Está en la página 1de 673

Acerca de este libro

Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido
escanearlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo.
Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de
dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es
posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embargo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras
puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir.
Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como
testimonio del largo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted.

Normas de uso

Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas.
Asimismo, le pedimos que:

+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares;
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales.
+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos
propósitos y seguro que podremos ayudarle.
+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine.
+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La legislación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de
autor puede ser muy grave.

Acerca de la Búsqueda de libros de Google

El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página http://books.google.com
cruzadas
las
de
Historia

Michaud
M.
ti
-

HISTORIA

DE LAS CRUZADAS.
1

I
HISTORIA

DE LAS CRUZADAS

ESCRITA

POR M. MICHAUD

TRADUCIDA DE LA SÉPTIMA EDICION

POK

O. AMADO LARROSA.

MADRID I RARCELONA
LIBRERÍA ESPAÑOLA LIBRERÍA ESPAÑOLA
CALLE RELATORES, N. 14. - j CALLE ANUIA. N. 2G.
1855
Barcelona
Imprenta de LUIS TASSO,
calle de Guardia,
í3)
ADVERTENCIA PRELIMINAR

Cuando Mr. Micliaud regresó de Orlenle en 1838^, impelido por el ferviente deseo que le animaba
de enriquecer la Historia de las Cruzadas con sus descubrimientos y observaciones de viajero, mo
dificó notablemente su obra ,.y al publicar la quinta edición adornada con unas mejoras tan considerables,
tuvo cuidado de anunciarlas en un prólogo que vamos á reproducir á nuestros lectores.
«Nada he añadido á los hechos ni á los acontecimientos ruidosos de las cruzadas , pues mi relación era
producto de un asiduo estudio de todas las crónicas y documentos históricos , y el que desee formarse
una idea de tan prolijas tareas , puede leer la Biblioteca de las Cruzadas, donde hallará reunido todo
cuanto ha podido arrancarse de la noche del olvido ó han conservado los testimonios contemporáneos. Nada
he añadido á lo que tengo dipho sobre el origen , el carácter y los resultados de la guerra de la Cruz, y si
el siglo diez y ocho vertió opiniones diversas y contradictorias acerca las grandes guerras de la edad
media , que no eran bastante conocidas ó yacian envueltas en las tinieblas de una filosofía ignorante;
ilustrados en el dia por estudios mas sinceros y por la esperiencia de las grandes revoluciones , todos
los historiadores y políticos tienen formado un parecer unánime sobre las cruzadas y sobre las consecuen
cias que produjeron. He juzgado las guerras santas como los hombres mas pensadores de mi época , y no
tengo intención de modificar ni cambiar ninguno de mis juicios.
» Mi trabajo era no obstante incompleto; pues es forzoso no olvidar que las cruzadas fueron una
peregrinación armada , que el Occidente se- arrancó, de- sus cimientos , como tantas veces se ha repetido,
para lanzarse sobre el Asia , que se alzaron para marchar á libertar á Jerusalcn innumerables ejércitos,
y que su itinerario forma con frecuencia una parte importante de su historia. Casi eran desconocidas hace
veinte y cinco años las regiones recorridas por los cruzados; olvidando la ciencia las huellas de la edad
media , solo se ocupó en rastrear escrupulosamente las de la antigüedad ; sabíamos cuál era el camino que
siguieran los Diez mil , y los sitios que hablan ilustrado las victorias de Alejandro ; pero cuando el cristiano
quería penetrar -en el Asia Menor , tumba de un millón de cruzados , y en esas comarcas donde los
peregrinos se estrellaron contra tantas dificultades y miserias y trabaron tantos combates que les conquis
taron inaccesibles lauros , no tenia mas guias que nuestros antiguos cronistas , los cuales no describen casi
nunca los sitios ó dan de ellos una idea muy oscura.
«Inútil será que descienda á prolijos pormenores para manifestar lo que en mi obra quedaba defectuoso
ú oscuro, y las noticias que faltaban para completar la historia de esos grandes movimientos dé los pueblos,
deesos sucesos gigantescos que comenzaban en Europa é iban á terminarse en Oriente. No me habían
escaseado las noticias positivas sobre todo lo acaecido en Occidente , pero al mencionar los hechos que
1
2 ADVERTENCIA PRELIMINAR.
presenciaron aquellos paiscs desconocidos, solo podía adelantar mi paso entre las sombras, y al buscar
con anhelo la verdad , solo hallaba dudas y confusión. Muchos años de inquietud he pasado contemplando
inmóvil este gran vacío de mi obra , y no se tranquilizó mi conciencia de escritor hasta que pude seguir
hasta el Oriente á los peregrinos de la cruz. He visitado todos los países que recorrieron los cruzados y he
conocido con dolor las lagunas que salté al componer mi obra : una luz vivísima ha aclarado lodo lo que
me parecía dudoso y oscuro en las crónicas, casi soy ahora testigo ocular de los sucesos , y me han parecido
mucho mas fáciles de describir los sitios y las batallas. He apreciado mejor el heroísmo de los cruzados, y
me he esplicado con mas facilidad sus peligros , sus desgracias y sus derrotas. No debo olvidarme de advertir
que se hallan aun cu los paiscs quo he visitado , los mismos pueblos , las mismas costumbres é idiomas
que en los siglos de las cruzadas , circunstancia que me ha servido felizmente para juzgar con mas
precisión y verdad, no tan solo las guerras de los cruzados, sino también las colonias que fundaron en Asia.
» Terminaré diciendo que mi digno compañero de viaje M. Poujoulat me ha ayudado con talento en la
revisión de mi trabajo. Este sabio amigo habia estudiado conmigo las crónicas de la edad media , y en
nuestra lejana correría ha visto sitios y pueblos que no he podido visitar. Reunidos posteriormente para
aclarar las verdades históricas , hemos hecho comunes nuestros esfuerzos y luces para rectificar, desarrollar
y completar los relatos de la historia.
» Los cambios y mejoras de los dos primeros tomos de la Historia de las Cruzadas consisten en una
nueva relación de las peregrinaciones , en especial de la marcha de Godofredo por el Asia Menor que está
trazada con mas prolijidad y verdad , citando en esta parte la batalla de Dorilea que es un trozo ente
ramente nuevo; en la descripción completa y exacta de los cercos de Anlioquía y de la batalla de
Ascalon , y finalmente, en una esplicacion. mas perfecta é ilustrada de la desastrosa ospedicion de 4101,
á la que siguió el sitio y la toma de Jerusalen , y que en las ediciones anteriores quedaba sumida en una
vaga oscuridad y desprovista de noticias geográficas sobre el Asia Menor. La mas importante mejora
del tomo segundo es la que atañe á la historia del reino de Jerusalen. No habia mostrado este lejano
imperio, fundado por las armas cristianas , bajo todos sus aspectos y con toda la variedad de su deslino , y el
conocimiento de los sitios y una lectura mas profunda de las crónicas, me han favorecido y coadyuvado para
dar mas interés á esta parte de mi obra. Citaré entro los relatos que han esperimentado cambios oportunos
y útiles , la cruzada de Luis VII y del emperador Conrado y la espediciou del emperador Federico I. »
Mr. Michaud añadia en una advertencia puesta al frente del tomo III , que también habia mejorado
notablemente el tercero y cuarto volumen do su Historia , que habia retocado y renovado casi enteramente
la parle de su relato en que cuenta la marcha de los cruzados hácia Constanlinopla y la conquista de la
capital del imperio griego , y quo después do haber recorrido sobre el terreno el cerco y toma de la ciudad,
estaba en el caso do dar á su historia mas precisión y exactitud. Mr. Michaud añadia por último que habia
revisado con el mayor esmero el sitio de Damiela por Juan de Briena , la desastrosa guerra de San Luis en
Egipto y todas las batallas trabadas en el Nilo desde Damiota hasta Mansurah , y que habia hecho una
descripción fiel del teatro de estos grandes sucesos.
Pero la obra de Mr. Michaud estaba muy lejos do satisfacor su conciencia do historiador tal como la daba
á luz entonces , y al volver á hojear su libro , creyó que podia recibir aun nuevas mejoras. Decidió pues
rectificar las inexactitudes locales , completar los importantes relatos , aclarar puntos quo permanecían
entre tinieblas , y caracterizar de un modo mas perfecto la marcha de los acontecimientos ; pero la
muerte sorprendió al admirable historiador cuando mas empeñado estaba en tan suprema tarea.
Su amigo y colaborador Mr. Poujoulat, el confidente desús proyectos, se encargó de escoger y
clasificar los numerosos materiales que le legó el ilustre difunto, y armado de tan precioso depósito,
llevó á cabo un estenso trabajo do revisión que abarcaba ol conjunto y los pormenores do la obra.
Entonces salió á luz la sesta edición.
Quedaban , empero , algunos vacíos , y dando oidos á las reclamaciones do la ciencia , los editores
encargaron á una ilustro pluma tres memorias sobro las colonias do los franceses en la Italia meri
dional , en la Acaya ó Morea y en la isla do Chipre , que publicaron al fin del libro bajo la forma de
Apéndice en la séptima edición. El autor de estas memorias es el traductor de la gran crónica de
Mathicu de París , cuya traducción cita con elogio Mr. Michaud repetidas veces en su historia.
HISTORIA

DE LAS

CRUZADAS

POR MICHAUD Y I'OUJOULAT.

LIBRO PRIMERO.

ORÍGEN Y PROGRESOS DEL ESPÍRITU DE LAS CRUZADAS


300—10Í5.

Ruinas de Jerusalen.—Constantino reedifica el templo.—Primeras peregrinaciones. —Cosroes II se apodera de Jerusalen —


Triunfo de Heraclio.—Exaltación de la santa Cruz.—San Antonino.—Mahoma.—Conquistas de sus sucesores. —El califa
Ornar.—Aaroun-al-Raschid.—Espiacion de Erotmond.—Nicéforo-Focas se apodera de Antioquta —Conquistas de Limisces.
—Jerusalen vuelve 6 caer bajo el dominio de los fatimitas.—El califa Hakcm.—Nueva destrucción del templo.—Muerle de
Hakcm. —Peregrinaciones del conde do Anjou , de Roberto de Normandta y del obispo de Cambray.—Desgracias de los
cristianos.—Pedro el Ermitaño en Jerusalen. —Sus predicaciones.—Urbano convoca los concilios de Plasencia y de Cler-
mont.—Se resuelve la guerra santa.—Parlen los primeros cruzados.

So habían ya cumplido las santas profecías... no quedaba en Jerusalen piedra sobre piedra ; pero en el
desierto recinto de la ciudad santa se adoraba aun una tumba abierta en la roca, tumba de un Dios salvador
que quedara vacía por el milagro do la resurrección. Aun alzaba su cerviz la montaña empapada en la
sangre del Cristo, donde se consumó el misterio de la redención, y naturalmente debían ser para los cris
tianos objetos principales de su veneración y de su amor el sepulcro de Jesús y el Calvario , y for
zosamente debia ser la Judea á sus ojos la tierra mas santa del universo. Los fieles acudían fervorosamente
á estos sitios venerandos desde los primeros siglos de la Iglesia, impelidos por el santo afán de adorar las
huellas del Salvador. Los falsos dioses entraron con el emperador Elio-Adríano en la ciudad donde había
sido derrocado su poder, Júpiter tomó posesión del Gólgota, y Venus y Adonis fueron adorados en Belén; pero
bien pronto debia desaparecer el reinado profanador de una mitología espirante. La piedad de Constantino
lanzó estas imágenes que entristecian á los cristianos; la ciudad sagrada , destruida y reedificada por
Elio-Adriano con el nombre de JElia Capitalina, recobró su primitivo nombre de Jerusalen (1 ); alzóse un
templo que albergaba la tumba del Redentor y algunos de los principales lugares déla Pasión; Cons
tantino celebró el aniversario del año treinta y uno de su reinado con la inauguración de esta iglesia, a
millares de cristianos acudieron á esta solemne ceremonia, en la que el sabio obispo Eusebio pronunció
un discurso que rebosaba en la gloriade Dios (2).
( 1 ) Corrtspondtncia de Oriente, t. V.—( 2) La iglesia del Santo Sepulcro se terminó en 333. Se llamó también Martirio dií Salvador
y Gran Martirio de Jerusalen.
i HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Sania Elena, cuyo nombre ha quedado como una de las tradiciones cristianas dela Palestina , ¿hizo la
peregrinacion á Jerusalen en una edad muy avanzada, mandó que en su.presencia se abriese profundamente
el terreno y se escudriñasen las grutas que rodean el Gólgota para descubrir la verdadera cruz (4 ); y
cuando se encontró el sagrado leño , se depositó en la nueva basilica como el signo precioso de la
salvacion de los hombres. Erigiéronse iglesia* -y capillas' fundadas pop el celo de santa Elena en
Jerusalen, Belen, Nazaret , el Tabor y el Carmelo ? en las márgenes del Jordan y del lago de
Gonezaret y en la mayor parte de los lugares mancados- con las huellas del SalvadoF. ¿Quién duda que
reanimarian y acrecentarian el afan de las peregrinaciones á Palestina, la cuna del cristianismo, real
zada á la voz de Constantino que se habia convertido al cristianismo, y el piadoso ejemplo de una prin
cesa, madre de un emperador poderoso ?
Cuando el emperador Juliano intentó reedificar el templo de los judios para desvirtuar la autoridad
de las profecias, se contaron los prodigios con los cuales habia Dios desbaratado sus designios ; y
siendo desde entonces Jerusalen mas grande á los ojos de los discipulos do Cristo, veia acudir todos los
años numerosos fieles que adoraban en ella la divinidad del Evangelio. La historia es solicita en distinguir
privilegiadamente entre los nombres de los peregrinos de aquellos remotos siglos los de san Porfiro y san
Jerónimo. El primero abandonó á su patria Tesalónica á los veinte años de edad , pasó muchos años en las
soledades de la Tebaida y partió á Palestina, donde despues de haberse condenado á la vida mas humilde y
austera, llegó á ser obispo de Gaza; el segundo partió de Italia acompañado de su amigo Eusebio de Cremona ,
recorrió el Egipto, visitó varias veces á Jerusalen y decidió acabar sus dias en Belen. Paula y su hija
Eustaquia, de la ilustre familia de losGracos, y enlazadas por una santa amistad con san Jerónimo, renun
ciaron á Roma, á los deleites de la vida y á las grandezas humanas para abrazar la pobreza de Jesucristo y
vivir y morir al lado del Santo Sepulcro (2). San Jerónimo nos dice que los peregrinos llegaban entonces á
miles á la Judea , y que se oian celebrar en torno de la sagrada tumba alabanzas al Hijo de Dios en diversas
lenguas. Inundaban ya entonces al mundo revoluciones y calamidades: el antigue imperio romano se
desmoronaba bajo los rudos golpes de los bárbaros: el mundo pagano sucumbia como sucumbe todo lo que
ha llegado al término de su destino: se habia apoderado de las almas un malestar estraño en medio de las
. desgracias y de las ruinas, todos so dirigian hácia el sitio donde se alzaba una fé nueva, y como la esperanza
se hallaba entonces en el desierto, todos corrian alli á buscarla. Esto es lo que hicieron Jerónimo y otros
hijos do Occidente, y el santo no se ciñó á una simple peregrinacion , porque Roma con su civilizacion
corrompida y su eternidad que iba á terminar, no podia ya llenar su corazon, sino que se convirtió en ha
bitante de la Judea , y se quedó en su querida Belen para entregarse á un estudio profundo de los libros santos,
para velar á los piadosos viajeros y pobres cristianos del pais, y para componer bajo el cilicio y los rudos há
bitos sus admirables comentarios , los oráculos de la Iglesia latina. El viajero que baja en el dia al establo de
Belen , saluda de pasada los sepulcros de san Jerónimo , de Paula y de Eustaquia.
Multiplicábanse sin cesar al espirar ol siglo iv las peregrinaciones á Jerusalen , y no era siempre la pie
dad su invariable norma , pues aquellas largas correrias acarreaban á las veces el relajamiento de la
disciplina cristiana y el desarreglo de las costumbres , y muchos doctores de la Iglesia pronunciaron elo
cuentes palabras manifestando los abusos y los peligros de las peregrinaciones á Palestina (3). San Gre
gorio de Nisa , el digno hermano de san Basilio , fué uno de los que se levantaron con mayor viveza y
entusiasmo contra los viajes á Jerusalen : el santo obispo nos habla en una elocuente carta que ha llegado
hasta nuestros dias , de los peligros que podian hallar la piedad y las costumbres cristianas en las hos
pederias del camino y en las ciudades de Oriente , y dice que la gracia divina no se alcanza en Jerusalen
dcun modo mas especial que en cualquier otro pais , citando como prueba de su aserto los crimenes de todo
género que se cometian entonces en la ciudad santa. Queriendo justificarse san Gregorio de haber cum
plido con una peregrinacion que prohibe á los cristianos , declara que fué á Jerusalen por necesidad y para
asistir á un concilio destinado á reformar la Iglesia de Arabia , que la peregrinacion no habia aumentado
ni entibiado su fé , que antes de visitar á Belen sabia que el Hijo del hombre habia nacido de una Virgen,
que no ignoraba , antes de visitar el sepulcro do Cristo , que nuestro Salvador habia resucitado de entre
( 1 ) San Ambrosio cuenta de un modo animado y dramático la invencion de la cruz en su libro Dt obilu Theodosii.—( 1 ) Cor
respondencia de Oriente, t. IV.—(3) Obras de san Gregorio de Nisa, en folio, t. H.
LIBRO PRIiMERO — 300-1095. 5
los muertos , y que no habia tenido necesidad de recorrer el monto de los Olivos para creer, que Jesus
habia ascendido al cielo. Vosotros , los que temeis al Señor , añado el santo prelado , alabadlo en cualquiera
parte donde os halleis , pues Dios irá á visitaros alli si le preparais un tabernáculo digno do su gloria. Pero
si vuestro corazon está henchido de pensamientos perversos , aunque subais al Gólgola ó al monte de los
Olivos y esteis cerca del Santo Sepulcro , os hallareis tan lejos de Cristo como los que nunca han profesado
la fé evangelica. San Agustin y san Jerónimo se esforzaron igualmente en contener con sus exhortaciones
el entusiasmo do las peregrinaciones : el primero decia que el Señor no habia mandado que se fuera al
Oriente para ganar la justicia ó al Occidente para recibir el perdon , y el segundo decia tam
bien que lo mismo estaban abiertas las puertas del cielo para los remotos paises do los bretones
como para Jerusalon ; pero los consejos de los doctores de la Iglesia eran impotentes contra la ar
diente inclinacion de la muchedumbre, y no oxistia fuerza ni voluntad alguna sobro la tierra bas
tante poderosa para atajar á los cristianos el camino de Jerusalon. ; .. . ,
Los pueblos do Occidente que se convertian al cristianismo dirigian sus miradas hácia el Oriente,
y se veian salir continuamente del centro de las Galias , de las selvas de la Gemiania y de todas
las comarcas de Europa turbas do nuevos cristianos que marchaban á Palestina, guiados por la im
paciencia de visitar la cuna do la fé que habian abrazado. Un piadoso perogrino escribió un itine
rario que dirigia á los viajeros desdo las orillas del Ró lano y del Dordoña hasta las márgenes .del
Jordan, y les servia de guia á su regreso desde Jerusalen hasta las principales ciudades de Italia (1).
No ge interrumpieron las peregrinaciones á la Tierra Santa con las devastaciones, que afligieron al mundo
en las invasiones de los godos , hunos y vándalos; protegian á los viajeros las virtudes hospitalarias de los
bárbaros, que empezaban, á respetar la cruz do Jesucristo y acompañaban algunas veces ,á los
peregrinos hasta Jerusalen , pues en aquella epoca de desolacion y guerras un pobre peregrino con su
bordon cruzaba los campamentos poblados de cadaveres, y viajaba sin temor por en medio de los ejércitos
que amenazaban los imperios de Oriente y Occidente.
En los primeros años del siglo V la historia nos cuenta la peregrinacion de la emperatriz Eudosia,
esposa de Teodosio el jóven, mujer do talento y de piedad. A su regreso á Constantinopla, los pesares
y enemistades domésticas le convencieron de la nada de las grandezas humanas, y volvió á emprender
el camino do Palestina , dondo acabó sus dias entregada á los ejercicios de la devocion. Habiéndose
apoderado en aquella época Genserico do Cartago y do las ciudades cristianas do África , arrojados
la mayor parte de sus habitantes de sus hogares, se dispersaron por diversas comarcas del Asia y
de Occidente, y un gran número de ellos fuéron á pedir un asilo á la Tierra Santa. Cuando Beli-
sario reconquistó el África, entre los despojos de los bárbaros se encontraron los ornamentos del
templo de Salomon arrebatados por Tito, y estos preciosos despojos que la suerte de las armas tras
ladara á Roma y despues á Cartago, fueron llevados á Constantinopla, y posteriormente á Jerusalen
donde aumentaron el esplendor del Santo Sepulcro. De modo que las guerras , las revoluciones y los
desastres del mundo cristiano dieron mas brillo y grandeza á la ciudad do Jesucristo.
Una guerra originada en la Persia turbó bajo el reinado de Horaclio la seguridad que disfrutaban
los habitantes de la Tierra Santa ; los ejércitos de Cosroes II invadieron la Siria, la Palestina y el
Egipto; la ciudad santa cayó en poder de los adoradores dol fuego, y los vencedores devastaron los
pueblos, saquearon los templos y arrebataron un gran: número de. ¡esclavos. Las desgracias de Jeru
salen oscitaron la compasion del mundo cristiano, y todos los fieles, derramaron copiosas lágrimas al
saber que el rey de Persia se habi« llevado entre los despojos de los vencidos la cruz del Salvador
que se conservaba en la iglesia de la Resurreccion. ... '. . ',
El cielo se compadeció, empero, de las oraciones y del dolor de los cristianos, pues tras diez años
de derrotas, Heraclio llegó por fin á triunfar de los enemigos del cristianismo y del imperio , y
haciendo pedazos las cadenas de los esclavos cristianos, los condujo á Jerusalen. Yióse entonces á un
emperador de Oriente andando á piés descalzos por las calles de la ciudad santa, y llevando sobre
sus hombros hasta el Calvario el madero do la verdadera cruz, que miraba como el mas glorioso

( i ! Se hallara al fin de esta obra un escelente anúlisis del Itinerario de Burdeos a JerusaUtt, por Mr. Walekenaer.
0 HISTORIA DK LAS CRUZADAS.
trofeo de sus victorias. Esta imponente ceremonia fue una fiesta pora el pueblo de Jerusalen y pora
la Iglesia cristiana, cuya memoria celebra aun todos los años (4). Cuando Horaclio regresó á Cons-
tantinopl6 , fué recibido como el libertador do los cristianos , y los reyes de Occidente le enviaron
mensajeros para felicitarle por sus victorias.
Los triunfos de Heraclio aumentaron la gloria del nombre cristiano , y dieron á la Palestina y a
la Siria una libertad pacifica y una seguridad que protegia á los peregrinos. En los postreros años del
siglo vi y poco tiempo antes de la invasion de Omar , san Antonino , cuyo nombro forma uno de
los recuerdos guerreros del cristianismo , salió de Plasencia con algunos compañeros , y fué á
buscar allende los mares las huellas del divino Redentor. La curiosa relacion (2) que ha llegado hasta
nuestros dias, y que escribió uno do los' compañeros de Antonino, nos servirá de guia para seguir
á los peregrinos de Italia. Los piadosos viajeros pasaron por Constantinopla y por la isla de Chipre
para ir á la Siria, visitaron los principales puntos de las costas, la Galilea y las orillas del Jordan
antes de llegar a Jerusalen, objeto de su peregrinacion ; despues de pasar muchos dias en oracion
junto al Santo Sepulcro y en el Calvarlo, resolvieron llevar mas adelante sus correrias, se dirigieron
hácia el desierto y vieron á Ascalon y á Gaza ; llegaron á las faldas de Oreb y de Sinai despues
de muchas jornadas á través de las soledades, cruzaron el Egipto sin detenerse en las pirámides y
únicamente impregnados en los recuerdos de Maria, la madre de Jesus , penetraron hasta las már
genes del Eufrates para buscar la cuna de Abrahan, y volvieron á emprender el camino de su
patria. Los peregrinos perdieron uno de sus compañeros llamado Juan en la parte meridional de
Galilea, en el sitio llamado los Baños de Elias. El itinerario de san Antonino, del cual solo podemos
dar en esta ocasion una breve idea, es un precioso monumento para conocer el estado religioso y
politico de la Siria y la Judea en el siglo vt ; vemos por esta relacion que la Tierra Santa era
entonces un pais fértil, que aquellas regiones, tan desiertas y tristes en nuestros dias, florecian por
la religion, la agricultura y el comercio, y que en tanto que la Europa yacia abismada en las
calamidades de la guerra y de las revoluciones , la Palestina disfrutaba de ventura á la sombra del Cal
vario, y era por segunda vez la tiorra de promision.
¡ Qué pronto debia desaparecer esta dulce paz bajo la horrible tempestad que bramaba ya por el lado
de la Arabia! Los discipulos del Evangelio iban á sostener una lucha mucho mas formidable que las
que hasta entonces habian visto. El Oriente habia' llegado por fin á una de esas épocas de con
fusion y de decadencia que favorecen la invasion de las ideas nuevas, en especial cuando se presen
tan estas apoyadas por la espada : era despreciado el culto de los magos ; esparcidos por el Asia los
judios , hacian la oposicion á los sabeos y estaban entre ellos divididos , y se abrumaban mutua
mente á anatemas los cristianos bajo los nombres de eutiquianos, nestorianos y jacobitas. Despedazado
el imperio de los persas por las guerras civiles , habia perdido su poder y su brillo , y debilitado
interior y esteriormente el de los griegos, se precipitaba á su próxima ruina. Todo moria en Oriente,
dice Bossuet. Las tribus esparcidas por la peninsula árabe estaban divididas entre si en inteneses y creen
cias , no gozaban de paz , ni tenian gloria ni carácter de nacionalidad, dominaban todos aquellos
paisos la debilidad y la descomposicion; y salió de entre los universales vestigios un hombre con el
audaz proyecto de una nueva religion y un nuevo imperio.
Mahoma, hijo de Abdallah de la tribu de los Koreychitas, nació en la Meca en 569: en su
juventud fué tan solo un pobre conductor de camellos; los primeros años de su vida cruzaron sumi
dos en la oscuridad, y tal vez el genio de la meditacion le reveló la creacion de una nueva
sociedad durante los ocios monótonos y las largas marchas al través del desierto. El hijo de Abdallah
poseia en alto grado las cualidades que mas imperio ejercen sobre los pueblos de Oriente: tenia la
imaginacion que deslumhra, la energia que arrastra y la gravedad que infunde respeto, y su alma
firme y activa sabia esperar, pues como dicen los orientales, el mismo Dios es para los pacientes.

( i ) La exaltacion de la Santa Cruz, que se celebra el 14 de setiembre.—( 2 ) Es el documento mas positivo de la vida de san
Antonino , pues únicamente se sabe que sirvio en una de las legiones llamadas Tebanas. El itinerario que conocemos con su nombre
y que fue redactado por uno de sus compañeros de vioje , se hallo entre los manuscritos de la iglesia de los SS. Sergio y Bacheo
de Angers, y se imprimio en esta ciudad en 1645.
LIBRO PRIMERO.-300-1095. 7
Conocia á fondo las poblaciones de Arabia que debian servirle de' instrumento para sus vastos
designios, y tuvo cuidado de estimular sus inclinaciones guerreras y su afan de movimiento y de
dominacion. Prometió el imperio del inundo á sus discipulos al salir casi desnudos del desierto, y el
primero de sus milagros fué la victoria. El Coran, que descendió lentamente del cielo (1), tenia un
triple carácter; Mahoma so mostraba en él como poeta, como moralista y como hombro politico; sus
maravillosos relatos, escuchados con avidez en un pais dominado por la aficion á lo maravilloso, ad
quirian el encanto supremo de la lengua árabe , cuyos poderosos recursos y armoniosa riqueza
conocia Mahoma á fondo, y agotó todo el brillo y seduccion de la imágen poética para pintar un
paraiso creado para los sentidos y que debia realizar todas las ilusiones do la pasion del hombre. Al mate
rializar el Coran los sentimientos humanos y al agitar con fuerza cuanto hay de mas violento en el
corazon , predicaba tambien en muchos de sus capitulos una moral noble y pura que conducia
la razon á verdades desconocidas en medio de la corrupcion general de aquella época , y contribuia
á dar á Mahoma el carácter do un genio perfeccionador, de un enviado sublime. Las leyes prescritas
por el Coran estaban en completa armonia con las necesidades y las costumbres de los pueblos de Arabia;
no entorpecia su politica ninguna complicacion, pues era un himno elevado al Dios do la guerra, y
solo la brutal politica do la espada podia ser comprensible para- unaa tribus acostumbradas á decidir
todas sus diferencias por medio del combate. Tal era Mahoma, tal fué el caracter do la mision que
proyectó cumplir en la tierra. El hijo de Abdallah tomó de la Biblia y del Evangelio todas las ideas y
preceptos mas compatibles con el espiritu y los hábitos de su pais , imitó do los demás cultos esparcidos
por Oriente todo lo que podia convenir á sus osados proyectos do renovacion, y compuso con esta
mezcla de doctrinas diversas, el libro confuso y tenebroso que despues do mil años es el oráculo de la
mitad del mundo.
Mahoma tenia cuarenta años cuando inauguró su obra apostólica en la Meca; despues de treco de
predicacion, se vió obligado á huir do Medina para salvarse de la tribu que le perseguia , y se
empieza á contar la era musulmana desde esta fuga efectuada el 16 do julio de 622. El profeta de
Dios, como se llamaba él- mismo,, invadió en pocos años las tres Arabias al frente de numerosos disci
pulos fanatizados con sus palabras , y estaba proyectando nuevas conquistas, cuando de pronto un
veneno dió fin á sus dias en Medina en el año 942. Abu-Beker, su suegro, se adornó con el titulo
de teniente del apóstol de Dios y prosiguió la obra do la conquista duranto un reinado de veinte
y siete meses ; Ornar, sucesor de Abu-Beker , que se hizo llamar en un principio teniente del
teniente del apóstol de Dios y mas adelanto principe de los fieles , se apoderó de la Persiaj el poder
de la espada hundió bajo el dominio del islamismo con rapidez sorprendente la Siria y el Egipto,
y la nueva religion amenazó á todas las naciones; las legiones defensoras del islamismo so esparcie
ron por el Africa, clavaron el estandarte del Profeta sobro las ruinas do Cartago , y llevaron el
terror de sus armas hasta las orillas del Atlántico. Cambiáronse desde la India hasta el estrecho de
Cádiz, y desde el mar Caspio hasta el Oceáno, lenguas, costumbres y creencias, desaparecieron los
vestigios del paganismo lo mismo que el culto de los magos, y apenas subsistió vacilante y pavorido
el cristianismo. Constantinopla, el baluarte del Occidente, vió ante sus muros las innumerables hordas de
sarracenos, y sitiada la ciudad do Constantino muchas veces por mar y tierra, solo debió su salvacion
al fuego griego, á los bulgarios que acudieron en su defensa y á la inesperiencia do los árabes en el
arto de la navegacion.
Las conquistas de los árabes durante el primor siglo de la egira se circunscribieron al mar que los sepa
raba de Europa , pero cuando supieron construir naves , ningun pueblo quedó libre de su invasion ; talaron
las islas del Mediterráneo , las costas de Italia y de Grecia , se hicieron dueños á traicion ó por la
suerte do las armas de España , dondo derrocaron la monarquia de los godos, sacaron partido de la
debilidad de los hijos de Godo veo para penetrar en las provincias meridionales do la Galia , y solo
pudieron detener su marcha terrible las victorias do Carlos Martel.
Las miradas de los sarracenos se fijaron on Jerusalen en sus primeras conquistas, pues segun la
fé de los musulmanes, Mahoma habia honrado con su presencia la ciudad de David y de Salomon,
[ \ ) Mahoma empleo veinte y tres anos en componer el Coran que lingia recibir del cielo.
8 1 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
V desde ella habia subido al erelo en su viaje nocturno (1). Los sarracenos consideraban á Jerusalen
como la casa de Dios y la ciudad de los santos y de los milagros. Dos tenientes de Omar , Amru y
Serdjyl, sitiaron la sagrada ciudad que se defendió animosamente durante cuatro meses , y todos los
dias daban los sarracenos terribles asaltos repitiendo estas palabras del Coran: Entremos en la tierra
santa que Dios nos ha prometido. Los cristianos se resistian con heroismo esperando el ausilio de Heraclio,
pero nada hizo el emperador de Bizancio para salvar a Jerusalen. El mismo califa Omar entró en Palestina
para recibir las llaves y la sumision de la ciudad conquistada: los cristianos sintieron el acerbo do
lor de ver la iglesia del Santo Sepulcro profanada " con la presencia del jefe do los infieles, y el
patriarca Sofronio que acompañaba al califa, no se pudo reprimir y repitió estas palabras de Daniel:
Jü santo templo es víctima de la ignominia de la desolacion. Omar concedió a los habitantes la li
bertad religiosa, aunque les prohibió la pompa de las ceremonias; los fieles ocultaron sus cruces y
los sagrados libros, la campana dejó do llamarlos á la oracion, y Jerusalen yació hundida en pavoroso
luto. El califa edificó en el sitio dondo 60 habia erigido el templo de Salomon una grande y magni-
ca mezquita, que aun halla en nuestros dias el viajero, y el aspecto del edificio consagrado al culto
de los infieles amargó la afliccion do los cristianos. Cuenta la historia que el patriarca Sofronio no pudo
soportar la vista de tantas profanaciones y murió de dolor.
No obstante, la presencia de Omar, cuya moderacion ensalzaba «1 Oriente, contenia el celoso fana
tismo de los musulmanes, y los cristianos sufrieron mayores persecuciones despues de su muerte, pues fueron
entonces arrojados de sus hogares é insultados en áus santuarios, y los vencedores les aumentaron los tributos
quedebian pagar a los "nuevos soberanos de Palestina. Les prohibieron el uso do las armas y el montar
á caballo, les obligaron á ceñirse un cinturon de cuero que era el signo do su esclavitud, llegaron al
estremo de prohibirles el uso del idioma árabe porque era la lengua del Coran (2), y finalmente el pueblo
que permaneció fiel á Jesucristo, ni aun gozó la libertad de elegir sus sacerdotes sin la intervencion delos
sarracenos.
La invasion no bastó á contener las peregrinaciones: san Arculfo, obispo do lasGalias, cruzólos mares en
los primeros años del siglo vm, y permaneció nueve meses en Jerusalen. La relacion de su peregrinacion, es
crita por el abad de un monasterio de las islas británicas (3),vencierra muchos pormenores sobre los santos lu
gares, habla de la mezquita de Omar sin nombrarla, y los términos que emplea no dan la idea de un magni
fico monumento, pues se limita á decir que esta vil construccion sairacena podia albergar tres mil personas.
Arculfo inspira mas interés cuando describo la gruta sepulcral donde el Salvador del mundo durmió duran
te tres dias el sueño dela muerte, y cuando nos habla de las diferentes capillas del Gólgota y de la inven
cion de la cruz. ¡Cuál so anima su piedad cuando nos muestra losinstrumentos de la Pasion conservados en un
santuario y nos pinta la iglesia sin techo de la cima del monte de los Olivos, aquella iglesia cuyas ocho ven
tanas de cristales dejaba ver cada cual una lámpara encendida, y aparecian por la noche desdo Jeru
salen como globos de oro que coronaban la monta ña.desde donde el Mesias ascendió a los cielos! Arculfo nos
dice que el 45 de setiembre de todos los años se celebraba una feria en la ciudad santa, y acudia entonces
una multitud inmensa á Jerusalen; y el piadoso obispo observa que la presencia y acúmulode los camellos, ca
ballos y bueyes , llenaba de suciedad la ciudad sagrada , y que despues de la feria , una maravillosa lluvia
' hacia desaparecer estas vastas inmundicias.
Veinte ó treinta años despues de la peregrinacion de Arculfo, vemos llegar á la Siria otro obispo sajon
llamado Guillebaldo (4), cuyo viaje á los Santos Lugares escribió una religiosa de su familia. Guillebaldo
se vió hundido en una cárcel y libertado por la intervencion de un comercianto español que tenia un her
mano al servicio del emir ó gobernador de la ciudad. Cuando fué presentado delante del emir para sor
juzgado , dirigió al auditorio que le rodoaba estas notables palabras. «He visto muchos de esos hombres

( 1 ) Jerusalen se llama en arabe El Kouds, la Santidad , y tambien Btit-el-iíoiades, la casa del Santuario ( 2 ) Esta prohibi
cion duro poco tiempo, porque la lengua arabe se hizo tan comun en las comuniones cristianas de Oriente,que llegaron a.traducirso
los sagrados libros de la Biblia en el nuevo idioma. Puede consultarse este asunto en una sabia disertacion de Mr. Silvestre do
Sacy sobrelas versiones samaritanos de la Biblia ( Memoria de la Academia de las Ins.cripcioñes, t. XLIX p. 5 y siguientes ). — ,'3' Es
te abad se llamaba Adamman, el lugar de su monasterio Hii, que estaba situado segun unos en Escocia y segun otros en Irlanda,
l'n naufragio arrojo a Arculfo en estas istas. La relacion de la peregrinacion de Arculfo se halla en las Acia Bcncd. siglo II1 , parte li,
p. 505.—,4} Willibaldus, Acta Bencd. siglo III. part, 2, p. 372.
libro primero.— 300-1095. o
que vienen de su pais , pero no traen ningun proyecto hostil ni traidor , sino tan solo el de cumplir con su
fé. » Esta es la opinion que se formaba entonces sobre los peregrinos de Europa , y ella esplica por qué re
corrían estos piadosos viajeros los caminos del Oriente sin que sufriesen la menor violencia. Arculfo habia
visto doce lámparas en el interior del Santo Sepulcro , y Guillebaldo halló quince ; en la época de Arculfo
nn puente construido en el Jordan, en el sitio donde Cristo fué bautizado, facilitaba á los peregrinos ba
ñarse en las sagradas aguas , y Guillebaldo no menciona este puente y solo habla de una cuerda colocada
entre las dos orillas del rio. Habia una cruz de madera plantada en medio del rio en la época del paso de
ambos peregrinos , y las relaciones de Arculfo y de Guillebaldo guardan un profundo silencio sobre los
cambios que introdujo en la suerte de los cristianos de Palestina la invasion del islamismo.
Las guerras civiles de los musulmanes daban á los cristianos algunos intervalos de reposo. La dinastia
de los ommiades , que habia establecido la corte del imperio musulman en Damasco , inspiraba un odio
mortal al partido temible de los abbasidas , y mas se ocupaba en conservar su amenazado poderio que
en perseguir al cristianismo. Meroan II , último califa de esta familia , fué el que desplegó mas crueldad
contra los discipulos de Jesucristo , y cuando sucumbió con todos sus hermanos bajo el filo del alfange
de sus enemigos, cristianos é infieles se reunieron para dar gracias á Dios por la libertad de Oriente.
Los abbasidas tenian su corte en Bagdad , ciudad que ellos habian fundado , y esperimentaron muchas
vicisitudes cuyos efectos sentian los cristianos ; y segun dice Guillermo de Tiro el pueblo fiel en medio de
los cambios que producian los caprichos de la fortuna ó del despotismo , se parecia á un enfermo cuyos
dolores se aumentan ó disminuyen cuando el cielo está sereno ó cargado de tempestad (1 ). Los cristianos
despues de sus alternativas del rigor de la persecucion y de la alegría de la paz transitoria , vieron por
fin asomar dias mas tranquilos y felices bajo el reinado do Aarun—al-Raschid , el mas grande de los
califas de la dinastia de Abbas. Protegió en esta época las iglesias de Oriente la gloria de Carlo Magno que
habia llegado hasta los confines del Asia , y su piadosa liberalidad alivió la indigencia de los cristianos de
Alejandria, de Cartago y de Jerusalen (2). Los dos príncipes mas grandes de su siglo se dieron pruebas
de una estimacion mutua por medio de frecuentes embajadas , y en este comercio de amistad entre dos
poderosos monarcas , Oriente y Occidente cambiaron las mas ricas producciones de su suelo y de su in
dustria. El califa envió un elefante , incienso , marfil , un juego de ajedrez y un reloj , cuyo ingenioso
mecanismo causó una gran sorpresa en la corte de Carlo Magno. Los presentes del emperador consistian
en paño blanco y verde de la Frisia y en perros de caza de raza sajona (3). Carlo Magno se complació en
enseñar á los enviados del califa la magnificencia de las ceremonias religiosas , y habiendo presenciado en
Aquisgran muchas procesiones en las que el clero desplegó sus mas preciosos ornamentos , los embajadores
de Bagdad regresaron á su pais diciendo que habian visto hombres de oro (4).
No fué estraña la politica á los testimonios de estimacion que Aarun prodigaba al emperador de Occidente,
pues como estaba haciendo la guerra á los soberanos de Constantinopla , tenia razones para creer que los
griegos interesarian en pro de su causa á los pueblos mas valientes del cristianismo. Las tradiciones po
pulares de Bizancio representaban á los latinos como los futuros libertadores de la Grecia , y en uno de los
primeros sitios de Constantinopla por los sarracenos , bastó solo el rumor de la llegada de los francos
para reanimar el valor de los sitiados y lanzar el terror entre los musulmanes. El nombre de Jerusalen
ejercia ya en tiempo de Aarun tan poderosa influencia sobre los cristianos de Occidente, que era bastante
pronunciar un nombre tan venerando para dispertar su bélico entusiasmo. El califa pensó quitar á los
francos todos los pretestos de una guerra religiosa, que les hubiera inducido á abrazar la causa de los
griegos y á arrojarse sobre el Asia , y con este objeto no despreció ninguna ocasion de obtener la amistad
de Carlo Magno y le entregó las llaves del Santo Sepulcro y de la ciudad santa. Este homenaje prestado al
mas grande de los monarcas cristianos , fué celebrado con entusiasmo por las leyendas contemporáneas , y
ha dado márgen posteriormente á creer que el emperador de Occidente visitó á Jerusalen ( 6 ) .

1 ) Guillermo de Tiro, lib- I, cap. III.— 2 Uoa capitular de Cario Magno del año 810 se espresa en estos terminos: fíe cleemosina
miUenda ad F.ierusalem propler ecclesias Dei restaurártelas. (De la limosna que ha de enviarse 6 Jerusalen para reedificar las iglesias de
Dios).—[3) Dotn Bouquet, Historiadores de Francia, t. IV, p. 167.—¡i) El monje de SanGall escribio una curiosa descripcion de las
fiestas que dio Cario Magno a los embajadores de Aarun en la corte de Aquisgran : De vita Caroli Uagni.-^S) La peregrinacion
de Cario Magno esta consignada como histórica en muchas cronicas de la primera cruzada, y contada,ílíinueiusumcnteen la grande
cronica de San Dionisio. La critica moderna coloca esta peregrinacion en la categoria de los hechos íabéJoso»» "
(t.'ya.*) %
10 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Aorun trató á los cristianos de la Iglesia latina como á sus propios súbditos ; imitaron su moderacion
los hijos del califa , y Bagdad fué bajo su reinado el centro de las ciencias y las artes. El califa Almanon,
segun espresion de un historiador árabe , no ignoraba que los elegidos de Dios son aquellos que protegen
el progreso de la razon. La ilustracion suavizó las costumbres de los jefes del islamismo y Ies inspiró una
tolerancia desconocida de los compañeros de Abu-Beker y de Omar , pues en tanto que los árabes de
Africa continuaban sus conquistas en Occidente , se apoderaban de Sicilia , y la misma Roma veia sus ar
rabales y la iglesia de San Pablo invadidos y saqueados , los servidores de Jesucristo oraban en paz en
los muros de Jerusalen. Los peregrinos que acudian á esta ciudad desde los limites de Europa eran
recibidos en un hospicio cuya fundacion se atribuia á Carlo Magno , y segun la relacion del monje Ber
nardo oriundo de Francia , que hizo el viaje á la Tierra Santa en los últimos años del siglo ix con otros
dos religiosos ( 1 ) , el hospicio de los peregrinos de la Iglesia latina se componia de doce casas ú hosterias.
Estaban anexos á este piadoso establecimiento algunos campos , viñas y un jardin situados en el valle
de. Josafat, y á imitacion de los hospicios que el emperador de Occidente fundó en el norte de Europa,
tenia una biblioteca abierta para los cristianos y viajeros. Ya en el siglo vi se veia cerca de la fuente de
Siloú un cementerio donde recibian sepultura los peregrinos que morian en Jerusalen ; los servidores de
Dios habitaban junto a los sepulcros , y segun una antiquisima relacion , este sitio poblado de árboles
frutales , de tumbas y de humildes aldeas , reunia á los vivos y á los muertos y presentaba un cuadro
risueño y lúgubre al mismo tiempo. »
Agregábase á la necesidad de visitar el sepulcro de Jesucristo el deseo de recoger las reliquias buscadas
con afan por la devocion de los fieles. Todos los que regresaban de Oriente , fundaban su gloria en llevar
á su patria algunos restos preciosos de la antigüedad cristiana , y con predileccion los huesos de los
mártires , destinados para servir de ornamento y formar la riqueza de las iglesias , y los reyes y los
principes juraban sobre estas reliquias respetar la verdad y la justicia. Tambien llamaban la atencion
de la Europa los productos del Asia ; leemos en Gregorio de Tours que el vino de Gaza era en Francia
muy famoso en el reinado de Gontran , que la seda y las pedrerias de Oriente formaban el adorno, de los
grandes del reino , y que no se desdeñó san Eloy de engalanarse con las ricas telas del Asia cuando se
hallaba en la corto de Dagoberto. Los reyes de Francia nombraban un negociante judio , que recibia el
encargo de hacer anualmente un viaje al Oriente para comprar los productos de ultramar ( 2 ). Las
crónicas nos relatan que entre la multitud de europeos que llegaban á Egipto ó á la Siria habia muchos
que viajaban atraidos por la especulacion mercantil; los venecianos, los pisanos, los genoveses y los co
merciantes de Amalfi y de Marsella tenian depósitos en Alejandria , en las ciudades maritimas y en Je
rusalen (3); estendiase un mercado delante de la iglesia de Santa Maria Latina de esta ciudad, y el
comerciante que queria establecerse en él debia pagar al monasterio latino dos monedas de oro anuales.
Hemos hablado anteriormente de una concurrida feria que comenzaba todos los años el dia quince de
setiembre.
No existia ningun crimen que no pudiera espiarse con el viaje á Jerusalen y por actos de devocion
junto al sepulcro de Jesucristo. Una antigua relacion , conservada por un monje de Redon, nos hace
saber que se presentó en 868 ante el rey de Francia y una asamblea de obispos , cubierto con el
hábito del penitente , un señor muy poderoso del. ducado de Bretaña llamado Frotmond , que habia
asesinado á su tio y al menor de sus hermanos. Despues de haberle atado estrechamente con cadenas de hierro
el monarca y los prelados, le mandaron que partiese al Oriente en espiacion de la sangre que habia
vertido , y que recorriese los santos lugares con la frente marcada con ceniza y cubierto el cuerpo con
un cilicio (4). Frotmond partió á Palestina en compañia do sus servidores y de los cómplices de su

(1 ) Uno de estos religiosos era del monasterio de San Inocencio, en el pais de Bencvento, y el otro un monje español. Esta
peregrinacion se llevo a cabo en 870.—( 2 ) Existen disertaciones especiales sobre el estado del comercio antes delas cruzadas.
El abate Calier ha tratado esta cuestion examinandolas epocas de ta primera y segunda raza (Amiens, 1756). Jausser ba escrito
una disertacion sobre el mismo asunto , y puede consultarse tambien la de Mr. do Guines, vol. 37 de las Memorias de la Acad. de
las Inscripciones.—(3) Itinerario del monje Bernardo. Acta sanct. ordin. sanct. Bened., siglo ni, parte II.—¡4) El horroroso espec
taculo que presentaban los peregrinos, desnudos los mas y cargados de cadenas, ocasiono la prohibicion de estas penitencias
públicas durante una gran parte del reinado de Cario Magno,pcro se renovaron despues con mayor fuerza. Vease el prefacio de Ma-
billon. Acta sanct. ordin. sanct. Bened., siglo ir, parte II.
LIBRO PRIMERO.— 300-1095. 11
crimen, cruzó el desierto despues de haber permanecido algun tiempo en Jerusalen, llegó hasta las orillas
del Nilo, recorrió una gran parte del África , entró en Cartago , y volvió á Roma, donde el papa
Benito III le aconsejó que renovara la peregrinacion para completar su penitencia y alcanzar el com
pleto perdon de sus pecados. Frotmond visitó segunda vez la Palestina, penetró hasta las costas del
mar Rojo, pasó tres años en el monte Sinai y fué á visitar en Armenia la montaña donde se paró
el arca de Noé despues del diluvio. Cuando regresó á su patria fué recibido como un santo, se retiró
en el monasterio de Redon (1), y murió con dolor de los cenobitas á quienes habia edificado con
el relato de sus peregri naciones.
Muchos años despues déla muerte de Frotmond, el prefecto de Roma Censio, que habia ultrajado
al papa en la iglesia de Santa Maria la Mayor, arrancándole del altar y hundiéndole en un calabozo,
tuvo que emprender la peregrinacion á la Tierra Sania para conseguir la absolucion de tan atroz
sacrilegio. Tampoco intimidaban al sexo débil las dificultades y los peligros de un largo viaje pues
Elena, hijo de una familia noble de Suecia, salió de su pais entregado á la idolatria, y marchó á pié
al Oriente. Cuando regresó á su patria, despues de haber visitado los santos lugares, murió victima
de la cólera de sus padres y compatriotas, y algunos fieles conmovidos por su piedad erigieron en su
memoria una capilla de Seeland cerca de una fuente llamada aun de Santa Elena. Los cristianos del
Norte hicieron varias^ romerias á este sitio donde contemplaban una gruta que Elena habia habitado
antes de partir á Jerusalen ( 2 ) .
Antes de terminar el examen del siglo ix , debemos citar un importante documento histórico de
881 que nos delineará el estado de la Iglesia latina de Jerusalen en aquella época y nos manifestará
los lazos ds fraternidad que unian solemnemente ya entonces á los cristianos de Oriente con los de
Occidente. Es una carta de Helias patriarca de Jerusalen (3), dirigida á Carlos el Jóven , á todos
los muy magníficos , piadosísimos y gloriosísimos principes de la ilustre raza del gran emperador
Carlos , á los reyes de todos los paises de las Galios , á los condes , á los muy santos arzobispos , metropo
litanos , obispos, abades, sacerdotes , diáconos , subdiáconos y ministros de la santa Iglesia; á las santas
hermanas , á todos los adoradores de Jesucristo, á las damas ilustres , á los principes, duques, y á todos los
católicos y ortodoxos de todo el universo cristiano. Despues de hacer mencion de las numerosas tribulaciones
que sufren los cristianos de Jerusalen, de las cuales pueden hacer los peregrinos de Europa un fiel relato,
dice el patriarca, que habiéndose convertido al cristianismo el principe de Jerusalen por la misericordia
de la divina Providencia , ha permitido á los fieles que recobren sus santos edificios y reedifiquen sus san
tuarios destruidos; que no teniendo dinero suficiente para los gastos de la restauracion de los santos
lugares , los fieles se han visto obligados á pedirlo á los musulmanes ; que como estos no han querido
prestar sin ganancia ó garantia , les han entregado los cristianos sus olivares , sus viñas y sus vasos
sagrados , pero que careciendo de dinero , no pueden recobrar sus bienes empeñados , y que en tan lamen
table estado los pobres y los monjes se ven amenazados de hambre , no pudiéndose rescatar los esclavos
cristianos y faltando el aceite de las lámparas de los santuarios. Como segun las palabras del divino
Apóstol, cuando un miembro padece, deben padecer todos los demás, los cristianos de Jerusalen han pensado
implorar la piedad de sus hermanos de Europa. Habiendo ofrecido los hijos de Israel reedificar con su
propio dinero el tabernáculo , hubo precision de anunciar por medio de un pregonero que eran ya suficien
tes los dones ofrecidos , pero esta advertencia no contenia el generoso fervor del pueblo de Dios ; y el
patriarca pregunta si se mostrarán menos celosos que los isrealitas los fieles occidentales al pedir su ausilio
para la Iglesia do Jesucristo. Estos son los principales rasgos de la carta del patriarca. Ignoramos cómo
respondió la Europa cristiana , pero debemos creer que los dos monjes encargados de la carta de Helias no
regresarian con las manos vacias. ¿No es ya un presentimiento de las cruzadas esta voz salida de Jerusalen
doscientos años antes de la predicacion de Pedro el Ermitaño y que llega suplicante á las comarcas de Oc
cidente ?
En la ciudad de Bagdad habia establecidos muchos cristianos griegos y siriacos que se dedicaban al

! 1 ) El relato de la peregrinacion de Frotmond , redactado por un monje anonimo de Redon , se halla en las Acia sanct. ordin.
sane. Bened. siglo iv, partell.—(2) La relacion de la vida de santa Elena se encuentra en el septimo volumen del mes de julio de
los Bolandistas, p. 334 — (3) Esta carta esta completamente comentada en la Biblioteca de las Cruzadas, parte 1, p. 443.
12 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
comercio, ejercian la medicina y cultivaban las ciencias. Llegaban á ocupar los cargos mas eminen
tes con el influjo de su sabiduria , y algunos de ellos consiguieron el mando de las ciudades v
provincias. Uno de los califas abbasidas habia declarado que los discipulos de Cristo eran los quemerecian
mas confianza para la administracion de la Persia, y parecia por fin que los cristianos de Palestina
y de las provincias musulmanas no debian sufrir mas persecuciones , cuando estallaron de pronto
en Oriente nuevas tempestades. Los hijos de Aarun siguieron la suerte de la prosperidad de Carlo-
Magno, y el Asia se hundió, lo mismo que el Occidente, en un abismo de guerras civiles y revo
luciones.
Siendo el espiritu de conquista el móvil del imperio fundado por Mahoma , no defendiendo el estado nin
guna institucion preciosa , y girando todo en torno del carácter personal del principe , no tardaron
en aparecer los sintomas de decadencia , desde el momento en que no quedó nada por conquistar
y en que cesaron los jefes de hacerse temer é inspirar respeto. Enervados los principes de Bagdad por el
lujo y corrompidos por una larga prosperidad , abandonaron las riendas del imperio , se enterraron en sus
serrallos , y parecia que no se habian reservado mas derecho que el de ser nombrados en las oracione
públicas. Ya no animaba á los fieles el zelo ciego y el fanatismo ardiente que sintieron al salir del desierto,
y hundidos en la molicie como sus jefes , no se parecian en nada á aquellos guerreros, sus antepasados, que
lloraban por no haber estado en una batalla. La autoridad de los califas habia perdido sus verdaderos
defensores , y cuando el despotismo se rodeó de esclavos comprados en las orillas del Oxo , esta milicia es-
tranjera llamada para defender el trono , no hizo mas que precipitar su caida. Nuevos sectarios , seducidos
por el ejemplo de Mahoma y persuadidos de que el mundo debia obedecer á los que cambiasen en parte
sus costumbres ú opiniones , añadieron el peligro de las turbulencias religiosas á las conmociones politicas,
y en medio del desorden general los emires ó tenientes , de los cuales muchos gobernaban reinos inmensos,
solo prestaban un vano homenaje á los sucesores del Profeta , y se negaban á enviarles dinero y tropas. El
imperio gigantesco de los abbasidas se desmoronó completamente, y segun espresion de un escritor árabe,
el mundo quedó para el que de él podia apoderarse. Llegó á dividirse el mismo poder espiritual , y el isla
mismo vió á un tiempo cinco califas que se apropiaban el titulo de soberanos de los creyentes y vicarios de
Mahoma.
Los griegos se despertaron entonces de su profundo y prolongado letargo , y trataron de sacar par
tido de la division y decadencia de los sarracenos. Nicéforo Focas salió á campaña al frente de un po
deroso ejército , recobró á Antioquia , el pueblo de Constantinopla celebró sus triunfos , apellidándole la
Estrella de Oriente, la muerte y el azote de los infieles ( \ ) ; y hubiera merecido tal vez estos pomposos
titulos , si el clero griego hubiese secundado sus esfuerzos.
Nicéforo queria dar á esta guerra un carácter religioso y honrar con el dictado de mártires á todos los
que sucumbiesen en los combates , pero los prelados de su imperio condenaron como un sacrilegio su de
signio , y le opusieron un cánon de san Basilio , cuyo testo recomendaba al que hubiere muerto á un ene
migo que se abstuviese durante tres años de la participacion de los santos misterios. Privado Nicolás del
poderoso móvil del fanatismo^ halló entre los griegos mas panegeristas que soldados, y no pudo continuar
sus victorias contra los sarracenos á quienes exigia la religion , aun en medio de su decadencia , el
triunfo y la guerra. Los lauros ensalzados con énfasis en Constantinopla , se limitaron á la toma de Antio
quia , y solo sirvieron para escitar la persecucion de los cristianos de Palestina. El patriarca de Jerusalen
espiró en una hoguera , acusado de tener relaciones hostiles con los griegos , y fueron entregadas á las llamas
muchas iglesias de la ciudad santa (2).
Temelico llegó hasta las puertas de Amida , ciudad situada á orillas del Tigris , mandando un ejército
griego ; pero sorprendido en medio de un huracan por los sarracenos , le hicieron un gran número de
prisioneros. Los soldados cristianos que cayeron en poder de los infieles, supieron en las mazmorras de
Bagdad la muerte de Nicéforo , y no acordándose su sucesor Zacarias de su rescate , uno de sus jefes le
escribió en estos términos : «No podemos reconocer como soberano legitimo del santo imperio griego á
quien como vos nos deja perecer en una tierra maldita , y no nos considera dignos de ser enterrados segun
( 1 ) Vease 6 Luitprando: Do \*gaí\ont -[%) Lebeau, Ilittoria del Bajo Imperio, Hb. LXXV, esplica detalladamente la espedicion
de Nicéforo Pocas.
LIBRO PRIMERO.— 300-1095. 13
nuestros usos cristianos en las tumbas de nuestros padres. Si no vengáis á los que murieron ante los
muros de Amida y á los que gimen en estranjera tierra , Dios os pedirá cuenta en el dia terrible del
juicio.» Dice un historiador de Armenia , que cuando Zimisces recibió esla carta en Constantinopla (1), quedó
herido de tan vivo dolor , que resolvió vengar el ultraje que habia recibido la religión y el imperio , y se
ocupó en los preparativos de una nueva guerra contra los sarracenos. Los pueblos de Occidente cooperaron
también á esta empresa que precedió en mas de un siglo á las cruzadas ; los venecianos , que habían es
tendido su comercio hasta el Oriente , prohibieron bajo pena de la vida ó de una multa de cien libras de
oro al que vendiese á los musulmanes del África y del Asia hierro , madera ni ninguna especie de armas,
y (2) los cristianos de Siria y muchos príncipes armenios se reunieron bajo las banderas de Zimisces, que
salió á campaña y llevó la guerra al mismo territorio sarraceno. Era tanta la confusión que reinaba en
tonces entre las potencias musulmanas , y se sucedían con tal rapidez las dinastías , que apenas puede la
historia saber cuál era el príncipe que dominaba entonces en Jerusalen. Después de haber vencido Zimisces
á los musulmanes en las orillas del Tigris, y de obligar al califa de Bagdad á que pagase un tributo á los
sucesores de Constantino , avanzó hasta la Siria , se apoderó de Damasco , y atravesando el Líbano , sometió
todas las ciudades de la Judea. Manifiesta el emperador , en una carta dirigida al rey de Armenia , el sen
timiento que le ha causado no haber podido visitar la ciudad santa , que acababa de ser libertada de los
infieles y á la cual habia enviado una guarnición cristiana.
Zimisces se ocupaba en continuar la guerra contra los musulmanes y se proponía conquistarles con nue
vas victorias todas las provincias de Siria y Egipto, cuando murió víctima de un veneno. Su muerte fué la
salvación del islamismo que recobró todas sus ciudades. Distraídos los griegos con los intereses interiores,
olvidaron sus conquistas, y Jerusalen y todos los paises arrancados al yugo sarraceno, sucumbieron en
tonces bajo el alfange de los fatimitas , que acababan de establecerse en las márgenes del Nilo , y que á
merced del desórden en que yacian las potencias de Oriente , eslendian su dominación.
Los nuevos soberanos de la Judea trataron en un principio á los cristianos como á aliados y ausiliares,
y con la esperanza de aumentar su tesoro y reparar los males de la guerra , apoyaron el comercio de los
europeos y las peregrinaciones á los santos lugares. Restableciéronse en la ciudad de Jerusalen los mercados
de los francos , los cristianos reedificaron los hospicios de los peregrinos y las iglesias arruinadas , y pare
cidos al cautivo que siente á las veces un alivio cambiando de señor , se consolaban viéndose sometidos á
las leyes délos soberanos del Cairo, concibiendo una justa esperanza de ver terminados todos sus con
flictos, cuando se sentó en el trono de Egipto el califa Hakcm , hijo de una cristiana y sobrino materno
del patriarca de la ciudad santa. Pero Dios, que deseaba poner á prueba, según se espresan los autores
contemporáneos , la virtud de los fieles , no tardó en convertir en humo tan halagüeñas esperanzas y
suscitó nuevas persecuciones.
Uakem , el tercer califa fatimita , hizo memorable su reinado por todos los escesos del fanatismo y la
demencia ; agitado por proyectos contradictorios y flotando entre diversas religiones, persiguió y protegió
alternativamente al cristianismo ; no respetó la política de sus antecesores ni las leyes que él mismo habia
establecido ; cambiaba hoy lo que habia hecho el dia anterior , y esparcía en to^po suyo el desórden y la
confusión. En medio de la irresolución de sus pensamientos y en la embriaguez de su poderío , llegó hasta
el delirio de creerse un dios. El terror que inspiraba le acarreó bajos adoradores, le erigieron altares
cerca de Fosfat (antiguo Cairo), que habia entregado á las llamas , y diez y seis mil subditos se prosternaron
ante él ( 3 ) orándole é implorándole como al soberano de los vivos y los muertos.
Aunque aborrecía Hakem á Mahoma , no se atrevió á perseguir á les musulmanes que formaban el

( 1 ) Debemos gran parte de estos pormenores á una obra armenia compuesta en el siglo xii por Mateo deEdeso, de la cual
ha traducido en francés algunos fragmentos Mr. Chaband de Cirbied.—(2) Muratori, Anales de Italia , t. V, p. *35. Prohibición
renovada a cada instante , dice este sabio, y violada continuamente.—(3) Guillermo de Tiro.lib. I. Los drusos del monte Lí
bano invocan aun a Hakem como un profeta. Puede consultarse a Nicbuhr, Viajes, tom. II, p. 334-757 ; el Vioje de Volney y la Cor
respondencia de Oriente, t. VII. También puede consultarse una Memoria de Mr. Silvestre de Sacy sobre el culto que los drusos
rinden al becerro ( Mcmor. déla Acad. de las Inscripciones, t. III, p. 7iysig. nuera seria). La Crestomatia árabe del mifmo autor
trae también curiosos detalles sobre Hakem y sus estravagancias ; t. I, segunda edición. Este sabio reúne en ella todo lo qae dicen
Makrisi y los demás autores árabes , y aun algunos testos originales. Gibbon ( cap. LVII ) ha retratado á esle califa con rasgos muy
perfectos y filosóficos.
U HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
núcleo de sus estados , y temiendo el dios por la autoridad del principe, descargó toda su cólera sobre
los cristianos que entregó al furor de sus enemigos. Habian escitado el odio de los musulmanes los cargos
que desempeñaban los fieles en la-administracion , y los abusos introducidos en la recaudacion de los
impuestos de que estaban encargados , de modo que cuando el califa Hakem dió la señal de la persecucion,
hallaron por do quiera cadalsos y verdugos. Fueron perseguidos al principio por haber abusado del poder :
dirigiéronse enseguida los tiros de la venganza mahometana contra la religion de Jesucristo, siendo mas
culpables los mas piadosos de entre los fieles ; corrió la sangre de los cristianos en todas las ciudades de
Egipto y de Siria , aumentando el furor de los perseguidores , el valor que mostraban en medio de los
tormentos, y las quejas que lanzaban en su miseria; y las mismas oraciones que dirigian á Jesucristo
pidiendo un término á tantos males , eran consideradas como traiciones y castigadas cual el mas culpable
atentado ( 4 ).
Es creible que las razones politicas se agregarian entonces al ardor del fanatismo para escitar la perse
cucion de los cristianos. El arzobispo de Ravena Gerberto , que llegó á ser papa bajo el nombre de
Silvestre II, habia presenciado los males y conflictos de los fieles en una peregrinacion que hizo á Jeru
salen , y escitó á su regreso á los pueblos de Occidente á empuñar las armas contra los sarracenos. Repetia
en sus exhortaciones la voz de la misma Jerusalen que se lamentaba de sus desgracias , y suplicaba á sus
hijos los cristianos , que partieran á romper sus cadenas. Conmovieron á los pueblos los gemidos de Sion (2);
los pisanos, ios genoveses y Boson, rey de Arles, emprendieron una espedicion maritima contra los sarra
cenos y llevaron á cabo una escursion a las mismas costas de la Siria (3). Estas hostilidades y la afluencia
de peregrinos qúe de dia en dia eran en mayor número , debian aumentar forzosamente la desconfianza de
los soberanos de Oriente, y alarmados los sarracenos con presagios siniestros y por las amenazas impru
dentes de los cristianos, miraron á los discipulos de Cristo como á sus mas encarnizados enemigos ( 4 ).
Imposible seria esplicar , dice Guillermo de Tiro , todos los géneros de persecuciones que sufrieron en
tonces los fieles , y existe entre los rasgos de barbarie citados por los historiadores , uno que ha inspirado
al Tasso la idea de su interesante episodio de Olinda y Sofronia. Uno de los mas feroces enemigos de los
cristianos arrojó durante la noche un perro muorto en una de las principales mezquitas de la ciudad con
objeto de irritar el odio de sus perseguidores; los primeros que acudieron á la oracion de la mañana,
quedaron llenos de terror al ver esta profanacion : se oyeron al punto en toda la ciudad gritos amenaza
dores , se acumuló la muchedumbre tumultuesamente en torno de la mezquita , y acusando á los discipulos
de Jesucristo, juraron todos lavar con sangre el ultraje hecho a Mahoma. Todos los fieles iban á ser
victimas de la venganza de los musulmanes, y ya se preparaban á morir, cuando se presentó ante ellos
un jóven cuyo nombre no ha conservado la historia , y les dijo : « La mayor desgracia que puede suceder
es que perezca la Iglesia de Jerusalen ; el ejemplo del Salvador nos enseña que debe sacrificarse uno solo
para libertar á los demás ; prometedme que bendecireis todos los años mi memoria y honrareis á mi familia,
é iré , ayudado de Dios , á desarmar la muerte que amenaza á todo el pueblo cristiano. » Los fieles aceptaron
el sacrificio de este generoso mártir de la humanidad y juraron bendecir eternamente su memoria. Se de
cidió que para honrar su^lescendencia -, cada uno de sus parientes llevaria , entre las ramas de palmera, el
olivo consagrado á Jesucristo en la solemne procesion que se celebra todos los años en la festividad de
Pascua ; y satisfecho el jóven cristiano con el honor que alcanzaba en cambio de su vida perecedera , se
separó de la asamblea que derramaba copiosas lágrimas , y se presentó delante de los jueces musulmanes
acusándose del crimen que se imputaba á todos los discipulos del Evangelio. Los jueces se interesaron poco
en favor de tan heroico sacrificio , y pronunciaron contra él solo la sentencia terrible. Dejó de suspender
sobre la cabeza de los fieles el cuchillo vengador , y el que se sacrificó por ellos , ascendió al cielo á recoger
el premio reservado á los que inflama el fuego de la caridad.
Pero no fué esta la única desgracia de los cristianos de Palestina ; quedaron prohibidas todas las ceremonias

í 1 1 Causa asombro leer en la Historio arabe de Egipto de Soyouty las vejaciones de que fueron victimas los cristianos , a los
cuales obligaron bajo pena de destierro y aun de muerte a llevar sobre el pecho cruces de madera del peso de cuatro rotls 6 li
bras de Egipto.—'. i) La carta de Gerberto, verdadero modelo de elocuencia, es de 986 , y esta traducida en la Biblioteca de tas
Cruzadat.—[3) Muratori, Rerum italicar. Scriploret, t. III, p. 400.— ( 4) Cronic. Ademar, Dom Bouquet historiadores de Francia,
t. X, p. 152.
LIBRO PRIMERO.— 300-1095. lo
dela religion, convertidas en establos la mayor parte de las iglesias , destruida desde sus cimientos la del
Santo Sepulcro, y lanzados de Jerusalen los cristianos, que se dispersaron por todas las comarcas de Oriente.
Cuentan los historiadores antigues que el mundo participó del luto de la ciudad santa y que se estremeció
de terror y turbacion. El invierno invadió con sus hielos y rigores las regiones donde era desconocido , se
congelaron las aguas del Bosforo y del Nilo , se sintió un terremoto en la Siria y en el Asia Menor , y sus
sacudidas , que se repitieron per espacio de dos meses , destruyeron muchas ciudades. Cuando llegó á
Occidente la triste noticia de la destruccion de los santos lugares (1 ) , todos los cristianos vertieron amargas
lágrimas. Puede leerse en la crónica del monje Glabes que tambien vióen Europa los signos precursores
de una gran calamidad , que cayó en Borgoña una lluvia de piedras y apareció en el cielo un cometa y
otros metéoros amenazadores. Inmensa fué la agitacion que se apoderó de todos los pueblos cristianos, pero
no empuñaron las armas contra los infieles , y su venganza recayó sobre los judios , á quienes acusó la
Europa entera de haber escitado la furia de los musulmanes ( 2 ) .
Las calamidades de la ciudad santa la hicieron aun mas venerable á los ojos de los fieles , la persecucion
aumentó el piadoso afan de los que iban al Asia á contemplar la ciudad divina convertida en escombros,
y Dios distribuia mas especialmente sus mercedes y se complacia en manifestar su voluntad en la Jerusalen
cubierta de luto. Aprovechándose los impostores de esta creencia de los pueblos cristianos , abusaron con
frecuencia dela credulidad de la multitud, y con objeto de hacer creer sus palabras, enseñaban cartas,
que, segun ellos decian , habian caido del cielo. Era muy general en Europa en esta época una prediccion
que anunciaba el fin del mundo y la próxima aparicion de Jesucristo en Palestina , y todos los pensamientos
se dirigian hácia Jerusalen. Nos dice el cronista Glabes que jamás habia sido tanta como entonces la afluen
cia de peregrinos , que todos se dirigian á los santos lugares para ir á esperar la venida del Juez supremo,
que en un principio inundaron los caminos de Jerusalen turbas de mendigos y gentes del pueblo , y que
cedieron despues al movimiento general los barones, los condes y los principes. La sombria inquietud que
arrastraba á los fieles á la peregrinacion, les inducia tambien á las fundaciones piadosas , y mirando los
ricos como humo y nada todos los bienes de la tierra , trabajaban para amontonar los tesoros del cielo. Mu
chas escrituras de donacion empiezan con estas curiosas palabras: Estando próximo el fin del mundo; te
miendo el dia del juicio etc. (3). Esta creencia de la proximidad del fin del universo es muy digna de no
tarse, y nos indica el profundo malestar de los pueblos de Europa en el siglo X, y esa tristeza que
comunmente se apodera de las generaciones destinadas á engendrar grandes cosas. Siempre que abruma á
una época el presentimiento vago de alguna novedad , como es para ella desconocido lo que ha de suceder,
principia por turbarse y aterrarse , creyendo que el mundo va á perecer , y el siglo x estaba enfermo de la
revolucion que encerraba en su seno. | Qué revolucion tan importante... las cruzadas, que iban á estallar
en el próximo siglo !
La muerte del califa Hakein , el opresor de los cristianos de Jerusalen, suavizó el dolor de los proscritos.
-El malvado califa Hakem, dice Guillermo de Tiro, salió por fin de este mundo , y Daher , que le sucedió,
permitió que los fieles reedificasen la iglesia del Santo Sepulcro. » El emperador Constantino , á cuya
caridad habian recurrido los fieles , dió de su propio tesoro las sumas necesarias para esta restauracion, y
treinta años despues de haber caido en escombros el templo de la Resurreccion , se alzó de pronto , siendo
una imágen del mismo Jesucristo , que venciendo á la muerte , salió glorioso de las sombras de la tumba (4).
Hemos visto en los ejemplos del noble Frotmond y de Censio que la peregrinacion á Jerusalen se im
ponia algunas veces como una penitencia. Estos ejemplos eran muy frecuentes en el siglo xi : se prescribia
el viaje á los santos lugares particularmente á los que estaban manchados con la sangre de sus hermanos,
á los que dilapidaban las riquezas de la Iglesia y á los infractores de la tregua de Dios ; y los grandes
pecadores eran condenados á abandonar por algun tiempo su patria y á arrastrar una vida errante como
Cain. Esta clase de penitencia se adecuaba perfectamente al carácter activo ó inquieto de los pueblos de

i ) Lebcau , Historia del Bajo-Imperio, esplica circunstanciadamente estos sucesos , lib. LXXVI.—(2) La cronica de Glabes, que
trae los hechos que acabamos de relatar, se halla en la Biblioteca de las Cruzadas, t. 1. Este historiador es digno de consultarse para
comprender tas epocas anteriores a las Cruzadas.— (3) Puedo citarse la escritura de fundacion del priorato de Saint-Germier
948), la de donacion de Arnaldo, conde de Cominges, a la abadia de Lezat (944) y la de donacion de Roger , conde de Carcasona.
publicadas en las Pruebas de la historia del Languedoc, por Dom. Vaissette, t. II.—( 4 ) Guillermo de Tiro, lib. I
16 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Occidente , y debemos añadir que la devocion á las peregrinaciones tiende tan directamente á los sentimien
tos mas naturales del hombre , que todas las religiones antiguas y modernas las han adoptado y aun
alentado con predileccion. Si es bastante para despertar en nuestras almas nobles é interesantes recuerdos
la vista de una tierra que han habitado héroes y sabios , aunque su historia no se enlace con ninguna de
nuestras creencias , y si la imaginacion del filósofo se exalta al aspecto de las ruinas profanas de Palmira,
de Menfis ó do Atenas ; ¿ qué profundas emociones no debian sentir los cristianos en los sitios santificados
por la presencia de su Dios, y que ofrecian á sus ojos y á su alma la cuna de la fé viva de que estaban
animados? ¿No podemos creer tambien que estas lejanas romerias entraban en las miras generales de la
Providencia, que quiere que los pueblos, separados por largas distancias , se aproximen y se comuniquen
para civilizarse?
A pesar de que casi todos los cristianos de Occidente eran tan desgraciados en su patria , olvidaban mu
chas veces sus padecimientos en los lejanos viajes , y parecia que solo iban en sus romerias guiados por
el afan de hallar las huellas de una divinidad protectora ó de algun glorioso personaje. Todas las provin
cias tenian un mártir ó apóstol cuyo apoyo imploraban , y todas las ciudades un sitio solitario que con
serva la tradicion de un milagro ó una capilla abierta para los peregrinos. Los pecadores mas culpables(l)
ó los fieles mas fervientes se esponian á los mayores peligros y partian á los lugares mas remotos ; ora
dirigian sus pasos hácia la Pulla y la Calabria, visitaban el monte Gargano , célebre por la aparicion de
san Miguel , ó el monte Cassino , famoso por los milagros de san Benito ; ora cruzaban los Pirineos y el
pais dominado por los sarracenos é iban á orar ante las reliquias de Santiago, patron de Galicia ; unos se
dirigian á Roma, como el rey Roberto, y se prosternaban sobre las tumbas de los apóstoles san Pedro y san
Pablo; otros llegaban hasta Egipto, donde habia pasado la niñez Jesucristo, y recorrían las soledades de
Tebas y de Menfis , habitadas por los discipulos de Pablo y Antonio.
Un gran número de romeros se dirigian hácia la Palestina, llegaban á Jerusalen por la puerta de
Efraim , donde pagaban un tributo á los sarracenos; despues de prepararse con el ayuno y la oracion, se
presentaban en la iglesia del Santo Sepulcro , cubiertos con un sudario que conservaban toda su vida
cuidadosamente y con el cual se amortajaban despues do su muerte ; recorrían con santo respeto la mon
taña de Sion, el monte de los Olivos y el valle de Josafat , y salian de Jerusalen para visitar á Belen donde na
ció el Salvador del mundo , el monte Thabor donde se trasfiguró , y todos los sitios testigos de sus milagros.
Los peregrinos iban despues á bañarse en las aguas del Jordan y cogian en el territorio de Jericó palmas
que llevaban á Occidente.
Era tanta la devocion de los siglos x y xi , que la mayor parte de los cristianos hubieran temido mos
trar una culpable indiferencia religiosa no llevando á cabo algunas peregrinaciones. Todo el que se salvaba
de un riesgo inminente ó triunfaba de sus enemigos , empuñaba el baston de romero y partia hácia los
santos lugares , y el que habia alcanzado con sus oraciones la conservacion de un padre ó de un hijo, iba á
dar gracias al cielo lejos de sus hogares y á los sitios consagrados por las tradiciones religiosas. Era muy
frecuente que un padre hiciese el voto de la peregrinacion de su hijo en la cuna , y el primer deber de
este al salir de la infancia consistia en cumplir el voto de sus padres. Muchas veces un sueño ó una apa
ricion representada durmiendo imponia á un cristiano la obligacion de hacer una peregrinacion , de modo
que la idea de estos piadosos viajes no solo era debida á los sentimientos religiosos , sino que se mezclaba
en todas las virtudes y flaquezas del corazon del hombre, lo mismo que en todos los pesares y alegrias de
la tierra.
Los peregrinos hallaban buena acogida en todas partes , y en pago de la hospitalidad solo les pedian
oraciones , que era el único tesoro que llevaban consigo. Habiéndose presentado uno de ellos que deseaba
embarcarse en Alejandria para Palestina á bordo de una nave con su bordon y su zurron , ofreció para
pagar su pasaje un libro de los Evangelios. Los peregrinos no tenian en sus viajes mas defensa contra los
ataques de los malvados que la cruz de Jesucristo , ni mas guia que los ángeles á quienes Dios ha mandado
que velen á los nifws y dirijan todos sus pasos.
( 1 ) Se distinguian dos especies de peregrinaciones ; las menores y las mayores. Las primeras eran aquellas que solo seestendian
6 ciertos oratorios situados en Francia (Ducange , V. Peregrinationes : Mss. de Chalvet, De ffecrefic1 y las mayores comprendian las
peregrinaciones a Santiago de Galicia , 6 Roma o a la Tierra Santa ( Ducange, id. ) Se puedeu consultar los discursos de Fleury
sobre las penitencias canonicas y las peregrinaciones.
LIBRO PRIMERO.— 300-1095. 17
Las persecuciones que sufrían en sus romerías, aumentaban la reputación de los peregrinos y los hacian
mas recomendables á la veneración de los fieles. El esceso de su devoción les inspiraba con frecuencia
el desprecio de los peligros , y la historia cita un monje llamado Bernardo , abad de San Viton de Verdun,
que cuando llegó al pais de los infieles , se paraba en las puertas de las ciudades á celebrar el oficio divino,
y esponiéndose sin cesar á los ultrajes y violencias de los musulmanes , cifraba su gloria en sufrir toda
clase de tormentos por la causa de Jesucristo.
El mayor mérito á los ojos de los infieles , además del de la peregrinación , consistía en dedicarse al
servicio de los romeros , y se habían edificado hospicios para acoger á los viajeros en las orillas de los
rios , en los lugares desiertos, en la cima de las montañas y en el centro de las ciudades. Los peregrinos
que iban desde Borgoña á Italia hallaban hospitalidad desde el siglo ix en un monasterio edificado en el
monte Cenis , y en el siglo siguiente dos monasterios, donde se daba asilo á los viajeros estraviados , reem
plazaron los templos de los ídolos en los montes de Joux , que perdieron desde entonces el nombre que les
había dado el paganismo y tomaron el de su piadoso fundador san Bernardo de Mentón ( 4 ) . Los cristianos que
partian á Judea , encontraban un gran número de estos asilos fundados por la caridad en las fronteras
de Hungría y en las provincias del Asia Menor.
Habia en Jerusalen y en muchas ciudades de Palestina algunos cristianos que se dedicaban á guiar
á los romeros, esponiéndose á inminentes peligros en tan piadosa ocupación. La ciudad santa tenia también
hospicios para recibir á todos los viajeros, y las mujeres que llegaban á Palestina eran acogidas en uno de
aquellos por religiosas dedicadas á los ejercicios de la caridad. Los comerciantes de Amalfi, deVenecia y de
Génova, los peregrinos ricos y muchos príncipes de Occidente daban limosna para conservar estas moradas
abiertas á los pobres caminantes (2), y los monjes de Oriente venia n todos los años á Europa á recoger los
tributos de la piedad cristiana .
El peregrino era para los fieles un ser privilegiado, y cuando habia terminado su viaje, adquiria la repu
tación de una especial santidad. Celebrábanse su partida y su regreso con ceremonias religiosas; al ir á em
prender su camino, un sacerdote le entregaba el bordón y paños marcados con la cruz, rociaba con agua
bendita su vestido, y el clero le acompañaba en procesión hasta la próxima parroquia. AI regresar el romero
á su patria, daba gracias á Dios, y entregaba al cura una palma, que se colocaba sobre el altar de la iglesia
como señal del término feliz de su viaje (3) .
Los pobres encontraban en sus peregrinaciones quien socorriera su miseria, y al regresar á su pais, recogían
abundantes limosnas. La vanidad inducia algunas veces á los ricos á emprender tan largas romerías, lo cual
obliga á decir al monje Glaber que muchos cristianos iban á Jerusalen para causar admiración y contar á su
vuelta maravillosas aventuras. Arrastraba á muchos la afición al ocio, y á otros el afán de recorrer regiones
desconocidas, y no era estraño encontrar cristianos que habian pasado la vida en santas peregrinaciones y que
habian visitado diferentes veces á Jerusalen.
Todos los peregrinos estaban obligados á llevar consigo una-carta de su príncipe ó de su obispo concebida
por lo regular en estos términos: a En nombre de Dios, hacemos saber á vuestra grandeza ( ó á vuestra san
tidad) que el portador de la presente, nuestro hermano, nos ha pedido el permiso de ir á visitar en pere-
» grinacion (aquí el nombre del lugar) con la intención de enmendar sus faltas ó de rogar por nuestra salud;
» poi esta razón le hemos estendido la presente carta, en la cual os saludamos y al mismo tiempo os supli-
» camos por el amor de Dios y de san Pedro, que le recibáis como á vuestro huésped, y le ayudéis durante su
» viaje ó su regreso para que vuelva sano y salvo á sus hogares. Según acostumbra hacer vuestra bondad,
» hacedle pasar dias felices, y el Dios que reina eternamente os proteja y ampare en vuestro reino. » Esta pre
caución evitaba muchos desórdenes en las peregrinaciones, y la historia no cuenta ni una sola violencia ejer
cida por alguno de aquellos numerosos viajeros que inundaban los caminos de Oriente.

( 1 ) Estas montañas , llamadas montes de Joux (montes Jovis ) , llevan en el dia el nombre de grande y pequeño San Bernardo
Cuando el santo fundó estos dos hospicios , eran aun idólatras los habitantes de los Alpes , y los sarracenos habian penetrado
hasta el Valais donde inquietaban sin cesar 6 los peregrinos.—( 2 ) Hacia mucho tiempo que la piedad de los reyes habia fundado
establecimientos para albergara los peregrinos. Atestiguan los capitulares la antigüedad de estas fundaciones reales. (Baluze,
Capitul. , 1. 1, col. 715, t. II, col. 1404).—(3) En Rúen se celebraba la segunda tiesta de Pascuas después déla ordinaria con una so
lemne ceremonia en honor de los peregrinos.
3
18 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Nadie ignora que los musulmanes escedian á los cristianos en la devoción de las peregrinaciones, y este
hábito les inspiraba sentimientos de tolerancia para con los viajeros que llegaban de Occidente. Las puertas de
Jerusalen se abrían con frecuencia á un mismo tiempo para los discípulos del Coran, que íbanávisitar la mez
quita de Ornar, y para los del Evangelio que iban á adorar á Jesucristo sobre su sepulcro, y unos y otros go
zaban igual protección en la ciudad santa cuando reinaba la paz en Oriente, ó cuando las revoluciones de los
imperios ó los acontecimientos de la guerra no despertaban la desconfianza de los soberanos de Siria y Pales
tina. Llegaban á Judea todos los años por los diasde las fiestas de Pascua innumerables turbas de peregrinos,
para celebrar el misterio de la redención y para presenciar el milagro del fuego sagrado (1), que la multitud
de los fieles creía ver descender del cielo sobre las lámparas del santo sepulcro.
Uno de los peregrinos mas célebres del siglo xi es el conde Anjou llamado Foulque Nerra ó N«gro. La histo
ria le acusa de haber asesinado á su primera esposa y de haberse manchado muchas veces con sangre inocen
te. Perseguido por el odio público y por el grito de su conciencia, creía que las tumbas vomitaban las nume
rosas víctimas sacrificadas á su venganza ó á su ambición para turbar su sueño y recordarle su barbarie; y
para libertarse de tan crueles imá genes que por todas partes le perseguían, el conde abandonó sus estados y
partió vestido de peregrino á la Palestina. Las tempestadas que sufrió en los mares de Siria le recordaron las
amenazas de la cólera divina y aumentaron el ardor de sus sentimientos piadosos.Luego que llegó á Jerusalen
recorrió las calles de la ciudad santa con una soga en el cuello, dándole sus criados con unas disciplinas, y re
pitiendo en alta voz estas palabras : Señor, tened piedad de un cristiano infiel y perjuro, y de Un pecador erran
te lejos de su pais. Durante su permanencia en la Palestina repartió numerosas limosnas, alivió la miseria
de los peregrinos y dejó por todas partes recuerdos de su devoción y caridad.
Las crónicas contemporáneas se complacen en contar el ardid de que se valió el conde para engañar á Jos
sarracenos y entrar en el santo sepulcro (2); pero la gravedad de la historia no nos permite reproducir la
sencilla relación de los antiguos cronistas. Cuando el conde de Anjou volvió á sus estados, quiso tener á su
vista una imágen de los lugares que habia visitado, y mandó construir cerca del castillo de Loches una iglesia
parecida á la del Santo Sepulcro, á la cual iba todos los dias á implorar la clemencia divina. Sus oraciones no
consiguieron la misericordia de Dios, y sintiendo renacer en su corazón la inquietud dolorosa que tanto tiempo
le habia agitado, el conde partió por segunda vez á Jerusalen donde edificó nuevamente á los fieles con las
espresiones de su arrepentimiento y la austeridad de su penitencia . Al regresar á Europa por Italia , libertó al
soberano pontífice de un enemigo formidable que devastaba el Estado romano, y el papa recompensó su celo,
ensalzó su devoción y le dió la absolución de lodos sus pecados. El noble peregrino llegó por fin á su condado
llevando consigo una multitud de reliquias con que adornó las iglesias de Loches y de Angers, y desde enton
ces se ocupó en el seno déla paz en edificar monasterios y ciudades, porlocual adquirió el sobrenombre de
gran edificador ó fundador , como le había n grangeado el de palmero sus numerosas peregrinaciones. Sus
servicios y su caridad le acarrearon las bendiciones de la Iglesia y de su pueblo que daban gracias al cielo
por haber inspirado á su príncipe la moderación y la virtud. Parecia que el conde no debía temer "ya de la
justicia de Dios ni de la de los hombres, pero eran tan terribles el grito de su conciencia y el tormento de
su alma agitada, que ningún acto piadoso podia defenderle contra sus propios remordimientos y darle la paz
que habia buscado dos veces en el Santo Sepulcro. La Palestina le volvió á ver al poco tiempo bañando con
copiosas lágrimas el sepulcro de Jesucristo y haciendo resonar con sus gemidos los santos lugares, y después
de haber visitado la Tierra Santa y de recomendar su alma álas oraciones de los anacoretas encargados de
recibir y consolar á los peregrinos, partió de Jerusalen para regresar á su patria , que no debia volver á ver,
pues cayó enfermo en Metz y murió en 1 040. Su cuerpo fué trasladado al monasterio del Santo Sepulcro que
él habia mandado edificar cerca de Loches, y se depositó su corazón en una iglesia de Metz,donde muchos si
glos después de su muerte se veia aun un mausoleo que llamaban la tumba del conde de Anjou.
1 ) El monje san Bernardo habla ya en su Itinerario escrito al terminar el siglo ix, del fuego milagroso. Pueden consultarse
sobre la aparición de este fuego sagrado las curiosas narraciones de Foucher de Cbartres y de Caforo, testigos oculares del mila
gro , en la Biblioteca de las Cruzadas, 1. 1.—(2) La crónica titulada Gesta consulum Andegav. spicilegium, t. X, p. 463, cuenta esta
circunstancia : Dúeerunt , nutio modo ad sepulchrum optatum pervenire posse niji super iliud ad crucem Dominicam mingeret : quod vir
prudens licet invitas annuit. Qucetita igitur arielis vesica , púrgala alque mundoía, el óptimo vino repleta , taquéis etiam apté inter ejus
femora positaest, et comes discalceatus ad sepulchrum fíomini accésit, vinemque super sepulchrum fudit, et sic ad libitum cum sociis
ómnibus inlravit , et fusis multis lacrymis peroravit.
LIBRO PRIMERO.— 300-1095. 19
Partió en la misma época á la Tierra Santa Roberto duque de Normandía, padre de Guillermo el Conquis
tador, acusado de haber envenenado á su hermano Ricardo. Dice la antigua crónica que caminaba con los
pies desnudos, acompañado de gran séquito de caballeros, barones y otras personas, y que al pasar por Roma,
regaló un rico manto á la estatua ecuestre de Constantino que era de bronce, diciendo que los romanos hadan
muy poco honor á su soberano, siendo asi que no lepodiandar un manto al menos cada año. Luego que llegó ú
Constantinopla el duque de Normandía despreció el lujo y las dádivas del emperador, y se presentó en la corte
como el mas oscuro peregrino. Roberto apreciaba mas los males que padecía por Jesucristo (son sus mismas
palabras) que la mejor ciudad de su ducado, y sufrió piadosamente la fatiga y disgustos de la peregrinación.
Habiendo caido enfermo en el Asia Menor, rehusó los servicios de los cristianos que le acompañaban, y mandó
que lo condujesen los sarracenos en una litera. Encontró en el camino un peregrino normando , el cual , le
preguntó si tenia que darle alguna orden para su pais, y le respondió el duque. «Vé á decir ámi pueblo que
has visto un príncipe cristiano conducido por los demonios al paraíso.» Roberto vió en la puerta de Jeru-
salen una multitud de peregrinos que no habían podido pagar el tributo á los infieles, y que esperaban
la llegada de algún rico señor que se dignase abrirles con su limosna las puertas '■de la ciudad santa, y
no se contentó con pagar por cada uno de ellos una moneda de oro, sino que durante su permanen
cia en Jerusalen se hizo notable por su devoción y sobre todo por su caridad de que disfrutaban hasta
los infieles. Al regresar á Europa, murió en Nicea, pensando en las reliquias que traia de Palestina y
con el dolor de no haber terminado sus dias en la ciudad santa.
Morir en la ciudad donde habia muerto- Jesucristo era la mayor felicidad para un peregrino, la que
pedían al cielo como recompensa de los sufrimientos de tan largo camino; y cuando se presentaban ante
el sepulcro del Hijo de Dios, acostumbraban dirigir al Salvador esta plegaria : « O vos, que habéis muer-
ato por nosotros y que fuisteis sepultado en este santo sitio, compadeceos de nuestra miseria y sacadnos
• hoy mismo de este valle de lágrimas ! » Las antiguas narraciones hablan de un cristiano del pais de
Autun, llamado Lethbaldo, que al llegar á Jerusalen trató de buscar la muerte en el esceso del ayuno y
de las mortificaciones. Permaneció un dia entero en oración sobre el monte de los Olivos con los ojos y
los brazos levantados al cielo, desde donde Dios parecía que le llamaba; cuando volvió á entrar en el
hospicio de los peregrinos, gritó tres veces: ; Gloria á ti, Señor!, y murió repentinamente á la vista de
sus compañeros que no se cansaban de admirar el milagro de su muerte ( 1 ).
El anhelo de santificarse por medio del viaje á Jerusalen se hizo al fin tan general, que las turbas de
los peregrinos alarmaron por su número los paises que cruzaban. Aunque no provocaban los combates,
se les designaba ya con el nombre de armados del Señor, y muchos documentos históricos nos mani
fiestan que los peregrinos solo llevaban en su viaje á Jerusalen lá imágen de la cruz como se llevó
posteriormente en las guerras de las cruzadas. Lietberto, obispo de Cambrai , partió en 1054 á la Tierra
Santa seguido de tres mil peregrinos de las provincias de Picardía y de Flandes, y cuando emprendió
su camino, le acompañaron el pueblo y el clero á tres leguas de la ciudad con los ojos bañados en la
grimas y pidiendo á Dios el pronto y feliz regreso de su obispo y de sus hermanos Estos peregrinos
cruzaron la Alemania sin encontrar resistencia, pero al llegar á la Bulgaria, solo vieron hombres sal
vajes que habitaban en los bosques y vivían del pillaje. Muchos perecieron bajo los aceros de este
pueblo bárbaro, otros murieron de hambre en medio de los desiertos, Lietberto llegó á duras penas á Laodi-
cea en Siria, se embarcó con los que le seguían, y fué lanzado por una tempestad en las costas de Chi
pre. El buen prelado vió sucumbir la mayor parte de sus compañeros y á los demás próximos á pe
recer de miseria , y habiendo logrado volver á Laodicea , supo que le esperaban los mayores peli
gros en el camino de Jerusalen. El obispo sintió entonces que le abandonaba el valor, y creyendo que
el mismo Dios se oponía á su peregrinación, regresó á través de mil peligros á su diócesis, donde cons
truyó una iglesia en honor del santo sepulcro que no habia podido ver.
Diez años después del viaje de Lietberto, partieron desde la orilla del Rhin á Palestina siete mil cristianos
entre los cuales iban el arzobispo de Maguncia y los obispos de Ratisbona, de Bamberg y de Utrecht. Esta
numerosa caravana, que presagiaba ya las cruzadas(2), cruzó la Alemania, la Hungría, la Bulgaria y la Tra-
, 1 ) Glaber, Biblioteca de las Cruzadas, t. I.—[ 2) Esta peregrinación tan interesante ha sido contada por el monje inglés Ingulfo.
que era uno de los peregrinos , por Mariano Scoot y por Lambert,escritor contemporáneo. Este último abraza mas pormenores;
20 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
cía, siendo acogida con regocijo en Constanlinopla por el emperador Constantino Ducas; y después de haber
visitado los peregrinos los templos de Bizancio y las reliquias, objeto de la veneración de los griegos , cruzó
sin peligro el Asia Menor y la Siria, pero al aproximarse á Jerusalen, sus riquezas escitaron la codicia de los
árabes beduinos que habitaban las campiñas de Saraon y de Ramla. Acometidos los peregrinos de Occidente
por una multitud ávida de sus despojos, se defendieron durante tres dias en un edificio abandonado, y abru
mados por el hambre y la fatiga, y no teniendo mas armas que las piedras que les servían de albergue, tra
taron por fin de capitular. Las negociaciones y conferencias produjeron un violento altercado, y la contienda
iba á ser funesta, cuando vino á su socorro el emir de Ra mía,á quien habian avisado algunos fugitivos, y no
solo protegió sus vidas y salvó sus tesoros, sino que mediante un módico tributo les dió una escolta que los
acompañó hasta las puertas de la ciudad santa. Jerusalen tenia ya noticia de su venida por sus combates y
peligros, y fueron recibidos en triunfo por el patriarca de la ciudad, y acompañados hasta la iglesia del Santo
Sepulcro al son de timbales é iluminados con antorchas. Fueron testigos de su piedad el monte Sion , el
de los Olivos y el valle de Josafat, pero no pudieron los devotos romeros visitar las orillas del Jordán y los
lugares mas famososde la Judea espuestos entonces á las incursiones de los árabes. Regresaron á Europa des
pués de haber perdido tres mil compañeros, y contaron sus trágicas aventuras y los riesgos de la peregrina
ción á la Tierra Santa.
También hace la historia una distinción de la peregrinación de Roberto el Frison, conde de Flandes, y de
Berenguer II, conde de Barcelona. Bercnguer murió en Asia no pudiendo soportar la penitencia rigurosa que
se habia impuesto, y Roberto volvió á sus estados, donde el clere le perdonó la intención que habia formado
antes de su viaje de apoderarse de sus bienes (1). Federico, conde de Verdum, de la ilustre familia que debia
contar entre sus héroes algún dia á Godofredo de Bouillon, habia precedido en Palestina á estos dos principes.
AI partir para Oriente cedió su condado al obispa de Verdum, y al volver á Europa, entró en un monasterio
muriendo poco después siendo prior déla abadía de San Wast cerca de Arras.
Grandes calamidades amagaban entonces el mundo cristiano , la cólera divina iba á suscitar contra
él á una nación bárbara, azote de otros pueblos y plaga que debia invadir toda la tierra (2). Hordas salidas
de la Tartaria invadian sin cesar hacia muchos siglos las ricas comarcas de Oriente, y á medida que las
tribus victoriosas se enervaban en el lujo y so afeminaban con los ocios.de la paz, no tardaban en ser reem
plazadas por otras quetenian aun toda la rudeza y la barbarié ífe los desiertos. Los turcos se habian hecho
dueños de la Persia donde la imprevisora política del sultán Mahmoud habia dado asilo y tolerado sus tribus
errantes. El hijo de este sultán les presentó la batalla en la cual hizo prodigios de valor, pero, como dice
Ferist ha , se habia declarado la suerte contra sus armas y vió en torno suyo durante el combate su ejército hu
yendo vergonzosamente á escepcion del cuerpo que él mandaba (3) . Los turcos procedieron á la elección de un
rey en el teatro mismo de su vietoria , reunieron en un haz una multitud de flechas en las cuales estaban
escritos los nombres de varias tribus, familias y guerreros, y sacando un niño tres de estas flechas en
presencia de todo el ejéroito, la suerte ciñó la corona á Togrul-Bel, nieto de Seldjouc. El nuevo soberano, cuya
ambición era igual á su valor, abrazó con sus soldados la fódeMahoma, y añadió presto al título de conquis
tador de la Persia ol de protector de la religión musulmana (4).
Agitaban las riberas del Tigris y del Eufrates en aquel entonces sus emires al repartirse los despojos de los
califas de Bagdad, y prometiendo el califa Cayen al nuevo soberano de los turcos la conquista del Asia ,
imploró su ausilio contra sus rivales. Togrulse puso en marcha con el título de vicario temporal de Cayen y
al frente de un numeroso ejército, dispersó á los rebeldes, taló las provincias y se dirigió á Bagdad á pros
ternarse á los piés del califa, que ensalzando el triunfo de sus libertadores, proclamó al mismo tiempo sus
derechos sagrados al imperio. Revistió á Togrul con siete diferentes trajes de honor en una imponente
ceremonia, le presentó siete esclavos nacidos en los siete climas del imperio do los árabes, y le ciñó dos
alfanjes y lé colocó en la cabeza dos coronas como emblema de su dominaoion sobre Oriente y Occidente (5).
No tardaron en invadir los nuevos conquistadores el imperio que el vicario de Hahoma mostraba á su
el de Ingulfo es muy conoiso. Baradio ha retiñido estos tres relatos en sus Anales del año 1 064. En esta obra se hallarán los tres
por via de apéndice.—( 1 ) La peregrinación de Roberto el Frison se halla en el tomo 1 3 de Dora Bouguet. ( Colección de los histo
riadores de las Galias) y el de Berenguer en el 13 déla misma colección.—(S ) Espresiones del mismo Guillermo de Tiro.—,3) Uis-
toria general déla India de Feristha, escritor indio del siglo xvn , traducción inglesa de Gerardo Pow, 1. 1, p. lis.—(4) Guillermo
de Tiro.—(5) Guignes conservó este hecho curioso en la Hi$toria general de tos hunos, lib. X, p. 197.
LIBRO PRIMERO.— 300-1095. 21
ambición, y bajoel reinado de Alp-Arslan (1) y deMalec-Schah, sucesor de Togrul , las siete ramas de las
dinastías de Seldjouc se repartiéronlos mas estensos reinos del Asia. Aun no. habían trascurrido treinta años
desde que los turcos conquistaran la Persia , y sus colonias militares se estendian ya desde la Tartaria al
Eufrates y del Indo al Helesponto. .
Un teniente de Malec-Schah aterró con las victorias las orillas delNile.y se apoderó de la Siria que obedecía
á los califas Fatimitas (2}. Cayó la Palestina en poder de los turcos, y tremoló en las murallas de Jerusalen el
pendón negro délos Abasidas. Los vencedores trataron con igual rigor á los cristianos y á los hijos de Alí á
quienes el califa de Bagdad miraba como enemigos de Dios, pasaron á cuchillóla guarnición egipcia, y en
tregando al saqueo iglesias y mezquitas, regaron las calles de la ciudad santa con la sangre de cristianos y
musulmanes.
La historia puede decir en esta ocasión con la Escritura que Dios había abandonado á sus hijos á los
que les aborrecían. Como la dominación de los nuevos conquistadores de la Siria y de la Judea era re
ciente y vacilante, se mostraron llenos de inquietud y violencia, y los cristianos tuvieren que sufrir cala
midades mayores que las que habian llenado de luto á sus padres en los reinados de los califas de
Bagdad y del Cairo.
Los peregrinos de la Iglesia latina llegaban á la Palestina después de haber cruzado naciones ene
migas" y de haberse espuesto á mil peligros, pero solo hallaban abiertas las puertas de la ciudad santa
para los que podían pagar una moneda de oro; y como la mayor parle eran pobres ó habian sido
robados en el camino , andaban errantes y afligidos en torno de aquella Jerusalen por la cual habian
abandonado su patria y su familia. Muchos de ellos morían de sed, de hambre y de desnudez ó bajo
el filo del hierro de los bárbaros, y los que llegaban á entrar en la ciudad , se veian espuestos á los ma
yores peligros, pues los musulmanes los perseguían con amenazas y sangrientos ultrajes hasta el
Calvario, el monte Sion y todos los sitios que iban á visitar (3). A veces estaban reunidos en los tem
plos con sus hermanos de la santa ciudad, y una multitud furiosa interrumpía los divinos oficios, pi
soteaba los vasos sagrados, subia sobre los mismos altares. del Dios vivo, ultrajaba y apaleaba á los sa
cerdotes revestidos con el ropaje de los pontífices y la túnica de los levitas. Cuanto mayor era el fer
vor de los fieles en su devoción y sus oraciones, mayor era también la violencia de los musulmanes.
El esceso de su barbarie llegaba al colmo en la época de las festividades solemnes, y todos los anos
la persecución y la muerte de los fieles señalaba los dias reverenciados por la Iglesia cristiana, los del
nacimiento del Salvador del muñdo, ó aquellos en que murió y resucitó gloriosamente.
Los peregrinos que vólvian á Europa contaban lo que habian visto y padecido, y sus narraciones,
exageradas por la fama ó el pasar de boca en boca, arrancaban á todos los fieles copiosas lágrimas.
Mientras los turcos devastaban la Siria y la Palestina bajo las órdenes de Toutousch y do Ortoch,
otras tribus de la misma nación penetraban hasta el Asia Menor conducidas por Solimán, sobrino de
Maleck-Schah, y se apoderaron de todas las provincias que cruzaban los peregrinos de Occidente para
ir á Jerusalen. Sufrían el yugo de los infieles todas estas comarcas donde los apóstoles habian empe
zado á predicar la fé de Jesucristo, donde la religión cristiana habia lanzado sus primeros resplandores
y cuyas ciudades griegas habian impreso gloriosamente sus nombres en los anales de la Iglesia nacien
te. El estandarte del Profeta tremolaba sobre los muros de Edeso, de Iconium, de Tarso y de Antioquía;
Nicea era la corte de un imperio musulmán, y la divinidad de Jesucristo recibía solo ultrajes en la mis
ma ciudad donde un concilio general la habia declarado como artículo de fé. El pudor de las vírgenes
era víctima de la lujuria de los vencedores, millares de niños habian sido circuncidados, el Coran reem
plazaba en todas partes las leyes de la Grecia y del Evangelio, las tiendas negras ó blancas de los turcos
cubrían las llanuras y los montes de Bithynia y Capadocia, y sus rebaños vagaban entre los escom
bros de los monasterios y las iglesias.
Nunca habian tenido los griegos enemigos tan crueles y temibles como los turcos, pues en tanto que
la corte de Alp-Arslan y de Malek-Schah desplegaba magnificencia y se inspiraba con las luces y co-

( 1 ) El segundo sultán Alp-Arslan reinó desde 1 063 a t072.—( 2 ) Se puede consultar sobre este asunto la Historia general de hs
hunos por de Guignes , lib. X, p. 21 5 y lib. XI, p. 3, y las disertaciones de Guenée. Se hallarán igualmente algunos nuevos detalles
en las Mimorias geográfica* é históricas sobre el Egipto por Estéban Quatremére, t. II, p. 41 54 US, etc.—( 3 ) Guillermo de Tiro. lib. í.
22 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
nocimientos de los antigues persas, todo el resto de la nacion yacia sumido en la barbarie y conservaba
las costumbres feroces y salvajes de la Tartaria en medio de los paises conquistados. Los hijos de Seld-
jouc preferian vivir, en la tienda á gozar las comodidades de la ciudad, se alimentaban con leche y
despreciaban la agricultura y el comercio, persuadidos de que la guerra satisfaria todas sus necesida
des. Su patria era el pais donde triunfaban sus armas ó los sitios que ofrecian abundantes pastos;
cuando se trasladaban de un pais á otro, caminaban juntos todos los individues de la misma familia,
y llevaban consigo todo lo que apreciaban y poseian; animaba su espiritu guerrero una existencia er
rante y las frecuentes contiendas que estallaban entre las hordas rivales, y cada guerrero llevaba es
crito su nombre en un venablo y juraba hacerlo respetará sus enemigos. Los turcos ardian en deseos
continues de combatir, bastaba que un jefe enviase sus flechas ó su arco á los de su tribu para que to
dos acudiesen á la guerra, y sufrian el hambre, la sed y el cansancio con tanta resignacion que eran in
vencibles. No existia en el Oriente pueblo alguno que les aventajase en el arte de manejar un caballo y
de lanzar un dardo, nadie igualaba su impetu al acometer, eran temibles hasta en la fuga, y feroces é
implacables en la victoria; y no los guiaban en fin á sus empresas la gloria ni el honor, sino la aficion
al saqueo y el afan de destruccion.
El eco de sus victorias habia llegado hasta los pueblos que vivian allende el Cáucasoyel mar Caspio, y
nuevas emigraciones venian todos los dias á fortalecer sus ejércitos. Como eran tan dóciles en la guerra co
mo turbulentos y rebeldes en la paz, sus jefes los conducian sin descanso al combate y con objeto de alejar
á sus tenientes, mas bien que por recompensarlos. Malec-Schah les habia permitido que conquistaran las pro
vincias de los griegos y de los egipcios. Alzábanse con la mayor facilidad ejércitos numerosos halagados por
la promesa de los despojosde los enemigosdel Profeta y de su legitimo vicario; todos los que no habian parti
cipado del botin de las guerras anteriores, se aglomeraron bajo las banderas, y las riquezas de la Grecia fue
ron el blanco de los deseos de aquellos jinetes turcos que salieran de sus desiertos con una túnica de lana y
estribos de madera. Entre todas las hordas sometidas á la dinastia de Sedjouc, las que invadieron la Siria y
el Asia Menor, eran las mas pobres, mas bárbarasy mas intrépidas.
Abismados en la miseria los griegos de las provincias conquistadas, apenas se atrevian á dirigir sus miradas
hácia los soberanos de Bizancio.que no habian tenido valor de defenderlos y que no les hacian concebir la mas
remota esperanza de ver terminadas sus desgracias. El impsrio griego se precipitaba á su ruina en medio de
revoluciones y guerras civiles: Consta ntinopla habia visto asesinados once emperadores en su propio palacio
desde el reinado de Heraclio; seis de estos soberanos del mundo habian terminado sus dias en la oscuridad del
claustro; muchos habian sido mutilados, privados de la vista ó desterrados, y manchada la púrpura con tantas
revoluciones, servia de adornoá principes malvados, á hombres sin carácter y sin virtud, que solo se ocupa
ban de su conservacion personal , que partian el poder con los cómplices de sus crimenes á quienes temian sin
cesarjprincipes degenerados, en fin, que sacrificában ciudades y provincias enteras para comprar á sus ene
migos fugaces treguas de paz, y que solo pedian á la suerte que durase el imperio al menos tanto como su
vida.
Sintióse pronto una rápida decadencia, los griegos habian perdido el espiritu del Evangelio en sus disputas
teológicas, y todo estaba entre ellos corrompido, hasta la religion. Una baja y universal hipocresia , dice Mon-
tesquieu, afeminaba los ánimos y hacia degenerar el imperio; habian desaparecido las virtudes que despiertan
el patriotismo; la astucia y la perfidia habian adquirido el nombre de politica y conseguian tantos elogios como
el valor, y los griegos creian tan glorioso engañar á sus enemigos como vencerlos. Sus soldados exigian en las
espediciones de guerra carros para no cansarse con el peso de las armas, habian perfeccionado todas las má
quinas que podian suplir el valoren los sitios y las batallas, y sus ejércitos desplegaban mucho aparato mili
tar, pero careciandecombatientes.Losgriegossolo habian conservado de sus antepasados el carácter turbulen
to y sedicioso que contrastaba con sus costumbres afeminadas y que solo se desplegaba en las turbulencias
civiles. Ardia continuamente la discordia en el pueblo y el ejército, y todos se disputaban con encarnizamien
to un imperio amenazado por todas partes y cuya defensa encargaban á los bárbaros asalariados (1 ) . El imperio

( 1 ) Montesquieu ha reunido muchos hechos y consideraciones sobre el imperio de Bizancio en su admirable y rapido bosquejo
del engrandecimiento y ¿«cadencia del imperio romano. Gibbon desarrollo este cuadro con arte, y Lebeau, mas difuso aun,ha cumplido
la laboriosa tarea de un erudito.
LIBRO PRIMERO.- 300-1 095. 23
griego fué codiciado por los discípulos de Mahoma desde el origen de su secta, y una de las promesas que
el Coran hacia á los árabes era la conquista de Constantinopla. Cayeron ya en poder de los nuevos conquista
dores desde los primeros tiempos de la hegira la Siria , el Egipto y muchas provincias: prosteriormenle cru
záronlos sectarios del Profeta las cordilleras del Tauro, esparciéndose por el Asia Menor sin que se conmoviera
la capital del imperio; y se vio claramente desde entonces que Constantinopla no seria jamás un baluarte con
tra el islamisma,sino por el contrario la puerta donde entrarían en la Europa cristiana los defensores del Coran.
Algunos sucesores de Constantino trataron de contener los pogresos de los musulmanes, pero no secundaron
sus pueblos tan nobles esfuerzos, y muchos perecieron víctimas de su patriotismo.
En tanto que el Oriente llegaba á la época* de su agonía y parecía minado por el tiempo y la corrupción, el
Occidente yacia aun en la infancia de las sociedades, pues nada conservaba del imperio ni de las leyes de
Carlo-Magno. Los pueblos no lenian ninguna relación mútua, y solo se comunicaban entre sí con el acero y
las llamas en la mano. Se habían confundido y amalgamado las naciones, los reinos,la Iglesia y la monarquía
y ninguna potencia tenia fuerza suficiente para contener el progreso de la anarquía y los abusos del feudalis
mo. Aunque la Europa estaba erizada de castillos y poblada de soldados, los estados yacían con frecuencia
faltos de apoyo contra sus enemigos, y no tenían ejércitos para su propia defensa; en medio de la general
confusión, solo había seguridad en los campamentos y fortalezas, que eran la custodia y el terror de los
pueblos y campiñas, y las ciudades mas populosas no ofrecían ningún asilo á la libertad. Era mirada en tan
poco la vida de los hombres, que era fácil comprar con algunas monedas la impunidad del asesinato, se
invocaba la justicia con la espada desenvainada, y con ella se pedia la reparación de los ultrajes y ofensas.
No se conocían en el lenguaje de los barones y señores ninguna palabra que espresara el derecho de gentes;
toda su ciencia consistía en la guerra, y esta era la única política de los principes y los estados.
Pero esta barbarie de los pueblos de Occidente era muy diversa de la de los turcos, cuya religión y
costumbres rechazaban toda clase de civilización y de luces, y de la de los griegos que representaban un
pueblo corrompido. Mientras los unos adolecían de los vicios de un estado semisalvaje y los otros de la cor- -
rupcion de un imperio en decadencia, había en las costumbres bárbaras de los francos sentimientos heroicos
y gloriosos que se parecían á las pasiones de la juventud. La barbarie torpe de los turcos les inducía á menos
preciar todo lo que era noble y grande; los griegos tenían una barbarie sabia y política que les hacia odiosos é
indignos el heroísmo y las virtudes militares, y los francos eran tan valientes como los turcos y daban tanta
prez á la gloria como los demás pueblos. El sentimiento del honor que creó la caballería en Europa, dirigía
su valor,' y suplía algunas veces á la justicia y la virtud (4 ) .
Los griegos habían reducido la religión cristiana á pueriles fórmulas y vanas prácticas de superstición, y
no les inspiraba nunca grandes designios ni nobles intentos. La doctrina del Evangelio conservaba mas im
perio sobre los ánimos en los pueblos de Occidente, donde aun no se habían sometido los dogmas del
cristianismo á frecuentes disputas, y estimulando el entusiasmo de los corazones, formaba á la vez santos v
héroes. Aunque la religión no predicaba siempre sus máximas morales con éxito y se hacia un abusode su
influencia.tendia empero á dulcificarlas costumbres de los pueblos bárbaros que habían invadido la Europa,
daba su santa autoridad al débil, inspiraba á la fuerza, ruda un temor saludable y corregía con frecuencia la
injusticia de las leyes humanas. . .
En medio de las tinieblas que inundábanla Europa, la religión cristiana conservaba la lengua latina, y
esta lengua que había sido intérprete de una civilización, era la única memoria de los siglos pasados, la
única que pudiera servic de norma y de esperiencía á las nacientes sociedades. Mientras el despotismo y la
anarquía se repartían como despojos las ciudades y los reinos, los pueblos invocaban la religión contra la
tiranía, y los príncipes la invocaban contra la licencia y la rebelión. El título de cristiano inspiró mas respeto
y despertó mas entusiasmo en medio de la turbulencia de los estados que el de ciudadano romano en la
antigua Roma; y en el esceso mismo de su barbarie, parecia que las naciones no reconocían otros legisladores
que los padres de los concilios ni otro código que el Evangelio y las santas Escrituras. Podia considerarse
muy bien á la Europa como una sociedad religiosa, cuyo interés principal era la conservación déla fé v

( 1 ) El estado de la Europa en la edad media ha sido el objeto de una obra escelente. M. Hallam ¡ A Vkw of Europc i» midáU
aget) habla de esta época con conciencia y erudición.
24 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
cuyos hombres pertenecian mas á la Iglesia que á la patria. ¿No era pues fácil en aquellos siglos inflamar el
espiritu de los pueblos pidiendo su defensa par» la causa de la religion de los cristianos ?
El sucesor de Romano Diógenes, el emperador Miguel Ducas, habia implorado el ausilio del papa y de los
principes de Occidente diez años antes de la invasion del Asia Menor por los turcos, y habia prometido allanar
todos los obstáculos que separaban la Iglesia griega de la romana, silos latinos tomaban las armas contra los
infieles. Ocupaba entonces la cátedra de san Pedro Gregorio VII, cuyo talento, ilustracion, audacia é inflexibi-
lidad de carácter le hacian capaz de las mas grandiosas empresas, y la esperanza de estender el imperio de la
religion yel poder dela santa sede en Orientele indujeroná aceptar las humildes súplicas de Miguel Ducas.
Exhortó pues á los fieles á que empuñasen las armas contra los musulmanes, y se comprometió á conducirlos
él mismo al Asia. Decia en sus cartas que los males de los cristianos de Oriente le habian conmovido hasta el
estremo de desear la muerte, y que preferia esponer su vida, para libertarlos santos lugares, ámandará todo
el universo. Arrastrados por sus exhortaciones cincuenta mil cristianos se comprometieron á seguir al pontifice
á Constantipopla y á Jerusalen, pero Gregorio no cumplió la promesa, y suspendieron la ejecucion desu pro
yecto los negocios de Europa que interesaban mas á su ambicion que los del Asia (1 ).
El progreso del cristianismo y la necesidad misma de salir de la barbarie aumentaban de dia en dia el pode
rio de los papas; Roma era por segunda vez la capital del mundo, y bajo el reinado de Hildebrando parecia
haber recobrado el imperio que gozaba en tiempo de los Césares. Armado Gregorio con el doble cuchillo de
san Pedro, defendió en voz alta que todos los reinos estaban bajo el dominio de la santa sede y que su au
toridad debia ser universal como la Iglesia de que era jefe. Estas pretensiones, cuyo primordial objeto eran la
independencia del santuario y la reforma del mundo cristiano,comprometieron al pontifice en violentas contien
das y disputascon el emperador de Alemania. Roma pretendió dictar tambien leyes á Francia, España, Suecia,
Polonia é Inglaterra , y ocupándose únicamente en darse á reconocer como arbitro de los estados, llegó á lan
zar anatemas sobre el trono de Constantino, á quien habia querido defender, y no pensó ya mas en libertar
á Jerusalen.
Victor III continnó la politica de su antecesor y combatió á la vez al emperador de Alemania y al par
tido del antipapa Guiberto , pero no descuidó la ocasion favorable de hacer la guerra á los musulmanes .
Los sarracenos que habitaban el África turbaban la nevegacion del Mediterráneo y amenazaban las costas
de Italia. Impelidos los pisanos, genoveses y otros pueblos por el celo religioso y el deseo de defender su
comercio, armaron escuadras, levantaron tropas y desembarcaron en las costas de África (2), donde, si he
mos de dar crédito á la crónica de la época, destrozaron un ejército de cien mil sarracenos. Y para que se
viera claramente, dice Baronio, que Dios protegia la causa de los cristianos, el mismo dia que los italianos
vencieron á los enemigos de Jesucristo, llegó maravillosamente la noticia á la otra parte de los mares. Los
genoveses y pisanos volvieron á Italia despues de haber entregado á las llamas las dos ciudades de Al-
Mahadia y Sibila (3), edificadas en el antigue territorio de Cartago, y de obligar á un rey de Mauritania
á pagar un tributo á la santa sede, y los despojos de los vencidos se dedicaron al ornamento de los tem
plos. .
Pero el papa Victor murió sin haber podido realizar el proyecto de atacar á los infieles del Asia, pues la
gloria de libertar á Jerusalen pertenecia á un oscuro peregrino , que solo tenia en tan alta mision su celo
religioso y no disponia de otro poder que la fuerza de su carácter y de su genio. Algunos atribuyen á Pe
dro el Ermitaño un oscuro origen, otros le creen descendiente de una familia noble de Picardia, y todos
están acordes en decir que tenia un esterior vulgar. La actividad é inquietud de su alma le arrastraron á
buscar en todas las condiciones de la vida una felicidad que no pudo hallar; no llegaron á llenar su co
razon y satisfacer su espiritu ardiente el estudio de las letras, la carrera de las armas, el celibato, el
matrimonio ni el estado eclesiástico, y disgustado del mundo y de los hombres, se retiró á la vida ere-
( 1 ) Las cartas que escribio Gregorio VII sobre esta espedicion estan insertas y comentadas de un modo completo en la Bibliote
ca de las Cruzadas , t. II —( 2) Veanse las Pitsas justificativas al fin de la obra. Los historiadores de las guerras santas han olvidado
esta espedicion que es una verdadera cruzada.—( 3) La principal de las ciudades conquistadas por los cristianos, Al-Mahadia,ha-
bia sido fundada en el año 303 de la hegira por Obeidallah ú Abdallah , segun los geografos orientales , y era muy populosa aun en
el siglo xv. Shaw la usitoen 1730 y la llama El-Medea; esta situada a treinta millas de Túnez. Sibila, que es la otra ciudad con
quistada en esta espedicion, y que Shaw toma por la antigua Turris Annibalis, se halla a dos leguas mas al sur en la misma costa
del Mediterraneo,
LIBRO PRIMERO. -300-1 095. 25
mítica mas austera. Exaltaron su imaginación el ayuno, la oración, la meditación y el silencio de la sole
dad, y en medio de sus visiones, seguia una habitual correspondencia con el cielo y se creía el instrumento
de sus designios y el depositario de su voluntad. Tenia el fervor de un apóstol y el valor de un mártir;
su celo despreciaba los obstáculos, y leparecia fácil todo lo que deseaba; cuando hablaba (4), las pasio
nes que le agitaban, animábanla espresion de su rostro y desús palabras, que sabia comunicar á sus oyentes,
y nadie podia resistir á la fuerza de su elocuencia ni á la seducción de su ejemplo. Tal fué el hombre
estraordinario que convocó á la Europa á las cruzadas, y logró sin fortuna ni fama, y solo por el ascendien
te de sus lágrimas y súplicas, conmover el Occidente para lanzarlo en masa sobre el Asia.
El rumor de las peregrinaciones á Oriente arrancó á Pedro de su retiro, y siguió hasta Palestina á la
turba de cristianos que iban á visitar los santos lugares. El aspecto de Jerusalen le hizo mas impresión
que á los demás peregrinos, y mil sentimientos contrarios agitaron su alma exaltada. Todo loque vió en
aquella ciudad, que conservaba las huellas de la misericordia y de la cólera divina, inflamó su caridad,
estimuló su devoción y su celo, y le inundó de respeto, de terror y de indignación; y después de haber
acompañado á sus hermanos al Calvario y al sepulcro de Jesucristo, visitó al patriarca de Jerusalen.
Las venerables canas de Simeón, su rostro augusto y tranquilo, y sobre todo la persecución de que
era víctima, le granjearon toda la confianza de Pedro, y lamentaron juntos los males de los cris
tianos. El Ermitaño preguntó, con el corazón ulcerado y el rostro bañado en lágrimas, si no había
medio alguno para poner término á tantas calamidades. «¡O vos, el mas fiel de los cristianos! lo
«dijo el patriarca, ¿novéis que nuestras iniquidades nos han alejado del Señor y de su misericor-
odia? El Asia yace en poder de los musulmanes; todo el Oriente cayó en la esclavitud, y no puedj
«socorrernos ninguna potencia de la tierra.» Pedro interrumpió á Simeón y le dijo que tal vez lle
garía un día en que los guerreros de Occidente serian los libertadores de Jerusalen. «Sí, no hay
«duda, añadió el patriarca; cuando nuestra aflicción llegue á su colmo, cuando Dios se compadezca
«de nuestras miserias, y enternecido el corazón de los príncipes de Occidente, los envié á ausiliar á
«la ciudad santa.» Diciendo estas palabras, Pedro y Simeón sintieron que la esperanza enviaba una
luz divina á sus almas, y se abrazaron vertiendo lágrimas de regocijo. El patriarca resolvió implo
rar el ausilio del papa y de los príncipes de Europa, y el Ermitaño juró ser el intérprete de los
cristianos de Oriente y armar al Occidente para libertarlo del yugo sarraceno.
El entusiasmo de Pedro creció por momentos después de este coloquio, y creyó que el cielo
mismo le habia encargado que vengase su causa. Un dia , hallándose prosternado ante el santo se
pulcro , se le figuró oir la voz de Jesucristo que le decia : «¡ Levántate , Pedro ! corre á anunciar las
tribulaciones de mi pueblo. Ya es tiempo de que mis servidores sean socorridos y libertados los
santos lugares.» Inflamado con el espíritu de estas palabras que resonaban continuamente en su oido,
y provisto con las cartas del patriarca, partió de Palestina, cruzó los mares, desembarcó en las
costas de Italia , y fué á arrojarse á las plantas del pontífice. Ocupaba entonces la cátedra apostóli
ca Urbano II, discípulo y confidente de Gregorio y de Víctor. Urbano abrazó con entusiasmo un
proyecto cuya primera idea habían concebido sus antecesores, acogió á Pedro como á un profeta,
aplaudió su designio y le encargó que anunciase la próxima libertad de Jerusalen.
El ermitaño Pedro cruzó la Italia, pasó los Alpes, recorrió la Francia y la mayor parte de
Europa abrasando á todos los corazones con el celo que le devoraba. Viajaba montado en una
muía , con un crucifijo en la mano , los piés descalzos , la cabeza descubierta , llevando el cuerp >
ceñido con una soga y cubierto con un ropón de la tela mas basta. El pueblo admiraba la singu-

(1) Ana Comneno, lib. X, llama a Pedro el Ermitaño Cucupiellre, nombre derivado tal vez del picardo IMio , pequeño, y de
la palabra Pürut, Pedro. Si hemos de creer é Orderico Vital, el Ermitaño tenia además el nombre de Pedro de Acheris, y asi lo de -
signa la crónica de los condes de Anjou: Eremita quídam Petrus Achiriensis. Guillermo de Tiro dice que era ermitaño de nombre y
de hecho : Eremita nomine el effectu. Adriano Barland se espresa asi en su libro De geslis dueum Brabanlim : Petrus Eremita, Ambia-
nensis, vir nobilis, prima átate rei miüíari deditus, tametsi UUeris oplime imbutus, sed corpore de/formis ac brevis staturce, etc. Andrés
Thevet ha escrito la vida de Pedro el Ermitaño en su Historia délos hombres mas V.uslres y mas sabios de su siglo, y la ha escrito
también el padre dOultreman. Muchas familias pretenden ser sus descendientes, y la pretensión mas razonable es la déla familia
de Souliersquc existe aunen el Limosin.
y 5.*) 4
2(5 IIIST0K1A DE LAS CRUZADAS.
lar pebreza de su traje, pero la austeridad de sus costumbres , su caridad y la moral que predicaba
le hacian reverenciar como á un santo (1).
El ermitaño iba de ciudad en ciudad y de provincia en provincia , pidiendo á los unos valor y
h los otros compasion , ora subia á los púlpitos en los templos , ora predicaba en los caminos y
en las plazas públicas, y su elocuencia era vivaz y apasionada y matizada de apostrofes vehemen
tes que arrastraban á la muchedumbre. Recordaba la profanacion de los santos lugares y la sangre
de los cristianos vertida á torrentes en las calles de Jerusalen ; invocaba el cielo , los santos y los
ángeles , a quienes tomaba por testigos de la verdad de sus relatos ; se dirigia al monte Sion , á la
roca del Calvario y al monte de los Olivos , á los que hacia exhalar sollozos y gemidos , y cuando se le
agotaban las palabras para describir las desgracias de los fieles, ensenaba á los oyentes el crucifijo
que llevaba consigo, se heria y martirizaba con él su pecho ó derramaba un torrente de amargas
lágrimas.
La multitud se amontonaba siguiendo los pasos de Pedro ; por todas partes era recibido como un
«nviado de Dios el predicador de la guerra santa, todos querian tener la dicha de tocar su ropa,
y conservaban como santas reliquias los pelos arrancados á su mula. Se apaciguaban á su voz las
contiendas de las familias, eran socorridos los pobres, y los malvados se avergonzaban de sus esce
sos; no se hablaba mas que de las virtudes del elocuente cenobita; se contaban sus austeridades
y sus milagros (2), y se repetian sus discursos á los que no los habian oido ó no habian podido
edificarse con su presencia.
Encontraba con frecuencia en sus correrias cristianos de Oriente desterrados de su patria y re
corriendo la Europa mendigando. El ermitaño Pedro los presentaba al pueblo como testigos vivientes
de la barbarie do los infieles , y mostrando el santo orador los harapos con que iban vestidos,
alzaba su voz con violencia contra sus opresores y verdugos. Este espectáculo inspiraba á los
fieles la mas viva emocion de piedad y el furor de la venganza, todos- lamentaban de corazon las
desgracias y la deshonra de Jerusalen elevando sus súplicas al cielo para implorar á Dios que se
dignase dirigir una mirada á su ciudad predilecta, unos ofrecian sus riquezas, otros sus oraciones, y todos
prometian su existencia para libertar los santos lugares.
En medio de esta agitacion general, viéndose Alejo Comneno amenazado por los turcos, envió al
papa embajadores solicitando^ ausilio de los latinos. Ilabia dirigido poco tiempo antes de esta em
bajada cartas á los principes de Occidente, contándoles del modo mas lamentable las conquistas de
los turcos en el Asia Menor. Hallábanse á las puertas de Bizancio (3) aquellas hordas salvajes que
habian ultrajado la naturaleza y la humanidad en los escesos y embriaguez de la victoria , y
sin un pronto socorro de todos los pueblos cristianos , la ciudad de Constantinopla iba á sucumbir
bajola mas espantosa dominacion. Alejo recordaba á los principes de la cristiandad las santas reliquias
custodiadas en Constantinopla, y les suplicaba que salvasen tan sagrado depósito de la profanacion
de los infieles. "Despues de ponderar el esplendor y las riquezas de su capital, exhortaba á los caba
lleros y barones á que fueran á defenderlas , les ofrecia sus tesoros en premio de su valor , y los
alababa la hermosura de las mujeres griegas, cuyo amor debia ser el galardon de las hazañas de.
sus libertadores. No olvidó nada que pudiera halagar las pasiones ó despertar el entusiasmo de los
guerreros de Occidente. «La invasion de los turcos era para Alejo la peor calamidad que pu-

.()) El mas curioso de lodos los historiadores que tratan de Pedro el Ermitaño es el abate Guibert. (Biblioteca de las Cruzadas.)
— (?) Guibert manifiesta que no da entero credito a lo que cuenta sobre Pedro el Ermitaño, y tiene cuidado en añadir que su re
lacion es debida menos a la verdad que al pueblo que es amigo de lo nuevo y estraordinario lib. I, cap. 8. ) — (3 Guibert trae
un estracto de la carta do Alejo y se halla Integra en el Amplissim. coUee., de dom Martenne. ( Vease su traduccion en la Biblioteca
de las Cruzadas, t. I. M. Hecren pone en duda su autenticidad en su sabio comentario latino sobre los historiadores griegos, y
la principal razon en que apoya su parecer, es que esta carta se opone al caracter comun de los emperados griegos. No me parece
suficiente esta razon , porque aunque es sabido que los emperadores de Constantinopla afectaban por lo regular mucha altane
ria en su correspondencia, tambien es cierto que no escaseaban las súplicas cuando so veian amenazados y necesitaban ausilio,
y que nadase une mejor a la vanidad que la bajeza. Algunos criticos se niegan a creer que Alejo baya hablado en sus cartas
del&s mujeres hermosas de la Grecia, pero es muy verosimil, porque uno de los objetos que mas anhelaban los turcos al ata
car a Bizancio eran sus beldades. Adviertase ademas que al escribir Comneno a los francos, suponia, como todos los griegos,
que eran unos barbaros, y ereia halagarlos, con una promesa adecuada a su caracter.
LIBRO PRIMERO.— 300-1095. 27
diera pesar sobre cualquier jefe de un reino cristiano , y para salvarse de un peligro tan
inminente, todo lo parecia justo y conveniente. Le seria fácil sufrir la pérdida de su corona, pero
no la mengua de ver sus estados sometidos á las leyes de Mahoma, y si debia perder el imperio,
se consolaba de antemano con tal que la Grecia se salvase del yugo musulmán y fuese herencia
de los latinos. »
El soberano pontífice convocó un concilio en Plasencia para contestar á las suplicas de Alejo y á
los deseos de los. fieles, y para esponer en él los peligros de la Iglesia griega y de la Iglesia latina
de Oriente (i). Habían preparado de tal modo los ánimos las predicaciones de Pedro, que obedecie
ron á la invitación de la santa sede mas de doscientos obispos y arzobispos , cuatro mil eclesiásticos
y treinta mil legos. Era tan numeroso el concilio, que hubo necesidad de celebrar la asamblea en
una llanura cercana á la ciudad.
Todas las miradas de los asistentes á la asamblea se dirigieron á los embajadores do Alejo , cuya
presencia en un concilio cristiano era un presagio funesto de los desastres de Oriento. Luego que estos
exhortaron á los príncipes y guerreros á que salvasen á Constantinopla y Jerusalen, Urbano apoyó
sus discursos y sus súplicas con todas las razones que le pulieron sugerir el interés de la cristian
dad y la causa de la religión. . No obstante, el concilio do Plasencia no resolvió nada sobre la guena
contra los infieles, pues no solo^nia por objeto la libertad de la Tierra Santa, sino que también
ocuparon muchos dias la atención de Urbano y de los padres del concilio las declaraciones de la
emperatriz Adelaida, que fué á revelar su propia deshonra y la de su esposo, y los anatemas contra
el emperador de Alemania y el antipapa Guiberto.
Existen otras razones que esplican el débil efecto que produjo la predicación de Urbano en el
concilio de Plasencia. Los pueblos de Italia á quienes se dirigía el soberano pontífice, se entregaban
entonces al comercio, y el espíritu mercantil no conduce por lo regular al entusiasmo religioso; y
además la Italia estaba alucinada por el afán de libertad que engendraba las turbulencias y hacia
despreciar los intereses de la religión. Añádase á esto que hallándose reducido entonces al mas
duro cstremo el poder pontificio, habia perdido una gran parte de su prestigio y de su influencia-
pira con los pueblos de allende los Alpes. Mientras el mundo cristiano reverenciaba en Urbano al
formidable sucesor de Gregorio, los italianos cuya caridad habia implorado algunas veces, solo cono- t
cian sus desgracias é infortunios, no sentían mayor celo religioso con su presencia, y las decisiones
de Urbano no tenían fuerza de ley para los que le habían visto fraguar en el seno de la miseria
y del destierro los rayos lanzados sobre los tronos de Occidente.
El prudente pontífice no trató de despertar el ardor de los italianos, y pensó además que su ejemplo
no-seria bastante para arrastrar á las demás naciones. Deseando tomar un partido decisivo sobre la guer
ra santa é interesar en su éxito á todos los pueblos, resolvió convocar otro concilio en el seno de la nación
guerrera que desde los siglos mas remotos habia sido el impulso de la Europa. El nuevo sínodo convo
cado en Clcrmont de Auvernia (2) fué tan numeroso y respetable como el de Plasencia, y los santos y
doctores mas famosos fuéron á honrarlo con su presencia y á ilustrarlo con sus consejos. La ciudad de
Clcrmont (3) apenas pudo hospedar dentro do sus muros á todos los príncipes , embajadores y prelados
que acudieron al concilio, «de modo que dice una antigua crónica que á mediados de noviembre estaban
ya llenos de gente los pueblos y aldeas de las cercanías , viéndose obligados muchos á armar sus lien-

(t Concilios, t. xii, p. 821. — (2) Véase á Guillermo Aubert, Historia de la Conquista de Jerusalen, lib. I. —(3) Urbano no acu
dió en seguida al concilio, pues recorrió antes todas las provincias meridionales de Francia donde reunió algunos concilios par
ticulares, liemos trazado el itinerario de su viajo siguiendo los documentos diplomáticos de la ¿poca. Urbano cruzó los Alpes
en el mes de julio de 1095 y llegó á Valencia de Francia a principios del mes de agosto. Se dirigió después al I'uy de Vcley, don
de habia resuelto convocar el concilio, pero no hallando ningún preparativo en esta ciudad, indicó a Clcrmont y fijó la asamblea
para el 18 de noviembre ( Reims. Vita Urb. II, núm. 188 y sigA El pontífice visitó después el monasterio de Cbisac, cuya iglesia
consagró concediéndolo ciertos privilegios [Bull. Urban. citada por dom Vaissett, Ilisl. del Languedoc. t. II, p. 288\ Urbano llegó
6 Nimcs á fines de agosto ..Rcims Vita Urb. núm. 191 y sig. Mabill.ad ann. 1095, n. 21 ¡. Pasó en seguida el Ródano y llcgóá Ta
ras (Martcnnc, Colkc. amp'.üsim. t. I, p. SoG ), después fué á Aviñon, recorrió toda la Borgoña y volvió a Clermontcl 14 de no
viembre ; Reims. T'iío Urb. , n. 195,1. Terminado el concilio, fué 6 Angcrs, donde la publicación de la cruzada ocasionó la persecu
ción de los judíos.
28 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
das y pabellones en medio de los campos y prados, aunque la estacion y el pais eran rigurosamente frios.»
El concilio fijó toda su atencion en la reforma del clero y de la disciplina eclesiástica antes de ocu
parse de la guerra santa , y trató despues de poner un freno a la libertad de las guerras entre particu
lares. Los caballeros vengaban sus injurias por medio de las armas en aquellos siglos bárbaros; el mas
leve motivo bastaba para que las familias se declarasen una guerra que duraba muchas generaciones,
y la Europa estaba sumergida en sangrientas turbulencias ocasionadas por estas hostilidades. La Iglesia
empleó con frecuencia su útil influencia para restablecer la paz viendo que eran impotentes las leyes y los
gobiernos, y numerosos concilios prohibieron las guerras entre particulares durante cuatro dias de la
semana , invocando en sus decretos la venganza del cielo contra los perturbadores de la tranquilidad
pública.
El concilio de Clermont renovó la tregua de Dios (1 ). Estaba prohibido provocar á otro , matarlo , he
rirlo ó arrebatarle el ganado ó botin desde el domingo primero de cuaresma hasta la segunda feria al
salir el sol despues do la octava de Pentecostés , y desde la cuarta feria que precede al Adviento del
Señor por la tarde hasta la octava de la Epifania. Igual prohibicion habia en todas las semanas del año
desde la cuarta feria al ocultarse el sol hasta la segunda feria al amanecer y en todas las festividades del
año , de la Virgen y de los Apóstoles con sus vigilias. El concilio decidió además que gozasen de una paz
perpetua y quedasen al abrigo de la violencia y del saqueo todas las iglesias con sus atrios , las cruces
de los caminos, los monjes y clérigos, las religiosas y las mujeres, los peregrinos, los comerciantes con
sus criados , los bueyes, los caballos de labor, los hombres que condujesen sus carros y los pastores con
sus ganados. Todos los cristianos debian jurar desde los diez años de edad someterse á la tregua de Dios
y tomar las armas contra los que faltasen á su juramento y ál cumplimiento de esta ley, y quedaban
escomulgados todos los que no jurasen obedecer la tregua de Dios.
Proclamáronse á la vez la paz de Dios y la guerra de Dios : el concilio redactó numerosos reglamen
tos para la disciplina eclesiástica y la reforma de la Iglesia , pero todos estos decretos y hasta la esco-
munion lanzada contra Felipe I rey de Francia (2), no lograron separar la atencion general de un ob
jeto que so consideraba de la mayor importancia, cual era la cautividad y las desgracias de Jerusalen.
Llegó á su colmo el entusiasmo y el fanatismo, que adquiere siempre mayor ardor en las asambleas nu
merosas, y Urbano satisfizo al fin la impaciencia de los lteles. El concilio celebró su décima sesion en la
plaza mayor de Clermont que invadió una multitud inmensa; el papa seguido de sus cardenales subió á
un trono que se habia alzado para él y todos vieron aparecer á su lado al ermitaño Pedro con su bor
don de peregrino y el vestido de lana que le habia granjeado la atencion y el respeto de la muchedum
bre. El apóstol de la guerra santa fué el primero que habló repitiendo los ultrajes que habia recibido
la fé de Jesucristo y recordandolas profanaciones y los sacrilegios de que habia sido testigo, y los tormentos
y persecuciones que un pueblo sin Dios hacia sufrir á los que iban á visitar los santos lugares. Dijo que ha
bia visto á los cristianos cargados de cadenas, sumidos en la mas dura esclavitud y uncidos como animales
de carga; que habia visto á los opresores de Jerusalen vender á los hijos de Jesucristo el permiso de saludar
el sepulcro de su Dios, arrancarles hasta el pan de su miseria y atormentar la misma pobreza para alcan
zar tributos, y que se habia llenado de luto su corazon viendo á los ministros del Todopoderoso arran
cados del santuario, apaleados y condenados á una muerte ignominiosa. El rostro de Pedro estaba abati
do y consternado al relatar las desgracias y la deshonra delos cristianos, los sollozos ahogaban su voz y
su viva emocion llegaba hasta el fondo de todos los corazones.
Urbano tomó la palabra despues del ermitaño Pedro y se espresó en estos términos: «Acabais deoiral

( 1 ) La tregua de Dios, treva o trenya Dei fué publicada por primera vez en Aquilania, A. D. 1032 , pero la rechazocon fre
cuencia la nobleza como contraria a sus privilegios. Vease Ducangc, Glos. t. VI, p. 682-685. — (2} La causa que indujo a
Urbano II a lanzar su escomunion contra Felipe I rey de Francia, puedo hasta cierto punto defender el violento uso de la auto
ridad pontificia, y esta circunstancia nos proporciona ademas la ocasion de hacer una advertencia olvidada por los historiado
res eclesiasticos, aun los partidario? mas entusiastas de la corte romana. Nadie ignora que la escomunion lanzada contra Fe
lipe I y las que posteriormente lanzo la sede apostolica contra Luis VII y Felipe Augusto, so fundaron en gran parto sob/c la
violacion de las leyes del matrimonio. Puede decirse quo el resultado del poder de los papas tendio entonces a conservar la
rantidad de una institucion que es la primerabase de la sociedad. ¿Qué otra barrera podia oponerse en los siglos barba/os a
' i licencia en un contrato donde toman tanta parte las pasiones? Lo:- pontifices prestaron un servicio eminente a la sociedad
al abusar de su poder con tan rectos y piadosos dejcos.
LIBRO PRIMERO.— 300-1095. 29
«enviado de los cristianos de Oriente, y el os ha dichola lamentable suerte de Jerusalen y del pueblo de Dios;
o cual se ha visto obligada á servir á las supersticiones paganas la ciudad^lel Rey de los reyes que trasmitió
» a los demás los preceptos de una fé pura, y como ha sido manchado, por los que no deben resucitar mas
»que para servir de paja al fuego eterno , el sepulcro milagroso donde la muerte no pudo guardar su
«presa, el sepulcro que es manantial de la vida futura y sobre el cual se alzó el Sol de la resurreccion. La
«impiedad victoriosa ha inundado de tinieblas las comarcas mas fértiles del Asia; son ya ciudades musulma
nas Antioquia, Efeso y Nicea, y las hordas bárbaras de los turcos han clavado sus pendones en las orillas
»del Helesponto desde donde amenazan á todas las naciones cristianas. Si el único Dios no les contiene en su
«marcha triunfante armando á sus hijos, ¿qué nacion, qué reino podrá cerrarles las puertas de Occidenta?o
El soberano pontifice se dirigia á todas las naciones cristianas, pero especialmente á los franceses, pues
la Iglesia cifraba en su valor toda su esperanza, y el papa ha bia cruzado los Alpes y les habia traido la
palabra do Dios porque conocia su valor y su piedad. A medida que el pontifice pronunciaba su discurso,
sus oyentes participaban de los sentimientos que le animaban, y se esforzaba á escitar en los corazo
nes de los caballeros y de los barones que le oian, el amor á la gloria, la ambicion de las conquistas,
el entusiasmo religioso, y sobre todo la compasion hácia sus hermanos los cristianos. «El pueblo digno
»de alabanzas, les decia, el pueblo bendecido por el Señor Dios nuestro, gime y sucumbe bajo el peso de
«los ultrajes y humillaciones mas vergonzosas. La raza de los elegidos sufre indignas persecuciones, y
«la raza impia delos sarracenos no ha respetado las virgenes del Señor ni el colegio real de lossacer-
»dotes. Han cargado de cadenas las manos de los débiles y de los ancianos; han arrancado á los hijos del
s seno de sus madres para que olviden entre los bárbaros el nombre del Dios verdadero; una nacion
» perversa ha profanado los hospicios que esperaban á los pobres viajeros en el camino do los santos luga-
» res, el templo del Señor ha sido tratado como un hombre infame, y los ornamentos del santuario arrebatados
«como cautivos. ¿Qué mas os diré? ¿No hubieran abandonado sus moradas de desolacion, en medio de
«tantos males los habitantes de Jerusalen, los custodios del Calvario, los servidores y conciudadanos del
«Hombre Dios, si no se hubieran impuesto la obligacion de albergar y socorrerá los peregrinos, sino
«temiesen dejar sin sacerdotes sus altares y sin ceremonias religiosas una tierra empapada aun con la
» sangre de Jesucristo?
«¡Desgraciado de nos, de mis hijos y de mis hermanos, que vivimos ,on estos dias de calamidad! ¿Hemos
» venido acaso al mundo en este siglo reprobado del cielo para presenciar la desolacion de la ciudad
«santa y para permanecer en paz mientras yace oprimida por sus enemigos? ¿No es preferible morir
»en la guerra, que sufrir por mas tiempo tan horrible espectáculo? Lloremostodas nuestras faltas que han
«armado la cólera divina, lloremos, si... pero que no sean nuestras lágrimas como la semilla arrojada en la
«arena, que el fuego de nuestro arrepentimiento encienda la guerra santa y el amor de nuestros her-
«manos nos conduzca al combate, siendo nuestro amor mas fuerte que la misma muerte al pelear con-
«tra los enemigos del pueblo cristiano.
«Guerreros que ois mi acento, continuaba el elocuente pontifice, vosotros los que vais en pos deva-
»nos protestos de guerra, regocijaos, pues ya hallasteis una guerra legitima; ha llegado el momento de
«mostrar si os anima el verdadero valor; ha llegado el dia de espiar tanta violencia cometida en el
«seno de la paz y tantas victorias manchadas con la crueldad y la injusticia! Vosotros los que habeis sido
«hasta hoy el terror de vuestros conciudadanos y vendeis al furor ajeno vuestros brazos por un vil sala-
«rio, armaos con la espada de IosMacabeoséid á defender la casa de Israel que es la viña del Señor de los ejer-
y>citos. No se trata ya de vengar las injurias de los hombres sino las de la Divinidad; no se trata ya de
«atacar una ciudad ó un castillo, sino de conquistar los santos lugares. Si triunfais, serán vuestro galar-
»don las bendiciones del cielo y los reinos del Asia, y si sucumbis, conseguireis la gloria de morir en
»los mismos sitios que Jesucristo, y Dios no olvidará que os ha visto en su milicia santa. No os retengan
«en vuestros hogares cobardes afecciones ni sentimientos profanos; soldados del Dios vivo, no escu-
«cheis masque los lamentos de Sion, romped todos los lazos de la tierra y acordaos de lo que ha dicho
»el Señor: El que ame á su padre ó á su madre mas qne á mi no es digno de mi, y el que aban
done su casa, su padre, su madre, su mujer, sus hijos ó su herencia por mi nombre, será recompen-
itsado centuplicadamente, y gozará la vida eterna.» "
30 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
El discurso de Urbano pendró, abrasó todos los corazones y pareció una llama ardiente descendi
da del cielo. Arrastrada la asamblea de los lieles por un entusiasmo epae nunca habia inspirado la
elocuencia humana, se alzó en masa para pronunciar estas palabras: Dios lo quiere! Dios lo quiere!
Este grito' unánime se oyó repetidas veces, y resonó á lo lejos en la ciudad de Clcrmont, volando el
eco hasta los cercanos montes. Cuando se restableció la calma, continué el santo pontifice diciendo:
Veis aqui cumplida la promesa divina, pues Jesucristo ha declarado que cuando sus discipulos se
reunieran en su nombre, estaria en medio de ellos. Si, el Salvador del mundo está ahora entre
vosotros, y él ha sido quien os ha inspirado los acentos que acabo de oir. Sean en adelante
vuestro grito de guerra esas palabras: Dios lo quiere! y anuncien en todas partes la presencia del
Dios de los ejércitos. Dijo, y mostró á la asamblea de los cristianos el signo de su redencion. Es
el mismo Jesucristo, continnó, que sale de su sepulcro y os presenta su cruz; ella será el signo
elevado entre las naciones que ha de reunir los hijos dispersos de Israel; llevadla sobre vuestros
hombros ó sobre vuestro pecho, brille en vuestras armas y banderas, sea para vosotros la prenda
de la victoria ó la palma del martirio, y ella os recordará sin cesar que Jesucristo murió por no
sotros y que debemos morir por él (4).
La agitacion era inmensa cuando Urbano acabó de hablar, y no se oian mas que las esclamacio-
nes de, Dios lo quiere! Dios lo quiere! que era la vez de todo el pueblo cristiano. El cardenal
Gregorio, que subió despues á la cátedra de San Pedro bajo el nombre de Inocencio , pronunció
en voz alta una fórmula de confesion general, y prosternándose de rodillas todos los asistentes, se
dieron golpes de pecho y recibieron la absolucion de sus pecados.
El obispo de Puy, Ademaro de Monteil (2), fué el primero que pidió entrar en la senda do Dios,
y tomó la cruz de las manos del papa , y muchos siguieron su ejemplo. El conde de Tolosa
Raimundo, que habia peleado ya con los sarracenos de España , se oscusó por medio de sus em
bajadores de no haber asistido al concilio de Clermont, y prometió partir al Asia al frente de sus
mas leales guerreros. Los barones y caballeros que oyeron las exhortaciones de Urbano juraron ven
gar la causa de Jesucristo, olvidaron sus propias contiendas, prometiendo combatir unidos á los ene
migos do la l'é cristiana , y todos los heles juraron respetar las decisiones del concilio , adornando
sus vestidos con una cruz roja de paño ó de seda (3), tomando desde entonces el nombre de cru
zados y dando el de cruzada á la guerra que iba á hacerse á los sarracenos.
Los lieles suplicaron á Urbano que se pusiera al frente de la espedieion, pero como el papa no
habia vencido aun al antipapa Guiberto y perseguia con sus anatemas al rey de Francia y al em
perador de Alemania, no podia salir de Europa sin comprometer el poder y la politica de la santa
sede. Se negó á ser jefe de la cruzada y nombró legado apostólico del ejército cristiano al obispo
de Puy.
¡i) Baronio copia, al hablar del año 109j, tres discursos del papa sobre las cruzadas. Estos discursos son muy parecidos y
es creible que los pronunciase en los diferentes concilios que convoco antes del general. No se sabe a punto fijo la lengua en que
se espreso el pontifice, y aunque todos los historiadores de las cruzadas reproducen sus discursos en lalin, no es testimo
nio suficiente para probar que hablase en esta lengua. Es bastante tener algunas nociones sobre la edad media para saber
que, 6 pesar de ser el lalin la lengua usada en todas las actas de la vida civil y en la correspondencia, no obs
tante no fué nunca el idioma popular. Los legos hablaban diversos dialectos que variaban segun las provincias, aunque
caracterizase una diferencia mas notable los paises situados aquende y allende el Loira. Como el pueblo no entendia mas
que estos dialectos, era probable que se hablase en ellos cuando se intentaba escitar sus pasiones, y Urbano scespresa-
ria indudablemente en el dialecto que se hablaba entonces en Auvcrnia donde se celebro el concilio. Es preciso advertir
ademas que Urbano era frances y que le seria mas facil esplicarse en idioma vulgar.— ,2) El obispo de Puy, Ademaro de
Monteil , era hijo del consul de la provincia do Valencia , y reputado como un varon de saber y de firmeza. (Vease la
Cronica del monasterio de San Pedro de Puy, en la pag. 7 y sig. de las pruebas de la Historia del Languedoc de don Vais-
scttc.)Estc historiador dice en la Gallia christiana, t. I. pag. 701, que Ademaro habia sido un soldado distinguido (tom.
II. pag. 283.) — (3) La cruz que llevaban los fieles en esta cruzada era de paño y algunas veces de seda encarna
da. Despues fue de muchos colores ; se la ponian sobre el hombro derecho en el vestido o en ta capa, o bien se la colo
caban delante del casco. El padre Montfaucon ha grabado en sus Monumentos de la monarquía francesa las pinturas de las vidrie
ras de la iglesia de San Dionisio que representan la primera cruzada, y se ven en ellas los cruzados con cruces pintadas en las ban
derolas de sus lanzas odelanlede sus cascos. (Monum.de la monarq. franc. t.I,p. 381 y sig.) Algunos, ya por supersticion, ya por hi
pocresia, so imprimian sobre la piel cruces con hierros candentes [Massill. Anal, ad ann. 1095.) El papa y los obispos bendecian las
cruces, y se hallan en el Ritual romano las ceremonias usadas en estos casos. Al volver de la cruzado, se arrancaban del hombro el
si;;no sagrado y se lo colocaban en la espalda o se lo colgaban al cuello.
L1DR0 PRIMERO. — 309-1093. 31
Prometió á lodos los cruzados la absolución de sus pecados , y puso bajo la protección de la
Iglesia y do los apóstoles san Pedro y san Pablo sus personas, sus familias y sus bienes. El conci
lio declaró que seria castigada con el anatema cualquiera violencia ejercida contra los soldados
de Jesucristo, y recomendó á la vigilancia de los sacerdotes y obispos los decretos que defendían
á los cruzados. Arregló la disciplina, fijó la ¿poca de. la partida de los que se habian alistado en la
milicia santa, y temeroso de que la reflexión no detuviera á algunos en sus hogares, amenazó con
la cscomunion á los que fallaren á su juramento.
La fama publicó por toda Europa la guerra que acababa de declararse a los -infieles, y Urbano re
corrió diversas provincias de Francia para completar su obra tan felizmente inaugurada. Convocó
concilios en las ciudades de Rúen, Angers, Tours y Mimas a domlo acudieron la nobleza, el clero y
el pueblo para oir al padre de los fieles y deplorar con él las desgracias de Sion. Los obispos yJos
simples sacerdotes no cesaban de bendecir en todas las diócesis y parroquias cruces para los fieles
que prometían armarse para libertar á la Tierra Santa. La Iglesia ha conservado en sus anales las fór
mulas de las oraciones recitadas en esta ceremonia. Después de invocar el sacerdote el ausilio del Dios que
ha creado el cielo y la tierra, rogaba al Señor que bendijera con su patriarcal bondad la cruz do los
peregrinos , cual lo hiciera en otro tiempo con la vara do Aaron ; pedia á la misericordia divina
que no abandonara en los peligros a los que iban á pelear por Jesucristo y les enviara ni ángel
Gabriel que habia sido el fiel compañero de Tobías, y dirigiéndose entonces á cada peregrino arro
dillado ante él, le decia después de haber clavado la cruz sobre su pecho: Recibe este signo, ima
gen de la pasión y muerte del Salvador del mundo, para que se aparten de tí en tu viaje la des
gracia v el pecado y vuelvas al seno de los tuyos mas feliz y sobro lodo mas perfecto. El auditorio
respondía: AMEN, y el entusiasmo que inspiraba esta ceremonia, inflamaba todos los corazones.
Parecía que los franceses no tenían mas patria que la Tierra Santa y que le eran deudores del
sacrificio de su reposo, de sus bienes y de su vida. No tardó en comunicarse á los demás pueblos
cristianos esle entusiasmo sin límites, é invadió la Inglaterra comovida aun por la conquista reciente
de los normandos, la Alemania agitada por los anatemas de Gregorio y de Urbano, la Italia devo
rada por los partidos, y la misma España que. combatía á los sarracenos en su propio territorio. Era
tanto el ascendiente de la religión ultrajada por los infieles y tanta la influencia del ejemplo que da
ban los franceses, que todas las naciones olvidaron su ambición ó sus temores y dieron á la cruza
da los soldados que necesitaban para su defensa. Todo el Occidente se conmovió con eslas palabras:
El que no lleve mi cruz y no me siga, no será digno de mi.
Contribuia a aumentar el número de los peregrinos la situación en que se hallaba la Europa.
Todo vacia envuelto en tal desorden, dice Guillermo de Tiro, que parecía que el mundo marchaba
á su decadencia y que debía estar próxima la segunda venida del Hijo del hombre. El pueblo ge
mía bajo la mas horrible esclavitud, y la espantosa miseria que asolaba muehes años hacia la
Francia y la mayor parle de los reinos de Occidente, habia engendrado lodo género de calamidades,
crímenes y latrocinios [\). Aldeas enteras y aun ciudades populosas caían en escombros y se queda
ban sin moradores, y los pueblos abandonaron sin pesar una tierra que no podía alimentarlos ni les
ofrecía reposo ni seguridad. El estandarte de la cruz pareció á todos un seguro asilo contra la mi
seria y la opresión, pues según los decretos del concilio de Clermont los cruzados estaban exentos
de impuestos y no podian ser perseguidos por deudas durante su viaje. El nombre de la cruz era
bastante para que las leyes suspendieran sus amenazas, no pudiera apoderarse de sus víctimas la tiranía
ni la misma justicia de los culpables si la Iglesia los adoptaba por defensores, y la corteza de la im
punidad, la esperanza de mejor suerte y el afán de la licencia y de sacudir las cadenas mas sa
gradas, aglomeraron a la multitud bajo el pendón de la cruzada.
Muchos señores, que no habian tomado la cruz y que veían partir á sus vasallos sin poderles
contener, se determinaron á seguirles como jefes militares para conservar algún resto de su auto-

ir Algunos historiadores han hablado de una enfermedad epidémica que reinaba en esta época y <¡uo llamaban lúes ig-
nit cutanei. Es el fuego de santa Gertrudis Ex ciironic. aufred. Historiador, s de Francia, t. XII, p. 4S7 . Véase también la obra
deEchard, titulada Oeerrugnatimc llterosolim ttni analizada en la Biblioteca de las Cruzadas.
32 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
ridad. La mayor parte de los condes y barones no dudaron abandonar la Europa, viendo que el
concilio de Clerinont acababa de declararla en estado do paz y que no podia ofrecerles ocasion de
hacer alarde de su valor , y porque tenian además muchos crimenes que espiar. Empuñaron la
cruz y las armas, dice Montesquieu, porque se les prometió perdonárselos siguiendo su pasion dominante.
La Iglesia no habia renunciado aun al uso de imponer penitencias públicas , y como muchos se
avergonzaban de confesar sus faltas delante de sus conciudadanos y amigos (1), prefirieron hacerla
peregrinacion y esponerse á los peligros y fatigas do un largo viaje. El tribunal de la penitencia
mandaba algunas veces á los fieles, especialmente á los guerreros, que se retirasen á un sitio ig
norado y que evitasen escrupulosamente la disipacion y los combates, y puede juzgarsela revolucion que
debieron esperimentar los ánimos, cuando la misma Iglesia hizo oir de pronto el clarin guerrero,
y recomendó como agradables á Dios el afan de las conquistas, la gloria del triunfo y el entusiasmo
por desafiar los peligros que miraban antes como un pecado. Es do creer que estas innovaciones de
la disciplina eclesiástica no favorecerian las virtudes ni la pureza de las costumbres, pero es cierto
que sirvieron maravillosamente á la guerra santa y aumentaron considerablemente el número de
los peregrinos y vengadores del santo sepulcro.
El clero fué el primero en dar ejemplo. La mayor parte de los obispos, que tenian lilulo de
conde ó baron y que habian hecho frecuentemente la guerra para defender los derechos de sus obispados,
creyeron que debian armarse por la causa de Jesucristo. Tomaron tambien la cruz los sacerdotes
para dar mas fuerza á sus predicaciones, y algunos de ellos que, como veremos mas adelante, te
nian sin duda presentes en su memoria los obispados del Asia, cedian con la esperanza de ocupar
un dia las sillas mas célebres de la Iglesia de Oriente.
En medio de la anarquia y turbulencias que asolaban la Europa desdo el reinado de Carlomag-
no, se habia formado una aviacion de nobles caballeros que recorrian el mundo en busca de
aventuras, y que habian prestado el juramento de proteger la inocencia, de socorrer á los dóbiles
oprimidos y combatir á los infieles. La religion , que habia consagrado su institucion y bendecido
su espada, los llamó en su defensa , un gran número de estos guerreros se alistaron al pendon de
la cruz, y formaron el núcleo. do la órden de la caballeria que debió una gran parte de su brillo
y sus progresos á la guerra santa.
Tambien les estimuló la ambicion de su sacrificio por la causa de Jesucristo, pues si la religion
prometia sus recompensas á los que iban á combatir por ella, la fortuna les prometia tambien las ri
quezas y los tronos de la tierra. Los que volvian de Oriente hablaban con entusiasmo de los pro
digios que habian visto y de las ricas- provincias que habian cruzado: todos sabian que trescientos
normandos habian conquistado á los sarracenos la Pulla y la Sicilia (2); y todas las tierras ocupadas
por los infieles debian pertenecer, sogun la opinion general de aquella ópoca, á los hazañosos ca
balleros que no tenian mas riqueza que su cuna, su valor y su espada (3).
No ha de olvidarse, empero, que el entusiasmo religioso era el primero y principal móvil que ponia
en movimiento á todo el inundo cristiano. Los hombres siguen sus tendencias naturales y solo obe
decen á sus inclinaciones en las ópocas normales, pero en el siglo que describimos la devocion de la
peregrinacion, que se avivaba comunicándose y que podia llamarse la locura de la cruz (4), segun
(1) Muchas personas se avergonzaban de hacer penitencia inter notos. iVéasc la Relacion de un empleado del conde de Blois,
Biblioteca do las Cruzadas . —¡2) Cuarenta normandos vestidos de peregrinos de regreso de Palestina en 1008 desembarcaron en Sa
lorno; eran hombres de elevada estatura y se hacian notar por su continente y por sus armas; encontraron laciudad sitiada por los
sarracenos, y pidieron a Gaimar, que era entonces principe de aquel pais, caballos y armas. Cayeron repentinamente sobre los ene-
mi yos, mataron muchos, pusieron a los demas en vergonzosa fuga y aleanzaron una admirable victoria. El principe los colmo do
alabanzas y regalos y les pidio que se quedasen en sucorte,pcrolos peregrinos, rehusaron los presentes, diciendo que habian pelea
do por amor de Dios y por el triunfo de la fe cristiana, y declararon que debian volver a su pais. El principe convoco su consejo,
envio con ellos embajadores a Normandfa cargadoscon los frutos del pais, e invitó a los normandos a que vinieran a la coinor-
ca feliz que los producia. Esta embajada no tuvo efecto, pero otra ocasion facilitó a los normandos ta entrada de Italia don-
dellevarona cabo importantes conquistas. (Baronio, año 1 002.) — ,3) Roberto el Frison, hijo segundo del conde deFlandes, que no
podia disfrutar de los bienes de su casa, dijo a su padre: «Dadme soldados y naves, e ire a conquistar un estado a los sarracenos
de España. » Esta peticion es muy frecuente en las novelas de la edad media, y es una espresion fiel de las costumbrescontempo—
raneas. «Querido señor, armadme hombres suficientes para ganar un estado o reino. — Querido hijo , tendreis lo que pedis.»
— 4 Stultiliam crucis.
LIBRO PRIMERO. — 360-1005. 33
espresion de San Pablo, se había convertido en una pasión ardiente y celosa que hablaba mas alu.
que las demás. La religión era el único objeto de la guerra contra los sarracenos , y la religión
comprendida de este modo, no permitía esperar á sus defensores mas felicidad ■ ni mas gloria que laque
creaba su imaginación exaltada. El amor patrio, los lazos de la familia y las mas tiernas afecciones
del corazón fueron sacrificadas á las ideas que arrastraban entonces a toda la Europa. La moderación
era una cobardía, la indiferencia traición y la oposición un sacrilego atentado: era nulo el poder de
las leyes para los que creian combatir por la causa de Dios : los subditos desconocían la autoridad
de los príncipes y de los señores en todo lo que concernia á Va guerra santa, y el dueño y el esclavo
no tenian mas títulos que el de cristiano ni otro deber que cumplir que la defensa de la religión
con las armas en la mano.
La imaginación del pueblo veia á cada instante tantos prodigios, que parecía que la naturaleza se
había dedicado á proclamar la voluntad del cielo. «Tomo á Dios por testigo, dice Guibert , que vivía
»en aquella época en Beauvais, de que vi una vez al medio dia varias nubes colocadas unas sobre
»otras oblicuamente y de tal forma, que parecían formar una cigüeña ó una grulla, y que de pronto
»se alzaron millares de voces por todos lados anunciando que acababa de aparecer una cruz en los
»cielos.» El mismo cronista cuenta que una mujer había emprendido el viaje á Jerusalen, y que
una oca enseñada en no sé qué escuela, dice Guibert, y haciendo mas de lo que es natural á un
animal desprovisto de razón, marchaba balanceándose detrás de la viajera. Muy pronto la fama vo
lando con rapidez esparció por los castillos y aldeas la noticia de que Dios enviaba á las aves á la
conquista de Jerusalen !
Todos pretendían que una inspiración singular les ordenaba que partiesen á la Tierra Santa, y para
probar el. milagroso llamamiento, uno se estraia un poco de sangre, se trazaba sobre el cuerpo rayas
en forma de cruz, y las enseñaba á los demás; otro se fingia ciego y decía , que un oráculo divino
le obligaba á emprender el santo viaje; este empleaba «1 zumo de plantas tiernas ú otra prepara
ción de color para imprimirse sobre el rostro el signo de la redención, y aquel se pintaba las me
jillas de verde ó rojo para poderse presentar como testimonios vivos de los milagros del cielo, lo¡»
cuales recorrían á estos piadosos fraudes esperando que la caridad de los fieles les ayudaría á seguir la
cruzada. Los monjes huian de los claustros donde habían jurado morir, creyéndose arrebatados por
una inspiración divina, y los ermitaños abandonaban los desiertos ó iban á mezclarse con los cruza
dos. Lo que parece mas increíble, es que los bandidos y asesinos salian desús ignorados albergues, con
fesando sus crímenes y prometiendo espiarlos tomando la cruz y partiendo á Palestina.
Los artesanos, los comerciantes y los labradores abandonaban sus tareas y su profesión, olvidando'"'
de su porvenir y del de sus familias, y los barones y señores renunciaban á sus dominios adquirí
dos por el valor y las hazañas de sus padres. Las tierras, las ciudades y ios castillos que originaban
las continuas guerras perdieron de pronto todo su valor á los ojos de sus posesores, y los compraban
por módica suma los que no habían sido inspirados por la gracia de Dios, ni habían sido llamado
á gozar la dicha de visitar los santos lugares y conquistar el Oriente.
Los autores contemporáneos cuentan muchos milagros que contribuyeron á entusiasmar á la muche
dumbre. Viéronse estrellas que se desprendan del firmamento y caian en la tierra, desconocidos fue
gos que surcaban por los aires y daban á la noche la claridad del dia, nubes de color de sangre que
se formaban de improviso en el horizonte hácia oriente y occidente , y un cometa amenazador
que aparecía al medio dia en figura de espada. Viéronse también en las mas elevadas regiones
del cielo ciudades con sus torreones y murallas y ejércitos dispuestos á combatir y que seguian el es
tandarte de la cruz. El monje Roberto cuenta que el mismo dia en que se decidió la cruzada en el
concilio de Clermont, se proclamó igualmente en ultramar. aEsta noticia, añade, animó á los cri
stianos de Oriente y llenó de desesperación á los pueblos del Arabia.» Para colmo de tanto prodi
gio , salian de sus tumbas los santos y reyes de los siglos anteriores, y muchísimos franceses vieron la
sombra de Carlomagno exhortando á_ los cristianos á combatir contra los infieles.
No repetiremos todos los milagros que cuentan las crónicas, pero indicaremos el carácter eminen
temente poético de los presagios que acompañaba al movimiento universal de las cruzadas. La ima
5
31 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
ginaoioa popular había sembrado en los cielos las imágenes de la guerra en sus ilusiones belicosas;
la naturaleza habia contribuido á dar mas consistencia á los intereses, á las pasiones y al entusias
mo de la multitud; todo se hallaba en armonía con los sentimientos predominantes, y la tumba
habia permitido á los muertos que se mezclasen con los vivos para que el tiempo pasado pudiese
on cierto modo seguir el movimiento de la época. ¿No encierran estas maravillosas visiones la subli-
-midad do la epopeya?
El concilio de Clermont, celebrado en el mes de noviembre de i 095, determinó que se efectuase
la partida el dia de la Asunción del año siguiente, y durante el invierno todos so ocuparon de los
preparativos del viajo á la Tierra Santa, suspendiéndose en ciudades y campiñas los cuidados y labo
res ordinarios. La religión vigilaba el orden público y animaba todos los corazones en medio de la
efervescencia general, y no se oyó hablar mas de robos ni do saqueos (1). La Europa vivió en si
lencio durante algunos meses, gozando una paz desconocida en aquellos siglos.
ís'o debe darse al olvido entre los preparativos de la cruzada, el cuidado que tenian los espedi-
cionarios de hacer bendecir sus armas y sus banderas. El sacerdote de cada parroquia rociaba con
agua bendita las armas amotonadas ante él , y rogaba al Señor todopoderoso que concediese á los
que debían llevarlas en los combates el valor y la fuerza que inspiró un dia á David vencedor del
infiel Golíath. Al entregar el sacerdote á cada caballero la espada que habia bendecido, decia: Reci
bid esta espada en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; servios de ella para el triunfo
de la fé, y que no vierta jamás sangi'e inocente. Con no menos solemnidad se celebraba la bendi
ción de las banderas; el ministro del Dios de los ejércitos pedia al cielo que aquella señera de la
guerra fuera un objeto de lerror para los enemigos del pueblo cristiano y una prenda de la victoria
para todos los que esperaban en Jesucristo. Después de haber esparcido el sacerdote el agua sagrada
sobre la bandera, la entregaba á los guerreros arrodillados ante él diciendo: «Id á combatir por la
gloria de Dios y que este signo os haga triunfar en todos los peligros.» Estas ceremonias, desconoci
das hasta entonces en la Iglesia, atraían un inmenso concurso de fieles, y todos unían sus oraciones á
las del clero para implorar la protección divina en favor de los soldados de Jesucristo.
Los que habian tomado la cruz, se animaban mutuamente y se enviaban cartas y embajadas para
apresurar la partida, pues esperaban la bendición celeste ios cruzados que fueran los primeros en
emprender el viaje á Jerusalen. Los mismos que habian vituperado en un principio el delirio de
la cruzada, conocieron su indiferencia en pro de la causa de la religión y manifestaron tanto fer
vor como los que les habian dado el ejemplo. Todos tenian deseos de vender sus posesiones y esta
ban impacientes por no encontrar compradores, los cruzados despreciaban todo lo que no podian lle
varse consigo, y los productos de la tierra se vendieron á tan bajo precio, que ocasionó la abun
dancia en medio de la misma miseria. El antiguo cronista Guibert nos dice, esforzándose á pintar
la indiferencia universal que inspiraba todo lo que no tenia ninguna relación con la cruzada que
se despreciaban, como cosa vil, las esposas mas bellas r y carecían de encanto las piedras mas pre
ciosas.
La impaciencia de los cruzados llegó á un eslremo increíble cuando empezó la primavera, y se
pusieron en marcha para acudir á los sitios donde debían reunirse. La mayor parte iban á pié,
aparecían algunos caballeros entre la multitud , muchos viajaban montados en carros arrastrados por
bueyes herrados , otros costeaban el mar ó bajaban por los rios en barcas , é iban diversamente vesti
dos, armados de lanzas , espadas , mazas de hierro , etc. La turba de los cruzados presentaba una
mezcla estrafia y confusa de todas las clases y condiciones , algunas mujeres armadas aparecían á
las veces en medio de los guerreros , y la prostitución y los regocijos mundanos formaban un

(1) El crpnlsta Guibert t lib I, cap. VII ) cuenta con curiosos pormenores los desórdenes y crímenes que deshonraban y tur
baban la Europa aníesde las cruzadas, y el órden perfecto y profunda tranquilidad que ocasionó la partida de la santa espe-
dicion. «Antes de esta agitación de las naciones, dice el cronista, no se oia bablar mas que de robos , saqueos 6 incendios , pero
arrastrados de improviso los malhechores por el incomparable y prodigioso cambio de los ánimos, se arrojaron a las plantas de
los obispos y sacerdotes implorando el favor de recibir la cruz. Este celo piadoso por Jesucristo ahogó todas las contiendas y
guerras, como esas lluvias suaves que bastan á veces para apaciguar el viento mas tempestuoso.
LIBRO PRIMERO. — 300-1095., 35
contraste singular con la austeridad de la penitencia y de la piedad. Vetase á U>s ancianos al lado (ib
los niños, la opulencia junto á la pobreza, los cascos confundidos con los hábitos, la mitra con la es
pada, al señor junto á los siervos y al amo con sus criados. Se alzaban tiendas para los caballeros
cerca de las ciudades, de las fortalezas, en las llanuras y en las montañas, y altares construidos do
prisa para el oficio divino; aqui un jefe militar acostumbraba á sus soldados á la disciplina, alli un
predicador recordaba á sus oyentes.las verdades del Evangelio; ya se oia el rumor de los clarines y
trompetas, ya el canto de los salmos y oraciones. Desplegábase un inmenso aparato de guerra y de
fiesta solemne; desde el Tibar hasta el Océano y de el Rhin á los Pirineos no se hallaban mas que
turbas de hombres revestidos de la cruz, que juraban esterminar los sarracenos y celebraban de an
temano sus victorias, y por donde quiera se oia el grito de guerra de los cruzados: ¡Dios lo quiere !
Dios lo quiere!
Los padres conducian á sus mismos hijos y les obligaban á prestar el juramento de vencer ó mo
rir por Jesucristo; los guerreros se separaban de los brazos de sus esposas y de su familia prome
tiendo volver victoriosos; las mujeres, los ancianos, cuya fidelidad quedaba sin apoyo, acompañaban á
sus hijos ó sus esposas hasta la ciudad mas próxima, y no pudiendo separarse de los objetos de su
cariño, se determinaban á seguirlos hasta Jerusalen. Los que se quedaban en Europa, envidiaban la
suerte de los cruzados y no podian reprimir. sus lágrimas, y los que iban á buscar la muerte al Asia,
rebosaban de alegria y esperanza.
Entre los peregrinos salidos de las orillas del mar se distinguia una multitud que habia partido do
las islas del Océano, y estos guerreros escitaban la curiosidad y la sorpresa con sus trajes y armas
nunca vistos (1). Hablaban una lengua que nadie comprendia, y para esplicar que venian á defender
los intereses de la cruz, alzaban dos dedos formando este signo sagrado. Familias y aldeas entera
partian hácia Palestina arrebatados por su ejemplo y por el entusiasmo general, y llevando consigo
sus humildes penates, sus provisiones, sus muebles y sus utensilios. Los mas pobres iban despreve
nidos, creidos de que el Dios que alimenta á las aves no dejaria morir de hambre á los peregrinos
que llevaban la - cruz ; su ignorancia aumentaba la ilusion que daba á cuanto veian un aspecto db
encantamiento ó de prodigio, y creian sin cesar que habian {legado al término de su peregrinacion.
Los hijos de los aldeanos preguntaban al ver sobre alguna eminencia, una ciudad ó castillo si esta
ba alli Jerusalen (2). Muchos grandes señores, que habian pasado su vida en sus moradas rústicas y
sabian tanto como sus vasallos, llevaban consigo sus utensilios de caza y pesca y marchaban prece
didos de una jauria, llevando en la mano su falcon, pues esperaban llegar á Jerusalen sin obstáculo
y mostrar al Asia el lujo de sus castillos.
Ningun hombre . sabio hizo oir la voz de la razon en medio del entusiasmo universal , y nadie se
asombraba entonces de lo que ahora nos sorprende. Estas escenas tan estrañas, en las que todo el
mundo era actor, solo debia ser un espectáculo para la posteridad (3).

i Guibert Biblioteca th las Cruzadas:. Guillermo de Malsbury idem. t. I. ). — ;4' Guibert. — [3; Gibbon, t. XVL
3G HISTORIA DE LAS CRUZADAS.

