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MONACATO EN ITALIA.

El monacato en Italia comenzó en la segunda mitad del siglo IV. Algunos ponen a
San Atanasio como el primero, según dijo San Jerónimo, que fue quien tradujo la
Biblia al latín a lo que se le llamó la Vulgata. Hubo también muchas ascetas como
Marcela. Pero la figura más importante es San Jerónimo que nació en Estridón,
cerca de Dalmacia, en 347. Tuvo muy buena educación y estudió hebreo y griego.
Durante años estuvo al servicio del Papa Dámaso en Roma, terminaría residiendo
en Tierra Santa. Allí fundó varios monasterios de hombres y mujeres. Se dedicó a
un esmerado estudio de la escritura. A él le debemos la traducción de la Biblia, la
"Vulgata". Además, realizó numerosísimos comentarios bíblicos. Poseemos
también muchas cartas suyas.

En otras regiones de Italia también se extiende la vida monástica como en


Motecristo, Cerdeña, en donde sobresale Severino.

Los obispos favorecen el monacato entre ellos destaca San Ambrosio, obispo de
Milán, el cual en una de sus magníficas homilías despertó la vocación monástica
de San Agustín. Así también favoreció mucho a los monasterios. Además, al lado
de los monasterios se construían las iglesias.
Por último, hay que destacar el "Vivarium", monasterio de Casiodoro: Pertenece a
finales del siglo V. Cansado del ambiente romano abandona, Casiodoro, la corte.
Lo llama "Vivarium" por la cantidad de viveros de peces. Fue célebre por su
actividad intelectual. Su objetivo era aunar las ciencias sagradas y profanas.

 Al igual que los otros países de Europa occidental, Italia conservó durante mucho


tiempo un carácter puramente oriental en su observancia monástica. El clima y
otras causas sin embargo se combinaron para hacer su práctica mucho más dura
que en sus tierras de origen. En consecuencia, el estándar de la observancia
declinó, y es claro a partir del Prólogo a la Regla de San Benito que en sus días
las vidas de muchos monjes dejaban mucho que desear. Además, todavía no
había un código fijo de leyes para regular la vida del monasterio o del monje
individual. Cada casa tenía sus propias costumbres y prácticas, su propia
colección de reglas dependientes en gran medida de la elección del abad del
momento. Ciertamente, en Occidente había traducciones de varios códigos
orientales, por ejemplo, las reglas de Pacomio y Basilio y otro atribuido a Macario.
También estaba la famosa carta de San Agustín (Ep. CCXI) sobre la
administración de los conventos de monjas, y también los escritos de Casiano,
pero las únicas reglas reales de origen occidental eran las dos de San
Cesáreo para monjes y monjas respectivamente, y la de San Columbano, ninguna
de las cuales podía llamarse un código de trabajo para la administración de un
monasterio. En una palabra, el monacato seguía esperando al hombre que debía
adaptarlo a las necesidades y circunstancias occidentales y darle una forma
especial distinta a la del Oriente. Este hombre fue encontrado en
la persona de San Benito (480-543).
La conversión de la vida significa generalmente, que el monje se comporta por sí
mismo como un monje, que es como una muerte a sí mismo y al mundo y vivir
para Dios y para su obra. Un monje cristiano ha de ser un instrumento de la obra
de Dios. La estabilidad implica que el monje se compromete con su monasterio
por el resto de su vida y así, después de su muerte, será enterrado en su
cementerio.

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