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La lectura del capítulo 17 del Cuarto Evangelio nos hace sentir que estamos
en terreno sagrado escuchando la oración que el Hijo de Dios le dirige a su Padre
Celestial. Jesús expresó esta oración en presencia de sus discípulos y, uno de ellos,
Juan, la dejó escrita para enseñanza de todos los creyentes de la posteridad. En
medio de la petición Jesús hace una afirmación contundente que debe servir de base
para el asunto de la unidad cristiana. Jesús dice que la meta de todo es que conozcan
al Padre como el único Dios verdadero y a Jesucristo a quien el Padre ha enviado.
En medio de un mundo tan pluralista como el de hoy esta afirmación suena
exclusivista y hasta ofensiva, pero esto es lo que Jesús afirma.
Con toda claridad el Señor Jesús afirma que en esa oportunidad él no está
rogando por “el mundo” (vr. 9), sino por los discípulos que el Padre le ha dado.
Ellos han recibido y guardado la palabra del Hijo, y, por lo tanto, han conocido y
creído que el Hijo vino del Padre (vs. 6-8). Dicho de otra manera, creen en la
preexistencia del hijo, en su unión con el Padre y en la naturaleza de su misión
como el enviado del Padre. Tienen una fe eminentemente cristológica. Esta fe sería
considerada la base fundamental de la auténtica unidad cristiana.
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Sin rodeos, el Señor Jesucristo traza la línea de diferencia entre los suyos y
los del “mundo”. En forma sencilla y a la vez profunda, él nos ofrece elementos
fundamentales para una teología de la relación y la no relación del cristiano con el
mundo. Los discípulos que el Padre le dio a su Hijo venían del mundo (v. 6: “Los
hombres que del mundo me diste”). Ahora ellos están “en “el mundo (v. 11), pero el
mundo los aborrece, precisamente porque “no son” del mundo (v. 14). Sin embargo
están allí porque el Hijo los ha enviado, así como el Padre envió al Hijo a este
mundo (v. 18). En consecuencia, no le ruega al Padre que los quite del mundo,
donde tienen una misión que cumplir, sino que los guarde del mal (v. 15), que sean
como lirios que no manchan en el fango su blancura, pero sin intentar fugarse del
mundo, sino que sean sal contra la corrupción allí imperante, y la luz en medio de
las tinieblas. Tienen una misión difícil pero no imposible, porque el Hijo intercede
por ellos y el Padre los guarda del mal y los santifica en la verdad, la verdad que él
ha revelado y que ha sido escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo.
El Señor Jesucristo pide que sus discípulos sean “uno”, así como él y su
Padre son “uno” (vs. 20-23). La unidad entre el Padre y el Hijo es
profundamente personal., ¡Tal es el sublime modelo de unidad que el Cristo pide
para su Iglesia! ¡Nada menos que la unidad existe en el Ser trinitario! La oración
de nuestro sumo sacerdote es más que suficiente para indicarnos que la
verdadera unidad cristina está muy lejos de ser meramente una gran maquinaria
eclesiástica, formada por una variedad de organizaciones que profesan ser
“Cristianos”. Mucho menos consiste la unidad cristiana en una amalgama de
religiones “cristianas” y no cristianas. No es cierto que “la doctrina siempre
divide! La doctrina de la Palabra escrita de Dios nos asegura que ya estamos
unidos en Cristo, nos fortalece en esa unidad, y nos impulsa a manifestarla en la
práctica del amor fraternal (Jn. 13:34-35).
de la verdad bíblica no creará la unidad, sino revelará más y más de ella”. Por
supuesto, las bases que los conciliaristas proponen para el cultivo de la unidad
son más amplias que las establecidas en las Sagradas Escrituras.
Cristo le pide al Padre que todos los discípulos sean uno “para que el
mundo crea”. Este propósito misionero se repite con frecuencia en la
literatura sobre la unidad cristiana, o en congresos interdenominacionales e
internacionales. Pero generalmente no se aclara con base en el capítulo 17
del Cuarto Evangelio. ¿qué se espera que el mundo crea? Jesús da a entender
que los discípulos deber ser “uno” para que el mundo crea que el Hijo estaba
con el Padre desde antes de que el mundo existiera (v. 5), y que el Hijo fue
enviado desde el cielo por su Padre (vs. 8,23). Se destaca en estas peticiones
del Señor Jesús el propósito misionero de la unidad cristiana. Le interesa a
él en gran manera que por medio de la unidad de sus discípulos el mundo
conozca y crea que él ha venido del cielo, desde la comunión y gloria con el
Padre, para ser el Salvador del mundo.