LIBRO II.

PARTIDA Y MARCHA DE LOS CRUZADOS POR El IMPERIO GRIEGO V EL ASIA MENOR.

109G-1007.

arten los primeros cruzados. — Su marcha a traves de Alemania, Hungria y Bulgaria. — Su indisciplina, sus escesosy sus in
fortunios. —Pedro el Ermitaño y Gotschalk. — Volkmaro y el conde Emicon. —Sitio de Moseburgo. — Llega la vanguardia &
Constantinopla. — Alejo Comneno la hace trasportar al otro lado del Bosforo. — Primeras hostilidades con los turcos. —Que
da completamente deshecha la vanguardia. — tíodofredo de Ilouillon. — Su ejército. —Caracter de los principales jefes.
Aterraal emperador el número delos cruzados. — El conde de Vermandois. — Politica cautelosa de Alejo. — Los principes
cristianos le prestan homenaje por sus futuras conquistas.— Sus prodigalidades. — El ejercito cristiano en el Asia Menor. —
Sitio de Nicea. — Batalla sangrienta. — Toman la plaza por asalto. —Se dirigen los cruzados a la Siria. — La vanguardia es
derrotada por los turcos. — Marcha penosa. — Tancredo somete la Cilicia — Los cruzados en Heraclea. —Entran en Siria.—
Balduino conquista la Armenia y funda un estado independiente.

La turba de cristianos que habian tomado la cruz en la mayor parte de las naciones de Europa
bastaba para formar muchos ejércitos, y los principes y capitanes que debian conducirles combinaron
entre si que no partirian al mismo tiempo, y que tomando diferentes caminos, se reunirian en Cons
tantinopla.
Mientras los principes se ocupaban en los preparativos dela partida, la multitud que seguia al her-
mitaño Pedro en sus predicaciones, estaba impaciente para adelantarse á los demás cruzados, y como ca
recia de jefe, fijó sus ojos en el que todos miraban como un enviado del cielo, y eligió á Pedro para
que los condujera al Asia. Alucinado el cenobita por el esceso de su celo, creyó que el entusiasno era la
mejor garantia del éxito de la guerra y que le seria fácil dirigir aquella turba indisciplinada. Ce
dió á sus ruegos, y tomó posesion del mando vestido con su saco de lana, su capucha, sus sandalias
y sin mas montura que la mula con la cual habia recorrido la Europa. Partió con su ejército desde las
orillas del Mosa y delMosella, se dirigió hácia Alemania y se incorporó con una multitud de peregri
nos que acudian de Champaña, de Borgoña y delas provincias cercanas. Pedro reunió bajo sus ban
deras ochenta ó cien milhombres. Estos primeros cruzados, que llevaban consigo las mujeres, los hijos,
¡os ancianos y los enfermos, emprendian su marcha bajo la fé de las milagrosas promesas de su jefe;
y persuadidos de que Dios les llamaba en defensa de su causa , esperaban que los rios separarian
sus aguas ante sus batallones, y que caeria del cielo el maná para alimentarlos.
El ejército de Pedro el Ermitaño estaba dividido en dos cuerpos, la vanguardia marchaba á las ór
denes de Gualtero Sin haber (1), cuyo sobrenombre, conservado por la historia, nos prueba que los gefes
eran tan pobres como los soldados; no se veian en este cuerpo mas que ocho caballeros, y todos los
restantes iban á la conquista de Oriente mendigando. Mientras los cruzados estuvieron en el territorio
francés, proveia sus necesidades la caridad de los fieles ; y estimularon el celo de los alemanes,
donde no se habia predicado aun la cruzada. No encontraron ningun enemigo en las márgenes del

(1) Guillermo de Tiro designa & Gualtero con el sobrenombre do Sensaveir: Quidam Gualtcrus, cognomento Sensaoeir, vir
noMIi* el in armis strenuus (Lib. I, apud Bongars, p. 6421. Los demas historiadores le llaman sine habere, sinc pecunia , y las anti
guas cronicas sens avechor, seni aveir. Esta costumbre era entonces bastante comun, y Orderico Vital se lo da a cierto Hugo que
se cruzo en 1l06.{//ittoria de Francia dedom Bonquct, t. XII, p. 667). Tal vez fuera el sobrenombre de todos los que no tenian
leudo y eran considerados como sin haber en el sistema feudal, fiualtero era un noble borgoñon: algunos historiadores dicen
que Pedro nombro teniente suyo a un tio de Gualtero, y que este no obtuvoel mando hasta la muerte de su tio, que acaeiVi
en la Hulearia.
LIBRO SEGUNDO.- 1096-1 097. 37
Rhin, pero Ies esperaban en las orillas del Save y del Danubio los húngaros y bulgarios que iban á
ser sus amalecitas.
Los húngaros, oriundos de la Escilia (1),como todos los pueblos de origen eslavo (2 . tenian un orí-
gen igual que los turcos, y se habían hecho como ellos temibles á los cristianos. Habian invadido la
l'anonia en el siglo décimo y estendido la devastación de la guerra hasta las comarcas mas fértiles
de Europa; y aterrados los pueblos con sus rápidas victorias, los miraban como un azote precursor
del fin del mundo. Abrazaron el cristianismo que habian perseguido al principiar el siglo onceno, y
luego que se sometieron á la fé del Evangelio, empezaron á construir ciudades y á cultivar las tier
ras, reconociendo una patria y cesando de ser el terror de sus vecinos. Los húngaros se gloriaban en
la época de la primera cruzada de poseer un santo entre sus monarcas, que era san Estéban. Cuan
do Pedro el Ermitaño regresó de Palestina y se detuvo en Hungría para interesar á Ladislao I con la
pintura de los sufrimientos de los cristianos en la Tierra Santa, consiguió tan victoriosamente su de
seo, que el príncipe hizo voto de ir en persona á socorrerlos, pero murió en 4095 con el sentimiento
de no haber podido cumplir su piadoso juramento. Las crónicas húngaras pretendían que los enviados
de Francia, Inglaterra y España ofrecieran á Ladislao el mando de la cruzada después del concilio de
Plasencia. Este aserto es inverosímil, y creemos que los cruzados invitaron por primera vez al rey
de Hungría á tomar parte en la espedicion cuando cruzaron por sus estados, y aunque Coloman , su
cesor de Ladislao, estaba enlazado á Urbano II con relaciones amistosas, ni él ni su pueblo mani
festaron entusiasmo por la guerra santa.
Los bulgarios, salidos del Volga ó Bolga, habian protegido y saqueado el imperio de Constantimopla:
sus guerreros habian muerto a Nicéforo en una batalla, y el cráneo de emperador engastado en oro
sirvió á sus jefes de copa en las orgías de la victoria. Vencióles después Basilio que mandó arran
car los ojos á quince mil prisioneros, y este acto de barbarie sublevó á toda la nación contra la Gre
cia. La Bulgaria era dependiente del imperio griego en la época de las cruzadas, pero despreciaba las
leyes y el poder de sus soberanos, y esparcido el pueblo bulgario por las orillas meridionales del Da
nubio ó encastillado en sus inaccesibles selvas, conservaba su salvaje independencia y solo reconocía á los
emperadores de Oriente á la vista de sus ejércitos. Los bulgarios no reconocían como hermanos a los
cristianos, apesar de haber abrazado la fé de Jesucristo, no respetaban el derecho de gentes ni las leyes
de la hospitalidad, y durante los dos siglos que precedieron á las cruzadas, fueron el terror de los pere
grinos de Occidente que iban á Jerusalen (3).
Cuando la vanguardia de Pedro entró en Hungría, solo turbaron su marcha algunos insultos que
Gualtero soportó con resignación dejando su castigo al Dios que servia, pero á medida que los cruzados
se internaban en los países desconocidos, «recia la miseria y con ella la licencia y el olvido de las virtu
des pacíficas. Cuando llegaron á Bulgaria, se hallaron de pronto sin comestibles los peregrinos, y habién
dose negado á proporcionárselos el gobernador de Belgrado, se esparcieron por las campiñas, robaron
los ganados, incendiaron las casas y pasaron á cuchillo á los habitantes que se opusieron á sus violen
cias. Irritados los bulgarios corrieron á las armas y cayeron, de improviso sobre los soldados de
Gualtero entorpecidos con el botin. Sesenta cruzados perecieron en medio de las llamas en una iglesia
donde croian haber hallado un seguro asilo, y los demás debieron su salvación á la fuga. Después
de esta derrota que no trató de vengar Gualtero, apresuró su marcha cruzando los bosques y los
desiertos perseguido por el hambre y arrastrando penosamente los- restos de su ejército; y al presen
tarse ante Nisa con ademan suplicante, el gobernador de esta ciudad se compadeció de la miseria de
los cruzados y les dio armas, víveres y vestidos.

(t! La palabra skytha significa mimada en eslavo, y tal vez se derive la etimología de los escritos de sus costumbres y
de su vida errante. — ;2¡ Una tercera parle de la población de Europa es eslava, y liene este origen la mitad de los habitantes do
los estados de Austria. Se cuentan en esta nación siete principales razas eslavas, que se dividen entre si en veinte y seis ramas
secundarias, y la mayor parte de ellas hablan un dialecto diferente.- 3) El cap. 54 de la Historia de la decadencia del liajn im
perio de Gibbon trata del origen é historia de los bulgarios. Juan Cotthelf Strittcr tradujo en latin y compiló todos los pasajes
de la Historia Bizantina que tienen relación con estos bárbaros, y su obra se titula : Memorial pnpulorum ad Damtbimn, Ponlum
Euxinum, ele. Petro-pol., 1774-1779 . En la peregrinación de Lietberlo se encuentran algunos pormcnoiesprecioios sobre las ci>s-
tumbres de estos pueblos.
38 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Persuadidos los soldados do Gualtero de que sus desastres eran un castigo del cielo, se disciplinaron
impelidos por el temor de Dios , pasaron el monte Hemo , y cruzaron por Filippópolis y Andrinó-
polis sin cometer ningun esceso ni esperimentar nuevas desgracias. Despues de dos meses de fatigas
y miseria, llegaron hasta las murallas de Constantinopla, donde el emperador Alejo les permitió que
esperasen al ejército de Pedro el Ermitaño.
Pero este ejército que habia cruzado la Ba viera y el Austria (1) fué mas desgraciado que su
vanguardia. Plantó sus reales ante la ciudad llamada Sempronius por los romanos, Soprony por los
húngaros, Cyperon por los cronistas, y en nuestros dias OEdemburgo, capital del circulo de este nom
bre, limitrofe del Austria. Esta ciudad se halla situada en una llanura rodeada de colinas corona
das de viñedo cerca del lago de Neusiedler, que es el mayor de Hungria despues del Balaton, y tie
ne una poblacion do diez y ocho mil almas. Pedro envió desde alli sus diputados al rey Coloman
para pedir el libre tránsito al través de la Hungria, y lo alcanzó con la condicion de que el ejérci
to cristiano continuase pacificamente su camino y comprara los viveres que necesitase. Los cruzados
so dirigieron hácia la punta occidental del gran lago Balaton, bajaron por el valle del Drave, y llegaron
sin obstáculo á Semlin costeando el Danubio. Los antigues cronistas llaman á esta ciudad Malle Villa
(ciudad de desgracia), ya porque no sabian su nombre, ya por lo funesto que fué á los cruzados.
Semlin ha adquirido desde el principio del siglo pasado una importancia que no tenia en la época
do la espedicion del ejército de Pedro el Ermitaño , pues su posicion en la confluencia del Danubio y
del Save , la ha convertido en un punto principal de comercio entre el Austria , la Turquia y la
Servia.
En vez de esforzarse Pedro á conservar la disoiplina, único medio de salvacion, dió crédito á siniestros
rumores que le anunciaban una conspiracion contra su ejército, y no temiendo inflamar las pasiones
de aquella multitud (2), provocó nuevos peligros con su impaciencia en vengarse de las pasadas desgracias.
Habiendo visto el cenobita las armas y los despojos de diez y seis cruzados en las puertas do la ciu
dad, no pudo contener su indignacion, y dió el grito de guerra. Sonaron las trompetas, los soldados
corrieron al combate, tembló la ciudad al verlos hajo sus muros, y el pueblo huyó al primer ataque
refugiándose en una colina defendida por un lado por árboles y rocas y por el otro con el Danubio.
La multitud furiosa do los cruzados persiguió á los fugitivos hasta este postrer asilo, cayeron bajo el
acero del vencedor mas de cuatro mil habitantes de Semlin, y los cadáveres arrastrados por el rio.
fu éron á anunciar hasta Belgrado tan horrible victoria.
Los húngaros corrieron irritados á las armas, y se hallaban los cruzados en Semlin saboreándose en el
goce de sus triunfos y apoderándose de todas las riquezas de los habitantes, cuando les anunciaron la
llegada de Colomar, el rey de Hungria, que al frente de cien mil vasallos iba á vengar el degüello
de una poblacion inerme. Los soldados de la cruz carecian de verdadero valor aunque les cegaba un
ardiente furor, y su jefe tenia mas entusiasmo que virtudes guerreras, y no atreviéndose los cruzados
á esperar el ejército de Coloman, salieron repentinamente de Semlin, la ciudad de desgracia (3), logra
ron cruzar el Save, á pesar de su mucho cauce, y se dirigieron hácia Belgrado.
Cuando llegaron al territorio de la Bulgaria, encontraron desiertas las ciudades y aldeas; la misma
capital (4) parecia una ciudad de "sepulcros, pues todo ol pueblo habia huido á los bosques y montes,

{)) Anno Comneno supone erradamente que el ejercito de Pedro el Ermitaño cruzo ol mar Adriatico y llego a Constantinopla
por Hungria.—(2! Queriendo contar Gibert la insolencia de los peregrinos , menciona que violaban las mujeres y robaban a
los habitantes, añade que arrancaban los pelos de la barba a sus huespedes, suis hoslibus barbas vellebant {Biblioteca de las Cruza
das, t.Ii.— ,3; Todos los historiadores franceses que hablan de las cruzadas traducen Malle Villa por Millet,ifIe. — (4) Vease sobre
Belgrado , una nota del conde de Montbel : «El duque de Burdeos ha visitado a Belgrado, y hemos podido formarnos una idea de
»la posicion que ocupo Pedro el Ermitaño, aunque ha cambiado mucho esta ciudad desde aquella epoca. La griega, ya servia,
«cuatro veces turca y tres veces austriaca, se hallaba cuando la visitamos bajola dominacion simultanea de Lussuf-baja , el ven-
ucedorde Misolongi, del vencido de Varna y del principe Milosch. El principe servio termino su carrera politica recibiendo hon
rosamente al descendiente do nuestros antigues reyes, desterrado de su reino de Francia. Ya ciudad servia liene casas ele
fantes. Se terminaba entonces una iglesia griega y se construian habitaciones para los consules de Rusia é Inglaterra y un pa
lacio para Milosch, que no debia habitar nunca. La ciudad servia tiene una poblacion activa , hombres elegantes vestidos mag
nificamente a lo oriental, mujeres cubiertas con caftanes de brillante seda, cadenas, collares, brazaletes, largos pendientes de oro,
•perlas y diamantes; militare- con uniforme ruso; animacion, alegria y riqueza. Este cuadro forma un notable contraste con
LIBRO SEGUNDO.— 1096-1097. 39
y faltos de víveres los soldados de Pedro, sin hallar guias que los dirigieran y cansados de tan penosa
marcha, llegaron por fin á las puertas de Nisa, plaza bastante fuerte para resistir el primer ataque.
Este temor precavió las hostilidades, pero era imposible que fuera duradera la armonía entre un ejér
cito sin disciplina y un pueblo irritado por las violencias de los cruzados.
Iban á continuar su marcha los peregrinos después de haber conseguido víveres, cuando hizo esta
llar la guerra una contienda entre los habitantes y algunos soldados. Cien cruzados alemanes,
á quienes Guillermo de Tiro llama hijos de Belial y que tenían motivos de queja contra al
gunos comerciantes, trataron de vengarse y prendieron fuego á siete molinos situados en el Nisava.
Los habitantes de Nisa» salieron de sus murallas al ver las llamas, cayeron impetuosamente sobre la
retaguardia de Pedro, pasaron á cuchillo á todos los que pudieron alcanzar , arrebataron dos mil car
ros y un gran número de prisioneros (1). Habiendo llegado á oidos de Pedro, que habia salido
ya del territorio de Nisa, el desastre de sus compañeros, retrocede con su ejército; los cruzados oyen
bien pronto los ayes de los que se han salvado de la muerte, ven tendidos sobre el sangriento polvo
los cadáveres de sus amigos y hermanos, no respiran mas que deseo de venganza , pero recelando Pe
dro nuevos desastres, entabla negociaciones, y envía diputados á Nisa a reclamar los prisioneros y
los bagajes del ejército arrebatados por los bulgarios. Los diputados manifiestan al gobernador que los
peregrinos han tomado la cruz y que van á combatir en Oriente á los enemigos de Jesucristo, y el go
bernador les recuerda encolerizado su deslealtad, sus violencias y la matanza de los habitantes de Sem-
lin, mostrándose inexorable á sus súplicas.
Cuando regresan los enviados al campamento, los cruzados se dejan arrastrar por su ira y su de
sesperación; en vano intenta el cenobita calmar los ánimos y probar todos los medios do conciliación,
pues los mas entusiastas corren á las armas, lanzan gritos de queja y amenaza y cada cruzado obe
dece sus sentimientos desenfrenados. Mientras Pedro se esfuerza en inspirar ideas pacíficas al gober
nador de Nisa, se aproximan á las murallas dos mil peregrinos con el acero desnudo , intentan asal
tarlas y son rechazados por los bulgarios y defendidos por un gran número de sus compañeros.
Se hace general el combate, se enciende la llama de entusiasmo mortífero en presencia de los jefes, que
hablan aun de condiciones de paz, en vano el ermitaño Pedro echa mano de las súplicas para con
tener á sus soldados, en vano se coloca entre los combatientes, pues su voz respetada de los cruza
dos queda ahogada entre el confuso rumor de las armas. Los peregrinos combaten desordenadamente
y emprenden la fuga; unos perecen en los pantanos, otros caen bajo el acero de los bulgarios, y son
presa de un enemigo embriagado en su victoria , las mujeres y los hijos que siguen á los viajeros
con sus caballos, sus acémilas y la caja del ejército que contiene las numerosas limosnas de los fie
les.
El ermitaño Pedro se refugia en una colina cercana con los restos de su tropa, y pasa una no
che de alarma deplorando su derrota y las funestas consecuencias de las violencias de que él mismo
ha sido la causa con sus consejos. Solo le acompañaban quinientos hombres, y las trompetas y clarines
no cesaban de sonar para llamar á los que se habian salvado de la muerte y se habían eslraviado
en su fuga; pero sea que los cruzados solo creyeran salvarse bajo sus banderas, ó que no quisie
ran faltar á su juramento, ninguno de ellos trató de volver á sus hogares. Siete mil fugitivos se
reunieron con su jefe al dia siguiente de su derrota, y pocos días después Pedro tenia. ya bajo sus ór
denes treinta mil combatientes. Habian perecido diez mil bajo las murallas de Nisa. El ejército de

yla ciudad lurca, silenciosa, desierta y desmantelada , en la cual caen en escombros casas, mezquitas y fortificaciones, y crece la
«yerba en calles y murallas. Los turcos no piensan en reedificar sus moradas; y sentados silenciosamente con las piernas cru-
»zadas delante de sus tiendas ú oscuros bazares, ni aun se dignan mirar al que pasa por su lado. No vimos en la ciudad turca
• masque dos mendigas asquerosamente encubiertas, y un eunuco negro de siniestra mirada y empuñando un alfange desnuda
•apareció á anunciarnos la llegada de las mujeres de Lussuf. En medio de estas casas silenciosas y tristes se alzan las soberbias rui-
»nas de un palacio que mandó construir en 1717 el principe Eugenio después de conquistar a Belgrado. Esta ciudad produce un
«efecto digno de las terribles luchas de que ha sido teatro, con el aspecto del rio que lame sus murallas , con su elevado cas
tillo, sus robustos torreones, sus esbeltos minaretes, sus iglesias griegas, sus cruces y sus media-lunas.»— I) Cuenta Alberto de
Aix que en la época en que escribía su historia, a'gunos años después de er-ta catástrofe, los bulgarios tenían aun cautivos los
lujos y las mujeres de los peregrinos.
40 HISTORIA DE LAS <$#fZ ADAS.
los cruzados se encaminó tristemente hácia las fronteras de la Tracia en un estado deplorable, y como
se hallaba sin medios de subsistir y de pelear, debia temer una nueva derrota si volvia á encon
trar á los bulgarios, y todos los horrores del hambre (1) si hallaba ei pais desierto. Los sol
dados de Pedro se arrepintieron entonces de susescesos, la desgracia los hizo mas dóciles y les inspiró
sentimientos de moderacion, y la compasion que escitó su miseria les fué mas ventajosa que el terror
que habian infundido. Cuando no fueron temidos recibieron ausilios y hospitalidad , y cuando pisaron
el territorio de la Tracia, el emperador griego les envió diputados para quejarse de sus desórdenes y
anunciarles al mismo tiempo su clemencia. Pedro, que recelaba nuevos desastres, lloró de alegria al
saber que merecia el perdon de Alajo, continué su marcha lleno de confianza, y los cruzados que man
daba llegaron sin obstáculo hasta las murallas de Constantinopla enarbolando en sus manos ramos y palmas.
Los griegos odiaban á los latinos y aplaudieron en secreto el valor de los bulgarios, de modo que
contemplaban con satisfaccion á los guerreros de Occidente cubiertos con la indigencia. El emperador
deseaba ver el hombre estraordinario que habia sublevado el mundo cristiano con su elocuencia, y le
recibió en su palacio para oir de sus labios la relacion de su mision y de sus desastres (2). El em
perador ensalzó en presencia de toda su corte el celo del predicador de la cruzada, y como no debia
recelar de la ambicion de un ermitaño, le colmó de presentes , mandó distribuir dinero y viveres
entre su ejército, y le aconsejó que esperase la llegada de los principes é ilustres capitanes que habian
tomado la cruz antes de comenzar la guerra (3).
Su consejo era prudente, pero aun no estaban dispuestos á partir de Europa los héroes mas fa
mosos de la cruzada, y debian precederlos otros ejércitos de cruzados, que seguian las huellas de
Pedro sin prevision ni disciplina, é iban á cometer los mismos escesos y á esponerse á iguales de
sastres.
Un sacerdote del Palatinado predicó la cruzada en muchas provincias de Alemania casi al mismo
tiempo que Pedro, y reunió quince ó veinte mil hombres, pues como se creia que los predicadores
de la guerra santa eran hombres inspirados por Dios, el pueblo oia de sus labios la voz del cielo y
los tomaba por jefes de las cruzadas. Gotschalt consiguió el mismo honor que Pedro el Ermitaño, y
le eligieron por su jefe los que habia inducido á tomar las armas. Su ejército llegó á Hungria al ter
minar el verano, y la cosecha que era abundante, proporcionó á los alemanes una ocasion oportuna
de entregarse á la intemperancia y á los escesos. En medio de las escenas tumultuesas del desenfre
no, olvidaron á Constantinopla, á Jerusalen y al mismo Jesucristo, cuyo culto y ley iban á defender;
las huellas que dejaron sus pasos fueron el robo, el saqueo y la muerte, y Coloman que abrigaba un
alma de hierro bajo un cuerpo débil y contrahecho y unas facciones repugnantes, reunió tropas para
castigar la licencia de los cruzados y recordarles las máximas de la justicia y las leyes de la hospi
talidad. Los soldados de Gotschalt eran esforzados y se defendieron en su principio ventajosamente, de
modo que su resistencia llenó de alarma á los húngaros, los cuales resolvieron echar mano -de la
astucia para vencerlos. El general Coloman fingió que deseaba la paz; se presentaron en el cam
pamento de los cruzados todos los jefes de los húngaros, no como enemigos sino como hermanos, y
á fuerza de protestas y halagos, les persuadieron á dejar las armas. Entregados los alemanes á las
pasionos mas brutales, pero sencillos y crédulos, se fiaron en las promesas de un pueblo cristiano y
manifestaron una ciega confianza de que muy pronto fueron las victimas. Apenas dejaron sus armas cuan
do el jefe de los húngaros dió la señal de la matanza , y no pudieron contener los golpes de un ene
migo pérfido y bárbaro, ni los ruegos y lágrimas de los cruzados, ni el venerado signo que llevaban
sobre el pecho. Su suerte fué digna de compasion, y la historia hubiera llorado su desgracia si hu
biera respetado las leyes de la humanidad.

,1) Alberto de Aix dice que los cruzados tostaban el trigo que encontraban en las campiñas de las cercanias de Belgrado. — \i) An-
noComneno dice que era muy prodigo de palabras, acusando del mismo defecto a la mayor parte de los cruzados, que por esta razon
enojaban a Alejo. (Vease en la Biblioteca delas Cruzadas el estrado de Anno Coinneno .—yi) La parte mas interesante de la historia de
AnnoC'.omneno, respecto a los cruzados, es la queconsugra a la permanencia de los peregrinos en Constantinopla. Debe compararse
su relato oon el de Albei to de Aix para apreciar sus exageraciones.
LIBRO SEGUNDO.— 1096-1097. 41
Debemos admirarnos menos de los escesos de estos primeros cruzados, al recordar que pcrtenécian á la
mas ínfima clase del pueblo, siempre ciego y dispuesto á abusar de los nombres y de las cosas mas san
tas, si no lo contiene la autoridad de las leyes y de los soberanos. Las guerras civiles que agitaron tanto
tiempo la Europa habían aumentado el número de vagos y aventureros; como la Alemania habia sufrido
mas que las otras naciones, estaba inundada de hombres educados en el robo y convertidos en azote de la
sociedad, y todos ellos se alistaron bajo las banderas de las cruzadas, llevando consigo á la nueva espedi-
cion el espíritu de licencia y de rebelión de que estaban animados.
Reunióse en las márgenes del Rhin y del Mosela otro ejército de cruzados mas sediciosos y mas indiscipli -
nados que los de Pedro y Gotschalk. Les habian dicho que la cruzada perdonaba todos los pecados , y come
tían bajo esta persuasión los crímenes mas espantosos. Alucinados por un orgullo fanático, y creyéndose con
derecho para despreciar y maltratar á toJoslos que no les seguianen la santa espedieion, se les figuraba que
la guerra que iban á emprender era un mandato divino, y que iban á prestar un servicio tan inmenso á la
Iglesia, que apenas bastaban todos los bienes de la tierra para pagar su sacrificio, siendo para ellos una con
quista de los infieles todo cuanto llegaba á caer en sus manos.
Ningún capitán se atrevía á ponerse al frente de esta tropa furiosa (1) que vagaba en desorden y solo obe-
decia á los que secundaban- su delirio, y únicamente consiguieron llamar la atención y ganar los ánimos de
los nuevos cruzados un sacerdote Hamaco Volkmar y el conde Emicon, que creia espiar los desórdenes de
su juventud exagerando los sentimientos y opiniones de la multitud. Estos dos jefes reflexionaron que era in
fructuoso ir á hacer la guerra á los musulmanes que oprimian el sepulcro de Jesucristo , mientras se dejaba
en paz al pueblo que habia crucificado á su Dios , y para inflíimar las pasiones, tuvieron cuidado de hacer
hablar al cielo y apoyar su opinión con milagrosas visiones. El pueblo miraba á los judíos como un ob
jeto de odio y desprecio , y estaba ya dispuesto á perseguirlos (2) . Ellos eran los únicos que hacían el comer
cio y los que poseíanla mayor parte del oro que circulaba por Europa, y sus inmensas riquezas indignaron á
los cruzados, que estaban por lo general sumidos en la miseria y tenían que implorar la caridad de los fieles
para cumplir su peregrinación. Es también cierto que los judíos insultaron con la mofa el entusiasmo de los
cristianos, y todos estos motivos , unidos á la sed del saqueo, encendieron el fuegode la persecución. Emicon
y Volkmar dieron la señal y el ejemplo, y reunieron en torno suyo una multitud furiosa, que se esparció pol
las ciudades del Rhin y del Mosela y degolló desapiadadamente á todos los judíos que encontró á su paso (3).
Un gran número de estas víctimas prefirieron en su desesperación darse la muerte que recibirla de sus ene
migos ; muchos se ocultaron en sus casas y perecieron en medio de las llamas , otros se ataban á sus vestidos
enormes piedras y se arrojaban con sus tesoros en el Rhin y en el Mosela , y las madres ahogaban sus hijos de
pecho, diciendo que mas querían enviarlos al seno de Abraham que verlos entregados al furor de los cristia
nos. Las mujeres y los ancianos pedían por piedad lamuerle (4J. La historia se complace en celebrar el ilus
trado celo de los obispos de Worms , de Tréveris , Maguncia y de Spira , que en medio de estas escena^ de de
solación , hablaron en nombre «le la religión y de la humanidad , y cuyos palacios fueron unos asilos para los
judíos contra la persecución de sus asesinos y verdugos.
Los soldados de Emicon ensalzaron sus hazañas, inspirándoles un bárbaro orgulle las escenas do mor
tandad y saqueo , y satisfechos como si hubiera n vencido á los sarracenos, emprendieron la marcha cargados
de botiné invocando el cielo que tan cruelmente habian ultrajado. Cegados por la mas brutal superstición,
caminaban precedidos de una cabra ó una oca , que miraban con respeto como si fuera una divinidad (o),
y estos viles animales que iban al frente de sus batallones eran sus verdadero jefes , y la multitud les mos-

Í1) Distinguíase en medio de osla confusa muchedumbre Tomás de Feii, Guillermo Cbarpenlier, el conde Hermán y Clcrcm -
baldo de Veudeuil. La mayor parte de estos jefes se refugiaron en Italia después de la derrota de Mersburgo, y se incorporaron
en el ejército del conde do Vermandois que se embarco el año siguiente en Eurri. — .2) Guiberto pone en boca de un cruzado es -
tas palabras : « Cómo! ¿vamos & buscar a los enemigos do Dios a ultramar, mientras dejamos en nuestros hogares a los judíos
que son nuestros mas crueles enemigos?— (3 Esta persecución de los judíos se halla contada' prolijamente en la crónica titulada: Ges
ta Archiepiscop. Trevirensium. — (4) Altierto de Aix se declara contra la matanza de los judíos, y recuerda á sus lectores que Dios
no manda imponer la fé católica por la fuerza. Noobstante, añade, no sé si fué un juicio de Dios ó un error de los cruzados lo
que causó la desgracia de los judíos. Lib. l. — 'fi) Al hablar Alberto de Aix de esta superstición de los cruzados para con una
cabra y una oca, añade con gravedad que el Señor no quiere que visiten el sepulcro ¡Jonde reposó, animales inanimados, ni que-
estos guien 6 sus redimidos. El pueblo cristiano, continua con la miíma sencillez, no debe tener mas jefes que tos obispos y aba
des, y de ningún modo deben serlo animales irracionales. Lib l
(«•" y i-') r,
42 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Ira ha tanto respeto y confianza como á los que les daban el ejemplo de los mas horribles escesos. Los pueblos
huian cuando se aproximaban los temibles campeones de la cruz, y los cristianos que los encontraban en su
camino se veian obligados á ensalzar su celo., temblando de miedo por su vida. Esta multitud desnfrenada,
que desconocia los pueblos y las comarcas que iba á cruzar y que hasta ignoraba los desastres de los que les
habian precedido en su peligrosa empresa , se adelantaba como una violenta tempestad hácia las lla
nuras de Hungria. Moseburgoles cerró sus puertas y les negó los viveres , é indignados por el poco mira
miento que se tenia con los soldados de Jesucristo , se creyeron con derecho para tratar á los húngaros
lo mismo que á los judios.
Moseburgo,y no Merseburgo como la han llamado los cronistas y todos los historiadores franceses, sin duda
por la semejanza del nombre con el de la ciudad sajona , está situada en la confluencia del Leita con el Da
nubio cerca de la grande isla de Schutt , y rodean y defienden la plaza inmensos pantanos formados por
ambos rios.'Enla época romana se llamó Ad flexwn y en la actualidad Altenburgo en aleman, Ovaren
húngaro y Stare-Hrady en eslavo. Algunos cronistas la llaman Moison, nombre que se encuentra aun
en la denominacion húngara de Mosoms que se da á Vieselburgo , que está situada muy cerca de Altem-
burgo ó Moseburgo. En nuestros dias no cuenta mas que mil ochocientas almas. Los cruzados lanza
ron un puente sobre el Leita y llegaron hasta las murallas de la ciudad. Despues de algunos preparati
vos, se dió el grito de asalto, se arrimaron escaleras al muro y se trabó un asalto general, pero los
sitiados opusieron una vigorosa resistencia y arrojaron sobre sus enemigos una lluvia de vigas y piedras
y un torrente de aceite hirviendo. Los cruzados entonces hicieron el último esfuerzo animándose mutua
mente con estruendo, y ya iba á sonreirles la victoria, cuando Saquearon de improviso algunas esca
las bajo el peso de los sitiadores y arrastraron eñ su caida las almenas y trozos de muralla que habian
conmovido las máquinas. Los ayes de los heridos y el estruendo de los escombros esparcieron un páni
co terror entre los cruzados f que huyeron de las murallas medio destruidas , detrás de las cuales tem
blaban sus enemigos, y se retiraron en el mayor desórden.
«El mismo Dios, dice Guillermo de Tiro, llenó de pavor sus filas para castigar sus crimenes y
para que se cumpliesen estas palabras del Sabio: El impío huye sin que le persigan. » Asombrados de su
victoria los habitantes de Moreburgo salen de sus murallas y encuentran la campiña inundada por
fugitivos que arrojan sus armas , y un gran número de estos furiosos , invencibles hasta entonces,
se dejan matar sin defenderse. Muchos de ellos perecieron ahogados en los pantanos , y las aguas
del Danubio y del Leita se enrojecieron con su sangre y arrebataron sus cadáveres. Emicon logró
salvarse en Alemania donde terminó su vida, y las antiguas leyendas del pats cuentan que despues
de la muerte de Emicon y sus compañeros , se aparecian sus sombras por la noche en torno de
Worms, teatro de sus escesos, cubiertos con una armadura de hierro, lanzando espantosos lamentos y
pidiendo oraciones por el bien de su alma.
La vanguardia de este ejército alcanzó la misma suerte en la Bulgaria á donde habia llegado; es
tos indignos cruzados encontraron en las ciudades y campiñas hombres feroces ó implacables como
ellos, y que fueron instrumento de la cólera divina. Los pocos que lograron salvarse con la fuga , se
volvieron á su pais, donde los recibían con mofa y desprecio (1) sus compatriotas, y los demás lle
garon hasta Constantinopla, donde lo§ griegos supieron con alegria los desastres de los latinos , pues
recordaban los escesos del ejército de Pedro el Ermitaño.
Este ejército, reunido al de Gualtero, y robustecido con pisanos , venecianos y genoveses , contaba
cien mil combatientes. El recuerdo de su miseria les indujo á respetar durante algun tiempo las ór
denes del emperador y las leyes de la hospitalidad, pero la abundancia, la ociosidad y el aspecto de
las riquezas de Constantinopla introdujeron en su campamento la licencia , la disciplina y la sed del sa
queo. En medio de la impaciencia que les causaba no trabar pronto el combate con los sar/a-
oenos, saquearon las casas, los palacios y hasta las iglesias de los arrabales de Bizancio, y deseando
Alejo librar á su capital de tan destructores huéspedes, les dió naves y les hizo pasar el Bósforo.
¿Qué podia esperarse de aquella confusa mezcla de todas las naciones y de los restos de muchos

1 El pueblo les decia quevolvian dela siega moisson aludiendo laa ciudad de Moisson, ante la cual fueron vergonzosa-
menta deiri'olailos.
LIBRO SEGUNDO. — 1096-1097. 43
ejércitos indisciplinados? Una gran parte de los cruzados babian salido de »u patria para cumplir
su voto y anhelaban la dicha de ver á Jerusalen , pero tan piadosos sentimientos se habian desva
necido durante el camino. Cuando los hombres están reunidos por cualquier motivo y ningun freno
les contiene, los mas corrompidos dominan á los demás, y no hay mas ley que los malos ejemplos.
Luego que pasaron el estrecho los soldados de Pedro , consideraron como enemigos á todos los pue
blos que encontraron , y los vasallos del emperador griego fueron mas victimas que los turcos de
las primeras hazañas de la cruzada. Unieron en su ceguedad la supersticion á la licencia, y come
tieron bajo las banderas de la cruz crimenes que hacen estremecer á la naturaleza (1). No tardó en
estallar la discordia entre sus filas , haciéndoles sufrir los males que habian causado á los cristianos.
Los cruzados se acamparon junto al golfo de Mondania , en las cercanias de Civitot , que es la
antigua Cius. Alejo Comneno habia reedificado pocos años antes esta ciudad para albergar á los in
gleses, que no pudiendo sufrir el aspecto de Guillermo despues de la conquista de Inglaterra , segun
dice Orderico Vital , huyeron hasta el Oriente. Civitot es en nuestros dias la villa de Ghenhk que
habitan griegos y turcos, y uno de los principales almacenes de la marina otomana. Genhk está
situada en la estremidad oriental de las montañas de Arganton. que se estienden á lo largo del mar
hasta Nicomedia, y detrás de la villa se prolonga un valle en una estension dedos leguas que termi
na en el lago de Ascanio. Los peregrinos plantaron sus tiendas en este valle poblado de olivos , na
ranjos y encinas. Se les habia recomendado que respetaran la hospitalidad de los griegos, y sobre todo que
no comenzasen la guerra con los turcos ; pero aunque vivieron pacificamente durante algunas semanas,
la ociosidad y el aspecto de un pais fértil les hicieron olvidar poco á poco la disciplina y despreciar
los consejos de sus jefes. Los mas indóciles emprendieron alguna escursion en el pais, y volviendo
cargados de botin, los despojos de los griegos ocasionaron en. el campamento la. envidia, la discordia
y la licencia, y cada dia ocurrian nuevos desórdenes.
La presuntuesa turba se estrañó de que se dejase en paz á los turcos , y separándose del ejér
cito tres mil cruzados alemanes, lombardos y ligurios al mando de un jefe llamado Reinaldo (2) , se
dirigieron al castillo de Exerogorgon , construido á pocas leguas de Civitot en la falda oriental del
Arganton (3) , y desalojaron la guarnicion musuhnana. Pero no tardaron mucho en verso sitiados
por un ejército turco venido de Nicea; y como no tenian viveres y Ies habian interceptado el agua,
se vieron reducidos á todos los estremos de hambre y de sed, viéndose al fin en la espantosa ne
cesidad de beberse la orina y la sangre de sus caballos para calmar el ardor que les devoraba. De
nada les servia, el valor para su defensa, y los desgraciados se rindieron á un enemigo sin compa
sion. Unos fueron decapitados , otros enviados cautivos al Korazan , y su jefe Reinaldo rescató su
vida entregando á sus compañeros y renegando de la fé de Jesucristo.
Cuando llego al campamento de los cruzados la noticia de este desastre , todo el ejército salió
de la horrible confusion dirigiéndose hácia Nicea y siguiendo la ladera de las montañas. El sultan de Ni
cea, que se habia puesto en marcha al mismo tiempo al frente de un numeroso ejército para atacar
á los peregrinos en su campamento , tuvo noticia del movimiento de los cruzados , y retrocediendo
por el mismo camino, salió del bosque por donde se habia ocultado y formó en batalla su ejército
en medio de la llanura por donde debia pasar el ejército cristiano (4). Los cruzados continuaban su
f1; Habia en el ejército de Pedro diez mil normandos, dice Ana Comneno, que cometian horribles violencias en las cercanias
de Nicea. Despedazaban los niños, los traspasaban con un asador y cometian todo genero de crueldades con los ancianos. Es pre
ciso advertir que debemos desconfiar de la exageracion de Ana Comneno, dispuesta siempre a acusar 6 los cruzados. fiiblioUca
de las Cruzadas, t. H.) — (ti Este Reinaldo, de quien únicamente se sabe que era italiano, es el personaje que ha dado su noml re
a tan importante suceso delas primeras cruzadas. El Tasso, que al escribir la Jerusalen Libertada tomo de la historia la mayor
parte de sus heroes, es probable que debio a su fantasia el caracter de Reinaldo. — (3) Los restos del castillo de Exerogorgon se lla
man en nuestros dias Eski-Kaleh (castillo viejo), nombre que las gentes del pais dan a todas las ruinas de fortalezas. Se encuen
tran estos restos a cuatro horas y media de Civitot o Chemlik, 6 ocho horas de Nicea hacia el nordeste y a hora y media de la
villa turca llamada Basar-Keni. Mr. Poujoulat es el que ha fijado con mas precision el sitio de este antigue castillo.—(I) Ana Com
neno atribuye al sultan de Nicea un ardid para atraer a los cristianos a una posicion desventajosa. Supone que envio este dos
espias para esparcir en el campamento de los cruzados la noticia de que los normandos se habian apoderado de Nicea y que saquea
ban todas tas riquezas reunidas en esta ciudad. Dice la princesa que « los latinos emprendieron su marcha sin orden y sin qu«
pudiese contenertos la disciplina , porque cuando los latinos ven una ocasion de robar y saquear, no reconocen autoridad ui fre
no.» 'B¡6üofec.a de las Crvsadas.)
44 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
camino sin sospechar que estuviera (an cerca el enemigo , y se trabó la batalla luego que se en
contraron frente á frente los dos ejércitos; pero como los cristianos no habían tenido tiempo para ordenar
sus batallones, fueron arrollados por la superioridad del número. Dicen las crónicas que los soldados
de la cruz peleaban como Icones , y que nadie volvió la espalda ni pensó en salvarse con la fuga.
Perdieron sus principales jefes desde los primeros momentos del combate , y Gualtero Sin Haber ca
yó traspasado de siete flechas y' fué espantosa la carnicería. Este sangriento combate se dió probable
mente á seis leguas de Nicea, hacia el occidente, en el espacio comprendido actualmente entre la al
dea turca de Bases-Kou y el lago Ascanio , espacio de una legua de eslension y poblado ahora de
viñas, olivos y granados. El sultán de Nicea se dirigió después de la victoria hacia el campamento de
los cruzados donde solo habían quedado mujeres, niños y enfermos, y el vencedor perdonó tan solo
á los niños de ambos sexos que se llevó cautivos. A escepcion de tres mil fugitivos libertados por los
griegos, desapareció en un dia todo el ejército cristiano, y el valle de Givitot y el camino de Nicea
quedó cubierto de montones de cadáveres. ¡Lastimoso monumento que debia enseñará los demás cru
zados el camino de la Tierra Santa!
Tal fué la suerte de aquella multitud de peregrinos que amenazaban el Asia y no pudieron ver
los lugures que iban á conquistar. Sus escesos despertaron enlos griegos el odio contra la empresa de lascru-
zadas, y su modo de combatir enseñó á los turcos á despreciar las armas de los cristianos de Occidente.
Pedro habia regresado á Constantinopla antes de la batalla , y como hacia ya mucho tiempo que per
diera su influencia y autoridad entre los cruzados , se quejó de su indocilidad y de su orgullo (1), y no
vió en ellos mas que bandidos que Dios habia juzgado indignos de contemplar y adorar el sepulcro de
su Hijo. Todo el mundo conoció desde entonces que el apóstol de la guerra santa era inútil para dirigirla,
y que solamente la sangre fria , la prudencia y la firmeza podían gobernar una muchedumbre impeli
da por tantas pasiones y que se habia dejado arrastrar por un primer impulso de entusiasmo. El ceno
bita Pedro, confundido con la turba de lo1*percgrinos, después de haber preparado con su elocuencia los
acontecimientos de la cruzada , no representó mas que un papel secundario y acabó por desaparecer
en el olvido en medio de una guerra debida á su inspiración y esfuerzo.
La Europa supo con espanto el fin desastroso de* los trescientos mil cruzados que habia visto partir,
pero no se desanimaron los que debian seguirles, y decidieron aprovechar las lecciones que les habian
dado las desgracias de sus compañeros , formando ejércitos regulares y mas formidables que los que
acababan de ser derrotados en las, orillas del Danubio y en las llanuras de Bitinia.
Al contar la marcha y las hazañas de estos nuevos ejércitos , vamos á describir los mas nobles cua
dros , desplegándose entonces con todo su esplendor el espíritu heroico de la caballería y dando prin
cipio á la época brillante de la guerra santa.
Los jefes de los ejércitos cristianos que iban á partir de Occidente eran ya célebres por su vnlor y
sus hazañas. La historia y la poesía colocan en primer término á Godofredo de Bouillon (2), duque de la
Baja Lorena. Pertenecía á la ilustre raza de los condes de Bolonia y descendía de Carlomagno por línea
femenina, y se habia distinguido desde su roas tierna juventud en la guerra declarada entre la Santa
Sede y el emperador de Alemania , matando en el campo de batalla á Bodolfo de Bhinfeld , duque de
Suavia , á quien Gregorio habia enviado la corona imperial. Cuando se encendió la guerra en Italia por
la causa del anlipapa Anacleto , Godofredo fué el primero que entró en Boma sitiada y lomada por las
tropas de Enrique. Se arrepintió después de haber abrazado un partido que no pudo triunfar con la mis
ma victoria y al que miraban como sacrilego la mayor parle de los cristianos , y para espiar sus inú
tiles hazañas condenadas por el espíritu de su siglo, hizo voto de ir á Jerusalen, no como un simple
peregrino, sino como un libertador (3).
La historia contemporánea nos ha trasmitido su retrato y nos dice que unia el valor y las virtudes

(1) En vez de reconocer el yerro, dice Ana Comncno, lo atribuyó á los que habían desobedecido sus órdenes y seguido lan
goto el impulso de su capricho, llamándolos ladrones y miserables, que Dios habia juzgado indignos de ver y adorar el sepulcro
de su Hijo. A'éase la Alertada analizada, Biblioteca délas Cruzadas, tom. n.) — ¡i) Godofredo de Bouillon nació en Baysy, aldea de
Bramante- valon, a dos leguas de Nivelles y no lejos de Fleurus. Alberto le Mire y el barón Leroy dicen en la geografía de Bra-
man'fl tu oiiV.iíin en su lirmpo las ruinas del castillo donde se educó God.cfredo. — [3] Alberto de Aú cuenta que mucho tiempo
LIBRO SEGÜNDO.—109fi-1097. 45
de un heroe á la sencillez de uu cenobita (I) , que escitaban la admiracion en los campos de batalla su
destreza en manejar las armas y su estraordinaria fuerza corporal, que templaban su valor la pruden
cia y la moderacion, y que jamás comprometió ó deshonró sus victorias con una carniceria inutil ó un
ardor temerario. Animado de una devocion sincera y viendo la gloria solo en el triunfo de la justicia,
siempre estaba dispuesto á sacrificarse en pro de la causa de la desgracia ó de la inocencia , y los prin
cipes y caballeros le tomaban por modelo , los soldados por padre y los pueblos por apoyo. Si no fué el
jefe de la cruzada , como pretenden algunos historiadores , alcanzó cuando menos el imperio que dan el
mérito y la virtud; los principes y los barones reclamaron su prudencia en medio de sus divisiones y con
tiendas , y dóciles siempre a sus palabras , obedecian sus consejos como órdenes supremas en los peligros
de la guerra.
I-a nobleza de Francia y de las orillas del Rhin prodigó sus tesoros para los preparativos de la cruzada
donde iba el duque de Lorena , y adquirieron un valor tan exorbitante todos los objetos que sirven para
la guerra , que apenas bastaba el precio de una finca para comprar el equipaje de un caballero. Las
mujeres se desprendian de sus mas preciosas al hajas para el viaje de sus hijos ó esposos , y los mismos
que en otras épocas hubieran preferido la muerte á renunciar á sus dominios , los cedian por una suma
módica , ó los trocaban por armas, pues lo único que deseaban eFa el" oro y el hierro.
Viéronse aparecer entonces las riquezas que habian ocultado el temor ó la avaricia, y se hallaban á
montones las barras de oro y las monedas en las tiendas de los principales cruzados, como los frutos mas.
ordinarios en los graneros de los aldeanos.
Muchos barones no tenian tierras ni castillos que vender , é interesaban la caridad de los fieles que no
tomaban la cruz y que creian alcanzar los méritos de la Tierra Santa dando dinero para el mantenimien
to de los cruzados. Algunos arruinaron á sus vasallos, y otros, comy Guillermo vizconde deMelun , sa
quearon las villas y aldeas para ponerse en estado de combatir á los infieles. Una piedad mas ilustrada
indujo á Godofredo de Bouillon á enajenar sus dominios y se lee en Roberto Gaguin que dió permiso á
los habitantes de Metz para rescatar la ciudad de que era soberano. Vendió el principado de Stenay al
obispo de Verdun , cedió sus derechos sobre el ducado de Bouillon al obispo de Licja por la módica su
ma de cuatro mil marcos de plata y una libra de oro (2) , lo cual hace decir á un historiador de las cru
zadas (3), que los principes legos se arruinaban por la causa de Jesucristo, en tanto que los principes
de la Iglesia se aprovechaban del forvor de los cristianos para enriquecerse.
El duque de Bouillon reunió bajo sus banderas ochenta mil infantes y diez mil caballos: emprendió la mar
cha ocho meses despues del concilio de Clermont acompañado de un gran número de señores alema
nes ó franceses, y llevó consigo á sus hermanos. Eustaquio de Bolonia y Balduino, y á su primo Balduino del
Bourg. Estos dos últimos, que debian llegar á ser undia reyes de Jerusalen como Godofredo, ocupaban en
tonces en el ejército cristiano la categoria de simples caballeros. Mas que una sincera piedad les animaba la
esperanza de hacer una gran fortuna en Asia, y abandonaban sin pesar los dominios que poseian en Europa.
Distinguianse tambien entre la comitiva del duque de Lorena Balduino conde de Hainaut, Garnier oonde
de Grai , Conon de Montagu , Dudon de Conte, tan famoso en la Jerusalen libertada, los dos hermanos
Enrique y Godofredo de Hache , Gerardo de Cherisi , Reinaldo y Pedro de Toul , Hugo de San Pablo y
su hijo Engelrau. Estos jefes conducian bajo su pendon una multitud de caballeros menos conocidos,
pero deseosos todos de aumentar su fortuna y de ilustrar su nombro en la guerra declarada á los pue
blos de Oriente.
El ejército que mandaba el duque de Lorena y que se componia de soldados disciplinados y aguerri
dos, ofreció á la Alemania un espectáculo muy diferente que las turbas de Pedro el Ermitaño , vindicó
la fama de los cruzados en todos los paises que cruzó en su camino, y encontró ausilios y aliados donde

anfesdola peregrinacion de Godofredo a la Tierra Santa, c) piadoso caballero exhalaba profundos suspiros y alimentaba en rl
fondo desu alma el ardiente deseo de ira los sanios lugares. iBiWtoicca de las Cruzadas, t. 1.) — (i ) Roberto el monje. — X Seigno-
ra la suma que dioel obispo de Licja para comprar la ce.'ion del ducado de Bouillon. Dom Raime!, la hace subir tan solo a 300
marcos de plata y 4 de oro en su Historia de Lorena, t. H, p. 372, y el autor de la Historia del monasterio de San lorenzo 8 1 .300
marcosde ptata y Sdeoro — r El P. Maimbourg
46 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
los primeros campeones de la fé lucharan con obstáculos y enemigos. Godofredo lamentó la desgraciada
suerte de los que le habian precedido, sin tratar de vengar su causa (1); cuando llegó á Tollenburgo (ac
tualmente Bruk au der Leitha) (2) el duque de Lorena escribió al rey Coloman pidiéndole el libre paso
por sus estados , y recibió del principe húngaro una respuesta amistosa (3). Godofredo y Coloman tuvieron-
una entrevista en Cyperon ( OEdeinburgo ) , los húngaros y los buluarios echaron al olvido los saqueos de
los soldados de Pedro, de Gotschalh y deEinicon, admiraron la moderacion de Godofredo y pidieron al cielo
el triunfo de sus armas.
Mientras el duque de Lorena se dirigia á Constantinopla, la Francia organizaba nuevos ejércitos para la
guerra santa. Pocos meses despues del concilio de Clermont, se reunieron los grandes del reino para delibe
rar sobre los negocios de las cruzadas, y nadie se ocupó de moderar ó dirigir las pasiones religiosas y guerre
ras que agitaban á la Francia y la Europa en esta asamblea celebrada en presencia de Felipe I, á quien
acababa de escomulgar el papa , respetando todos la guerra predicada bajo los auspicios de la Santa
Sede.
El jefe de la tercera dinastia habia sancionado la usurpacion de los señores á mediados del siglo x, y pa
ra conservar el titulo de rey, habia abandonado casi todos los derechos de la corona. El nieto de Hugo Ca
poto no poseia mas dominios que los que alcanzaba la vista desde Paris á Orleans, y el resto de la Francia
estaba gobernado por grandes vasallos que escedian en poderio al monarca. Era tan débil la monarquia, úni
ca esperanza de los pueblos contra el poder de los grandes y del clero, que causa asombro en el dia cuando
se recuerda que no sucumbió en medio de las dificultades y enemigos que por todas partes la rodeaban.
Cuando el monarca se hallaba en pugna con las censuras de la Iglesia, era fácil inducir á los súbditos á la
desobediencia y legitimar en cierto modo la rebelion dándole un sagrado pretesto.
La cruzada arrastraba lejos de Europa á todos los que podian sacar partido de las circunstancias desgra
ciadas en que se hallaba el reino, salvaba la patria de una guerra civil y precavia las sangrientas discordias
que habian estallado en Alemania durante el reinado de Enrique y el pontificado de Gregorio.
Estas consideraciones hubieran podido ser la norma de los hombres mas ilustrados de aquella época (4), pe
ro no creemos que los consejeros del rey de Francia apreciasen entonces en toda su estension los resultados sa
ludables de la cruzada, que se han reconocido mucho tiempo despues y que solo han sido examinados filosó
ficamente en el siglo que vivimos. Nadie pensó tampoco en los desórdenes y desgracias incomparables de una
guerra en donde debian acumularse las pasiones mas poderosas, y que la ambicion, la licencia y la exaltacion
que tan terribles son para los estados, podian tambien acarrear la ruina de los ejércitos organizados para la
guerra santa. No hizo esta reflexion ninguno de los que habian tomado la cruz ó se quedaban en sus hogares,
ni nadie fué bastante previsor para ver en el porvenir otra cosa mas elevada que combates y victorias. Los
grandes señores se lanzaban en una guerra lejana, ignorando que esta guerra debia debilitar su poder y
arruinar sus familias; los reyes y los pueblos estaban muy distantes de ver en estas grandes espediciones la
esperanza de ganar los unos su poder y los otros su libertad; los partidarios de la Santa Sede lo mismo que
los de la monarquia, los que se sentian inflamados de un ardiente celo por la causa de la Iglesia y los que en
menor número estaban animados por un amor ilustrado á la humanidad y á la palabra, todo el mundo en
fin se dejaba arrastrar por la corriente de los acontecimientos sin conocer sus causas ni prever sus efectos.
Los gobiernos de los principes seguian el impulso de la multitud, y los mas prudentes y sabios obedecian
ciegamente á la voluntad suprema, que ordena las cosas en la tierra como le place, y se sirve de las pasio
nes de los hombres como de un instrumento para llevar á cabo sus designios.
La vista de un prodigio ó de un fenómeno estraordinario ejerce mas influencia en un siglo supersticioso

(t) Alberto de Aix (Véasela Biblioteca de las Cruzadas, t. I.— (2) Bruckes una ciudad de trescientas casas situada en la Baja
Austria , en el circulo ünteaden Wienerwald de Leytha que separa el Austria de Hungria. No existen restos de la antigua Tollen-
burgoque tomo en U83 Matias Cervin, y fue incendiada en 1766. — ¡3) Alberto de Aii copia las cartas que Godofredo escribio a
Coloman, rey de Hungria, y las respuestas de este principe. — (4) Es muy comun atribuir 6 los siglos remotos las combinaciones
de una profunda politica. Si ba de darse credito a ciertos escritores , la esperiencia pertenecerta í¡ la infancia de las sociedades.
Debemos recordar con este objeto la opinion deMontesquieu: «El manantial mas fecundo de errores consiste en trastadar a los
siglos pasados todas las ideas del siglo en que vivimos. Yo les diria a todos los que quieren hacer modernos a todos los siglos
antigues lo que dijeron í¡ Polon los sacerdotes de Egipto : Oh ateni,nses ¡sois unos niños!» Esplritu de las leyes, lib. AXX, cap XV.
»
LIBRO SEGUNDO.-1 096-1 097. 47
que los oráculos de la sabiduría y la prudencia. Dicen los historiadores que en íanlo que los varones estaban
en la asamblea, la luna se mostró en un eclipse cubierta fie un velo ensangrentado, que tan siniestro espectá
culo duró toda la noche, y que al asomar el ilia apareció manchada con algunas golas de sangre, pero que
de pronto adquirió un brillo nunca visto. Vióse algunas semanas después todo el horizonte inQamado por
el lado del aquilón, dice Guiberto, y las gentes salieron de sus casas poseídas de terror creyendo que se acer
caba el enemigo con el acero y la tea en las manos. Viéronse estos y otros muchos fenómenos como signos
de la voluntad del cielo y presagios de guerra terrible que iba á emprenderse en su nombre, y creció el entu
siasmo por la cruzada; los que hasta entonces habian permanecido indiferentes participaron del sentimiento
to general, y se apresuraron á tomar la cruz la mayor parte de los franceses que, siendo guerreros, no ha
bían prestado aun el juramento de combatir á los infieles.
Los de Vermandois marcharon con los subditos de Felipe bajo las banderas del conde Hugo (i), y aunque
entre los señores y altos barones que habian tomado la cruz, tenian otros mas fama como gefes militares, su
título de hermano del rey de Francia habia estendido su nombre hasta Grecia y las ciudades de Oriente. El
conde de Vermandois se distinguía por su magnificencia y ostentación; aunque de carácter lijero é indolente,
se hacia admirar ó menudo por su valor en los campos de batalla, y no carecía de perseverancia en los de
sastres, pero murió sin ver á Jerusalen después de haber emprendido la marcha dos veces al frente de sus
peregrinos. La fortuna le fué enemiga, pero ninguno de los héroes de la cruzada manifestó intenciones mas
nobles y desinteresadas, y si no hubiera merecido por sus hechos el sobrenombre de Grande (2) que la ha
dado la historia, podia haberlo alcanzado por no haber oido mas que el impulso de su celo ni haber buscado
mas que la gloria, en una guerra que ofrecía reinos á la ambición de los príncipes y de los simples caballeros.
Roberto, duque de Normandía, llamado por sobrenombre Courte-Heuze, que conducía sus vasallos á la
guerra santa, era primogénito de Guillermo el Conquistador. Uníanse en él las mas nobles cualidades y los
defectos mas reprensibles de un príncipe; mostróse constantemente rebelde á la autoridad paterna durante
su juventud, y siguiendo el instinto de una loca independencia mas que de una verdadera ambición, hizo la
guerra á su padre para reinar en Normandía y despreció la ocasión de ascender al trono de Inglaterra á
la muerte de Guillermo. No florecieron bajo su reinado la paz ni las leyes, pues la indolencia y la de
bilidad del príncipe engendran siempre la insubordinación y la licencia , y sus profusiones arruinaron
sus pueblos y le redujeron á la mas estrema miseria. Cuenta Orderico Vital que el duque Roberto es
taba tan sumamente pobre, que muchas veces le faltó el pan en medio de las riquezas de un gran du
cado. «Desprovisto de ropa, añade el historiador normando, permanecía en la cama hasta la hora de
» sexta y no podia asistir al oficio divino porque estaba desnudo ; y los cortesanos y los bufones que co-
» nocían su lijereza , le robaban impunemente sus vestidos y hasta sus zapatos.»
Tomó la cruz impelido por su genio inconstante y caballeresco mas que por la- ambición de conquis
tar reinos en Asia , y acudieron en tropel bajo sus pendones los normandos , hombres belicosos y em
prendedores, que se habian distinguido entre todas las naciones de Europa por su devoción á las pere
grinaciones. Faltándole al duque Roberto el dinero necesario para mantener un ejército , empeñó la Nor
mandía á su hermano Guillermo el Rojo, y este príncipe, á quien su siglo acusa de impiedad y de ha
berse mofado de la caballería errante de los cruzados, aprovechó con alegría la ocasión de gobernar una
provincia que esperaba agregar algún día á su reino. Impuso contribuciones al clero que aborrecía y man
dó fundir la plata de las iglesias para pagar diez mil marcos de plata á Roberto, que partió. á la Tierra
Santa al frente de casi toda su nobleza .
Otro Roberto, conde de Flandes, partió al Oriente seguido de los frisones y flamencos. Era hijo do
Roberto el Frison que habia usurpado el principado de Flandes á sus propios sobrinos , y que habia he
cho una peregrinación á Jerusalen para expiar su victoria algunos años antes de las cruzadas. El hijo de
Roberto encontró fácilmente soldados para su empresa en un pais donde todo el mundo habia tomado las

[I) Hugo llamado el Grande, hijo segundo del rey de Francia Enrique I, fué duque de Vermandois por su matrimonio con
Adela, hija de Herberlo IV y de Hildebranda. La princesa le trajo en dote, además del ducado de Vermandois , el do Valois y el
patronato de Moulin de Gaché [Arte de comprobar las fechas, t. II, col. 705 ). Hugo fué condenado por una asamblea de obispos á
resliluir los bienes que habia usurpadoal clero, y su hermano Felipe I aprobó la decisión eclesiástica ¡Cartulario de. san Pedro
de Beauvais,f. 83.-2 Legendre dice en su Hisloria de rrancia que Hugo tenia el sobrenombre de Grande por su elevada estatura.
48 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
armas durante las guerras civiles y el pueblo estaba entusiasmado con los relatos de un gran número de
peregrinos; y acabó de arruinar á su padre en una espcdicion que debia granjearle la reputacion de in
trépido caballero y darle el nombre de lanza y espada de los cristianos. Precediéronle á Constanti nopla
quinientos caballeros que envió Roberto el Frison al emperador Alejo.
Tambien tomó la cruz Estéban conde de Blois y de Cüartres , que era reputado como el hombre mas
rico de su época , pues para dar una idea de sus dominios , se decia que tenia tantos castillos como dias
el año. El obispo de Mans Hildebcrto le compara á César por la guerra y á Virgilio por la poesia, pero
no conservamos mas que dos cartas escritas á su mujer Adela durante la santa espedicion (1).Es sabido
que cultivó ventajosamente su talento y que rindió culto á las musas, lo cual era entonces mas raro que
los prodigios del valor. En el principio de la cruzada , fué el alma de los consejos por sus luces y su sa
ber , pero sus compañeros de armas le acusaron despues de haberles abandonado en el peligro, y ni
aun la muerte que encontró lidiando con los infieles bastó para servir de expiacion de su falta á
los ojos de sus contemporáneos.
Acompañaban á estos cuatro jefes una multitud de caballeros y señores, entre los cuales nom
bra la historia á Roberto de Paris, Evrardo de Puisaye, Achardo de Montmerle , Loardo de Muson,
Kstéban conde de Albermale , Gualtero de Saint—Valery , Roger de Barneville , Fergante y Conan,
ilustres bretones, Guido de Trusselle, Miles de Braies, Raul de Beau^ency, Rotron, hijo del conde de
Perche, Odon obispo de Bayeux, tio del duque de Normandia, Raul de Gader, Ives y Alberico, hi
jos de Hugo de Gradmenil. La mayor parte de los condes y barones llevaban consigo á sus es
posas é hijos y todo su tren de guerra. Cruzaron los Alpes y se dirigieron á las costas de Italia con
el designio de embarcarse alli para' ir á Grecia. Encontraron en las cercanias de Luca al papa Ur
bano que les echó su bendicion, ensalzó su celo, y pidió al cielo que concediese un buen éxito á la
e:npresa. El conde de Vermandois se fué á Roma despues de haber recibido el pendon de la Igle
sia de manos del soberano pontifice, y visitó con los demás principes los sepulcros de San Pedro y
San Pablo. La capital del mundo era entonces el teatro de la guerra civil; los soldados de Urba
no y los del antipapa Guiberto se disputaban la Iglesia de San Pedro con las armas en la mano, y
recibian al mismo tiempo las ofrendas de los fieles; pero á pesar de cuanto han dicho algunos his
toriadores modernos, los cruzados no se declararon por ningun partido en medio de las turbulencias
que dividian la ciudad de Roma, y lo mas estraño es que Urbano no llamó en defensa de su cau
sa á ninguno de aquellos guerreros á quienes hacia tomar las armas. El espectáculo que presentaba la
ciudad de san Pedro debió ser un objeto de" escándalo para la mayor parte de los cruzados , pues
so esclama de este modo Foucher de Chartres : ¿Qué estraño es que el mundo esté agitado continua
mente, si la Iglesia romana, donde residen la correccion, la moderacion y el ejemplo, yace hun
dida en el abismo de las guerras civiles? Algunos abandonaron las banderas de la cruzada y re
gresaron á su patria satisfechos con haber saludado el sepulcro de los Apóstoles, ó vueltos en si de
su ciego entusiasmo al ver las violencias que profanaban el santuario, y los demás continuaron su
marcha hácia la Pulla, pero les sorprendió el invierno al llegar á Bari, so hizo arriesgada la navega
cion y se vieron obligados á esperar durante muchos meses el momento favorable para darse á lavela.
El paso de los cruzados dispertó en tanto el celo de los pueblos de Italia , y el primero que
resolvió participar de su suerte, y conseguir la gloria de la santa espedicion fué Bohemundo de
Tarento , de la familia de aquellos caballeros normandos que habian conquistado la Pulla y la
Calabria. Su padre Roberto Guiscard (el Astuto) salió de su castillo de Hauteville en Norman-
dia con treinta infantes y cinco caballeros, cincuenta años antes de la cruzada, y secundado por al
gunos de sus compatriotas y parientes, que iban á Italia halagados por la esperania de enriquecerse,
combatió ventajosamente á los griegos , lombardos y sarracenos que dominaban la Sicilia y el pais
de Napoles. No tardó mucho tiempo en adquirir suficiente poder para ser el enemigo y el protector
de los papas ; venció los ejércitos de los emperadores de Oriente y Occidente , y le sorprendió la
muerte cuando proyectaba la conquista de la Grecia.

ti) Estas dos carias estüu traducidas en la Biblioteca de las Cridadas


LIBRO SEGUNDO.— 1096-1097. 4í)
Bohemundo tenia laido valor y genio como Roberto Guiscard su padre, y los autores conteni pora neos, que
no se descuidan jamás de mencionar las cualidades fisicas de los héroes, nos dicen que su estatura era tan
aventajada que escedia de un codo á los hombres de talla regular, y que sus ojos azules anunciaban un al
ma altiva y ardiente. Dice Ana Comneno que su presencia atraia las miradas, y su talento y reputacion cau
saban sorpresa (1); oyéndole hablar, se hubiera dicho que habia recibido lecciones de elocuencia, y cuando
se presentaba armado, todos hubiesen creido al verlo que nunca habia hecho otra cosa que manejar la es
pada y la lanza. Educado en la escuela de los héroes normandos, ocultaba las frias combinaciones de la po
litica bajo un esterior violento, y aunque de carácter altanero, sabia disimular alguna injuria cuando no le
convenia la venganza. Su padre le habia enseñado á mirar como enemigos á todos los que poseian los esta
dos ó riquezas que codiciase, y no podian contenerle en el cumplimiento de sus designios, ni el temor de
Dios, ni la opinion delos hombres, ni la santidad del juramento. Habia acompañado á Roberto en la guerra
contra el emperador Alejo, distinguiéndose en los combates de Durazo y de Larisa, pero desheredado por un
testamento, solo le quedaba al morir su padre el recuerdo de sus hazañas y el ejemplo de su familia. Acaba
ba de declarar la guerra á su hermano Roger y habia conseguido la cesion del principado deTorento, cuando
agitó á la Europa la predicacion de la guerra santa. No inflamó á Bohemundo la libertad del sepulcro de Je
sucristo para decidirse á tomar la cruz; como habia jurado un odio eterno á los emperadores griegos, sentia
un impulso de vengativo regocijo al pensar que iba á cruzar el imperio griegoal frente de un ejército, y con
fiando en su buena fortuna, esperaba conquistar un reino antes de llegar á Jerusalen.
El principado de Tarento no podia darle un ejército , pero un jefe tenia derecho en aquel siglo de alis
tar soldados en todos los pueblos en nombre de la religion. El entusiasmo que inspiraba la cruzada secun
dó sus proyectos , y reunió bajo sus banderas un número inmenso de guerreros.
Bohemundo habia acompañado á su hermano y á su tio Roger al sitio de Amalfi , ciudad floreciente
que rechazaba con desprecio la proteccion de los nuevos señores de Pulla y de Sicilia , y como nadie sa
bia espresarse con mas elocuencia para escitar el entusiasmo y ocultar su ambicion bajo el colorido del
fanatismo religioso, predicó la cruzada al ejército de los sitiadores. Recorrió las filas, nombrando los prin
cipes y grandes capitanes que habian tomado la cruz , habló de la defensa de la religion á los guerreros
mas piadosos, y halagó á los demás con la esperanza de la gloria y la fortuna que iban á coronar sus ha
zañas. Los discursos arrebataron al ejército,, y todo el campamento repitió con ardiente griteria : ¡Dios
¡o quiere! ¡ Dios lo quiere! Bohemundo se regocijó en secreto del triunfo de su elocuencia, y haciendo tri
zas su cota de malla, la convirtió en cruces que repartió entre oficiales y soldados. Solo faltaba un gefo
para la santa espedicion , y los nuevos cruzados pidieron al principe de Tarento que se pusiera al fren
te del ejército. Bohemundo aparentó que titubeaba , rehusó en un principio lo que deseaba con afan , y los
soldados vencieron su fingida resistencia con repetidas súplicas. Manifestó por fin que cedia á su impa
ciente deseo, y desde entonces fué tan general el entusiasmo, que hubo momentos en que el ejército
sitiador en masa juraba seguirle á Palestina , obligando á Roger á levantar el sitio de Amalfi ; y Bohe
mundo solo se ocupó en apresurar los preparativos de su espedicion.
Se dió á la vela poco tiempo despues hácia Grecia con diez mil caballos y veinte mil. infantes; seguianlo
los mas ilustres caballeros de la Calabria , la Pulla y la Sicilia ; Ricardo principe de Salerno y Ranulfo
su hermano , Herman de Ca ni , Roberto de Ha use , Roberto de Sordeval , Roberto hijo de Tristan , Boile
de Chartres y Homfredo de Montaigú , guerreros célebres ya por sus hechos de armas ; pero ninguno de
ellos merecia fijar las miradas de la posteridad como el valiente Tancredo , el cual , aunque pertenecia
á una familia en que era hereditaria la ambicion , no tenia otro afan que el de combatir con loe infie
les. La piedad , la gloria y tal vez la amistad que profesaba á Bohemundo le arrastraron al Asia ; su alti
vez franca y ruda no se humilló jamás ante las grandezas de la tierra y se resistió algunas veces de sus
mismos compañeros de armas. Su amigo y panegirista Raul de Caen (2) , no menciona en su historia
los amores de Clorinda ni los pesares de Herminia , pues no eran afectos propios de las costumbres de la
cruzada ni del Oriente, ni el siglo de Tancredo conoció esos rasgos belicosos y galantes , y esas aventu-

(V Ana Comneno Iraza un curioso retrato de fioliemundo. **- IHbtiotrca d» las Cruzadas, t. II.) — a Raul de Caen, Biblioteca it
las Cruiadas, t. I.
1
50 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
ras y escenas novelescas que admiramos en el Tasso. El primo de Bohemundo no dejó por esto de ser el
ejemplo de los nobles sentimientos de la caballeria y el modelo de las virtudes guerreras de su siglo.
I^s cruzados de las provincias meridionales de Francia se pusieron en marcha bajo las órdenes de Ade
mare de Monteil y de Raimundo conde de san Giles y de Tolosa. El obispo Ademaro era el jefe espiritual de
la cruzada; el titulo de legado apostólico y sus cualidades personales le habian granjeado la confianza y el
respeto de los peregrinos. Sus exhortaciones y consejos contribuyeron en gran parte áconservar el órden y
la disciplina; consolaba á los eruzados en los desastres y los animaba en los peligros', y revestido con las in
signias del sacerdote y la armadura del caballero, su tienda erá un modelo de virtudes cristianas, y en el
combate daba ejemplo con su valor a los mas esforzados.
El compañero de Ademaro habia tenido la gloria de combatir en España al lado del Cid y de vencer
repetidas veces á los moros bajo el pendon do Alfonso el Grande, que le dió por esposa á su hija Elvira; y
sus vastas posesiones en las riberas del Ródano y del Dordoña, pero mas especialmente sus victorias, le dis
tinguian entre los principales jefes de la cruzada. La edad no habia estinguido en el corazon del conde de
Tolosa el entusiasmo y las pasiones de la juventud, su cáractor era altivo, inflexible, inquieto ó impetueso,
y preferia la ambicion de dominar las voluntades de los demás, al afan de conquistar imperios. Los griegos
y sarracenos han ensalzado su valor, y los súbditos y compañeros do armas le aborrecian por su tenacidad
y sus violencias. ¡Desventurado principe que dió el último adios á su patria que debia ser algun dia teatro
de una cruzada predicada contra su propia familia (1)!
Toda la nobleza de la Gascuña, del Languedoc, dela Provenza, del Lemosin y de la Auvernia acompaña
ba á Raimundo y Ademaro, en los cuales el papa contempló la viva imágen de Moisés y Aaron. Los histo
riadores contemporáneos nombran entre los caballeros y señores que tomaron la cruz, á Heraclio conde de
Polignac, Pons de Balazum, Guillermo de Sabran, Eleazar de Montredon, Pedro Bornardo de Montagnac,
Eleazar do Castries, Raimundo de Lisie, Pedro Raimundo de Hautpoul, Gofiero de Lastours, Guillermo V
señor de Mompeller, Roger conde de Foix, Raimundo Pelet señor de Alais, Isa rdo conde de Die, Rambaldo
conde de Orange, Guillermo conde de Forcz, Guillermo conde de Clermont, Gerardo hijo de Gilaberlo conde
del Rosellon, Gaston vizconde de Bearne, Guillermo Amanjeu de Albret, Raimundo vizconde de Turena,
Raimundo vizconde de Castillon (2) y Guillermo de Urgel conde de Folcalquier. Los obispos de Apt, de Lo-
deva, de Orange y el arzobispo de Toledo tomaron la cruz a ejemplo de Ademaro , y llevaron una parte de
sus vasallos á la guerra sania.
El conde de Tolosa, acompañado de su hijo y su esposa Elvira, se puso al frente de un ejército de cien rail
cruzados; llegó á Lion, por donde pasó el Ródano, cruzó los Alpes, la Lombardia y el Friul, y dirigió su
marcha hácia el territorio del imperio griego al través de las montañas y pueblos de la Esclavonia. Es pro
bable que los cronistas hayan designado vagamente con el nombre de Esclavonia los paises habitados por las
poblaciones eslavas. Raimundo de Agiles, historiador particular de la marcha del conde de Tolosa, nos cuen
ta que los cristianos no encontraron durante tres semanas mas que montañas solitarias sin animales ni aves,
y que fué preciso defenderse de agresiones continuas. El conde Raimundo se apoderó de Scodra situada entre
los rios Clausula y Barbana, y los petscheneyos, llamados pincenatos por los cronistas y que pertenecen á la
gran familia eslava, sorprendieron al obispo Ademaro de Monteil y le espusieron á grandes peligros. Baimun
do de Agiles cree con piadosa sencillez que el paso del ejército de la Cruz al través de la Esclavo
nia fué obra divina, para que los habitantes salvajes de aquellos paises dejasen su ferocidad con las virtudes
y la paciencia de los cristianos, y fuesen menos culpables en el dia del juicio. La Esclavonia, llamada en hún
garo Toth-Orrzay forma en laactualidad un pequeño reino compuestode los tres condados de Posega, Verts y

(I) Raimundo VI, llamado de San Giles, porque poseia esta parto de.diocesis de Nimcs, era hijo de Pons, y sucedio a su her
mano Guillermo por cesion de este. Era ya conde de Rouergue, de Nimes y de Narbona desde 1066 y unia 4 este titulo el mar
quesado de Gothia. Se habia casado dos veces cuando se unio con Elvira, hija natural de Alfonso el Grande ¡Dom Vaisselle, His
toria del Layguedoc, t. II, p. 280). Muchos han negado que Raimundo hubiese peleado contra los moros de España, aserto pro
bado por Dom Vaisselle t. II, p. 283. Habia hecho ya una peregrinacion a San Roberto. (Acta ord. sanct. Bened. scbcuI. 6, t. II. p. 215.)
Ana Comneno ha delineado el retrato de Raimundo. — ;2) La familia de Castillon fue mucho tiempo soberana en la Guiena
dondo existe todavia. Permanece 6 esta antigua familia Mr. de Castillon, que fue limosnero de Madamas las lias de Luis XVI. No
tenemos necesidad de habljr de la familia de Polignac , pues esta repetidas vecsi mencionada en las crtnicas que hemos leido
para formar nueitra obra
LIBRO. SEGUNDO.— 1096-1097. 51
Synuia, que pertenece á los ostados de la corona de Hungria. Forman sus limites la Sajonia, el Drave y el
Danubio (4).
Aterró á Alejo el número de sus libertadores y se arrepintió de haber llamado en su defensa á los lati
nos. Aunque los jefes de la cruzada no eran mas que principes de segundo órden, iban empero acompaña
dos de todos los guerreros de Occidente, y Ana Comneno compara la multitud de los cruzados á las arenas
del mar, á las estrellas del firmamento y á los innumerables torrentes que se reunen para formar un cau
daloso rio. Alejo empezó á temer a Bohemundo en las llanuras de Durazoy de Larisa , y aunque no pudo
apreciar bastante el valor y la destreza de los demás principes latinos , conoció que habia obrado
con poco tino revelando el secreto de su debilidad, é implorando su ausilio. Aumentaron su alarma las
predicciones de los astrólogos y las creencias del pueblo , y su inquietud se convertia en verdadero ter
ror viendo á las puertas de su capital los ejércitos de los cruzados (2 ) .
Sentado en un trono del cual habia lanzado a su protector y soberano , tenia razones para dudar de la
virtud, y sabia mejor que nadie los consejos que dicta la ambicion. Alejo habia desplegado bastante va
lor para alcanzar la púrpura , y solo gobernaba por medio del disimulo, politica ordinaria de los griegos
y de los estados débiles ; Ana Comneno su hija le ha pintado como un principe perfecto , y los latinos
como un soberano pérfido y cruel, pero la historia imparcialj que lo- mismo rechaza los elogios que la
sátira , solo ha visto en, Alejo un monarca débil , supersticioso y arrastrado mas por la vanidad que por
el deseo de la gloria. Le hubiera sido fácil ponerse al frento de la cruzada y reconquistar el Asia
Menor marchando con los latinos á Jerusalen , pero tamaña empresa era superior á su debilidad , y su
timida prudencia creyó que no debia temer engañando á los cruzados , cuyas victorias redundarian sin
ningun sacrificio en provecho de su imperio. Todos los medios le parecieron buenos- y justos para salir
de una posicion que su politica hacia mas peligrosa con la incertidumbre é inconstancia de sus proyectos.
Cuanto mas se esforzaba en inspirar confianza , mas sospechosa parecia su buena fé, y tratando de in
fundir temor, descubria la inquieta alarma de que era victima. Luego que supo la llegadade los prin
cipes cruzados , les envió embajadores encargados de obsequiarles y penetrar sus designios , y al mismo
tiempo mandó que las tropas del imperio salieran dé improviso á atacarlos en el camino.
El gobernador do Durazo recibió con la mayor ostentacion y cariño al conde de Vermandois, áquien arroja
ra la tempestad en las costas de Epiro, pero muy pronto recibió una órden de Alejo para que locondujera pre
so á Constantinopla con el vizconde de Melun, Clerenibaldo de Vendeuil (3) y los principales señores de su co
mitiva. El emperador griego confiaba que el hermano del rey de Francia seria bajo su poder un rehen que lo
pondria al abrigo de las empresas de los latinos, pero una politica tan pérfida, en vez de serle util, no sirvió
mas que para despertar la desconfianza y provocar el odio de les jefes de la cruzada. Godofredo de Bouillon
supo el cautiverio del conde de Vermandois al llegará Filipopolis, y envió mensajeros reclamando al emparador
la reparacion del ultraje; mas no pudo contener su indignacion ni el enojo de su ejército, cuando regresaron
los encargados de su demanda con una respuesta altiva y desfavorable. Trató como si fueran enemigos á los
pueblos que encontró en el camino do Constantinopla, y las fértiles campiñas de la Tracia fueron durante
ocho dias el teatro de la guerra. La multitud de griegos que llegaban fugitivos á la capital anunciaron al em
perador la terrible venganza de los I6tinos, y aterrado Alejo de su imprudente politica, imploró la inclemen
cia de su prisionero y le prometió ponerlo en libertad cuando llegasen los. cruzados . á las puertas de Cons
tantinopla. Esta promesa calmó la indignacion de Godofredo, que mandó cesar las hostilidades y continnó
su marcha tratando á los griegos como amigos y aliados.
(I) La Esclavonia aotual, ceñida al oeste por la Croacia y la lliria, al sud por la Bosnia y la Servia, al este por el Temeswar
y al norte por los comicios húngaros de Baatsch, de Barani y de Schumegh encierra 355.000 habilantes en una superficie de
855 leguas cuadradas de Francia. La capital es Eszeck, ciudad fuerte sobre el Dravc, con 10.000 almas. La poblacion de la Escla
vonia esta repartida en 5 ciudades, 22 villas, 571 aldeas y cerca de 30,000 casas. La Esctavonia no ha sido en otros tiempos tan
angosta, puesantes de la batalla de Mohatsch comprendia ademas los dos condados croalas de Warardin y de Krentz y una gran
parte del condado de Agram hasta el Kuspa. Todos estos paises que se llamaban entonces alta Esclavonia, se pusieron bajo la pro
teccion del Austria, para salvarse de la ambicion de Zapolya, y el emperador Fernando I los incorporo a la Croacia, a la cual
han permanecido constantemente unidos desde entonces.— 2) Los historiadores han sido muy difusos en escribir la marcha do los
diferentes principes cruzados, y cada ejército ha tenido su historia particular, circunstancia que ha oscurecido la verdad, pues es
imposible seguir los diferentes relatos sin caer en confusion.— ¡i!) La familia de Vendeuil existe aun en Picardia. Permanece *
ella el marques de Clerembault de Vendeuil, ayuda de campo del vizconde de Mirabcau en cl>jército de Conde:
52 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
Alejo redoblaba en tanto sus esfuerzos y ardides para obtener del conde de Vermandois un juramento
de obediencia y fidelidad , persuadido de que la sumisión del príncipe francés arrastraria la de los demás
cruzados, y que no debería recelar tanto de su ambición si llegaba á convertirlos en vasallos. El herma
no del rey de Francia , que al pisar el territorio del imperio había escrito cartas llenas de altivez y osten
tación, no pudo resistirse á los halagos y promesas del emperador , y prestó cuantos juramentos le exigie
ron. Cuando llegó Godofredo , se presentó en el campamento de los cruzados que se alegraron de verle li
bre , pero que no le perdonaron la bajeza de haberse sometido á un monarca estranjero. Al intimar á
Godofredo á que siguiese su ejemplo , se alzaron contra él gritos de indignación ; sus compañeros quo ha
bían desenvainado la espada para vengar sus ultrajes , mostraron tanta mas oposición y resistencia á la
voluntad del emperador , cuanto mayor había sido la sumisión que había manifestado el conde en su cau
tiverio.
Alejo les negó los víveres, creyendo reducirlos por el hambre, pero los latinos estaban acostumbrados
á obtenerlo todo con la violencia y la victoria, y á una órden de sus jefes se esparcieron por las campi
ñas, saquearon las aldeas y los palacios cercanos de la capital, y la guerra llenó do riquezas y abun
dancia su campamento. Este desorden duró muchos dias, pero como estaban próximas las fiestas de Navi
dad (4), la época del nacimiento de Jesucristo inspiró sentimientos generosos á los soldados cristianos y al
piadoso Godofredo. Esta circunstancia favoreció las proposiciones pacíficas, el emperador concedió los ví
veres, y cesaron las hostilidades de los cruzados.
Pero no podía ser durable la unión entre griegos y latinos: los francos se vanagloriaban de haber acu
dido en defensa del imperio , hablaban siempre como vencedores y obraban como soberanos : los griegos
despreciaban el rudo valor de los latinos , cifraban toda su gloria en la finura de sus trajes y maneras , y
creían hacer un ultraje á la lengua de la Grecia pronunciando los nombres de los héroes de Occidente (2).
Aumentaba la antipatía , originada por la diferencia de usos y costumbres, el rompimiento declara
do mucho tiempo antes entre el clero de Roma y el de Consta nt inopia Jos cuales se lanzaban mutuamen
te anatemas y se aborrecían entre sí mas que hubieran podido odiar á los sarracenos. Los teólogos griegos
Bolo se ocupaban en vanas sutilezas , obstinándose en no admitir en el númoro de los mártires á los quo
unirían combatiendo á los infieles, afeaban el carácter guerrero del clero latino , se vanagloriaban de po
seer en su capital todas las reliquias de Oriente, y no comprendían el objeto que conducía á los cruzados á
Jerusalen. Los francos acusaban á los subditos de Alejo como do un crimen su repugnancia en seguirlos en
la cruzada , diciendo que su falta de entusiasmo era una indiferencia por la causa divina ; y todos estos
motivos de odio y de discordia provocaron frecuentes discusiones y contiendas , en las que los griegos mos
traron mas perfidia que valor y los latinos mas valor que moderación.
Alejo permanecía al parecer insensible en medio de estas divisiones sin desistir del proyecto de exigir á
Godofredo el juramento de fidelidad y de obediencia. Tan pronto echaba mano de las protestas de amis
tad , como amenazaba con desplegar la fuerza de que carecia ; Godofredo despreciaba sus amenazas y no
daba crédito á sus promesas ; dos veces fueron llamadas á las armas Lis tropas de los latinos y las impe
riales , y Conslantinopla temió ver ondear el pendón délos cruzados sobre sus murallas.
El rumor de tan sangrientas contiendas regocijó á Bohemundo que acababa de llegar á Durazo, pues
creyó llegado el momento de atacar el imperio griego y de repartirse sus despojos. Envió mensajeros
á Godofredo invitándole á apoderarse de Bizancio, y prometiendo reunirse con él con todas sus-fuer-
zas para tan grande empresa; pero Godofredo recordó constantemente que solo habia tomado las ar
mas en defensa del Santo Sepulcro, y rechazó las proposiciones de Bohemundo, invocando el juramen
to que habían prestado de combatir á los infieles.
Esta embajada de Bohemundo, cuyo objeto se publicó al momento, aumentóla inquietud de Alejo, y le
indujo á no descuidar medio alguno para convencer á Godofredo de Bouillon. Envió á su propio hijo
como rehén al campamento do los cruzados, y cesó la desconfianza. Los príncipes del Oriente juraron
respetar las leyes de la hospitalidad y se presentaron en el plació de Alejo, el cual los recibió ro-

(1) La princesa griega habla de las fiestas de Pascuas, lo cual contradice A los historiadores latinos y a la verosimilitud,
habiendo partido loscruzados en el roes de seliembre, y hallándose ya en el Asia Menor al principio de la primavera. — 21 Ana
Comneno, lib X.
LIBRO SECÜNDO.—10&6-1097. 53
dcado de una corte brillante y esforzándose á ocultar su debilidad bajo la esterioridad de un vano apa
rato y magnificencia . El jefe de los cruzados, los príncipes y los caballeros que le acompañaban , se
inclinaron delante del trono del emperador con todo el lujo marcial del Occidente y saludaron de ro
dillas una majestad muda é inmóvil. Despues de esta ceremonia, en la que los griegos y los lati
nos se contemplaron eon estrañeza y curiosidad, Alejo adoptó por hijo á Godofredo y puso el impe
rio bajo la proteccion de sus armas (4). Los cruzados se comprometieron á reconquistar aL emperador
las ciudades que habia perdido el imperio y á prestarle homenaje por las demás conquistas que
pudieran alcanzar, y Alejo premetió ayudarles por mar y tierra, proporcionarles viveres, y participar
de los peligros y de las glorias de su espedicion.
Alejo apreció en mas que una victoria el homenaje de los principes latinos, y los jefes de los cru
zados se volvieron á sus tiendas, donde la gratitud del emperador los colmó de presentes. Mientras
Godofredo publicaba á son de trompeta en su ejército la órden de guardar el mas profundo respeto al
emperador y á las leyes del imperio, Alejo mandaba á todos sus subditos que asistieran á los francos con
viveres y respetaran las leyes de la hospitalidad. Parecia que la alianza que acababa de llevarse á cabo
habia sido jurada de buena fé por griegos y latinos , pero Alejo no podia destruir las prevenciones de
sus súbditos contra los cruzados , y tampoco era posible al piadoso Godofredo contener la multitud turbu
lenta de sus soldados. Aunque el soberano de Bizancio estaba seguro de las intenciones del duque de Lo-
rena , temia la llegada de Bohemundo y la reunion do muchos ejércitos en las cercanias do su capital.
Obligó á Godofredo á pasar con sus tropas á la costa asiática del Bósforo , y solo se ocuiió en poner en
¡llanta los medios que le sugeria su politica para humillar el orgullo y disminuir las fuerzas de los de
más principes latinos que se acercaban á Consta ntinopla.
El principe de Tarento avanzaba á través de la Macedonia dando oidos á las arengas de los diputados
de Alejo y atacando las tropas que se oponian á su paso. Ya habian saqueado muchas provincias y ciu
dades los cruzados italianos y normandos, cuando su jefe recibió un mensaje del emperador invitándolo
á que se dirigiese con su ejército á Constantinopla. Alejo hacia á Bohemundo mil protestas de amistad , á
las que no daba este ningun crédito, pero que miraba como ventajosas para sus planes, y protestando tam
bien el principe de Tarento de su adhesion, se presentó en la corte de Bizancio. El emperador le recibió
con una magnificencia igual al temor que le inspiraba su venida, pero como ambos principes eran dies
tros en el arte de seducir y de engañar , cuando mas razon tenian de quejarse uno de otro , era mayor
la amistad que se manifestaban. Se ensalzaron sus mutuas victorias públicamente y ocultaron sus rece
los y tal vez su desprecio bajo la apariencia de una reciproca admiracion. Poco escrupulosos ambos sobre
la fé.de sus juramentos, Alejo prometió vastos dominios á Bohemundo, y el héroe normando juró sin
escrúpulo ser el mas fiel delos vasallos del emperador (2).
Roberto conde de Flandes, el duque de Normandia y Estéban conde de Blois y de Chartres prestaron tam
bien homenaje al emperador griego al llegará Constantinopla, y recibieron como los demás el precio de su
sumision. El conde de Tolosa que llegó el postrero respondió á los mensajeros de Alejo diciendo que no habia
ido á buscar un soberano, y hasta les amenazó con la destruccion de Constantinopla. El emperador tuvo que
doblegarse ante el orgullo de Raimundo y sus provenzales (3), y lisonjeó su vanidad y su avaricia, haciéndoles
ver mas la magnificencia de sus tesoros que la de sus ejércitos. Es muy comun considerar á la riqueza como
poderio en los estados en decadencia , y los principes degenerados creen reinar en los corazones cuando les
quedan tesoros para corromperlos. Las ceremonias y la etiqueta eran en Constantinopla una cosa seria é impor
tante, y á pesardel valor que merecen las vanas fórmulas, causa admiracion el ver á los altivos guerreros, que

¡li La adopcion de que hablan los historiadores no tenia los mismos efectos que entre los romanos. Segun la ley romana, con
cedta todos los derechos del hijo legitimo, y por consiguiente era llamado a la sucesion del adoptante. La adopcion que Alejo
hizo de Godofredo era una alianza entre principes, por la cual se profesaban el cariño de padree hijo, pero no daba ningun
derecho a la sucesion. Esto induce ár decir a Nioeforo Brienio lib. II, cap. 38) queera uua vana formula. Asi adopto el emperador
Mauricio a Cost oes rey de Persia (Evan. lib. IV, cap 16). Las ceremonias de adopcion consistian entrelos orientales en ceñir el
adoptante la espada al adoptado Ductmge, disertacion sobre Joinville, t. III, p. 278 de las Memorias relativas a la historia de Fran
cia . — ¡2 Veanse los curiosos pormenores sobre la entrevista de Alejo y Bohemundo en el estracto de Ana Comneno (BiWoicca de
las Cruzadas, t. 1II .—,3 Proventales, nombre derivado de Provincia romana ó Provincia Narbonente que comprendia antigua
mente el Languedoc, el Delfinado y la Provenza
5i HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
iban á conquistar imperios enteros, arrodillarse en presencia de un principe que temblaba viendo vacilante el
suyo; pero le hicieron pagar muy cara una sumision incierta y pasajera, y el desprecio y la ironia era á
veces mayor que su aparente respeto.
Un comle de Paris llamado Roberto fue á sentarse al lado del emperador en una ceremonia en que Alejo
recibia el homenaje do muchos principes franceses, pero Balduino de Hainaut le cogió del brazo y le dijo:
»Debeis de saber que se deben respetar los usos de los paises donde uno se encuentra. — Es cierto, respondió
«Roberto, mirad alli á un ridiculo zafio que está sentado mientras están en pié tantos ilustres capitanes!»
Alejo pidió una esplicacion de estas palabras, y cuando salieron los condes, detuvo á Roberto y le preguntó
su nombre y su patria. «Soy francés, respondió Roberto, de la mas ilustre nobleza. Hay en mi pais cerca de
»una iglesia una plaza donde se reunen todos los que desean hacer alarde de su valor, y solo sabré deciros que
«nadie se ha atrevido á salir al frente de mi hasta hoy.» El emperador se guardó muy hiende aceptar esta
especie de desafio y se esforzó á disimular su sorpresa y su cólera dando útiles consejos al guerrero temera
rio. «Si hasta hoy habeis en vano esperado un enemigo digno de vos, os aseguro que vais á quedar pronto
«cumplidamente satisfecho. Pero no os pongais á la cabeza ni á la cola del ejército, sino en el centro, pues
» no ignorp como debe lidiarse contra los turcos, y os aconsejo ese sitio que es el mejor que podeis elegir (4 ) . »
La politica del emperador alcanzó no obstante un buen éxito , y la altivez de un gran número de condes
y barones sucumbió bajo el poderio de sus halagos y presentes. Poseemos una carta que enviaba Estéban
de Blois á su esposa Adela , en la cual se felicita del recibimiento que le habia hecho la corte de Bizancio,
y despues de mencionar todos los honores y obsequios, esclama hablando de Alejo : « En verdad , no existe
un hombre como él debajo del cielo (2). »No menos agradecido ó satisfecho debió quedar Bohemundo de
las liberalidades del emperador. Al ver el principe de Tarento un salon henchido de riquezas , dijo : « Hay
aqui tesoros iara conquistar muchos reinos.» El emperador oyó estas palabras y mandó que todas
aquellas riquezas se trasladasen al punto á la tienda del ambicioso Bohemundo , que no las aceptó en
un principio por vergüenza , pero que acabó por apoderarse de ellas con alborozo, llegando hasta el estre-
mo de pedir el titulo de gran servidor ó general del imperio de Oriente. Alejo poseia esta dignidad y no
ignoraba que era un camino para llegar al trono , de modo que tuvo suficiente valor para negársela y
se contentó con prometérsela en premio de sus servicios futuros al principe de Tarento.
Las promesas del emperador sujetaban bajo su ley á los principes latinos , y sus favores y alabanzas re-
|wrtidos con destreza habian engendrado los celos y la rivalidad hasta en los jefes de los cruzados. Rai
mundo de San Giles se declaró enemigo de Bohemundo, cuyos proyectos revelaba á Alejo , y en tanto
que este principe se humillaba de tal suerte ante un monarca estranjero , los cortesanos de Bizancio
repetian con énfasis que brillaba entre los demás jefes de la cruzada como el sol en medio de las es
trellas (3).
Los francos , que tan temibles eran en el campo de batalla , no habian tenido fuerza para resistir los
ardides do Alejo, ni sabian hacer respetar su ventaja en medio de las intrigas de una corte desmorali
zada , y su permanencia en Bizancio y el espectáculo del lujo do Oriente eran inminentes peligros para
los cruzados que sentian insensiblemente su efecto corruptor. Segun cuentan los historiadores de la época,
no se cansaban los caballeros de admirar los palacios , los monumentos , las riquezas de la capital y tambien
quizás las hermosas damas griegas de que hablara Alejo en sus cartas á los principes de Occidente. Tancredo
fué el único, insensible á tantos agasajos , que no quiso esponer su virtud á las seducciones de Bizancio,
y lamentándose de la flaqueza de sus compañeros , se apresuró á salir de Constantinopla seguido de algunos
caballeros, sin haber prestado el juramento de fidelidad al emperador.
Alejo temia tanto la indisciplina é insubordinacion de los peregrinos como los ambiciosos proyectos
de sus jefes, y á medida que llegaban nuevos cruzados, los hacia acampar en la orilla occidental del
Bosforo. Sus tiendas ocupaban el llano que se estiende desde Pera hasta las aldeas que se llaman en
el dia Belgrado y Lisgos, y los soldados se albergaban tambien en las casas y edificios del estrecho.

I) Biblioteca de las Cruzadas, t. II. — 2) Véase la carta del conde de Blois en la Biblioteca de las Cruzadas, t. I. El entusiasmo del
conde de lilois recuerda una espresion de Mad. Sevigne, que colocaba a Luis XIV sobre todos los principes, por los favores que
de 41 habia recibido.—?!) Raimundo de Agiles, capellan del conde de Tolosa, se esfuerza a escusar a su señor.
LIBRO SEGUNDO —1096-1097. 55
Cada jefe tenia su cam amento separado, y el de Godofredo ocupaba el valle de Buyuk-Desé , cerca
de la aldea de este nombre, á cuatro leguas al norte de Consta ntinopla. Muchas veces nos hemos sen
tado debajo de un viejo plátano que hay en ¿feuyuk-Besé, al cual las tradiciones populares llaman el
árbol de Godofredo de Bouillon (1).
El emperador griego repartia- con igual liberalidad sus riquezas entre la multitud de los peregri
nos, pero no conseguia el mismo éxito que con los jefes. Todas las semanas salian del palacio de
Blaqueras cuatro hombres robustos cargados de monedas de oro que se distribuian entre los solda
dos de Godofredo, é igual reparticion se hacia en el campamento de muchos otros jefes. «¡Cosa es-
trañal dice con este motivo Alberto de Aix; este dinero repartido con tanta profusion volvia muy
pronto al tesoro imperial , porqüe nadie podia en el imperio vender las provisiones á los cruzados
mas que Alejo, y el trigo, el vino y las demás mercancias costaban tan caras, que apenas bastaba
el dinero distribuido á los peregrinos para mantenerse, y se veian obligados á gastar el que habian
traido de su pais. Esta engañosa generosidad del emperador escitaba violentas quejas , la multitud
invadia las comarcas vecinas y las saqueaba , sin perdonar las casas imperiales , de modo que la
capital se veia continuamente amenazada do un saqueo á pesar de sus murallas.»
Lo que afligia en estremo á los peregrinos mas piadosos, era el olvido general del objeto de su
espedicion, pues los guerreros latinos hubieran preferido hacer la guerra á los griegos, por la es
peranza del rico botin , y el 'mismo Alejo se cuidaba mas de someter á su imperio á los principes
de la cruz quede arrancar de los muros de Nicea los pendones musulmanes. No obstante Godofre-
de y los jefes mas previsores no olvidaban la cruzada , y pedian con ahinco que se les proporcio
nasen barcos para cruzar el Bosforo y volver á emprender el camino do Jerusalen. Godofredo dió el
ejemplo embarcándose con sus caballeros en el golfo do Buyuk-Desé, y los demás cruzados levanta
ron tambien sus tiendas y pasaron á las costas del Asia.
Los cruzados se olvidaron de la corte deftizanoio despues de haber pasado el estrecho del Bosforo, y so
lo pensaron en hacer la guerra á los musulmanes. Hemos dicho anteriormente que los turcos seldjukidas
invadieron el Asia Menor en el reinado de Miguel Ducas , y que fundaron un imperio que se estendia des
de el Oronte y el Eufrates hasta Nicea. Esta nacion era la menos bárbara de los musulmanes , y habia des
cuidado la conquista de las orillas del mar porque no tenia marina, pero estaban bajo su dominacion las
mas ricas provincias, cuyo cultivo dejaba á los griegos sus esclavos y tributarios.
Los turcos del Asia Menor vivian en sus tiendas, no conocian otra ocupacion mas que la guerra, ni otra
riqueza que el botin , y obedecian por jefe al hijo de Soliman , cuyas conquistas le habian dado el renombre
de campeon sagrado. David, llamado KiUy-Arslan ó la espada del leon , habia sido educado en medio de
las guerras civiles, y despues de haber estado encarcelado en la fortaleza de Korasan por mandato de Malek-
Schah, subió al trono de su padre , que ocupaba hacia muchos años siendo respetado por su valor. Era un
hombre de genio fecundo en recursos y de carácter firme en las desgracias ; cuando supo la llegada de los
cruzados, llamó en defensa de la ley del Coran á todos sus subditos y aliados; y tuvo la satisfaccion de
ver reunidos bajo sus banderas los mas animosos defensores del islamismo de todas las provincias del Asia
Menor y hasta de la Persia .
No satisfecho aun con un ejército tan numeroso , se esmeró en fortificar la ciudad de Nicea, que debia
recibir los primeros golpes de los cristianos. Era esta ciudad la capital de la Bithinia , célebre por sus dos
concilios, y corte del imperio ó pais de Roum, y los turcos la consideraban como un punto avanzado desde
donde esperaban la ocasion de atacar á Constantinopla y precipitarse sobre el Occidente.
El ejército cristiano se reunió en Calcedonia , y despues de formar los jefes sus batallones , se dirigie
ron hácia Nicea. El ejército de la cruz tenia á su derecha la Propóntida y las islas de los Principes , y á
su izquierda las montañas cubiertas de bosques donde se ven actualmente algimas aldeas turcas. Encon
traron en su camino las ruinas de la antigua Pandicapium y los restos de Libisa, famosa por el sepulcro de
Anibal (en la actualidad es una miserable villa musulmana). Despues de algunos dias de marcha, llega
ron á Nicomedia donde permanecieron tres dias. Esta ciudad , edificada al pié de una colina , en el ibn-

1 Correspondencia Je Oriente , carta XXXVIII.


56 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
do de un golfo al cual ha dado nombro, conservaba aun entonces un resto de su antiguo esplendor, pero ac
tualmente es una villa que los turcos llaman Ismid. El ejército de la cruz se dirigió desde allí á Henelepolis,
teniendo al occidente el golfo y á oriente la inmensa cordillera de Arganton; esta ciudad, que ha tomado el
nombre de Hersch, está a once leguas de Nicomodia y á cuatro ó cinco de Civitot 6 Gliemlik; y al llegar á
sus cercanías vieron los cruzados acudir á sus tiendas á muchos fugitivos del ejército de Pedro , que habien
do podido salvarse del alfanje mahometano, vivían ocultos en las montañas y en los bosques cercanos.
Unos iban cubiertos de andrajos , otros desnudos y muchos heridos y casi exánimes de hambre , soste
nían apenas el resto de una miserable vida que habían disputado al rigor de las estaciones y á la barbarie de
los turcos. El aspecto de estos desgraciados y la relación de sus miserias llenaron de luto el ejército cristia
no , y todos los ojos derramaron lágrimas cuando se supieron los desastres de los primeros soldados de la
cruz. Los fugitivos indicaban hácia el Oriente la fortaleza donde los compañeros de Reinaldo , vencidos por
el hambre y la sed , se habían entregado á los turcos para ser víctimas de su acero, y señalaban las monta
ñas en cuya falda ha bia perecido Gualtero con todo su ejército. Los cruzados caminaban silencio
sos , encontrando por todas partes los insepultos huesos de sus hermanos , girones de banderas,
lanzas rotas y armas cubiertas de polvo y orín , tristes restos de un ejército vencido. En medio de
tan siniestros cuadros , no pudieron ver sin estremecerse de dolor el campamento donde Gualtero
habia dejado las mujeres y los enfermos, al verse arrastrado hácia Nicea por sus soldados, el sitio
donde los cristianos habían sido sorprendidos por los musulmanes en el momento en que sus sacer
dotes celebraban el sacrificio de la misa, y donde un enemigo cruel había sacrificado ó hundido en
el mas feroz cautiverio á las mujeres, los niños, los ancianos y á todos los que la debilidad y las
enfermedades detenían en la tienda, persiguiéndolos hasta al pié de los altares. La multitud de los
cristianos degollados en este sitio yacía sin sepultura , y se veían aun los fosos trazados en torno
del campamento y la piedra que habia servido de altar á los peregrinos.
El recuerdo do tan inmenso desastre ahogó las discordias , impuso silencio á la ambición y reanimó el
celo de libertar los santos lugares. Los jefes se aprovecharon de esta lección y redactaron útiles reglamentos
para mantener la disciplina. Empezaba entonces la primavera, las campiñas cubiertas de verdura y de flo
res, las mieses que crecían, el clima fértil y el hermoso cielo de Bitinia, la seguridad de no faltar los víve-i
res, la armonía de los jefes y el entusiasmo de los soldados hacían presagiar á los peregrinos que Dios ben
deciría sus armas y que serían mas felices que sus compañero cuyos deplorables restos hollaban sus
plantas.
Al salir de Herseb los cruzados tuvieron que cruzar muchas veces el Draco, rio célebre entre los peregri
nos, cuyos numerosos rodeos le han dado el nombre de serpiente y entre los turcos el de rio de las cuarenta
colas. No lejos del nacimiento del Draco, al cruzar la cordillera de Arganton, los peregrinos solo encontra
ron angostas sendas entre los precipicios y cortadas en la roca. Godofredo envió de avanzada cuatro mil tra
bajadores armados de hachas y picas para abrir camino; plantáronse algunas cruces de madera para seña
lar el paso de los soldados de Jesucristo, y al salir de tan peligrosas quebradas, los peregrinos eslasiaron su
vista por las llanuras de Nicea .
Los cruzados avanzaban confiados en sus fuerzas y sin saber las que podían oponerles : nunca habían
presentado un espectáculo tan imponente y terrible las campiñas de la Bitinia ; el número de los peregri
nos era mayor que la población de muchas ciudades de Occidente; su inmensa multitud cubria un grande
espacio ; y los turcos miraban sin duda con espanto , desde la cima de las montañas donde estaban acam
pados , aquel ejército compuesto de cien mil caballos y de innumerables infantes , lo mas selecto de los
pueblos belicosos de Europa, que iba á disputarles la posesión del Asia.
Guillermo de Tiro hace una hermosa descripción de Nicea y de sus murallas. Los viajeros pueden ver
aun en pié estas fortificaciones, que á pesar de los siglos que han pasado sobre ellas, dan una idea
suficiente para apreciar lo que serian en la época de la primera cruzada. Nos limitaremos á decir lo
que hemos visto.
Nicea está situada en el estremo oriental del lago Ascanio , al pié de una montaña de forma semi
circular ; las murallas antiguas tienen legua y medía de circunferencia ; se elevan por todos lados torres
redondas, cuadradas y ovales, tan cerca unas de otras , que habia no hace muchos años trescientas
LIBRO SEGUNDO.-i 096-1 097. 67
setenta ; el grosor de las murallas es Je diez piés (Guillermo de Tiro dice que podia rodar por encima
de ellas un carro) , de treinta piés su altura , y se hallan muy bien conservadas á escepcion de la parte
que cae al lago. Puede verse su forma y juzgar de su solidez al través de la yedra que las viste con su
verdoso manto, blasón de su antigüedad. Nicea tiene tres puertas; la del mediodía está cerrada; la
de la parte oriental es de tres arcos de mármol , y se ve en la pared de la parte esterior un bajo re
lieve que representa unos soldados romanos armados con lanzas y cubiertos con sus escudos, y á al
guna distancia de esta puerta se ven los restos de un acueducto que conducía á Nicea el agua de la mon
taña. La puerta del norte es grande y hermosa, y se compone como las otras dos de tros arcos de már
mol gris, no teniendo mas adorno que una enorme cabeza de Gorgona que asoma desde lo alto del muro
entre una enramada de yedras y plantas parietarias. Rodea la plaza un foso casi cubierto de escombros, y
cuando se llega á Nicea por el camino de Civilot, se entra en la ciudad poruña ancha brecha practicada en
una enorme torre de ladrillo. ¡ Qué sorpresa esperi-meuta el viajero cuando en vez de Nicea , cuyas torres
están aunen pié, solo ve por todos lados en vez de calles y plazas campos cultivados, olivares y more
ras, y después de cruzar largas calles de cipreses y plátanos, se llega á una humilde y pobre aldea llamada
Lonid, habitada por griegos y turcos (1j !
Luego que los cruzados llegaron á la vista de la ciudad, cada jefe tomóla posición quedebia ocupar du
rante el sitio; Godofredo y sus dos hermanos se colocaron al oriente, en cuyo lado parecen inespugnables
aun las murallas; Bohemundo, Roberto conde de Fia ndes, Roberto duque de Normandía y el conde de Blois
abrieron sus tiendas por el lado del occidente y del norte ; el mediodía de la ciudad fué ocupado por el obis
po Adhemaro, y el conde Raimundo de Tolosa que fué el último de llegar al campamento, y los sitiados que
daron libres por el lado del lago.
Godofredo y Raimundo tenian á sus espaldas las montañas, pero el resto del campamento se hallaba al
principio de una eslensa llanura cortada por acequias y torrentes. Las flotas que venían de Grecia y de Ita
lia proveían desde el principio del sitio á los sitiadores de víveres y de municiones de guerra.
El historiador Foulquor de Chartres dice que habia en el campamento cristiano diez y nueve naciones di
ferentes en costumbres é idiomas. «Si un inglés ó un alemán quería hablarme, añade el escritor, no sal>:<i
como responderle, mas aunque divididos por el lenguaje, parecia que solo formábamos un pueblo con nues
tro amor á Dios. » Cada nación tenia su barrio rodeado de muros y estacadas , y como faltaban piedras y
madera para construir las trincheras, se emplearon los huesos de los cruzados que habían quedado sin se
pultura en las campiñas cercanas de Nicea; «de modo, dice AnaComneno, que construyeron á un tiempouna
tumba para los muertos y un albergue para los vivos (2).» Alzáronse apresuradamente en cada barrio mag
níficas tiendas que servían de iglesias y donde se reunian los jefes y soldados para las ceremonias religiosas
Llamaban á los cruzados á los ejercicios militares diferentes gritos de guerra , los tambores cuyo uso habían
introducido los sarracenos en Europa y los sonoros cuernos.
Los barones y los caballeros vestían una cota de malla , especie de túnica compuesta de pequeños anillos de
hierro y acero , y sobre la cota de armas dé los escuderos ondeaba una banda azul, roja, verde ó blanca. Ca
da guerrero llevaba un casco, plateado los príncipes, de hierro los demás caballeros; los ginetes llevaban escu
dos redondos ó cuadrados y los infantes rodelas largas. Les cruzados seservian en la pelea de lanza, espada.y
de una especie de cuchillo ó puñal llamado misericordia^ de la maza de armas, con la cual un guarrero po
pula matar de un solo golpe á su enemigo ; de la honda , que lanzaba piedras ó balas.de plomo, del arco y de la
ballesta, arma mortífera desconocida hasta entonces para los orientales. Los occidentales no llevaban aquellas
pesadas armaduras de hierro que describen los historiadores de la edad media (3).
Los príncipes y los caballeros llevaban en sus banderas, imágenes, y signos de diferentes colores, que

(1) El campo de batalla donde desapareció el ejército de Pedro el Ermitaño 6 los golpes del sultán de Nicea, la marcha d i
grande ejército de Godofredo desde Calcedonia a Nicea y el estado presente de esta ciudad, han sido descritos siguiendo las noti -
cías de Mr. Poujoulat.—[») Biblioteca de las Cruzadas, t. III.—,3) Los cruzados están representados en las vidrieras de San Dionisio,
pintadas por mandato de Suger, con cascos en forma de cono agudo, ú ovalados, sin visera y sostenidos por baberoles que los
cubría hasta la boca; sus armaduras parecen mas lijeras que las de los turcos y están sujetas por medio de cuerdas; UeNan una
espada corta, una lanza con una banderola, donde hay pintada una cruz, y un escudo redondo ú oval. Los turcos estín cubier
tos de una armadura semejante, aunque sus cascos son mas ovalados y sus corazas cubiertas de escamas. Se distiguen ademe»
por sus cabellos largos que caen sobre lo» hombro». V. lionlfaucon, Dcctmeníoi efe la monarquia [rancesa, 1. 1, p. 8M.)
(«■' y 8
r>8 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
servian de punto de reunion á sus soldados , y pintados sobre los escudos y pendones leopardos , leones ,
estrellas , torres, cruces y árboles del Asia y de Occidente , y muchos habian hecho representar sobre sus
armas los pájaros viajeros que habian encontrado en su camino , y que cambiando todos los años de clima,
oran para los cruzados un simbolo de su peregrinacion. Estas señales distintivas estimaban el valor en el
campo de batalla y estaban destinadas á ser algun dia uno de los atributos de la nobleza entre los pue
blos de Occidente.
El consejo de los jefes dirigia las empresas de la guerra en las circunstancias ¡importantes, y en los
casos comunes, los condes y señores no recibian órden de ningun superior. El ejército cristiano era la
imágen de una república sobre las armas, república formidable, en la cual todos los bienes eran co
munes , sin reconocerse mas ley que la del honor ni otro lazo que el de la religion. Era tanto el en
tusiasmo, que los jefes hacian el servicio de los soldados y estos no faltaban jamás á la disciplina. Los
jefes recorrian sin cesar las filas para recordar á los cruzados las máximas de la moral evangélica;
tambien prestaron buenos servicios los predicadores , y si se ha de dar crédito á los autores contempo
ráneos que no perdonan ninguna falta á los campeones de la cruz, la conducta de los cristianos du
rante el sitio de Nicea fué un modelo de virtudes guerreras y de devocion. «Aquella santa milicia,
«dice un cronista (1), era la imagen de la Iglesia de Dios, y Salomon podia haber dicho al verla : ¡Qué
^hermosa eres, amiga mia! te pareces al tabernáculo de Cedar! ¡Oh Francia l pais que debes estar á ma-
»yor altura que los demás , qué bellas eran las tiendas de tus soldados en la Romania ! »
Los cristianos dieron varios asaltos desde los primeros dias del sitio y en todos hicieron inútilmen
te prodigios de valor. Kilidj-Arslan, que ha bia albergado en Nicea su familia y sus tesoros , animó con
sus mensajes el valor de la guarnicion y reunió todos los guerreros que pudo encontrar en la Roma
nia para acudir en defensa de los sitiados. Se precipitaron de improviso sobre el valle de Nicea diez
mil ginetes musulmanes que cruzaron las montañas armados con sus arcos de cuerno y sus armadu
ras de hierro, y penetraron hasta el punto donde habia plantado sus tiendas el conde de Tolosa que
llegara el último al campamento. Los cruzados estaban noticiosos de su venida y los esperaban sobre
las armas ; todos los jefes estaban al frente de sus batallones , y el obispo de Puy recorria las filas
montado en un caballo de batalla invocando , ya la proteccion del cielo , ya la piedad belicosa de los
peregrinos. Apenas se trabó el combate, cincuenta mil ginetes musulmanes acudieron á defender su
vanguardia que empezaba á vacilar. Iba á su cabeza el sultan de Nicea escitando su valor con las
palabras y con el ejemplo: «Los dos ejércitos, dice Mateo de Edeso (2), se acometieron con igual fu-
»ria ; veianse por do quiera brillar los cascos , los escudos y las espadas desnudas ; se oia á lo lejos
»el choque de las corazas y de las lanzas que rechazaban en la lid; el firmamento se estremecia
>>Con la espantosa griteria ; los caballos retrocedian y se encabritaban al rumor de las armas y el sil-
wbido de las Dechas; la tierra temblaba bajo los piés de los combatientes y la llanura estaba cubier-
»ta de armas y de cadáveres.» Ora los turcos se arrojaban con furor sobre las filas de los cruza
dos , ora peleaban desde lejos lanzando una lluvia de saetas , y algunas veces fingian que empren
dian la fuga para volver á acometer con mas impetuesidad. Godofredo, su hermano Balduino, Ro
berto conde de Flandes, el duque de Normandia , Bohemundo y el valiente Tancredo acudian á
donde habia mas peligro, y el enemigo caia bajo sus mandobles ó huia solo á su aspecto. Los
turcos conocieron desde el principio de la pelea que los enemigos que tenian delante eran mas temi
bles que la multitud indisciplinada de Pedro el Ermitaño y de Gualtero. Esta batalla duró desde la
mañana hasta la noche; los musulmanes desplegaron el valor de la desesperacion unido á todas las es
tratagemas de la guerra , y costó la vida á dos mil cristianos. Los infieles huyeron derrotados á las
montañas, dejando cuatro mil muertos en la llanura donde habian peleado.
Los cruzados imitaron el uso bárbaro de los guerreros musulmanes ; cortaron las cabezas de los ene
migos que habian quedado en el campo de batalla y las colgaron del arzon de la silla de sus caba
llos, llevándolas al campamento, que resonó con gritos de victorioso regocijo. Las máquinas lanzaron
mas do mil cabezas dentro de la ciudad, esparciendo la consternacion, y otras mil fueron enviadas en sa-

1 Baudri DiUioh'ca de las Cruzadas, t I. — 2 Mateo de Edeso Biblioteca delas Crvsadas, t. III.
HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
servian Je punto de reunion á sus soldados , y pintados sobre los escudos y pendones leopardos , leones ,
estrellas, torrea, ¿cruces v árlw.l»-e Ssv.% y'-> íw¡«l«m«» .. 1 ' , "«.

(i B.tndri Biblioteca (fe los Crinadas, t !.)— ? Mateo de Edeso Biblioteca delas Crvxadas, t. 111 .
pTjj LIBRO SKdl'NDO.—l 096-1 097. 59 .
cosá Constantinopla para presentarlas al emperador que ensalzó el triunfo de los francos. Era el primer
tributo que le ofrecian los señores y barones qu« se habian declarado sus vasallos.
No temiendo ya los cruzados al ejército enemigo , llevaron adelante el sitio con mayor ardor ; ya se
acercalan á la plaza protegidos por galerias cubiertas de un doble techo do planchas de metal ó de teji
do de ramas, ya impelian hácia las murallas torres colocadas sobre ruedas, desde las cuales se veia loque
pasaba en la ciudad. Diéronse varios asaltos , en los que murieron el conde de Forez , Balduino de Gante
y muchos caballeros que el pueblo de Dios , segun los cronistas, enterró con los sentimientos de amor y
de piedad, que son debidos á personas tan nobles é ilustres. Los cruzados lidiaban con entusiasmo, deseo
sos de vengar la muerte de sus compañeros de armas , y formando los mas intrépidos la tortuga con
sus escudos impenetrables, bajaban á los fosos , se acercaban al pié de las murallas , batian las torres con
arietes cubiertos de hierro ó se esforzaban en arrancar las piedras con azadones y picos. Los cruzados ar
rojaban desde lo alto de sus muros pez encendida , aceite hirviendo y toda clase de materias combus
tibles ; las llamas devoraban muchas veces las máquinas do los cruzados y sus armas defensivas , y los
soldados se hallaban al descubierto de las piedras y saetas que caian sobre ellos como una terrible tem
pestad. El ejército cristiano rodeaba a Nicea, pero cada nacion tenia solo el punto de ataque que se le
habia señalado , y no se ocupaba del resto del cerco ; y ya sea que faltase espacio ó máquinas á la mul
titud de los combatientes , solo se veia acercarse á las murallas un reducido número de guerreros , y cada
ataque dirigido contra la ciudad era una especie de espectáculo al cual asistia la turba ociosa de los pe
regrinos esparcidos por las eminencias y colinas cercanas. Un musulman , á quien la historia nos des
cribe como un guerrero do una estatura y fuerza estraordinarias , se hacia notar por sus prodigios de va
lor en uno de los asaltos que daban los soldados de Godofredo; no cesaba de desafiar á los cristianos, y
aunque todo su cuerpo estaba cubierto de flechas , permanecia impertérrito é insultante sobre el muro
y parecia que los soldados de la cruz solo tenian que combatir con un hombre. Manifestando al fin con or-
gullosa altaneria que no temia á los cristianos , el guerrero musulman arrojó á lo lejos el escudo , des
cubrió su pecho y empezó á lanzar enormes trozos de roca sobre los cruzados agrupados al pié de la
muralla. Los peregrinos caian aterrados sin poder defenderse , hasta que adelantándose el duque de Boui-
llon , armado de una ballesta y precedido de dos escuderos que llevaban sus escudos alzados sobre su
cuerpo , disparó un dardo con mano vigorosa , y herido el atrevido musulman en el corazon , cayó exá
nime sobre la muralla á la vista de todos los cruzados qne aplaudieron la destreza y el valor de Godofre- .
do. Los sitiados quedaron tan inmóviles de espanto , que parecia que habian quedado sin defensores las
murallas medio derruidas.
La noche suspendió los combates y alentó el valor de los sitiados, y al dia siguiente al amane-
cer^estaban ya reparadas las brechas del dia anterior , y se alzaban nuevas paredes detrás de las
murallas arruinadas. Al ver la constancia de sus enemigos y el guerrero aparato que desplegaban,
los cruzados empezaban á desmayar, y todos esperaban el ejemplo de su compañero para lanzarse
al combate, segun dice Alberto de Aix. Solo un caballero normando se atrevió á salir de las filas y
á bajar al foso, pero cayeron sobre él piedras y dardos, y mal defendido con su casco y su cora
za, pereció á la vista de todos los peregrinos, que se contentaron con pedir á Dios que tuviese com
pasion de su alma. Los sitiados cogieron su cadáver con ganchos de hierro , lo colocaron sobre la
muralla como un trofeo de su victoria, y lo arrojaron despues por rrifcdio de una máquina al cam
pamento de los cristianos , donde sus compañeros de armas le hicieron los honores de la sepultura,
consolándose de haberle dejado morir sin defensa , con la idea de que habia recibido la palma del mar
tirio y gozaba ya de la vida eterna.
Los sitiados recibian todos los dias refuerzos de viveres, armas y soldados por el lago Ascanio que
bañaba sus murallas, y los cruzados no lo advirtieron hasta siete semanas despues de haber empezado
el sitio. Reuniéronse los jefes, y enviaron al puerto de Civitot un gran número de ginetes é infantes
con órden de trasportar á la orilla del lago barcos y navios griegos. Muchas de estas naves , que
podian sostener hasta cien combatientes, fueron colocadas sobre carros á los que habian uncido ca
ballos y hombres robustos, y una sola noche bastó para trasladarlas hasta el lago Ascanio v lan
zarlas en el agua. Al asomar el dia, el lago oslaba cubierto de barcas tripuladas por soldados iiüré
eo HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
pidos, ondeaban sobre las ondas las banderas cristianas desplegadas, y en todas las orillas se oye
ron gritos bélicos, trompetas y tambores. Los defensores de Nicea quedaron sumidos en la mayor
sorpresa y desaliento.
Al m:smo tiempo reanimó el valor de los peregrinos una torre de, madera, construida por un guer
rero lombardo, que resistia el fuego , las piedras y todos los ataques del enemigo. La colocaron al
p:é de un torreon formidable que habian atacado durante muchos, dius los guerreros de Raimundo
San Giles, y los trabajadores que albergaba escabaron profundamente la tierra bajo las murallas
hasta que se descubrieron los cimientos dela fortaleza, la cual se desplomó durante la noche con tan
horrible estruendo que sitiados y sitiadores se despertaron aterrados creyendo que era un temblor de
'ierra. Al siguiente dia, la mujer del sultan y sus dos hijos de tierna edad trataron de huir por el
lago, pero cayeron en poder de los cristianos, y ya los turcos perdian la esperanza de defender á
Nicea y yacían aterrados y próximos á rendirse, cuando la politica de Alejo usurpó la conquista á
Lis armas de los cruzados.
Este principe, que se ha comparado al ave que busca su presa siguiendo las huellas del leon, ha-
bia llegado en secreto hasta Pelécano , y enviado al ejército de los cruzados un reducido cuerpo de
l ropas griegas y dos generales de su confianza, no para combatir, sino para negociar y aprovecharso
rie la ocasion de apoderarso de Nicea con astucia. Habiendo entrado en la ciudad uno de sus jefes
llamado Butumita, aterró a los habitantes amenazándoles con la inexorable venganza de los latinos y
les aconsejó que se rindiesen al emperador de Constantinopla. Aceptaron sus proposiciones , y en ol
momento que los cruzados se preparaban á dar el último asalto, aparecieron de pronto las bande
ras de Alejo sobre las murallas y torres de Nicea.
lista novedad llenó de sorpresa al ejército cristiano, muchos cruzados no pudieron contener su in
dignacion, y los soldados, preparados ya para el combate, volvieron á entrar en sus tiendas abrasa
dos de justa cólera. Exasperó su enojo el oir que los griegos exigian que solo pudieran entrar de
diez en diez en una ciudad que habian conquistado á costa de su sangre y que encerraba las rique
zas que les habian prometido. En vano los griegos recordaron los tratados hechos con Alejo y los
servicios que habian prestado á los latinos durante el sitio , pues continuaron las quejas y los mur
mullos, que solo pudieron acallar por entonces los regalos del emperador (tj.
Alejo recibió á la mayor parte de los jefes de la cruzada en Pelécano, ensalzó su valor y los colmó de oro y
alabanzas. Viéndose dueño de Nicea trató de vencer el orgullo de Tancredo, que aun no habia prestado ju
ramento de fidelidad y obediencia, y cediendo por fin este principe á las súplicas de Bohemundo y de los de
más jefes, prometió ser fiel al emperador hasta que este lo fuese á los cruzados (2); pero semejante homenaje,
que era á un mismo tiempo una sumision y una amenaza, no satisfizo á Alejo, y le mostró claramente que
no merecia el aprecio ni el cariño de los peregrinos de Occidente. Los latinos conocieron fácilmente que Alejo
trataba de ganarse el ánimo de los enemigos de los cristianos, al ver que devolvia la libertad á la mujer y
á los hijos del sultan y en el modo humano y generoso con que trató á los prisioneros turcos. Esto fué bastan
te para renovar el odio general, y desde esta época griegos y cruzados se inculparon y amenazaron mutua
mente, y es indudable que el mas leve pretesto hubiera encendido la guerra entre los aliados (3).
Un.a ño hacia que los cruzados habian salido de Occidente, y despues de haber descansado algun tiempo cer
ca de Nicea, se prepararon par^ continuar la marcha hácia la Siria y la Palestina. Las provincias del Asia
(1) Los historiadores de la primera cruzada no estan de acuerdo sodre el modo en que fue entregada Nicea al emperador. Ro
berto el monje, Baudri y el abate (¡uibert dicen que los sitiados trataron secretamente con Alejo, con condicion de dejartes sa
lir librementede la ciudad. Foulehcr de Chartres pretende que los turcos que habia en Nicea dieron entrada 6 los lurcopoles en
viados por el emperador, los cuales repartieron dinero y tomaron posesion en nombre de Alejo. Alberto de Aix dice que Talicio,
privado del principe griego, aleanzo de los cruzados a fuerza de promesas que le entregasen a Nicea, y de los siiiados que abrie
ran sus puertas, prometiendoles que podrian salir libremente. Guillermo de Tiro asegura tambien que Talicio traté secre
tamente con los sitiados, pero añade que habiendo sabido los cruzados que la ciudad iba a rendirse , enviaron mensa
jeros a Alejo rogándole que llegase cuanto antes con las tropas que debian formar la guarnicion de Nicea, para que el ejercito
cristiano pudiese continuar su marcha. La liberalidad del emperador no impidio que los cruzados se quejasen de esta capilu -
lacion , y Alberto de Aix añade que Alejo falto a las promesas que habia hecho a los cruzados.— 2) Puede verse en Raul de Caen
la ruda franqueza con que hablo Tancredo al emperador Alejo .Biblioteca de las Cruzadas, t. 1;.— ,S) Ana Comneno esplica la con
dueta da Alejo. Es preciso no perder da vista la historia de la princesa griega, y compararta con frecuencia con las cronicas latinas.
LIBRO SEGUNDO.— 1096-1097. G1
Menor que iban a recorrer estaban ocupadas por los turcos, á los cuales animaban el fanatismo y la religión
v formaban una nación y un ejército siempre dispuesto á combatir y á trasladarse de un punto a otro. La guer
ra habia devastado tan espantosamente el paisque apenas quedaban caminos; las ciudades estaban entre sí
sin comunicación; los desfiladeros, los torrentes y precipicios detenían continuamente al ejército numeroso
en su marcha al través de las montañas, y eran unos azotes inevitables en las llanuras, la mayor parleincul-
tas y desiertas, la escasez de víveres y de agua y la ardiente temperatura del clima. Los cruzados creían ha
ber vencido a todos sus enemigos en Nicea, y avanzaban por un paisque desconocían sin tomar ninguna pre
caución v sin mas guia que los griegos, cuya perfidia era tan manifiesta. Como no tenian idea alguna de los
obstáculos que iban a encontrar en su marcha, su ignorancia tranquilizaba sus ánimos y les ocultaba el pe
ligro.
El ejército cristiano salió de Nicea, el 25 de junio (1), y después de dos dias de marcha llegó cerca de un
puente donde plantó las tiendas. Este puente que todavía existe, está construido en el sitio donde el Gallas de
semboca en el Sángaro, llamado en lengua turca Sakaría. Los cruzadas se hallaban entonces cerca de la
antigua Leuca , hoy aldea de Lefke, y aunque solo dista seis horas de Nicea , estaban tan intransitables los
caminos, especialmente por una multitud tan inmensa embarazada por sus bagajes, que no debemos
asombrarnos de que el ejército emplease dos dias en tan corto tránsito. Descansaron dos dias en la unión del
Gallas y el Sángaro atraídos por la abundancia del agua y de pastos , y como iban á entrar en un pais
desierto y sin agua , resolvieron dividirse en dos ejércitos, pues un solo pais no era bastante para tantos
hombres y caballos (2). El cuerpo de ejército mas considerable iba á las órdenes de Godofredo , Raimun
do , Adhemaro , Hugo el Grande y el conde de Flandes , y mandaban el otro cuerpo Bohemundo , Tan-
credo y el duque de Normandía. Ambos ejércitos debian marchar , en cuanto fuera posible, á una pró
xima distancia; el de Godofredo se dirigió hácia la derecha , y el de Bohemundo hácia la izquierda , el
cual llegó al valle llamado sucesivamente Dogorganhi , Gorgoni y Ozellis, después de tres dias de marcha
al principiar la cuarta jornada. De Lefke á este valle hay veinte leguas, lo cual está acorde con las jor
nadas que acabamos de indicar siguiendo al monje Roberto que fué testigo ocular , y prueba igualmente
el error de algunos cronistas como Guillermo de Tiro, que han contado un solo dia de marcha y quo
no han recorrido sin duda los sitios que describen. El ejército de Bohemundo debió seguir el Sángaro
durante tres horas desde el puente donde habia hecho alto el ejército cristiano , y dejando entonces el rio
á la derecha, penetró por un valle que conduce á Gorgoni, cuyo primer valle es llamado por los turcos
Vlsir-Kau , y lo baña un pequeño rio que actualmente tiene el nombre de Kara-Sou. El de Gorgoni , que
recuerda una gran batalla , termina en la llanura de Dorilea llamada por los turcos Eski-Chev , y está si
tuado á cuatro leguas hácia el norte de esta ciudad. El rio que corre por este valle se llama Sarch-Sou
(agua amarilla), es el Betis de los antiguos, y va á desembocar en el Tembrio después de regar eslen-
sas praderas (3). Hay en la parte septentrional una aldea turca llamada Dogorganleh , derivación del an
tiguo nombre Dogornahi que le dan nuestros cronistas , y el valle donde tuvo lugar el acontecimiento
militar, cuyo desenlace decidió do la suerte de la cruzada, se llama en el dia Jneu-Nu (las cavernas),
cuyo nombre es debido á las numerosas grutas sepulcrales corladas en las faldas de las colinas cercanas.
Tenemos la mas grata satisfacción en indicar con tantos detalles y tanta precisión los sitios que ha hecho
tan célebres la historia de la primera espedicion de la cruz.
Al asomar el alba del 1 de julio, el ejército de Bohemundo que habia llegado del valle de Gorgoni,
vió aparecer de pronto una inmensa multitud de musulmanes. Kilidj-Arslan habia reunido nuevas tropas
después de la derrota de Nicea, y seguia á los cruzados al frente de un ejército, que los cronistas latinos
hacen ascenderá trescientos mil hombres, espiando la ocasión de sorprenderlos y vengarse de la conquista
de su capital. La división del ejército cristiano en dos cuerpos le habia parecido propicia para un ataque,
y escogió la parte menos considerable como mas fácil de vencer. El ejército de Kilidj-Arslan se desplegó ame
nazador por las alturas de Gorgoni; los cristianos titubearon al verlo, pero Bohemundo y el duque de Nor-

(1) Guillermo de Tiróse equivoca fijando en 20 de junio la fecha déla partida de Nicea. Siete dias después llegaron los cruza
dos al valle de Gorgoni.— 2) Roberto el monje.—(3) Todos estos preciosos apuntes geográficos, que nos han servido tan venta
josamente para comprender la batalla de Dorilea, son debidos A Mr. Bautista Poujoulat.
62 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
mandia mandaron desmontar á todos los caballeros y plantar las tiendas. Se formó en pocos instantes el
campamento apoyado por un pequeño rio que baña el valle y defendido por un pantano ; lo cerraron con
carros y con estacadas formadas de palos destinados para alzar las tiendas; colocaron en el centro las mu
jeres, los niños y los enfermos, y sé repartieron los infantes y los ginetes en los puntos que les señaló Eo-
hemundo. La caballeria, dividida en tres cuerpos, se colocó á la cabeza del campamento y se dispuso á de
fender el paso del rio: Tancredo y su hermano Guillermo mandaban uno de estos cuerpos y el duque de
Normandia y el conde de Chartres el otro, y Bohemundo, que mandaba el cuerpo de reserva, se situé con sus
caballeros en una eminencia desde donde podia ver y observar los movimientos del combate.
Una multitud inmensa de musulmanes bajó de las montañas antes que se hubieran plantado las
tiendas y lanzaron sobre los cruzados una lluvia de flechas. Los cristianos sostuvieron victoriosa
mente este ataque , y perseguidos los turcos por los ginetes latinos no pudieron lograr con la huida
las ventajas de su modo de pelear, pues tenian que trepar por las montañas y los cristianos los al
canzaron fácilmente. Todos aquellos musulmanes cayeron traspasados por lalanza ó la espada, siéndoles
inútiles los arcos y las flechas. «¡Oh! cuántos cuerpos cayeron desprendidos de sus cabezas! esclama
un testigo ocular (1), cuántos cuerpos cayeron mutilados! Los enemigos que iban detrás empujaban
desesperadamente á los de delante para ser victimas de los aceros de nuestros valientes.» Pero mien
tras sucumbia esta avanzada de los turcos, se precipitaron otra vez los enemigos desde lo alto de los
montes sobre el campamento de los cristianos dando grandes alaridos , pasaron al punto el rio , ca
yeron en su poder sin resistencia las mujeres, los niños, los ancianos, los enfermos y los hombres
desarmados, y en tan espantoso desórden los gritos y lamentos de los peregrinos se mezclaron con las
atronadoras voces de los bárbaros. Los turcos degollaron á todo el que se presentaba ante el filo de
sus aceros, y solo perdonaron á las mujeres jóvenes y hermosas que destinaban para sus serrallos. Si
ha de darse crédito á Alberto de Aix, las doncellas y las esposas de los barones prefirieron en esta
ocasion la esclavitud á la muerte, y se vieron muchas que en medio del tumulto se adornaban con
sus mas brillantes trajes y se presentaban á los turcos con la esperanza de enternecer sus corazones
con sus encantos.
No obstante Bohemundo corrió á socorrer el campamento y obligó al sultan á reunirse con su ejér
cito. Dice una crónica que cuando el principe de Tarento vió tantos cadáveres en tierra, empezó á la
mentarse y á rogar á Dios por la salvacion de los vivos y los muertos. Despues de haber dejado
Bohemundo algunos caballeros en torno del campamento para custodiarlo y defenderlo, fué á reunirse
con los cristianos que peleaban con el enemigo. Los cristianos estaban aterrados por el número de sus
contrarios y próximos á desmayar; el duque de Normandia se puso delante de Bohemundo en el si
tio de la pelea , y arrancando de manos del que la llevaba su bandera blanca bordada de oro , se
lanzó en medio de los musulmanes gritando: ¡Dios lo quiere I ¡A mi, Normandía! La presencia de
los dos jefes , los esfuerzos de Tancredo , del principe de Salerno, Ricardo y de Estéban conde de
Blois reanimaron los guerreros latinos, y la enérgica audacia de los campeones de la cruz contra -
restó la numerosa y terrible hueste de Kilidj-Aslan. Las flechas que los turcos arrojaban como lluvia
copiosa sobre los cristianos caian impotentes en las corazas , escudos ó cascos de los caballeros , pero
herian los caballos y llenaban de desórden el ejército cristiano. Este modo de combatir era nuevo
para los cruzados , y los cronistas nos hablan de la ira y dolor de los guerreros al ver que era
imposible defenderse de un enemigo que combatia desde lejos y huyendo. Los latinos trataban de
acercarse á los turcos para poder servirse de sus lanzas ó espadas, pues la táctica de los enemi
gos consistia en evitar la pelea y arrrojar nubes de flechas, y á medida que los cruzados se presen
taban ante ellos, abrian sus filas y se dispersaban para reunirse á cierta distancia y lanzar nuevas
saetas. La rapidez de sus caballos les ayudaba á practicar estas evoluciones y les libraba de la
persecucion de los cruzados.
El valor de los compañeros de Bohemundo hizo prodigios en un combate en que era tan considerable la de
sigualdad de fuerzas, y viéndose reducidos á no observar las disposiciones decididas antes del combate, cada
jefe y cada guerrero se guió por su propio consejo y su valor. Las mujeres, libertadas del poder de los musul-

1 Roberto el monje
LIBRO SEGUNDO. — 1096-1097. 63
manes, recorrían las filas de los cristianos, dando agua á los soldados ahogados por los abrasadores rayos del
sol y exhortándoles á hacer un esfuerzo para salvarlas de la esclavitud. Nadie estaba mano sobre mano, dice
una crónica ; los caballeros y los que eran propios para la guerra peleaban, los sacerdotes lloraban y oraban,
las mujeres que no se ocupaban en llevar agua á los combatientes, colocaban dentro de las tiendas los muer
tos y moribundos. La innumerable muchedumbre de los musulmanes habia envuelto ya á la hueste cristiana
de modo que no le dejaba el mas pequeño espacio para la fuga; los cruzados estaban comprimidos por todos la
dos, y aprisionados como en un circo, según espresion de un cronista (1), y el combate era sangriento por to
das partes. Roberto de París, el mismo que se habia atrevido á sentarse en el trono de Alejo, cayó mortal-
mente herido después de haber visto perecer á su lado cuarenta de sus compañeros ; Guillermo hermano de
Tancredo , joven de notable arrojo y de arrogante apostura, cayó traspasado de flechas, y el mismo Tan-
credo , que habia roto su lanza en la pelea y que no tenia mas defensa que su espada , hubiera termi
nado su carrera en el valle de Gorgoni a no ser por el ausilio de Bohemundo.
El portentoso valor de los guerreros de la cruz luchando contra superiores fuerzas hacia aun incierta
la victoria , pero iban á ser inútiles tan generosos esfuerzos y vencidos por el cansancio no podian resis
tir mas tiempo á un enemigo que incesantemente se renovaba. De pronto, mil gritos de alegría anun
cian á Godofredo que llegaba con el segundo cuerpo del ejército cristiano. Bohemundo le habia dado avi
so del ataque de los turcos por medio de Arnaldo, capellán del duque de Normandía, que montando un
veloz caballo , fué á encontrar la hueste del duque de Lorena á una distancia de dos millas al sud del
valle de Gorgoni. Los fieles volaron al combate, dice Alberto de Aix, como si hubiesen sido llamados al
mas delicioso festin. Cuando Godofredo, el conde de Vermandois y el conde de Flandes aparecieron en
las montañas al frente de su ejército , el sol se hallaba en la mitad do su carrera y su luz se reflejaba
en los escudos, cascos y espadas desnudas; ondeaban al viento las banderas desplegadas, resonaba á lo lejos
el ruido de tambores y clarines, y cuarenta mil guerreros cubiertos con sus pesadas armas se adelantaban
en orden hácia el teatro del combate. Su presencia reanimó la hueste de Bohemundo y llenó de terror á
los infieles. Hacia ya cinco horas que los compañeros del duque de Tárenlo sostenían todo el peso de una
desigual batalla.
Godofredo , Hugo , Balduino y Eustaquio, hermanos del duque de Lorena, llegan seguidos de sus cua
renta mil caballeros escogidos hacía la parte del campamento cristiano rodeado de enemigos; los cuales com
para Roberto el monje con el águila arrojándose sobre su presa escitada por los gritos de sus hambrientos
polluelos. Los batallones musulmanes que recibieron el primer ataque del duque de Lorena creyeron que caia
sobre ellos el rayo del cielo, y el valle y las montañas resonaron con los ayes de los moribundos y las alegres
esclamaciones de los latinos. «¡Desgraciados los que recibieron los primeros golpes de los francos! dice el tes-
» tigo ocular Roberto; esos hombres que vivian hace un momento, ya no son mas que yertos cadáveres; no han
«podido protegerlos la coraza, y el escudo, ni les han servido de nada sus arcos y sus flechas. Los moribundos
»gimen, huellan la tierra con sus espaldas, ó*cayendo por delante, cortan la yerba con sus dientes.» Mientras
la hueste de Godofredo reunida con la de Bohemundo esparce la confusión y la muerte en las filas de los tur
cos, abismados estos en pánico terror al aspecto de diez mil hombres de retaguardia que bajaban déla mon
taña conducidos por Raimundo yol obispo Adhemaro, un estremecimiento repentino circuló por los grupos
de los musulmanes, los cuales creyeron que llovían sobre ellos guerreros desde la celeste bóveda, ó que
salían de las faldas de las montañas armados contra ellos, según cuenta un cronista que hemos citado
muchas veces porque se hallaba en la pelea. El sultán Kilidj-Arslan se retiróá las eminencias con su ejér
cito, confiando que los cruzados no se atreverían á perseguirlo; ¡vana esperanza! Godofredo, Hugo, Rai
mundo, Adhemaro, Tancredo, Bohemundo y los dos Robertos cercaron las alturas donde el sultán buscaba
la retirada. No solamente riega el valle la sangre de los turcos, sino que también enrojece las faldas y las
cimas de los collados, y los cadáveres cubren el suelo de modo que un caballo apenas pudiera en su carrera
hallar espacio suficiente para afirmar su planta.
La batalla duró hasta la noche, y las últimas escenas de esta jornada no fueron mas que una es
pantosa carnicería. Dueños los cruzados del campamento enemigo situado en el lado selentrional del
valle de Gorgoni, encontraron en él abundantes víveres, tiendas magníficamente adornadas, toda cl;ise
,í¡ Raúl de Caco. • (
64 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
de animales de carga y en especial un gran número de camellos. El aspecto de estos snimales , ape
nas conocidos en Occidente, les causó tanta sorpresa como alegría, y los cristianos montaron en los
caballos de los enemigos para perseguir los restos del ejercito vencido. Ya las sombras empezaban á
cubrir los montes y el valle cuando volvieron á su campamento los cruzados, cargados de bolín y
precedidos de sus sacerdotes que entonaban himnos en acción de gracias. Los jefes y soldados so
cubrieron de gloria en la jornada del 1.° de julio de 1097. Hornos nombrado ya los principales jefes
del ejército, y las crónicas citan otros muchos como Balduino de Beauvais, Galou de Calmon, Gastón
de Bearne, y Gerardo de Cherisi, que sobresalieron por su valor y por sus hazañas, las cuales, según
Guillermo de Tiro, les granjearon un eterna gloria. Los cruzados perdieron cuatro mil compañeros, y
el número de musulmanes muertos en la batalla ó en la fuga asciende á mas de veinte mil en las
antiguas crónicas.
Los cristianos se reunieron al dia siguiente en el campo de batalla para dar sepultura á los muer
tos, y acompañaban los funerales el canto de los sicerdoles y los gemidos de las madres que lloraban
por sus hijos y de los amigos por sus amigos. Dice el monje Roberto que los hombres ' capaces para
juzgar sanamente las cosas honraron como mártires de Jesucristo á los que perecieron en esta ba
talla, y se pasó bien pronto de las ceremonias fúnebres á los trasportes de la mas loca alegría. Se
disputaban los trajes sangrientos de los turcos al despojar sus cadáveres , y en el alborozo del triunfo,
ora se cubrían los soldados cristianos con la armadura de sus enemigos ó se adornaban con los trajes
ilotantes de los musulmanes; ora se sentaban en las tiendas de los vencidos burlándose de las costum
bres y del lujo de Asia. Los que no lenian armas se apoderaron de las espadas y de los corvos alfan
jes de los turcos, y los arqueros llenaban sus carcajes con las flechas que cubrian el suelo.
La embriaguez de la victoria no bastó para que dejasen de hacer justicia al valor de los vencidos que
se gloriaban de tener el mismo origen que los francos (1 ) , y los historiadores contemporáneos que han
ensalzado el valor de los turcos , añaden que no les faltaba mas que el bautismo para ser enteramente
iguales en esfuerzo y en virtudes guerreras á los cruzados. «Si los musulmanes hubieran abrazado la
»fé de Jesucristo, dice con sencillo candor el cronista Tudeboda ,'*si hubieran reconocido que una de las
»tres personas de la Trinidad habia nacido de una Virgen, que después de haber sufrido la pasión, re-
«sucitó, y que reinando igualmente en el cielo y en la tierra , habia enviado en seguida el consuelo del
«Espíritu Santo; hubiesen sido los mas valientes, los mas prudentes y mas diestros en la guerra, y nin-
ngun pueblo hubiese podido compararse con ellos.» Y prueba además que los cruzados habian formado
una elevada idea de sus enemigos, en haber atribuido su victoria á un milagro. El que quiera con
siderar este acontecimiento con los ojos de la inteligencia , dice Roberto , reconocerá en él á Dios siem
pre admirable en sus obras. Dos dias después de la batalla , dice Alberto de Áix , los infieles huian aun,
sin que les persiguiese nadie mas que el mismo Dios. Añaden otros que vieron combatir entre los solda
dos cristianos á san Jorge y á san Demetrio. También los musulmanes quedaron admirados del valor de
los latinos. « Vosotros no conocéis á los francos, decia el sultán Kilidj-Arslan á los árabes que le echa-
»ban en cara su huida , ni habéis provado su valor; su fuerza no es humana sino del cielo ó del in-
» Tierno (2).»
Mientras los cruzabos se felicitaban de una victoria que les facilitaba los caminos del Asia Menor, el sultán
de Niza resolvió talar el pais que no podía defender, no atreviéndose á medir sus armas con las de los francos;
y adelantándose con el resto de su ejército y diez mil árabes que habian llegado en su ausilio, devastó sus
provincias, incendiando las casas, saqueando las ciudades, las villas y las iglesias y arrastrando prisioneros
los hijos y las mujeres de los griegos que guardaban en rehenes. No quedaron mas que ruinas y desiertos.
Los cruzados se pusieron en marcha el dia 3 de julio, y resolvieron no separarse mas para evitar las con
secuencias de una sorpresa, pero semejante resolución esponia á un ejército tan poderoso á morir de hambre
y de miseria en un pais devastado por las turcos. Al salir los cristianos del valle de Gorgoni entraron en
la llanura de Dorilea, llamada actualmente Esky-Cher (ciudad vieja), donde solo hallaron campiñas desiertas,

(1) Baudri Bilt. dt las Crv». part. I). —,2) Yéafe el difamo que el monje Rolerlo pone en loca del sultán Btbiiofrca de tas Crui.
part. I .
LlüKO SEGUNDO— 1096-1097. 63
y tuvieron que subsistir con las raices de las plantas salvajes y con las espigas que habia i>crdonado el
Juego ó ol yerro enemigo. La falta de agua y de pastos causó la muerto á la mayor parto de los caballos de!
ejército, y muebos ginetes que miraban con desprecio á los infantes tuvieron que andar á pié y llevar sus
armas, cuyo enorme peso les abrumaba. El ejército cristiano presentaba un estraño espectáculo; veianse
caballeros montados en asnos y bueyes al frente do sus soldados, y cargaban á las cabras, perros, puer
cos y á todos los animales que podian encontrar con el bagaje escesivo que tenian que abandonar en el ca
mino.
Los cruzados pasaban entonces por la parte de la Frigia llamada por los antigues Frigia abrasada, de
jando á la derecha la antigua ciudad de Colylcum, hoy Kontayé, y la antigua Ésanos ó Azadia, cuyas intere
santes ruinas han descrito los viajeros modernos (1). El ejército cristiano cruzó el antigue pais de Isauria
(Isa uria Traquea) antes de llegar á Antioquieta, capital de la Pisidia, y las crónicas abundan en detalles
sobre los sufrimientos y miseria de los cruzados desde Dorilea hasta Antioquieta. Los cristianos padecieron
durante su camino todos las horrores de lo sed, y los soldados mas robustos no podian resistir tan terrible
azote. Dice Guillermo de Tiro que perecieron quinientas personas en un solo dia; viéronse entonces, dicen
los historiadores (2), mujores de parto antes de tiempo en medio de una campiña abrasada, desesperarse otras
junto á sus hijos que no pedian alimentar, pedir á gritos la muerte, y en el esceso de su dolor arrastrarse
por tierra enteramentc desnudas delante del ejército (3). Los cronistas no dan al olvido en sus relatos que
perecieron bajo un cielo tan abrasador todos los falconos y aves de caza que habian llevado al Asia los ca
balleros. Los cruzados imploraron en vano el milagro que Dios habia hecho en otro tiempo en el desierto
por su pueblo escogido, y los estériles valles de la Frigia resonaron muchos dias con el eco de sus ruego», sus
quejas y tal vez de sus blasfemias.
Los cristianos hicieron un descubri miento -que podia salvar al ejército, pero que casi fué tan funesto como
la sed. Los perros que seguían á los cruzados abandonaron de pronto a sus dueños y se esparcieron por las
llanuras y monta Ras en busca de manantiales (4); vióronse cierto dia muchos de ellos que volvian al
campamento con la piel cubierta do polvo húmedo y se creyó que habian encontrado agua. Algunos solda
dos los siguieron y descubrieron un rio, á donde no tardó en precipitarse en tropel todo el ejército, y abra
sados los cruzados por el calor y la sed, se arrojaron en la corriente y bebieron sin precaucion. Mas de tres
cientos murieron casi repentinamente, y un gran número cayeron enfermos y no pudieron continuar su
camino.
Nos faltan documentos para dar nombre á este rio. Alberto de Aix, al describir la marcha del ejército
cristiano, habla de las montañas negras, en cuya cima pasaron una noche los cruzados, y el mismo cro
nista cita un valle llamado Malabyv/nas, lleno de angostos desfiladeros, que cruzaron despues de haber pasa
do las montañas negras. Dorilea está distante de Antioquieta unas cuarenta leguas do norte á mediodia, y
aunque los cronistas callan el número de dias que emplearon los cruzados en este trayecto, es de creer que
no harian con rapidez un viaje tan penoso.
El ejército llegó por fin al pié de los nmros de Antioquieta cuyos habitantes les abrieron las puertas sin
resistencia. Esta ciudad está situada en medio de prados, arroyos y bosques; la vista de un pais risueño y
fértil indujo á los cristianos á descansar algunos dias, y les hizo olvidar todos los contratiempos que habian
sufrido. El pais Ak-Cher (es el nombre de la antigua Antioquieta) está oubiorto de bosques como en la épo
ca de las cruzadas.
El rumor de la marcha y'de los triunfos de los cristianos so estendió por los paises cercanos , y todos so
apresuraban á enviarles^mensajeros^ ofreciéndoles socorros y jurándoles obediencia. Viéronse entonces los
cruzados dueños de numerosas comarcas cuyos nombres y posicion geográfica ignoraban, y estaban muy
distantes de saber que las provincias que sometian, habian visto á los ejércitos de Alejandro y de Roma, y
que los griegos que habitaban en ellas, descendian de los galos, que saliendo de iliria y de las orillas del Da
nubio en la época del segundo Breno, habian cruzado el Bósforo (5), saqueado la ciudad de Heraclea y fun
dado una colonia en las orillas del Halys. Los nuevos conquistadores no buscaban las huellas de la antigüe-

(1) Correspondencia de Oriente, i. III —,2) Alberto de Aix [Biblioteca de las Cruzadas, part. I).—(3) Alberto de Ai*.—(i) Esta parti
cularidad esta sacada de la vida de Godofrodo por Juan de Lannct, escudero y señor de Chaintreau.—(5) Véase sobre esta espe-
dicion a Tcllouticr, Historia de las Celias, t. I.
m HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
dad ni tenia n otro pensamiento que el de vencer á los enemigos de Jesucristo. La poblacion del Asia Me
nor, que era casi toda cristiana, protegia el progreso de stts armas, y la mayor parte delas ciudades li-
. borladas del yugo musulman, los recibian como amigos y salvadores.
El temor do perder dos de sus mas ilustres jefes anubló momentáneamente la alegria de sus conquistas
durante su permanencia en Antioquiela. Raimundo de Tolosa cayó enfermo de peligro, y desesperando de
salvar su vida, lo habian echado ya sobre ceniza, y el obispo de Orange recitaba la letania de los mori
bundos, cuando llegó un ¿onde sajon á anunciar que Raimundo no moriria de aquella enfermedad, pues las
oraciones de San Giles habian alcanzado para él una tregua con la muerte. Estas palabras, dice Guillermo
de Tiro, hicieron renacer la esperanza á los que se hallaban presentes, y no tardó mucho tiempo Raimundo
en presentarse delante del ejército que celebró su curacion como un milagro (1).
Casi en los mismos dias se perdió Godofredo en una selva y corrió un gran peligro defendiendo á
un soldado acometido por un oso. Sus compañeros lo condujeron moribundo al campamento des
pues de haber vencido á la fiera, pero herido en un muslo y arrojando un torrente de sangre; y
es seguro que la pérdida de una batalla no hubiera causado tanta consternacion como el doloroso es
pectáculo que se ofreció entonces á los ojos de los cruzados. Todos derramaron lágrimas y dirigieron
oraciones al cielo por la vida de Godofredo. La herida no era de peligro , pero debilitado por la pérdi
da de sangre, permaneció largo tiempo sin recobrar las fuerzas. El conde de Tolosa tuvo una larga
convalecencia lo mismo que el duque de Bouillon, que se vieron precisados durante muchas semanas
a hacerse llevar en una litera detrás del ejército (2).
Mayores desgracias amenazaban el ejército de los cruzados : hasta entonces habia reinado entre
ellos la paz que formaba su union y su fuerza, pero de pronto estalló la discordia entre algunos
jefes, y estuvo á punto de invadir el ejército. Balduino, hermano de Godofredo, y Taucredo, condu
ciendo el uno una hueste de guerreros flamencos y el otro otra de soldados italianos , fueron envia
dos de descubierta, ya para ahuyentar las tropas enemigas, ya para proteger á los cristianos del pais y
pedir socorros y viveres. Avanzaron al principio hasta la ciudad de lconium, pero no habiendo encon
trado enemigos y viendo el pais abandonado , se dirigieron hácia la orilla del mar cruzando las
montañas del Tauro. Tancredo, que iba delante, llegó sin obstáculo hasta las murallas de la ciudad
de Tarso, patria de san Pablo, llamada en el dia Tarsw (3), que está situada en una llanuras á ori
llas del Cydno á tres horas del mar. Salió probablemente del Tauro por el paso conocido con el
nombre de Gealck-Bogaz situado á diez y seis horas de Tarso , y llamado por Alberto de Aix la
puerta de Judas. El mismo autor llama Butrcnto al valle que conduce á este paso del Tauro. Los
turcos encargados de defender la ciudad de Tarso prometieron enarbolar la bandera de los cristianos
en sus muros y rendirse si no eran ausiliados, y Taucredo estaba acampado cerca de la ciudad fiado
on las promesas de los habitantes y de la guarnicion, cuando vió llegar las tropas de Balduino. El
hermano de Godofredo se habia estraviado en los desiertos del Tauro, y despues de tres dias de
marcha penosa é incierta, la casualidad le habia conducido á la cima de una montaña desde don
de vieron sus guerreros las tiendas que cercaban los muros de Tarso. Esta montaña seria el ramal
del Tauro que se estiende de oriente á poniente y está situada á muy poca distancia de Tarso. Las dos hues
tes se alegraron de verse reunidas , y se abrazaron con mas entusiasmo por cuanto desde lejos se habian
creido reciprocamente enemigos.
Los cruzados flamencos repararon sus fuerzas con una comida frugal y pasaron tranquilos la no
che, pero cuando vieron al asomar el dia que el pendon de Tancredo flotaba en las torres de la
ciudad se escitó su envidia, y Balduino pretendió que siendo su ejército mas numeroso, debia perte-
necerle la conquista. Viendo que se rechazaban sus pretensiones, lanzó en medio de su enojo gro
seras injurias contra Tancredo, contra Bohemundo y la raza de aventureros normandos; y despues
de largas disensiones acordaron los jefes enviar mensajeros á los habitantes para saber á cuál de
los dos principes deseaban rendirse. Respondieron que á Tancredo. Balduino amenazó entonces á los
turcos y armenios con sus venganzas y la de Godofredo, y les prometió al mismo tiempo su pro-
l Raimundo de Agiles, fliMiotcca de las Cruzadas, parte I. —,2) Alberto de Aix, Guillermo du Tiro .Biblioteca delas Cruzadas
parte I).—(3 Correspondencia de Oriente, t. VII.
LIBRO SEGUNDO. —1096-1 097. 67
leccion y la do todos los cruzados si enarbolaban su pendon en vez del de Tancredo. Aterrados los
habitantes por sus amenazas y seducidos por sus promesas , se decidieron por fin á obedecerle, y
colocaron su bandera en las torres donde ondeaba la de Tancredo que arrojaron al foso ignominio
samente (1).
Tamaño ultraje pedia una venganza sangrienta, pero apaciguados por su jefe los cruzados italianos y nor
mandos, dieron oidos á las exhortaciones y abandonaron con moderacion la ciudad que se les disputa
ba para ir en busca de nuevas conquistas. Balduino consiguió á fuerza de protestos y hasta de
súplicas que le abriesen las puertas de la ciudad cuya fortaleza y muchas torres estaban aun en po
der de los turcos. Dueño ya de la plaza y temeroso de sus rivales , se negó á albergar trescientos
cruzados que enviaba Bohemundo en busca de Tancredo y que pedian un asilo para pasar la no
che. En vano los mismos soldados de Balduino imploraron su compasion en favor de unos pere
grinos muertos de cansancio y acosados por el hambre; rechazó sus súplicas , y los 'guerreros do
Bohemundo, que se vieron precisados á acamparse en medio de una campiña descubierta, fue
ron sorprendidos y pasados á cuchillo por los turcos que se aprovecharon del momento en que
todos los cristianos se entregaban al sueño para salir de la ciudad de Tarso que no habian sabido
defender. La noticia de tan horrible catástrofe se esparció al dia siguiente por la ciudad, y los cru
zados salieron á reconocer á sus hermanos tendidos sin vida y despojados de sus armas y vestidos.
La llanura y la ciudad resonaron con lamentos y quejas, los mas entusiastas corrieron á las armas,
amenazaron á los turcos que habian quedado en la ciudad y á su mismo jefe á quien acusaban
de la trágica muerte de sus compañeros. Balduino tuvo que huir y refugiarse en una torre , y
cuando se calmó la efervescencia, volvió á presentarse ante los suyos, lamentándose de la desgracia
que acababa de suceder y escusándose con los tratados hechos con los habitantes. Mostróles entonces
las torres que ocupaban aun los turcos, pero en medio del tumulto se presentaron unas mujeres
cristianas á quienes los musulmanes habian cortado la nariz y las orejas, cuyo espectáculo exasperó el
furor de los guerreros de la cruz, y olvidando estos los agravios que tenian contra su jefe, juraron
esterminar á los turcos. Escalaron las torres donde ondeaha aun el estandarte del Profeta , no hubo
obstáculo capaz de contener su furia, y todos los turcos que encontraron cayeron victimas de sus
aceros.
Despues de vengar los cruzados la muerte de sus hermanos, se ocuparon en darles sepultura, y
mientras los acompañaban al sepulcro, la fortuna envió á Balduino un inesperado ausilio. Vióse en
el mar una escuadra que so acercaba á toda vela, y los soldados de Balduino que creian ha
bérselas con infieles, hablaron á la tripulacion de la primera nave, y tuvieron el placer de oirles
responder en la lengua de los francos. Los cruzados preguntaron á los estranjeros el motivo que Ies
inducia á dirigirse á Tarso y á qué nacion pertenecian, y estos respondieron que eran cristianos
de Fiandes , de Suiza y de las provincias de Francia , preguntando á su vez á los peregrinos la
causa de hallarse tan lejos de su pais. ¿Qué motivo os ha traido á tan lejano destierro rodeado de
pueblos bárbaros?—Somos peregrinos de Jesucristo, respondieron los cruzados, y vamos á Jerusalen á
libertar el sepulcro del Redentor. Los estranjeros desembarcaron al oir estas palabras, se acercaron
á la ciudad, y unos y otros se estrecharon las manos mirándose como hermanos. Los que tripulaban
las naves eran corsarios que recorrian ocho años hacia el Mediterráneo , y á invitacion do los sol
dados de la cruz, los piratas entraron en el puerto de Tarso. Su jefe Guinemero que era bolonés
y conocia á Balduino y á su hermano Eustaquio, hijos de su antigue soberano, promete servirle con

(1) Foulqucr de Cbartres, capellan de Balduino, y Raul de Caen, capellan de Tancredo, lian confado este hecho de diverso modo.
Las afecciones particulares de ambos historiadores esplican la diversidad de sus sentimientos, y debemos decir que el relato
de Raul de Caen, favorable 4 Tancredo, es mas claro y verosímil que el del capellan de Ualduine. Alberto de Aix, que no esta
interesado en la cuestion, cuenta los hechos con mas pormenores y mayor imparcialidad. (V. Itaul de Caen en la Biblioteca de las
Cruzadas, t. I.) La historia antigua nos presenta un hecho semejante Durante las guerras civiles que dividian el imperio roma
no en tiempo del triunvirato, Casio y Dolabela se disputaban la ciudad de Tarso. Unos, dice Apiano, habian coronarlo a Casio
que habia llegado el primero a la ciudad, y los otros coronaron a Dolabela que habia llegado despues. Ambos partidos dieron un
carácter de autoridad pública a su resolucion, y causaron la desgracia de una ciudad tan versatil en sus alcelos Aciano, Untoria
delas guerras ciri!u,lib. IV, cap. VUL)
68 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
sus compañeros, los cuales toman la cruz y prestan juramento de participar de la gloria y de tos
trabajos de la guerra santa (4).
Balduino dejó una guarnicion en Tarso, y apoyado por el inesperado refuerzo, continuó su marcha si
guiendo las huellas de Tancrcdo. Este habia llegado á Adana, plaza fuerte situada a ocho horas de la parte
oriental do Tarso, pero hallándola en poder de un caballero borgoñon llamado Guclfo, se dirigid hácia Mal-
mistra de donde arrojó á los turcos. Malmistra es,la antigua Moysuestia, llamada en el dia Messisé, y está si
tuada áseis boras de Adana y tres del marea la ribera del Piramo, hoy Djihan. Tancrede y sus fieles
guerreros no habian olvidado los ultrajes de Balduino, y lamentaban el degüello de sus hermanos abando
nados al acero de los turcos, cuando les anunciaron que la hueste de Balduino acababa do plantar sus tien
das en una pradera cercana do la ciudad. El resentimiento estalló al verla con palabras amenazadoras , y
todos se creyeron que Balduino iba á insultar sus armas y á disputarles la posision de Malmistra. Los caballe
ros que acempañaban á Tancredo le recordaron con ardor los ultrajes que habia recibido (2), declarándole que
el honor dela caballeria, su gloria y la de sus compañeros exigian una ruidosa venganza. Tancredo no
pudo reprimir su cólera cuando oyó hablar de la mengua de su gloria , reune sus guerreros, marcha & su
cabeza contra la hueste do Balduino, trábase un combato mortífero entre soldados cristianos, y ni la cruz
que ostentan en sus vestidos ni el recuerdo de los males que han sufrido juntos pueden suspender el cruel
encono de los combatientes. No obstante, la hueste de Taneredo, como inferior en número, se vió en la pre
cision de abandonar el campo de batalla, y volvió en desorden á la ciudad, dejando muchos prisioneros
en poder de los vencedores y lamentando en silencio su derrota. La nocho calmó los ánimos: los soldados de
Tancredo reconocieron la superioridad de los flamencos, y creyeron que la sangre vertida habia ya venga
do su ultraje: y los soldados do Balduino reflexionaron que eran cristianos los vencidos. La voz de la huma
nidad y dela religion calmó al siguiente dia á ambos partidos, cuyos jefesso enviaron reciprocamente men
sajeros, y para hacer ver que pedian la paz, uno y otro atribuyeron su proceder á una inspiracion del cie
lo. Juraron dar al olvido suscontiendas y so abrazaron delante de sus soldados, que se arrepentian do los tris
tes efectos do su animosidad y ardian en deseos de espiar la sangre do sus hermanos con nuevas hazañas
contra Los turcos.
Tancredo sometió en poco tiempo la Cilicia , y entre los nombres de las plazas ocupadas por el pri
mo de Bohemundo , cita Alberto de Aix el castillo de los Pastores , el castillo de los Adolescentes ó
castillo de Bacheles, situados en las montañas de Armenia, y ti castillo de las Doncellas. Este debe
ser Ilareise , llamado en el dia por los árabes Kirlk-Kalessi , situado en una elevacion situada á dos
horas al oriento del Puente de Hierro construido sobre el Oronte. Tancredo se aixjderó tambien do
Alejandreta, llamada por los árabes Scanderoun, y situada á orillas del mar , y pasó á cuchillo á
todos los turcos que halló dentro do sus muros. Solo seguian al héroe italiano doscientos ó tres
cientos caballeros con los cuales triunfó como.de corrida de toda la Cilicia. El valor del jefe y do sus
compañeros no es suficiente para esplicar la rapidez de estas conquistas, pues existia otra cosa mas po
derosa que las armas de. Tancredo; era el terror inmenso que habian esparcido la victoria de Dorilea
y la proximidad del grande ejército de los francos.
Esto ejército, que dejamos delante de Antioquieta, continué su marcha hácia la ciudad de Iconium
llamada actualmente Koniah ; los cronistas hacen mencion de un camino real que siguió el ejército
cristiano , y existe aun en el pais de Koniah una carretera antigua de sorprendente anchura y co
modidad. Los autores de aquella época hablan muy poco de la metrópoli do Licaonia , y unos dicen
que la ciudad estaba desierta y que el ejército no halló en ella ningun recurso , y otros que el ejér
cito se vió colmado de todos los bienes de la tierra por inspiracion¿lei Señor. Al partir de Iconium
los cruzados hicieron provision de agua por consejo de sus habitantes, pues tenian que marchar un dia
entero sin encontrar ningun rio ni arroyo. Llegaron al dia siguiente por la tarde á las orillas de un rio don
de so detuvieron dos dias , y los corredores que precedian las falanges de la cruz llegaron á la ciudad
do Erecli situada á treinta horas de Koniah, llamada Ileraclea por los cronistas de la primera cruza
da (2). Los turcos huyeron vergonzosamente al ver los pendones de los francos, y un cronista (3)

(i) Alberto de Aix, lib III.—;?) lbirf.— (»] Correspondencia de Orknlv, t. III, cart LXIII —(l Kobcrto el Monje.
LIBRO SECUNDO.— 1 096-1097. C9
los compara á un genio joven que sale del lago donde se ocultaba , ó á la cierva herida por el dar
do del cazador. Los cruzados pasaron cuatro dias en Erecli, y despues de algunas jornadas (1) al
travos del Tauro, llegaron á Cosor ó Cocson, la antigua Cuensus , célebre por el destierro de san
Juan Crisóstomo, donde permanecieron tres dias para aprovecharse de los inmensos viveres y recur
sos que en ella encontraron. Graves dilicultades y obstáculos les esperaban en el trayecto do Corson
;i Maresia, situada á seis leguas mas hácia el sudoeste , pues tenian que pasar las mas escarpadas
gargantas del Taaro. Los cronistas nos cuentan los trabajos que sufrió el ejército en aquellas mon
tañas donde no se veian mas sendas que las que seguian los reptiles ó animales salvajes, cuyos pa
sos apenas dejaban es[>acio para afirmar el pió, deteniendo á cada instanto á los peregrinos las rocas,
las malezas y los despeñaderos. Los ginetes llevaban sus amias al hombro, y muchos las arrojaban
á los precipicios rendklos por el cansancio; los caballos no podian sostenerse con su carga y con
frecuencia se veian )as personas obligadas á llevarla largos trechos: «Nadie podia detenerse ó sentar-
»se, dice Roberto ; nadie podia ayudar a su compañero ; solamente el que iba detrás daba ausilio al que le
«precedia , y este á duras penas pedia volverse hácia el que le seguia. » Los autores llaman á este sitio
montaña del diablo; nombre que dan á los montes cuyo tránsito es dificil ó penoso.
La llegada á la ciudad do Maresia dió lin á tan horribles padecimientos, y las comarcas de Siria que se
estendian anto los ojos de los cristianos reanimaron su valor y despertaron su alegria. Maresia, la antigua
Germanicia, estaba poblada de cristianos, y los turcos que ocupaban la ciudadela, huyeron al aproximarse
los cruzados. Maresia tenia viveres y pastos abundantes. En esta ciudad murió y fué sepultada la esposa de
Balduino , quien se reunió con el ejército cristiano despues de haber sabido que su hermano Godofrcdo habia
estado en tan inminente peligro en las cercanias de Antioquia de Pisidia , pues queria solicito y cariñoso
asegurarse de la curacion por sus propios ojos. Todos los jefes y caballeros habian vituperado la conducta
observada por Balduino en Tarso , y todo el campamento murmuró contra él. Godofrcdo, el fiel servidor de
Dios como le Hama Guillermo de Tiro, le dirigió severas reprensiones, y el mismo historiador añado que
Balduino reconoció su falta con toda humildad, pero ya sea que la aversion general de que fué objeto lo hi-
eieso aborrecible á todos los jefes , ya que no ocupase únicamente su pensamiento la libertad del santo se
pulcro , fué poco fiel á los juramentos y á los deberes de los caballeros de la cruz. El Oriente, donde la vic
toria regalaba imperios , ofreció á su imaginacion conquistas mas apetecibles que la de Jerusalen.
Las revoluciones que truecan la paz dejlos estados se alzaban tras las huellas del ejército victorioso de los
cruzados. Multitud inmensa de aventureros acudian de todas partes para sacar partido de los sucesos de la
guerra: un tal Simeon adquirió la pequeña Armenia; un simple caballero llamado Pedro de los Alpes se
hizo dueño de una rica y populosa ciudad de la Cilicia; y muchos peregrinos , cuyos nombres calla la histo
ria, quedaron reinando on varias comarcas con la única condicion de defenderlas contra los turcos. Distin
guianse entre los que habian acudido bajo las banderas del ejército cristiano con la esperanza de enrique
cerse, un principe armenio llamado Pancracio, que habia reinado en su juventud en la Iberia setentrional,
y (pie arrojado de su reino por sus propios súbditos, se habia retirado á Consta ntinopla donde la intriga lo
hundió en un calabozo. Cuando los cruzados dispersaron las fuerzas del sultan de Nicea, huyó de su prision
y fué á ofrecer sus servicios á los jefes del ejército de los francos, creyendo que el terror de las armas cris
tianas le devolveria sus estados ó le conquistaria nuevas provincias. Pancracio se adhirió á las ideas y á
la fortuna do Balduino cuyo carácter emprendedor conocia á fondo; reducido á la mayor miseria, no podia
dar nada á su protector, pero alimentaba en el alma del hermano de Godofredo la pasion de conquistar rei
nos, y semejante al ángel de tinieblas, de que nos habla el Evangelio, quien trasportó al Hijo do Dios
á una elevada montaña, y le mostraba inmensos paises diciéndole: todots tuyo si quieres servirme; Pancra
cio nooesaba jamás do seducir á Balduino, mostrándole desdo las cimas "del Tauro las mas ricas provin
cias del Asia y prometiéndolas á su ambicion. «Ved hácia el mediodia, le decia, las fértiles campiñas de la
» Cilicia y mas allá los hermosos paises do Siria y Palestina: al oriento las opulentas comarcas bañadas por
»el Eufrates y el Tigris, y entre esos dos rios la Mesopotamia, donde la tradicion coloca el paraiso terrenal;
»la Armenia enteramente poblada de cristianos que solo espora una indicacion para rendirse, y todos los

(1) Roberto el Monje coloca la ciudad de Cesarea de Capadocia entre Erecli y Coson ó Cocson, pero esta ciudad, llamada en nues
tros dias Kaisarieh; esta muy lejos de alli en la parte septentrional del Asia Menor.
70 UISTOMA DE LAS CRUZADAS.
» ricos pises de! Asia, en fin, sufren impacientes el yugo de los turcos, y serán vuestros si rompéis susca—
»denas.»
Balduino dió oidos á las halagüeñas palabras del aventurero, abrigando los sueños mas dorados de la glo
ria, y como para llevar á cabo sus designios tenia necesidad de mandar un ejército numeroso, habló secreta-
tatnente á algunos varones y caballeros del ejército cristiano y les invitó á asociarse á su fortuna, pero nadie
consintió en dejar la bandera de la cruz ni separarse del camino de Jerusalen. También se dirigió á los soldados
prometiéndoles un rico botin, pero como no-merecia su cariño ni le habian perdonado el ultraje cometido
contra Tancredo, ninguno de ellos accedió á sus exhortaciones, muchos desús mismos soldados se negaron á
acompañarle, y solo pudo reunir bajo su pendón mil infantes y doscientos caballeros animados ¡por la espe
ranza del saqueo. ...
Cuando los principales jefes supieron su proyecto de abandonar el ejército, hicieron los mayores esfuerzos^
para disuadirle de su empresa, pero Balduino cerró sus oidos á los ruegos de sus compañeros. Se resolvió en
un consejo emplear la autoridad de los obispos y de los príncipes que mandaban el ejército de los peregrinos
para evitar su separación, pro nada bastó para disuadir desús designios á Balduino, que solo trató de apre
surar su marcha. Se aprovechó de las tinieblas de la noche y se alejó del campamento con la hueste que
habia reunido. Se dirigió á la Armenia al frente de su reducido ejército y no encontró enemigos capaces
de detener su marcha, pues los turcos estaban llenos de consternación, y los cristianos, deseoses de sacudir
el yugo mahometano, eran los ausiliares mas poderosos de los cruzados.
Balduino se separó del ejército en Malmistra, la antigua Mompsuestia; se dirigió hacia el oriente, atrave
só un valle de una legua de estension, y después de haber pasado una escarpada montaña , bajó la estensa
llanura que habitan en el dia los turcomanos, pueblo pastor que existiría probablemente allí en la época
de Balduino. El hermano de Godofredo continuó su marcha por los sombríos destiladcrosamánicos, llamados
h'ara-capoussi (Puertas negras) por los turcos; cruzó después un pais surcado por riachuelos que van á de
saguar en el gran lago de Antioquía, y antes de bajar á la llanura de Turbessel (actualmente ¡Tel-Bescher
el príncipe franco tuvo que cruzar una cordillera escarpada habitada en el dia por los curdos.
Las primeras ciudades que abrieron sus puertas al feliz conquistador fueron Turbessel y Bavcnel que
están situadas en la orilla derecha del Eufrates, y aunque estas conquistas empezaron á dividir á Baldui
no y á Pancraeio, que abrigaban los mismo proyectos ambiciosos, no por esta división se intimidó el her
mano de Godofredo. El príncipe cruzado usó de la violencia para combatir la astucia, amenazó á su rival
para intimidarle y le alejó del teatro de sus victorias.
Pancraeio, que tanta intluencia habia ejercido hasta entonces en los proyectos do Balduino, reunió algu
nos aventureros, y trató de sacar partido del estado en que se hallábanlos ánimos para crearse unprincip-
do en un pais donde cada provincia y ciudad parecía que esperaban un conquistador y un soberano. La his
toria contemporánea ha desdeñado seguir sus huellas, y sus espediciones, lo mismo que las de una multitud
de aventureros que se aprovechaban del desorden general, han quedado borradas en la memoria de los hom
bres , cual aquellos torrentes engendrados rápidamente por la tempestad que se precipitan de las cimas
del Tauro á las campiñas y desaparecen sin tener un nombre en la geografía.
Balduino encontró guias y ausilio en aquel pais cuyos habitantes le salían al encuentro, y pudo llegar en
diez horas desde Turbesselá la antigua Virta, llamada por los árabes El-bir, pasando el conquistador por es
te sitio el Eufrates, pues es el camino mas corto y el que siguen las caravanas. Se hallaba entonces á diez y
seis horas de la ciudad de Edeso. Antes de llegar á esta ciudad siguió durante cuatro horas una via ro -
mana practicada al través de estériles montañas. La fama de sus victorias le habia precedido allen
de el Eufrates y su nombre habia resonado ya en la metrópoli de la Mesopotamia.
Edeso, á la cual los talmudistas dan tanta antigüedad como á Nínive y cuya fundación atribuyen
á Nemrod, se habia llamado Antioquía en honor de Antíoco, y para distinguirla de la capital de la
Sir ia se le dió el sobrenombre de la fuente de Callirhoé. Los cronistas la llaman Roda , corrupción
déla palabra griega rhoc que significa fuente, y actualmente- se llama Orfa. La mayor parte de los
eruditos están acordes en atribuir su fundación á Seleuco el Grande, cerca de cuatrocientos años an
tes de Jesucristo. Orfa está situada en un estenso valle, entre dos colinas peñascosas y áridas , cn-
cr amento separadas de la cordillera del Tauro; tiene, cuatro millas de circuito , la rodean murallas
L1MIÜ SEGUNDO.— 1096-4097. 71
'defendidas con torreones redondos ó cuadrados y profundos fosos, y se eleva una ciudadela en lacinia
•onal del cerro que domina á Orfa por el lado de occidente. El viajo,- — —

El de Thoros 6 Teodoro solo se halla en la


liase encuentran.— 12 Scmi.-at es una \illa
tf^ombros de murallas.
L1BH0 SEGUNDO.— 1096-40Ü7. 71
defendidas con torreones redondos ó cuadrados y profundos fosos, y se eleva una ciudadela en lacinia
meridional del cerro que domina á Orfa por el lado de occidenle. El viajero puede ver aun las mu
rallas, las torres y los fosos; el castillo está arrumado y se ven en su recinto escombros y una mez
quita adandonada, siendo así que esta fortaleza era no* hace muchos años una segunda ciudad con sus.ba
zares, templos y palacios. Orfa es el punto por donde pa?an las caravanas que van de la Siria á
Persia, y cuenta una población de quince mil almas, siendo todos sus habitantes musulmanos á es-
cepcion de algunos armenios y jacovitas. Hay en medio de la ciudad una antigua iglesia con cam
panario, contemporánea de las cruzadas, y convertida mucho tiempo hace en mezquita. Los musul
manes tienen quince santuarios y los cristianos dos ; al occidente se desplega una rica y deliciosa
campiña, y al ver aquellos hermosos bosques de olivos, naranjos, granados y limoneros, se recuerdan
las tradiciones que han situado en ella las delicias del edén perdido por nuestros primeros padres.
Orfa se habia libertado de la invasión de los turcos, y todos los cristianos de los pueblos circunvecinos se
habian refugiado en ella con sus riquezas : era su gobernador un príncipe griego llamado Thoros « Teodo
ro ( 1 ), enviado por el emperador Constantino , y vivia en paz pagando tributos á los sarracenos. La lle
gada de los cruzados produjo vivísima sensación en la ciudad de Edeso ; el pueblo y el gobernador se reur
nicron para llamar á Balduino en su ausilio , siendo elegidos mensajeros para hablar con el príncipe cruzado
el obispo y doce de los mas principales habitantes , que le recordaron las riquezas de la Mesopotamia , la
adhesión de sus conciudadanos á la causa de Jesucristo, y le suplicaron que salvase la ciudad de la domina
ción de los infieles. Balduino cedió sin tardanza á sus súplicas.
Después de haber tenido la suerte de huir de los turcos que le esperaban en las orillas del Eufra
tes sin haber trabado el combate , llegó al territorio de Edeso ; pero como habia dejado guarnición en
las ciudades que cayeron en su poder, no tenia mas que cien caballeros. Luego que se acercaron á la
ciudad salió lodo el pueblo á su encuentro con ramos de olivo y entonande cantos de alegría. ¡Estraño
espectáculo el que ofrecía tan reducido número de guerreros , rodeados de una muchedumbre inmensa que
imploraba su apoyo y los proclamaba como sus libertadores! Fueron recibidos con tanto entusiasmo
que el príncipe de Edeso, que era poco amado del pueblo , concibió temor é incertidumbre , consideró á los
cruzados enemigos mas temibles que los mismos turcos, y para atraerse á su jefe y empeñarle á defen
der su autoridad , le ofreció inmensas riquezas. Pero el ambicioso Balduino, qae esperaba conseguir
mas ventajas del afecto del pueblo y de la fortuna de sus armas , ó que tal vez consideraba como
una mengua asalariarse con un príncipe estranjero , rehusó con desprecio las ofertas del gobernador de
Edeso, y le amenazó con retirarse de la ciudad. Los habitantes que temían que cumpliera su promesa,
se reunieron tumultuosamente y le pidieron á grandes voces que se quedase en la ciudad , y el mismo
gobernador hizo nuevos esfuerzos para detener á los cruzados ó interesarles en favor de su causa. Como
Balduino habia manifestado con Instante lisura que no defendería estados que no faeran suyos , el prín
cipe de Edeso que era anciano y no tenia hijos , se determinó á adoptarle por hijo y nombrarle su sucesor.
Se celebró esta ceremonia de adopción en presencia de los cruzados y de los habitantes; según costumbre
de los orientales el príncipe griego hizo pasar á Balduino entre su camisa y su cuerpo , y le dió un beso
en signo de alianza y de parentesco ; la anciana esposa del gobernador repitió la ceremonia, y considerado
Balduino desde entonces como su hijo y heredero , hizo todos los esfuerzos posibles para defender una
ciudad que debia pertenecerle.
También acudió en defensa de Edeso un príncipe de Armenia llamado Constantino, que gobernaba
en una provincia próxima al Tauro, pues al aspecto de los soldados de la cruz toda la población del
pais habia tomado las armas, y los cristianos, que hasta entonces solo habian pensado en doblegarse á
los turcos, se preparaban ya á combatirlos. A doce leguas al norte de Edeso habia una ciudad en
la orilla derecha del Eufrates llamada Samosata (en el dia Semisat) (2) y poblada de musulmanes. El
emir que mandaba en esta ciudad devastaba sin cesar las tierras de los de Edeso, y entre los tributos
que les imponia, les habia exigido que le entregaran sus hijos por rehenes. Hacia mucho tiempo

(1) Ningún historiador latino ha dicho cuftl era el nombre del gobernador de Edeso. El de Thoros ó Teodoro solo se halla en la
historia de Mateo de Edeso, de la cual liemos sacado pormenores preciosos que solo en ella se encuentran.— [2 Sciniíal es una \ illa
curda ilc dos mil almas. La plaza solo ha conservado de su primitivo estado algunos escombros de murallas.
-72 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
que los habituates do Edeso sufrian con resignacion la tirania de sus enemigos , pero animados ya
por la esperanza de la victoria y el afan de la venganza , tomaron las armas y pidieron á Balduino que
los guiase al combate. Poco tiempo despues se hallaban anto las puertas de Samosata , saqueando los arra
bales y campiñas, pero la plaza hacia una desesperada resistencia , y temiendo Balduino perder un tiempo
precioso en inútiles esfuerzos, regresó á Edeso donde su ausencia podia contrarestar susdesignids. Siniestros
rumores se esparcieron despues do su regreso entre los habitantes, que acusaban á Thoros del crimen de
permanecer indolentemente en su palacio mientras los cristianos peleaban con los musulmanes, y de
hallarse en secreta connivencia con los turcos, y se formó una conspiracion contra su vida , si ha de creer
se á Mateo de Edeso. Thoros se retiró á la ciudadela cuando supo el peligro que le amenazaba , y desde es
te punto que dominaba la ciudad , imploraba la defensa de los cruzados y la misericordia del pueblo. El
tumulto creció, empero; una multitud furiosa inundó las calles y saqueó las casas de los partidarios de
Thoros ; acudieron todos los amotinados á la ciudadela ; unos hicieron pezados las puertas mientras los otros
escalaban las murallas, y habiéndose quedado Thoros abandonado do todos sus partidarios , no trató de
defenderse sino de capitular , prometiendo salir de la plaza y renunciar al gobierno de Edeso , y pidiendo
permiso para retirarse con su familia á la ciudad do Melitene, hoy dia Ma lacia. Todos aceptaron gozosos la
proposicion, se firmó la paz , y los habitantes de Edeso juraron sobre la cruz y los Evangelios respetar sus
condiciones.
Al siguiente dia , en el momento de prepararse á partir el gobernador estalló en la ciudad una nueva
sedicion, pues arrepentidos los jefes de la conspiracion de haber perdonado la vida al principe que con tanta
crueldad habian ultrajado, le acusaban de nuevas perfidias, y decian que solo habia firmado la paz para
procurarse medios de preparar la guerra y asegurar su venganza. El furor del pueblo se desencadenó hor
riblemente, y mil voces pidieron la muerto de Thoros; los mas entusiastas penetraron tumultuesamente en la
ciudadela, se apoderaron del gobernador en medio de sus criados sumidos en el terror y lo arrojaron desde
la torre mas elevada. La multitud arrastró despues su cuerpo ensangrentado por las calles do la ciudad,
gloriándoso del asesinato do un anciano como de una victoria contra los infieles.
Balduino, á quien so puede acusar cuando menos de no haber defendido á su padre adoptivo, vió en torno
suyo agrupado todo el pueblo que lo ofrecia el gobierno do la ciudad. Se negó en un principio á aceptar
lo, pero cediendo al fin á las instancias de la impaciente muchedumbre y tambien sin duda al impulso de
una ambicion mal disfrazada, fué proclamado libertador y soberano de Edeso. Cuando se vió sentado en un
trono ensangrentado, temiendo el carácter inconstante del pueblo, inspiró muy pronto igual temor a sus
súbditos que á sus enemigos. En tanto que los sediciosos temblaban al ver su rigor, estendia de dia en dia
los limites de su territorio, y compraba con los tesoros de su antecesor la ciudad de Samosata y otras mu
chas ciudades que no habia podido conquistar con las armas. La fortuna le sonreia constantemente, y la
misma muerte de su esposa Gundeschilda favoreció sus ambiciosos proyectos. Se casó con la nieta de un
principe armenio, y por medio de esta alianza estendió sus posesiones hasta el monte Tauro. Reconocieron
su autoridad las dos orillas del Eufrates y una gran parte de la Mesopotamia , y el Asia vió entonces á un
caballero francés reinando pacificamente en las mas ricas provincias del antigue reino de Asiria.
Balduino no pensó ya en libertar á Jerusalen, y solo se ocupó en defender y engrandecer sus estados (1),
y deslumhrados muchos caballeros por una fortuna tan rápida , acudieron á Edeso á aumentar el ejército y la
corte del nuevo soberano.
Las ventajas obtenidas por los cruzados en la fundacion de este reino, hacian olvidar á sus historiadores
que habia sido un acto injusto y violento. El principado de Edeso sirvió para contener á los turcos y sarra
cenos, y fué hasta la segunda cruzada|el baluarte mas temible del imperio de los francos por la parte del
Eufrates (2) .

