de sus
maneras. Establecida desde un año
atrás con su esposo en Kíllac, habitaba
«la casa blanca», donde se había
implantado una oficina para el
beneficio de los minerales de plata que
explotaba, en la provincia limítrofe,
una compañía de la cual don Fernando
Marín era accionista principal y, en la
actualidad, gerente.
Kíllac ofrece al minero y
comerciante del interior la ventaja de
ocupar un punto céntrico para las
operaciones mercantiles en relación
con las capitales de departamentos; y la
bondad de sus caminos presta alivio a
los peones que transitan cargados con
los capachos del mineral en bruto, y a
las llamas empleadas en el acarreo
lento.
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a pastoral de uno de los ejercitando su bondad,
más ilustrados obispos decrete la extinción de
que tuvo la Iglesia la raza indígena, que
peruana hace mérito de después de haber

L
estos excesos, pero no ostentado la grandeza
se atrevió a hablar de imperial, bebe el lodo
las lavativas de agua del oprobio. ¡Plegue a
fría que en algunos Dios la extinción, ya
lugares emplean para que no es posible que
hacer declarar a los recupere su dignidad,
indios que ocultan sus ni ejercite sus derechos!
bienes. El indio teme E
aquello más aún que el
ramalazo del látigo, y
l amargo llanto y la
los inhumanos que
desesperación de
toman por la forma el
Marcela al pensar en la
sentido de la ley, alegan
próxima llegada del
que la flagelación está
cobrador eran, pues, la
prohibida en el Perú,
justa explosión
más no la barbaridad
angustiosa de quien
que practican con sus
veía en su presencia
hermanos nacidos en el
todo un mundo de
infortunio.
pobreza y dolor
¡Ah! Plegue a Dios
infamante.
que algún día,

Capítulo IV
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2020
L
ucía no era una mujer
vulgar.
Había recibido bastante buena
educación, y la perspicacia de su
inteligencia alcanzaba la luz de la
verdad estableciendo comparaciones.
De alta estatura y color
medianamente tostado, lo que se llama
en el país color perla; ojos hermosos
sombreados por espesas pestañas y
cejas aterciopeladas; llevaba además
ese grande encanto femenino de una
cabellera abundante y larga que,
cuando deshecha, caía sobre sus
espaldas como un manto de carey
ondulado y brillante. Su existencia no
marcaba todavía los veinte años, pero
el matrimonio había dejado en su
fisonomía ese sello de gran señora que
tan bien sienta a la mujer joven cuando
sabe hermanar la amabilidad de su
carácter con la seriedad de sus
maneras. Establecida desde un año
atrás con su esposo en Kíllac, habitaba
«la casa blanca», donde se había
implantado una oficina para el
beneficio de los minerales de plata que
explotaba, en la provincia limítrofe,
una compañía de la cual don Fernando
Marín era accionista principal y, en la
actualidad, gerente.
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céntrico para las operaciones
mercantiles en relación con las
capitales de   departamentos; y la

K
bondad de sus caminos presta alivio a
los peones que transitan cargados con
los capachos del mineral en bruto, y a
las llamas empleadas en el acarreo
lento.
Después de su entrevista con
Marcela, Lucía se entregó a combinar
un plan salvador para la situación de la
pobre mujer, que era harto grave,
atendidas sus revelaciones.
Lo primero en que pensó fue en
ponerse al habla con el cura y el
gobernador, y con tal propósito les
dirigió, a entrambos, un recadito
suplicatorio solicitando de ellos una
visita.
La palabra de don Fernando en
esos momentos podía ser eficaz para
realizar los planes que debían ponerse
en práctica inmediata, pero don
Fernando había emprendido viaje a los
íllac ofrece al minero y comerciante del
minerales, de donde volvería después
interior la ventaja de ocupar un punto
de muchas semanas.

https://www.youtube.com/watch?v=eyiUw8yQBrw