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MISA <<PRO ELIGENDO PONTIFICE>>

HOMILÌA DEL CARDENAL JOSEPH RATZINGER


DECANO DEL COLEGIO CARDENALICIO
RESUMEN
En la primera Lectura entendemos una figura del Mesías, y todo esto lo leemos cuando
Jesús va a la sinagoga de Nazaret y dice: “Esta Escritura se ha cumplido hoy” (Lc 4, 21).
Más concreto podemos transformar en algo que el Mesías hizo entender y es el año de la
misericordia del Señor. Y es ver como al encontrar a Cristo, significa también encontrar la
misericordia de Dios; en determinado, el mandato de Cristo, se ha convertido en un
importante precepto de los sacerdotes, en los cuales están ligados a proclamar, no solo con
sus palabras, sino con su propia vida, y también con los sacramentos. Por consiguiente el
Señor determino una observación importante sobre la muerte en la cruz. “Sobre el madero,
llevó nuestros pecados en su cuerpo” lo dice (1 P 2, 24). Y es relevante ver que el final lo
lograra, en Cristo Jesús, y ya gracias a Abraham, y por la propia fe recibiremos el Espíritu
de la promesa.
Ahora reconozcamos que Cristo lleva en su cuerpo y en su alma, el compromiso del mal,
toda su energía y fuerza exterminadora. Quema y convierte el mal en el desconsuelo, en el
fuego doliente. Todo esto me lleva a coincidir en el misterio pascual, es decir Cristo muerto
y resucitado; incluso toda la misericordia de Dios, me lleva a ser más solidario con el
sufrimiento y la angustia, y todo esto abarca en, “lo que falta a las tribulaciones de Cristo”
(Col 1, 24).
En cuanto a la segunda lectura pasamos a la carta a los Efesios, en determinado sustancia se
habla de tres cosas muy relevantes: en primer momento, los ministerios, y de los carismas
de la Iglesia, como dones de Cristo resucitado y que es elevado al cielo; luego, la
maduración de la fe y el conocimiento del Hijo de Dios, como un estado y contenido de la
unidad del cuerpo de Cristo; y, finalizo, con la participación común en el crecimiento del
cuerpo del Señor, es pocas palabras, la evolución del mundo en la unión con el Señor.
Observemos unos dos puntos, donde primero miraremos el camino hacia “la madurez de
Cristo”, por lo tanto, deberíamos de hablar más amplio y es la “medida de la plenitud de
Cristo”, ya que estamos llamados a vivir realmente una fe adulta, como decía San Pablo
dice que: “llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina” (Ef 4, 14).
Hemos vivido en corrientes ideológicas, marxistas, el libertinaje, el individualismo radical,
el ateísmo etc. Cada momento y cada instante van naciendo sectas, y vemos lo que dice San
Pablo en (Ef 4, 14).
Por otra parte, tenemos otro aspecto: el Hijo de Dios, el hombre verdadero. Él es el
fundamento del verdadero humanismo. Debemos de establecer una fe, adulta y madura, esa
es una fe profunda y concreta en la amistad y compañía de Cristo. Lo fructífero de esta
amistad es que nos abre a todo lo que es bueno y nos da el discernimiento entre lo que es
conveniente y no conveniente, entre la mentira y la verdad. Fundamentemos esa fe en
Cristo, y en la medida que nos vamos acercando a Dios, en nuestra vida, encontraremos esa
verdad y la caridad que se funden. La caridad sin la verdad sería ciega; la verdad sin la
caridad sería como “címbalo que retiñe” (1 Co 13, 1).
En el Evangelio destaco dos criterios muy interesantes, el Señor nos va trasmitiendo estas
impresionantes palabras: “No os llamo ya siervos, sino que os he llamado amigos” (Jn 15,
15). Y es impactante mirar como Dios nos llama amigos, nos hace amigos unidos y nos
brinda su amistad. El Señor precisa la amistad de dos modos. No deben de existir secretos
entre amigos: El Señor nos brinda toda su confianza y, con base a la confianza, nos da el
conocimiento, nos revela su corazón y su rostro. En definitiva nos muestra su maravilloso
amor, que llega hasta la locura de la cruz. Nos deleita su cuerpo, en la Iglesia. Toda nuestra
debilidad humana, la transmite por el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, el
secreto de Dios que “tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único” (cfr. Jn 3, 16). Nos ha
regalado su gran amistad, ¿Pero nosotros si la aseguramos?
Sin embargo Jesús define la amistad como la comunión de las voluntades. En palabras
concretas decimos que, la amistad con Cristo es hacer la voluntad en la tierra como en el
cielo, como dice el padre nuestro. Dios ha dejado toda su voluntad en las manos del padre,
y así nos revela la libertad: “No como quiero yo, sino como quieres tú” (Mt 21, 39). Es
importante darse a conocer cuánto amamos a Jesús, cuanto más lo conocemos, crece la
alegría, agradezcámosle por darnos tu amistad Jesús.
Por otra parte, nos queda reiterar que Jesús dar alusión sobre dar fruto: “Os he destinado
para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca” (Jn 15, 16). Debemos de entender
que estamos llamados a llevar esa inquietud a todos el don de la fe, de la amistad con
Cristo. Es impresionante ver como que el amor y la amistad de Dios, abarque a todos. Los
sacerdotes están comprometidos a servir a los demás. Y lo más importante dar un fruto para
que permanezca. Nuestra mirada no puede estar cimentada en cosas terrenales, no. Lo único
que permanece constante, es el alma humana, el hombre creado por Dios, por lo tanto ese
fruto que permanece, es todo lo que hemos sembrado en las almas humanas como estas: el
amor, la sabiduría del hombre, el poder tocar el corazón; y la palabra que abre el alma a la
alegría de Dios. Así que hay que pedirle a ese buen Dios que nos ayude a dar un buen fruto,
un fruto que permanezca siempre ahí, y así la tierra sembrara semillas en el jardín del
Señor.
Para concluir retomemos la carta a los Efesios. Sus palabras transmite palabras en el salmo
68, que Cristo, al subir al cielo, “dio dones a los hombres” (Ef 4, 8). Nuestro ministerio es
un gran don de Dios a los hombres, para así, construir su cuerpo, la nueva tierra, ¡Vivamos
pues, este ministerio con mucho alegría, como don de Dios para los hombres! Pero
pidámosle al Señor para que nos dé un nuevo pastor según su corazón, roguemos por el
papa Juan Pablo II, que Cristo nos guíe a su amor, a la verdadera alegría junto con él.
Amén.
SINTESIS