(1) En el primer libro de la Jerusalen libertada, cuando el Eterno contempla & los cruzados , ve en Edeso al ambicioso BaKIuino,
que solo aspira a las grandezas humanas sin dar entrada en su corazon a otros sentimientos . —[2) Hemos sacado estos detalles sobre
la revolucion dt'Edeso de Alberto deAix y Guillermo de Tiro, comparandolos con las historias armenias de Mateo de Edeso.
LIBRO TERCERO. — 1097-1 09S. 7.1

LIBRO III.

MAR CIlA l)F. I OS CRUZADOS Á ANTIOQUÍA. — SITIO DE ESTA CIUDAD.

1091 — 1098.

Entran los cruzados en Siria.—Roberto de Flandes ocupa a Arlesia.—Marcha 6 Antioquía. —Combate en ol Puente de Hierro. —El
ejército se presenta ante Antioquía.—Su entusiasmo: dudas de los jefes. —Se resuelve el sitio. —Ciega seguridad de los cruzado?.
—Desarreglos y desastres sucesivos: desaliento: deserciones.— ! lozanos de Tancredo.—Miseria en el campamento.—El frió, el
hambre y las calamidades diezman los sitiadores. —Desesperación.—Penas declaradas contra los impío?, adúlteros, etc.—Cruel
dad de Bohemundo. —Se restablece el (írden y se reanima la esperanza.—Embajada del califa de Egiplo.—Ventajas conseguidas
contra los turcos.—Se apodera el terror de los sitiados.—Los cristianos se apoderan de la parle esterior de la plaza.—Treguo
concedida al gobernador.—Discordia entre los cruzados.—Firo ol Armenio.—Bohemundo decide a lo? jefe; fi quebrantar la
tregua. —Firo le entrega una de las torres. —Vacilan los soldados al dar el asalto.—Los cruzados en Antioqula —Saqueo, asesi
natos y crueldades. — Kerboga, príncipe de Mossoul, sitia á los cruzados en Antioquía.—Miseria: deserción.—AlejoComneno llega
a Filomelia y suspende su marcha.—Son presa de las liárnoslos arrabales.—Desaliento délos cruzados.— L'n piadoso engaño
reanima su valor.—Pedro el Ermitaño se presenta ante KerbogA. —Salida general.—Victoria milagrosa.—Embajada enviada al
emperador griego.—El ejército permanece en Antioqula.—Terrible epidemia.—El emir Hazart propone una alianza—Toma de
Marran.—Pretensiones de Raimundo.—I.os egipcios arrojan 6 los turcos de Jerufalen.—Parten los cruzados de Antioquía y lle
gan á Laodicea.—Fraudo de Bohemundo.—Sitio de Archas.— Folítica del califa del Cairo.—Preparativos paro marchar ala
Tierra Santo.

Habiendo pasado el Tauro el ejército cristiano, ya no Icnia que vencer mas obstáculos para entrar
en la Siria. Al salir de Maresia se habian dirigido los cruzados á Artesia , la antigua Chaléis, que
distaba cinco ó seis leguas hácia el mediodía ; el conde de Flandes Roberto se adelantó al frente de al
gunos nobles y de mil infantes para apoderarse de esta ciudad , cuya población cristiana le ayudó á ar
rojar á los turcos. Cuando llegó el ejército de los cruzados al pié de los muros de Artesia , habían ya
huido á marchas forzadas los musulmanes de Antioquía que acudieran para sitiar la plaza , y decidieron
reunir sus fuerzas en el Puente de Hierro construido sobre el Oronte , para cortar el camino de Antio
quía á los cruzados. Tancredo se incorporó en Artesia con. el ejército cristiano, siendo objeto de uná
nimes elogios por el desinterés y moderación que manifestar en el sitio de Tarso. Los jefes del ejército in
vitaron al conde de Flandes, que era dueño de Artesia, para que se reuniera con los cruzados dejando una
guarnición en la ciudad , pues como los guerreros de la cruz estaban decididos á acometer la capital de
la Siria, les era indispensable reconcentrar todas sus fuerzas, é igual orden enviaron á todos los destaca
mentos esparcidos por el pais. Se publicó un reglamento prohibiendo á todos los guerreros que se sepa
rasen del ejército, de modo que al salir de Artesia se habian reunido todos los jefes y caballeros á escep-
cion de Balduino, cuya ausencia se notó mucho y á quien la fortuna habia arrastrado lejos del camino
de Jerusalen.
El obispo de Puy tomó la palabra para preparar á los cruzados y reanimar su valor en vista de los
trabajos y peligros que esperaban al ejército cristiano. «Hermanos é hijos queridos, dijo el prelado á los
«peregrinos, Antioquía está cerca de nosotros y sabed que la defienden sólidas murallas, construidas con
«piedras de una dimensión enorme ligadas entre sí con un cimiento desconocido é indisoluble. Hemos
«sabido de un modo indudable que todos los enemigos del nombre cristiano, turcos, sarracenos y ára-
«bes se hallan reunidos en Antioquía después de haber evitado nuestro encuentro en las montañas de la
«Romanía , y debemos estar alerta , no separarnos un instante , ni avanzar con demasiada temeridad , y
«por consiguiente hemos decidido prudentemente marchar mañana mismo con todas nuestras fuerzas há-
«cia el Puente de Hierro (1).»
La vanguardia del ejército cristiano que mandaba Roberto de Norma ndía llegó al puente , pero no.
pudo forzar el paso , pues dos torres de hierro defendían su entrada ocupada por guerreros turcos y los
ill Alberto de Aii
(10 y II) 10
74 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
batallones enemigos esperaban en la orilla izquierda del rio. Trabóse un reñido combate entre la hueste
de Roberto de Normandia y los turcos que custodiaban el puente, y la lucha seguia indecisa cuando
llegó el grueso del ejército cristiano. Los cruzados forman la tortuga, segun espresion de Alberto de
Aix, cubriéndose con sus escudos y corazas, se precipitan sobre el puente, rechazan vigorosamente á
los enemigos , se apoderan vencedores de las dos orillas del Oronte , y los turcos que se salvan de sus
aceros, vuelan en rápidos caballos á albergarse en Antioquia. El puente que fué teatro de tan impor
tante triunfo conserva aun su antigue nombre , y los árabes le llaman Gessr-il-Haddir (\).
Los cruzados se hallaban entonces á cuatro leguas de Antioquia . «Avancemos con prudencia y en buen
» orden, les decia el obispo de Puy; ya sabeis que ayer combatimos hasta muy tarde, que estamos can-
«sados y que se han agotado las fuerzas de nuestros caballos.» El prelado indicó á los principes y caba
lleros el órden que debian seguir en su marcha; y los cristianos avanzaron por una llanura dejando á su
derecha el Oronte, un poco mas lejos el lago de Antioquia, que llaman hoy los árabes Bahr-el Abbiad (mar
Blanco), y á su izquierda una pequeña cordillera que termina en la ciudad. Esta llanura, que solocru-
za en nuestros dias el ginete turcoman ó la caravana de Alepo, se estremeció entonces bajo los piés del po
deroso ejército de Occidente. Si se va por el camino de Alepo (es el que seguia el ejército cristiano), no se
descubre á Antioquia hasta el momento de llegar á sus puertas, y solamente pudieron ver los cristianos la
cima de las torres y de las murallas que coronaban las montañas al hallarse á media hora de la ciudad (2).
La vista de Antioquia, tan célebre en los anales del cristianismo, reanimó el entusiasmo religioso de los
cruzados; alli era donde los discipulos del Evangelio habian tomado por primera vez el nombre de cristianos,
y donde el apóstol Pedi o recibió el titulo de primer pastor de la naciente Iglesia. Durante muchos siglos los
fieles habian acudido á uno de los arrabales de la ciudad para orar sobre «1 sepulcro de san Babilas que
hizo callar los oráculos de Apolo en el reinado de Juliano. Antioquia se llamó durante algun tiempo Theo-
polis (ciudad de Dios) , siendo una de las ciudades que visitaban con mas respeto los peregrinos : habia sido
tan célebre en los anales del imperio romano como en los de la Iglesia , y la magnificencia de sus edificios y
la permanencia de muchos emperadores le habian granjeado el renombre de Reina del Oriente. Su apacible
situacion en un pais fértil y á orillas de un rio ha atraido siempre á los estranjeros : á poca distancia hácia el
oriente se estiende un lago ; á occidente se encuentran el arrabal, la fuente y los jardines de Dafne tan fa
mosos en el paganismo (3) , y en frente de Antioquia ce eleva el monte Pierio abundante en fuentesy pastos
y cubierto de espesas selvas. El Pierio , llamado por los cronistas Montaña Negra, estaba poblada de ermi
taños y monjes en los primeros siglos del cristianismo y en la edad media , y la historia cita entre los ermi
taños de estas montañas el nombre de san Juan Crisóstomo , el rey de los oradores de la Iglesia.
Las murallas de Antioquia encerraban por el lado del mediodia cuatro cimas de montañas las cuales do
minaban desde inmensa altura el recinto de la ciudad ; elevábase en la tercer cima de la parte oriental una
ciudadela flanqueada por catorce torres , y la ciudadela era invencible por la parte meridional. El Oronte
formaba por el norte la defensa natural de Antioquia , de modo que las murallas no eran tan elevadas por
este lado como por oriente y occidente , y el circuito de los muros abrazaba un espacio de tres leguas , for
mando un grande óvalo. «Tan temible plaza , dice Guillermo de Tiro, hacia estremecer á los que la mira-
aban, por el número de sus anchos y robustos torreones, que llegaban á trescientos sesenta (4).»
Las murallas de Antioquia están aun en pié (o), especialmente por la parte meridional, á pesar de los
siglos , las revoluciones y los terremotos ; en algunas torres del lienzo del norte á orillas del Oronte se

(1) Un lerremoto destruyo en 1823 el antigue puente de Oronte con sus dos torres cubiertas de laminas de hierro , y le ha
reemplazado un puente de cinco arcadas.—(2) En ningun pais de Oriente ha dejado huellas tan profundas el nombre de franco
6 Frangi como en las orillas del Oronte. Los habitantes de estas riberas creen que frangi significa un ser invencible y .poderoso;
este nombre equivale para ellos al de guerra, demonio, vencedor y esplritu terrible que brama como la tempestad y arrebala
cuanto se opone 6 su furia. Tan inmenso poderio unido al nombre franco ha originado historias fabulosas, y al mostrarme mi
guia turco desde el Puente de Hierro a mano derecha una elevacion de terreno, al lado de un collado inundado con los escombros
de un castillo de la edad media, me decia: Debajo de ese cerro que veis alli hay un lago en cuyas orillas brillan los diamantes
y trozos de oro; un barco surca sus aguas, en el cual pueden entrar y pasearse los musulmanes, armenios, griegos y judios, pero
si- desean acercarse a la orilla para coger diamantes o trozos de oro, el barco permanece inmovil, pues solo gozan el privilegio
de apoderarse de los tesoros Jos francos, porque son demonios a quienes Dios da permiso para todo. [Correspondencia de Oriente,
carta CLXX1I de Mr. Poujoulat).— (3) Id. t. V, carta CL.XXIV.—(4) Dupreau — S En el tomo VII de la obra de Poujoulat se halla
una descripcion completa de Antioquia, y en la carta CLXXI esplica el sitio de esta ciudad por los cruzados.
LIBRO TERCERO. —1 097-1 09S. 75
vea cruzes latinas , recuerdos de las guerras sanias , y la parte oriental del vasto recinto de Antioquía
está poblada de higueras, algarrobos, moreras y otros árboles frutales. La ciudad moderna llamada An-
laki apenas ocupa una sexta parte del antiguo recinto en el lado oriental , y es su población de cuatro
mil habitantes. Los cristianos de Antioquía que tenian trescientos sesenta monasterios y las mas precio
sas iglesias del mundo, carecen en el dia de templos y se ven obligados á celebrar sus santos miste
rios en una antigua gruta- sepulcral.
Antioquía cayó en poder de los sarracenos en el primer siglo de la egira , la recobraron los griegos
reinando Nicéforo Focas , y hacia catqrce años que la poseían los turcos cuando la cercaron los cruza
dos. La mayor parte de los musulmanes de las ciudades y provincias circunvecinas se habían refugiado
en Antioquía con sus familias y tesoros cuando supieron la llegada de los cristianos , y se encerró en
ella con siete mil soldados de caballería y veinte mil infantes el emir turcoman Bughisian (1) ó Acciano
que había obtenido la soberanía de la ciudad.
El sitio de Antioquía presentaba muchos obstáculos y peligros; los jefes de los cruzados deliberaron
seriamente si podian llevarlo á cabo, y los primeros que hablaron en el consejo manifestaron que se
ria imprudente emprender un sitio estando tan cercano el invierno , pues no temian las armas de los ene
migos sino las lluvias, los hielos, las enfermedades y el hambre. Aconsejaron á los cruzados que espe
rasen en las provincias y ciudades cercanas la llegada del ausilio prometido por Alejo y la vuelta do la
primavera , [época en que el ejército habria reparado sus pérdidas y recibido bajo sus banderas nuevos
refuerzos de Occidente. La mayor parte de los jefes escucharon impacientes esto parecer y so notaron
entre ellos especialmente el legado Adhemaro y el duque de Lorena. «¿Debemos acaso, decían estos, des
apreciar una ocasión favorable y el terror que hemos infundido á los enemigos? ¿Seria útil dejarles
«tiempo para reunirse y recobrar el valor y la esperanza? ¿No era público que habian implorado el
» ausilio del califa de Bagdad y del sultán de Persia ? La dilación podia dar fuerza á los musulmanes y ha-
»cer perder á los cristianos el fruto de sus victorias. Se hablaba de la llegada de los griegos , ¿ perojica-
»so se necesitaba su apoyo para atacar unos enemigos tantas veces vencidos? ¿Era preciso esperar á los
» nuevos cruzados de Occidente que vendrían, á participar de la gloria y las conquistas del ejército
«cristiano sin haber participado antes de sus peligros y fatigas? ¿No seria hacer una injuria á los soldados
»de Jesucristo creerlos incapaces de sufrir las intemperies y el rigor del invierno? ¿No se les compa-
»raba á las aves de paso que huyen y se ocultan en los sitios mas lejanos cuando ven llegar las es-
«taciones? Además era imposible pensar que se prolongase mucho tiempo un sitio con ejércitos tan en
tusiastas y valientes como el do la cruz que habia llevado á cabo el cerco de Nicea , la batalla de Do-
»rilea y otras mil y mil hazañas. ¿Por qué se habia de temer el hambre habiéndose encontrado hasta
«entonces en la guerra todos los recursos? Debian recordar que la victoria habia proporcionado siempre
«medios para atender á todas las necesidades; que la abundancia . la gloria y la seguridad estribaban en
«conquistar á Alejandría , y que á donde quiera que fuésen solo conseguirían miseria y deshonra, que era
«la mayor calamidad por unos caballeros tan animosos como los cruzados. »
Este discurso so granjeó la aprobación de los mas valientes , y los que eran de parecer contrario
temieron ser acusados de timidez y guardaron silencio. El consejo decidió que se diese principio al si
tio, y el ejército se aproximó á las murallas de la ciudad. Según la relación de Alberto de Aix, los cru
zados iban defendidos por sus escudos verdes , rojos, dorados y de diversos colores, y cubiertos con sus
corazas donde brillaban escamas de hierro y acero; ondeaban al frente de los batallones banderas en
que brillaba el oro y la púrpura, y resonaban á lo lejos el rumor de clarines, de tambores, los relinchos
de los caballos y los gritos de los soldados. Las orillas del Oronte vieron entonces seiscientos mil pere
grinos de los cuales trescientos mil iban armados.
El ejército cristiano estableció su campamento y alzó las tiendas oí primer dia de su llegada ; Bohemundo
y Tancredo se situaron hácía el Oriente en frente de la puerta de San Pablo , sobre dos colinas sin árboles ni

(1) Los historiadores latinos han desfigurado et nombre de esto principe Seldjoucida. Tudeboda y el monje Roberlo le llaman
Casiano (Cassiannus), Foulquer de Cbartres Graciano (Gralianus\ Guillermo de Tiro Acciano [Accianui], Alberto de Aii Darsinno
IDarsianus), Mr. Deguignesy la mayor parte de los orientalistas & imitación de Abulfeda le llaman Baglusian, otros Ahhy-Syan
Ihermano del negro1 de cual pudo derivarse el de Acciano.
76 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
plantas ; á la derecha de los italianos se acamparon los dos Robertos , Estéban y Hugo con sus normandos,
flamencos y bretones en el terreno llano que rodea la orilla iz(paierda del Oronte hasta la puerta del Perro;
despues venia n el conde de Tolosa y el obispo de Puy con sus'provenzales ; la hueste de Raimundo ocupaba
el intervalo que hay desde la puerta del Perro hasta la inmediata que se llamó desde entonces la del Duque,
y alli comenzaba la linea de Godofredo que terminaba en la puerta del Puente. La ciudad estaba amenazada
por tres puntos , por oriente , por el norte y por el nordeste ; los cruzados no podian atacarla por el lado del
mediodia , porque estaba defendida por montañas y precipicios. Los sitiadores hubieran sacado un ventajoso
partido de colocarse tambien en la parte occidental de Antioquia . por donde los turcos hacian salidas y re
cibian ausilio , y cuyas murallas eran menos temibles , pero era un sitio espuesto continuamente á los ata
ques de los sitiados.
Los turcos estaban ocultos detrás de sus murallas, y no se asomaba nadie á las almenas y torres, ni se oia
el menor ruido en la ciudad. Los cruzados creyeron que esta aparente inaccion y profundo silencio era cau
sado por el terror y el desaliento , y cegados por la esperanza de una fácil conquista no tomaron precaucion
alyuna y se esparcieron desordenadamente por las campiñas y aldeas cercanas. Los árboles ostaban aun
llenos de frutas y las viñas de uvas ; las acequias y los campos se veian cubiertos de mieses , y vagaban sin
pastores por los fértiles prados los numerosos ganados que no habian podido ocultar los habitantes. La abun
dancia de viveres , el hermoso cielo de Siria , la fuente y los. bosquecillos de Dafne y la ribera del Oronte,
lamosa en la antigüedad pagana por el culto de Venus y Adonis, hicieron olvidar á los peregrinos el objeto
de su piadosa empresa y sumieron en la licencia y la corrupcion á lossoldados de Jesucristo.
La ciega seguridad y la ociosidad indolente de los cruzados reanimaron la esperanza y el valor de los
defensores de Antioquia , y los turcos hicieron diferentes salidas y sorprendieron á.sus enemigos que
apenas se cuidaban de custodiar el campamento y se dispersaban por las cercanias.' Hallaron la muerte
o la esclavitud todos los que se habian detenido en las aldeas ó caserios inmediatos á las orillas del
Oronte, atraidos por la esperanza del saqueo ó el atractivo de los placeres, y el jóven Alberon , ar
cediano de Metz é hijo del conde de Luxemburgo , pagó con la vida los goces que constrastaban con
la austeridad de su profesion. Hallábase sentado en la blanda yerba jugando á los dados con una dama
siria de una rara hermosura y de elevada cuna, cuando saliendo de Antioquia los turcos , y avanzando
sin ser visto al través de los árboles, se presentaron repentinamente armados con espadas y flechas.
Dispersáronse y huyeron muchos peregrinos que rodeaban al arcediano, y á los cuales el miedo les
hizo olvidar los dados , segun dice Alberto de Aix. Los bárbaros cortaron la cabeza al desgraciado
Alberon que arrastraron en triunfo hasta la ciudad : se llevaron la dama siria sin hacerle daño alguno
pero despues de haber saciado en la desgraciada cautiva la brutal pasion de sus raptores , pereció bajo
sus aceros , y su cabeza y la del arcediano fueron lanzadas por medio de una máquina al campamento
de los cristianos.
Este espectáculo recordó sus desórdenes á los cruzados , que juraron vengar la muerte de sus com
pañeros sorprendidos y muertos por los turcos , y faltando en el ejército cristiano escalas y máquinas
para dar el asalto , construyeron un puente de barcas sobre el Oronte, con objeto de contener las cor
rerias de los musulmanes en la opuesta orilla. Redobláronse los esfuerzos para cerrar todos los pasos
á Ijs sitiados é impedirles salir y entrar por las puertas de la ciudad. Los turcos tenian una fácil,
comunicacion con el esterior por un puente construido en un pantano en frente de la puerta del
Perro , y los cruzados intentaron en vano destruirlo con los instrumentos de hierro que tenian en el
campamento , pero colocaron cerca del paso una enorme torre de madera á la cual acudian los peregrinos
como abejas á su panal , segun espresion del monje Roberto. Habiendo devorado las llamas esta torre,
los sitiadores no encontraron medio mejor para contener las salidas del enemigo , que arrastrar á
fuerza de brazos y amontonar delante de la misma puerta enormes rocas y los troncos de los árboles
mas corpulentos de los bosques cercanos.
En tanto que se obstruia una de las puertas de la ciudad, los caballeros mas animosos velaban sin cesar
en torno de los muros; y hallándose cierto dia Tancredo de emboscada en las colinas de la parte occiden
tal, sorprendió una hueste crecida de turcos que habian salido de la plaza en busca de pastos, mató á todos
los que pu lo alcanzar su acero, y envió al obispo de Puy setenta cabezas de infieles como diezmo de la car
LIBRO TERCERO.— i 097H098. 77
rocería y déla victoria. En esta ocasión, recorriendo el mismo Tancredo la campiña, acompañado de un
escudero, se encontró frente á frente de numerosos musulmanes, y todos los que se acercaron a lidiar con
él cayeron victimas de su invencible espada. El héroe mandó detener á su escudero cu lo mas reñido del
combate y le hizo jurar ante Dios eme jamás contaría las hazañas que presenciaba. ¡Ejemplo desconocido
que los cronistas cuentan con sorpresa y que la historia debe colocar entre los hechos mas prodigiosos de
la caballería cristiana !
Las salidas de los sitiados fueron menos frecuentes desde entonces, mas como se carecia de máquinas de
guerra no se les podia atacar en sus inaccesibles murallas. Los jefes del ejército cristiano no pudieron
tomar otro partido que el de cercar la ciudad y esperar que el desaliento de los turcos ó el favor del
cielo les abriesen las puertas de Antioquía. La lentitud de un sitio era incompatible con el impaciente valor
de los cruzados, y este sistema de guerra, opuesto A los deseos de los caballeros y barones, que solo
sabian triunfar de sus enemigos con la espada en la mano y eran tan solo temibles en el campo de batalla.
El ejército cristiano consumió durante los primeros dias del súio las provisiones de muchos meses, y
los que querian vencer ¡S sus enemigos por medio del hambre , se vieron espuestos á todos los horro
res de la miseria. Empezó el invierno y todos los dias caian torrentes de lluvia; las llanuras, cuyos
deliciosos frutos habian enervado á los soldados de Jesucristo, estaban casi sepultadas bajo el agua; su
mergióse el campamento de los cristianos en los puntos mas hondos ; la tempestad y la inundación
arrebataron las tiendas; la humedad aflojó los arcos y el orin inutilizaba las lanzas y las espadas.
.Muchos soldados quedaron casi desnudos ; los peregrinos mas pobres se construyeron chozas ó cabañas
con arboles , pero el agua y el viento no respetaban tan frágiles albergues. La situación de los sitiadores
era cada dia mas triste ; los peregrinos se reunian en cuadrillas de doscientos ó trescientos , recorrían los
llanos y las montañas, robaban todo lo que podia preservarles del frió ó del hambre, pero cada cual
ocultaba lo que adquiría y el ejército permanecía sumido en la mas horrible miseria. Los jefes se reunie
ron en consejo y resolvieron intentar una espedicion en las provincias cercanas para proveerse de víve
les, y después de haber asistido á la misa de Navidad y recibido la despedida del ejército, se alejaron
del campo quince ó veinte mil peregrinos mandados por el príncipe de Tarento y el conde de Flan-
des y se dirigieron al territorio de Ilarene. Esta hueste selecta derrotó varios destacamentos turcos que en
contró, y regresó á Antioquía con un gran número de caballos y mulos cargados de provisiones. Los
sitiados habian hecho una salida durante esta espedicion , y habian sostenido con los cruzados que so
quedaron en el campamento , un combate tenaz en el cual perdió su pendón el obispo de Puy. El historia
dor Raimundo de Agiles , testigo del desastre de los sitiadores , se escusa con los servidores de Dios de
la vergonzosa verdad de su relación, y se justifica diciendo que Dios quería exhortar a los cristianos al
arrepentimiento con una derrota que debia hacerlos mejores y mostrarles al mismo tiempo su bondad
por una victoria que los salvase de la miseria (1).
Las provisiones reunidas por el conde de Flandes y Bohemundo no bastaron mucho tiempo para aten
der á las necesidades délos peregrinos, y todos los dias se hacian nuevas escursiones, pero siempre con
mal éxito. Turcos y cristianos habian devastado todas lascampiñas déla alta Siria, y aunque los cruzados
que se enviaban de descubierta ahuyentaban las mas de las veces á los infieles, la victoria, que era su úni
co y último recurso, no podia ya traer la abundancia al campamento. Para colmo de sus desgracias se in
terrumpieron sus comunicaciones con Conslaulínopla ; las flotas do los písanos y genoveses no costeaban ya
los países ocupados por los cruzados, y el puerto de San Simeón, (actualmente Soedia) (2) situado á siete ho
ras de Antioquía, no veia entrar ninguna nave de Grecia ni de Occidente. Los piratas flamencos que ha
bian tomado la cruz en Tarso, fueron sorprendidos por los griegos después de haberse apoderado de Lao-
dicca, y hacia muchas semanas que estaban hundidos en los calabozos de los pérfidos aliados, y los cruza
dos solo hablaban en el campamento de las pérdidas que habian sufrido y de los males que les amenazaban.
Los turcos sorprendieron al arcediano de Toul que se habia retirado á un valle distante tres millas de

(1) El abate Guibert examina gravemente si los cruzados que morían de hambre ó de frió se salvaban como los que perecían
por el acerode los infieles. (Véase Biblioteca de las Cruzadas, t. 1.) Según l'oulquer deChartrcs los cruzados eran semejantes al oro
que se prueba tres veces y so purifica siete, y Dios toleraba que los turcos matasen á los cristianos para asegurar la salvación
de csios y perder las almas de los otros.— 2' Correspondencia de Oriente, carta CLXXVI.
78 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
A ntioquia, seguido dc Ires peregrinos, y pereció miserablemente con sus compañeros. Súpose al mismo tiem
po la trágica muerte de Suenon, hijo del rey de Dinamarca, que habia tomado la cruz conduciendo á la Tier
ra Santa mil y quinientos peregrinos daneses. Habia alzado sus tiendas el principe en medio de los arroyuelos
que cruzan por la orilla del lago de las Salinas en el camino de Filomelia, y advertidos los turcos por los
pérfidos griegos, bajaron de las montañas y atacaron su campamento en medio de las tinieblas de la noche.
Suenon se defendió valerosamente y su acero hizo un estrago en sus enemigos, pero vencido por el can
sancio y la multitud de los bárbaros, sucumbió acribillado de heridas. Las crónicas añaden que acompaña
ba al infortunado Suenon en su peregrinacion una hija del duque de Borgoña llamada Florina (1) que es
taba enamorada del héroe danés y debia casarse con él despues de la conquista deJerusalen. Pero el cielo
no permitió que se cumpliera tan risueña esperanza, y solo la muerte pudo unir á los dos amantes que ha
bian tomado juntos la cruz y marchaban á buscar la dicha ála Tierra Santa. Animados por la misma de
vocion y desafiando los mismos peligros, cayeron en el campo de batalla, despues de haber visto perecer en
torno suyo á todo sus caballeros, y no dejando uno solo de sus servidores que pudiera recoger sus últimas pa
labras y darles la sepultura de cristianos.
«Estas tristes nuevas llenaron de tristeza y de dolor el campamento de los cristianos, dice Guillermo do
»Tiro , y acrecentaron el sentimiento de las calamidades que sufrian.» El frio , la miseria y las enfer
medades hacian todos los dias mayores estragos en el campamento , y si ha de darse crédito á un historia
dor que participó de sus desgracias, el esceso del dolor arrancó de sus labios amargas quejas y blas-
.femias. Bohemundo , cuya elocuencia era popular , intentó reducirlos á la paciencia y resignacion evangéli
ca. «Cristianos pusilánimes! les decia , ¿por qué os quejais asi? Cuando Dios os tiende la mano os lle-
»nais de orgullo, y cuando la retira , os abandona toda la fuerza del alma. No adorais pues al Señor, sino
ȇ la fortuna y la victoria , y el Dios que llamais padre y protector en los dias felices, lo mirais como
»un estraño en los dias infaustos (2). » Aunque nos parezca muy singular en nuestros dias el lenguaje de
Bohemundo debemos estar persuadidos de que era el mas á propósito para herir el espiritu y los sen
timientos de los cruzados. ¿Pero qué podian las mas persuasivas palabras contra el frio, la enfermedad y la
desesperacion? La mortandad era tan inmensa en el campamento, que segun cuentan testigos oculares , no
habia sacerdotes bastantes para recitar las oraciones de los muertos, ni sitio suficiente para tantas se
pulturas.
El campamento no presentaba el aspecto de un ejército en medio de los funerales : apenas se veian algu
nos soldados sobre las armas, y muchos cruzados perecian recostados en tierra sin vestidos ni abrigo,
espuestos á todos los rigores de la estacion y llenando el aire con vanos lamentos. Otros , pálidos y descar
nados, cubiertos de miserables andrajos, vagaban por las campiñas como espectros ó fantasmas arrancan
do con puntas de hierro las raices de las plantas , sacando de los surcos los granos depositados reciente
mente en los campos , y disputando á las bestias de carga las yerbas silvestres que se comian sin sal , y
los cardos que les picaban en la lengua porque carenan de leña para cocerlos suficientemente. Los perros
muertos , los insectos, los reptiles y los animales mas inmundos apagaban el hambre de los que poco tiem
po antes despreciaban el pan de los pueblos de Siria y á los cuales se Ies viera en los festines arrojar con
hastio las partes mas delicadas de las vacas y los corderos. La muerte de los caballos de batalla por falta
de pasto era un espectáculo no menos doloroso para los barones y caballeros. En el principio del sitio ha
bia en el ejército sesenta mil caballos , y solo quedaban, diez mil , incapaces de servir en los combates.
El mas terrible de los azotes de los cruzados fué la desercion. La mayor parte de los cruzados habian per
dido la esperanza de apoderarse de Antioquia y de llegará la Tierra Santa; unos iban á buscar un asilo con
tra la miseria á la Mesopotamia sometido á Balduino, y otros se retiraban á las ciudadesde la Cilicia que ha-

I Urbano Plancher, historiador de Borgoña, niega este acontecimiento sin dar razon alguna ni citar autoridades, siendo asi que
lo alestiguan Guillermo de Tiro, Alberto de Aix y otros muchos historiadores casi contemporaneos. Mallet no habla de el en su
Historia de Dinamarca. Langebeck dice en su coleccion de historias danesas que ha visto un bajo relieve de bronce donde Suenon
estaba representado con los atributos de cruzado. Cristian V mando hacer este relieve y debajo del retrato del principe se leen unos
versos latinos que esplican su tragica y gloriosa muerte. Puede consultarse en Scriplores rerum danicarvm la disertacion de Lange-
berek titulada: r>esilraciada espedicinn del danés Suenon rontra los turros. Vease un estrado de esta disertacion en el tomo III de la
Bili tiolcca de las Cruzadas .— 2 Roberto el monje.
LIBRO TERCERO.— 1097-1098. 79
Lian caido en pódenle los cristianos. El duque de Normandía se retiró á Laodicea y solo volvió á la tercera
intimación hecha por el ejército en nombre de la religión y de Jesucristo. Taticio, general de Alejos, aban
donó el oampamento de los cruzados con las tropas que mandaba, prometiendo volver con refuerzos y víve
res; mas su partida causó poco sentimiento, y sus promesas inspiraron tan escasa confianza, que no calma
ron la desesperación de los cruzados; desesperación que llegó á su colmo cuando vieron alejarse á los que de
mandarles ejemplode paciencia y de valor. Guillermo, vizconde deMelun (1), á quien la destreza en el manejo
de la hacha de armas le habían dado el sobrenombre de Carpintero, no pudo sufrir las miserias del campa
mento y desertó de las banderas de Jesucristo. «¿Era pues estraño, esclama Roberto el Monje, que sedis-
nminuyese el valor de los pobres y los débiles, si [laqueaban los que eran como columnas de la empresa?»
Pedro el Ermitaño á quien culpaban los cruzados de las desgracias que sufrían, no tuvo ánimo para oir sus
quejas y participar de su miseria, y desesperado del éxito de la espedicion, huyó secretamente del campa
mento de los cristianos. Su deserción causó grande escándalo entre los peregrinos, «y les asombró tanto, di-
»ce el abad Guibert, como si hubieran visto caer las estrellas del cielo.» Tancredo salió en su persecución
y lo presentó vergonzosamente en el campamento con Guillermo el Carpintero. El ejército le echó en cara
su cobarde acción y le exigió que jurase sobre él Evangelio no desertar jamás de la causa que había pre
dicado, amenazando al mismo tiempo con el castigo destinado á los homicidas á todos los que siguieran el
ejemplo que acababa de dar á sus compañeros y hermanos.
Pero era tan estrenoada la corrupción que reinaba en el ejército cristiano, que la misma virtud tenia
razón en huir y escusar su deserción, y si se creen las relaciones de los autores contemporáneos, todos los
vicios de la infame Babilonia desdoraban á los libertadores de Jerusalem... ¡Estraño é inaudito espectáculo!
Veíanse bajo la tienda del cruzado el hambre al lado de la voluptuosidad; el amor impuro, la pasión desen
frenada del juego y todos los desórdenes y escesos se mezclaban y confundían con las imágenes de la muer
te, y la mayor parte de los peregrinos desdeñaban en su desgracia los consuelos de la piedad y de la virtud.
El obispo de Puy y los sacerdotes mas virtuosos reunieron sus esfuerzos para reformar las costumbres
délos cruzados; hicieron oir la voz de la religión contra los escesos del libertinaje y de la licencia, y recor
dando todos los males que ha"bia sufrido el ejército cristiano, los atribulan á los vicios y desórdenes de los
defensores de la cruz. Les manifestaron que el cielo les hablaba enojado por medio de un terremoto que
se sintió entonces y de una aurora boreal (2), fenómeno desconocido para la mayor parte de los peregri
nos. Mandaron ayunar y hacer rogativas para aplacar la cólera divina. Los cruzados hicieron procesiones
en torno del campamento; oíanse sin cesar los himnos penitentes: los sacerdotes invocaban los rayos de la
Iglesia contra los que hicieran traición á la eansa de Jesucristo con sus pecados, y para completar el temor
que inspiraban las amenazas de la religión, se formó un tribunal compuesto de los principales jefes del ejér
cito y del clero para perseguir y castigar á los culpables.
Los hombres sorprendidos en la embriaguez fueron condenados á cortarse los cabellos; los blasfemos y
losque se entregaban al vicio del juego, sellados con un hierro candente, y un monje acusado de adulterio
y confeso por la prueba del fuego, fué azotado y paseado enteramente desnudo por el recinto del campamen
to. A medida que los jueces condenaban á los culpables, se aterraban de su inmenso número, y no siendo
suficientes los mas severos castigos para contener enteramente la prostitución, que se habia hecho casi ge
neral, se resolvió encerrar todas las mujeres en un campamento separado ; medida estrema é imprudente
que confundía el vicio con la virtud y que hizo cometer crímenes mas vergonzosos que los que querían
precaver (3).
Para mayor desgracia, el campamento do los cruzados estaba inundado por mujeres sirias que iban to
dos los días á la ciudad á contar los proyectos, la miseria y la desesperación de los sitiadores. Con objeto de
evitar estos inconvenientes Bohemundo se valió de un medio capaz de escandalizar á los mismo bárbaros. La

(1) El abad Guibert hizo sobro Guillermo un juicio sevcro.u Hablaba mucho y obraba poco; sombrado un gran nombre, se ofre
cía para todas las empresas y no ejecutaba ninguna.»— ,J) Guibert habla del fenómeno y añade que se podia ver en este signo el pro
nóstico de guerras sangrientas, pero el sitio que ocupaba en el cielo y su forma de cruz era una prenda segura de salvación y de
victoria, (lib. IV).—(3) Guiberto dice que cuando habia en el campamento una doncella en cinta, la entregaban á los mas espanto
sos suplicios. En medio de esta investigación general de todos los crímenes y escesos, se descubrió la superchería de un sacerdote
que se habia hecho una incisión en forma de cruz que conservaba con el zumo de algunas yerbas, para atraerse la caridad de os
líeles.
80 HISTORIA DE LAS CRUZARAS.
pluma se resiste ;í describir tan horribles cuadros, y dejaré hablar ú Guillermo de Tiro ó mas bien á su anti
cue traductor: «Bohemundo, dice, mandó que le presentasen algunos turcos que él tenia presos con severa
«custodia, á los cuales hizo malar por manos del verdugo; despues mandó encender una hoguera v ponerlos
»cn ella á asar para servirle de manjar á él y los suyos, ordenando que si alguien preguntaba con qué ob
jetose hacia aquello, respondiese de este modo : Los príncipes y gobernadores del campamento han manda
ndo en el dia de hoy en su consejo, que todos los turcos ó espías suyos que en adelante se encuentren en el
» campamento, serán obligados á servir de alimento con sus propios cuerpos tanto á los principes como á todo
vel ejército."
Los subditos de Bohemundo observaron con exactitud las órdenes é intrucciones que recibieran, y todos
los estranjeros que habia en el campamento se presentaron sin tardanza en el cuartel del principe de Ta
rento , «quedando sumidos en el terror y temiendo tener igual suerte cuando presenciaron lo que pasaba. So
«dieron prisa á salir del campamento de los cristianos, y contaron por el camino lo que habian visto.» Sus
relatos pasaron do boca en boca hasta las comarcas mas remotas, y los habitantes de Antioquia y todos
los musulmanes de las ciudades de Siria quedaron profundamente aterrados , y no se atrevieron á acercar
se mas al campamento de los cruzados. «Por este medio , dice el historiador que hemos citado anteriormen
te, y por la astucia del señor Bohemundo se libró el campamento de la peste de los espias , y los ene-
»migos no pudieron saber ya de antemano las empresas de los cristianos. » El cronista Baudri se limita
á decir que Bohemundo tomó medidas severas para ahuyentar á los espias , pero no menciona el medio
bárbaro de que habla Guillermo de Tiro. Es imposible dejar do conocer , que si este medio fué muy efi
caz para librarse de los espias, tambien lo fué para alejar á los que Iraian viveres al campamento de
los cristianos. (
El obispo de Puy empleó al mismo tiempo un ardid mas inocente y conforme al espiritu de su minis
terio y de su sagrada profesion ; mandó arar y sembrar las tierras cercanas de Antioquia , para asegu
rar al ejército cristiano del hambre y para hacer creer á los sitiados que era incansable la perseveran
cia de los sitiadores.
Empezaban á desaparecer las lluvias tempestuesas , el frio y todos los rigores del invierno , se dismi
nuia el número de los enfermos y el campamento de los cristianos presentaba un aspecto menos lú
gubre. Godofredo se presentó ante el ejército , curado do una herida muy grave que le habia tenido
preso hasta entonces en su tienda , y su aspecto hizo renacer la esperanza y la alegria. El conde de
Edeso , los principes y monasterios de Armenia enviaron dinero y provisiones a los cristianos ; llega
ron tambien viveres de las islas de Chipre, de Chio y de Rodas, y el ejército se vió libre de los
horrores del hambre. El cambio favorable de la suerte de los peregrinos se atribuyó á su peniten
cia y conversion , y dieron gracias al cielo de haberlos hecho mejores y mas dignos de su proteccion y
misericordia. Entonces fué cuando los cruzados vieron llegar á su campamento los embajadores del califa
de Egipto; los soldados cristianos se esforzaron á ocultar las huellas y recuerdos de sus trabajos en presencia
de los infieles, se adornaron con los mas preciosos trajes, ostentaron sus armas mas brillantes; los caballeros
y barones se disputaron el premio de la fuerza y de la destreza en sus torneos, y no se veian masque dan
zas y festines, pareciendo que reinaba, la abundancia y la alegria. Los embajadores egipcios fueron reci
bidos con una magnifica tienda donde estaban reunidos los principales jefes del ejército; los sarracenos ma
nifestaron en sus discursos la repugnancia de su soberano á hacerse aliados de los cristianos, pero las victo
rias que los cruzados habian alcanzado de los turcos, los enemigos mortales de la raza de Ali, le inducian á
creer que el mismo Dios los habia enviado al Asia como instrumentos de su venganza y su justicia. El cali
fa egipcio estaba dispuesto a unirse con los cristianos victoriosos, y se preparaba á entrar con sus ejércitos
en Palestina y en Siria, y como sabia que los deseos do los cruzados se limitaban á ver á Jerusalen, pro
metia reedificar los templos cristianos, proteger su culto y abrir las puertas de la ciudad á todos los pere
grinos con condicion de que entrarian desarmados y solo permanecerian un mes. El califa prometia su ge
neroso apoyo á los cruzados si so sometian á estas condiciones, pero que si rehusabanlos beneficios de su
amistad, sealzarian á la voz del vicario legitimo del Profeta todos los pueblos de Egipto, de Etiopia, los
que habitaban el Asia y el África desde el estrecho de Cádiz hasta las puertas de Bagdad, y mostrarian á los
guerreros de Occidente el poder invencible de sus armas.
LIMtO TlütCKRO.— 1097-1 09S. 8Í
Este discurso escitó violentos murmullos en la asamblea de los cristianos; uno de los jefes se levantó para
responder, y dirigiéndose á los enviados del califa, les dijo: «La religión que profesamos nos ha inspirado
»el designio de restablecer su imperio en los sitios donde tuvo origen, y no tenemos necesidad del apoyo de
»Ias potencias de la tierra para llevar á cabo nuestros juramentos. No hemos venido al Asia para recibir
»leyes ni beneficios de los musulmanes, tampoco hemos dado al olvido los ultrajes que los egipcios han
«hecho á los peregrinos de Occidente, y recordamos aun que en el reinado del califa Hakem . los cristianos
»fueron entregados al verdugo y destruidas desde sus cimientos sus iglesias,, en especial la del Santo Sepul-
Mcro. Sí; tenéis razón, venimos á visitar á Jerusalen, pero también hemos jurado libertarla del yugo de
»]os infieles. Dios, que la honró con sus sufrimientos, quiere ser servido en ella por su pueblo, y los cris—
»lianos quieren ser á su vez sus custodiadores y soberanos. Id á decir al que os envia que elija entre la
»naz y la guerra: decidle que los cristianos acampados bajo los muros de Anlioquía no temen á los pueblos
»de Egipto, á los de Etiopia ni á los de Bagdad, y que solo pueden hacer alianza con las potencias que res-
» petan las leyes de la justicia y las banderas de- Jesucristo.»
El orador que hablaba de esta suerte era el eco verdadero de la opinión y los sentimientos de la asam
blea, pero no se rechazó enteramente la alianza de los egipcios, y el ejército cristiano nombró sus mensa
jeros para acompañar á los embajadores hasta el Cairo y llevar al califa las últimas proposiciones de paz de
los cruzados.
Apenas acababan de salir los mensajeros del campamento de los cristianos, cuando alcanzaron estos una
nueva victoria contra los turcos. Los príncipes de Alepo y de Damasco, los emires de Schaizar, de Edeso y
de Hierápolis habían levantado un ejército de veinte mil ginetes para socorrer á Antioquía; en el momento
que se ponían en marcha los guerreros musulmanes, salió del campamento una hueste selecta mandada por
el incansable Bohemundo y por el conde deFlandes Roberto, que les salió al encuentro, y habiéndose trabado
el combate cerca del lago de Anlioquía , los turcos fueron derrotados y dispersos, perdiendo mil caballos
y diez mil combatientes , y cayendo en poder de los cristianos la fortaleza de Harenc , donde el enemigo
habia buscado en vano un ausilio después de su derrota.
Los cruzados resolvieron anunciar su nuevo triunfo a los embajadores del Cairo que iban á darse á
la vela en el puerto de San Simeón , y les enviaron en cuatro camellos las cabezas y despojos de doscien
tos guerreros musulmanes. Los vencedores arrojaron otras doscientas en la ciudad de Antioquía , cuya
guarnición alimentaba aun la esperanza de ser socorrida ; colocaron un gran número clavadas en estacas
en torno de la ciudad , y hacían alarde de los sangrientos trofeos de su victoria para que este espectáculo,
según dice Guillermo de Tiro , fuera una espina clavada en los ojos, de sus enemigos. Querían también
vengarse de los insultos que habían prodigado los infieles reunidos en sus murallas á una imagen de la
Virgen que habia caído en sus manos en un reciente combate.
Los cruzados iban á dar muestra de su valor en una batalla mas peligrosa y mortífera. Habia entrado
en el puerto de San Simeón una flota de genoveses y písanos , cuya llegada causó vivísima alegría en
el ejército cristiano , y un gran número de soldados salieron del campamento y volaron al puerto , unos
para saber noticias de Europa y otros para comprar las provisiones que necesitaban. Al regresar carga
dos de víveres, la mayor parle de ellos desarmados , fueron acometidos do improviso y puestos en dis
persión por un cuerpo de cuatro mil musulmanes que los esperaban emboscados. Bohemundo y Raimundo
de San Giles, que acompañaban á los peregrinos , no pudieron defenderlos contra un enemigo superior
en fuerzas y se vieron obligados á buscar su salvación en la fuga.
La nueva de este desastre se esparció al momento entre los cruzados del campamento ; Godofredo , ú
quien daba el peligro la autoridad suprema , mandó a los jefes y soldados que corriesen á las armas, y
cruzando el Oronte seguido de su hermanó Eustaquio, de los dos Robertos y del conde de Vermandois,
salió al encuentro al enemigo que trataba de aprovecharse de tan fácil victoria y de cortar la cabeza á los
cristianos que habían quedado muertos en el campo. Cuando llegó á la vista de los musulmanes , mandó
á los demás jefes que imitaran su ejemplo, y se arrojó con la espada desenvainada sobre los enemigos.
Acostumbrados los turcos á pelear desde lejos y á servirse del arco y de la flecha, no pudieron contrar
restar la espada y la lanza de los cruzados, y emprendieron la fuga , unos hácia los montes , y otros
hacia la ciudad. Acciano que habia presenciado desde las torres de su palacio el ataque victorioso de los
U
82 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
cruzados, envió una hueste escogida para sostener y reunir á los que huian, y acompañó á sus sol
dados hasta la puerta del Puente que mandó cerrar diciéndoles que no se abriria para ellos mas que
despues de la victoria.
Esta nueva hueste no pudo resistir el impetu de los cruzados ; los turcos no tenian mas esperanza que
la de volver á entrar en la plaza; pero Godofredo que lo habia previsto todo , se habia colocado ya con
los suyos en una eminencia entre los fugitivos y la puerta de Antioquia (1).
La carniceria fué espantosa en este sitio , la victoria alentaba á los cristianos , y los musulmanes hacian
prodigios de valor escitados por su desesperacion y la griteria de los habitantes de la ciudad reunidos
en las murallas. El estruendo de las armas y los gritos de los combatientes impedian á los soldados oir
la voz de sus jefes; peleaban cuerpo á cuerpo y sin órden: nubes de polvo envolvian el campo de ba
talla ; la casualidad dirigia los golpes de vencedores y vencidos , y los turcos se apiñaban y se estorbaban
unos á otros en su fuga. Era tanta la confusion que muchos cruzados cayeron victimas del acero de sus
compañeros y hermanos , un gran número de turcos sucumbieron sin resistencia, y mas de dos mil que
trataban de huir, se ahogaron en el Oronte. «Los ancianos de Antioquia, dice Guillermo de Antioquia,
se condolian de haber vivido tanto tiempo, al contemplar desde las murallas tan sangrienta catástrofe, y
las madres se lamentaron de su fecundidad viendo espirar á sus hijos. » La carniceria continué hasta
el anochecer, y Acciano mandó abrir las puertas para dar asilo á los restos de las tropas acosadas
por los cruzados.
«¡Qué espectáculo tan delicioso fué para nosotros, esclama en esta ocasion Raimundo de Agiles, el ver
á nuestros pobres peregrinos entrar otra vez en el campamento despues de la victoria l Muchos, que
jamás habian montado á caballo, llegaban seguidos de briosos corceles ; otros, cubiertos hasta entonces
de andrajos , llevaban dos ó tres vestidos de seda : algunos mostraban tres ó cuatro escudos ganados al
enemigo , y los compañeros que no habian peleado , se reunian con ellos y todos juntos" daban gracias
á Dios por el triunfo de los cristianos.»
Los jefes y soldados del ejército cristiano hicieron prodigios de valor , y siempre se vieron al frente
de sus guerreros Bohemundo , Raimundo, Tancredo, Ademaro , Balduino del Burgo y Eustaquio. Todo
el ejército ensalzaba las lanzadas y hechos de armas del conde de Vermandois y de los dos Robertos.
El duque de Normandia sostuvo un singular combate con un jefe de infieles que iba al frente de los
suyos, al cual partió de un sablazo la cabeza hasta la espalda y tendió á sus piés esclamando: «.En
trego tu alma impura á las potencias del infierno. » Godofredo, que durante la jornada mostró la habili
dad de un gran capitan, dió pruebas de su valor con acciones que han celebrado la historia y la poesia.
No habia armadura que pudiese resistir el filo de su espada , y hacia pedazos los cascos y las corazas.
Un turco , cuya estatura colosal le distinguia entre los demás, se presentó en lo mas reñido de la pelea
para lidiar con él, y le hizo trizas su escudo del primer golpe. Indignado Godofredo de tanta audacia , se
afirmó sobre sus estribos, se lanzó sobre su adversario y le descargó tan terrible mandoble que partió
su cuerpo en dos pedazos , cayendo la parte superior, segun dicen los historiadores, en tierra, y que
dando la otra en la silla sobre el caballo que volvió á entrar en la ciudad , aumentando con su aspecto
la consternacion de los sitiados.
A pesar de tan prodigiosas hazañas, los cristianos sufrieron una pérdida considerable, y al celebrar
la historia el valor heroico de los cruzados se asombra de la multitud de mártires que enviaban los turcos
al cielo , y que al llegar á la mansion de los elegidos con la corona en la cabeza y la palma en
la mano , dirigian á Dios estas palabras: ¿ Por qué no habeis detenido la sangre que hemos derra
mado por vos?
Los infieles se valieron de las tinieblas de la noche para dar sepultura á los guerreros que habian
sucumbido debajo de las murallas de la ciudad , y los enterraron cerca de una mezquita cons
truida al lado opuesto del puente del Oronte, y terminada esta fúnebre ceremonia, volvieron á entrar
en Antioquia donde reinaba el luto y el silencio. Como los muertos habian sido enterrados á usan
za de los musulmanes con sus armas, riquezas y vestidos, estos despojos escitaron la codicia del po-
¡1) La batalla tuvo lugar en el puente que eilsteaun y en la colina que hay enfrente, y que sirva, lo mismo que entonces, d»
cementerio criatiano. Correspondencia de Oriente, carta CLXXI.
LIBRO TERCERO.— 1 097-1098. 83
pulacho que seguía el ejércihx.de los cruzados, y que atravesando el Orente, se precipitó en tro
pel sobre los sepulcros de los turcos, desenterró los cadáveres y les arrancó las armas y vestidos que
los cubrían. Pocas horas después volvió la turba al campamento mostrando las telas de seda , los
escudos, y las ricas espadas que encontraron en los ataúdes , y este espectáculo no exasperó á los
caballeros y barones. Al dia siguiente de la batalla vieron entre los despojos de los vencidos mil
y quiuientas cabezas desprendidas de sus troncos , que fueron paseadas en triunfo por el campamento
y les recordaron su victoria y la pérdida que habian causado á los infieles.
Estas cabezas arrojadas en el Orente y los cadáveres de los musulmanes que se habian ahogado el
dia anterior en el rio, llevaron la noticia de la victoria de los cruzados á los genoveses y písanos quo
habian desembarcado en el puerto de San Simeón. Los cruzados que habian huido hacia el mar
y los montes al principiar la batalla y cuya muerte se había llorado, volvieron al campamento quo
resonaba con las alegres esclamaciones. Los jefes solo trataren de sacar partido del terror que habian
inspirado á los enemigos; dueños del cementerio de los musulmanes los cruzados destruyeron la mez
quita que se alzaba estramuros de la ciudad, y utilizando las losas de los sepulcros , edificaron una
fortaleza delante de la puerta del Puente, por donde acostumbraban salir los sitiados para esparcirse
por el llano y sorprender á los peregrinos.
El conde de Tolosa, á quien acusaban de escaso celo en favor de la guerra santa , se encargó
de construir el fuerte á sus espensas y defenderlo con sus provenzales á quienes habian echado en
cara durante el sitio, de evitar el combate para defender los víveres. Se propuso alzar otra fortaleza en la parte
occidental hácia la puerta llamada de San Jorge, pues ningún cruzado habia puesto aun el pié sobre este
punto de la orilla izquierda del Orente, y era preciso cerrar este paso á los musulmanes. Siendo tan
arriesgada la empresa, no se queria encargar de ella ningún príncipe, pero se presentó Tancredo,
el generoso y esforzado caballero, á quien no le quedaban mas que su espada y su nombradía , y
pidió dinero á sus compañeros para ejecutar su proyecto. Alzábase sobre una colina poco distante
de la puerta de San Jorge un convento que tenia el mismo nombre, y que Tancredo hizo forti
ficar sólidamente, prometiendo mantenerse en tan difícil puesto ayudado por una hueste de valien
tes (1). Sorprendió á los sirios que acostumbraban á llevar víveres á Antioquía, obligándoles á pro
veer al ejército cristiano, y cayeron en poder de los cruzados dos mil caballos que Acciauo habia
enviado á un valle cercano de la ciudad, y que fueron conducidos al campamento.
En tanto que los sitiados estaban llenos de desesperación , los soldados de la cruz eran un modelo
de entusiasmo y de emulación. Los jefes daban el ejemplo de la vigilancia y la actividad, un es
píritu de concordia unia ó todos los peregrinos, se restableció la disciplina y creció con ella la fuerza
del ejército. Se emplearon los mismos mendigos y vagos , cuya multitud engendraba el desórden y
multiplicaba los peligros de la guerra, en los trabajos del sitio , sirviendo bajo las órdenes de un
capitán que tomó el nombre de rey truhán ó rey de los pillos. Recibjan sueldo de la caja general
de los cruzados, y cuando estaban en disposición de comprar armas y trajes, su rey los reconocía como
subditos y los incorporaba en el ejército. Esta medida saró á los vagos de una ociosidad peligrosa y
los convirtió en útiles ausiliares , y como se les acusaba de violar los sepulcros y alimentarse de
carne humana, inspiraron tanto terror á los infieles, que solo á su aspecto huian los defensores de
Antioquía, que temblaban de caer en sus manos.
Los cristianos se hicieron dueños de todas las cercanías de la plaza sitiada , podian recorrer con se
guridad las campiñas, y como todas las puertas estaban cerradas , se suspendieron los combates,
pero siguió haciéndose la guerra por medio de actos de barbarie.
Habiendo caido en poder de los cristianos un hijo del emir, exigieron que su familia les entregase
por su rescate una torre de Alejandría , y habiéndoseles negado su pretensión , trataron del modo mas
bárbaro al jóven cautivo. Se renovó su suplicio todos los dias por espacio de un mes, y le condu
jeron por fin al pié de las murallas , donde le inmolaron á la vista de sus padres.
Los turcos no cesaban de perseguir á los cristianos que vívian en Antioquía , y mas de una ver
arrastraron hasta las murallas al venerable patriarca de los griegos , con el cuerpo ensangrentado r

(Vi Corrisponiincia d» Oritntt, carta CLXXI.


84 HISTORIA DE LAS CRÜZADAS.
cargado de cadenas , presentándolo á los ojos de los sitiadores como una victima condenada al suplicio.
El furor de los turcos so cebaba especialmente en los prisioneros. Un dia condujeron á las murallas
á un caballero cristiano llamado Raimundo Porcher , y le amenazaron con cortarle la cabeza , si no
exhortaba á los cristianos á que le rescatasen por una cantidad de dinero. Este fingió que obedecia , v
dirigiéndose á los cruzados, les dijo: «Miradme ya cual un cadaver y no hagais ningun sacrificio por mi
libertad: lo único que os pido , hermanos, es que continueis vuestros ataques contra esta ciudad infiel,
que no puede resistirse mucho tiempo, y que seais coosta utes en la fé de Jesucristo, porque Dios está
y estará' siempre con vosotros. » Haciéndose esplicar Acciano estas palabras , exigió que Raimundo abra
zase sin tardanza el islamismo, prometiéndole si consentia toda clase de honores, y amenazándole con
la muerte si se resistia. Et piadoso caballero se postró entonces de rodillas, con los ojos vueltos hácia
oriente y las manos cruzadas , y empezó á rogar á Dios que se dignase socorrer y recibir su alma en
el seno de Abraham. Irritado Acciano al oir sus palabras , mandó que le cortasen la cabeza (1) ,y los
turcos obedecieron con bárbaro alborozo. Fueron conducidos tambien ante el principe musulman todos
los demás prisioneros cristianos que habia en Antioquia , y mandó Acciano á sus soldados que los desnu
dasen , los atasen con ouerdas, y los arrojasen en las llamas de una inmensa hoguera. De este modo
recibieron todos los desgraciados cautivos á un mismo tiempo ta corona del martirio , y llevaron al cielo,
dice Tudeboda , estrellas blancas ante et Señor á quien pertenece toda la gloria.
Antioquia se veia empero abismada en la miseria que habia atormentado tanto tiempo á los cruzados,
y se disminuia de dia en dia el número de sus defensores. Acciano pidió una tregua y prometió rendirse
si no venian á ausiliarle antes de un corto plazo. Los cruzados, llenos de ciega confianza, consintieron
en una paz que les privaba de todas las ventajas y daba al enemigo medios para ganar tiempo y re
parar sus fuerzas.
Luego que se aceptó la tregua (2), se introdujo la discordia en el campamento de los cristianos, siendo
uno de los primeros efectos do tan imprudente paz. El principe de Edeso, Balduino, habia enviado regalos
magnificos á Godofredo, á. los dos Robertos, al conde de Vermandois y á los de Blois y de Chartres, y ha
bia hecho repartir dinero á todo el ejército, olvidando en la distribucion con designio á Bohemundo y sus
soldados. Fué motivo suficiente para engendrar la division, y mientras el ejército cristiano celebraba la
liberalidad de Balduino, el principe de Tarento y sus guerreros se quejaban amargamente.
Convirtióse tambien en objeto de turbulencia y discordia una tienda ricamente adornada que un princi
pe armenio destinaba á Godofredo, y que cayendo en poder de Pancracio, fué enviada á Bohemundo. Go
dofredo reclamó con altivez el regalo; Bohemundo so negó á entregárselo; se cruzaron de ambas partes las
injirrias y las amenazas; se disponian á correr á las armas é iba á correr la sangre cristiana por una mez
quina contienda; pero abandonado el principe de Tarento de la mayor parte del ejército y vencido por las
súplicas de sus amigos, devolvió á su rival lu tienda, y se consoló con la esperanza de adquirir por medio
de la guerra mas rico despojo.
Guillermo do Tiro, que nos cuenta este acontecimiento, se asombra de ver al prudente Godofredo recla
mar con tanto ardor un objeto tan frivolo, y compara, en su sorpresa, la flaqueza del héroe al sueño del
buen Homero. Su idea hubiera sido mas justa, si hubiese comparado las discordias y contiendas de los je
fes de los cruzados, á las que agitaban el campamento de los griegos que retardaron tanto tiempo la toma
de Troya.
Despues de publicarse la tregua , los cristianos entraron en Antioquia y acudieron tos musulmanes al
campamento, pero ardia aun en sus corazones el odio implacable que los habia impelido al combate. Los
turcos sorprendieron en un lugar apartado á un caballero llamado Vallon y le mataron é hicieron su cuer
po á pedazos. Cuando se esparció la noticia de tan espantoso crimen, todos los cruzados se estremecieron de
horror ó indignacion, aumentando la turbulencia de la muchedumbre de cristianos la jóven esposa de Vallon

(l Este rasgo,quc recuerda los brillantes hechos de la antigüedad pagana, esta descrito poret cronista Tudeboda. (Veas»
íiWtotiM de las Crinadas, t. I.)—(i) Roberto el monje es el único historiador de la primera cruzada que hablada esta tre
gua, cu\a duracion seria tal vez muy corta.
LIBRO TERCERO.--! 097-1 098. 85
que invocaba la sombra dc su esposo y llenaba el aire con sus gritos dolorosos; espectáculo interesante que
fué la señal de nuevos y sangrientos combates (1) .
Los sitiados se aprovecharon de la tregua para proveerse de todo lo necesario , de modo que los cristianos
hubian desplegado un valor inútil al pié de las murallas, y la ciudad podia desafiar por mucho tiempo sus
armas despues de siete meses de sitio. Pero la ambicion y la astucia vencieron lo que fuera hasta entonces
imposible á la paciencia y el valor; Bohemundo, que solo habia tomado la cruz impelido por el deseo de acre
centar su fortuna, no desperdiciaba ninguna ocasion favorable para realizar sus proyectos; el éxito de las em
presas de Balduino habia escitado su envidia y le perseguia en sus sueños; se atrevió á fijar sus miradas
en Antioquia, y las cirounstancias le favorecieron para encontrar un hombre que le entregara la plaza.
Llamábase este Firoo, el cual era de noble estirpe si hemos do dar crédito á muchos historiadores, pero nadie
duda que su padre fué un armenio fabricante de corazas. Su carácter inquieto y turbulento le inspiraba
la ambicion de mudar de condicion y estado; habia abjurado la religion cristiana por espiritu de incons
tancia y con esperanza de hacer fortuna (2); tenia una sangre fria admirable, una audacia á toda prueba,
y estaba dispuesto siempre á hacer por dinero lo que podia esperarse del mas ciego fanatismo. Nada le pa-
recia injusto ni imposible para satisfacer su ambicion y su avaricia ; su actividad, su destreza y elocuencia le
habian granjeado la conlianza de Acciano, que lo admitia en su consejo, y el principe de Antioquia le habia
confiado el mando de tres torres principales de la ciudad. Las defendió al principio con celo, pero sin acre
centar su fortuna, y se cansó de una lealtad estéril desde el momento que concibió poder sacar mas venta
ja de su traicion.
Habia tenido ocasion de ver al principe de Tarento en el intervalo de los combates : Firoo lo preguntó
en una de sus conversaciones, segun dice el monje Roberto , qué significaba el ejército vestido de tú
nicas y escudos blancos como la nieve que habian peleado junto con los cristianos; Bohemundo se es
forzó á esplicar el misterioso ausilio de la milicia celestial; y no pudiendo responder á las capciosas pre
guntas do Firoo, mandó llamar á su capellan que era un clérigo muy instruido (3). Bohemundo y
Firoo se comprendieron mutuamente , y no tardaron en comunicarse reciprocamente sus proyectos; Firoo
se quejaba de los ultrajes que le habian hecho los musulmanes , mostró el sentimiento que le aquejaba
de haber abandonado la religion de Jesucristo y deploró las persecuciones que sufrian los cristianos de
Antioquia. El principe de Tarento penetró los secretos pensamientos de Firoo, ensalzó su remordimiento
v sus deseqs y le hizo magnificas promesas. El renegado le abrió entonces sin reserva su corazon , am
bos se juraron entre si una inviolable adhesion y prometieron seguir una activa correspondencia. Vol
viéronse á ver muchas veces, siempre con el mayor secreto, y Bohemundo le decia en todas sus en
trevistas que estaba en su mano la suerte do los cruzados, y que solo de él dependia alcanzar grandes
recompensas. Firoo por su parte protestaba de su deseo de servir á los cruzados , á quienes miraba
como hermanos (4) , y para demostrar al principe de Tarento su fidelidad ó escusar su traicion, le decia
que Jesucristo le habia aconsejado en una vision que entregase Antioquia á los cristianos. Dice Foul-
cher de Chartres que el Señor se apareció muchas veces á Firoo para mandarle que entregase la plaza,
que la última vez se enojó, diciéndole : «¿Por qué no has hecho lo que te he mandado?» y que Firoo

, (1) «Oh ! que feliz seria, exclamaba la espora do Vallon, segun Roberto el monje , si hubiese podido seguirte al sepulero, o al
menos cerrar tus ojos, lavar tus heridas y enjugarte con mis manos y vestidos! » Lo que masia afligia, era que no habien
do muerto su esposo con las armas en la mano por el servicio de Jesucristo , podia ponerse en duda su salvacion. [fliWio-
trea de las Cruzadas , t. I).— ¿ Mateo de Edeso no nombra el musulman que entrego 6 Antioquia 6 los cristianos. Abulfaragc lo
llama Ruzebach y dice que era oriundo de Persia: Ana (.'.omneno pretende que era armenio, y la mayor parte de los historiadores
le llaman Pyrrus o Phirous. Guillermo le da el nombre deemirFeir y Sanuti de Hermuferus. Si los autores no estan de acuerdo so
bre el nombre de este renegado, es probable creer que algunos Je han citado con un epiteto de su profesion. Guillermo de Tiro
asegura que era hijo de una familia llamada en arabo Ceni /errad, es decir, la familia de los fabricantes de corazas.—,3) Biblioteca
de las Cruzadas, t. 1.— 4) Raul de Caen esta de acuerdo con el autor arabe Kemal-eddin en atribuir a una venganza particular la
determinacion de Firoo, pero Bernardo el Tesorero lo atribuye 6 un motivo de celos. ¡Vid. Biblioteca de las Cruzadas, t. 1.; Gui
llermo de Tiro cuenta que el hijo de Firoo habia sorprendido a su madreen una entrevista criminal con un emir do Acciano. Esta
circunstancia que no ha asombrado al grave historiador, sino que le ha parecido muy verosimil, esta acorde con la edad del hi
jo de Firoo tenia ÍOaños'. ¿Pero como pudo, despertar b pacion de un emir y los celos de su marido, una mujer sujeta a la reclu
sion, como todas las mujeres en Oriente ?
86 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
reveló su vision al gobernador de Antioquia , el cual le respondió : «Necio, ¿vas á obedecer á un fan
tasma ? »
Bohemundo no necesitaba que la protesta se apoyase en apariciones maravillosas; dió crédito fácilmente á
lo que deseaba con afan, y cuando quedó convenido con Firoo en los medios para ejecutar los proyectos
que habian meditado tanRJ tiempo, convocó los principales jefes del ejército cristiano, á los cuales recordó I(s
contratiempos que habian diezmado á los cruzados, y los males, mayores aun , que los amenazaban. Añadió
que avanzaba ya en defensa de la ciudad un poderoso ejército, que no podian retirarse sin mengua ni
peligro, y que la única salvacion de los cristianos estribaba en la conquista de Antioquia. Que era cierto que
la plaza estaba defendida por murallas inespugnables, pe.ro que no todas las conquistas se conseguian por me
dio de las armasy en el campo de batalla, y que no eran menos importantes y gloriosas lasque se alcanza
ban por medio de la astucia. Que era preciso seducirá los que no se podia vencer, y sorprenderá los ene
migos con una empresa atinada y atrevida , pues entre los habitantes de Antioquia, diferentes en costum
bres y en religion y opuestos en intereses, se encontrarian sin duda muchos fáciles á la seduccion y á las
promesas brillantes; y que tratándose de un servicio tan importante para el ejército cristiano, era honroso
animar toda clase de tentativa. Finalmente la misma posesion de Antioquia no le pareció un premio sufi
ciente para recompensar al que fuera tan sagaz y dichoso que abriera á los cruzados las puertas de la ciudad.
Bohemundo no se esplicc7 con mas claridad, pero adivinaron su pensamiento algunos jefes que tenian los
mismos proyectos y estaban animados por una sedienta ambicion. Raimundo rechazó con ahinco las insi
nuaciones del principe de Tarento diciendo : «Todos somos hermanos y compañeros, y seria injusto que des
pues de habernos espuesto á los mismos peligros, uno solo recogiera el fruto de nuestros trabajos. Yo no he
cruzado tantos paises, añadió lanzando una mirada de cólera y desprecio á Bohemundo, ni he prodigado mi
sangre, mis soldados y mis tesoros, para premiar con nuestras conquistas torpes artificios ó estratagemas ver
gonzosas, dignas tan solo de las mujeres. Estas vehementes palabras consiguieron el éxito que debia esperarse
de guerreros acostumbrados á vencer con las armas y que solo apreciaban las conquistas por ser el galardon
de su valor. La mayor parte de los jefes rechazaron la proposicion del principe de Tarento, y se mofaron de
él como Raimundo, pero Bohemundo, á quien la historia da el sobrenombre de Ulises de los latinos, se esfor
zó cuanto le fué posible para contenerse y ocultar su despecho, saliendo del consejo con la sonrisa en los
labios y persuadido que la necesidad atraeria pronto á su parecer á los cruzados (1).
Cuando volvió á entrar en la tienda, envió secretos emisarios á todos los barrios del campamento, espar
ciendo las mas alarmantes noticias; los cristianos se llenaron de consternacion como habia previsto; fue
ron enviados algunos jefes de descubierta para averiguar la verdad de los rumores esparcidos por el
campamento , y no tardaron en regresar anunciando que el principe de Mosoul, Kerbogá , se adelantaba
hácia Antioquia con un ejército de doscientos mil hombres reunidos en las orillas del Eufrates y del Ti
gris. Este ejército, que habia amenazado á Edeso y asolado la Mesopotamia , estaba á siete jornadas do
distancia. El temor creció rápidamente entre los cruzados al recibir tan repentina nueva ; Bohemundo
recorrió las filas exagerando el peligro , pero satisfecho y seguro en el fondo de su corazon y halagado
por la idea de ver pronto cumplidas sus esperanzas; y los jefes se reunieron de nuevo para deliberar
sobre las medidas que debian adoptarse en trance tan peligroso. El consejo se dividió en dos pareceres;
unos querian que se alzase el sitio y saliesen al encuentro del enemigo, y otros que el ejército se divi
diese en dos cuerpos , marchando una parte contra Kerbogá y la otra permaneciese custodiando el cam
pamento. Iba á prevalecer este parecer cuando Bohemundo pidió la palabra, y probó fácilmente cuán inad
misibles eran los dos pareceres presentados. Si se alzaba el sitio , el ejército se iba á encontrar cercado por
la guarnicion de Antioquia y los soldados de Kerbogá , y si se continuaba el bloqueo de la ciudad , yendo
la mitad del ejército al encuentro del principe de Mosoul, podia sufrirse una doble derrota. «Nos rodean in
mensos peligros, añadió el principe de Tarento; el tiempo vuela , y tal vez mañana no será ocasion de obrar
y hayamos perdido el fruto de nuestros trabajos y victorias. Pero no; no puedo creerlo; Dios nos ha guiado
hasta aqui por la mano, no permitirá que hayamos combatido en vano por su causa, pues desea salvar el
ejército cristiano y conducirnos hasta el sepulcrode su Hijo. Si aceptais lá proposicion que voy á haceros, el

(1) El historiador arabe Kemal-Eddin cuenta que se resolvio que los jefes se encargarian de dirigir el sitio por semanas, y qu»
íeria dueño de la ciudad el que la conquistase durante la semana de su mando. (Biblioteca ás las Crusadas, t. IV. j
LIBRO TERCEKO.—1 097-1 098. 87
pendon de la cruz ondeará mañana sobre las murallas de Antioquia y marcharemos en triunfo á Jerusalen.
Dichas estas palabras, Bohemundo enseñólas cartas de Firoo, que le prometia entregarle las tres torres
que mandaba, declarando que estaba dispuesto á cumplir su promesa, pero que solo queria tralar con el
principe de Taronto, y exigia en premio de sus servicios que Bohemundo quedase dueño de Antioquia. El
principe italiano añadió que ha bia entregado sumas considerables á Firoo, que se habia granjeado su con
fianza sin intervencion ajena, y que estaba seguro del éxito de tan dificil empresa. «Si se halla un medio
preferible para salvar el ejército, dijo terminando su discurso, estoy pronto á aceptarlo," y renunciaré vo
luntariamente á la particion de una conquista de la cual depende la salvacion de todos los cruzados.»
El peligro era de dia en dia mas inminente, vergonzosa la fuga, imprudente el combate y arriesgada la
inaccion, de modo que el temor impuso silencio á los intereses de la rivalidad. Los jefes que habian mani
festado tanta oposicion al proyecto de Bohemundo, le apoyaron gustosos entonces, y creyeron con razon que la
particion de la conquista de Antioquia podia además ocasionar la division del ejército y arrastrarlo á su
perdicion. Concediase loque todavia no se habia ganado, y se hacia para asegurar la vida de los cruza
dos, pues era preferible que uno solo se aprovechase de los trabajos de todos, que perecer los mas por
oponerse á la fortuna de uno solo. La conquista de Antioquia no era además el objeto principal de la cru
zada ; habian tomado las armas para libertar á Jerusalen, y la tardanza era contraria á las esperanzas
religiosas de los soldados , en quienes el Occidente veia á sus mas esforzados caballeros. Reuniéronse todos
los jefes á escepcion del inflexible Raimundo, para conceder á Bohemundo el principado de Antioquia, y le
escitaron á que apresurase la ejecucion.de su proyecto.
El principe de Tárento envió un secreto mensajero á Firoo en el momento en que salia del consejo, y su
cómplice le entregó á su propio hijo en rehenes. Se decidió que el ejército cristiano abandonaria el campa
mento para mayor seguridad á los sitiados, dirigiéndose por el camino que debia seguir el principe de Mossoul ,
y que al regresar por la noche, se reuniria bajo los muros de la ciudad. Las tropas recibieron al siguiente
dia al amanecer la órden de prepararse á partir, salieron los eruzados del campamento alguna horas antes
de anochecer, y se alejaron á sonde trompeta y con banderas desplegadas. Poco rato despues de haber
emprendido la marcha , retrocedieron en silencio y llegaron hasta cerca de Antioquia. Se detuvieron á una
señal del principe de Tarento en un valle situada al occidente y cerca de la torre de las Tres Hermanas,
donde mandaba Firoo, y entonces fué cuando se descubrió al ejército cristiano el secreto de la empresa im
portante que iba á abrirles las puertas de la ciudad (4).
El proyecto de Firoo y Bohemundo habia «stado en tanto á punto de abortar. Cuando el ejército cristiano
abandonaba el campamento y se preparaba todo para la ejecucion del complot, se esparció de pronto por
Antioquia el rumor de una traicion. Recayeron las sospechas en los cristianos y renegados, se pronunció
el nombre de Firoo, y se le acusó en secreto de hallarse en inteligencias con los cruzados. Se vió obliga
do á presentarse ante Acciano que le interrogó con los ojos fijos en su rostro para penetrar sus mas ocul
tos pensamientos, pero Firoo disipó todas las sospechas con su aspecto tranquilo, propuso medidas contra
los traidores y aconsejó á su soberano que cambiase los comandantes de las principales torres. Acciano
aprobó su consejo y se propuso seguirlo al siguiente dia, y dió al mismo tiempo la órden de cargar de ca
denas y matar á todos los cristianos que se hallasen en la ciudad durante la noche. El renegado volvió
á ocupar su puesto colmado de elogios por su exactitud y lealtad: Antioquia parecia dormir en paz á las
primeras horas de la noche, y Firoo esperaba á los cruzados despues de haberse librado de un peligro tan
inminente.
Su. hermano mandaba en una torre cercana á la suya, y fué en su busca para arrastrarlo á la conspira
cion. «Ya sabes, le dijo, que los cruzados han abandonado el campamento y que van á pelear con el ejérci
to de Kerbogá , y cuando pienso en la miseria que han sufrido y en la muerte que los amenaza, no puedo
reprimir un impulso de compasion. No ignoras que esta misma noche van á morir por mandato de Ac
ciano todos los cristianos que habitan en Antioquia, y no solo los compadezco, sino que me es imposible
olvidar que hemos nacido en la misma religion y que fuimos en otro tiempo hermanos suyos.»
Las palabras de Firoo no produjeron el efecto que esperaba. «Me asombro, le respondió su hermano, de

l Tancredo acuca a Boheinundo de haberle guardado el secreto de esta empresa. Víase Baul deCaen, Biblioteca di las Crusa~
das, tom. I .'
88 HISTORIA m LAS CRUZADAS.
veros compadecer á unos hombres que deben ser para nosotros objeto de odio y horror. Antes de la llegada
de los cristianos á Antioquia estábamos colmados de bienes y honores, y desde que cercan la ciudad arras
tramos una existencia sembrada de disgustos y peligros. ¡Ojalá caigan sobre ellos pronto los males que
nos han ocasionado I ¿No sabes además que todos los cristianos que viven en Antioquia son unos viles trai
dores que solo tratan de entregarnos al acero <le nuestros enemigos?» Al terminar estas palabras lanzó
sobre Firoo una mirada amenazadora ; el renegado advirtió que habia adivinado su secreto, y no recono
ciendo por hermano al que se negaba á ser su cómplice, le hundió su puñal en el corazon.
Llega por fin el momento decisivo, la noche es oscura, se desencadena una horrible tempestad , que
aumenta las tinieblas; y los silbidos del viento que azota las torres y los estampidos del trueno impiden á
los centinelas oir ningun ruido en torno de las murallas. Aparece el cielo enrojecido por el lado
de occidente, y un cometa que surcaba el horizonte, parece anunciar al espiritu supersticioso de los
cruzados que ha llegado el momento de la ruina y destruccion de los infieles.
Los cristianos esperaban con impaciencia la señal: la guarnicion de Antioquia estaba sumida en
profundo sueño , y solo Firoo velaba y meditaba su traicion. Sube á la torre' por una escala de
cuero un lombardo llamado Payen enviado por Bohemundo. Firoo le recibe, le dice que está todo pre
parado, y para darle un testimonio de su fidelidad, le enseña el cadáver de su propio hermano. En
el momento que estaban hablando de su complot, llegó á visitar la torre un oficial de la guarni
eron y se presentó con una linterna en la puerta de la de Firoo, el cual sin manifestar la menor
turbacion, ocultó al comisario de Bohemundo y salió á recibir la ronda nocturna. Mereció los elo
gios del oficial por su vigilancia y se apresuró á enviar al lombardo con instrucciones para el
principe de Tarento. El soldado volvió al ejército cristiano, donde contó lo que habia presenciado, y
suplicó de parte de Firoo á Bohemundo que no perdiese un tiempo tan precioso.
Pero los soldados empiezan á temer en el momento de llevarse á cabo la empresa conociendo su peligro,
y no se presenta ninguno para subir á la muralla. En vano Godofredo y el principe de Tarento emplean
las promesas y las amenazas , pues permanecen inmóviles jefes y soldados. Sube el mismo Bohemundo
por la escala de cuerda con la esperanza de que lo imitarán los mas valientes, pero nadie sigue sus pasos,
y llega solo á la torre de Firoo que le reprende su lentitud. Bohemundo vuelve á bajar apresurada mento
diciendo á los soldados que todo está dispuesto para recibirlos; sus palabras y especialmente su ejemplo
reanimaron á los mas esforzados y se presentan sesenta cristianos para escalar la torre. Suben por la es
cala de cuero animados por un caballero llamado Covel , á quien compara el historiador de Tancredo al
águila que conduce sus polluelos y vuela delante de ellos. Distinguense entre estos sesenta valientes el
conde de Flandes y muchos de los principales jefes , y no tardan en presentarse otros sesenta y tras
estos otros , que suben en tanto número y con tanta precipitacion , que se desmorona la almena á que es
taba atada la escala y cae con estruendo en el foso. Los que se hallaban cerca de la cima de la muralla
vuelven á caer sobre las lanzas y espadas de sus compañeros , y reina la confusion y el desorden entre los
cruzados. Los jefes do la conjuracion permanecen tranquilos y gozosos , Firoo abraza á sus nuevos amigos
sobre el cadáver sangriento de su hermano , ve caer otro hermano bajo el acero de los cristianos, y les
entrega las tres torres, cuyo mando le habia confiado Acciano. Caen pronto en su poder siete torres mas,
Firoo llama en su ausiho á todo el ejército cristiano , ata á la muralla otra escala , por la cual suben
los mas impacientes, é indica á los demás una puerta que hacen pedazos, penetrando por ella tumul
tuesamente en la ciudad.
Godofredo, Raimundo y el conde de Normandia invaden las calles de Antioquia al frente de sus batallo
nes; suenan con estruendo las trompetas , y resuena en las cuatro colinas de la ciudad el grito terrible de
¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere! Al oir el rumor de este impetueso ataque, creen todos los cristianos que
habitan en Antioquia que ha llegado su última hora y los musulmanes van á pasarlos á cuchillo; salen estos
medio dormidos de sus casas para averiguar la causa del estruendo, y mueren sin saber quiénes son los trai
dores, ni cuál es la mano que los hiere. Advertidos algunos del peligro, huyen hácia la montaña donde se
alzaba la ciudadela, otros se precipitan fuera de las puertas de la ciudad, y los que no pueden huir , su
cumben bajo el acero del vencedor.
Bohemundo no se descuidó de tomar posesion de Antioquia en medio do tan sangrienta victoria, y cuando
LIBHO TERCliHÜ. — 1097-1098. 89
asomó la primera luz del nuevo dia , se vió ondear su rojo pendón sobre la torre mas elevada de la ciudad.
Los cruzados que habian quedado custodiando el campo, acudieron apresuradamente al verlo á la ciudad
sitiada , y se mezclaron en las sangrientas escenas que llenaban de espanto á Antioquía. Reuniéronse á sus
libertadores la mayor parte de los cristianos de la ciudad que habian sufrido durante el sitio la cruel tira
nía de los infieles , muchos de ellos salieron de las mazmorras ostentando las cadenas que les habian puesto
los turcos, y su aspecto irritaba el furor del ejército victorioso. Inundaron las plazas públicas montones
de cadáveres , la sangre corría á torrentes por las calles, se allanaron las casas, se distinguieron con sig
nos religiosos las que pertenecían á los cristianos, y los cánticos sagrados sirvieron para reconocerse entre
sí los vencedores v los fieles de la ciudad. Fué víctima de la furia cristiana todo lo que no estaba marcado
con el signo de la redención , y fueron pasados á cuchillo sin compasión cuantos se negaron á pronunciar
el nombre de Jesucristo.
Diez mil hombres perecieron en Antioquía en una sola noche , y los que lograron huir á las montanas
cercanas, fueron perseguidos y conducidos á la ciudad, donde les esperaba la esclavitud ó la muerte.
Viendo Acciano en los primeros momentos de desorden, que le habian hecho traición, y no atreviéndose
á confiar en ninguno de sus oficiales, resolvió huir á Mesopotomia y reunirse con el ejército de Kerbogá, y
después de haber conseguido salir por una puerta secreta (4), cruzaba sin escolta las montañas y las
selvas, cuando se vió frente á frente de una turba de leñadores armenios, los cuales reconocieron al
príncipe de Antioquía. Como iba solo y llevaba impreso en su rostro el abatimiento mas profundo , se fi
guraron que habia sucumbido la ciudad , y aproximándose uno de ellos , le arraneó la espada y se la
hundió sin compasión en el costado. Llevaron su cabeza á los nuevos soberanos de Antioquía , y Firoo
pudo contemplar sin temor las facciones del que el dia anterior era dueño absoluto de su fortuna y su
existencia. El renegado abrazó el cristianismo que habia abandonado , recibiendo inmensas riquezas en
premio de su traición, y siguió á los cruzados hasta Jerusalen. No viendo satisfecha su ambición, volvió
segunda vez á la ley de Mahoma , y murió odiado de cristianos y sarracenos , después de haber sido traidor
á ambas causas.
Cuando los cristianos se cansaron de k matanza , se prepararon para atacar la ciudadela de Antio
quía (2) , pero como era inespugnable , fueron inútiles todos los esfuerzos. Se limitaron pues á cercarla
con soldados y máquinas para contener la guarnición , y bajaron á la ciudad donde se entregaron á la
embriaguez que les inspiraba la victoria (3).
La ciudad de Antioquía cayó en poder de los cruzados en los primeros dias de junio del año 4098 . y
el sitio habia principiado en el mes de octubre del año anterior. Los cristianos pasaron muchos dias
entregados al placer y al ocio después de la conquista , y Raimundo de Agiles cuenta (pie los caballe
ros y barones dieron espléndidos festines, en los cuales figuraban las bailarinas de los payanas, y que se
olvidaban de Dios que los habia colmado de beneficios.
Pronto se trocó la alegría en terror y duelo, pues se aproximaba á Antioquía un ejército formidable.
Acciano y los príncipes de las ciudades cercanas que habian perdido sus- estados, se habian dirigido desde
el principio del sitio á todas las potencias musulmanas pidiendo su ausilio contra los guerreros de Occi
dente; el sultán de Persia , jefe supremo de los Seldjoucitas , habia prometido socorrerlos. Habíanse al
zado á su mandato para atacar á los cristianos el Korasan en masa, la Media, Babilonia, una gran
parte del Asia Menor y todo el pais comprendido entre Damasco y la costa del mar hasta Jerusalen y la
Arabia. Mandaba el ejército de los musulmanes el príncipe de Mossoul Kerbogá, guerrero que habia
combatido muchos años, ya en defensa del sultán de Persia (Barkiarok) , ya por los demás príncipes de
la familia de Malech-Schah que se disputaban el imperio. Derrotado con frecuencia y dos veces prisionero,

(I) Existe aun esta puerta; está á media hora al sudeste de la de San Pablo. ¡ Coi respondencia de Oriente, l. Vil, carta CLXX1.; —
v2) La posición de la ciudadela está descrita en |la carta CLXX de la Corresp. de Oriente, t. VII.—(3) Solo quedan dos torres me
dio destruidas en el lado occidental por donde entraron los cruzadosen la ciudad; la primera es la de las Tres Hermanas que cus
todiaba Firoo y la segunda la torre en que mandaba su hermano: no tenían cuatro ó cinco pisos como las que se alzaban en lus
murallas de las montañas, y se parecían por su forma y dimensión á las torres sclenlrionales de la orilla del Oronte. Como no era
muy elevada la torre de las Tres Hermanas, se concibe la facilidad de subir aellas por una escala de cuerdas ú decuero. (Curre. -
pond. de Oriente, carta CLXXI, t. VU.)
(IX y U) 11
90 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
Iwbia encanecido en el tumulto <le las guerras civiles ; lleno de confianza en su valor y posición militar,
y despreciando orgul losa mente a los cristianos, verdadero modelo del feroz circasiano celebrado por el
Tasso , se creia el libertador del Asia y cruzaba la Mesopotamia con la pompa de un vencedor. Iban á sus
órdenes el príncipe de Alepo y de Damasco , el gobernador de Jerusalen y veinte y ocho emires de Per-
ría , de Palestina y de Siria , y los soldados musulmanes, animados por la sed de la venganza , juraban
por el Profeta eslerminar á todos los cristianos.
Tres dias después de la toma de Anlioquía los cristianos vieron desde las murallas cercanas á la ciu-
dadela varios gineles musulmanes que cruzaban la llanura y avanzaban hácia la ciudad. Roger de Barne-
ville, que era uno de los caballeros mas valientes del ejército, salió de las murallas para combatirles, pero
pronto trajeron sus compañeros su cuerpo mutilado, del cual habian cortado la cabeza. Todo el pueblo cris
tiano acompañó á su sepulcro los restos que habian podido salvar del generoso mártir, y los mas pruden
tes, llenos de sombríos presentimientos, envidiaron la suerte de los guerreros que habian sucumbido en el
combale.
Pronto se vieron ondear á lo lejos los innumerables pendones del ejército musulmán; en vano Godofre-
do, Tancredo y el conde deFlandesse apresuraron á armarse para rechazar aquella multitud de enemigos,
muchos de sus guerreros perdieron la vida en el combate, y su precipitado regreso á la ciudad llenó de
consternación a los peregrinos. Entonces fué cuando los nuevos soberanos de Antioquía conocieron su peli
grosa situación, estando faltos de víveres y sin recursos para sostener un sitio prolongado, pues tenían que
defenderse a un mismo tiempo del enemigo que ocupaba la posición formidable de la cindadela y del ejér
cito de Kerbogá, cuyas tiendas inundaron la falda oriental de las montañas y las orillas del Oronte.
No describiremos los numerosos combates en que desplegaron los cruzados su valor nunca desmentido,
pero tenian estos poca confianza en sus armas, pues no pensaron presentar una batalla general y decisi
va , único medio de evitar los males qne iban á sufrir forzosamente acorralados en una ciudad, cuya nue
va población no tenia la menor esperanza de recibir víveres ni defensores.
El hambre se hizo sentir bien pronto; los cruzados, en medio de las riquezas conquistadas á sus enemi
gos, fueron condenados á sufrir toda clase de miserias. Durante los primeros dias algunos peregrinos, de
safiando toda clase de peligros, llegaron por la noche al puerto de San Simeón, y trajeron algunas provi
siones que revendían en Anlioquía. Pero al último fueron detenidos y degollados por los turcos, y los
buques que habian llegado á las bocas del Oronte, tuvieron que hacerse á la vela precipitadamente á
lin de alejarse de las costas de Siria. De aquí es, que los cruzados, encerrados dentro la ciudad que
acababan de conquistar , no podían menos de acordarse con sentimiento de aquel tiempo , en que es
tando sitiando la plaza y estrechados por el hambre , iban á buscar lejos sus provisiones; de aquel
tiempo, en Rn , en que la victoria venia algunas veces á dulcificar el rigor de sus males , y les procu
raba una abundancia pasajera.
Los cronistas cuentan con dolor el hambre que desoló al pueblo cristiano , y lo que al parecer los llena
de sorpresa y de horror, es la gran cantidad de dinero que era menester dar, para comprar un pan,
un huevo , algunas habas , no menos que por una cabeza de cabra ó una pierna de camello. Uno de
ellos afirma, que le han contado relativamente «1 hambre de Antioquía tales escenas, que hacen tem
blar á la misma naturaleza , habiéndole conmovido en términos que no se atreve á revelarlas á shs
lectores. Desde luego los cruzados mataron á todas sus bestias de carga, los guerreros hicieron lo mismo
con sus caballos de batalla, compañeros de peligros. El pueblo desgraciado, so mantenia con la piel
de los animales, sazonada con pimienta , comino y otras especias , de que se habian apoderado cuando
asaltaron la ciudad, y se veia A los soldados comer el cuero de sus escudos ó de su calzado ablandado con
agua caliente. Cuando estos recursos estremos llegaron á faltar, la miseria se hizo mas horrorosa.
Cada dia la ansiosa multitud sitiaba las puertas de aquellos que conservaban algunos víveres , ofreciéndose
el triste espectáculo que los que hoy socorrían á los necesitados, mañana debian ellos mismos implorar
la publica caridad. Bien pronto los soldados y los jefes , los pobres y los ricos, todas las clases y todas
las condiciones, fueron confundidas por la terrible calamidad; en fin, el azote de esta terrible hambre
se hizo tan general, que se vió á los príncipes y señores, que poseian en Europa grandes ciudades y
vastos dominios, sufrir, lo misrr.o que el pueblo , el tormento del hambre , y mendigar-de puerta en puerta
LIBRO TERCERO.— 1097-1 098. 91
uu bocado de pan, manjares insipidos, en fin, todo lo que podia contribuir á prolongar un dia, una
i hora, tan miserable existencia.
Muchos cruzados trataron de huir de una ciudad cuyo aspecto era solo el de la muerte; los unos reali
zaban su fuga hácia el mar, salvando mil peligros; otros pasaban por medio de los musulmanes, en donde
compraban un poco de pan por el olvido de Jesucristo y de la religion. Los soldados debieron perder su
valor, viendo que por segunda vez huia el vizconde de Melun, tan valiente en el campo de batalla , pero que
no podia soportar el hambre. Los desertores se escaparon favorecidos por la oscuridad dela noche. Tan
pronto se precitaban en el foso dela ciudad con riesgo de perder la vida; como descendian, con el ausi-
lio de una cuerda, de lo alto de la muralla. Cada dia los cristianos se veian abandonados por un gran nú
mero de sus compañeros, y estas deserciones aumentaban su desesperacion. Invocóse el cielo contra los
cobardes, pidiendo á Dios que tuviesen en el otro mundo la misma suerte que cupo al traidor Judas. El
ignominioso epiteto de saltadores de cuerda (1 ) ajó sus nombres y los relegó al desprecio de sus con
temporáneos. Guillermo de Tiro rehusa nombrar á los caballeros que abandonaron entonces la causa
de Jesucristo, porque los mira ó reputa como si ya no existiesen. Los votos de los cristianos contra
los que desertaron de las banderas de la cruz, fueron escuchados, pues la mayor parte perecieron.. da
miseria, siendo los restantes asesinados por los musulmanes..
Mientras parecia que los cruzados , oprimidos á la vez por el hambre y por los turcos , habian perdida
toda esperanza de salvacion , el emperador Alejo cruzaba el Asia Menor con un ejército y se aproximaba
á Antioquia. La voz pública habia anunciado los trabajos y miserias que sufrian los cruzados , y bien
presto el conde de Blois , que se habia separado del ejército cristiano regresando á Occidente, se presentó en
la tienda del emperador , describiéndole con los colores mas vivos la desesperada situacion de los peregri
nos. Los latinos que seguian el ejército griego no daban apenas crédito á noticias tan aflictivas , y se pre
guntaban por qué el Dios verdadero habia permitido la ruina de su pueblo. Entre los que se lamentaban,
se notaba particularmente á Guy , hermano de Bohemundo. Este jóven guerrero se golpeaba el rostro , se
revolcaba en el polvo, entregándose á todos los escesos de la desesperacion , y no comprendia de todo punto
los misterios de la Providencia , que no protegia una guerra emprendida en su nombre. Señor, esclama
ba , ¿dónde está tu poder? Si tú eres aun el Dios todopoderoso, ¿qué se ha hecho tu justicia? ¿acaso no
somos nosotros tus hijos y tus soldados? ¿Cuál es el padre de familias , cual es el rey que deja perecer á
los suyos? Si tú abandonas á los que pelean por ti, ¿quién en adelante se alistará en tus santas ban
deras? En su ciego dolor, todos los cruzados repetian estas impias palabras. A tal lamentable estado les
habia conducido la desesperacion , que segun relato de los historiadores contemporáneos , todas las cere
monias de la religion se suspendieron , y durante muchos dias ningun clérigo latino , ningun laico se atre
vió á pronunciar el nombre de Jesucristo.
El emperador Alejo, que habia llegado hasta á Filomelia horrorizado por los sucesos que habian
llegado á sus oidos, resolvió suspender su marcha. Esta medida y los motivos que la habian dictado
esparcieron el terror en todas las provincias cristianas. Se creia ver llegar ya los turcos, vencedores de
los cruzados; los soldados de Alejo talaron su propio pais, para que el enemigo, próximo á invadirlo,
solo encontrase un terreno desierto y cubierto de ruinas. Las mujeres, las criaturas , todas las familias
cristianas , se llevaron sus bienes, siguiendo al ejército del emperador , que se dirigia hácia Constantinopla.
No se oia, durante la marcha, mas que quejas y gemidos ; pero los que demostraban mas sentimiento eran
los latinos , que acusaban al conde de Blois de desertor del estandarte de Jesucristo y de haber enga
ñado al emperador ;. ellos mismos se reprochaban de no haber precedido al ejército de los griegos, y de
no haber llegado oportunamente al Asia , para asociarse á tomar parte en los peligros de los cruzados , y
morir con ellos en Antioquia.
Sin embargo el hambre estendia sus estragos hasta la misma ciudad sitiada. Cada dia aumentaba la
desesperacion de los peregrinos; sus débiles brazos apenas podian sostener la. lanza y la espada. En medio

' t; ÍMrfit'i funambnU dice Baudri. Segun este cronista , los fugitivos llegaron al puerto de San Simeon, diciendo a los ma
rineros: Cortad los cables lo mas presto posible, echad los remos al mar, porque sino, os esponeis a car muertos por la
■«(«da,

i
92 HISTORIA 1>E LAS CRUZADAS.
de esta espantosa miseria, no se habian visto mas que lágrimas*, ni oidomas'que lamentos; pero entonces ce
saron el llanto y los gemidos : era tan grande el silencio que reinaba en Antioquia, que parecia que no hu
biese habitante alguno ó que reinase siempre la noche; se hubiera dicho que los cruzados no sentian las
calamidades que pesaban sobre ellos, ó que nada les hacia falta; tal era el estado de abatimiento é indi
ferencia á que habian llegado. El último sentimiento de la naturaleza, el amor á la vida, se estinguia de
dia en dia en sus corazones. Raimundo de Agiles dice que el hermano no miraba al hermano, y que el hi
jo no saludaba al padre. Los cruzados «vitaban salir á las calles, y se encerraban en el interior de sus
cajas que miraban como sus tumbas.
Las murallas de la ciudad estaban continuamente amenazadas. Los musulmanes se habian apoderado de
una torre que no estaba defendida, y la guarnicion de la ciudadela, que por un portillo abierto por la par
te de oriente recibia continues refuerzos del ejército de Kerbogá , saltaba continuamente los fosos y mu
rallas opuestas á sus ataques y llevaba la mortandad hasta las mismas calles habitadas por los cristianos.
Estas provocaciones del enemigo, la presencia del peligro, los gritos de los heridos, el tumulto de la guerra,
no podian despertar la adormecida actividad y reconocido valor de la mayor parte de los cruzados. Bohe-
mundo, que habia tomado el mando de la ciudad, se esforzaba en balde en reanimar su valor; en vano las
trompetas y los caudillos Ies llamaban al combate; pues el principe de Tarento, á fin de impedir que se reti
rasen vergonzosamente, apeló al medio de incendiar varios cuarteles de Antioquia. Raul de Caen deplora
en magnificos versos el incendio y la ruina de las iglesias y palacios construidos con el cedro del Libano,
y en los que brillaba el mármol del Atlas, el cristal de Tiro, el bronce de Chipre, el plomo de Amatonte,
y el hierro de Inglaterra (I).
Los barones que no lograban hacerse obedecer de sus soldados, no tenian tampoco la fuerza moral que
da el ejemplo. Empezaron á considerar ó acordarse de sus familias, de sus castillos ó patrimonios, y de
bienes que se habian desprendido para atender á los gastos de una guerra desgraciada; no podian esplicar-
se los reveses que habia esperimentado el ejército cristiano, y los triunfos de los enemigos de Jesucristo, y
poco faltó, dice Guillermo de Tiro, que no acusasen de ingrato al mismo Dios, por haber rechazado tan
tos sacrificios hechos á la gloria de su nombre.
Abulfeda y Mateo de Edeso cuentan que los jefes propusieron á Kerbogá abandonar la ciudad, con la
sola condicion de permitir á los cristianos volver á su pais con sus bagajes. Como el general turco recha
zase esta demanda, varios cruzados en un momento de desesperacion formaron el proyecto de abandonar
al ejército, y huir favorecidos por la noche hácia las costas; y solo se contuvieron por las exhortaciones
de Godofredo y del obispo Adhemar, que les hicieron ver la vergüenza y la mancha de que iban á cubrirse
ante la Etíropa y el Asia.
El feroz Kerbogá , estrechando mas y mas el sitio de la ciudad , se ereia dueño de la victoria , y mi-
/aba á todos los cruzados , como otras tantas victimas destinadas á la cuchilla de los musulmanes. Le
fueron presentados algunos prisioneros cristianos estenuados por el hambre , y casi desnudos, á los que
dirigió insultantes burlas , y Ies envió con sus armas cubiertas de orin al califa de Bagdad , para darle
una idea de los miserables enemigos á quienes tenian que combatir los musulmanes. En todas las ciu
dades musulmanas de la Siria se hablaba con alegria de los desastres que afligian á los cruzados, anun
ciando la ruina y la pronta destruccion del ejército cristiano ; pero los infieles y hasta el mismo Kerbogá
ignoraban que la misma desesperacion en que estaban los cristianos podia darles la victoria, y que el mis
mo crédulo entusiasmo , el mismo espiritu de exaltacion que les habia conducido al Asia , y les habia
hecho superar todos los obstáculos, debia defenderles aun contra nuevos peligros y socorrerles eficazmente
en sus presentes calamidades.
Cada dia se hacia mencion en el ejército cristiano, de profecias, de revelaciones y de milagros. San
Ambrosio habia aparecido á un venerable sacerdote, diciéndole que los cristianos despues de haber ater
rado á todos sus enemigos , entrarian vencedores en Jcrusalen en donde Dios recompensaria sus haza
ñas y sus trabajos. Un eclesiástico lombardo, habiendo pasado la noche en una iglesia de Antioquia, vió
á Jesucristo , acompañado de la Virgen y del Principe de los apóstoles. El Hijo de Dios, irritado de la

1 Biblioteca do las Cruzada».


LIBRO TERCERO.— 1097-4 098. 93
conduc'a de los cruzados, rechazó sus plegarias, abandonándoles á la suerle que tenían bien merecida,
pero la Virgen arrodillándose delante su Hijo, con sus lágrimas y súplicas, habia aplacado la ira del Sal
vador. Levántate, dijo el Hijo de Dios al sacerdote lombardo: vé á decir á mi pueblo que le otorgo mi mi
sericordia ; corre á anunciar á los cristianos que si ellos vuelven á mí, ha llegado el dia de su salvación.
Los elegidos de Dios para ser depositarios de sus secretos y de su voluntad , ofrecían , para atestiguar
la verdad de sus visiones , el precipitarse de lo alto de una torre , pasar por en medio de las llamas y
entregar su cabeza al verdugo; pero estas pruebas eran de lodo punto innecesarias para persuadir á los
cruzados , siempre dispuestos á creer los prodigios , aumentando aun esta misma credulidad , el momento
del peligro y el rigor de los males que les agobiaban. La imaginación de los jefes y soldados se vio bien
pronto arrastrada por las promesas que en nombre del cielo se les habían hecho. La esperanza de un
porvenir mejor empezó á reanimar su valor; Tancredo, leal y bravo caballero, juró que mientras
le quedasen sesenta compañeros no abandonaría el proyecto de libertar á Jerusalen. Godofredo , Hugo,
Raimundo y los dos Robertos, hicieron el mismo juramento. Todo el ejército, á ejemplo de sus jefes,
prometió sufrir , hasta el dia marcado para el rescate de los santos lugares.
En medio de este renaciente entusiasmo , se presentaron dos desertores al ejército cristiano , contando
que mientras buscaban un medio para huir de Anlioquía , habían sido detenidos, el uno por su hermano
muerto en un combale y el otro por el mismo Jesucristo. El Salvador de los hombres habia prometido
libertar á Anlioquía, y el guerrero, muerto por el hierro de los infieles, habia jurado salir de su tumba,
con todos sus compañeros muertos como él, para combatir con los cristianos.
Por último, un sacerdote de la diócesis de Marsella, llamado Pedro Bartolomé, reveló ante el consejo
de los jefes una aparición de san Andrés , que se renovó tres veces durante su sueño. El santo apóstol
le dijo: Vé á la iglesia de mí hermano Pedro, en Anlioquía. Cerca del altar mayor encontrarás, ca
vando un poco la tierra , el hierro de la lanza que hirió el costado de nuestro Redentor. Este instru
mento de salud eterna estará de manifiesto por espacio de tres dias á sus discípulos. Este místico hierro
colocado á la cabeza del ejército , dará la libertad á los cristianos y traspasará el corazón de los in
fieles (1 ) .
Adhémar, Raimundo y los demás jefes de los cruzados creyeron ó aparentaron creer en esta aparición.
Bien pronto tan gran noticia se difundió por todo el ejército, diciendo los soldados que nada era impo
sible al Dios de los cristianos, y creyendo que la gloria de Jesucristo estaba interesada en su victoria, de
biendo Dios hacer milagros para salvar á sus discípulos y á sus defensores. El ejército cristiano se preparó
para el descubrimiento de la santa lanza, ayunando tres dias.
En la mañana del tercer dia, doce cruzados elegidos entre los mas respetables del clero y nobleza se tras
ladaron al lugar designado por Bartolomé , con gran número de operarios provistos de las herramientas
necesarias. Se empezó á cavar la tierra cerca del altar mayor. El silencio mas grande reinaba en la igle
sia, y á cada instante creíase ver brillar el milagroso hierro; todo el ejército reunido á las puertas de la
iglesia, que se habia tenido cuidado de cerrar, esperaba el resultado de la investigación. Los operarios, des
pués de muchas horas de trabajo y habiendo ahondado el terreno á mas de doce piés de profundidad, no
lograron ver la preciosa lanza. Continuaron hasta la noche sin obtener resultado alguno, y la impaciencia de
los cristianos iba aumentando por momentos. Se hizo una nueva tentativa, en medio de la oscuridad de la
noche, y mientras que los doce testigos eslaban orando en el borde del hoyo, Bartolomé se precipita en él
y reaparece dentro de algunos instantes, llevando en su mano el sagrado hierro. Un grito de alegría sa
le de en medio de los asistentes, y es repelido por todo el ejército, que esperaba á la.s puertas de la iglesia,
grito que resonó en todos los cuarteles de la ciudad. El hierro sobre el cual se cifran todas las esperanzas
es enseñado triunfalmente á los cruzados, quedo miran como una arma celestial con la que Dios mismo
debe dispersar á sus enemigos. Todas las almas se exaltan no dudándose ya de la protección del cielo. El
entusiasmo da nueva vida al ejército cristiano, y le devuelve la fuerza y el vigor. Se olvidan todos los hor
rores del hambre, y hasta el número de sus enemigos, y los mas pusilá mines quieren batirse con los in
fieles, y piden á grandes gritos que se les conduzca al combate.
(1) El descubrimiento de esta lanza , y los prodigios que ella obró , son referidos por todos los historiadores de las cruzadas
El historiador árabe Ibn-giouzi , en las principales circunstancias, está de acuerdo con los historiadores latinos. [Biblioteca
de bu Cruzadas. )
01 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Los jefes del ejército cristiano que habian contribuido al entusiasmo de los soldados, trataron de sacar
partido de él. Enviaron diputados al jefe de los musulmanes proponiéndole un combate parcial ó una ba
talla general. Pedro el Ermitaño que habia demostrado mas entusiasmo que otro ninguno, fué nombrado
para esta embajada. Recibido con menosprecio en el campo de los infieles, no por esto dejó de ha
blar con arrogancia y valentia. «Los principes queridos de Dios, que al presente están reunidos en Antic—
quia, dice el ermitaño Pedro dirigiéndose á los jefes de los musulmanes, me envian á vosotros para de
ciros que abandoneis el sitio de dicha ciudad. Estas provincias, estas ciudades señaladas con la sangre de
los mártires, han pertenecido á pueblos cristianos, y como todos los pueblos cristianos son hermanos, he
mos venido al Asia para vengar los ultrajes de los perseguidos y para defender la herencia de Jesucristo
y de sus discipulos. Dios ha permitido que Antioquia y Jerusalen cayesen por algun tiempo bajo el poder de
los infieles , para castigar los crimenes de su pueblo; pero nuestras lágrimas y nuestras penitencias han de
sarmado la divina cólera. Respetad pues una posesion que el Señor por su divina clemencia nos ha de
vuelto: os concedemos tres dias para levantar vuestras tiendas y preparar vuestra marcha ; si persistis en
llevar á cabo una empresa tan injusta y reprobada del cielo, invocaremos contra vosotros el Dios de los
ejércitos, pero como los soldados de la cruz no quieren sorpresas, ni defraudar la victoria, os dejan en
vuestras manos la eleccion del combate.»
. Finalizado este discurso, Pedro tenia los ojos fijos en el mismo Kerbogá y le dijo: «Escoge á los mas
valientes de tu ejército, y hazlos pelear contra igual número de cruzados: combate tú mismo contra uno
de los principes cristianos, ó dá la orden para una batalla general. Sea cual fuere tu resolucion,
bien pronto conecerás quiénes son tus enemigos y cuál es el Dios á quien servimos.»
Kerbogá, que sabia la situacion de los cristianos, y que ignoraba de todo punto los socorros que habian
recibido en sus apuros, quedó vivamente sorprendido de semejante lenguaje. Permaneció algun tiempo
mudo de sorpresa y de furor ; pero al fin tomando la palabra , dijo á Pedro: «Volved á los que os envian,
y decidles que los vencidos deben recibir las condiciones y no dictarlas. Miserables vagamundos , hom
bres estenuados, fantasmas, mas bien que otra cosa, solo pueden amedrentar á mujeres.
Los guerreros del Asia no se atemorizan con palabras necias, y los cristianos conocerán bien pronto
que la tierra que pisamos nos pertenece.. Sin embargo conservo todavia hácia ellos sentimientos de com
pasion, y si reconocen á Mahoma , podré aun olvidar que esta ciudad, devastada por el hambre , está
ya bajo mi poder; permitiendo que continúen en ella, y á mas les daré armas, vestidos, pan y mu
jeres , en fin les proporcionaré todo lo que Ies hace falta : porque el Coran nos prescribe perdonar á
los que á él se someten. Di á tus compañeros, que se apresuren á aprovecharse de mi clemencia;
porque mañana, solo saldrán de Antioquia abriéndose paso con la espada. Verán entonces, si su Dios
crucificado que no ha podido salvarse á si mismo , les salvará del suplicio que les espera.»
Quiso replicar Pedro , pero el principe de Mossoul , tirando de su espada , dió órden para que se
arrojara de alli á los miserables mendigos , que á su ceguedad reunian la insolencia. Los diputados de
los cristianos se retiraron apresuradamente , corriendo grave peligro de perder sus vidas al atravesar
el ejército de los infieles. A su regreso á Antioquia , Pedro dió cuenta de su mision ante los principes
v barones reunidos; finida la cual todos se prepararon para el combate. Los heraldos de armas recor
rieron los diferentes barrios de la ciudad , prometiendo á los impacientes cruzados que la batalla ten
dria lugar al dia siguiente.
Los sacerdotes y obispos exhortaron á los cristianos á hacerse dignos de pelear por la causa de Jesu
cristo. Todo el ejército pasó la noche en oracion ó bien ocupado en obras piadosas. Se olvidaron las
injurias; se hicieron limosnas; todas las iglesias estaban llenas de guerreros que se prosternaban de
lante de Dios pidiéndole la absolucion de sus pecados. Durante las primeras horas de la noche se habian
encontrado viveres , y esta inesperada abundancia fué mirada como un milagro. Los cruzados recobra
ron algun tanto las fuerzas por medio de una frugal comida. Al amanecer, todo el pan y harina que
se encontró sirvieron para el santo sacrifioio de la misa y para administrar la sagrada comunion. Cien
mil guerreros se prosternaron ante el tribunal de la penitencia , y recibieron con la mayor devocion
;d Dios por el que habian tomado lus armas.
En fin amaneció el dia siguiente , que era la fiesta de San Pablo. Las puertas de Antioquia se abrieron;
LIBRO TERCERO.— 1097-1098. 95
lodo el ejército cristiano salió dividido en doce cuerpos, que recordaban los doce apóstoles. Hugo el
Grande, débil aun á causa de una grande enfermedad, se colocó en los primeros puestos llevando el
estandarte de la Iglesia. Todos los príncipes, caballeros y barones estaban á la cabeza desús tropas.
Solamente se encontraba á faltar al conde de Tolosa , porque se lo impedia la herida que recibió, que
le obligaba á permanecer en Antioquía; habiéndosele dado el cargo de contener la guarnición déla
ciudadela , hasta que se hubiese realizado la batalla con el ejército turco.
Adhémar vestido con los hábitos pontificales y su coraza , marchaba rodeado de los emblemas de la
religión y de la guerra. Raimundo de Agiles nos dice que él mismo precedia al obispo de Puy, aña
diendo con su natural sencillez : Yo he visto lo que os cuento , y era el que llevaba la lanza del Señor. El
venerable prelado habiéndose parado delante el puente del Oronte, dirigió un patético discurso a los sol
dados de la cruz , y los prometió los socorros y recompensas espirituales. Todos los que oyeron las pa
labras del santo obispo se arrodillaron y respondieron : Amen. Una parte del clero seguía al legado del
papa , cantando el marcial salmo : Levántese el Señor y huyan aterrados sus enemigos. Los obispos j los
curas que se habían quedado en Antioquía , rodeados de mujeres y niños, bendecían desde lo alto de
las murallas las armas de los soldados cristianos, y levantando las manos al cielo, como Moisés durante
el combate de los hebreos con los amalecitas, rogaban al Señor que salvase á su pueblo y confundiese
el orgullo de los infieles. Los orillas del Oronte y las vecinas montañas parecian responder á sus in
vocaciones, haciendo resonar el grito de guerra de los cruzados: ¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere!
En medio de estas aclamaciones y súplicas, el ejército cristiano avanzaba lentamente. Un gran nú
mero de guerreros, que desde su infancia habian peleado á caballo, iban á pié; se vieron guerreros
ilustres montados sobro muías ú otros animales impropios para la guerra. El caballo que montaba el
conde de Flandes «ra el producto de limosnas que le habian hecho; señores ricos y poderosos iban mon- >
lados asnalmente, muchos caballeros habian vendido sus armas para poder comer, y no tenían mas
que las armas de los turcos de que poder echar mano. El caballo de que se sirvió Godofredo pertenecia
al conde de Tolosa; el duque de Lorena, para obtener uno, fué preciso que invocase ó hiciese mérito
de la santa causa que defendían los cruzados. Entre los guerreros, veíanse enfermos, hombres eslenun-
dos por el hambre ; el peso de las armas era demasiado grande para su debilidad ; y solo les sostenía
la esperanza de vencer ó morir por la gloria de Jesucristo.
Los diferentes cuerpos del príacipe de Mossoul cubrían las alturas que se estienden por el oriente de
Antioquía , en frente la puerta de San Pablo; una parle del ejército de.Kerbogá ocupaba el mismo punto
en queacanrpó Boheimindo en el sitio de Antioquía. En medio de los diversos cuerpos del ejército musul
mán, la división de Kerbogá, dice el historiador Armenio, parecía una montaña inaccesible. El general tur
co que no esperaba se trabase cómbale alguno, creyó que los cristianos venían á implorar su clemencia.
Una bandera negra enarbolada sobre la ciudadela de Antioquía , que era la señal convenida para anun
ciar la resolución de los cruzados, mostró sin «mbargo al general turco cuánto se engañaba. Dos mil hom
bres de su ejército, que guardaban el pso del puente de Antioquía por donde debía salir el ejército cris
tiano, habian sido vencidos y derrotados por el conde de Vermandois. Los fugitivos anunciaron tan terrible
nueva á su general , que estaba en su tienda jugando al ejedrez. El príncipe de Mossoul hizo cortar la ca
beza á un desertor, por haberle asegurado la pronta rendición de los cristianos, y puso en juego lodos
los medios posibles para combatir á un enemigo que tenia por ausiliares al hambre y la desesperación.
Después de haber pasado el Oronte, todo ol ejército cristiano se colocó en orden de batalla , ocupando
toda la llanura que se estiende desde la puerta del Puerto hasta las montañas negras, situadas á una hora
al norte de Antioquía. En esta disposición los cruzados impedían que el enemigo se apoderase de la plaza
y también que pudiese envolverles. Hugo el Grande, los dos Robertos, el conde de Belesme y el conde
de Hainaut, se pusieron á la cabeza del ala izquierda; Godofredo lo hizo á la derecha, sostenido por Eus
taquio, Balduino de Bourg, Tancredo, Beinaldo de Toul y Everardo de Puyset; Adhémar estaba en el cen
tro del ejércilo con Gastón deBearne.el conde de Die, Rombaldo d'Orange, Guillermo de Montpeller y
Amanjeu d'Albret; Bohemundo mandaba el cuerpo de reserva, dispuesto á acudir á los puntos en que los
cristianos necesitasen ausilio.
Kerbogá viendo las disposiciones tomadas por los cruzados, ordenó á los emires de Damasco y de Alepo
06 IllSTOUIA DE LAS CRUZADAS.
que dirigiesen sus tropas hácia el camino del puerto de San Simeon, colocándolas de tal manera, qus
los fugitivos cristianos no pudiesen pasar hácia el mar ni regresar á Antioquia. Kerbogá distribuyó la mayor
parte de sus batallones sobre la ribera derecha del Oronte; el ala derecha estaba mandada por el emir
de Jerusalen que habia acudido á la defensa del islamismo (1); la izquierda por uno de los hijos de Acciano.
impaciente por vengar la muerte de su padre y la pérdida de Antioquia, permaneciendo sobre una colina
para poder ver perfectamente el movimiento de los dos ejércitos.
Cercano el momento de empezarse la batalla, Kerbogá empezó á temer. Los cronistas contemporáneos ha
blan de pronósticos que anunciaban una derrota del ejército del principe de Mossoul; el religioso Roberto nos
presenta á la madre de Kerbogá deshecha en lágrimas, y queriendo, aunque en vano, contener á su hijo. E'
general musulman envió á proponer á los principes cristianos, que para evitar una terrible carniceria, se
eligiesen algunos caballeros para batirse con igual número de turcos. Esta proposicion, que habia rechazado
el dia antes, no podia ser adoptada por los jefes de un ejército lleno de ardor y seguro de la victoria. Los
cristianos no dudaban deque el cielo estaria de su parte, y esta creencia les hacia invencibles. En su en
tusiasmo miraban los acontecimientos mas naturales, como otros tantos prodigios que les anunciaban el
triunfo de sus armas. En el mismo momento que salian de Antioquia, una lijera lluvia vino á refrescar el
aire, pareciéndoles que el cielo les bendecia y derramaba sobre olios la gracia del Espiritu Santo.
Asi que llegaron cerca de las montañas, se levantó un fuerte viento muy favorable para que los dardos
disparados por los cristianos fuesen mas mortiferos, sucediendo al revés con los disparados por los enemigos,
lo que pareció á los ojos de aquellos ser el viento de la cólera celeste, á fin de dispersar á los infieles.
Jamás, entre los soldados cristianos, el orden y la disciplina habian secundado mejor el entusiasmo y valor
de los combatientes; á medida que el ejército se alejaba de la ciudad, y se aproximaba al enemigo, un
profundo silencio reinaba en todo el campo, en donde brillaban las lanzas y demás armas de guerra, y solo
S3 oia en las filas la voz de los jefes, los himnos del clero y las exhortaciones de Adhéniar.
Cuando el ejército cristiano llegó á avistar al enemigo, los clarines v trompetas resonaron por todo
el campo de batalla ; las banderas se colocaron á la cabeza de los batallones, y los soldados se precipi
taron sobre los infieles. Los guerreros musulmanes no resistieron el ataque de Tancredo, del duque de
Normandia y del de Lorena , cuya espada brillaba y heria como el rayo. A medida que los otros jefes
llegaban al lugar del combate, se arrojaban á la lucha, y apenas la accion habia durado una hora
cuando los musulmanes ya no podian sostener el ataque, ni la presencia de los soldados de la cruz. Sin
embargo , si bien por este lado pacecia que la victoria queria coronar á los cruzados, los emires de Da
masco y de A lepo , fieles á las instrucciones recibidas, y seguidos de quince mil caballos , atacaban ven
tajosamente y estrechahan con velocidad el cuerpo de reserva mandado por Bohemundo, situado en las
inmediaciones del Oronte. Los musulmanes contaban con esta táctica poder envolver al ejército cristiano,
esperando , segun dice un cronista de aquel tiempo, vencerle sin peligro , y pulverizar el pueblo de Dios
entre dos muelas. Tancredo y algunos otros jefes, que notaron este ataque imprevisto, volaron al so
corro de Bohemundo, cuya division ó cuerpo de ejército empezaba á desordenarse. La presencia de estos
caudillos cambia repentinamente la faz del combate, y los victoriosos musulmanes son á su vez derr(-
tados por los cruzados, quienes les obligan á abandonar el campo de batalla, y en su despecho incendian,
como último recurso, dos montones de paja y de heno que encontraron en la llanura. La llama y el
humo cubren á los batallones cristianos; pero ningun obstáculo los puede detener, porque sedientos de
sangre musulmana, persiguen al través del incendio á los enemigos, que huian hácia el puerto de San
Simeon, y tambien hácia el campamento de Kerbogá.
Entonces el temor y decaimiento se apodera de todas las clases del ejército infiel, que so retira de
todos los puntos confusa y precipitadamente. Las trompetas y tambores les llaman al combate, y los
mas valientes buscan el reunirse en una colina mas allá de una profunda torrentera; los cruzados, llenos
de ardor, salvan el abismo que les separa de sus vencidos enemigos, y su triunfante espada acuchilla á

(1) Este emir, llamado Soliman, hijo deOrtok,fue el que, segun Aboulfarage, mostro grande \elor en el ejercito musul-
n.an. Guillermo de Tiro parece haberle confundido con Kilig-Arstan , sultan de Nicea , que- íl llama Soliman, y que deuia
hallarse entonces en el Asia Menor , ocupado en defender sus estados contra los griegos y contra los nuevos guerreros que
M-niun cada dia de Occidente Véase Mr. VVilkeu, Comentario de BMs crucialorum, p. 2" ¡
LIBRO TERCERO.-1 097-1 098, 97
lodos cuantos se atreven á resistirse, dispersándose los demás y salvándose en los bosques y precipicios;
y bien pronto las montañas , las llanuras y la orilla del Oronte , se vieron cubiertas de fugitivos mu
sulmanes , que habian ya abandonado sus estandartes y arrojado las armas.
Kerbogá que habia ya anunciado la derrota de los cristianos al calila de Bagdad y al sultán de Persia,
marchó hacia el Eufrates, escoltado por un corto número de sus mas fieles soldados. Muchos emires
habían huido , antes que concluyese la batalla. Tancredo y algunos otros, montados en los caballos de
los enemigos, persiguieron hasta que anocheció á las tropas de Alepo, de Damasco, del emir de Jeru-
■salen y á los restos dispersos del ejército de Kerbogá. Los vencedores incendiaron los atrincheramientos
detrás de los cuales se habia refugiado la infantería enemiga, y un gran número de musulmanes pe
reció en medio de las llamas. .
Según relación de muchos historiadores contemporáneos, los infieles habian dejado cien mil hombres
sobre el campo de batalla. Cuatro mil cruzados perdieron la vida en esta gloriosa jornada y fueron ele
vados á la categoría de mártires.
Los cristianos encontraron la abundancia en las tiendas de sus enemigos. Quince mil camellos y un
gran número de caballos cayeron en su poder, y según cuenta Alberto de Aix, se encontraron también
un buen número de manuscritos que describían las ceremonias de los musulmanes en caracteres abo
minables, sin duda en árabe. Pasaron la noche en el campo , admirando con placer el lujo de los orien
tales , y recorrieron con sorpresa la tienda del príncipe de Mossoul , en donde por todas parles brillaba
el oro y las piedras preciosas , la que formando largas calles, y teniendo á sus flancos altas torres pa
recía mas bien una ciudad fortificada (I). Fueron menester muohos días para trasportará Antioquía los
despojos de los vencidos. Entre aquellos se encontraron muchas cuerdas y cadenas de hierro destinadas
a los soldados cristianos, en el caso que hubiesen sucumbido en la batalla.
El aspecto interior del campo de batalla de los turcos, después de la victoria, demostraba bien cla
ramente que habian desplegado mas fausto y magnificencia que verdadero valor. Los antiguos guerreros,
compañeros de Maleck-Schah , habian perecido casi todos en las guerras civiles , que desde muchos años
desolaban el imperio de los Seldjoucidas. El ejército que se mandó para socorrer á Antioquía estaba
compuesto de tropas bisoñas , organizadas á toda prisa , y contaba bajo sus banderas á individuos de
naciones rivales , siempre dispuestos á tomar lar armas los unos contra los otros. Debe añadir la histo
ria á todo esto , que los veinte y ocho emires que acompañaban á Kerbogá , estaban enteramente desu
nidos y apenas reconocían la autoridad de jefe alguno (2).
Los diferentes cuerpos de su ejército combatían sobre un solo punto , prestándose un mutuo apoyo,
mientras que Kerbogá había dividido sus fuerzas. En esta batalla y sobre todo en las circunstancias que
la precedieron , el príncipe de Mossoul mostró mas presunción que habilidad , puesto que la lentitud de
su marcha hizo que se perdiese la ocasión ú oportunidad de socorrer á Acciano y de sorprender á los
cruzados.
Debe notarse que los francos obtuvieron la victoria en estas circunstancias, por lo mucho que temían
una derrota, pues como habian perdido sus caballos, estaban acostumbrados á pelear á pié (3), y la
caballería musulmana no pudo triunfar de una infantería aguerrida con los peligros y trabajos del sitio
de Antioquía.
Muchos cruzados atribuyeron la victoria obtenida sobre sus enemigos á la invención de la santa lanza.
Raimundo de Agiles asegura , que los enemigos no se atrevían á acercarse á los batallones en medio
de los que brillaba esta milagrosa arma. Alberto de Aix añade que al aspecto de la lanza , Kerbogá
quedó aterrorizado , pareciendo haber olvidado la hora de la batalla.
El monje Roberto cuenta un hecho que no es menos maravilloso, á saber, que en el calor de la refriega
se vió descender una milicia celeste cubierta de blanca armadura, y mandada por los mártires san Jorge,
san Demetrio y san Teodoro. Estas visiones que se esplicaban al ejército cristiano, y que este creia entonces

(1) Esta tienda podía contener cerca de dos mil personas. Bobemundo la envió a Italia, en donde se ha conservado du
rante mucho tiempo.—{%) Kemal-eddin. i Biblioteca de las Cruzadas, t. IV.)—¡3) El religioso Roberto , hablando de una acción
dada contra los musulmanes durante el primer sitio de Antioquía, hace notar que el enemigo mató menos soldados de ia-
fantería que de caballería. Esta observación es digna de llamar la atención de los ilustrados lectores.
13
98 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
como verdades, demuestran sobradamente el entusiasmo y credulidad que reinaba entre los peregrinos; y
esta credulidad y entusiasmo que los habia conducido al último estremo de la miseria y de la desesperacion
contribuyó sin duda á hacerlos invencibles, y en esto es preciso ver el milagro verdadero.
Cuando el peligro hubo pasado, la santa lanza, que tanta confianza habia inspirado á los cruzados du
rante la batalla, no escitó ya su veneracion y perdió su maravillosa influencia. Como habia quedado en
manos del conde de Tolosa y de los provenzales proporcionando á estos gran cantidad de ofrendas, las demás
naciones no quisieron permitirles las ventajas de un milagro que aumentaba su consideracion y riquezas;
no se lardó pues, como veremos luego, en suscitarse dudas sobre la autenticidad de la lanza que habia obra
do tan grandes prodigios, y el espiritu de rivalidad hizo lo que la razon habria hecho en un siglo mas ilus
trado.
La victoria de Antioquia pareció un acontecimiento tan estraordinario á los musulmanes, que muchos
abandonaron la religion de su Profeta. Los que defendian la ciudadela, llenos de sorpresa y de terror, se rin
dieron á Raimundo el dia mismo de la accion. Trescientos abrazaron la fé del Evangelio, y muchos otros
fuéron á publicar por todas las ciudades de la Siria, que el Dios de los cristianos era el verdadero
Dios. Tal era el terror que se habia apoderado del ejército infiel, despues de la victoria de Antioquia,
que si los cristianos marchan en seguida sobre Jerusalen, no se les hubiera puesto resistencia alguna.
1 Despues de esta memorable jornada , los turcos no hicieron esfuerzo alguno para contener á los cruzados.
La mayor parte de los emires de la Siria, que se habian repartido los despojos del sultan de Persia, mi
raban la invasion de los cristianos" como un azote pasajero, y sin calcular las consecuencias que podia acar
reará la causa del islamismo. Encerrados los musulmanes dentro de sus plazasfuertes, esperaban, para res
tablecer su dominacion y proclamar su independencia, que esta violenta tempestad fuéseá descargar á otro
punto. El vasto imperio fundado por Togrul, Alp—Arslan, Maleek-Schah, imperio formado á mediadosdel
siglo once, cuyo súbito acrecentamiento habia alarmado á Constantinopla y llevado el espanto hasta los pue
blos de Occidente, debia ver muy pronto elevarse sobre sus ruinas otros estados ; porque segun la es-
presion de un historiador, se hubiera dicho que Dios se complacia en demostrar, cuán poca cosa era la
tierra á sus ojos haciendo pasar de mano en mano, como juguete de niño, á un imperio que era monstrueso
y que parecia amenazar al universo entero.
El primer afan de los cruzados despues de la victoria fué el de poner, si se puede decir asi, á Jesucristo
en posesion del paisque acababan de conquistar, y restablecer su culto en Antioquia. La capital de la
Siria tuvo repentinamente una nueva religion y fué habitada por un nuevo pueblo , siendo empleados
una gran parte de los despojos de los infieles en la reparacion de las iglesias que habian sido convertidas
en mezquitas. Los griegos y latinos confundieron sus votos y sus cánticos, pidiendo juntos al Dios de los
cristianos que los condujera á Jerusalen (1).
Los jefes del ejército se reunieron en seguida para dirigir á los principes y á los pueblos de Occidente una
carta en la que se daba cuenta de sus trabajos y hazañas. Jamás se ha visto una alegria y un entu
siasmo igual al que los dominaba , porque ya sea que vivamos óque muramos, decian, pertenecemos al Señor; y
á fin de no neutralizar la alegria que debian causar sus victorias, tuvieron cuidadode disimular las pérdidas y
los desastres esperimentados por el ejército cristiano. El patriarca de Antioquia y los jefes de la Iglesia latina,
que escribian á Europa, lo hicieron en el mismo sentido; sin embargo, como al mismo tiempo pedian muchos
refuerzos para el Asia, dejaron adivinar lo que trataban de ocultar. Venid, decian á los fieles del Occidente,
venid á combatir en las filas de la milicia del Señor; y que en todas las familias donde haya solo dos hom
bres, el mas fuerte empuñe las armas. Que todos los que han tomado la defensa de la cruz, y que no han
partido se apresuren á hacerlo á fin de cumplir sus votos; y si no vienen á ponerse al lado de sus hermanos
los cruzados, que sean repelidos dela sociedad de los fieles, que la maldicion del cielo caiga sobre sus cabezas,
y la Iglesia les niegue tierra sagrada para su sepultura.
De esta manera hablaban los jefes y pastores del pueblo cruzado (2) enviando al mismo tiempo á Constanti
nopla una embajada compuesta de Hugo conde de Vermandois y de Balduino conde de Hainaut. El objeto de

(1) Alberto de Aix habla estensamente dela restauracion de las iglesias en Antioquia.— 2) Véanse las cartas de los cruzados,
en las piezas justificativas de la obra.
LIBRO TERCERO.— 1097-1098. 99
esta era el de recordar al emperador Alejo la promesa que habia hecho de acompañar á los cristianos oon un»
ejército á Jerusalen. El conde de Hainaut, que marchó primeramente, al pasar ó atravesar las montañas ve
cinas de Nicea, fué sorprendido y atacado por los turcomanos y la historia no ha podido descubrir cuál fué su
fin. El conde de Vermandois, sabedor de la desgraciada suerte de su compañero, ocultóse en un bosque y así
logró sustraerse á la persecución de los bárbaros.' Este príncipe llegó á Constantinopla, y olvidóse di los sol
dados de Jesucristo, siendo así que era su embajador, sin dignarse siquiera darles cuenta de su misión. Ya fue
ra que temiese volver al ejército en donde ya no podia sostener el brillode su rango, ya que los trabajos y pe
ligros de !a guerra santa hubieran enervado su valor, ello es que tomó la vergonzosa resolución de volver á
Occidente en donde su deserción hizo que se le comparase con el cuervo del arca.
Sin embargo los peregrinos rogaron encarecidamente á sus jefes, que les condujeren á la santa ciudad,
estando persuadido el pueblo fiel que el terror de las armas cristianas les abriría paso en todas partes, v
que en el camino que tenian que andar, no se encontraría una sola ciudad que les arrojara una piedra.
Entonces se echó de ver cuan difícil es efectuar una empresa cuya realización exige el concurso de muchas
voluntades. En el consejo de los jefes, cada cual opinaba de distinta manera; en vano los mas esperimenla-
dos encarecían la necesidad de no dar tiempo al enemigo para rehacerse y concentrar sus fuerzas. Lps
príncipes y los barones que hasta entonces lo habian sobrellevado todo con resignación, temieron de repente
los rigores de la estación y resolvieron permanecer en Anlioquía hasta los primeros dias del otoño.
Entrelos motivos que impulsaron á los jefes del ejército cristiano á tomar tan inesperada resolución,
habia sin duda algunos que no les favorecían mucho. Debe creerse que la vista de las ricas comarcas de
la Siria, y los ejemplos de Bohemundo hecho príncipe de Anlioquía, y de Balduino dueño de Edessa, ha
bia dispertado su ambición haciéndoles olvidar algunas veces el piadoso fin de su empresa.
Bien pronto los cruzados tuvieron que arrepentirse de la determinación que habian tomado. Una en
fermedad contagiosa diezmó horriblemente el ejército. Solo se veía en Antioquía , dice un antiguo cro
nista . funerales y entierros , y la muerte desplegaba su guadaña como pudiera hacer en los dias mas
sangrientos de la guerra. La mayor parte de las mujeres y pobres que seguían al ejército, fueron las pri
meras víctimas de este azote. Un gran número de cruzados que llegaban de Alemania y de todas las
partes de Europa , encontraron la muerte á su llegada á Antioquía , y la epidemia mató , en cosa de un
mes , á mas de cincuenta mil peregrinos ; teniendo que llorar los cristianos la pérdida de muchos jefes,
entre ellos' la de Enrique de Asques , Beinaldo de Amerbach , y muchos otros que habian dado dias do
gloria á las armas cristianas. En medio del luto general, el obispo de Puy , que era el consuelo de los
cruzados en sus penas , fué también víctima de su celo , y murió como el jefe de los hebreos, sin haber
visto la tierra prometida. Tal era el imperio que ejercía un solo hombre sobre la multitud de los cru
zados . que mientras Adhémar vivió, se respetaron las leyes y el Evangelio, reinando la unión entre
los caudillos, pero apenas hubo bajado al sepulcro , ya no se conoció la justicia en el ejército, y la paz
no presidió jamás los consejos de los príncipes (1).
Los restos del célebre obispo fueron depositados en la iglesia de San Pedro de Antioquía , en el mismo
sitio donde fué hallada la milagrosa lanza. Todos los peregrinos, de los cuales era un padre y á quienes
alimentaba , según la espresion de un contemporáneo, de cosas del cielo, asistieron á sus funerales, der
ramando copiosas lágrimas. Los jefes escribieron al papa , anunciándole la muerte de su legado apostó
lico , solicitando al mismo tiempo de Urbano , que se dignase venir á ponerse á la cabeza del ejército,
para bendecir sus banderas y restablecer la unión y la paz.
La vista del azote que devoraba al ejército cristiano, cuyos desastres aumentaban de dia en dia, no
pudo contener los efectos de la ambición y de la discordia. El conde de Tolosa , que veía con disgusto la
suerte de Bohemundo, rehusó entregar á este la ciudadela de que se habia apoderado el dia que los
cristianos destruyeron al ejército de Kerbogá; y á fin de dar á su inobediencia un colorido de lealtad y
de justioia , recordó el juramento que el príncipe de Tarento habia hecho al emperador Alejo , echándole
en cara de haber faltado á la fé jurada , reteniendo en su poder una ciudad conquistada para los peregri-
(1) El Tasso hace morir á Adhémar en el sitio de Jerusalen, y pretende que una mujer le quitóla vida. Algunos escritores atri
buyen al obispo Adhémar el cántico: Salce Regina. Los obispos de Puy, sus sucesores, llevan en sus armas la espada y el bácu
lo. También añaden que los canónigos de la ciudad llevan todos los años el dia de Pascua un forro de pieles en forma de
coraza.
1 00 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
nos. Por oda parte, Uohemundo hacia patente la desmesurada ambición y mal carácter de Raimundo,
amenazándole con que emplearia la fuerza para apoyar todos los derechos que le habia dado la victoria.
Un dia que los príncipes y jefes del ejercito cristiano, reunidos* en la basílica de San Pedro, se ocupaban
en arreglarlos negocios de los cruzados, fué interrumpida Ta sesión por las mas virulentas cuestiones.
A pesar de la santidad del lugar, Raimundo dio en medio del consejo rienda suelta á su despecho yfe-
senlimiento. Al pié mismo de los altares de Jesucristo, Rohemundo no escusó tampoco dos falsas promesas
para atraer á los demás jefes á su partido , y renovó muchas veces un juramento , que no queria cum
plir , cual era el de seguirlos á Jcrusalen.
Para contener los progresos del contagio, y prevenir la falla de víveres, los príncipes y barones de
cidieron, de común acuerdó , salir con sus tropas de Antioquía , é ir á hacer algunas escursiones por las
provincias vecinas. Rohemundo condujo sus guerreros á la Cilícia , en donde se apoderó de Tarso , de
Malmistra , y do otras muchas ciudades que reunió á su principado. Las tropas de Raimundo avanza
ron por la parte de la Siria, y plantaron su victoriosa bandera sobre los muros de Albarca cuyos habi
tantes fuéron pasados á cuchillo. Guillermo de Tiro cuenta que la ciudad de Albarca fué confiada por
Raimundo á Guillermo deTillet, caballero provenzal , dándole siete lanzas y treinta hombres de infan
tería , portándose tan bien , según añade el mismo historiador , que bien pronto tuvo bajo sus órdenes
otros cuarenta caballeros y ochenta infantes. La Siria, que ya no tenia mas ejército musulmán para su
defensa , quedó cubierta por los estandartes de la cruz ; no se-yeia por todas parles mas que bandas er
rantes que se precipitaban sobre los puntos en donde creian poder hacerse con un rico botin , dispu
tándose con las armas en la mano el fruto de su valor ó de su rapacidad, cuando les favorecía la for
tuna, y entregándose á la vez á todos los horrores de la miseria , cuando llegaban á un pais asolado, ó
en el que encontraban una resistencia que no esperaban.
Los peregrinos no cesaban de portarse con el valor acostumbrado; cada dia se hacia mención de los
hechos heroicos y de las maravillosas aventuras de los caballeros. Los señores y los barones llevaban
en su séquito los arreos de la caza y los pertrechos de guerra , y ya perseguían á los animales salvajes
en medio de los bosques , ya atacaban á los musulmanes encerrados dentro de sus fortalezas. Un guer
rero francés, llamado Guicher , se hizo célebre entre los cruzados por haber vencido un íeon. Otro ca
ballero , Godofredo de la Torre , adquirió un gran nombre, por una acción que al pronto parece increíble.
Encontró un dia en uu bosque á un león enroscado por una serpiente monstruosa , el cual llenaba el
aire con sus rugidos : Godofredo vuela al socorro del animal que parecía implorar su piedad , y con un
sablazo mata á la serpiente que se estaba cebando sobre su presa. Si se ha de dar crédito á un antiguo
cronista , cuando el león se vió libre , se acercó á su libertador como si le reconociese por amo , acom
pañándole durante toda la guerra; y después de la toma de Jerusalen , cuando los cruzados se embar
caron para volver á Europa , el reconocido animal y compañero fiel de peregrinación se ahogó en el
mar al querer seguir al buque en que iba embarcado Godofredo de Ta Tour.
Muchos cruzados, esperándola señal para marchará Jerusalen, fuéron á visitar sus hermanos que sehabian
establecido en las ciudades conquistadas. Un gran número de ellas se unieron á Ralduinopara combatir álos
musulmanes de la Mesopotamia, y proteger al mismo tiempo á su gobierno amenazado á cada instante por sus
nuevos subditos irritados por la violenta dominación de los que ejercian el mando. Un caballero llamado Foul-
que, que iba con varios amigos suyos en busca de aventuras, recorriéndolas orillas del Eufrates, fuésorpren-
dido y muerto por los turcos, su mujer, que iba también en su compañía, fué conducida á la presencia del
emir de Hazart ó Ezaz, ciudad del principado de Alepo. Como era de una belleza estraordinaria, enamoróse de
ella unode los principales oficiales del emir, pidiéndola poresposa á su jefe. El oficial, enamorado ciegamente
de una mujer cristiana, evitó el combatir con loscruzados, y sin embargo celoso de cumplir sus deberes para
con el emir, hizo varias escursiones sobre el pais del príncipe de Alepó, contra el que el emir había tomado las
armas. Redouan quiso vengarse, ysepuáoen marcha con un ejército de cuarenta mil hombres para atacará
la ciudad de Ezaz. Entonces el oficial que acababa de casarse con la viuda de Foulque, aconsejó al emir el
implorar el socorro de los cristianos.
El emir hizo proponer una alianza á Godofredo de Rouilíon quien vaciló, pero instado nuevamente por el
príncipe musulmán, el qucá fin de disipar la menor duda que pudiesen abrigar los príncipes cristianos, envió
-
LIBRO TERCERO — 1097-1098. 101
en rehenes á su hijo Mahométo, fué firmado el tratado. Dos palomas, dice un historiador latino, con una carta
llevaron la noticia al emir, anunciándole al mismo tiempo la próxima llegada de los cristianos (1). El ejérci
to de Alepo fué batido varias veces por Godofredo y obligado á abandonar el territorio de Ezaz que empezaba
á entregar al saqueo.
Poco tiempo despues de esta espedicion el hijo del emir murió en Antioquia de la enfermedad epidémica que
desolaba á los peregrinos de Occidente. Godofredo hizo, segun las costumbre de los musulmanes, envolver
el cuerpo del jóven principe en una rica tela de púrpura y lo envióá su padre. Los diputados que acompaña
ban al fúnebre convoy tenian el encargo de manifestar al principe musulman el sentimiento de Godofredo, y
al mismo tiempo hacerle presente que este habia esperimentado el mismo pesar por la muerte del jóven Ma
hometo, como si hubiese fallecido su hermano Balduino.
Los cruzados gastaron mucho tiempo en empresas que ninguna ventaja real les proporciona ron, dejando pa
sar la época oportuna para emprender su marcha á Jerusalen. La mayor parte de los jefes estaban diseminados
por las comarcas vecinas. Para diferir su marcha habian alegado antes los rigurosos calores del verano, y mas
tarde decian que no podian tampoco hacerlo á causa de las lluvias y delos rigores del invierno que se acercaba.
Este último motivo, aunque parecia mas razona ble que el primero, no bastó sin embargo para calmar el ardor
impaciente de los peregrinos; y como el pueblo á causa deesta guerra religiosa, estaba siempre dispuesto á bus
car la regla de su conducta en las visiones milagrosas y en la aparicion de cuerpos celestes, y no en las luces de
la razon y de la esperiencia, un fenómeno estraordinario, que se ofreció entonces á los ojos de los soldados de
la cruz, llamó toda su atencion conmoviendo vivamente sus crédulos espiritus. Los cruzados que guardaban
las murallas de Antioquia vieron durante la noche una masa luminosa fija en un punto elevado del espacio,
pareciéndoles , segun la espresion de Alberto de Aix, que todas las estrellas se habian reunido en un punto
que no tenia mas estension que la que coge un jardinde tres fanegas de tierra. Estas estrellas, dice el mis
mo historiador, despedian una luz vivisima y brillaban como los carbones de un horno. Permanecieron lar
go rato suspensas sobre la ciudad; pero el circulo que parecia contenerlas perdió su forma y los cuer
pos luminosos se perdieron por los espacios. Al aspecto de este prodigio, los guardias y centinelas pro-
rumpieron en grandes gritos , corriendo á dispertará los cristianos de Antioquia. Todos los peregrinos
que habian salido de sus casas, encontraron en este fenómeno un señal evidente de la voluntad del
cielo; los unos creyeron ver en las estrellas reunidas la imagen de los musulmanes, que se habian reu
nido en Jerusalen, y quedebian dispersarse á la aproximacion delos cruzados, otros igualmente llenos de
esperanza, veian á los guerreros cristianos reunirse victoriosamente y subdividirse por el territorio para
conquistar las ciudades arrebatadas al culto y al imperio de Jesucristo ; pero muchos peregrinos no se
abandonaban á estas consoladoras ilusiones. En una ciudad cuyo pueblo tenia mucho que sufrir y vivia
muchos meses hacia, entre los estragos de la muerte , el porvenir debia presentarse con colores mas
tristes y sombrios. Todos los que sufrian y habian perdido la esperanza de perder á Jerusalen , no
vieron en el fenómeno que se presentó á sus ojos, mas que el espantoso simbolo de la multitud de pere
grinos que disminuia cada dia y que iba bien pronto á desaparecer como la luminosa nube que se habia
visto en el cielo. Sin embargo, dice sencillamente Alberto de Aix, las cosas tomaron un giro mucho mejor
delo que se esperaba; porque poco tiempo despues, los principes regresaron á Antioquia y emprendieron
la campaña, abriéndoles la victoria la puertas de muchas ciudadesdela alta Siria.
La mas importante de sus espediciones fué el sitio y toma deMarrah, situada entre Hamath y Alepo.
Raimundo fué el que se presentó delante de esta ciudad, y los condesde Normandia y de Flandes vinie
ron á reunirse con él, llevando todas sus tropas. El miedo de esperimentar la misma suerte de los habi
tantes de Antioquia habia hecho que toda la poblacion acudiese á las murallas amenazadas , con la fir
me resolucion de defenderse. La esperanza de apoderarse de una rica ciudad habia animado á los soldados
cristianos. Cada dia los sitiadores planteaban las escaleras al pié de las murallas: y multitud de dardos, pie
dras y betun inflamado caian sobre sus cabezas. Guillermo de Tiro añade que arrojaban de lo alto de las

it; Algunos inteligentes aseguran que los mensajes por medio de palomas no se remontan mas alla del reinado de Nured-
dino ; es verdad que bajo el gobierno de este principe se organizaron las postas regulares servidas por palomas. Este medio
de comunicacion es muy antiguo en Oriento , solo que no estaba en uso como servicio regular.
102 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
torres, cal viva y colmenas llenas de abejas. Los sangrientos combates se renovaron durante algunas se
manas; pero al fin el estandarte cristiano ondeó sobre las torres de la ciudad. Como la porfiada resistencia
de los musulmanes y los ultrajes prodigados, durante el sitio, a la religión de Cristo habian irritado á los
cruzados, toda la población, retirada á las mezquitas ó encerrada en los subterráneos, fué pasada á cuchillo.
En medio de una ciudad que habia perdido todos sus habitantes , bien pronto faltaron los víveres á los
vencedores; y como si el cielo hubiese querido castigar el esceso de su barbarie , solo encontraron para sa
ciar su hambre los cadáveres de los que habian muerto al filo de su espada, pareciendo increible, el que
muchos cruzados se sometieran sin repugnancia á esta terrible necesidad.
De aquí es que las reflexiones de los cronistas son mucho mas curiosas que los acontecimientos de que
hacen mérito. Alberto de Aix estrafia que los cruzados hubiesen . comido la carne de los musulmanes muer
tos; pero estraña mucho mas que hubiesen comido carne de perro. Baudri, arzobispo de Dola, pretende jus
tificar á los cruzados, diciendo que el hambre que los atormentaba, era para defender la causa de Jesucris
to, y que esta consideración debia servirles de escusa. Por lo demás los soldados cristianos hacían todavía
la guerra á los infieles devorándoles de esta manera (1).
La historia no puede pasar en silencio, que en medio de estas desgarradoras escenas, los príncipes cris
tianos se disputaban porfiadamente la ciudad, cuya conquista les habia costado tanta sangre, reducién
dolos á tan fatal estremo. Entre los cruzados, las súplicas y las amenazas se confundían con los gritos que
les arrancaba el hambre. Bohemundo, que habia tomado parte en el sitio , queria reservarse para sí un
cuartel de la ciudad conquistada; Raimundo pretendía que Marrahdebia perlenecerle por entero; reuniéndo
se los príncipes y barones cerca de Rugia con el (jbjeto de restablecer la unión entre ellos, cosa que no pu
dieron lograr. Pero Dios, que era el verdadero jefe de la grande empresa, dice el padre Meimbourg, re
construyó por medio del celo de los débiles y pequeños, lo que la pasión de los grandes y poderosos habia
destruido. Los soldados se indignaron al fin, de verter su sangre en defensa de miserables cuestiones,
siendo así que solo habian jurado verterla por la sagrada causa. «¡Ah, decían los peregrinos; siempre cues
tiones , siempre disputas por Antioquía y por Marrah (2).» Mientras que prorumpian en quejas y lamentos,
llegó á sus oidos que Jerusalen acababa de ser tomada por los egipcios, los que se habian aprovechado de
la derrota de los turcos y de la funesta lentitud del ejército cristiano, para invadir la Palestina (3).
Semejante noticia aumentó el descontento de los cruzados, acusando altamente á Raimundo y á todos
sus jefes de haber hecho traición á la causa de Dios; y manifestaron al propio tiempo el proyecto de bus
carse jefes que no tuviesen otra ambición que la de guardar sus juramentos, y conducir el ejército á la
Tierra Santa.
El clero amenazó á Raimundo con la cólera divina; sus mismos soldados lo hicieron también diciéndo-
le que abandonarían sus banderas ; en fin todos los cruzados que se hallaban en Morrah resolvieron
demoler las fortificaciones y torres de la ciudad. El entusiasmo del pueblo era tan grande , que se vió
á los enfermos y achacosos subir , con el apoyo de un bastón , sobre las murallas, y arrancar y ha
cer rodar por el foso , piedras que tres pares de bueyes no hubieran podido llevar. Al mismo tiempo,
Ta ncredo tomaba la ciudadela de Antioquía, reemplazándola bandera del conde de San Gil con la de
Bohemundo. Se quedó aislado para el sosten de sus pretensiones, probó en vano de atraerse á los je
fes, poniendo á su disposición cuantos tesoros tenia , no logrando tampoco acallar los murmullos del pue
blo, á pesar de haberle distribuido los despojos de las ciudades vecinas; pues fueron tan insensibles á sus
dones como á sus ruegos. Obligado en fin á acatar el voto del ejército , pareció ceder á la voz de Dios.
Después de haber mandado incendiar la ciudad de Marrah, salió Raimundo al resplandor de las llamas,
descalzo y derramando lágrimas de arrepentimiento; y en presencia del clero, que cantaba los salmos de
la penitencia, abjuró de su ambición, y renovó el juramento , hecho tantas veces y tan á menudo olvidado,
de libertar el sepulcro de Jesucristo.

( i] Raúl de Caen espresa el horror que le inspira la bárbara conducta de los cristianos; pero añade: Estos hombres eran lo
mismo quo perros, lomudo homines srd caninos. (Biblioteca de las Cruzadas t. I.)—(2) Raimundo de Agiles, 1. 1. de la Biblioteca
de las Cruzadas.—(3) El cronista alemán Eckkard es casi el único historiador latino déla cruzada que ha hablado con detalles
de la loma do Jerusalen por los egipcios. jBibliolcca de las Cruzadas]. Alborto de Aix dice que el número ó fuerza de los turcos
en Jerusalen , cuando la ocuparon los egipcios, ascendía tolo a trescientos hombres.
LIBRO TERCERO.— 1097-1098. 103
Dióse al ejército cristiano la señal de marcha. Tancredo y el duque de Normandia seguían al conde
de Tolosa , impacientes por cumplir sus votos ; de todas partes los cristianos y los musulmanes del pais
acudían delante de los cruzados , implorando los unos su socorro , y los otros su misericordia ; los
peregrinos recibían de los puntos por donde transitaban , víveres y tributos que no les costaban combate
alguno , esperimentando la mayor satisfacción en medio de su marcha triunfal , cuando vieron el regreso
de un gran número de prisioneros cristianos cuya muerte habían llorado , y que los musulmanes se apre
suraban á poner en libertad. Los compañeros de Raimundo , de Roberto y de Tancredo , no tomaron el ca
mino recto para ir á Jerusalen : ellos se habian dirigido á llama, la antigua Epifanía, á Emero, llamado hoy
dia Horm, y aproximándose en seguida al mar, fuéron á sitiar á Archas , plaza situada al pié del Líbano,
á algunas leguas de Trípoli.
Sin embargo los otros príncipes que permanecieron en Anlioquía , no se disponían á emprender la
marcha, despreciando las súplicas de los peregrinos. Cada uno esperaba el ejemplo de los otros, permane
ciendo de esta manera en la inacción. Godofredo que habia pasado á Edcsso para ver á su hermano Baldui-
no , á su regreso solo oyó la gritería de los cruzados , que deploraban la ociosidad en que se les tenia y
pedían marchar á Jerusalen. «¿No Ies basta, decian ellos, á los que Dios ha encargado el conducirnos y guiar
nos, el.habernos tenido arrestados aquí mas de un año, habiendo perecido en este plazo doscientos mil sol
dados de la cruz? ¡Perezcan todos cuantos quieran permanecer en Anlioquía, como han perecido sus infieles
habitantes ! Puesto que cada conquista es un obstáculo á nuestra santa empresa, sean entregadas á las lla
mas Anlioquía y las demás ciudades conquisladas por nuestras armas; démonos jefes que no tengan mas am
bición que la nuestra , y marchemos bajo la protección de Cristo por el que hemos venido. Pero si Dios á
causa de nuestros pecados rechaza nuestros votos y nuestros sacrificios, apresurémonos á regresará nues
tro pais, antes que el hambre acabe con nosotros.» En vano estas quejas resonaban por todo el ejército cris
tiano; el duque de Lorena y los otros jefes titubeaban en dar 4a señal de la marcha. La mayor parte de
los peregrinos que toda especie de retardo les desesperaba , no pensaron desde entonces en otra cosa que
en abandonar la Siria para regresar á Occidente, viéndose el consejo supremo en la precisión de colocar
* centinelas en todos los puertos vecinos á fin de detener á todos los que se presentasen para embarcarse.
Finalmente no pudiendo los jefes resistir á las vivas instancias de la multitud , determinaron que el ejército
partiría de Anlioquía á los primeros días de marzo.
Cuando llegó el plazo marcado , Bohemundo acompañó á Godofredo y al conde de Flandes hasta Laodi-
cea, hoy Laltaquia; pero apresuróse á regresará Anlioquía, temiendo siempre el perder su principado.
Estando el ejército cristiano en Laodicea vió reunírsele bajo sus banderas á un gran número de cru
zados que se habian retirado á Edesso y á Cilicia, habiendo llegado algunos de Europa. Entre estos últimos
se notaban muchos caballeros ingleses, compañeros antiguos de Harold y de Edgardo Adeling (1 ). Estos no
bles guerreros, vencidos por Guillermo el Conquistador y desterrados de su patria, venían á olvidar sus des
gracias bajo el estandarte de la guerra santa, y no conservando ya esperanza alguna de libertad en su na
ción, marchaban con un piadoso celo á salvar el Santo Sepulcro.
Esperando la llegada de Godofredo y de sus compañeros, Raimundo habia empezado á sitiar la plaza de
Archas, y para inflamar el entusiasmo de sus soldados y asociarlos á los proyectos de su ambición, les
prometió el saqueo de la ciudad y el rescate de doscientos prisioneros cristianos. Era tal la disposición
de los ánimos entre los cruzados, que cada ciudad que se les presentaba á la vista les hacia olvidar á
Jerusalen. Godofredo y el conde de Flandes siguieron el camino que conduce á las ciudades de Gabala,
(hoy Djebalt), Meraclea (Marakiá) , Valenia (Bernias), y Tortosa (la antigua Antaradus), esta última ciudad
estaba ya en poder de Raimundo Pelel. Varios ríos salidos del Líbano fertilizan estos diversos países (2).
Se acusaba á Raimundo de haber recibido seis mil monedas de oro, para librar á una ciudad mu
sulmana do los peligros de un sitio, y cuando todo el ejército se encontró reunido bajo las murallas
de Archas, Godofredo y Tancredo echaron en cara al conde de Tolosa el haberles desviado de su em
presa por medio de la mentira y de la traición.
Los guerreros cristianos continuaron sitiando á Archas. La ciudad estaba edificada sobre elevados

i, Orderico Vital.— ;i] Correspondencia de Oriente, l. VI, carta CLX.


104 I1ISTOKIA DE LAS CRUZADAS.
peñascos, y sus murallas parecian inaccesibles. Los sitiadores creian que el hambre diezmaria á los si
tiados, pero no tardaron mucho aquellos en esperimentar todos los horrores que son consiguientes á la
falta de viveres. Los cruzados mas pobres se vieron en la necesidad, como en el sitio de Antioquia, de
tener que alimentarse de plantas y yerbas salvajes que disputaban á los animales. Los que podian
combatir, iban á talar los paises vecinos y vivian del pillaje, pero los que por su edad , por su
sexo, ó por sus enfermedades no podian sostener el peso de las armas, no les quedaba otro re
curso que la caridad de los soldados cristianos. El ejército vino á su socorro y] le dió una parte del
botin hecho á los infieles.
Muchos cruzados sucumbieron á causa de las fatigas del sitio, no menos que de hambre y de en
fermedades, pereciendo otros á causa de las heridas que habian recibido; siendo muy sentida la pér
dida de Pons de Balasun, quien por su talento se hizo un gran nombre en el ejército cristiano, ha
biendo escrito junto con Raimundo de Agiles , la historia de los principales acontecimientos de las
cruzadas. No dejó de llorar tambien el ejército cruzado la muerte de Anselmo de Ribaumont , conde
de Bouchair, de quien hablan los cronistas con ventaja , por su talento, piedad y valor (1). La pér
dida de este caudillo fué acompañada de maravillosas circunstancias, segun cuentan los historiadores
contemporáneos, las que en nuestro siglo se calificarian de invencion poética.
Un dia (seguimos la relacio/i de Raimundo de Agiles) Anselmo vió entrar en su tienda al jóven
Angelram, hijo del conde de San Pablo, muerto en el sitio deMarrah. «¿Cómo puede ser, le dijo, que
vos vivais, siendo asi que yo os he visto morir en el campo de batalla? Vos debeis saber, contes
tóle Angelram, que los que combaten por Jesucristo no mueren jamás. Pero ¿de dónde procede, re
plicó Anselmo, esta brillantez desconocida que os rodea?» Entonces Angelram levantando los ojos al
oielo, señaló en el espacio un palacio de cristal y diamantes, diciendo : «De alti procede la radiante
luz que os ha sorprendido; alli está mi habitacion y alli mismo se os prepara otra mas hermosa
todavia para vos que vendreis á habitarla muy pronto. Adios , mañana nos veremos.» Diciendo
estas palabras , añade el historiador , Angelram volvióse al cielo. Anselmo vivamente impresionado
con esta aparicion , hizo llamar al dia siguiente á varios eclesiásticos , recibió los sacramentos, y
a"un cuando disfrutaba de buena salud , se despidió de sus amigos , diciéndoles que pronto dejaria
á este mundo en el que se habian conocido. Los enemigos hicieron , al cabo de pocas horas , una
salida, y Anselmo corrió espada en mano á batirlos, pero le hirió en la frente una pedrada , la que,
segun dicen los historiadores , le envió al cielo á habitar el bello palacio construido para él (2).
Esta maravillosa relacion, que los peregrinos tuvieron por veridica, no es la única de este género, que
la historia ha recogido; siendo ya por demás consignar aqui que la estrema miseria á que se hallaban re
ducidos los cruzados les hacia cada dia mas supersticiosos y mas crédulos.
En medio de una multitud entregada á la indisciplina y á la licencia, la supersticion era un medio de hacer
se obedecer ; los condes y barones se veian precisados á exaltarla imaginacion de los soldados, á fin de con
servar su autoridad; pero como las pasiones y las rivalidades reinaban poderosamente en el ejército cru
zado, mientras los unos formaban su autoridad en los milagros, los 'otros se mostra'ban casi incrédulos
por espiritu de oposicion y de envidia, es decir, que cada uno seguia la bandera del partido á que perte
necia .
Durante el sitio de Archas empezaron á suscitarse dudas entre los cruzados, acerca del descubrimiento
de la santa lanza cuya vista habia enardecido el valor de los cruzados en la batalla de Antioquia. El
campo de los sitiadores se vió de repente dividido en dos grandes partidos, animados los unos contra los
otros. Arnaldo de Rohes, hombre de malas costumbres segun Guillermo de Tyro, pero muy versado en
la historia y en las letras, fué el primero que se atrevió á disputar abiertamente la verdad del prodigio.
Este eclesiástico, capellan del duque deNormandia, arrastró á su partido á todos los normandos y á los" cru
zados del norte de Francia: los del mediodia siguieron á Bartolomé, sacerdote de Marsella, adicto al conde

(1) Anselmo de Ribaumont ha dejado una carta muy curiosa [BiUiotecadelas Cruzadas, t. 1.) — (2) El Tasso ha tomado de Rai
mundo de Agiles la idea del sueño de Godofredo, el que.se ve de reponte trasportado al cielo , en donde ve a Hugo, su fiel ami
go que le dice : «Aqui esta el templo del Eterno; aquí descansan sus guerreros; tu sitio esta ya fijado. » El poeta sin embargo ha
embellecido el cuadro formado por el cronista. (Vease el libro XIV de la Jerusalen libertada.)
LIBRO TERCERO.— 1097-1008, IOS
de san Gilíes. Bartolomé, hombre sencillo y que creia lo que deseaba que otros creyesen, tuvo una nueva
revelacion , y contó en ol campo de los cristianos , que habia visto á Jesucristo pendiente de la cruz , maldi
ciendo á los incrédulos, y entregando al suplicio y á la muerte de Judas, á los escépticos impios cuya orgu-
llosa razon se atrevia á escudriñar los misteriosos designios de Dios. Esta aparicion y otras muchas por el es
tilo inflamaronla imaginacion de los provenzales, quo no daban menos crédito, segun Raimundo de Agiles,
á las deposiciones de Bartolomé, qucal testimonio delos santos y de las apóstoles. Pero Amoldo scadmiiaba que
Dios solo se manifestase á un simple cura, siendo asi que el ejército estaba lleno de virtuosos prelados; y sin
negarla intervencion del poder divino, no admitia otros prodigios que los del valor y del heroismo de los
soldados cristianos.
Como el producto de las ofrendas hechas á los depositarios de la santa lanza era distribuido á los pobres,
los que abundaban mucho en el ejército, prorumpieron estos en murmullos y quejas contra el capellan del
duque de Xormandia, atribuyéndole a él y á sus partidarios todos los males que habian sufrido los cruzados.
Arnoído y sus secuaces, al contrario, atribuian las desgracias de los cristianos á sus divisiones y al espiritu
turbulento de algunos visionarios. En medio de estos debates, los cruzados delas provincias del norte echa
ban en cara á los del mediodia la falta do valor en los combates, el ser menos ávidos de gloria que de pillaje
y pasar el tiempo en adornarsus caballos y mulas (1). Estos no cesaban de reprobar á los partidarios de Ar
noído su falta de fé, sus burlas sacrilegas, y sin cesar oponian nuevasvisiones á los razonamientos de los in
crédulos. Ya acababa uno de ver á san Marcos evangelista y á la Virgen, madre de Dios, que rectificaban todo
lo que habia contado Bartolomé; ya se habia visto al obispo Adhemar, que habia aparecido con la barba me
dio quemada y el semblante triste, anunciando que habia estado algunos dias en el infierno, por haber du
dado un momento del descubrimiento de la santa lanza.
Esta relacion exaltó mas y mas los ánimos. Muchas veces la violencia viene en apoyo de las artimañas ó
de la credulidad. En fin,Bartolomé, engreido con el papel que hasta entonces habia representado, y tal vez con
las narraciones milagrosas desus partidarios, que podian aumentar sus propias ilusiones, resolvió, para ter
minar los debates, el someterse á la prueba del fuego. Esta resolucion devolvió la calma al ejército cristiano,
y todos los peregrinos fueron convocados para ser testigos del juicio de Dios. Llegado el dia señalado (era un
viernes santo), una hoguera formada de ramas de olivo fué levantada en medio de una vasta llanura. La
mayor parte de los cruzados estaban reunidos, y todo se preparaba para la prueba terrible, cuando se vió lle
gar á Bartolomé, acompañado de algunos sacerdotes, que caminaban silenciosamente, con los piés descalzos,
y revestido con sus hábitos sacerdotales. Cubierto con una sencilla túnica, el cura de Marsella , llevaba la san
ta lanza cuyo hierro estaba envuelto en una tela de seda. Asi que llegó cerca de la hoguera, el capellan del
conde de San Gilies pronunció en alta voz estas palabras : «Si este ha visto á Jesucristo cara á cara, y si el
apóstol Andrés le ha revelado la divina lanza, que pase sano y salvo al través de las llamas; y si por el con
trario ha faltado á la verdad, que sea quemado con la lanza que lleva en sus manos. » A estas palabras, todos
inclinaron la cabeza respondiendo: Hágasela voluntad de Dios (2).
Entonces Bartolomé se arrodilló, y tomando al cielo por testigo de la verdad de sus palabras, y despues de
haber suplicado al clero y á los fieles que rezaren por él, entró en la hoguera en donde dos pilas de madera
dejaban hueco suficiente para pasar.
Permaneció algunos instantes, dice Raimundo de Agiles , en medio de las llamas, y se salió por la gracia
de Dios sin quemarse la túnica ó vestido, y sin que el sutil velo que cubria la lanza del Salvador hubiese pa
decido lo mas minimo. Luego hizo la señal de la cruz con la lanza, en presencia de la muchedumbre ansiosa
de verle, y esclamó en alta voz. ¡Que Dios sea en mi ayuda! ¡Deus, adjura! Como todos querian acercarse á él
y tocarlo, por la persuasion en que estaban de que habia cambiado de naturaleza, fué atropellado violenta
mente por la multitud; sus vestidos fueron rotos, su cuerpo cubierto de cardeuales; y habria perdido la vida si
Raimundo Pelet, ayudado de algunos guerreros,, no hubiese ahuyentado á las masas, salvándole del peligro.
El capellan del conde de Tolosa acompaña su narracion con muchas citas maravillosas que creemos deber
omitir. El cronista no puede espresar bastante el dolor que esperimenta , al esplicar la desgraciada suerte

(I) Raul de Caen, que no era partidario de la lanza, y que esclamo hablando de este pretendido descubrimiento: ¡Oh fatuitas
mttica! rustidtas credula! no escusa a los provenzales, ynos ha trasmitido los reproches de quecran ohjelo en el ejercito cris
tiano. —[V Raimundo de Agiles, Biblioteca delas Cruzadas
(H y 15) li
10(J . 1IIST0R1A DE LAS CRUZADAS
do Bartolomé, que murió pocos dias despues, y estando en la agonia , no pudo menos de reconvenir á sus
mas ardientes partidarios, por haberle puesto en la necesidad de probar la necesidad de su discurso por medio
de una prueba tan tremenda.
Su cuerpo fué enterrado en el mismo lugar donde se habia levantado la hoguera. Esta porfiada credulidad
que le habia conducido hasta el punto de ser mártir desus propias visiones, hizo que su memoria fuese re
verenciada entre los provenzales; pero la mayor parte de los peregrinos se dejaron arrastrar por el juicio de
Dios, rehusando creer en los milagros que les habian anunciado, y la santa lanza cesó desde entonces de obrar
prodigios (1).
Mientras (pie los cruzados estaban reunidos debajo de las murallas de Archas, recibieron una embajada de
Alejo. El emperador griego, queriendo gobernar á los latinos, prometió seguirles á Palestina con un ejér
cito, si le daban el tiempo necesario para hacer los debidos preparativos: Alejo se quejaba en sus carias de la
falta de cumplimiento de los tratados que debian hacerle dueño de las ciudades de la Siria y del Asia menor,
que estaban bajo el poder de los cruzados; pero lo hacia sin acritud, empleando un lenguaje tan circunspec
to que daba bien a comprender que tambien tenia muchas faltas que reparar. Esta embajada fué mal acogi
da por el ejército cristiano. La mayor parte de los jefes, en lugar de justificarse de las faltas que se les
imputaban, echaron en cara al emperador su vergonzosa huida durante el sitio de Antioquia, acusándo
le de haber hecho traicion á la fé jurada á los soldados cristianos.
El califa del Cairo tenia la misma politica de Alejo. Este principe musulman seguia en relaciones con
los cruzados, las que las circunstancias hacian mas ó menos sinceras, pues estaban subordinadas al te
mor que les inspiraban sus ejércitos. Algunas veces negoció á la vez con los cristianos y con los turcos;
y aborrecia á los unos porque eran enemigos del Profeta, y á los otros porque le habian tomado la Si
ria. Aprovechándose de la decadencia de los turcos, acababa de hacerse dueño de la Palestina, y como
temblaba por sus nuevas conquistas, envió embajadores al ejército cristiano. Esta embajada llegó al campo
de los cruzados poco tiempo despues que habian partido los diputados de Alejo. Los francos vieron
al mismo tiempo regresar ásu campamento, á sus compañeros que habian mandado á Egipto, durante el
sitio de Antioquia. Estos habian sido tratados con distincion ó con desprecio , segun la fama anunciaba
las victorias ó reveses de los cristianos. En los últimos tiempos de su peligrosa mision , fueron conducidos
delante de Jerusalen, que estaban sitiando los soldados del Cairo, paseándolos en triunfo en medio de los
egipcios, que se vanagloriaban de tener por aliada la esforzada nacion de los francos. A su aspecto dicen los
viejos crouistas (2), que los turcos llenos de espanto habian abierto las puertas á los sitiadores.
La mayor parte de los peregrinos recibieron con entusiasmo á los diputados del ejército cristiano, cuya
muerte ó larga cautividad habian llorado. No cesaban de preguntarles acerca de los males que habian sufri
do, sobre los paises que acababan de recorrer, sobre la ciudad de Jesucristo que acababan de ver; y tambien
cuál era la mision de los embajadores de Egipto, y últimamente si llevaban la paz ó la guerra. Admitidos los
embajadores egipcios en el consejo, despues de haber protestado de las benévolas disposiciones de su amo,
acabaron por declarar en su nombre que las puertas de Jerusalen solo se abririan á los cristianos desarmados.
A esta proposicion que habia sido ya desechada en medio delas miserias del sitio de Antioquia, los jefes del
ejercito cristiano no pudieron contener su indignacion. Por toda respuesta, tomaron la resolucion de apresurar
su marcha hácia la Tierra Santa, amenazando á los embajadores de Egipto de llevar sus armas hasta las ori
llas del Nilo.
Los cruzados ya no se ocuparon mas que de los preparativos de su marcha. El campamento en el cual ha
bian esperimentado tantas desgracias fué entregado á las llamas, en medio de las mas vivas aclamaciones del
entusiasmo y de la alegria. Solamente Raimundo se indignó porque se habia levantado el sitio de Archas, y
cuando el ejército cristiano se alejó de una.ciudad que él queria someter é sus armas, tomó el partido de seguir
á sus compañeros que no tenian otra idea que la de libertar ¿ Jerusalen.

(1) Alberto de Aix, dice qi e la lanza no habia sido otra cosa que una invencion de la industria y de la avaricia (indujiria ti
avarilia] del conde deTolosa. (Veasela Biblioteca de las Cruzadas t. 1.)
Se ignora que es lo que se habra hecho de la santa lanza. Muchas iglesias se disputan hoy dia su posesion. Los armenios creen
poseer el hierro sagrado (Veanselas Memorias sobre la Armenia, porM. deSaint-Martin. t. H, p. 4*1 y «3f).—'$) Eckkan. (Biblio
teca de la> Cruzadas, t. I.j
LIBRO CUARTO. -1099-1 101.

LIBRO IV.

MARCHA A JERUSALEN*.— SITIO DE LA SANTA CIUDAD —BATALLA DE ASCALON'.—MEYA CRUZADA —CONSIDERACIONES.


1009—1101.

Los cruzados siguen su marcha á .Jerusalen.— Perfecta regularidad de sus movimientos.—Itinerario.—Entusiasmo del rjrrcilo ni
ver la santa ciudad.—Noticia histórica de la ciudad de David.— Medios de defensa de los sarracenos.— Encuentro con el ene
migo.—Acordonamiento de las tropas y sitio.—Narraciones dolorosos délos fugitivos.—El primer asallo desgraciado.—La
falta de agua y de víveres paraliza las operaciones.—Los genoveses acuden con un socorro inesperado —Pe corla madera para
construir maquinas.—Reconciliación de Tancredo y de Raimundo.—Discurso de redro el Ermitaño acerca de los profanacio
nes cometidas por los sitiados.—Se prepara todo para un asalto general.— Godofredo de Eouillcn conduce á los cruzados a un
segundo asalto. —Igual furor anima á los dos partidos.—Episodios.—Apariciones celestes.—Toma de la plaza. —Escenas
de barbarie y de desolación.—Su rabia saciada.—Los cruzados van á adorar el sepulcro del Salvador.— Los musulmanes que
se habían quedado en la santa ciudad son condenados á muerte.—Reparto del botin.—La verdadera cruz encontrada.—Di
versas intrigas para la elección de un rey.—Elección de Godofredo.—Arnaldo de Robes es nombrado obispo de Jerusalen.—So
conducta desarreglada.—Sus pretensiones. —El visir Afdal se adelanta á la cabeza de un ejército formidable.— Los cruzados
marchan a su encuentro.—Batalla de Asea Ion —Nuevas disensiones.— Un gran número de jefes regresa 6 su patria —Tancredo
recibe de Manuel Comneno el principado de Laodizea.—El santo zelo lleva al Asia 6 una multitud de nuevos pcrc¿rii;os.— fa
tigas y trabajos de estos últimos.—Reflexiones del historiador.

No puede menos de recordarse que Antioquía habia visto delante sus murallas á mas do Irescienlus
mil cruzados sobre las armas. Doscientos mil habian perecido, víctimas de los combates, de la miseria y
délas enfermedades. Muchos peregrinos no habian podido suportar las fatigas de la guerra sania, y per
diendo ya la esperanza de verá Jerusalen, habian regresado al Occidente. Muchos habian- fijado su re
sidencia en Antioquía , en Edeso , ó en otras ciudades que habian libertado de la dominación de los in
fieles ; de manera quo el ejército que debia conquistar los santos lugares contaba apenas bajo sus ban
deras cincuenta mil combatientes.
Sin embargo los jefes no titubearon un solo momento en llevar adelante su empresa. Los guerreros que
estaban al frente de las tropas habian resistido á todas las pruebas , no llevando en su séquito a una
multitud inútil y embarazosa. Siendo el ejército menos numeroso, habia también que temérmenos la
indisciplina, la licencia y el hambre. Esperimentados en cierto modo por las pérdidas que habian sufrido,
era tal vez mas temible que al principiar la guerra. El recuerdo de sus hazañas sostenia su confianza y
su valor , y el terror que inspiraban podia hacer creer al Oriente , qvje disponían aun de fuerzas con
siderables.
Después de haber vencido al emir de Trípoli en una sangrienta batalla, y haberle obligado á comprar
mediante un tributo la paz y el sosiego de la capital , todos los cruzados se pusieron en marcha hacia Jera
salen. Era á fines de mayo: la belleza de la primavera y los tesoros del verano cubrian las campiñas
que se esfienden entre el mar fenicio y las montañas del Líbano. Mieses de trigo y de cebada , doradas
ya por el sol de la Siria, numerosos rebaños esparcidos por los valles ó en las vertientes de las colonias,
naranjos , azufaifos , granados cuyos brillantes frutos les anunciaba la tierra de promisión ; las abundantes
aguas, los campos cubiertos de olivos y de morales, las palmeras que los cruzados encontraban por
primera vez en el camino , todas las riquezas de un sol fecundo se desplegaban ante los ojos de un ejér
cito que habia pasado por regiones estériles y que habia esperimentado los tormentos del hambre.
El entusiasmo de los guerreros de la cruz se reanimó á la vista del Líbano, cuya gloria Jiabia cantado
la Escritura, y sin duda mas de un peregrino buscaba en sus montañas las águilas y los cedros tan
famosos (1 ).
(i; El tomo Vil de la Correspondencia de Oriente contiene una descripción de los cedros del Líbano, y una reseña general do
sus montañas; se habla también de las poblaciones del Líbano, desús creencias, sus costumbres y de so situación política y
moral.
4 08 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Entre las producciones de las riberas fenicias, una planta cuyo zumo era mas dulce que la miel, lla
mó particularmente la atención de los cruzados. Esta planta era la caña de azúcar , que se cultivaba
en muchas provincias de la Siria , y sobre todo en el territorio de Tripoli , en donde se babia encon
trado el medio de estraer la sustancia que los habitantes llamaban zucra [\). Segun cuenta Alberto de
Aix,ella habia servido en gran manera á los cristianos afligidos por el hambre en los sitios de Marrah y
de Archas. Esta planta , que es hoy dia una produccion tan importante para el comercio, era desconocida
hasta entonces en Occidente. Los peregrinos la hicieron conocer en Europa ; hácia la terminacion ó fin
de las cruzadas fué trasportada á Sicilia y á la Italia . hasta que los sarracenos la introdujeron en el reino
de Granada , de donde los españoles la trasportaron á Madera y á las colonias de América.
El ejército cristiano seguia las costas del mar , en donde podia aprovisionarse por las flotas de los pi
sanos, de los genoveses y por la de los piratas flamencos. Para ir a Jerusalen, segun dice el religioso
Roberto , habia tres caminos, el uno por Damasco , fácil y casi siempre llano ; el otro por el Libano, di
ficil para los trasportes , y el tercero por la orilla del mar. Los guerreros de la cruz siguieron este úl
timo. Multitud de cristianos y de piadosos solitarios que habitaban en el Libano , corrieron á visitar á sus
hermanos de Occidente, llevándoles viveres, y sirviéndoles de guias (2),
Los cronistas contemporáneos se complacen en celebrar el admirable orden que reinaba en un ejército
agitado, tiempo hacia, por la discordia. Los porta -estandartes marchaban á la cabeza de los peregri
nos, venian luego los diferentes cuerpos del ejército, en medio de este iban los bagajes, cerrando la
marcha el clero y la multitud sin armas. Las trompetas tocaban sin cesar , y los primeros cuerpos ca
minaban lentamente á fin de que los peregrinos, los mas débiles, pudiesen seguir sus banderas. Todos
turnaban en el servicio de noche, y cuando habia algun peligro , todo el ejército estaba pronto para ba
tirse. Se castigaba á los que faltaban á la disciplina , se instruia á los que no conocian las leyes ; los je
fes y los sacerdotes exhortaban á todos los cruzados á ayudarse los unos á los otros, á dar ejemplo de
virtudes evangélicas; y todos eran valientes, sobrios y caritativos ó se esforzaban para serlo.
Los cruzados pasaron por el territorio de Botrys (hoy Batroun), de Byblos (Gebail), y atravesaron el
Lyein (Nahrel-Kelb) en su desembocadero. Tal era el temor que se habia apoderado de los musulmanes
ni aproximarse el ejército cristiano , que este no encontró enemigos en un pais que , segun relacion de un
testigo ocular , cien gucn'eros sarracenos bastaban para prender á todo el género humano. Despues de haber
atravesado el desfiladero de la embocadura del Lyem , el ejóroito cristiano marchó fácilmente por el rico
territorio de (Beirout) Berito ; viendo ya á Sidon y á Tiro, y descansando en los risueños y hermosos jar
dines de estas antiguas metrópolis, al lado de sus ricas y abundantes aguas. Los musulmanes encerrados
dentro de sus murallas enviaron provisiones á los peregrinos con la condicion de que tenian que res-
petar los jardines, verjeles y demás riqueza de su pais. Antes de llegar á Tiro, descansaron tres dias
en las riberas de Nahr-Kasemieh , en un fresco valle, pero fueron asaltados por unos reptiles que lla
maban tarandos cuya picada causaba una hinchazon terrible é instantánea , dando unos dolores insopor
tables y mortales. La vista de estos reptiles, que se cazaban, ya golpeando unas piedras con otras, ya
haciendo ruido con sus escudos, llenó á los peregrinos de sorpresa y de espanto; pero lo que debia can
sarles todavia mayor admiracion, era el estraño remedio que les indicaban los naturales del pais y que
pin duda fué para aquellos mas bien un motivo de escándalo, que un medio de curacion (3).
Algunos soldados musulmanes , que salieron de Sidon , se atrevieron á amenazar á los cruzados,
íiendo tal la disposicion de los jefes del ejército cristiano, que no supieron aprovecharse de este pro
testo para apoderarse de la ciudad ó para imponer algunos tributos á los habitantes ; pero nada po-

(I1 Alberto de Aix y Jaime Vltry dan algunos detalles acerca la caña de azúcar. (Véase S Alberto de Aix, lib. V. g. 87 y Jaime
de Vitry, 85.1—,2) Raimundo de Asiles habla de una poblacion de sescnta mil cristianos que habia en el monte Libano.—(3) Gual-
lerlo Vinisauf habla de la picadura de estos animales, que llaman insectos. Nada dice del estraño remedio que indica Alberto
de Aix; pero pretende que se conseguia cazartos haciendo un gran ruido. (Vease la Biblioteca de las Cruzadas, t.l). Creemos
poder citar el panoje latino de Alberto de Aix, en que trata del remedio indicado por los habitantes del pais, contra la picada de
|os taranios. Simüiler et aliom edocti sxmt medicinam, vt vir percuss'u sin« mnra coiretevm muliere, cum viro mulier,ettic ab w-
jii tumore vmtni iiberatur vterque. (Alb. Aq. lib. V. cap. XL.) El mismo historiador habla de otro remedio, que consTstia en apre
tar fuertemente la parte mordida para impedir la comunicacion del veneno A los otros miembros del cuerpo. El rempdioque se
empleaba en tiempo do Gualterio Vinisauf, era la teriaca.
LIBRO CUARTO.— 1 099- 1101. 109
Jia distraerles de su gran empresa. La mayor parte de los jefes que la guerra habia arruinado,
no ¡trataban] ciertamente de enriquecerse con las conquistas ; para mantener á sus soldados, se habian
puesto á sueldo del conde de Tolosa , al que no amaban. Esta especie de sumision fue un sacrificio
de su orgullo, pero á medida que se acercaban á la santa ciudad, era preciso confesar que perdian algo
de su ambicion ó de su indómito carácter y que hasta olvidaban sus pretensiones y disputas.
Los cristianos, siguiendo siempre la ribera del mar, dejaron atrás las montañas, y llegaron á las
llanuras de Tolemaida, hoy San Juan de Acre. El . emir, que en nombre del califa de Egipto man
daba en esta ciudad , les mandó viveres prometiendo entregarles la plaza cuando se hubieren apode
rado de Jerusalen. Como los cruzados no tenian el proyecto de atacar á Tolemaida , recibieron con
alegría la sumision y las promesas del emir egipcio, pero la casualidad les hizo conocer bien pron
to que el gobernador de la ciudad no tenia otra mira que la de alejarles de su territorio , y ha
cer que tropezasen con sus enemigos, en el camino que debian andar. El ejército cristiano, despues
de haber abandonado las campiñas de Tolemaida, dejó á Califa á la derecha, pudiendo contemplar el
monte Carmelo , y fué á acampar cerca del estanque de Cesarea , en donde una paloma escapada
de las garras de un ave de rapiña , cayó sin vida en medio del campo cristiano. El obispo de
Apt, que fué el que recogió la mencionada paloma , encontró debajo de sus alas una carta escrita
por el emir de Tolemaida al de Cesarea. «La maldita raza de. los cristianos, decia el emir , acaba
de atravesar mi territorio y se dirige hácia el vuestro ; que todos los jefes de las ciudades musul
manas estén advertidos de su marcha, y tomen medidas para destrozar á nuestros enemigos (1).»
Se leyó esta carta ante el consejo de los principes y ante el ejército. Los cruzados, segun relacion de
Raimundo de Agiles, testigo ocular , demostraron alegria y sorpresa á la vez , no dudando un momen
to que Dios protegeria su empresa , ya que les enviaba aves del cielo para revelarles los secretos
de los infieles.
Llenos de un nuevo entusiasmo, prosiguieron su marcha, v alejándose de las costas del mar, de
jaron á bu derecha á Antipátrida y á Joppe. Siguieron al través de una vasta llanura, que les con
dujo á Lidia, la antigua Dióspolis, célebre por el martirio de san Jorge. No debe olvidarse que
san Jorge era el patron de los guerreros cristianos, y que muchas veces habian creido verle, en me
dio de las batallas, combatiendo á los infieles. Los cruzados dejaron en Lidda un obispo y sacerdo
tes para el servicio del culto y del ilustre mártir, consagrándole el diezmo de todas las riquezas
tomadas á los musulmanes. Se apoderaron luego de Ramla, ciudad de la que no habla la Escri
tura, pero que los cruzados debian hacer célebre; y reunidos en esta ciudad que habian encon
trado sin habitantes , solo distaban yar diez leguas de Jerusalen. No dudamos que apenas se creerá
lo que vamos á decir , esto es, que estos valientes guerreros, que habian vencido tantos peligros
y sujetado á tantos pueblos para llegar bajo los muros de la santa ciudad , deliberaban ahora
pjra saber si irian á sitiar el Cairo ó bien á Damasco (2). No viendo á su alrededor
aquella multitud de tropas que habian conquistado á Antioquia y Nicea , pareció que la espe
ranza de la victoria Ies abandonaba por un momento; los peligros y desgracias que les esperaban
á la puerta de la ciudad prometida, vino á espantar su imaginacion, y próximos á dar la última
prueba de su valor, parecia que se decian del fondo de su corazon , como el Hombre-Dios , en los
momentos de consumar su doloroso sacrificio, que este cáliz pase lejos de mi. Con todo, el recuerdo
de sus victorias, los sentimientos que debia inspirarles la proximidad delos santos lugares, triunfa
ron de su perplejidad, y los jefes resolvieron por unanimidad proseguir su marcha á Jerusalen.
Mientras que el ejército cristiano avanzaba, los musulmanes que habitaban las riberas del Jordan,
las fronteras de Arabia y los valles de Sichem , marcharon precipitadamente hácia la capital de la
Palestina, los unos para defenderla con las armas en la mano, y los otros para buscar un asilo pa
ra sus familias y sus rebaños. Por todos los puntos que pasaron , fueron los cristianos del pais mal—
(I La relacion de Raimundo de Agiles ba inspirado al Tasso la ficcion de su XVIII libro, segun la cual un palomo que se di
rigia i Soliman, es perseguido por un haleon y se precipita sobre las rodillas de Godofredo.—t2i Solamente Raimundo de Agiles
habla de esta estraiia deliberacion de los jefes, y si este historiador no la hubiese presenciado, no podriamos darle credito. ;Véa-
(* a Raimundo de Agüe*, en la coleccion de Bougars. p. 173.) Alberto de Aii se contenta con decir que los jefes, despues de
haber atravesado el territorio de Tolemaida, deliberaron si irian A Damasco.
\ IO ÜISTÜIUA DE LAS CRUZADAS.
traíalos y cargados de cadenas, los oratorios é iglesias entregados al saqueo y- á las llamas. Todas
las comarcas vecinas de Jcrusalen presentaban el aspecto de la desolacion , y en todas partes resonaba
el grito de guerra.
Al dejar los cruzados las ciudades de Ramla y de Lidda, se aproximaron á las monftrñas de Ju-
dea. Estas montañas, sobre las que está edificada la ciudad do Jerusalen , no ofrecen la perspectiva
de las del Tauro ni del Libano; sus azuladas cimas á que el cielo parece haber negado su rocio bien
hechor, aparecen sin verdor ni sombra ; y su árida soledad no tiene otros habitantes que el jabali
y la gacela, el águila y el buitre. Su fisonomia lleva el sello de la tristeza de Israel , y recuerda
al viajero la melancólica y austera poesia de los profetas. Sobre todo por la parte del este y del
sud , el pais de Jerusalen se presenta al viajero con toda su pálida desnudez ; la parte del oeste,
que fué por donde llegaron los guerreros de la cruz, tiene colinas cubiertas de arbustos, y plante
les de olivos que anuncian la proximidad de miserables poblaciones.
El ejército cristiano iba avanzando por en medio de un angosto valle , entre dos montañas abra
sadas por la fuerza del sol. El camino estaba obstruido por la fuerza de las aguas que habian amon
tonado grandes piedras sobre la via , interceptado el paso tambien por montones de arena que la
tempestad habia reunido , y en fin era intransitable bajo todos conceptos. En este dificil paso , la me
nor resistencia de los musulmanes podia triunfar de les peregrinos , y si no encontraron á los enemi-
migos , debian pensar que era porque Dios mismo les facilitaba el arribo á la sania ciudad.
Despues de haber andado desde la aurora, el ejército cruzado llegó al caerla tarde á Anathot, que
Guillermo de Tiro llama impropiamente Emmaus. Anathot estaba situado en un valle bañado por
abundantes manantiales , y los cruzados resolvieron pasar alli la noche ; en cuyo punto recibieron
noticias de Jerusalen , que solo distaba seis millas ; los cristianos fugitivos esplicaban que en Galilea y
en las comarcas vecinas del Jordan se habia entregado todo á las llamas, por los musulmanes á su paso
para Jerusalen, entregando al saqueo las casas delos cristianos. Los jefes del ejército cristiano recibieron
al mismo tiempo á una diputacion de los fieles de Belen , que pedian socorros contra, los turcos. Go-
dofredo recibió con afabilidad á los diputados é hizo partir al momento á Tancredo con cien caballeros ar
mados , los que fueron recibidos en Belen con mucho entusiasmo por parte del pueblo cristiano, acom
pañándoles á visitar el establo en donde nació el Salvador. El valiente Tancredo hizo enarbolar su ban
dera sobre la santa capital , á la misma hora en que fué anunciado el nacimiento de Jesus á los pastores
de la Judea.
Nadie pudo descansar durante la noche que acampó el ejército en Anathot. Un eclipse de luna convirtió
de repente la claridad en tinieblas, mostrándose aquella con un velo ensangrentado : los peregrinos se
horrorizaron, pero los que conocian la marcha y el movimiento de los astros, dice Alberto de Aix, tran
quilizaron á sus compañeros , diciéndoles que un eclipse de sol hubiera podido ser funesto á los cris
tianos, pero que un eclipse de luna anunciaba evidentemente la destruccion de los infieles. Asi que ama
neció , todo el mundo se puso en marcha. Los cruzados dejaban á su derecha el castillo de Modin, célebre
por la sepultura de los Macabeos; pero estas venerables ruinas apenas fijaron sus miradas, tanto
era lo que Jerusalen les llamaba la atencion. Atravesaron sin detenerse el valle de Terebinto, cé
lebre por los profetas, y tambien el torrente en donde David cogió los cinco guijarros con los que
derribó al gigante Goliath, á su derecha é izquierda se elevaban las montañas en donde acamparon
los ejércitos de Israel y los de los filisteos; todos estos recuerdos históricos eran inútiles para los
guerreros de la cruz. Asi que hubieron trepado por la última montaña que .les separaba de la santa
ciudad, presentóseles de repente la vista de Jerusalen. Los primeros que la vieron, esclamaron con
la mayor alsgria: Jerusalen! Jerusalen! El nombre de Jerusalen vuela de boca en boca , de division
en division, y resuena en el valle donde se encuentrala retaguardia de los cruzados. \ Oh buen Jesus!
esclama el monje Roberto, testigo ocular , asi que los cristianos vieron tu santa ciudad | cuántas lágrimas
derramaron ! Los unos se apean de sus caballos y se arrodillan , los otros besan la tjerra pisada por el
Salvador, y suspirando profunda mente , muchos dejan las armas en el suelo , y señalando la ciudad de
Jesucristo repiten juntos : Dios lo quiere! Dios lo quiere ! renovando el juramento tantas veces hecho de li-
borlar á Jerusalon.
LIBRO CUARTO. — 1099-H Oí. MI
La historia da muy pocos datos positivos acerca del origen y fundación de Jerusalen. La opinión
coman es que Melquisedcc , que se llamó rey de Salem según la Escritura , residia en Jerusalen ; luego fué
la capital de los jebuseos , lo que hizo que se diera á la ciudad el nombre de Jebus. Del nombre de Jebus
y del de Salem, que significa visión ó mansión de la paz , se formó el nombre de Jerusalen {1 ) que llevó
la ciudad bajo de la dominación de los reyes de Judá.
En cuanto á magnificencia , Jerusalen no cede á ninguna de las mas antiguas ciudades del Asia. Jere
mías la llama ciudad admirable por su belleza ; y David la mns gloriosa y mas ilustre de las ciudades de
Orienle. Por la índole de su legislación religiosa , mostró gran apego hácia sus leyes, pero fué a menudo
el blanco del fanatismo de sus enemigos y hasta del de sus propios habitantes. Sus fundadores, dice Tá
cito, habiendo previsto que la diversidad de costumbres seria un motivo perenne de guerra (2), habian
puesto toda su atención en fortificarla , y en los primeros tiempos del imperio romano, era Jerusalen una
de las plazas mas fuertes del Asia.
Jerusalen, llamada sucesivamente por los musulmanes (3) la Santa, la Casa sania, la Noble, formaba
al tiempo de los crúza los , como hoy dia, un cuadro mas largo que ancho, de una legua de circun
ferencia. Ella contiene en su recinto cuatro colinas: el Moriah ó la mezquita de Ornar, ocupa .una
porción del solar del lem¡>lo de Salomón; el Gulgotha , sobre el que está edificada la iglesia de
la Resurrección , el. Dezelha y el Acra. Solamente la mitad del monte de Sion está dentro de los
muros de Jerusalen, por la parte del mediodía. En tiempo de los reyes hebreos, la santa ciudad
tenia una gran ostensión; en la época de su reconstrucción por Adriano, después de las desgracias
de la conquista, perdió mucho de su antiguo recinto por el mediodía , por el oeste y por el
norte. La montaña de los Olivos domina á Jerusalen por la parle del oriente; entre la montaña de
la ciudad y el vaHe de Josafat se presenta una larga rambla en cuyo fondo está el torrente de
Cedrón (4).
Como Jerusalen, bajo la dominación de los musulmanes, escilaba sin cesar la ambición de los
conquistadores, disputándose cada dia nuevos enemigos su posesión, es de ahí qne no se había ol
vidado su fortificación. Los egipcios que acababan de conquistarla de los turcos , se preparaban para
defenderla, no contra los guerreros que ellos habian vencido, pero sí contra enemigos que las mu
rallas de Antioquía y los ejércitos numerosos , no habian podido contener en su marcha victoriosa.
Al aproximarse los cruzados, el lugarteniente del califa, lftikhar-édaulé, habia hecho envenenar
las aguas habiéndose circuido de una especie de desierto en el cual los cristianos debían esperimen-
tar toda clase de privaciones- Los víveres, y las provisiones necesarias para un largo sitio, habian
sido trasportadas dentro de la plaza. Un gran número de operarios trabajaban noche y dia en ahon
dar los fosos, y reparar las torres y las murallas, ascendiendo la guarnición á cuarenta mil hom
bres, pues veinte mil habitantes habian tomado las armas. Los ministros de la religión musulmana,
exhortaban al pueblo á la defensa de la ciudad; y los centinelas vigilaban sin cesar, sobre los mi
naretes, sobre las murallas de Jerusalen y sobre la montaña de los Olivos.
Durante la noche que precedió á la llegada del ejército cristiano, muchos guerreros egipcios se habian
adelantado á los cruzados. Bnlduino de Bourg, con sus caballeros, marchó á su encuentro ; pero abrumado
por el número de sus enemigos, fué prontamente socorrido por Tancredo, que acudió desde Belén. Después
de haber perseguido al enemigo hasta las puertas de la santa ciudad, el héroe normando dejó á sus com
pañeros y volvióse solo al monte de los Olivos, desde donde contempló tranquilamente la ciudad pro
metida á las armas y á la devoción de los peregrinos; pero fué interrumpido en su piadosa contem
plación por cinco musulmanes que salieron de la ciudad y vinieron á atacarle (5). Tancredo no 1ra-

(1) El nombre de Solym ha sido formado de Hierosolyma. — f 2 ; Historias, lib. V.— (3) El historiador árabe de Jerusa
len y de Hebron dice que el peregrino, a su llegada á la santa ciudad, esperiraenta una alegría incsplicable que inunda su
corazón. Este historiador cita cuatro versos de un peregrino musulmán , cuyo sentido es el siguicnle : Habíamos sufrido mu
cho durante nueslro viaje, pero en entrando a Jerusalen , creímos entrar en el cielo. — (*) Puede verse en el IV y V tomo
de la Correspondencia de Oriente un trabajo complelo sobre el actual estado de Jerusalen.—,s; Este hecho que el Tasso ha involu
crado con algunas ficciones, es relatado por Eaul de Caen, Gojío Tancredi, cap. CX1I. El mismo historiador añade, que
Tancredo encontró en el monte de los Olivos 6 un ermitaño natural de Sicilia y que miraba A Roberto Guiscard como al ene
migo de su pais. liste ermitaño acogió con respeto al héroe italiano , y le enseñó al rededor de Jerusalen los lugares mas ve
H2 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
tó do evitar el combate ; tres de ellos sucumbieron bajo su acoro , y los otros dos huyeron hacia la
ciudad.
Sin apresurarse de modo alguno , Tancredo fué á reunirse con el ejército , que con el mayor entusiasmo
»e adelantaba sin orden aproximándose á la santa ciudad, cantando estas palabras de Isaías: Jerusalen,
alza los ojos y mira al libertador que viene á romper tus cadenas.
Al dia siguiente de su arribo, los cruzados se ocupaban en formar el sitio de la plaza. Una espionada
cubierta de olivos se esliende por la parte septentrional , en cuyo punto el terreno presenta una superficie
compacta , y es el lugar mas á propósito para acampar el ejército al rededor de la ciudad. Godofredó
de Bouillon , Roberto , conde de Normandía , y Roberto , conde de Flandes , levantaron sus tiendas en
medio de esla esplanada; estendióse el campamento desdo la gruta de Jeremías hasta los sepulcros do
los reyes. Tenian delante la puerta llamada de Damasco, y la pequeña puerta de Herodes, hoy dia ta
piada.
Tancredo sentó sus reales á la derecha de Godofredó y de los dos Robertos , sobre el terreno que mira
al noroeste de las murallas. Después del campo de Tancredo, seguía el de Raimundo, conde de Tolosa,
frente de la puerta de Poniente. Sus tiendas cubrían las alturas llamadas hoy colinas de San Jorgo, se
paradas de las murallas por el estrecho valle de Repha'ím y por un vasto estanque. Esta posición no le
permitía concurrir activamente á los trabajos del sitio , y por esto determinó trasladar parle de sus tro
pas hácia el lado meridional de la ciudad , esto es, sobre el monte Sion , 'en el mismo lugar en donde
Jesucristo había celebrado la Pascua con sus discípulos. Entonces, lo mismo que hoy dia , la parte del
monte Sion que no cae dentro de la ciudad, presentaba poca eslension. Los cruzados que se habían co
locado en este punto, podían ser alcanzados por las flechas lanzadas de lo alto de las torres y de las
murallas. Las disposiciones militares de los cristianos dejaban libres los costados de la ciudad defendidos
por el mediodía , por el valle de Gihon ó de Siloé , y al oriente por el valle de Josafat. La ciudad santa
fué cercada tan solo á medias por los peregrinos. Solamente so había establecido sobre el monte de los
Olivos un campo de vigilancia.
Cada paso que daban los peregrinos al rededor de Jerusalen, les suscitaba un recuerdo religioso. Este ter
ritorio reverenciado por los cristianos tío tenia valles ni peñascos que no tuviesen un nombre en la historia
sagrada. Todo cuanto veían aumentaba su entusiasmo; no pudiendo sobre todo desviar la vista de la santa
ciudad, cuyo estado de abatimiento Ies condolía. Esta ciudad, en olro tiempo tan magnífica y suntuosa, pare
cía sepultada dentro sus propias ruinas, y era preciso, para servirnos de las espresiones de Josefo, preguntar
al mismo Jerusalen dónde estaba Jerusalen. Con sus casas cuadradas, sin ventanas y cuyo remate era un
terrado liso, se ofrecía á los ojos de los cruzados como una masa enorme de piedras hacinadas entre peñas
cos. Solo se veía descollar en su recinto algunos cipreses y palmeras por en medio de los que se elevaban va
rios campanarios en el cuartel de los cristianos y algunas mezquitas en el de los infieles. En los valles y sobre
los puntos cercanos de la ciudad, que las antiguas tradiciones representaban como cubiertas de jardines y
de sombra agradable, crecían apenas algunos olivos y espinosos arbustos. El aspecto de estas áridas campi
ñas, de estas rocas cortadas, de este suelo enfermo y rojizo y de esta naturaleza quemada por el sol, presen
taba por todas partes á la imaginación de los peregrinos imágenes de luto , é inspiraba una sombría triste
za á sus sentimientos religiosos. Les parecia oir la voz de los profetas que habian anunciado la esclavitud y
las desgracias de la ciudad de Dios, y en el esceso de su devoción se creian llamados á devolver á aquella su
brillo y esplendor.
Lo que inflamó todavía mas y mas el celo do los cruzados para libertar la santa ciudad, fué la llegada de
un gran número de cristianos que habian salido de Jerusalen, y que privados de sus bienes y arrojados de
sus casas, venían en busca de socorro y de asilo. Estos cristianos contaron los padecimientos é insultos de
que habian sido victimas los que profesaban la religión de Jesucristo. Los musulmanes se habian quedado
en rehenes á las mujeres, niños y ancianos, y los hombres que eran aptos para empuñar las armas eran
condenados á los trabajos mas penosos. El jefe principal del hospital de los peregrinos había sido cargado do
cadenas, lo mismo que otros muchos cristianos. Se habian robado todos los tesoros do las iglesias para aten-
nerados de los peregrinos. Vio, dice Raúl de Caen, al pueblo que llenaba las calles déla santa ciudad , á las milicia* que
temblaban, á las mujeres _de:«ei)níoludas , y al clero in\ocando el cielo.
LIBRO CUARTO.— 1099-1101. 113
der de esta manera al equipo délos soldados musulmanes. El patriarca Simeón habia pasado á la isla de Chi
pre con el objeto de implorar la caridad de los fieles y de salvar á su rebaño amenazado de muerte, si no pa
gaba el enorme tributo impuesto por los opresores de la santa ciudad. En fin, cada dia los cristianos de Jeru-
salen eran víctimas de nuevos ultrajes , y varias veces los infieles habían formado el proyecto de entregar á
las llamas el Santo Sepulcro y la iglesia de la Resurrección.
Los cristianos fugitivos, mientras hacían tan dolorosas relaciones, exorlaban á los peregrinos á que
activasen el ataque contra Jerusalen. Desde los primeros dias del sitio, un ermitaño que habia fijado su
retiro en la montaña de los Olivos, vino á reunir sus súplicas con las de los cristianos echados de la ciudad,
y pidió encarecidamente á los cruzados, en nombre de Jesucristo, del que decía ser intérprete, que
diesen el ataque general. Estos, que no tenian ni escalas ni máquinas de guerra, siguieron los consejos
del piadoso ermitaño , y creyeron que su audacia y sus espadas bastaban para derribar las murallas
de los enemigos. Los caudillos , que habían presenciado tantos prodigios obrados por el valor y el entu
siasmo de sus soldados, y que no habían olvidado la terrible miseria sufrida en el sitio de Antioquía,
cedieron fácilmente á la impaciencia del ejército; y desde este momento, la visla de Jerusalen infla
mó los corazones de un ardor que parecía invencible , no dudando los menos crédulos que Dios secun
daria su valor por medio de milagros.
Dada la primera señal, el ejército cristiano avanzó ordenadamente hácia las murallas. Los unos, reu
nidos por batallones en columna cerrada , se guarecían con sus escudos que formaban sobre sus cabezas
una especie de bóveda impenetrable , y se esforzaban en destruir la muralla con el ausilio de la pica y
el martillo ; mientras que el resto del ejército, formado á alguna distancia en línea de batalla , ofendía á
la ciudad con la honda y la ballesta. El aceite, la pez hirviendo, piedras enormes y grandes vigas, caian
sin cesar sobre las primeras filas de los cruzados. Nada podia intimidar el valor de los sitiadores. Ya el
antemüro habia cedido á sus esfuerzos , pero la muralla interior les oponía un obstáculo insuperable. Solo
se encontró una escala que pudiese llegar á lo alto de las murallas: mil valientes se disputaron el honor
de subir en ella (1), y algunos que se habían encaramado hasta casi arriba de todo, luchaban cuerpo á
cuerpo con los egipcios , que no podian comprender tanto valor y heroísmo. Sin duda los cruzados hubie
ran entrado en Jerusalen el mismo dia , si hubiesen tenido las máquinas de guerra y demás útiles necesa-
rios : pero los sitiados recobraron aliento, el cielo no hizo los milagros prometidos por el ermitaño, y los
primeros que dieron el asalto, no pudieron ser socorridos por sus compañeros que solo encontraron una
muerte gloriosa sobre las murallas de la santa ciudad.
Los cristianos regresaron á su campamento , deplorando su imprudencia y su credulidad. Este primer
revés les enseñó que no debían fiarse ni contar siempre con los milagros , y que ante todo era preciso
construir las máquinas de guerra , pero era difícil el procurarse la madera necesaria en un pais que solo
ofrecía un terreno estéril; varios destacamentos fueron enviados con este objeto. La casualidad quiso
que encontrasen en el fondo de una caverna grandes vigas, que fueron trasportadas al campamento. Se
destruyeron las casas y hasta las iglesias que se habían salvado del incendio , y toda la madera se empleó
en la construcción de máquinas de guerra.
Sin embargo los trabajos del sitio no calmaban la impaciencia de los cruzados, no pudiendo evitar
tampoco los males que amenazaban todavía al ejército cristiano. Así que los peregrinos llegaron delante
de Jerusalen se desarrollaron los mas grandes calores del verano. El torrente de Cedrón estaba seco;
todas las cisternas vecinas habian sido envenenadas. La fuente de Siloé que manaba á intervalos , no
podia bastar á la multitud de peregrinos que acudían á ella. Bajo de un cielo de fuego, en medio de
una árida comarca, el ejército cristiano se encontró bien pronto víctima de todos los horrores de la sed.
Desde este momento , una sola idea ocupaba la mente de los jefes y de los soldados , esto es , la de
procurarse el agua necesaria. La mayor parte do los peregrinos, arriesgándose á caer en manos de
los musulmanes, recorrian noche y dia las montañas y los valles, y cuando habian descubierto una

(1) Tancredo, según Raúl de Caen, se precipitó sobre está escala para subir el primero, pero tos soldados y los no
bles se opusieron a esta resolución; con todo fué preciso agarrarle por el brazo y quitarle la espada. Un hombre jóven,
fRiambaldo Crotón1 le reemplaza ; y bien pronto llega a lo alto de la escalera; pero cubierto de heridas, se ve oblicado á re
tirarse. (Véase la Biblioteca de las Cruzadas. 1. 1.)
10
114 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
fuente ó una cisterna , todos acudian en tropel, y hasta se disputaban con las armas algunas gotas de
agua cenagosa. Los habitantes del pais traian al campo pellejos llenos de agua que habian sacado de
las cisternas viejas ó da los pantanos; la muchedumbre sedienta se arrojaba á ellos y hasta los pere
grinos mas miserables daban algunas monedas, para obtener algunos sorbos de una agua fétida , mez
clada con gusanos malignos y sanguijuelas que les causaban enfermedades mortales ( 1 ). Cuando daban
de esta agua á los caballos, estos la olfateaban, y manifestaban su repugnancia rechazándola con un
fuerte resoplido; y careciendo de buenos pastos , echados sobre un suelo lleno de inmundicia , no se ani
maban ya 6l toque del clarin de guerra ni casi tenian fuerzas suficientes para llevar á los ginetes
al combato.
Las bestias de carga, completamente abandonadas, perecian miserablemente, y la putrefaccion que
arrojaban sus cadáveres inficionaba la atmósfera de exhalaciones venenosas.
Cada dia la posicion de los cruzados se hacia mas critica ; cada dia el sol era mas abrasador ; la
aurora no tenia rocio, y las noches no eran menos calurosas que los dias. Los guerreros mas esfor
zados y robustos imploraban la lluvia ó los milagros, por los cuales el Dios de Israel habia hecho
manar de las penas del desierto una hermosa y cristalina agua. Todos maldecian este pais, cuyo pri
mer aspecto les habia llenado de alegria, pero que desde el principio del sitio parecia vomitar sobre
ellos las furias del infierno. Los mas fervorosos no podian comprender cómo, estando delante de la ciudad
ds salud , tenian que sufrir tanto ; pero no disminuyendo en lo mas minimo su entusiasmo , y deseando
la muerte , se veia algunas veces como se precipitaban sobre las murallas de la ciudad de Dios y be
saban las invencibles piedras , esclamando con los ojos llenos de lágrimas: / Oh Jerusalen! recibe nues
tros últimos suspiros ; que íus murallas caigan sobre nosotros , y que la sarita polvareda que te circuye
cubra nuestros huesos.
La falta de agua habia llegado á tal punto que apenas se acordaban de los escasos viveres de que
podian disponer. Todos los infortunios se habian reunido para agobiar á los cruzados. Si los sitiados
hubiesen atacado al ejército cristiano, estando en esta disposicion, le hubieran destruido fácilmente; pero
el Oriente no habia olvidado las victorias de los soldados de la cruz , y este recuerdo les protegia en
medio de sus apuros; sin embargo, preciso es decir que hubo momentos durante los cuales se en
tregaron á la desesperacion, pero jamás conocieron el miedo. Su histórica seguridad, en medio de tantos
males y peligros que les rodeaban , los hizo respetar de sus mismos enemigos , que temblaban al ver
les, creyón. loles invencibles.
Mientras que los cristianos se lamentaban de su miseria y sobre todo de no tener las máquinas de guerra
suficientes para asaltar de nuevo la plaza, les llegó repentinamente un socorro que por cierto no esperaban.
Se supo en el campamento que una flota genovesa habia entrado en el puerto de Joppe, cargada de municio
nes y de provisiones de toda especie. Semejante noticia causó suma alegria kia multitud de peregrinos. Un
cuerpo de trescientos hombres, mandado por Raimundo Pelet, partió para servir de vanguardia al convoy
que el cielo parecia enviar al ejército cristiano. Estos trescientos guerreros, despues de haber batido, cerca
de Lidda, á los musulmanes que tuvieron que dispersarse, entraron en la ciudad de Joppe, abandonada por
sus habitantes. La armada cristiana habia sido sorprendida y quemada por la de los infieles; pero se habian
podido salvar los viveres y gran cantidad de instrumentos para la construccion de máquinas de guerra; todo lo
cual fué trasportado al campo cristiano; este convoy, atacado muchas veces por los infieles, llegó bajo los
muros de Jerusalen, seguido de un gran número de ingenieros y carpinteros genoveses, cuya presencia reno
vó la emulacion y el valor entre los sitiadores.
Como escaseaba la madera para la construccion de máquinas, un sirio, segun Guillermo de Tiro, el mis
mo Tancredo, si se ha de dar credito á Raul de Caen, condujo á los cruzados á algunas leguas de Jerusalen,
hácia el antigue territorio de Samaria y el pais de Gabaon, famoso por el milagro de haberse parado el sol
en medio de su curso. De este punto era la madera que se escogia para los sacrificios del templo, en tiempos

(l) Se cree poder asegurar que estas enfermedades mortales eran verdaderas hemorragias ; porque igual enfermedad pade
cio el ejercito frances en la espedicionde Egipto, en 1798, bebiendo aguas turbias, en las que se encontraron sanguijuelas que la
falta de limpieza impedia ver. Estas sanguijuelas se fijaban en la garganta, produciendo mortales hemorragias, cuya causa se
ignoraba; pero luego que esta se descubrio, se aplico el oportuno remeflio.
LIBRO CUARTO — 1 099-1 101. 113
de los jueces y de los reyes de Israel, hoy dia sin embargo, como en tiempo de los hebreos y de las cruzadas,
el pais de Sichem es el que mas abunda en madera (1).
Alli, los cristianos descubrieron el bosque de que habla el Tasso, en la Jerusalen libertada: él no ofrece sin
embargo el misterioso y terrible aspecto que, le atribuye la imaginacion del poeta italiano; pues los soldados
de la cruz penetraron en él sin temor alguno y sin esperimentar ninguna clase de obstáculos. Los abetos, los
cipreses y los pinos que en él se encontraron, cayeron bajo el hacha sin que les defendiesen el encantamien
to de Ismeno ni las armas de los musulmanes. Los carros, tirados por camellos, trasportaban al campamen
to losárboles cortados, y á medida que iban llegando se les empleaba para los. trabajos del sitio. Como los jefes
estuviesen faltos de dinero, el zeloyla caridad de los peregrinos ocurrieron á esta necesidad, ofreciendo á
aquellos todo lo que habian conservado delbotin hecho al enemigo. Nadie estaba ocioso; los caballeros y los
barones se entregaron tambien al trabajo; todos los brazos tenian suficiente ocupacion, en fintodoera activi
dad y movimiento en el ejército cristiano. Mientras los unos construian arietes, catapultas y caminos cu
biertos, los otros llevaban pellejos, ibaná buscar agua ála fuente de Elpira en el camino de Damasco, ó á la
de los Apóstoles, mas allá de Betania, en el valle que se llama el desierto de San Juan, óá otra que manaba,
al oeste de Belen, en donde, se dice, que el diácono san Felipe bautizó á la esclava de Candacia, reina de
Etiopia (2). No faltaba tampoco quien preparase las pieles de las bestias de carga muertas, para cubrirlas
máquinas de guerra y prevenir los efectos del fuego; mientras que los otros rocorrianlas montañas, en bus
ca de ramas de higuera y de olivo para levantar ó construir faginas.
Aun cuando los cristianos tuvieron que sufrir mucho por causa de la sed, del calor de la esta
cion y del clima, la esperanza de poner pronto término á los males que les aüigian, les daba fuer
zas para sobrellevarlos. Los preparativos del ataque adelantaban con increible actividad. No pasaba
un dia sin que se acabasen nuevas máquinas colocándolas al momento en el sitio desde el . cual
debian ofender las murallas enemigas. Su construccion corria á cargo del célebre Gaston de Bearo,
de cuya habilidad y pericia hablan los historiadores. Entre estas máquinas , llamaban la aten
cion tres enormes torres, de nueva construccion, compuestas de tres pisos ó departamentos; el pri
mero estaba destinado á los operarios que dirigian los movimientos, y el segundo y tercero paralos,
guerreros que debian dar el asalto. Estas tres fortalezas portátiles tenian mayor elevacion que las
murallas de la ciudad sitiada (3), y se habia adoptado el sistema de poner en la cúspide de aque
llas una especie de puente levadizo, que bajado sobre las murallas facilitaba la entrada á la pla
za enemiga (4).
Pero estos poderosos medios de ataque no eran los únicos que debian secundar los esfuerzos de
los cruzados, el entusiasmo religioso de donde nacieron tantas proezas y hazañas, debia aun aumen
tar su ardor y prepararles una nueva victoria (5). El clero se repartió por todo el campamento
exhortando á los peregrinos á la penitencia y á la concordia. La miseria , que solo produce,
quejas y recriminaciones, habia endurecido los corazones de los cruzados, sembrando la division en
tro los jefes y soldados. En otros tiempos , los guerreros cristianos se disputaban las ciudades y
provincias , y ahora lo hacian tambien de las cosas mas comunes , siendo todo objeto de rivalidad
y de controversias. Los obispos procuraron hacer que renaciese el espiritu de paz y de fraternidad
(1) En mis anteriores ediciones, habia tomado el bosqueje Cesarea, por el bosque encantado del Tasso; yo mismo habia pu„
blicado una memoria relativa al mismo asunto en las piezas justificativas del tomo 1: y los viajeros mas ilustrados me habian
hecho confirmar mas y mas en mi opinion. Pero habiendome trastadado personalmente a dicho bosque, lie reconocido mi er
ror. (Vease la correspondencia de Oriente t. IV, p. 164 y siguientes.—(2, Estas diversas fuentes estan descritas e indicadas en la
Correspondencia de Oriente.—{3) Gloaballero de Folard, en su tratado del ataqae de plaxas, en los comentarios sobre I'olibio, habla
de la torre de Godofredo, que el llama equivocadamente la torre de Federico len Jerusalen; y da una descripcion detallada y
un exacto plano de esta torre, que despues varios escritores contemporaneos la han descrito exactamente.—[4) Raul de Caer»
(Biblioteca de las Cruzadas, t. I;'— (5) El Tasso ha tomado de los cronistas la idea del solitario, que aconseja a los cruzados el
prepararse al asalto por medio de la oracion y de la penitencie. Nos parece que el poeta , al hablar de la procesion de los cru
zados al rededor de Jerusalen, no ha sabido aprovecharse de la mejor ocasion que podia proporcionarsele, para hablar de lo*
Santos Lugares, y de traer a la memoria los poeticos recuerdos que podian animar y adornar su cuadro. Los hombres de un
gusto severo , podrian hacer cargos a Tasso por la poca exactitud de sus descripciones. ¡ Que colores mas vivos ofi ccia a su gcino
el aspecto austero y religioso 6 la vez del pais de Jerusalen I Causa admiracion el ver en este pais las grutas, los sotos, los va
lles, en una palabra, paisajes como los que se encuentran bajo del ciclo do Italia. Tendremos ocasion do hacer ver lo que falta
co la Jerusalen libertada bajo el punto de vista de la veracidad.
4 16 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
entre los cruzados. El solitario del monte de los Olivos unió sus exhortaciones á las del clero, y di
rigiéndose á los principes y al pueblo , les dijo : « Vosotros que habeis venido de las regiones del
Occidente para adorar la tumba de Jesucristo, amaos como hermanos y santificaos por medio del ar
repentimiento y de las buenas obras. Si obedeceis las leyes de Dios, él os hará dueños de la santa
ciudad, pero si las desechais, su cólera caerá sobre vuestras cabezas.» El ermitaño aconsejó á los
cruzados que hiciesen una procesion al rededor de Jerusalen, para invocar la misericordia y protec
cion del cielo.
Los peregrinos, que estaban persuadidos que las puertas de la ciudad sitiada no debian abrirse so
lamente á fuerza do armas, sino tambien por la devocion, acogieron con docilidad las exhortaciones
del ermitaño, y se apresuraron á seguir su consejo, que lo miraban como un precepto divino. Des
pues de tres dias de un riguroso ayuno, salieron de sus cuarteles, y marcharon con los piés des
calzos y la cabeza descubierta hácia las murallas de la santa ciudad. Precediales el clero que iba
revestido con hábitos blancos llevando las imágenes de los santos , y cantando los salmos y demás
cánticos de la Iglesia. Los estandartes ondeaban en medio de las armas cruzadas, y el sonido de los
timbales y trompetas se oia desde muy lejos; de este modo los hebreos , en otro tiempo, se habian
apoderado de la torre de Jericó cuyas murallas se desplomaron al sonido de una música militar.
Los cruzados salieron del campo de Godofredo hácia el norte de la ciudad santa , bajaron por el
valle de Josafat, pasaron entre el sepulcro de la Virgen y el jardin de los Olivos, y subieron final
mente á las sagradas alturas de la Ascension.
Asi que estuvieron en la cúspide do la montaña, el espectáculo mas imponente se presentó de
lante de sus ojos: al oriente, el mar Muerto se dibujaba en el valle de Jericó como en un brillante
espejo, y el Jordan como una cinta plateada; las montañas de la Arabia se estendian en el horizonte
cual murallas azuladas: al occidente los peregrinos contemplaban á sus piés á Jerusalen y las pá
lidas colinas de la Judea. Reunidos en el mismo lugar desde el que Jesucristo subió á los cielos, y
creyendo distinguir las huellas de sus pisadas, escucharon las últimas exhortaciones de los clérigos y
Je los obispos,
Arnaldo de Rohes, capellan del duque de Normandia , les dirigió tambien un patético discurso para encare
cerles la necesidad en que estaban de redoblar su celo y su constancia; y al finalizar su discurso,
y con la vista fija sobre Jerusalen les dijo: «Ya veis la herencia de Jesucristo hollada por los im
pios, hé aqui en fin el digno premio de todos vuestros trabajos , hé aqui el lugar en donde Dios
os perdonará todas vuestras faltas, y bendecirá vuestras victorias.» A la voz del orador los defenso
res de la cruz se humillaron delante de Dios, dirigiendo sus miradas á Jerusalen.
Como Arnaldo les invitaba en nombre de Jesucristo á perdonar las injurias, Tancredo y Raimun
do que estaban enemistados desde mucho tiempo, se abrazaron en presencia de todo el ejército. Los
soldados y los otros jefes imitaron su ejemplo ; y los mas ricos prometieron socorrer con sus li
mosnas á los pobres y á los huérfanos que militaban bajo la enseña de la Cruz. Todos olvidaron
sus fatales discordias, jurando permanecer fieles á los preceptos de la caridad evangélica.
Mientras que los cruzados se entregaban á los dulces sentimientos de su piedad , los sitiados , que co
ronaban las murallas de Jerusalen, levantaban varias cruces que profanaban con sus ultrajes, in
sultando con sus gestos y sus esclamaciones las ceremonias de los cristianos, a Vosotros ois, les. dice
«Pedro el Ermitaño, las amenazas y las blasfemias de los enomigos del verdadero Dios: jurad defender
ȇ Jesucristo perseguido y crucificado segunda vez por los infieles. Ved como espera nuevamente so-
abre el Calvario para redimir vuestros pecados.» A ostas palabras del cenobita, la multitud le inter
rumpe con gemidos y gritos de indignacion. Todo el ejército arde en deseos de vengar los ultrajes
hechos al Hijo de Dios, «Si, yo juro por vuestra piedad, prosiguió el orador, yo juro por vuestras
armas , que el reinado de los impios toca ya á su término. El ejército del Señor solo necesita presentar-
pe, y toda esa multitud de musulmanes doaparocerá como el humo. Hoy todavia están llenos de or
gullo y de insolencia, mañana los vereis cubiertos de terror, y sobro este Calvario que vais á asal
tar, Ies vereis delante de vosotros como los centinelas del Sepulcro, que vieron caérseles las armas
do las manos , y casi morir de miedo y espanto cuando un temblor de tierra les anunció la pre
H7
> tiem-
s sobre
cíe ala-

ise mu-
,os cris-
rácia el
la vis-
dos vie-
i "vieron
¿lias, y
s é im-
só á sus
. Oriente
2s y los
llenaban
!
ras pro-
algunos
íion: los
por la
y los s¡-
ar con—
durante
e digna-
ebia
■ ser

r activar
iontal do
un sitio
kn otros
juego de
3 llevó &,
lor pieza
srusalen ,
de cinco

que me
r a acla-
po ; mas
. al rede-
establc-
victoria

cion por
s grande
lano , la
5 terreno
se trabó
todo los
í 16
entre 1
rigiénd<
Occiden;
repenlii
ciudad,
cruzado
cion de
Los p
lamente
del erm
pues de
calzos ]
revestid
cánticos
timbalej
apodera*
Los G
valle de
mente á
Así q
Jante de
espejo,
pual mu
lidas coi
creyendc
de los 0|
ArnaK
eerles ta]
y con 1¡
píos, hé
os perdc
ros de 1
Como
do que <
soldados
mosnas j
sus fatal*
Mientr.
roñaban
6ultando
«Pedro e
ȇ Jesuci
wbre el (
rumpe ce
hechos al
armas , q
se, y tod
güilo y i
lar, les i
(lo las ni

¡
LIBRO CUARTO. — 4099-1101. H7
sencia de Dios resucitado. Dentro pocos instante* , estas murallas que han sido durante tanto tiem
po el abrigo del pueblo infiel, serán la mansión de los cristianos; estas mezquitas construidas sobre
las ruinas cristianas, servirán de templo al Dios verdadero, y Jerusalen solo ojrá los cánticos de ala
banza hácia el Salvador, s
Al finalizar Pedro su discurso, el entusiasmo de los cruzados llegó á su colmo, exhortábanse mu
tuamente á sobrellevar las fatigas y trabajos cuya gloriosa recompensa estaba ya próxima. Los cris
tianos descienden del monte de los Olivos para regresar á su campamento, y dirigiéndose hácia el
mediodía , atraviesan el valle de Siloé , y pasan cerca del estanque en donde Jesucristo dió la vis
ta á un ciego de nacimiento, y se adelantan hácia la montaña de Sion, en donde otros recuerdos vie
nen á inflamar nuevamente su entusiasmo. Durante este piadoso camino los peregrinos se vieron
muchas teces espuestos á los dardos que les dirigían los sitiados desde lo alto de sus murallas , y
muchos, heridos mortalmente, espiraban al fin en medio de sus hermanos, bendiciendo á Dios é im
plorando su justicia contra los enemigos de la fé. Hácia la larde, el ejército cristiano regresó á sus
cuarteles repitiendo las palabras del Profeta : Los de Occidente temerán al Señor, y los de Oriente
verán su gloria. Llegados al campamento , los peregrinos pasaron la noche orando; los jefes y los
soldados se confesaron, y recibieron por medio de la comunión al Dios cuyas promesas les llenaban
de esperanza.
Mientras que ol ejército cristiano se preparaba de esta suerte para el combate , el silencio mas pro
fundo reinaba al rededor de los muros de Jerusalen, solamente se oia de cuando en cuando á algunos
musulmanes desde lo alto de las mezquitas de la ciudad, llamar á sus compañeros á la oración: los
infieles acudían en tropel á sus templos para implorar la protección de su Profeta , jurando por la
piedra misteriosa de Jacob defender una ciudad que llamaban la casa de Dios. Los sitiados y los si
tiadores tenían un mismo valor "y les animaba igual deseo de derramar sangre, los unos por con
servar á Jerusalen y los otros por conquistarla. La rabia que les dominaba era tan grande, que durante
todo el tiempo del sitio , ningún diputado musulmán pasó al campo de los cristianos , ni estos se digna
ron tampoco intimar la rendición de la plaza á aquellos. Entre tales enemigos , el choque debia ser
terrible y la victoria implacable.
Revolvióse \ i en el consejo de los jefes, el aprovechar el entusiasmo de los peregrinos y activar
el asalto cuyos preparativos estaban adelantados. Godofrcdo situó su campo hácia el ángulo oriental do
la ciudad cerca de la puerta de San Estéban. El terreno de este nuevo campamento ofrecía un sitio
muy á propósito para dar un asalto : por este lado era la muralla esterior mas baja que en otros
puntos: y la superficie plana del terreno tenia la necesaria estension para la colocación y juego de
las máquinas de guerra. Los cronistas contemporáneos se admiran de la prontitud con que se Heyó 4
cabo ¿ín cambio tan grande. Los arietes y las torres fueron desmontadas y trasportadas pieza por pieza
al nuevo campo: este prodigioso trabajo, que debia decidir el éxito del sitio y la toma de Jerusalen,
se hizo en una sola noche, y en una noche del mes dé julio, es decir durante el espacio de cinco
ó seis horas.
Cuando yo describía , veinte y nueve años atrás, el sitio de la santa ciudad, los cronistas que me
servian de guia , me presentaban este punto con mucha oscuridad ; concebí entonces la idea de ir á acla
rar mis dudas sobre el terreno. Pero me faltaron medios y ocasión por espacio de mucho tiempo ; mas
finalmente he podido ver. la verdad por mis propios ojos , y he podido seguir á los peregrinos al rede
dor de la santa ciudad. Muchas veces me he parado en el mismo lugar donde Godofredo había estable
cido su último campamento , y he podido reconocer ol sitio en donde se decidió la mas grande victoria
de los soldados de la cruz , esto es la toma de Jerusalen.
Debo añadir todavía, para ser mas claro, que las murallas han esporimentado alguna variación por
este lado. En las murallas construidas por orden de Solimán, el circuito de la ciudad era mas grande
por el ángulo nordeste; y visitando la parle interior de la ciudad, he reconocido un terreno llano , la
mitad cubierto de miserables chozas, y la restanto inhabitada: en tiempo de los cruzados, este terreno
estaba fuera de la ciudad, y este fué el sitio en que se colocó la torre de Godofredo y en que se trabó
el combate decisivo do los sitiadores. Yo espero que con esta esplicacion , mis lectores , sobre todo los
í 18 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
que han visto á Jerusalen, me seguirán fácilmente en todo lo que me falta que decir, interin prosigo
mi relaeion;
Tancredo se quedó .con sus máquinas y su elevada torre, hácia la parte noroeste de la ciudad, no
lejos de la puerta de Belen y delante de la torre angular que llevó despues el nombre de aquel. El du
que de Normandia y el conde de Flandes se habian aproximado un poco al campo de Godofredo, te
niendo delante la parte septentrional de la ciudad, y detrás la gruia de Jeremias. El conde de San Gil,
encargado del ataque meridional, se encontraba separado de la muralla por una especie de rambla ó
torrentera que era preciso secar. Al efecto hizo publicar por medio de un heraldo de armas, que él
pagaria un dinero á cada persona que echase en dicha torrentera tres piedras, é inmediatamente el
pueblo acudió para secundar los esfuerzos de los soldados. Un granizo de dardos y de flechas lanzados
desde lo alto de las murallas, no pudo enervar el, zelo y el ardor de los trabajadores. En fin, al tercer
dia concluyóse esta operacion , y los caudillos dieron la órden para el ataque generaL
El jueves dia 14 de julio de 1099, desde, que amaneció, los clarines resonaban en todo el campe
cristiano; todos los cruzados volaron á empuñar las armas, todas las máquinas de guerra se pusieron
en movimiento , y los pedreros lanzaban contra el enemigo multitud de pedernales, mientras que al abrigo
de caminos cubiertos se hacian aproximar los arietes á las murallas. Los archeros y ballesteros dirigian
sus tiros contra los egipcios que guarnecian los muros y las torres; y los intrépidos guerreros, cubiertos
con sus escudos, plantaban las escalas en los puntos en los que la plaza parecia ofrecer menor resistencia.
Por la parte del mediodia, del oriente y del norte de la ciudad, las torres se avanzaban hácia la
muralla en medio de la griteria de los operarios y soldados. Godofredo pareció sobre lo mas alto de esta
fortaleza de madera, acompañado de su hermano Eustaquio y de Balduino de Bourg, animando á los
suyos con su ejemplo. Todos los venablos que él lanzaba , dicen los historiadores , llevaban la muerte á
los sitiados. Raimundo, Tancredo, el duque de Normandia y el oonde de Flandes combatian en medio
de sus soldados; los caballeros y los hombres de armas acudian en todos los puntos . donde mayor era
el peligro -
Nada puede igualarse con el furor del primer choque de los cristianos; pero os preciso confesar que err
todos los puntos encontraron una terrible resistencia. Las flechas y los venablos, el aceite hirviendo, el
fuego griego ó misto incendiario y catorce máquinas que los sitiadores oponian á las de los enemigos, re
chazaron por todos lados el ataque y los esfuerzos de los acometedores. Los infieles salieron por una brecha
abierta en la muralla y probaron el incendiar las máquinas de los sitiadores, introduciendo el desórdenen
el ejército cristiano. Al finalizarse la jornada, las torres de Godofredo y de Tancredo no podian ya ser mo
vidas, y la de Raimundo estaba arruinada. La lucha habia durado doce horas, sin que pareciece decidirse
la victoria por los cruzados; la noche vino á separar á los combatientes. Los cristianos se retiraron á sus
campamentos llenos de coraje y de dolor ; los jefes, especialmente los dos Robertos, no podian consolarse de
que Dios no les hubiese juzgado todavía dignos de entrar en la santa ciudad y de adorar el sepulcro de su Hijo.
La noche se pasó por una y otra parte en la mas viva inquietud, cada uno lloraba sus pérdidas y tem
blaba por las que habian devenir. Los musulmanes temian una sorpresa; los cruzados temian á la vez que
los musulmanes no incendiasen las máquinas que habian dejado al pié de las murallas. Los sitiados se ocu
paron sin descanso en reparar las brechas hechas á sus murallas, y los sitiadores en poner sus máquinas en
ostado de poder servir para un nuevo asalto. El dia siguiente se repitieron los mismos combates que en el
anterior.
Los jefes se esforzaban por medio de sus discursos en reanimar el valor de los cruzados. Los sacerdotes
y los obispos recorrian las tiendas de los soldados anunciándoles los socorros del cielo. El ejército cristiano,
poseido de una nueva confianza en la victoria, se puso sobre las armas, y avanzóse silenciosamente hácia
el lugar del ataque, mientras que el clero marchaba procesionalmente al rededor de la santa ciudad.
El primer encuentro fué terrible. Los cristianos, indignados por la resistencia que esperimontaron el dia
anterior, combatian desesperadamente. Los sitiados , que habian sabido la llegada de un cuerpo de tropas-
egipcias, estaban animados con la esperanza de la victoria; máquinas formidables cubrian sus murallas:
por todas partes oianse silbar los venablos, las piedras, y las vigas lanzadas por los cristianos y por los in
fieles chocaban entre si haciendo un ruido espantoso, y volvian á caer sobre los sitiadores. Los musulma—
LIBRO CUAKTO.— 1099-1101. 119
nes no cesaban de arrojar desde lo alto de las torres teas incendiarias y botes de fuego. Las fortalezas de ma
dera de los cristianos se aproximaban á las murallas en medio de un incendio general. Los infieles se diri
gían sobro todo á la torre de Godofredo, en la que brillaba una cruz de oro, cuyo aspecto provocaba sus fu
rores y sus ultrajes. El duque de Lorena habia visto caer á su lado á uno de sus escuderos y á muchos de
sus soldados, y á pesar de ser el blanco de los tiros enemigos, combatia en medio de los muertos y heridos,
no cesando de exhortar á sus compañeros á que redoblasen su valor y constancia. El conde de Tolosa, que
atacaba la ciudad por la parte del mediodía, oponia todas sus máquinas a las de los musulmanes, teniendo
que combatir al emir de Jerusalen, que animaba a los suyos arengándolos, y se subia á las murallas, rodea-
dodelos mejores soldados egipcios. Hácia el norte estaban Tancredo y los dos Robertos al frente de sus bata
llones. Inmóviles sobre su fortaleza, mostrábanse impacientes de esgrimir la lanza y la espada. Sus arietes
habian ya desmoronado las murallas por varios puntos, detrás de los cuales Tos sitiados estrechaban sus filas
y ofrecían una última trinchera á los ataques de los cruzados.
En medio del combate, parecieron sobre las murallas de la ciudad dos -mágicos (1) conjurando,
dicen los historiadores, los elementos y potestades del infierno.
Ellos no pudieron evitar la muerte que invocaban contra los cristianos, y sucumbieron bajo el
esforzado valor de estos. Dos emisarios egipcios , llegados de Ascalon para exhortar á los sitiados á defen
derse , fueron sorprendidos por los cruzados cuando iban á entrar en la ciudad. Uno de ellos murió á manos
de los cruzados, y el otro después de haber revelado el secreto de su: misión fué destinado al servicio de
una máquina , sobre las murallas en donde combatían los musulmanes.
Sin embargo , el combate duraba ya desde el amanecer , y los cruzados no abrigaban esperanza
alguna de entrar en la plaza. Todas sus máquinas ardían, y faltaba el agua y sobre todo el vinagre (2)
que solo podia apagar la especie de fuego arrojado por los sitiados. En vano los mas valientes se es
ponían á toda clase de peligros para evitar la ruina de las torres de madera y -de los arietes , ellos caían se
pultados debajo de sus ruinas , y la llama devoraba sus escudos y sus vestidos. Muchos guerreros , de los
mas valientes , habian hallado la muerte al pié de las murallas : un gran número de los que guarne
cían las torres habian quedado fuera de combate, y los demás, cubiertos de sudor y de polvo, abati
dos con el peso de sus armas y con el calor que hacia , empezaban á desmayar. Los sitiados, que lo lle
garon á conocer , se alegraron en gran manera. Entre las muchas blasfemias que salinn de sus bocas,
echaban en cara á los cristianos el que adorasen á un Dios que no podia defenderles. Los sitiadores de
ploraban su suerte, y creyéndose abandonados de Jesucristo , permanecían inmóviles sobre el campo de
batalla.
Pero bien pronto la lucha iba á cambiar de aspecto. De repente los cruzados vieron aparecer sobre la
montaña de los Olivos á un caballero agitando un escudo y dando al ejército cristiano la señal para
entrar en la ciudad. Godofredo y Raimundo fueron los primeros que lo vieron y esclamaron : San Jorge
viene al socorro de los cristianos. El tumulto del combate no daba lugar á examinar ni menos á discutir,
y la vista del celeste caballero entusiasma poderosamente á los sitiadores que vuelven á la carga con
el mayor denuedo. Las mujeres, los niños y hasta los enfermos corren á tomar parte en la pelea, lle
vando agua , víveres y armas, uniendo sus esfuerzos con los de los soldados para aproximará las mura
llas las torres, que eran el espanto de los enemigos. La de Godofredo se adelantaba en medio de una terri
ble descarga de piedras, dardos y de fuego griego, y dejaba caer su puente todavía sobre la muralla. Al
mismo tiempo infinidad de dardos inflamados vuelan contra las máquinas de los sitiados, contra los sacos de

(1) Como el Tasso emplea á menudo la magia, hemos buscado con cuidado en los historiadores contemporáneos lo que puedo
tener relación con este género maravilloso. El hecho que citamos aquí, después de Guillermo de Tiro y de l'emardo el Tesorero,
es el único que hemos podido hallar. Algunos historiadores han dicho que ia madre de Kerbogá era hechicera y que ella habia
anunciado la derrota de Anlioquta. En vano será pretender hallar otros hechos análogos en la historia de la primera cruzada.
Debemos añadir que la magia estaba mucho menos en boga en el siglo doce, que en el que vivió el Tasso. Los cruzados eran
sin duda muy supersticiosos, pero su superstición no se fijaba en pequeneces, ellos creian en los fenómenos que les parecía ver
en el cielo, creian en la aparición de los santos y en las revelaciones hechas por el mismo Dios; pero a» efeian en la magia. La
hechicería nos viene de los pueblos del Norte que se establecieron en la Normnndfa, con su mitología particular, y puede ser que
sus ideas se combinasen con Ij alquimia de los arabos de E-paña — 2 Guillermo de Tiro y Raimundo de Agiles. Biblioteca
de las Cruzadas.)
420 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
paja y de heno y contra los sacos de lana que cubrian los últimos muros de la ciudad. El viento aumenta
ba el incendio y arrojaba las llamas sobre los musulmanes. Estos, envueltos entre los torbellinos de fuego y de
humo, retroceden al aspecto delas lanzas y de las espadas cristianas. Godofredo, precedido de los dos her
manos Letaldo y Enjelberto deTournay y seguido de Balduino de Bourg, de Eustaquio, de Raimbaldo Cro
ton de Guicher, de Bernardo de Saint-Vallier y de Amenjeu de Abret, derrota á los enemigos, les persigue y
se arroja dentro de Jerusalen. Todos los valientes quecombatian desde la plataforma de la torre, siguen á su
intrépido caudillo, penetrando con él en las calles de la santa ciudad, pasan á cuchillo á todos los que encuen
tran á su paso.
Mientras esto tenia lugar, se difunde en el ejército cristiano la noticia que el santo pontifice Adhemar y
muchos cruzados, muertos durante el sitio, acaban de aparecer á la cabeza de los que estaban asaltando la
plaza, y habian enarboladolos estandartes de la cruz sobre las torres de Jerusalen. Tancredo y los dos Rober
tos, animados por esta relacion, multiplican su valor y sus esfuerzos y se arrojan por fin dentro de la plaza,
acompañados de Hugo de San Pablo, de Gerardo de Rosellon, de Luis de Monson, de Conando y Lamberto de
Monteagudo y de Gaston de Bearn. Una multitud de valientes les siguen de cerca: los unos entran por una
brecha medio abierta, los otros suben á las murallas por medio de escalas, y muchos se precipitan de lo alio
de las torres de madera. Los musulmanes huyen por todas partes y resuena por todo Jerusalen el grito de vic
toria de los cruzados: ¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere! Los compañeros de Godofredo y de Tancredo van con el
hacha á derribar la puerta de San Estéban, y queda la ciudad abierta á los cruzados que se disputan la en
trada y el honor de batirse por última vez con los infieles.
Solamente Raimundo encontraba todavia alguna resistencia. Advertido de la conquista de los cristianos,
por los gritos de los musulmanes, por el ruido de las armas y por el tumulto y griteria que se oye dentro de
la plaza, reanima el valor de sus soldados. Estos, impacientes por reunirse á sus compañeros, abandonan su
torre y sus máquinas que ya no podian mover, y precipitándose sobre las escalas y ayudándose los unos á los
otros, llegaban hasta loalto de la muralla, precedidos del conde de Tolosa, de Raimundo Pelet, del obispo de
Bira, del conde de Die y deGuillermo de Sabran. Nada puede contener su impetueso ataque, dispersan á los
musulmanes que van á refugiarse con su emir en la fortaleza de David (4), y bien pronto los cruzados reuni
dos en Jerusalen se abrazan, y llorando de alegria no piensan mas que en continuar la victoria.
Sin embargo la desesperacion reanima por algunos momentos á los mas valientes de los egipcios; que se
echan sobre los cristianos que avanzaban en desórden y corrian al saqueo. Estos empezaban á retirarse de
lante del enemigo que habian vencido, cuando Everardo de Puysaie, cuyo valor ha celebrado Raul de Caen,
reanimó el valor de sus compañeros, pénese á su cabeza y llena de nuevo de terror á los infieles. Desde enton
ces los cruzados no tuvieron mas enemigos á quienes combatir.
La historia hace mencion acerca la circunstancia de haber entrado los cristianos en Jerusalen un viernes á
las tres de la tarde, por ser el dia y la hora en que Jesucristo espiró por la salvacion de los hombres. Esta época
memorable debia llenar los corazones de los cruzadosde sentimientos de misericordia; pero irritados por lasarue-
nazas y los insultos de los musulmanes, endurecidos por los males que habian sufrido durante el sitio, y por
la resistencia que habian encontrado en el ataque de la ciudad, llenaron de sangre y de luto á Jerusalen que
acababan de libertar y que miraban como sü futura patria. Bien pronto la carniceria se hizo general: los que
escapaban del hierro de los soldados de Godofredo y de Tancredo, perecian á manos de los provenzales igual
mente sedientos de sangre enemiga. Los musulmanes eran muertos en las calles, y en sus casas: Jerusalen
no ofrecia asilo alguno á los vencidos: unos pudieron escapar de la muerte precipitándose de las murallas,
otros corrian atropelladamente á refugiarse en los palacios, en las torres, y principalmente en sus mezquitas
en donde no pudieron sustraerse á la persecucion de sus enemigos.

(1) Los autores orientales apenas dan detalles sobre el sitio de Jerusalen. Las historias arabes manuscritas que se encuentran en
la Biblioteca Real y queM. Rcinaud ha traducido IBiblioteca de las Cruzadas) solo contienen vagas reseñas. Solamente dicen que el
sitio duro roas de cuarenta dias, y que los cristianos mataron a muchos musulmanes. Debe hacerse aqui una observacion general.
Los historiadores arabes, cuando los musulmanes esperimentaron reveses,son avurosdedelalles, contentandosecon relaciones vagas,
añadiendo: Asi Dios lo ha querido, que üios maldiga 6 las cristianos. Aboul Feda no da mas detalles que los otros. Dice que la matanza
de los musulmanes duro siete dias seguidos, y que sesenta mil personas fueron muertas en la mezquita de Omar, lo que es eviden
temente exagerado.
LIBRO CUARTO.— 1099-41 0*. 421
Los cruzados, dueños de la mezquita de Ornar, en donde los musulmanes se habían defendido algún tiem
po, renovaron las deplorables escenas que mancharon la conquista de Tito. La infantería y la caballería en
tró confusamente con los vencidos. En medio del mas horrible tumulto , se oian los ayes y los gritos de los
moribundos, y los vencedores caminaban sobre montones de cadáveres, para alcanzar á los que en vano
buscaban escaparse. Raimundo de Agiles, testigo ocular, dice que en el templo y debajo del pórtico de la
mezquita la sangre llegaba á la rodilla, y casi hasta el bocado de los caballos. Para pintar este terrible espec
táculo , que la guerra ha ofrecido dos veces en el mismo lugar , bastará reproducir las palabras del his
toriador Josefo, que dice que el número de las víctimas inmoladas por el acero escedia mucho al de
los vencedores , que habían acudido de todas partes para tomar parte en la lucha , repitiendo las vecinas
montañas del Jordán, por medio del eco, el espantoso ruido que se oia en el templo.
La imaginación quiere desviarse con horror de esas escenas desgarradoras, y puede apenas, en medio
de tantas matanza, fijarse en el Iristecuadro qüe presentaban los cristianos de Jerusalen cuyas cadenas aca
baban de romper los cruzados. Apenas habia sido conquistada la ciudad, cuando se les vió correr hácia
los vencedores, partiendo con ellos los víveres que habían podido salvar de la rapacidad de los musulmanes y
dando gracias á Dios por haber hecho triunfar la causa de los soldados de la cruz. Pedro el Ermitaño, quo
cinco años antes habia prometido armar el Occidente para libertar á los fieles de la santa ciudad, debió gozar
mucho con el espectáculo que presentaban los cristianos llenos de reconocimiento y de alegría. Los cristia
nos de Jerusalen, en medio de la multitud de los cruzados, parecía que solo buscaban el generoso cenobita
que les habia visitado en sus sufrimientos y cuyas promesas habían tenido el mas puntual cumplimiento,
corriendo todos al rededor del venerable ermitaño. A él era á quien dirigían sus cánticos proclamándole
por su libertador ; y le contaban los males que habían sufrido durante su ausencia, pudiendo apenas creer
lo que pasaba delante sus ojos, y en medio de su entusiasmo, que Dios se hubiese servido de un solo hom
bre para sublevar tantas naciones y obrar tantos prodigios.
A la vista de sus hermanos quienes habían dado la libertad , se acordaron sin duda los peregrinos que
habían venido para adorar el sepulcro de Jesucristo. El piadoso Godofredo que se habia abstenido de lomar
parte en la matanza después de la victoria, dejó á sus compañeros, y seguido de tres criados (I) encami
nóse sin armas y con los piés descalzos á la iglesia del Santo Sepulcro. Al momento este acto de devoción
llegó á noticia del ejército cristiano, y al instante todas las venganzas y todas las cuestiones se apaciguan, los
cruzados se despojan de sus sangrientos vestidos , y conducidos por el clero marchan juntos , con los piés
descalzos y la cabeza descubierta, hácia la iglesia de la Resurrección (2).
Así que el ejército estuvo reunido al rededor del Santo Sepulcro, empezó á hacerse de noche. El mas pro
fundo silencio reinaba en las plazas públicas y en las murallas ; y solo se oian en la sania ciudad los cánti
cos de penitencia y estas palabras de Isaías: Vosotros que amáis á Jerusalen , regocijaos con ella. Los cruzados
mostraron entonces una devoción tan viva y tan tierna, que se hubiera dicho, según advierte un historiador
moderno (3) , que estos hombres que acababan de tomar una ciudad por asalto y de hacer una horrible
carnicería , salían de un largo retiro y de meditar profundamente nuestros misterios. Estos contrastes ines-
plicables se repiten con frecuencia en la historia de las Cruzadas. Algunos escritores han querido, con este
motivo, poder formular una acusación contra la religión cristiana; áotros, no menos ciegos y apasionados, les
ha servido de pretesto para atenuar los deplorables escesos del fanatismo ; pero el historiador imparcial se
limita á consignarlos compadeciéndose de las debilidades de la humana naturaleza.
El piadoso fervor de los cristianos no hizo mas que suspender las escenas de sangre y de desolación. La
política de algunos caudillos pudo hacerles creer que era necesario inspirar gran terror á los musulmanes;
y pensando tal vez , que si daban libertad á los que habian defendido á Jerusalen , tendrían después necesi
dad de combatirlos , y que estando en un pais rodeado de enemigos el guardar á tantos prisioneros cuyo

(I) Alberto do Aix nombra á estos tres criados Baldric , Adelberon y Stabulon. Un hablando de la procesión de Godofredo,
da cuenta de una antigua visión de Stabulon , jefe de los criados del duque de Bouillon, el que anunció la conquista de la sania
ciudad ( BMioUca de las Cruzadas 1. 1).— (2) Algunos historiadores dicen que los cristianos no fuéron al Santo sepulcro hasta el
dia siguiente de entrar en Jerusalen. Nosotros seguimos laopiuion de Alberto de Mi que nos parece mas verosímil.—,8) El padie
Maimbourg (Historia de las Crinadas).
(16 y 17) 1G
18í HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
número escedia á los soldados que debian vigilarles, era una cosa muy peligrosa , resolvieron en consejo
sentenciar á muerte á todos los musulmanes que permanecian en la ciudad (1).
El fanatismo secundó cumplidamente esta bárbara politica. Todos los enemigos que se habian salvado
de la horrible matanza y que creian conservar sus vidas por medio de un rico rescate, fueron condenados
á muerte, la que sufrieron de varias maneras. A los unos se les obligó á precipitarse desde lo alto de las
torres y de las casas, á los otros se les hizo morir por medio de las llamas, y algunos fueron arras
trados hasta las plazas públicas en donde eran inmolados sobre un monton de cadáveres. Ni las lágrimas
de las mujeres, ni los gritos de los tiernos infantes, ni el aspecto del lugar en el que Jesucristo perdonó
á sus verdugos, pudieron desarmar el brazo del irritado vencedor. Tan grande fué la carniceria, que, se
gun cuenta Alberto de Aix , se veian montones de cadáveres, no solamente en los palacios, en los tem
plos y en las calles, sino hasta en los lugares mas recónditos y solitarios. A tal estremo habia llegado
el delirio de la venganza y del fanatismo, que estas escenas no causaban ninguna admiracion. Los his
toriadores contemporáneos las consignan sin tratar de escusarlas, y en su relacion, llena de horrorosos de
talles, no dejan traslucir ningun sentimiento de reprobacion ó de piedad.
Los cruzados cuya alma no era indiferente á los sentimientos generosos , no pudieron contener el furor
de un ejército que dominado por las pasiones de la guerra creia vengar la religion ultrajada. Trescientos
hombres refugiados en la plataforma de la mezquita de Omar fueron inmolados, el dia siguiente de la
conquista, á pesar de los ruegos de Tancredo que les habia enviado su estandarte para su salvaguardia,
y que se indignó porque se respetaban tan poco las leyes del honor y de la guerra. Solamente los musul
manes que se habian retirado en la fortaleza de David, se salvaron de la muerte. Raimundo aceptó su
capitulacion : y tuvo la dicha y la gloria de hacerla ejecutar, y este acto de humanidad pareció muy
estraño á los ojos de la mayor parte de los cruzados.
La matanza no cesó hasta al cabo de una semana. Los musulmanes que durante este intervalo habian
podido sustraerse á la persecucion de los cristianos, fueron destinados á servir en el ejército. Los historiado
res orientales, de acuordo con los latinos, elevan el número de los muertos en Jerusalen á mas de setenta
mil. Los judios no fueron mas afortunados que los musulmanes, pues se prendió fuego á la sinagoga en donde
se habian refugiado y todos perecieron victimas de las llamas.
Como los cadáveres amontonados en las plazas públicas, y la sangre que habia en las calles y en las mez
quitas , podian ser causa de enfermedades contagiosas , los jefes dieron orden para limpiar la ciudad y apar
tar de ella un espectáculo, que debia ser odioso á loscruzadosá medida que el furor y la venganza se calma
ba en sus corazones. Algunos prisioneros musulmanes que no habian escapado de la cuchilla enemiga sino
para caer en la mas cruel servidumbre , fueron encargados de enterrar los mutilados cadáveres de sus her
manos y de sus amigos. Ellos lloraban , dice el fraile Roberto, y trasportaban los cadáveres fuera de Jerusa
len . ayudándoles en esta dolorosa comision los soldados de Raimundo, que habian entrado últimamente en
la ciudad, y como habian tenido poca parte en el botin, buscaban todavia entre los muertos algunos despojos
del enemigo.
Bien pronto la ciudad de Jerusalen presentó una nueva faz. En el espacio de algunos dias habia cambiado
de habitantes , de leyes y de religion. Antes de dar el último asalto, se habia convenido, siguiendo la cos
tumbre de los cruzados en sus conquistas, que cada guerrero se haria dueño y poseedor de la casa ó del
edificio en donde entrase primeramente. Una cruz, un escudo ó cualquier señal fijada en la puerta, era
para cada uno de los vencedores el titulo de posesion. El derecho de propiedad fué respetado por los soldados,
ávidos del saqueo , y vióse repentinamente reinar el mejor orden en una ciudad que acababa de ser teatro
de tedos los horrores de la guerra. Una parte de los tesoros quitados á los infieles, fueron empleados en so
correrá los pobres y huérfanos y en restaurar los aliares de Jesucristo que acababan de encontrarse en la santa
ciudad. Las lámparas, los candelabros de plata y oro, los ricos ornamentos que se encontraron en la mez
quita de Omar, se adjudicaron á Tancredo. Una crónica dice que estos suntuesos despojos hubieran necesi-

(1) Alberto de Aix inserta la sentencia dictada por el consejo de los jefes; esta sentencia se apoya en los motivos que indica
mos aqut. Como esta pieza es muy notable, ta insertamos integra en la Biblioteca de las Cruzadas, t. 1. La relacion hecha po1
el nusraj Alberto de Aii de la carniceria que duro una semana, y que nosotros hemos procurado describir lo mas pMidamcnt
posible, se encuentra asimismo en el resumen que hace este historiador.
LIBRO CUARTO.— 1 099-1 101. \n
lado seis carros para su trasporte y que fueron precisos dos dias para retirarlos de la mezquita. Tancredo
dividió estas inmensas riquezas con el duque de Bouillon, que habia escogido por su señor.
Pero los cruzados pronto olvidaron estos tesoros prometidos á su valor para admirar la conquista mas
preciosa á sus ojos: y esta era la verdadera cruz tomada por Cosroes y devuelta á Jerusalen por Heraclio.
Los cristianos encerrados en la ciudad , durante el sitio, la habian ocultado á la rapacidad de los musulma
nes. El aspecto de aquella escitó el mas vivo trasporte entre los peregrinos. De este acontecimiento, dice
una antigua crónica , estuvieron los cristianos tan contentos como sí hubiesen visto el cuerpo de Jesucristo pen
diente de la cruz. Paseóse la mencionada cruz en triunfo por las calles de Jerusalen , y fué colocada después
nuevamente en la iglesia de la Resurrección.
Diez dias después de la victoria , los cruzados se ocuparon de relevar el trono de David y de Salomón, co
locando en él á un jefe que pudiese conservar una conquista que los cristianos acababan de llevar á cabo, á
precio de tanta sangre. Eslaba reunido el consejo de los príncipes, y uno de los jefes se levantó [la historia
nombra al conde de Flandes) y les habló en estos términos: «Hermanos y compañeros mios , eslamos reuni-
»dos para tratar un negocio de la mas alta importancia. Jamás tuvimos mas necesidad de los consejos de la
«sabiduría y de las inspiraciones del cielo. En los tiempos ordinarios , siempre se desea que la autoridad es-
»téen manos hábiles, pero en las circunstancias actuales debemos elegir el mas digno, para gobernar este
» reino que está en gran parte en poder de los bárbaros. Ya sabemos que los egipcios amenazan esta ciudad á
»la que vamos á dotar de gobierno; y que la mayor parte de los guerreros cristianos que han tomado las ar-
»mas están impacientes por regresar á su patria , abandonando á otros el cuidado de defender sus conque
stas. El nuevo pueblo que debe habitar este terreno, no tendrá en su vecindad pueblos cristianos que puc-
»dan socorrerle y consolarle en sus desgracias. Sus enemigos están cerca de él, y sus aliados al contrario es-
»tán mas allá de los mares; y el rey que nosotros le habremos dado, será su solo apoyo en medio de los peli—
ngros que le rodean. Es pues preciso que el que sea llamado á gobernar este pais, esté dotado de todas las
«circunstancias y cualidades necesarias para conservarlo con gloria; es preciso que una al valor natural de
«los francos la templanza, la fé y la humanidad; porque nos enseña la historia: que es en valde haber triun-
tofudo con las armas, si no se confia el fruto de la victoria á la sabiduría y á la virtud.
» No olvidemos sobre todo, hermanos y compañeros mios, que se trata menos, hoy dia, de dar un rey, que
»un fiel guardián al reino de Jerusalen. Aquel que nosotros escogeremos por jefe, debe servir de padre á
«todos aquellos que renunciarán á su patria y á su familia, para servirá Jesucristo y defender los santos lu-
«gares; debiendo hacer florecer la virtud sobre esta tierra en donde Dios mismo ha dado el ejemplo, y debe
«convertir al mismo tiempo á los infieles á la religión cristiana, acostumbrándoles á nuestros hábitos y hacer
»que bendigan nuestras leyes. Si por desgracia elegís al que no sea digno, destruiréis vosotros mismos vues
tra propia obra y seréis la ruina del nombre cristiano en este pais. No tengo necesidad de recordaros las
«hazañas y los trabajos con los cuales nos hemos apoderado de este territorio, ni tampoco haceros mención
»de losvotos mas tiernos de nuestros hermanos que se han quedado en Occidente. ¡Qué disgusto seria para
» ellos y para nosotros si al regresar á Europa oíamos decir que el bien público se ha descuidado y que la
» reliuion se ha abolido en estos lugares, en los cuales hemos levantado nuevamente los altares! Entoncesmu-
uchos atribuirían á la fortuna, y noá nuestra virtud, los grandes hechos que hemos llevado á cabo, mien-
»trasquc los males que esperi mentaría este reino, creería la opinión pública que son el fruto de nuestra im
aprudencia.
»No creáis sin embargo, hermanos ycompañeros mios, que yo hablo así, porque ambicione el poder y de-
»see captarme vuestro favor y vuestros votos. No, lejos de mí la presunción de aspirar á tal honor; y pongo
>al cielo y á los hombres por testigos (pie si llegareis á ofrecerme la corona, yo no la aceptaría, porque es-
»toy firmemente resuelto á regresar á mis estados. Lo que yo acabo de deciros, no tiene otras miras que ha-
»cer la feücidad y la gloria de todos. Yo os suplico, finalmente, que recibáis este consejo como yo os le doy,
«esto es, con afecto, con franqueza y lealtad, y que elijáis por rey al que por su virtud será el mas capaz de
«conservar y eslender un reino del cual están pendientes el honor de vuestros hermanos y la causa de Jesu
cristo.»
Apenas el conde de Flandes hubo finalizado su discurso, cuando todos los jefes hicieron grandes elogios
de los sentimientos y prudencia del orador. La. mayor parle de ellos pensaron ofrecerle el título de rey, que
i2\ HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
acababa de rechazar; porque el que en esla circunstancia rehusa una corona, parece ser el mas digno de ella;
pero Roberto se espresó con franqueza y buena fé, y suspiraba el momento de regresar á Europa contentán
dose del título de hijo de San Jorge, que habia obtenido por sus heroicos hechos en la guerra santa.
Entre los jefes díanos de ser llamados á ocupar el trono de Jerusalen, ocupaban un lugar preferente
Godofredo, Raimundo, el duque de Normandía y Tancredo. Este último solo buscaba la gloria délas armas,
y tenía en menos el título de roy, que el decaballero. Roberto do Normandía habia demostrado mas valor
que ambición , y después de haber despreciado la corona de Inglaterra , debia serle indiferente la de Jerusalen.
Si debe creerse á un historiador inglés, (51 hubiera podido obtenerlos sufragios de sus compañeros, pero re
husó el trono de David por indolencia y por pereza; lo que hizo que Dios se irritase contra él, añade el mis
mo autor, y que en nada prosperase durante el resto de su vida. El conde de Tolosa habia hecho juramento
de no regresar a Europa ; pero todos lemian su ambición y su fiero carácter, circunstancias que hicieron que
jamás en el ejército obtuviese la confianza y clamor de los peregrinos ni aun de sus criados (1).
Mientras que la opinión estaba indecisa, el clero se indignaba de que se ocupasen primeramente de nom
brar un rey, que de dar un jefe espiritual á la santa ciudad. Pero la mayor parte de los eclesiásticos, envi
lecidos por la miseria y entregados á la disolución, inspiraban poco respeto á los cruzados (2), y este clero Irán
geunle, desde la muerte del obispo de Puy, contaha en su número á pocos hombres que se recomendasen por
gu clase, por sus virtudes y por su talento á la estimaoion de los peregrinos. Los jefes del ejército no lomaron
en consideración las reclamaciones de aquellos, pero al fin se decidió que el rey seria nombrado por un conse
jo compuesto de diez personas de los mas célebres entre el clero y el ejército. Ordenóse que se hiciesen roga
tivas, ayunos y limosnas para que el cielo se dignase presidir el nombramiento que se iba á hacer. Los que
estaban nombrados para elegir al rey de Jerusalen, juraron en presencia del ejército cristiano no escuchar
njngun interés, ninguna afección particular y solamente coronar la. sabiduría y la virtud.
Estos electores, cuyos nombres no nos ba conservado la historia, pusieron el mayor cuidado en estudiar la
opinión del ejército con respecto á cada uno de sus jefes. Guillermo de Tiro cuenta que fuéron á interrogar
hasta á los familiares y criados de todos los que tenían pretensiones á la corona de Jerusalen, y les hicieron
prestar juramento de decir lodo lo que supiesen tocante á las costumbres, carácter é inclinaciones mas se
cretas do sus amos. Los criados de Godofredo de Bouillon rindieron la declaración mas brillante de las virtu
des domésticas de su amo, y en medio de su sencillez solo le echaron en cara un defecto, y era , el de contem
plar con una vana curiosidad las imágenes y las pinturas de las iglesias, y de permanecer en estas mucho
tiempo después de los divinos oficios, lo que hacia que á menudo se olvidaba de la hora de comer, y los man
jares preparados para su mesa se enfriaban y perdían su sabor (3).
Para añadir á este testimonio mas valor, se hacia mención de las hazañas del duque de Lorena en la guer
ra santa. Todos se acordaban que durante el sitio de Nicea habia muerto el turco mas formidable; que sobre
el puente de Antioquía habia partido á un gigante, y que en el Asia menor espuso su vida para salvar la de
un soldado perseguido por un oso. Se contaban también otras hazañas que le colocaban sobre de los demás
jefes,
Los sufragios del pueblo y del ejército estaban á favor de Godofredo, y para que nada fallase á su derecho
di mando supremo, y para que su elevación fuese de todo punto conforme al espíritu déla época, se supo que
habían anunciado su elección revelaciones milagrosas. El duque de Lorena habia aparecido, en sueños, á
varias personas dignas de fé; á la primera, sentado sobre el misino trono del sol, rodeado de aves del cielo,
imagen de los peregrinos: á la segunda, teniendo en la mano una lámpara parecida á una estrella de la no
che y subiendo por una escalera de oro á la celeste Jerusalen, y la tercera habia visto sobre el monte Sinaí
el héroe cristiano saludado por dos mensajeros divinos y recibiendo la misión de conducir y gobernar al pue
blo de Dios.

(I) Raimundo de Agiles refiere que se habia ofreciilo la corona al conde de Tolosa y que este decididamente la rehuso : lo
mismo dice Ana Comneno. Estos dos testimonios son algo sospechosos. {Biblioteca de lat Cruzadas, t. I.)— ¡2) Guillermo deTiro,
|lb. IX. dice, con relación al clero de las Cruzadas, que después de la muerte de Adhemar se habían visto confirmadas las palabras
«leí Profeta : Tal pueblo, tal clero. Solo debia hacerse una escepcion a favor del obispo de Albania y de algunos otros, bien que
pocos.—'3) Es fácil reconocer aqut el testimonio particular del cocinero y del jefe de los criados de Godofredo de Bouillon: y nada
p- mas curioso que la gravedad con que el arzobispo de Tiro cuenta esta circunstancia.
Tí. -


GODOFREDO ELEJ1D0 REY DE JERU5ALEN.

sr¡< rS? ^^vw-^v


LIBRO CUARTO —4099-1104. i 25
Los cronistas contemporáneos hacen relación de otras maravillas, y encuentran en las mismas visiones los
designios de la Providencia. Uno de ellos comenta gravemente estos sueños proféticos, declarando que la
elección de rey de Jcrusalen, decretada tiempo hacia en el consejo de Dios, no podia considerarse como obra
de los hombres.
Estando los espíritus en esta disposición, esperaban los cruzados con impaciencia los efectos de la inspira
ción divina. En linios electores, después de haber deliberado ampliamente y tomado las informaciones nece
sarias, proclamaron el nombre de Godofredo. Este nombramiento causó la mayor alegría en todo el ejército
cristiano; el que dio gracias al cielo por haberle dado por jefe y señor aquel que tantas veces les habia con
ducido á la victoria. Revestido Godofredo con la autoridad suprema, se encontraba el depositario de los inte
reses mas caros á los cruzados. Cada uno le habia confiado en cierto modo su propia gloria, dejándole el cui
dado de vigilar sobre las nuevas conquistasde los cristianos. Condujéronle pues en triunfo á la iglesia del
Santo Sepulcro, en donde prestó el juramento de respetar las leyes del honor y de la justicia. Godofredo re
husóla corona y los regios atributos, diciendo que él jamás aceptaria la corona de oro en una ciudad en la
que el Salvador del mundo habia sido coronado de espinas. Él no quiere ( dicen los Assises ) ser coronado y
consagrado rey do Jerusalen, por no llevar corona de oro en donde el Rey de reyes, Jesucristo, el
Hijo de Dios, llevó corona de espinas el dia de su pasión (1). Contentóse con el modesto título de defensor
y barón del Santo Sepulcro. Algunos han creido que obrando de esta suerte no hacia mas que obedecer las
intimaciones del clero: que temia ver el orgullo sentado sobreun trono, en el que debia reinar el espíritu do
Jesucristo. Sea de esto lo que fuere, Godofredo mereció por sus virtudes el titulo de rey que la historia lo
ha dado.
Mientras que los príncipes confiaban al duque de Bouillon el gobierno del pais conquistado con la fuerza
de las armas, el clero se ocupaba en consagrar las iglesias, nombrar obispos y enviar pastores á todas las
ciudades sometidas á la dominación de los cristianos. La piedad y el desinterés debieran haber presidido la
elección délos ministros de Jesucristo, pero si debe creerse á Guillermo de Tiro, la astucia y la intriga usur
paron los sufragios; y el espíritu de la religión que acababa de dar á Jerusalen un buen rey, no pudo hacer
que también se dotase de prelados recomendables por su sabiduría y por su virtud. El clero griego, á pesar do
sus derechos, fué sacrificado á la ambición del clero romano. El capellán del duque de Normandía se presentó
para ocupar la silla patriarcal de Simeón, que habia llamado los guerreros del Occidente. Este último estaba
aun en la isla de Chipre de donde no habia cesado de mandar víveres á los cruzados durante el sitio. Murió
en el momento mismo que los eclesiásticos latinos se disputaban sus despojos, viniéndoles este terrible acon
tecimiento muy á propósito para encubrir su injusticia é ingratitud. Arnaldo, cuyas costumbres eran mas
que sospechosas, y cuya conducta ha sido objeto de grave censura por parle de los historiadores, fué nom
brado pastor de la iglesia de Jerusalen (2j,
Apenas empezó á ejercer susfunciones, cuando reclamó las riquezas lomadas porTancrcdo, queestabanen
la mezquita de Ornar, y lo hizo diciendo, que estos bienes pertenecían á la iglesia de Jerusalen, cuyo jefe era.
Tancredo desechó con desprecio esta pretensión. Arnaldo apeló por ante el consejo de los príncipes, y en un
hábil y sagaz discurso que hizo, demostró que su elevación era la obra del consejo, y que Tancredo con su
modo de obrar despreciaba la autoridad y poder de aquel, «La pérdida la esperimento yo, decia, pero la
vergüenza ¿sobre quién recae ? ¿Pero el que no respeta la voluntad del cielo respetará la vuestra? ¿Y el que
despoja los altares del Señor, respeta rá vuestra propiedad ?» Amoldo terminó su discurso recordando los
servicios que habia prestado á la causa de los cruzados, durante los sitios do Anlioquía, de Archas y de
Jcrusalen. Cuando acabó de hablar tomó la palabra Tancredo diciendo: «Señores, vosotros sabéis que
»solo á mi espada y á mi lanza , y no al arle de discurrir, debo el honor y la posición que ocupo. Por lo
» mismo yo no voy á luchar delante de vosotros, contra un adversario que tiene concentrada toda su ma
licia en la lengua, al modo que el escorpión tiene todo el veneno en la cola. Se mo acusa do haber des-
» pojado el santuario, de haberme apoderado del oro que estaba retirado en las iglesias. ¿Pero lo guardo

M) Prólogo de los Assises. Un cronista italiano diceque Godofredo fuécoronado de paja. ¡Véasela Biblioteca de las Cruxúdas,
t. I.)— 2 Los historiadores de la primera cruzada no estón de acuerdo sobre el título que se dió a Amoldo. Los unos dicen que
fué elegido patriarca, y otros que simplemente fué nombrado administrador de la iglesia de Jerusalen. La elección del arzobispo
de Pisa, que tuvo lugar poco tiempo después, parece confirmar esta última opinión.
126 HISTORIA t)E LAS CRUZADAS.
»yo?¿Lo he dado á mis sobrinos? No lo he tomado para emplearlo al servicio del pueblo de Dios y de
svolverlo á su dueño despues de la victoria? Vosotros sabeis la decision que se tomó antes dn entrar en
»Jerusalen, ¿ y no se estableció que cada uno de nosotros poseeria las riquezas y bienes de que se hubiese
«apoderado primero? ¿Se cambia de resolucion todos losdias? ¿No he combatido cara á cara con los que
»no miran nunca detrás? ¿No he penetrado yo el primero en los lugares, en donde nadie se atrevia 6
«seguirme? ¿Se ha visto á Amoldo disputarme la gloria del peligro? ¿Por qué viene hoy á pedir el precio
» del combate ?
Cuando se leen, en las crónicas contemporáneas, estos dos discursos, que damos aqui en resumen, cree
uno asistir á uno de esos consejos descritos en la lliada. Asi Raul de Caen no deja de comparar la elo
cuencia da Amoldo de Rohes á la del prudente Ulises; y hubiera podido comparar á Tancredo con el
fogoso Ayax ó mejor á Diomedes (1), que los mas piadosos griegos llamaban el menospreciador de los dioses.
Los caudillos del ejército, llamados á fallar esta gran cuestion , no quisieron condenar á Arnoldo, ni herir el
orgullo de su compañero, declarando que tocante á los tesoros de la mezquita de Omar se procediese como
diezmo de botín y se diesen setecientos marcos de plata á la iglesia del Santo Sepulcro, y Tancredo se some
tió respetuosamente á esta decision.
Sin embargo nada se economizó para el brillo y la pompa de las ceremonias cristianas , se adornaron los
altares , se purificaron los santuarios , se fundieron las campanas , que debian llamar á los fieles á la ora
cion, y uno de los primeros actos del reinado de Godofredo fué el dotar á la iglesia del Santo Sepulcro con
veinte eclesiásticos encargados de celebrar los divinos oficios y cantar las alabanzas en honor del Dios vivo.
La fama habia anunciado la conquista de la santa ciudad á las mas remotas naciones. En todas las iglesias
que los cristianos habian encontrado y restablecido á su paso, se dieron gracias á Dios por una victoria que
debia hacer triunfar en Oriente el culto y las leyes de Jesucristo. Los cristianos de Antioquia , de Edeso, de
Tarso, los que habitaban la Cilicia , la Capadocia , la Siria y la Mosopotamia , venian en tropel á Jerusalen,
los unos para lijar en ella su residencia , y los otros para visitar tan sololos santos lugares.
Mientras que los cristianos se entregaban al regocijo de la conquista , los musulmanes se entregaban á la
desesperacion. Los que habian podido escapar del acero vencedor de Jerusalen, esparcian por todas partes
la consternacion. Los historiadores Mogir-eddin, Elmancin y Aboul-Feda han hablado de la desolacion que
habia en Bagdad. Jcin-eddin, juez de Damasco, se arranca la barba delante del califa. Todo el divan derramó
lágrimas al oir las desgracias y desastres de Jerusalen , y se ordenaron ayunos y rogativas para aplacar la
cólera del cielo. Los imanes y los poetas deploraban en sus versos y patéticos discursos la suerte de los mu
sulmanes hechos esclavos de los cristianos. ¡ Cuánta sangre se ha derramado! decian ellos. ¡ Qué de desastres
han caido sobre los verdaderos creyentes! Las mujeres se han visto obligadas á huir , tapándose el rostro, y
los niños han sido inmolados por el acero vencedor. No queda otro asilo á nuestros hermanos , nuevamente
dueños de la Siria , que la espalda de sus camellos y las entrañas de los buitres (2).
Nosotros hemos visto que antes de la toma Jerusalen , los turcos de la Siria y de la Persia estaban en
guerra con el Egipto. Las discordias que acompañaron la caida de los imperios habian esparcido el terror y
la division entre los infieles, llegando hasta el punto de llorar amargamente, cuando supieron los últimos
triunfosde los cristianos y tuvieron noticiado los ultrajes hechos á la religion de Mahoma. Los habitantes de
Damasco y de Bagdad cifraron su última esperanza en el califa del Cairo, que habian mirado mucho tiempo
como el enemigo del Profeta; y fuéron de todas las escuadras musulmanas intrépidos guerreros á reunirse
con el ejército egipcio que se adelantaba hácia Ascalon.
Cuando los cruzados llegaron á saber la marcha del enemigo, Tancredo y el conde de Flandes, Eustaquio
de Boloña, enviados por Godofredo á tomar posesion del pais de Napplusa y del antigue territorio de Gabaon,
se adelantaron hácia las costas del mar , á fin de cerciorarse de las fuerzas y disposicion del enemigo. Bien
pronto un mensajero de estos principes anunció al rey do Jerusalen que el visir de Afdal, el mismo que
habia conquistado la santa ciudad bajolos turcos, acababa de atravesar el territorio de Gaza con un nuine-

(1) En su Jerusalen conquistada, et Tasso compara a Tancredo con Diomedes—(2l Hemos dado por entero la elegia arabo en
el tomo IV de la Biblioteca de las Cruzadas. El autor se llamaba Modafler-Abivardi. Estos versos son lanío mas apreciables,
cuanto es lo único que nos resta de lo* escritores árabes de esta epoca; la historia cuenta que estos versos fueron recitados de
lante del califa de Bagdad, el que no pudo contener sus lagrimas, haciendose el dolor general.
LIBRO CUAKTO.-1 099-14 01. 427
roso ejército, y que dentro pocos dias estaría á las puertas de Jerusalen. Este mensaje llegó de noche á la
ciudad y fué promulgado, al resplandor de las luces y al loque de las trompetas, por todos los cuarteles de
la ciudad. Se invitó á todos los guerreros á eme se reuniesen el dia siguiente en la iglesia del Santo Sepulcro,
para prepararse á combatir los enemigos de Dios, y santificar sus armas por medio de la oración. Tal era la
confianza y seguridad de los cruzados en la victoria , que el anuncio del peligro no causó agitación alguna en
sus espíritus/no siendo turbada la calma y ol sosiego de la noche sino por la impaciencia de ver nacer el
dia de nuevos combates. Desde que amaneció, las campanas no cesaron de llamar á los fieles al oficio divino
(1) y la palabra de Dios y el pan celeste fueron distribuidos á todos los cruzados, que, apenas habian salido
de la iglesia y llenos del espíritu de Dios, empuñaron las armas, y salieron de la ciudad por la puerta do
Occidente, para marchar al encuentro de los egipcios. Godofredo iba a la cabeza, y el nuevo patriarca Ar-
noldo llevaba delante del ejército el leño de la verdadera cruz. Las mujeres, los niños y el clero, bajo el
gobierno del ermitaño Pedro, se quedaron en Jerusalen, visitando procesionalmente los santos lugares,
dirigiendo noche y dia súplicas á Dios para oblener de su misericordia el último triunfo de los soldados cris
tianos y la destrucción de los enemigos de Jesucristo.
Con todo, el condo de Tolosa y el duque de Normandía rehusaban seguir las banderas del ejército cristiano,
alegando Roberto que su voto oslaba cumplido ; y Raimundo, que habia tenido que volver la fortaleza de Da
vid al rey de Jerusalen, no quería seguir la causa de Godofredo y no creia en la aproximación de los musul
manes. Los dos solo cedieron á las reiteradas instancias de sus compañeros de armas y sobre todo a las
súplicas del pueblo fiel.
Todo el ejército cristiano, reunido en Rom la, dejó á su izquierda las montañas de la Judea , ade
lantándose hasta el torrente de Sorrec , que desemboca en el mar á una hora y media al sud de
Ibelin, hoy Ibna. En la ribera de este torrente, llamado por los árabes Soukrek, se veían inmensi
dad de búfalos, asnos, muías y camellos; tan rico botin despertó la codicia de los soldados, pero el
prudente Godofredo, que solo veia en esto una estratagema del enemigo , prohibió á sus guerreros
el separarse de las filas , bajo pena de cortarles la nariz y las orejas , el patriarca añadió á este
castigo las amenazas de la cólera divina. Todos los peregrinos obedecieron , respetando los rebaños
errantes, cual si hubieran sido sus guardianes.
Los cruzados, habiendo hecho algunos prisioneros , supieron por medio de estos , que el ejército
musulmán estaba acampado en las llanuras de Ascalon. El dia siguiente por la mañana (era la vís
pera de la Asunción) los heraldos anunciaron que iba á empezarse el combate. Desde el amanecer,
los jefes y soldados se reunieron bajo sus banderas. El patriarca de Jerusalen, estendiendo las ma
nos, dio la bendición al ejército, y mostró á los soldados la verdadera cruz, corno prenda segura
de la victoria. Diósc la señal, y al momento todos los batallones, impacientes por la pelea, se pu
sieron en marcha. Cuanto mas los cruzados se aproximaban al ejército enemigo, tanto mas aumen
taba su ardor y su esperanza.
Nosotros no temíamos á nuestros contrarios , cual si hubiesen sido tímidos como el ciervo , é
inocentes como la oveja. Los timbales, las trompetas y los cantos de guerra, animaban el entusias
mo de los guerreros cristianos. Ellos iban delante del peligro , dice Alberto de Aix , como á un
alegre festín. El emir de Randa, que seguía el ejército cristiano como ausiliar , no podia admirarse
bastante, si se creen los historiadores de aquella época , de la alegría de los soldados de la cruz al acercarse
á un enemigo formidable, manifestando su sorpresa al rey de Jerusalen, y juró, delante de este, abrazar una
religión que daba tanto valor y tanta fuerza á sus defensores.
Los cruzados llegaron por fin á la llanura en donde brillaban los estandartes y pabellones egipcios. El lla
no de Ascalon presenta hacia el Oriente una estension de cerca de una legua. Por este lado está circuido de
unas pequeñas colinas. Allí es donde se encuentra hoy el pueblo árabe de Machdal , rodeado do
grandes olivos, palmeras, higueras y sicómoros, de prados y campos de cebada y de trigo. Por
el lado del norte la llanura se confunde con otras , esceptuándose el lado del noroeste en que se
ven unas alturas arenosas. Hacia el mediodía , la parte del llano mas vecino al mar confina con dos areno-

(1) Raimundo de Agiles dice que los principes y los cruzados fueron con los piís descalzos ¡nitdis pedibus al Santo Sepulcro,
ante* de marchar a Ascalon.
128 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
sas colinas; el resto del terreno hácia el lado meridional está abierto y se confunde con el desierto (1). El
ejercito egipcio estaba apoyado contra las colonias mencionadas , pareciéndose , dice Fulcher de Chartres , á
un ciervo que lleva hácia delante sus ramosos cuernos. Este ejército había estendido sus alas para envolver
á los cristianos. La ciudad se elevaba por la parte del oeste, sobre un terraplén que domina el mar, y
muchos navios , cargados de armas y de máquinas de guerra , cubrían la rada de Ascalon.
Los dos ejércitos, encontrándose de repente frente á frente, fueron el uno al otro un espectáculo terrible.
Los guerreros cristianos no se sorprendieron á la vista de unos enemigos tan numerosos, y los rebaños que
habian encontrado en las riberas del Sorrec, atraidospor el eco de los clarines y trompetas, se juntaron al
rededor de sus batallones , siguiendo todos los movimientos. AI confuso ruido de estos animales , y según la
polvareda que levantaban á su paso, cualquiera desde lejos hubiera creido que eran escuadrones de caballe
ría (2).
Se habia persuadido á los soldados musulmanes que los cristianos ni aun se atreverian & aguardarles en los
muros de Jerusalen ; y bajo este supuesto, estaban llenos de seguridad y de confianza que pronto se trocó en
terror. En vano el visir Afdal intentó reanimar el valor de sus soldados : todos creian que millones de cru
zados acababan de llegar de Occidente , y olvidando sus juramentos y sus amenazas , solo se acordaban del
trágico fin de los musulmanes inmolados después de la conquista de Antioquía y de Jerusalen.
Los cruzados, sin perder un momento, tomaron sus últimas disposiciones para el combate. Godofrcdo, con
diez mil caballos y tres mil infantes , se trasladó hácia Ascalon , para evitar una salida de la guarnición y
de los habitantes durante la batalla ; y el conde de Tolosa , con los guerreros provenzales , fué á colocarse
á su puesto en los espaciosos verjeles que están cerca de las murallas de la ciudad , situándose entre el
ejército musulmán y el mar , en donde estaba anclada la escuadra egipcia. El resto de las tropas cristianas,
bajo las órdenes de Tancrcdo y do los dos Robertos , dirigió su ataque contra el centro y el ala derecha del
ejército enemigo. Lá infantería hizo varias descargas de venablos; al mismo tiempo la caballería se preci
pita, á paso largo, sobre los infieles. Eos naturales de Etiopia , que los cronistas llaman Azoparís, sostuvie
ron con valor el primer choque de los cristianos ; batiéndose con la rodilla en tierra , comenzaron á lanzar
una nube dé llocllas ; y avanzando en seguida hasta las primeras filas del ejército, creian imponer, con sus
caras negras, y gritando horriblemente. Estos terribles africanos llevaban una arma que remataba con una
bala de hierro, con la que ofendían á los escudos y corazas, y herían la cabeza de los caballos de los cru
zados. Detrás de estos venia una multitud de otros guerreros armados de lanza, honda, del arco y de la
espada ; pero tantos esfuerzos reunidos no pudieron detener la impetuosidad de los soldados de la cruz (3).
Tancredo, el duque de Normandía y el conde de Flandes hicieron prodigios de valor y desbarataron los
primeros cuerpos enemigos ; el duque Roberto penetró hasta el sitio donde Afdal daba sus órdenes para el
combate , y se apoderó del gran estandarte de los infieles. A la primera señal do su derrota se introdujo
el desorden entre los musulmanes consternados. Su mirada no pudo soportar por mucho tiempo la presen
cia de los guerreros cristianos , y cayóseles la espada de sus temblorosas manos ; todo el ejército egipcio
abandonó el campo de batalla , y pronto solo se veían los torbellinos de polvo que cubrían su fuga.
Los batallones musulmanes que huían hácia el mar encontraron á los soldados (4) de Raimundo de San
Gil. Muchos perecieron por la espada. La caballería cristiana les persiguió hasta las naves ; y tres mil murie
ron ahogados tratando de ganar lá flota, que se habia aproximado á la ribera.
Algunos que habian huido á los verjeles y jardines, y subido á los árboles para ocultarse entre el ramaje
de los sicómoros y de los olivos, oran perseguidos y heridos por las flechas, cayendo como el pájaro per
seguido por el cazador. Algunos cuerpos musulmanes quisieron rehacerse para dar un nuevo combate, pero
Godofrcdo á la cabeza de su caballería les cargó con tal brío y fuerza , que rompió sus filas y dispersó sus
batallones. Entonces la carnicería fué horrible : los musulmanes , en medio de su espanto mortal, arrojaban
las armas dejándose degollar sin defenderse ; la multitud consternada permanecía inmóvil sobre el campo de
batalla , y la espada de los cristianos, valiéndonos del lenguaje poético de un cronista contemporáneo, los
segaba como la yerba de los prados.

(1) Víase en la Correspondencia del Oriente, t. V., la carta de Mr. Poujoulat sobre Ascalon.—(2) Alberto deAix.—[31 Rolarlo el
monje nota que los musulmanes emprendieron la fuga a la hora en que Cristo espiró sobre la cruz.—,4) Raimundo de Afiles
[BiUiultca de las Cruzada», t. I).
I

i"
LIBRO CUARTO.— l099-1101. , 129
Los que estaban lejos del terreno de la lucha, huyeron hácia el desierto en donde la mayor parte fueron
muertos miserablemente; los que estaban cerca de Ascalori trataron de refugiarse dentro de sus muros, pero
se precipitaron tan furiosamente sobre la puerta de la ciudad, que mas de dos mil fueron ahogados ó aplas
tados por los piés de los caballos. En medio de la derrota general, Afdal estuvo muy próximo a caer en
manos de los enemigos vencedores, dejando su espada en el campo de batalla. Los historiadores refieren
que contemplando el caudillo musulman, desde las torres de Ascalon, la destruccion de su ejército, no pudo
contener las lágrimas. En su desesperacion, maldijo á Jerusalen, causa de todos sus males, y blasfemó de
Mahoma,que acusaba de haber abandonadoásus servidores y discipulos. aOhMahoma, dice el monje Roberto
que esclamó el visir, ¿será verdad que el poder del Crucificado es mas grande que el tuyo, puesto que los
cristianos han dispersado tus discipulos (1 )?» No creyéndose seguro en la ciudad, embarcóse en un buque
de la flota egipcia, acosa del medio dia, verificado lo cual, todos los demás se hicieron á la vela dejando la
costa. Desde este hecho ninguna esperanza qUedó ya al disperso ejército musulman, que debia, segua
ellos decian, libertar al Oriente, y cuyo número era tan grande, que segun la espresion de los antigues
escritores, solo Dios podia saber su número.
Con todo, los cruzados que por respeto á las órdenes de sus jefes y del patriarca se habian abstenido
hasta aqui del saqueo, se apoderaron de todo lo que los infieles habian dejado en el campo. Como ellos no
tenian viveres, las provisiones del ejército enemigo vinieron á saciar su hambre. En medio de la ardiente
arena que cubria la llanura, encontraron vasos llenos de agua que llevaban los enemigos y que quedaron
entre los despojos de los muertos. El campo estaba tan lleno de riquezas y de provisiones, en tan gran can
tidad, que se saciaron bastas hastiarse de miel y de pasteles de arroz traidos de Egipto, diciendo los últimos
soldados del ejército en esta circunstancia: ¡a abundancia nos ha hecho pobres (2).
La poesia ha querido celebrar los prodigios de una batalla que fu*- una fácil victoria para los cristianos,
en la que no tuvieron necesidad de emplear su valor acostumbrado ni del socorro de milagrosas visiones.
En esta jornada la presencia de las celestes legiones no vino á animar á los batallones cruzados, y tampoco
se vieron durante el combate á los mártires san Jorge y san Demetrio, que se creia asistian siempre en los
dias de gran peligro. Los principes cristianos que habian conseguido esta victoria, hablan de ella con noble
sencillez en una carta que escribieron al cabo de poco tiempo á Occidente. «Todo nos favoreció, decian
»ellos, durante los preparativos de la batalla; las nubes nos ocultaban un sol abrasador, un viento fresco
«templaba el ardor del medio dia. Estando los dos ejércitos frente á frente, nos arrodillamos para invocar
nal Dios que da la victoria. El Señor escuchó nuestras súplicas, llenándonos de un tal ardor, que los que
»nos hubiesen visto correr hácia el enemigo, hubieran creido que éramos una manada de ciervos (3) que
»iban á apagar su sed en una cristalina fuente.
Los victoriosos principes cuentan en seguida la derrota de los musulmanes, cuya mayor parte fué ven
cida al primer encuentro, sin soñar siquiera en resistirse, como si no hubiese tenido armas para defenderse.
Los cristianos debieron conocer que sus nuevos adversarios eran mucho menos temibles que los turcos.
El ejército egipcio se componia de diferentes naciones divididas entre si; la mayor parte de las tropas mu
sulmanas, formadas precipitadamente, se encontraban por primera vez en presencia del peligro. El ejér
cito cristiano, por el contrario, estaba aguerrido y entusiasmado con el laurel de la victoria; sus jefes ha
bian dado pruebas de sagacidad y de valor; la arriesgada resolucion que tomó Godofredo de ir delante del

(1) Biblioteca de las Cruzadas, t. 1.


(2) El Tasso describe detalladamente esta batalla, que pretende tuvo lugar bajo de los muros de Jerusalen, suponiendo que la
cindadela de la ciudad no babia sido tomada, y que los cruzados se encontraban entrela guarnicion y el ejercito de Egipto. Es pre
ciso notar que estas circunstancias conyienen al sitio de Antioqula y noal dejerusalen. Por lo demas, esta batalla, tal como esta
descrita en la Jerusalen libertada, no se parece en nada 6 la de Ascalon. La desesperacion de Armida ocupa mas dela mitad d«
esta descripcion, lo que da poca verosimilitud, y me atrevo a decirlo, poco interes ala relacion del poeta. EITasso en su Jerusalen
conquistada se aproximo masa la verdad, no solamente en esta batalla, sino aun en los demas acontecimientos que cuenta. El poeta
italiano preteria, por la verdad historica, la Jerusalen conquistada a la Jerusalen libertada. Si se tradujese hoy al frances la Jeru
salen conquistada, no seria imposible que el público ilustrado participase de la opinion del Tasso.
(31 Hemos visto a un cronista comparar el ejército musulman al ciervo. Estas imagenes inspiradas porloshabitos de la caza,
pintan bastante bien el caracter y costumbres de los caballeros y de los barones. (Vease la carta de los principes cruzados en las pie
zas justificativas de este volumen»! t
11
130 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
enemigo, le conquistó la confianza de sus soldados, y bastó para introducir el desorden y llenar de espanto
á los egipcios (1). Si debe creerse al monje Roberto, testigo ocular, y á Guillermo de Tiro, el ejército cris
tiano no llegaba á veinte mil hombres, y el ejército contrario contaba trescientos mil hombres bajo sus
banderas. Los vencedores hubieran podido apoderarso de Ascalon, pero el espiritu de discordia, que el pe
ligro habia hecho desaparecer, no tardó en dar señales de vida entre los jefes, impidiéndoles el aprove
charse de la victoria. Despues de la derrota de los egipcios, Raimundo habia mandado á la plaza á un ca
ballero, con la mision de proponer á la guarnicion que se rindiera, y queria enarbolar su estandarte sobre
la ciudad y apropiarse esta conquista. Godofredo reclamó la posesion de ella sosteniendo que Ascalon debia
formar parte del reino de Jerusalen. Entonces el conde de Tolosa , dominado de una ciega cólera , mar
chó con sus tropas, despues de haber aconsejado á los habitantes de la ciudad que no se rindiesen al
duque de Loretia que iba á quedarse solo frente de sus murallas. Rien pronto la mayor parte de los
cruzados abandonaron las banderas de Godofredo, viéndose este en la precision de tenerse que ata
jar, no habiendo obtenido mas que un incierto tributo de una ciudad en la que reinaba el terror
de las armas cristianas.
La disputa suscitada entre Raimundo y Godofredo ante Ascalon, se renovó pocos dias despues delan
te la ciudad de Arsuf, situadasobre la ribera del mar, a doce millas del norte deRamla. El condedeSan Gi
les que marcha el primero con su tropa, puso sitio á esta plaza; como encontró una viva resistencia, abando
nó el sitio y continué su marcha, despues de haber advertido a la guarnicion, que ella nada tenia que temer
do los ataques del rey de Jerusalen. Poco tiempo despues, habiendo Godofredo ido á sitiar la ciudad, en
contró á la guarnicion resuelta á defenderse, y como supo que esta resistencia era el fruto de los consejos de
Raimundo, no pudo contener su despecho, y resolvió vengarse, por medio de las armas, de tan negra felo
nia. Marchó pues á banderas desplegadas contra el conde de San Giles, que por su parte tambien venia al en
cuentro de Godofredo, y se preparaban para el combate, cuando los dos Robertos y Tancredose interponen en
tre los dos rivales esforzándose en apaciguarlos. Despues de largos debates, el duque de Lorena y Raimundo,
vencidos por las súplicas de los otros jefes, se abrazaron en presencia de los soldados que habian participado
de su animosidad. La reconciliacion fué sincera por una y otra parte. El piadoso Godofredo, dice Alberto de
Aix, exhortaba á sus compañeros á olvidar la division que acababa de estallar, y les conjuraba con las lagri
mes en los ojos, á que se acordasen que juntos habian libertado al Santo Sepulcro, y que la union lesera ne
cesaria para defender á Jerusalen.
Asi que el ejército cristiano se aproximó á la santa ciudad se desplegaron las victoriosas insignias al sonido
de todas los trompetas. El religioso Roberto habla de la suave y grata armonia de los cantos de triunfo que re
sonaban en los valles y en las montañas. Una multitud de peregrinos que habian venido delante del ejército,
llenaban los aires con sus cantos de alegria ; estas vivas espresiones de contento se mezclaban con los cánticos
de los sacerdotes; el eco, dice el monje Roberto, repetia los sonidos de los instrumentos guerreros y las acla
maciones de los cristianos, pareciendo ofrecer una aplicacion de las palabrasde Isaias: Lasmontañasy lascoli-
nas cantarán delante vosotros las alabanzas del Señor. En seguida los cruzados entraron en triunfo en lasan-
la ciudad. El gran estandarte del visir y su espada fueron colgados en lascolunas do la iglesia del Santo Se
pulcro. Todos los peregrinos, reunidos en el mismo lugar, que el emir Afdal habia jurado destruir completa
mente, dieron gracias al cielo por una victoria que acababa de coronar todos sus trabajos.
La batalla de Ascalon fué la última de esta cruzada. Libres ya de su voto, despues de cuatro años de tra
bajos y de peligros, los principes cruzados no pensaron mas que en dejar á Jerusalen, la que dentro poco no
debia tener para su defensa, mas que trescientos caballeros, la sabiduria de Godofredo, y la espada de Tan-
credo que habia resuelto acabar sus dias en Asia. Cuando aquellos hubieron anunciado su marcha, todos los
corazones se llenaron de luto y de tristeza; los que se quedaban en Oriente abrazaban á sus compañeros, di-
ciéndoles, con las lágrimas en los ojos: «No olvideis jamás á los compañeros que dejais en el destierro;
(1) Los autores 6rabes parece, por el contrariole atribuyen el bonor de este hecho a Raimundo de San Giles. Se lee en la historia
érabe de Jerusalen y de Hebron, que despues del combate, un poela musulman, con la idea de hacer la corte a Raimundo, le di
rigio esta alabanza: «Tú has vencido por la espada del Mesias. Oh Dios, que hombre es San Giles! la tierra no habia visto jamas un
derrota semejante a e-ita de Afdal.» El visir, añade el autor, se incomodo tanto deeste ultraje, quehizo que matasen al poeta. :Vease
el IV volumen de la Biblioteca de las Cruzadas.)
LIBRO CUARTO.— 1099-1101. 131
á vuestro regreso á Europa, inspirad á los cristianos el deseo de visitar los santos lugares que nosotros habe
mos libertado ¡exhortad á los guerreros á que vengan a combatir con nosotros á las naciones infieles. «Los ca
balleros y barones deshechos en lágrimas, juraron conservar un eterno recuerdo de sus compañeros de fa
tigas, y de interesar á la cristiandad por la salud y la gloria de Jerusalen.
Despues de esta tierna despedida, los unos se embarcaron en el Mediterráneo, y los otros atravesaron la
Siria v el Asia menor. Cuando llegaron al Occidente, los soldados y los jefes llevaban palmas en sus manos y
la multitud de los fieles corria apresuradamente por verles repitiendo sus cánticos. Su regreso fué mirado
como un milagro, como una especie de resurreccion, y su presencia era objeto en todas partes de veneracion
y de santos pensamientos. La mayor parte de ellos se habia arruinado en la guerra sagrada ; pero traiau
de Oriente preciosas reliquias que su piedad Ies daba mas valor que á los mas ricos tesoros.
Nadie se cansaba de oir la relacion de sus trabajos y de sus hazañas , é indudablemente las lagrimas so
mezclaban con los sentimientos de alegria, cuando se hablaba de los muchos compañeros que la muerte habia
arrebatado en Asia. No habia una sola familia que no tuviese que llorar á un defensor de la cruz, ó que no so
gloriase de tener un mártir en el cielo (1).
Las antiguas crónicas han celebrado el heroico sacrificio de la condesa de Hainaut , que hizo el viaje de
Oriente, arrastrando toda clase de peligros para buscar el paradero de su marido (2). Despues de haber re
corrido Ida el Asia menor y la Siria, no pudo saber si el conde Hainaut murió, ó si habia caido prisionero
en poder de los turcos. La acompañaba en su viaje un noble caballero, llamado Amoldo, el que fué muerto
por los musulmanes, mientras estaba persiguiendo un gamo en las montañas de Judea. «El rey y los princi
pes de la santa ciudad, dice Alberto de Aix, lo sintieron mucho, porque era una persona de muy buen trato,
y muy valiente, pero el dolor de la noble esposa de Balduino de Hainaut fué aun mayor, porque Arnoldo ha
bia sido su amigo y su compañero de viaje, desde Francia hasta Jerusalen.»
El conde de Tolosa que habia jurado no regresar mas á Occidente, se retiró á Constantinopla, en donde el
emperador le acogió con distincion y le dió el principado de Laodicea. Raimundo de Orange quiso seguir la
suerte del conde de Tolosa y acabó sus dias en Oriente. Entre los caballeros , compañeros de Raimundo do
San Giles, que regresaron á su patria, no podemos olvidará Estéban y Pedro de Salviac de Viel Castel, que
su siglo admiró como modelos de piedad fraternal. Estéban y Pedro eran dos hermanos mellizos; la mas tier
na amistad les unia desde su infancia. Pedro habia tomado la cruz en el concilio de Clermont; Estéban, aun
que casado y padre de muchos hijos, quiso seguir á su hermano en Asia y partir con él los peligros de tan
largo viaje; se les veia siempre el uno al lado del otro en las batallas, yambos habian asistido á los sitios do
Nicea, de Antioquia y de Jerusalen. Poco tiempo despues de su llegada á Querci, murieron losdos en una mis
ma semana, y fueron enterrados en la misma tumba. Sobreesta, léese aun hoy dia un epitafio que nos ha
trasmitido el recuerdode sus hazañas y de su tierna amistad. Gaston de Bearn regresó con ellos á Europa.
Algunos años despues de estar en sus estados, tomó de nuevo las armas contra los infieles, y murió en España
combatiendo á los moros.
Pedro el ermitaño, de regreso á su patria, se retiró completamente del mundo, y se encerró (3) en un mo
nasterio que habia fundado en Hui. Vivió diez y seis años en la humildad y paciencia, y fué sepultado entro
los cenobitas á quienes habia edificado con sus virtudes. Eustaquio, hermano de Godofredo y de Balduino, vol
vieron á recoger la modesta herencia de su familia, y la fama ya no se ocupó mas de las hazañas de es
tos caudillos. Alaino Fergent, duque de Bretaña , y Roberto conde de Flandes, entraron en sus estados,

(1) Vease en las piezas justificativas Ta lista efe los nombres de los principales cruzados.
¡2' El viaje de la condesa Ida, esta descrito en ta cronica de Hainaut. GttUbertt chronica Haunonie.
(3) Veasela vida de Pedro el ermitaño, por el P. d'Oultremant. Pedro el ermitaño regresaba de la Tierra Santa en 1 102, con un
señordelpaisdeLieja, llamado el conde de Montaigu, cuando fueron acometidos por una violenta tempestad, e hizo voto de cons
truir un monasterio, fundando en efecto el de Nmf-moutier (en Hui en el Condroz, sobre la ribera derecha del MosaJ, en honor
del santo sepulero de Jerusalen. Alejandro, obispo de Lieja, hizo la dedicacion en 1130. Pedro murio en él de edad avanzada, y
quiso por humildad ser enterrado fuera de la iglesia. Despues de un siglo de su muerte, en 1242, el abad y el capitulo hicieron
trastadar sus reliquias en un sepulero de marmol, delante del altar de los doce apostoles, con uncpilafio bastante largo, que Mr. Mo-
raud, dela academia de ciencias, ha leidoal pasar por Hui en 1761, y se ha insertado en el tomo III de los manuscritos de la bi
blioteca de Lion por Mr Dclaudine, pag. 481.
4 32 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
y repararon los males que su ausencia habia causado; y murieron estimados de sus vasallos ó súbJitos (t).
El duque de Normandia fué menos dichoso que sus compañeros. La vista de los santos lugares y delos ma
les sufridos por Jesucristo, no habian cambiado su carácter indolente y lijero. A su llegada de la Tierra San
ta, unos amores profanos y otras aventuras le retuvieron muchos meses en Italia. Cuando finalmente entró
en sus estados, fué recibido con mucho entusiasmo; pero habiendo tomado las riendas del gobierno, mostró
la mas completa debilidad y perdió el amor y la confianza de sus gobernados. Victima de la ociosidad y de
la corrupcion de costumbres, sin tesoro y sin ejército, se atrevió á disputar la corona británica al sucesor do
Guillermo, y mientras que entregado á los consejos de los bufones y de los palaciegos soñaba en la conquista
de Inglaterra, perdió su ducado de Normandia. Vencido en una batalla, este desgraciado principe cayó en
poder de Enrique I, quien le llevó en triunfo al otro lado de los mares, y le hizo encerrar en el castillo de Car-
diff en la provincia de Clamorgan. El recuerdo de sus hazañas durante la guerra santa no pudo dulcificar
su infortunio. Despues de veinte y ocho años de cautividad, murió olvidado de sus súbditos, de sus aliados y
de sus antiguos compañeros de gloria.
(1 101) La conquista de Jerusalen habia escitado un vivo entusiasmo y renovado el fervor de la cruzada y
de las peregrinaciones entre los pueblos del Occidente. La Europa vió por segunda vez las escenas que ha
bian seguido al concilio deClermont: nuevos prodigios anunciaron la voluntad de Dios; y se habian observa
do en el cielo nubes de fuego que representaban una gran ciudad. Ekkard, autor contemporáneo, refiere que
durante muchos dias se vieron innumerables insectos alados pasar de la Sajonia á la Baviera, imá-
gen de los peregrinos que debian pasar de Occidente á Oriente. Los oradores sagrados no hablaron en
sus predicaciones de los peligros y miserias del pueblo de Jerusalon, sino de los triunfos conseguidos por
las armas cristianas sobre las de los infieles. Se leia en los púlpitos de las iglesias las cartas que los principes
cruzados habian escrito á Occidente, despues de la toma de Antioquia y de la batalla de Ascalon; estas cartas
entusiasmaban á la multitud; y como los principes no perdonaban á los desertores del ejército cristiano, to
dos los que habiendo tomado partido por la cruz, no habian al momento marchado, y cuantos abandonaron
las banderas de la cruzada, se atrajeron repentinamente el desprecio y el odio general. El poder de los gran
des y de los señores no pudo defenderles de la mas terrible censura. Un grito de indignacion general se le
vantó por todas partes contra el hermano del rey de Francia , á quien no se perdonaba el haber abandonado
cobardemente á sus compañeros y haber regresado á Europa sin ver á Jerusalen. Estéban, conde de Char-
tres y de Blois, no pudo conservar la paz de sus estados y aun la de su propia familia; sus pueblos estraña-
ban su vergonzosa desercion (2), y su mujer, ya haciéndole cargos, ya suplicándole, le recordaba incesante
mente los deberes de la religion y de caballero. Estos desgraciados principes y todos cuantos habian seguido
su ejemplo, se vieron obligados á abandonar por segunda vez su patria y emprender de nuevo el camino de
Oriente.
Muchos de los señores y barones que no habian participado del entusiasmo de los primeros cruza
dos, fueron acusados de una culpable indiferencia, y arrastrados por el movimiento general. Entre estos úl
timos se contaba á Guillermo IX conde de Poitiers, pariente del emperador de Alemania y el vasallo mas
poderoso de la corona de Francia; principe amable, de noble corazon y de un carácter poco belicoso, aban
donó por la peregrinacion de Jerusalen una corte voluptuesa y corrompida á la que habia divertido con sus
canciones. La historia literaria nos ha conservado su poético despido de Limosin y de Poitou de la caballeria
que tanto habia amado, y de las vanidades mundanas, que él designaba por los vestidos de color y de es
merado calzado. Despues de haber empeñado sus estados á Guillermo Roux, tomó la cruz en Limoges, y par
tió para el Oriente, acompañado de un gran número de sus vasallos; los unos armados con lanza y espada y
los otros no llevando mas que el baston de peregrinos. Su ejemplo fué imitado por Guillermo, conde de Ne-
vers, y por Haspino, conde de Bourges, que vendió su condado al rey de Francia; el duque de Borgoña to
mó asimismo la cruz partiendo para la Siria, animado tal vez mas por deseo de investigar el paraderodesu
hija Florinda que habia desaparecido con Suenon en el Asia menor, que no por la curiosidad de ver á Je
rusalen.