En la primera lectura se nos presenta el año de la misericordia, la escuchamos con la


alegría, del anuncio de la misericordia de Dios; es importante saber si encontramos a Cristo,
encontramos en él la misericordia de Dios. Este mandato se ha transmitido a los sacerdotes,
están llamados a proclamar, pero no solo con sus palabras, sino que también con su propia
vida. Cristo lleva en su ser todo peso del mal, pero de tal manera encontramos la manera de
ser solidarios con el sufrimiento, “Lo que falta a las tribulaciones de Cristo” (Col 1, 24).
En la segunda lecturas, nos detenemos un poco en la carta a los Efesios. Se hace una visión
de la fe, y los carismas de la Iglesia, y el conocimiento del Hijo de Dios, como la unidad del
cuerpo de Cristo; además el crecimiento del cuerpo de Cristo, que en pocas palabras
podemos decir el mundo y su comunión con el Señor.
Más adelante visualicemos esa importancia de la fe madura, es aquella “medida de la
plenitud de Cristo”, y es ver como de alguna u otra manera, con el pasar de los tiempos
hemos visto cuantas corrientes ideológicas, diferentes pensamientos del hombre, el
marxismo, el libertinaje etc. Y cada instante van creciendo nuevas sectas extrañas. Nosotros
como creyentes dirigimos nuestra mirada en el Hijo de Dios, el hombre verdadero, aquel
que nos brinda su amistad y su amor, y nos hace discernir lo que es bueno y malo, el Señor
nos armoniza la verdad y la caridad. La caridad sin la verdad sería ciega; la verdad sin la
caridad sería como “címbalo que retiñe” (1 Co 13, 1).
Enfoquemos nuestra presencia en el Evangelio donde el señor nos dice: “No os llamo ya
siervos, sino que os he llamado amigos” (Jn 15, 15). Y que interesante es ver como el Señor
nos hace sus amigos, y no lo más bello es que nos regala su amistad. El Señor nos recalca
que entre amigos no debe de haber secretos, sino confianza y conocimiento. Nos presenta
su rostro su corazón.
También esa gran petición de Jesús es que lo amemos, lo conozcamos, y más aun así crece
nuestra libertad, agradezcamos al Señor por su amistad sincera. Otro aspecto importante es
dar nuestro fruto, es decir, brotar de nuestro ese fruto que está adentro de nuestra alma, y
que pueda permanecer ahí siempre, “Os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro
fruto permanezca” (Jn 15, 16). Compartamos esa amistad que Cristo nos ha regalo, a los
demás.
Para terminar quería terminar este texto con una frase que me impacto mucho y es: dejemos
que Dios opte por una persona según su corazón, y que llegue la Alegría de Evangelio en su
corazón. Que podamos de verdad ser portadores de los dones que el Señor nos ha dado, y
como dice la Carta a los Efesios con las palabras del Salmo 68 “Dio dones a los hombres”
(Ef 4, 8).

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