(I) Roberto, conde de Hundes, murio de una caida de caballo.


yi: Orderico Vital [Biblioteca de las Cruzadas, t. 1 .
LIBRO CUARTO — 4 099-1101. 133
En Ilalia y on Alemania el entusiasmo fué mas general y la afluencia de peregrinos mas considerable
que despues del concilio de Clermont. La Lombardia y las provincias limitrofes vieron acudir bajo las ban
deras de la cruz mas de cien mil cristianos, capitaneados por Alberto conde deBlandart, y por Anselmo obis
po de Milan. Gran número de peregrinos alemanes siguieron á Wolf ó Guelfo IV duquede Baviera y á Con
rado, condestable del imperio germánico. Entre los cruzados de Alemania, se contaban poderosos señores,
ilustres prelados, y a la princesa Ida, margrave de Austria.
En esta nueva espedicion, lo mismo que en la primera, dominaba el deseo de hallar aventuras y recorrer
lejanos paises: la fortuna de Balduino, de Boemundo y de Godofredo, habia escitado la ambicion de los con
des y de los barones que habian permanecido en Europa. Humberto II conde de Saboya que marchó á la
Tierra Santa con Hugo el Grande, hizo una donacion á los religiosos de Burget, con el fin de obtener por sus
plegarias un buen consulado mediante su viaje á Ultramar (1 ) . Debe creerse que muchos señores y caballeros
hicieron semejantes donaciones, y algunos fundaron varios monasterios é iglesias.
Los cruzados lombardos fueron los primeros que se pusieron en marcha. Apenas llegaron á Bulgaria
y á las provincias griegas, se entregaron a toda clase de violencias y escesos, maltratando á los habitantes
que despojaban completamente, llevándose los bueyes y los carneros que encontraban en el camino, y loque
era aun mas deplorable, dice Alberto de Aix, se alimentaban con la carne de estos animales en el santo
tiempo de cuaresma. A su llegada á Constantinopla, estallaron los mas grandes desórdenes. Si deben creerse
á los cronistas contemporáneos, el emperador griego no sofocó los desmanes de la grosera multitud de los pe
regrinos con sus tropas como podia. Los cruzados lombardos, habiendo escalado una primera muralla de la
ciudad hácia la puerta de Carsia (hoy Egri-Copou), vieron acudir delante de ellos á los leones y leopardos,
que alguno habia soltado; estas bestias feroces se arrojaron contra los primeros que se les presentaron delan
te, pero pronto la muchedumbre acudiócon chuzos, lanzas y venablos, resultando la muerte de los leones: y
los leopardos, menos aguerridos, se encaramaron por ¡as murallas como los gatos (2), y huyeron hácia la-
ciudad. A la primera noticia de este estraño combate, hubo un horroroso tumulto en la capital. Un gran nú
mero de peregrinos armados de martillos y de toda clase de instrumentos de hierro, se dirigieron hácia el pa
lacio situado en la plaza de Santa Sofia.
La mansion imperial fué invadida en medio del desórden, perdió la vida un pariente del emperador, y los
cruzados, añade la historia, mataron tambien á un leon domesticado, que era muy estimado en palacio.
Los jefes de los cruzados se esforzaron on balde en apaciguará sus indisciplinados soldados. Alejo, que
habia amenazado á los peregrinos con su cólera y castigo, vióse en la necesidad de suplicarles á fin de resta
blecer la paz, y soloá fuerza de regalos y de peticiones pudo haoer que sus formidables husépedes se determi
nasen á atravesar el estrecho de San Jorge.
Los cruzados lombardos (3) ,acampados en las llanuras de Civitot y de Nicomedia , vieron llegar bien pronto

(1) Guichenou se espresa asi en su Historia genealogica dela casa de Saboya:


•Guillermo Perdin cuenta que este principe (Humberto II conde de Saboya) fue at viaje de la Tierra Santa en la cruzada que con-,
cluyo despues del concilio de Clermont, bajo el mando de Godofredo de Bouillon, lo que despues han confirmado la mayor parte
de lo; historiadores (Puigou, Vanderf, Dogliani, Chieva, Ilalderan, Bultet y Herning).Papiro Massou opina lo contrario fundado en
que la cronica manuscrita nada habla sobre el particulur, ni, los autores de las Cruzadas, al hacer mencion de muchos señores
menos importantes.
«Sin embargo no se puede dudar de este viaje; porque en esa época et principe dio a tos religiosos de Burget en Saboya, una here
dad llamada Puttin parala salvacion de su alma, por la del conde Ame su padre,/y por la de sus predecesores. Esta donacion fecha
da en Yenna. en Saboya ¡y no en Jenaen Thuringe', como dice el Arle de comprobar las techas) esplica que el conde hizo esta liliera-
lidad para obtener de Dios un buen consulado en su viaje 6 Ultramar. Esta palabra consulado significaba entonces un principado,
gobierno o soberania. Orderico Vital da a Rogerio, conde de Sicilia, el titulo de consul de Sicilia.>' Guichenou tambien refiere varios
ejemplos del mismo genero.
Lo que hace nacer dudas acerca del viaje de Humberto, es el silencio de los historiadores de la primera cruzada y tambien las
actas que se han conservado de este principe, que prueban claramente que permanecio en Europa hasta el año 1 1 00: pero todas
las dudas se disipan, cuando se fijasu partida para la segunda espedicion, en 110).
(U Orderico Vital Biblioteca de las Cruzadas).
(3) Esta espedicion es referida por tres cronistas contemporaneos, Alberto de Are, Orderico Vital y Ekkard. El primero de estos
historiadores es el mas completo y parece el mas digno de fe en sus narraciones. El segundo, segun su costumbre, te fija mas en las
cosas estraordinarias que en las verdaderas; y el tercero, aun cuando haya formado parte de la espedicion, solo da de esta uua idea
incompleta y confusa.
m HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
á su campo al condestable Conrado, con una escogida tropa de guerreros teutones, y al duque de Borgo-
ña, el conde de Chartres, los obispos de Laon y de Soiwons, con los cruzados franceses, salidos de las
riberas del Loira, del Sena y del Mosa. Esta multitud de peregrinos, frailes, clérigos, mujeres y ni
ños , se elevaba hasta el numero de doscientas setenta mil almas. El conde de Tolosa , que ha-
bia llegado de Laodicea á Constantinopla, fue" el encargado para conducirles hácia el Asia menor. Los
lombardos estaban poseidos de tal presuncion que solo se oia hablar en su campo del sitio de Bag
dad y de la conquista de Korasan, antes de ir á Jerusalen. En vano sus jefes querian hacerles seguir la
direccion que habia tomado Godofredo y sus compañeros ; pues obligaron á Raimundo á tomar el camino
de la Capadocia y de la Mesopotamia. So pusieron en marcha el dia de la fiesta de Pentecostés del año 1101.
Los peregrinos caminaron tres semanas sin que les faltasen viveres y sin ver al enemigo, lo que aumentó su
orgullo, dándoles una ciega confianza. La vispera de San Juan Bautista (seguimos la relacion de Alberto do
Aix) el ejército de los peregrinos llegó al pié de las altas montañas, en unos valles profundos, y de aqui se
dirigió á la plaza fuerte d'Anoras, habitada y defendida por los turcos. Laciudadela fué asaltada y la guar
nicion pasada toda á cuchillo. Los cruzados dirigieron despues sus ataques contra otra fortaleza situada á al
gunas millas de distancia, que los historiadores llaman Gaugras ó Gangara. Esta fortaleza construida sobro
una elevada roca resistió á los impetuesos asaltos de los sitiadores. La ciudad que los cronistas llaman d 'Ati
eras, se ha reconocido ser la ciudad d'Ancyra que los habitantes llaman hoy Angora. Se puede ir de Constan
tinopla á Ancyra en cinco dias: los cruzados emplearon tres semanas para hacer este viaje, lo que prueba
una completa ignorancia de los caminos. Las ruinas del fuerte Gangara existen aun, y los turcos llaman á
este punto Kiankary. Las miserias de esta cruzada empezaron en Gaugras. El ejército de los peregrinos en
tró en las montañas de la Paflagonia, y los turcos no cesaron de perseguirlo y hostilizarlo. Todos los que la
fatiga obligaba á quedarse detrás, todos los que se apartaban del grueso delas fuerzas para procurarse vive
res, caian bajo los golpes de los bárbaros. Dividióse el ejército en varios cuerpos, y cada cuerpo ó mejor cada
nacion estaba encargada de velar por la seguridad de los peregrinos, unas veces eran los de Borgoña ó de
Provenza, otras los lombardos' ó los franceses que rechazaban los ataques ó las sorpresas del enemigo. A pe
sar de todas estas precauciones, la multitud que iba sin armas perecia en los caminos, y cada dia habia que
llorar la muerte de un gran número de cruzados. El ejército no formó ya mas que un solo cuerpo, y enton
ces se sufrió menos cuando los turcos atacaban, pero el hambre iba aumentándose. El dinero, dicen los cro
nistas, llegó á ser uoa cosa inútil porque no habia cosa alguna para poder comprar.
Los cruzados no tenian delante de ellos y á su alrededor masque rocas escarpadas y áridas montañas. El
ejército de la cruz, semejante á una inmensa caravana, marchaba á la aventura y sin guias, buscando fuen
tes, pastos, ó un pedazo de terreno que no fuese estéril. El hambre se hacia cada dia mas horrorosa, y es-
ceptuando algunos hombres ricos, que habian üaido de Civitot y deNicomedia harina, manteca y viendasse-
cas, no habia una sola persona que tuviese con que alimentarse. Los granos y los frutos que los pobres pe
regrinos no habian jamás visto, las plantas mas vastas y las yerbas salvajes, en fin, todo loque producia
un suelo desconocido, les parecia propio para sostener su miserable vida (1).
En este apuro general, mil infantes se habian adelantado hasta las cercanias de Constamne (el Castamowt
de los turcos), y habiendo encontrado en un campo cebada, pero no madura, la hicieron tostar al fuego, á
fin de apaciguar su hambre, teniendo al mismo tiempo la idea de mandar cocer un fruto amargo, que produ
cen ciertos arbustos del pais y que los viajeros llaman. semilla amarilla. Como se habian retirado en un es
trecho valle para tomar un miserable alimento, se vieron de repente sorprendidos y rodeados por un cuerpo
de tropas turcas, las que incendiaron los matorrales é yerbas secas que cubrian la tierra, y los mencionados mil
cruzados de infanteria perecieron ahogados por el humo que produjo tan atroz incendio. Cuando semejante
catástrofe llegó á oidos del ejército, todos los principes cristianos se quedaron llenos de espanto.
Los cruzados, despues de haber andado errantes por espacio de muchas semanas por este laberinto de mon
tañas do la Paflagonia, sentaron al fin sus reales en una vasta llanura que los cronistas no nombran, pero
que debe ser la que los turcos llaman Osmandjik (2). Aqui fué donde el ejército cristiano tuvo que batirse

(1) Correspondencia deOrientc, t. II1 Carta LXI11.


|2) El ejercito delos fieles de Cristo, dice Alberto de Aix, flanqueo los estrechos desfiladeros de la Paflagonia, y bajo a una vasta
LIBRO CUARTO.— 1099-1101. 135
contra una multitud Je turcomanes, que acudieron de las riberas dél Tigris y del Eufrates, para cerrar el paso
de los caminos de la Mesopotamia y de la Siria al ejército cruzado. Durante la primera semana de julio hubo
grandes combates, en los cuales los cristianos permanecieron constantemente cerrados en masa, sin ser der
rotados por el enemigo. Los peregrinos se preparaban para marchar hacia Afarah (la pequeña ciudad de Mur-
sican) y ya se habían apoderado de un fuerte situado á diez millas de su campamento, cuando de repente la
fortuna les fué contraria, precipitándoles en un abismo de calamidades.
El dia siguiente, dice la historia contemporánea, el obispo de Milán anunció que se trabaria una
gran batalla, y recorrió personalmente las filas del ejército, dirigiendo su palabra al pueblo de Dios
vivo, y enseñando á los fieles el brazo del bienaventurado Ambrosio: Raimundo de San Giles hizo llevar tam
bién delante de los soldados la milagrosa lanza, encontrada en la basílica del apóstol Pedro en Antioquía.
Todos los peregrinos confesaron sus pecados, y recibieron la absolución en nombre de Jesucristo.
Cada nación se colocó en órden de batalla, preparándose para el combale. Los lombardos, formados en los
primeros puestos del ejército, recibieron en seguida el choque de los turcos, combatiendo durante muchas
horas con gran vigor, pero al fin cansados de seguir al enemigo que sucesivamente huiay volvía ála carga,
regresaron á sus tiendas con la bandera ó estandarte del ejército. El condestable Conrado, después de la reti
rada de los lombardos, se lanzó delante de los turcos con los sajones, los bávaros, los loreneses y todos los
teutones, y después de haber combatido hasta la mitad de la jornada, abrumado por un granizo de vena
blos, devorado por el hambre y muerto de fatiga, siguióel ejemplodelos cruzados italianos. Estéban con sus
borgoñones entró también á combatir cuando le tocó el turno^ y tuvo también que retirarse después de ha
ber perdido mucha gente. Iba la victoria á decidirse por los turcos, cuando el conde de Blois y el obispo de
Laon acudieron con los franceses y pelearon hasta la noche, pero al fin el cansancio y la fatiga les obligaron á
regresar á su campamento, como lo habian hecho sus compañeros, dejando gran número de muertos en la
llanura. Raimundo de San Giles fué el último que entró en acción, y después de haber sostenido durante al
gún tiempo los fuertes ataques del enemigo, habiendo perdido casi á todos sus caballeros provenzales, aban
donado por sus turcopoles, buscó en una elevada roca un asilo contra los turcos, debiendo su salvación á la
generosidad y socorro del duque de Borgoña.
Cuando se hizo de noche, los dos ejércitos regresaron á sus campamentos, situados ádos millas el uno del
olrc ; y cada uno deploraba sus pérdidas, desconfiando vencer al enemigo. Repentinamente se esparce la voz
en el ejército cristiano que Raimundo de San Giles ha huido con sus turcopoles dirigiéndose hacia el camino
de Sínope. Entonces un pánico ten or se apoderó de los peregrinos, persuadiéndose hasta los mas valientes
que no habia otro medio de salvación mas que la fuga. Todos los que podían marchar, tanto losguerreros co
mo la multitud, se precipitan á la vez fuera del campamento. Sabedor de esta novedad, el ejército turco, que
se preparaba para la retirada, recobra valor, y así que amanece corre al sonido de los clarines y de las trom
petas á reunirse, y se precipita, dando espantosos gritos, en las tiendas de los cristianos. [Qué desolación en
este campo, en donde se veían matronas, vírgenes, niños y enfermos! qué desesperación entre todas esas
mujeres abandonadas por sus esposos ya llegados, cuando solo veian á su alrededor á los bárbaros que es
taban prontos á arrojarse contra su presa! Ninguna espada habia allí para defender á esta débil y trémula
multitud, contra la crueldad de los turcos, que con su diformo cabellera y aspecto feroz se parecían, según es-
presion de Alberto de Aix, á los espíritus negros é inmundos. Después de haber saqueado el campo, el eue-
migo emprendió la persecución de los peregrinos. En un espacio de tres millas, los que huían y sus perse
guidores andaban por encima de los róeles, de los vasos de oro y de plata, y sobre la púrpura y telas de
seda. Al lado de estos tristes restos del lujo, se encontraba por todas partes las señales de la mas espantosa
carnicería. En todas las regiones que se estienden desde Sínope hasta el mar Negro, no había una llanura,
un desfiladero, un lugar habitado ó desierto que no hubiese visto correr la sangre cristiana. Los cronistas con
temporáneos hacen subir hasta sesenta mil el número de peregrinos que fueron víctimas del acero turco ó que
perecieron de hambre, de cansancio y de desesperación.
Un segundo cuerpo de peregrinos, conducido por el conde de Nevcrs y el conde de Bourges, llegó á Cous-

llanura. Estos desfiladeros pueden ser los de ¡iadzi-Hamzed, que presenta aun restos de algunas fortificaciones, y esla llanura es la
de d'Amandjik que está situada á dos 6 tres jornadas deSínope por la parle del esle. jCorrespondencia del Oriente, t. III.)
136 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
tantinopla en el raes de mayo, habiendo partido de Nicomedia por la fiesta de San Juan Bautista. Este ejér
cito, compuesto de quince mil hombres, llevaba a su retaguardia, como el precedente, frailes, mujeres, ni
ños- y mucho pueblo sin armas. Después de dos semanas de marcha llegó á Ancyra; y no sabiendo en esta
■ciudad noticia alguna de los lombardos y temiendo los difíciles y malos caminos de la Paflagonia, se dirigió
el ejército por la derecha, y marchó hacia Iconium que Alberto de Aix llama Siancone. Los cruzados se de
tuvieron algunos dias delante la capital de la Lycaonia , pero no habiéndoles sido posible apoderar
se de ella de modo alguno, prosiguieron inmediatamente su marcha hacia la ciudad de Heraclea (í)
(Crécly ó Ercly ) sobre el camino de Tarso. Era entonces el mes de agosto, en la abrasadora estación en que
hasta las caravanas se ven obligadas á suspender su marcha; los manantiales y las fuentes estaban por to
das partes secos, y mas de trescientos peregrinos murieron de sed. Algunas voces vagas habian llegado á oí
dos de los cruzados diciéndoles que cerca del lugar donde estaban habia un rio; muchos de entre ellos subie
ron á lasalluras vecinas para descubrirlo, pero regresaron diciendo que solo se veia desde las montañas la
ciudad de Heraclea devorada por un incendio; los habitantes, al huir, habian pegado fuego á sus casas, ha
bían cegado los pozos y destruido las cisternas. Entonces se presentaron los turcos, que llegaban siempreque
los peregrinos estaban medio vencidos por alguna gran calamidad. Un estenso valle, vecino de la ciudad, fué
el teatro de un combate terrible. El hermano del conde de Nevers, Roberto, que llevaba el estandarte del
ejército, dió el ejemplo déla fuga; los otros jefes, hasta el mismo conde de Nevers, abandonándola perdida
multitud de peregrinos, huyeron á Germanicópelis, ciudad de la Cilicia; las tiendas y las riquezas de los fu
gitivos cruzadoscayeron en poder de losturcos, y millaresde mujeres y de niños fueron hechos prisioneros
por los bárbaros, que los condujeron á Korasan.
Todavía quedaba el tercer ejército de peregrinos, el de Guillermo do Poitou al que so habian reunido el
conde de Vermandois,el obispo do Clermont,\Volf IV duque de Baviera y la condesa Ida, margravede Austria.
Así que los alemanes y los aquitanos llegaron á Constantinopla, nada sabían aun de cuanto tenian que sufrir
los cruzados en el Asia menor, porque dicen las crónicas antiguas, que á semejanza de las regiones do los
muertos, nadie tampoco regresaba de este pais; sin embargo, tristes presentimientos preocupaban su imagi
nación; los unos miraban la Romanía como un vasto sepulcro que se tragaba á los pueblos de Occidente , y
querian regresar por mar á Palestina; los otros decian que las venganzas y traiciones de Alejo seguirían á los
cruzados hasta en las flotas, y que las tempestades servirían aun mejor para sus proyectos quo los mismos
turcos. En medio de estas crueles incertidumbres, diceEkkard, veíase al padre separarse de su hijo, al her
mano de su hermano, al amigo de su amigo, y en esta separación en la que tenia cada uno la mira de salvar
su vida, habia mas amargura y mas sentimiento que no el que se esperimenla por la misma muerte; el uno
quena embarcarse,el otro atravesarla Romanía; algunos después de haber tomado sitio en un buque, se pre
cipitaban sobre la ribera, y volviendo á comprarlos caballos que acababan de vender corrían á la muerto
que querian evitar (2). Tal es la sucinta relación de un peregrino partido de Occidente con los cruzados teuto
nes, y el mismo, después de haber estado largo tiempo para decidirse, tomóel partido de embarcarse, y sin
correr ninguno de los peligros que temia, llegó en compañía de muchos otros peregrinos al puerto de Ja (Ta, se
cundado por la clemencia divina .
Guillermo de Poitou y sus compañeros atravesaron el estrecho de San Jorge y regresaron a Nicomedia ha
cia el tiempo de la siega. Una inmensa multitud de todos sexos, de todas edades y de todas condiciones se
guían sus banderas, y se puso en marcha para atravesar el Asia menor y tomóel mismo camino que Godo-
fredode Bouillonen la primera cruzada; el ejército de Poitou se apoderó á su paso de las ciudades de Philome-
lium (3) y de Samalieh, bajó después hAcia Heraclea, para encontrar, dice Alberto de Aix, un río ardiente
mente deseado: este rio que los compañeros del conde de Nevers no habian podido descubrir, corre ó pasa á
poca distancia de Heraclea. Así que el ejército cristiano, rendido por la fatiga y el calor, se aproximó á él , en
contró á los turcos que lo esperaban formados en batalla sóbrelas dos orillas. Después de un combale lerri-

(1) Véase porCrecli 6 Heraclea, la Correspondencia de Oriente, carta LXIH.


(3) Ekkard [Biblioteca de las Cruzadas1.
3) La ciudad de Finimin* ódc Philomelium se encuentra en el dia bajo el nombre turco de Ylgain ti octio ónueve leguas de Ale-
her, la anligua pc]ueña Antiooula de Pisidia. (Véase la correspondencia deOricnte, carta LXI y LXIH.;
LIBRO CUARTO.— 1090-4 101. 137
ble, vencidos los cristianos emprendieron la fuga, y la matanza fué espantosa y cruel. El obispo de Clermont
en Auvernia, el duque de Baviera y el conde de Poitou, fueron casi los únicos que escaparon de la cuchilla
turca, huyendo al través de las montañas y por los desfiladeros desconocidos. El duque de Vermandois, heri
do pordos flechazos, fuéá morir en Tarso, siendo su cuerpo enterrado en la iglesia de San Fablo. La margra-
ve de Austria, v un gran número de ilustres matronas, desaparecieron en medio del tumulto del combate. Los
unos decian que la margrave habia sido aplastada debajo los piés de los caballos , los otros que los turcos la
ha bian conducido á Korasan, paisque, segun dice Albertode Aix,está separado del resto delmundopor gran
des montañas v pantanos, ven el cual los cristianos cautivos están encerrados como los rebaños en un establo.
Asi desaparecieron tres grandes ejércitos compuestos de varias naciones. Perecieron todos de la mis
ma manera, es decir, por la imprevision de los jefes y por la indisciplina de los soldados, entregándose ellos
mismos á la esterminadora espada de los turcos. En la primera cruzada se habian esperimentado cierta-
tamente grandes reveses, pero se alcanzaron grandes victorias; masen esta solo se vieron grandes cala
midades. La muchedumbre que acompañó al ejército, contribuyó mucho indudablemente á su derrota. El
mal venia de las ilusiones que se habian formado en Europa sobre las victorias de los primeros cruzados:
todo el mundo habia querido marchar , porque estaban en la persuasion que ya no habia en Asia, ni
turcos ni sarracenos , y que bastaba ponerse en camino , para llegar sin obstáculo ni peligro á Jerusalen.
La historia contemporánea nos dice que en esta desgraciada espedicion cuatrocientos mil peregrinos salie
ron de este perecedero mundo, para vivir eternamente en el seno de Dios. Los cronistas no mencionan á los que
los turcos se llevaron como esclavos; de todas las mujeres que habian marchado y cuyo número era impor
tante, ni una sola regresó al seno de su familia. Los cruzados que se salvaron de la matanza, se retira
ron los unos á Constantinopla, y los otros á Antioquia : en el libro siguiente veremos los tristes restos de
esta cruzada llegada al reino de Jerusalen,en donde muchos principes, salvados milagrosamente del ace
ro turco, perdieron la libertad ó la vida, combatiendo con los egipcios. El duque de Baviera murió y
fué enterrado en la isla de Chipre ; Harpino de Bourger que regresó á Francia, se hizo religioso del con
vento de Cluni. Guillermo de Poitou, para consolarse de las desgracias de la cruzada, hizo de esta el ob
jeto de sus canciones, y á menudo, segun dice Orderico Vital, repetia sus tiernas quejas en presencia de
los reyes , de los grandes y de las sociedades cristianas.
Fijémonos un momento en el espectáculo que acaba de pasar delante de nuestros ojos, v en el que ;e
ve á dos religiones disputarse el mundo con las armas en la mano: volvamos la vista atrás, y veamos lo
que esta grande revolucion de guerras santas ha producido para las generaciones contemporáneas , y
qué suerte esperaba al finalizar aquellas á los pueblos de occidente.
Se ha repetido muchas veces, hablando de esta primera guerra santa , en la que el oriente vió á un
ejército de seiscientos mil cruzados, que Alejandro habia conquistado el Asia con solo treinta mil hom
bres; y sin reproducirlo que se ha dicho ya, nos limitaremos á hacer observar que los griegosde Ale
jandro, en su invasion al oriente , no tenian que combatir mas que á los persas, nacion afeminada y que
la Grecia miraba con desprecio ; mientras que los cruzados tuvieron que combatir á una multitud de pue
blos desconocidos, y que llegados al Asia, se encontraron rodeados de muchas naciones de conquistadores.
No será por demás repetir que aqui dos religiones se han armado la una contra de la otra ; y entre
los cristianos y los musulmanes no podia haber mas que una guerra de esterminio. Si las guerras reli
giosas son siempre las mas mortiferas, tambien son las que ofrecen mas dificultad al vencedor, para que
pueda conservar y estender sus conquistas. Esta observacion es muy importante para apreciar el resul
tado y hasta el carácter de la primera cruzada y delas que la han seguido.
Lo que los hombres ilustrados no podian comprender en este gran movimiento de las naciones era
el milagroso motivo que animaba á los jefes y á los soldados. «¿Qué habia que pensar, dice el abate Gui-
bert. que escribia algunos años despues de las cruzadas, al ver á los pueblos agitarse, y cerrando su corazon
á todas las afecciones humanas, lanzarse de repente á un destierro, para destruir á los enemigos del
nombre de Cristo, traspasar el mundo latino y los limites del mundo conocido, con mas ardor v mas
alegria que mostraron jamás los hombres para asistirá una gran fiesta?» El mismo cronista añadp.
que en su tiempo el móvil de la guerra eran la avaricia , la ambicion y las pasiones profanas v odiosa?:
y como el ardor hacia los combates era casi general, arrastrando á los pueblos (es siempre la idea del
lisylí) 18
i 38 HISTORIA M LAS CRUZADAS.
Abato Guibert) Dios suscitó nuevas guerras, que debian emprenderse por la gloria de su nombre y que
conduciria ¿1 mismo; guerras santas que ofrecerian un medio de salvacion á los cristianos y á los pue
blos, guerras en donde los que hubiesen abrazado la profesion de las armas podrian, sin .renunciar á
sus hábitos, y sin verse obligados en ninguna ocasion á salir del siglo, obtener la misericordia divina. En
efecto, desde el momento que quedó la guerra santificada, todo el mundo acudió y quiso marchar bajo el
estandarte de Dios.
Uno de los maravillosos caractéres de esta cruzada,' es que fué anunciada anticipadamente en casi to
do el universo. Cuando las revoluciones están próximas á estallar, un secreto presentimiento se apodera
de los pueblos. Todo el nautdo sabe los mil prodigios que habian precedido al belicoso alzamiento de
la Europa cristiana. Los musulmanes tuvieron tambien sus presagios : muchas señales que habian
visto en el cielo, les habian anunciado que el occidente iba á levantarse contra ellos. Durante la es
tancia de Roberto Prison en Jerusalen, doce años antes del concilio de Clermont , todos los jefes del pue
blo musulman habian estado reunidos desde la mañana hasta la noche en la mezquita de Omar, en donde
estudiaron en los libros de la ley las proféticas amenazas de las constelaciones ; y supieron por seguras
conjeturas qne unos hombres de condicion cristiana vendrlan á Jerusalen y se apoderarian de todo el pais
despues de grandes victorias: pero no pudieron apear en qué tiempo se realizarian tan funestos presagios.
Asi á medida que el tiempo avanzaba , el occidente y el oriente esperaban vagamente grandes cosas.
El religioso ardor que dominó á fines del siglo once, hizo que se dividiese la sociedad cristiana en dos
grandes partidos. El uno arrastraba al hombre á la vida solitaria y contemplativa , y el otro le condu-
cia á recorrer el mundo para buscar 4a remision de sus pecados por medio del tumulto y estruen
do de las guerras santas. Por una parte se decia á los cristianos: a En el retiro se encuentra la sal
tacion, y alli es donde el Señor distribuye sus gracias, y el hombre se hace bueno y mas digno de
»la misericordia divina. Por otra se repetia incesantemente; Dios os llama á su defensa; por- el estruendo
«de las armas y por los peligros de una guerra santa, se obtienen las bendiciones del cielo.» Estas dos
opiniones, tan opuestas entre si, se predicaban con el mismo éxito y encontraban en todas partes par
tidarios y apóstoles ó mártires. Entre los mas fervientes fieles, los unos no veian otra manera de agra
dar á Dios que el de sepultarse en los desiertos, mientras que los otros creian santificar su vida recur
riendo las mas lejanas regiones, espada en mano y con la cruz en el pecho. La necesidad del retiro y
el celo por la guerra sagrada eran tan vehementes, que jamás la Europa habia visto tantos reclu
sos y tantos soldados: jamás se vio establecer tantos monasterios como en el siglo doce, y jamás se vie
ron tantos y tan formidables ejércitos. No trataremos de caracterizar este estraño 'contraste: pero nos
parece que un hombre solo bastaria, aqui, para esplicar todo un siglo, y este hombre es Pedro el Er
mitaño. Es sabida que el predicador de la cruzada siguió sucesivamente las dos opiniones dominantes en
su época. Nacido con una ardiente imaginacion, pero con un espiritu variable é inquieto, entregóse lue
go á la vida cenobita, pareciendo despues en medio de esta multitud que habia tomado las armas á su
sola voz, y acabó por morir- en un claustro. El ermitaño Pedro fué, pues, el hombre eminente de su
época, y á este debe atribuirse la gran influencia que tuvo sobre sus contemporáneos. Nosotros hemos
tenido muchas veces ocasion de notar que los hombres que pasan por haber dominado su siglo, son los
<pic mas se dejan dominar por este, mostrándose los mas apasionados intérpretes.
Uno de los resultados de esta cruzada , fué el llevar el espanto entre las naciones musulmanas, ponién
dolas por mucho tiempo en la imposibilidad de ensayar ninguna empresa contra el occidente. Gracias
á las victorias de los cruzados , el imperio griego retrocedió sus limites, y Constantinopla, que era el ca
mino de occidente para los musulmanes , quedó al abrigo de sus ataques. En esta lejana espedicion , la
Europa perdió la flor de su poblacion; pero ella no fué como el Asia, que se convirtió en teatro de una
guerra sangrienta y desastrosa, de una guerra en la que nada se respetaba , y en donde las ciudades y las
provincias eran sucesivamente desoladas por los vencedores y por los vencidos. Mientras que los guerreros
salidos de Europa derramaban su sangre en oriente, el occidente gozaba de una profunda paz. En todos los
pueblos cristianos se miraba como un crimen, batirse por una causa que no fuese la de Jesucristo. Esta
opinion contribuyó mucho á contener á los bandidos, y á hacer respetar la tregua de Dios, que fué en la
edad media el gérmen ó la señal de las mejores instituciones. Fuesen cuales fuesen los reveses de la
LIBRO CUARTO.— 1099-1101. 13!
croza Ja, eran menos deplorables que las guerras civiles y el azole de la anarquía feudal, que había du
rante mucho tiempo, devastado todas las comarcas de occidente.
Esta primera cruzada proporcionó otras ventajas á la Europa, poniendo al oriente masen contacto con
el occidente. El Mediterráneo fué mas frecuentado por los buques europeos ; la navegación progresó algo,
y el comercio, sobre todo el de los pisanos y genoveses, debió acrecentarse y enriquecerse por medio de
la fundación del reino de Jerusalen. Es verdad que una gran parte del oro y plata que poseia la Europa
liabia sido esportada al Asia por los cruzados ; pero estos tesoros enterrados ó escondidos por el miedo ó por
la avaricia, estaban perdidos ó no existían al menos para la circulación : y lodo el oro que no se llevaron
los cruzados, circuló mas libremente, y la Europa, teniendo realmente menor cantidad de plata, apareció do
repente ser mas rica que nunca.
A pesar de lo que se lia querido suponer , no vemos que durante la primera cruzada la Europa haya-
sido ilustrada por el oriente. El Asia fué teatro de las mas terribles revoluciones durante el siglo once. En
esta época ni los sarracenos ni los turcos cultivaban lasarles ni las ciencias. Los cruzados no tuvieron con
aquellos mas relaciones que la de una guerra terrible. Por otra parte los francos despreciaban demasiado á
los griegos, en cuya nación estaban demasiado en decadencia las ciencias y lasarles, para poder servir de
modelo é instrucción. Sin embargo , como los acontecimientos de la cruzada habían herido vivamente la
imaginación de los pueblos , este grande é imponente espectáculo bastó para dar una especie de vuelo al es
píritu humano en el Occidente.
Reservándonos para mas adelante el hablar del carácter de esta cruzada , diremos solamente aquí algunas
palabras sobre el bien que ella ha podido hacer á la generación contemporánea. Los desastres son lo que
mas nos afecta al leer la historia , y no tenemos necesidad de recordarlos , pero el bien y sus invencibles
progresos son mucho menos fáciles de distinguir ó conocer.
El primer resultado de la cruzada con relación á la Francia , fué la gloria de nuestros padres; ¡cuántos
nombres ilustres con motivo de esta guerra ! Los gloriosos recuerdos son una ventaja real ó positiva , por
que ellos fundan la existencia de las naciones y la de las familias. No puede olvidarse el llamamiento que
hizo el papa Urbano á la belicosa nación de los francos , y la historia ha dado cuenta de los prodigios con
(jue estos respondieron al llamamiento del pontífice. Un cronista nos dice que Dios en esta ocasión rechazó á
los grandes monarcas de la tierra, y no quiso asociar á sus designios mas que la Francia , que se presentaba
pura delante de él, porque hasta entonces ninguna herejía había manchado á su pueblo. El abale Guibert,
que liabia lomado por título de su historia estas palabras : Gesta Deiper francos ( Hechos de Dios por los
francos), ha esplicado á la vez la opinión de sus contemporáneos y la de la posteridad;
Lo que había de curioso en tiempo de lascruzadas, era la creencia en que generalmenlese estaba, de que el
mundoera viejo, y que estaba próxima la decadencia. Guibert se esl ra fiaba que las maravillas, de las cuales
era él testigo, tuviesen lugar en un tiempo de decrepitud. Sin embargo, la conquista de Jerusalen debia
alentar sus espíritus y advertirles que el mundo no iba á finar, puesto que iba á darse comienzo á una gran
revolución para renovar el orienteyel occidente. Nosotros sabemos, sin dudaalguna, dice Guibert, que Dios
no ha emprendido esto para libertará una sola ciudad, sino que ha arrojado en todas parles las semillas
que producirán mucho fruto. En todas partes se estudiaba ya la gramática, y el número de escuelas , siem
pre creciente, hacia fácil la instrucción hasta á los hombres mas estúpidos. El abad de Noguenl al empezar si»
historia, declara que él va á adornar su estilo , y que su idea es dar á luz un libro digno del tiempo en quo
escribe, y sobre todo de las maravillas que va á celebrar. Oli os escritores habian emprendido va la tarea de-
trazar la historia deestaépoca memorable.
Antes de la primera cruzada , la ciencia de la legislación , que es la primera y mas impórtame de (odas,
liabia hecho muy pocos progresos. Algunas ciudades de Italia y de las provincias vecinas de los Pirineos,
en donde los godos habian hecho florecer las leyes romanas., veian tan solo renacer algunos destellos de iá
civilización^ Entre los reglamentos y las ordenanzas que Gastón de Bearn había recopilado antes de partir
á la cruzada , se encuentran disposiciones que merecen ser conservadas por la historia , porque ellas nos<
presentan los débiles fundamentos de una legislación que el tiempo y otras mas felices circunstancias debian
perfeccionar. La paz, dice este legislador del siglo undécimo, será guardada en todos tiempos á los cléri
gos, álos religiosos , á los viajeros , á las seiíoras y á su séquito. Si alguno se refugia cerca de una señora,
i 40 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
será salea su persona pagando el daño que haya causado. Que la paz sea con el labrador; que sus bueyes y
sus aperos de labranza no puedan ser ocupados (1 ).
Estas bienhechoras d¡s|K>siciones eran inspiradas por el espiritu de caballeria , que habia progresado en
las guerras contra los sarracenos de España : ellas eran sobre todo la obra de los concilios (2) que habian pro
curado contener las guerras entre particulares y los escesos de la anarquia feudal. Las guerras santas de
ultramar acabaron loque la caballeria había empezado ; perfeccionando hasta la misma caballeria. El con
cilio de Clermont y la cruzada que le siguió, no hicieron mas que desarrollar y consolidar todo lo que los con
cilios anteriores, todo lo que los señores y los principes mas sabios, habian hecho á favor de la humanidad.
Muchos de los principes cruzados , tales como el duque de Bretaña y Roberto , conde de Flandes hicieron
notable su regreso por msdio de los sabios reglamentos que publicaron. Algunas saludables instituciones
empezaron á reemplazar á los violentos abusos del feudalismo.
En Francia se notaron principalmente estos cambios. Muchos señores habian manumitido á sus esclavos
que Ies seguian en la santa espedicion. Giraud y Giraudet Adhemer de Montheil, que habia seguido á su
hermano , el obispo de Puy á la guerra santa , á tin de reanimar y recompensará algunos de sus vasallos que
le habian acompañado , les concedió muchos feudos , por un acta celebrada en el mismo año de la toma de
Jerusalen. Pudiéranse citar muchas actas semejantes , hechas durante la cruzada ven los primeros años
que la siguieron. La libertad esperaba en el ocidente el reducido número de cruzados venidos de la guerra
santa y que parecian no reconocer jamás por jefe suyo á Jesucristo.
El rey de Francia , aun cuando fué por largo tiempo el blanco de las censuras de la Iglesia , y que no se
distinguia por ninguna cualidad personal , tuvo un reinado mas feliz y mas tranquilo que sus predecesores.
Él empezó á sacudir el yugo de los grandes vasallos de la corona , que muchos se habian arruinado ó habian
perecido en la guerra santa. Se ha repetido muchas veces , que la cruzada puso en manos del clero las mas-
grandes riquezas: este es un hecho innegable; pero no es cierto que sucediera esto mismo en las guerras san
tas que tuvieron lugar despues i pero ¿no puede asegurarse que el clero era en aquellos tiempos la parte
mas ilustrada de la nacion, y que este acrecentamiento de prosperidad estaba en la naturaleza de las cosas?
Despues de la primera cruzada pudo observarse lo que sucede en todos los pueblos que marchan á la civili
zacion r el poder tendia á centralizarse en las manos del que debia proteger á la sociedad : la gloria fué la
herencia de los que estaban llamados á defender la patria; y la consideracion y las riquezas se dirigieron há
cia la clase que debia instruir y civilizar a los pueblos.
Muchas ciudades de Italia habian llegado á un cierto grado de civilizacion antes de la cruzada , pero esta
civilizacion , tomada de los griegos y delos romanos , mas bien que de las costumbres y de la religion de
los pueblos , no presentaba estabilidad alguna , pareciéndose á aquellas fugaces luces que se desprenden del
cielo y brillan un momento durante la noche. Demostraremos en las consideraciones generales con que termi
na esta obra , cuánto han contribuido esas repúblicas esparcidas y divididas entre si , esas legislaciones to
madas servilmente de los antigues , esa libertad precoz que no habia nacido en el suelo y que no se acomo
daba fácilmente con el espiritu de la época, aerear la independencia de la Italia en la edad moderna. Para
que la civilizacion produzca sus saludables efectos y que sus beneficios sean duraderos , es preciso que se ar
raigue en los sentimientos y en la opinion dominante de una nacion , y que nazca , por decirlo asi , de la
misma sociedad. Sus progresos no deben improvisarse , "y todo debe conspirar á la vez á la misma perfec
cion. Las luces, las leyes , las costumbres y el poder todo debe marchar juntamente. Esto es lo que ha suce
dido en Francia ; y he aqui porque esta nacion debia ser en su dia , el modelo y centro de la civilizacion en
Europa. Las guerras santas contribuyeron mucho á esta dichosa revolucion , cosa que pudo corregirse desde
la primera cruzada.
(I) Hemos tomado estos detalles de una historia manuscrita deBeirn que ha tenido la bondad de facilitarnos uno de nuestros
magistrados mas distinguidos, que consagra sus ocios al cultivo de las letras. Esta historia, notable poruna sabia erudicion y una
sana critica, debe derramar gran luz sobre los remotos tiempos de que hablamos.
ti) Todas las ordenanzas de Gaston de Bcarn est6n en los decretos del sinodo 6 concilio celebrado en la diocesis de Elna en el Ro-
sellon, el lude mayo de 1027. Estas disposiciones tenian por objeto la tregua de Dios. El concilio habia decretado que no se pudiese
atacar 6 ningun fraile o clérigo desarmado, ni al hombreque fuesea la iglesia 6 que regresase de ella, o que acompaña-e señora».
En el concilio deBourgesen 1031, y en muchos otros, se renovaron los mismos reglamentos; y se pusieron bajo la salvaguardia dela
religion, alos labradores, sus bueyes y sus molinos. [Véase la Coleccion delos Concilios por el P. Labbe.) No sera por demas decir
qusestos reglamentos fueron observados en Aquitania. El concilio de Clermont hizo que se adoptaran en la mayor parte de Europa.
LIBRO QUINTO. — 1099-1 H6. 141

LIBRO V.

HISTORIA DEL REINO DE JERUSALEN.


1090—1 1 16.

God jfredo envía á Tancrcdo á Galilea.— Sitia el mismo, en vano , á Arsur. —Llegada de Balduino y de Boemundo.— El arzobispo
I uimberto. —Los tribunales de Jerusalen.—Situación del reino.—Muerte de Godofredo.—Sucédele Balduino.—Empresas guer
reras de este principe.—Su afán por restablecer el imperio de las leyes.—Los genoveses le ayudan á tomar Cesárea Ventajas y
reveses.—Toma deTolemaida.—Critica posición del principado de Antioquía y del condado de Edeso.—Toma de Trípoli.—Bal
duino lleva la guerra en Egipto.—Su muerte —Balduino de Pourg sube al tiono.—Arrroja a los musulmanes del territorio de
Antioquta.—Hecho prisionero, recobra la libertad con astucia.—Los sarracenos de Egipto batidos por Eustaquio de Agrain.—
Papel que jugaron los venecianos en la primera cruzada.—Situación general.—Los ismaelitas ó asesinos.—Caballeros de San
Juan
Felonía,
y caballeros
del conde
deldeTemple.—Balduino
Joppe —Su castigo.—Juan
ve frustrada
Comneno
la tomaprueba
de Damasco.—Su
de apoderarse
muerte.—Fulques
de Antioquta, después
de Anjoues
se reúne
proclamado
con los lati
rey.

nos.— Muere el rey Balduino 111.—Su bijo y su sucesor, es desgraciado en el ataque cernirá Bosrha.—Los musulmanes destru
yen 4 Edeso.

Fl pais en el que acababan de establecerse los cruzados , y que los recuerdos de la religión le hacian mas
grato á los pueblos del occidente , formó antiguamente el reino de Israel. Luego que esta comarca fué some
tida á las águilas romanas , sus nuevos dueños añadieron al nombre que le habían dado los judíos, el de
Palestina. Ella tenia por límites, al mediodía el arenoso desierto que separa la Judea del Egipto , al orien
te el pais de la Arabia , al occidente et Mediterráneo , y al norte las montañas del Líbano.
En tiempo de los cruzados , lo mismo que hoy dia , una gran parte del suelo de la Palestina presentaba el
aspecto de una tierra sobre la que han caido las maldiciones del cielo. Esta tierra , dada en otro tiempo al
pueblo elegido de Dios , había mudado muchas vecesde habitantes ; todas las sectas y todas las dinastías mu
sulmanas se habían disputado la posesión de ella con las armas en la mano ; las revoluciones y la guerra
habían amontonado las ruinas en esta capital y en la mayor parte de las ciudades; las creencias de los pue
blos musulmanes y de los pueblos cristianos parecían solamente dar algún valor á la conquista de Judea ; la
historia , sin embargo , debe guardarse de incurrir en la exageración de ciertos viajeros , cuando han ha
blado de la esterilidad de este desgraciad» pais.
En el estado que se encontró la Judea , si su territorio se hubiese sometido enteramente á las leyes de Go
dofredo, el nuevo rey habria podido rivalizar poderosamente con la mayor parte de los príncipes musulmanes,
del Asia ; pero el naciente reino de Jerusalen se componía tan solo de la capital y de unas veinte poblaciones
inmediatas. Muchos de estos pueblos se encontraban separados los unos de los otros , por plazas que ocupa
ban aun los infieles. Una fortaleza en poder de los cristianos estaba próxima á otra , en donde ondeaba el
estandartede Mahoma. En las campiñas habitábanlos turcos, los árabes y los egipcios, que se reunianpa-
ra hacer la guerra á los subditos de Godofredo Estos últimos estaban amenazados hasta en las ciudades, ca
si siempre mal guardadas , encontrándose sin cesar espuestos á todas las violencias de la guerra. La tierra
permanecía inculta , y todas las comunicaciones estaban interrumpidas. En medio de tanto peligro , mu
chos latinos abandonaron las posesiones que les habia dado la victoria : y á Gn de que el pais conquistado no
estuviese falto de habitantes , sobre todo en los momentos del peligro, fué preciso , para promover la afición
hácia esta nueva patria, estimular á sus moradores por medio del interés de la propiedad. Toda persona que
hubiese permanecido un año y un dia en una casa ó sobre un terreno cultivado , debia ser reconocido como
su legítimo poseedor; todos los derechos de posesión se perdían por una ausencia de igual duración.
El primer cuidado de Godofredo fué el de reprimir las hostilidades de los musulmanes , y retirar las fron
teras del reino cuya defensa se le habia confiado. Siguiendo sus órdenes , Tancredo entró en Galilea, y se
< 12^ HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
apoderó de Tiberiada y de muchas otras ciudades vecinas del Jordan. En recompensa de sus trabajos, se le
dió la posesion del pais queacababa de conquistar , y que posteriormente fué erigido en principado.
Arsur, ciudad maritima situada entre Cesarea y Joppe, rehusó pagar el tributo impuesto despues de la
victoria de Ascalon : y Godofredo y sus caballeros fuéron á sitiar la mencionada plaza. Ya se habian coloca
do las torres y los arietes delante de las murallas y se hahian dado varios asaltos, cuando los sitiados em
plearon un medio de defensa que nadie esperaba . Gerardo de Avesnes, que se habia dado en rehenes á los
enemigos, por orden de Godofredo , fué atado á la punta de un palo muy alto que se colocó delante de la mu
ralla misma á la que debian dirigir sus tiros los sitiadores. A la vista de una muerte inevitable y sin gloria,
este desventurado caballero dió grandes gritos de dolor y de desesperacion , conjurando á su amigo Godo
fredo que le salvase la vida por medio de una retirada voluntaria. Este cruel espectáculo desgarró el alma
del rey de Jerusalen , pero no disminuyó de ninguna manera su resolucion y su valor. Cuando estuvo cerca
de Gerardo de A vesnes , le exhortó á hacerse digno , por su resignacion , de la corona del martirio. « Yo no
puedo salvaros , le dijo , y aun cuando mi hermano Eustaquio se encontrase en vuestro lugar , yo no po
dria librarle de la muerte. Morid, pues , ilustre y esforzado guerrero , con la resignacion de un héroe cris
tiano : morid por la salvacion de vuestros hermanos y por la gloria de Jesucristo.» Estas palabras de Godo
fredo dieron á Gerardo de Avesnes ánimo para la muerte ; y recomendó á sus antigues amigos que ofrecie
sen al Santo Sepulcro su caballo de batalla y sus armas , y les suplicó que se hiciesen plegarias por la salud
de su alma ( 4 ).
Godofredo y todos los guerreros cristianos atacaron vigorosamente la ciudad , pero fueron rechazados.
Bien pronto las nieves y las lluvias de invierno les obligaron á levantar el sitio. Godofredo regresó tristemen
te á Jerusalen , con sus caballeros, lamentando la inútil muerte de su compañero de armas. Pero des
pues de haber pasado una ó dos semanas, ¡cuál fué su sorpresa y su alegria al rt;r llegar , montado en un
hermoso palafren, al valiente Gerardo de Avesnes cuya muerte lloraba! Los habitantes de Arsur, entusias
mados de la constancia y de la heroica resignacion del caballero franco , le habian desatado del palo en donde
estaba colocado, y le habian hecho conducir al emir de Ascalon , quien le envió al rey de Jerusalen. Go
dofredo le recibió con grande alegria, y para recompensar su sacrificio , le dió el castillo de San-Abraham,
construido en las montañas de la Judea , al sudestede Belen ( 2).
Durante el mismo sitio de Arsur , muchos emires , procedentes de las montañas de Napolova y de Samaria,
vinieron á saludar á Godofredo y á ofrecerle regalos, tales como higos y uvas cocidas al sol. El rey de Jerusa
len estaba sentado en el suelo , sobre un saco de paja , sin aparato y sin guardias. Los emires no pudierou
ocultar su sorpresa , y preguntaron cómo era que un tan gran principe , cuyas armas habian hecho estreme
cer á todo el oriente, estuviese tendido en tierra , no teniendo ni una almohada ni un tapete de seda. «La
tierra de la que hemos salido , y que debe ser nuestra morada despues de la muerte , respondió Godofredo,
¿no puede servir de silla durante nuestra vida ? » Esta respuesta , que parecia haber sido dictada por el
mismo genio do los orientales , no dejó de hacer grande impresion en el ánimo delos emires. Llenos de
admiracion por todo cuanto habian visto y oido, se despidieron de Godofredo , pidiéndole su amistad ; y en.
Samaria se hablaba con admiracion de la sencillez y sabiduria de los hombres del occidente.
Durante la misma época , la fama contaba muchas maravillas relativamente á la fuerza de Godofredo : se
le habia visto , con un solo golpe de su larga espada , cortar la cabeza de los mas grandes camellos. Un pode
roso emir entre los árabes quiso juzgar el hecho por si mismo , y vino á suplicar al principe cristiano que
renovase delante de él el mencionado prodigio. Godofredo no se desdeñó de satisfacer la curiosidad del emir
musulman , y con un solo golpe de su espada tronchó la cabeza de un camello que habian conducido á su
presencia. Como los árabes parecia que creian que en la espada de Godofredo habia algo de encantamiento,
este tomóla espada del emir , y la cabeza de un segundo camello rodó por laarena. Entonces el emir declaró
en alta voz que todo cuanto se habia dicho del jefe de los cristia»os era verdad , y que jamás hubo hombre
alguno mas digno de combatir á las naciones. Yo he visto , en la iglesia del Santo Sepulcro , esta terrible es
pada que sucesivamente derribaba las cabezas de los camellos y hendia á los gigantes sarracenos ( 3 ).
Luego que Godofredo "entró en Jerusalen, supo que Balduino, conde de Edeso, y Boemundo, principe de
(1) Alberto de Aix, habla asimismo de un Lamberto de Avesnes que fue espuesto é los golpes de los acometedores. (Vease ó
Alberto de Aix, lib. Vil.) i») Véase la Correspondencia de Oriente, t. IV.— [3) Vease la Correspondencia de Oriente, t. V.
LIBRO QUINTO-* 099-mO. 4 43
Antioquía se habían puesto en camino para visitar los santos lugares. Es preciso recordar que estos dos jefes
de la primera cruzada no habían seguido á sus compañeros de armas á la conquista de la Tierra Santa;
ellos venian á Jerusalen acompañados de un gran número de caballeros y de soldados de la cruz, que estando
romo ellos guardando el pais conquistado , se mostraban impacientes por acabar su peregrinación. A estos
ilustres guerreros se reunieron una multitud de cristianos venidos de Italia y de todas las comarcas del occi
dente. Esta piadosa caravana , que contaba veinte y cinco mil peregrinos , tuvo mucho que sufrir sobre las
costas de la Fenicia ; pero así que vieron á Jerusalen , dice Fulques de Chartrcs que acompañaba á Balduino,
conde de Edeso , todas las miserias que ellos habian sufrido fueron -puestas en olvido. La historia contemporá
nea añade , que Godofredo , muy contento de volver á ver á su hermano Balduino , obsequió magníficamente
á los principes durante todo el invierno.
Daimberto, arzobispo de Pira , había llegado con Balduino, conde de Edeso, yBoemundo príncipe de An
tioquía , y á fuerza de dones y de promesas hizo que se le nombrara patriarca de Jerusalen , cuya plaza
ocupaba Amoldo de Bohcs. Este prelado, educadoen la escuela de Gregorio Vil, sostenia con calor las preten
siones de la Santa Sede. Su ambición no tardó en introducir el desórden entre los cristianos : en el mismo
lugar en donde Jesucristo habia dicho que su reino no era de este mundo, y el que se proclamaba su vicario,
quiso reinar con Godofredo y pidió la soberanía de una parte de Joppe y del cuartel de Jerusalen llamado el
cuartel del Santo Sepulcro. Después de algunos debates ( 4 ) el piadoso Godofredo concedió lo que se le pedia
en nombre de Dios , y si debe creerse el testimonio de Guillermo de Tiro , el nuevo rey declaró , el dia de
Pascua , delante de todo el pueblo reunido en el Santo Sepulcro , que la torre de David y la ciudad de Jeru
salen pertenecerian absolutamente á la Iglesia en caso que él muriese sin sucesión.
Hemos dicho ya el estado en que se encontraba el reino de Godofredo: ahora añadiremos que el nuevo
rey contaba entre sus subditos, armenios, griegos, judíos , árabes y renegados de todas las religiones y
aventureros de todos los paises. El estado confiado á su cuidado era |o mismo que un lugar de paso, y
no tenia en su apoyo ni en su defensa mas que á los viajeros y estranjeros. Era el sitio destinado á donde
se daban cila los grandes pecadores para aplacar la divina cólera, y el asilo de los criminales que huían
de la justicia de los hombres. Los unos y los otros eran igualmente perjudiciales, cuando las circunstan
cias despertaban sus pasiones, y el miedo ó el arrepentimiento daba lugar á nuevas tentaciones. Godofredo,
según las leyes de la guerra y las costumbres feudales , habia distribuido las tierras conquistadas á los
compañeros de sus victorias. Los nuevos señores de Joppe, de Tiboreríada, de Ra ni la y de Napiusa apenas
reconocían la autoridad real. El clero, sostenido por el ejemplo del patriarca de Jerusalen , hablaba con
mucha autoridad, y los obispos ejercían como los barones un poder temporal. Los unos atribuían la
conquista del reino á su valor, y los otros á sus plegarias; cada cual reclamaba el precio de su piedad
ó de sus trabajos, la mayor parte tendía á la dominación y todos á la independencia.
Era llegado el tiempo de oponer un gobierno regular á todos estos desórdenes. Godofredo escogió el
momento en que estábanlos príncipes latinos reunidos en Jerusalen. Los mas sabios y mas piadosos
se consagraron al palacio de Salomón (2), y se les dió el cargo de redactar un código de leyes para el nue
vo reino. Las condiciones impuestas á la posesión del terreno, los servicios militares de los feudos , las
recíprocas obligaciones del rey y de los señores, de los grandes y de los pequeños vasallos, todo fué
establecido y arreglado según las costumbres de los francos. Lo que principalmente pedían los subditos
de Godofredo eran jueces para terminar las diferencias y proteger los derechos de cada uno. Dos tribuna
les de justicia (3) fueron creados : el uno, presidido por el rey y compuesto de la nobleza , debía fallar las
cuestiones de los grandes vasallos; el otro, presidido por el vizconde de Jerusalen y formado de los prin
cipales habitantes de cada ciudad, debia conocer de los derechos é intereses de los vecinos ó de la clase baja.
Se creó un tercer tribunal, reservado á los cristianos orientales ; los jueces habian nacido en Siria , hablaban
la lengua nativa y fallaban según las leyes y los usajes de su pais. Las leyes que se dieron á la ciudad do
David fueron sin duda un espectáculo nuevo para el Asia ; ellas fueron también un motivo de instrucción

(1) Los debates que tuvieron lugar por el motivo mencionado son referidos por Guillermo de Tiro, el que nos parece parcial, y
que se contradice algunas veces. Alberto de Aix, nos ha parecido mas claro y mas verídico.— [i] Los cronistas llaman palacio de
Salomón, al palacio de los reyes latinos.—¡3) Las assises, tales como las conocemos.no son enteramcnle la obra de Godofredo : pe
ro podemos afirmar que él instituyó los dos tribunales de justicia de que se habla aquí.
1H HISTOKIA DE LAS CRUZADAS.
para la misma Europa, que se admiró de encontrar mas allá delos mares sus propias instituciones modifi
cadas por las costumbres del oriente y por el carácter y el espiritu de la guerra santa. Esta legislacion de
Godofredo, la menos imperfecta que se habia visto hasta entonces entre los francos y que se mejoró aun en
los siguientes reinados, fué depositada con gran pompa en la iglesia de la Resurreccion y tomó el nombre de
Tribunales de Jerusalen ó.Cartasdel:Santo Sepulcro (1). '.
i 'Al aproximarse la primavera, Boemundo y Balduinó partieron déla sania cjudad, y los peregrinos fuéron
4 coger. pílinas eti la llanura de Jericó; visitaron. el Jordan, y se detuvieron algunos dias en Tiberiada en donde
fueron .muy-bien recibidos por Ta ncredo. La caravana de los principes regresó por Cesa rea-de-Felipe ó Pa-
neas por Balbec y Tortora ó. Laodicéa,. sometido entonces á Raimundo de San Gjlles. Alli los peregrinos de
Italia se embarcaron en los buques de los genoveses y de los ptsanos.; Balduino tomó el camino de Edeso y
Boetnuiido'eVde AdÜQquia. . , .„'.'."?.
. Godqfredo se-quedó solo en Jerusalen ,. encontrándose en medio de una ciudad arruinada y de unpaisde»
vastado. El pueblo de la santa ciudad estaba en una estrema pobrexa. Godofredo, mas pobre aun que sos va-
sallosf:no;tenia con que pagar el reducido número de sus fieles guerreros. Durante la guerra se vivid con el
botin hecho al enemigo ; y en la paz, solo se vi via con el temor que se habia inspirado durante la guerra . La
historia,. contemporánea nos daá conocer el gran imperio que ejercia entonces sobre los pueblos vecinos, el
recuerda de las victorias obtenidas por los soldados de la cruz. Los infieles, llenos de espanto, dice Alberto de
Aix^. creyeron que nada podian hacer mejor que mandar una diputacion de Ascalon, de Cesarea y de Tole--
maida , cerca de Godofredo, para saludarle de parte de estas ciudades. El mensaje de las mencionadas ciuda
des estaba concebido en estos términos : El emir de Ascalon , el emir de Cesarea y el emir de Tolemaida,
«1 duque de Godofredo y á todos los, oiros , salud. Te suplicamos , duque gloriosísimo y magnifico , que por
tu voluntad, nuestros ciudadanos puedan salir para sus negocios en paz y segundad. Te enviamos diez bue
nos-caballos y tres buenos mulos, y cada mes te ofrecemos á titulo de tributo cinco mil besantes. Es preciso ad
vertir aq«fí^ que no habia ninguna de estas ciudades que no estuviese mas fortificada, y que no tuviese
ñas medios de. defensa que Jerusalen. > í >...i,) ( .
- Godofredo .vino. repetidas veces al socorro de Tancredo , que estol» en guerra con los e(nires de la Gah\
lea ^ el peyi de: Jerusalen llevó sus armas victoriosas mas allá del Libano y hasta debajo de- las - murallas de
Bamasco: al mismo tiempo hizo otras escurgiones al Arabia , de donde regresaba con grari número de cau
tivos^ de caballos y decameHos1. Su fama se estendia cada dia mas; y se le comparaba, á; Judas Macaneo por.
el valor , átShnson por la fuera», de su brazo , y á Sa-lornon por la sabiduria de sus .consejos. Los francos que
habian permanecido á su lado bendecian su reinado , y bajo su dominpeion paternal olvidaban su antigua
patria ; les sirios , los griegos y hasta los mismos musulmanes estaban persuadidos de que ron un principe
tan bueno el poderio cristiano no pódia menos de consolidarse. Pero Dios no permitió qUe Godofredo yiyieó
se bastante tiempó para acabar la obra que tan gloriosamente habia empezado.- , .' i , ' . r ,'. *
: En el mes. de junio 1100 , regresaba de una espedicion de la otra parte del Jordan ;, seguia. la .orilla de
mar y! entró en Joppe , en cuya ciudad cayó enfermo. El emir de Cesarea vino á su encuentro y le presentó
frutos de la estacion. Godofredo no pudo aceptar mas que una manzana de cedro , y al llegará Joppe apenas
podia sostenerse á colmdlo. Le asistian cuatro de sus parientes , dice una crónica contemporánea : los unos le
curaban los piés , calentándolos sobre su seno , los otros le hacian apoyar la cabeza sobre su pecho , y otros
lloraban y se desesperaban , temiendo el perder á este. principe ilftstre en un destierro tan- lejano. Un gran
número de peregrinos de Venecia con su dux y su obispo , acababan de llegar al puerto de Joppe , ofrecien
do su flota para ayudar á los cristianos de la Palestina á conquistar algunas ciudades maritimas. En las pri
meras entrevistas se trató de sitiar á Caiphas , construida al pié del Carmelo ; Godofredo se ocupó en persona
de los preparativos del sitio , prometiendo asistir á él , pero su mal se agravaba por momentos y se vió obli
gado á hacerse trasladar en una litera á Jerusalen. Todo el pueblo se desconsolaba á su paso y corria á las
iglesias á suplicar á Dios se sirviese curarle. Godofredo estuvo enfermo por espacio de cinco semanas. Y aun
que estaba postrado y sufria mucho , admitia á su lado á todos los que querian hablarle de los negocios de
la Tierra Santa, y supo estando en cama, la rendicion de Caiphas; esta fué su última victoria, su último gozo

(•) Veasela espücacion delos astises de Jerusalen al rindela obra.


LIBRO QUINTO. — 1 099-1 1 46. \ 45
en esta vida. Como Ja enfermedad iba empeorándose todos los dias , no dejando ya esperanza alguna de
alivio , el generoso atleta de Cristo confesó sus pecados , recibió la comunión , y revestido del escudo espiri
tual ( estas son las espresiones de las crónicas) fué arrebatado á la luz de esle mundo.
Godofredo exhaló el último suspiro el \ 7 de julio , un año después do la toma de Jerusalen. Algunos histo
riadores le han dado el título de rey , otros le han llamado duque cristianísimo. En el reino que habia funda
do , se le proponía á menudo como modelo de príncipes y de guerreros; su nombre recuerda aun hoy dia las
virtudes de los tiempos heroicos ; y debe vivir entre los hombres tan largo tiempo como la memoria de las
cruzadas. Fué enterrado al pié del Calvario. Su tumba y la de su hermano Balduino fueron durante muchos
siglos uno de los ornamentos del santo templo ; pero en la presente generación , este precioso monumento de
las guerras sagradas , ha desaparecido por la envidia de los griegos y de los armenios. Cuando en 1 830 pedí
ver los dos sepulcros , no pudieron enseñarme mas que una espesa pared que las ocultaba á la vista de los
viajeros y de los peregrinos.
Después de la muerte y fúnebres obsequios de Godofredo , estallaron grandes divisiones en Jerusalen , por
saber á quién debia pertenecer la autoridad suprema. El patriarca Daimberto pretendía que solamente la
Iglesia debia suceder al príncipe que acababa de morir , y recordaba , en apoyo de esta pretensión, las úl
timas voluntades del duque de Lorena. Todos los que empuñaban las armas en Jerusalen no participaban
de la opinión del patriarca , porque no se trataba de reinar en la santa ciudad , sino de esponer su vida pa
ra defenderla ; y nada era mas dudoso que los empeños arrancados á la piedad de Godofredo, siendo por otra
parte muy cierto que los peligros y la ruina de un reino , rodeado de enemigos , era segura si no estaba go
bernado por un jefe lleno de valor. Animados con esta idea , Garnier de Gray , pariente de Godofredo , y
muchos otros caballeros , enviaron diputados a Balduino, conde de Edeso, para ofrecerle la corona y el
gobierno de Jerusalen ; y tomaron al mismo tiempo posesión de la torre de David y de todos los puntos for
tificados de la ciudad santa. En vano Tancredo , que acababa de apoderarse deCaipha y & quien el patriarca
habia atraído á su partido , corrió á defender la causa del prelado , pues se le cerraron las puertas de Jeru
salen. El patriarca, abandonado del pueblo y del clero , no encontró otro medio que apelar al socorro del
príncipe de Antioquía. En una carta que Guillermo de Tiro nos ha conservado , Daimberto recuerda á Boe-
mundo el ejemplo de su ilustre padre , Roberto Guiscard, que habia libertado al pontífice de Roma , arran
cándolo de manos de los impíos. Él le recomendaba el emplear todos los medios , hasta la fuerza y la violen
cia, para impedir que Balduino viniese á Jerusalen (1).
Esta carta no pudo llegar á manos de Boemundo, porque en el mismo tiempo hácia el mes de agosto el
principado de Antioquía habia perdido á su jefe y caido en manos de un poderoso emir de la Mcsopolamia.
Boemundo habia abandonado á Antioquía para volar al socorro de la ciudad cristiana de Melilena ( hoy Ma-
lathea ) sitiada por los turcomanes ; el emir Damisman, advertido de su llegada, fué á su encuentro, dispersó
al ejército y le hizo prisionero con su primo Ricardo y muchos de sus caballeros ; el desconsuelo fué grande
entre los cristianos. Boemundo envió una trenza desús cabellos á Balduino, suplicándole viniera pronto tn
su ayuda. Al instante el conde de Edeso reunió á sus guerreros, y después do tres jornadas de marcha lle
gó delante Melitena , pero el emir Damisman , á su arribo , habia levantado el sitio, y rctirádose á sus es
tados, llevándose consigo á los prisioneros cristianos. Balduino le persiguió por espacio de muchos dias, y de
sesperado ya de poder alcanzarle, regresó tristemente á su capital.
A la vuelta de esta espedicion fué cuando recibió á los diputados de Jerusalen. Estos, después de haberle
participado la muerte de su hermano , le anunciaron que el pueblo cristiano, el clero y los caballeros de la
cruz, le habian escogido para reinar en la santa ciudad. Balduino derramó algunas lágrimas por la muerte
de su hermano, pero consolóse bien pronto con la idea de sucederle (2). Cedió el condado de Edeso á su primo
Balduino de Bourg , y sin perder momento se puso en camino para Jerusalen. Setecientos hombres arma
dos, ó igual número de infantes , formaban su pequeño ejército. La mayor parte del pais que iba á atra
vesar , estaba ocupado por los musulmanes. Los emires de Edeso y de Damasco, advertidos por la voz pú
blica ó tal vez por la traición , se colocaron en los puntos mas difíciles del camino por donde habia de pasar
Balduino, sobre la costa del mar Fenicio. Foulques de Chartres, que acompañaba á Balduino, describe con ad-
(I) Véase la carta de Daimberto, eo las piezas justificativas.—(2) Doleos aliquantulum de fratris morle, ct plus gauJens do
bxreditale. Foulques de Cbartres.
19
UG HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
mirable sencillez , la peligrosa situacion de los cristianos en los desfiladeros de Beyrut en la embocadura del
Lyucis (1). «Era preciso flanquear un valle estrecho y profundo, dominado por la parte del norte y mediodia,
por unas inmensas rocas: toda la ribera estaba tomada por los musulmanes. Nosotros aparentábamos valor,
dice el buen capellan , pero temiamos la muerte; volver hácia atrás era dificil, é ir adelante mas dificil aun;
por todas partes los enemigos nos amenazaban: los unos desde lo alto de los navios, y los otros desde los
montes. Durante todo el dia, nuestra gente y nuestras bestias de carga no tomaron alimento alguno ni des
cansaron un instante: en cuanto á mí, diceFoulques, hubiera preferido estar en Orleans ó en Chartres, que no
allá.» Sin embargo, Balduino, por medio de una hábil maniobra, atrajo á los bárbaros á una inmensa llanu
ra descubierta. Estos creyeron ó tomaron la retirada de los cristianos por una derrota, y avanzaron á fin de
perseguirles ; entonces el ejército de Balduino hace una contramarcha, y cae impetuesamente sobre el ene
migo que creia ya apoderarse del botin. Los turcos desde el primer ataque se llenaron de terror y de sor^
presa , y no tuvieron el valor de defenderse, y los unos huyeron á las montañas, los otros á la Ilota ; muchos
fueron muertes é hechos prisioneros, algunos perecieron en el mar, y muchos quedaron sepultados en los
precipicios. La matanza duró toda la jornada , y los cristianos pasaron la noche sobre el campo de batalla
en donde se repartieron el botin y los prisioneros ; al dia siguiente, atravesaron los desfiladeros, sin encon
trar un solo enemigo. Balduino, prosiguiendo su marcha por la ribera del mar, pasó por delante de las ciu
dades de Beyrut, Tolemaida y Cesarea, y llegó al tercer dia á Joppe, en donde le habia precedido la fama
de su victoria , y fué recibido en esta ciudad como el sucesor de Godofredo. Asi que estuvo cerca de Jerusa-
len, el pueblo y el clero salieron á recibirle ; los griegos y los sirios tambien acudieron con cirios y cruces, y
alabando todos en alta voz al Señor, acogieron con solemnidad al nuevo rey y le llevaron en triunfo á la igle
sia del Santo Sepulcro. Mientras que Jerusalen estaba entregada al júbilo y á la alegria, el patriarca con al
gunos de sus partidarios protestó contra la llegada de Balduino , y fingiendo creer que no estaba bastante
seguro cerca del Sepulcro do Jerusalen , retiróse silenciosamente al monte Sion , á fin de buscar un asilo
contra sus perseguidores.
Balduino estaba impaciente por hacer algo notable, que formase época é hiciese memorable su reinado.
Permaneció una semana en Jerusalen para tomar posesion del gobierno; reunió luego á sus caballeros,
y esta escogida tropa fué á buscar enemigos á quienes combatir, ó tierras que conquistar. Presentóse el
ejército delante de Ascalon ; pero parecia que la plaza se disponia para defenderse con rigor , y los cris
tianos no podian establecer el sitio. Encaminóse Balduino hácia las montañas de la Judea. Los habitan
tes de esta comarca habian maltratado y despojado repetidas veces á los peregrinos de Jerusalen, y te
miendo la presencia de los guerreros cristianos, se habian retirado todos en sus cavernas. Para hacerles
salir de sus madrigueras , fué preciso valerse de la astucia ; muchos, á quienes se prometieron tesoros, se
atrevieron á presentarse delante de Balduino , el que los hizo cortar la cabeza ; despues se iluminó la
entrada de los subterráneos con matorrales y yerba seca, y bien pronto una multitud miserable fué
arrojada de aquellos sitios por medio de las llamas y el humo, debiendo implorar la misericordia de
los soldados de la cruz. Balduino y sus compañeros prosiguieron su marcha hácia el pais de Hebron,
y bajaron por el valle en donde estaban antiguamente edificadas las ciudades de Sodoma y Gomorra ,
y que cubren hoy las saladas aguas del gran lago Asfaltito (2): Julio, que acompañó á los espediciona-
rios, describe circunstanciadamente el mar Muerto y sus fenómenos. El agua es tan salada, nos dice,
que ni los cuadrúpedos ni las aves pueden beberla; yo mismo, añade el capellan de Balduino, he
hecho la prueba ; me he apeado de mi mulo sobrela orilla del lago, he probado sus aguas, y las he
encontrado amargas como el eléboro. Siguiendo la cosia meridional del mar Muerto los guerreros
cristianos llegaron á una ciudad que los cronistas llaman Suzuma ó Segor ; todos los habitantes habian
huido, á escepcion de algunos hombres negros como el hollin , á quienes ni siquiera los vencedores se
dignaron dirigir la palabra, y á los que los guerreros francos despreciaban como la mas vil yerba delos
mares. Mas allá de Segor empieza la parte montuesa de la Arabia. Balduino, con todo su séquito,
traspasó varias montañas cuyas cimas estaban cubiertas de nieve ; su ejército no tuvo otro abrigo que
el que le proporcionaban las cavernas que encontraban á menudo ; solo tenian para alimentarse dáti-

(1) Véase la Correspondencia de oriente, t. VI.—(2) Id. t. IV.


LIBRO QUINTO.— 1099-1 UG. 147
les y la carne de los animales salvajes, y para beber el agua de las fuentes y manantiales. Los sol
dados de la cruz visitaron con respeto el monasterio de San Aaron, construido en el mismo lugar
en donde Moisés y Aaron conversaron con Dios , y permanecieron tres dias en un valle cubierto de
palmeras y fértil de toda clase de frutos : este era el valle en el cual Moisés hizo brotar una fuente do
las entrañas de una árida roca (1). Foulques nos dia que esta milagrosa fuente daba movimiento á una
multitud de molinos , y que él mismo abrevó en ella sus caballos. Balduino condujo á su tropa hasta
el desierto que separa la Idumea déla tierra de Egipto, y tomó el camino que conduce á la capital,
pasando por las montañas en donde fueron sepultados los ascendientes de Israel.
A su regreso quiso Balduino hacerse coronar rey, y se reconcilió con Daimberto. La ceremonia tuvo lugar
en Belén el dia de la Natividad del Señor ; el nuevo rey recibió la unción y la diadema real de manos del pa
triarca. No sucedió con Balduino el ejemplo de Godofredo, que después de su elección rehusó el ser coro
nado. Una triste esperiencia habia cambiado las ideas: el reinado de los peregrinos, este reinado del
destierro, no era ya á los ojos de los cristianos una gloria ni una felicidad de este mundo, sino una obra
piadosa y santa, una obra de resignación y de sacrilicio, y una misión llena de peligros y de miserias. En
un reino cercado de enemigos, en medio de un pueblo arrojado como la tempestad sobre un suelo estranjero,
un rey no ceñia una corona de oro, como los otros reyes de la tierra, sino una corona semejante á la de
Jesucristo.
El primer cuidado de Balduino, después de su coronación , fué el de administrar justicia á sus vasallos,
planteando los tribunales en Jerusalen. Puso su corte y su consejo en medio de lodos los grandes en el pala
cio de Salomón, y cada dia, durante cerca de dos semanas , estaba sentado en su trono, escuchando las que
jas que se le dirigían, y fallaba ó sentenciaba las cuestiones suscitadas entre sus vasallos. Una de las prime
ras causas que tuvo que juzgar fué una querella promovida entre Tancredo y Guillermo el Carpintero, viz
conde do Melun. Godofredo, antes de morir , habia dado á Guillermo la ciudad de Caipha , y tancredo so
obstinaba en retener una ciudad conquistada con sus armas. Balduino siguiendo el dictamen de sus conseje
ros, hizo comparecer á Tancredo ante el tribunal ; este, que no habia olvidado las injurias de Tarso y de
Malmistra, respondió que él no reconocía á Balduino como rey de la santa ciudad, ni como magistrado del
reino de Jerusalen. Se le requirió por segunda vez ; y ni siquiera quiso contestar : entonces Balduino, por
medio de un tercer mensaje, invitó á su hermano de armas á que no declinase su justicia, á fin do evitar que
un reinado cristiano no estuviese espuesto á las burlas de los infieles. Esta última intima parecía mas bien
una súplica, y Tancredo cedió ; pero no quiso regresar á Jerusalen , cuyas puertas le habia cerrado una vez,
y propuso á Balduino una conferencia sobre la ribera del Lcdar, entre Joppe y Arsur. Animado del espíritu
de conciliación, el rey de Jerusalen accedió en ir al lugar de la cita , y los dos príncipes no pudieron ponerse
de acuerdo, y tuvieron otra entrevista en Caipha, en la que intervinieron hombres doctos y piadosos, deseo
sos de restablecer la paz ; en fin la memoria de Godofredo, cuya última voluntad se invocaba, este nombre
tan querido de Tancredo y de Balduino, hízoque estos terminasen todassus cuestiones yse pusiesen de acuerdo.
Durante estas negociaciones, Tancredo habia sido llamado á gobernar el principado de Antioquía en la au
sencia de Boemundo, y no solamente renunció" á sus pretensiones sobre la ciudad de Caipha, que fué dada á
Guillermo el Carpintero, sino que abandonó á Balduino el principado de Tiberíades, que pasó á ser la heren
cia de Hugo de Saint-Omer.
A pesar de que Balduino se desvelaba para hacer restablecer la paz y hacer cumplir las leyes del reino,
no dejaba de hacer varias escursiones hácia los países de los musulmanes. En una desús espediciones mas
allá del Jordán, sorprendió muchas tribus árabes, y como venia cargado de despojos, tuvo ocasión de ejercen
la mas noble virtud de la caballería. No lejos del rio, oye el rey unos lastimeros gritos, se acerca á él y vió á
una mujer musulmana con dolores de parto ; le lira su capa para quepueda cubrirse, y la hace coloca rsobre
unos tapetes estendidos en el suelo. Da orden para que la traigan frutos y dos pellejos de agua cerca del le
cho del dolor , é hizo venir la hembra de un camello para alimentar al recien nacido, confiando después la
madre al cuidado de un esclavo encargado de conducirla á su esposo. Este, que ocupaba un lugar distinguido.

(1) M. [.con do Laborde (Viojc al Arabia Pétrea) lia descrito una parle de estas comarcas de la otra parte del mar Muerto atra
vesadas por el rey Balduino.
4 48 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
entre los musulmanes, derramó lágrimas de alegría ,volviendo a ver una esposa cuya muerte ó deshonor llo
raba, y jurando no olvidar jamás la generosa acción de Balduino.
A su regreso á la capital, supo Balduino que una Ilota genovesa habia llegado al puerto de Joppe, y pasó
é verá los peregrinos do Genova, conjurándoles á que le ayudasen á las empresas que acometiera contra los
enemigos de la fé, prometiendo á aquellos concederles una tercera parte del botin, y de cederles, en cada
ciudad ó plaza conquistada, una calle que seria llamada la calle de los Genoveses. Firmado el contrato, los
genoveses se reunieron en Jerusalen para celebrar allí las fiestas de Pascua y renovar sobre el Sepulcro del
Salvador el juramento que habían hecho de combatir á los inGeles , llegando á la santa ciudad el sábado
santo. Este era el dia en que el fuego sagrado debia descender sobre el divino sepulcro. A su llegada, la
ciudad de Jerusalen estaba en la mayor consternación, porque el fuego celestial no habia aparecido ; los
fieles permanecieron congregados todo el dia en la iglesia de la Resurrección, el clero latino y el clero griego
habian entonado muchas veces el Kirie eleison, y el patriarca estaba orando en el Santo Sepulcro, sin que
la llama, tan vivamente deseada , descendiese sobre ninguna de las lámparas destinadas á recibirle. Al dia
siguiente, dia de Pascua, el pueblo y los peregrinos acuden do nuevo á la santa basílica ; se repiten las mis
mas ceremonias que en la vigilia, y el fuego sagrado no parece, ni en el Santo Sepulcro, ni sobre el Calvario,
ni en parte alguna de la iglesia. Entonces, como inpirados repentinamente, el clero latino y casi lodo el pue
blo, el rey y los señores se dirigen procesionalmenle con los pies descalzos al templo de Salomón. Mientras
esto pa§aba, los griegos y los sirios que se habian quedado en la iglesia del Sanio Sepulcro, se golpeaban el
rostro, se rasgaban sns vestidos , ó imploraban la divina misericordia, gritando estraordinariamente. Al úl
timo, Dios se apiadó do su desesperación, y al regresar la procesión, descendió el fuego sagrado : á su vista
todo el mundo derrama lágrimas y canta el Kirie eleison; cada uno enciende su cirio por medio de la divina
llama que corre por todas partes; las trompetas suenan, el pueblo bate las manos, óyese una melodiosa mú
sica, el clero entona los salmos y toda la multitud, toda la santa ciudad se entrega á la mas completa ale
gría (4).
Esta aparición del fuego sagrado era de buen agüero para la espedicion que se preparaba. Después de las
fiestas de Pascua , los genoveses regresaron á su flota, y por su parte Balduino reunió á sus tropas. Al mo
mento se pone sitio á la ciudad de Arsur , los habitantes proponen el abandonarla y retirarse con sus bienes,
y es aceptada esta capitulación. Los cristianos marcharon en seguida á sitiar Cesárea , ciudad floreciente y
llena de ricos mercaderes. Caftaro, historiador genovés , que formó parle de la espedicion, nos da á cono
cer las singulares negociaciones que precedieron á los ataques de los sitiadores ; los diputados de la ciudad
se dirigieron al patriarca y á los caudillos del ejército y Ies dijeron: « Vosotros que sois los doctores de la
ley cristiana , ¿por qué mandáis á vuestros soldados que nos despojen y que nos maten? ¿Nosotros no quere
mos despojar, respondió el patriarca, pero esta ciudad no os pertenece, tampoco queremos mataros , pero la
venganza divina nos ha escogido para castigar á los que se han armado contra la ley del Señor. » Después de
esta respuesta , que no podia ciertamente conducirá la paz, los infieles se resolvieron á defenderse. Resis
tieron con algún valor los primeros asaltos , pero como no estaban acostumbrados á los peligros y á la fatiga
de la guerra , su ardor fué menguando, y después dedos semanas de sitio, sus torres y sus murallas empe
zaban á estar escasas de guarnición. Sabedores de ello los cristianos redoblaron su audacia , y su impaciente
valor no aguardó á que estuviesen construidas las máquinas para dar un asalto general. El décimoquinlo
dia de sitio, los soldados de la cruz reciben la absolución de sus pecados , y el patriarca revestido con estola
blanca les exhorta á combatir esforzadamente. Dásela señal, los cristianos corren á las murallas, colocan las
escaleras, invaden las torres, y los habitantes, llenos de terror, huyen desordenadamente , los unos buscan
un asilo en los templos , los otros en lugares apartados, y ninguno de ellos puede evitar la muerte , pues la
espada del vencedor apenas perdona á la mujer y al tierno niño. Durante este esterminio general, solo en
contraron gracia el cadí y el emir , porque se esperaba sacar de ellos un buen rescate. Los soldados vendían
los unos á los otros las mujeres que habian hecho prisioneras, las que se destinaban á trabajaren los moli
nos. La sed del saqueo animaba en tales términos á los cristianos , que abrieron el vientre á varios musulma-

(1) Nos quedan descripciones muy curiosas de esta ceremonia por Foulquesde Chartrcs y por Callaro, los dos testimonios ocu
lares. La descripción de Foulques de Chai tres está completa en la Biblioteca de las Cruzadas, primera parte.
LIBRO QUINTO.— 1009-1146. 149
nos sobre los que recaían sospechas de haberse tragado piezas de oro ; muchos cadáveres fueron quemados
en la plaza pública, creyendo encontrar entre sus cenizas algunos hozantes. Estas terribles escenas no han
merecido la censura de los cronistas que las presenciaron; uno de estos nos presenta á este pueblo, al que se
degollaba sin piedad , como un pueblo facineroso y perverso que merecía la muerte. Guillermo de Tiro, sin
desaprobar estos escesos de barbarie, se contenta con hacer notar que al pueblo cristiano, que hasta entonces
habia vivido pobre y falto de lodo, en lo sucesivo nada le faltó.
Los genoveses se alababan de haber encontrado, en la parte del botín que les locó, el vaso que
sirvió en la cena de Jesucristo (1); este vaso de esmeralda fué largo tiempo conservado en la catedral de
Génova; hácia fines del siglo diez y ocho y durante la guerra de Italia, esta preciosa reliquia fué lleva
da á Paris: pero ha sido devuelta á los genoveses en el año 1815. Después de la toma de Cesárea, los
cristianos establecieron en esta ciudad un arzobispado que eligieron en común. El eclesiástico sobre el
que recayó la elección era un pobre sacerdote llegado á oriente con los primeros cruzados. Guiberto, aba
te de Nogent, cuenta de este pobre cura, llamado Balduino, un caso bien singular. Como no tenia con qué
hacer frente á los gastos de su peregrinación, se habia hecho en la frente una incisión en forma de cruz,
que procuraba conservar abierta por medio de ciertas yerbas. Esta llaga, que todo el mundo creyó mila
grosa, le proporcionó durante todo el camino grandes limosnas.
El terror que inspiraban los cristianos era tan grande, que los inGeles no se atrevieron á rechazar el
ataque de aquellos ni estar á su presencia. En vano el califa de Egipto mandó á sus emires , encerrados
en Ascalon , combatir á los francos, y conducir cargado de cadenas á este pueblo mendicante y vaga
mundo: los guerreros egipcios no quisieron separarse de las murallas. En fin estrechados con la amena
za del califa y envalentonados con el número, probaron una escursion hácia Ramla. Sabedor Balduino do
esta marcha, reunió á toda prisa doscientos ochenta caballos y nuevecientos infantes, y tan luego como
estuvo en presencia del ejército enemigo, diez veces mas numeroso que el suyo, anunció á sus soldados que
iban á pelear por la gloria de Jesucristo, y que si alguno deseaba huir, debia acordarse que el oriente no
tenia asilo para los vencidos y que la Francia estaba bren lejos. El patriarca de Jerusalen, después de estar
algún tiempo cuestionando con el rey, no habia seguido al ejército ; el venerable abate Gerle, que llevaba
la verdadera cruz, la enseñó al ejército, recordando á los soldados que debia n venceré morir. El ejército
cristiano contemplaba con un triste silencio la inmensa multitud de sarracenos ; etíopes, turcos y árabes
que habían llegado de Egipto. Estos confiando en su número se adelantaban en medio del ruido de las
cornetas y timbales. Se precipitan al combate con tanta impetuosidad, que las primeras filas de los cris
tianos fueron derrotadas; el rey Balduino. que estaba en los últimos puestos, enviaba muchos batallones
para sostener á los que huían. La victoria parecía decidirse por los musulmanes, cuando el arzobispo
de Cesárea y el abate Gerle, que llevaba la cruz del Salvador , se acercan al rey y le hacen presente que la
misericordia divina se ha retirado de los cristianos á causa de la discordia sobrevenida entre él y el pa
triarca. A estas palabras Balduino cae de rodillas delante déla señal de redención de los hombres. «La
hora de la muerte, dice él á los dos pontífices, está cerca de nosotros , por todas partes nos rodea el ene
migo , y yo sé que no puedo vencerle, si la gracia de Dios no está conmigo ; yo imploro, pues, la asistencia
del Todopoderoso, y juro restablecer la concordia y la paz del Señor.» Balduino confesó al mismo tiempo
sus pecados y recibió la absolución. Confió á diez de sus compañeros la guarda do la verdadera cruz,
luego montó su caballo, que le llamaban gacela á causa de su velocidad, y se precipitó á la pelea. Una
bandera blanca atada á su lanza enseñaba á sus caballeros el camino del peligro y de la matanza. Delan
te de ellos y al rededor suyo todo fué presa de la cuchilla cristiana, y á su detrás se llevaba la cruz del
Salvador ; y en todos los puntos en que se enseñaba el sagrado madero, no habia salvación sino por aque
llos que tenían los corceles muy veloces.
Los soldados cristianos que se habían dejado vencer desde el principio del comhate, habían toma
do el camino de Joppe, pero en su huida todos fueron víctimas del acero enemigo. Vestidos con las

(1) Esta tradición nos parece sospechosa. No es probable que Jesucristo se hubiese servido de un vaso de esmeralda en la úl
tima reunión del monte Sion. Todo nos indica á creer que el vaso de que se habla aqut, habia sido hallado en el templo Uo
Augusto, convertido en mezquita por los musulmanes, y que esla copa habia ser Nido para el culto del emperador rouiuuo.
450 HISTORIA DELAS CRUZADAS.
ropas y Tirmaduras de los cristianos que habian muerto, presentáronse los musulmanes delante de
las murallas de Joppe. Como ellos repetian en alta voz que el ejército cristiano habia perecido, y
que el rey habia muerto , hubo gran consternacion en la ciudad ; la reina de Jerusalen , que se en
contraba entonces en Joppe, envió por mar un mensaje á Tancredo para enterarle de tan fatales
nuevas, y anunciarle que el pueblo de Dios estaba en su último apuro si él no venia á su socorro.
Sin embargo Balduino ignoraba cuanto pasaba en Joppe; el ejército victorioso, despues de haber
perseguido á los infieles hasta la puerta de Ascalon , habia regresado por la noche al lugar donde
se habia dado la batalla. Los cristianos dieron gracias al Señor y pasaron la noche bajo las
tiendas de los enemigos. Al dia siguiente, cuando regresaban á Joppe, de repente un cuerpo de infie
les se les presenta cargado con el botin y cubierto con las armaduras de los francos. Esto ejército de
bárbaros era el mismo que se presentó la vispera debajo los muros de Joppe , y cuya presencia habia
causado tanto espanto. A la vista del ejército cristiano quedaron horrorizados, no pudiendo sostener el
primer choque de los que creian vencidos y destruidos. Pronto desde lo alto de las torres de Joppe so
vieron los triunfantes estandartes del ejército de Ealduino. Dejo á vuestra consideracion, dice Foulques de
Chartres , los gritos de alegria que se oian por toda la ciudad , y cuantas alabanzas se prodigaban al Se
ñor. Esto aconteció el séptimo dia de setiembre, dia del Nacimiento de la Virgen, el segundo año del
reinado de Balduino.
En el mismo año llegaron aflictivas noticias á Palestina : se supo que tres grandes ejércitos de peregri
nos, que eran como muchas naciones del occidente, habian perecido en las montañas y los desiertos del
Asia Menor. Guillermo, conde de Poitieu, Estéban, conde de Blois , Estéban , conde de Borgoña, Harpino,
señor de Bourges, el conde de Nevers, Conrado, condestable del imperio germánico , y muchos otros prin
cipes, escapados del desastre general y refugiados en Antioquia con Tancredo. se habian puesto en marcha
para acabar tristemente su peregrinacion á los santos lugares. Balduino, habiendo ido á esperarles has
ta los desfiladeros de Beyrat, protegió su marcha hasta Jerusalen. ¡Qué espectáculo para los fieles de la
Tierra Santa! todos estos ilustres peregrinos que habian partido de Europa con muchos soldados, apenas lle
vaban en su séquito algunos servidores; jamás los grandes de la tierra habian sufrido tantas miserias y
humillaciones por la causa de Jesucristo; todo el pueblo de Jerusalen , con las lágrimas en los ojos, les
acompañó al Santo Sepulcro. Pasaron algunos meses en la Judea, y despues de la Pascua , todos regresaron
á Joppe á fin de embarcarse para Europa. Estaban esperando viento favorable para hacerseála vela, cuan
do llega repentinamente á su noticia que un ejército de musulmanes salido de Ascalon está devastando
todo el territorio de Lida y de Ra mla. El rey de Jerusalen, que se hallaba en Joppe, reune en un instan
te á sus caballeros y se dispone para marchar al encuentro del enemigo. Los nobles peregrinos que tie
nen caballo , ó que pueden proporcionárselo por medio de sus amigos, toman tambien las armas y salen
de la ciudad para ir á combatir á los enemigos. El rey Balduino se pone á la cabeza de un ejército forma
do de repente y vuela al encuentro del ejército musulman, con doscientos caballos escasos; y se encuentra
de repente en medio de veinte mil infieles , y sin asustarse por el número de los enemigos (1 ) da la bata
lla, y desde el primer choque los cristianos son envueltos y no buscan mas que una muerte gloriosa. El
conde de Blois y el conde de Borgoña (2) perecieron en esta jornada. Guillermo de Tiro, qüe nos cuen
ta la muerte del conde de Blois , añade que Dios desplegó por este desgraciado principe toda su mise
ricordia, permitiéndole espiar su vergonzosa desercion de Antioquia. Harpino, conde de Bourges, cayó
prisionero con el condestable Conrado ; este mostró durante el combate un valor estraordinario que
llamó la atencion delos vencedores, y á esto debió el salvar la vida. Harpino antes dela batalla habia
dado á Balduino prudentes consejos: Harpino, le respondió el rey de Jerusalen, si tienes miedo retírate, y
vete á Bourges.» Los cronistas que hablan de esta batalla censuran á Balduino, por no haberse hecho pre
ceder por la cruz de Jesucristo.

(1) Cuando el rey Balduino vio al numeroso ejército que tenia que combatir, dice Foulques de Chartres que se le estremecio el
alma. Dirigiose 6 los suyos, dicicndoles : Amigos mios , no penseis rehusar la batalla que se os propone; y el ejercito contesto
arrojandose al enemigo desesperadamente. —¡2) El cuerpo del duque de Borgoña fue trastadado a Francia y sepultado en Ci-
Icaux. Urbano Pladeher dice, en su historia de Borgoña, que se celebraba todos los años un aniversario por la muerte deestc
principe, el viernes antes del d¿ Pasion.
LIBRO QUINTO.— 1099-1 U6. 151
Balduino se retiró casi solo del campo de batalla , y ocultóse entre las yerbas y los matorrales que
cubrían la llanura, y como los vencedores la pegaron fuego, estuvo el rey á pique de ser víctima de las llamas,
y se refugió después de mil trabajos en Ramla. Habiéndose hecho de noche no pudo ser perseguido, pero
desde el dia siguiente, la plaza que le sirvió de asilo iba a ser sitiada y no hubo medio de defensa. Balduino
se encontró en una posición muy crítica , cuando de repente un estranjero es introducido dentro la ciudad, y
pide hablar al rey de Jerusalen : «Es el reconocimiento, le dice, el que me lleva cerca de vos. Tú te has mos
trado generoso con una esposa que yo eslimo mucho ; yo vengo ahora á pagar esta deuda sagrada. Los sarra
cenos tienen cercada toda la ciudad que le sirve de retirada ; mañana caerá en su poder, y ninguno de sus
habitantes podrá librarse de la muerte. Yo vengo á ofrecerte un medio de salvación ; yo conozco caminos que
no están guardados ; dáte prisa ; el tiempo apremia , tú no tienes que hacer mas que seguirme, y mañana
antes que amanezca estarás en medio de tus soldados (1). Balduino vacilaba y no podia resolverse á aban
donar en el peligro á sus compañeros de infortunio ; pero estos le suplican á que siga al emir musulmán.
«A nosotros nos toca morir , le decian, y esperamos aquí la corona del martirio que hemos venido á buscar.
En cuanto á vos, Balduino, vuestra hora no ha Uegadoaun, y debéis vivir para la salvación del pueblo cris
tiano. Balduino cede á sus instancias y sale de la ciudad acompañado del emir. Favorecido por las tinieblas de
la noche, y siempre acompañado de su fiel guia, dió largos rodeos, y se alejó en fin de los lugares ocupados
por los vencedores. AJ dia siguiente estaba ya dentro de las murallas de Arsur.
Después que Balduino salió de Ka mía, fué esta ciudad asaltada, y cuantos cristianos se encontraron fueron
muertos ó hechos prisioneros. No tardó mucho tiempo en saberse semejante desgracia en Jerusalen; el pueblo
cristiano acudió á la iglesia del Santo Sepulcro, para dar gracias al Dios de las misericordias por haber salvado
la vida del rey ; después todos los caballeros que habia en la santa ciudad tomaron las armas , y marcharon
al encuentro del enemigo. Hugo de Saint-Omer, señor de la Galilea , acudió también con ochenta hombres
armados, y sedirigió á Joppe. En el mismo tiempo, y como por milagro , doscientos buques llegados de oc
cidente entraron en el puerto de la mencionada ciudad . Esta flota conducia un gran número de peregrinos,
entre los cuales habia ilustres guerreros salidos de la Inglaterra y de la Germania. El rey Balduino que habia
llegado por mar á Joppe, y á quien Guillermo de Tiro compara á la estrella de la mañana apareciendo bajo un
cielo tempestuoso, se encuentra de repente á la cabeza de un poderoso ejército, impaciente por ir al combate;
el seslo dia de la primera semana del mes de julio, seguido de sus caballeros, sale de la ciudad, desplegados
los estandartes y al sonido de las trompas y las cornetas. Los enemigos estaban á tres leguas de distancia,
en el bosque de Arsur, preparando las máquinas de guerra, y disponiéndose para sitiar á Joppe, resistiendo
con valor el primer ataque de los cristianos , pero los mas valientes no pudieron resistir por mucho tiempo á
la blanca bandera de Balduino , delante de la cual lodo el mundo huia y que siempre se encontraba en los
puntos mas empeñados y en los cuales la lucha era mas sangrienta. Vencidos los musulmanes, á pesar de su
número, tomaron el camino de Ascalon, dejando tres mil muertos sobre el campo de batalla. Foulques de Char-
tres atribuye osla victoria al leño de la verdadera cruz, que el rey de Jerusalen hizo llevar delante él durante
el combate. El mismo historiador, hablando de la batalla de Bamla tan imprudentemente dada por Balduino,
añade que el Dios de los ejércitos derrama siempre su gracia á los que confian en él y creen la voz de la
sabiduría , pero que la rehusa á los que conducen los negocios con lijereza y presunción.
Al dia siguiente de esta victoria obtenida sobre los infieles, el rey Balduino regresó á Jerusalen , y dió
gracias al Señor, y mandó abrir el templo del Sepulcro á los peregrinos que habían venido para adorar á Cris
to (2).
La historia contemporánea hace mención aquí, como una circunstancia notable de esta época , que el rey
de Jerusalen estuvo en paz durante el término de siete meses. Los fieles tuvieron que deplorar la muerte de
un gran número desús hermanos, que habiéndose embarcado en Joppe, perecieron en las flotas, ó fueron
muertos sobre las costas de Tiro y de Sidonia. La mayor parte de estos peregrinos eran de los que habían
podido salvarse del desastre del Asia Menor. En medio de este desconsuelo general causado por la pérdida de
tantos nobles cristianos , las quejas mas amargas se dirigían contra los griegos, á quienes se acusaba de haber
(1) Guillermo de Tiro — (2) Esta circuslancia, referida por Alberto de Aix, parecía probar que la iglesia del Santo Sepulcro no
estaba siempre abierta 6 los peregrinos, y que solo entraban haciendo ciertas ofrendas. La escepcion de este piadoso tributo era
algunas veces la recompensa de los que habian combatido por lacruz contra los sarracenos.
452 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
provocado la ruina de los ejércitos venidos al socorro de los latinos establecidos en Siria . Alejo, que temia los
efectos desemejantes murmuraciones, envió á facilitaral rey de Jerusalen por las victorias que ha bia obtenido
é hizo todos los esfuerzos para conseguir la libertad de los cristianos que habian caido en poder de los egipcios
y delosturcos. Harpino, señor de Bourges, hecho prisionero, fué puesto en libertad por la intervencion del em
perador de Consta ntinopla. Conrado, condestable del emperador de Alemania, y trescientos caballeros fran
cos, que gemian en las prisiones del Cairo , debieron tambien su libertad al emperador griego. Los unos se
quedaron en Siria y se alistaron de nuevo en la milicia de Jesucristo , los otros regresaron al occidente, cuya
llegada al seno de sus familias, y las espresiones de reconocimiento hácia Alejo , no pudieron destruir las
prevenciones que se levantaban por todas partes contra su libertador.
Pero estas prevenciones eran fundadas, porque al mismo tiempo que Alejo rompia las cadenas de algunos
cautivos , estaba equipando flotas y levantando ejércitos para atacar á Antioquia y apoderarse de las ciu
dades de la costa de Siria , conquistada por los latinos. El ofreció pagar el rescate de Boemundo, que conti
nuaba preso por los turcos , no para darle la libertad , sino para trasladarle á Constantinopla , en donde es
peraba hacerle abandonar su principado. Sin embargo las brillantes ofertas de Alejo escitaron la envidia en
tre los principes musulmanes , y esta envidia sirvió perfectamente al ilustre cautivo , que se aprovechó de
las divisiones nacidas entre sus enemigos , para salir de la prision. Como siempre se atribuye á influencias
maravillosas cuanto pasa en esta época, una crónica contemporánea refiere que Boemundo hizo admirar su
valor en las guerras que los infieles se declararon entre si, y que una princesa musulmana (4), á la que él
habia sabido agradar por sus maneras caballerescas , le facilitó los medios de recobrar su libertad. Despues
de cuatro años de cautiverio regresó á Antioquia, en donde se ocupó cíe rechazar las agresiones de Alejo.
El anciano Raimundo de Saint—Gilies , que su desmesurada ambicion le arrastraba á hacerse un princi
pado en oriente, era ya dueño de Tortosa, y queria añadir á su dominacion la ciudad de Gibel ó Gibelet.
Para ello invoca el ausiüo do los genoveses y de los pisanos, ausiliares naturales de todos los que empren
dian alguna conquista maritima en Siria. Gibel, sitiada por tierra y por mar, no tardó en caer bajo el poder
de los cristianos. Despues de esta espedicion , los peregrinos de Génova y de Pisa recibieron un mensaje del
rey de Jerusalen, que les proponia el sitiar la ciudad de Accon ó de Toleniaida (2), ofreciéndoles las mismas
condiciones que por el sitio de Cesarea. La flota genovesa apareció en la rada y delante del puerto de Tole-
maida, mientras que el rey Balduino levantaba sus tiendas debajo de las murallas de la ciudad (3). Al cabo
de veinte dias de sitio, los sitiados propusieron el abrir las puertas de la plaza , bajo la condicion de que
seles concediese la libertad de salir con sus familias y sus riquezas. El rey Balduino aceptó esta proposi
cion, y todos los jefes juraron de hacerla cumplir fielmente. Sin embargo los genovesis deseaban el rico bo
tin que se les habia prometido. Cuando las puertas de la ciudad se abrieron, los mas indisciplinados corrie
ron al saqueo y no respetaron la vida de los musulmanes desarmados. En medio de estos desórdenes que
mancharon la victoria de los soldados de Cristo, se esperimentó una satisfaccion al ver al rey de Jerusalen,
indignado por la violacion de los juramentos, reunir á su alrededor á sus caballeros y comitiva, para vengar
el derecho de gentes y de la humanidad ultrajada. La generosa firmeza de Balduino restablece el orden;
los musulmanes, protegidos por la fé jurada, se retiraron con sus tesoros , y fueron reemplazados en la ciu
dad por una poblacion cristiana.
La conquista de Tolemaida, que era como la puerta de la Siria por el lado del mar, alarmó á los dueños de
Damasco, llevó el espanto á Ascalon y hasta atemorizó al consejo de Babilonia ( el antigue Cairo ). Solo pen
saban los egipcios en levantar un nuevo ejército y en equipar una nueva flota para triunfar del orgullo de
los cristianos y detener el progreso de sus armas. Despues de la toma de Tolemaida , súpose en Jerusalen
que se habia presentado una flota egipcia delante de Joppe, y que una multitud de bárbaros, procedentes de
Ascalon, cubrian las llanuras de Ramla. Al momento todos los cristianos que se hallaban en estado de po
der llevar las armas acudieron de la Galilea , del pais de Nopolova y de las montañas de la Judea; el pue
blo y el clero de la santa ciudad imploraban la misericordia divina ; todos los cristianos oraban y hacian

(1) Orderico Vital cuenta las novelescas aventuras Jo Boemundo. Pero su relacion contiene muchas cosas inverosimiles para re
petirse en esta historia; y pueden verse en la Biblioteca delas Cruzadas en el articulo de Orderico Vital.— 2) En el cuarto y sesto
tomo de la Correspondencia de oriente se encuentra una detallada descripcion de Tolemaida o San Juan de Acre, y de su terri
torio.—¡3) Guillermo de Tiro.
L1BLI0QÜINTQ-1 099-1 1Í6. 153
limosnas, se olvidaron las injurias , y cesaron todas las discordias. Balduino con quinientos caballos y dos
mil hombres de infantería, sale de Joppe, y corre al eneuenlro de los enemigos, cuyo número solo Dios sabe.
Balduino fué el que empeñó el ataque, y la bandera blanca que llevaba era en todas partes la señal de la
victoria de los cristianos. El emir de Ascalon fué muerto en la batalla, cinco mil musulmanes perdieron la
vida , y los cristianos cogieron un inmenso botin ; pues era imposible contar la multitud de caballos, asnos
y dromedarios que se llevaron á Joppe. Después de esta victoria ganada por los cristianos, la flota egipcia se
hizo á la mar precipitadamente , y para que nada faltase á la derrota y á la ruina de los infieles, Dios levan
tó una tempestad horrible en el mar que hizo dispersar á todos los buques de la armada, estrellándose la ma
yor parte contra la costa.
Mientras que el favor divino parecia declararse á favor de los cristianos del reino de Jerusalen, parecía
por el contrario haber llegado el dia de desgracia para el principado de Antioquía y el condado de
Edeso. En la primavera del año 1104, Boemundo con sus caballeros, Tancredo, señor entonces de Laodi-
cea y de Apamea, Balduino de Bourg, conde de Edeso ó Boha, y su primo Joscelino de Courlenai, dueño
de Turbesel, se reunieron para pasar el Eufrates, y poner el sitio á la ciudad de Cha ra n ó Carrhes,
ocupada por los infieles. La ciudad de Carrhes, situada á algunas millas de Edeso, fué en tiempo de los
patriarcas la estancia de Tharé padre de Abraham, y allí fué donde el antiguo jefe de los creyentes reci
bió la orden de abandonar su pais y sus parientes para seguir las promesas del verdadero Dios ; y también
donde el cónsul Craso cayó en manos de los partos y murió atracado de oro del que era tan ávido. Cuando
los príncipes cristianos llegaron delante déla ciudad, la encontraron sin provisiones y casi sin medios de
defensa (1). Los habitantes habian mandado á buscar socorro á Meridin, á Mosul y á todos los pueblos mu
sulmanes de la Mesopota m ¡a. Después de algunas semanas de sitio, y habiendo perdido la esperanza de
ser socorridos, resolvieron los sitiados abandonar la plaza y propusieron una capitulación que fué acepta
da. Mientras que se juraba por una y otra parte ejecutar fielmente las condiciones del tratado, se sus
citó una cuestión muy acalorada entre el conde de Edeso y el príncipe de Antioquía, acerca de cuál de
los dos estandartes ondearía sobre la muralla de la ciudad. El victorioso ejército aguardaba que esta
discordia fuese terminada, para entraren la ciudad, pero Dios quiso castigar el loco orgullo délos prín
cipes, y les retiró la victoria que les habia dado. Balduino y Boemundo se disputaban todavía la conquis
tada ciudad cuando aparece de repente sobre las alturas vecinas un ejército musulmán que avanza en
órden de batalla y con banberas desplegadas. Eran los turcos de Maridin y de Mosol que venían al so
corro de la ciudad sitiada. Cuando estuvieron cerca, los cristianos llenos de sobresalto no pensaron mas
que en huir. En vano los jefes trataron de reanimar el valor de sus soldados, en vano el obispo de Ede
so, recorriéndolas filas trataba de infundir aliento y valor: desde el primer ataque, el ejército de la
cruz fué dispersado; Balduino de Bourg y su primo Josselin fueron hechos prisioneros; Boemundo y Tan-
credo escaparon casi solos de la persecución del vencedor.
Después de este deplorable acontecimiento, apareció un cometa que pormaneció en el horizonte durante
cuarenta dias, y fué visible en todo el universo. Esta señal estraordinaria, dice Foulques de Charlres, habia
empezado á brillar en el mes de febrero, al mismo dia en que la luna era nueva, lo que era evidentemente de un
augurio siniestro. En el mismo mes, se vieron durante muchos dias al rededor del sol, dos soles ni*s, uno
á la derecha otro á la izquierda, y en el siguiente mes muchas gentes vieron caer una lluvia de estrellas.
No faltaron las mas grandes calamidades á confirmar los tristes presagios, y jamás las colonias cristianas tu
vieron mas temor de que llegase su última hora.
Los turcos, envalentonados por su victoria, sitiaron muchas veces la ciudad de Edeso; Turberrel
y hasta la misma Antioquía estuvieron amenazadas. Los bárbaros devastaron todas las comarcas habitadas
por los cristianos; las mas fértiles campiñas quedaron desiertas; la tierra nada producía para la necesidad
del hombre, y en todas partes el pueblo moría de hambre. En medio de esta desolación general, no se
pensó en libertar á Balduino de Bourg y á Josselino, por quienes los turcos pedían rescate. Se dieron que
jas contra Boemundo y Tancredo (2), á quienes se acusaba de olvidar ásus compañeros de armas retenidos
en cautiverio por los infieles.
(1) Guillermo de Tiro en el libro IX da muchos detalles sobro esta espedlcion.— ,2) Los turcos propusieron cangear 6 Baldui
no de Bourg y a Josselino, con una princesa musulmana, prisionera de los cristianos. Eocmundo y Tancredo, si creemos 6 Al
berto de Aix, prefirieron recibir el rescate de la princesa en dinero, que efectuar elcangc con sus compañeros de armas cautivos.
(SOyJI) SO
154 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
. El principe de Antioquia permaneció encerrado en su capital, amenazado á la vez por los griegos y por
los turcos. Noieniendo mas tesoros ni mas ejército, cifró sus esperanzas en el occidente y resolvió interesar
en su causa á los principesde la cristiandad. Despues que se divulgó la noticia de su muerte, se embarcó en
«1 puerto San-Simon (1), y escondido en un ataud, atravesóla flota de los griegos, los que se alegrabande su
muerte y maldecian su memoria. Asi que llega á Italia, Boemundo va á arrojarse á los piés del soberano
pontifice, quejándose de las desgracias que ha esperimentado en defensa de la religion, é invoca sobre todo
la venganza del cielo, contra de Alejo, a quien representa como el mas grande azote de los cristianos. El
papa le acoge como á un héroe y á un mártir; alaba sus trabajos y hazañas; escucha sus quejas; le da el
estandarte de San Pedro, y le permite en nombre de la Iglesia levantar en Europa un ejército para reparar
sus infortunios y vengar la causa de Dios.
Boemundo se dirige á Francia; sus aventuras y sus hazañas habian hecho conocer su nombre en todas
partes. Preséntase en la corte Felipe I, quien le recibe con las mas grandes distinciones y le da á su hija
Constanza por esposa. En medio de las fiestas de la corte era el caballero que mas sobresalia por su brillo,
siendo el mas ardiente orador de la cruz, y haciéndose admirar por su habilidad en los torneos y por el dis
curso que pronunció contra los enemigos de los Cristianos. A su paso por Limoges, depositó unas cadenas de
plata sobre el altar de San Leonardo, cuya proteccion habia invocado durante su cautiverio; de alli se diri
gió á Poitiers, en donde en una gran reunion que hubo, inflamó á todos los corazones para hacer la guer-
♦ ra santa. Los caballeros de Limousin, do Auvergne y de Poitou se disputaban el honor de acompañarle á
oriente. Lleno de valor á causa de estos primeros sucesos, atraviesa los Pirineos, y recluta soldados en Es
paña; regresa luego á Italia y encuentra en todas partes el mismo entusiasmo en seguirle. Habiéndose he
cho todos los preparativos, se embarca en Bari y se deja caer sobre el territorio del imperio griego, ame
nazando vengarse de sus mas crueles enemigos; pero arrastrado mas bien por la ambicion que por el
odio que profesaba, el principe de Antioquia nocesaba de animar con la palabra, el ardor de sus numero
sos compañeros. A los unos les representaba á los griegos como los aliados de los musulmanes y los ene
migos de Jesucristo; á los otros les hablaba de las riquezas de Alejo y les prometia los despojos del imperio.
Estaba á punto de ver realizadas sus brillantes esperanzas, cuando la fortuna repentinamente le hizo trai
cion, siendo asi que hasta entonces le habia colmado de prodigios.
La ciudad de Durazzo, cuyo sitio habia emprendido, resistió largamente á sus esfuerzos; las enfermedades
diezmaban á su ejército; la mayor parte de los guerreros que le habian seguido desertaron de sus banderas;
viéndose obligado á firmar una paz vergonzosa con el emperador que queria destronar, y vino á morir de
desesperacion en el pequeño principado de Tarento, que habia abandonado por la conquista del oriente.
El desgraciado éxito de esta tentativa, dirigida contra los griegos, fué funesta á los cristianos establecidos
en la Siria, privándoles de los socorros que aguardaban de occidente. Tancredo, que gobernaba en Antio
quia, fué atacado muchas veces por los bárbaros, que acudian de la ribera del Eufrates y del Tigris, y no
pudo resistirles sino con el socorro del rey de Jerusalen. Josselin y Balduino de Bourg, que habian sido con
ducidos á Bagdad, no habian regresado á sus estados sino despues de cinco años de una dura cautividad. Asi
f\ne Balduino volvió á Edeso, no pudo pagar al pequeño número de soldados que le habian permanecido
fieles, % para obtener socorros de su suegro, señor de Melitene, le hizo creer que él habia empeñado su
barba por el sueldo de sus compañeros de armas, medio poco digno de un caballero, y que no le escusa á
los ojos de la historia la estrema sagacidad del principe que se vió obligado á emplearla (2).
Tantos reveses no habian podido instruir á los cristianos ni hacerles sentir la necesidad de la concordia.
Tancredo y Balduino de Bourg tuvieron entre ellos serias desavenencias, y llamaron sucesivamente á los
musulmanes á defender su causa, de lo que resultó una verdadera confusion á orillas del Eufrates y del
Aronte. En estas funestas divisiones, Tancredoera el que no manifestaba mas animosidad, pues pretendia
que el condede Edeso debia sometérsele y pagarle tributo (3). El rey de Jerusalen, á quien se sometió el

(1) Vease la descripcion de Ana Comneno, en la Biblioteca de las Cruzadas, tercera parte. El testodiceque Boemundo hizo
meter en el ataud un galla muerto. Los traductores de Gibboo, en lugar de un gallo dicen que se metio a un cocinero, a causa de
la palabra inglesa cook que quiere decir cocinero. Es particular esta confusion de nombres. Finalmente la opinion o relacion de
Ana Comneno, ni es mas clara ni mas verosimil, ya se acepte una version, ya otra.—¡4) Este hecho singular lo refiere Guillermo
de Tiro, y se encuentra en la Biblioteca delas Cruzadas, en el articulo do Guillermo de Tiro.—¿¡ Alberto de Aii.
154
Elpri
los turcf
en su ca
el puert(
muerte
pontifiw
la veng¡
,papa le .
estanda,
sus info
líof'.m
partes.
Constan
siendo i
curso (i
pinta so

LIBRO QUINTO.— 1099-1146 15o
fallo de la cuestion, condenó á Tancredo y le dijo: «Lo que tú pides no es justo; tú debes por el te-mor da
Dios, reconciliarte con el conde de Edoso; si por el, confiarlo, persistes asociado con los paganos, nopuedes
ser nuestFo hermano. 9 Estas palabras hicieron profunda impresion en elánimo de Tancredo, y restable
cieron la paz entre los principes cristianos. .
En el año 4 108 , Bertran, hijo de Raimundo, conde de Saint—Gilies, vino á oriente con sesenta y do»
galeras genovesas. Ellas debian coadyuvar á la conquista de muchas ciudades fenicias: empezóse por Biblos
que despues de algunos asaltos , abrió sus puertas á los cristianos, y despues se pasó á sitiar la ciudad de
Tripoli (1). La conquista de esta plaza habia sido la última ambicion del anciano conde Raimundo; y para
asegurar el buen éxito de sus continuadas tentativas, imploraba el ausilio de las armas de los peregrinos
que llegaban de occidente : y con el socorro de estos habia construido, sobre una colina inmediata, una forta
leza que se llamaba el cantillo ó monte de los Peregrinos (2). El infatigable atleta de Cristo cayó del techo de
este castillo y murió victima de tan terrible caida, con el sentimiento de no haber podido enarbolar el estan
darte de la cruz sobre la infiel ciudad. El rey de Jerusalen vino al sitio de Tripoli con quinientos caballeros, y
su presencia redobló el ardor de los sitiadores. La ciudad, tanto tiempo hacia amenazada, habia pedido socor
ros á Bagdad, á Mosul y á Damasco. Abandonada de las potencias musulinanasde la Persia y de la Siria, habia
puesto los ojos en el Egipto ; pero mientras los sitiados esperaban las Ilotas y los -ejércitos egipcios, llegó un
mensajero en un navio y les pidió en nombre del califa, una bella esclava que habia en la ciudad y madera
de albericoque pro¡na para fabricar laúdes y otros instrumentos de música. El historiador árabe Novairi , que
se ocupa de este hecho, añade que los habitantes de Tripoli reconocieron entonces que ya no habia sal
vacion para la ciudad , y propusieron á los cristianos el abrirles las puertas , bajo la condicion que cada uno
seria libre de salir con lo que pudiera llevarse, ó quedarse en la ciudad pagando un tributo. Esta capitula
cion fué aceptada y ejecutada fielmente por parte del rey Balduino y del conde Beltran; pero, si debe creerse
á algunos historiadores , la soldadesca genovesa se condujo en Tripoli como habia hecho antes en Tolemaida .
El territorio de Tolemaida tenia nombradla por la riqueza de sus producciones ; en las llanurasr y sobre
las colinas vecinas del mar , crecia en abundancia el trigo, la uva, la caña de azúcar, el olivo y v la morera
blanca, cuya hoja alimenta el gusano de seda. La ciudad contaba mas de cuatro mil operarios, instruidos en
la fabricacion de telas de lana, de seda y de lino. Una gran parte de estas ventajas fueron perdidos para los
vencedores, porque durante el sitio habian devastado las campiñas, y despues dela conquista dela ciudad
ya no se ocuparon mas delos establecimientos de industria. Tripoli encerraba todavia otras riquezas, poco
estimadas sin duda por los guerreros de la cruz, una biblioteca en la que estaban depositados los monumen
tos de la literatura de los persas , de los ái frbes y de los griegos, cuyos manuscritos (3) estaban trasladando
un centenar de personas inteligentes; el cadi, dueño de la ciudad, enviaba á todos los paises hombres encar
gados de descubrir libros raros y preciosos. Despues de la toma de Tripoli, esta biblioteca fué entregada á las
llamas. Algunos autores orientales han deplorado esta pérdida irreparable : pero ninguna de nuestras anti
guas crónicas ha hablado de ello, y su silencio en esta ocasion demuestra bastante la profunda indiferencia con
la cual los soldados francos fueron testigos de un incendio que devoró cien mil volúmenes.
Tripoli , con las ciudades de Tortosa , de Archas y de Gibel, formó un cuarto estado en la confederacion de
los francos á la otra parte del mar. Beltran, hijo de Raimundo de Saint-Gilles. tomó posesion de ella des
pues de la conquista y prestó juramento de fidelidad al rey de Jerusalen, de quien fué vasallo.

(i) Tripoli, como lo indica su nombre , se componia en otro tiempo de tres ciudades. En Ios tiempos antigues , la ciudad colocad»
a la ribera del mar era la mas importante de todas tres ; esta es la que existia en la edad media bajo el nombre de Tripoli. El terreno"
donde estaba construida la ciudad delas cruzadas, esta cubierto de ruinas; las gentes delpais llaman a este sitio El-Karab, las rui
nas. La ciudad de hoy dia esta edificada a tres cuartos de hora del mar vease la Correspondencia de oriente, carta CLVIIÍ.)— [2] E\ cas
tilla de los Peregrinos, construido por el conde deTolosa, es el que hoy dia se conoce por el castillo deTripoli Edificado en una allura,
domina la ciudad actual, y se halla a diez millas de los atrededores donde estaba edificada la ciudad de la edad media (Véase la
Correspondencia de oriente, carta CCVII1.)—(3; Ibn-Aboc-Tal, historiador árabe, dice que loscristianos en la toma deTrlpoli, mani
festaron el mismo furor de destruccion que los aiabes que incendiaron la biblioteca de Alejandria. Un cura, al servicio del conde
Beltran de Saint-Gilles, entro en la sala, en donde habi* reunidos muchos ejemplares del Coran, y como declarase que la bi
blioteca de Tripoli no contenia mas que los libros impios deMahoma, fue entregada aquella a las llamas. El mismo historiador
habla del número increible do tres millones de volúmenes. Nosotros hemos preferido la version de Kavairi, t;ue reduce el número
de los- volúmenes a cien mil. Este último autor cuenta que la biblioteca de Tripoli habia sido fundada por el cadi Abutakb Un
ten que habia compuesto muchas obras. Vease para todos esos detalles la Biblioteca de las Cruzadas, t. L parrafo 3.
45G HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Muchos meses despues de la toma de Tripoli, el rey Balduino reunió todas sus fuerzas delante de Beyrut.
Esta muy antigua ciudad fué en los tiempos del imperio romano una colonia de Augusto ; gozaba del
derecho itálico, como Rodas, Militene y muchas otras ciudades de oriente, y tuvo escuelas públicas , cuya
gloria subsistió hasta la edad media y no fué desconocida de los primeros peregrinos de Jerusalen. Despues
de la invasion del islamismo, Beyrnt habia perdido su antigue esplendor, pero le habian quedado sus bellos
jardines , sus fértiles verjeles y la comodidad de su puerto ó rada. Ella resistió durante dos meses los ata
ques de los cristianos (1). Alberto de Aix cuenta que despues de haber capitulado, los habitantes quemaron
On la plaza pública todas las riquezas que no podian llevarse consigo. Los vencedores, al entrar en la ciu
dad, se indignaron que no les quedase nada para el saqueo, y se arrojaron sobre el pueblo, que pereció casi
todo al filo de su espada.
Los musulmanes solo poseian en la costa de Siria tres ciudades : AseaIon, Tiro y Sidon. Hasta entonces la
ciudad de Sidon no habia conservado la paz sino á fuerza de sumisiones y de regalos ; cada año retardaba
su ruina prodigando sus tesoros ; pero se acercaba el tiempo en que todo su oro no podia salvarla. Como el
roy de Jerusalen regresaba de una espedicion sobre la ribera del Eufrates, supo que Sigur, hijo de Magno,
rey de Noruega, habia desembarcado en Joppe ; Sigur iba acompañado de diez mil noruegos que hacia tres
años que habia n solido del norte de Europa para visitar la Tierra Santa. Balduino se dirigió á Joppe al en
cuentro del principe de Noruega , y le obligó á combatir con él por la defensa y el engrandecimiento del reino
de Jesucristo. Sigur accedió á la súplica del rey de Jerusalen, y solo pidió en rocompensa de su celo un pe
dazo de madera de la verdadera cruz. Asi que llegó á la santa ciudad, rodeado de sus guerreros, los cristia
nos contemplaron, con una sorpresa mezclada de alegria, las enormes hachas de batalla y la elevada estatu
ra de los peregrinos de la Noruega. Resolvióse en el consejo del rey el sitiar á Sidon (2). Bien pronto la flota
de Sigur pareció delante del puerto de esta ciudad, mientras que Balduino y el conde de Tripoli levantaban
sus tiendas debajo de las murallas. Despues de un sitio de seis semanas, el emir y los principales habitan
tes ofrecieron entregar las llaves de la ciudad al rey de Jerusalen , y no pidieron otra cosa que poder sa
lir de la plaza con lo que podrian llevar en la cabeza ó en las espaldas. Cinco mil se aprovecharon del trata
do; los otros se quedaron en la ciudad y so hicieron vasallos del rey.
Sigur abandonó la Palestina en medio de las bendiciones del pueblo cristiano , y se embarcó para regre
sar á Noruega, llevando consigo el trozo de la verdadera cruz que se habia prometido á sus servicios, y
que depositó á su vuelta, en la ciudad de Hanghel, en donde la virtud de esta preciosa reliquia debia,
segun decian, preservar á su pais de toda invasion.
Los noruegos no fueron el solo pueblo del norte que tomó parte en el sitio de Sidon; habian llegado tam
bien en Palestina peregrinos de la Frisa y peregrinos de Inglaterra que combatieron con los guerreros de
Balduino. Leemos en una crónica de Brema (3) que se hizo entonces en todo el imperio germánico una gran
leva de hombres para la guerra santa de ultramar. Muchos guerreros de esta nacion, á la voz de su arzo
bispo y guiado» por dos cónsules que nombra la crónica , partieron hacia el oriente distinguiéndose en la
toma de Beyrut y de Sidon. Al regresar de su espedicion no habian perdido mas que á dos de sus compañe
ros , y fueron recibidos en triunfo por sus conciudadanos , concediendo el emperador de Alemania ála men
cionada ciudad el poder usar un escudo de armas que atestiguara los servicios que habia hecho á la causa
de Jesucristo en la Tierra Santa.
Balduino, al entrar vencedor en Jerusalen, supo con dolor que Gervasio, conde de Tiberiades, habia sido
sorprendido por los turcas y conducido con sus fieles caballeros á la ciudad de Damasco. Los diputados mu
sulmanes vinieron á ofrecer al rey de Jerusalen la libertad de Gervasio, en cambio de Tolemaida, Joppe ú
otra ciudad tomada por los cristianos ; una negativa, anadian los diputados, causaria la muerte del conde de
Tiberiades. Balduino propuso pagar por la libertad de Gervasio una suma considerable. «En cuanto á las ciu
dades que me pedis, les dice, no os las daria por el rescate de mi hermano Eustaquio, ni por el de todos los

(l) Todavia se vo, a tres cuartos de hora de Beyrut, la madera de pino de que se sirvieronlos compañeros de Balduino para
construir las escalas, las torres movibles y otras maquinas de guerra que emplearon en el sitio de la ciudad. (Véase la Cor
respondencia de oriente, carta CXI.)II )—(1) Vease, por lo que toca a Sidon, a Guillermo de Tiro, libro XI, o el resumen de los
historiadores noruegos y daneses. ¡Biblioteca de las Cruzadas, tercera parte.)— (3) Esta cronica de Brema est6 analizada en la Bi
blioteca de las. Cruzadas, tercera parte, coleccion alemana.
LIBRO QUINTO. — 1 099-1 1 46. 1 57
principes cristianos. » Al regreso de los embajadores, Gervasio fué arrastrado con todos sus caballeros á
una plaaa de Damasco , y muerto á flechazos por los turcos.
(1112) Casi en la misma época, Antioquia tuvo que llorar la muerte de Tancredo. Toda la Iglesia, dice
Gnillermo de Tiro , será un testimonio vivo de las caritativas obras y liberalidad del héroe cristiano. Durante
todo el tiempo que gobernó en Antioquia, asocióse completamente a todos los sufrimientos de sus pueblos.
Raul de Caen nos dice, que en medio de una hambre que desolaba su principado , juró no beber vino y
reducir su mesa y sus vestidos á la condicion de pobre, mientras durase la miseria pública. En la guerra,
Tancredo se mostró siempre como el padre de todos los que combatian debajo sus banderas, teniendo la cos
tumbre de decir : «Mi fortuna y mi gloria, hé aqui mis soldados. Que la riqueza sea su patrimonio, para mi
me reservo los cuidados, los peligros, la fatiga, el granizo y la lluvia (1).» Cuando se aproximó su última hora,
Tancredo tenia a su lado á su mujer Cecilia, hija do Felipe I rey de Francia, y al jóven Pons, hijo de Beltran,
conde de Tripoli, haciéndoles prometer que despues de su muerte se unirian en matrimonio ; promesa
que fué cumplida al momento. Nombró por sucesor á Rogel io, hijo de Ricardo, su primo, bajo la espresa con
dicion de que este entregaria el principado de Antioquia , entero y sin dificultad , á su legitimo principe el
hijo de Boemundo , que vivia á la sazon al lado de su madre en Italia. El ilustre Tancredo fué enterrado en
Antioquia debajo del pórtico de la iglesia de los Apóstoles, el año de la Encarnacion 1112.
En el año siguiente , en el verano, innumerables hordas de bárbaros habian partido nuevamente de las
orillas del mar Caspio, del Korasan y del pais de Mosul , para invadir la Siria. Esta vez dejaron en paz á
Edeso y á Antioquia , y marchando entre Damasco y las regiones fenicias, entre el Libano y las orillas del
mar, penetraron en la Galilea. A su aproximacion, el rey Balduino , habia acudido con su ejército, y encon
tró á los enemigos acampados debajo de Paneas, en una isla formada por el rio Jordan , y los cristianos es
tablecieron su campamento á las inmediaciones. Los dos ejércitos, separados por el rio Dan, estaban mirán
dose uno á otro por espacio de muchos dias, cuando Balduino, engañado por un ardid de los bárbaros, pro
vocó imprudentemente el combate -(2). El ejército cristiano, el reino entero, todoeátuvoá pique de perderse
en esta desastrosa jornada ; el rey corrió los mas grandes peligros, y abandonó su estandarte ; los cristianos
tuvieron treinta caballeros y mil doscientos hombres de infanteria fuera de combate entremuertos y heridos;
Rogerio de Antioquia y el conde de Tripoli, que venian al socorro de Balduino, llegaron al dia siguiente de
la batalla ; y reunidas estas tropas con los restos del ejército vencido , fuéron á acampar sobre la montaña de
Sefiet ó Saffat ; y el grueso del ejército turco ocupaba los valles desde Paneas, hasta el lago de Tiberiades.
Todo fué asolado en las orillas del Jordan y en las llanurasde Galilea en donde los habitantes se ocupaban en las
labores de la siega ; en todas partes reinaba el terror, y nadie se atrevia á huir ni por la derecha ni por la
izquierda, temiendo encontrarla muerte en el camino. Ignorábase en las ciudades lo que pasaba en el cam
po de los cristianos, y en el campamento nada se sabia tampoco de lo que pasaba en las ciudades. Un gran
númerode musulmanes habian salido de Ascalon y de Tiro, para devastar la tierra de los fieles: el pais de
Siquem fué invadido, y Naplusa entregada al saqueo. Jerusalenque estaba sin defensores, cerró sus puertas
y temió volver á caer en manos de los enemigos de Jesucristo.
Sin embargo, el verano habia pasado ya, y la estacion á propósito para el viaje de los peregrinos hacia
que cada dia llegasen guerreros del occidente á Palestina. El ejército cristiano recibió con esto motivo
grandes refuerzos y pronto contó doce mil combatientes bajo de sus banderas. Por otra parte los turcos
de Damasco empezaron á desconfiar de los turcos procedentes de la Persia, y el ejército enemigo á de
bilitarse por la discordia. De modo que esta guerra tan terrible y tan amenazadora acabó de repente sin
combate alguno, y el gran número de enemigos se alejó como una tempestad que los vientos arrojan á
otra parte.
Entonces las colonias cristianas, y todas las provincias de la Siria, fueron victimas de otras calamidades.
Una nube de langostas venidas de la Arabia acabaron de desolar las campiñasde la Palestina. Un hambre
horrible afligia al condado de Edeso y al principado de Antioquia. Un temblor de tierra se sintió desde el mon
te Tauro hasta los desiertos de Idumea; muchas ciudades de la Cilicia no eran masque montones de ru¡-

(I) Veaseel resumen de Raul de faenen la Bililioteca de las Gruzadas.— V Elleatrode la guerra se encuentra descrito en
la Corre-pendencia tie oriente, I V. »
158 HISTORIA DR LAS CRUZADAS.
nas; trece torres de la ciudad de Edeso y dela ciudadela de' Alepo se hundieron con estrépito; las mas altas
fortalezas cubrian la tierra con sus ruinas, y suir gobernadores ó jefes, musulmanes ó cristianos, buscaban
un asilo con sus soldados en los bosques y en los lugares desiertos; y una torre de Antioquia, muchas iglesias
y otros edeficios fueron destruidos. '
Se atribuyó este terrible azote á los pecados de los cristianos. Gualterio el Canciller (1) hace una horri
ble pintura de los escándalos y de las prostituciones de que habia sido testigo. La penitencia fué escesiva,
como lo habia estado la relajacion de costumbres: todo el pueblo de Antioquia rezaba dia y noche, se cubria
de cilicios, y dormia sobre ceniza. Las mujeres y les hombres iban separadamente á las plazas y á las igle
sias con los piés descalzos y la cabeza afeitada, golpeándose el pecho y repitiendoen voz alta: 5eñor, perdó-
nanos. Al cabo de cinco meses el cielo se apiadó de ellos, y cesaron los temblores de tierra de aterrorizará
las'ciudades. En Bagdad se celebraba el azote que habia asolado al pais de los cristianos; el principe de Mo-
sul, dicen los cronistas, siguiendo los augurios del sol y de la luna, creyó que habia llegado la época de inva
dir la Siria. Los pueblos de Mosul y de Bagdad nohabian olvidado la muertedeMondoud que habia mandado
la última espedicion de los musulmanes en la Galilea, y se hacian cargos al principe de Damasco por el
asesinato de este ilustre mártir del islamismo. Todo los emires de la Mesopotamia tomaron las armas, para
combatir á los cristianos y castigar á los infieles musulmanes.
Envista del peligro que le amenazaba el sultan de Damasco, no tardó en hacer alianza con los principes
cristianos. El rey de Jerusalen, el principe de Antioquia y el conde de Tripoli, juntaron sus tropas con las
de sus nuevos aliados, y formando un solo cuerpo, marcharon al encuentro de los guerreros de Mosul y de
Bagdad, que talaban ya las ribas del Eufrates y del Oronte. Los cristianos estaban animosos y deseando lle
gase la hora del combate; pero los nuevos ausiliares, que desconfiaban siempre de los soldados de la cruz,
no quisieron proporcionar á estos él triunfo de una batalla, haciendo todos los esfuerzos para evitar un
combate decisivo, eñ el que temian á la vez el triunfo de sus aliados y el de sus enemigos. Con todo, un ejér
cito tan numeroso bastó para librar á la Siria de una invasion, y obligar á los bárbaros á volver á pasar el
Eufrates. Aunque los musulmanes de Damasco y las potencias cristianas hubiesen encontrado su salvacion
en una alianza pasajera, con todo era tal el espiritu de los francos y de sus adversarios, que todos los par
tidarios de Mahotna acusaron en esta ocasion al principe de Damasco de haber hecho traicion á la causa
del islamismo, y que cuando se separó del ejército cristiano para regresar á su capital, todos los fieles de
Siria dieron gracias al cielo por haber separado al fin el estandarte de tielial de la bandera de Jesucristo.
El rey Balduino, no teniendo ya que combatir á los turcos de Bagdad, ni los de la Siria, fijó su atencion
en las comarcas sitiadas al otro lado del Jordan y del mar Muerto. Atravesó la Arabia Petrea, y se avanzó
hasta la tercera Arabia, llamada por nuestros cronistas Siria de Sobal: y encontró una elevada colina que
dominaba un terreno fecundo, y este sitiole pareció á propósito parala construccion de una fortaleza. La
nueva ciüdad fué confiada á la guarda de guerreros fieles, y recibió el nombre de Monreal (2).
El año siguiente (1116) Balduino, acompañado de hombres conocedores del terreno, atravesó los de
siertos de la Arabia, bajó hasta el mar Rojo, y penetró hasta Hellis, ciudad muy anticua , en otro tiem
po frecuentada por el pueblo de Israel, y construida en el lugar en donde la Escritura coloca las doce fuen
tes y las setenta palmeras. Despues que el rey y los que le acompañaban hubieron examinado completa
mente la ciudad de Hellis y la ribera del mar, regresaron todos á Monreal y de esta cindad á Jerusalen.
A su llegada á la santa ciudad, por todas partes se oia esplicar el viaje al mar Rojo y hácia el desierto do
Sinai. Eran objeto de admiracion sobre todo las conchas marinas, y varias piedras preciosas que los es-
pedicionarios habian traido. Foulques de Chartres nos dice que él dirigió varias preguntas á los compa
ñeros de Balduino, y les pidió entre otras cosas si el mar Rojo era dulce ó salado, si formaba unes-
tanque ó un lago , si tenia una entrada y una salida como el mar de Galilea , ó si estaba cerrado en su
cstremidad como el mar muerto (3).
(1118) Mientras que el mar Rojo y sus maravillas ocupaban al pueblo cristiano, Balduino pensaba en

(t) Véase el analisisde G:nllerio el Canciller. liiutioteca de las Cruzadas, parte primera.' — '2' Mas larde se construyo.biijo el
reinado de Foulques de Anjou, la foi laleza de Crac 6 de Carac, a la otra parte del Jordan.—(3) Damos aqui todos estos- detalles
para hacer conocer el estado de conocimientos geograficos de«aquHa época, hasta entre los peregrinos mas ilustrado?.
LIBRO QUINTO.— 1099-H 46. 159
el modo Je hallar un camino que le condujese al Egipto. Hacia el «tes de febrero reunió la flor de su
ejército, atravesó el desierto, sorprendió y entregó al saqueo á 4a Faramia situada" á algunas leguas
de Tanis y de Pelusa. Alberto de Aix nos- dice, que los guerreros francos se bañaron en las aguas del
Nüo, y que se hicieron con gran cantidad de pescado que herian ó cogian con sus lanzas; y todo cuanto
veian en este suelo tan fértil del Egipto, que parecia prometido á sus armas, les llenaba de sorpresa y de
alegria. Pero este entusiasmo de la victoria debia trocarse bien pronto en afliccion: repentinamente el rey
Balduino cae enfermo ; vivos y agudos dolores en las entrañas le hacen sufrir mucho, y una antigua he
rida se abre otra vez; desde este momento ya no se pensó mas que en regresará Jerusalen. Los cristia
nos tenian que atravesar el desierto que separa el Egipto dela Siria. Balduino conducido en una litera
hecha con estacas de las tiendas de campaña , habia llegado a duras penas á El-Arish, pequeña ciudad si
tuada á la orilla del mar, y punto principal de estos inmensos terrenos solitarios. En esta ciudad conoció
que su enfermedad habia hecho rápidos progresos y que se acercaba su última hora; los compañeros de
sus victorias no podian ocultar su profunda tristeza, y él les consolaba con sus palabras. «¿Por qué llorais?
les decia . pensad que yo no soy mas que un hombre á quien muchos otros pueden reemplazar; no os dejeis
abatir como las mujeres por el dolor; no olvideis sobre todo que es preciso volverá Jerusalen con las
armasen la mano y combatir aun por la herencia de Jesucristo, como lo tenemos jurado.» Balduino no
pidió masque una prueba de aprecio á sus compañeros de armas ; v fué la de que no dejasen su cuerpo
en tierra de infieles. Los caballeros (1) con las lágrimas en los ojos le contestaron que la carga impuesta á
su fidelidad les parecia bien dura y demasiado superior (i sus fuerzas. ¿Cómo conservar, decian, y transpor
tar un cuerpo sin vida, en medio de los arenales del desierto , atravesando un pais enemigo y debajo de
un sol abrasador? Balduino insistió diciéndoles: «Luego que haya yo exhalado el último suspiro , os suplico
que se abra mi cuerpo con el hierro , y se quiten los intestinos y se llenen de sal y de aromas, envolvién
doles luego en un pellejo tapándolos perfectamente, y asi podreis transportarlos hasta al pié del Calvario,
y darles sepultura, segun el rito católico, al lado de la tumba de mi hermano Godofredo.» Hizo llamar al
mismo tiempo á su cocinero Edon, y le dirigió las siguientes palabras: «Ya ves que yo voy á morir; si Lú
realmente me amas , consérvame el misino cariño despues de mi muerte; abre mi cuerpo , cuida de fro
tarlo con sal y aromas por dentro y por fuera ; llena de sal mis ojos, mis narices, mis orejas y mi boca;
reúnete en seguida con los otros servidores criados mios v con mis queridos compañeros de armas, para
trasladarme á la santa ciudad, y de esta manera cumplirás mis últimos deseos y me guardarás tu fé.»
Tales fueron las palabras del rey Balduino á sus caballeros y á su cocinero Edon. Despues se ocupó de la
sucesion al trono de Jerusalen , recomendando á los sufragios de sus compañeros á su hermano Eustaquio
de Boloña, ó Balduino de Hourg, conde de Edeso: en Un, este generoso atleta dela fé dió el postrer suspiro,
fortificado con la confesion y el sacramento de la Eucaristia. Cuando hubo cerrado para siempre los ojos,
sus compañeros de armas, llenos de tristeza, se ocuparon en cumplir su última voluntad; abrióse su cuer
po, y se frotó con sal y aromas, se arrancaron las entrañas , las que fueron enterradas en un lugar que se
procuró cubrir con un monton de piedras; esta tumba se ve todavia en las inmediaciones de El-Arish.
Despues de haber llenado este último deber, los guerreros cristianos se pusieron en marcha hácia el desier
to , andando dia y noche, y esforzándose en ocultar la muerte de Balduino y el dolor que les afligia; atra
vesaron las montañas de la Judea, el pais de Hebron, y llegaron á Jerusalen el domingo de Rnmos. En
estedia, segun la antigua costumbre, todo el pueblo cristiano, precedido del patriarca, bajó en procesion
del monte de los Olivos, llevando ramos y palmas y entonando cánticos para celebrar la entrada de Je
sus en Jerusalen. Mientras que la procesion atravesaba el valle de Josafat , el féretro de Balduino llevado
por sus compañeros, se presentó de repente en medio de este pueblo que cantaba himnos; al instante un
triste silencio y despues lúgubres plegarias reemplazaron á los alegres cánticos de la Iglesia; los restos mor
tales de Balduino entraron por la puerta Dorada, y la procesion les siguió. Latinos, sirios y griegos, todo
el mundo lloraba; hasta los mismos sarracenos, dice el capellan de Balduino, lloraban tambienr Al mis
mo tiempo Balduino de Bourg, que habia salido de Edeso para celebrar las fiestas do Pascua en la ciudad

(1) Esta relacion de Alberto de Aix pareco tomada de la Ufada o de la Odisea, tanta es la propiedad con que retrata las cos
tumbres y el esplritu de los tiempos heroicos.
160 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
de Jesucristo , llegabn por lo puerta de Damasco; y sabedor de la muerte de Rulduino su señor y su pa
riente, uniose al afligido pueblo y formó parte del fúnebre cortejo hasta el Calvario. Llegados alli los res
tos del difunto rey, fueron depositados con gran pompa y enterrados en una tumba de mármol blanco,
cerca del mausoleo de Godofredo.
Balduino murió en medio de los campamentos, siempre dispuesto á combatir á los enemigos de los cris
tianos. Durante su reinado, que duró diez y ocho años, los habitantes de Jerusalen oyeron cada año la gran
campana que anunciaba la aproximacion de los infieles; ellos no vieron casi jamás en el santuario el leño
de la verdadera cruz que se acostumbraba llevar á la guerra; el hermano y sucesor de Godofredo vió mu
chas veces á su reino en peligro, y solo le conservó á fuerza de prodigios de valor; perdió muchas batallas
por su imprudente valor; pero su actividad estraordinaria, y su imaginacion fecunda en recursos, le salvaron
siempre.
El poder cristiano en oriente creció durante el reinado de Balduino: Arsur, Cesarea, Tolemaida, Tripoli,
Biblos, Bey rut y Sidon, formaron parte del imperio fundado por las cruzadas. Muchas plazas fuertes se contru-
yeron para la defensa del reino, no solamente en la Arabia, sino en las montañas del Libano, en la Galilea,
en el pais de los filisteos y sobre todas las avenidas de la santa ciudad.
Balduino añadió muchas disposiciones al código de su antecesor. Lo que honra estraordinariamente á su
reinado, es el cuidado que puso en volver á poblar á Jerusalen, ofreciendo un honroso asilo á los dispersos
cristianos, en la Arabia, en la Siria y en el Egipto. Los fieles, perseguidos y abrumados con los impuestos
musulmanes, acudieron en tropel, con sus mujeres, con sus niños, con sus riquezas y con sus rebaños. Bal
duino les distribuyó las tierras, las casas abandonadas, y Jerusalen empezó á florecer. Añadimos que dotó
ricamente á las iglesias, sobre todo la de Belen, que erigió en obispado, y que muchos establecimientos reli
giosos le debieron su origen.
Para dar mayor brillantez á su capital, obtuvo de la corte de Roma, que todas las ciudades conquistadas
de los infieles dependerian de la iglesia patriarcal de Jerusalen: «Nos concedemos (asi se espresaba el pa
pa Pascual ) á la iglesia de Jerusalen, todas las ciudades y las provincias conquistadas por la gracia de Dios y
por la sangre del muy glorioso rey Balduino y de los que han combatido con él (1).» Se ve por estas palabras
que los papas apreciaban los generosos sacrificios de estos principes, cuya autoridad era un sacerdocio mili
tar, un verdadero apostolado armado con la espada. Hemos dejado de reseñar circunstanciadamente todas
las querellas que se suscitaron entre el sucesor de Godofredo y el patriarca de la santa ciudad , porque se
mejantes cuestiones no tuvieron influencia alguna en la marcha de los acontecimientos ; la sabiduría de los
pontifices de Roma acogió con frialdad las quejas delos patriarcas, y el papa Pascual puso fin á todos los de
bates, declarando que él no queria rebajar la dignidad de la Iglesia en provecho del poder de los principes,
ni mutilar el poder de estos en provecho de aquella.
Por lo demás, las cuestiones de Balduino y del patriarca Daimberto, tuvieron menos por causa las ambi
ciosas rivalidades, que la estrema necesidad de dinero en que se encontraba á menudo el sucesor de Godofre
do. Esta apremiante necesidad le hizo concebir la culpable idea de casarse por segunda vez viviendo aun
ln primera esposa. El rey, nos dice Guillermo de Tiro, habia sabido que la condesa de Sicilia, viuda de Roge-
rio, era muy rica y que no carecia de nada; él por el contrario era muy pobre y tan falto de recursos,
que apenas tenia con que acudir á sus necesidades diarias y al sueldo de sus compañeros de armas, y no es
cuchó objecion alguna, ni por parte del clero, ni del pueblo, ni de los grandes. Como la nueva reina llegó
con inmensas riquezas, con una flota cargada de granos, aceite, vinos y armas, todo el mundo se creyó enri
quecido por este himeneo y nadie se acordó del escándalo. Cuando la miseria volvió á aparecer, Guillermo de
Tiro dice, que el arrepentimiento y la tristeza sucedieron á estas engañosas alegrias (2).

(1i Esta concesion en favor de Jerusalen escilo las mas vivas reclamaciones por parte del patriarca de Antioquia que pre
tendia ocupar la silla de Pedro y se creia mas elevado que la iglesia de Boma. Veanse estos debates en Guillermo de Tiro.—(i) Al
berto de Aix, que hace una relacion pomposa de la recepcion que se hizo a la princesa de Sicilia, no bace ninguna reflexion
sobre este matrimonio; Guillermo de Tiro cuenta que la princesa puso por condicion de su boda, que si tenia un hijo de Bal
duino, reinaria este sobre Jerusalen. Balduino lo prometio todo porque necesitaba dinero, pero despues de tres años se aparto de
la princesa de Sicilia, cuando hubo malgastado todos sus tesoros. Rogel io, rey de Sicilia, no perduno esta conducta a los fran
cos de la Palestina, y se volvio su enemigo. Biblioteca de las Cruzadas, primera parto.)
LIBRO QUINTO.— 1099-1146. 161
Todos los historiadores de aquel tiempo hacen el mas brillante elogio de las cualidades de Bakluino. En la
primera cruzada se hizo aborrecer por su carácter ambicioso y altanero, pero luego que obtuvo lo que de
seaba, se hizo admirar por su moderacion y por su clemencia; hecho rey de Jerusalen, siguió el ejemplo
de Godofredo y mereció á su vez servir de modelo á sus sucesores.
Luego que el rey Balduino fué enterrado, el clero y el pueblo de Jerusalen, segun la espresion de las
crónicas, se creyeron huérfanos, pensaron en buscarse un apoyo y empezaron á ocuparse de la eleccion de
un nuevo rey. Diferentes proposiciones fueron presentadas; los unos decian que la corona pertenecia á Eus
taquio, hermano de Balduino, los otros creian que en medio de los peligros que les rodeaban no podian
aguardar á un principe que estaba tan lejos, y proponian al conde de Edeso, presente á la sazon en la san
ta ciudad. Entre estos últimos, se notaba á Joselin de Courtenai, uno de los condes y señores del reino: Jose-
lin al llegar al Asia, habia sido muy bien acogido y colmado de beneticios por Balduino de Bourg, que lo
dió muchas ciudades sobre el Eufrates. Echado despues ignominiosamente por su bienhechor, que le acu
saba de ingrato, se habia refugiado en el reino de Jerusalen, en donde habia obtenido el principado da
Tiberiada; ya sea que quisiese enmendar sus antigues desaciertos, ó que esperase obtener nuevos beneficio?,
lo indicó á la asamblea de los barones, que Balduino de Bourg pertenecia ála familia del último rey, que
ninguna comarca de esta ni de la otra parte de los mares podia ofrecer un principe mas digno del amor y
de la confianza de los cristianos; las bendiciones de los habitantes de Edeso le designaban como el elegido de
los barones y de los caballeros, y la Providencia le habia enviado á Jerusalen para consolar al pueblo cristiano
de la muerte del hermano de Godofredo. Este discurso reunió todos los votos á favor de Balduino de Bourg ( 1 )
y el dia de Pascua el nuevo rey fué proclamado en la misma iglesia de la Resurreccion en presencia
de todos los fieles; reunió en seguida á los grandes en el palacio de Salomon; arregló con ellos la adminis
tracion del reino, y volvió la justicia á su pueblo despues de los tribunales establecidos por Godofredo; el
condado da Edeso fué cedido á Joselin de Courtenai.
Mientras que el reino de Jerusalen celebraba en paz el entronizamiento de Balduino de Bourg, el principa
do de Antioquia se encontraba de nuevo espuesto á todos los males de la guerra. Los musulmanes dela Persia,
de la Mesopotania y de la Siria, que las anteriores derrotas no habian amedrentado , juraron esterminar la
raza de los cristianos, y marcharon hácia el Oronte, conducidos por Ilgazy principe de Maridin, y de Alepo el mas
feroz de los guerreros del islamismo. El nuevo principe de Antioquia, Rogerio, hijo de Ricardo, habia Mamado
á su socorro al rey de Jerusalen y á los condes de Edeso y de Tripoli ; pero sin aguardar su llegada , cometió
la imprudencia de dar la batalla cuya pérdida debia poner en peligro todas las colonias cristianas. Antes del
combate, llgazy arengó á sus soldados, y el cadi de Alepo recorrió las filas, escitando con la violencia de
su discurso el furor de los bárbaros. En el campo de los cristianos el arzobispo de Apamea recomendó á todos
los guerreros que confesasen sus pecados y que comulgasen; á fin de que estando fortificados con el pan celes^
t.ial, pudiesen vivir y morir como convenia á los soldados de Cristo (2). La historia contemporánea refiere que
entonces rechazaron al enemigo. Pero Dios, cuyos designios no pueden penetrarsé, no quiso concederles la
victoria : mientras que de una y otra parte se combada con una estremada animosidad , un enorme torbellino
arrastrado por el viento se colocó en medio del campo de batalla, y despues reventó en el aire como una nube
de betun y de azufre. Este fenómeno esparció el terror entre los cristianos, abrumados ya por el número de
sus enemigos, Rogerio que se esforzaba en reanimar á sus soldados , cayó herido, y su muerte fué seguida
de la dispersion y completa ruina del ejército cristiano. Gualterio el Canciller, que asistia á esta batalla ,
atribuye los desastres de los cristianos á la lijereza y á la imprevision del principe de Antioquia, el que nos
representa pocas horas antes del combate, recorriendo los valles y las colinas , con su traje de caza, cogiendo
las aves por medio de sus halcones, y persiguiendo á los venados con sus perros. Esla batalla fué da da cercado
Artesia , en un lugar llamado el campo de sangre. Los musulmanes hicieron un gran número de prisioneros.
Gualterio, que fué tambien cargado de cadenas, nos describe los tormentos y los suplicios que tuvieron que
sufrir los cautivos, pero no se atreve á decir todo lo que vió, temiendo, añade, que los cristianos no quisiesen
un dia imitará los bárbaros.

(V Guillermo de Tiro observa, que la eleccion de Balduino de Bourg no fue regular, y que la rigurosa justicia exigia que se
hubiese elegido por sucesor de Balduino-a su hermano. Eustaquio de Boloña, su heredero natural y legitimo.— (2) Gualterio et
Canciller. (Biblioteca de las Cruzadas t. I.)
ti
4G2 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
(4 1 20) El victorioso ejército de llgazy se esparció por todas las provincias cristianas, y el rey de Jerusalen
Jlegó á Antioquía en medio de la desolación general. Esta ciudad había perdido á sus mas valientes defensores;
Jos clérigos y los religiosos guardaban las torres, y vigilaban bajo las órdenes del patriarca á la seguridad
de la plaza, porque se desconfiaba de la población griega y armenia que suportaba con pena el yugo de los
Jalinos ( I ). La presencia de Balduino de Bourg, á quien se confirió la suprema autoridad, restableció el orden
y disipó la alarma. Dcspuesde haber ocurrido á la defensa déla ciudad , visitó la iglesia de Antioquía, vestido
de luto. Su ejército recibió de rodillas la bendición del patriarca , y salió de la ciudad para ir á perseguirá
los musulmanes. El rey, lo .mismo que sus caballeros y barones, marchaba con lospiés descalzos, en medio
de una muchedumbre inmensa, que invocaba el apoyo del Dios de los ejércitos.
(1 \ 24 ) Los cristianos acamparon sobre la montaña de Danilz en donde los musulmanes vinieron á ata
carles. Estos confiaban completa mente en su número, pero los cristianos tenian su esperanza en la protección
divina y sobre todo en la presencia de la verdadera cruz, que Balduino había llevado de Jerusalen. Después
de un sangriento combate, los infieles fueron vencidos y dispersados: llgazy y el jefe de los árabes Dobais
habían emprendido Ja fuga durante la batalla. Esta victoria esparció el terror en Alepo y hasta llegó á las
murallas de Mosul, mientras que la verdadera «ruz entraba con pompa otra vez en Jerusalen anunciando á
sus habitantes los milagros que ella había obrado en medio de los soldados de Cristo. Balduino, después de
haber dado la paz á Antioquía, regresó á su capital ; y para que nada fallase á las victorias de los cristianos.
Dios permitió entonces que el temible jefe de los turcomanos, llgazy, acabaso sus días muriendo repentina
mente. ' ■ «
Tal es la ¿poca á que hemos llegado que los hechos mas graves se suceden como las escenas de un drama,
y que el espacio de algunos meses basta para la realización de acontecimientos que pudieran llenar los ana
les de un siglo: apenas el historiador cristiano acaba de hablar de una batalla, de una revolución ó de una
gran calamidad, cuando otras batallas, otras nuevas revoluciones y otras mas grandes calamidades aun,
ocupan de nuevo su pluma, y hacen casi su narración algo confusa. Hemos visto el desgraciado fin del prin
cipo Rogerio y la desolaciohde Antioquía, cuyo territorio estaba invadido por los musulmanes; mientras que
eJ condado de Edeso lloraba la cautividad de sus príncipes, no pasándose muchos días sin que de este mal na
ciesen otros infortunios, que pondrían en peligro á todos los estados cristianos de la Siria.
(4 2Í 2) -Balac, sobrino y sucesor de llgazy, esparció el terror en las riberas del Eufrates, y semejante al
l«on de la Escritura que rueda sin cesar buscando su presa, sorprendió á Joselin de Courlenai y á su primo
Calerán, que hizo conducir cargados de cadenas hácia. los confines de la Mesopotamia. Así que en Jerusalen
se supo semejante noticia, Balduino de Bourg corrió hácia Edeso, ya por consolar á los habitantes, yapara
buscar ocasión y medios para romper las cadenas de los príncipes cautivos, pero confiando demasiado en su
valor, y víctima de su generosidad, cayó en el lazo que le tenia preparado el sultán Balac; y conducidoá la
fortaleza de Cuarto-Pedro ( 2 ) fué companero de infortunio de los que habia querido libertar .
(4123) Las antiguas crónicas han celebrado el heroico valor de cincuenta armenios que se sacrificaron
para libertar á los principes cristianos. Después de haber invocado la protección del Todopoderoso, se intro
dujeron en la fortaleza de Cuarto-Pedro disfrazados, según algunos historiadores, de comerciantes, y según
otros de frailes. Apenas hubieron entrado en la ciudadeja, estos valientes, arrojando su disfraz y empuñan
do las armas, pasaron á cuchillo la guarnición musulmana, y devolvieron la libertad á los ilustres prisione
ros. Este castillo, que acababan do tomar los cristianos, contenía víveres en abundancia y toda clase de
municiones de guerra. Balac habia dejado en él sus tesoros, sus mujeres y los mas preciosos despojos de
los países devastados por sus armas. Los guerreros cristianos se alegraban del buen éxito de su empresa;
pero no lardaron mucho tiempo los turcos en poner sitio á la fortaleza en la que ondeaba el estandarte de
Cristo. El sultán Balac , qüe según las versiones de aquellos tiempos habia sido avisado, en un sueño, de los
proyectos formados contra él, se reúne con su ejército y jura esterminar á Balduino, á Joselin y á sus liberta
dores. Estos no podían resistir por mucho tiempo las fuerzas reunidas de los turcos, á no recibir refuerzos

(1) Pueden leerse sobre este asunto las reflexiones muy curiosas de Gualterio el Canciller. (Biblioteca délas Cruzadas, t. I.)
—(i! Los autores árabes llaman á esta fortaleza Khartpert y los turcos Karpout. Está situada al oriente del Eufrates, al noroeste
de Edeso.
LIBRO QUINTO.— 1099-1 U6. 103
de sus hermanos los cristianos. Decidióse, pues, que Joselin saKese de la fortaleza y qoe fuéseá las ciudades
cristianas en demanda de socorro, de barones y de caballeros. Joselin parte al momento, despues de haber
prestado juramento de que dejaria crecer su barba y que no beberia vino hasta que hubiese cumplido su pe
ligrosa mision, y se escapa por en medio de la amenazadora multitud de los musulmanes, pasa el Eufrates
con la ayuda de dos pellejos de piel de cabra, y atravesando toda la Siria, llega al fin a Jerusalen; deposi
ta en la iglesia del Santo Sepulcro las cadenas que habia llevado en su cautiverio, y cuenta con senti
miento las aventuras y los peligros de Balduino y sus compañeros. A su voz, un gran número de caballe
ros y de guerreros cristianos juran marchar á libertar á su cautivo monarca. Joselin se pone á la cabeza
de ellos, y se dirige hácia el Eufrates, y los mas valientes guerreros de Edeso y de Antioquia habian unido
sus banderas, al saber que el feroz Balac acababa de volver á ocupar el castillo de Cuarto—Pedro. Despues
de la marcha de Joselin, Balduino, Galeran y los cincuenta guerreros de Armenia habian sostenido por largo
tiempo los ataques de los musulmanes , pero estando minados los cimientos del castillo, los guerreros cristia
nos se encontraron de repente en medio de las ruinas. Balac, perdonando la vida al rey de Jerusalen, le ha
bia hecho conducir á la fortaleza de Charan. Los valientes armenios habian muerto en el suplicio, y la pak
ma del martirio coronó su sacrificio. Cuando Joselin y los guerreros que le seguian, supieron tan tristes nue
vas, perdieron toda esperanza de poder realizar su proyecto, y regresaron los unos á Edeso y á Antioquia y
los otros á Jerusalen, desesperados de no haber podido dar su vida por la libertad de un principe cris—
tiano.
Sin embargo los sarracenos de Egipto trataban de aprovecharse del cautiverio de Balduino , y al efecto so
reunian en las llanuras de Asealon , con el propósito de echar á los francos de la Palestina. Por otro lado,
los cristianos de Jerusalen y de las otras ciudades del reino , confiando en su valor y en la proteccion do
Dios, se preparaban para defender su territorio. Como siempre se atribuian las victorias de los infieles
á los pecados de los cristianos , los preparativos de una guerra debian siempre empezar por la espiacion
y las plegarias. El pueblo y el clero de la Tierra Santa siguieron en esta ocasion el ejemplo de los habitan
tes de Ninive, y trataron de aplacar la cólera divina por medio de una rigurosa penitencia. Ordenóse un
ayuno, durante el cual las mujeres se abstuvieron de dar de mamar á sus criaturas , y hasta los reba
ños fueron alejados de sus pastos y privados de su alimento acostumbrado (1).
Proclamóse la guerra al sonido de la gran campana de Jerusalen. El ejército cristiano, que apenas llega
ba á tres mil combatientes, estaba mandado por Eustaquio de Agrain , conde de Sidon , nombrado re
gente del reino durante la ausencia de Balduino. El patriarca de la santa ciudad llevaba á la cabeza
del ejército el leño de la verdadera cruz. Detrás de él , dice Roberto de Mont , marchaban Poneio (2) , aba
te de Cluni , llevando la lanza con que fué herido el costado del Salvador f y el obispo de Belen , que tenia
en sus manos un milagroso vaso en el que pretendia haberse conservado leche de la Virgen , Madre de Je
sucristo.
Mientras que los guerreros cristianos salian de Jerusalen, los egipcios estaban sitiando por mar y tierra
á Joppe. Al aproximarse los francos, la flota musulmana llena de espanto se alejó de 1» costa. El ejér
cito de tierra acampado en Ibelin, hoy lbna , esperaba con inquietud al ejército cristiano. En fin los des
cuerpos se hallan frente el uno al otro , y en medio del combate una luz parecida á la del rayo brilla
en el cielo, y de repente estalla en las filas de los infieles. Estos quedan como inmóviles de resultas del es
panto ; los cristianos armados con su fé redoblan su valor ; los enemigos son vencidos, y los restos de su
ejército , que era doblemente numeroso que el de los cristianos , á duras penas puede refugiarse dentro las
murallas de Asealon. Los francos victoriosos y cargados con el botin , regresaron á Jerusalen entonando
las alabanzas del Señor.
Aun cuando el ejército cristiano triunfó asi de los sarracenos , como estaba siempre ocupado en la de
fensa de las ciudades y de las fronteras , sin cesar amenazadas , no podia salir del reino para hacer
nuevas conquistas. Los guerreros que estaban detenidos en las ciudades cristianas despues de una vio

(1) Las circunstancias de este riguroso ayuno estan descritas en ta cronica de Sigeberto. (Biblioteca de las Cruzadas, t. H.)—
(2) Este Poncio babia sido reemplazado, como abale de Cluni, por Pedro el Venerable; viniendo de la Tierra Santa, aquel ert-
tro a la fuerza en su abadia, de la que fue cebado aun otra vez.
164 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
loria tan grande ,. se afligían al considerar su inacción y parecia confiaban aun en los socorros del occi
dente. Entonces fué cuando llegó una Hola veneciana á las costas de Siria.
Los venecianos, que después de muchos siglos se enriquecían con el comercio de oriente , temian rom
per sus provechosas relaciones con las potencias musulmanas del Asia, habian tomado muy poca parle en
la primera cruzada y en ¡os acontecimientos que la siguieron. Ellos esperaban el éxito de esta grande
empresa para tomar un partido y asociarse sin peligro á las victorias de los cristianos ; pero al fin,
celosos de las ventajas que habian obtenido los genoveses y los písanos en Siria, quisieron al mismo
tiempo parle en los despojos de los musulmanes, y prepararon una formidable espedicion contra los in
fieles. Al atravesar su flota el Mediterráneo, encontró la de los genoveses que regresaba de oriente : el fu
ror de la rivalidad encendió de repente la guerra , y los navios genoveses, cargados de riquezas del Asia,
fueron atacados y puestos en desorden. Después de haber enrojecido el mar con sangre cristiana, los ve
necianos prosiguieron su derrotero hácia las costas de la Palestina, en donde encontraron la flota de los
sarracenos, salida de los puertos de Egipto, y al momento se trabó un sangriento combale en el cual todos
los buques egipcios fueron derrolados y cubrían las ondas con sus destrozos. El dux de Venecia, que man
daba la escuadra veneciana, entró en el puerto de Toleniaida, y fué conducido en triunfo á Jerusalen.
Celebrando las últimas victorias obtenidas sobre los infieles, se ocuparon también de sacar todo el partido
posible para emprender una espedicion importante. En un consejo que celebró en presencia del regente
fiel reino y del dux de Venecia, se propuso ir á sitiar la ciudad de Tiro ó la de Ascalon. Como los votos
estaban divididos , se convino en interrogar á Dios, y seguir su voluntad. Dos cédulas de pergamino,
sobre las que se habia escrito ios nombres de Ascalon y de Tiro, fueron depositadas sobre el altar del Santo
Sepulcro. En medio de una muchedumbre de espectadores, un jóven huérfano se aproximó al altar, tomó
una de las cédulas, y recayó la suerte sobre la ciudad de Tiro.
Los venecianos, que no olvidaban seguramente los intereses de su comercio y de su nación , pidieron an
tes de que empezase el sitio de Tiro, que se les concediese una iglesia, una calle, un horno y un tribunal
particular en todas las ciudades de la Palestina. Todavía pidieron oíros privilegios y la posesión de una ter
cera parte de la ciudad conquistada. La loma de Tiro parecia tan importante, que el regente, el canciller
del reino y los grandes vasallos de la corona aceptaron sin repugnancia las condiciones de los venecianos,
por medio de un acta que la historia ha conservado -{4).
Después de haberse repartido, por un tratado, la ciudad que iba á conquistarse, se hicieron los preparati
vos para el sitio. El ejército cristiano partió de Jerusalen, y la flota veneciana del puerto de Tolemaida, al
empezar la primavera. El historiador del reino de Jerusalen que fué durante mucho tiempo arzobispo
de Tiro, se detiene aquí para describir las antiguas maravillas de su metrópoli. En su narración religiosa
y profana á la vez, invoca sucesivamente el testimonio de Isaías y de Virgilio ; y después de haber
hablado del rey Hiram y de la tumba de Orígenes, no se desdeña de celebrar la memoria de Cadmo y
la patria de Dido. El buen arzobispo alaba sobre todo la industria y el comercio de Tiro , lo fértil de su
territorio, sus tintes tan célebres en la antigüedad, su arena que se cambiaba en vasos trasparentes, y
sus cañas de azúcar, cuya miel en aquellos tiempos era buscada por todas las naciones. La ciudad de Tiro,
en tiempo del rey Balduino, recordaba apenas la idea de esta suntuosa ciudad, cuyos ricos comercianles,
según refiere Isías, eran príncipes ; pero aun se la consideraba como la mas poblada y mas mercantil
ciudad de la Siria. Ella estaba edificada sobre una costa deliciosa que las montañas la resguardaban de los
vientos dol norte ; y tenia dos grandes muelles, que como dos brazos se adelantaban para cerrar un puer
to en el que la tempeslad no tenia poder alguno. La ciudad de Tiro, que habia sostenido muchos sitios fa
mosos', estaba defendida , por un lado por el mar y por las escarpadas rocas , y por el otro por una triple
muralla defendida á mas por elevadas torres.
El dux de Venecia, con su flota, pendró hasta el puerto y cerró toda salida por la parte del mar. El pa
triarca de Jerusalen, y el regente del reino, Poncio, conde de Trípoli, mandaban el ejército de tierra. En los
primeros dias del sitio , los cristianos y los musulmanes combatieron con el mismo valor, pero con iguales
resultados. La desunión de los infieles vino bien pronto á secundar los esfuerzos de los francos. El califa de
Egipto habia cedido la mitad de la plaza al sultán de Damasco, para empeñarle á defenderla contra los cris—
(I) Véanse las Piezas justificativas.
LIBRO QUINTO— 1099-11 16. 163
tianos. Los turcos y los egipcios ostaban divididos entre si y no querian combatir juntos ; y los francos apro
vechándose de esta desunion, cada dia obtenian grandes ventajas. Despues de algunos meses de ataques
continues, las murallas cayeron á los tiros de las máquinas de guerra de los cristianos ; los viveres empeza-
l>¡in á faltar en la plaza ; y los infieles estaban á punto de capitular , cuando la discordia vino á su vez á
desunir á los cristianos, lo que hizo que se estuviese á pique de malograr tantos prodigios de valor y los
trabajos de un largo sitio (1).
El ejército de tierra se quejaba en alta voz de sobrellevar él solo los combates y las fatigas ; y los caba
lleros y sus soldados amenazaban quedarse inmóviles sobre sus tiendas, lo mismo que los venecianos sobre
sus navios. Para prevenir el efecto de sus quejas, el dux de Venecia vino al campamento de los cristianos
con sus marinos armados con sus remos, declarando que estaba pronto á asaltar la plaza. Desde entonces
una generosa emulacion inflamó el celo y el valor de los soldados del ejército y de la Ilota. Los musulmanes
salidos de Damasco para socorrer á los sitiados avanzaron hasta las inmediaciones de Tiro. Un ejército egipcio,
salido al mismo tiempo deAscnlon, devastó al pais de Na piusa y amenazó á Jerusalen. Todas estas tentativas
no pudieron menguar el ardor de los cristianos ni retardar los progresos del sitio. Luego que se supo que
Halac, el mas temible de los sultanes turcos, habia perecido delante las murallas de Maubeg, Joselin, que le
mató con su propia mano, hizo que se comunicase la noticia á todas las ciudades cristianas. La cabeza del
feroz enemigo de los francos fué llevada en triunfo delante de las murallas de Tiro, en donde este espectáculo
redobló el belicoso entusiasmo de los sitiadores.
(1125) Los musulmanes sin esperanzas de socorros, fueron obligados á rendirse despues de un sitio de
cinco meses y medio. Las banderas del rev de Jerusalen v del dux de Venecia ondearon juntamente sobre
las murallas de Tiro: los cristianos entraron triunfalmente en la ciudad, mientras que los habitantes, despues
de la capitulacion, salian de ella con sus mujeres y sus niños.
El dia en que se recibió en Jerusalen la noticia de la conquista de Tiro, fué una fiesta general en todo e\
pueblo dela santa ciudad. Al ruido de las campanas, se cantó el Te Deum en accion de gracias ; las banderas
fueron enarboladas sobre las torresy sobrelas murallas de la ciudad, ramos de olivo y ramilletes de flores es
taban esparcidos por las calles y por las plazas públicas ; ricas colgaduras adornaban las fachadas de las casas
y las puertas de las iglesias. Los ancianos recordaban por medio de sus discursos el esplendor del reino de Judá,
y las jóvenes virgenes repetian en coro los salmos, en los que los profetas habian celebrado la ciudad de Tiro.
Mientras que los cristianos añadian asi una opulenta ciudad al reino de Jerusalen . Balduino de Bourg con
tinuaba prisionero en la ciudad de Charan , ardiendo en deseos de tomar parte en los trabajos de sus guer
reros y de dulcificar con alguna gloria el recuerdo de sus desgracias. Sus enemigos debieron convencerse
que el cautiverio de un principe franco no detenia los progresos de las armas cristianas. El ilustre cautivose
aprovechó de la confusion y del espiritu de discordia que las últimas victorias de los cristianos habian espar
cido entre los musulmanes de Siria, para tratar de su rescate y recobrar su libertad. Apenas salió de la pri
sion, reunió algunos guerreros y marchó contra la ciudad de Alepo. El jefe de los árabes, Dobais, y algunos
emires de la comarca se reunieron al ejército cristiano; bien pronto los cristianos se encontraron reducidos
al último estremo, y la ciudad estaba á punto de rendirse cuando el sultan de Mosul acudió á la cabeza de
un ejército. Balduino de Bourg tuvo que abandonar el sitio (2) y regresar finalmente á su capital, en donde
todos los caballeros cristianos ciaban gracias á Dios por la libertad de su rey, y se apresuraron á alistarse
bajo de sus banderas. Estos encontraron bien pronto ocasion de demostrar su valor á las órdenes de un jefe,
que parecian haber olvidado , y cuya autoridad reconocieron con alegria cuando les prometió conducirles á
nuevas batallas. Los turcos que habian pasado el Eufrates para socorrer á Alepo , devastaban entonces el
principado de Antioquia. Balduino, impaciente por cumplir su promesa, se pone á la cabeza de sus intrépidos
guerreros, ataca victoriosamente á los infieles, se enriquece con sus despojos, y les obliga á abandonar la
tierra de los infieles. Apenas acababa de entrar triunfante en Jerusalen , da de nuevo la señal de la
guerra, y hace huir al ejército de Damasco, cerca del lugar en donde Saúl habia oido estas palabras : Saúl,
Saúl ¿por qué me persigues? Los guerreros cristianos en estas rápidas campañas, habian hecho un botin in-

(1) Véase A Ihn-fiiouzi, t. IV, Biblioteca deles Cruzadas.— 2¡ Los autores arabes han acusado 6 Balduino de haber faltado A
íusempeüos. Kemel-cddin, Biblioteca de las Cruzadas, t. IV.)
^ 66 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
menso, y los tesoros del enemigo sirvieron para recuperar los rehenes que el rey de Jerusalen habia dejado
en las manos de los turcos. De este modo los francos repararon sus reveses, esto es, á fuerza de valor, cum
pliendo sus promesas con las victorias.
(\ 1 28) Los estados cristianos tenian entonces por enemigos á las califas de Bagdad y del Cairo á los sul
tanes de Damasco, de Mosul. de Alepo, y á los descendientes de Ortoc, dueños de muchas plazas en la Me-
sopotamia. Los egipcios estaban muy debilitados á causa desus muchas derrotas, pues de sus antiguas con
quistas sobre las cosias de la Siria, ya no conservaban mas que la ciudad de Ascalon; pero la guarnicion
de esta plaza formada de muchos ejércitos vencidos, amenazaba aun el territorio de los cristianos. Aun
cuando los egipcios hubiesen perdido la ciudad de Tiro, de Tripoli y de Tolemaida, eran aun dueños del mar,
y sus flotas dominaban sin obstáculo en los puertos de la Siria , cuando los pueblos maritimos de Euro
pa, no venian al socorro de los francos establecidos en Palestina.
Los turcos, acostumbrados á la vida militar y' pastoril, no disputaban ni á los egipcios ni á los francos el
imperio del mar; pero ellos se hacian temer por sus continuas escursiones en las provincias cristianas. Dóci
les y pacientes, ellos sobrellevaban mejor que sus enemigos el hambre, la sed y la fatiga; el conocimiento
del terreno, la habitud del clima y las confidencias que tenian con los naturales del pais, les daba una ven
taja inmensa sobre los cristianos en sus guerreras escursiones. Los enemigos daban pruebas tambien de
mas habilidad en el manejo del arco, y su caballeria maniobraba mejor que la delos francos, conservando
mucha disciplina. Su táctica consistia en cansar al enemigo, en tenderle lazos ó emboscadas y en atraerle á
un terreno desventajoso en donde pudiera triunfar sin combatir. La discordia que dividia sin cesar á los prin
cipes musulmanes de la Siria, les impedia seguir por largo tiempo el mismo plan de defensa ó do ataque, y
cuando una pasajera tranquilidad sucedia á sus guerras civiles, ya escitadas por el deseo del pillage, ya por
las súplicas y consejos del califa de Bagdad, se dirigian con impetuesidad hácia el territorio de Antioquia, de
Edeso, de Tripoli ó sobre el reino de Jerusalen. Si los musulmanes esperimentaban una derrota, se retiraban
con la esperanza de hallar una ocasion masfavorable; si vencian, devastaban las ciudades y las campiñas, y
regresaban á su pais, cargados con los despojos del enemigo y cantando estas palabras: El Coran está en la
alegría, y el Evangelio en las lágrimas .
Una reunion de naciones, diferentes en costumbres, en carácter y origen, se repartian los restos del im
perio de Seldjucides, armados los unos á menudo contra los otros, pero en el momento del peligro, siempre
dispuestos á reunirse contra los francos. Las tribus árabes que habian abandonado las ciudades á la domi
nacion de los turcos, andaban errantes por las provincias que habian en otro tiempo poseido, y combatian sin
cesar, no por la gloria ni por la patria, sino por el botin y por el islamismo. Otros pueblos tales como los cur
dos, atraidos por la esperanza del saqueo, atravesaban el Tigris y el Eufrates y venian á ponerse á sueldo de
los conquistadores, que asolaban la Siria. Criados en las montañas que lindan con la grande Armenia, con
servaban costumbres feroces y salvajes; muchos de estos guerreros sirvieron con brillo la causa de los mu
sulmanes, y de esta tribu de los curdos salió despues la dinastia de Saladino.
La mas formidable y temible de todas las naciones que tuvieron que combatir los cristianos, era la de los
turcomanos. Estas hordas errantes eran oriundas de las riberas del mar Caspio, y se asemejaban por sus
hábitos militares á los tártaros de donde procedian. Ellos habian penetrado en la Siria, antes de la primera
cruzada; y cuando el ejército de los francos atravesaba el Asia Menor, los turcomanos de la familia de Or
toc eran dueños de Jerusalen. Vencidos por los egipcios, se retiraron hácia la Mesopotamia, desde donde
amenazaban continuamente las provincias que los francos acababan de conquistar, sobre el Eufrates y el
Oronte. No eran menos temibles por su ferocidad que por su valor; nuestros antigues cronistas hablan con
horror de las barbaries que los turcomanos ejercian en los pueblos vencidos: la historia del reino de Jerusa
len, que les da el nombre de partaos, compara á esta nacion con la hidra de Lerna, y dice que cada año se
veian llegar de las orillas del Tigris y de las fronteras de la Persia tan gran número de bárbaros que hubiera
bastado para cubrir toda la tierra.
Los árabes beduinos que habitaban entonces la ribera derecha del Jordan y del mar Muerto, nos los re
presentan los cronistas contemporáneos á poca diferencialo mismo que lo hacen los modernos viajeros y tales
como nosotros los hemos visto. Ellos marchaban* cada tribu de por si, sin residencia fija, lijeramentearma-
dos y seguidos de sus rebaños. Estas tribus errantes fueron algunas veces enemigos temibles, y siempre
LIBRO QLINTü—1 099-1 1 4G. 167
vecinos peligrosos, para el naciente reino de Jerusalen. Pero el castillo de Monreal, construido por Balduino 1,
en la Siria Sobal, la fortaleza de Carac, construida despues en la Arabia Petrea, bastaron á contener á es
tas vagamundas poblaciones del desierto. Al abrigo de estas dos plazas fuertes, los francos pudieron imponer
tributos á los árabes beduinos, seencontraron dueños de la Meca y de Medina, y llevaron susescursiones hasta
al mar Rojo.
Entre los pueblos que estuvieron en relaciones con las colonias cristianas, la historia no puede olvidar á
los asesinos ó ismaelitas cuya secta era oriunda de las montañas de la Persia, poco tiempo antes de la
primera cruzada. Ellos se apoderaron de una parte del Libano y fundaron una colonia mas arriba de
Tripoli y de Tortosa. Esta colonia estaba gobernada porjin jefe que los francos llamaban el dejo 6 el
señor de la Montaña. Este jefe de los ismaelitas establecido en Massiat (1) no reinó mas que sobre veinte
castillos ó pequeñas ciudades. Contaba apenas sesenta mil súbditos, pero habia hecho del despotismo un
culto, y su autoridad no tenia limites: todo el que resistia á su voluntad merecia la muerte. El viejo de
la Montaña , segun la creencia de los ismaelitas, podia distribuir á sus servidores las delicias del parai
so: el que moria para obedecer á su jefe, subia al cielo en donde le esperaba el profeta de la Meca: y el
uve moria en su lecho, sufria grandes dolores en el otro mundo. Los ismaelitas estaban divididos en tres
clases, el pueblo, los soldados y los guardias. El pueblo vivia de la agricultura y del comercio; era dó
cil, laborioso, sobrio y sufrido. Nada podia igualarse á la astucia, á la fuerza y á la audacia de los guer
reros. Se celebraba su destreza en la defensa y sitio delas plazas. La mayor parte de los principes mu
sulmanes buscaban poder tenerles á sueldo. La clase mas distinguida era la de los guardias; nada se omi
tia para su instruccion. Desde su infancia se fortificaba su cuerpo por medio de violentos ejercicios: se les
hacia aprender varios idiomas, para que pudiesen ir á todos los paises á ejecutar las órdenes del que
tiene el mando superior; se empleaban toda suerte de ilusiones para impresionar su imaginacion; duran
te su sueño provocado con bebidas licorosas (2) se hallaban transportados á jardines deliciosos, y en pa
lacios llenos de figuras voluptuesas. En medio de estos encantamientos que estraviaban su razon, el
viejo de la Montaña podia á su beneplacito ordenarles que se arrojasen á las llamas, que se precipita
sen de lo alto, de una torre, ó de herirse mortalmente por medio de una espada ; á menudo los principes
encargaban al jefe de los ismaelitas el cuidado de ejecutar sus venganzas, pidiéndole la muerte de sus
rivales ó de sus enemigos: los reyes eran sus tributarios, y el temor que inspiraban las muertes cometi
das por sus órdenes, aumentaba sus tesoros. Asi que el viejo de la Montaña habia designado á un prin
cipe, á un monarca al puñal de sus discipulos, estos, disfrazados de mercaderes, de frailes ó de peregri
nos, se introducian cerca de su victima, la seguian como la sombra al cuerpo, esperaban la ocasion con
una paciencia inaudita, y cuando llegaba el momento oportuno, desgraciado del principe ó del hombre po
deroso cuya muerte se les habia confiado.
Los ismaelitas se mezclaron á menudo á las sangrientas revoluciones que habian derrocado del trono las
dinastias musulmanas del oriente. Ellos no amaban á los turcos, que miraban como los enemigos de su
secta. Ellos temian á los francos, y vinieron á ser tributarios de la orden del Temple. Mas de una vez las
violencias ordenadas por el viejo de la Montaña sirvieron para vengar la causa de los cristianos. Debe
tenerse presente que Mandud, sultan de Mosul, fué asesinado en Damasco por dos ismaelitas , al regresar
de una guerra cruel hecha á los francos en la Galilea; otro jefe musulman, Bursaki, que habia mandado
varios ejércitos sobre el territorio de Edeso y de Antioquia, cayó muerto por los sectarios del viejo de la
Montaña: esta muerte cometida en medio de una mezquita, llenó de terror á muchos paises del oriente;
pero los cristianos no supieron sacar partido de las circunstancias, y del seno deldesórden nació la temible

(1) Los ismaelitas no forman hoy diamas que una poblacion de cerca cien mil habitantes, y eslon diseminados en veinte
pequeñas ciudades , siendo Messiat 6 Massiat la capital. El año 1809 fue funesto para los ismaelitas: los de Ansaria saquearon
a Massiat, y degollaron a una parte de la poblacion. (Correspondencia de oriente, t. IV.) M. Rousseau, consul de Francia en Ar
gel, ba publicado algunos fragmentos de un libio arabe que trata de los dogmas y de la moral de los ismaelitas de Siria. Segun
este libro, los ismaelitas tendrian las mismas creencias que los de Ansaria. Mi compañero de viaje M. Poujoulat nos ba descri
to perfectamente las costumbres, el caracter y la religion del pueblo ansariano. Correspondencia de oriente.—{% L'na de sus be
bidas embriagadoras era el haschist , estraido del grano del cañamo, cuya bebida esta muy en uso en oriente y sobre todo en
Egipto, que hace las veces del opium para las clases pobres. De la palabra haschist ha venido la palabra de archisins o asesinos.
Véase sobre los asesinos, la interesante carta de M. Jourdain, al fin de esto obra
1 68 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
dinastia de los atabeks, ó qcbernadores del principe (4) cuyo imperio debia estenderse sobre una gran par
te del oriente.
La historia oriental, al hablar del acontecimiento de Zenqui, deplora la debilidad en que estaban las
potencias musulmanas, y observa con dolor que las estrellas del islamismo se habian eclipsado ante el victo
rioso estandarte de los francos. En efecto, las colonias cristianas aun cuando esperimentaron reveses, no ha
bian dejado, en medio de la confusion general, de hacer grandes progresos y de adquirir un poder respetable.
El condado de Edeso, situado sobre las dos riberas del Eufrates y sobre la otra parte del monte Tauro, con
taba muchas florecientes ciudades. Las orillas del mar, desde el golfo de Isso (hasta Laodicea, las comarcas
que se estendian desde la ciudad de Tarso en Cilicia hasta los puertos de Alepo, y desde el monte Tauro has
ta las inmediaciones de Emesa y las ruinas de Palmira , formaban el principado de Antioquia, la mas vasta
y mas rica provincia de los cristianos. El condado de Tripoli, defendido de un lado por el Libano, del otro
por el mar Fenicio, y colocado ó situado en el centro del imperio de los francos, comprendia muchas ciuda
des fortificadas y un gran número de poblaciones y fértiles campiñas. Hácia el norte tenia por limites el
castillo de Margath; y por el mediodia, el rio Adonis. Este rio, célebre en la antigüedad profana y en la anti
güedad sagrada, lindaba por el norte con el reino de Jerusalen, y por el otro lado estendia sus fronteras
hasta las puertas de Ascalon y hasta el desierto de la Arabia. El imperio de los francos tenia por enemigos
á todos los pueblos musulmanes del Egipto, de la Siria y de la Mesopotamia; y por lo mismo debia tener por
aliados y por ausiliares á todos los cristianos diseminados entonces por el oriente ; y este espiritu de fraterni
dad que unia á todos los hombres de las mismas creencias, contribuyó á la fuerza de una confederacion for
mada en nombre de Jesucristo. Debe tenerse presente cuántos socorros recibieron los cruzados al llegar al
Asia de las poblaciones cristianas que encontraban á su paso. En la época de que hablamos, se contaban
todavia un gran número de cristianos en el Asia Menor, en Alepo, en Damasco y en todas las ciudades de
Egipto; y aun cuando estuviesen violentamente oprimidos por los musulmanes, no es de creer fuesen siem
pre frios espectadores de esta gran lucha trabada entre el Coran y el Evangelio. La pequeña Armenia, de
fendida por sus montañas y por su guerrera poblacion, pasó á ser un reino cristiano. Fué algunas veces,
con respecto á los francos, una potencia ausiliar, y declaróse siempre contra el enemigo comun, el islamismo.
Otra potencia cristiana se habia formado en las vastas regiones de la Iberia ó de la Georgia. Guillermo de
Tiro celebra el valor y los servicios del pueblo georgiano, el que á mediados del siglo doce puso un freno al
poder de las naciones de la Persia y cerró el paso de las Puertas-Caspias á los bárbaros de la Tartaria (2).
Sean cuales fueren, sin embargo, los socorros que las colonias de los francos pudieran aguardar de los
pueblos cristianos del Asia, estos socorros eran insignificantes al ladode los que recibian del occidente. La Eu
ropa veia con orgullo á estas potencias cristianas de la Siria, que le habian costado tanta sangre, y que ya se
afligian de sus contratiempos, ya se alegrabanal contemplar sus progresos: la salvacion de la cristiandad pa
recia estar pendiente de su conservacion. Los mas esforzados cristianos estaban siempre dispuestos á sacrifi
carse por la herencia y la causa de Jesucristo.
La devocion de los peregrinos llevaba todos los dias al oriente una multitud de hombres impacientes por
trocar el báculo y el zurron por la guerrera espada. La piedad inspiraba su valor, y al lado de la tumi» de
Cristo, todo tomaba un carácter belicoso; hasta la caridad evangélica participaba del espiritu de la época. Deí
interior de un hospital consagrado al servicio delos pobres y de los religiosos viajeros, veianse salir héroes ar
mados contra los infieles. Admiraba igualmente la humanidad y el valor de los caballeros de San Juan (3) . Mien
tras que los unos se dedicaban á llenar las obligaciones de la hospitalidad, iban los otros á combatir á
los enemigos de la fé. A ejemplo de estos piadosos caballeros, algunos nobles se reunieron cerca del lu
gar en donde habia estado construido el templo de Salomon, y prestaron el juramento de proteger y de
defender á los peregrinos que se dirigiesen á Jerusalen. Su reunion ó asamblea fué el origen de la orden de

(t) Este Ululo, que recuerda las merinos de palacio, es compuesto de dos palabras griegas ala y freí-, esto es padre <W principe.
Hoy dia, el sultan de Constantinopla llama a su gran visir lata ó padre.—(2) Es verdad que los georgianos estuvieron 6 punto de
cambiarla faz de una parte del Asia. Ellos habian conquistado jala Armenia y rechazado a los musulmanes de la Persia Es*
tos fueron loskarismanes y los tartaros, conducidos por Gengis-kan, que no solamente volvieron este paisal yugo deMahoma.sino
que pendraron hasta el corazon de la Georgia. (Wanselas memorias históricas y geograficas sobrela Armenia, por M. Saint-Martin.
1. 1, pag. 378 y siguientes y el t. II. pag 79 y siguientes.)—;3, Wascal final doestaobrala esplicacion sobre las ordenesde caballeria.
\:,¡(-

i
' ,,
ir -i
f-
\$¡
:

13 -

.,

n-
!'.,
i.
!.
a
:-
I*
*
V

,
-

,-

r
,
1

/ •

'tlftlpif •ni'» nn bómbale d- v. <*

i« v tu». boniÍMWft. • Kn '«a.-'jtKitraw sttp ■

>m •.<wnb*lír oui »1 a>iHm ,. »K.-ii1;-3 * > i..;,

*>xtj» J<3 la Artbift. lúi jh'-oi--. >h . i


LIBRO QUINTO. —1 099-1 HG. 1G9
los templarios, que fué, desde sus principios , aprobada por un concilio , habiendo redactado sus estatuios
san Bernardo.
Estas dos órdenes estaban dirigidas por las mismas causas que habian dado origen á las cruzadas, esto es,
la reunion del espiritu militar y del espiritu religioso. Retirados del mundo, no tenian mas patria que Je
rusalen, ni otra familia que la de Jesucristo. Los bienes, los males , los peligros, todo era comun entre
ellos: una sola voluntad, un solo pensamiento dirigia todas sus acciones y sus deseos, y todos habitaban en un
piismo edificio, el que parecia habitado por un solo hombre. Vivian en la mayor austeridad , y como mas
severa era su disciplina, mas se atraian los corazones de los demás. Las armas formaban todo su ajuar; pues
los adornos preciosos no decoraban sus habitaciones, ni sus iglesias; pero por todas partes veianse lanzas, es
cudos y estandartes tomados á los enemigos. Cuando estaba próximo algun combate, dice san Bernardo, se
armaban interiormente con la fé, y esteriormente con la espada; no temiendo ni el número ni el furor de
los bárbaros, pues estaban sedientos de la victoria y se creian dichosos de morir por Jesucristo, creyendo que
toda victoria viene de Dios.
La religion habia santificado los peligros y las violencias de la guerra. Cada monasterio de la Palestina era
lo mismo que una fortaleza, en donde el estrépito de las ar(nas se mezclaba con el canto de la oracion. Los
humildes cenobitas buscaban la gloria de los combates: al ejemplo de los hospitalarios y de los templarios,
los canónigos instituidos por üodofredo, para orar al pié del Santo Sepulcro, se habian armado con el casco y
la coraza, y bajo el nombre de caballeros del Santo Sepulcro se distinguian entre los soldados de Jesucristo.
La gloria de estas órdenes militares se difundió bien pronto en todo el mundo cristiano. Su fama resonó has
ta en las islas y los lejanos pueblos del occidente. Todos cuantos tenian pecados que espiar, corrian á la san
ta ciudad para tomar parte en los trabajos de los guerreros de Jesucristo. Una multitud de hombres que ha
bian asolado á su propio pais, venian á defender el reino de Jerusalen, y á asociarse á los peligros de los mas
decididos defensores de la fé.
No habia una sola familia ilustre en Europa, que no contase un caballero en las órdenes militares de la Pa
lestina: los mismos principes se alistaban en esta santa milicia y abandonaban los distintivos de su dignidad,
para tomar la roja cota de armas de los hospitalarios, ó la blanca capa de los caballeros del Temple. En to
dos los testamentos habia un legado para los simples religiosos y para los soldados de Jesucristo, y muchas
veces estos fueron los herederos de los principes y de los monarcas.
Los caballeros de San Juan y del Temple merecieron durante largo tiempo los mas grandes elogios : di
chosos y mas dignos de las bendiciones de la posteridad hubieran sido, si en lo sucesivo no se hubieran dejado
corromper por la fortuna y por sus riquezas, y si no hubiesen conmovido á menudo al Estado del que su va
lor era el apoyo. Estas dos órdenes eran como una cruzada que se renovaba sin cesar y que sostenia la emu
lacion en los ejércitos cristianos.
Las costumbres militares de los francos que combatian entonces en la Palestina presentan un espectácu
lo digno de fijar la atencion del historiador y del filósofo, y pueden servir para esplicar los rápidos progre
sos y la inevitable decadencia del reino de Jerusalen. El sentimiento del honor que animaba á los guerre
ros y les impedia el huir ante un combate desigual, era el móvil mas activo de su valor y do su disci
plina (1). Abandonar á su compañero en el peligro y retirarse delante del enemigo, eran acciones infames á
los ojos de Dios y de los hombres. En los combates, sus cerradas filas, su elevada estatura, sus caballos do
batalla cubiertos de hierro como los ginetes, destruian y dispersaban á los numerosos batallones enemigos.
No obstante el peso de sus armas, nada igualaba á la rapidez con que se trasladaban á los puntos mas le
janos. Se les veia combatir casi al mismo tiempo en Egipto, sobro el Eufrates y sobre el Oronte. No se apar
taban de su acostumbrado lugar ó teatro de sus hazañas mas que para ir amenazar al principado de Damas
co ó á algunas ciudades de la Arabia. En medio de sus espediciones no conocian otra ley. que la de la victo-
ria, abandonaban ó se unian segun su antojo á las banderas que les conducian al enemigo, y solo pedian á
sus jefes el ejemplo del valor.

(1) Es preciso ver en los cronistas, que eran casi todos frailes y eclesiasticos, el profundo desprecio con que miraban a los que
huian en los combates: estos buenos cronistas no encuentran espresiones bastante fuertes para calificar ta falla de valor de un guer
rero cristiano. A lus ojos de Guillermo" de Tiro, es siempre una mancha el haber sido vencido, a menos que se muera en el campo
de batalla. En todos los juicios acerca de los soldados de Cristo, se encuentra algo del dicho del viejo Horacio.
(12 y 23) n
,

170 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.


Como su milicia se componia de guerreros de muchas naciones, la oposicion de caracteres y la diferencia
de costumbre» y de idioma, sostenia entre ellos una generosa emulacion, que á menudo hacia nacer la ri va
lidad y la discordia. Muchas veces la casualidad, una circunstancia' imprevista, decidian del éxito do una
empresa y de la suerte de una campaña. Cuando los caballeros cristianos se creian en estado de combatir
al enemigo, iban á buscarle sin procurar tomarse la pena de ocultar su marcha; la confianza en su va
lor, y en sus armas y sobre todo en la proteccion del ciclo, les hacia descuidar las estratagemas y ardidesde
la guerra y hasta las precauciones mas necesarias a la salvación de un ejército. La prudencia desus jefes
no les parecia á menudo sino una señal do timidez y de debilidad, y muchos de los principes pa
garon con la vida ó con su libertad la vanagloria de arrostrar los peligros sin utilidad para la causa de
los cristianos.
Los francos de la Palestina no conocian otros peligros ni otros enemigos que los que se presentaban delante
de ellos en el campo de batalla. Pero muchas empresas importantes, que solo la fortuna parecia dirigir,
debian asegurarla salvacion y la prosperidad de los ostados cristianos en Asia. La primera de estas empre
sas era la de rebajar el poder de los califas de Egipto; la segunda, conquistar y conservar las ciudades ma
ritimas de la Siria, á fin de recibir las flotas y los socorros de occidente; y la tercera la de defender las fron
teras, y oponer por todas partes una barrera á los turcos y á los sarracenos. Cada uno de estos grandes in
tereses, ó mas bien todos estos intereses reunidos, ocupaban sin cesar á los francos establecidos en Asia, sin
(¡no la mayor parte de estos sintiese los peligros y las ventajas de su posicion, y sin que empleasen para lo
grar su intento otro medio que sus solas espadas. Esta circunstancia hace admirar sus esfuerzos y su va
lor, que bastando á todo, parecia tener algo de prodigioso.
Acabamos de hacer conocer el estado de las colonias cristianas en la Siria; vamos á tomar otra vez el hilo
de los acontecimientos mas importantes de esta época. Entre los ilustres peregrinos que se dirigian entonces á
la Palestina y tomaban parte en los trabajos de los caballeros, la historia no debe olvidar á Foulques, conde
de Anjou, el que era hijo de Foulques, el Rechin, y de Beltrandade Monforte que despues fué la mujer de Fe
lipe I y por la que el rey de Francia habia provoca do á todos los rayos de la Iglesia. Foulques de Anjou no
podia consolarse de la muerte de su mujer Eremberga, hija de Elias, conde de Maine. Su tristeza ó malhu
mor le condujo á la Palestina, y sostuvo durante un año cien hombres armados, que él mismo mandaba
cuando se daba alguna batalla. Unia la piedad al valor, y mereció el apreció de los cristianos por su
celo en defender la causa dela religion. Balduino, que no tenia ningun hijo varon, le ofrecio la mano de su
hija Melisenda, y prometió hacerle reconocer por su sucesor. Foulques aceptó muy alegre esta proposicion,
y pasó á ser el yerno y el heredero del rey deJerusalen.
En el duedécimo año del reinado de Balduino deBourg, se resolvió el sitiar á Damasco. El reyde Jerusalen,
el principe de Antioquia, los condesde Edeso y de Tripoli y muchos nobles peregrinos llegados do Europa,
reunieron sus fuerzas para esta espedicion. Los cristianos se pusieron en marcha los primeros dias de di
ciembre : y estaban ya sobre el terreno de Damasco, habiendo empezado ya la guerra, cuando Dios, en cas
tigo de sus pecados les retiró su misericordia, y envió contra ellos el mas terrible huracán. De repente las
cataratas del cielo se abrieron, y todas las campiñas, inundadas, se convirtieron en un vasto mar. Los guer
reros de la cruz perdieron sus tiendas, sus bagajes y sus armas, temblaron por su vida, y no pensaron mas
que en regresar al punto de donde habian salido. Perseguidos por los elementos y huyendo delante de la tem
pestad, como de un enemigo victorioso, el ejercito regresó á orillas del Jordan, y dió gracias á Dios por no
haber perecido en este nueve diluvio. Tal fué el resultado ó el fin de una guerra, por la cual se habia lla
mado al occidente y que debia hacer á los cristianos dueños de la Siria (4).
(4 4 31) Belduino Hno sobrevivió mucho tiempo á esta desgraciada espedicion. Al regresar de Antio
quia, en donde habia restablecido el órden y la paz, cayó gravemente enfermo. Viendo que se acercaba su
fin se hizo trasladar á la habitacion del patriarca, cerca del Santo Sopulcro, y murió en los brazos de su
yerno Foulques, de su hija Melisenda y de su nieto Balduino, recomendándoles la gloria de los cristianos
de oriente.
Balduino estaba dotado de un espiritu recto, de una alma elevada y de una dulzura inalterable. La reli
gion presidia á todas sus acciones é inspiraba todos sus pensamientos, pero su devocion era mas bien la de
(1) Guillermo do Tiro.
L1BRU QUINTO— 10&9-1U7. 17 1
un cenobita, que la de un principe y de uu guerrero: en sus frecuentes oraciones, él se prosternaba sin co-
sar en el suelo, y segun la historia contemporánea, tenia hasta las manos y . las rodillas endurecidas. Reinó
diez y ocho años en Edoso y doce en Jerusalen; y fué hecho dos veces prisionero y pasó siete años en el cau
tiverio, en poder de los infieles. No tuvo ni los defectos ni Jas cualidades de su predecesor; su reino fué
ilustrado por conquistas y victorias en las que no tuvo parte alguna; pero no por eso dejó de acompañarle á
la tumba el sentimiento y el dolor de los cristianos, que so complacian en ver en él el último de los compa
ñeros de Godofredo.
Los disgustos que acibararon su vida y los cuidados que exigia el principado de Antioquia no le impidieron-
fijar su atencion en la administracion interior del reino. Desde el principio de su reinado, suprimió en la ca
pital todo derecho de importacion á los géneros, y una segunda carta real concedió á los sirios, a los griegos,
á los armenios y hasta á los mismos sarracenos, la libertad de traer á la sania ciudad, sin pagar tributo al
guno ni derecho de entrada, trigo, cebada y toda especie de frutos y de legumbres: la tarifa sobre los pesos y
medidas fué abolida en los mercados de Jerusalen. Estas franquicias hicieron quese bendijese el nombre de
Balduino, y doblaren pocos años la poblacion de la santa ciudad.
Se pregunta ¿cómo se volvieron á poblar las demás ciudades del reino? Es probable que un gran número
de peregrinos se estableceria en las ciudades que habian ayudado á conquistar. El comercio y la industria
debieron tambien contribuir á que viniesen muchas familias de las costas de Italia y de todas las regio
nes del oriente y del occidente. Los historiadores nos dicen, que habiendo falta de mujeres en las colonias
fundadas por los soldados de la cruz, se hicieron venir del reino deNápoles, y se daba el nombre de pullone~-
ses (1) á los hijos que nacian de mujeres de la PuHa ó de la Siria. Esta mezcla de todas las naciones y de
todas las sedas debia conducir rápidamento á la corrupcion de costumbres, y como esta nueva poblacion no
contribuyó casi á la defensa del pais, debió corromper tambien el principio de asociacion militar ó del go
bierno establecido por los francos.
Durante los primeros años del reinado de Balduino una multitud de ratones que no respetaban á los gana
dos (2), nubes de langostas, sequias y temblores de tierra, asolaron al reino de Jerusalen. Todos estos azo
tes fueron mirados como un aviso del cielo, haciendo que se reformasen las costumbres. El rey Balduino y
el patriarca convocaron una asamblea en Naplusa. Los grandes del reino, los notables del clero y del pue
blo votaron las mas severas penas contra los cesesos del libertinaje y contra otros vergonzosos desórdenes,
que las antiguas leyes no habian previsto. Esta nueva legislacion, que fué depositada en las iglesias, señaló
las causas de la corrupcion, pero no la contuvo.
Balduino de Bourg abrió en persona el sinodo de Naplusa, acusándose de haber injustamente retenido las
decenias ó diezmos, que él debia al patriarca, por lo tocante á los reales dominios (-i). Se ve pues que sub-
sistia aun alguna causa de discordia entre los patriarcas y los reyes de la santa ciudad, sin embargo la paz
no se habia turbado. Uno solo de los defensores do Daimberto , renovó abiertamente ciertas pretensiones
que la misma corte de Roma habia condenado; este fué el patriarca Estéban. Esteban, nacido en el pais de
Chartres, de una ilustre familia, habia sido vizconde de Chartres, y renunciando á la carrera de lasarmas,
tomó el hábito religioso, y llegó á ser abato del monasterio de San Juan del Valle. Habia ido á Jerusalen
para orar, y se habia hecho notable por su devocion. El patriarca Gormoud murió al mismo tiempo, y como
tuvo que juntarse el pueblo para nombrar á otro pastor de la santa ciudad, todos los votos resultaron á fa
vor del abad de San Juan del Valle. Apenas estuvo consagrado, suscitó dificultades inesporadas, y re
clamó la posesion de Jerusalen y de Joppe; de aqui resultó una grave enemistad entre el patriarca y el rey,
pero cuando los debates iban á tomar un giro muy serio, la prematura muerte del primero puso fin á la con
tienda. Se acusó al rey do Jerusalen de haber hecho envenenar al patriarca; Guillermo de Tiro no rechazó
de modo alguno esta acusacion , de lo que no podemos menos de sorprendernos , al acordarnos de los elogios
que él ha prodigado á las religiosas virtudes de Balduino. El gran defecto del buen arzobispo, cuando nos ha
bla de las disputas entre el sacerdocio y el trono, es el de alabar escesivamente á los patriarcas y de alabar
tambien á los principes, de tal manera, que parece que los unos tienen siempre razon , y se pregunta uno

(i) Jaime de Vitri Biblioteca de las Cruzadas).—(2) Los ratones subian sobre la espalda de los bueyes , y se agarraban al vacfo,
a fin de devorartes.—(3] Guillermo de Tiro. Ycanso los estatutos del concilio de Naplusa.
172 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
mismo ¿ cómo los demás han podido faltar mereciendo sus alabanzas? En medio de estos elogios prodigados
sin lasa'ádos opuestos partidos , es' dificil conocer la verdad y saber de qué parte está la justicia.
Foulques, conde deAnjou, fué coronado rey de Jerusalen, despues de la muerte de Balduino. Cuando subió
al trono, la discordia reinaba en los estados cristianos amenazando próximamente la ruina del principado de
Antioquia. El hijo de Boemundo, principe jóven lleno de valor , habia venido do Italia para recoger la
horenciadesu padre; y fué atacado por Joselin , conde de Edeso, que no temió aliarse con los mu
sulmanes para invadir y talar las tierras de un principe cristiano, y obligado despues á rechazar todos los
dias las agresiones de los turcomanos, pereció con las armas en la mano en la Cilicia. Su muerte pu
so al principado de Antioquia en el mas grande desórden : y no dejó mas que á una hija, la que ya por
su poca edad y por la debilidad de su sexo no pudo tomar las riendas del gobierno. Su viuda Alisa, hija
de Balduino II, atormentada, dice Guillermo de Tiro, por el espíritu del demonio y queriendo á la fuerza ha
cerse la señora del pais para satisfacer su ambicion de reinar, se atrevió á solicitar el socorro de Zenqui,
al que envió un palafrén tan blanco como la nieve, herrado de plata, con un bocado del mismo metal, y cu
bierto con una mantilla blanca, símbolo del candor de sus promesas.
Balduino, con su firmeza, habia reprimido y castigado las perfidias de Alisa, en la que el espiritu de
dominacion ahogaba á la vez el cariño maternal, la piedad filial, el amor de su Dios y el amor á su patria.
Pero á la muerte de su padre, esta princesa , que era soberbia y reservada sobre todas las demás mujeres, se
habia apresurado á reprender sus proyectos ambiciosos. Foulques se vió obligado por dos veces á aban
donar su reino, ya fuese por restablecer el orden turbado por las pretensiones de Alisa, ya fuese para
repeler las invasiones de los turcomanos, siempre dispuestos á aprovecharse de las discordias suscitadas en
tre los cristianos. Estaban los ánimos tan conmovidos, que Porcio, conde de Tripoli, afiliado en el partido de
la hija de Balduino, se atrevió á trabar un combate con el rey de Jerusalen cerca de Bugia: una sangrienta
derrota castigó la felonia del conde, y Antioquia vió renacer la paz dentro de sus muros. En el segundo
viaje que hizo Foulques á la ribera del Orontc fué mas feliz, porque no tuvo que combatir á cristia
nos, y la victoria que alcanzó sobre los turcos, que habian acudido en tropel de la Persia y del pais de
Mosul, aumentó de tal manera su consideracion y su crédito, que todos los partidos que dividian aun la
ciudad do Antioquia se unieron á su voz, y no quisieron ser dirigidos sino por sus consejos. Él se apro
vechó hábilmente de esta disposicion de los ánimos , y para concluir su obra resolvió dar á la hija de
Boemundo un esposo que pudiese defender sus derechos y merecer la confianza de los guerreros cris
tianos.
La Siria no ofrecia al rey de Jerusalen ningun principe, ningun caballero que fuese digno de su eleccion.
m Fijó los ojos en los principes del occidente, y escogió á Raimundo de Poitiers, para gobernar á Antioquia, co
mo Balduino II le habia elegido á él para gobernar á Jerusalen. De este modo la Europa , que habia propor
cionado defensores á los estados cristianos de oriente, les proveia tambien de principes y de reyes. Raimun
do de Poitiers, para burlar toda la vigilancia del enemigo, se vió en la necesidad de llegar al oriente, bajo el
traje de un peregrino. La vispera de su entrada on Antioquia, Alisa estaba creida que Raimundo venia al
Asia para casarse con ella; asi se habia opuesto astucia á astucia, y el patriarca pareció prestarse á esta su
percheria para evitar el desórden y el escándalo. El matrimonio de \¡/l hija de Boemundo fué celebrado con
gran solemnidad en la iglesia de San Pedro, y la ambiciosa Alisa fuéá ocultar su vergüenza y su despecho
en Laodicea, la que habia recibido en infantazgo ó heredamiento.
(1132) Foulques de Anjou, despues de haber restablecido la paz en Antioquia, habia encontrado al re
gresar á sus estados y á su propia casa sumidos en la discordia. Gualtero, conde de Cesarea y yerno de Hugo,
conde de Joppe, acusó á su suegro del crimen de felonia para con el rey. Este conde Hugo se habia atraido
el encono do Foulques de Anjou y de los señores del reino, los unosdecian por su orgullo y por su espiritu
de desobediencia, y los otros por sus culpables manejos con la reina Melisenda. Despues que los barones hu
bieron oido á Gualtero de Cesarea, propusieron, segun la costumbredel reino, un combate en campo cerra
do, entre el acusado y el acusador, y como el conde de Joppe no se presentó al lugar designado, fué declarado
culpable.
Hugo descendia del famoso señor de Puyset, que levantó el estandarte de la rebelion contra el rey de
LIBRO QUINTO.— 1099-1146. 173
Francia, y que vencido por Luisel Grande (1), despojado do sus posesiones y desterrado de su patria , se ha-
hia refugiado en la Palestina, en donde sus hazañas le habian hecho obtener el condado de Joppe, que trans
mitió á su hijo. Hugo tenia el carácter fogoso y arrebatado de su padre, y como este, no sabia ni perdonar
una injuria, ni suportar un acto de autoridad. Al saber que ha sido condenado sin ser oido, no puede conte
ner su cólera y corre hácia Ascalon á implorar el socorro de los infieles contra los cristianos. Los musulma
nes, aprovechando la division que reinaba entre los enemigos, entraron al momento en campaña y asolaron
todo el pais hasta la ciudad de Arsur. Hugo, despues de haber celebrado una criminal alianza con los sarra
cenos, vino á encerrarse en Joppe, en donde fué sitiado muy luego por el rey de Jerusalen.
La sed de venganza animaba á los dos partidos: Foulques de Anjou habia jurado castigar la felonia de su
vasallo: Hugo estaba resuelto á sepultarse debajo de las murallas de Joppe. Antes que empezase el ataque
el patriarca de Jerusalen interpuso su mediacion y recordó á los guerreros cristianos los preceptos de la ca
ridad evangélica. Hugo rechazó la paz con indignacion; pero abandonado de los suyos, prestó oido á los pa
cificos discursos del patriarca, y consintió en deponer las armas. El rey de Jerusalen despidió á su ejército, y
el conde de Joppe se comprometió á abandonar el reino al que no debia regresar hasta finidos los tres años
de destierro. Esperaba en Jerusalen el momento favorable para su partida, cuando una imprevista circuns
tancia estuvo á punto de renovar las amortiguadas cuestiones. Un soldado breton, cuyo nombre calla la his
toria, atacó al conde, jugando á los dados, delante una tienda de mercader, y ledió muchas estocadas que le
hicieron raer sin vida en la plaza.
A la vista de esta trágica escena, todo el mundo acude, se informa é interroga; toda la ciudad está alarma
da y deplora la suerte del conde de Joppe, nadie se acuerda de su rebelion, y en todas partes se oyen que
jas contra el rey, á quien se acusa de haber dirigido él mismo el puñal homicida. Sin embargo, el rey ha
ce prender al matador, el que es juzgado segun todo el rigor delas leyes. La sentencia decia, qüe los miem
bros del culpable serian hechos pedazos; Foulques confirmó la sentencia, añadiendo solamente que al asesino
no se le cortaria la lengua, á fin de que pudiese nombrar á sus cómplices. Este desgraciado espiró decla
rando que ninguna orden se le habia dado, pero que él creia haber servido á su religion y á su rey. Asi que
dó cada uno dueño de hacer conjeturas, segun la pasion que le animaba ó el partido que habia abrazado. El
conde de Joppe no tardó en curarse de sus heridas, y al cabo de algunos meses dejó la Palestina y se fué á
Sicilia, en donde murió antes del término señalado para su destierro.
La reina Melisenda se resintió profundamente de todo cuanto habia pasado, demostrando con esto que
noeraestraña al origen de estas fatales discordias. Desde el dia en que el conde salió del reino, dice
Guillermo de Tiro, todos los que habian declarado contra de él, en presencia del rey , y habian procurado
enemistarle y hacerle mal parecer ante el trono, incurrieron en la indignacion de la reina, en términos, que
no estaban nada seguras sus personas, y hasta el rey no tenia gran seguridad entre Ies favoritos y los parientes
de la rema. Despues se fué apaciguando el encono de Melisenda, la que no sobrevivió al conde de Joppe. El
mismo Foulques, ya fuese que el tiempo hubiese disminuido su resentimiento, ya que lo pareciese prudente
el borrar los últimos recuerdos de un asunto desgraciado, se arrepintió de haber comprometido el honor de
la reina, y nada omitió para hacerla olvidar los escesos de sus celos y los rigores de su autoridad.
(1138) Sin embargo, las diferentes revoluciones que habian agitado al principadode Antioquia desper
taron las pretensiones de los emperadores de Constantinopla . Juan Comneno, hijo y sucesor de Alejo, reunió
un ejército y se adelantó al Asia Menor y á la Cicilia, combatiendo sucesivamente á los turcos, á los armenios
y á los francos. Los griegos victoriosos vinieron al fin á acampar debajo de las murallas de Antioquia (2), y
su presencia difundió el espanto en todas las ciudades cristianas de la Siria . La situacion de los francos se iba
luciendo tanto mas critica, cuanto que Raimundo, conde de Tripoli, cuyo padre habia sido sorprendido en
una emboscada y muerto por los musulmanes de Damasco, se encontraba entonces siendo el blanco de todas
las fuerzas del sultan de Mosul ydeAlepo; el rey de Jerusalen, cuyo favor el principe de Antioquia im
ploraba contra la invasion de los griegos, habia salido de su capital para volar á la defensa de la Fenicia,

(l) El castillo de Puyset, cerca do Orleans, fue sitiado tres veces por todas las fuerzas de Luis el Grande; este castillo fue al fin
tomado y demolido. Velly y todos los historiadores franco?es pretenden que el ?cñor de Puyset murio en el reino de Ñapoles, por
que han descuidado el leer ü Guillermo de Tiro.— (2; Véase el resumen del histoiiador griego Cinnam, en la Biblioteca de las Cru
zadas.
Mí I11ST01UA DE LAS CRUZADAS-
y él mismo, sitiado en el castillo de Monferran ó de Barin, estaba á pique de caer cq manos de Zenqui, y
cifraba toda su esperanza en el pronto socorro de los otros principes cristianos. Los francos, rodeados de
peligros, no debieron su salvacion mas que á la moderacion del poderoso monarca cuyas miras temian:
Juan Comneno, afectado por sus desgracias, suspendió la guerra que habia declarado, y contentándose del
homenaje del principe de Antioquia , reunió sus tropas con las de los latinos, para defender las colonias
cristianas, y combatir a las potencias musulmanas de la Siria. Resolvióse luego sitiar la ciudad de Schai-
zar, ó Cesarea, construida al suddel oriente, y marchar en seguida contra Alepo. Esta guerra santa, cu
ya primera señal hizo entrará los fieles en su territorio, no hubiera dejado de tener buen éxito si
hubiese sido conducida con perseverancia, pero la discordia no tardó en estallar en el campo de los nuevos
aliados. El conde de Edeso y el principe de Antioquia, que habian seguido al ejército al sitio do Schaizar,
pasaban el tiempo en medio de los placeres y de las fiestas en lugar de secundar los esfuerzos de los griegos.
Estos eran los únicos dedicados á los trabajos del sitio, y suspendieron de repente sus ataques, porque el
emperador, ya fuese que quisiese castigar la inaccion de sus ausiliares, ya que desesperase de la victoria,
concluyó una tregua con un enemigo que habia temblado Ix su aproximacion. Despues de haber pasado
nlgunosdias en Antioquia , le fué preciso abandonar la ciudad en medio de una sedicion escitada contra
él, y regresó á sus estados, abandonando á sus propias fuerzas á los aliados, que abrigaban continua
mente injustas prevenciones, mostrando desde luego muy poco celo por una guerra de la que debian sa
car tanta utilidad. Pasado algun tiempo, volvió otra vez á la Siria con un nuevo ejército, y aun cuando
su moderacion fué una garantia de su buena fé y que los francos le hubiesen ellos mismos llamado,
despertó debajo de hs muros de Antioquia la antigua desconfianza, é hizo olvidar repentinamente el po
der cada dia mas amenazador do los turcos. Creyó disipar todas las inquietudes de los latinos , anuncián
doles el proyecto de ir peregrinando al Santo Sepulcro del Salvador ; pero este mismo proyecto no hizo
mas que aumentar la alarma, y Foulques se apresuró á enviarlo embajadores, para advertirle que an
tes de entrar en la ciudad de los peregrinos debia desprenderse de todo el fausto del poder imperial. El
emperador, sin irritarse de esta especie do repulsa, volvió á pasar el monte Tauro, y cuando murió heri
do de una flecha envenenada, los francos se creyeron libres de untemiblo enemigo (4). Entonces pudo re
procharse á los francos lo que ellos acostumbraban decir de los griegos, de no conocer á sus verdaderos alia
dos y de alejar con injuriosas prevenciones á aquellos cuyo socorro invocaban. Durante las circunstan
cias de que hablamos, la reunion de los griegos y de los latinos hubiera podido librar al Asia Menor y la
Siria de la presencia y de la dominacion de los turcos. Bajo este punto de vista, es preciso deplorar oste es
piritu de discordia y de rivalidad que tanto favoreció á los progresos de los musulmanes, y causó mas larde
la ruina del imperio griego y la de todas las colonias cristianas del oriente.
Fenqui, principe de Mosul y de Moriden á quien Guillermo de Tiro compara con el gusano de tierra que
está siempre en movimiento, habia entonces anunciado el proyecto de apoderarse de Damasco. El princi
pe musulman que mandaba en esta ciudad no vaciló en solicitar el socorro de los cristianos. Estos te-
nian un gran interés en no dejar establecer y arraigarse á su alrededor a un enemigo tan temible. El ejér
cito se puso pronto sobre las armas , y cuando hubo atravesado el Libano, Zenqui, que se habia aproxi
mado á Damasco , abandonó su propósito. El sultan de esta ciudad habia prometido, por las condiciones
del tratado hecho con el rey de Jerusalen , que le ayudaria á reconquistar á Pancas, arrebatada de los cris
tianos algunos años antes y entregada recientemente á Zenqui. El principe musulman no olvidó cierta
mente sus promesas, y sus tropas se reunieron á las de los francos debajo de las murallas de la ciudad,
cuyo sitio se habia ya "empezado. Pancas ó Bolinas está situada Ix una milla del nacimiento del Jordan,
al pié del anti-Libano. En tiempo de Josué se llamaba Dan : bajo la dominacion romana tomó el nom
bre de Cesarea de Filipo, y en la época de las cruzadas pasó á ser una plaza fuerte , tomada sucesivamen
te por los musulmanes y por los cristianos. Cien casas sobre el terreno, construidas con los restos de los
edificios antigues , ruinas informes, un vestigio do murallas , torres y fosos do un castillo feudal , y un
bosque á las inmediaciones, del que hablan los historiadores, hé aqui todo lo que hemos encontrado en
1830 de la ciudad de Pancas ó Bolinas (2). El sultan de Damasco, con sus tropas , tomó posicion al oriente

(T Corresponden(ia (ic oriente, t. VII —[i' Id.


LIBRO QUINTO.—\ 099-4 UG. 175
entre la ciudad y el bosque, sobre un terreno llamado Cohagar. El rey de Jerusalen, al que se reunieron
los principes de Antioquia y do Tripoli, acampó por la parte de occidente. En este memorable sitiolos
cristianos y Ios-turcos, sus aliados , rivalizaron en celo y en valor. Los asaltos se multiplicaron durante
muchas semanas. Desde lo alto de las torres movibles , construidas con vigas ó maderas traidas de Damas
co, los sitiadores enviaban á todas las horas del dia y de la noche la muerte y la destruccion dentro de la
plaza; estos formidables torres, colocadas a la parte de oriente, tenian tanta elevacion, que los sitiados
llenos de espanto y de horror , creian tener que combatir , segun espresion de Guillermo de Tiro , no con
hombres, sino con habitantes del cielo. Los musulmanes y los cristianos estaban perfectamente de acuerdo.
Paneas no pudo resistir á los esfuerzos de dos enemigos poderosos; el emir que defendia la ciudad propuso
é hizo aceptar una capitulacion. Los musulmanes regresaron á Damasco, satisfechos de haber arranca
do á Zenqui una de sus conquistas : y los cristianos do Jerusalen tomaron posesion de una ciudad que de
bia asegurarles las fronteras del lado del Libano.
Esta conquista fué el último acontecimiento del reinado de Foulques do Anjou. El rey de Jerusalen, al
atravesar la llanura de Tolemaida y persiguiendo á una liebre echada de su cama ó madriguera , cayó do
caballo y murió de sus resultas, no dejando por sucesores mas que dos hijos de corta edad. Guillermo de
Tiro, que alaba las virtudes de Foulques, observa con una sencillez digna de estos remotos tiempos, que
él tenia los cabellos rojos , y con todo no podia reprochársele ninguno do los defectos que vulgarmente
so atribuyen á este color. En los últimos años de su vida la memoria de esto principe era ya tan poca
que no reconocia á sus propios servidores, no teniendo tampoco fuerza ni actividad para ser jefe de un
reino rodeado de enemigos : por lo que se ocupaba mas bien en levantar fortalezas que en reunir ejér
citos , y en defender sus fronteras mejor que en hacer nuevas conquistas. Bajo su reinado, el espiritu
guerrero de los cristianos pareció debilitarse , reemplazándole el genio de la discordia , que trajo consigo
calamidades mas grandes que la guerra. Cuando Foulques de Anjou fué coronado rey do Jerusalen, los
estados cristianos estaban en el mas alto grado de prosperidad , y al finalizarse su reinado caminaban á la
decadencia.
La reina Melisenda tomó l;is riendas del gobierno como regenta del reino. El jóven Balduino recibió al
mismo tiempo la uncion real, y fué coronado rey en la iglesia del Santo Sepulcro, el dia de la natividad del
Salvador. Aun cuando el primogénito de Foulques no hubiese cumplido aun catorce años , su natural
elocuencia, la elegancia de sus maneras, y lo noble y generoso de su conducta, lo recomendaban ya al
amor de los pueblos. Estaba dotado de un espiritu vivo y penetrante , una memoria feliz ; y encontraba un
placer en oir contar las gloriosas acciones de los grandes reyes. Se dedicaba tambien al conocimiento
de las costumbres y del carácter de los pueblos que debia gobernar, y á menudo era consul lado por hom
bres do edad madura, sobre las leyes y costumbres del reino. Las crónicas contemporáneas nos dicen que
el jóven Balduino respetó siempre la religion y á sus ministros; pero al principio de su reinado, se veia
consentimiento que el amor hácia las mujeres y el juego de la taba le ocupaban mucho tiempo, y lo dis
traian mucho mas de lo que convenia á un rey y sobre todo á un rey de la ciudad santa. El arzobispo de
Tiro, que le habia conocido, dice en su historia, que avanzando en edad, reformó el rey todos sus defectos,
y conservó sus buenas cualidades.
La reina Melisenda, durante la minoria del jóven rey , gobernó con prudencia y justicia, y habria
merecido mejor tal vez los elogios que la historia le ha prodigado, si hubiese amado menos el poder supremo.
Cuando Balduino llegó á la edad de reinar, vaciló bastante en tomar las riendas del estado: lo que ocasionó
desagradables discordias, haciendo creer á los musulmanes que el reino de Jerusalen tenia muchos jefes.
En el primer año de su reinado (11 45) Balduino condujo un ejército al pais.de Moab y al valle de Moi
sés, de donde regresó con la fama de valiente. Finida que fué esta espedicion , emprendió una guerra cuyo
motivo era injusto y fué el resultado fatal. Cierto emir que mandaba en Bosrha (1) en nombre del sultan de
Damasco , vino á Jerusalen, y propuso entregar la ciudad que estaba bajo sus órdenes. Esta proposicion lué

(1) Bosrha o Bostrum se llamaba Bussereth en tiempo de las cruzadas. Las soledades de Ledja y de Gabel-cl-Haouran repre
sentan la antigua Traconia. La ruina de mas de doscientas poblaciones, en basalto 6 piedra negra, anuncian que antis> amente la
Traconia alimentaba a una numerosa poblacion. Correspondencia de oriente, carta CXLVIIL;
170 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
aceptada al momento, y se reunió un ejército para ir á tomar posesion de Bosrha." Mientras se preparaba
una espedicion que se miraba como agradable a Dios y muy ventajosa para el pueblo cristiano, llegaron de
Damasco diputados, encargados do recordar al rey de Jerusalen los tratados que unian á los dos paises. El
príncipe y los emires de Damasco se admiraban que los cristianos recibiesen de este modo una ciudad do
manos de la traicion ; y conjuraban al rey y á todo el pueblo fiel de no llevar la guerra sobre la tierra de una
nacion amiga, una guerra que no teniendo de su parte la justicia, no podia tener buenos resultados. De este mo
do se espresaban los diputados de Damasco ; pero ellos se dirigian á espiritus prevenidos y apasionados : des
pues de muchos meses, toda la ciudad de Jerusalen se ocupaba de la conquista de Bosrha : solo se hablaba
de la gloria y de las ventajas que debia proporcionar esta espedicion : los que solo veian la injusticia y prede
cian desgracias, eran unos traidores : la opinion de la ciega multitud prevaleció , y los consejos de la sabi
duria y de la prudencia no produjeron resultado alguno.
El ejército cristiano se puso en marcha, despues de haber atravesado el profundo valle de Roab, y llegó
al pais llamado Traconia. Aqui fué donde empezaron las dificultades y peligros de la empresa. El pais estaba
cubierto de musulmanes que habian acudido de todas partes para oponerse á la invasion de los cristianos.
Los rayos del sol quemaban ; cargados con su pesada armadura , y estrechados por el hambre y la sed, los
cristianos solo podian avanzar á paso lento ; las langostas que habian caido en los pozos y en las cisternas
habian envenenado las aguas; todo el trigo se habia escondido en parajes desconocidos, y los habitantes
encerrados en las subterráneas cavernas tendian á los soldados cristianos toda suerte de lazos. Losarcheros,
colocados sobre las alturas vecinas, no dejaban descansar á los guerreros de Jerusalen, y las flechas arroja
das por todas partes parecian, segun la espresion de Guillermo de Tiro, caer sobre ellos, lo mismo que el gra
nizo y el aguacero sobre las casas cubiertas de pizarra y tejas , estando los hombres y las bestias llenas de
aquellas.
Sin embargo la esperanza de apoderarse de Bosrha sostenia aun el valor de los soldados cristianos ; pero
luego que estuvieron á la vista de la ciudad, conocieron que la ciudadela y los fuertes estaban guardados por
soldados llegados de Damasco , y que la mujer del emir , que tambien habia prometido entregar la ciudad,
se habia declarado contra su esposo. Esta inesperada noticia difundió repentinamente le consternacion y el
desaliento en el ejército cristiano : los caballeros y los barones suplicaron entonces al rey que salvase su
persona y la cruz de Jesucristo. El jóven Balduino se negó a seguir los consejos de sus fieles barones y quiso
compartir con ellos todos los peligros.
Desde el momento que se dió la orden para retirarse, los musulmanes dieron grandes gritos y empren
dieron la persecucion de los cristianos : estos marchaban apresurados y silenciosamente , espada en mano, y
llevándose los muertos y heridos. Los musulmanes, que no podian destruir á sus enemigos y que no'encon-
traban durante el camino ningun rastro de sangre , creian que debian combatir con hombres de hierro. La
region que atravesaban los cristianos estaba cubierta de matorrales , de cardos y de plantas secas á causa del .
calor del verano. Los musulmanes las incendiaron: el viento llevaba la llama y el humo hácia el ejército
cristiano : los francos marchaban sobre una abrasada llanura, y sobre sus cabezas flotaban nubes de humo y de
polvo. Guillermo de Tiro en su historia los compa ra á los herreros, tanto era lo ennegrecidas que estaban sus caras
y sus vestidos á causa del incendio que devoraba á toda la llanura . Los caballeros, los soldados y el pueblo que
seguia al ejército, se reunieron atropelladamente al rededor del obispo deNazareth, que llevaba el leño de la
verdadera cruz, y le suplicaban con las lágrimas en los ojos , que hiciese cesar con sus plegarias los males
que ya no podian suportar.
El obispo de Nazareth , compadecido de su desesperada situacion , levantó la cruz, implorando la miseri
cordia del cielo : y al momento el viento cambió de direccion. La llama y el humo que atormentaba á los
cristianos fué á afligir á los musulmanes. Los francos prosiguieron su marcha, persuadidos que Dios habia
hecho un milagro para salvarles. Un caballero, á quien no se habia visto jamás, montado sobre un blanco ca
ballo, y llevando un estandarte rojo, procedia al ejército cristiano y le conducia lejos del peligro. El pue
blo y los soldados lo tomaron por un ángel del cielo, y su milagrosa presencia reanimó sus fuerzas y su en
tusiasmo. En fin, el ejército de Balduino, despues de haber esperimentado grandes reveses, regresó á Jeru
salen , y los habitantes se alegraron de su vuelta , cantando estas palabras del Evangelio : Entreguémonos á
la alegría, porque este pueblo que estaba mueito ha resucitado : estaba perdido, y hé aquí que se ha salvado.
LIBRO QUINTO— 1099-1 1 4G. 477
Pero mientras que los habitantes de Jerusalen acogian de esta manera á sus guerreros, los estados cristia
nos de la Mesopolania y del norte de la Siria esperimentaban sin cesar nuevos descalabros. Zenqui, á quien
el califa de Bagdad y los verdaderos musulmanes miraban como el escudo y oí apoyo del islamismo , estendia
su imperio desde Mosul hasta las fronteras de Damasco y proseguia sin cejar el curso de sus victorias y de
sus conquistas. Los cristianos hicieron pocos esfuerzos, para contener los esfuerzos de una potencia tan temi
ble. Zenqui los entretenia en una engañosa seguridad, y no queria dispertarles de su sueño, sino dando gol
pes mortales á su imperio. Él sabia por esperiencia, que nada era mas funesto a los cristianos que un largo
reposo ; los francos, que todo lo debian á sus armas, se debilitaban casi siempre estando en paz , y cuando
no tenian que combatir á los musulmanes sehacian la guerra unos contra otros.
El reino de Jerusalen tenia dos barreras formidables, el principado de Antioquia y el condado de Edeso.
Raimundo de Poitiers defendia el Oronte de la invasion de los musulmanes : el anciano Josclin de Courtenai
habia sido por largo tiempo , en las riberas del Eufrates, el terror de los infieles ; 'pero acababa de morir;
hasta su último suspiro habia combatido á los enemigos de los cristianos, y hasta en su lecho de muerte
hizo respetar sus armas y su territorio.
Joselin sitió un castillo cerca de Alepo, y viniéndose abajo una delas torres, cerca del punto donde é1 estaba,
quedó sepultado en sus ruinas, y tuvo que trasladársele moribundo á Edeso. Estando postrado en el lecho del
dolor, aguardando la muerte, vinieron á anunciarleque el sultan de Iconium habia puesto sitio delante de una
de sus plazas. Al momento hace llamar á su hijo y le da la orden deatacaral enemigo. El jóven Joselin vacila,
y hace presente á su padre que ¿1 no tiene bastantes tropas para combatir á los turcos. El viejo guerrero,
que no habia conocido jamás las dificultades,quisoantes de morir darunejemploá su hijo, haciéndose al efecto
llevaren una litera á la cabeza de sussoldados. Estando ya cerca de la ciudad sitiada, le vinieron á decir que
los turcos se habian retirado : entonces hizo detener á los que le conducian, y elevando los ojos al cielo como en
accion de gracias por la huida de los musulmanes, espiró rodeado desus fieles guerreros.
Sus restos mortales fueron trasladados á Edeso. Todos los habitantes corrieron á formar parte del fúnebre
cortejo, que presentaba un espectáculo el mas triste. Por un lado veiase á los soldados vestidos de luto condu
ciendo el féretro de su jefe , y por otro á un pueblo que lloraba la muerte de su defensor celebrando al mis
mo tiempo la última victoria de un héroe cristiano.
El anciano Joselin murió deplorando la suerte que aguardaba al condado de Edeso, que iba á ser gober
nado por un principe débil y pusilánime. Desde su infancia , el hijo del anciano Courtenai se habia
dado á las bebidas y á una vida desarreglada: en un siglo y enunpais en donde estos vicios eran generales,
los escesos del jóven Joselin habian escandalizado á menudo á los guerreros cristianos. Asi que tomó el man
do , abandonó la ciudad de Edeso, para retirarse á Turbesel, estancia deliciosa sobre las orillas del Eufrates.
Alli, entregado completamente á los placeres, olvidó el mantenimiento del ejército y las fortificaciones de las
plazas, no menos que las atenciones del gobierno y las amenazas de los musulmanes.
Durante todo este tiempo , Zenqui no descuidaba el acrecentamiento de sus estados, y vigilaba sin cesar á
fin de aproveharse de la discordia de los cristianos, y de su inaccion ó de su imprudencia. Los historiado
res árabes prodigan los mas grandes elogios al genio y al carácter del principe de Mosul ; celebran su valor
y su habilidad para la guerra ; su liberalidad que le hacia muy querido de sus servidores y de sus cria
dos ; su infatigable actividad que le hacia presente entodas partes, y particularmente el cuidado que
ponia en conocer los mas secretos pensamientos de los enemigos, ocultando á todo el mundo sus planes é
ideas. A pesar de las alabanzas tributadas á su moderacion y á su justicia , la historia imparcial nos le re
presenta empleando mas de una vez la violencia y la perfidia para aumentar ó sostener su poder, rodeándo
se siempre de un aparato y séquito tan terribles, que se vió á muchos hombres morir de miedo á su aspecto.
Este bárbaro héroe tuvo sin duda algunas brillantes cualidades , pero atendido las circunstancias en que se
encontraba el imperio y en medio de la confusion y del desorden que reinaba en el oriente, debe creerse que
sus vicios y sus escesos le secundaron mucho mejor que sus virtudes. La grande habilidad de Zenqui. y tal
vez su principal fuerza en la guerra contra los cristianos, fué el hacer creer á los musulmanes, y puede ser
creyera él mismo, que el cielo le habia enviado para defender la religion de Mahoma : «Cuando Dios quiso,
dice el historiador de los atabeks, destruir á los demonios de la cruz como habia aterrado á los ángeles t e

sa
578 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
beldes, echó una miraila sobre el escogido de los fieles campeones del isla mismo, y no encontró otro mas á
propósito para llenar sus designios que el mártir Emad-eddin-Zcnqui.»
Dueño Zcnqui mucho tiempo hacia de una gran parle de la Siria y de la Mesopotamia, buscaba la ocasión
de añadir la ciudad de Edeso á su imperio. Esta conquista que halagaba su ambición y su orgullo, debia
acreditar á los ojos de los verdaderos creyentes la misión divina de la que se habia investido. Para entretener
á Joselin en su funesta seguridad, el príncipe deMosul aparentó hacer la guerra á los musulmanes, y cuan
do so le crcia ocupado en el ataque de algún castillo de los musulmanes de la Mesopotamia , presentóse Je
repente con <in formidable ejército delante de las murallas de Edeso.
La ciudad tenia elevados muros , muchas torres y una respetable cindadela (I) : pero todas estas cosas,
según la sencilla espresion del arzobispo de Tiro, son buenas para un pueblo que quiere pelear , y son
inútiles si no hay gente en el interior que las defiendan. Los habitantes de Edeso eran casi todos caldeos y
armonios, poco ejercitados a las armas y dedicados todos al comercio. La mayor parte de los francos habían
seguido al jóven Joselin á Turbesel, y los que se liabian quedado en Edeso, estaban fallos de jefes que pu
diesen conducirles al combate y guiar su valor. Zcnqui al llegar debajo de las murallas de la ciudad , levan
tó su campamento cerca de la puerta de las Horas, y lo estendió hasta la iglesia de los Confesores. Al mo
mento numerosas máquinas de guerra fueron dirigidas contra las murallas. Los habitantes, el clero y hasta
los religiosos se presentaron sobre las murallas ; las mujeres y los niños les traian víveres, agua y armas. La
esperanza de ser bien pronto socorridos oscilaba su celo y redoblaba su valor; esperaban, dice un au
tor armenio, socorros de la nación que llamaban valiente, y cada día creían ver desde lo alto de las torres,
los estandartes de los victoriosos francos. (Vanas esperanzas! Cuando se difundió por la Siria la noticia
del sitio de Edeso la desolación y el espanto se apoderó de los cristianos, pero nadie tomó las armas.
Jerusalcn estaba, separada de Edeso por una gran distancia, y la órden de hacer salir tropas dada por
Melisenda , quedó sin ejecución. Los guerreros de Antioquía hubieran podido llegar á tiempo, pero Rai
mundo, que odiaba mortalmcnte á Joselin, solo vió en los progresos de los bárbaros la humillación de un
rival y la ruina de un enemigo. Joselin dispertó de su sueño, envió diputados á todas partes, llamó á todos
sus guerreros y demostróles el propósito do marchar al socorro de Edeso ; pero en lugar de responder á su
voz, se quejaban de su imprevisión , y nadie tomaba las armas para ir á salvar de la última desgracia á
la metrópoli de la Mesopotamia.
Sin embargo , Zenqui seguia sin cesar el sitio de una ciudad que parecía abandonada por los cristianos.
Cada día el ejército musulmán recibia nuevos refuerzos , y los curdos , los árabes , y los turcomanos acudían
á porfía , atraidos por el cebo del botin. La ciudad estaba cercada por lodos lados, áiete enormes lorres de
madera se elevaban mas alias que las murallas de la plaza. Las máquinas de guerra no cesaban de balír
las murallas ó de arrojar dentro la ciudad piedras , venablos y materias inflamables. Minadores , venidos
de Alepo , abriendo caminos subterráneos habían penetrado hasta los cimientos de la muralla, y muchas
lorres de la ciudad , como suspendidas sobre un abismo , no aguardaban mas que una señal para cubrir la
tierra con sus ruinas y dejar paso á los soldados musulmanes. Entonces se interrumpieron de repente los
trabajos del sitio , y Zenqui intimó á la ciudad que se rindiese. Los francos , y después de ellos los sirios y
los armenios, contestaron que antes perecerían todos , que entregar una ciudad cristiana á los infieles , ex
hortándose los unos á los otros á merecer la corona del martirio. «No tememos , decían entre ellos, esas
piedras lanzadas para abatir nuestras lorres y nuestras casas ; el que ha hecho el firmamento y creado
legiones de ángeles nos defiende contra sus enemigos y nos prepara una morada en el cielo (2)»
Habia en esto discurso mas resignación que virtud guerrera ; de modo que cuando, después de veinte y
ocho dias de sitio , empezaron , á una señal de Zenqui , á desplomarse muchas lorres , haciendo un estrepi
toso ruido , un grito de horror se hizo oir del uno al otro estremo de la ciudad. Algunos de los mas esfor
zados guerreros corrieron á defender la brecha, pero al mismo tiempo todos los puestos de la plaza fueron
abandonados , y el enemigo pudo entrar por todos lados dentro déla plaza. Desde este momento Edeso no
tuvo mas defensores ; y la desgraciada ciudad no vió en su seno mas que á un pueblo consternado y á los
(1) Guillermo de Tiro, lib. X.VI. Es el único historiador latino que ha escrito la historia délas colonias cristianas de esta época,
y el que ha seguido los acontecimientos del sitiode Edeso.—(í) Estos. discursos están sacados del poema elegiaco del patriarca
Nerses, cuyo manuscrito se halla en la biblioteca del rey.
LIBRO QUINTO.— 1099-1 146. 179
bárbaros armados con la espada. Los sacerdotes ancianos llevaban por las calles las urnas de lossantos márti
res, invocando la misericordia del cielo. Pero luego que vieron los primeros señales del dia dela cólera, sepa
raron quedándose mudos de espanto , y pronto la espada hscondenú al silencio eterno. Asi empezó" el degüello
del pueblo cristiano. Uno de los autores orientales de quien tomamos estas noticias (1), añade quc-el hierro
delos infieles se sació de sangre cristiana, haciendo perecer á viejos, niños, pobres, ricos, virgenes,
obispos y ermitaños. La azorada muchedumbre corria á refugiarse en las iglesias , en donde era inmolada
al pié de los altares; otros huian hácia laciudadela, pero encontraban á las puertas al enemigo cubierto
desangre de sus hermanos , y caian ellos mismos en medio del monton de muertos. En estas desgar
radoras escenas , en las que el padre no esperaba á su hijo , ni el amigo buscaba al amigo ; en osa si
tuacion en la que estaban rotos todos los vinculos de la naturaleza , se vieron aun algunos rasgos de humana
virtud. La historia contemporánea nos representa á algunas madres llorando á sus hijos á su alrededor,
como la gallina llama á sus polluelos. Estas desconsoladas familias se reunieron asi para perecer juntas
bajo la espada del vencedor ó para ser arrastradas á la mas dura servidumbre.
La matanza que principió al amanecer duró hasta las tres de la larde. Los venerables prelados escapados
del hierro del enemigo fueron cargados de cadenas. Vidsc á un obispo armenio despojado de sus vestiduras,
arrastrado por las callos , dándole azotes (2). Un sabio religioso que ha bia escrito la historia do Edeso,
y cuyo testimonio hemos invocado á menudo, no pudo sobrevivir á la ruina de su patria , y pereció con sus
conciudadanos. Hugo , arzobispo latino , habiendo querido fugarse , fué degollado con todo su clero. Los
tesoros que llevaba consigo , y que hubieran podido emplearse en la defensa de la ciudad, fueron presas de
los infieles. Algunos piadosos historiadores imputan á la avaricia de este prelado la pérdida de Edeso , pa
reciendo creer que él fué castigado por haber preferido su oro á la salvacion de los cristianos.
Asi que los musulmanes fueron dueños de la ciudad , y que la ciudadela los hubo abierto sus puertas, los
imanes subieron á los campanarios de las iglesias , para proclamar estas palabras : « |Oh Mahoma ! profeta
del cielo , acabamos de ganar una victoria en tu nombre. Nosotros hemos destruido este pueblo que ado
raba la piedra , y han corrido torrentes de sangre para hacer triunfar tu ley. » A esta proclamacion todo
el ejército musulman respondió con cantos de victoria y señales evidentes de una bárbara alegria. El pillaje,
el incendio y los mas horribles escesos señalaron el triunfo del Coran. Los cadáveres delos vencidos fueron-
mutilados y sus cabezas se enviaron á Bagdad y hasta al Korasan. Todos los cristianos que habian- quedado
en Edeso , fueron vendidos como un vil rebaño en las plazas públicas ; y los discipulos de Cristo , cargados
de cadenas y despues de haber perdido sus bienes, su patria y su libertad , tuvieron el sentimiento de ver
á los vencedores insultar á la religion , que era lo único que les quedaba para consolarles en medio de sus
males. Los vasos sagrados sirvieron para las orgias de la victoria , y el santuario se convirtió en teatro de
los mas atroces desórdenes. Muchos de los fieles que se habian salvado de los furores de la guerra , no pu
dieron sobrellevar el espectáculo de tanta profanacion, y murieron victimas de la desesperacion (3).
De este modo cayó en poder de los musulmanes la ciudad de Edeso , que era una de las mas fuertes pla
zas del Asia , por su ciudadela , por sus murallas y por su posicion sobre dos montañas. El patriarca Nerses
deplora en una patética elegia la caida de esta ciudad cuyos recuerdos religiosos é históricos habian hecho
tan célebre, y hace hablará ella misma acerca de su antigue esplendor. «Yo estaba, dice ella , como
una reina en medio do su corte ; sesenta poblaciones levantadas á mi alrededor formaban mi cortejo ; mis
numerosos hijos pasaban sus dias en la alegria : todos admiraban la fertilidad de mis campiñas, la frescura
y limpieza de mis aguas , y la belleza de mis palacios. Mis altares cargados de riquezas arrojaban á mucha
distancia su brillo y esplendor , y parecian sor la morada de los ángeles. Yo aventajaba en magnificencia á
las mas hermosas ciudades del Asia y era lo mismo que un edificio celeste construido sobre la tierra (4) . »

(I) Hemos tomado esta relacion de la cronica siria de Abulfaragc. (Biblioteca de las Cruzadas.)—(2) Maleo de Edeso. Véase el
resúmen que hemos dado de su historia. (Biblioteca de las Cruzadas.)—(3} Segun el historiador arabo lbu-Alatir, la ciudad de
Edeso no habria esperimentado todas estas calamidades, cuando fue tomada la primera vez por los musulmanes, y Zenqui.linbriu
mandado a sus soldados el volver a sus casas 6 los hombres, a las mujeres y a los niños; segun lbu-Alatir, fue solamente la segun
da vez que los musulmanes tomaron la ciudad cuando se entregaron a todos los escesos de la victoria. ( Biblioteca der tas Cruza
das. )—¡4) El poema de Nerses, del que Mr. Cerbicd nos ha traducido algunos fragmentos, esta en siete cantos: y fue compuesto
para despertar el celo de los defensores de la religion cristiana contra los turcos; pero es una composicion fria y difusa.
180 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
La conquista de Edeso llenó de alegria á los musulmanes de la Siria. VLos historiadores arabes cuen
tan que la noticia se difundió luego por todo el oriente y hasta por las costas de Africa y de Italia; y que
muchos acontecimientos maravillosos anunciaron la victoria de Zenqui. El feroz vencedor , despues de ha
ber dejado una fuerte guarnicionen Edeso, quiso proseguir el curso do sus triunfos, pero su hora habia
llegado, y la fuerza de su brazo y do sus armas no pudo alejar de si la dolorosa palma del martirio :
mientras que el Asia celebraba su gloria y su poder , dice el historiador do losalabeks , la muerte le tendió en
el polvo, y el polvo vino á ser su morada. Ocupado en el sitio de un castillo musulman , no lejos del Eufrates,
fué asesinado por sus esclavos , y su alma, segun la opinion de los musulmanes, fué á recibir en el cielo
la recompensa prometida al conquistador de Edeso.
La noticia de esta muerte consoló á los cristianos de sus derrotas , demostrando una alegria tan gFaude
que parecia que habian visto caer á la vez todos los poderes musulmanes. Este gozo debia durar poco,
nuevos enemigos y nuevas desgracias ibaná caer sobre ellos.
Cuenta la historia que despues de la toma de Edeso y del degüello de su poblacion , Zenqui , admirado
de la hermosura y de la magnificencia de la ciudad, concibió el proyecto de volverla á poblar devolviéndole
además una parte de sus habitantes (1). Un gran número de familias sirias y armenias , cargadas enton
ces de cadenas, recibieron su libertad y el permiso de entrar en posesion de sus bienes y de sus ca
sas. Luego que se supo la muerte de Zenqui , todas estas familias cristianas manifestaron su aversion
hácia sus nuevos dueños, y el conde Josolin creyó que aquella era la ocasion mas favorable para reconquis
tar a su capital. Habiendo reunido á varios intrépidos guerreros , presentóse en medio de la noche debajo
las murallas de la ciudad , y favorecido por los habitantes fué introducido en la ciudad con ayudas de cuer
das y do escaleras. Los que habian escalado el muro , cubrieron luego las puertas á sus compañeros ; y
lanzándose sobre los turcos, sorprendidos y aterrorizados, pasaron á cuchillo á cuantos encontraron en las
calles y no tuvieron tiempo do refugiarse en las torres y en la ciudadola. Joselin , posesionado ya de Edeso,
mandó mensajeros á todos los principes cristianos dela Siria, rogándoles viniesen á socorrerle y ayudarle á
conservar una ciudad cristiana. Semejante nueva , dicen los cronistas , esparció por todas partes la alegria ;
pero el gozo se convirtió pronto en duelo, ninguno de los principes cristianos vino á socorrer á Jos'esliu y
mientras que él cifraba su única esperanza en la llegada do los ausiliares, Noredin, hijo segundo de Zen
qui y dueño de Alepo, so presenta de repente delante de las puertas de Edeso con un aparato formidable.
Habia jurado al salir de su capital esterminar á los cristianos, y al efecto se habian reunido todos los ejércitos
musulmanes, para cumplir sus amenazas y satisfacer su venganza. Joselin y sus compañeros, que habian
entrado por sorpresa en Edeso, no habian tenido ni tiempo ni medios de fortificarse, y la ciudadela ostaba aun
en poder de los enemigos cuando la ciudad fué atacada por las tropas de Noredin. Los guerreros cristianos,
situados entre la guarnicion de la ciudadela y el ejército musulman , vieron el peligro que les amenazaba;
tenian al enemigo delante y detrás, y no esperaban socorro por parte alguna. Como acontece en todos
los casos desesperados, mil resoluciones tomaron que fueron rechazadas despues. Mientras deliberan, el ene
migo les estrecha y amenaza. Muy pronto no hay salvacion para ellos en una ciudad en la que acababan
de entrar como vencedores, y despues de haher arrostrado la muerte para apoderarse de ella, están decididos
á correr todos los peligros para verificar su fuga de la misma. Los soldados de Joselin, todos los cristianos que
habian acudido á la ciudad, y el pequeño número de habitantes que habian sobrevivido á la matanza de
sus hermanos, no soñaban mas que en escapar por medio de la fuga de la barbario de los musulmanes ,
haciendo todos en silencio los preparativos de su marcha. Las puertas se abren á la mitad de la noche, cada
uno se lleva lo mas precioso , y una llorosa muchedumbre se precipita por las calles. Ya un gran número
de estos desgraciados fugitivos ha salvado las puertas de la ciudad ; los guerreros mandados por Joselin se
colocan á la cabeza de la multitud , y avanzan los primeros hasta la llanura donde acampaban los musul
manes. La guarnicion de la ciudadela, advertida por el tumulto, hace una salida y se reune con los soldados
de Noredin, que corre háoia la ciudad y se apodera do las puertas por las que se escurría la multitud de los
cristianos : y alli tienen lugar muchos combates , aumentando las tinieblas el desorden y el horror. Los
cristianos logran abrirse paso y so esparraman por las vecinas campiñas : los que llevan armas se reunen

(t) Re úmen (le los historiadores arabes, y sobre lodo de Kemal-eddiD. (Bibtioteca de las Cruzadas.)
LIBRO QUINTO. — 1099-11 46. 181
en batallones y tratan de atravesar el campo enemigo; los otros, separados del ejército, marchan sin di
reccion, se apartan dela llanura y encuentran por todas partes la muerte. Refiriendolos acontecimientos de
esta terrible noche, Guillermo de Tiro no puede contener sus lágrimas. |Oh noche desastrosa, esclama el histo
riador Abulfarage , aurora del infierno , dia sin piedad , dia do desgracias que descargó sobrelos hijos
de una ciudad, anteriormente digna de envidia ! Dentro y fuera de Edeso , solo se oian los gritos de muer
te. Los guerreros reunidos en batallones, despues de haber atravesado el ejército de los infieles, fueron
perseguidos hasta las riberas del Eufrates : los caminos estaban cubiertos de armas y de sus bagajes. Sola
mente mil de ellos pudieron llegar á Samosa la, que les recibió dentro de sus murallas, y deploró sus des
gracias sin poder vengarlas.
La historia refiere, que mas de treinta mil cristianos habian perecido á manos de los soldados de Norcdin y
deZenqui. Diez y seis mil fueron hechos prisioneros , y arrastraron su vida en la miseria y en la servidum
bre. Noredin, en medio de su venganza, no perdonó ni las murallas, ni los edificios de una ciudad rebelde:
é hizo demoler las torres, la ciudadela y las iglesias de Edeso. Desterró á todos los cristianos , y solo permi
tió que un corto número de pobres y do mendigos habitasen en medio de las ruinas de su patria.
Se sabe que Zenqui habia sido acatado como un santo , como un guerrero querido de Mahoma, por haber
conquistado la ciudad de Edeso ; la sangrienta ospedicion de Noredin lo hizo apreciable á los musulmanes,
contribuyendo mucho á estender su fama y su poder ; y los imanes y los poetas prometian ya á sus armas la
conquista mas gloriosa de Jerusalen.
Los habitantes de la santa ciudad y do otras ciudades cristianas derramaron lágrimas de desesperacion, al
saber la caida y la destruccion de Edeso. Los mas siniestros presagios aumentaban el terror que les inspira
ba las noticias llegadas de las riberas de Eufrates. Un rayo cayó sobre las iglesias del Santo Sepulcro y del
monte Sion : un cometa con una relumbrante cabellera apareció en el cielo : muchas otras señales, dice
Guillermo de Tiro , aparecieron contra la costumbre y la estacion del tiempo , significando cosas futuras. Para
colmo de desgracia Rodolfo, canciller de Jcrusalen, fué llevado violentamente al sitio de Tiro, y el escándalo
luvo lugar en el santuario. Todos los fieles de oriente estuvieron en la persuasion que el cielo se habia de
clarado contra ellos y que las horribles calamidades iban
. á caer sobre el pueblo cristiano.
.
/ . / . .
HISTORIA DE LAS CRUZADAS.

LIBRO VI.

. HISTORIA DE LA CRUZADA DE LUIS VII Y DE CONRADO


1145—1119.

Segunda cruzada.—San Bernardo.—Luis VII y el abate Sugerio.— Asamblea de Vczelay.—El rey loma la cruz.— El religioso ale
man Rodolfo.—El abate de Claraval se dirige al lado del emperador.—Dieta de Ratisbona.—Conrado y sus barones participan
del entusiasmo general.—Asamblea de Etampes.—Regreso de San Bernardo. — Proposicion de Rogerio rey de Sicilia.—El abale
Sugerio y el conde de Nevers.—Medios empleados para hacer frente a los gastos de la espedicion.—Salida de Luis VII.— Los
alemanes en Constantinopla.—Llegada de los franceses.—Entrevista del rey con Manuel Comneno.—Se propone el apoderarse
de la ciudad. —El obispo de Langres.—El emperador griego acelera la marcha de los cruzados.—Los guias dados a los alemanes
les engañan, y victima el ejercito de mil contrariedades, perece casi todo. —Itinerario de Luis Vil.— Fatigas y privaciones
inauditas.—Llegada a Salalia.—Embarque de una parte de las tropas.—La otra parte de ejercito sucumbe bajo el hierro mu
sulman.—Brillante acogida hecha a Luis VII por el conde de Antioquia.—La reina Leonor.—Luis VII y Conrado son recibidos
por Balduino III, rey de Jerusalen.—Los cruzados van a sitiar a Damasco.—Importancia de esta ciudad.—Victoria contra los
turcos.—Negociaciones.—Desavenencia entre los cruzados.—El júven Saladillo.— Se abandona el sitio.—Conrado y despues
Luis Vil regresan a Europa.—Ojeada general sobre la segunda cruzada y sobre los acontecimientos que aqui se refieren.—Pa
ralelo entre el abate de San Dionisio y el abate de Claraval. ... ¿- .. .
.. - - rv , ' ."
Las colonias cristianas, amenazadas por los musulmanes , llaman á los principes de Europa á su socorro;
el obispo de Gibclet, en Siria, acompañado do un gran número de sacerdotes y de caballeros, se dirige á
Viterbo, donde se encontraba el soberano pontifice. La relacion de los embajadores cristianos hizo llorar al
jefe delos fieles (4). Las desgracias de Edeso, y el infortunio que amenazaba á Jerusalen, difundieron por
todas partes la consternacion y el dolor. Los gritos de alarma resonaron por todo el occidente. Cuarenta y
cinco años habian transcurrido desde la restauracion del Santo Sepulcro , el espiritu de los pueblos no ha
bia cambiado; en todas partes se corria á las armas.
A la voz de san Bernardo, los pueblos y los reyes de la cristiandad vinieron á alistarse bajo las ban
deras de la cruz. Nacido do una noble familia de Borgoña , ocho dias antes de la conquista de Jerusalen,
san Bernardo, desdola mas tierna juventud, habia entrado en la vida religiosa, con todos sus nu
merosos parientes y treinta nobles , arrastrados por su palabra y por su ejemplo. No tenia mas
que veinte y dos añoscilando se presentó en Citeaux á la cabeza do las piadosas tropas que habia reu
nido. Basta pronunciar el nombre de Claraval , para recordar la gloria de san Bernardo. Hemos tenido
ocasion de observar que dos partidos ó pasiones dividian en esta época la sociedad europea : el uno arras
traba á los cristianos al desierto monástico , y el otro hácia el camino do Jerusalen. San Bernardo fué la
brillante espresion de este doble entusiasmo religioso , fué el hombre de esta doble pasion que re
movia entonces el mundo, y los cronistas del siglo doce nos han hablado del prodigioso poder de su pala
bra. El abate de Claraval, á pesar de tener una constitucion débil y delicada , estaba dotado de una ac
tividad infatigable, de una obstinacion ardiente y de una noble voluntad que marchaba sin cejar há
cia el fin señalado. Él habia llegado á ser el alma y la lumbrera de Europa ; y los acontecimientos y las
necesidades contemporáneas le hacian abandonar incesantemente sus robles y sus hayas , objetos de su
mayor cariño. Muchos concilios obedecieron sus decisiones. Con las solas armas de su palabra , derri
bó al antipapa Lcon é hizo que Inocencio II se sentase sobro la silla de San Pedro. El papa Eugenio 111
y el abate Sugerio eran discipulos suyos. Los prelados, los principes y los monarcas tenian como á una
gloria el seguir sus consejos , creyendo que Dios hablaba por su boca (2) .

I 1 Odon de Deuil ¡Biblioteca de las Cruzadas.1—(2¡ M. Wilken ha dedicado todo un volumen 6 la vida deSan Bernardo. ( Gcr-
cluchtede Ureuzzüquc t. III, p. I. j Nosotros hemos temido que un episodio tan largo no perjudicase el curso dela narracion.
LIBRO SESTO.—H45-1U9. 183
Cuando los embajadores de oriente llegaron á Europa, Luis VII acababa de subir al trono de Francia,
liste jóven monarca habia empezado á reinar, bajo los mas felices auspicios. La mayor parte de los
grandes vasallos , sublevados contra la autoridad real , habian depuesto las armas y renunciado á sus
pretensiones; por medio de su enlace con la hija de Guillermo IX Luis el Joven , acababa de unir el duca
do de Aquitania á su reino. Engrandecida la Francia nada tenia que temer de los estados vecinos ; y
mientras que las guerras civiles desolaban á la vez á la Inglaterra y á la Alemania , ella florecia tranqui
lamente bajo la administracion de Sujerio (1).
La paz no fué turbada sino por las injustas pretensiones del papa y por las intrigas de Tcobaldo , con
de de Champaña, que esplotaba el ascendiente que él tenia sobro el clero para fulminar los rayos dela
Iglesia contra el soberano (2). Luis resistió con firmeza los designios de la santa sede, y quiso castigar á
un vasallo peligroso y rebelde. Arrastrado poruua ciega venganza, pasó á fuego y á sangre á los esta
dos de Teobaldo; sitió á Vitri, subió el mismo al asalto , é hizo pasar á cuchillo á todos cuantos se encon
traron en la ciudad (3).
Un gran número de habitantes de todas edades y de todos sexos se habian refugiado en una iglesia, cre
yendo encontrar al pié de los altares un seguroasilo contra la cólera de un principe cristiano. El rey hizo pe
garla fuego, y mil trescientas personas fueron presa de las llamas. Una accion tan bárbara esparció el terror
entre los pueblos que la Providencia habia sometido al cetro de Luis. Cuando regresó de esta espedicion, la
capital le recibió con un triste silencio: sus ministros no pudieron ocultar el dolor que les embargaba, y san
Bernardo, cual otro Ambrosio, se atrevió á manifestar las ofensas hechas á la religion yá la humanidad.
En una elocuente carta, el abate de Claraval representa al monarca la patria desolada y la Iglesia me
nospreciada y atropellada. « Yo combatiré por ella, añade, hasta la muerte ; en lugar del escudo y de la es
pada, yo emplearé las armas que me son propias. Yo quiero decir mis penas y mis súplicas delante de Dios.»
A la voz del santo abate, Luis reconoce al fin su falta, y la vista ó consideracion de los juicios del cielo, hace
sobre su ánimo una profunda impresion.
En aquellos momentos se hablaba por toda la cristiandad de la toma y destruccion deEdeso por los turcos;
todos deploraban la matanza del pueblo cristiano, el incendio de las iglesias y la profanacion de los santos lu
gares ; y estas lamentables conversaciones recordaban todos los dias al jóven monarca las violencias que aca
baba de cometer delante de los muros de Vitry. Luis, perseguido por los remordimientos, crcia ver sin cesar
la mano de Dios pronta á herirle. Renunció á todos los placeres, y sus lágrimas solo podian compararse á
las del Salmista cuando esclama: tf llanto me ha servido de pan durante el dia y la noche. El jóven rey, para
entregarse completamente al dolor, hasta abandó el cuidado de esta autoridad de laque se habia mostrado
tan celoso. El abate de Claraval, que habia procurado su arrepentimiento, vióse obligado íi calmar su deses
peracion y á reanimar su valor, hablándole de la misericordia de Dios. El rey de Francia volvió en si : y
como segun la opinion reinante los grandes crimenes solo podian absolverse yendo peregrinando á la Tierra
Santa, el deseo do espiar las violencias que la Iglesia le reprochaba y de las que él mismo se confesaba con
tanto sentimiento, le hizo tomar la resolucion de irá combatir á los infieles.
Durante la época de las fiestas de Navidad, convocó en Bourges una asamblea en la que anunció su pro
yecto á los barones y á los prelados de su reino. Godofredo, obispo de Langres, aplaudió su celo, y por medio
de un patético discurso hizo ver la cautividad de Edeso y los peligros y desastres de los cristianos, de oriente.
Su elocuencia enmudeció á todos los oyentes; pero el oráculo de la asamblea, el que tenia en su mano todos
los corazones, no habia hablado aun. Ya sea que no estuviese penetrado de la utilidad de la cruzada en

(1) Vila Sugerii. — ;» San Bernardo tuvo que arrepentirse despues de haber escitado al conde de Champaña y hasta al
mismo papa contra el rey: lo confiesa en una caria que escribe a Inocencio II. Las cuestiones de Luis VII con la Sania Sede
nacieron dela eleccion del obispo de liourges, eleccion que no habia sido aprobada por el papa. Se acusa al conde de Cham
paña, de haber sido la causa del entredicho que el papa lanzo en esta ocasion ; «y por esto Luis VII invadio la Champa
ña. Algun tiempo despues se suscito un nuevo incidente a causa del matrimonio incestueso del conde de Vermandois con
Alisa de Aquitania , hermana de la reina Leonor. Luis favorecio esta union; nuevas cuestiones entre el y la Santa Sede, y
entonces fue cuando invadio, por segunda vez, el condado de Champaña, y puso sitio y tomo a Vitry. El conde de Champaña,
el natural enemigo de Luis, habia sido el instigador de la colera de Roma. ( Vita Ludovici VII, lib. I. )—(3) El sitio de Vitry est6
descrito por todos los historiadores contemporaneos, pero con los miramientos debidos a la majestad real. San Bernardo indig
nado levantola voz contra el principe. ( Epist. S. Bernardi apud Chifflet. )
181 HISTORIA DE LAS CRUZADAS. .
aquella época , ya fuese que quisiese darla mas solemnidad, el hecho es que san Bernardo aconsejó al rey de
Francia que consultara con la Sania Sede, antes de emprender cosa alguna. Esta opinión fue generalmente
aprobada. Luis mandó embajadores á Roma, y resolvió convocar una nueva asamblea luego que hubiese re
cibido la contestación del soberano pontífice.
Eugenio III, que acababa de suceder á Inocencio II, habia solicitado ya en varias de sus cartas el
socorro de los fieles contra los musulmanes. Jan ás la Santa Sede habia tenido mas motivos para predi
car una cruzada. El espíritu de sedición y de herejía empezaba á introducirse entre los pueblos y has
ta en el seno del clero do occidente , amenazando á la vez la potestad de los papas y las doctrinas de lu
Iglesia v Eugenio se encontraba espuesto á los trastornos suscitados por Arnaldo de Bressa. No se habla
ba en la capital mas que de reedificar el Capitolio, y de sustituir á la autoridad pontificia la de los cón
sules y los tribunos de la antigua Roma (1). En este estado de cosas, un gran acontecimiento como el de
la cruzada debia desviar los espíritus de novedades peligrosas y conducirles al rededor del santuario.
El soberano pontífice dobia ver en una guerra santa la doble ventaja de defender á Jerusalen contra
los ataques de los infieles, librando al mismo tiempo á la Iglesia y hasta á sí mismo de los tiros de los
heréticos y de los innovadores. Eugenio felicitó al rey de Francia por su piadosa resolución; exhortó de
nuevo , con sus cartas, á lodos los cristianos á tomar la cruz y las armas, prometiéndolos los mismos pri
vilegios , las mismas recompensas que Urbano II habia concedido á los guerreros de la primera cruza
da. Detenido en Italia, ocupado en apaciguar los disturbios de Roma (S), sintió él no poder , como Urba
no, trasladarse al otro lado de los Alpes, para reanimar el celo de los fieles con su presencia y su
palabra.
Sin embargo Sugerio, que veia con dolor la resolución que el rey de Francia habia tomado de dejar á su
reino, escribió secretamente al papa participándole sus temores, y rogó al soberano pontífice que retrasase
la época de este gran sacrificio. En su contestación, Eugenio no disimuló quo el proyecto de Luis le habia
al pronto sorprendido y hasta dado alguna inquietud, pero que el ardiente celo de que estaba inspirado el
monarca permitía creer que su designio venia de Dios. El pontífice aconsejó al mismo tiempo a Sugerio, que
examinase con sus propios ojos, si el ardor que demostraba el rey no era un fuego fácil de apagarse, y si
los barones que debian acompañarle seguían las inspiraciones de una verdadera piedad ; trataba al mismo
tiempo de calmar la alarma del fiel ministro de Luis, anunciándole que la Iglesia iba á renovar sus plega
rias y desplegar todo su poder para asegurar la salvación del príncipe y la paz del reino (3).
La respuesta del papa á Sugerio no llegó á Francia hasta después de la bula que proclamaba la cruza
da (4). Esta bula daba al abate de Claraval la misión de exhortar á los fieles á tomar la cruz. Luego que fué
conocida la decisión del pontífice, una nueva asamblea fué convocada en Vezelay, pequeña ciudad de Bor-
gofla. La reputación de san Bernardo, y las cartas dirigidas por el papa á toda la cristiandad, hizoque con
curriesen á esta reunión un gran número de señores, de caballeros, de prelados y de hombres de todas con
diciones. El domingo de Bamos, después de haber invocado al Espíritu Santo, lodos los que habian llegado
para oir al abate de Claraval, se colocaron sobre la pendiente de una colina, a las puertas de la ciudad. Le
vantóse una vasta tribuna, en la que el rey con lodo el brillo de su corle, y san Bernardo, con la modeslia
propia de un cenobita, fueron saludados por las aclamaciones de un pueblo inmenso. El orador de la cruzada
leyó en seguida las cartas del soberano pontífice, y habló en seguida á sus oyentes de la toma de Edeso por
los musulmanes y de la desolación de los santos lugares. Les hizo presente que el universo estaba lleno de
terror, sabiendo que Dios habia empezado á perder su querida tierra. Les representó á la ciudad de Sion im
plorando su ayuda á Jesucristo pronto á inmolarse segunda vez por ellos, á la celestial Jerusalen, abriendo
sus puertas para recibir á los gloriosos mártires de la fé. «Vosotros lo sabéis, añadió, vivimos en un tiempo
de castigo y de ruina: el enemigo délos hombres ha contaminado con su hálito de corrupción el mundo en
tero, y solo se ven salteadores de caminos en todas partes. Las leyes de la patria y las leyes do la religión
no tienen fuerza alguna para contener el escándalo de las costumbres y el triunfo de los malos. El demonio
de la herejía ha ocupado la cátedra déla verdad. Dios ha maldecido á su santuario. Oh, vosotros, todos los

(i) Gibbon ha presentado un cuadro curioso y animado de Mas revoluciones qile agitaron 6 la Roma cristiana en esta ¿poca.
—(2) Odón de Dcu i I escusa de este modo al papa el no haber aun predicado tt cruzada.—(3) Epistal. Eugeniipap. ap. Baroníum
adann. 1140.—;v.Odón de Deuil. Biblioteca de las Cruzadas.) »
LIBRO SESTO.— 1U5-1U9. 485
que me escuchais, apresuraos pues a apaciguar la cólera del cielo, y no imploreis mas su bondad con vanos
gemidos: no oá cubris mas con cilicios, sino con vuestros escudos invencibles. El estrépito de las armas, los
peligros, los trabajos y las fatigas de la guerra, hé aqui la penitencia que Dios os impone. Id á espiar vues
tras faltas por medio do victorias obtenidas sobre los infieles, y que la restauracion de los santos lugares sea
el noble premio de vuestro arrepentimiento.» »
Estas palabras del orador oscitaron un vivo entusiasmo en la asamblea do los fieles, y como Urbano en el
concilio de Clermont, san Bernardo fué interrumpido con repetidos gritos: Dios lo quiere, Dios lo quiere. En
tonces levantó la voz, como si hubiase sido el intérprete del cielo, prometió, en nombre de Dios, el buen
éxito de la santa espedicion y continué asi su discurso:
« El Dios del cielo ha empezado á perder la tierra santificada por sus milagros y consagrada con su san
gro ; tierra de salvacion en la que las primeras flores de la resurreccion han aparecido. Hoy estos santos
lugares, teñidos con la sangre del Cordero sin mancilla , están en poder de la espada enemiga de nuestra fé, y
nuestros pecados son los que han atraido esta tempestad sobre el santuario de la religion. »
a Si alguno viniese á anunciaros que el enemigo ha entrado en vuestras ciudades, que os ha arrebatado
vuestras esposas y vuestros hijos, y profanado vuestros templos, ¿quién de vosotros no correria á empuñar
las armas? Pues bien, estos males y aun mucho peores han llegado; la familia de Jesucristo que es la vues
tra , ha sido dispersada por el acero de los paganos; los bárbaros han destruido la casa de Dios y se han
repartido su herencia. ¿Qué aguardais pues para reparar tantos males y para vengartantos u!trajes?¿Dejareis
á los infieles contemplar tranquilamente el botin que han hecho en los pueblos cristianos? Pensad que su
triunfo será un objeto de inconsolable dolor por todos los siglos, y un oprobio eterno para la nacion que lo ha
sufrido. Si; el Dios vivo me ha encargado el anunciaros que él castigará á los que no le habrán defendido con
tra sus enemigos. Volad pues á las armas ; ¡ que una santa cólera os anime en el combate y que el mundo
cristiano repita estas palabras del profeta . Desgraciado de aquel que no tiña con sangre su espada.
»SÍ, el Señor os llama á su propia defensa ; vosotros no creereis sin dada que su manosea hoy menos
poderosa ; en su voluntad está el enviaros doce legiones de ángeles ó de pronunciar una palabra , y sus ene
migos rodarán por el polvo : pero Dios ha mirado á los hijos de los hombres, y quiere abrirles el camino de
su misericordia : su bondad ha hecho nacer para vosotros el dia del perdon. Vosotros sois los que ha elegido
para ser el instrumento de su venganza, á vosotros quiere él deber la ruina de sus enemigos y el triunfo de
su justicia. Si; el Dios todopoderoso os llama á espiar vuestros pecados defendiendo su gloria y su nombre.
Guerreros cristianos, hé aqui combates dignos de vosotros, combates en los que la victoria os atraerá las
bendiciones de la tierra y del cielo, ó la muerte será para vosotros un triunfo. Ilustres caballeros, acordaos
del ejemplo de vuestros padres, que han conquistado á Jerusalen , y cuyo nombre está escrito en el libro de
la vida. Tomad la cruz : esta cruz es poca cosa por ella sola, pero si vosotros la llevais con devocion, os
valdrá la conquista del reino de Dios (4).»
Todos los barones y caballeros aplaudieron la elocuencia del abate de Clara val, y se persuadieron que él
era el intérprete de la voluntad divina. Luis VII, vivamente conmovido con las palabras que acababa de oir,
se echó, á presencia de todo el pueblo, á los piés de San Bernardo y le pidió la cruz! Revestido con esta sagra
da señal, habló á la asamblea de los fieles, para exhortarles á seguir su ejemplo. En su discurso hizo mencion
del impio filisteo llenando de oprobio la casa de David, y les recordó la sania resolucion que Dios mismo le
habia inspirado. Invocó, en nombre de los cristianos de oriente, el apoyo do la generosa nacion cuyo jefe
era ; de esta nacion que no podia sufrir el deshonor ni por ella ni por sus aliados; y que llevaba sin cesar
el terror entre los enemigos de su culto y de su gloria. Este discurso enterneció á todos los oyentes, los que
derramaron abundantes lágrimas (2).

(1) Nociiste fragmento alguno del discurso que san Bernardo pronuncio en esta ocasion, pero Raronio (ad ann. 1H6) ba in
sertado las dos cartas que el santo prelado dirigio 6 los habitantes del Rhin y al obispo de Brixen. Segun el esplritu de estos dos car
tas, únicos monumentos de la predicacion que nos quedan, hemos redactado este discurso: estas cartas han sido insertadas tambien
en la coleccion de obras de san Bernardo. M. Wilken ha reunido todas las cartas de san Bernardo sobre la cruzada, a fin de hacer
conocer su esplritu. Nosotros hemos temido imitarle, por no interrumpir el interes general que sigue la marcha de los aconteci
mientos.—(2) La cronica de Morigny inserta el discurso que Luis VII pronuncio en esta asamblea, y se encuentra en la (Biblieteca
de las Cruzadas t. 1, pag. 210.
(2i y ss) ii
186 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
La gran piedad del monarca acabó de persuadir á los que la elocuencia de san Bernardo no había podi
do conmover. La colina sobre la que estaba reunido un pueblo inmenso, repitió por largo tiempo estas pala
bras: Dios lo quiere, Dios lo quiere, la cruz, la cruz. Leonor de Guiena, que acompañaba á Luis, recibió,
como su esposo, la señal de los cruzados, de manos del abate de Claraval. Alfonso, conde de Saint—Gilíes
y de Tolosa; Enrique hijo de Teoba Ido, conde de Champaña; Thierri, conde de Flandes; Guillermo de Ne
vera; RainaUlo, conde de Tonerre; Ivés, conde de Soissons; Guillermo, condede Ponthieu; Guillermo, conde de
Várennos; Archivaldo de Borbon; EnguerrandodeCoucy; Hugo de Lusiñan; el conde de Dreux, hermano del
rey; sutio el condede Mourienne, y una multitud de barones y de caballeros siguieron el ejemplo de Luis y
de Leonor. Muchos prelados, entre los cuales la historia refiere a Simón, obispo de Noyon, Godofredo,
obispo de Langres Alano, obispo de Arras, y á Amoldo, obispo de Lisieux, se arrojaron á los piés de san Ber
nardo, prestando el juramento de combatir á los infieles (1). Las crucesque habia traído el abate de Clara-
val no bastaron para el gran número que se presentó... Entonces el venerable sacerdote rasgó sus vestidos
para hacer nuevas cruces, y muchos de los que le rodeaban imitaron su ejemplo para satisfacer la impacien
cia de los fieles que se abrasaban en deseos de ir á la guerra santa. Para conservar una eterna memoria de esta
jornada, Pons abatede Vezelay, construyó sobre la colonia en la que los caballeros y los barones se habian
reunido, una iglesia que él dedicó á la santa cruz. La tribuna desde la que san Bernardo estuvo predicando la
cruzada, permaneció espuesla á la veneración de los fieles hasta el año \ 789.
Después de la asamblea de Vezelay, el abate de Claraval continuó predicando la cruzada en las ciudades
j en las campiñas vecinas. Pronto resonó en Francia el eco de los milagros por los cuales Dios parecía autori
zar y consagrar en alguna manera su misión (2). Por todas parles se le miraba como el enviado del cielo,
como otro Moisés que debía conducir al pueblo de Dios. Todos los cristianos estaban convencidos de que el feliz
resultado de la cruzada dependía de san Bernardo, y en una asamblea tenida en Chartres en la que se en
contraban varios varones y muchos ilustres príncipes, se resolvió, de común acuerdo, darle el mando de la
guerra santa. Los cruzados, se decía, no pueden menosde ser siempre victoriosos bajo las leyes de un jefe,
á quien parece que Dios ha confiado todo su poder. El abale de Claraval, lo mismo que Pedro el Ermitaño,
rehusó el peligroso empleo con que se queria investirle, y al mismo tiempo se espantó del sufragio de los baro
nes y de los caballeros, dirigiéndose al papa rogándole que no le abandonase al capricho de los hombres (3).
£1 papa respondió á san Bernardo, que debía contentarse con tomar la trompeta evangélica para anun
ciar la guerra. El abate de Claraval solo se ocupó entonces en llenar sumisión y lo hizo contanlocelo que sus
sermones tuvieron un éxito tan estraordinario, y me atreveré á decir tan desgraciado, que despoblaron las
campiñas y las ciudades. El escribía al papa Eugenio: Las poblaciones, y los castillos están desiertos y solo
se ven viudas y huérfanos, cuyos maridos y padres viven (4).
Mientras que san Bernardo predicaba de este modo la cruzada en las provincias de Francia , un religioso
alemán, llamado Rodolfo, que tenia la misión de llamar á los fieles á tomar la cruz, exhortaba á los pueblos
del Rhin á degollar á los judíos, que él representaba por medio de sus vehemenlos discursos como los alia
dos de los musulmanes, y los enemigos mas peligrosos de la religión cristiana . El abatede Claraval, temien
do defecto de estas predicaciones, corrió á Alemania para imponer silencio al sedicioso apóstol. Como el
religioso alemán habia halagado las pasiones de la muchedumbre, fué preciso, á fin de poderle combatir,
todo el ascendiente de su virtud y do su fama ; atreviéndose á hacer llegar su voz á un pueblo irritado, con
el fin de advertirle que los cristianos no debían perseguir á los judíos, sino rogar al cielo por su conversión,
y que la caridad cristiana mandaba perdonar á los débiles, y no declarar la guerra sino a los soberbios. El

(1) Odón de Deui!,p. 2 y 8. Anónimo de los hechos memorables de Luís VII. (Biblioteca de las Cruzadas t. I,pSg.2l2.)—(2) Felipe,
arcediano de Liege, después religioso de Claraval, ha hecho una detallada relación de los milagros de san bernardo, desde el pri
mer domingo de Adviento, dia 1.° de diciembre de 1 HG, hasta el jueves dia segundo del siguiente enero ; en su relación men
ciona á diez testigos oculares cuyos nombres cita. El padre Maimbourg, en su historia de lascruzadas, no parece dar crédito á la
autenticidad de los milagros do san Bernardo; el autor de la vida de Sugerio, 3 vol. 12, reprende vivamente al padre Maimbourg,
sobre su incredulidad. Nosotros no pretendemos examinar esta cuestión; pensamos que basta saber que los contemporáneos.de
san Bernardo creían estos milagros, y que esta creencia les hizo hacer cosas que la razón podía reputar de milagrosas. Yo sé, dice
Odón de Deuil, que entonces se hicieron muchos milagros; si yo no refiriese mas que algunos, no se creería que se hicieron mas, y
sí yo refiriese & muchos, parecería aun que he omitido alguno. (Véase la Biblioteca de las Cruzadas t. I.)—(3) Anales de Baronío
ad ann. 1140. En ellos se encuentra analizada la carta de san Bernardo.—[i) Epist. 216 Baronii ad ann. 1 146.
LIBRO SESTO— 11 45-1 U9. 487
predicador de la cruzada impuso al fio silencio al turbulento orador, y le envió á su monasterio, recordán
dole que el deber de los padre, no era el de predicar sino el de llorar; y que debía mirar las ciudades co
mo cárceles, y la soledad como su paraíso.
Nos ha quedado una relación contemporánea de esta persecución de los judíos. El autor de la mencionada
relación que era judío, después de haber dicho que Dios envió el abate Bernardo ai socorro de Israel,
sumido en una mortal angustia, añade estas notables palabras: Alabado sea el que nos ha socorrido (1). Así
que el santo orador llegó á Alemania, el imperio germánico empezaba á respirar de los largos disturbios
que babian seguido á la elección de Lotario. Conrado III, revestido con la púrpura acababa de convocar
en Spira una dieta general. El abate de Claraval se dirigió háciaesta, con el fin de predicar la guerra contra
los musulmanes y la paz entre los príncipes cristianos. San Bernardo suplicó muchas veces al emperador
Conrado que tomase la cruz, y le exhortó después en conversación particularmente, y renovó sus exhortaciones
en los sermones predicados en público. Conrado no podia resolverse á prestar el juramento de ir á combatirá
los infieles del Asia á causa, según decía, délas recientes turbulencias del imperio germánico. San Bernardo
le contestó que la Santa Sede, le había colocado sobre el trono imperial, y que el papa y la Iglesia manten
drían su obra : «Mientras que vos defendáis su herencia, le dijo, el mismo Dios se encargará de defender
la vuestra; él gobernará vuestros pueblos, y vuestro reino será el objeto de su amor.» Cuantío mas irresolu
ción manifestaba el emperador, mas san Bernardo redoblaba el ardor de su elocuencia para persuadirle.
Un día que el orador de la cruzada celebraba el santo sacrificio de la misa delante de los príncipes y de los
señores convocados en Spira, interrumpió de repente el divino servicio para predicar la guerra contra Ios-
infieles. Al finalizar su discurso, representó el último dia en que todas las naciones de la tierra comparece
rán delante del tribunal de Dios, de este dia terrible que la elocuencia del santo abate tan bien pintaba á los
ojos de su numeroso auditorio. Jesucristo, armado con su cruz, rodeado de sus ángeles, se dirigía al empe
rador de Alemania, y le recordaba los bienes de que le había colmado echándole en cara su ingratitud. Con
rado vivamente afectado de loque acababa de oir, levantóse por un movimiento espontáneo, y esclamó con
las lágrimas en los ojos: Yo sé lo que debo á Jesucristo, y juro ir adonde su voluntad me llame. Entonces el
pueblo y los grandes, que creyeron ser testigos do un milagro, se pusieron de rodillas, y dieron gracias a
Dios. Conrado recibió de manos del abate de Claraval el señal de los cruzados, con una bandera que estaba
colocada sobre el altar y que elmismo cielo habia bendecido. Un gran número de barones y de caballeros, al
ejemplo de Conrado, tomaron la cruz, y la dieta que se habia reunido para deliberar sobro los intereses del
imperio, no se ocupó mas que de la salvación do las colonias cristianes del Asia.
. Una nueva dieta fuéconvocada en Ratisbona, en la que el obispo leyó una carta de san Bernardodiri-
gida á los fieles: ((Hermanos mios decía el santo orador de la cruzada , es preciso que os hable del negocio
de Cristo del que depende vuestra salvación. Mi intención, al escribiros, es dirigirme á todos; yo lo ha ria
con mas gusto de viva voz, si tuviese la fuerza para ello, así como tengo el deseo... Hermanos mios, hó
aquí, el tiempo en el que Dios nos llama á su servicio para salvarnos — El universo se ha conmovido, ha
temblado porque el Dios del cielo ha empezado á perder la tierra en la que vivió, y en la que pasó como hom
bre mas de treinta años entre los hombres Si nadie no se opone, los infieles van á caer sobre la ciudad
del Dios vivo, para destruir los monumentos de nuestra redención... Y vosotros, hombres esforzados, voso
tros, servidoresde la santa cruz ¿qué hacéis? ¿Entregareis las cosas santas A los porros, y las perlas á los
cerdos? ¿Permitiréis á los paganos hollar con sus plantas los santos lugares libertados por la espada de vues
tros padres? Y vosotros que os ocupáis en reunir los tesoros de este mundo, ¿desdeñareis los tesoros ce
lestes que so os ofrecen? Tomad la cruz, y obtendréis el perdón do todas vuestras faltas.... Escoged de entro
vosotros jefes guerreros y entendidos á fin deque la victoria osacompañe: en la primera espedicion, antes
de la toma de Jerusalen, uno, llamado Pedro, del que habéis á menudo oído hablar, conducía solo á todos
cuantos se habían levantado á su voz, y los unos perecieron de hambre, los otros por la espada: que Dios
os guarde de semejante desgracia (2J.»

(I) Consúltese, sobre la matanza de los judíos que se renovó en todas las cruzadas, nn» completa esplicacion sacada de un mn-
nuscrítocontemporáneo, obra de un judio, testimonio ocular quo rinde un brillante homenaje 6 la generosa acción de san Bernar
do.— v»; Esta caí tü está traducida en la biblioteca de las Cruzadas 1. XI.
1 88 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
En la dieta de Ratisbona, una multitud de principes y de prelados prestaron juramento do defender la
herencia de Cristo. Los mas caros intereses, las mas tiernas afecciones no pudieron detener á los principes y
á los caballeros en su patria. Federico, sobrino del emperador, que habia tomado la cruz, no se dejó ar
rastrar por las lágrimas de su anciano padre, el duque de Suabia, que murió de dolor á pesar de los con
suelos de san Bernardo (1). Un grito do guerra se dejó oir desde el Rhin hasta el Danubio. La Alemania, de
vastada largo tiempo por las revoluciones, encontró en todas partes guerreros para la santa espedicion. Hom
bres de todas ¡condiciones obedecian la voz del predicador de la guerra santa y seguian el ejemplo de los
reyes y de los principes. «Cosa admirable, dico Oton do Frcisingen ; se vieron acudir ladrones y bandoleros
que hacian penitencia y juraban verter su sangre por Jesucristo. Todo hombre razonable, añado el mismo
historiadof , testigo del cambio obrado en ellos veia la obra de Dios y no dejaba de estar menos sorpren
dido (2).»
Eran los alemanes tan fáciles de persuadir, que al acabar de hablarles el abate do Claraval, no obstante que
lo hizo en lengua estranjera (3), se volvieron convencidos de la verdad y de la santidad de sus discursos. La
vista del reverenciado predicador parecia dar un sentido maravilloso ácada una de sus palabras. Los milagros
que se le atribuian y que ól hacia, dico Oton do Freisingen ya en secreto, ya en público, eran como un len
guaje divino que entusiasmaba a los mas indiferentes y persuadia á los mas incrédulos. Los pastores y tra
bajadores abandonaban los campos para seguirlo en las aldeas y en las ciudades, asi que él llegaba á una
ciudad todos los trabajos se suspendian. La guerra contra los infieles y los prodigios por los cuales Dios
prometia su proteccion á los soldados dela cruz, era el solo interés, el único negocio del clero, de la nobleza
y del pueblo. San Bernardo recorrió todas las ciudades del Rhin desde Constanza hasta Maestricht ; encada
ciudad , dicon las antiguas leyendas, devolvió la vista á los ciegos y el oido á los sordos: curaba á los cojos
y á los enfermos ; y se hablaba de treinta y seis milagros que habia hecho en un solo dia : á cada prodigio'
proclamado por el sonido ó toque de la campana, la multitud esclmaba : Jesucristo, ten piedad de nosotros:
todos los santos, socorrednos. La casa en que el abatede Claraval se dignaba entrar, era reputada por dichosa :
todo lo que él habia tocado parecia conservar algo de santo: los que debian ir al Asia se gloriaban de tener
una cruz bendecida de sus manos ó formada de una tela ó ropa que él hubiese llevado, y mas de una vez
sus vestidos fueron hechos trizas por la multitud que lo rodeaba, ansiosos de repartirse algun trozo de ellos
para hacer el signo venerado de su peregrinacion (A). La muchedumbre queso agolpaba al alrededor suyo
era tan grande, que un dia estuvo á pique de ser ahogado (5) y debió su salvacion al emperador de Alema
nia que le cogió en sus brazos, le trasladó á una iglesia , y le depositó delante de una milagrosa imágen de
la Virgen (6).
Despues de haber entusiasmado á la Alemania con sus predicaciones, y despertado el celo de los pueblos
de Italia por medio de patéticas cartas , san Bernardo regresó á Francia anunciando el objeto de su mision.
Durante su ausencia todo se habia suspendido , y esta multitud de cruzados que su elocuencia habia arras
trado, parecia que no tenia jefe ni direccion, ni lazo, no estando él en medio de todos ellos. El rey de Fran
cia y los grandes del reino, reunidos en Etampes (7), no habian tomado ninguna resolucion. El regreso de san
Bernardo reanimó el consejo de los principes y de los barones, é hizo preparar con un nuevo orden la es
pedicion de la Tierra Santa. Cuando delante de los señores y de los prelados hizo una relacion do su viaje
y de los prodigios que Dios habia obrado por su mano, cuando habló de la revolucion que habia hecho tomar
al emperador de Alemama, revolucion que él mismo llamaba el milagro de los milagros, todos los corazo
nes se llenaron de entusiasmo, de esperanza y de contento (8).
(1) Oton de Freisingen cap. 37. ^iblioteca de las Cruzadas t. I).—[V. Biblioteca de las Cruzadas t. 1, pag. 538 .—(3) Véase sobr e
este asunto al religioso Godofredo, que atestigua la admiracion de que san Bernardo se hubiera hecho comprender de pueblos que
hablaban otro idioma. (Vita S. Bernardi, pag. 135.) Sin embargo M.Wilken, ha observado justamente que la lengua francesa estaba
entonces estendida por los pueblos de la ribera del Rbin y tambien por una pai te de Alemania. (Gescbichte der Krcuzzuguc lib. III
cap. 10.)—,4) Gaudrefrev de miraculis saneli Bernardi.—(o) Un fraile de Claraval, compañero de Bernardo, no pudo entrar en el
albergue donde posaba el santo hombre, y tuvo que aguardarse desde la mañana hasta la noche en la calle.—(6) La cronica de Cor-
nerius Harmann refiero que la Virgen dijo a san Bernardo en lengua romana : Ben venia mi, fra Bernharde; y que el santo le res
pondio: Gran merco, mi domnra. (Biblioteca do las Cruzadas t. II. pag. 74).— ,7) Odon de Deuil. (Biblioteca do las Cruzadas t. I.)—
(8) El papa Eugenio vitupero al emperador do Alemania el haberse alistado a las banderas de la cruz sin haber solicitado el con
sentimiento de la Santa Sede. Vivald, ep. 151.) Conrado envio embajadores para calmar la colera del papa y ctcusarse por el
paso dado
LIBRO SESTO — 1U5-1U9. 189
Luis VII habia escrito á Rogerio, rey de Pulla y. de Sicilia, y á todos los principes cristianos de la Europa,
para anunciarles su peregrinacion é invitarles á seguirle en su santa espedicion. El rey habia enviado al
mismo tiempo diputados al emperador de Constantinopla. «El emperador, dice Odon de Deuil, recibió muy
bien á los diputados, llamó al rey de Francia el santo, dándole el titulo de amigo y de hermano : pero todo
esto no era mas que adulacion ; lo prometia todo, pero con la conviccion de no cumplir nada! »
En la asamblea de Eta mpes se vió comparecer á muchos embajadores que venian á anunciar la intencion
de sus principes de alistarse bajo las banderas de la cruz : se leyeron cartas venidas de los paises mas re
motos , en las que se decia que un gran número de señores y de barones estranjeros prometian reunirse á
los franceses contra los musulmanes. Desde este momento ya no se dudó del feliz éxito dela cruzada ; y el.
celo que mostraban todos los pueblos de Europa fué mirado como la manifiesta espresion de la voluntad
del cielo.
Entre los embajadores que asistieron á la asamblea de Etampes se notaban los de Rogerio que ofrecia á
los cruzados navios y viveres, y prometia enviar a su hijo á la Tierra Santa si se tomaba la resolucion de
ir por mar. El prudente consejo que los sicilianos daban á los cruzados y que acompañaban con generosas ofer
tas, no era de todo punto desinteresado. Algun tiempo antes de la toma de Edeso, los sarracenos de Africa,
habiendo hecho una invasion sobre las costas de Sicilia , habian entrado en Siracusa y la habian entregado
al saqueo. Rogerio esperaba que el paso de los cruzados por sus estados lo ofreceria medios para rechazar
los ataques de los musulmanes ó de llevar la guerra á su territorio. Por lo demás los diputados disimulando
sus temores ó sus esperanzas, y hablando solamente de su celo por la cruzada, se esforzaron en probar á la
asamblea que el pasajo por mar ofreceria menos inconvenientes y peligros al ejército cristiano, que un
viaje por tierra, atravesando un pais desconocido, en el que los peregrinos tendrian sin cesar que luchar
contra el clima y el hambre , contra las agresiones de muchas naciones bárbaras, y sobre todo contra la
perfidia de los griegos.
Deliberóse sobro las proposiciones del rey de Sicilia , y sobre el itinerario que se debia seguir para
llegar á Palestina. La mayor parte de los barones, llenos de confianza en sus armas y en la proteccion de
Dios, no podian mirar á los griegos como temibles enemigos. El viaje por mar parecia satisfacer menos á su
curiosidad, y al mismo tiempo ofrecerles pocas ocasiones de demostrar su valor. Por otra parte los buques
que debia proporcionar Rogerio, no eran bastantes para transportar todo lo que el celo religioso llevaba á la
guerra santa. Dióse la preferencia á la marcha por tierra. El historiador Odon de Deuil habla , lamentán
dose^ de esta resolucion que tan funesta fué para los cruzados y sobre la que se habia omitido consultar al
Espíritu Santo. Los enviados de Sicilia no ocultaron su dolor, y regresaron á su pais, anunciando todos los
males que debian acontecer (4).
La asamblea de Elampes pareció estar mejor inspirada, cuando fué preciso acordar ó nombrar á los quo
debian encargarse de la administracion del reino, durante la peregrinacion de Luis VII. Despues que los ba
rones y los prelados hubieron deliberado sobro esta importante eleccion, san Bernardo, que era su intér
prete, dirigió la palabra al rey, y le indicó al abate Sugerio y al conde de Nevers: «Señor, le dijo, hé aquí dos
espadas, y esto nos basta. Esta eleccion de la asamblea debia obtener la aprobacion del rey y los sufragios
del pueblo. El abate de San Dionisio habia proporcionado una larga paz á la Francia y hecho la gloria dedos
reinos, y se opuso á la cruzada: lo que pone de relieve su mérito y su ascendiente, pues á pesar de eso, con
servó su popularidad sin participar do las ideas dominantes. Sugerio aconsejaba al rey que no abandonara á
sus vasallos, haciéndole presente que sus faltas serian mucho mejor reparadas por medio de una sabia admi
nistracion del reino, que no por las conquistas de oriente. El que se atrevia ádar este consejo, se mostraba
mas dignoque otro alguno do representar á su soberano; pero Sugerio rehusó desde luego un empleo cuyo
peso y peligros conocia perfectamente. La asamblea no quiso hacer nueva eleccion: el rey mismo empleó las
súplicas para determinar á su ministro á reemplazarlo en el gobierno del reino. El papa, que llegó poco tiempo
despues á Francia (2), ordenó á Sugerio que cumpliera los votos del monarca, dolos grandes y de la nacion. El
r
(1) Odon deDeuil. .Biblioteca de las Cruzadas t. I. pag. 228.)—,2) La llegada del.papa ñ Francia ha inducido 6error a algunos his
toriadores: han confundido las epocas y supuesto que a imitacion de Urbano Ü, el soberano pontifice vino a predicar la cruzada
en un concilio que tuvo lugar en Rcims. El papa fue a residir a San Dionisio.
190 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
soberano pontílice para facilitar al abate de San Dionisio el honroso cargo que se le habia impuesto, lanzó an
ticipadamente los rayos de la Iglesia contra todos aquellos que atentasen á la autoridad real durante la au
sencia del rey.
El conde de Nevers, designado por la asamblea de los barones y de los obispos, rehusó como el abale de
San Dionisio la peligrosa carga que se le proponia. Vivamente instado para que aceptase el gobierno del rei
no, declaró que habia hecho voto de entraren la órden de san Bruno (1). Tal era el espíritu del siglo, que
esta piadosa intención fué respetada, como la voluntad de Dios; y mientras que lodo el mundo se felicitaba
de ver salir un fraile del claustro para gobernar la Francia, so vió sin sorpresa alejarse un príncipe para
siempre del mundo y sepultarse en un monasterio.
Desde este momento, solo se ocuparon los cruzados de los preparativos de marcha, y todo se puso en mo
vimiento en las provincias de Francia y de Alemania. Los mismos motivos que habian armado los compa
ñeros de Godofredo en la primera espedicion inflamaron el valor de los nuevos cruzados. La guerra de oriente
ofrecia á su ambición yá su piedad las mismas esperanzas y las mismas ventajas. La mayor parte délos
pueblos cristianos estaban animados con el recuerdo siempre vivo de la conquista de Jerusalen. Las relacio
nes que esta conquista habia creado entre la Siria y la Europa, aumentaban el celo y el ardor de los sol
dados déla cruz: no habia una sola familia en occidente, que no contase un defensor de los santos lugares,
un habitante en las ciudades de la Palestina. Las colonias del Asia eran para los francos como una nueva
patria; los guerreros que habian tomado la cruz no parecían armarse sino para defender á otra Francia,
cara á todos los cristianos, y que podía llamarse la Francia de oriente.
El ejemplo de dos monarcas debió también contribuir á que un gran número de combatientes se alistasen
en las banderas de la cruzada. Muchos de esos señores turbulentos que so les distinguía entonces con el
vergozoso nombro de viciosos, debian tener, como Luis Vil, culpables faltas que espiar. El espíritu de ca
ballería que hacia cada dia nuevos progresos, no fué el medio menos poderoso para una nobleza completa
mente guerrera. Muchas mujeres, arrastradas por el ejemplo de la reina Leonor de Guienne, lomaron
la cruz y se armaron con la lanza y la espada. Una multitud de caballeros se precipitaron por verlas, y
una especie de vergüenza cubrió al que no iba á combatir á los infieles. Los historiadores refieren que sa
enviaba una rueca y un huso á los que rehusaban tomar las armas (2).
Sin embargo, el entusiasmo délos cruzados no tenia el mismo carácter que en la primera espedicion. El
mundo no estaba á sus ojos, lleno de esos prodigios que proclamaban la voluntad del cielo: los grandes fe
nómenos de la naturaleza no herian ya tan vivamente la imaginación de los peregrinos pero parecia^que
Dios habia confiado todo su poder aun solo hombre , que arrastraba á los pueblos con su palabra y sus
milagros.
En todos los puntos en los cuales san Bernardo no habia podido hacer oir su voz, sus cartas se leian en
los púlpitos de las iglesias, y reanimaban el ardor de los fieles. I-a mayor parte de los oradores sagrados
repetían sus palabras y se asociaban á sus trabajos apostólicos. Amoldo, predicador flamenco, recorria mu
chas provincias de Alemania y de la Francia oriental, invitando á los pueblos á alistarse en la milicia déla
cruz. La austeridad de su vida y la singularidad de sus vestidos atraían sobre él las miradas y las venera
ciones de la muchedumbre: pero él no tenia, como el abate de Claraval, el privilegio de mover á todos los
corazones con su sola presencia; y como él ignoraba las lenguas romana y tudesca, le acompañaba en sus
espediciones un intérprete llamado Lamberlo, que repelía en la lengua del pais las piadosas exhortaciones
que su compañero, con los ojos levantados al cielo y teniendo en la mano la cruz de Jesucristo, pronuncia
ba en lalin ó en flamenco.
En las provincias que no fueron visitadas por los misioneros de la cruzada, y en todos los pueblos á los
que no llegaron las cartas de san Bernardo, cada pastor, al leerlos breves del soberano pontífice, escitaba
á su rebaño á armarse para libertar a la Tierra Santa. Los que no fueron sordos á estas palabras, venían al
pié de los altares: y haciendo el señal de la cruz sobre la frente prometían, puestos do rodillas, ir á comba
tir en oriente por la causa de Jesucristo. El pastor les distribuyó los atribuios de peregrino, y repitió el

(1) Vita Sugcrii.—(J) Esta costumbre duró mucho tiempo, porque se reprodujo en la tercera cruzada. (Véase !a Dibliotcca de
'as Cruzadas I I )
LIBRO SESTO — 1U5-1M9. 191
señal de la cruz sobre la boca , sobre la frente y sobre el pecho de cada cruzado, diciendo : Que todos vues
tros pecados os sean perdonados, si cumplís lo que prometéis (1 ).
Mientras que Francia y Alemania tomaban las armas á la voz de los oradores de las cruzadas, la pa
labra de Dios no permaneció estéril en muchas comarcas de la Italia. Los habitantes de los Alpes
y de las riberas del Ródano , los pueblos de la Lombardía y del Piamonte, se preparaban para la guerra
santa, y debían acompañar al conde de Mauríenne, tio materno de Luis VII y al marqués de Monferrato.
Los flamencos habian acudido en tropel á alistarse bajo las banderas de la cruz, y seguían al conde
de Thierri que ya en la primera peregrinación á Jerusalen se habia distinguido por su valor contra los in
fieles. La cruzada fué predicada con el mismo éxito en el reino de Inglaterra. Los cruzados ingleses se em
barcaron en los puertos de la Mancha, y se dirigieron á las costas de España. Rogerio de Hoveden observa
(pie estos guerreros partieron con espíritu de humanidad y que á esto se debe el que sobresaliesen mucho
mas que los que acompañaban á los reyes y á los príncipes (2).
Así que estuvo próxima la primera cruzada, las guerras entre particulares, las discordias civiles y las
bandas armadas cesaron de repente. Los preparativos fueron acompañados de menos desórdenes que en la
precedente espedicion; los peregrinos no mostraron ni la misma imprudencia en la elección de sus jefes n¡
la misma impaciencia para ponerse en marcha, y la Francia y la Alemania no tuvieron que sufrir los escesos
de una muchedumbre indisciplinada. La primera cruzada, en la que muchos ejércitos fueron mandados por
aventureros y por frailes , dió el espectáculo de la licencia y de las pasiones tumultuosas de un pueblo en
tregado á sí mismo. En la segunda guerra santa dirigida por dos poderosos monarcas, se vió desde luego
mas armonía, mas unión y mas regularidad. Los pequeños vasallos se reunieron al rededor de sus señores,
y estos esperaron la señal del rey de Francia y del emperador de Alemania. El órden que presidió á tedos
los preparativos de la santa empresa no dejaba vislumbrar ninguno de los desastres que el porvenir tenia
destinado á las armas cristianas y debía inspirar la mas grande seguridad á los pueblos del occidente.
Ratisbona era el punto de reunión de los cruzados alemanes , y la ciudad de Melz era el de los france
ses (3). Los caminos que conducen á estas dos ciudades estuvieron durante muchos meses cubiertos de pere
grinos. Muchos se dirigieron á los puertos de Flandes y de Italia , en donde se encontraban reunidas las
flotas dispuestas á salir para oriente.
El soberano pontífice habia recomendado á los barones y los caballeros, que no llevasen consigo perros
ni aves de caza. Renunciando al lujo de sus castillos, consintieron en vestir el hábito de penitencia. Hubiera
sido de desear que lodos los guerreros hubiesen seguido este ejemplo, y que duran.te la peregrinación y bajo
los estandartes de la cruz, el desorden y el libertinaje no se hubiesen confundido con el arrepentimiento y la
piedad.
La mas grande dificultad estribaba en encontrar dinero para ocurrir á los gastos déla guerra. Los que por
sus achaques ó por circunstancias particulares se habian quedado en Europa , quisieron contribuir por medio
de ofrendas á la empresa de los cruzados. Siguiendo el espíritu do la época , un gran número de fieles que
morían sin haber visto á Jerusalen, legaban en sus testamentos una suma para los peregrinos de oriente.
Todos estos dones de la piedad eran indudablemente considerables, pero no eran suficientes para el sosten
de un grande ejército. A fin de procurarse el dinero necesario Luis VII contrajo varios empréstitos, hizo varias
derramas, que fueron aprobadas y reguladas por el soberano pontífice. San flernardo y Pedro el Venera
ble (4) se habian levantado valerosamente contra los judíos, pero el abate de Cluni pensaba que era preciso

(1) Menage en su ftiJlorio de SaUé ha dado una noticia, que contiene el catálogo de los gentiles hombres del Maine que en 1158
se cruzaron con Godofredo de Mayena. En él se lee, que todos estos señores se reunieron en la iglesia de Nuestra Señora de Mayc-
na y recibieron la cruz de manos de Guillermo, obispo de Mans, que ellos mismos hicieron la señal de la cruz sobre la frente, la
boca, el pecho y sobre el corazón, y que cada uno se revistió del escapulario de la cruz, scapula crucis, de color blanco y encar
nado. Puede verse en esta noticia las otras ceremonias, que serian sin duda las mismas cuando los nobles recibían la cruz de ma
nos délos obispos. El prelado hizo en seguida la señal de la cruz sobre la frente de cada uno de los cruzados, diciendo: RemWantvr
Ubi omnia peccata lúa, ti facxsquod promitlis. Sigue la lista de los cruzados en número de 102. El autor observa que se volvieron
treinta y cinco. Véase la Historia literaria de los Benedictinos vol. 3UU, pag. 386.—,S) Rogerio de Hoveden advierte que una
gran parte de los peregrinos que habian hecho la espedicion de Portugal habian salido de Inglaterra. Véase sobre esta espedicion
la carta de Amoldo. (Biblioteca de las Cruzadas, t. I.¡ M. Wilken ha consagrado un capitulo entero a esta cruzada, lib. III.—
(3) Los cruzados de Piamoute y do la Lomtardia pasaron por la Iliria.— (4) Pedro el Venerable pertenecía a la ilustre familia de
MootboUsier.


192 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
castigarlas del modo que les fuese mas sensible : esto es, despojarles de sus tesoros, reunidos por medio de la
usura y hasta por el sacrilegio (1). El mencionado abate aconsejaba al rey de Francia, tomara de los judios
el dinero necesario para hacer la guerra á los musulmanes. Es probable que el consejo de Pedro el Vene
rable no fuese desechado y que los judios contribuyeron á los gastos del viaje de Jerusalen. La Francia ha-
bia sufrido una hambre cruel, durante siete años : durante esta calamidad se habia visto á los nobles que
llamaban ricos hombres, vender todo cuanto poseian y partir á paises estranjeros pidiendo limosna. Los que
se habian quedado en el pais no podian empeñar ni vender sus bienes, y cuando encontraban vendedores,
el oro que sacaban de la venta de sus vastos dominios les bastaba apenas para comprar un caballo de bata
lla y armas. El clero, que se habia enriquecido en la primera guerra santa, vióse obligado á dar sumas con
siderables para la nueva espedicion. Un fragmento histórico (2) nos atestigua que los religiosos de san
Benito del Loira dieron á su abate un incensario de ocho marcos de plata, tres onzas de oro con dos
candelabros de gran precio, para ayudarle á pagar el tributo que se lo habia impuesto. Es el primer ejem
plo, dicen los benedictinos, de semejante impuesto establecido sobre una iglesia por nuestros reyes de la
tercera raza. Los prelados que habian tomado la cruz , despues de haber pagado la contribucion del rey, se
encontraron obligados á despojar sus propias iglesias para los gastos de su peregrinacion. Las crónicas con
temporáneas citan á un abad de Santa Coloma cerca de Sens , que empeñó á unos judios de Troves una
corona guarnecida de pedrerias, ofrenda piadosa del rey Rodolfo, y una cruz de oro trabajada de mano de
san Eloy (3).
Los gastos de la cruzada no solo arruinaron á la nobleza y al clero, si que tambien á los labradores y ar
tesanos. La misma pobreza no estuvo exenta de las cargas impuestas, ya por los reyes, ya por los grandes
vasallos, lo que fué causa de muchas quejas y empezó á entibiar el entusiasmo de los fieles. « No hubo, dice
un viejo historiador, estado, condicion, edad ni sexo que no estuviese obligado á contribuir a la subvencion
del rey y de los principes que iban con él , de lo que se siguió el descontento de todos, que maldecian al rey
y á sus tropas (4). Lo mas irritante de este asunto es que el producto de todos estos tributos arran
cados á la miseria pública no bastaban á Luis VII para el mantenimiento de su ejército ; porque en sus
cartas dirigidas á Sugerio, no cesa de rogar á su fiel ministro que le mande dinero del que tenia falta para
alimentar á sus soldados y para pagar las deudas contraidas á los caballeros de San Juan y del Temple.
En medio de estos quejas que eran generales en todas las provincias , el rey de Francia se preparaba para
su viaje, con actos de devocion : visitó los hospitales y casas de beneficencia, y ordenó rogativas en todas
los iglesias. Odon de Deuil nos dice que este monarca habia establecido leyes y reglas de disciplina para el
ejército que debia marchar con él en oriente ; pero el cronista añade sencillamente, que no las tiene presen
tes , porque no fueron pflestas en ejecucion.
Al aproximarse su marcha Luis VII se dirigió á San Dionisio para tomar el famoso oriflama que los reyes
de Francia hacian llevar delante de ellos en las batallas. La iglesia de San Dionisio estaba entonces decorada
con una gran magnificencia í entre los monumentos históricos que alli figuraban habia los retratos de Godo-
fredo de Bouillon, deTancrcdo, do Raimundo de Saint-Gilles, y las batallas de Dorilea, deAntioquia y de As-
calon que dibujadas en las vidrieras del coro debieron fijar las miradas y la atencion de Luis y de sus compa
ñeros de armas> El rey, prosternado al pié de los altares, imploró la proteccion del santo apóstol de la Francia
y la desus piadosos antepasados, cuyas cenizas reposaban en el mismo lugar. El papa que habia venido á
San Dionisio, puso de nuevo al reino bajo de la salvaguardia de la religion, y presentó á Luis VII el zurron
y el palo, signos de su peregrinacion. Despues de esta ceremonia Luis se puso en marcha acompañado de la
reina Leonor y de gran parte de su corte.
El abate Sugerio á quien abrazó con las lagrimasen los ojos, no pudo tampoco contener el llanto. El dolor que
causó la marcha del rey hizo callar súbitamente los murmullos del pueblo, y solo se otan las súplicas que
se elevaban al cielo por su espedicion contra los infieles, sobre todo por su dichoso regreso al seno de sus
vasallos. El rey salió de Metzá la cabeza de cien mil cruzados, atravesó la Alemania, y se dirigió á Cons-
lantiuopla, en donde debia reunirse con los otros soldados de Cristo.
(1) Vease la Biblioteca de las Cruzadas, t. I.—(8) Fraemento sacado de un manuscrito. Biblioteca de las Cruzadas, t. 1.)—(3) His
toria literaria de Francia, sigloídoce.—;i Citamos aqui las palabras del historiador de Francia , Belle-Forest , de las que no hu
biera mos hecho mencion si no hubiesen servido para la traduccion de loj cronistas contemporaneos. Puede verse a Raul de Dicel.
1"' ,

1
■TV
>*
LIBRO SESTO.— H 45-1119. 193
Desde que habia tomado la cruz , el emperador Conrado se ocupó de los preparativos de su espedicion.
Lo que debe escitar nuestra sorpresa es que su piadosa revolucion no recibió el apoyo de la Santa Sede. El
papa se quejaba que este monarca se decidiera irá la cruzada sin consultarle, y aun cuando el pontifico habia
pasado los montes, desdeñó el escitar el entusiasmo y el celo de los alemanes con su presencia. Conrado hi
zo coronar á su hijo como rey de romanos, y confió la administracion de su imperio al abate de Corvey,
cuya prudencia puede compararse con la de Sugerio. Despues de haber tomado estas saludables disposicio
nes, el emperador salió de Ratisbona, al principiar la primavera, mandando á un ejército tan numeroso
que segun Oton de Freisingen, no bastaban los rios á trasportarlos, teniendo las campiñas poco espacio [«ra
contener á lodos sus batallones.
Los embajadores enviados por Conrado se habian dirigido ya á Constantinopla para anunciar las pacificas
intenciones de su soberano, y pedir el paso de su ejército por el territorio del emperador griego. Manuel,
en su respuesta alaba el celo de los peregrinos alemanes, y protesta de su amistad para con su jefe. En
medio de estas reciprocas protestas, el ejército de Conrado se adelantó hácia la capital de la Grecia, y des
de el momento que hubo pasado las fronteras de la Tracia, tuvo que quejarse de la perfidia de los griegos,
y estos de la violencia de los cruzados.
En tiempo de la primera cruzada, los turcos amenazaban á Constantinopla, lo que hizo que se soportase
á los francos; pero desde esta época, la capital de los griegos estaba libre de alarmas y no temia los ataques de
los musulmanes. En todas las provincias dol imperio dominaba la idea de que los guerreros del occidente
tenian el proyecto de apoderarse de Constantinopla. Esta opinion bastante verosimil acreditada por las ame
nazas de los mismos cruzados, era poco á propósito para restablecer la paz y la armonia entre dos pueblos,
que se despreciaban reciprocamente, y que se acusaban con igual razon de violar la féde los tratados (1).
Manuel Comneno, que Odon de Deuil no quiere nombrar, porque su nombre dice no está escrito en el
libro de la vida, era el nieto de Alejo I, que reinaba en tiempode la primera cruzada; fiel á la politica de su
abuelo, mas hábil y sobre todo mas disimulado que él, no dejó de poner en planta medio alguno para per
der y arruinar el ejército de los alemanes. En su consejo se miraba á los guerreros de. occidente como
hombres de hierro cuyos ojos lanzaban llamas, hombres que derramaban la sangre á torrentes, con la
misma indiferencia que si fuese agua. Mientras que les enviaba embajadores y les procuraba viveres, Ma
nuel se aliaba con los turcos, y hacia fortificar á su capital.
Los alemanes habian sentado sus reales en la llanura que está al noroeste de Selibrea, á algunas leguas
de Constantinopla. Esta llanura á la que el historiador griego Cinnam da el nombre de Chcrobaque, atra
viesa un rio que va á perderse en la Propóntida. De repente estalla una violenta tempestad; el riosalió de
madre é inundó la llanura en la que estaba el ejército cristiano celebrando la fiesta de la Asuncion. Odon
de Freisingen, que estaba presente, ha procurado describirnos este desastroso incidente: él nos pinta las
olas derribándolo todo, y arrastrando los bagajes, á los hombres y á los caballos. Loque mas escita la
curiosidad de este cuadro, es el ver á algunos peregrinos buscando un abrigo contra esta especie de diluvio
en la tienda del duque de Suabia y cantando en medio de la desolacion general, el salmo que empieza con
estas palabras : Regocijémonos, hermanos mios. El buen obispo despues de haber hablado mucho de esta
tormenta, que habia estallado sobre una risueña campiña, se entrega á reflexiones mas frivolas que fi
losóficas sobre la instabilidad de las cosas humanas, y declara despues que nada mas dirá de la cruzada,
dando por motivo, que él habia tomado la pluma con el objeto de hacer una historia agradable, y no para
contar desgracias semejantes á las que pasan en las tragedias.
Manuel y Conrado se decian sucesores de César y de Constantino, y un espiritu de envidia y de rivali
dad animaba al uno contra el otro. Esta reciproca animosidad fué muy bien secundada por la antipatia de
los griegos y de los teutones. Mientras los bárbaros, dice el historiador griego Cinnam, tuvieron montañas y
paises dificiles de salvar, se mostraron moderados y pacificos; pero una vez que ellos alcanzaron la llanura,
devastaron las aldeas y las ciudades. Muchas violentas escenas señalaron el paso de los alemanes por el rico
territorio de Filipópolis. El emperador griego habia propuesto á Conrado el tomar un camino diferente al
de Constantinopla: lo que daba mas temor era el ver llegar el ejército teuton á la capital del imperio. Conra-

(1) Cinnam. Biblioteca de las Cruzadas, t. II.


15
494 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
do habia rechazado las súplicas de Manuel. Este fingiendo sentir mucho los desastres de los cruzados germa
nos en las inmediaciones de Selibrea, se habia apresurado áofrecer socorros al emperador do occidente, y
le pedia que se adelantase de su ejército para conferenciar juntos sobre la paz. Conrado rehusó acceder a la
pretension de Manuel, y llegó el ocho de setiembre bajo de los muros de Constantinopla. El ejército de
los alemanes acampó cerca del palacio de Blaquernas, el agradable valle, dice Cennam, en donde se ol
vidaban las incomodidades de la ciudad: lugares encantadores en losque las flores exhalan sus perfumes,
y los árboles proporcionan fresca sombra. El autor griego designa aqui el valle atravesado por el Cydaris y
que hoy llaman el valle de las aguas dulces, el que sirve de paseo á los habitantes de Stambul.
Los griegos y los alemanes alimentaban siempre sentimientos de desconfianza. Los unos vigilaban en la
ciudad ó rondaban al rededor de las murallas, y los otros asolaban y amenazaban la ciudad: Manuel y Con
rado se vieron friamente, el ceremonial de la entrevista escitó grandes debates, y al fin sedecidió que los dos
emperadores montarian á caballo, y se aproximarian asi el uno al otro para darse el beso fraternal. Afor
tunadamente la rivalidad de los dos principes no estalló en una guerra abierta.
El emperador aleman habia tomado una actitud menos Amenazadora; dirigió una carta á Manuel en la que
los cronistas griegos han encontrado alguna cosa débil y cobarde- Decia al emperador de Bizancio que no
debia juzgar de las cesas de la vida sino segun la intencion; que realmente los alemanes habian devastado el
territorio griego; pero que este desórden debia atribuirse á su indisciplina y no á la malevolencia de su jefe.
«En adelante, respondió Manuel con aire satirico, nosotros no trataremos de comprimirlas pasiones y los
desórdenes de la multitud de nuestros soldados: les dejaremos hacer, como nos lo enseñais vos mismo.» Cin-
nam ha citado dos cartas en las que Manuel se chancea del emperador aleman, diciendo que es incapaz de
reinar sobre su ejército, sobre ese gran rebaño de ganado que no podria sostener el ataque del Leon (1).
La rivalidad y el encono que animaban á los dos emperadores, pasó fácilmente á los pueblos; las recipro
cas prevenciones de los griegos y de los francos degeneraron en una guerra declarada entre la barbarie,
armada con todos sus furores, y la perfidia, armada con todas sus traiciones. En la ciudad de Filopópolis un
saltimbanquis ó bufon, enseñando una serpiente que llevaba en su seno , irritó la grosera supersticion de
los alemanes, y este espectáculo, que la muchedumbre ignorante miraba como un artificio del demonio, fué
la señal de escenas las mas sangrientas. En Andrinopolis, la muerte de un pariente de Conrado, asesinado en
su cama, habia sido causa del incendio de la ciudad y de la matanza de los habitantes de ella. Los griegos
no trataron jamás de oponer la fuerza á la fuerza, pero, para vengarse de los latinos, no desperdiciaron nin
guno de los medios sugeridos por un encono que no se atrevian á manifestar. Los alemanes, en su marcha
por el Bosforo, avanzaban en medio de emboscadas y lazos esparcidos por todas partes donde debian pasar.
Los cruzados, asi que se separaban del ejército, eran degollados por los soldados de Comneno; se les cerra
ban las puertas de la ciudad, y cuando pedian viveres , se les obligaba á poner el dinero en una cesta que se
les bajaba de lo alto de las torres, y muchas veces solo obtenian burlas insultantes.
El historiador griego Nicolas dice que mezclaban con cal las harinas que les daban para su alimento. Ha
bian creado una falsa moneda que se les daba cuando tenian estos que vender algo, pero que rehusaban ad
mitir cuando tenian los otros que verificar alguna compra. En fin si deben creerse las acusaciones de los la
tinos, el enemigo fué avisado de la marcha de los peregrinos alemanes, los guias que se les habian dado en
Constantinopla descarriaron al ejército en las montañas de la Capadocia, y le entregaron vencido ya por las
fatigas, el hambre y la desesperacion á la espada de los infieles. Los franceses que vinieron despues se mos
traron menos indisciplinados que los alemanes, y fueron mejor tratados por los pueblos que encontraron á su
paso. Cuando llegaron á Hungria, los habitantes de esta comarca los recibieron como hermanos.
La presencia de Luis VII inspiró por todas partes el respeto y la alegria; su misma tienda fué el asilo para
los húngaros perseguidos por las discordias civiles: y entonces fué cuando dijo estas preciosas palabras: La
vivienda de un rey es como una iglesia, sus pies como un altar (2). A cada ciudad que atravesaban los cru
zados, encontraban embajadores que el emperador de Constantinopla enviaba al rey de Francia: estos emba
jadores se prosternaban delante del rey y le prodigaban las mas exageradas alabanzas. La altaneria francesa

(1) Cinnam, Biblioteca de las Cruzada», t. III.—[1] Estas bellas pelabas de Luis VII, que no se encuentran en ninguna historia
de Francia, estan sacadas de la cronica húngara de Juan Huroz. (Vease la Biblioteca de las Cruzadas t. II, pag. 121.)
LIBRO SESTO.— 1145-1149. 105
quedó mas bien sorprendida que afectada de semejante homenaje. Un dia, Godofredo, obispo de Langres,
viendo que el rey escuchaba con impaciencia las lisonjas de los embajadores griegos, no pudo menos de in
terrumpirles con estas palabras: «Hermanos : no habeis tan a menudo de la gloria, de la majestad, do la sabi-
duria y de la religion del rey: él se conoce, y todos nos conocemos', decid brevemente y sin rodeos lo qu»
quereis (1).»
A la aproximacion do los que él hacia asi cumplimentar, Manuel temblaba en su palacio. Los grandes det:
imperio fueron por sus órdenes a recibir á las puertas de Constantinopla al monarca francés, quien toman
do en consideracion los temores del emperador se adelantó á su ejército y se dirigió sin escolta al palacio Im
perial. En su primera entrevista, estos dos principes se aseguraron una amistad reciproca, Manuel con la-
afectacion de los griegos, y Luis con la sencillez de un peregrino y la franqueza de un rey caballero. «El rey
de Francia, dice Odon de Dcuil, fué recibido por el emperador en persona que vino a su encuentro y le abrazó.
Estos dos principes tenian á corta diferencia la misma edad v casi las mismas maneras, diferenciándose tan
solo por las costumbres y por el vestido. Se sentaron sobre dos tronos iguales v conversaron por medio da
intérprete; Manuel dijo al rey que deseaba saber cuáles eran sus intenciones añadiendo que en cuanto á él,
deseaba lo que Diosqueria y que él le permitiría todo para que pudiese cumplir su peregrinacion. Ojalá qui>
hubiese dicho verdad; al ver su alegria, sus palabras, que parecian espresar los mas intimos pensamientos
de su alma, cualquiera hubiera creido que Manuel amaba tiernamente al rey; pero no es preciso decir, con
tinúa irónicamente el capellan de Luis VII, todo lo que tendria de verdad semejante opinion.
Constantinopla fué, como en la primera cruzada, un maravilloso espectáculo para los guerreros del occi
dente. Aun cuando despreciaban el carácter y afeminadas costumbres de los griegos, los latinos no podian
ver sin admiracion los. bellos edificios y las magnificencias de la ciudad imperial. El antigue historiador de
esta espedicion ha hecho de Bizancio una animada y viva pintura, cuyos principales rasgos no pueden
ser omitidos en nuestra relacion.
Constantinopla, dice el cronista, la gloria de los griegos, tiene la forma de un triángulo. Hácia la parte
oriental y el mar de Mármara, se hallan la iglesia de Santa Sofia y el palacio de Constantino, con una
capilla llena de preciosas reliquias. La ciudad está rodeada por los dos lados del oriente y del norte pol
las aguas del mar. Al llegar á la ciudad, se encuentra á la derecha el canal de San Jorge, y a la izquierda el'
golfo ó el canal que le sirve de puerto. En el declive de una colina está situado el palacio de Blaquernas.
Situado en un punto muy ventajoso, este palacio ofrece el triple aspecto del mar, de la ciudad y'de la cam
piña: se admira su fachada y la elevacion desus muros, y en el interior todas las maravillasdel lujo. Ha
cia la parte occidental de la ciudad hay una llanura que se estiende hasta perderse de vista; por este lado
Constantinopla está fortificada por una doble muralla, con varias torres, desde la Propóntida hasta el pala
cio, en un espacio de mas de dos millas. Ni esta doble muralla ni sus torres constituyen la fuerza de la
ciudad, esta consiste en el gran número de sus habitantes y en la larga paz que disfruta. A la parte esteriur
de las murallas hay inmensos jardines que proveen de abundantes legumbres á l6 capital. Canales subter
ráneos conducen desde fuera aguas dulces, porque el agua de las cisternas es salada y fétida. En algunos
parajes la ciudad está falta de corrientes de aire : los ricos cubriéndose las calles con sus edificios, dejan á
los pobres y á los estranjeros la inmundicia y las tinieblas; alli se cometen robos, asesinados v otros cri
menes, que la oscuridad favorece. Como en esta ciudad se vive sin justicia, puesto que hay tantos dueños
como ricos, y tantos ladrones como pobres, el malvado no conoce ni el temor ni la vergüenza. Constanti
nopla sin su corrupcion podia ser preferida á todos los lugares del mundo, por su temperatura, por la ferti
lidad de su suelo y por el fácil paso que ella ofrece á la propagacion de la fé. El canal de San Jorge se parece
al mar por sus aguas saladas y por la abundancia de pesca, y á un rio por la facilidad con que uno lo atravie
sa sin peligro siete ú ocho veces al dia.»
Durante la estancia de los cruzados franceses en Constantinopla, nada omitió Manuel para hacerse bien
quisto de Luis VII y de sus barones. Se complacia en enseñarles el lujo de su corte y las maravillas de la ca
pital: visitaba el campo de los peregrinos, aplaudia su empresa y Ies prometia todos los socorros necesarios:
en fin cada dia se renovaban las protestas de amistad y cariño. Con todo, un profundo encono subsistia en-

(i; Odon de Dcuil, Biblioteca de las Cruzadas, t. 1.


196 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
tre los griegos y los latinos: mil circunstancias podian aumentarlo y redoblarlo, pe.ro nada podia estinguirlo
ni aun suavizarlo. Los cruzados de Francia reprochaban á- Manuel hasta sus demostraciones de amistad
que ellos miraban como una traicion. Despues que el emperador pidió á los barones que le prestasen
homenaje y que le entregasen las ciudades griegas que conquistarian con sus armas, se propuso en el con
sejo de Luis VII apoderarse de Constantinopla.
«Vosotros habeis oido, dijo el obispo de Langres, á los griegos que os proponen de reconocer su imperio y
de someteros á sus leyes: asi debe el debil mandar al fuerte, la molicie al valor? ¿Qué ha hecho por ventu
ra esta nacion9 ¿qué han hecho sus mayores para mostrar tanto orgullo? Yo no os hablaré de emboscadas
que han multiplicado sobre el camino que debiais atravesar. Nosotros hemos visto á los sacerdotes de Bizancio
mezclar la burla con el ultraje, purificar con el fuego los altares en donde nuestros sacerdotes habian cele
brado. Ellos nos exigen hoy juramentos que el honor prohibe. ¿No es ya tiempo de vengar los traiciones y
di; rechazar las injurias? Hasta aqui, mas han tenido que sufrir los cruzados de parte de sus pérfidos ene
migos, que no de los quese Ies han declarado abiertamente. Hace mucho tiempo que Constantinopla es una
importuna barrera entre nosotros y nuestros hermanos de la Palestina. Nosotros debemos al fin abrirnos el
libre camino del Asia.
«Los griegos, vosotros lo sabeis, han dejado caer en manos de los infieles el sepulcro de Jesucristo y todas
las ciudades cristianas del oriente. Constantinopla, no lo dudeis, será pronto la presa de los turcos y de los
bárbaros, y por su cobarde flojedad Ies abrirá un dia las barreras del occidente. Los emperadores de Bi
zancio no saben ni defender sus provincias ni sufrir que otros lo hagan; siempre han detenido los generosos
esfuerzos de los soldados de la cruz; hace poco que este emperador que se declara vuestro ausiliar, ha que
rido disputar á los latinos sus conquistas y arrebatarles el principado de Antioquia: y quiere hoy dia en
tregar el ejército cristiano á los sarracenos. Apresurémonos á evitar nuestra ruina, preparada por los trai
dores; no dejemos detrás de nosotros á una ciudad insolente y envidiosa que solo espera el memento de des
truirnos, y hagamos caer sobre ella los males que nos prepara. Si los griegos llevan á cabo sus pérfidos de
signios, el occidente os pedirá un dia sus ejércitos. Ya que la guerra que nosotros emprendemos es santa,
¿no parece justo emplear todos los medios para conseguir la victoria? La necesidad, la patria y la religión o
mandan hacer lo que yo os propongo. Los acueductos que proveen de agua á la ciudad están en nuestro po
der y nos ofrecen un medio fácil de reducir á sus habitantes. Los soldados de Manuel no podrán sobrellevar
el aspecto de nuestros batallones. Una parte de las murallas y de las torresde Bizancio acaban de desplomar
se delante de nosotros, coimo por una especie de milagro; parece que el mismo Dios nos Dama á la ciu
dad de Constantino, y que nos abre las puertas como él abrió á nuestros padres las de Edeso, Antioquia y
Jerusalen.»
Cuando el obispo de Langres hubo acabado de hablar, muchos de los caballeros y barones levantaron la
voz para contestarle. Los cristianos habian venido al Asia para espiar sus pecados, y no para castigará
lus griegos: habian tomado las armas para defender á Jerusalen, y no para destruir á Constantinopla.
Es verdad que debia mirarse á los griegos como herejes y no como enemigos declarados: se habia res
petado á los judios, igualmente debia hacerse con los griegos. Cuando los guerreros cristianos habian toma
do la cruz, Dios no les habia confiado la espada de su justicia. En una palabra; los barones encontraban en
el discurso que acababan de oir mas politica que religion, y no podian concebir que se pudiese intentar una
empresa que no estaba de acuerdo con el honor. Do otra parte, ellos no podian creer los males que se les
anunciaban y descansaban en la Providencia y en su valor para allanar los obstáculos. Los mas escrupulo
sos peregrinos temian al ver retardar la marcha de los cruzados, y este temor aumentaba sus mismos escrú
pulos. En fin la lealtad do los caballeros, la piadosa impaciencia de visitar los santos lugares, y tal vez los
regalos y seducciones de Manuel, hicieron triunfar el partido de la moderacion.
Sin embargo el emperador se alarmó al ver que unos guerreros llenos de fiereza y de audacia trata
ban tan cerca de su persona de la conquista de su capital. El homenaje que le tributaron los barones y los
caballeros no le aseguraban de sus empresas. Para acelerar su marcha, hizo correr la voz que los
alemanes acababan de lograr grandes victorias sobre los turcos, y que se habian hecho dueños de lconium.
Este medio fué tan eficaz, que sobrepujó las esperanzas de Manuel.
Cuando los cruzados franceses se alejaron de Constantinopla, un eclipse de sol vino á llamar su atencion.
> .
LIBRO SESTO.— 1145-1 U9. 197
La muchedumbre vió en este fenómeno un presagio funesto, creyendo encontrar en él el aviso de una gran
calamidad ó de una nueva traición de Manuel. Lostefnores de los peregrinosno tardaron en realizarse. Cuan
do los franceses avanzaban hácia la Bitinia , se difundió la noticia que el ejército de los alemanes kabia pe-
reciJo casi todo en el camino de Iconium.
Este ejército, dividido en dos cuerpos, habia partido de Nicea en el mes de octubre: el primero y el mas
considerable, mandado por el emperador, habia seguido la direccion de Godofredo y de sus compañeros; el se
gundo cuerpo, en el que iba el hermano del emperador, se habia dirigido hácia Laodicea, atravesando el an
tiguo pais de Cotyleum, hoy Contay . Los griegos que Conrado habia tomado por guias, le habian hecho llevar
viveres por solo ocho dias, prometiendo que en una semana de marcha llegarian á Iconium. Despues de la
octava jornada el ejército en lugar de aproximarse al punto donde se dirigia, se halló en un pais descono
cido é inhabitado, que no tenia fuentes, rios, bosques ni pastos. Los guias, interrogados, aconsejaron an
dar tres dias mas, jurando por Jesucristo y por todos los santos, que pronto se presentarian á su vista las
campiñas de Licaonia. Bajo esta promesa el ejército continué su marcha: pero en lugar de conducirlo há
cia Iconium, los guias lo encaminaron hácia el norte, en donde solo encontraron áridas montañas. Los cru
zados lenian sin cesar que subir y bajar de las colinas y de los puntos escarpados los hombres, los caballos:
y las bestias de carga, perecian victimas del hambre, de la sed y de la fatiga. El cuarto dia desde la mañana
buscáronse los guias; pero habían desaparecido, y todas las alturas vecinas estaban cubiertas de una in
mensa multitud de turcos, ladrando como perros y aullando como lobos. Desde luego se deliberó en consejo
si seria mas prudente regresar por el punto que habian venido, que no el avanzar en un pais que no se
conocia nada, que no ofrecia recurso alguno, y cuyas avenidas estaban ocupadas ó defendidas por las hor
das de los bárbaros. Esta opinion, que era la ley de la dura necesidad, fué adoptada unánimemente.
La retirada se efectué desde luego y con buen orden. Los turcos se limitaron durante los primeros dias á
atacar á los que se estraviaban del ejército, ó que no podian seguirle. Algunos jefes, de los mas valientes,
teniendo á su cabeza á Bernardo, duque de Carintia, se espusieron á los mas grandes peligros para proteger
la marcha de los débiles: pero al fin sorprendidos ellos mismos en los caminos dificiles, sucumbieron con los
desgraciados peregrinos que querian salvar. Los turcos redoblaron entonces su audacia: armados á la lijera
y montados sobre ágiles caballos, tan pronto estaban en los Uancoscomoá retaguardia del ejército: los caba
lleros teutones, montados sobre caballos estenuados por el hambre, no podian avanzar, y sus armas eran mas
bien un peso engorroso, que no un medio de ataque ó de defensa. A toda hora del dia y de la noche, milla
res de hombres y de caballos caian heridos por las flechas de los turcos, y el ejército se encontraba entre
gado á la mas terrible confusion: el mismo emperador fué herido por dos venablos, sin que sus caballeros
pudiesen salvarle. A medida que iban adelantándose asi el número de bárbaros crecia y con estos las plagas
(|uo desolaban al ejército; los muertos, los heridos y los enfermos permanecian abandonados sobre los ca
minos. Los que no podian andar mas, arrojaban las armas y esperaban la muerte de los mártires: los que
aun conservaban alguna fuerza, buscabansu salvacion en la fuga. Entonceseste imperial ejército, que ha
bia hecho temblar el Asia, se encontró completamente disperso y como aniquilado. El segundo cuerpo de
teutones, conducido por Federico de Suabia y por el obispo do Freisingen, sucumbió tambien á fuerza de
hambre y de sed, no menos que por las dificultades de los caminos y por los continuados ataques delos
turcos, abismándose en las montañas vecinas á Laodicea.
La historia guarda silencio sobre este doble desastre. Solamente por alguna palabra de Odon de Deuil,
hemos podido seguir confusamente esta larga y terrible agonia de un ejército que pereció sin haber combati
do, y que no se puede apenas saber si su fin fué acompañado de alguna gloria. El emperador Conrado llegó
á Nicea con el pequeño número de guerreros, que habian resistido ó podido escapar del hambre y de la cu
chilla turca. Asi que llegó al campo de Luis VII, dice Odon de Deuil, los dosmonarcas se alzaron con cordia
lidad dándose besos, empapados con las lágrimas dela compasion: jurando acabar juntos su peregrinacion y
de no abandonarse jamás. Pero Conrado no cumplió su promesa; debia encontrarse mal en medio de los
cruzados, cuya gloria habia empañado, y tambien comprometido la causa; y regresó á Consta ntinopla en
donde fué recibido con los brazos abiertos, porque la destruccion de los latinos v la ruina de un ejército
de occidente no tenia nada de desagradable para la corte de Manuel.
Luis VII prosiguió su marcha siguiendo la costa del mar. Eslc camino ofrecia mas recursos que el otro para
1 98 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
el aprovisionamiento de un ejército. Odon de Deuil habla de tres rios que atravesó el ejército francés en un
mismo dia; nosotros creemos que estos tres rios eran el Ta rtesis, el Olsepo y el Granico(1). Entre lasciu-
dadesque los soldados de la cruz pudieron ver, costeando la Propóntida y el Holesponto, pueden nombrarse
Cizico, Priápo, Lámpsaco y Abydos. Los peregrinos no conocian ni la historia ni los nombres de estas an
tiguas ciudades; sobre estas poéticas riberas no buscaban mas que viveres, los que no siempre encon
traban, porque las violencias de una muchedumbre indisciplinada espantaban á los habitantes, que huian á su
aproximacion, llevándose consigocuanto poseian. Esplicando ó comentando la relacion de Odon de Deuil,
segun el conocimiento del terreno, se ve que los cruzados no pasaron por la llanura de Troya ni atravesaron
el Simois ni el Escamandro (2). Nosotros nos inclinamos á creer que el ejército de Luis VII, llegado que hu
bo á la embocadura del Rodio, tomó un camino quo aun existe hoy dia y que conduce de los Dardanelos á
Pérgamo. Dejando á su derecha el monte Ida, llegaron las tropas á Esmirna, despues á Efeso, en donde se
detuvieron algunos dias para celebrar las fiestas de Navidad.
El ejército atravesó á Caistro y presto Hegó en la gran llanura de Measdra. Aqui fué donde los cruzados
franceses vieron por primera vez á los turcos: una multitud de barbaros se habian reunido en este pun
to para disputar al ejército cristiano el paso del rio , envalentonados con la victoria que habian
conseguido de los alemanes. El Meandro tenia mucha agua á causa de las lluvias; y el paso del rio era
dificil y peligroso en presencia del enemigo. Nada detuvo á los cruzados franceses , animados con el ejemplo
de su rey. Se habia hecho colocar en el centro del ejército los bagajes con la mayor parte de los peregri
nos sin armas; por vanguardia, por retaguardia y por los flancos, estaban formados en batalla los hatallones
de guerreros: de este modo el ejército atravesó el rio; los turcos fueron rechazados en todos puntos, y dejaron
la llanura cubierta de muertos. El paso del Meandro era el primer triunfo de la cruzada, y los peregrinos lo
atribuyeron á la intervencion del poder divino. Muchos de ellos habian visto á un caballero con blanca ar
madura, que pasaba el rio con el ejército cristiano, mostrándole el camino de la victoria (3).
Los cruzados llegaron en dos dias de marcha á Laodicea, ciudad situada sobre el Lycus. Alli pudieron
oir hablar de la derrota de los cruzados teutones; se les enseñó las cercanas montañas que habian visto
perecer el ejército conducido por el hermano del emperador Conrado (4). Estos recuerdos tan recientes hubie
ran debido servirles de leccion y advertirles al menos de estar con mucha vigilancia; pero acababan de triun
far de los turcos, y la prudencia no ejercia gran influencia despues de acabar de ganar una batalla.
Los cruzados tomaron el camino deSatalia, siéndoles preciso atravesar el Cadmus, hoy Baba-Dagh. 'Al
dia siguiente de su salida de Laodicea, llegaron á medio dia al pié de una montaña que no menciona el mapa
y que Odon llama la montaña execrable. El camino que debian seguir estaba entre dos precipicios, con enor
mes rocas hacinadas unas sobre otras (5). Todo el ejército avanzó dividido entres cuerpos , la vanguardia, la
retaguardia y el centro, donde se encontraban los bagajes y el pueblo de los peregrinos. Uno de los barones,
Godofredo de Rancon, mandaba la vanguardia, y habia recibido órden de pararse en la montaña y esperar
alli al grueso del ejército; desgraciadamente no obedeció la órden que habia recibido, efecto de la indiscipli
na de los jefes y soldados. Despues de haber atravesado los caminos mas dificiles, prosiguió su marcha, y fué
á colocar sus tiendas en un valle situado detrás de la montaña. El resto del ejército avanzaba lentamente; el
centro con los bagajes y con la multitud sin armas, colocado en estrechos senderos y marchando al borde del
abismo, encontróse en un espantable desorden; las bestias de carga caian de lo alto de las escarpadas rocas,
y arrastraban en su caida todo cuanto encontraban; las rocas que se desgajaban de la montaña multiplicaban
las desgracias, y los abismos se llenaban de restos del ejército. Los turcos, que no habian cesado de seguir á
(li E-itos tres rios desembocan en el mar de Marmara. (Vdase la Correspondencia de oriente t. II.)—(2) Si Luis VII hubiese
continuado su marcha por las costas del mar, le hubiera sido preciso ir hasta el cabo Leetos, hoy el cabo Baba, y seguir por ca
minos dificiles la fragosidad del mar hasta Esmirna. (Vease la Correspondencia de oriente, t. 1il.)—(3) Durante nuestra última per
manencia en Esmirna en 1830 U. Poujoulat hizo una interesante escursion al Meandro, sobre el camino que habia seguido Luis VIL
En su narracion, fija con mucha precision el punto por donde el ejercito frances paso el rio. (Vease la Correspondencia de orien
te, t. III. —(V) Tagenon, que ha descrito el itinerario de Barbaroja, nos dice que las montañas vecinas de Laodicea, babian sido
testigos del desastre do los alemanes, y que el obispo de Freisingen perdio las sandalias.— (5) A la derecha, hay unas piedras
enormes, caleareas, que forman como una larga y alta muralla; a la izquierda un precipicio inmenso, en el fondo del cual se ven
puntas de roca desgajadas de la montaña ; entre el abismo y la muralla pasa el sendero que siguen las caravanas. Este sendero,
trazado sobre la pendiente de las rocas, consiste en huecos hechos por el paso de luí tnulas. ,Carta LXXV1II de la Corresponden
cia de oiientel
I11ST01UA DE LAS CRUZADAS.
r '- i™ A0 r>euil habla de tres rios que atravesó el ejército francés en un
., " . ''.-miro |i. Entre lasciu-
LIBRO SEST.O.—1U5-1H9. 199
los cruzados y de espiar el momento de atacarles con ventaja, se aprovecharon de esta horrible confusion y se
arrojaron sobre las perdidas masas de peregrinos. Esta multitud, sin defensa, cae bajo la cuchilla enemiga.
Los gritos, repetidos por el eco de los montes, llaman la atencion del rey que se encontraba a retaguardia.
Luis VII con los caballeros que el peligro une á isu alrededor, corre al lugar del combate. Despues de una
lucha terrible el centro del ejército se halla libre del ataque de los bárbaros, y prosigue su marcha; entonces
el rey y sus intrépidos guerreros quedaron solos combatiendo con los turcos. En este encuentro Luis VII per
dió su escolta, poco numerosa pero ilustre. Llegando la narracion á este punto, el monje de San Dionisio no
puede contener sus lágrimas, su corazon se parte cuando ve que las mas bellas flores de la Francia se han
marchitado antes de haber llevado frutos sobre las murallas de Damasco. Todos los guerreros que combatian
con Luis VII habían sucumbido á su lado. Habiéndose el rey quedado solo, agarrado á las ramas de un
árbol sube á lo alto de una roca, y alli recibe sobre su coraza las flechas lanzadas desde lejos contra él,
y por medio de su sangrienta espada hace victimas á cuantos se atreven aproximarse para ofenderle.
Su valor y el sobrevenir la noche le salvaron. Montó sobre un caballo que estaba abandonado y se reu
nió á su vanguardia. Su llegada al campo cristiano llenó de alegria á todos los que lloraban su muerte ;
pero como llegase solo y cubierto de sangre , conocieron cuán desgraciada habia sido la jornada. Se en
cendieron grandes hogueras durante toda la noche, á fin de que los cruzados que habian podido salvarse
de la espada del turco, pudiesen reunirse al ejército : pero nadie regresó.
Guillermo de Tiro deplora esta sangrienta derrota de los cristianos, y su piedad se admira que Dios
haya corfeedido la victoria á los pueblos enemigos de su nombre: «¿Por qué, pues, oh buen Jesus, esclama,
por qué este pueblo que se sacrifica por vos, y que iba á adorar vuestra piedad en Jerusalen, ha sido ven
cido y destruido por los que os odian? » Tanta desgracia y vergüenza debia recaer sobre Godofredo de Ran-
con. En el ejército todo el mundo pedia un severo castigo para la indisciplina , causa verdadera de tan
tos males; pero durante esta fatal jornada, todos habian faltado á las leyes de la disciplina, todos habian
cometido faltas y preciso era volver los ojos á la Providencia para castigarlos.
Una calamidad tan horrible debia al menos ser una leccion para lo sucesivo. El gran maestre del
Temple habia venido delante del rey de Francia con muchos caballeros : su tropa era muy disciplinada
y los cruzados la tomaron por ejemplo. El rey dió el mando supremo del ejército á un viejo guerrero
llamado Gibert. Los grandes y los plebeyos, el mismo rey, dueño de las leyes, juraron obedecer á su es-
perimentado jefe y á todos los que este designase para ejecutar sus órdenes : fortificado el ejército con
una severa disciplina, prosiguió su marcha hácia Satalia. Fué atacado cuatro veces por los turcos, y otras
tanfas fueron estos rechazados vigorosamente. Los caminos estaban en mal estado, y escaseaban los vi
veres, pero nadie se quejaba. Las victorias sobre los infieles, dice Odon de Deuil, eran para los cruzados
franceses una distraccion que les hacia olvidar las penalidades del viaje. Como el enemigo habia aso
lado toda la comarca por donde pasaron los peregrinos, estos mataron los caballos que no podian an
dar, y se alimentaban con su carne; todos estaban contentos de este alimento, hasta los ricos, sobre
todo cuando podian mezclar la harina cocida debajo de la ceniza. Los cruzados finalmente llegaron á Sa
talia, despues de doce dias de marcha.
Satalia, ó Attalia, construida á la punta del golfo de este nombre, estaba habitada por los griegos y go
bernada en nombre del emperador de Constantinopla. Los turcos ocupaban las fortalezas vecinas, y di
fundian la consternacion en todo él contorno. Los habitantes de Satalia, encerrados dentro de sus murallas,
rehusaron recibir al ejército cristiano. Desde este momento este ejército no vió el limite de sus padeci
mientos, y la multitud de los peregrinos casi desnudos y faltos de todo se vió obligada en presencia del
enemigo, y en medio de lo mas rigoroso de la estacion, á acampar durante mas de un mes en las llanu
ras vecinas, espuestos todos los diasá perecer por el hambre, por el frio y por la espada. A medida que
los cruzados perdian la esperanza de ver acabar sus males, su resignacion y su valor les abandonaba.
Habiendo Luis VII reunido un consejo, los señores y los barones le representaron que los soldados de
la cruz, sin caballos, sin armas y sin viveres, no podian suportar por mas tiempo ni los trabajos de la
guerra ni las fatigas del viaje. Solo nos resta, añadieron ellos, el medio de abandonarnos á los peligros
del mar. El rey no participaba de esta opinion, y queria que solo se embarcase la multitud de los pe
regrinos que embarazaban la marcha del ejército. En cuanto á nosotros redoblaremos el valor, les dice,
200 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
y seguiremos la senda que nos han trazado nuestros padres, vencedores de Antioquia y de Jerusalen.
Mientras tenga alguna cosa, la partiré con mis compañeros : cuando todo se ha ya concluido, ¿quién de
vosotros no sobrellevará conmigo la pobreza y la miseria? , Los barones vivamente conmovidos con es
te discurso, juraron morir con el rey, pero no querian morir sin gloria. Animados con el ejemplo de
Luis, podian triunfar de los turcos, salvar los desiertos y desafiar todos los peligros: pero eran im
potentes contra el hambre y la perfidia de los griegos, y censuraban el que Luis VII nohubiese seguido
los consejos del obispo de Langres, el haber perdonado á enemigos mas crueles. que los musulmanes,
mas peligrosos que las tempestades y que los peñascos del mar.
Finida que fué la sesion que tuvo el consejo, se levantó en el ejército cristiano un clamoreo contra los
griegos ; el gobernador de Satalia temió los efectos de la desesperacion y propuso a Luis VII el que se
embarcasen todos los cruzados, facilitando al efecto varios buques. Esta proposicion fué aceptada, pero
los navios tardaron mas de cinco semanas en llegar, y cuando estuvieron en el puerto se vió que ni
eran bastante grandes, ni bastantes en número para embarcar á todo el ejército cristiano. Los cruza
dos conocieron entonces el abismo de males en que iban á engolfarse: y tal fué su resignacion, ó mejor
el deplorable estado de su ejército, que no cometieron violencia alguna contra los griegos ni amenazaron
á una ciudad que rehusó. el socorrerles.
Una multitud de pobres peregrinos, entrelos cuales habia barones y caballeros, se presentaron ante el rey
y le hablaron en estos términos. «Nosotros no tenemos dinero para pagar el pasaje , y no podemos seguiros
a la Siria ; nos quedamos aqui abrumados por la miseria y por las enfermedades ; cuando nos liayais dejado
estaremos en los mayores peligros, y el encuentro de los turcos es el menor que debemos de temer. Acordaos
que nosotros somos franceses , que somos cristianos, y dadnos al menos jefes que puedan consolarnos durante
vuestra ausencia y ayudarnos á sobrellevar la fatiga , el hambre y la muerte que nos espera estando lejos de
vos.» Luis para tranquilizarles les dirigió afectuesas palabras , dando órden para que se les distribuyesen
sumas considerables. Les prodigó ausilios, dice Odon de Deuil, como si él nada hubiese perdido, ó que no tu
viese necesidad de nada para si mismo. Mandó venir al gobernador de Satalia, y le dió cincuenta marcos de
plata para poder atender a la curacion de los enfermos, que sequedaban en la ciudad, y para hacer conducir
el ejército á taseostas de la Cilicia.
Luis VII dió por jefes á todos los que no podian embarcarse, á Thierri conde de Flandes y a Achambaldo
de Borbon, y se embarcó en seguida en la flota que se tenia preparada, con la reina Leonor, con los prin
cipales señores y con el resto de caballeria que habia quedado. Al aspecto de los cruzados que dejaba en
Satalia , el rey de Francia no pudo contener sus lágrimas. Un gran número de peregrinos, que se habiam
reunido á la orilla del mar, seguian con la vista el buque en que iba el rey, haciendo votos á fin de que tu
viese un próspero viaje : y cuando le hubieron perdido de vista, solo pensaron en sus desgracias, cayendo en
el mas triste abatimiento.
El dia siguiente de la marcha de Luis VII, los peregrinos que aguardaban la escolta que se les habia pro
metido, vieron llegar á los turcos, que acudian de todas las comarcas vecinas. Se trabaron varios combates, cu
los cuales los cristianos se defendieron con mucho valor ; pero los infieles renovaban todos los dias el ataque,
y los cruzados, cansados por la fatiga, devorados por el hambre y abrumados por sus enemigos, pidieron en
vano un asilo dentro los muros de Satalia. Los griegos se mostraron impasibles. No quedó, pues , á los des
graciados peregrinos medio alguno de salvacion. El rigor de su miseria abatia su espiritu y su valor, hacién
doles como insensibles a sus propios males; ya no buscaban sus banderas : y pa recia que huian de sus
compañeros, no conociendo ni siguiendo á sus jefes. Estos no escuchaban ni siquiera la voz de la religion,
de la humanidad ni del honor. En medio del mas espantoso desorden, Achambaldo de Borbon y el conde de
Flandes no pensaban mas que en salvar sus vidas, y se embarcaron en un navio, dejando sobre la ribera ú
una multitud descarriada que con los brazos abiertos llenaba el aire con sus gritos desgarradores (1).
Dos cuerpos de peregrinos, compuestos el uno de tres mil y el otro de cuatro, arrastrados por la desespera
cion, resolvieron marchar á Cilicia, mas como no tenian buques para pasar varios rios, ni armas para batirso
contra los turcos, perecieron casi todos. Los otros que les siguieron lograron igual suerte. Los enfermos

1 Odon de Deuil da Iodos estos detalles, pero no pasa nui3 adelante en su narracion.
LIBRO SESTO— 1U5-íU9. 201
que se habian quedado en Satalia perecieron tambien sin. que pudiesen saber cuál habia sido la suerte de
sus compañeros. La historia ha conservado a penas algunos detallesde estos horrorosos desastres : y aqui fuer
za es repetir la espresion de los viejos cronistas : « Dios solo sabe el número de los mártires, victimas de la
cuchilla turca y del hierro de los griegos.»
Muchos cristianos, dominados por la desesperacion , creian que el Dios, que les dejaba abandonados en
medio de tantos peligros, no era el Dios verdadero. Tres mil de entre ellos abrazaron la fé de Mahoma y se
reunieron á los musulmanes, que se compadecieron de su miseria. «¡Oh piedad, mas cruel que la perfidia I
esclama un cronista ; los infieles que daban pan á los cristianos, Ies robaban su religion.» Los griegos de
Satalia no disfrutaron mucho tiempo de su traicion ; y fueron sucesivamente despojados por los turcos y por
los agentes del lisco imperial. El aire, infestado con los cadáveres de las victimas, esparcia dentro de sus muros
el luto y la muerte. Asi este pueblo que se habia mostrado sin piedad por la desgracia, fué él mismo victima
de toda clase de calamidades. Poco tiempo despues do la marcha de Luis VII, y del desastre de los cruzados,
Satalia se encontraba casi sin habitantes, y sus abandonadas ruinas, segun la opinion de los contemporáneos,
atestiguaron en lo sucesivo á los viajeros y á los peregrinos la inevitable justicia de Dios.
Cuando Luis llegó al principado de Antioquia, habia perdido las tres cuartas partes de su ejército, pero no
:LÍ
por esto Raimundo de Poitiers dejó de darle buena acogida. El pueblo y el clero habian venido procesional-
mente á recibir al rey. Los franceses que le acompañaban olvidaron en medio de los placeres las fatigas de
un largo viaje y la deplorable muerte de sus compañeros. Antioquia contaba entonces dentro de sus muros á
la condesa de Tolosa, la condesa de Blois, Sibila de Flandes, la condesa de Boussy, Talequery, duquesa de
Bouillon, y muchas otras damas célebres por su nacimiento ó por su belleza. Las fiestas que Raimundo les dio
recibieron mayor brillo con la presencia de Leonor de Guiena. Esta joven princesa, hija de Guillermo IX y
sobrina del principe de Antioquia, unia á una imaginacion viva y seductora las gracias de la hermosura:
habiase hecho admirar en Constantinopla, y no habia encontrado rival alguna en la corte de Manuel. Se
le censuró, con bastante razon, de estar deseosa de agradar, mas de lo que convenia á una reina cristiana;
una sincera piedad, el deseo do hacer penitencia la conducian seguramente á Jerusalen. Las fatigas, los peli
gros de una larga peregrinacion, las desgracias de los cruzados, el recuerdo de los santos lugares, siempre
presentes en la imaginacion de los peregrinos, no habian disminuido su viva inclinacion á los placeres y su
aficion á la galanteria.
Raimundo de Poitiers, en medio de las fiestas dadas á la reina Leonor, no descuidaba los intereses de su
principado;, queria debilitar el poderio de Noredino, el mas temible enemigo de las colonias cristianas, y
deseaba ardientemente que los cruzados quisiesen ayudarle en esta empresa; las caricias, las súplicas, los
regalos, nada se omitió para decidirle á prolongar su estancia en sus estados. El principe de Antioquia diri
gióse luego al rey de Francia, y le propuso por medio de un consejo de barones el sitiar á Alepo y otras pla
zas vecinas. Como los enemigos mas formidables de los cristianos llegaban todos los dias de las riberas del
Tigris y del Eufrates, el medio mas seguro de prevenir sus" invasiones era apoderarse de las ciudades que
ellos encontraban á su paso y que eran para ellos como las puertas de la Siria. ¿Cuántas desgracias afligie
ron á las colonias griegas por haber dejado estas ciudades en poder de los bárbaros? Aun no se habia olvida
do el cautiverio de Boemundo, compañero de Godofredo, el del rey de Jerusalen, la muerte de Rogerio y
tantos principes sorprendidos y vencidos por los turcomanos y por las hordas venidas de laPersia, de las.orillas
del mar Caspio y del territorio de Mosul. ¿Podia olvidarse acaso la toma de Edeso, que acaba de llenar de
espanto á toda la cristiandad, y las amenazas del feroz conquistador dela Mesopotamia, que habia jurado
apoderarse de Antioquia y de someter á Jerusalen á las leyes del islamismo? Todas estas razones y muchas
otras, que alega Raimundo de Poitiers, no podian ser apreciadas en su verdadero valor por guerreros llega
dos de occidente y que noconocian ni la situacion delas colonias cristianas, ni el poder de sus enemigos.
Luis VII contestó que él habia- hecho voto de ir al santo sepulcro, que él habia tomado la cruz por cumplir
este voto, y que desde que él habia dejado la Francia habia esperimentado muchos contratiempos que le
impedian pensar en acometer nuevas empresas: añadiendo que despues de haber cumplido sus religiosas
promesas de peregrino, escucharia con gusto al principe Raimundo y á los otros señores de la Siria, en todo
lo que tendiese al acrecentamiento del cristianismo en elpais. ,, «,w
El principe de Antioquia no se dejó abatir por semejante respuesta. Puso todo su cuidado en interesar el
Itt y íl) "«G
202 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
corazon de la reina resolviendo servirse del amor para sus designios. Guillermo de Tiro, que nos hadeja-
(lo el retrato de Raimundo, nos dice, que este tenia un malo de hablar dulce y amable, teniendo en sus ma
neras y en su figura un no sé qué, que revelaba desde luego ser un escelente y magnánimo principe. Probó
pues de persuadir á la reina Leonor que prolongase su permanencia en el principado de Antioquia. Era
entonces al comenzar la primavera: las risueñas orillas del Oronte, los bosquecillos de Dafne, el hermosocielo
de la Siria, debian sin duda secundar la elocuencia de Raimundo. La reina seducida por las- súplicas de este
principe, subyugada por los homenajes y adulaciones de una corte voluptuesa y brillante, y si debe creerse
á la historia, por los placeres y pasatiempos indignos de ella, solicitó con empeño al rey que retardase su
partida para la Tierra Santa (í). Como Luis VII tenia una austera devocion y un carácter celoso, los moti
vos que retenian á la reina en Antioquia no hacian mas que fortificar su resolucion de ir á Jerusalen. Las
instancias de Leonor le hicieron concebir sospechas, y estas hicieron á la vez que sudeterminacion de ir á Je
rusalen fuese inmutable. Entonces Raimundo, viendo frustrado su propósito, hizo públicas sus quejas y
solo pensó en vengarse. Este principe era, dice Guillermo de Tiro, de un carácter impetuoso y colérico, en tér
minos que cuando estaba enfadado no conocia la razon, é hizo participar fácilmente de su indignacion á
Leonor. Esta princesa anunció públicamente el proyecto de separarse de Luis VII, y de hacer anular su
matrimonio bajo pretesto de parentesco. El mismo Raimundo juró emplear la fuerza y la violencia para re
tener á su sobrina en sus Estados; en fin el rey de Francia, ultrajado como soberano y como esposo, re
solvió apresurar su partida, viéndose en la precision de llevarse á su mujer y conducirla de noche á su
,campamento.
La conducta de la reina debió escandalizar & los infieles y álos cristianos de oriente. Su ejemplo podia tener
fatales resultados en un ejército en el que se encontraban un gran número de mujeres. Entre Jos muchos
caballeros y hasta musulmanes, que durante su estancia en Antioquia atrajeron sucesivamente las miradas
de Leonor, se cita á un turco que habia recibido de ella varios regalos, y por el cualqueria abandonara! rey de
Francia (2). En esta materia observa ingeniosamente Mezeray,quemuchasvecesse dice mas de loque hay, pero
queá veces tambien hay mas de lo que se dice. Sea lo que fuese, Luis VII no pudo olvidar su deshonor , y
se creyó obligado algunos años despues de repudiar á Leonor, la que casó con Enrique II, y dió el ducado
de Guiena á la Inglaterra, lo que fué para la Francia una de las pérdidas mas deplorables de la segunda
cruzada.
El rey y los barones de Jerusalen , temiendo la estancia de Luis VII en Antioquia, le enviaron diputados
para rogarle en nombre de Jesucristo, que apresurase su marcha hácia la Palestina. El rey de Francia escuchó
sus votos, y atravesó la Siria y la Fenicia, sin detenerse en la corte del conde de Tripoli, que tenia los mismos
proyectos que Raimundo de Poitiers. Su llegada á la Tierra Santa escitó el mas vivo entusiasmo, y reanimó
las esperanzas de los cristianos. El pueblo de Jerusalen, los principes y los prelados salieron á recibirle,
llevando en las manos ramos de olivo y cantando aquellas palabras con que se saludó al Salvador del mundo:
Bendito sea el que viene en nombre del Señor. Al mismo tiempo, el emperador de Alemania, despues de haber
partido de Europa con un poderoso ejército, y no llevando consigo mas que algunos caballeros, habia llegado
á la Tierra Santa, no con la magnificencia de un gran principe, sino con la humildad de un peregrino. Los
dos monarcas deploraban los males que habian sufrido, y reunidos en la iglesia de la Resurreccion adoraron
juntos los profundos decretos do la Providencia.
Balduino III que reinaba á la sazon en Jerusalen, principe jóven y de grandes esperanzas, tan impaciente
l>or aumentar su nombre, como por estender su reino, nada descuidó por merecer la confianza de los cruza
dos y apresurar la guerra que debia hacerse á los musulmanes. Convocóse en Tolemaida una numerosa
asamblea, y el emperador Conrado, el rey de Francia y el jóven rey de Jerusalen, asistieron á ella con todos
sus barones y caballeros. Los jefes del ejército cristiano deliberaron con los principales del clero sobre la guer
ra santa en presencia de la reina Melisenda , de la marquesa de Austria y de muchas señoras francesas y
alemanas que habian seguido los cruzados al Asia. En esta brillante reunion, los cristianos estrañaron no ver

(1) Véase a Guillermo de Tiro, lib. XV}. Desconociendo, dice , la dignidad real, la reina olvido los deberes de fidelidad para
con su esposo. —[% Algunos historiadores han llegado a decir que Leonor de Guiena, se habia enamorado de Saladino. Este nacio
el mismo año en que se celebro el matrimonio de Leonor; teniendo apenas diez años al tiempo de la segunda cruzada. Es de ad
vertir que el autor de los Hechos de Luis VIJ, no habla de la conducta de la reina.
LIBRO SESTO— \ 145-11 49. 203
á la reina Leonor de Gulena, y recordaron con dolor las escenas de Antioquia. La ausencia de Raimundo
de Poitiers, delos condesde Edeso y de Tripoli, que no habian sido llamados á esta reunion, debió hacer pre
sagiar los desastrosos efectos de la discordia en que estaban los cristianos de oriente.
El nombre del infortunado Jovelin apenas se mentó en el consejo delos barones y de los principes; tam
poco se habló de la ciudad de Edeso, cuya pérdida habia hecho tomar las armas al occidente, ni de la con
quista de Alepo, propuesta por Raimundo de Antioquia. Desde el principio delreinado de Balduino, los prin
cipes y los señores de la Palestina tenian el proyecto de llevar sus conquistas á la otra parte del Libano y.
de apoderarse de Damasco. Como los cristianos cuando entraban en una provincia ó en una ciudad musul
mana, se distribuian entre ellos las tierras y las casas de los vencidos, el pueblo, que habitaba en las esté
riles montañas de la Judea, la mayor parte de los guerreros de Jerusalen, y hasta el mismo clero, tenían
puesta toda su atencion sobre el territorio de Damasco, que ofrecia á los vencedores un rico botin, habita
ciones alegres y campiñas cubiertas de frutos. Una politica previsora podia inspirarles el deseo de adelan*
tarse para esta conquista á los atabeks, y sobre todo á Noredino, que debia con ella engrandecer su pode
rio. En la mencionada asamblea so decidió empezar la guerra por el sitio de Damasco..
Todas las tropas se reunieron en la Galilea, al principiar la primavera, y se dirigieron hácia Puncas-,
mandadas por el rey de Francia, el emperador de Alemania, el rey de Jerusalen, precedidas del patriarca»
que llevaba la verdadera cruz. El ejército cristiano, al que se habian unido caballeros. del Temple y de. San
Juan, atravesó en los primeros dias de junio las cordilleras del Anti-Libano y fué á acampar cerca del pueblo
de Daria, á la entrada de las llanuras de Damasco.
La ciudad de Damasco, llamada hoy dia El-Cham, La Siria, porque ella es la capital, se estiende por
la llanura que hay al pié del Anti-Libano, presentando una circunferencia de una legua y media. Esuna da
las santas ciudades del islamismo y la poblacion musulmana queella encierra tiene nombre por sufanatismoy
por su odio contra los giaours. Los jardines de Damasco presentan una ostension de mas de siete leguas-, cu
bierta de árboles de toda especie, pareciéndose á un hermoso bosque cubierto de naranjos, limones, cedros,
albaricoques, ciruelos, guindos, albérchigos, higueras, etc., etc. El rioBerradió Barrada- (1) cuyos principa
les brazos llevaban antiguamente los nombres de Farfar y Abana, se subdivide en varios canales que rie
gan con sus abundantes aguas los jardines de la ciudad (2). Ezequiel alaba ó celebra los vinos de Damasco^
sus talleres y el color de sus lanas. Las telas de seda y de algodon, las oficinas del azúcar y los dulces secos,
no menos que las sillas para los caballeros del desierto, forman ó constituyen hoy dia el principal comercio
de Damasco; cada dia caravanas de mercaderes parten do El-Cham para todos los paises del oriente.
Muchos pasajes de la Escritura presentan esta ciudad como el centro de los goces y de las delicias, y aun
en el dia figura entre las mas ricas y mas hermosas ciudades de las regiones orientales. El esterioF de la»
casas de Damasco presenta mucha elegancia y brillantéz : son verdaderos santuario» asiáticos con paseos
llenos de naranjos, granados y azufaifos, con muchas fuentes y juegos do agua. Una leyenda musulmana
refiere que Mahoma, al ver á Damasco, entusiasmado de la hermosura de este sitio, se paró repentinamento
y no quiso apearse en la ciudad. Solo luiy un paraiso destinado- al hombre, esclamó el profeta árabe, y en
cuanto á mi lie resuelto no tomar el mio en este mundo.
Damasco, una delas primeras ciudades que ha levantado la mano del hombre, ocupada sucesivamente
por losasirios, los persas, los griegos, los romanos, y por los emperadores del oriente, cayó debajo el podev
árabe desde los primeros tiempos de la egira, llegando á ser un principado musulman. En tiempo de la se
gunda cruzada, este principado atacado sucesivamente por los francos, los ortokides y los atabeks, y cast
reducido á su sola capital, pertenecia á un principe musulman, que tenia que defenderse de la ambicion d»
los emires y de la invasion enemiga. Noredino, dueño de Alepo y de muchas otras ciudades de la Siria, ha
bia probado muchas veces el apoderarse de Damasco, no abandonando la esperanza de agregarla á sus otra»
conquistas, cuando los cristianos resolvieron el sitiarla.
La ciudad estaba defendida por elevadas murallas, por la parte- de oriente y de mediodia (3); pop el lado-

(I) El Bnrradi o narrada nace a diez leguas de Damasco at noroeste.—(t) M. Poujontnt ha hecho acerca de Damasco el traba
jo mas completo que ha existido hasta aqui Vease la Correspondencia de oriente, en las cartas CXLV, CXLVI, CXI.Vlt, CXLVUl
y CXLVIIII.)— ,3) Guillermo do Tiro y el autor do los Hecho» do Luis Vil son los únicos historiador** latinos qu» dan detalle» cir
204 U1ST0K1A DE LAS CRUZADAS.
de occidente y del norte, ella no tenia por diferencia mas que sus espesos y vastos jardines, en donde se ha
bían levantado algunas palizadas, murallas de tierra y pequeñas torres en las que no se podian colocar los ar
queros. Los cronistas se han complacido en pintarnos el punto de vista que presentaba el ejército cristiano
á su llegada debajo de las murallas de Damasco. «¡Oh, esclama el autor de los Hechos de Luis VII, qué her
moso era ver á este ejército con todas sus tiendas nuevas, con sus banderas de colores y de formas variadas,
que el viento acariciaba! Los musulmanes desde lo alto de sus murallas se estremecieron á la vista de este
espectáculo, y nada de estraño tenia su temor, porque sabian que iban á combatir con la flor de la nobleza
francesa.» Los cruzados, dispuestos á empezar el sitio, resolvieron en un consejo que celebraron apoderarse
primeramente de los jardines, en donde esperaban hallar agua y frutas, pero la empresa era muy arriesga
da; los verjeles que se eslendian hasta al pié dol Anti-Líbano, presentaban como un espeso bosque atrave
sado ó dividido por dos pequeñas sendas donde dos hombres apenas podian marchar de frente. Los infieles
habían levantado por todas parles atrincheramientos en donde podian resistir sin peligro los ataques de los
cruzados. Nada sin embargo fué bastante para contener la bravura y el ardor del ejército cristiano, que pe
netró por diversos puntos en los jardines. Desde lo alto de los torreones, de en medio del recinto formado por
las murallas, del seno de los frondosos árboles, salia una lluvia,, de dardos y de saetas. [Cada paso que daban
los cristianos en estos cubiertos lugares, estaba marcado por un terrible combate. Con todo, los infieles, ata
cados sin descanso, fueron al fin obligados á abandonar sus posesiones. El rey do Jerusalen marcha el pri—
moro; á la cabeza de su ejército y de los caballeros de San Juan y del Temple: después de los cristianos de
oriente venían los cruzados franceses mandados por Luis VIL El emperador de Alemania, que habia reunido
los restos de sus tropas, formaba el cuerpo de reserva, y debia guardar á los sitiadores de las sorpresas del
enemigo.
El rey de Jerusalen perseguía á los musulmanes con ardor, sus soldados se precipitaban con él en medio
de las filas enemigas, y comparaban á su jefe con David que, según refiere la Escritura, habia vencido al rey
de Damasco. Los musulmanes combatiendo siempre, se habían reunido en las orillas del Barrada , al oeste de
la ciudad, para hacer huir á los cristianos, por medio de dardos y de piedras, á fin de que no pudiesen rea
nimarse apagando su sed en las aguas del rio, ni tampoco descansar algún tanto de la fatiga y el calor que
les tenia estenuados. En vano los guerreros mandados por Balduino se esforzaron muchas veces en batir el
ejército de los infieles: encontraron siempre una resistencia formidable é invencible. En estos momentos fué
cuando el emperador de Alemania so distinguió por un hecho de armas digno de un héroe de la primera
cruzada. Seguido de un corto número de los suyos, atraviesa el ejército francés, que la mala posición topo
gráfica en que estaba- colocado le impedia entrar en acción, y se viene a colocar á la vanguardia de los cru
zados. Nada resiste á su impetuoso ataque; todos los enemigos que encuentra caen debajo sus piés , y viendo
que un musulmán de una talla gigantesca y bien armado se dirige hácia él [«ra desafiarles, el emperador vue
la hácia el infiel. A la vista de este singular combate, los dos ejércitos inmóviles esperaban, llenos de temor,
que uno de los dos campeones hubiese muerto al otro para volver a empezar la batalla. Bien pronto el guer
rero musulmán cae del caballo; Conrado con un golpe de espada descargado sobre la espalda de su enemigo,
partió su cuerpo en dos trozos (l).Este prodigio de fuerza y de valor redobló el entusiasmo de los cristia
nos y difundió el terror en el campo de los infieles, haciendo que estos buscasen un asilo dentro de la ciu
dad, dejando á los cruzados dueños de la ribera.
Los autores orientales hablan del espanto que se apoderó de los habitantes de Damasco después de- la vic
toria de los cristianos. Los musulmanes (2) durmieron sobre la ceniza, durante muchos días; se puso do ma
nifiesto en medio de la gran mezquita el Coran recogido por Osman: las mujeres y los niños se juntaban ó
reunían al rededor del libro sagrado, invocando el ausilio de Mahoma coníra sus enemigos. Ya los sitiados
pensaban en abandonar ia ciudad; y colocaron en las calles, hácia la entrada de los jardines, gruesas vigas,
cadenas y grandes montones de piedras, á fin de contener la entrada de los sitiadores, para poder tener tiem
po de huir, con sus riquezas y familia, por las puertas del norte y del mediodía.

cunstanciados acerca del sitio de Damasco. Los cronistas arabos Ibn-Alalir y Dchebi han hablado también de 61. (Véase la Bi-
blioleca de las Cruzadas.)—|l) El autor de los Hechos de Luis VII consegra todo un capitulo a la relación de este combale sin-
gular.— (31 Dehebi, Biblioteca de las Cruzadas t. IV.
LIBRO SESTO.— 1145-1 U9. 205
Los cristianos estaban tan persuadidos que iban á hacerse dueños de la ciudad de Damasco, que los
jefes solo se ocupaban en saber á quién «eria dado el mando supremo de la ciudad. La mayor parte de
los barones y delos señores, que se encontraban en el ejército cristiano, imploraban el favor del rey de
Francia y el del emperador de Alemania, y descuidaron luego el sitio dela plaza, para "pretender la
posesion de la misma. Thierri de Alsaoia, conde de Flandes, que habia venido dos veces delante de
Palestina antes de la cruzada, y que habia abandonado a su familia todas sus posesiones en Europa, so
licitó el principado de Damasco con mas empeño que todos los otros, y realmente lo obtuvo. Esta preferen
cia hizo nacer la envidia é introdujo el desaliento en el ejército. Mientras la ciudad que se iba á conquis
tar estaba prometida á su ambicion, los jefes se mostraron llenos de celo y de ardor; pero cuando ya
no abrigaron esperanza alguna, los unos se entregaron á la inaccion, los otros no miraron ya la gloria
de los cristianos como su propia causa, y trataron de hacer abortar una empresa de la que ninguna
ventaja podian reportar.
Los jefes de los sitiados se aprovecharon de esta disposicion en que estaban los ánimos para entraren
negociaciones con los cruzados. Sus amenazas, sus promesas y sus regalos ó dádivas, acabaron de des
truir el poco celo y entusiasmo que habia quedado entre los cristianos; se dirigian sobre todo á los
barones dela Siria, y les exhortaban á que desconfiasen de los guerreros venidos del occidente para apo
derarse de las ciudades cristianas del Asia. Les amenazaban tambien de entregar á Damasco al sultan
de Mosul, ó bien al nuevo dueño del Oriente, Noredino, al que nadie podia resistir y el que se apode
raria bien pronto del reino de Jerusalen. Los barones de la Siria, ya fuesen reducidos por este discurso,
ya que realmente temiesen las empresas de los francos, que habian venido á socorrerles, no trataron
mas que de entorpecer las operaciones de un sitio que tanto habian deseado. Abusando de la confianza de
los cruzados, propusieron una idea que fué adoptada con lijereza y que acabó de frustrar todas las es
peranzas que se habian fundado en esta cruzada.
En una reunion que tuvo lugar, los barones de la Siria aconsejaron cambiar el punto de ataque de la
plaza; la proximidad de los jardines y dela ribera, decian, impedia el poder colocar de una manera
ventajosa las máquinas de guerra. El ejército cristiano, en la posicion que ocupaba, podia ser sorpren
dido corriendo grave riesgo á mas de ser envuelto sin poder defenderse : parecia pues mas fácil y mas
seguro asaltar la ciudad por el lado del mediodia y del oriente (1).
La mayor parte de los jefes tenian mas valor que prudencia: la confianza que les inspiraba la victoria
les hacia creerlo todo posible ; por otra parte ellos no podian desconfiar de los cristianos de oriente, que
eran sus hermanos y en cuya defensa habian tomado las armas. El temor de que el sitio se prolongase
indefinidamente, hizo que prevaleciese la opinion de los barones de la Siria. Despues de haber cambia
do el punto de ataque, el ejército cristiano en lugar de hallar un acceso fácil á la plaza , solo vió á su
delante torres y murallas inespugnables: no ofreciendo la posicion que acababa de tomar ninguna ven
taja real, siendo además un terreno sin aguas y completamente estéril. Apenas los cristianos acababan
de posesionarse de su nuevo campo, que la ciudad de Damasco recibió dentro de sus muros á un ejército
de veinte mil curdos y turcomanos determinados á defenderla. Los sitiados, reanimados con la llegada de
los ausiliares, se resistieron, dice un historiador árabe, del escudo de la victoria é hicieron varias salidas
en las que obtuvieron varias ventajas sobre los cristianos. Los cruzados asaltaron varias veces la
ciudad y fueron siempre rechazados.
Acampados sobre un pais árido, todo les faltaba : las campiñas vecinas habian sido devastadas por los in
fieles, y el trigo que se habia salvado estaba encerrado en subterráneos que era imposible descubrir. El ejér
cito cristiano iba á verse espuesto á todos los horrores del hambre. Entonces la discordia recrudeció entre los
sitiadores : solo se hablaba en el campo de los cruzados de perfidia y de traicion: los cristianos de la Siria y los
de Europa no reunian ya sus esfuerzos para atacar la ciudad. Pronto se supo que los sultanesde Alepo y de Mo
sul llegaban con un numeroso ejército : desesperóse de tomar á Damasco , y el sitio fué levantado. De este
modo los cristianos, sin haber probado su constancia y su valor, abandonaron al cabo de algunos dias una
empresa cuyos preparativos habian ocupado á la Europa y. al Asia".

i) Véase el aulor de los Hechos de Luis VII. Biblioteca de las Cruzadas!. I, pag. Vi)
206 HISTOIUA DI£ LAS CRUZADAS.
Una de las circunstancias de este sRio , la mas digna de notarse , es que Ayub, jefe de la dinastia de los
ayubitas, mandaba entonces las tropas de Damasco, llevando á su lado á su hijo, el jóven Saladino, que debia
un dia destrozar el ejército cristiano y hacerse dueño de Jerusalen. El hijo de Ayub habiendo sido muerto
en una salida", los habitantes de Damasco le hicieron construir un sepulcro de mármol, que se veia aun mu
chos siglos despues debajo de las murallas de la ciudad.
Un viejo sacerdote musulman, que habia pasado mas de cuarenta años en una caverna vecina, vióse obli
gado á abandonar su retiro y buscar un refugio dentro los muros que sitiaban los cristianos; echaba á me
nos su soledad, y atormentado con el ruido de la guerra, se abrasaba por ceñir la corona del martirio. A
pesar de las observaciones de sus discipulos , se adelantó sin armas delante de los cruzados, encontrando
sobre el campo de batalla la muerte que deseaba , y fué honrado como un santo en el pueblo de Da
masco ( 1 ).
Si se da crédito á los historiadores árabes los eclesiásticos no descuidaron medio alguno para reanimar el
entusiasmo de los soldados de Cristo. En un combate que tuvo lugar cerca de la ciudad, vióse adelantarse
entre los dos ejércitos á un sacerdote cuya cabeza estaba cubierta de canas, montado en una mula y llevan
do una cruz en la mano , y exhortando á los cristianos á redoblar su valor y entusiasmo, prometiéndoles en
nombre de Jesucristo la conquista de Damasco. Los musulmanes dirigian todos sus tiros contra él, y los cris
tianos se colocaban á su lado para defenderle. El combate fué sangriento ; el sacerdote cayó acribillado de
heridas sobre un monton de cadáveres, y los cristianos abandonaron el campo de batalla.
La mayor parte de los autores árabes y de los cronistas latinos cuentan el sitio de Damasco con circunstan
cias diferentes, sin embargo todos están acordes en que la retirada fué obra de la traicion. Uncronista, testi
go ocular (2), asegura que los jefes de Damasco enviaron secretamente emisarios á los barones sirios, prome
tiéndoles grandes tesoros, si querian persuadir al rey de Francia de abandonar el lugar en donde el ejército
estaba acampado. Estos barones, cuyos nombres no ha querido pronunciar la historia , dice el cronista, por
evitar á sus descendientes la vergüenza de su recuerdo , aconsejaron á Luis para pasar á la otra parte de
Damasco. ¡Oh dolor I se siguió su opinion.
Segun un historiador oriental , ol rey de Jerusalen recibió sumas considerables de-Ios habitantes de Da
masco, pero fué engañado por los sitiados , que le dieron monedas ó piezas de plomo con la superficie de
oro.
Algunos cronistas latinos acusan en esta ocasion la ambicion de los templarios ; otros hacen recaer sus sos
pechas sobre Raimundo principe de Antioquia, que ardia en deseos de vengarse del rey de Francia. Guiller
mo de Tiro, lamentándose de la retirada de los cruzados, espone con imparcialidad las diversas opiniones ó
juicios que se habian omitido sobre este acontecimiento : los unos lo atribuian al espiritu de envidia y de ri
validad que animaba á los jefes del ejército cristiano: otros pensaban que muchos de los principes y de
los barones se habian dejado corromper, y que Dios, para castigarles, cambió en vil metal el oro que ellos
hahian recibido, para hacer traicion á la causa de los cristianos. Despues de haber dado cuenta de las diferen
tes aserciones de los contemporáneos, el grave historiador del reino do Jerusalen condesa que él no ha podido
todavia descubrir la verdad, y termina su narracion invocando la justicia de Dios contra de los desconocidos
autores de un crimen tan grande. Una observacion que no es inútil hacer aqui, y que puede aplicarse á mu
chos de los acontecimientos de esta historia, es queenlascircustancias desgraciadas, las crónicas son casi siem
pre la espresion de los sentimientos de la multitud: porque esta está á menudo dispuesta á creer que se ha
hecho traicion, cuando se ha sido vencido. Es probable que los jefos de la cruzada tuvieron para abandonar
su empresa otros motivos que los que suponen las crónicas : porque si es verdad decir que los principes
cristianos cedieron á consejos que lesera fácil reconocer la perfidia que entrañaban, y que por querer seguir
los fueron conducidos á tomar una resolucion desesperada, se deberá estrañar aun menos la traicion de la
que fueron juguete y victimas, que su crédula sencillez.
Despues de una tentativa tan desgraciada, debia desesperarse del buen éxito de esta guerra. Se propuso en el

(1) Autores arabes. (Biblioteca de las Cruzadas t. IV.' M. Wilken, queen d tercer tomo de su Historia delas Cruzadas pag. í;>
ha citado el pasaje arabe, no lo ha hecho dandolo su verdadero significado, lo mismo que las palabras del viejo sacerdote dirigi
das a uno de sus compañeros que se hizo matar con ,2 El autor de los Hechos de Luis VII.
LIBRO SESTO.— 1 1 45-1 í 49. 207
consejo de los jefes el sitio xlo Asealon; pero los espiritus estaban agriados, y el valor completamente abatido.
El emperador de Alemania, solo pensaba en regresar á Europa en donde el papa, para consolarle de sus des
gracias, le dió el titulo de defensor'de la Iglesia romana (1 ) . El rey de Francia permaneció cerca de un año en
Palestina , pero solo demostró la devocion de un peregrino. Desde esta época, dice Guillermo de Tiro, los estados
cristianos del Asia marcharon rápidamente á la decadencia. Los musulmanes aprendieron á no temer ya á
los principes de occidente, y los mismos que poco antes apenas se atrevian á defenderse contra los francos,
no vacilaban en declararles la guerra. Los cruzados á su regreso en Europa exageraban la perfidia de los
griegos, las fuerzas de los musulmanes y la traicion de los cristianos de la Siria; sus discursos llevaron el
abatimiento ó la indiferencia á todos los paises donde las colonias cristianas de oriente habian encontrado
hasta entonces defensores.
Un gran número de escritores contemporáneos han descrito la primera cruzada: la segunda solo ha teni
do tres Irtstoriadores y por una singularidad digna de notarse, como ellos temian revelar al mundo los reve
ses de los soldados cristianos todos tres historiadores interrumpen su narracion á la mitad de los aconteci
mientos, y apenas hablan del fin de una espedicion cuyos preparativos han referido estensamente. Su silen
cio puede servir al menos para hacernos conocerla opinion que se tenia entonces de la cruzada.
En esta guerra ninguna gloria compensó los reveses de los cristianos. Los jefes cometieron las mismas fal
tas que Godofredo y sus compañeros: se descuidaron, como los que les habian precedido, el fundar una co
lonia en el Asia Menor y de apoderarse de las ciudades que podian proteger la marcha de los peregrinos
hácia la Siria. Admira ver la paciencia con que sobrellevaron los ultrajes y perfidias de los griegos, pero
esta moderacion, mas religiosa que politica, les condujo á su ruina. Debe añadirse que ellos despreciaron
demasiado á los turcos y no se ocuparon bastante de los medios para combatirlos. Lo mismo que en la primera
guerra santa, los cristianos llevaban un séquito de niños, de mujeres y de ancianos, que no podian contribuir
á la victoria, y que casi siempre aumentaban eldesórden y la desesperacion despues de una derrota. En me
dio de esta multitud la disciplina no podia establecerse; y por otra parte los jefes no hicieron esfuerzo al
guno, para prevenirlos efectos de la licencia.
Godofredo de Ra ncon, cuya imprudencia fué causa que pereciese la mitad del ejército francés, poniendo
al rey de Francia en el mayor peligro, no tuvo otro castigo que su arrepentimiento y creyó haber espiado su
falta, prosternándose con suscompañeros sobre la tumba de Jesucristo. Lo que corrompió aun mas la disci
plina fué el desórdencuya principal causa fué el gran número de mujeres que habian tomado las armas,
mezclándose en las filas de los soldados. Vióse en esta cruzada un cuerpo de amazonas mandado por un ge
neral en el que mas se distinguian los adorhos que el valor, y que sus doradas botas hacian recordar la da
ma de las piernas de oro (2) .
Otra causa de la disolucion de costumbres fué la estrema facilidad con que se recibia entre los cruzados
á los hombres mas corrompidos y hasta á los malhechores. San Bernardo, que miraba la cruzada como el
camino del cielo, llamaba hácia ella á los mas grandes pecadores, y se alegraba de verles entrar asi en el ca
mino de la salvacion. El concilio de Reims, cuyo oráculo era el abate de Claraval, decretó que los incendia
rios harian durante un año el servicio de Dios, en Jerusalen ó en España. El ardiente predicador de la Tier
ra Santa no soñaba siquiera que los grandes pecadores alistados bajo las banderas de la cruz iban á ser es
puestos á nuevas tentaciones, y que en un largo viaje les seria mas fácil pervertir á sus compañeros, que
cambiar de conducta. Los desórdenes fueron desgraciadamente tolerados por los jefes, que creyendo al cielo
siempre lleno de indulgencia para los cruzados, no quisieron mostrarse mas severos que él.
Algunas veces el ejército cristiano, en medio de las mas escandalosas costumbres, ofrecia ejemplos de una
piedad austera. Durante los peligros de la guerra y de las fatigas de una larga peregrinacion, el rey'de Fran-
cir cumplió exactamente las mas ninuciosas prácticas de la religion (3). Ha podido observarse en esta his
toria que Luis VII demostró mas de una vez un tierno afecto al pueblo venido de Francia con él. La mayor
parte de los jefes le tomaban por modelo. En los campamentos mas se ocupaban de hacer procesiones que
no de evoluciones militares, y los guerreros tenian menos confianza en sus armas que en sus oraciones. En

(1) La carta del papa hn sido referida por Baronio ad artn. 1149.—Í2' Cinnam. Biblioteca delas Cruzadas, t. III.—(3! Odon
de Deuil.
208 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
general no se emplearon bastante los medios de la prudencia humana, y se descansó un poco demasiado en
la Providencia, que no protege por cierto á los que no escuchan las voces de la razon y de la sabiduria.
La primera cruzada tuvo dos caractéres distintos; la piedad y" el heroismo ; la segunda tuvo por móvil mas
bien la devocion del claustro, que el entusiasmo. Se reconoce fácilmente en esta guerra la influencia de los
religiosos que la habian predicado y que se mezclaban en todos los negocios. El rey de Francia sufrió sus des
gracias con la resignacion de un mártir, y sobre el campo de batalla demostró el valor de un soldado. El em
perador de Alemania no se condujo con tanta habilidad, perdiéndolo todo por una tonta presuncion y por ha
ber creido que él podia vencer á los turcos sin el ausilio de la Francia. El uno y el otro no tenian gran ta
lento, faltándoles aquella energia que produce las grandes acciones. En la espedicion que ellos dirigian todo
marchaba paulatinamente , tomando el tipo de su carácter. Odon de Deuil atribuye las desgracias de
los alemanes á su intemperancia: ebi'ü semper: Conrado creyó demasiado en las promesas de Manuel, que
hizo avivar á los turcos, y dió á los latinos guias encargados de engañarlos. Principe mediano, Conrado se ha
dado á conocer en una carta que escribió al abate de Claraval: «Yo he hecho en la Tierra Santa, decia el em
perador aloman, lo que Dios ha querido y lo que los principes del pais me han permitido.» Esta segunda
cruzada no dió á conocer heroicas pasiones y cualidades caballerescas; en los campamentos no se vieron
tampoco grandes capitanes, no sobresaliendo en la época que acabamos de describir, mas que dos hombres
de genio: el uno el que habia sublevado el occidente con su elocuencia, y el otro el sabio ministro de Luis, que
debia reparar los males de la cruzada, en Francia.
(1447.) Todas las fuerzas de la Europa no fueron ciertamente dirigidas contra el Asia. Muchos predica
dores autorizados por la Santa Sede habian exhortado á los habitantes de la Sajonia y de la Dinamarca á to
mar las armas contra algunos pueblos del Báltico, sumidos aun en las tinieblas del paganismo. Esta espedicion
tenia por jefes á Enrique de Sajonia, á muchos otros principes y á un gran número de arzobispos y obispos;
un ejército compuesto deciento cincuenta mil cruzados atacó á la bárbara y salvaje nacion de los eslavos (1)
que devastaban las costas del mar y el paisde los cristianos. Los guerreros llevaban sobre el pecho una cruz
encarnada, debajo de la cual habia una figura redonda, imágen y simbolo de la tierra que debia someterse á
las leyes de Jesucristo. Los predicadores del Evangelio les acompañaban en su marcha, exhortándoles á au
mentar por medio de sus hazañas el territorio de la Europa cristiana. Los cruzados entregaron á las llamas
muchos templos idólatras, y destruyeron la ciudad de Mahclon, en la que los sacerdotes del paganismo aecs-
tumbraoan á reunirse. Durante esta guerra santa los sajones trataron á un pueblo pagano, como Carlomag-
no habia tratado á sus pasados, pero no pudieron subyugar á los eslavos.
Despues de una lucha de tres años, los cruzados dela Sajonia y de la Dinamarca dejaron de perse
guir á un enemigo defendido por el mar y sobre todo por la desesperacion. Ellos hicieron proposiciones
de paz : los eslavos por su parte prometieron convertirse al cristianismo, á respetar las ciudades, y el pais
que habitasen los cristianos (2), pero solo hacian estas promesas con el objeto de desarmar á sus enemi
gos. Desde el momento en que se restableció la paz , volvieron á aderar á sus idolos y á hacer la vida de
bandoleros.
Otros cruzados, sobre los cuales la cristiandad no tenia puesta su atencion, hicieron una guerra mas fe
liz sobre las riberas del Tajo. Desde muchos siglos la España estaba ocupada ó invadida por los sarra
cenos : dos pueblos rivales se disputaban su imperio, y combatian por su territorio en nombre de Maho-
ma y de Jesucristo. Los moros, vencidos repetidas veces por el Cid y por sus compañeros, habian sido
arrojados de muchas provincias ,. y cuando la segunda cruzada partió para el oriente, los españoles si
tiaban la ciudad de Lisboa. El ejército cristiano poco numeroso esperaba refuerzos, cuando vió llegar á
la embocadura del Tajo una flota que llevaba al oriente un cuerpo de. cruzados franceses. Alfonso,
principe de la casa de los duques de Borgoña y nieto del rey Roberto, mandaba el sitio. Dirigióse luego
á saludar á los guerreros que el cielo parecia enviarle para su socorro, y les prometió la conquista de un

(1) M. Wilkea se ha ocupado con mucha estension de esta cruzada contra los pueblos del norte, porque ella ofrece un in
teres particular relativamente a la historia delas naciones germanicas. (Vease Geschicle de Kreuzzuque, lib. IV.) Hace merito de
ella Oton de Freinsingen. Sajon el Gramatico da mas detalles en su libro XIII. Puede consultarse tambien la historia latina de Ale
mania por Krauntz. La Historia de Dinamarca de Mallet no dice una palabra de esta guerra.—,2) La cronica de los estavos ha
sido esplicada o analizada. Biblioteca de las Cruzadas t. I.
LIBRO SESTO.—1 \ 45-1 i 49. 209
reino floreciente. Él les suplicó que viniesen á combatir á estos mismos musulmanes, que iban á buscar
al Asia, esponiéndose á los peligros del mar. El Dios que les enviaba debia bendecir sus armas; unglo-
rioso sueldo y ricas posesiones iban a recompensar su valor. No era preciso emplear muchos esfuerzos
para persuadir á estos hombres, que habian hecho voto de combatir á los infieles, y que iban en busca do
guerreras aventuras. Abandonaron pues sus buques y se reunieron á los sitiadores. Los moros les opusieron
una viva resistencia ; pero al cabo de cuatro meses, Lisboa fué tomada por asalto y la guarnicion pasada á
cuchillo. Atacóse luego á muchas otras ciudades que fueron tomadas por los sarracenos : Portugal permaneció
sometida á Alfonso, que tomó entonces el titulo de rey. En medio de estas conquistas los cruzados olvidaron
el oriente: y sin correr grandes riesgos, fundaron un reino que llegó á ser brillante y cuya duracion fué
mucho mayor que la de Jerusalen (4).
No puede olvidarse que antes de esta cruzada, los musulmanes de las costas de Africa habian hecho una
invasion en Sicilia, y se habian apoderado de Si racusa. Pronto sin embargo tuvieron que abandonar su
conquista : Roge rio despues de haberles arrojado del pais, armó una flota y les persiguió hasta su propio ter
ritorio. Los sicilianos sorprendieron á la ciudad de Tripoli en Africa, y regresaron á sus casas cargados de
despojos del enemigo. Al mismo tiempo que los cruzados alemanes y franceses llegabau á Siria, Rogerio em
prendió una nueva guerra contra los africanos ; y mientras que Luis Vil y Conrado sitiaban a Damasco, los
guerreros de Sicilia se apoderaban de Mahadyah (2) cuyos habitantes, devorados por una horrorosa hambre,
les abrieron las puertas. Estas espediciones sobre las costas de Africa se renovaron muchas veces durante
las cruzadas, y aun cuando no tuviesen jamás grandes resultados , pueden al menos servirnos para esplicar
los motivos de la última cruzada de san Luis.
Puedejuzgarse por estas empresas, dirigidas á la vez contra los pueblos del norte, y contra losde oriente
y mediodia, que el espiritu de las guerras santas empezaba á tomar un carácter nuevo. Ya no se batian so
lamente por la posesion de un sepulcro, sino que se tomaban lasarmaspara defender la religion en cualquier
punto que fuesealacada, para hacerla triunfar en todos los pueblos que rechazasen sus leyes y sus benefi
cios, mezclándose casi siempre miras mercantiles, ó proyectos de conquista, á la idea de esta.s piadosas empre
sas. La diversidad de intereses que movia á los cruzados, dividió sus fuerzas, debilitó su entusiasmo y debió
perjudicar el éxito de la guerra.
Sin embargo la Francia, victimado las maquinaciones de algunos ambiciosos señores, solo se acordaba de
Palestina, para suplicar que regresase pronto un monarca, cuya presencia debia poner remedio á sus males.
Mucho tiempo hacia que Sugerio, que no podia llevar por mas tiempo el peso de la autoridad real, llamaba
á su rey por medio de las interesantes cartas que le escribia (3). Su entrevista, espectáculo que conmovió á
los franceses, alarmó á la corte, que procuró escitar sospechas contra la fidelidad del ministro. El órden sos
tenido en el interior del reino, las facciones reducidas á la impotencia por una administracion fuerte y pru
dente, y las bendiciones del pueblo y de la Iglesia, fueron la contestacion de Sugerio. El rey alabó su celo, y
le dió el titulo de Padre de la patria. El abate Sugerio se encontraba entonces e*i muy buena posicion, pues
habia sido el solo hombreen Europa que se opuso á la cruzada. En todas partes se celebraba su sabia previ
sion, y todas las quejas se dirigian contra san Bernardo. La presencia de Luis no habia cambiado los sen
timientos de los pueblos, y la tristeza pública, lejos de disminuir, pasándose dias, se hacia cada dia mas gra
ve y profunda. No habia familia en el reino que no vistiese luto : y jamás se habian visto tantas viudas y
lantos huérfanos, la gloria del martirio prometida á aquellos, cuya muerte se lloraba, no podia enjugarlas
lágrimas de la Francia.
Es curioso el ver esplicar á los cronistas, cada uno á su manera, el mal éxito de la cruzada, ó conso
larse con los desastres esperimentados, descubriendo alguna utilidad por un lado ú otro. El piadoso üodo-
fredo (4) opina que la peregrinacion no habia dado un buen resultado, porque al marcharse los peregrinos so

(1) Arnaldo, predicador flamenco, al publicarse la segunda cruzada exhorto a los pueblos de la Francia y de la Alemania
para que se alistasen en esta piadosa milicia: el siguio a los cruzados que siliaron a Lisboa, y que estaban mandados por Arnaldo,
conde de Arschot. Arnaldo participo los pormenores de este sitio a Milon, obispo de Tcruena, por medio de una carta publicada
por don Martin, en el primer tomo de su gran Coleccion. La relacion de Arnaldo, testimonio ocular, es diferente de la de Ro
berto Dumont, adoptada por l.leuri. El historiador de Portugal, Manuel Faria y Sauza, habla tambien de esta espedicion de los
cruzados —Jz1 Historiadores arabes. Biblioteca de las Cruzadas t. IV.— ,3 Biblioteca de laá Cruzadas t, 1.— h) Apud Lalibe t. II.
21
210 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
habian llevado los tesoros de las iglesias, ó impuesto duras gabelas á los pueblos. Oton de Freisingen sostiene
que la cruzada habia sido buena para aquellos á quienes ha procurado el reino de Dios. Muchos peregrinos
habian dicho al espirar, que ellos preferian morir que regresar á Europa, para pecar otra vez. Las almas de
los cruzados al dejar este mundo iban á aumentar la milicia de los ángeles , segun la espresion de un con
temporáneo. Pero estas esplicaciones no contentaban todos los espiritus.
Se acusaba al abate de Claraval de haber enviado á los cristianos á morir en oriente, como si la Europa
estuviera falta de sepulcros. Los partidarios de san Bernardo, que habian visio confirmada su mision pol
los milagros, no sabian qué contestar. « Dios, en estos últimos tiempos, decian ellos entre si, no habia favore
cido ni á su pueblo ni á su nombre : los hijos de la Iglesia habian sido entregados á la muerte en el desierto,
degollados por la espada ó devorados por el hambre : el desprecio del Señor habia llegado hasta los principes;
Dios los habia dejado estraviarse por sendas desconocidas, y se habian sembrado el camino de toda clase de
penas y de aflicciones.» Tantos contratiempos sufridos en una guerra santa, en uua guerra emprendida en
nombre de Dios , confundia la razon de los cristianos que habian emprendido con mas entusiasmo la cruzada,
y el mismo san Bernardo se admiraba de que Dios hubiese querido juzgar del universo antes de tiempo, sin
acordarse de su misericordia. ¡Qué vergüenza para nosotros, decian ellos en una apologia dirigida al papa,
para nosotros que hemos ido á anunciar por todas partes la paz y la felicidad ! ¿Nos hemos acaso conducido
con temeridad? ¿Nuestras correrias han sido hechas por capricho? ¿No hemos obedecido las órdenes del jefe
de la Iglesia y las de Dios? ¿Porqué no ha mirado Dios por nuestros jóvenes '? ¿Porqué ha parecido que igno
raba nuestras humillaciones? ¿Con qué paciencia escucha hoy las voces sacrilegas y blasfemas de los pueblos
de la Arabia que le acusan de haber conducido á los suyos al desierto para hacerlos perecer? Todo el mundo sabe,
añaden, que los juicios del Señor son verdaderos : pero este es un profundo abismo, pidiéndose llamar feliz
«I que no está escandalizado. Estaba san Bernardo tan persuadido que el desgraciado éxito de la cruzada
debiaser para los malos un motivo para insultar á la Divinidad , que se alegraba al ver que todas las maldi
ciones de los hombres caian sobre él siendo el escudo de Dios vivo.
En su apologia, atribuyó el desgraciado resultado de la guerra santa á los desórdenes y á los crimenes de
los cristianos; y compara á loscruzados á los hebreos, á quienes Moisés habia prometido, en nombre del cielo
una tierra de bendicion, y que perecieron todos durante el viaje, porque habian hecho mil cosas contra Dios
Se hubiera podido responder á san Bernardo, queera fácil prever los escesos y los desórdenes de una muche
dumbre indisciplina, en laque, como hemos visto, se habia admitido á hombres perversos, ó mujeres de mal
vivir, y hasta á ladrones y bandoleros. Con todo las razones que daba san Bernardo tenian el apoyo de las
creencias de la época, y no dejaban do producir alguna impresion en los ánimos. Como se es'aba en la persua
sion que la guerra contra los musulmanes no podia dejar de agradar á Dios, aun cuando esta guerra llevase
despues grandes males, la devocion de los lieles creia deber justificar la Providencia, y para ello, nada les
parecia mas sencillo queelacusar á loscruzados. Cada siglo tiene susideas y opiniones dominantes, segun las
cuales los hombres se dejan fiiei luiente persuadir, y cuando estas opiniones vienen á ser reemplazadas por otras,
las razones en que aquellas se apoyaban no persuaden ya á persona alguna, y solo sirven para demostrar la
debilidad del espiritu humano.
Por lo demás, se deploraban los males presentes, pero el porvenir tenia reservados otros muchos mayo
res que nadie podia prever. Si es verdad que el divorcio de Leonor fue uno de los efectos de la cruzada, tam
bien es innegable que este fué un acontecimiento de los mas perjudiciales para la Francia. Esta nacion, á
consecuencia del divorcio de la reina, perdió entonces la Aquitania, y andando los tiempos la preponderancia
inglesa acreció en tales términos, que se vió á los reales descendientes de Luis VII reducidos casi á buscar
un asilo en tierra estranjera, mientras que los descendientes de Leonor y de Enrique II se hacian coronar
reyes de Francia y de Inglaterra en la iglesia de Nuestra Señora de Paris.
El espiritu de adulacion probó de consolar al jóven Luis de los reveses que habia esperimontado en Asia
representándole en varias medallas como el vencedor de oriente (1). Habia partido de Palestina con el

(1) La leyenda de una de estas medallas esta concebida asi:


Kcgi invicto ab oriente redad,
Krementes Istilia elves.
LIBRO SESTO.— 11 45-1 U9. 211
objeto de volver otra voz : y á su paso por Roma, babia prometido al papa (pue se pondria al frente de una
nueva cruzada.
Jamás las colonias cristianas babian tenido mas necesidad de ser socorridas; desde que los franceses habian
salido de la Palestina, cada dia esperimentaban nuevas desgracias los cristianos establecidos en la Siria.
Poco tiempo despues del sitio de Damasco, Raimundo perdió la vida en una batalla dada entre Apamea y
Rugia, y su cabeza, que se envió al califa de Ragdad, demostró la importancia do la victoria ganada por
los musulmanes. Muchas plazas del principado de Antioquia babian abierto sus puertas á los soldados de
Norcdino, conducido por la fortuna de sus armas hasta la ribera del mar, que jamás habia visto, y este bár
baro héroe se bañó en seguida como en señal de tomar posesion de él. Joselin que habia perdido á Edeso,
su capital, cayó en poder de los infieles, y murió do miseria y de desesperacion en las cárceles de Alepo.
El condado de Edeso, amenazado por los turcos y abandonado á los griegos, perdióla mayor parte desus
habitantes; toda la poblacion latina de esta provincia perseguida como el pueblo de Israel por otro Faraon,
se refugió, con mil trabajos, en las tierras de Antioquia y de Jerusalen. El conde de Tripoli pereció asesina
do por una mano desconocida en medio de su capital (1), y todas las ciudades vistieron luto y sintieron mu
cho tal fatal desgracia . En presencia de los peligros sin número que amenazaban á las colonias cristianas,
la reina Melisenda y su hijo se disputaban el gobierno del reino de Jerusalen. La discordia tomótales pro
porciones, que Balduinositió la torre de David, en donde su madre se habia refugiado con sus partidarios.
En tin todas las desdichas parecian reunirse para aniquilar las potencias cristianas de la Siria, y los musul
manes decian entre si que habia llegado el momento de destruir el imperio delos francos. Dos jóvenes prin
cipes de la familia de Ortok, tuvieron da osadia de concebir el proyecto de conquistar á Jerusalen; un ejér-
citoque babian reunido en la Mesopotamia vino á acampar en el monte de los olivos, y la santa ciudad solo
debió su salvacion al valor de algunos caballeros que reanimaron al pueblo, exhortándole á defender con
ellos la herencia de Jesucristo.
El rey de Jerusalen, el patriarca de la santa ciudad, el do Antioquia y los jefes de las órdenes militares de
San Juan y del Temple, no cesaban de dirigir sus quejas y sus súplicas á los lieles del occidente. El papa,
conmovido de ver tantas calamidades, exhortó á los pueblos cristianos á que llevasen socorros á sus hermanos
del oriente. Hablábase ya en Alemania, en Inglaterra y en Francia de volver á tomar la cruz y las armas;
pero los principes, que nohabian olvidado los reveses de la última cruzada y las quejas y burlas del pueblo,
no seatrevieron á incurrir en nuevas censuras ni á sufrir nuevos trabajos y peligros. El clero y la nobleza á
los que la guerra santa habia arruinado, no entusiasmaron con su ejemplo el renaciente ardor de la mul
titud; Godofredo, obispo de Langres, apenas regresó del oriente, abdicó su dignidad episcopal, pasóá encer
rarse en el monasterio de Cia ra val en donde lamentó, en medio de la austeridad de la penitencia, una guerra
á cuyo favor habia él demostrado un celo mas fervoroso que brillante. Lo que acabó de apagar el ardor de
los pueblos fué que el abate de Claraval cuya maravillosa elocuencia habia conmovido al occidente, no hizo
oir su voz; su silencio fué como una santa amonestacion, ó mejor, un nuevo milagro que retuvo en una
profunda paz al mundo cristiano dispuesto á conmoverse por segunda vez.
Viéronse entonces cosas dificiles de creer: el abate Sugerio, que se habia opuesto á la espedicion de Luis VII,
toimó la resolucion de socorrer á Jerusalen, y en una asamblea que tuvo lugar en Chartres escitó á los prin
cipe?, á los barones y á los obispos para que se alistasen bajo las banderas de la guerra santa (2). Como
nadie contestase á su discurso sino con el silencio del sentimiento y de la sorpresa, formó el proyecto de
probar, él solo, una empresa en la que dos monarcas habian fracasado. Sugerio, á la edad de sesenta y dos
años, resolvió levantar un ejército, mantenerlo á sus espensas y conducirlo él mismo á la Palestina. Segun
la devocion de la época, fué á visitar en Tours el sepulcro de san Martin, á tin do obtener la proteccion
del ciclo, y ya mas de diez mil peregrinos habian tomado las armas y se disponian á seguirle al Asia, cuan
tío la muerte vino á impedirle la ejecucion desus planes.
En sus últimos momentos, Sugerio invoca la asistencia y las oraciones de san Bernardo, el que sostuvo el

En otra medalla so habia representado a Meandro y un trofeo 6 escudo de armas con esta inscripcion:
Tureis ad ripas Ma'nndri cnesis, fugatis.
.1) Raimundo fui muerto en mi lugar llamado La fmni? Muría el año 1 148 el 27 de junio, el dia de la (iosta de los >antos apos
toles Pedro y Pablo. [Guillermo deTiro.lib XVII. — 2 Vida del abate Sugerio escrita por so secretario.
13 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
valor de aquél, exhortándole á que solo pensase en la celestial Jerusalen, en la que debia verse bien pronto.
A pesar de los consejos de su amigo, el abate de San Dionisio sintió, al morir, el no haber podido socorrer á
los cristianos de oriente. San Bernardo no tardó en seguir á Sugerio á la tumba, llevándose el sentimiento de
haber predicado una guerra desgraciada.
La Francia perdió en un año dos hombres que la habian ilustrado, el uno por sus cualidades y talento,
utiles á la patria, y el otro por su elocuencia y por sus virtudes tan provechosas para los fieles. En unos
tiempos en los que solose pensaba defender los privilegios de la Iglesia, Sugerio, defendiendo tambien los del
trono y los del pueblo , y mientras elocuentes oradores animaban el celo de los cruzados hácia la guerra
santa, que siempre lleva consigo algunos desastres, el hábil ministro de Luis VII preparaba la Francia para
recoger algun dia los saludables frutos de estos grandes sucesos. Se le acusó de haberse dejado arrastrar de
masiado por las cosas del siglo ; pero la politica no le hizo olvidar jamás los preceptos del Evangelio. Segun
la opinion de sus contemporáneos, él vivia en la corte como un prudente cortesano y en el claustro como un
santo religioso. Si hay en la iglesia de Francia, escribia san Bernardo al papa Eugenio, algun vaso precioso
que embellezca el palacio del Rey de los reyes, es sin duda el venerable abate Sugerio. En calidad de abate de
San Dionisio, tal vez poseia mas riquezas que las que debe tener un monje, toda vez que se proponia man
tener un ejército ; pero jamás empleó sus riquezas ó sus tesoros que fuesen para el servicio de la patria y de
la Iglesia, no habiendo estado nunca el estado tan rico como en la época de su administracion. Toda su
vida fué una larga serie de prosperidades y de acciones memorables. Reformó á los frailes de su orden, sin
atraerse su encono, é hizo la felicidad del pueblo sin esperimentar su ingratitud : sirvió á los reyes, y
estos le dispensaron su amistad. La fortuna le favoreció en todas sus empresas, para que nada le contrariase
durante su vida, y que no se le pudiese echar en cara falta alguna, murió cuando iba á conducir un ejér
cito al Asia.
Sugerio y San Bernardo, unidos por la religion y por la amistad, tuvieron un destino diferente : el prime
ro, nacido de baja esfera, apeteció los favores dela fortuna, que le encumbró hasta las mas grandes dignida
des; el segundo, oriundo de una elevada familia, se empeñó en descender de su clase y no fué nada sino por
su genio. San Bernardo hizo pocos servicios al estado, pero defendió á la religion con un celo infatigable, y
como entonces se anteponia la Iglesia á la patria, fué mas- grande á los ojos de sus contemporáneos, que el
abate Sugerio. Mientras vivió, toda la Europa tenia fijos los ojos en el abate de Claraval : era como una lum
brera colocada en medio de los cristianos; y todas sus palabras tenian la santa autoridad de la religion que
él predicaba. Ahogó el cisma, hizo callar á los impostores, y por sus trabajos mereció de su siglo el titulo
de último padre de la Iglesia ,como el gran Bossuet lo ha merecido del nuestro.
Podria censurarse á-san Bernardo el haber salidoá menudo de su retiro, y de no haber sido siempre , como
él mismo lo dice, el discipulo de los robles y de las hayas; no fué indiferente á ningun acontecimiento politico
de su tiempo, y mezclóse en todos los negocios de la Santa Sede. Los cristianos se preguntaban, quien era el
jefe dela iglesia : los papas y los principes murmuraban algunas veces contra su autoridad ; pero no puede
olvidarso que él recordó sin cesar la justicia y la moderacion á los grandes de la tierra, la obediencia y e'
respeto de las leyes á los pueblos, la pobreza y la austeridad de costumbres al clero, y á todos las santas máxi
mas de la humanidad y dela moral evangélica.
LIBRO SEPTIMO.— H 51-1188. 213

LIBRO VIL

1151—1188.

Situacion polIlica*del Asia.—Toma deAscalon.—Entace deBalduino III. —Alborotos en Antioquia.— Muerte del rey.— Su'hermano
le sucede en el trono.—Espcdicion al Egipto.—Revolucion deísta provincia.—Casamiento de Amaury.—Toma de Bilbeis.— Si
tio de Damieta.—Amaury sitia a Paneas, y muere en Jerusalen.—Minoria de Kalduino IV.—Sibila, su hermana, se casa con
el marques de Monferrato, el que muere al cabo de cinco meses.—Saladino entra en Palestina.—Segunda batalla de Ascalon.—
Falsa tregua. — Balduino confiere la regencia a Lusiñan, y despues al conde de Tripoli.—Su muerte.—Coronacion de Sibila y
de Lusiñan, su nuevo esposo.—Afdal, hijo de Saladino, penetra en la Galilea.—Saladino, dueño de Tibertades, hace prisionero
a Lusiñan, y se apodera de Jerusalen. —Preparativos para una nueva cruzada.— Guillermo de Tiro predica la tercera eri
zada.—En la conferencia de Gisors, el arzobispo decidea Felipe Augusto y a Enrique II a libertar la Tierra Santa — Diezmo Sa
ladino.—Ricardo, duque de Guiena, incurre en escomunion.—Sube al trono y toma la cruz.—Degüello de los judios en Londres
y en York.—Entrevista de Ricardo y de Felipe Augusto en Nonancourt.— Poco celo en Alemania.—El emperador Federico
Barbaroja envia embajadores a todos los principes que reinan en oriente.—Detalles sobrelos cruzados alemanes.— Salen de
Ratisbona.—Isaac el Angel es] castigado por su modo de proceder con ellos.—Se embarcan en Gallpoli.—Su itinerario en Asia.
—Pasaje del Tauro.— Federico se aboga por casualidad, y el duque de Suavia recibe el mandoi supremo.—Cinco mil hom
bres, únicos restos de e¿te ejercito, llegan hasta la Palestina.—Encuentran mala acogida.

A medida que el gran cuadro de las cruzadas se va desarrollando delante de nuestros ojos, se echa de ver
que las guerras santas han tenido siempre la misma causa, y que las mismas pasiones han dominado siem
pre á los cruzados. Si solo se echara una rápida ojeada sobre esos remotos tiempos, podria creerse que unos
acontecimientos, que al parecer tienen una gran semejanza entre si , debian al fin por la confusion delos ob
jetos, v por la monotonia del espectáculo, debilitarla curiosidad y cansar la atencion del lector. Pero profun
dizando las épocas históricas deque hablamos, entrando despues en el estudiode las pasiones y delas cosashu-
m;inas,nosepuede menosde veniren conocimientode que los sucesos tienen una fisonomia que les es propia y
peculiar, y que hay hechos en la historia, quese pueden comparar á los seres de la misma especie que hay en
la naturaleza: todos estos seres so parecen á primera vista, sin embargo ellos presentan una infinita variedad
á losojosdel hombre curioso y observador. En el camino que nos falta recorrer, grandes revoluciones vienen á
mezclarse con la descripciort.de las guerras santas, ofreciéndonos á cada pasouna multitud de acciones y dees
cenas diversas. A cada sacudimientoaparecen nuevos pueblos sobre la escena politica, y esta es la ley diferente
que la fortuna ó la victoria imponen á la sociedad. Aqui hay un imperio que se levanta, y cuyo nuevo poder
cambia repentinamente la faz del mundo; masallá se ve un trono que cae atestiguando cou sus ruinas la insta
bilidad de las grandezas de la tierra. Nosolamente las revoluciones se suceden sin cesar; sino que á cada épo
ca memorable vemosaparecer hombres que por sus cualidades seelevan sobre el vulgo, y que difieren en
tre si por su genio, sus pasiones ó por sus virtudes. Estos hombres estraordinarios, semejantes á las figuras
(|ue animan las producciones de un gran pintor, imprimen su caracter a todo cuanto les rodea, y el brillo
iiue esparcen á su ah-ededor, el interés que inspiran por sus acciones ó por sus sentimientos, nos servirán
para rejuvenecer y variar las descripciones y los cuadros de esta historia.
Los que han estudiado las costumbres y los anales del oriento, han podido notar que la religion de Maho-
ma, aun cuando sea toda guerrera, no daba sin embargo este esforzado valor, esta perseverancia en los
reveses, este sacrificio sin limites, del que los cruzados habian ofrecido tantos ejemplos. El fanatismo de los
musulmanes tenia necesidad de tocar resultados para conservar todo su vigor. Educados en la idea de un
ciego fatalismo, pesiaban acostumbrados á mirar las victorias y los reveses como un decreto del cielo; victo
riosos, se mostraban llenos de confianza y de ardor; vencidos, se dejaban abatir y ceder sin vergüenza á un
enemigo, que ellos miraban como el instrumento del destino. El deseo de adquirir nombre ó fama rara
21 i HISTORIA DK LAS CRC7ADAS.
mente escitab;i su audacia, y hasta en los arrebatos c!e su bélico ardor, el miedo del castigo y del suplicio Ies
retenia sobre el campo de batalla, mas bien que la pasion dela gloria. Era preciso que temiesen al jefe
que les mandaba, si se queria que se batiesen con el enemigo, pareciendo que el despotismo era necesario
á su valor. .
Despues de la conquista de los cristianos, las dinastias de los sarracenos y delos turcos fueron dispersadas
y casi destruidas; los seljucidas fueron arrojados al fondo de la Pcrsia, y los pueblos do la Siria apenas
conocian el nombre de estos principes cuyos mayores habian reinado en Asia.» Todo, hasta el despotismo fué
destruido en oriente. La ambicion de los emires sacó partido do esto desorden; los esclavos se repartieron los
despojos de sus dueños; las provincias y las mismas ciudades se convirtieron en otros tantos principados
cuya posesion incierta y pasajera se disputaba. La necesidad de defender la religion musulmana amenaza
da por los cristianos, habia conservado algun prestigio á los califas de Bagdad. Ellos eran aun los jefes del
islamismo, su aprobacion parecia ser necesaria al poder de los usurpadores y conspiradores; pero su auto
ridad, fantasma sagrada, solo se ejercia con súplicas y vanas ceremonias, no inspirando temor alguno. En
este estado de abyeccion, solo parecia que se ocupaban do consagrar el fruto de la traicion y dela violencia,
y^füstribuian sin cesar ciudades ó empleos que no podian rehusar. Todos aquellos á quienes la victoria y la li
cencia habian favorecido, iban a prosternarse delante de los vicarios del Profeta, y nubes de emires, de vi
sires y de sultanes, parecia, para servirnos de una espresion oriental, que salian del polvo de los pies de
aquellos.
Los cristianos no conocieron bastante el estado del Asia, que podian conquistar, y reinando poca inteli
gencia entre ellos, no se aprovecharon jamás de la division do sus enemigos. Basta haber observado el espi
ritu de desórden y de imprevision que reinaba entre los cruzados, para comprender tambien el espiritu de
esta república cristiana que las guerras santas habian fundado en Siria, y que ellas eran el alma y el apoyo.
Los. francos prosiguieron con bastante actividad la conquista de las ciudades y de lasprovincias maritimas,
conquistas á la que el comercio de Europa se encontraba interesado y que aseguraba sus frecuentes relacio
nes con el occidente; pero su atencion y sus esfuerzos se dirigian raras veces sobre las ciudades y las provin-
ciasdel interior del pais cuyos pueblos estaban en continuas relaciones con el norte del Asia, y recibian cada
dia socorros y refuerzos de Mosul, de Bagdad y de todas las comarcas musulmanasdel oriente (1). Todosestos
pueblos trabajados tiempo hacia por la desunion de sus jefes, estaban animados de un odiogencral contra
los cristianos, y este odio que era un especie de lazo de su patriotismo, tendia]sin cesar á unirles. Los francos,
ocupados enteramente en conservar sus establecimientos sobre las costas del mar, no emplearon medio al
guno para impedir que por un otro lado sus enemigos se rehaciesen, y que una nacion que salia repentina
mente de entre las ruinas viniese luego á disputarles el fruto de sus victorias. Los mas prudentesó los me
nos confiados no vieron entonces que toda esta poblacion de la Siria abatida, no esperaba para reunir sus
fuerzas y desplegar su temible energia, masque un jefe hábil y afortunado, arrastrado á la vez por el fana
tismo religioso y por la ambicion de los conquistadores.
Noredino, hijo de Zenqui, que se habia apoderado de la ciudad de Edeso, antes de la segunda cruzada, habia
heredado las conquistas de su padre y las habia aumentado con su valor. Fué encumbrado por los guerre
ros que habian jurado derramar su sangre por la causa del Profeta ; y asi que subió al trono vivió con la sen
cilla austeridad de los primeros califas. « Noredino, dice un poeta árabe, unia al mas noble heroismo la mas
profunda humildad. Cuando él oraba en el templo, sus súbditos creian ver un santuario dentro de otro santua
rio. Cultivaba las ciencias, no menos que las buenas letras, y so aplicaba en hacer florecer la justicia en
sus estados. Sus pueblos admiraban su clemencia y su moderacion : los mismos cristianos celebraban su
valor y su profano heroismo. A imitacion de su padre Zenqui, llegó á ser tambien el idolo de los guerreros,
por su liberalidad y sobre todo por su celo en combatir á los enemigos del islamismo (2). En medio delosejér-

1 Hemos observado que la dominacion de la Siria estuvo unida a la posesion do las ciudades de Damasco y de Alepo. Los cris
tianos no pudieron jamas hacersedueños de ella, porque no poseyeron nunca estas dos ciudades. —y2; Se hallara en el tomoIV de
li Biblioteca de las Cruzadas, el muy interesante cuadro, que hace un autor árabe, de las cualidades de Noredino. Este retrato es
lauto mas apreciable, en cuanto es becho por un hombre que era contemporáneo de este principe y que habia podido conocerle
l ien. F.l historiador arabo es sobre todo muy curioso, ruando nos habla de los cuidados que tomo el sultan para someter a los
emirc* a las leyes de la juslii.ii.
LIBRO SEPTIMO— 1151 -11 88. 215
citos que él mismo habia formado y que le respetaban comoel vengador del Profeta, contuvo la ambteion de
los emires, y difundió el terror entre sus rivales , y cada una de sus conquistas hechas (1) en nombre de
Mn homa, aumentaba su fama y su poder : de todas partes , los pueblos arrastrados por el celo de la religion
y por el ascendiente de la victoria, se precipitaban ante su autoridad: en fin el oriente temblaba á su
presencia, y el despotismo manifestándose en medio de las naciones musulmanas con la confianza y el temor
que inspira sucesivamente á sus esclavos, fue espuesto á los discipulos del islamismo como un medio de
salvacion. Desdo este momento todaslas pasiones y todos los esfuerzos de la Siria se dirigieron hácia un mis
mo objeto, el triunfo del Coran y la destruccion de las colonias cristianas.
Bnlduino il1 que se empeñó en contener los progresos de Noredino, habia hecho admirar su valor en mu
chos combates. Los latinos dirigieron á menudo sus armas contra Ascalon, el mas firme baluarte de Egipto,
por la parte dela Siria. Balduino seguido de sus caballeros se habia trasladado frente de esta plaza con in
tencion de asolar su territorio. La aproximacion de los cristianos difundió el terror entre los habitantes , lo
que determinó al rey de Jerusalen á formalizar el sitio de la ciudad. Envió en seguida mensajeros á todas
las ciudades cristianas, anunciándoles su empresa inspirada por el mismo Dios, y encareciendo á los guerreros
que se uniesen al ejército. Vióse al instante acudir á los barones y caballeros , los prelados y los obispos de.
la Judea y de la Fenicia vinieron tambien á tomar parte en la santa espedicion ; y el patriarca de Jerusalen
estaba á la cabeza llevando en sus manos la verdadera cruz de Jesucristo.
La ciudad de Ascalon se elevaba como un circulo sobre la costa del mar y presentaba por la parte de tierra
murallas y torres inespugnables ; todos los habitantes estaban ejercitados en el arte de la guerra, y el Egipto
que tonia el mayor inte: és en conservar esta plaza , enviaba cuatro veces al año viveres, armas y soldados.
Mientras que el ejército cristiano atacaba las murallas de la ciudad, una flota de quince navios, mandada por
Gerardo de Sidon , secundaba los esfuerzos de los sitiadores. La abundancia reinaba en el campo cristiano ; y
la disciplina se observaba con la mayor severidad , vigilando de dia y de noche. La vigilancia sin embargo
no era menor entre los sitiados ; los jefes no abandonaban las murallas, entusiasmando sin cesar á sus sol
dados : y á fin de que la ciudad no pudiese ser sorprendida en medio de la noche , linternas de vidrio colga
das de las almenas de las torres mas elevadas, esparcian durante la noche una claridad semejante á la
del dia.
El sitio duraba ya dos meses , cuando al aproximarse las fiestas de Pascua , viósc desembarcar un gran
número de peregrinos de occidente. Habiéndose reunido los jefes del ejército, se decidió que los navios llega
dos de Europa serian retenidos por orden del rey, y que se invitaria á los peregrinos á venir al socorro de sus
hermanos que estaban sitiando ;i Ascalon. Una multitud de estos recien venidos, correspondiendo á las espe
ranzas que se tenian en su piedad y en su valor, acudieron en seguida al campo cristiano, y muchos navios
se pusieron bajo las órdenes de Gerardo de Sidon. A su llegada todo el ejército se llenó de alegria, y no dudó
ya de la victoria.
So construyeron con la madera sacada de los buques un gran número de máquinas y entre otras una tor
re movible de una inmensa elevacion, semejante á una fortaleza con su guarnicion, que dirigida contra las
murallas, ofendia terriblemente á la ciudad. Todas las máquinas disparaban á la vez, las unas lanzando pie
dras, las otras desmoronando las murallas ; los asaltos y los combates particulares se renovaban sin cesar.
Cinco meses habian trascurrido desde que se empezó el sitio, y las fuerzas del enemigo ya se agotaban, cuando
una flota egipcia de setenta velas entró en el puerto de Ascalon, llevando refuerzos y socorros de que la plaza
tenia necesidad. El valor delos sitiados redobló en estas circunstancias, pero el de los cristianos nose disminuyó
en un ápice ; sus ataques se hacian mas frecuentes y mas mortiferos, y su gran torre,que nada podia destruir,
infundia cada dia mas temor á losinfieles. Al fin, estos, determinados á destruir esta máquina formidable, arro
jaron entre la torre y la muralla una gran cantidad de madera en la que se echó aceite, azufre y otras materias
combustibles; pegósele fuego, pero el viento que soplaba de la parte de oriente en lugar de llevar la llama contra la
torre la llevó contra la ciudad, y como el viento no cambió de direccion, las piedras de la muralla se encontra
ron calcinadas por el fuego. Al dia siguiente al rayar el dia, la muralla toda entera se vino abajo con un es
trépito espantoso ; los guerreros cristianos acudieron al oir el ruido cubiertos con susarmas; Ascalon iba al fin

l Guillermo de Tiro.
216 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
á caer en su poder; pero un incidente singular vino de repente é robarles la victoria. Los templarios (1), ha
bian va entrado en la plaza y con la idea de 'apoderarse ellos solos de los despojos del enemigo habian
colocado sobre la brecha centinelas, ú quienes se habia dado la consigna de hacer huir á cuantos se presen
tasen para seguirles. Mientras que ellos recorren las calles y saquean las casas, loseneniigos reparan que son
muy pocos, y se admiran deque se haya abandonado la plaza. Los soldados y los habitantes se rehacen,
vuelven al combate, y los templarios dispersos caen bajo los golpes de sus adversarios ó huyen por la bre
cha cuyo paso habian interceptado á sus compañeros de armas. Perdida toda esperanza de apoderarse de la
ciudad, y perseguidos por los musulmanes, que se hallan animados de un nuevo ardor, los cristianos se re
tiran tristes y confundidos á su campamento : el rey de Jerusalen convoca al momento á los prelados y ba
rones, pidiéndoles con voz conmovida le digan el partidoque hay que tomar en unas circunstancias tan cri
ticas. Luego que los principales jefes de los guerreros, desesperando de la conquista de Ascalon, propusieron
levantar el sitio, el mismo rey, el patriarca y los obispos llenos de confianza en la bondad divina, se opusie
ron á la retirada, y para apoyar su opinion invocaban el pasaje dela Sagrada Escritura, en que Dios pro
mete socorrer á todos los que combatan ó sufran por su causa. Habiendo prevalecido la opinion del patriarca
y de los prelados en el consejo, el ejército se preparó para atacar de nuevo, y al dia siguiente presentáronse
las tropas cristianas al frente de las murallas, escitado el ejército por las exhortaciones del clero y por la
presencia de la verdadera cruz. Durante toda la jornada combatióse por una y otra parte con igual valor y
entusiasmo , pero la pérdida de los musulmanes fué mas grande que la de los cristianos , y se ajustó una tre
gua para enterrar álos muertos. Viendo los musulmanes el gran número de guerreros que habian perdido,
cayeron en el mas profundo abatimiento, el aspecto de sus derruidas murallas aumentaba su dolor; las si
niestras noticias recibidas del Cairo no les dejaban esperanza alguna de ser socorridos por'el califa de Egipto. De
repente el pueblo se reune tumultuariamente, pidiendo á grandes gritos que se ponga término á sus males.
Hijos de Ascalon, esclaman los caudillos de las masas, huestros padres han muerto combatiendo álos
francos , sus hijos han muerto á su vez, sin esperanza de vencer á «na nacion de hierro, la estéril arena de
esta ribera y las ruinas que nos han dado para defender, solo nos demuestran en todas partes fúnebres imá
genes; estas murallas levantadas en medio de provincias cristianas, son para nosotros como otros tantos se
pulcros en tierra estranjera. Regresemos pues á Egipto y abandonemos á nuestros enemigos una ciudad que
Dios ha herido con su maldicion. » La llorosa multitud aplaudia este discurso y nadie soñaba en tomar otra
vez las armas ; nombráronse diputados para ir al campo cristiano y proponer una capitulacion al rey de
Jerusalen. En ella se ofreció abrir á los sitiadores las puertas de la ciudad, con la sola condicion que los ha
bitantes tendrian la facultad por espacio de tres dias de llevarse sus bienes y sus bagajes. Mientras que los
aliados tomaban una resolucion dictada por la desesperacion, el recuerdo de los últimos combates llenaba toda
via de tristeza y de luto al ejército cristiano. Los diputados se presentaron al campamento sin que persona
alguna pudiese sospechar el objeto de su mision. Ellos fueron admitidos ante los principales gefes, y con hu
milde actitud anunciaron la capitulacion propuesta. Al oir esta inesperada nueva el consejo quedó sorpren
dido, en términos que cuando se dijo á los prelados y á los barones que manifestasen su opinion, ninguno de
ellos encontró palabras para contestar, dando gracias á Dios y derramando todos lágrimas de alegria. Pocas
horasdespues vióse el estandarte de la cruz ondear sobre los muros de Ascalon, y el ejército aplaudir con vo
ces de alegria una victoria que él miraba como un milagro del cielo.
Los musulmanes abandonaron /a ciudad antes del tercer dia : los cristianos tomaron posesion de ella, y
consagraron la gran mezquita al apóstol san Pablo. La conquista de Ascalon les ofrecia una ventaja inmen
sa, porque les abria el camino del Egipto, y cerraba á los egipcios las puertas de la Palestina. Pero mientras
que por un lado rechazaban á sus enemigos á la otra parte del desierto, nuevos peligros les amenazaban por

(i) Guillermo de Tiro contando este hecho, cita un verso latino] :


Non habet eventus sordida prada bonos.
El viejo traductor Duprcau ha traducido este verso:
De a\ara presa y sordido botin
No resulta jamas muy bueno el fin.
Ab ilíarage en su Cro.úca Siria hace mencion de este hecho tan vergonzoso para los templarios.
LIBJRO SEPTIMO. — 1 1 51 -1 1 99. 217
la parte do la Siria. Noredino, á fuerza de seducciones y de promesas, se habia l\echo dueño de Damasco, y
esta posesion hacia temible su poder á todas las poblaciones vecinas.
(1154) S¡n embargo las' rolop.ias cristiunas permanecieron algun tiempo en un estado de inaccion que
parecia la paz-. El solo- acontecimiento notable: de osta época fué la espedicion de Reinaldo de Chatillon ,
principe de Antioquia . a la isla do Chipre. Reinaldo y sus caballeros cayeron de improviso sobre una
poblacion pacifica y desarmada ; esos ¡bárbaros- guerreros , no respetando las leyes de la religion, ni las
de la humanidad, saquearon las ciudades , los, monasterios y las iglesias, regresando á Antioquia cargados
con los despojos de' un pUeblo cristiano. Reinaldo-, ' habia emprendido esta impia guerra, por vengarse del
emperador griego^ á quien acusaba de no haber cumplido sus promesas.
(1156) Al mismo tiempo el rey de Jerusalen hizo una espedicion que no vulneró menos las leyes de la
justicia. Algunas tribus árabes habian obtenido de él y de sus predecesores la facultad de apacentar los
rebaños en el. bosque de Paneas. Desde muchps años vivlan en una seguridad profunda, descansando en
la fé de los tratados. De,repente -Balduino y sus caballeros acometen espada en mano a estos pastores sin
armas, degüellan á todos cuantos se resisten, y .dispersan á los demás, entrando en Jecusalen con los re
baños y los despojos, de los grabes.; Balduino vióse obligado á cometer esta culpable accion, por la nece
sidad en que estaba de; pagar sus deudas,, cosa quetio podia hacer con los recursos ordinarios. Guillermo
de Tiro no dejó de condenar :tfl rey de Je rusalen,. y encuentra el justo castigo de esta iniquidad, en la der
rota que esperimentó luego Balduino cerca del vado de .Jacob. Sorprendido por Noredino, quedóse casi
solo en el campo de batalla., y se ; refugió,', corriendolos mayores peligros, en la fortaleza de Safet, cons
truida en una montaña- á la derecha del Jordan. Asi que él eco de esta fat.it noticia llegó á las ciudades
de los francos, los fieles, cubiertos de luto,. corrieron -al pié de los altares , repitiendo las palabras del Sal
mista: Domine, salvum fue regem. El cielo .no rechazó verdaderamente las súplicas de un pueblo desolado, y
Balduioo reapareció bieíi- pronto en medio de sus vasallos que le creian muerto.
(1157) Entonces vióse desembarcar en Beirut . muchos navios montados lx>r Esteban conde de Percha, y
varios cruzados del Mans -y de Angers, y tambien por Thierri, conde de Flandes, acompañado de un gran
númerode peregrinos tía meneos. Desde este momento los cristianos olvidaron sus derrotas, y el ángel del
gran consejo les inspiró resoluciones generosas. Reunidos á los refuerzos que acababan de recibir el rey y
sus caballeros, fuéron á combatir 4 los enemigos , en él condado de Tripoli y en el principado de Antioquia.
La ciudad de Schaizar ó Cesareo; y ¿la fortaleza de Ha rene, cayeron en su poder. Balduino al regresar á su
reino, trabó un combate ;coq Noredino;, y destruyó á su ejército cerca del lugar donde las aguas del Jordan
se separan del hgo de Geneaarat»! .».., ::L ' .'... . w
(1 1 57—11.59) Poco tiempo- despues, en el-año 1 1 57, Balduino contrajo matrimonio con una sobrina del
emperador Manuel. Esto.enlace le proporcionó riquezas inmensas de las que tanta necesidad tenia el reino,
haciendo salir al rey de ese estado de pobreza que lo habia arrastrado á llevar á cabo la espedicion de Pa
neas. Su alianza con Manuel- le ofreció otra ventaja ; ella podia suspender ó neutralizar las funestas anti
patias que dividian los griegos y los latinos, impidiéndoles reunir sus fuerzas contra el enemigo comun.
La paz de Jerusalen fué entonces turbada por los mismos á quienes Dios habia encomendado el cui
dado de mantenerla. Suscitáronse grandes debates entre los religiosos del Hospital y el clero de la santa
ciudad. Los hospitalarios rehusaban pagar el diezmo de sus bienes, obstinándose en no reconocer bajo
circunstancia alguna la jurisdiccion eclesiástica, del patriarca. La- discusion se acaloró en tales términos,
que por una parte se prorumpia en maldiciones, y por la otra se pasaba á vias de hecho. Los caballeros
de San Juan llegaron hasta el punto de edificar un muro delante de la iglesia de la Resurreccion, y
muchas veces, con el ruido de sus armas, ahogaban la voz del clero que celebraba los divinos oficios al
pié de los altares ; en fin, se persiguió á los sacerdotes arrojándoles flechas , y el santuario no fué p.lra
ellos un asilo. Por toda venganza los sacerdotes recogieron, formando manojos, las flechas que Ies ha
bian lanzado, y las colocaron en el punto mas elevado del Calvario, á fin do que todo el mundo pudiese
ver el sacrilegio. El patriarca partia para Roma, á fin de esponer sus quejas al soberano pontifice ; pe
ro no se le escuchó, lo que haco que Guillermo de Tiro diga, que los cardenales fueron corrompidos
por los regalos, y que la corte romana siguió la senda de Balaam hijo de Bosor. Estando asi las cosas el
patriarca Foulques, que era muy anciano, murió, cesando de esta manera la discordia.
¡28 y IT 58
2)S HISTORIA ÜE LAS CRUZADAS.
(I I GO) Balduino III 5 como la mayor parte de sus predecesores, fu¿ llamado á írienudo á Antioquia para
restablecer el órdetv. Fué el que tuvo de dirimir las mas fuertes cuestiones entre los patriarcas de esta
ciudad y los principes que la gobernaban. El patriarca Raul de Domfront, hombre vano y orgulloso, que
hubieran tomado, segun espresion de Guillermo de Tiro, por un sucesor del apóstol Pedro, tuvo grandes con
tiendas con Raimundo de Aquitania, que él queria someter á su autoridad eclesiástica. Mas tarde estalló la
discordia entre el patriarca Amaury y Reinaldo de Chatillon, que se habia casado con la viuda de Raimundo
de Poitiers. En esta contienda Reinaldo llevó la violencia al último estremo. Por sus órdenes fué conducido
el prelado, hombre de edad muy avanzada, sobre lo alto de la ciudadela, y con la cabeza descubierta y unta
da de miel permaneció todo un dia espuesto á las moscas y á los abrasadores rayos del sol. El rey Balduino
intervino al fin en estos escandalosos debates, y les puso ún término.
Antioquia sin embargo encerraba en su seno otras causas por las cuales no podia permanecer tranquila.
Estaba en el destino de cuantos habian sido llamados á gobernar este principado, el no poder desplegar una
buena administracion á causa de morir luego en el campo de batalla, ó caer en manos de los infieles.
Grandes desórdenes tuvieron lugar en este pais sin jefes , y el rey de Jerusalen tomó por último las rien
das del gobierno, y durante su estancia en Antioquia fué acometido de la enfermedad que le condujo al se
pulcro. El arzobispo de Tiro hace cargos á los médicos de Siria, por la muerte del rey, que los principes
latinos y sobre todo las princesas preferian á los médicos francos. Consumido el monarca por una fiebre
lenta se hizo trasladará Tripoli y despues á Beirut donde espiró. Jamás rey alguno fué mas llorado desus
vasallos y aun de los estranjeros. Se llevaron sus restos mortales á Jerusalen para ser enterrados al pié del
Calvario. Los cristianos del Libano bajaron de las montañas, y una innumerable multitud acudió de todas
partes para acompañar al fúnebre convoy : dicese que hasta Norcdino respetó el dolor de un pueblo que llo
raba á su rey y que suspendió por algunos tíias sus ataques contra los cristianos.
So sentia doblemente la pérdida de Ralduino III á causa de no tener la nacion simpatias por el hermano
('el rey, Amaury, quedebia sucederlc. Se teniin en este los efectos de una avaricia funesta para los pueblos,
una ambicion peligrosa para el reino, y un orgullo insoportable para los barones y señores. Estos defectos
se exageraban por el odio, y sobre todo por la secreta proteccion de algunos grandes del pais al trono de
Jerusalen ; llegóse hasta el punto, dice la historia contemporánea, de proponer el cambiar el órden de suce
sion al trono, y de elegirá un rey que en Iosdias de peligro mereciere, mas que Amaury, el amor y la
confianza de los cristianos. Levantáronse varias facciones, y la guerra civil iba á estallar, cuando los mas
sabios barones representaron, que el derecho hereditario erala salvaguardia del reino, añadiendo que los
que querian cambiar el órden establecido iban, como el traidor Judas, á entregar el Salvador del mundo
á sus enemigos. Estos discursos apoyados con la presencia de las tropas que Amaury habia reunido para
defender su causa restablecieron la concordia y la paz ; y el hermano de Balduino fué coronado rey de
Jerusalen.
Desde que Amaury subió al trono dirigió todas sus miras al Egipto, debditado por sus propias divisiones
y por las victorias de los cristianos. Habiendo el califa del Cairo rehusado pagar el tributo que él debia á los
vencedores de Ascalon, el nuevo rey se puso al frente de su ejército, atravesó el desierto y llevó el terror do
sus armas sobre las orillas del Nilo, no regresando á su reino hasta despues de haber obligado á los egip
cios á comprar la paz. El estado en que se encentra]» entonces el Egipto debia llamar bien pronto la
atención de los cristianos ; dichosos si sus tentativas renovadas muchas veces no hubiesen favorecido des
pues los progresos de una potencia rival.
El Egipto era á la sazon el teatro de una guerra civil ocasionada por la ambicion de dos jefes que se dispu
taban el imperio. Desde mucho tiempo los califas del Cairo, encerrados en su serrallo, como los de Bagdad,
no se parecian á este guerrero de donde llevaban el origen, y que decia, mostrando á sus soldados y su es
pada : lié aqui mi familia y mi raza. Enccrrrados por la molicie y los placeres , habian abandonado el go
bierno á sus esclavos , (pie les adoraban de rodillas, y les imponian leyes. Ellos solo ejercian su poder en
las mezquitas, y no conservaban mas que el vergonzoso privilegio de confirmar el poder usurpado de los
visires que corrompian á los ejércitos, perturbaban el estado, y se disputaban sobre el campo de batalla el
derecho de reinar sobre el pueblo y sobre el principe. Cada uno de los visires para hacer triunfar su causa,
invocaba sucesivamente el apoyo de los ejércitos vecinos. \1 llegar estos peligrosos ausiliares, todo estaba
LIBRO SEPTIMO.— OS1-H 99. *H)
revolucionado en las riberas del Nilo. Corrió la sangre en todas las provincias, derramada ya por los solda
dos : el Egipto estaba desolado á la vez por sus enemigos, por sus aliados y por sus habitantes (1).
Chaver, que se habia elevado de la humilde condicion de esclavo á la dignidad de visir, habia sido vencido
y reemplazado por Dargam, uno de los principales oficiales de la milicia egipcia; obligado á abandonar una
|>atria en donde reinaba su rival fué á buscar un asiloá Damasco, solicitó el socorro de Noredino, y le prome
tió tributos considerables si este principe le proporcionaba tropas para proteger su regreso al Egipto. El sul
tan de Damasco accedió á las súplicas de Chaver. El ejército que se resolvió á mandar á las orillas del Nilo,
tuvo por jefe á Chirkou, el mas hábil de sus emires, el que habiéndose demostrado siempre duro y feroz en
sus espediciones militares, debia ser implacable para con los vencidos, y sacar partido, por fortuna de su dueño,,
delas desgracias de una guerra civil. El visir Dargam no lardó en conocer los proyectos de Chaver y los pre
parativos de Noredino. Queriendo oponerse a la tempestad que iba á caer sobro su cabeza, imploró el socorro
de las armas cristianas de la Palestina, y juró entregarles su tesoro, si le ayudaban á conservar su poder.
Mientras que el rey de Jerusalen, seducido por esta promesa, reunió su ejército, Chaver, acompañado do
las tropas de Noredino, atravesaba el desierto, aproximándose á Egipto. Dargam, que iba á su encuentro, fué
destruido por los sirios, y perdió la vida en la batalla. Bien pronto la ciudad del Cairo abrió sus puertas al
vencedor Chaver, que la victoria habia librado de su enemigo, hizo derramar mucha sangre en la capital,
para asegurar su triunfo, y recibió en medio dela consternacion general las felicitaciones del califa.
Sin embargo la discordia no tardó en levantar la cabeza, entre el general de Noredino, que cada dia vendia
mascaros sus servicios , y el visir que Chirkou acusaba de perfidia y de ingratitud. Chaver probó en baldo
de echar á los musulmanes de la Siria : pues se le contestó con amenazas, y estuvo muy próximo de verso
sitiado en el Cairo por sus propios libertadores. En medio de un peligro tan inminente, puso el visir su úl
tima esperanza en los guerreros cristianos, cuya aproximacion temia, é hizo al rey de Jerusalen las mismas
promesas que poco antes habian sido hechas á Noredino. Amaury, que queria entrar en Egipto, sea cual fue
re el partido que pudiese dominar, se puso en marcha para defender á Chaver con el mismo ejército que él
habia reunido para combatirle. Llegado á las orillas del Nilo, juntando sus tropas con las del visir vino á
sitiar á Chirkou que se habia encerrado dentro de la ciudad de Bilbeis, el lugarteniente de Noredino resistió
durante tres meses á todos los ataques de los cristianos y de los egipcios, y cuando el rey de Jerusalen le
propuso la paz, le exigió queso le pagasen los gastos de la guerra. Despues de una negociacion en la quo
demostró todo el orgullo de un vencedor, salió de Bilbeis amenazando aun á los cristianos, y condujo á su
ejército á Damasco cargado con los despojos de los enemigos (2).
Mientras que los francos continuaban la guerra en Egipto, las provincias de Aatioquia y de Tripoli so
encontraban espuestas á los ataques de Noredino. Amenazados por este enemigo formidable, habian los
cristianos implorado el ausilío del occidente. La Palestina vió llegar por cuarta vez al conde de Fldndes,
que no se cansaba de atravesar los mares para combatir á los infieles: los guerreros de Poitou y de Aquita-
nia vinieron tambien á visitar y á defender* los santos lugares, llevando á su cabaza á Htigo Lebrun y á
Godofredo, hermano del duque de Augulema Hugo Lebrun llevaba consigo á sus dos hijos, Godofrcdo do
Lusiñan, célebre ya por su valor, y Gu-y de Lusiñaná quien la fortuna debia mas tarde colocar sobro cT
trono de Jerusalen.
Ayudados con estos refuerzos, los guerreros cristianos que se habian quedado para guardar la Si
ria, emprendieron muchas espediciones contra los musulmanes. Noredino fué sorprendido y vencido
en el territorio de Tripoli, en un punto que las crónicas llaman la Ifoquee. Los autores ara tres refie
ren la súplica que el sultan de Damasco dirigió al Dios de Mahoma , durante el combate , y en
la que se quejaba do haber sido abandonado por su ejército. Despues de su derrota , él escribió,
dicen los mismos historiadores, á todos los hombres piadosos y decotos. Su cartii, que fué lcida en to
dos los púlpitos de las mezquitas, despertó el entusiasmo de los soldados del islamismo, y todos los emires
de la Siria y de la Mesopolamia acudieron bajo sus banderas. Noredino cayó sobre el territorio de Antioquiu
y recuperó la fortaleza, en la cual los cristianos fueron vencidos y muchos de sus principes fueron hechos

(1) Las noticias mas ciertas sobre el deplorable ostado del Egipto, en esta epoca, nos lian sido suministradas por los autores ora-
bes. Biblioteca de las Cruzadas t, IV).
,2) Biblioteca delas Cruzadas t. IV, %. 2.<!.
220 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
prisioneros. Entre estos últimos se notaba á Raimundo, conde de Tripoli, que los musulmanes llamaban el
Satanás de los Francos, y á Boemundo 111 prinoipe de Antioquia, que fuéá juntarse en las cárceles de Alepo
con su predecesor Reinaldo de Chatillon, retenido en el cautiverio muchos meses hacia.
A concecuencia de esta victoria, losmusulmanes se apoderaron de Paneas, é hicieron muchas escursiones
ála Palestina. Todos los reveses esperimontados por los cristianos daban á Noredino la facilidad de seguir
sin peligro sus campañas contra el Egipto. Chirkou habia reconocido las riquezas de este pais y la debilidad
de su gobierno.. Luego que hubo regresado á Damasco, hizo adoptar á Noredino el proyecto de reunir esta
rica comarca a su imperio.
El sultan do la Siria envió embajadores al califa de Bagdad, no con el objeto de pedirle socorros, sino
con la ideado dar uncolorido religioso á su empresa. Desde muchossiglos los califas de Bagdad y del Cairo
estaban dividos por un odio implacable: cada uno de ellos se alababa de ser el vicario del Profeta, v mira
ba á su rival como el enemigo de Dios. En las mezquitas de Bagdad se maldecia á los califas do Egipto y
á sus sectarios; y en las del Cairo, se entregaban á las potestades del inficrno los Abasides y á sus par
tidarios.
(1 1 65) El califa de Bagdad no vaciló en acceder á los deseos de Noredino. Mientras que el sultan de la
Siria no se ocupaba mas que de estender su imperio, el vicario del Profeta cedia á la ambicion de presidir
solo á la religion musulmana. Encargó á los imanes el predicar la guerra contra los fatimitas, y prometió
las delicias del paraiso á todos los que tomasen las armas en osta santa espedicion. A la voz del califa, un gran
númerode fieles se alistaron debajo de las banderas de Noredino, y Chirkou, siguiendo las órdenes delsul-
tar, so preparaba para regresar á Egipto á la cabeza de un poderoso ejército.
La noticia de estos preparativos se difundió por todo el oriente y sobre todo en Egipto, en donde causó las
mas vivas alarmas. Amaury, que habia regresado á sus estados, recibió en Jerusalen ti los embajadores de
Chaver, encargados do solicitar su apoyo y su alianza contra los proyectos de Noredino. Los estados del
reino de Jerusalen se hallaban reunidos en Napolosa, y el rey les espuso las ventajas de una nueva esper-
dicibn al Egipto. Un impuesto estraordinario fué votado para ocurrir á los gastos de una guerra sobre la que
so fundaban las mas grandes esperanzas, y pronto el ejórcito cristiano partió de Gaza, para ir á combatir en
las orillas del Nilo las tropas de Noredino.
(1166) Mientras esto tenia lugar, Chirkou atravesó el desierto, en donde corriólos mayores peligros.
Una violenta tempestad le sorprendió durante su marcha; de repente oscurecióse el cielo, y la tierra que pisa
ban los sirios parecia mas bien un borrascoso mar. La arena era arrastrada por el viento, y formaba torbe
llinos ó montañas movientes que dispersaban, arrastraban y sofocaban a los hombres y á los caballos. En
esta horrorosa tempestad, el ejército sirio abandonó sus bajages, perdió sus provisiones y sus armas, y
cuando Chirkou llegó á las orillas del Nilo no tenia para su defensa mas que el recuerdo de sus primeras
victorias. Tuvo mucho cuidado en ocultar la pérdida que acababa de esperimenlar; y los restos de un ejército-
dispersado por la tempestad bastaron pura sembrar el espanto en todas las ciudades de Egipto.
(1167) El visir Chaver, amedrentado con la aproximacion de los sirios, envió nuevos embajadores 6
los cristianos, para prometerles inmensas riquezas, y suplicarles apresurasen su marcha. Por su parte el
rey de Jerusalen deputó cerca del califa do Egipto á Hugo de Cesarea, y á Foulques, caballero del Temple, para
obtener la ratificacion del tratado de alianza. Los diputados de Amaury fueron introducidos en palacio en
el cual jamás habia entrado cristiano alguno (1). Despues de haber atravesado muchas galerias llenas de
guardias morunas y un gran número de salones de corte, en donde resplandecian todas las maravillas del
oriente, llegaron á una especie de santuario en donde les esperaba el califa, sentado sobre un trono llenó do
oro y de pedreria. Chavor que les acompañaba, se prosternó á los piós de su soñor, y le suplicó que aceptaso
el tratado de alianza hecho con el rey de Jerusalen. El comendador do los creyentes, siempredócil ála vo
luntad dol último de sus esclavos, hizo una señal de aprobacion y alargó su mano á los diputados cris
tianos, en presencia do sus oficiales y de sus cortesanos, que tan inusitado espectáculo les llenaba de dolor
y de sorpresa .
No lardó el ejórcitode los francos en aproximarse al Cairo, pero como la politica de Amaury consistia en

(1) Guillermo do 1 iro «o el único de los historiadores latinos ([uc hemos consultado con fruto, sobre las guerras de Egipto.
L1BKO SEPTIMO.— 1 165-1 107. 221
prolongar la guerra para asi poder estar mas tiempo en el Egipto , no aprovechó las ocasiones de atacar á
los sirios con ventaja, dándoles tiempo para reparar sus fuerzas. Despues do haberles dejado descansar por
espacio de muchos dias , dióles en fin una batalla en la isla de Maollé no lejos de la ciudad del Cairo, des
truyo- sus atrincheramientos, pero no prosiguió en su victoria. En su retirada hácia el alto Egipto. Chirkou
se esforzó en despertar el ardor de los soldados de Noredino. Estos recordaban todavia todos los males que
habian esperimentado a su paso por el desierto : este recuerdo, tan reciente , y los primeros triun
fos obtenidos por los cristianos , parecian abatir su valor, cuando uno delos lugartenientes do Chirkou
esclamó en el consejo de los emires : Vosotros que temeis la muerte ó la esclavitud regresad á la Siria , id á
decir a Noredino que os ha llenado de beneficios, que vosotros abandonais el Egipto á los infieles , para en
cerraros en vuestros serrallos , con vuestras mujeres y vuestros niños (1) , Estas palabras reanimaron el
celo y el fanatismo de los guerreros de Damasco. Los francos y los egipcios, que perseguian al ejército de
Chirkou, fueron vencidos en una batalla, y obligadosá abandonar con desórden las colinas de Baben. El ge
neral (|e Noredino, aprovechándose do la victoria, fué á poner una guarnicionen Alejandria, que habia
abierto sus puertas á los sirios, y pasó luego ásitiar la ciudad de Koutz, capital de la Tebaida. La habilidad
con que Chirkou habia disciplinado á su ejército, y dispuesto el plan del último combate , sus marchas y con
tramarchas, por las llanuras y por los valles del Egipto, desde el trópico hasta al mar, anunciaban los pro
gresos de los musulmanes do la Siria en la táctica militar; haciendo conocer desde luego á los cristianos el
enemigo que debia poner un limite á sus victorias y á sus conquistas.
Los turcos se defendieron durante muchos meses en Alejandria contra las sediciones de los habitantes y con
tra los multipliados ataques de los cristianos. Ellos obtuvieron en fin una capitulacion honrosa, y como su ejér
cito se debilitaba cada dia por el hambre y la fatiga se retiraron por segunda vez á Damasco, despues de haber
hecho pagar muy cara la pisajera tranquilidad que proporcionaron & los pueblos de Egipto.
Libre de sus enemigos , el visir Chaver se apresuró á despedir los cristianos, cuya presencia temia. Él
se comprometió á pagar al rey de Jerusalen un tributo anual de cien mil escudos de oro, consintiendo ade
más en recibir una guarnicion en el Cairo. Colmó de ricos regalos á los caballeros y á los barones , hasta
los soldados tuvieron parteen las liberalidades , proporcionadas al temor que le inspiraban los francos. Los
guerreros cristianos regresaron á Jerusalen ; llevándose consigo riquezas cuya vista deslumhró al pueblo y á
los grandes, debiendo inspirarles otra idea que la de perder la herencia de Jesucristo (2).
Mientras que Amauy regresaba á su capital , el aspecto montueso y ésteril de sus provincias, la pobreza
de sus súbditos, los estrechos limites de su reino, le hicieron sentir no haber aprovechado la ocasion de
conquistar un gran imperio. A su llegada contrajo matrimonio con una sobrina de Manuel. Mientras quo
el pueblo y la corte se entregaban al alborozo y á las fiestas , haciendo votos por la prosperidad de su rei
no y de su famdia, un solo pensamiento le ocupaba noche y dia, y le seguia en medio de las fiestas. Las rique
zas del califa del Cairo, la poblacion y la fertilidad del Egipto, sus numerosas flotas y la comodidad de sus
puertos, se presentaban sin cesar á la imaginacion de Amaury. «.,».í1 .
Quiso espiola r luego, parala ejecucion desus proyectos, la union que acababa de celebrar, o hizo
partir para Consta ntinopla embajadores encargados de comprometer á Manuel, para que le ayudase á
la conquista del Egipto. Manuel aplaudió los proyectos del rey de Jerusalen, y le prometió enviarle flo
tas, y de compartir los peligros y la gloria de una empresa que dehia interesar al mundo cristiano. En
tonces Amaury ya no temió anunciar públicamente sus proyectos, convocando al efecto á los barones
y á los grandes de su reino. En esta asamblea se propuso marchar hácia el Egipto; los mas prudentes
entre los cuales se contaba el maestre del Temple , declararon altamente que semejante guerra era
injusta.

(!) Nosotros seguimos aqui la relacion del autor 6rnbe lbu-Alatir. (Vease el t. II de la Biblioteca de las Cruzadas.)
(2) Esta campaña lo mismo que la precedente y la que siguio lia sido largamente descrita por los autores árabes que la mayor
parte eran contemporaneos. Los principales son lbu-Aboutai natural de Alepo, e lbu-Alatir, uno y otro muy bien instruidos de
los aconlecjmientos. Su narracion sirve para aclarar la de los latinos. Nosotros liemos creido deber limitarnos aquta presentar
los resultados generales ; pero se encontraran los detalles al tomo II de la Biblioteca de las Cruzadas, §. 23 y siguientes. Mr.
Reinaldo ba reunido cuanto los arabes nos ofrecen de curioso y de interesante sobre esta epoca. Entre los autores latinos que han
hablado sobre el mismo asunto debe citarse principalmente a Guillermo de Tiro, lib. XVII : el no fue al Egipto, pero vivia en la
epoca de esta, ospedicion, y conocia Sx los jefes del ejercito cristiaue.
222 HISTORIA DI5 LAS CRUZADAS.
«Los caballeros, decian ellos, no deben dar á los musulmanes el ejemplo de violar los tratados. Será
fácil el conquistar el Egipto , pero dificil de conservarlo. No habia nada que temer del poder egipcio,
pero si habia que recelar del poder de Noredino; contra este último debian reunirse todas las fuerzas
del reino- El Egipto debia pertenecer al que seria dueño de la Siria : no era prudente apresurar los fa
vores de la fortuna y enviar los ejércitos á un pais en el que no harian mas que abrir sus puertas á
los hijos de Zenqui, como ya se les habian abierto las puertas de Damasco. Se sacrificaban las ciudades
cristianas, hasta el mismo Jerusalen, á la esperanza de conquistar una lejana comarca. Ya Noredino
aprovechándose de los momentos en que el rey de Jerusalen estaba ocupado á las orillas del Nilo, so
habia apoderado de varias plazas que pertenecian á los cristianos. Boemundo, principe de Antioquiat Rai
mundo, conde de Tripoli, habian sido hechos prisioneros de guerra, y gemian bajo el yerro musulman
victimas de una ambicion que habia arrastrado al rey de Jerusalen lejos de su reino y lejos de las co
lonias cristianas, cuyo apoyo y defensor debia haber sido (1).»
Los caballeros y los barones, que se espresaban de esta suerte, anadian que la vista sola del Egipto
no dejaria de corromper á los guerreros cristianos, y de debilitar el valor y el patriotismo de los
habitantes y do los defensores de la Palestina. Estos discursos llenos de sabiduria no pudieron conven
cer ni al rey de Jerusalen, ni á los partidarios de la guerra, entre los cuales se hacia notar al gran
maestre de los hospitalarios, que habia agotado las riquezas de su órden con locas prodigalidades, y le
vantado tropas cuyo sueldo habia señalado sobre los tesoros del Egipto. La mayor parte de los señores y
de los caballeros, que la fortuna les esperaba á las orillas del Nilo para distribuirles sus favores, so
dejaron fácilmente arrastrar á la guerra, y no tuvieron sentimiento alguno en mirar como á enemigos
á los soberanos de un pais que les ofrecia un inmenso botín.
(1168) Mientras se activaban en Jerusalen los preparativos de la espedicion , proyectos semejan
tes ocupaban á los emires y al consejo de Noredino. A su vuelta de las orillas del Nilo, Chirkou habia
anunciado al principe de Damasco, «que el gobierno del Cairo estaba falto de oficiales y de soldados ;
que la guerra civil, la ambicion de los francos y la presencia de los sirios habia enervado y arruinado
la fuerza dolos fatimitas. El pueblo egipcio, añadió el ambicioso emir, acostumbrado á- mudar de amo, no
estaba adherido ni al califa, que ni menos conocia, ni al visir que le causaba toda suerte de calamida
des. Este pueblo, largo tiempo trabajado por sus propias discordias, no deseaba mas que la quietud, pa
reciendo dispuesto á reconocer toda dominacion que le protegiese contra sus enemigos y contra si mis
mo. Los cristianos no conocieron que á pesar del estado de decadencia del imperio del Cairo, toda su po
litica debia consistir en apoderarse de él, por lo que convenia llevar adelante sus proyectos, y no des
deñar una conquista que la fortuna ofrecia en cierto modo á la primera potencia que se presentase
en Egipto.»
De este modo el rey do Jerusalen y el sultan de Damasco tenian la misma idea y formaban los mis
mos proyectos. En las iglesias de los cristianos, y en las mezquitas de los musulmanes,, se elevaban ple
garias al cielo para el buen éxito de la guerra, que iba á estallar á las orillas del Nilo. Cada una de las
dos potencias rivales trataba de legitimar sus proyectos y sus operaciones ; en Damasco se acusaba al
califa de Egipto de haber celebrado una impia alianza con los discipulos de Cristo; y en Jerusalen se
decia que el visir Chaver, faltando á la fé del juramento, seguia una pérfida correspondencia con
Noredino.
Los cristianos fueron los primeros en violar los tratados. Amaury al frente de un numeroso ejército
se puso en marcha, y pareció como enemigo delante la plaza do Bilbeis, que la habia prometido á los
caballeros de San Juan, como recompensa del celo y ardor que demostraban en esta espedicion. Esta
ciudad, situada sobre la ribera derecha del Nilo, fué tomada por asalto, y toda la poblacion pasada á
cuchillo; porque cuanto menos motivo habia para empezar esta guerra, mas encarnizamiento se veia
en proseguirla.
La desgraciada suerte de Bilbeis consternó á todo el Egipto ; el pueblo se irritó al saber los crueles es-

(1) Lo que hay ile curio =o, es que este discurso que se lee ,iquf en boca de los barones, los antorei arabes lo hacen pronunciar
al re y. A darles civdito el rey fue contra su voluntad a eala espedicion. Biblioteca de las Cruzadas t. IV :
LlimO SEPTIMO.— HG8-1 169. 223
cosos cometidos por los francos, y tomando las armas ochó del Cairo á la guarnicion cristiana. Cha ver
reunió sus tropas en las provincias, fortificó la capital, y para despertar en los pueblos el entusiasmo
de la desesperacion , hizo incendiar la antigua Fortat (1) cuyo incendio duró mas de seis semanas. El califa
del Cairo imploró de nuevo el socorro de Noredino, y le mandó dentro de una carta los cabellos de las
mujeres de su serrallo, en prenda, confianza y señal de su critica situacion. El sultan de Damasco accedió
gustoso á las súplicas del califa de Egipto, y como su ejército estaba preparado para ponerse en marcha, dió
la orden á Chirkou de atravesar el desierto y de dirigirse á.Ias orillas del Nilo.
Si despues de la toma de Bilbeis, el rey de Jerusalen se hubiese dirigido repentinamente al Cairo, hubiera
podido adelantarse á sus enemigos y apoderarse do la capital ; pero por una politica que no puede esplicarse,
y como si de repente se hubiese horrorizado de su empresa, este principe que habia despreciado los tratados,
y que queria deberlo todo & la victoria, dió oidos á los embajadores del califa, cuya suplicante voz tan pronto
se dirigia á su piedad como á su avaricia : Amaury no se dejaba arrastrar menos por el amor del dinero que
por la ambicion de las conquistas; y el ofrecimiento de una exorbitante suma bastaba para contenerle en su
marcha, y hacerle suspender las hostilidades. Mientras que él estaba esperando los tesoros anunciados y to
maba en consideracion las proposiciones de aquellos á quienes él mismo habia faltado de cumplir su palabra,
l«s egipcios concluyeron sus preparativos de defensa, se rebelaron las guarniciones de las ciudades y el pueblo
so armaba. Los francos, rodeados de enemigos, esperaron en balde la flota que los griegos debian enviarle:
en fin despues de un mes de negociaciones, en las cuales el visir no omitió las lisonjas ni las falsas protestas,
Amaury en vez de recibir los tesoros que se le hahian prometido, y de ver llegar á los ausiliares, su|K> re
pentinamente que Chirkou entraba por tercera vez en Egipto, á la cabeza de un formidable ejército (2).
(Htí9) Entonces fué cuando conoció el lazo en que habia caido. Voló al encuentro do los sirios para com
batirlos : pero su jefe evitó la lucha y fué a reunirse con los egipcios. Los cristianos no podian resistir á dos
ejércitos reunidos. Uesde este momento se suspendieron todas las negociaciones, y pasóse á amenazar á aque
llos á quienes poco antes se adulaba : el Egipto ya no ofreció mas sus tesoros, pero hizo ver á sus irritados
soldados. El rey de Jerusalen atacado por todos lados, declaróse en retirada hácia el desierto, y regresó á su
reino, con la vergüenza de haber perdido una guerra que solo el buen éxito podia abonar, y que parecia
tanto mas injusta, cuanto mas desgraciadamente fué conducida.
Los cristianos, no tan solo tenian que deplorar la pérdida de las ventajas que reportaban de un pais vecino
y tributario, si que tambien debian echar de ver que esta rica comarca , cuya entrada ellos habian cerrado,
iba á pasará manos del mas temible de sus enemigos , aumentando su poder. Chirkou hizo enarbolar sus
banderas sobre las torres del Cairo ; el Egipto, que creia recibir á un libertador, solo vió bien presta á un
conquistador. El visir Chaver pagó con la vida los males que habia causado á su patria ; fué muerto en el
mismo campo de Chirkou, y su autoridad vino á constituir la herencia del vencedor.
El calila que para salvarse á si mismo habia pedido la cabeza de su primer ministro, dióle por sucesor al
general de Noredino, que él llamaba en sus cartas el principe victorioso. De este modo el envilecido monarca
del Egipto ridiculizaba sus propios favores, adulando á un hombre á quien no conocia, y al que tal vez
habia deseado h muerte, imágen de la ciega fortuna que repar te al acaso los bienes y los males, viendo con
la misma indiferencia á sus favorecidos que á sus victimas.
Al cabo de dos meses de su elevacion, Chirkou murió repentinamente. Para reemplazarle el califa eligió
al mas jóven de los emires del ejército de Noredino. Saladino, que apenas contaha treinta años, aun cuando
se distinguió en el sitio de Alejandria , no tenia aun nombro en el ejército ; pero pronto su fama debia ocupar
al oriente y al occidente. Era sobrino de Chirkou, é hijo de Ayuc ; su tio y su padre habian abandonado las
salvajes montañas del Curdistan para entrar al servicio delas potencias musulmanas de la Mesopotamia y se
habian afiliado al partido do los Atabeks algun tiempo antes de la segunda cruzada. Saladino, siendo jóven,
amó la disipacion y los placeres, y permaneció por mucho tiempo apartado de la politica y de la güera; pero
llegado á las dignidades supremas, cambió de conducta y reformó sus costumbres. Hasta esta época parecia
que Saladino habia nacido para los placeres y la oscuridad de un serrallo (3), y de repente vióse á un nuevo
(1) Lo mismo que una desesperacion heroica ha hecho en los tiempos modernos incendiar la ciudad de Moscou,
(2) Autores árabes. ( Biblioteca de las Cruzadas t. IV. )
(3) Bernardo el Tesorero refiere (¡uc Paladino tenia la vigilancia de las mujeres prostituias. (Véase la Biblioteca de las Cruza
221 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
hombre, que parecia haber nacido para el imperio : su gravedad infundia respeto á los emires ; sus liberali
dades le atrajeron -los votos del ejército, y la austeridad de su devocion le hacia a precia ble á todos los verda
deros creyentes.
(1 170) Los francos, que no veian en Saladino un enemigo temible, no habian renunciado aun á sus
proyectos sobre el Egipto. La flota griega, vanamente esperada, durante la precedente espedicion, llegó al
fin al puerto- de Tolemaida. Entonces resolvióse regresar á las orillas del Nilo. La flota y el ejército cristiano,
mandados por el rey de Jerusalen, fuéron á sitiar la ciudad de Damieta. Alli, los cristianos perdieron la mi
tad de sus soldados, victimas del hambre ó del hierro enemigo, y todos sus navios fueron quemados por el
fuego griego ó dispersados por la tempestad : ellos se vieron finalmente obligados á renunciar á su empresa
despues de cincuenta dias de un sitio en el cual los jefes fueron acusados de faltar al valor, á la prudencia y á
la táctica. Asi el porfiar Amaury en seguir una guerra desgraciada contribuyó á mejorar la posicion de los
musulmanes, y debió recordar á los francos de la Palestina estas palabras que los profetas repetian á los he
breos : Hijos de Israel, no dirijais ni vuestras miradas ni vuestros pasos hacia el Egipto.
Como los diputados que se habian enviado al occidente estaban ya de vuelta en Siria, sin esperanzas de
socorros, el rey de Jerusalen puso toda su esperanza en los griegos, y partió para Constantiuepla, dejando,
asi lo dice él mismo, á Jesucristo, cuyo ministro él era, el cuidado de gobernar su reino. Lascrónicos contem
poráneas refieren estensamente la brillante recepcion que hizo la corte de Bizancio á Amaury, pero ellos no
hablan de los tratados concluidos con Manuel, que quedaron despues sin efecto. Cuando el rey regresó á Je
rusalen, encontró á su reina amenazado por todas partes, por las fuerzas siempre crecientes deNoredino.
Si la guerra habia suspendido un momento sus estragos , estos intervalos de paz no eran debidos sino á
un horrible azote que acababa de desolar á la Siria. Un temblor de tierra habia destruido todas las ciudades:
Tiro, Tripoli, Antioquia, Emesa y Alepo solo presentaban el aspecto de montones de piedras ; la mayor
parte de las plazas fuertes vieron caer sus n as sólidas murallas y perdieron á la vez sus habitantes y süs
defensores. Cada principe, cada pueblo, ocupado de sus alarmas y de sus calamidades , no soñó mas en ar
marse contra sus vecinos, y el temor de los juicios de Dios, dice Guillermo de Tiro, vino á ser como un Ira-
lado de paz entrelos cristianos y los musulmanes.
(1 171) Sin embargo Saladino acabó de someter al Egipto al imperio de Noredino. y para que nada faltase
á su conquista, supo reformar las opiniones religiosas del pueblo vencido. La autoridad de los fatimitas fué
abolida, y poco tiempo dsepues el califa Aded, siempre invisible en su palacio, murió sin saber que habia
perdido el poder. Los cristianos acusaron entonces á Saladino de haberle muerto con sus propias manos (1)-;
psro como ninguno de los historiadores musulmanes ha revelado este horrible secreto de la politica oriental,
los tesoros del califa sirvieron para acallar las murmuraciones del pueblo y de los soldados. El negro color
de los Abasidas reemplazó al blanco de los hijos de Ali, y solo el nombre del califa de Bagdad era-el único
que se pronunciaba en la mezquita. La dinastia de los Fatimitas que reinaba mas dedos siglos hacia, y por
la cual se habia derramado tanta sangre, se estinguió en un solo dia y no encontró un solo defensor. Desde
esta época, los musulmanes del Egipto y de la Siria no tuvieron mas que una religion y que una sola causa
á defender.
Saladino nada tenia que temer de sus enemigos : pero una fortuna tan rápida, un poder tan grande, debia
oscitar á la vez la envia de sus rivales y la desconfianza del jefe del estado. El soberano do Damasco no
hacia mas que mirar con inquietud una conquista que le habia llenado de alegria. Debe creerse, con todo, que
Saladino no pensó desde luego en hacerse emperador : pero era tal la posicion en que las circunstancias le
habian colocado, que no era dueño de elegir el partido que debia tomar ; el poder supremo que se le acu
saba querer usurpar, vinoá ser el único medio que le quedaba para salvarse. Es un espectáculo curioso de
ver en los historiadores árabes como el sultan de Damasco y el hijo de Ayub emplean sucesivamente la
mentira y el disimulo, el uno para adelantarse á los proyectos de un infiel lugarteniente , y el otro para

das t. ].)En cuanto al retrato y juventud de Saladino vease a Ibn-Matir, Ibn-Abulai y a Abulfeda, analizados en la Biblioteca de las
Cruzadas.
(t) Guillermo de Tiro acusa ar¡uf a Saladino; puede verse con respecto en este punto, el cuento singular 6 inverosimil que refiere
Bernardo el Tesorero. Biblioteca de las Cruzadas t. 1.) En cuanto a los autores orientales, ni uno solo bace mencion de un becho tan
deshonroso para Saladino.
LIBRO SEPTIMO.— 1170-1 17*. 225
escapar de las sospechas do un jefe irritado. Noredino, á fin de hacer salir áSaladino de Egipto, en donde tenia
mucha influencia, lo llamó muchas veces á la Siria, para asociarle, decia él, á sus empresas contra los cris
tianos; Saladino, fingiendo obedecer, atravesó el desierto, asoló las fronteras de la Iduinca, y apresuróse á
regresar á las orillas del Nilo, alegando ya una nueva conquista sobre Nubia, ó hácia el mar Rojo, ya una
sublevacion cpie habia estallado en algunas ciudades egipcias, y que debia reprimir. Sin embargo, la astucia
y la perfidia nD pod'an bastar á encubrir por mucho tiemp> los sejrotos designios de uua ambicion impacien
te, ó de una autoridad zelosa, y la guerra con todos sus peligros, iba á estallar, cuando se supo de repente
la muerte de Noredino.
Este principe murió en Damasco en 4474. Solo dejó ú un hijo, Malek-Saleh Ismael, aun en la adolescen
cia ó incapaz por lo tanto de gobernar. Una muerte tan brusca y tan imprevista puso á todos los pueblos
de la Siria en una estrema agitacion. Desde Damasco hasta el Mosul no habia una sola ciudad, un sultan ó
emir que no soñase en aprovecharse de este gran acontecimiento para recobrar su independencia, y para
posesionarse de su antigua dominacion, ó para crearse una nueva.
Los estados vecinos de las colonias cristianas no desdeñaron en esta ocasion la alianza de los francos; v
concluyeron con ellos tratados, comprometiéndose á pagarles tributo, con la condicion que se haria la
guerra á Saladino, porque todo el mundo tenia puestos los ojos sobre el temible conquistador del Egipto,
á quien se suponia con razon tener el plan de ocupar el puesto de Noredino y apoderarse del poderoso
imperio de los Atabeks. . .
Amaury sitió á Pancas, que habia caido anteriormente bajo el poder de Noredino: activó considerable
mente el sitio, pero los emires que gobernaban entonces en Damasco le ofrecieron una suma considerable
si renunciaba á su empresa, y lo amenazaron al mismo tiempo con llamar en su ayuda á Saladino y-do
entregar la Siria al hijo de Ayub. Amaury aceptó el oro con que se le brindó, y á mas obtuvo la libertad do
veinte caballeros cristianos, retenidos en cautiverio por los musulmanes. Recien llegado á Jerusalen, cavó
enfermo y murió sin prever las grandes revoluciones de que iba á ser teatro su reino.
No abandonaremos á Amaury, sin decir algunas palabras de la situacion en que dejaba el reino. Puede
verse en los tribunales de Jerusalen, que en esta época, las ciudades y las diversas baronias dela Tierra San
ta tenian para el servicio del estado mas de cuatro mil caballeros y cerca de seis mil sargentos de armas,
lo que podia formar un cuerpo de doce á quince mil hombres, en los tiempos ordinarios. Los tribunales no
hablan de los templarios, de los hospitalarios, ni de las otras órdenes militares, cuya milicia se aumentaba
y so hacia cada dia mas temible. Es preciso añadir que todas las oiudades del reino teniafr murallas y tor
res guardadas por los habitantes; en todas las fronteras del pais, en todas las avenidas de Jerusalen, se
levantaban fortalezas, estaban llenas de armas y desoldados las montañas de la Judea y del Libano, el pais do
Moab y de Galaad tenian tambien cavernas ó grutas fortificadas y transformadas en plazas de guerra; los
recursos pecuniarios no faltaban, las peregrinaciones, la industria y el comercio maritimo habian propor
cionado muchas riquezas, y la mayor parte de las ciudades de la costa estaban florecientes. En el tercer año
de su reinado, Amaury reunió en Naplusa al patriarca, los obispos, los grandes y el pueblo; las necesi
dades del reino fueron espuestasen esta asamblea; y decrétose de comun acuerdo, que todo el mundo, sin
escepcion, pagaria el décimo de sus propiedades para el servicio del estado. Existian otras contribuciones
que se pagaban religiosamente, y Guillermode Tiro nos dice que el rey Amaury no descuidaba ocasion al
guna de recurrir á la riqueza de sus vasallos. ¿Por qué pues el reino de Jerusalen era cada dia menos res
petado, de sus vecinos? ¿Cómo los hijos y los sucesores do los primeros soldados de la cruz, con todo lo que
ordinariamente constituye la fuerza, la gloria y la salud de las naciones, estaban reducidos a temblar de
lante de los enemigos, que sus padres habian vencido, sin tener armas, ni dinero.ó sueldo, ni plazas fuel
tes? Cómo en fin un gobierno fundado por la victoria y provistode todo lo necesario para defenderse conser
va con tanta pena las ciudades y las provincias, conquistadas poco tiempo hacia por reyes pobres y por ca
balleros que solo tcnian su espada? , -
Un historiador, Jaime do Vetri , hace notar con este motivo que las costumbres, el carácter, las belicosas
virtudes, todo habia degenerado : los héroesde la cruz habian desaparecido, y los hombres que descendian
do esta ilustro raza eran como el orujo do las aceitunasó como el orin que proviene del hierro.
El hijo y sucesor de Amaury, que no so hallaba aun en edad para gobernar, recibió la uncion real, y
20
22G HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
bajo el nombre de Balduino IV fué coronado en la iglesia del Santo Sepulcro. El historiador Guillermo de
Tiro, que habia estado encargado de su educacion, nos habla de su feliz disposicion para el estudio de la his
toria y de las letras. Desde su infancia amaba la gloria, la verdad y la justicia : pero estas buenas cuali
dades fueron perdidas para el reino, porque la lepra que le devoraba le impedia poder reinar por si mismo.
La historia contemporánea no ha encontrado otro titulo ú otro nombre para darle que el de rey leproso ó
mexel.
Dos hombres se disputaron la regencia ; Milon de Pleney y Raimundo, conde de Tripoli. El primero
«ra señor de la Arabia Sobal : habia dirigido la politica de Amaury y pretendia dirigir aun la de su hijo. Mi
lon de Pleney tenia la opinion de un hombre disoluto y malvado, tenia además una arrogancia insoportable
yuna presuncion esoesiva; celoso de toda especie de autoridad, no sufria que nadie se acercase al trono, ni ejer
ciese influencia alguna en la corte y en el estado, lo que le habia hecho odioso á los grandes y & los peque
ños. Por lo demás la historia contemporánea solo habla de él para decirnos que se le encontró herido, en
una calle de Tolemaida : y nosotros tambien hablamos de él solamente para hacer ver en qué manos habia
caido la herencia de Jesucristo.
Raimundo IV, descendiente del famoso Raimundo de Saint-Gilles, reunia el valor, la actividad y la am
bicion del héroe de quien traia su origen, y sobre todo eso indómito carácter que en los tiempos dificiles
irrita las pasiones y provoca los odios implacables. Guillermo de Tiro dice, que habia empleado el tiempo
de su 'cautiverio en instruirse y que lo habia logrado : pero en los negocios la vivacidad de su espiritu le ayu
daba mejor que su saber. Las grandes desgracias que habia esperimentado, no le habian enseñado á conocer
la instabilidad de las grandezas humanas. Mas impaciente de reinar sobro los cristianos que de vencer á los
infieles, Raimundo miraba el derecho de mandar á los hombres como el precio de los males que habia su
frido: pedia con altaneria la recompensa de sus servicios y de sus trabajos, no viendo el triunfo de la jus
ticia y la salvacion del reino mas que en su propia elevacion. Nombrado para ocupar la regencia y ocupado sin
cesar en defenderse contra las celosas pasiones que le perseguian, apenas se ocupaba de los negocios del estado.
La historia contemporánea apenas habla de las enemistades que se habia acarreado y de los temores que ins
piraba al rey Balduino.
Mientras que Jerusalen estaba asi sin jefe y sin direccion, el hijo de Noredino, casi de la misma edad que
Balduino IV y de una constitucion édbil como este, se encontraba en Damasco rodeado de una multitud de emi
res fjuese disputaban su autoridad, y que reinaban en su nombre. Saladinose declaró desde luego por Malek-
Salek y tomó partido contra los emires, á quienes acusaba de tener oprimido el jóven principe: al fin aquellos,
ya fuese por miedo, ya fuese por seduccion, llamaron al hijo de Ayub á Damasco. Una vez que fué dueño do
la capital, su victorioso ejércitoy el oro puro, llamado obrisum, que él sacaba del Egipto, pusieron bajo su po
der las demas ciudades de la Siria. Guillermo de Tiro hace notar relativamente á este asunto, que en aquellos
tiempos , el medio mas eficaz para subyugar los corazones, tanto entrelos musulmanes, como entre los
cristianos , era el derramar el oro á manos llenas. En balde los partidariosde la familia de Noredino en.su
desesperacion invocaban los ejércitos de Mosuly los puñales del viejo de la Montaña; Saladino triunfó de
todos los obstáculos. Su politica se cifró en persuadir á los verdaderos creyentes, que toda su politica debia con
sistir en defender la causa del islamismo . Como él se anunciaba como sucesor de la mision apostólica de No
redino y de Zenqui, se creyó asimismo que debia suceder tambien á su poder. El califa de Bagdad le dió,
en nombre del profeta, la soberania de las ciudades conquistadas por sus armas sin esceptuar la ciudad de
A lepo, en donde el heredero de Noredino habia encontrado el último afecto. Despues Saladino fué pro
(lamado sultan de Damasco y del Cairo, y las plegarias se hicieron en su nombre en todas las mezquitas ,
de la Siria y del Egipto.
No sabemos qué medios adoptarian entonces los francos para contener los progresos de Saladino. Gui
llermo de Tiro refiere que mandados los francos por el conde de Tripoli y el rey de Jerusalen, hicieron va
rias escursiones mas allá del Libano; en la primera avanzaron hasta Dario, á cinco millas do Damasco, en la
segunda, habiendo partido del territorio de Sidon, penetraron en el rico valle de Baccar (hoy Bekaa), enton
ces pais fértil, al presente muy solitario, y llegaron hasta Balbek (1). El ejército cristiano regresó á Tiro car-

(1) Guillermo de Tiro di a Balbek el nombro de Amegarra, y la confunde asi con Palmira. Balbek ( o Baal-Bek); esla antigua
lleliopolisdel Asia.
LIBRO SEPTIMO.—M 74-1 178. 227
gado con el botin, conduciendo rebaños de bueyes y de carneros, pero sin haber combatido al enemigo.
Durante este tiempo, Saladino alcanzó útiles victorias, apoderándose de ciudades y de provincias y destru
yendo casi sin resistencia la temible dinastia de los Ayubitas.
En el año de 1178, Reinaldo de Chatillon estuvo por largo tiempo cautivo "en Alepo, rescató su libertad y
apareció' en medio do los cristianos. El venturoso destino de Reinaldo es una de las páginas ntas curiosas de*
esta historia, y nos hacen conocer muy bien esta errante caballeria que los cruzados conducian á oriente.
Reinaldo de Chatillon, al llegar á Siria con Luis el jóven, se alistó al servicio del principe deAntioquia.
Constanza, mujer de Raimundo de Poitiers, ha bia fijado la atencion en la hermosura y nobles maneras
de Reinaldo, y cuando Raimundo hubo perdido la vida en el campo de batalla, la princesa de Antioquia no
quiso tomar por esposo sino al jóven caballero llegado del pais de los francos. Reinaldo, llamado de este modo
á gobernar un principado, se hizo odioso á su pueblo por sus violentas reyertas con el patriarca Ama ury,
por la guerra cruel que hizo á la isla de Chipre y por muchas escursionespoco dignas de un caballero cris
tiano. En una de estas empresas cayó en poder de los infieles, siendo Ayub, padre de Saladino, quien le hi
zo prisionero. Cuando salió del cautiverio, su esposa Constanza habia muerto, y el jóven Boemundo hijo de
Raimundo ocupaba el trono de Antioquia. Reinaldo regresó á Jerusalen, en donde el recuerdo desus hazañas
y la relacion de sus desgracias hicieron que encontrase buena acogida por parte del rey y delos barones.
Casóse en segundas nupcias con la viuda de Thoron, que le dió el señorio de Carac y de Monreal. Reinaldo
de Chatillon tenia un caracter impetueso y de arranques, jamássu bélico ardor respetó las leyes ni los tra
tados. En unos tiempos enlos cuales la imprudencia de un solo hombre podia perderlo todo su ardor sin freno
que ni la edad ni el infortunio habian podido templar, podia acarrear grandes males. Mas tarde veremos como-
Reinaldo rompió una tregua ajustada con Saladino, precipitando el reino á una guerra en la que se estin-
guió la gloria- del nombre cristiano.
Casi al mismo tiempo, vióse desembarcar en Sidon al jóven marques de Monferrato, llamado Larga-Espa
da. Venia con objeto de casarse conla princesa Sibila, hija de Amaury y hermana de Balduina IV. El mar
qués de Monferrato era pariente del rey de Francia, del emperador de Alemania y de los mas poderosos
monarcas de la cristiandad. En Jerusalen, dominaba la opinion que las alianzas con las mas nobles fami-
liasde occidente servirian eficazmente para la causa de las colonias latinas y que nada era mas á propósito
para despertar el ardor hácia la guerra santa. El rey Balduino dió al marido de su hermana los cuidados
de Joppe y de Ascalon. El jóven marqués de Monferrato, que era la esperanza de los cristianos, solo vivió
diez meses casado; de este matrimonio nació un niño que no hizo mas que pasar por esta vida, pero que
sin embargo murió rey.*
Entonces vino á Jerusalen Felipe, conde de Flandes, con gran número de caballeros. El rey Balduino, cu
ya enfermedad se agravaba, propuso al ilustre peregrino que tomase á su cargo la administracion del reino,
y que gobernase en su lugar la santa ciudad. Este rehusó diciendo que solo habia venido para consagrarso
al servicio de Dios. Preparóse contrae! Egipto una nueva espedicion, por la cual el emperador griego ofrecia
sus tesoros y susQotas; se brindó otra vez con el mando de ella á Felipe; rehusó todavia, diciendo que él
no queria ir á las orillas del Nilo para morir de miseria con sus compañeros de armas. El variable carácter
de este señor le arrastróal fin á penetrar en el principado de Antioquia siempre amenazado por los turcos;
isistió al sitio de Harenc, que degeneró en un verdadero espectáculo de escándalo, en el que los juegos do
los dados, la caza de los halcones, los farsantes y las mujeres de mala vida hicieron olvidar completamento
la guerra santa. Despues de haber permanecido cuatro meses delante la plaza, los jefes recibieron de los si
tiados una suma de oro, y se retiraron (1). Esta vergonzosa espedicion habria causado el abatimien
to de los cristianos, si al mismo tiempo Dios no les hubiese proporcionado una victoria cuando menos es
peraban.
Viendo Saladino que las fuerzas de los francos, se habian dirigido hácia Antioquia , se puso en marcha para
atacar la Palestina. Habiendo llegado á noticia del rey Balduino, estecon todos sus caballeros se dirigió hácia
Ascalon. No tardó en presentarse el ejército de Saladino, que sentó sus reales cerca de la ciudad. Como el
ejército cristiano permanecia encerrado en la plaza, los musulmanes creian segura la victoria, y se disper-

(I) Guillermo de Tiro da muchos detalles sobre Felipe y sobre el sitio de Harem;.
230 HISTOIUA DE LAS CRUZADAS.
poner en planta. En una de las reuniones se decretó un impuesto estraordinario y que cada habitante pa
garia uno por ciento sobre el valor de sus propiedades, y dos por ciento sobre sus rentas. Aquellos cuya for
tuna no llegase á cien bezantes, pagarian un derecho de fogaje de un bezante ó de un medio bezante ; en cada
casal ó aldea se pagaria un bezante por cada hogar. Cuatro comisarios perceptores, hombres de bien y te
merosos de Dios, fueron nombrados en cada ciudad; todo el mundo estaba sujeto al impuesto, hasta los judios
y los musulmanes. Los productos de la contribucion debian llevarse á Jerusalen ó á Tolemaida, y depositarse
en una caja de tres llaves ; y solo podian emplearse para el mantenimiento del ejército y para la reparacion
de las plazas fuertes.
ínterin esto pasaba, Saladino regresó á Damasco (1183). En estas lejanas guerras habia conquis
tado muchas grandes ciudades, tales como Edeso, Amida ó Diasbekir : habia obtenido la sumision de
Mosul en donde reinaban aun los Atabeks, y se habia apoderado al fin de Alepo, en donde acababa de
morir el hijo y el heredero de Noredino : todos los sultanes y los emires de la Mesopotamia se habian
convertido en aliados suyos ó tributarios, no tonia ya mas que á los cristianos por enemigos, y la
preponderancia de los francos en Siria se encontraba como envuelta ó sitiada por una multitud de na
ciones que la odiaban y que no obedecian mas que á un solo hombre. Desde que Saladino habia regre
sado á Damasco, los cristianos se preguntaban cada dia con temor, hácia qué punto iba á caer la tor
menta. Las tropas destinadas á la defensa del reino se reunieron segun costumbre en la fuente de Sc-
fouri, y alli aguardaban la señal del combate.
La enfermedad deBalduino hacia espantosos progresos. Este desgraciado principe habia perdido la vis-
la, las estremidades de su cuerpo olian mal, efecto de la putrefaccion, y no podia servirse desus piés
ni de sus manos.
En esta desesperada situacion , consintió al fin abandonar la autoridad suprema, conservando tan solo
la dignidad real con la ciudad de Jerusalen, y nombró al efecto regente del reino á Guido de Lusiñan,
abandonando á este los cuidados de la administracion. La eleccion de Lusignan no inspiró confianza
ni al pueblo ni al ejército : los hombres previsores empezaron á creer que la divina sabiduria se ha
bia retirado del consejo de los principes, y que Dios no queria ya salvar el reino de Godofrcdo. No
lardó en saberse que Saladino, con bastante caballeria, habia penetrado en el territorio de los cristia
nos. Despues de haber acampado cerca del Jordan, envió cuerpos de tropas en todas comarcas vecinas,
sentando Saladino sus reales cerca de la fuente de Tubania, entre el monte Gelboé y la antigua ciu
dad de Botzan ó Scitópolis. El ejército cristiano, mandado por el nuevo regente del reino, se puso en
marcha, viniendo ú acampar en presencia de los musulmanes. El enemigo asolaba las campiñas, in
cendiaba las poblaciones, se llevaba á las mujeres y á los niños, y saqueaba é incendiaba los monaste
rios y las iglesias. En medio de esta desolacion general, las tropas latinas permanecieron inmóviles, á
pesar de formar un total de mil trescientos caballeros y mas de veinte mil infantes, lo que no se habia
visto en oriente en la primera cruzada. Los hombres esperi mentados creian que era la ocasion favorable
para vencer á Saladino , pero no so les presentó batalla , no siendo el enemigo perseguido en su
retirada.
Acusóse á Guido de Lusiñan de haber vacilado ante el peligro, ó mas bien ante la victoria. De todas
partes se levantaban quejas y recriminaciones contra de él. Hasta Balduino participó de la indignacion
general, y se arrepintió de haber dado tanto poder á un hombre, tan poco capaz de salvar el reino,
resolviendo exhonerarle del cargo de regente, llevando tan lejos su irritacion, que queria despojarle do
los condados de Ascalon y de Joppc y hacer anular el casamiento de Sibila. Guido fué condenadoá com
parecer delante de la corte de los barones y de los obispos; y como rehusase el obedecer, Balduino aun
que enfermo y ciego, se dirigió á Ascalon. Las puertas de la ciudad estaban cerradas. El desgraciado
principe (seguimos la relacion de Bernardo) llamó y mandó que las abriesen ; tres veces llamó á la puer
ta con su propia mano , y nadie pareció. Mientras que e.1 rey mandaba que se le facilitase la entrada,
añade la crónica ya citada, las gentes de la ciudad estaban sobre las murallas y las torres, sin atreverse
á moverse, esperando el resultado de este negocio. Balduino , tomando al ciclo por testigo de tan gran ul
traje, marchó á Joppe, en donde fué recibido por el pueblo y por los caballeros, y puso á su bailio en
el lugar de Guido de Lusiñan. Luego (pie hubo regresado á Jerusalen, llamó al conde de Tripoli, y le did
LIBRO SliPTIMO.— 1183-H84. 231
la administracion del reino, queriendo al mismo tiempo colocar la corona en los sienes de un niño
de cinco años, nacido del primer matrimonio de Sibila con el marqués de Monferrato. La regencia da
da á Raimundo causó grande alegria á los barones y á todo el pueblo, porque desde mucho tiempo do
minaba en Jerusalen laopinion.de que sin el conde de Tripoli, no se espermentarian departe del rey
masque desgracias. Asi que estuvieron arreglados los asuntos dela regencia, el hijo de Sibila fue coro
nado bajo el nombre de Balduino V. Como el reino era pequeño (estas son las espresiones de Bernardo)
y el rey no queria que estuviese debajo de los demás, se mandó que un caballero le llevase en brazos
hasta el templo del Señor. Preparóse luego un gran banquete en el palacio de Salomon, segun costum
bre, y los vecinos de Jerusajen sirvieron al nuevo rey y á sus barones. Despues de este dia no hubo mas
fiestas ni mas alegrias en la santa ciudad.
El patriarca Heraclio y los grandes maestros del Temple y del Hospital fueron enviados entonces al oc
cidente para solicitar los socorros de la cristiandad. Asi que estos diputados llegaron á Italia, el papa Lu
cio, echado de Roma, habia convocado un congreso en Verona, en el que asistió Federico, emperador
de Alemania, para deliberar los medios de restablecer la paz en el mundo cristiano. Los diputados de
la Palestina fueron admitidos en esta asamblea, y recordaron con sus discursos los peligros y las cala
midades de la Tierra Sania. Atravesaron los Alpes, y solicitaron la piedad y el valor de los guerreros
franceses. Felipe Augusto, que reinaba á la sazon, recibióles con los mas grandes honores, pero como aca
baba de subir al trono, el interés de su reino no le permitia ir en persona á la defensa de Jerusalen.
Enrique 11, rey de Inglaterra , cuya reputacion militarse estendia hasta el oriento, parecia ser la última
esperanza de los cristianos dela Siria. Como este principe por espiar la muerte del arzobispo, de Can-
torbery, habia prometido al papa conducir un ejército á la Palestina, Heraclio se presentó en su corto,
y presentándole las llaves y el estandarte del Santo Sepulcro, le recordó que debia cumplir su juramen
to. La Inglaterra se hallaba entonces trabajada por los disturbios, y el. espiritu revolucionario habia
contaminado hasta la familia del monarca. Enrique manifestando el mayor celo para la restauracion de
los santos lugares, prometió concurrir á los gastos de la guerra sagrada, pero rehusó el tomar la cruz.
«Guardad vuestros tesoros, esclamó el patriarca irritado de la resolucion del monarca; porque nosotros
buscamos un hombre que tenga necesidad del dinero, y no el dinero que tenga necesidad del hombre.»
Estas palabras que ciertamente no estaban inspiradas por el espiritu del Evangelio, parecian mas á pro
pósito para irritar que persuadir, al monarca inglés, y como Enrique II no pudo ocultar su sorpresa,
el patriarca redobló la insolencia y el orgullo. «Vos habéis jurado, añadió, partir con un ejército á la
Tierra Santa, y han transcurrido diez años sin que hayais hecho cosa alguna para cumplir vuestra pro
mesa. Vos habeis engañado á Dios: ¿pero ignorais lo que Dios tiene reservado para los que rehusan ser
virle?» Al escuchar este discurso el monarca no pudo contener su indignacion. «Ya veo, continué Hera
clio, que escito vuestra cólera; pero podeis tratarme como lo habeis hecho con mi hermano Tomás: por
que me es indiferente morir en Siria á manos de los infieles, ó de perecer aqui por vos que sois mas malo
que los sarracenos (1).» . .
Lo que caracteriza las opiniones de esta época, es el hecho de ver á un poderoso monarca, no atreverse á
castigar a un enviado de los cristianos de oriente, que le habia hablado de esta suerte, viéndose obligado á
tolerar los ultrajes, en los que se mezclaba el nombre de Jerusalen. Enrique persistió en su resolucion de no
abandonar el reino, y ofreció remitir una parte de sus tesoros á los defensores de la Palestina, permitiendo á
sus vasallos el tomar las armas contra los infieles.
No habia llegado aun la época en que los recuerdos de la santa ciudad debian conmover de nuevo al occi
dente. Muchos embajadores recien llegados de Jerusalen, cuyas palabras eran mas persuasivas que las de
Heraclio, no habian podido reanimar el bélico entusiasmo de los cristianos. Si se esceptua á Pedro de Courtc-
nai, hermano de Lucio VII, al conde de Troyes, al conde de Lovaino, á Felipe conde deFlandes, y al duque de
Nevers,que en esta desgraciada época visitaron los santos lugares, los barones los caballeros del peciden-

(l) Brorntones el primero que ha referido estas circunstancias de la embajada de Heraclio; otro historiador ingles, Enrique Kui-
ton,ha hablado tambien en los terminos deBromton. biblioteca de las Cruzadas t. II.)
232 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
te, no soñaban en combatir por la herencia de Jesucristo. El papa afligido por el abandono en que se dejal a
a las colonias cristianas de la Siria , y confiando solamente en el prestigio de su palabra, habia escrito á
Saladino y á su hermano Malek-Adhel, rogandoles t|ue pusiesen un término á la efusion de sangre, y al
mismo tiempo devolviesen la libertad a los prisioneroscristianos. Debe creerse que el pontificeempleóest06 me
dios de persuasion, porque no tenia otros. El ardor de los cruzados, ne estaba apagado completamente, pero
para dispertarlo en su primitiva energia, habia necesidad de que aconteciese algo estraordinario, alguna
gran calamidad que pudiese conmover los corazones y hablar a la imaginacion de los pueblos.
Cuando el patriarca Heraclio regresó á Jerusalen, todo marchaba á una rápida decadencia. «Nosotros do-
testamos el presente, escribia entonces el arzobispo de Tiro, y tenemos la vista fija en el porvenir .- nuestros
enemigos han vuelto á recuperar sus posiciones, y nosotros hemos llegado á un punto que no podemos so
brellevar ni los males ni los remedios.» Despues de haber pronunciado estas palabras, el historiador del reino
de Jerusalen no se siente con fuerzas para seguir su relacion, y deja á otros la tarea de contar las calami
dades que él preveia. Muchos autores contemporáneos no dejan de referir aqui los presagios que anunciaron
el fin de las colonias cristianas, tales como temblores de tierra, eclipses de luna y desoí, y un fuerte vient>
que conmovió lascuatro partes del mundo. Los hombres piadosos veian tambien estas terribles señales, cre
yendo que la próxima ruina del reino reconocia por causa la disolucion de costumbres (4) y el completo
olvido de la moral evangélica. El antigue enemigo del género humano, decia un historiador contemporá
neo (2), llevaba á todas partes el espiritu de seduccion, reinando sobre todo en Jerusalen. Las otras nacio
nes que habian recibido de este pais las luces de la religion, recibian entonces el ejemplo do todas las ini
quidades ;asi Jesucristo lo despreció, y permitiendo que Saladino fuese el instrumento de su venganza. Otra
señal no menos cierta de las revoluciones y calamidades que se preparaban, era la deque los mas impru
dentes y los mas perversos dirigian los negocios del estado, no habiendo en la mayor parte deIos jefes mas
que impotencia y ceguedad, y no quedando para gobernar el reino masque los principes y los reyes de triste
memoria.
El desgraciado Balduino habia perdido completamente las facultades del cuerpo y del espiritu, y atormenta
do por los dolores que eran muy crueles y vivos, solo pensaba en morir. Su cercana muerte llenaba de lu
to á su palacio, pero al mismo tiempo todos los partidos se disputaban la autoridad suprema, no dejando un
momento de tranquilidad á este reino que querian gobernar. Asi que el monarca acabó de espirar, el mal
tomó mayores proporciones, y la discordia no conoció freno. El conde de Tripoli queria conservar las rien
das del estado, como regente del reino, y Sibila queria dar el cetro á su esposo. En medio de estas disensio
nes, Balduino V, débil y muy frágil esperanza del pueblo cristiano, murió repentinamente. Depositáronse sus
restos mortales en el lugar donde descansaban las cenizas de Godofrodo, y su sepulcro fué la última tumba
real colocada al pié del Calvario.
Cuando el tierno rey fué entrerrado, el conde de Tripoli reunió á los barones del reino en Naplusa. El
patriarca y el gran maestre del Temple permanecieron en Jerusalen, diciendo á la condesa de Joppe, mu
jer de Lusiñan, que ellos la coronarian á pesar de todos los de su pais (3). Despues del consejo, Sibila hizo
avisar á los barones reunidos en Naplusa, para que asistiesen á su coronacion, pero estos rehusaron alegan
do los convenios celebrados y los juramentos prestados en tiempo del rey leproso. El patriarca y el gran
maestre del Temple despidieron á los mensajeros de los barones, diciendo que ellos no guardurian ni la fe ni
los juramentos y que coronarian á la señora. Luego fueron cerradas las puertas de la ciudad, y Sibila se diri
gió á la iglesia del Santo Sepulcro para la ceremonia de la coronacion. El patriarca, habiendo tomado del
tesoro dos coronas, puso una sobre el altar, y colocó la otra en las sienes de la condesa de Joppe. Asi que
la condesa estuvo coronada , el patriarca le dijo : aSeñora , vos sois mujer, conviene que tengais á vuestro lado

(1) Nosotros ue nos atreveriamos (i consignar en esta historia el cuadro que revela el obispo de Acre, Jaime de Vitri, sobre
la corrupcion de costumbres en Palestina; tampoco nos atreveriamos repetir aqui lo que dice Bernardo el Tesorero, acerca de las
escandalosas relaciones entre el patriarca lleracüo y la famosa Ri\eri, mujer de un tendero de Naplusa, 6 la que el patriarca
liabia comprado una buena casa de piedra en Jerusalen, la que estaba tan bien adornada, como si hubiese debido habitarla una
emperatriz, teniendo siempre a su disposicion siete criados.
{% Guallero Viuisauf. (Biblioteca de las Cruzadas.)
:3) No tenemos oIra guia en esta purtede nuestra historia que a üernardo el Tesorero.
LIBRO SEPTIMO - 1 1 84-1 1 87. 233
un hombre que os ayude a gobernar. Tomad esta corona y dadla al hombre que pueda ayudaros en la go
bernacion del reino. Ella tomó la corona y llamando á su señor que estaba delante de ella le dice. Señor,
adelantaos y recibid esta corona, porque yo no sabria como colocarla mejor. Guido se arrodilló y le puso la co
rona sobre la cabeza; de esta manera él fué rey y ella reina. Cuando llegó á noticia de los habitantes de Na-
piusa la coronacion de Sibila y de su esposo, los baronesse quedaron estupefactos. Balduino de Randa-, uno
de los primeros señores del reino, afligióse mas que los otros, y dijo á sus compañeros, que 'eLpais estaba
perdido y que el se marcharia, porque no -queria incurrir en la nota de haber asistido á su ruina. El.conda
de Tripoli rogó á Balduino de Bamía que se apiadase del pueblo cristiano y se quedase con los demas baro*
nesá fin de salvar al reino que estaba en peligro. Nosotros tenemos aqui, añade Raimundo, aljóven Thoron
marido de Isabel, hija segunda de Amaury: iremos á Jerusalen, y le coronaremos porque tenemos á toda la
baronia del pais. En cuanto a los sarracenos no se sublevarán, antes por el contrario nos ayudarán, si es pre
ciso, porque vo tengo ajustada una tregua con ellos. De este modo los baronesse pusieron de acuerdo y se
comprometieron á coronar á Thoron al dia siguiente. Pero este, que apenas llegaba á la edad de quince años,
sabiendo que querian hacerle rey, pensó en lo critico de su posicion y en las consecuencias que podian ori
ginarse, corrió á Jerusalen, y echóse á los pies do Sibila diciéndole que él preferia la tranquilidad de la vida
á la corona que querian darle. Pronto se supo en Naplusa, que Thflron habia huido á Jerusalen. Entonces
los barones quedaron muy afligidos, no sabiendo quépartido tomar; la mayor parte creyeron que ellos no po
dian, sin deshonra , renegar del rey que acababa de ser coronado, y fuéron á rendirle homenaje, cada uno
por su feudo y por su tierra. Balduino de Ramla no quiso permanecer en territorio del rey Guido, y retiróse
á Antioquia, loque fué un gran mal para los cristianos y un motivode alegria para los infieles de los que era
muy temido. El conde de Tripoli fué ú encerrarse en la ciudad de Tiberiada, que le pertenecia por su esposa,
y pidió socorros á Saladino, en el caso que Lusiñan viniese á tacarle.
En el reinadode Balduino el Leproso, se habia ajustado una tregua con Saladino que aun duraba. Esta
tregua en las circunstancias de que acabamos de hablarera como la salvacion del reino. Cosa digna de notar
se, losmusulmanes respetaron la fé jurada y fueron loscristianos los que dieron la señal de una nueva gucr- .
ra.Enesteaño de 4186, Rcinaldode Chatillon, dominado siempre por su fogoso carácter, atacó y despojó
en plena paz á una rica caravana musulmana que pasaba cerca do Carac. Al momento que supo Saladino,
semejante noticia, lleno de cólera juró vengar la violacion de los tratados y el ultraje hecho al islamismo.
Dirigió una circular á sus emires y á sus aliados: todos los musulmanes en estado de llevar las armas, en
Egipto, en Siria y en la Mesopotamia, fueron llamados á la guerra sagrada. Despues de hechos todos estos
preparativos, el sultan salió de Damasco en el mesde marzo de4187 para protegerla caravana que se di
rigia desde el norte de la Siria á la Meca y á Medina, y atravesando la Arabia Petrea, pasó a sitiar, con todo
su ejército, á Reinaldo de Chatillon en Carac.
Mientras que el sitio se proseguia con vigor una parte de la caballeria musulmana, bajolas órdenes de Af-
dal hijo de Saladino , pasó el Jordan y avanzóse hasia la Galilea (1 ) . Cuando se aproximó á Nazaret, todos los
pueblos de la campaña, acudieron á la ciudad gritando. lié ahí los turcos. Hé ahi los turcos. Los pregoneros re
corrian toda la ciudad repitiendo en alta voz: Hombres de Nazaret, armaos para defender la ciudad del verdadero
Xazareno. Los templarios y los hospitalarios que pudieron enterarse del peligro que corria la ciudad, acudieron
con sus armas al lugar del combate. Se reunieron de esta manera ciento y treinta caballeros, á los que st;
juntaron tres ó cuatrocientos hombres de infanteria. Esta intrépida tropa no vaciló en partir hácia los caba
lleros turcos, cuyo número ascendia á siete mil. Los soldados de la cruz fueron los primeros que se pre
cipitaron sobre el enemigo (2). Las crónicas contemporáneas , celebrando la bravura de los caballeros cristia
nos , han referido prodigios que apenas se pueden creer; ellas se detienen á esplicarnos sobre todo la glo
riosa muerte de Jaime de Maille mariscal del temple. Este esforzado defensor de Cristo montado sobre un ca
ballo blanco , quedó solo combatiendo en medio de montones de cadáveres. Aun cuando fué atacado por to-

(1) Bernardo el Tesorero cuento que el hijo de Paladino no entroen territorio cristiano, hasta despues de celebrado un convenio
con el conde de Tiberiada, lo que nos ha parecido poco verosimil.
(i) M. Gilloten sus cartas sobie la Galilea, creyo haber hallado el teatro de este heroico combate, en el pueblo llamado El-Ma-
hed, n una legua hasta el nqieste de Nazaret. Es un valle estrecho entre dos escarpadas colina»: lo mas fuerte de la accion paso en
una era de trdlar míese*. M. Cuillul no patl adelante. [ Correspondencia del Oliente t. V. )
'30 } :ir 30
23 i HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
das partes rcusó rendirse. El caballo que él montaba, rendido de cansancio, se cayó arrastrándole como era
consiguiente. Al momento el intrépido guerrero so levanta, y con la lanza en la mano, cubierto de sangre y de
polvo, y lleno de flechazos, se precipita en las filas enemigas ; pero cae acribillado de heridas, y todavia
quiere combatir. Los musulmanes le tomaron por san Jorge, que los cristianos creian ver descender del
cielo en medio de sus batallas. Despues de su muerte , los turcos, á quienes un historiador llama los hijos de
Babilonia y de Sodoma , se acercaron con respeto á contemplar el cadáver do aquel acardenalado por mil he
ridas enjugaban su sangre, se repartian los pedazos do sus vestidos, los restos de sus armas, y en su brutal
ceguedad, atestiguaban su admiracion con actos que el pudor no puede revelar.
El gran maestrodel Temple y dos de sus caballeros escaparon de tan horrible matanza; todos los cristianos
estaban profundamente afligidos. El rey de Jerusalen, que tenia el proyecto de hacer J.a guerra al conde de
Tripoli, no ponsó mas que en acercarse á él sintiendo la necesidad de obrar por sus consejos; por otra parte,
"Raimundo juró olvidar sus propias injurias, y dirigióse á Jerusalen. Guido de Lusiñan le recibió con marca
das señales de afecto. Los dos principes se abrazaron á vista de todo el pueblo, prometiendo pelear juntos,
hasta la muerto, por la herencia de Jesucristo.
Cada dia recibio nuevos refuerzos el ejército de Saladino. El sultan prometia ya los despojos de los cristianos
á las familias musulmanas echadas de la Palestina, distribuyendo las ciudades y las tierras á los mas va
lientes do sus emires: el califa de Bagdad, y todos los fieles que reconocian su espiritual imperio, desde el
Korasan hasta las orillas del Nilo, dirigian súplicas al cielo por sus ejércitos y por la conquista de Jerusa
len. Hacia los primeros dias de junio, Saladino atravesó el rio y llegó hasta Tiboriada , con un ejército de
ochenta mH hombres.
Guido do Lusiñan , el con le de Tripoli, y los principales barones, so habian reunido en Jerusalen , para
deliberar sobre los peligros del reino. Decretóse que todas las fuerzas de loscristianos se reunirian para acu
dir á los puntos amenazados. Resolvióse tambien en esta junto ,- que se emplearian en defensa de la Tierra San
ta los tesoros que el rey Enrique 11 habia mandado a Jerusalen, y que estaban guardados en la casa del Tem
óle ; decidióse además en el consejo de los barones, que las armas de Inglaterra figurarian en las banderas
de los ejércitos oristianos: no se olvidó ciertamente el leño de la verdadera cruz, que aparecia siempre en los
gran les peligros. El señal de salvacion fué llevado en procesion fuera de la ciudad, y entregado por el pa
triarca^ los obispos oncargados do llevarla en los combates. Los mas tristes presagios acompañaron á esta
ceremonia, y muchos creian despues de ciertas predicciones, que la verdadera cruz no entraria jamás en Je
rusalen.
Todos los hombres en estado de llevar las armas se habian reunido en la llanura de Sephouri (í). Las for
talezas del reino estaban sin guarnicion, y en las ciudades solo se veia á mujeres y á niños. El principe.de
Antioquia habia enviado al ojército cristiano cincuenta caballeros, mandados por su hijo : habian llegado al
mismo tiempo guerreros de todos los condados de Tripoli. Los peregrinos que so encontraban entonces en la
Tierra Santa, y las tripulaciones de los navios cristianos llegados del occidente, habian acudido para defender
la tierra de Jesucristo. El ejército se componia de mas de eincuenta mil combatioiites. Pronto se supo que Sa
ladino habia entrado en Tiberiada (2) y que los musulmanes sitiaban la ciudadela en la que se habia refu
giado la mujer del conde de Tripoli. Se reunió un gran consejo para saber si debia irse al socorro dela ciu-

1) Pephouri, Sephoris oScphoria, la antigua Diocesarca, era una de las principales ciudades de la Galilea en tiempo de los ro
manos: ella fui? la patria de Joaquin, padre de la Virgen; no queda mas que el solar cubierto de ruinas; una miserable población,
que los habitantes llaman Saforct, est6 situada a una milla mas abajo de la antigua ciudad. Se encuentra al sudeste una fuente
que mana de la tierra, y que discurre por un terreno pedregoso. Klébcr, antes de ir a reunirse con Junot en ta llanura de Loubi,
acampo cerca de la fuente de Sefouri, como habian acampado seis siglos antes los guerreros de la cruz. La miSma fuente apago la
sed del vencido de Tiberiada, y del vencedor de Hcliopolis. (Correspondencia de oriente t. V.)
(2) Tiberiada esta situada sobrela ribera occidental del lago o del mar de Galilea, y tiene la forma de un cuadrilongo: sus mu
rallas, construidas por los cruzados, han sido reedificadas por el cheik Daber 6 la mitad del siglo último: M. Poujoulat, hermano
de mi compañero de viaje al oriente, que se hallaba en Tiberiada al mes de setiembre de 1837. nos ha escrito una carta de la que
entresacamos el siguiente pasaje : « Tiberiada solo me ha ofrecido el aspecto de un monton de ruinas. El dia primero de enero do
1837, una hora antes de ponerse el sol, el suelo galileo fué conmovido por un temblor de tierra, y las ciudades deSafet, de Tiberiada
y muchos otros pueblos del pais fueron destruidos, y poblaciones enteras desaparecieron debajo de las ruinas.... No he podido ha
llar enTibertad.i ningun asilo para dormir, habiendo tenido que pasar la noche acostado sobre la orilla derecha del lago de Gene-
zaret »

,
LIBRO SEPTIMO.— 1187-1188. 23>
dad que estaba en poder de los inlicles. Todos los jefes emitieron su opinion. Cuando tocó hablar á Raimundo,
se espresó en estos términos :
« Tiberiada (1) es mi ciudad ; mi mujer está dentro de la ciudadela, nadie pues tiene mas que perder que
yo en este negocio , y nadie está mas interesado en socorrer á Tiberiada y á los que la habitan. Desgraciados
de nosotros, sin embargo, si llevamos esta multitud de hombres y de caballos á estos áridos desiertos, en donde
serán devorados por el hambre, por la sed y por el rigor de la estacion. Vosotros no ignorais, que en el lugar
donde al presente estamos, nuestro ejército puede apenas aguantar los payos de un sol abrasador, y que si no
fuese por las aguas que tenemos cerca ya hubiera aquél perecido ; por otra parte, vosotros sabeis tambien
que nuestros enemigos no pueden llegar hasta nosotros, sin perder mucha gente, por el mucho calor y por
la falta de aguas. Permaneced, pues, corea de estas aguas, y en un punto en el cual no os fallan los viveres.
Es verdad que los sarracenos, llenos do orgullo por la toma de la ciudad, no irán á derecha ni á izquierda,
pero atravesarán el desierto pais que nos separa, para venir directamente hácia nosotros y provocarnos al
combate. Entonces nuestro pueblo, sin estar falto de cosa alguna, teniendo agua y viveres en abundancia,
saldrá de sus atrincheramientos con alegria, y se precipitará sobre un enemigo á quien la sed y el hambre
habrán medio vencido; entonces nosotros y nuestros caballos estaremos dispuestosy ágiles, y protegidos pol
la vivificante cruz, combatiremos con ventaja á esta incrédula nacion, que será aniquilada por la fatiga, sin
tener refugio alguno. Los enemigos de Jesucristo sucumbiránasi ensus imprudentesagresiones, y antes que
puedan ganar el Jordan ó el mar de Tiberiada, perecerán todos, yo os lo juro, por la sed ó por la espada, ó-
caerán vivos en nuestras manos. En cuanto á nosotros, si nos acontece alguna desgracia, si nos vemos obli
gados á huir (que Dios aparte de nosotros esta deshonra), no nos quedaremos sin socorros ni sin asilo. Por
todas estas razones, soy de parecer que dejeis perder á Tiberiada, á lin de que no se pierda el reino.»
Los escritores árabes que hablan de esta discusion de los jefes del ejército cristiano, reproducen exacta
mente el sentido y el espiritu del discurso pronunciado por Raimundo. En la historia oriental (2) llamada los
dosjardines vemos que Saladillo, por su parte habia hecho reunir el consejo de los emires, en el que se habia
convenido de llegar á las manos con el ejército cristiano. El sultan era de esto parecer, por la razon do-que los
cristianos tenian poca cosa que ganar en una victoria y debian perderlo todo en una derrota. El cunde de
Tripoli habia penetrado hábilmente el plan do campaña de Saladino, y propuso el medio mas propio y conve
niente para desbaratar los planes del enemigo : sin embargo encontró oposicion. El gran maestre de los tem
plarios veia aun la piel del lobo en el discurso de Haimundo. Reinaldo de Chatilton le echaba en cara que él
exageraba el número de los musulmanes. ¿Qué nos importa el número de nuestros enemigos? añadió él,
¿No es sabido que la cuantidad de madera no daña al fuego? A pesar de esta oposicion dictada por el encona
los jefes reconocieron que e! conde de Tripoli habia dicho la verdad. El rey Guido decidió queno seabandonaria
á Sephouri, pero cuando este principe se quedó solo en la tienda, el gran maestre del Templo vino á ella y
le dijo : «No sigais el consejo de un traidor : vos hace poco tiempo que sois rey y teneis un gran ejército; ¿qué
vergüenza no seria para vos, si empezaseis á reinar dejando perder una ciudad cristiana? Por lo que hace á
nosotros los templarios, sabed que venderemos todo cuanto tenemos, antes que sufrir el oprobio por que se
quiere hacer pasar al pueblo de Jesucristo. Señor, haced publicar por todo el campo que todos estén prepa
rados para partir y que la verdadera cruz preceda al ejército. El débil Guido de Lusiñan nopudo resistir á las
alabras del gran maestre ; y habiendo ya dado varias órdenes opuestas, dió la de marchar contra el ene
migo. Por la primera vez el rey de Jerusalen se hizo obedecer, y esto fué para la ruina de los cristianos.
El ejército salió de su campamento de Sephouri al amanecer del dia 3 de julio. El conde de Tripoli mar
chaba á la cabeza de sus tropas, á derecha é izquierda del ejército so encontraban muchos cuerpos mandados
por los barones y por los señores de la Tierra Santa , veiase en el centro la verdadera cruz, confiada á la
guardia de una tropa escogida, y el rey de Jerusalen rodeado de sus valientes caballeros, los hermanos del
Temple y del Hospital, formaban la retaguardia del ejército. Los cristianos dirigiéndosedirectamente á Tibe
riada, llegaron á un pueblo llamado Marescalcia (3) situado á tres millas de la ciudad. Alli encontraron á

' (1) Este discurso de Raimundo es referido casi en los mismos terminos por Raul Coggeshale y por Bernardo el Tesorero.
(2) Veanse los estrados de los autores arabes del año 1187. (Biblioteca de las Cruzadas t. IV. )
(3) El nombre de Marescaleia babia sido dado sin duda por los cristianos a un canal 6 pueblo que pertenecio at mariscal de
Temple o del Hospital. El pequeño pueblo de Louvi es lodo lo que fulla para recorrer el camino que andaronlos cristianos.
236 I1IST0K1A DE LAS CRUZADAS.
los sarracenos y empezaron á sufrir sed y calor. Como era preciso flanquear los estrechos desfiladeros y ios pun-
toscubiertos de rocas para llegar al mar de Galilea, el conde do Tripoli hizo decir al rey que se apresurase á
atravesar el pueblo sin detenerse á fin de poder ganar las orillas del lago. Lusiñan respondió que él seguiria
al conde. Sin embargo los turcos cargaron de repente sobre la retaguardia del ejército en- tales términos
quelos templarios y los hospitalarios fueron destrozados (1). Entonces el rey no atreviéndose á avanzar mas
dió orden de colocar las tiendas, gritando al mismo tiempo ¡Ay de mi! ¡ ay de mi! ¡todo se acabó para noso
tros, y elreino está perdido! Se le obedeció desesperadamente. ¡ Qué noche iba á pasar el ejército en este lu
gar l Los hijos de Esaú (los turcos) se arrojaron sobre el pueblo de Dios, y pegaron fuego al campamento
cubierto do matorrales y yertos secas; los cristianos estuvieron atormentados toda la noche por la llama y
el humo, por una nube de flechas , por el hambro y la sed. Al dia siguiente al rayar eldia , el sultan
salió de Tiberiada y vino á trabar ol combate con el ejército cristiano. Los batallones de la cruz se apresu
raban á atravesar los desfiladeros y las escarpadas alturas que les separaban del mar de Galilea, porque,
deoian ellos, encontraremos agua y podremos servirnos de nuestras espadas. Ya la vanguardia del conde
Ha i mundo so dirige háoia una colina (2) que los turcos habian empezado á ocupar. Cuando todos los cuer
pos fueron colocados en batalla y dispuestos á marchar, se esperaba que la infanteria alejaria al enemigo,
arrojandole flechas. Asi lo oxigian el órdenv la disciplina, la gente de á pié debia defenderá los caballeros
contra losarqueros onemigos, y los caballeros debian proteger con sus lanzas á la infanteria ; esta regla de
salvacion no filó observada. A la aproximacion de los sarracenos la infanteria se formó en un ángulo cor
riendo para ganar la cuspide de la colina, abandanando el resto del ejército (3). El rey, los obispos y los prin
cipales jefes viendo que la infanteria se alejaba, les enviaron órdenes para que regresasen á defender la ver
dadera cruz y el estandarte de Jesus. «No podemos ir, contestaron ellos , porque estamos muertos de sed y no
tenemos fuerzaspara combatir. Se les envió un nuevo mensaje y rehusaron volver, porque realmente no
podian. Los hermanos del Templo y del Hospital y todos los de la retaguardia se batian vigorosamente sin
podor alcanzar la menor ventaja sobre los enemigos, cuyo numerose aumentaba do hora en hora, sem
brando por todas pa rtes la muerte con sus flechas. Abrumados, con el gran número de sarracenos, llamaron
al roy en su socorro, diciendo que -no podian sostener por mas tiempo el peso del combate. Pero el rey viendo
que la gente do pié no queria reunirse, y que hasta él mismo estaba sin defensa contra los arqueros tur
cos, abandonóse á la gracia de Dios, haciendo colocar las tiendas otra vez, para contener, si era posible, las
impetuesas cargas del enemigo. Los batallones abandonaron sus puestos, y se agruparon al rededor de la
verdadera cruz confundidos y mezcladosnnos con otros. Cuando el conde de Tripoli vió que el rey, los tem
plarios, los hospitalarios y todool ejército cristiano, no presentaban mas que una confusa multitud; cuando
(1) Loscristianos, segun los autoresfirabes, partieron (leSefonri el dia 3 dejulio. Heaqui la relacion de Emmad Eddin, testimo
nio ocular. Los francos se dirigieron hasta Tihcrtada, pareciendo dos montañas en movimiento o las olas de un agitado mar; el
sultan so colocodelante de ellos, teniendo a retaguardia el lago do Tibenada. En estos momentos el calor era inaguantable; el ene
migo parecia estar abatido, sufria el bambre y sed , porque la caballeria musulmana, estendida sobrelas dos alas del ejercito, le
cerrocl lago. El sultan vigilo toda la noche y dio orden a los arqueros de llenar su aljaba, é hizo distribuir cuatrocientas cargas de
flechas. En vano los francos hicieron los mas grandes esfuerzos para abrirse paso hacia las aguas, habian apurado ya todos los
pellejos y todos los vasosal llegar la noche, sin embargo, no se abatieron dioiendose reciprocamente: Mañana encontraremos agua
con nuestras espadas.
(i) La vertiente meridional, formada por la cadena de colinas, tiene una que es la masculminanle, y es la colina Ililin o la mon
taña de las Beatitudes; fue el campo de batalla de Tiberiada. Es una vasta mesela cubierta de verdura que tiene el color de la
que hay'en la campiña de Iloma, situada entre tres valles, el deBalouf al oe-tle, el de Mitin al norte, y el de llama al sudeste. Esta
meseta esta por un lado a tres leguas del Thabor y por el otro a una hora del lago de Tiberiada. El sitio donde tuvo lugar la accion
tieno por limites a IIitin al norte, la colina de la Multiplicacion de los panes al nordeste , las escarpadas orillas del lago al esle, y al
mediodia el pueblo de Louvi. (Correspondencia de oriente t. V, carta C XXXV.)
(3) Ibu-Clatir refiere en estos terminos la segunda jornada de esta guerra lan desgraciada para los cristianos. El sabado por
la mañana, los musulmanes salieron de su campo en orden de batalla ; los francos avanzaban tambien, pero estenuados jior
el hambre y la sed que les atormentaba. Las flechas hicieron una horrible matanza entrela caballeria cristiana; la infanteria
de los francos babia sido destruida por querer llegar al lago y hacer agua. Al momento Saladino corrio a colocarse sobre el pun
io por donde debian pasar los cristianos, no quedando 6 estos esperanza alguna de salvacion. El conde de Tripoli probo el abrir
le camino; Taki-Eddin, sobrino del sultan, hizo abrir las filas , y el conde pudo escaparse. El ejercito cristiano se encontraba en-
loncesen una situacion horrible: se habia pegado fuego a la llanura donde habian acampado; el humo, el calor del incendio, el
dol dia, el del combate, todo concurrio para apurar a los francos. Arrastrados por la desesperacion, atacaron a los musulmanes
con gran furor; en fin ellos fueron envuellos por todas partes y rechazados hasta o una vecina colina de llilin: aqui probaron de
lv Yantar algunas tiendas y de defenderse; todos los esfuerzos del combale se encontraron en este punto.
LIBRO SEPTIMO. —H87-Ü88. 237
reconoció que una nube do barbaros acudia do todas partes, y que se bailaba separado de los otros cuerpos
de«ejérc¡to, se abrió paso por enmedio de las filas enemigas, y se retiró con su vanguardia. A cada momento
llegaban millares do sarracenos, que diezmaban á los cristianos con sus flechas. El obispo de Accon que lleva
ba la cruz del Salvador, recibió una herida mortal, y trasmitió el sagrado leño al obispo de Lidda. Entonces
la infanteria que habia huido hácia la colina, vió avanzar contra ella los sarracenos y fueron todos muertos
ó hechos prisioneros. Balean de Naplusa, y los que pudieron escapar de la muerte, pasaron, para huir, sobre
un puente de cadáveres. Todo el ejército turco acudió al lugaren donde estaba la verdadera cruz y el rey de
Jerusalen. Es mas fácil esplicar con lamentos y lágrimas, que no referir detalladamente, loque pasó al final de
es la jornada. La verdadera cruz fué tomada (I), y hechos prisioneros el obispo de Lidda y todos cuantos la
defendian ; el rey, su hermano y el marqués de Monferrato cayeron en poder del enemigo: todos los templa
rios y hospitalarios fueron muertos ó hechos prisioneros. Asi Dios humilló á su pueblo, y derramó sobre él
haata las heces de su copa de cólera.
Lo que acaba de leerse es la sucinta relacion de un peregrino , Raul Coggeshalc, que asistió á esta batalla y
fué testigo de las últimas desgracias del pueblo cristiano. Todas las circunstancias de esta relacion se encuen
tran repetidas en todas las historias árabes, lo que prueba que es exacta y conforme á la verdad. lbu-Alatir
y Eiumad-Eddin dicen tambien, que la cruz del Salvador fué tomada antes de ser hecho prisionero el rey y
que los últimos combates de esta terrible jornada tuvieron lugar sobre la montaña ó la colina de Hetin. La co
lina de Ilitin, ó la montaña de las Beatitudes, es la misma en que Jesus venia á menudo con sus discipulos y
sobre la cual el Redentor pronunció estas divinas palabras: Beati pauperes... licati qui esuriunt. De este
modo la cruz de nuestra salvacion fué perdida en el mismo lugar que Cristo se complacia en frecuentar y
sobre la misma colina en que eligió á sus apóstoles. El historiador árabe Emmad-Eddin refiere do la manera
que el rey fué hecho prisionero repitiendo lo que oyó contar al hijo de Saladino.
« Yo estaba al lado de mi padre, dijo el jóven principe. Cuando el rey de los francos se retiró sobre la coli
na, los valientes que formaban su escolta cayeron sobre nosotros, y rechazaron á los musulmanes hasta el
pié de la colina . Entonces miré á mi padre, y conoci que su semblante era triste. Haced meidir al diablo, grité
él á sus guerreros tirándose de la barba. A estas palabras, nuestro ejército se precipitó sobre el enemigo ha
ciéndolo retroceder á lo alto de la montaña: Entonces yo grité lleno de alegria. Ellos huyen; ellos huyen. Pero
los francos volvieron á la carga y avanzaron do nuevo al pié de la colina : Elloshuyen; ellos huyen. Entonces
mi padre me dijo : Cállate, ellos no estarán completamente vencidos, hasta que caiga el pabellon del rey.
Apen.is habia acabado de hablar, que el pabellon real cayó. Al momento mi padre se apeó, y prosternándose
deiante de Dios le dió gracias derramando lágrimas de alegria. »
Raimundo despues de la batalla se fué á Tripoli, donde poco tiempo despues murió do desesperacioh,
acusado por los musulmanes de haber violado los tratados, y por loscristianosde haber hecho traicion á su re
ligion y á su patria (2). El hijo del principe do Antioquia, Reinaldo de Sidon, el jóven conde de Tiberiada, con
un pequeño número desoldados, siguieron á Raimundo en su huida, y fueron los únicos que escaparon al
desastre de esta jornada tan funesta para ol reino de lerusalen.
Los escritores orientales al referir la victoria de los turcos han celebrado el valor y la constancia que
'i) lié aqui como el historiador arabo, Emmad-Eddincuenta la toma do la cruz. «La gran cruz fué lomada antes del rey y mu -
dios impios se hicieron matar al rededor do ella. Cuando ta tenian elevada, se arrodillaban 6 inclinaban la cabeza: la hahian
enriquecido con oro y pedreria: la llevaban en los dias de gr.in solemnidad y miraban como su primer deber el defenderta en los
combates. El cautiverio de esta cruz les fue' mas doloroso ti los cristianos que el del mismo rey.
(2) Muchos historiadores pretenden que Raimundo sirvio para la causa de Sidndino. Ninguno de los historiadores musulmanes
participa de esta opinion; muchos de ellos habtan de Raimundo como del mas cruel enemigo delos sarracenos. lbu-Alalir,
cuya relacion puede leerse en el tomo IV do la «Biblioteca de las Cruzadas,» dice formalmente que el conde de Tripoli se opuso .'i
que los francos marchasen hAcia Tiberiada. Este mismo historiador hablando de las batallas do Tiberiada refiere que conociendo
el cunde lo interioridad delos guerreros francos se precipito con su tropa contra los que se le oponian , y que Taki-Eddin, te
miendo su desesperacion, hizo abrir las filas a su ejercito permitiéndole la salida, y habiendose escapado el conde, los enemigos
continuaron el combate. Mr. Marin en su historia de Saladillo ha discutido este punto de la historia, y las pruebas que produce no
drj.tn duda alguna sobre la sinceridad de las intenciones de Raimundo. Aboulfeda cu la corta descripcion que hace de la jornada
de Mitin, alalia el valor de Raimundo, y dice que este murio del dolor que lo causo la derrota de los cristianos. En una cal la es
crita por Saladino al califa de Bagdad, se encuentran estas notables palabras: «Ningun personaje conocido entre los cristianos pudo
escaparso, a no ser el conde vrtc 7r¡/>o/¡ que Dios maldiga. Dios le hizo morir luego, y le envio del reino de la muerte a los infieimis
Esta carta de Saladino, que habla tambien de la loma de Jerusalen, ha sido conservada por Ehu-Kilean, en su Biografía delos ln in
ores ilustre!, del istamismo. Se bailara un i estimen de ella en la «Biblioteca de ld& Cruzadas »
238 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
demostraron en esta jornada los caballeros francos cubiertos con sus corazas de hierro. Estos esforzados
guerreros presentaron al momento una impenetrable muralla á los golpes del enemigo, pero asi que caye
ron sus caballos, rendidos por la fatiga ó heridos por las lanzas y saetas enemigas, sucumbieron abrumados
y vencidos con el peso de sus propias armas. Dn autor árabe, secretario y compañero de Saladino, que estu
vo presente á esto terrible combate, describo el espectáculo de las colinas y do los valles cubiertos de cadá
veres. Vió á los estandartes de los cristianos hechos trizas, manchados de polvo y de sangre, cabezas sepa
radas de sus troncos, brazos, piernas y cadáveres arrojados el uno sobro otro, cual si fuesen piedras. El
mismo historiador se complace en esplicar la bárbara alegria que esperimentaba, contemplando semejante
cuadro, y habla de los suaves (1 ) perfumes que exalaba el vasto campo de los muertos. Otro autor musulman
que atravesó un año despues la campiña de Tiberiada y de Hitin, encontró aun los miserables restos de
un ejército vencido, que se ofrecia do lejos á la vista del viajero. A cada paso que uno dabase pisaban huesos
de soldados cristianos, y hasta se encontraban en los valles y sobre las vecinas montañas en donde habian
sido trasportados por los torrentes ó por los animales salvajes.
Despues de esta horriblo carniceria, cualquiera hubiera creido que ningun soldado de la cruz, habia
caido vivo en manos del vencedor ; pero cuando al final de esta sangrienta jornada so vió la muchedumbre
de prisioneros, cualquiera hubiera creido tambien que nadie habia perecido en la lucha. Las cuerdas delas
tiendas de campaña no bastaban para alar á los guerreros escapados de la cuchilla enemiga y condenados á
la esclavitud. Veiase hasta cuarenta caballeros atados con una sola cuerda, y á doscientos guardados por un
solo hombro. En fin era tan grande la multitud do los cautivos que segun refiere un cronista árabe, los victo
riosos ulemas no encontraban medio para venderlos llegándose al estremo da dar un caballero cristiano
por un calzado nuevo.
Saladino hizo levantar una tienda en medio do su campo, en donde recibió á Guido de Lusiñany á los prin
cipales jefes del ejército cristiano, que la victoria acababa de poner en sus manos. Trató al rey de los fran
cos con bondad, haciéndolo servir una bebida refrescada con nieve. Como el monarca , despues de haber
bebido, diese la copa á Reinaldo de Chatillon que estaba á su lado, el sultan lo detuvo diciéndole: «Este trai
dor no debe beber en mi presencia, porque yo no quiero perdonarle.» Dirigiéndose en seguida á Reinaldo, le
reprendió severamente por haber violado los tratados, amenazándole con la muerte si no abrazaba la reli
gion del Profeta, que habia ultrajado. Reinaldo de Chatillon respondió con noble firmeza y despreció las
amenazas de Saladino, que lo hirió con su sable. Los soldados musulmanes, áuna señal de su jefe, se arro
jaron sobre el desarmado prisionero, y la cabeza de un martir dela cruz fué á rodar hasta los piés del rey
doJerusalen.
Al dia siguiente el sultan hizo conducir á los caballeros del Temple y de San Juan, que se encontraban
prisioneros, y dijo cuando les vió pasar: «Yo quiero librará la tierra de estas dos razas inmundas.» Hizo
gracia al gran maestre del Temple, sin duda porque sus imprudentes consejos habian puesto el ejército
cristiano en poder de los musulmanes. Un gran número de emires y de doctores do la ley rodeaban el
trono de Saladino : el sultan permitió á cada uno de ellos matar á un caballero cristiano. Algunos rehu
saron derramar sangre, y desviaban su vista de tan odioso espectáculo ; pero otros se armaron con la es
pada, y degollaron sin piedad á los caballeros cubiertos do cadenas, mientras que Saladino, sentado en
su trono, aplaudia esta horriblo ejecucion. Los caballeros recibieron con júbilo la palma del martirio;
la mayor parte dolos prisioneros deseaban la muerte; muchos de ellos aun cuando no pertenecian á las
órdenes militares, gritaban enalta voz, que eran hospitalarios y templarios, y como si temiesen que ha
bian de faltar verdugos, se les veia precipitarse los unos sobre los otros, para caer los primeros bajo la
cuchilla de los infieles. Gualtero Vinisauf refiere que las tres noches que siguieron á la matanza de los cris
tianos, se vió brillar un milagroso rayo de luz sobre los cuerpos de estos mártires.
Los musulmanes dieron gracias al Profeta sobre el campo de batalla, por la victoria que acababa de
conceder á su ejército; ocupándose luego Saladino do sacar el provecho de ella. Dueño de la ciudadela
de Tiberiada, envió la mujer de Raimundo á Tripoli, y pronto la ciudad de Tolemaida le vió delante de
sus muros. Esta ciudad, llena de mercaderes, y que rechazó por espacio de dos años á los mas formida
bles ejércitos de occidente, solo resistió dos dias á Saladino. El terror que precedia á su ejército abrió al

(I) Estas espresiüucs (¡e un aulor ji abe iCLUcnlan la frase de Vitcllin, que el cadaver de ud enemigo hacele siempre Lien.
LIBRO SEPTIMO. - 87 1 1 -1 1 88 . 239
victorioso sultun las puertas de Napisa , de Jcrico, de Ramla, y de un gran número de oiras ciudades
que estaban casi sin habitantes. Las ciudades de Cesarea, de Arsur, do Joppe y de Beirut, tuvieron la
sucrto de Tolcmaida, y vieron ondear sobre sus murallas los amarillos estandartes,de Saladino. En las
costas del mar , solamente las ciudades de Tiro , de Tripoli y de Ascalon , estaban en poder de los
cristianos.
Saladino atacó sin resultado la ciudad de Tiro, y resolvió esperar un momento mas favorable para vol
ver á empezar el sitio, Ascalon lo presentó una conquista mas importante, asegurando sus comunica
ciones con el Egipto. Esta ciudad fué sitiada por los musulmanes, pero ella opuso á Saladino una resis
tencia que no proveia. Cuando estuvo la brecha abierta, el sultan hizo que se les propusiera la paz, y los
habitantes, cuya desesperacion exaltaba su valor, despidieron á los diputados sin oirles. El rey de Jeru-
salen, á quien Saladino conducia con él en triunfo, inclinó á los defensores de Ascalon á no comprome
ter la suerte do sus familias y la de los cristianos, con una inútil defensa. Entonces los principales de
entro ellos se presentaron en la tienda del sultan. «No es por nosotros, dijeron ellos, que venimos á im
ploraros, sino por nuestras mujeres y nuestros hijos. ¿Qué nos importa una vida perecedera ? Nosotros
deseamos un bien mas sólido, y es la muerte el que debe procurárnoslo. Dios solo, dueño de los acon
tecimientos , os ha dado la victoria sobre los desgraciados cristianos ; pero vos no entrareis á Ascalon
si no os apiadais de nuestras familias, y si no prometeis devolver la libertad al rey de Jerusalen.
Conmovido Saladino , por el heroismo delos habitantes de Ascalon , aceptó las condiciones propuestas.
Semejante sacrificio debia merecer el rescate de un principe mas hábil y mas digno del amor de sus
vasallos que Guido de Lusiñan. Por lo demás, Saladino no consintió en romper las cadenas del cautivo
monarca, hasta despues de haber trascurrido unaño.
Habia llegado el momento en que Jerusalen debia caer en poder de los infieles. Todos los musulma
nes imploraban á Mahoma, por este último triunfo de las armas do Saladino. Despues de haber tomado
á Gaza, y muchos fuertes vecinos, el sultan reunió á su ejército y partió para la santa ciudad. Una afligi
da reina, los niños de los guerreros muertos en la batalla do Tiberiada, algunos fugitivos soldados, y un
corto número de peregrinos, venidos del occidente, eran los únicos guardianes del Santo Sepulcro. Mu
chas familias cristianas que habian abandonado las provincias devastadas dela Palestina, habitaban en
la capital, pero lejos de ser su apoyo, solo servian para aumentar el desórden y la consternacion qué rei
naba en la ciudad.
Asi que Saladino estuvo cerca do la santa ciudad, hizo comparecer á su presencia los principales dela
ciudad, y les dijo: «Yo sé lo mismo que vosotros que Jerusalen es la casa de Dios : yo no quiero profa
narla con la efusion de sangre ; abandonad esas murallas , y os daré una parte de mis tesoros y tantas
tierras como podreis cultivar. —Nosotros no podemos, le respondieron, cederos una ciudad en la que nues
tro Dios ha muerto; y mucho menos podemos venderla.» Irritado Saladino con esta respuesta, juró so
bre el Coran destruir las torres y las murallas de Jerusalen, y vengar la muerte de los musulmanes de
gollados por los compañeros y soldados de Godofredode Bouillon.
En el momento en que Saladino hablaba á los diputados de Jerusalen, un eclipse de sol cubrió de re
pente el cielo de tinieblas , pareciendo esta circunstancia un triste presagio para los cristianos. Sin em
bargo los habitantes, reanimados por el clero, se preparaban para defenderla ciudad, habiendo elegido por
su jefe á Balean de Ibelin, que habia figurado en la batalla de Tiberiada. Estc esperimentado guerrero
cuya esperiencia y virtudes inspiraban la confianza y el respeto, se ocupó en hacer reparar las fortificacio
nes do la plaza y en disciplinará los nuevos defensores de Jerusalen. Como habia falta de oficiales, creó
cincuenta caballeros entre los ciudadanos que habia en la capital, todos los cristianos aptos para comba
tir tomaron las armas, y juraron derramar su sangre en defensa de Jesucristo.
No habia dinero con que pagar los gastos de la guerra, pero todos los medios para hacerse con él pa
recieron legitimos en medio del peligro que amenazaba á la ciudad de Dios. Se despojaron las iglesias, y
(spjntadoel pueblo con la aproximacion de Saladino, vió sin escándalo convertir en moneda (l) el pre
cioso metal que cubria la capilla del Santo Sepulcro.
(I) Ibu Alaler y Emmad-Eddin entre los historiadores arabos, Dernardo el Tesorero y Raul Coggcrhale entre los autores cristia
nos, son los (|ue han dado mas detalles sobre el sitio de Jerusalen. (Biblioteca de las Cruzadas t. II.)
240 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Pronto se vieron ondear los estandartes do Saladino sobre las alturas de Emmaús; el ejército musulman
sentó sus reales en el mismo punto que habia ocupado Godofredo y en el queTancredo y los dos Robertos habian
colocado sus tiendas cuando atacaron la santa ciudad. Los sitiados opusieron una viva resistencia haciendo
varias salidas, en las cuales se les veia tener en una mano la lanza y la espada , y en la otra una pala con la
que arrojaban el polvo a los musulmanes. Gran número de cristianos recibieron entonces la palma del mar
tirio , y subieron, dicen los historiadores, á la celestial Jerusalen. Muchos musulmanes, muertos por la espada
cistiana, fuéron á habitar en las orillas delrio que baña el Paraiso.
(4 187) Saladino, despues de haber acampado algunos dias al occidente de la ciudad ,dirigió sus ataques
hácia el norte, é hizo minar las murallas que se estienden desde la puerta do Josafat hasta la de San Estem
ban. Los mas valientes cristianos salieron de la plaza , y se esforzaron en destruir las máquinas de guerra
y demás trabajos hechos por los sitiadores : reanimándose los unos á los otros, repitiendo estas palabras de
la Escritura : í/no solo de nosotros hará huir á diez infieles, y diez harán huir á diez mil. Ellos hicieron pro
digios de valor, pero no pudieron interrumpir los progresos del sitio. Rechazados por los musulmanes, vol
vieron á entrar en la ciudad, en donde el espanto y el terror se apoderó de sus habitantes. Las torres y las
murallas están dispuestas para desmoronarse á la primera señal de un asalto general. Entonces la desespe-
racion se apoderó de los habitantes , que solo encontraron para defensa lágrimas y súplicas. Los soldados
acudian á la iglesia en lugar de correr á las armas, y la promesa de cien piezas do oro no pudo retenerles una
noche sobre las amenazadas murallas. El clero recorria procesionalmente las calles para invocar la protec
cion del cielo. Los unos se daban golpes al pecho con piedras, los otros se atormentaban el cuerpo con cili
cios, gritando Misericordia. Solo se oian gemidos en Jerusalen , pero nuestro Señor Jesucristo, dice una an
tigua crónica, no quiso escucharles, porque la lujuria y la impiedad que habia en la ciudad no dejaban subir
las oraciones y plegarias ante Dios. La desesperacion de los habitantes les inspiraba mil proyectos opues
tos. Tan pronto tomaban la resolucion de salir de la ciudad y de buscar una muerte gloriosa entre las filas
de los infieles, como ponian su última esperanza en la clemencia de Saladino.
En medio. del trastorno y la general confusion, los cristianos griegos y sirios , y los cristianos melchitas,
obedecian con disgustoá los latinos- y lesacusaban de losmalesde la guerra. Descubrióse un complot que ha
bian formado para entregar á Jerusalen á los musulmanes (1). Este incidente aumentó la alarma y deter
minó á los principales de la ciudad á pedir una capitulacion á Saladino. Acompañados de Balean de Ibelin,
vinieron á proponer al sultan rendirle la plaza , bajo las mismas condiciones que habia inpuesto antes del
sitio : pero Saladino se acordó que habia hecho el juramento de tomar la ciudad por asalto y de pasar á
cuchillo á todos los habitantes. Despidió á los diputados sin darles esperanza alguna ; Balean de Ibelin , fué
á encontrar varias veces á Saladino , renovando sus súplicas y sus ruegos, pero encontró al caudillo musul
man siempre inexorable. Un dia que los diputados cristianos le rogaban vivamente que aceptase su capitu
lacion, dirigió la vista hácia la ciudad, y mostrándoles sus estandartes que ondeaban sobro las murallas de
la ciudad: « ¿ Cómo quereis , les dijo, que yo otorgue condiciones por una ciudad que está ya tomada?»
Sin embargo, los musulmanes fueron rechazados. Entonces Balean; reanimado por la victoria que acaba
ban de obtener los cristianos, respondió al sultan : « Ya veis que no faltan defensores en Jerusalen; si no
podemos obtener de vos alguna misericordia, tomaremos una resolucion terrible, y el esceso de nuestra de
sesperacion os llenará deespanto. Estos templos y estos palacios que quereis conquistar serán destruidos has
ta los cimientos , todas nuestras riquezas que escitan la ambicion y la codicia de los sarracenos serán entre
gadas á la voracidad de las llamas. Destruiremos la mezquita de Omar; la piedra misteriosa de Jacob, objeto
de vuestro culto, será hecha pedazos y convertida en polvo. Jerusalen encierra cinco mil prisioneros musul
manes y todos serán victimas de la espada cristiana. Nosotros degollaremos con nuestras propias manos
á nuestros hijos y á nuestras mujeres, para ahorrarles la vergüenza deser vuestros esclavos. Cuando la santa
ciudad ya no será masque un monton de ruinas, un vasto sepulcro, saldremos seguidos de los irritados ma
nes de nuestros a migos y de nuestros deudos, llevando en nuestras manos la espada y el fuego. Ninguno de

[1 ) Este hecho lo refiere clautor 6rabcjle la historia delos patriarcas de Alejandria. Este autor era cristiano, pero del ritojaco-
bila: es curioso el tono ind iterente con i|ue cuenta esta perfidia. ¡Véase el t. IV de la Biblioteca de las Cruzadas. )
LIBRO SEPTIMO — H 70-11 74. 241
nosotros irá al pnraisosin haber mandado al infierno diez musulmanes. Asi obten^cmos una muerte glo
riosa y moriremos llamando sobre vuestras cabezas la maldicion del Dios de Jerusalen (4).»
Horrorizado con estas amenazas Saladino, invitó á los diputados á que volviesen el dia siguiente. Consul
tó á los doctores de la ley, quienes decidieron que podia aceptar la capitulacion propuesta por los sitiados,
sin violar su juramento. Las condiciones fueron firmadas al dia siguiente en la tienda del sultan. DeesUs
modo Jerusalen cayó en poder de los infieles, despues de haber estado por espacio de ochenta y ocho añes
bajo la dominacion do los cristianos. Los historiadores latinos han observado que los cruzados habian
entrado en la santa ciudad un viernes á la misma hora en que Jesucristo habia padecido muerte, para
espiar los crimenes del género humano. Los musulmanes tomaron la ciudad (2), el aniversario del dia en
que segun su creencia Mahoma partió de Jerusalen para subir al cielo. Esta circunstancia que pudo determi
nar á Saladino á firmar la capitulacion que se le propuso, no dejó de aumentar el brillo de su triunfo en
tro los musulmanes, y le hizo considerar como el favorito del Profeta.
El vencedor concedió la vida á los habitantes, permitiéndoles rescatar su libertad. El rescate fué fijado( n
diez piezas de oro para los hombres, cinco para las mujeres y dos para los niños. Los que no pudiesen pagar
su libertad debian permanecer en la esclavitud. Todos los guerreros que se encontraban en Jerusalen, cuan
do la capitulacion, obtuvieron el permiso de retirarse á Tiro ó a Tripoli (3), durante un plazo de cuarenta
dias.
Los cristianos recibieron desde luego con júbilo estas condicionas, pero á medida que se iba acercando
el dia en que debian salir do Jerusalen, esperimentaban un profundo dolor, al tener que abandonar los san
tos lugares: bañaban con su llanto' el sepulcro de Jesucristo, sintiendo no haber muerto en su defensa
recorrian con la mayor tristeza el Calvario y las iglesias, que no debian volver á ver mas. se abrazaban,
con las lágrimas en los ojos, en las calles, y deploraban sus fatales divisiones. Los que no podian pagar su
rescate y que iban á ser esclavos de los musulmanes, se entregaban á todos los escesos dela desesperacion.
Pero era tal en estos crueles momentos su apego a una religion de la que no siempre habian seguido los pre
ceptos, que los ultrajes hechos á los sagrados objetos de su culto los afligian mas que sus propias desgracia?.
Habiendo sido arrancada una cruz de oro de la cúpula do la iglesia de los templarios y arrastrada por las ca
lles por los musulmanes, todos los cristianos prorumpieron en gritos de indignacion, y la desarmada Jerusa
len estuvo á punto de sublevarse contra los vencedores.
En fin, llegó el dia fatal en que los crsistianos debian alejarse de Jerusalen. Se cerraron todas las puer
tas de la ciudad, escepto la de David. Saladino, sentado sobre un trono, vió pasar delante de él á un pue
blo desolado. El patriarca, seguido del clero, compareció el primero, llevando consigo los vasos sagra
dos, los ornamentos do la iglesia del Santo Sepulcro, y los tesoros, que solo Dios, segun dice un autor
árabe, conocia el valor. Seguia despues la reina de Jerusalen, acompañada de los principales caballeros
y barones. Saladino respetó su dolor, y lo dirigió palabras llenas de bondad. Esta princesa llevaba tam
bien un gran séquito do mujeres, que llevaban á sus niños en brazos conmoviendo á todos con sus des
garradores gritos. Muchas de ellas se acercaron al trono de Saladino, diciéudole : «Vos teneis á vuestros
piés las esposas, las madres y los hijos de los guerreros que guardais prisioneros; nosotros dejamos para
siempre á nuestra patria, que ellos han defendido con gloria ; ellos nos ayudan á soportar la vida ; pn
perdiéndoles, hemos perdido a la vez nuestra última esperanza : si os dignais devolvérnoslos, ellos dulci
ficarán las penas de nuestro destierro, y no permaneceremos sin apoyo en la tierra.» Saladino acogió
estas súplicas, y prometió dulcificarlas penas de tantas familias desgraciadas. Devolvió á las madres sus
hijos, y á las esposas sus maridos, que estaban entre los cautivos. Muchos cristianos habian abandonado

(1) Este mismo discurso se halla al pie de la letra, en el autor arabe Ibn-Alatir. (Biblioteca de las cruzadas.:
(2) Baronio y Pagi, cilan las diversas fechas que los historiadores han dado a la toma de Jerusalen por Saladino. El sabio co
mentador Mansi demuestra, segun la autoridad de Coggeshale, testigo ocular, que la toma de dicha ciudad tuvo lugar el dia 3 de
octubre do 1187, el síbado y no el viernes, y que habiendo empezado el sitio de esta plaza el 20 do setiembre, solo duro trece
dias, y no veinte y tres, como pretenden algunos historiadores. Sin embargo los autores arabos dicen que Saladino escogio el vier
nes para la capitulacion do la plaza.
(3) Un historiador arabe censura esta politica de Saladino quien se creaba obstaculos y daba asus enemigos medios de resis
tencia. Resultado de esta politica fue que se desg'aciodelantc de Tiro, defendida por lodos los que habia dado la libertad.
31
842 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
bus muebles y los efectos mas preciosos, para llevar sobre sus espaldas, los unos á sus ancianos pa
dres, y los otros á sus amigos enfermos. Conmovido con este espectáculo, Saladino recompensó con dá
divas la virtud y la piedad de sus enemigos; apiadándose de sus infortunios, y permitiendo á los hospitala
rios el permanecer en la ciudad para atender á la curacion de los peregrinos y á los que por sus graves
enfermedades no podian salir de Jerusalen. Observamos aqul que la generosidad de Saladino para con
los cristianos ha sido mas celebrada por los historiadores latinos que por los historiadores árabes ; no
dejándose de leer, en las crónicas musulmanas, pasajes que prueban que los discipulos de Mahoma ha
bian visto con alguna pena la noble compasion del sultan. Mas de una vez la historia ha demostrado que
en las guerras religiosas, los caudillos no son siempre dueños de usar de tolerancia.
Cuando los turcos comenzaron el sitio la santa ciudad encerraba mas de cien mil cristianos (1) ; el ma
yor número de ellos rescataron su libertad; Balean de Ibelin, depositario delos tesoros destinados á los
gastos del sitio , los empleó en libertar á una parte de los habitantes. Malek-Adhel, hermano del sultan,
pagó el rescate de dos mil cautivos ; Saladino siguió su ejemplo rompiendo las cadenas á un gran núme
ro do pobres y de huérfanos. El historiador árabe Ibn—Alatir cuenta que un gran número de habitantes
•le Jerusalen se escaparon sin pagar el tributo, los unos descolgándose furtivamente de lo alto de las mura
llas, con el ausilio de cuerdas, los otros comprando vestidos musulmanes. Solo quedaron en la esclavitud
. diez y seis mil cristianos, entre los cuales habia de cuatro á cinco mil niños de corta edad, que apenas
podian conocer su infortunio, pero que los fieles deploraban estremadamento la suerte de estas inocentes
victimas de la guerra que iban á ser educadas en la religion de Mahoma.
Muchos modernos escritores han comparado la generosa conducta de Saladino con las revoltosas esce
nas que acompañaron la entrada do los primeros cruzados en Jerusalen ; pero no debe olvidarse que los
cristianos ofrecieron capitular, mientras que los musulmanes sostuvieron un largo sitio con una porfia
da constancia, y que los compañeros de Godofredo, que se hallaban en un pais desconocido en medio de
naciones enemigas, ganaron la ciudad por asalto, despues de haber pasado mil peligros y sufrido todo
género de miserias. Los primeros cruzados, despues de la conquista de la santa ciudad, tenian que temer
lo todo do los musulmanes de la Siria y dol Egipto, y este temor les hacia bárbaros. El sultan de Damas
co no se portó con mas humanidad, mientras tuvo que temer las armas do los francos, y la misma vic
toria deTiberiada, que no colmó todas sus inquietudes, no le habia inspirado sentimientos generosos con
respeto á los prisioneros. Tan verdad es, que sola la fuerza puede ser moderada ; pero es preciso que obre
con independencia. Si se examinaajn bien todos los actós de barbarie cometidos por la politica, se halla
ria que casi todos reconocen por «rigen el miedo. Por lo demás, estas observaciones que sujetamos al
juicio de nuestros lectores, no tienen ciertamente por objeto eljustificar los escesos de la primera cruza
da, y mucho menos el de palidecer los elogios que la historia debe á Saladino, quien hasta los obtuvo de los
mismos á quienes habia vencido.
Cuando el pueblo cristiano hubo abandonado la ciudad conquistada, Saladino solo so ocupó de celebrar su
triunfo. Entró en Jerusalen precedido de sus victoriosos estandartes; gran número de imanes, de doctores
de la ley, y los embajadores de muchas provincias musulmanas, formaban su cortejo. Todas las iglesias, es-
cepto la del Santo Sepulcro, habian sido convertidas en mezquitas. El sultan hizo lavar con agua do rosas,
venida de Damasco^» las paredes y el atrio do la mezquita de Omar en la que él mismo colocó el púlpito cons
truido para Nóredino. «Oyóse la voz do los que convocaban á la oracion, dice Emmad-Eddin. La desterrada
fé volvió á su asilo; los danzantes y los devotos, los grandes y los pequeños, todos vinieron á adorar al Se
ñor; de lo alto do la cátedra salió una voz que recordaba á los creyentes el dia de la resurreccion y del jui
cio final.» El primer viernes despues de la entrada del sultan en Jerusalen, reunióse el pueblo y el ejército
en la principal mezquita; el jefe de los imanes subió á la cátedra del Profeta, y dió gracias á Dios por las
victorias obtenidas por Saladino. « Gloria á Dios, dijo él dirigiéndose á su numeroso auditorio; gloria á Dios,
que hace triunfar al islamismo, y que ha abatido el poder de los infieles. Alabad conmigo al Señor, que nos
ha devuelto á Jerusalen, la mansion de Dios, la estancia de los santos y de los profetas. Del seno de esta ba

ti; La multitud de estos que habian buscado un refugio en Jerusalen ern tan grande, dice el continuador de Guillermo de Tiro,
qno no cogian dentro las casas, viendose obligados a permanecer en las calles. Bibliokca de las Cruzadas. 1. 1 p. 370 )
LIBUO SEPTIMO.— 1187-1188. 2i3
bitaeion sagrada, Dios Im hecho partir á su servidor durante las tinieblas de la noche, y por facilitar á Jo-
sué la conquista de Jcrusalen, Dios detuvo otra vez el curso del sol. En esta ciudad, pues, deben reunirse,
al fin del mundo, todos los pueblos de la tierra (1).» Despues de haber recordado las maravillas de Jerusa-
len, el predicador del islamismo se dirigió á los soldados de Saladino, y les felicitó por haber desafiado los
peligros, y por haber derramado su sangre para cumplir la voluntad del monarca. «Los soldados del Pro
feta, añadió, los compañeros de Abu-Beker y de Omar han señalado vuestro puesto en la milicia santa, y
os esperan entre los elegidos del islamismo. Testigos de vuestro último triunfo, los ángeles se han agrupado
á la derecha del Eterno; el corazon de los enviados de Dios se ha conmovido de alegria. Alabad, pues, con
migo al Señor, paro no os dejeis arrastrar por las debilidades del orgullo, y no creais sobre todo, que sean
vuestras espadas, ni vuestros caballos veloces como el viento, los que han triunfado delos infieles. Dios es
Dios; solo Dios es poderoso ; solo Dios os ha dado la victoria, y os manda no deteneros en la gloriosa carre
ra en la cual él mismo os conduce de la mano. La guerra sania, la guerra sania, hé aqui la mas pura do
vuestras adoraciones, la mas noble de vuestras costumbres. Destruid la impiedad; haced triunfar por to
das partes el islamismo; libertad á la tierra de naciones contra las cuales Dios está irritado.»
El jefe de los imanes oró despues por el califa do Bagdad, y terminó la plegaria nombrando á Saladi
no : «Oh Dios, eselamó, vigila sobre los dias de tu fiel servidor, que es tu cortante espada, tu estrella res
plandeciente, el defensor de tu culto, y el libertador de tu mansion sagrada! ¡Oh Dios; haz que tus ángeles
rodeen su imperio, y prolonga sus dias por la gloria de tu nombre!»
De esta manera, el pueblo, las leyes y la religion habian cambiado en la desgraciada Jerusalen. Mientras
que en los santos lugares resonaba el eco de los himnos de un culto estraño, los cristianos so alejaban tris
temente, llenos do miseria, y detestando la vida que Ies habian dejado los musulmanes. Rechazados por
sus hermanos de oriente, que les acusaban de haber entregado el sepulcro de su Dios á los infieles,
andaban errantes por la Siria, sin socorro y sin asilo; muchos murieron de hambre y de dolor; la ciudad
de Tripoli les corró sus puertas. En medio de esta descarriada muchedumbre, una mujer arrastrada por
la desesperacion arrojó su hijo al mar, maldiciendo la barbarie de sus hermanos los cristianos. Los que par
tieron hácia el Egipto fueron mas felices, y conmovieron el corazon de los musulmanes (2); muchos se em
barcaron para Europa en donde vinieron á anunciar con las lágrimas en los ojos las desgracias de Jerusa
len. Deciase entonces entre los cristianos que esta ciudad habia caido como Ninive ó Babilonia; las cróni
cas contemporáneas al menos no esplican de otra manera este gran acontecimiento, porque entonces todo
se creia ser efecto de la santidad ó de la corrupcion de los fieles. Sin duda la corrupcion debió contribuir á la
decadencia do la santa ciudad; pero una decadencia tan rápida fué efecto de muchas otras causas, que he
mos indicado en el curso de esta historia. Los imperios musulmanes cayeron cuando los primeros cruzados
^legaron al Asia; pero Dios permitió que estos imperios se levantasen de nuevo bajo el cetro de muchos
principes poderosos por sus armas y por su genio. El reino de Godofredo, que les habia vencido con tres
cientos caballeros, no poseyó jamás lo que le faltaba para resistirles. Los jefes que la Providencia les di 0
parecian sor enviados únicamente para anunciar que toda gloria iba á acabar. A fuerza de ver sobre el trono
de David á mujeres, á niños, á reyes enfermos y á débiles princesas, ya no se tuvo fé en su porvenir, y
el entusiasmo guerrero y el patriotismo cristiano fueron ahogados por la discordia y por cierto espiritu d°
fatalidad. Al fin oyóseá un rey de la santa cindad gritar sobre el campo de batalla, elreinoestá perdido, y
no fueron menester mas que algunas semanas para que se cumpliera esta profecia tan estraña en boca do
un rey. Añadamos aqui, y esta causa es la primera de todas, que el espiritu de las cruzadas, que habia he
cho tantos prodigios, so enervaba mucho tiempo hacia, y con él, todo cuanto habia fundado en oriento.
El reino de Godofredo de Bouillon se estinguió, pareciéndose á las débiles criaturas de aqui abajo, quo
desaparecen do repente, cuando Dios aparta la vista de ellas.
Sin embargo, como entonces era general la creencia, de que la salvacion de la fó cristiana y hasta la
misma gloria de Dios , estribaban en la conservacion de Jerusalen, la última conquista de Saladino esparció

i'l) lbn-Ka!ekan. Bibioteca do las Cruzadas, t. IV.


(2) Puede consultarse sobre este particular la relacion de Bernardo el Tesorero Biblioteca de las cruzadas t. 1) Esta confirmada
por el autor arabe de la historia de los patriarcas do Alejandria. (Idem;.
244 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
la costemacion un todo el occidente. Pronto se supo en Italia tan fatal noticia; el papa Urbano III, que se
encontraba á la sazon en Ferrara , se afectó profundaronte, y no pudo sobrevivir á tan grande calamidad.
Todos los cristianos, olvidando sus disensiones, estaban afligidos por la misma causa, y el nombre de la santa
ciudad corria de boca en boca , mezclado con los gritos do la desesperacion. Deplorábase en lúgubres cantos el
cautiverio del rey de Jerusalon y do sus caballeros, y la ruina do las ciudades cristianas de oriente. El clero
llevaba de ciudad en ciudad las imágenes en las cuales se veia el Santo Sepulcro hollado por los piés do los ca
ballos, y á Jesucristo abatido por Mahoma (1). Siniestros prodigios habian anunciado al mundo cristiano las
mas terribles desgracias. El dia en que Saladino verificó su entrada en Jerusalon, dice Rigord , los religiosos
de Argenteuil habian visto descenderse la luna del cielo á la tierra, y luego remontar al oiclo. En muchas igle
sias, el crucifijo y las imágenes do los santos habian derramado lágrimasde sangre en presencia de todos los
fieles. Un caballero cristiano habia visto en sueños á una águila llevando en sus uñas siete venablos vo
lando sobro un ejército, y profiriendo estas palabras (2): Desgraciada Jerusalen...\
Acusábase cada uno de haber escitado la venganza del cielo con sus faltas, y todos los fieles procura
ban desagraviar por medio de penitencia á un Dios que creian irritado. El Señor, decian ellos, ha hecho á
todos participes del azote de sh cólera, y su ira se ha saciado de la sangre de sus servidores. Que nuestra
vida toda entera se consagre al dolor, puesto que hemos oido una lastimera voz sobre la montaña de
Sion, y que los hijos do Dios han sido dispersados. Los oradores sagrados se dirigian al mismo Dios por me
dio de invocaciones y do súplicas : «Oh Dios poderoso , esclamaban , tu mano está armada rara el triunfo de
tu justicia. Nosotros venimos con los ojos arrasados en lágrimas á implorar tu bondad, á fin de que te acuer
des de tu pueblo, y que tus misericordias sobrepujen á nuestras miserias; no entregues de ningun modo tu
herencia al oprobio, y que los ángeles de la paz obtengan para Jerusalon los frutos de la penitencia. »
Al deplorar la pérdida del Sepulcro de Jesucristo, recordáronse los proceptos del Evangelio y los hombres
mejoraron sus costumbres. Desterróse el lujo do las ciudades, olvidáronse las injurias y se hacian muchas
limosnas. Los cristianos dormian sobre la ceniza , y se cubrian do cilicios, espiando por medio del ayuno y
delas mortificaciones ['ó), su vida desarreglada. El clero dió el ejemplo ; las costumbresdel claustro fueron
reformadas: los cardenales imitaron la pobreza de los apóstoles, y prometieron dirigirse á la Tierra Santa
pidiendo limosna.
(i t88) Estas piadosas reformas no duraron mucho tiempo, pero preparáronse los espiritus para una
nueva cruzada, levantándose toda la Europa á la voz de Gregorio VIH, que exhortó á los fieles á to
mar la cruz y las armas. Habla el pontifice, en su bula, de la temible severidad de los juicios de Dios,
y deplora las desgracias de Jerusalen, que no es mas que un desierto en el que los cuerpos de los san
tos han servido de pasto á las bestias do la tierra y á las aves del cielo; refiere las victorias de
Saladino, el que ha sido secundado por las discordias de los habitantes de la Tierra Santa y por la
l>erverstdad de los hombres. En medio do tan gran desastre nadie podia contenor sus lágrimas, na
die pedia resistir no solamente á la compasion, que la religion nos recomienda para toda clase de
infortunios, si que tambien al sentimiento que la Providencia ha colocado en el corazon de todos los
hombres. La lengua no podria esplicar ni la imaginacion comprender la afliccion de que estaba po
seido el soberano pontifice, y tambien el pueblo cristiano al saber que la tierra de promision sufria
de la misma manera que bajo la dominacion do sus antigues tiranos.» Nosotros, sobre todo, decia Gre
gorio, que tenemos que lamentar las iniquidades por las cuales la cólera de Dios so ha encendido
nosotros que tememos que otros males caigan sobro Judea en medio do las disensiones de los
reyes y de los principes cristianos, de las ciudades y los pueblos, debemos llorar con el profeta y
repetir con él : La verdad, la ciencia de Dios, no existen mas sobre la tierra: yo no veo reinar en
su lugar mas que la mentira, el homicidio, el adulterio y la sed de sangre. Pensad, queridos

(1) Estohocbo, el cual no refieren nuestros autores occidentales, se encuentra detallado por los autores Boha-Eddjn clbn-Alatir.
( Biblioteca de las tratadas ).
(%) Estos prodigios recuerdan 6 los que cuenta el historiador Josefo, en la relacion del sitio Je Jerusalon por Tito, Cambien una voa
se habia hecho oir en el templo, anunciando estas mismas palabras: Desgraciada Jerusalen.
(3) Vease el resumen do Benito Petciboruugh la carta que l'edi o de Blois escribió sobre este asunto al rey de Inglaterra Enri
que U. BMivteca delas cruzadas I. II.1.
LIBRO SEPTIMO.— 1 187-1188. 245
hermanos, en el fin porque habeis venido á este inundo, y del modo que debeis salir de él; pensad
que vosotros pasaréis como pasan todas las cosas; vosotros no podeis llamar bienes lo que disfrutais
de este soplo que llaman vida. Esto me pertenece á mi; vosotros no os habeis hecho á vosotros mis
mos, y la facultad de crear el menudisimo arador, es superior á todas las potestades de la tierra.
Dad pues osos tesoros que pueden escaparse do vuestras manos, esta vida que no es mas que un
punto en la eternidad, para socorrer á vuestros hermanos, para aseguraros la salvacion eterna. S¡
los infieles han desafiado los peligros de la guerra, si han sacrificado su tranquilidad y las delicias
do sus dias para atacar la herencia do Cristo, ¿vacilareis en hacer los mismos sacrificios para salvar
la fé cristiana? La cólera celesto ha permitido que los impios tengan un momento de triunfo: pero
su misericordia puedo cambiar sus dias do gloria en dias de humillacion. Dirigios pues á la mi
sericordia divina, nosotros no tenemos mas derecho para pedir cuenta á Dios do sus juicios, pero no
debemos dejar de croer que on su bondad quiera nuestra salvacion, y que el que se sacrifica por
sus hermanos, apenas haya llegado á la vejez, será tratado como el que ha pasado una larga vida
al servicio de Dios.»
Terminaba la bula de Gregorio VIII con el reglamento para la cruzada. El papa prometió á los
piadosos peregrinos el entero perdon de sus faltas; el santo viajo debia completar la espiacion de to
das las culpas. Se colocaron los bienes de los cruzados y de sus familias bajo la especial proteccion
de los arzobispos y obispos. No debia hacerse investigacion alguna sobre la validez de los derechos do
posesion de un cruzado, sobre cualquiera cosa hasta que se supiera de fijo su regreso ó su muerto.
Los peregrinos estaban dispensados do pagar intereses á un acreedor, durante los dias pasados bajo
de las banderas de la cruz. Prohibióseles vestir con lujo y llevar consigo perros y pájaros. Despues
de estas disposiciones, venia el mandamiento de un ayuno general para apaciguar la cólera de Dios,
y obtoner el rescate do Jerusalen. El ayuno de cuaresma debia ser observado todos los viernes du
rante cinco años. La bula, los reglamentos y la ordenanza estaban fechados en Ferrara.
El soberano pontifice tenia el firme propósito de restablecer la paz entre los pueblos cristianos. Con
esta idea, trasladóse á Pisa, para terminar las agitadas cuestiones que se habian suscitado entre los
pisanos y genoveses; Gregorio falleció antes de acabar la obra que habia empezado, confiando la
direccion de la cruzada á su sucesor Clemente 1il, el que desde su advenimiento al trono pontifical
ordenó rogativas por la paz de occidente y el rescate de la tierra de los peregrinos.
Guillermo, arzobispo do Tiro (1), habia salido de oriente para venir á Europa á solicitar los so
corros de los principes cristianos; habiéndole encargado el papa la predicacion de la guerra santa.
Guillermo reunia mayor instruccion y era mucho mas elocuente que Heraclio que le habia precedido
en esta mision, siendo sobre todo mas digno por sus virtudes, de ser el intérprete de los cristianos
y de hablar en nombre do Jesucristo. Despues de haber inflamado el celo de los pueblos de Italia,
dirigióse á Francia y formó parto do una asamblea convocada cerca do Gisors por Enrique 11, rey
de Inglaterra, y el rey de Francia Felipe Augusto. Al llegar Guillermo de Tiro, estos dos reyes que
se hacian la guerra por el Vexino, habian depuesto las armas; los mas valientes guerreros de la
Francia y de Inglaterra, reunidos por los peligros que amenazaban á sus hermanos de oriente, se habian reu
nido en la asamblea, que debia ocuparse del rescate de los santos lugares. Guillermo fué recibido en
ella con entusiasmo, y leyó en alta voz delante do los principes y de los] caballeros, una relacion
de los desastres de Jerusalen. Despues de esta lectura, que arrancó lágrimas á todos los asistentes, el
piadoso enviado exhortó á los fieles á tomar la cruz. «En la montaña do Sion, les dice, resuenan

(1) Marín, en su historia deSaladino, y muchos otros autores han pretendido que el Guillermo que vino a Europa para predi
car la cruzada, no fue el que escribio la historia del reino de Jerusalen. Esta aversion no tiene otro fundamento que el de un paraje
bastante oscuro del continuador de esta historia. Vease loque hemos dicho del resumen de Guillermo deTiro (Biblioteca de las cru-
zadris. t. I.)
El continuador de Baronio diserta sobro la epoca en que murio Guillermo y no halla datos seguros de donde poder partir, sin
embargo, su comentador Mansi, cree que esto acontecimiento tuvo lugar ontesdel año de 1193, o o principios de este año. Joccio
que se hallaba en el sitio de Tiro, en calidad del canciller real, suscribio una carta de Enrique de Troyes, condo palatino, en fa
vor de la hospitalidad de San Juan do Jerusalen. El autor del Oriem Chrisliamis no lia disipado estas dudas : pero parece que se iu-
cliua a creer que Guillermo murio eu 1191.
216 U1ST0R1A DE LAS CRUZADAS.
aun cstas palabras do Ezcquiel: ¡Oh hijos de los hombres, acordaos de esto dia en que el rey de Babilo
nia ha triunfado de Jerusalen! Han acontecido en un solo dia, en la ciudad de Salomon y de David,
todas las dosgracias que los profetas habian anunciado. Esta ciudad, haco poco tiempo llena de pue
blos cristianos, ha quedado sola, ó mejor, habitada tan solo por un pueblo sacrilego. La soberana do
las naciones, la capital de tantas provincias, ha pagado el tributo impuesto á los esclavos. Sus puertas
han sido hechas trozos, y sus guardianes espuestos con los viles rebaños en los mercados de las ciudades in
fieles. Los estados cristianos del oriente, que hacian florecer la religion de la cruz en Asia y debian defen
der el occidente de la invasion de los sarracenos, estaban reducidos á la ciudad de Tiro, á las de Antioquia
y Tripoli. Nosotros hemos visto, segun la espresion de Isaias, al Señor estendiendo su mano y sus llagas, desde
el Eufrates hasta el torrente del Egipto. Los habitantos de cuarenta ciudades han sido echados de sus casas,
despojados de sus bienes, y andan errantes, con sus desconsoladas familias, por los pueblos del Asia, sin en
contrar una piedra para descansar sus cabezas .»
Despues de haber trazado las desgracias de los cristianos de Oriente, Guillermo no pudo menos do ha
cer cargos á los guerreros que le escuchaban, por no haber socorrido á sus hermanos y por haberse dejado
arrebatar la herencia do Jesucristo. El estrañaba que pudiese abrigarse otro pensamiento , que se quisieso
apetecer otra gloria, que la de libertar los santos lugares , y dirigiéndose á los principes y á los caballeros
les dijo : «Para llegar hasta vosotros, he atravesado los campos de batalla llenos de despojos y de sangre, y
a la puerta misma de esta asamblea he visto desplegarse el aparato de guerra. ¿ Que sangre vais á derra
mar ? ¿Qué haceis de estas espadas con que vais armados? Vosotrosos batis aqui, por la orilla de un rio,
por los limites de una provincia , y por adquirir una fama pasagera, mientras que los infieles huellan las
riberas del Siloe, invaden el reino de Dios, y la cruz de Jesucristo es arrastrada ignominiosamente por las
calles de Bagad. Vosotros derramais raudales de sangre por sutiles cuestiones de tratados, mientras que
se ultraja al Evangelio, este solemne tratado entre Dios y los hombres. Habeis olvidado lo que han he
cho nuestros padres ? Estos han fundado un reino cristiano en medio de naciones musulmanas. Una mul
titud de héroes, y de principes nacidos en vuestra patria, han venido á defenderlo y á gobernarlo, si voso
tros habeis dejado perecer su obra , venid al menos á rescatar sus tumbas qne están en poder de los
sarracenos. Vuestra Europa no produce ya guerreros como Godofredo, Tancredo y sus compañeros ? Los
profetas y los santos sepultados en Jerusalen, las iglesias convertidas en mezquitas, y hasta las mismas pie-,
dras de los sepulcros, os llaman para vengar la gloria del Señor y la muerte de vuestros hermanos. Y será
posible que la sangre de Naboth y de Abel , que llegó hasta el cielo , haya encontrado un vengador, y la
6angre de Jesucristo no encuentre quien la vengue de sus enemigos y de sus verdugos.
« El Oriente ha visto la cobardia de algunos cristianos que la avaricia y el temor habian aliado con Saladi-
no ; sin duda no encontrarán imitadores entre vosotros : pero acordaos que Jesucristo ha dicho: El que no
está comigo está conntra mi. Si vosotros no servis á la causa de Cristo, qué causa resolveis á defender ? Si el
rey del cielo y de la tierra no os encuentra bajo de sus banderas, bajo cuales militareis? Porque pues los ene
migos de Dios, no son los enemigos de todos los cristianos? Cual será la alegria de los sarracenos en medio de
sus impios triunfos, cuando sepan que los fieles á Jesucristo, y los principes y los reyes de Europa han sabido
con indiferencia los desastres y el cautiverio de Jerusalen?»
Todos estos cargos hechos en nombre de la religion , conmovieron vivamente el corazon de los princi
pes y de los caballeros. Segun el cronista Benito de Peterburouph, Guillermo de Tiro, predicó de una manera
tan admirable, que determiná á todos á tomar la cruz, y los que eran enemigos, se hicieron amigos. Enrique II y
Felipe Angusto, so abrazaron, derramando lágrimas, presentándose los primeros á recibir la cruz. Ricardo
hijo do Enrique y duque de Guiena ; Felipe conde de Flandes; Hugo, duque de Borgoña ; Enrique conde de
Champaña, Teobaldo, conde de Blois ; los condes de Perche, deSoisons , de Nevcrs , do Bar y de Vendoma
los dos hermanos Joselin y Mateo do Montmorenci, un gran número de barones y caballeros, y muchos obis
pos y arzobispos de Francia y de Inglaterra, hicieron el juramento de libertar á la tierra santa. La
asamblea entera repitió estas palabras : la cruz, la cruz. Y este grito de guerra resonó en todas la
provincias.
El lu"ar en el cual se reunieron los fieles fué llamado el Campo sagrado. Se hizo construir en el mismo
punto una iglesia para conservar el recuerdo del piadoso sacrificio de los caballeros cristianos. Tronto la
LIBRO SEPTIMO.— 1 187-1188. 217
los países vecinos estuvieron animados del entusiasmo que la elocuencia de Guillermo de
o nacer en la asamblea de los barones y los príncipes . La Iglesia ordenó rogativas para

Rognrio dollovedoii. Iliblioteca de las Cruzadas, t n.j


- i.
LIBRO SEPTIMO.-l 187-1188. 247
Francia y todos los paises vecinos estuvieron animados del entusiasmo que la elocuencia de Guillermo do
Tiro habia hecho nacer en la asamblea de los barones y los principes . La Iglesia ordenó rogativas para
el buen éxito de la cruzada. Cada dia do la semana se recitaban en el divino oficio los salmos que recor
daban la gloria y las desgracias de Jerusalen ; al final de los oficios, los asistentes repetian en coro estas pa-
labras : « ¡Oh Dios todopoderoso, que tienes en tu mano la suerte de los imperios, dignate dar una ojeada
de misericordia á las armas cristianas, á fin de que las infieles naciones que descapsan en su orgullo y en
su vana gloria, sean abatidas por la fuerza de tu brazo (4j. Al dirigir los cristianos ostas súplicas al cielo,
sintieron reanimarse su valor y juraron tomar las armas contra los musulmanes.
Como habia falta de dinero para ocurrir a los gastos de la santa empresa, resolvióse en el consejo de los
principes y de los apóstoles, que todos los que no tomarian la cruz pagarian la dócima parte de sus rentas
ó del valor de su riqueza mueble. El terror que habian inspirado las armas de Saladino, hizo que se diese
á este impuesto el nombre de diezmo saladino (2). So fulminaron escomuniones contra aquellos que rehu
sasen pagar una deuda tan sagrada. En vano el clero, cuya defensa hizo Pedro de Blois, alegó la libertad
y la independencia de la Iglesia, pretendiendo no ayudará los cruzados mas que con sus súplicas, pues se con
testó á los eclesiásticos que ellos debian dar el ejemplo, que el clero era la Iglesia, y que los bienes do la
Iglesia pertenecian á Jesucristo. La órden de los cartujos y algunas otras y los hospitales de leprosos fueron
ton solo esceptuados de un tributo impuesto por una causa queso creia era la de todos los cristianos.
La historia ha conservado los estatutos segun los cuales los obispos y los principes habian regulalo el
impuesto del diezmo saladino. Se recaudaba en cada parroquia, en presencia de un cura, de un arcipreste(
de un templario, do un hospitalario, de un hombro del rey, do un hombre y de un capellan del baron, y
de un capellan del obispo. Cuando todas estas personas reunidas juzgaban que alguno daba menos de lo que
debia, so elegian de entre los parroquianos cuatro ó seis hombres buenos que tasaban y obligaban á pa
gar lo que era de justicia. Sin embargo los productos de este diezmo no eran suficientes para atender á los
gastos de la espedicion : Felipe se ocupaba con empeño de los medios de proveer á todos los gastos de su
peregrinacion, cuando el hermano Bernardo, solitario do Vincennes, se presentó ante el monarca y le dijo
con tono profético : Que Israel sea confundido. Despues de haber oido estas palabras que se miraron como
una advertencia del cielo, el rey de Francia hizo prender á los judios en sus sinagogas, obligándoles á pagar
cinco mil marcos de plata do su tesoro.
El diezmo fué recaudado en Inglaterra como en Francia por comisarios (3) ;.pero no todos los que se en
contraron revestidos de una mision que llamaban santa, dieron el ejemplo de desinterés apostólico; las
crónicas contemporáneas nos hablan de la vergonzosa conducta de un templario (4) que fué sorprendido,
hurtando los tributos y escondiéndolos en los grandes pliegues do su hábito. No se desdeñó Enrique II de
presidir personalmente la recaudacion de un impuesto establecido en alguna manera á la sombra de las opi
niones dominantes, y que sus vasallos miraban como una deuda para con Dios. Mandó comparecer á su
presencia á los habitantes mas ricos de las primeras ciudades de su reino, y despues de la estimacion de los
arbitrios (5) exigió de ellos el diezmo de sus rentas y de su riqueza mueble : todos cuantos rehusaban pagar
la cueta que se les habia señalado, eran puestos en prision, y no recobraban su libertad hasta despues de
haber pagado sus deudas. Estas violencias ejercidas en nombre de Jesucristo, produjeron mucho descontento,
y debe creerse que los ciudadanos de Londres, de Lancastre y de York, á quienes el rey pidió tambien el
diezmo saladino, no fueron los que demostraron mas entusiasmo por la guerra santa.
En las dos primeras cruzadas, la mayor parto de los aldeanos habian tomado la cruz para sustraerse á
la servidumbre. Esto debia indudablemente originar algunos desórdenes; las campiñas podian quedar de
siertas y las tierras sin cultivarse. Se trató de poner un dique al celo demasiado activo de los trabajadores
ó jornaleros : todos los que se alistaban á la guerra santa, sin el permiso do sus señores, fueron condenados
á pagar el diezmo saladino, lo mismo que losque no tomaban la cruz.

(1) Baron ¡o.


[i) El decreto sobre le diezmo saladino, conservado por Rigord, esta traducido en la Biblioteca de las Cruzadas.
(3; Lo mismo sucedio en todos los estados del Alemqnia y de Polonia.
(4) Benito do Petcrborough. (Biblioteca de las Cruzadas, I. II )
(5I Rogorio delloveden. Biblioteca de las Cruzadas, t II.)
2i8 HISTORIA DB LAS CRUZADAS.
Sin embargo, la paz que acababa do celebrarse entre los reyes do Francia y do Inglaterra, no tardó en
verso turbada. Habiendo tenido una disputa Ricardo do Guiena con el conde de Tolosa, Enrique tomó las
armas para socorrer a su hijo. Felipe- vuela é la defensa de su vasallo ; sublevóse la Normandia, Berri v
Auvernia. Los dos monarcas, estrechados por las súplicas do los señores y de los obispos, se reunieron un
momento en el campo sagrado en donde habian depuesto las armas, pero no pudieron ponerse de acuerdo
acerca do las condiciones de la paz ; y el olmo debajo el que se celebraban las conferencias fué derribado
por órden de Felipe (1). Se reanudaron muces veces las negociaciones, sin poder contener los furores do la
guerra : el rey de Francia pedia que Ricardo fuese coronado rey do Inglaterra, viviendo su padre, y que
casaso al momento con Alisa, princesa francesa, á la que Enrique retenia en prision. El rey de Inglaterra,
celoso de su autoridad, no pudo resolverse á aceptar estas condiciones y no quiso ceder su corona , ni la
hermana do Felipe de la que estaba enamorado (2). Irritado Ricardo se afilió al partido do Felipe Augusto y
declaróse contra su padre : en todos los puntos se corria á las armas, y los productos del diezmo saladino se
emplearon en sostener una guerra sacrilega que ofendió á la vez á la moral y á la naturaleza.
Ciertamente que esta guerra no era de buen agüero para la que debia hacerso en Asia. El legado del papa
escomulgó á Ricardo, y amenazó á Felipe con poner á su reino en entredicho. Despreció Felipe las amena -
zas del legado, y lo respondio que no incumbia á la santa sede el mezclarse en las cuestiones de los prin
cipes; Ricardo , de un carácter mas violento, tiró de su espada, y poco se faltó que no hiriese al legado.
Cada dia la paz se hacia mas imposible. En balde los gritos de indignacion que so oian de todas partes,
manifestaban el descontento público; en b-»lde los grandes vasallos rehusaron tomar parte en una lucha,que
no interesaba ni á la religion ni a la patria. Enrique, que habia consentido en en tener una entrevista , re
chazaba siempre con orgullo las condiciones que so le proponian. El resistió por mucho tiempo á las súpli
cas do sus vasallos, y á los consejos do los obispos ; el temor que le inspiraba el rayo del cielo caido á su
lado durante la conferencia, pudo solo vencer su obstinacion. Aceptó finalmente las condiciones do Felipe;
pero no tardó en arrepentirse, y poco tiempo despues murió de dolor, maldiciendo á Ricardo que le habia
hecho una guerra abierta, y al mas jóven do sus hijos que habia conspirado contra él.
Ricardo se acusó con dolor de la muerto de su padro , ó impulsado por los sentimientos del arrepenti
miento, se acordó del juramento que habia hecho en el campo sagrado. Hecho rey de Inglaterra, solo se
ocupó en hacer los preparativos para la santa espedicion. Dirigióse á su reino, y convocó cerca do Nor-
thampton la asamblea de los barones y de los prelados, en la que Balduino arzobispo de Cantorbery predicó
la cruzada (3). El predicador de la guerra santa recorrió despues las provincias para escitar el zelo y la
emulacion de los fieles. Milagrosas aventuras (4) atestiguaron la santidad do su mision ó hicieron acudir ba
jo las banderas de la cruz á los salvajes habitantes del pais de Galles y de muchas comarcas en donde aun
no se habia hablado de las desgracias do Jerusalen. En todos los paises por donde pasó Balduino, el entusias
mo de la cruzada despobló las campiñas : cuenta una antigua crónica que el prelado dió la cruz áun gran
número do hombres que habian acudido casi en cueros , porque sus mujeres habian escondido sus vesti-

(I) He aqui toquese lee en un historiador de Francia con respecto a este arbol : Habia delante de Gisors un olmo cuyo tronco
era de un grosor Un grande y tan prodigioso que ocho hombres podian oponas abrazarlo. Sus ramas se estendiao lan lejos, que
habiendo el arte ayudado a la naturaleza, cubrian un espacio de muchas fanegas de tierra. Millares de personas se guarecian, deba
jo de este frondoso arbol, do los ardores del sol y la Incomodidad de la lluvia. El tiempo era entonces muy caloroso. Mientras que
se trataba de la paz, Felipe y los franceses se estaban al sol y sufrian mucho : el rey Enrique con gran número de ingleses, es
taban al fresco debajo del olmo. Los ingleses se burtaban dolos franceses, riendo a carcajada tendido, al vertos tostados por los
ardores del sol. Los tres dias de tregua habian espirado sin que nado se hubiese concluido, 6 indignados los franceses do los insul
tos que les habian prodigado los ingleses, cayeron sobre estos obligándoles a emprender la fuga hacia la ciudad. Grande fueel tro
pel al llegar a la puerta, muchos fueron ahogados, otros queriendo salvarse por el lado de la ribera fueron muertos por los france
ses, que los perseguian de cerca, o se ahogaron al pasar el rio para trastadarse a la otra orilla. Entonces los franceses por ven
garse de la burta de los ingleses cortaron el árbol por las raices, lo que desagrado en estremo al rey Enrique. (Montfaucon, Monar
quia francesa t. III.)
(?) Segun dicen los historiadores la tenian estrechamenleguardada.
(3) El monje Gervasio de Cantorbery ha dado los capitulares que fueron decretados en esta asamblea. (Biblioteca de las Cruza
das, t. n.)
(4) Nos queda una relacion en latin del viaje del arzobispo Balduino al pais de Gallos intitulada: Il.merarium Cambr'ue, redactado
por Barry, que acompañaba al predicador de la cruzada.Este viaje es curioso por los prodigios y lossingularesnulagros que serefi' -
ren y que se contaban entonces entre el pueblo, .Véase el resumen del Itinerario del pais de Gatlles BMiokca de las Cruzadas. I II
LIBRO SEPTIMO. - 11 87-H 88. 240
Jos. En todas partes la multitud abandonaba los trabajos del campo y do las ciudades para oir al arzobispo
de Cantorbcry. So recogia, con respeto, la tierra sobre la que estaba mareada la huella de sus pasos, y con el
polvo que sus pies habian tocado, curaban las enfermedades. Cada una de sus palabras convertia á los pe
cadores, consolaba á los desgraciados y daba soldados á Jesucristo. Este religioso y guerrero ardor que difun
dia en medio de su auditorio, se comunicaba de ciudad en ciudad, de provincia en provincia, y penetró hasta
las islas que confinan con la Iglaterra.
El entusiasmo de los ingleses por la cruzada se manifestó desde luego por medio de una violenta perse
cucion contra los judios, que fueron degollados en las ciudades de Londres y de York. Un gramnimero do
estos desgraciados no pudieron escapar de las garras de sus matadores, sino dándose ellos mismos la muerte.
Estas horribles escenas se renovaban en cada cruzada. Como habia necesidad de dinero paRrncudir á los gas
tos de la santa espedicion , vióse que los judios eran los depositarios de todas las riquezas ; y la "vista
de los tesoros acumulados en sus manos, conducia al pueblo á recordar que ellos habian crucificado á su
Dios.
No se esforzó tampoco Ricardo en contener á la descarriada multitud, y aprovechóse de la persecucion do
los judios, para aumentar sus tesoros ; pero ni los despojos de los israelitas, ni los productos del diezmo
saladino, exigido siempre con un cruel rigor, no bastaban al rey de Inglaterra. Ricardo enajenó los domi
nios de la corona, y puso en almoneda pública todas las grandes dignidades del reino: y habria vendido,
dice él, la ciudad de Londres, si hubiese encontrado comprador. Dirigióse en seguida á Normandia, en cuyo
punto los barones le permitieron esplotar esta rica provincia, dándole todos los medios de sostener una guer
ra en la cual los pueblos tomaban un gran interés (1).
Muchos guerreros habian tomado la cruz en los reinos de Francia y de Inglaterra, y los preparativos
de la cruzada se acabaron en medio de la general fermentacion. Sin embargo muchos barones v muchos
señores, no anunciaban todavia la época en que debian partir, retardando bajo diferentes pretestos la pe
regrinacion áque se habian comprometido con juramento. El célebre Pedro de Bloy les dirigió una pa
tética exhortacion en la que les comparaba á los segadores que esperaban para empezar sus trabajos, que
hubiese acabado la cosecha. El orador de la guerra santa les decia que los hombres valientes y de cora
zon encontraban en todas partes su patria, y que los verdaderos peregrinos debian parecerse á las aves
del cielo. Presentaba, á su ambicion el ejemplo de Abraham, que abandonó su patria para levantarse en
medio de las naciones, y atravesó el Jordan, regresando despues seguido de muchos guerreros. Esto
discurso reanimó el entusiasmo de la cruzada, que empezaba á enfriarse. Los monarcas de Francia y do
Inglaterra tuvieron una entrevista en Nonancourt, y convinieron en dirigirse por mar á la Palestina.
Publicaron al mismo tiempo varios reglamentos para asegurar el órden y la disciplina en los ejércitos
que debian conducir al Asia. Las leyes de la religion y las penas que ella establece, no les parecieron su
ficientes en esta circunstancia. La justicia de estos siglos bárbaros fué la que estuvo en práctica i ara re
primir las pasiones y los vicios de los cruzados (2) : el que diese una bofetada á otro, debia ser sumer
gido tres veces dentro del mar; se cortaba el puño al que hiriese con la espada : el que injuriaba, paga
ba al ofendido, tantas onzas de plata, cuantos eran los insultos que habia proferido: cuando un hombre
estaba convicto de robo, se derramaba pez hirviendo sobre su rapada cabeza que se cubria de plumas,
abandonando al culpable sobre la orilla ; el asesino, atado al cadáver de la victima, debia ser arrojado al
mar, ó enterrado vivo.
Como la presencia de las mujeres, en la primera cruzada, habia ocasionado muchos desórdenes, se las
prohibió el poder hacer el viaje á la Tierra Santa (3). El juego de los dados y los de azar fueron tambien
severamente prohibidos : reprimióse por una ley el lujo en la mesa y en los vestidos. La asamblea do

(l) Rogerio de Ilovc.len ha dado noticias circunstanciadas acerca de las rigorosas mcdMas empleadas por el rey Enrique ti y
su hijo Ricardo, para la recaudacion del diezmo. Cuenta el mismo historiador maravillosos hechos acerca de la empresa de la cru
zada. (Biblioteca de las Cruzadas, t. II.)
(i) Benito de Pelerboroug. (Biblioteca de las Cruzadas, t. II.1
(3) Hizosc una escepcion en favor de las mujeres encargadas de lavar la ropa blanca. Con lodo la prohibicion no se llevo a efeet i
con rigidez, porque velase a muchas mujeres en el sitio de Tolemaida. Puede consultarse sobre el particular a hmmad-Edin \ ti
Mogin-Edin. (Biblioteca de las Cruzadas, t. IV.)
(31 y 33 j .T2
£50 111ST01UA DE LAS CRUZADAS.
Nünuncourl hizo muchos otros reglamentos, y nada omitió para imbuir á los soldados de Jesucristo la sen
cillez yol espiritu de las virtudes evangélicas.
Siempre que los principes, los señores y los caballeros partian para la guerra santa, hacian su testa-
merito como si no hubiesen de volver mas á Europa. Al regresar á su capital, Felipe espresó su última
voluntad (t) dejándolo todo arreglado durante el tiempo de su ausencia , confiando la administracion de
su reino á la reina Adela su madre, y á su tio el cardenal de Champaña. Despues de haber llenado los
deberes de un rey, abandonó el cetro para tomar en San Dionisio el zurron y el baston de peregrino, di
rigiéndose luego á Vezelay, en donde debia tener una nueva entrevista con Ricardo. Allí los dos reyes
se.juraron un eterno cariño, y los dos invocaban los rayos de la Iglesia sobre la cabeza del que faltase
á sus juramentos. Despidiéronse ambos con el mayor cariño; Ricardo fué á embarcarse en Marsella y
Felipe en Génova. Observa un historiador inglés que fueron estos -los dos únicos reyes de Inglaterra y
de Francia, que combatieron juntos poruua misma causa; pero esta armonia, efecto de circunstancias,
extraordinarias, no debia durar mucho tiempo entro dos principes que tenian tantos motivos de rivali
dad. Los dos, jóvenes y valientes, Felipe mas gran rey, Ricardo mas gran capitan, tenian la misma am
bicion y la misma pasion por la gloria. El vivo deseo de adquirir nombradla, mas bien que la piedad,
les arrastraba á la Tierra Santa ; el uno y el otro, llenos de fiereza, y prontos á vengar una injuria, no
conocian en sus diferencias otro juez que su espada ; la religion no tenia bastante ascendiente sobre su
espiritu para aplacar su orgullo, y cada uno de ellos hubiera creido humillarse si hubiese pedido ó
recibido la paz. Para saber hasta qué punto podian abrigarse esperanzas acercado la union de estos
principes, bastara decir que Felipe, al subir al trono , se mostró el mas encarnizado enemigo de la
Inglaterra, y que Ricardo era el hijo de a quella Leonor de Guiena, primera mujer de Luis VII,, que
despues de la segunda cruzada habia abandonado á su marido, amenazando á la Francia.
Despues de la conferencia de Gisors, el arzobispo de Tiro se habia dirigido á Alemania para solicitar de
Federico Barbaroja quetomara la cruz. Este principe habia demostrado su valor en cuarenta batallas; un afor-
tunado y largo reinado habia ilustrado su nombre; pero su siglo no conocia mas gloria verdadera que la que
iba á adquirirse al Asia, y quiso merecer los elogios de sus piadosos contemporáneos y tomó las armas
para el rescate de la Tierra Santa: siendo arrastrado indudablemente a tomar esta resolucion, ya por los es
crúpulos que le habian dejado sus desavenencias con el papa, ya tambien por el deseo de consolidar su
reconciliacion con la santa sede.
La Alemania demostró menos entusiasmo que otros paises, ya fuese por el conocimiento que tenia de los
(iesastres de Jcrusalen, ya porque los ánimos estuviesen aun preocupados con las discordias que habian tenido
i ngar entre el emperador y el soberano pontifice. Comparecieron luego los legados de Roma en una asam
blea que tuvo lugar en Estrasburgo, en donde Federico trató de los negocios del imperio. Su presencia y su
discurso no despertaron el ardor hácia la guerra santa, y nadie hubiese tomado la cruz si el obispo do
¡".strasburgo no hubiese tomado la palabra para manifestar la necesidad de libertar á la tierra de Jesucristo .
El prelado hizo cargos á su auditorio, de una culpable indiferencia-por la causa del Hijo de Dios. «¿Quién de
vosotros, decia él ásus oyentes, viendo atacado á su legitimo soberano ultrajado, y echado de sus estados
permanecería inmóvil espectador? Vosotros no solamente sois los vasallos y los servidores de Jesucristo, sino
(¡ue sois sus hijos, su sangre y su carne, y os estais frios y tranquilos. » La elocuencia del obispo de Estrasbur
go, que un cronista contemporáneo compara álade Tulio, acabó por conmover los corazones; la mayor
parte de los que le escuchaban tomaron la cruz, y el entusiasmo de la guerra santa empezó á difundirse por
las riberas del Rhin. Poco tiempo despues, el emperador Federico convocó en Maguncia un congreso al que
fueron llamados todos los principes, los señores, los prelados y los principales del pueblo de la Germania:
(lióse á esta asamblea el nombre de consejo ó dieta de Cristo (2). En esta reunion Godofredo, obispo de Martz»
burgo pronunció un discurso que inflamó al auditorio. El emperador tenia intencion de cruzarse, pero que-

(-1) La historia lia conservado el testamento de Felipe. Véase el resúmen de Rigord. (Biblioteca de las cruzadas, t. I.)
[2) Caria Chriati, anales de Godofredo, religioso de San Pant ileon en Colonia. (Biblioteca de las cruzadas, t. III )
LIBRO SEPTIMO.— mS-* 189. 2">f
ria aguardar al año siguiente; levantóse la sesion para comprometerle á tomar la cruz al instante, lo que
realmente hizo, y su ejemplo fué imitado por todos los que estaban presentes.
Las exhortaciones de la corte de Roma resonaban en todas las iglesias de la Germania; los enviados del pa
pa, los predicadores de la guerra sagrada y los diputados de la Tierra Santa, iban por todas partes deplo
rando la suerte de los cristianos do oriente, y los sangrientos ultrajes hechos á la cruz del Salvador. En otro
tiempo, decian ellos, al ruido de los golpes del martillo, que clavaba al Redentor del mundo en la cruz, la
tierra tembló, el astro del dia se oscureció, las piedras se partieron, y los sepulcros se abrieron ; y ahora
¿cuál será el corazon que no se conmoverá, al saber que el leño sagrado de la redencion está hollado por las
plantas do los impios? Los oradores sagrados invocaban á la celeste Jerusalen, y presentaban la cruzada
como un medio eficaz para aumentar el nombre de los elegides de Dios. «Dichosos, decian ellos, los que
parten para el santo viaje, y mas dichosos todavia los que no regresarán mas.» Entre los prodigios que
anunciaban la voluntad del cielo, se citó la milagrosa vision de una virgen de Lousentcin : esta habia sabido la
pérdida de Jerusalen, el mismo dia en que los musulmanes habian entrado en la sania ciudad; y se
alegraba do este lamentable acontecimiento, diciendo que iba á ser. un motivo de salvacion paralos guerre
ros de occidente.
Federico, que habia seguido á su tio Conrado en la segunda cruzada, habia conocido los desórdenes de estas
lejanas espediciones , y puso todo su cuidado en prevenirlas. En la dieta de Maguncia en la que vistió el ha
bito de peregrino, y en muchas otras juntas que tuvieron lugar para ocuparse de los preparativos de la
guerra, el emperador hizo redactar varios reglamentos. Se tomaron las debidas prevenciones, á fin de que
el numeroso ejército que iba á combatir bajo de un cielo estranjero, y á atravesar paises desconocidos, no
pereciese por la indisciplina, ni por las miserias que debia encontrar en el camino. Declaróse por medio do
un edicto imperial que un hombre á pié poco á propósito para el ejercicio de las armas y no teniendo bas
tante dinero para sostener los gastos de dos años, no podria alistarse bajo las banderas de la cruz : de esto
modo se evitaba el ingreso de los aventureros y vagamundos, que tanto, mal habian causado en las prece
dentes guerras. Como habja mas gente de la que realmente se necesitaba, se permitió á los peregrinos re
dimir su voto; procurándose asi el dinero que tanta falta les hacia. Es digno de observarse, que esta re
dencion no se permitió en la pri mera ni en la segunda cruzada. Las crónicas alemanas no hablan del diezmo
saladino; el derecho de redimir el diezmo fué uno de los medios que se arbitraron para subvenir á los gastos
de la guerra santa.
Reuniéronse el emperador y los principes cruzados el año siguiente enNuremberg para ocuparse de los
últimos preparativos de la guerra. Se concluyó un tratado con el soberano de Bizancio, y concedióse el paso
por las tierras del imperio griego. Se convino que los peregrinos serian recibidos en las ciudades y alojados
en las casas de los griegos; debiendo proveerles de frutos, legumbres de los huertos, de leña para el fue
go, y de paja y heno para los caballos. Debia comprarse lo demás á un precio razonable, segun el estado dol
pais y las necesidades del tiempo. Los cruzados se comprometian á no coiuetor ningun esceso, ni ejercer vio
lencia alguna. Al duque de Suabia y á los Otros jefes de la cruzada so les concedió libre pasaje, y estos juraron
por su parto hacer respetar la paz y las leyes de la hospitalidad. Federico mandó á Isaac una nueva emba
jada para obtener una nueva prenda de amistad. Durante esto tiémpo, el emperador griego negoció con Sa
ladino, y se comprometió con su aliado musulman á hacer la guerra á los latinos.
Difirióso la marcha hasta el año siguiente, ó indicóse á Ratisbona como el punio de reunion general de todo
los cruzados teutones, al comenzar el mes de abril del año 1 189. Desdo las tiestas de Navidad hasta la cua
resma, viéronso llegar muchas tropas de peregrinos de caballeria ó infanteria. Federico emprendió la marcha
con su ejército, en la Pascua de Pentecostés, habiendo- dejado á su hijo Enrique á la cabeza del imperio. En
una última asamblea, que tuvo lugar en Presburgo , todos juraron observar la paz pública durante el tiem
po de la cruzada.
El emperador de Alemania, que habia enviado embajadores á todos los principes musulmanes ó cristia
nos, cuyos estados debia atravesar, mandó tambien una embajada á Saladino, con el que habia tenido
algunas relaciones do amistad. Enrique, conde de Holanda, partió el dia de la Ascension, encargado do
una mision cerca del sultandel Cairo y del do Damasco. Declaró Federico al principe musulman, que no
podia continuar siendo su a migo y que iba á levantarse contra él todo el imperio roinano, si no devolvia á Jo
252 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
rusalen y la cruz del Salvador que tenia en su poder. Saladjno contestó al manifiesto del emperador, y sa
respuesta fué una verdadera declaracion de guerra. Enviaronse tambicn varios dirutados cerca del sultan de
Iconium. Se acusaba á Kilig-Arslan, de convertir la seda de los filósofos ; y esta circunstancia hacia creer á
la Europa, que el sultan se habia convertido al cristianismo, y en una carta que hemos visto se lee que el
papa Alejandro III le habia dado consejos para dirigirle en su conversion. Kilig-Arslan acogió muy bien
á los embajadores de Federico, y envió una embajada á occidente. El sultan de Iconium, que tomaba el
titulo de soberano de los turcos armenios y sirios, prometió toda clase de socorros á Federico : sus diputados
iban acompañados do cincuenta ginetes musulmanes, lo que ofrecia un espectáculo enteramente nueve
ps pueblos de Europa.
El ejército de la cruz encontró pueblos hospitalarios y viveres en abundancia en los estados de Leopoldo
de Austria (1) y en la Hungria, en donde reinaba entonces el rey Dela. Bajaron pacilicamente las tropas por
el Danubio y la Drava. Bela recibió magnificamente á Federico y á los caballeros teutones en Gran ; la rei
na de Hungria, hermana de Felipe Augusto, regaló una rica tienda al emperador aleman. Grau, la antigua
Strigonium, situada cerca de la confluencia del Gran y del Danubio, se llama en lengua hungara Esztergom,y es
hoy dia la silla del arzobispo primado de Hungria. Esta ciudad tiene siete arrabales un castillo fuerte, y
cuenta nueve mil habitantes; es la patria del mártir Esteban que fué el primero que ocupó esta silla episco
pal (2). Los cruzados empezaron á esperimentar las privaciones de su peregrinacion al entrar en la Bulga
ria ; las servios, los búlgaros y los griegos incomodaban el ejército cristiano. La dificultad de los caminos
hizo que so dividiese en cuatro cuerpos el ejército aleman. Los bárbaros lanzaban saetas envenenadas á
os cruzados que se estraviaban : muchos peregrinos perdieron la vida, ó fueron heridos y despojados.
Federico tondió lazos á los enemigos como si hubiesen sido animales salvajes. «Todos cuantos caian en nues
tras manos, dice una relacion contemporánea, fueron colgados en los árboles que habia en el caminolo
mismo que si hubiesen sido perros inmundos ó lobos rapaces. » Para vengarso los búlgaros, desenterraban
los cadáveres de los cristianos que morian de enfermedad, y los colgaban en los árboles. Cuando los
cristianos llogaban á paises habitados, todo el mundo habia huido; se habian destruido los molinos y
retirado todos los viveres. En medio de esta guerra singular, los hijos del duque de Brandeis y de otros se
ñores de la Servia y do la Rusia vinieron á saludar al emperador en Nyssa, ofreciéndole harina, cebada,
carnoros y bueyes : cntre los varios regalos se notaban bueyes marinos ó focas, un jabali doméstico y tres
ciervos vivos, tambien domesticados, distribuyendo á cada uno de los principes y señores teutones, provisio
nes de vino y de ganado. Habian venido, dicen las crónicas, para proponer el socorro con sus armas á
Federico, si queria combatir á Isaac. En una guerra contra Bizancio los búlgaros acostumbrados á la rapiña
habian robado á los griegos ; pero como el emperador de Alemania persistia en su empresa de la guerra
santa, no tenian otro partido que tomar sino el de atacar y despojar á los peregrinos. Los robos continua
ron siempre, siendolos ataques vivos y crueles en los desfiladeros y en los valles profundosos; los húngaros
y los hohemios abrian un camino en los bosques con el hacha : finalmente se llegó á las puertas de San
Itasilio, último desfiladero de la Bulgaria. Aqui, los soldados griegos reunidos con los búlgaros se prepara
ban para disputar el paso á los peregrinos , pero á la vista de la caballeria alemana cubierta de hierro, to
maron la fuga. El ejército cristiano llegó al mes do setiembre bajo las murallas de Filipópolis.
Súpose entonces que los embajadores enviados á Constantinopla habian sido detenidos y arrojados en una
cárcel : desde este momento quedaron los tratados sin observancia y todo el paisfué entregado á sangre y
á fuego durante muchos meses. Al cabo de algunas semanas, los embajadores alemanes fueron puestos en
libertad, y regresaron al ejército; pero lo que contaron relativamente á la perfidia de los griegos, no hizo
sino inflamar mas y mas la animosidad de los peregrinos. So echaba encara á los griegos toda clase do
acciones, se les acusaba de haber envenenado el vino, por lo que prohibióse su uso pero los pere
grinos alemanes no teniendo en cuenta ni los rumores que corrian, ni la prohibicion decretada, y abando
nándose á la misericordia de Dios, dicen los cronistas, continuaron en beber el vino que encontraban. Es

(1) Leopoldo VI.


ti) Se lia construido actualmente en ( 1831 ) cu firan una inmensa y majestuosa iglesia 6 espensas de las remas del arzobis
pado.
LIBRO SEPTIMO.— M89-H9Ó. 2o3
posible que los jefes del ejército hubiesen ellos mismos esparcido estos rumores por salvar el vino de los grie
gos, ó mejor, ¡«ira introducir en el ejército cristiano hábitos de sobriedad y de disciplina. No teniendo los
teutones ningun miramiento que guardar con Isaac, tomaron á Andrinópolis, Demotica , toda la Macedonia y la
Tracia hasta las murallas de Bizancio. Estando Federico en Andrinópolis escribió á Enrique, su hijo, para
enterarle de las perfidias del emperador griego y para recomendar el ejército de la cruz á las oraciones y
plegarias de los fieles. «Aun cuando tenemos un buen ejército, decia el monarca, tenemos neeesidad de re
currir a la proteccion divina; porque un Rey no se salva solamente por la multitud de sus soldados, sino por
la gracia del rey eterno. El emperador comprometió á su hijo á que pidiera á Venecia, á Ancona y á Géno-
va buques grandes y pequeños para sitiar á Constantinopla por mar. Escribió al mismo tiempo al papa pa
ri que predicase una cruzada contra los griegos. Isaac el sanio y el muy poderoso emperador y el ángel de toda
la tierra se humilló ante sus enemigos victoriosos y sintió la necesidad de interponer el mar entre él y los
cruzados: les concedió boquea para pasar el Helesponto; habia pedido rehenes, y dió al mismo nuevecien-
tos. Los personajes mas notables del imperio juraron con él en la iglesia de Santa Sofia hacer observar todas
lis condiciones de los tratados.
Mientras que los alemanes se alegraban de haber obtenido mas de lo que deseaban y habian pedido,
la vanidad griega se congratulaba de haber cerrado el camino de Bizancio. Isaac escribia al mismo tiempo
a su aliado Saladino que los peregrinos de occidente estaban reducidos á la imposibilidad de hacer daño,
y que él habta cortado lasolas ásus victorias.
Saladino se quejaba de Isaac, que habia prometido detener a los cruzados en su marcha, é Isaac,
alabándose del mal que no habia hecho, les representaba á los latinos, tan abatidos por sus miserias y
por sus derrotas, que no podrian alcanzar las fronteras musulmanas. Si ellos llegan, decia Isaac á Saladino.
estarán bien imposibilitados de hacer el menor daño á vuestra Escelencia." Esto, referido por Boha-Eddin,
no permite dudar de la traicion de los griegos, y nos hace ver hasta qué grado de bajeza habian llega
do los dueños de Bizancio; veremos mas adelante, en esta misma historia, loque iba á ser el imperio
griego puesto en tales manos; veremos como este mismo Isaac, despojado de la púrpura por su herma
no Alejo, subió al trono con el ausilio de un ejército llegado de occidente, y como él y toda su raza desa
parecieron en medio de esta gran revolucion de los cruzados, que él no comprendia , y de la cual habia
pretendido burlarse.
Sin embargo, los rehenes griegos llegaron al ejército, al mismo tiempo que los que el sultan eie Iconium
enviaba á Federico, que habian sido cogidos en Constantinopla. Mil quinientos navios y veinte y seis ga
leras esperaban el ejército de la cruz en Galipoli para transportarlos á la costa del Asia. El paso de los
peregrinos se hizo hácia las fiestas de Pascua , al sonido de los clarines y trompetas, y en presencia de
una inmensa multitud reunida sobre las dos orillas. Federico partió de Lampsaco, siguio la ruta de
Alejandro y pasó el Granica en el mismo lugar en donde lo habia pasado el héroe de Macedonia: diri
gióse luego hácia Laodicea atravesandolas ciudades de Pérgamo, de Sardos y de Filadellia. Nosotros po
demos describir aqui en pocas palabras el itinerario del emperador aleman.^ Yendo de Sardos á Filad( I-
fia, el ejército de los teutones caminó por espacio de once horas , al través de una vasta llanura, quecon-
lina al mediodia con el Tmolius y elCadmo, y al norte con Bellendji-dagh. Los peregrinos, perseguidos
por el hambre bajo las murallas de Filadellia, querian arrancar las mieses y procurarse viveres, por
medio de la violencia ; lo que fué causa que llegasen á las manos. Federico amenazó atacar la plaza, pero
los hombres prudentes, dicen las crónicas, le disuadieron de este propósito haciéndole presente que esta
ciudad estaba llena de reliquias y de cosas santas, y que era en toda la comarca la última ciudad cristia
na, y el último refugio de los discipulos de Cristo contra los turcos. Al estrenio oriental de la llanura,
empiezan los montes Messogis, viéndose luego un bosque de pequeños robles, abetos y cedros. Dejando
los alemanes á su espalda los montes Messogis y el bosque, llegaron á Tripoli. Las ruinas de esta ciudad
cubren un terreno al pió del oual y hácia el nordeste se estiende un valle por donde corre el Meandro, lleno
de sauces y cañas. Los cruzados germanos habian visto en este pais mirtos, higueras y cardamomos,
en cuyo punto acamparon antes de pasar á la orilla izquierda del Meandro, al norte de Tripoli, y avan
zando hácia el este, llegaron á Laodicea despues de tios horas de marcha. Esta ciudad, en la que cuarenta
y dos años antes se habia hospedado el rey de Francia Luis Vll/cra la capital del Asia Menor en tiempo
254 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
de los emperadores romanos. Ruinas importantes esparcidas sobre un, terreno, que tiene una legua de
estension, atestiguan hoy dia el antigue esplendor de la ciudad; seis teatros, un estadio y un cementerio
rodeado de arboles, llaman aun la atencion de los viajeros. El emperador Federico encontró en Laodicea
viveres para su ejército.
t La marcha de los cruzados alemanes desde Laodicea, está descrita detalladamente en muchos autores
contemporáneos (i). Nos limitaremos á dar aqui, en resumen, la esplicacion, ó mejor la copia, de una
carta que un peregrino, que seguia el ejército de Federico, escribió al soberano pontilice :,)«Seis dias des
pues de las procesiones de rogativas salimos de Laodicea, y llegamos al nacimiento del Meandro (2), y al
llegar á este punto fuimos atacados por los turcos. Con la ayuda de Dios, cuya cruz nos servia de estan
darte, la victoria se declaró por nosotros. Al dia siguiento estábamos cerca de Susópolis. El ejército pe
netró en las gargantas de las montañas en donde sufrió frio y hambre. Despues de haber marchado al
gun tiempo por estrechos desfiladeros, abandonó el ejército el camino real de Iconium, y adelantóse há-
cia la izquierda, en una region menos montuesa y menos árida. El dia de la Ascension, bajamos hasta
la llanura de Filomelia, en donde nos esperaban los turcos. Durante el combate, una piedra hirió al
duque de Suabia en el rostro, rompiéndole dos dientes; muchos soldados fueron heridos , solamente
tuvimos un muerto, perdimos muchas bestias de carga, con el dinero, vestidos y bagajes que llevaban.
Como mas bárbaros se mataban, mas se multiplicaba su número; viéndonos obligados á combatir á l;i
vez al emir de Filomelia, y al emir de Jerme, y á una multitud que habian acudido de los paises ve
cinos. Durante muchos dias batiéronse desde la mañana hasta la noche. El lunes de la Ascension, colo
camos nuestras tiendas delante Filomelia (3). Los turcos vinieron á atacarnos en nuestro campo, pe
ro les obligamos á retirarse, habiendo muerto á seis mil, no perdiendo nosotros sino algunos caballos.
Despues de este combate, sufrimos mucho á causa del hambre que nos devoraba, pues careciamos com
pletamente de harina, de agua y de paja para la caballeria. El dia siguiente de Pentecostés, uno de los
hijos del sultan de Iconium vino á ofrecernos la batalla ; los caballeros turcos cubrian la llanura, siendo
tan grande su número que superaba al de las langostas. Olvidando el hambre y nuestras heridas nos
arrojamos contra ellos con nuestras águilas victoriosas, y aun cuando apenas éramos seiscientos hom
bres, les combatimos bajo el signo do la vivificante cruz, y fueron vencidos. Aconteció en esta batalla un
hecho digno de mencionarse. Declaró un peregrino, conjuramento y en presencia del emperador y del
ejército, que habia visto á san Jorge á la cabeza de nuestros batallones. Los mismos musulmanes nos
han referido que vieron , durante la refriega, una milicia vestida de blancas ropas, montada sobre blan
cos caballos. Despues de esta milagrosa victoria, pasamos la noche sobre un arenoso desierto, no tenien
do ni agua ni viveres, divagando á la suerte como ovejas descarriadas. Asi que amaneció, penetramos
en el territorio de Iconium, en donde encontramos fuentes y arroyos, y acercándonos á la ciudad des
truimos dos hermosos palacios del sultan. Como el hambre iba todos los dias en aumento, quedándonos
tan solo quinientos hombres de á caballo, y sin tener medio alguno para avanzar ni retroceder, escu
chamos la voz de la necesidad: dividióse el ejército en dos cuerpos, y el sosto dia despues de Pentecostés
marchamos directamente hácia Iconium. ¡Cosa sorprendente y maravillosa! el duque de Suabia con un
pequeño número de los suyos, ayudado de los socorros de Dios, se hizo dueño de la ciudad y pasó á cu
chillo á todos los habitantes que encontró. El emperador, que se habia quedado á retaguardia, combatia
el ejército de los turcos en la llanura. Aun cuando estos eran doscientos mil ginetes les puso en fuga
por la virtud del muy Todopoderoso. Esta accion no es indigna de ser trasmitida á la memoria de los hom
bres; porque la ciudad de Iconium ¡guala á la de Colonia en grandeza.»
Hé aqui detalladamente el itinerario de los cruzados alemanes, desde Laodicea hasta Iconium : habia do
launa á la otra ciudad cinco ó seis dias de marcha, y los peregrinos gastaron treinta y cinco para ha-

(1 ) Nos han quedado tres estensas relaciones de la cruzada de Federico, la primera es la deTugenon, la segunda es anonima, y
la tercera es la de Ansbert, publicada por primera vez en Praga en 1827. Todas estas estan completamente analizadas en el tercer
lomo tic la Biblioteca de lasCe uzadas.
\t) Veascsobre el nacimiento del Meandro, la Correspondencia de oriente, carta LXXYI.
(i) La pequeña ciudad turca de llguin, situada 6 ocho o nueve horas de Iconium, nos representa la ciudad de Filomcii.jm.
Correspondencia de oriente, carta LX1III .)
LIBRO SEPTIM0.-1 189-1190. 255
cer esta travesía. Solo encontraron á su paso dos pequeñas poblaciones; y en el resto del camino, no
vieron más que llanuras incultas y tierras quemadas por el sol, en rdondc no crecia árbol alguno, mas
lejos se divisaban áridas montañas, y lagos salados, rodeados de cenagosos y pestíferos pantanos. En un
pais que ofrecia tan pocos recursos, tuvo el ejército de Federicoquc combatir á todas las poblaciones mu
sulmanas del Asia menor.
Los cruzados teutones tenian sin cesar que combatir á lossoldados de Kilig-Arslan, llevando en su compañía
embajadores que les hablaban de la amistad del sultán ; loque hace decir á nuestros antiguos cronistas que
los turcos disimulaban aun mejor que los griegos. No puede olvidarse, que en la primera guerra santa los sol
dados de la cruz veian acudir de todas parles cristianos, que iban á prestarles su apoyo; pero nadie vino al
socorro de los peregrinos alemanes : los griegos, lo mismo que los musulmanes, huian á la aproximación
de Federico. En medio de una comarca que les era desconocida, los cruzados teutones no tenian guia algu-
no. Completamente perdidos al través de horrorosos desiertos, comenzaban á desesperar de su suerte, cuan
do el Dios misericordioso les envió un socorro sobre el cual no contaban : un turco que hicieron prisionero
fué conducido delante de Federico, y este le ofreció perdonarle la vida si lograba hacer salir el ejército der
estos lugares desiertos é impracticables. El turco que no encontraba nada mas dulce que la vida, ¡dicen los au-
lores contemporáneos, áconsejó al rey quo tomase el camino hácia la izquierda del Susópolis, cuyo sitio
no hemos podido hallar: el pais, aunque montuoso, debia ofrecer ricas campiñas á los cruzados. De ciuda
en ciudad hasta llegar debajo los muros de Iconium, el turco, con una cadena al cuello y guardias de vista,
marchaba á la cabeza del ejército. Así que los peregrinos estuvieron cerca de la ciudad el sultán les envió di
putados ofreciéndoles un pasaje por el precio de tres mil piezas de oro. Yo no tengo costumbre, Ies respondió
Federico, de comprar mi camino con el oro, pero sí sé abrírmelo con la espada y el ausilio de nuestro Señor
Jesucristo, cuyos soldados somos. Los musulmanes amenazaron al emperador con atacarle el dia siguicnle
con un ejército de trescientos mil hombres; el ejército cristiano contaba apenas mil caballeros, cuyas
armas estuviesen en buen estado. Dicen Us crónicas, que Federico reunió entonces una junta para saber si
el ejército se dirigiría hácia la Armenia en lugar de marchar contra Iconium. La mayoria adoptó el partido
mas peligroso, y el ejército do la cruz avanzó contra la ciudad, después de haber oido misa y recibido la co
munión.
Durante su marcha desde Laodicea hasta Iconium, no hubo un solo dia sin combate. Los cristianos queda
ban siempre victoriosos, pero la victoria no les daba ni gloria ni botin, dejándoles espueslos á todas las mi
serias. Guando el ejército no tenia que defenderse del enemigo, era presa del hambre y de la sed. Los cro
nistas nos hablan de los sufrimientos y de los gemidos de los cruzados en estos áridos lugares; los unos be
bían sus orines, los otros la sangre de sus caballos; la hedionda agua de los pantanos les parecía dulce como
el agua que sale de la mas cristalina fuente. Se quemábanlas sillas, los vestidos, el palo de las lanzas, con
fin de hacer cocerla carne de caballo, que era preciso comer sin sal y sin pimienta, estando este manja,
reservado á los ricos cruzados, pues los pobres solo se alimentaban de raices. Muchos peregrinos rendidos
por la fatiga, el hambre y por las enfermedades, no podían seguir por mas tiempo al ejército, se tendían al
suelo, recitando en altavoz la oración dominical, y esperaban la muerte en nombre del Señor. Algunos,
dejándose llevar por la desesperación y arrastrados por el demonio, abandonaban las banderas de Cristo, y
pasaban á afiliarse en las filas de los infieles, pero estos ejemplos do deserción eran raros. Los enemigos de
los cristianos admiraban á menudo su invencible valor y su resignación, que miraban como prodigiosa. Una
carta escrita por el patriarca de Armenia á Saladino, nos esplica como los soldados y los compañeros de Fe
derico tuvieron bastante fuerza para resistir á tan terribles pruebas. «Los alemanes, dice , son unos hom
bres estraordinarios, tienen una voluntad de hierro, y nada puede hacerles variar de sus propósitos; el ejér
cito esta sujeto á la mas severa disciplina, y jamás una falta queda impune. | Cosa singular! está prohibido
entre ellos todo placer : desgraciado del que se permitiera algún goce sensual! Todo esto proviene de la tris
teza de haber perdido á Jerusalen : ellos rechazan todo traje rico ó precioso, y solo quieren ir vestidos de
hierro; su sufrimiento en la fatiga y en las adversidades es increíble.»
Al atravesar el Asia menor, los cruzados germanos tenian que combatir á muchas tribus de bárbaros: les
turcomanos, los lurbocares, los lurcogistas y los turcoscitas. Los turbocares al llegar de las orillas del mar Cas
pio, se habian apoderado de la Cólchida,hoy la Circasia. Este pueblo no conocía absolutamente la agricultura
256 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
tenia mucho ganado y buscaba pastos. Los turcogislas. formaban una nacion menos numerosa, habitaban do
tras de las montañas de la Capadocia y de la PaQagonia, eran los únicos turcos que combatian á pié, y ha-
bian perecido casi todos en esta guerra. Los turcoscylas eran los mas groseros y mas feroces de lodos los
turcos, pero eran muy buenos ginetes, teniendo admás una habilidad particular en arrojar Hechas. La cuar
ta tribu, la mas numerosa de todas, se componia de los turcomanos de la raza de los Ougs; y estaban espar
ramados como hoy dia por todos los puntos del Asia menor. Nosotros les hemos visto debajo de sus tiendas
rojeados de sus rebaños, como lo estaban en tiempo de las cruzadas: el tiempo cu nada ha cambia do sus
costumbres y su vida errante.
Tomamos estos detalles acerca de las diversas naciones musulmanas, del italiano Boiardo, que so sirvió,
dice Muratori, de- los cinco libros delas historias árabes, que se custodiaban en los archivos de la iglesia de
Ra vena.
Toda esta nube de bárbarosse habia reunido para combatir á loscruzados. Ya se conocerá fácilmente que
habia entre estos pueblos motivos de discordia lo que deberia favorecer al ejército cristiano; el sultan de Ico-
nium habia hecho á sus tribus musulmanas, promesas, que él no podia cumplir, y debian estar descon
tentas de un principe que lasconvidaba al botin y que no las pagaba. Añádase á esto que habian estallado
en la familia del sultan las mas grandes disensiones. Nosotros tenemos necesidad de consignar todos estos da
tos, para esplicar la especie de milagro de la triunfal marcha de los alemanes, en medio de tantos enemigos,
de tantos obstáculos y de tantas miserias.
Los cruzados, vencedores de Iconium, despues de un maravilloso combate, se encontraron de repente en la
abundancia, no careciendo de cosa alguna. Pero en medio de su triunfo, su situacion no dejaba de ofrecer al
gunos peligros , por estar cerca de un enemigo á quien era preciso combatir. Es sabido que no hay conquistas
mas dificiles que los de los paises defendidos por opiniones religiosas, porque entonces todo el mundo se inte
resa por la guerra. En los tiempos antigues, se trataba de decidir, si el Asia perteneceria á Dario ó á Alejan
dro; en tiempo de los cruzados, se disputaba si seria cristiana ó musulmana.
El ejército de la cruz solo permaneció dos dias en la capital de la Licaonia, y tomó ol camino de La randa,
hoy Caraman, teniendo que sufrir en dicha travesia nuevas privaciones. «Si yo pretendiese, dice Ansbcrt, re
ferir todas las miserias y las persecuciones, que sufrieron los peregrinos por el nombre de Cristo y el honor
de la cruz, sin irritarse y conservando su buen humor, mis esfuerzos, aun cuando hablase la lengua de los
ángeles, nopodrian espresar la verdad.» Estando los cruzados cerca de Laranda, dispertóles durante la noche
un ruido espantoso, y era un temblor de tierra, cosa que los hombres prudentes tuvieron por un siniestro
presagio.
Los teutones llegaban ya á las fronteras de los paises cristianos. La vista de muchas cruces plantadas en
los caminos, hizo que sucediesen á sus melancólicos pensamientos, algunos destellos de esperanza. El princi
pe armenio envió embajadores á Federico, para ofrecerle cuantos ausilios necesitase, pero le aconsejó al
mismo tiempo, que no se detuviese demasiado tiempo en su pais , porque todo el mundo temia la presencia
de un ejército que acababa de sufrir el hambre y los mas horribles tormentos de una guerra desgraciada.
Los peregrinos no tenian ya que temer los ataques y sorpresas de los turcos ; pero los dificiles pasos del Tau
ro debian poner de nuevo á prueba su paciencia y su valor. Sabiendo Federico que el ejército tenia que pasar
por muy malos caminos, prohibió el que se hablase de ello. «¿Quién era capaz de no conmoverse hasta der
ramar lágrimas, dice A nsber, testigo ocultar, viendo á los obispos , á los ilustres caballeros , estenua-
dos, enfermos, y conducidos en camillas , sobre los caballos, atravesando los precipicios? Era preciso ver á
los escuderos, con el rostro cubierto de sudor, llevar sobre los escudos á sus señores enfermos. Los prelados
y los principes se valian de los piés y de las manos como cuadrúpedos. El amor de los principes , dice el
mismo autor, hácia el que dirige los pasos de los hombres, el deseo de la patria celestial á la que aspiraban,
les hacia sobrellevar todos los males sin quejarse, y sin embargo, las mayores calamidades aguardaban al
ejército cristiano. Este seguia las orillas del Selef, llamado en turco Guienk-Sou, pequeño rio que nace á dos
horas do Laranda y va á perderse en el mar cerca de las ruinas de Seleucia, hoy Selefké. El emperador
Federico ibade retaguardia (1). Dejemos hablar aqui al cronista que fué testigo de la catástrofe.

J) biblioteca de las Cruzados, t. III.


LIBRO SEPTIMO — 1 187-1190. 257
Mientras que el resto de los peregrinos, ricos y pobres, dice Ansbert, avanzaban al través de rocas
casi inaccesibles á los gamuzas y á los pájaros, el emperador que deseaba refrescarse (era entonces el mes
de junio) y evitar asi las incomodidades de las montañas, probóatravesar á nado el rápido rio de Seleucia.
Este principe, que se habia salvado de tantos milagros, se metió en el rio contra la oposicion de todos, y
pereció miserablemente arrastrado por la corriente . Respetemos los secretos y juicios de Dios á quien na
die se atreve ádecir: ¿Por qué habeis hecho esto ?¿ Porqué hacer morir tan pronto á un hombre tan
grande ? — Muchos señores que le acompañaban se apresuraron á socorrer al emperador, pero le saca
ron muerto á la orilla. Semejante pérdida consternó todo el ejército: los unos espiraron de dolor; los
otros desesperados , y persuadiéndose do que Dios no protegia ya su causa, renunciaron á la fé cristiana
y abrazaron la religion de los gentiles. El luto y un dolor sin limites lienaba todos los corazones : los cruza
dos podian esclamar con el Profeta : La corona ha caido de nuestra cabeza, desgraciados de nosotros que
hemos]pecado!»
Todos los cronistas contemporáneos deploran la muerte del emperador Federico, y todos espresan el mis
mo sentimiento, no atreviéndose á sondear este terrible misterio de la Providencia. «Dios, dice el cronista Go-
dofredo, hizo lo que él quiso y lo hizo con justicia, siguiendo su inflexible é inmutable voluntad , pero no
con misericordia, si es permitido el decirlo, atendido el estado de la Iglesia y de la tierra de pro
mision.» Los cronistas musulmanes , por el contrario , dan gracias á la Providencia , y miran la muerte
de Federico, como uno de sus grandes beneficios.» «Federico se ahogó , dice Boha-Eddin , en un pues
to donde el agua no llegaba á la cintura : lo que prueba que Dios quiso librarnos de aquel cau
dillo. »
El duque de Suabia fué saludado como jefe del ejército cristiano. Los cruzados prosiguieron tristemente su
marcha, llevándose consigo los restos del emperador que habia sostenido su valor. Federico, segun Ansbert,
fué enterrado en Antioquia en la basílica de San Pedro; seguh los autores árabes, sus restos mortales fueron
conducidos hasta Tiro. El Católico ó patriarca de los armenios, en la segunda carta que escribe á Saladino,
decia que el número de los guerreros alemanes ascendia á mas de cuarenta mil; pero que no les quedaba
otro armamento que el baston de peregrino. El mismo al verles pasar sobre un puente, preguntó porqué
notenian armas ni caballos, y se le contestó que los teutonos habian quemado los palos de las lanzas para
calentarse, habiendo tambien muerto á sus caballos con el objeto de alimentarse. Dividióse el ejército en
varios cuerpos, los unos pasaron por Antioquia en donde sufrieron las mas terribles enfermedades contagio
sas; los otros atravesaron porBogras, y los restantes por el territorio de Alepo; estos últimos cayeron casi
todos en las manos de los musulmanes; y dice Emmad-Eddin, que no habia una sola familia, que no tuvie
se tres ó cuatro alemanes por esclavos. Habian salido de Europa mas de cien mil cruzados teutones, y no lle
garon cinco mil á la Palestina; y estos restos del gran ejército de la Germania fueron mal recibidos. «Su fama
nos alentaba, decian los cristianos del pais, pero su presencia ha cortado las alas de nuestra victoria.» Entre
los que fueron victimas de las mencionadas enfermedades, cita la historia al obispo de Wurtzburgo que ha
bia sido el oráculo de esta cruzada, como lo fué Adhemar de la primera. Lo misino que el obispo de Puy,
murió en Antioquia, y sus restos fueron depositados en la basilica de San Pedro, tal vez al lado de la tumba
del emperador Federico, cuyo consejero habia sido. Viendo perecer de esta manera un ejército tan poderos»>,
ante el cual temblaban los infieles, y que tenia por objeto defender la herencia de Jesucristo, quedaron
confundidos muchos delos contemporáneos, no sabiendo qué pensar de la misericordia divina. Pero al consi
derar la severa disciplina que habia en este ejército, y la prevision de Federico que nada habia olvidado pa
ra la salvacion de sus soldados, no podria preguntar tambien la historia, ¿qué es lo que debe pensarse de
la humana sabiduria?
Por una estraña fatalidad, el ejército aleman triunfó de todos los enemigos que encontró, y desapareció
de repente cuando iban á cesar los obstáculos y los peligros. Es preciso repetir aqui lo que hemos dicho varias
veces : que las cruzadas no fueron solamente una guerra sembrada de peligros, sino tambien un viaje mas
peligroso que la misma guerra. La Europa y el Asia tenian puestos los ojos sobre el ejército de Alemania,
porque se estaba en la creencia que Dios habia reservado á Federico la gloria -de libertar á Jerusalen. Es im
posible calcular los resultados que hubieran podido obtenerse de una espedicion como la de la tercera cruzada ,
o freciendo la reunion de los pueblos mas belicosos de occidente, y de los tres monarcas mas poderosos de es
33
258 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
ta época. «Si Dios, por efcclo de su bondad hácia nosotros, dice Ibu-Alatir, no hubiese hecho perecer al em
perador alemán cuando pasó el Tauro , se hubiera podido decir mas tarde de la Siria y del Egipto :
Aquí reinaron en otro tiempo los musulmanes. » Cosa singular; la única cruzada que tuvo buen éxito, fué
la primera , en la que no habia jefe supremo , y de la cual podia decirse que era una república sobre las
armas.
LINIO OCTAVO.-H87-MS0.

LIBRO VIII.

1181—1190.


Conrado, marques do Monfcrrato, penetra en la ciudad de Tiro que sitia Saladlno. —Su generosa conducta.— Dirigese el sultan 6 Trf-
poWy vuelve despues sobre el Oronte.—Libreel rey de Jerusalen viola su juramento.—Sitia a Tolemaida.—Descripcion dela
ciudad y de sus atrededores.—Trabajos del sitio.—Afluencia de nuevos cruzados.—Penetra el sultan en la plaza.—Vencidos los
cristianos en una sangrienta batalla se refugian en su campo.—Retirada do los infieles.—Vuelven a la ofensiva.—Malek-Adliet
manda un refuerzo a su hermano.—Al saber los musulmanes la marcha de Conrado, picrden«us esperanzas.—Reciprocos golpes
que esperimentan los sitiados y los sitiadores. —Llegada del duque de Suabia con sus alemanes.—Su presuncion.—Su muerte.—
Sibila y sus dos hijos bajan al sepulero.—Conrado hace anular el matrimonio de Thoron a fin de casarse con Isabel. — Funestas
consecuencias de este acto.—Ricardo y I.illpc Augusto.—Su viaje.—Su naciente encono.—Saladino llama a la guerra santa a to
dos los hijos del Profeta.— Caen enfermos los dos reyes.—Envian diputados a Saladino.—El ejercito cristiano estrecha el sitio
de Tolemaida, que al fin capitula.—Paralelo entre el valor, las armas y las costumbres de los partidos beligerantes.—Felipe y Ri
cardo se reparten las riquezas que encuentran en Tolemaida. —Disputa entre este y el duque Leopoldo do Austria. —Conrado
vuelve bruscamente sobre Tiro.—F'elipe Augusto entra en Fracia.—Falta Saladino a las condiciones de la capitulacion y Ricardo
hace degollar a los cautivos musulmanes.—Toman los cruzados el camino de Jerusalen. —Dificultades que encuentran.—Victo
ria de Arsus.—Posicion respectiva de los cristianos y delos turcos despues de esta batalla.—Conrado y Ricardo negocian con el
sultan.-,—Crueldad del rey delnglaterra.—Marcha sobre Jerusalen, que Saladino defiende en persona.— Rettranse los cruzados
a Ascalon y reparan las murallas.—Desunion entro los jefes.—Conrado, nombrado rey de Jerusalen, es asesinado por dos ismaeli
tas.—Enrique, conde de Champaña, le sucede en el marquesado de Tiro, y se reune despues con Ricardo que peleaba contra los
infieles.—El monarca ingles piensa en regresar a su patria.;—Sus dudas.—Un consejo compuesto de caballeros y de barones
decidela retirada hacia el mar.—Apoderase el sultan deJoppe, pero Ricardo despues de esfuerzos prodigiosos vuelvca hacer
se dueño de ella.—Consiente Saladino en firmar la paz. —Ricardo se embarca y abandona el oriente.—Resumen dela tercera
cruzada.

Mientras que se estaba predicando la cruzada en Europa, Saladino ganaba cadadia nuevas victorias en Pa
lestina. La batalla de Tiberiada y la toma de Jerusalen habian sumido á los cristianos en el abatimiento y
en la desesperacion. Sin embargo, en medio de la consternacion general, una sola ciudad,Jla de Tiro, resistió
y contuvo á todas las fuerzas reunidas del nuevo vencedor de oriente : Saladino había reunido dos veces sus
Ilotas y sus ejércitos para atacar á esta ciudad, cuya conquista deseaba ardientemente; pero todos los habi-
tantes habian jurado morir antes que rendirse á los musulmanes: esta generosa resolucion habia sido ins
pirada |K>r Conrado, que acababa de llogar ála plaza, pareciendo que el cielo le habia guiado para salvarla.
Conrado, hijo del marqués de Monfcrrato, se habia creado ya un nombre en occidente, y la fama desus
hazañas le habia precedido en Asia. Desde su mas tierna edad, se distinguió en la guerra del santo sitio con
tra el emperador de Alemania. La pasion de la gloria y la necesidad de ir en busca de aventuras le condujeron
á Constantinopla, en donde reprimió una sedicion que amenazaba al trono imperial y mató sobre el campo de
batalla al jefe de Ios-rebeldes. La hermana de Isaac, los habitantes de Tiro, el Angel y el titulo de césar, fueron
la recompensa de su valor y de sus ser vicios ,pero su inquieto carácter no le permitió disfrutar por mucho tiem
po do su fortuna. En medio de estas dulces grandezas, el grito de la guerra santa llegó hasta sus oidos, y
abandonó el cariño de su esposa y el reconocimiento hácia su emperador para volará la Palestina. Llegó
Conrado á las costas do la Fenicia algunos dias despues dela batalla de Tiberiada. La ciudad de Tiro habia
nombrado ya diputados para pedir una capitulacion á Saladino : pero su presencia reanimó á todos los cora -
zones y todo cambió, de faz. Esto principe que los autores árabes llaman el mas voraz delos lobos de la cris
tiandad, el mas astuto de los perros de la fé del Mesias, se hizo nombrar gobernador de la ciudad, agrandó
los fosos y reparó todas las fortificaciones. .Atacados por mar y por tierra, se hicieron invencibles guerreros
aprendiendo bajo las ordenos de su nuevo caudillo á combatir á los ejércitos y las flotas do los turcos.
El viejo marqué* do Monfcrrato, "padre de Conrado, el que habia abandonado sus pacificos estados para ir
2G0 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
á visitar la Tierra Santa, se halló en ta batalla de Tiberfada. Hecho prisionero por los musulmanes, esperaba
en las cárceles de Damasco que sus hijos pudiesen libertario ó rescatar su libertad.
Llamó Saladino al intrépido. Conrado y le prometió devolverle su padre, y darle ricas posesiones en Si
ria , si le abria las puertas de Tiro. Al mismo tiempo le amenazó con colocar al anciano marqués deMonfer-
ratodelantc de las filas de los musulmanes y de esponerle á los tiros de los sitiados (1). Respondióle Conrado
con fiereza, diciéndole, que él despreciaba los regalos de los infieles, y que la vida de su padre le era menos
cara que la causa de los cristianos; añadiendo que nada podria contener sus golpes, y que si los musulmanes
eran bastante bárbaros para dar la muerte á un anciano que se habia rendido bajo su palabra , él se glo
riaria de descender do un mártir. Despues de esta respuesta , los soldados de Saladino renovaron sus ataques
y los tirios se defendieron con furor. Los hospitalarios, los templarios y los mas valientes guerreros, que que
daban en Palestina, acudieron á las murallas do Tiro, para tomar parteen tan honorifica defensa. Entre los
francos que se distinguian por su valor, sobresalia sobre todos un gentilhombre español conocido en la his
toria bajo el nombre de el caballerode lasarmas verdes (2). El solo, dicen las viejas crónicas, rechazaba y dis
persaba 4k>s batallones enemigos; batióse muchas veces encombate singular, aterró á los mas intrépidos mu-
sulmanes,y hasta Saladino admiró su valor y sus hechos de armas.
No habia, un solo ciudadano, en la ciudad que no fuese soldado, y hasta los niños llevaban armas;
las mujeres animaban á los guerreros con su presencia y su palabra ; sobre las flotas, al pié de las mu
rallas, tenian lugar continuamente nuevos combates. Los musulmanes encontraban por todas partes esos
héroes cristianos que les habian hecho temblar tantas veces.
Cansado ya Saladino de tan largo ó inútil ataque , dos veces se habia presentado delante de Tiro sin
poder sometorla , resolviendo al fin levantar el sitio para atacar á Tripoli ; pero no fué mas afortunado
en esta nueva espedicion. Sabedor Guillermo, rey de Sicilia, de las desgracias de la Palestina, habia
mandado socorros á los cristianos. El almirante Margarit, á quien sus talentos y sus victorias le habian
dado el nombre de rey del mar y el nuevo Neptuno, llegó á las costas de la Siria con sesenta galeras ,
trosoientos caballeros y quinientos infantes (3). Los guerreros sicilianos volaron á la defensa de Tripoli, y
mandados por el caballero de las armas verdes, obligaron á Saladino á abandonar el sitio de dicha
ciudad.
La ciudad y el condado de Tripoli, desde la muerte de Raimundo, pertenecia á Boemuncto, principe de
Antioquia. Saladino, lleno de cólera y de despecho, asoló las riberas del Oronte , obligando á Boemundo
á comprar una tregua de ocho meses. En esta espedicion los musulmanes se apoderaron de Tortosa y
do algunos castillos construidos sobre las alturas del Libano. La fortaleza de Carac, de donde habia sali
do esta guerra tan funesta para los cristianos, so defendia un año hacia contra un ejército musulman (4).
Desprovistos los sitiados de todo socorro; victimas de toda clase de males y de privaciones, habian lleva
do hasta el heroismo la resignacion y la bravura. Antes derendirse, dice el continuador de Guillermode
Tiro, vendieron sus mujeres y sus hijos á los sarracenos, no quedando bestia ni cosa alguna en el castillo
que pudiera servir de alimento. Vióronse por fin obligados á capitular, haciéndoles devolver las mujeres y
los niños que un bárbaro heroismo habia condenado á la esclavitud.
En media de ostas victorias Saladino conservaba aun cautivo á Guido de Lusiñan. Dueño do Carac, y de
la mayor parte de la Palestina , puso al fin en libertad al rey de Jerusalen, despues de haberle hecho
jurar sobrelos Evangelios, renunciar á su reino y regresar á Europa. Esta promesa, arrancada por la
violencia, no podia ser considerada como una ley en una guerra en latpie el fanatismo hacia despreciar,
por parte de unos y otros, la santidad del juramento. El mismo Saladino no croia que el rey de Jeru
salen cumpliria su palabra ; y si consintió on darle la libertad, fué sin duda por el temor de que no

(1) Guallero Ventsauf y Sicardi. (Biblioteca delas cruzadas. ) »


(2) Bernardo el Tesorero habla estensamente de este caballero: refiere que Saladino quiso verle, haciéndole ventajosas proposicio
nes que el rehuso con mucha nobleza. (Biblioteca de las cruzadas .)
(3 Sicardi, tomo II de la Biblioteca delas cruzadas.
(V Senun el autor arabe lbu-Alhatir, Malek-Adhel dirigia el sitio de Carae, mientras que el sultan hacia otras conquistas. Des.
pues de la remlicion de Carac, tomo posesion de varias plazas vecinas, tales como Schaubek etc. ( Vease la Biblioteca de las cruza
das t. IV, on donde se hallaran muchos detalles sobre las conquistas de Saladino. de tas queapenas hemos podido decir aqui algu
na* palabras .
LIBRO OCTAVO.— H87-H 90. 2G1
eligiese a un prínc¡|)e mas hábil, y también por la esperanza de que su presencia sembraría la discordia
entre los cristianos. • *
Salido apenas de su cautiverio, Guido de Cusiñan hizo invalidar so juramento por un consejo de
obispos. Gualtero Venisauf al hablar de este acto dice, que el príncipe hizo bien en anular su juramento
desde Iuegor porque las promesas hechas por miedo merecen ser revocadas prontamente , conviniendo
sobremanera que la multitud de cruzados que llegaba encontrase un jefe y un guia; y añade: «la as
tucia debe ser engañada por la astucia, la perfidia de un tirano debe ser frustrada por su ejemplo; por
que el que engaña merece ser engañado. Saladino habia sido el primero que habia faltado á su pa
labra, habiendo arrancado á un rey cautivo la promesa de retirarse á un destierro. Cruel libertad la
que se compra con el destierro: cruel rescateel que hace renunciar el trono. Pero los designios de Belial
fueron destruidos por orden de Dios.» Guido de Lusifian buscó la ocasión de enaltecer un trono, en el que la
fortuna le habia momentáneamente colocado. Presentóse en balde delante de Tiro, que se habia dado á Conra
do, no queriendo reconocer por rey á un príncipe que no habia sabido defender sus estados (4). Divagó el
rey de Jerusalen mucho liempo por su propio reino, acompañado de algünos fieles servidores, resolviendo al
fin probar alguna empresa conque pudiese atraer la atención y reunir bajo sus banderas los guerreros que
acudían de todas partes de Europa para libertar á la Tierra Santa.
Guido de Lusiñan fué á sitiar á Tolemaida que se habia rendido á Saladino, algunos dias después de
la batalla de Tiberíada. Esta ciudad, que los historiadores llaman sucesivamente Acca, Accon y Acre, es
taba edificada al occidente de una vasta llanura; el Mediterráneo bañaba sus murallas; la comodidad de
su puerto atraía á los navegantes déla Europa y del Asia, mereciendo reinar sobre los mares como la
ciudad de Tiro que se elevaba á poca distancia. Profundos fosos circuian las murallas por parle de tier
ra; elevábanse de distancia en distancia formidables torres, entre las que se notaba la torre maldita que
dominaba la ciudad y la llanura, y la torre de las moscas construida á la entrada del puerto y que los
viajeros hallan aun hoy dia con su antiguo nombre. Cerraba el puerto un dique de piedra hácia la parle de
mediodía, terminando por una fortaleza construida sobre una roca aislada en medio de las olas. En 1831
hemos recorrido San Juan de Acre con sus murallas nuevamente reedificadas , que presentan un estado
de fortificación respetable, sobre todo por parte de tierra ; la parte de mar estaba algo menos fuerte,
pero suficientemente defendida por la dificultad de la ribera. La ciudad actual apenas ocupa las dos ter
ceras partes del espacio que cubria la población en tiempo de las cruzadas. Cuando nosotros la visitamos
contaba una población de seis mil habitantes. La guerra de lbrahim-bajá en Siria (2) ha hecho del re
cinto de Acre un solitario montón de ruinas.
La llanura de San Juan de Acre confina por el norte con el monte Saronque los" latinos llamaban Scala
Tyriorum , la escala de los Tirios ; al sud con el monte Carmelo, que llega hasta al mar, y por la parte
del norte á mediodía se estiende por un espacio de cerca cuatro leguas. El Belus, que los autores árabes han
llamado Xahr-Athabou (rio de agua dulce), y que los naturales del pais llamaron sucesivamente Nahr-el-
fíamyn, Nahr- el-Kardané, atraviesa una parte de la llanura, y se precipita en el mar á un cuarto de hora
al este de la ciudad , debajo de la pequeña eminencia en donde se ven algunas ruinas nombradas Ak—Kah-
el-Karab (Acre la arruinada); la llanura poco poblada de árboles y pantanosa en muchos puntos, es de los
terrenos que exhalan fétidas emanaciones , que rompiendo el aire, esparcen el gónnen de las enfermedades
epidémicas. En diversos puntos de San Juan de Acre, del norte al nordeste, se elevan muchas colinas sobre
la llanura. La primera es la de Thryron, llamada por los cronistas musulmanes la colina de Alosallins ó de
Prians , y también Mosaüaba. La segunda colina es la que Boka- Eddin llama Aiadia, y Gualtero Vinisauf
Mahanceria, y la tercera al este de Kisou. Las montañas que se citan en las crónicas árabes bajo el nombre
de Karoxiba, son las montañas de Saron, que parlen del cabo Blanco, llamado en árabe , el Mekherfi,y
corren del oeste al este hasta las orillas del Jordán (3). • . ... .
La llanura de Tolemaida era fértil y alegre ; bosquecitos y jardines cubrian la vecina campiña de la

(I) Gualtero Vinisauf. (Biblioteca de las cruzadas t. 11.)


(i) En 1832.
(3 Correspondencia de oriente, t. V. carta CXXXll.
26? HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
ciudad ; algunas pequeñas poblaciones se elevaban sobre el vertiente de las montañas, y varias quintas de
recreo ostentaban sus hermosas fachadas en lo alto de las colinas. Las tradiciones religiosas y profanas
habian dado nombre á muchos sitios de la comarca : un elevado cerro recordaba al viajero la tumba de
Memnon , veianse en el monte Carmelo las grutas de Elias y de Eliseo; y el sitio donde Pitágoras adoraba
al Eco. Tales eran los lugares que iban á ser bien pronto el teatro de una sangrienta guerra, y que debian
vor combatirá los ejércitos de Europa y Asia.
Era á fines de agosto do 1189, el dia de San Agustin, cuando empezó el sitio de Tolemaida, que duró dos
años. Apenas contaba Guido de Lusiñan nueve mil hombres bajo sus banderas, cuando vino á acampar
delante de esta ciudad. Los pisanos, que habian llegado con las Ilotas, se apoderaron en seguida de la
orilla y cerraron todas las avenidas de la plaza por la parte del mar. El pequeño ejército cristiano fué á
colocar sus tiendas sobro la colina del Thuron. A los tres dias de su llegada , empezaron los cruzados sus
ataques, y sin tomarse el tiempo necesario para preparar sus máquinas, cubiertos tan solo con sus escudos
colocaron las escalas, y subieron al asalto. Una crónica contemporánea (1) no teme afirmar que la ciudad
hubiera podido caer entonces en poder de los cristianos, si de repente no se hubiera divulgado la noticia de la
llegada de Saladino. Semejante nueva Ies llenó de un pánico terror, ó hizo que abandonasen apresurada
mente el ataque de las murallas, y se retirasen á la colina en la que habian establecido su campo.
Al mismo tiempo viéronse avanzar cincuenta navios que caminaban viento en popa. Al divisarlos los
cristianos desde las alturas del Thuron, no se atrevian á creer en un socorro que por cierto no esperaban.
De otra parte , montados los cruzados sobre el puente de los buques no sabian qué pensar del campo
que se ofrecia á su vista ; pero á medida que se iban aproximando reconocian los estandartes de la cruz ;
un grito de alegria resonó en la flota y en el campo cristiano ; todos los ojos derramaban lágrimas ; todos
acudian en tropel á la orilla , y so precipitaban al mar para abrazar mas pronto á los recien venidos. So
felicitaron reciprocamente, desembarcaron en seguida las armas, los viveres y las municiones de guer
ra, y doce mil guerreros de la Frisia y do la Dinamarca vinieron á plantar sus estandartes entre la co
lina del Thuron y la ciudad de Tolemaida (2).
La flota danesa que habia partido de los mares del norte, habia oscitado en todos los puntos donde habia
tocado el entusiasmo é impaciente celo de los pueblos que habitan las costas del Océano. Esta flota fué segui
da de otra que conducia un gran número de guerreros ingleses y flamencos. El arzobispodeCantorbery, que
habia preJicado la guerra de la cruz en Inglaterra, conducia á los cruzados ingleses. Los de Flandes estaban
mandados por Jaime do Avesner, célebre ya por sus hazañas, 'y á quien las palmas del martirio esperaban
en la Tierra Santa.
Mientras que el mar llevaba á los cristianos numerosos refuerzos, Saladino abandonan do sus conquistas de
la Fenicia, acudió con su ejército. Colocó sus tiendas y sus pabellones al es tremo de la llanura, sobre la co
lina deKisan, que se elevaba detrás de la colina de Thuron. Por un lado, su campamento se estemba hasta
el rio Belus, y por el otro hasta Mahameria ó la colina de la Mezquita. Los musulmanes atacaron muchas
veces á los cristianos; pero les encontraron siempre lo mismo que una montaña que no sepuede hacer sucum
bir ni retroceder. Saladino á fin do animar á sus soldados, resolvió dar una batalla general, uh viernes á la
misma hora en que todos los pueblos del ¡slnmismoestán entregados á la oracion. La eleccion de este momento
para dar la batalla, redobló el fanatismo y el ardor del ejército musulman. Los cristianos viéronse obligados
á abandonar los puestos que ocupaban sobre la ribera del mar, por la parte del norte, y el victo-
rioso sultan penetró dentro los muros deTolemaida. Despues de haber reconocido desde lo alto do las torres
la posioionde los cruzados, hizo una salida con la guarnicion, les sorprendió y les rechazó hasta su campo.
Saladino habia despertado con su presencia el valor de los habitantes y de los defensores de la plaza. Dió todns
las órdenes necesarias, dejando en la ciudad la flor de sus guerreros, escogiendo para mandar á estos, á sus
mas fieles emires, Hossam-Eddin, antigue compañero de sus victorias, y á Karacoush (3), cuyo talento y valor

(!) Gualtero Vinisauf.


(8) Karacoush era el primer ministro de Saladino en Egipto: el fué el que habia hecho profundizar los pozos de Jose, construir
la ciudadela y el que empezo olceroodol (¡airo. Karacoush era pequeño y jorobado, y se da este nombre, en el dia en Egipto
6 una especie de polichinela que divierte al pueblo en Lis calles y al que se le hace decir palabras obscenas. Sin embargo Kara
coush disfrutaba entre los cristianos de cierta consideracion. Un historiador latino le hace vivir todavía un sigle despues en la epo
ca ele la ruina Sau Juan de Act en 12'JO
LIBRO OCTAVO.-1 187-1 190. 2.G3
habia esperimentado muchas veces en la conquista de Egipto. Regresó luego el sultan sobre la colina doKi-
san, pronto á combatir al ejército de los cristianos.
No cesaron los cristianos de hacer fosos al rededor de su campo, y de rodearse de atrincheramientos formi
dables. Todos estos preparativos de defensa infundian indudablemente alguna alarma á los musulmanes; pe
ro lo que debia llenarles de terror, era la presenciado estos innumerables buques francos, que pareciendo un
espeso bosque, cubrian la ribera del mar. A medida que alguno de estos navios se alejaba, llegaban otros
muchos, conduciendo á Siria á los guerreros del occidente. Yióse tambien desembarcar á los cruzados que
habian acudido de todas las ciudades de Italia mandados por sus obispos y sus tribunos, á quienes siguieron
tambien un gran número de guerreros venidos de Champaña y de muchas provincias de Francia. -Entre los
jefes se hacia notar el obispo de Beauvais á quien muchas antiguas crónicas comparan al arzobispo Turpin,
al fiue la gloria de las armas mas bien que la devoción conducia por segunda vez al oriento (1). Despues
do los cruzados franceses llegaron los guerreros alemanes queobedecian al landgravede Turingia. Conrado,
marqués do Tiro, no quiso permanecer ocioso durante esta guerra. Armó dos navios, levantó tropas, y vino
a reunir sus fuerzas con las de los cristianos. En fin, de todas las partes del mundo viéronse acudir defensores
do la cruz, y mas de cien mil guerreros se encontraron reunidos delante de Tolemaida, mientras los po
derosos monarcas que se habian puesto al frente de la cruzada, se ocupaban aun de los preparativos de su
marcha.
La llegada de ostos innumerables ausiliares reanimó el ardor de los cruzados. Los caballeros, siguiendo la
espresion de un historiador árabe, armados con sus largas corazas con escamas de hierro, parecian desde le
jos serpientes quecubrian la llanura, cuando corrian á las armas, se asemejaban á las aves de rapiña, y en la
refriega parecian fieros leones. Muchos emires habian propuesto á Saladino retirarse delante de un enemigo
tan numeroso, decian ellos, como lasarenas del mar, mas violento que las tempestades y mas impetueso que
las tormentas.
Una vasta llanura que se estendia entre las colinas ocupadas por los dos campos enemigos habia sido el tea-
trode los mas sangrientos combates. Hacia cuarenta dias que los francos sitiaban á Tolemaida, y sin cesar
tenian que rechazar á la guarnicion ó las tropas de Saladino. El 4 de octubre su ejército bajó á la lla
nura colocándose en batalla. Cubrian las tropas un espacio inmenso. Los caballeros y los barones de occidente
habian desplegado todo su aparato de guerra, y marchaban á la cabeza de sus soldados, cubiertos de un cas
co de hierro y armados de lanza y espada. Hasta el mismo clero habia tomado lasarmas. Los arzobispos de
Ravena, de Pisa, de Cantorbery, de Besanzon, de Nazaret y de Monreal, los obispos de Beauvais, Salisbu-
ry, de Cambrai, de Tolemaida y de Belen, se habian armado del casco y de la coraza, y conducian á los
guerreros de Jesucristo. El ejército cristiano presentaba un aspecto tan imponente y parecia estar tan lleno
de confianza, que un caballero franco esclamó en su entusiasmo: Que Dios permanezca neutral y la victoria
es nuestra (2) .
El rey de Jerusalen, delante del cual los cuatro caballeros llevaban el libro de los Evangelios, mandaba á
los franceses y á los hospitalarios. Su linea de batalla se estendia hasta la derecha del Belus. Los venecia
nos y lombardos formaban con los tirios el ala derecha, que apoyándose por la parte del mar iba á reunirse
con las fuerzas que mandaba Conrado. El centro del ejército estaba ocupado por los alemanes, los pisanos y
los ingleses que mandaba el landgrave de Turingia. El gran maestre del Templo con sus caballeros, y el du
que de Grelda con sus soldados, formaban el cuerpo de reserva, debiendo acudir en todos los puntos donde
amenazaba el peligro: la guardia del campo habia sido confiada á Gerardo de Avernes y á Godofredo de Lu-
siñan.
Tan luego como el ejército cristiano hubo desplegado su órden de batalla, en la llanura los musulmanes sa
lieron de sus atrincheramientos y se prepararon á sostener el choque de los cruzados. Los historiadores ára
bes dicen que Saladino imploró el socorro de Dios, y su devocion sin duda fué inspirada en parte por el
miedo. Los arqueros y la gendarmería de los cristianos empezaron el combate. Desde el primer encuentro,

(1) Goaltero Vinisauf. ( Biblioteca de las Cruzadas t. II).


(2) Frase muy fea, dice Guallero Vioisauf que hacia depender ol exito del combale del hombre y no dela divinidad ; porque
sin Dios el hombre nada puede. '
I

2Gi HISTORIA DE LAS CRUZADAS.


el ala derecha de los musulmanes, mandada por Taqui-Eddin, sobrino del sultan, se retiró en desórden.
Los francos, dice el historiador Emmad-Eddin, lo inundaban todo como un diluvio, y marchaban al com
bate con el andar de un caballo que va á pacer. Presto sus estandartes ondean sobre la colina de la Mez
quita, y el valiente condede Bar penetra hasta la tienda de Saladino. Los victoriosos francos bajan por de
trás de la colina dando caza á cuantos musulmanes se habian perdido. Fué tan grande el terror que se apo
deró de los infieles, que muchos de ellos huyeron hasta Tiberiada. Los esclavos que seguian al ejército mu
sulman tomaron la fuga, llevándose los bagajes y todo cuanto habian encontrado en el campo. Esto aumen
tó la confusion, y Saladino, que mandaba el centro de su ejército, no pudo conservar en su alrededor mas
que algunos de sus mamelucos.
Un historiador árabe, que se hallaba presenté , refiere con una franqueza notable, los primeros-sucesos
de los cristianos en esta jornada, y lleno aun del recuerdo de sus propios peligros, suspende de repente su
relacion para espresar sus alarmas. «Luego que vimos (son las palabras de Emmad-Eddin) al ejército mu
sulman en derrota, no pensamos mas que en nuestra salvacion, y llegamos á Tiberiada con los que habian
tomado el mismo camino que nosotros: encontramos á los habitantes llenos de terror y teniendo el corazon
partido á causa de la destruccion del islamismo.... Teniamos con una mano apretadas las riendas de nuestros
caballos, y apenas podiamos respirar » Despues de este relato, no tenemos necesidad de decir que la vic
toria delos cristianos hubiese sido completa si no hubiesen desconocido las leyes de la disciplina. ¿Pero có
mo era posible retener en las (lias y bajo sus banderas á una multitud que celebraba un triunfo demasiado
fácil? ¿Cuál era el jefe que podia hacerse obedecer de esta confusa tropa de peregrinos procedentes de to
das las regiones de la tierra, estra ños los unos á los otros, armados ¡y vestidos de diferente manera, hablando
diferentes idiomas, combatiendo la mayor parte por vez primera, y desconociendo completamente al enemi
go que tenian delante? Dueños del campo de los turcos se precipitaron sobre las tiendas para saquearlas, y
presto el desórden fué mayor entre los vencedores que entre los vencidos. Apercibiéndose los musulmanes que
no son perseguidos, se reaniman de nuevo y se reunen á la voz de Saladino, empieza de nuevo el combate, y
los cruzados dispersos por la llanura y sobre la colina, se admiran de verse de nuevo frente á frente de un
ejército que creian haber destruido. Si debe darse crédito á la relacion de las antiguas crónicas, un singular
incidente vinoá aumentar el aturdimiento de los cruzados, y fué causa de todas las desgracias de esta jornada.
Habiéndose escapado un caballo árabe tomado del enemigo, precisamente en lo mas critico de la batalla,
algunos soldados corrieron en su persecucion, pero se creyó por lo demás que era que huiande les musulma
nes; esparcióse luego la voz que la guarnicion de Tolemaida ha hecho una salida, y que el campo de los cris
tianos habia sido entregado al saqueo,' y que los infieles vencian en todas partes. Desde este momento los fran->
eos no combaten ya por la victoria ni por el botin, sino para defender su vida , y la campiña queda cubierta
de cruzados que huyen y arrojan sus armas. En balde los mas valientes de sus jefes se esfuerzan en contener
y dirigirles al combate, pues los mismos jefes se ven arrastrados por la descarriada multitud. Andrés de
Brienne se ve derribado de su caballo, tratando do reorganizar á sus soldados. Postra. lo en el suelo y lleno de
heridas grita á causa del dolor que sufre ; pero ni el peligro que le amenaza ni sus desgarradores gritos
conmueven á sus compañeros de armas ni aun á su propio hermano Erardo de Brienne al <\ue nadie era ca
paz de contener en su rápida huida. El marqués de Tiro, abandonado de los suyos, quedóse solo en la re
friega, debiendo su salvacion al generoso valor de Guido de Lusiñan. Gerardo de Avesnes habia perdido su
caballode batalla y no podia ni huir ni pelear. Un jóven guerrero, cuyo nombre calla la historia, le ofreció
entonces su propio caballo , y buscó la muerte en las filas enemigas, satisfecho con haber librado la vida do
su ilustre jefe. La milicia del Templo, que resistió casi sola á los musulmanes, perdió á sus mas esforzados
guerreros : el gran maestre cayó en poder de los musulmanes, y fué cargado de cadenas, recibiendo la pal
ma del martirio eldia siguiente dela batalla (1) en la tienda de Saladino. Despues de este desastroso combate y
hácia el fin de la jornada, los francos que habian escapadodela persecucion de los infieles, regresaron, en
medio de mil peligros, á su campo, amenazado por todas partes por un ejército victorioso.
En la llanura de Tolemaida,.ocupada durante el combate por mas de doscientos mil guerreros, vióse el
dia siguiente, sirviéndonos de una imágen oriental, solamente á las aves de rapiña, y á 'os lobos atraidos
(1) El gran maestre delTemple, hecho prisionero en la batalla de Tiberiada, debia la libertad a Saladino, que le habia impue-to
sin duda la condicion deno tomar las armas jamas contra los musulmanes.

LIBRO OCTAVO.— I I 89-1 190. 203 1


por el olor de la carniceria y de la maerto. Los cristianos no so atrevian á salir de sns atrincheramientos,
y hasta la misma victoria no piulo tranquilizar a Saladino, que durante muchas horas habia visto huir á su
ejército. El mas grande desorden reinaba en el campo de los turcos, que habia sido saqueado por los escla
vos. Los soldados y los emires habian emprendido la persecucion de los esclavos fugitivos: cada uno busca
ba sus bagajes, y por todo el campo resonaban las quejas y los lamentos. En medio de la confusion y del tu
multo no pudo el sultan continuar la victoria que acababa de conseguir sobre los francos.
Se acercaba el invierno, y la mayor parte de los emires comprometieron á Saladino á abandonar las lla
nuras de Tolemaida. En un consejo reunido por el sultan, le hicieron presente que debilitado el ejército |>or
loscombates, y habiendo él mismo caido enfermo, tenia necesidad de reposo. Discutióso largo tiempo, dice
Emmed-Eddin, y al fin se decidió que el ejército iria á acampar sobre la montaña de Karouba,
Atribuyendo los cristianos esta retirada al temor, sintieron reanimarse su valor, y emprendieron con en
tusiasmo los trabajos del sitio. Dueños ya dela llanura, estendicron sus lineas sobro toda la cordillera
de montañas que rodean la llanura do Tolemaida. El marqués de Monferrato con sus trepas, los venecianos
y los cruzados mandados por el arzobispo de Ra vena y iwr el obispo de Pisa, acampaban hácia el corle,
y se estendian desde el mar hasta el camino de Damasco. Cerca del campo de Cornado , los hospitalarios
habian desplegado sus tiendas en un valle que les pertenecia antes de la loma de Tolemaida por los mu
sulmanes. Los genoveses ocupaban la colina que los historiadores contemporáneos llaman el inonte Musan(.
Los franceses é ingleses, que veian delantcde ellos la torre maldita, estaban colocados en el centro, bajo las
órdenes delos condesde Dreux, de Blois, de Ciermont y de los arzobispos de Besan/.on y do Cantorbery. Cer
ca del campode los franceses ondeaban los estandartes de los flamencos que mandaban el obispo de Cambr.ii
y Raimundo II , vizconde deTurena. Guido de Lusiñan acampaba con sus soldados ysus caballeros sobre de la
colina deThuron : esta parte del campo servia como de ciudadela y de cuartel general á todo el ejército. El
rey de Jerusalen tenia á su lado a la reina Sibila, sus dos hermanos Godofredo y Aimar do Lusiñan, a Tho—
ron, esposo do la hija segunda de Amaury , el patriarca Heraclio y el cloro de la santa ciudad. Los caballe
ros del Temple y las tropasde Jaime de Avesnes habian fijado sus reales entre la colina deThuron y ol Betas
guardando el camino que conduce de Tolemaida a Jerusalen. Veianse por la parte del mediodia del Belus
las tiendas de los alemanes, de los daneses y de los frisonos : estos guerreros del norte mandados por. el land
gFave de Turingia y el duque do Güeldres, costeaban la rada de Tolemaida y protegianel desembarco de lo s
cristianos que llegaban de Europa por mar.
Tal fué la disposicion del ejército delante de Tolemaida y el orden qiro conservó durante todo el sitio. Los
cristianos hicieron mas profundos los fosos de las colinas cuyas alturas ocupaban ; levantaron al rededor lio
sus cuarteles altas murallas logrando cerrar el campo hasta el punto que, segun la espresion de un historia -
dor árabe, los pájaros apenas podian penetrar en él. Todos los torrentes hablan salido de madre y cubrian lo
llanura consus aguas. Los cruzados no tenianque temer ser sorprendidos por el ejército de Saladino, y prose
guian sin descauso el sitio do Tolemaida. Sus máquinas de guerra ofendian de dia v de noche las mura
llas de la ciudad. La guarnicion oponia una obstinada resistencia , poro no podia defenderse mucho
tiempo sin los socorros del ejército musulman. Cada dia los pichones (pie llevaban los billetes debajo
de las alas y los buzos que se arrojaban al mar, venian á manifestar ii Saladino los peligros de Tolemaida.
(1190) Asi se pasó la estacion de las lluvias. Al aproximarso la primavera, muchos principes musulma
nes de la Mesopolamia y de la Siria vinieron á unirse con sus tropas bajo las banderas del sullan. Entonces
Saladino abandonó la montaña de Karouba, y su ejército, bajando hácia la llanura de Tolemaida, se adela n-
tó á ki vista de los cristianos con banderas desplegadas y al ruido de los tambores y trompetas. Los cruzados
tuvieron bien pronto que combatir, los fosos que ellos habian hecho mas hondos, se llenaron de sangre v.se
convirtieron en sus propias sepulturas. La esperanza que habian concebido de apoderarse de la ciudad se
desvaneció al aspecto de un enemigo formidable. Ellos habian construido durante el invierno tres torres | ta
recidasá lasque montaba Godofredo de Bouillon, cuando tomóá Jerusalen. Estas torres tenian mas elevación
que las murallas de Tolemaida , y amenazaban destruir la ciudad. Pero á medida que la guerrera industria do
los sitiadores aumentaba sus medios de ataque, un habitante de Damasco encerrado dentro do la plaza les
oponia las invenciones de su porfiado genio. Habia compuesto un nuevo fuego griego al que nada podia resis
tir, y en una batalla general, en el momento en que lus dos ejércitos ostaban en lo mas recio de la polea, insta n -
(34 y OTj :¡i
2Cfi HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
tuncamente las torres de madera de los cristianos se vinieron al suelo quedando reducidas á cenizas como si
hubiesen sido heridos por el rayo del cielo (1).
Al verosto incendio , fué tan grande la consternacion de los cristianos, que el landgravc do Turingia creyó
que Dios no protegio ya la causa delos cruzados y levanto el sitio de Tolemaida para regresar á Europa.
Paladino atacó sin cesar á los francos no permitiéndoles un instante de reposo.
La rada de Tolemaida- estaba continuamente cubierta de navios llegados de Europa y de buques musulma
nes procedentes do los puertos de Egipto y de la Siria. Los unos conducian socorros para el ejército cristia
no, y los otros para la ciudad ; veiase desde lejos flotar por los aires, y casi confundirse, el estandarte de la
cruz y las banderas do Mahoma. Los francos y los turcos fueron testigos muchas veces do los combatos que
tenia n lugar cntrc ambos flotasen los riberas: y la victoria ó la derrota llevaban sucesivamente la abundan
cia ó el hambre á la ciudad ó al campo de los cristianos. A la vista de una batalla noval, los guerreros
de la cruz y los de Saladino golpeaban sus escudos anunciando con sus gritos sus esperanzas ó sus alarmas;
algunas veces los dos ejércitos se atacaban y so destruian en la llanura para asegurar la victoria ó vengar la
derrota de los que peteaban sobro las ondas del mar.
En estos combates, los musulmanes hacian ó preparaban continuamente- emboscadas á los cristianos, em
pleando todas las estratagemosdo la guerra. Los cruzados, por el contrario, solo tenian confianza en su valor
y en sus armas. Un carro llamado Slandart por Gualtero Yinisauf y por los cristianos Caroccio, sobre el que
.estaba colocada una torre que remataba en una cruz y en una bandera blanca, les servia de panto do reunion
y los conducia en medio de las batallas. Cuando su ejército peleaba, el deseo del botin les hacia abandonar bien
pronto sus filas ; sus jefes, cuya autoridad era a menudo despreciada en el tumulto del combate, degenera
ban en simples soldados, no pudiondo oponer al enemigo mas que su- lanza ó su espada. Mas respetado de los
suyos Saladino, mandaba á un ejército disciplinado y so aprovechaba á menudo del desórden y de la con
fusion de los cristianos para combatirles con ventaja y arrancarles la victoria. Generalmente todas las accio
nes do guerra empezaban al amanecer; los cruzados casi siempre llevaban ventaja hasta la mitad do la jor
nada ; algunas veces habian invadido y saqueado la tienda de los musulmanes : y al anochecer, cuando re
gresaban cargados con los despojos del enemigo , encontraban su campo atacado por las fuerzas contrarias
é invadido por el ejército de Saladino ó por la guarnicion de la plaza.
Desde que el sultan habia abandonado la montaña Karauba, una sola flota egipcia habia entrado en el puerto
de Tolemaida. Al mismo tiempo habia llegado al campo de Saladino su. hermano Malek-Adhel, que condu
cia tropas levantadas en Egipto. Esto doble esfuerzo dióá los infieles la esperanza do triunfar do los cristianos;
pero su alegria vióse bien pronto neutralizada por los gritos que resonaban á la sazon en oriente. Acabábase
de saber que el emperador de Alemania habia partido de Europa a la cabeza de un numeroso ejército y que
se avanzaba hácia la Siria (2).
Saladino envió tropas al encuentro de un enemigo tan temible, y muchos principes musulmanes abando
naron el ejército del sultan para ir á defender á sus estados, amenazados por los cruzados que llegaban do
occidente. Fueron enviados emba jadores al califa de Bagdad, a los principes del Africa y del Asia, á las
potencias musulmanas de la España, para interesarles á reunir sus esfuerzos contra los enemigos del is
lamismo. En una de las cartas que Saladino escribia al califa , esponia su inquietud acerca de la continua
iuvasion de los francos. «No solamente, decia él, el papa de Roma ha restringido, por su propia autoridad,
á los cristianos el comer y el beber, sino que tambien ha amenazado con la escomunion al que no marcha
se cou espiritu de piedad á la restauracion de Jerusalen. El además prometió partir, en la próxima prima
vera con mucha gente. Si esto se realiza, todos los cristianos, hombres mugeres y niños, querrán seguirle,
v entonces, veremos acudir á todos cuantos creen en el Dios engendrado. »
Mientras que los musulmanes imploraban asi los socorros, que tanto necesitaban , los cruzados pedian á
grandes gritos que se les condujese al combate. En su impaciencia temian que los alemanes no viniesen á

(l) BoUa-F.ddin OIbu-AIntir, Biblioteca de las cruzadas, (,. IV.


(aj, Hemos hecho ya observar, scguu el autor árabe Hoha-Eddin, que habla estensamente de la marcha del emperador Fede
rico & la cabeza de un poderoso ejercito, que el emperador griego aviso 6 Saladino la aproximacion de Federico. Su testimonio
oonfirirui lo que ha dicho la cronica alemana do Uecchespcrg sobre la inteligencia que reinaba entre el sullau y el uriucivc
griego ' Biblioteca de las Cruzadas, l. IV.;
LIBRO OCTAVO. — 1100-1 101. - 42<J7
compartir con ellos la conquista Je Tolemaida. La muchedumbre obligó á los jefas á dar la-señal de la ba
talla, y de desplegar las victoriosas insignias do la cruz. Los jefes, que no juzgaban ser todavia el mo
mento oportuno, trataba por medio desus palabras de calmar esto ardor imprudente : el clero habló en nom
bre del cielo, para recordar a los soldados la disciplina. Pero lodos los esfuerzos de los eclesiásticos y los
principes fueron inútiles. El ma-yor número de peregrinos desprecian á la vez los consejos de la humana
prudencia, y las amenazas do la cólera divina. El dia de la fiesta do San Jaime, la sublevacion y la violencia
abren todas las puertas del campo, y pronto se cubre la llanura de una inmensa multitud, que los au
tores árabes comparan á la que se reunirá en el vdle de Josafat el dia del juicio linal : esta impetuesa mu
chedumbre, precipitándose contra los musulmanes, penetra hasta en medio del campo, y en la locura de su
triunfo, cree haber puesto en fuga á todos los enemigos de Jesucristo. Pero mientras los cristianos se dejan
arrastrar por la codicia del botin, los musulmanes se reacen, y sorprenden á los vencedores que saquea
ban la tienda del hermano de Saladino. Como la mayor parte de los cruzados habian arrojado las armas
no pudieron oponer resistencia alguna, apoderándose de ellos igual terror al que poco antes habian infun-
dido á sus enemigos. Todos -cuantos se habian distinguido en el saqueo perdieron la vida siendo degollado;
en las mismas tiendas que acababan de invadir.
« Los enemigos de Dios ( nos servimos de las espresiones de Boha-Eddin ) se atrevieron á entrar en el cam
po de los leones del islamismo , pero esperi menta ron los efcctos de la divina cólera , porque cayeron debajo
del hierro do los musulmanes, lo mismo que las ojas del arbol caen en otoño impelidas por la tempestad. Cu
brióse la tierra de cadáveres, los que estaban amontonados unos sobre otros.» Un historiador árabe habla asi
de esta sangrienta batalla. «Los cristianos cayeron bajo del hierro de los vencedores, como los malvados cae
rán el último dia en la mansion del fuego. Nueve lilas de muertos cubrian el espacio que hay entre la colina
y el mar, componiéndose cada fila de mil guerreros.»
Mientras que los ensílanos habian sido vencidos y dispersados por el ejército de Saladino , la guarnicion de
Tolemaida hizo una salida, penetró en el campo enemigo, y so llevó á un gran número de mujeres y de niños
indefensos. Los cruzados, á quiénes la noche habia salvado de la persecucion del vencedor, regresaron á sus
campamentos deplorando su doble derrota. La vista de sus despojadas tiendas, y la pérdida que acababan
de esperimentar, abatieron completamente su valor. Pronto supieron tambien la muerte de Federico Barba-
roja y los desastres sufridos por los alemanes. Preparábanse los dos ejércitos uno al ataque y el otrbá la de
fensa cuando supieron este terrible acontecimiento. Pasóse todo el diasin pelear, entregándose los musulma
nes á la alegria y los cristianos al dolor. En su desesperacion los jefes do los peregrinos solo pensaban en re
gresar á Europa, y para asegurar su marcha, trataban de obtener de Saladino la paz á cualquier precio,
cuando apareció en la rada de Tolemaida una flota que desembarcó á muchos franceses, ingleses ó italia
nos conducidos por Enrique conde de Champaña.
Con esto reanimóse el valor de los cristianos, pues se encontraron otra vez dueños del mar, y pudieron á
su vez hacer temblar á Saladino, (pie se retiró de nuevo sobre las alturas de Karauba. Los ataques so diri
gieron contra la ciudad ; el condo de Champaña, llamado por los autores árabes el gran conde, habia en
tusiasmado á los soldados de la cruz; hizo construir arietes de un grandor inmenso, y dos enormes torres com
puestas de madera, de acero, de hierro yde bronce, que le costaron mil quinientas piezas de ofo. Mientras
tanto que estas formidables máquinas amenazaban las murallas, los cruzados dieron voces de asalto , y es
tuvieron á punto de enarbolar el estandarte de los cristianos sobre los muros do los infieles.
Los musulmanes encerrados dentro de la ciudad sobrellevaban los horrores de un largo sitio con una cons
tancia heróica. Los emires Karacousk y lfassam-Eddin animaban continuamente á los soldados. Vigilando
continuamente, estando presentes en todos partes , empleando ya la fuerza, ya la astucia, no dejaban escapar
ocasion alguna de sorprender á los cristianos y de hacer fracasar sus planes. Los musulmanes incendiaron
todas las máquinas do guerra de los sitiadores, haciendo varias salidas en las que rechazaban al enemigo
hasta el campo.
La guarnicion recibia cada dia refuerzos y socorros por mar, pues tan pronto los buques costeaban la
orilla y entraban cu el puerto á favor de la oscuridad de la noche, como los navios llegados de Beirut y man
dados por hábiles musulmanes cuarbolabail el estandarte blanco con la cruz encarnada, budando.de esta
manera la vigilancia do los sitiadores. Itésolvicron los cruzados , con el objeto de privar toda comunica»
2(J8 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
cion entre la ciudad y el mar, apoderarse de la torre de las Moscas que dominaba d puerto de Tolemaida.
Confióse al duque de Austria esta peligrosa espedicion. Un buque sobre el cual se habia colocado una torre
de madera, se dirigió hácia el fuerte que querian atacar, mientras que un buque cargado de materias infla
mables, al que se habia pegado fuego, fué lanzado al puerto para quemar los navios musulmanes. Todo pa
recia anunciar el buen éxito de esta arriesgada empresa, pero el viento, que cambió de repente, llevó el bu-
que incendiado hácia el punto donde estaba la torro de madera de los cristianos, la que fué reducida en un
instante á cenizas. El duque de Austria, seguido de los mas valientes guerreros, habia ya subido espada en,
mano á la torre do los infieles. A la vista del incendio que devoraba el navio en el cual habia llegado, se
arrojó al mar cubierto de su sangre y de la do los musulmanes, y alcanzó él solo la orilla.
Mientras que el duque de Austria atacaba la torre de ¡as Afoscas, el ejército cristiano salió de su campo
para dar un asalto á la ciudad. Los skiadores hicieron sin éxito alguno prodigios de valor, viéndose obligados
á venir á defender sus tiendas, entregadas á las llamas y al pillaje por el ejército de Saladino.
En medio do esta doble derrota, Federico duque de Suabia, presentóse debajo de los muros de Tolemaida.
Asi que se supo en la Palestina la marcha de los alemanes hácia el Asia Menor , la fama anunciaba por todas
partes sus victorias. Los cristianos estaban llenosde confianza y de ardor, pero luego que vieron el pequeño
número de los que habian sobrevivido á sus compañeros , cuando se les vió llegar la mayor parte estenua-
dos-porcl hambre y cubiertos de andrajos, el ospeeto de su miseria, sus lastimeras narraciones, debieron
llenar á todos los corazones de los mas tristes presentimientos.
Quiso Federico señalar su llegada por medio de una batalla dada á los musulmanes. Los cristianes, dicen
los autores árabes, salieron de su campo pareciendo hormigas que corren al botin. Atacaron las avanzadas del
ejército musulman, que guardaban las alturas deAidhia; pero sus batallones no pudieron romper las filas
do los infieles. Despues de haber renovado varias veces sus atrevidos ataques, rendidos de la fatiga, y per
diendo la esperanza do triunfar de sus enemigos, entraron en su campo, en el que el hambre, que empe
zaba á hacerse sentir, no les permitia recobrar sus estenuadas fuerzas (4 ).
En medio de esta multitud de cruzados, cada jefe estaba encargado de mantener á la tropa que mandaba,
y jamás tenian viveres para una semana. Una multitud de peregrinos no reconocian á jefe alguno, y solo ha
bian llevado á la Siria el palo y el zurron deperegrinos. Cuando llegaba alguna flota, los guerreros cristia
nos nadaban en la abundancia; pero cuando esto no tenia lugar, carecian de las cosas mas necesarias á la
vida. A medida que se aproximaba el invierno y que la navegacion se hacia mas peligrosa, el hambre se ha
cia sentir doblemente.
Ningun socorro esperaban los cruzados del occidente, y solo confiaban en sus armas. Salian todos los dias
de su campo para atacará los musulmanes y procurarse viveres. En una de sus escursiones penetraron has-
ta las vecinas montañas de Karouba , en dondo acampaba Saladino ; pero los mas valientes cayeron entre las
manos de los infieles , y su valor siempre desgraciado no pudo salvarles del hambre, que cada dia hacia
mas victimas. Una cargado harina que posaba doscientas cincuenta libras, so vendia por el precio deochen-
I.> escudos, suma exorbitante que los mismos principes no podian pagar. El consejo de los jefes se propuso
lijar el precio de las provisiones qüe so llevaban al campo, pero resultó que los que tenian viveres los escon
dian debajo tierra, y aumentóse el hambrepor las mismas medidas dictadas para hacerla cesar. Muchos caba
lleros se vieron obligados á malar sus caballos para saciar su hambre: se vendian los intestinos de un caballo ó
ticuna bestia de carga por el precio de diez sueldos de oro, y aquellos que se alimentaban del modo quepodian,
valiéndose de los manjares mas viles, tenian que esconderse á fin do no escitar la envidia de los demás. Losse-
ñores acostumbrados á las delicias de la vida, devoraban las yerbas silvestres, y buscaban con avidez las plan
tas y raices, que ellos no hubieran croido jamás que podian servir para el uso del hombre. Los cruzados di
vagaba n por el campo y par sus alrededores como los animales que buscan su pasto, y llegóso basta el es—
tiemo de ver á gentiles hombres que no teniendo dinero para comprar pan le robaban públicamente. En fin,
iara acabar do conocerlos horrores del azote que desolaba al ejército cristiano, muchos soldados de la cruz
huyeron para reunirse con los musultn.mes ; los unos abrazaban el islamismo para tener algun alivio en sus

X: L"> relacion de los autores árabes es muy estensa y curiosa. Véase ln descripcion de los acontecimientos del silio de Tole-
ni uda, en la Biblioteca de las Cruzadas I IV.
LIBRO OCTAVO- 11 00-H 91. 269
miserias, y tos oíros refugiándose en tos buques musulmanes, desafiaban los peligros de un mar borrascoso,
|>ara trasladarse á la is|a de Chipre ó á las cosías de la Siria.
Entrado ya el invierno, las aguas cubrían la llanura, y la mullitud délos cruzados permanecía amontona
da sobre lascolinas. Los cadáveres amontonados sobre la ribera, ó arrojados sobre los tórrenles, exhalaban un
olor pestífero. Pronto las enfermedades contagiosas hicieron mas terribles los horrores del hambre. El cam
po de los cristianos se llenó de lulo y de consternación; enterrábanse todos los días dos ó trescientos peregri
nos. Muchos de los mas ilustres jefesdel ejército encontraron en el contagio la muerte, que ellos habían
buscado muchas veces en el campo de batalla. Federico duque de Suabia, que se habia salvado de todos los
jieligros de la guerra, murió en su lienda de miseria y de la enfermedad reinante. Sus desgraciados compa
ñeros de armas, llorando su muerte, divagaron mucho tiempo, según la espresion de una antigua crónica, co
mo ovejas sin jxistor; se fuéroná Caifás y luego regresaron al campo de Tolemaida; muchos perecieron de
hambre, y los que sobrevivieron, desesperando de la causa de los cristianos, por la que babian sufrido tantos
males, regresaron á occidente.
Para colmo de desgracia, Sibila, mujer de Guido de Lusiñan, murió con sus dos hijos, y su muerte fué cau
sa de la discordia entre los cruzados. Isabel, hija segunda de Amaury y hermana de la rána Sibila, era la he
redera del trono de Jerusalen. A Conrado, dueño de Tiro, á quien el cronista Gualtero Vinisauf (I) compara á
Simón por la doblez, á Ulises por la elocuencia y á Mitrídates por su facilidad en hablar diversas lenguas, se
lo despertó de repente la ambición de reinar en la Palestina, y resolvió casarse con Isabel, casada ya con
llomfray deThorons. Era preciso pues hacer anular el matrimonio de esta princesa, y para atraerse los áni
mos, aduló al pueblo, halagó á los grandes, y prodigó dádivas y promesas. En vano el arzobispo de Canlor-
bery le opuso las leyes de la religión y le amenazó con los rayos de la Iglesia; un consejo de eclesiásticos anuló
el matrimonio de Thoron, y la heredera del trono pasó á ser la esposa de Conrado, censurando el ejército
el que tuviese dos mujeres á la vez, una en Siria y la otra en Conslantinopla.
Con lodo, este gran escándalo no apaciguó las cuestiones pendientes. Guido de Lusiñan no cesó de reclamar
sus derechos á la corona. Los cruzados muñéndose de hambre, víctimas de las enfermedades contagiosas y
del azoto de la guerra, solo se ocupaban de las pretensiones de losdos príncipes rivales. A los unos les habia
conmovido la desgraciada suerte de Lusiñan, y se declaraban por su causa; los otros admiraban el valor de
Conrado, y creian que el reino de Jerusalen tenia necesidad de un jefe que supiese defenderlo. Se censuraba
á Guido de Lusiñan, el haber preparado ó contribuido al poder que habia llegado á adquirir Saladino; por el
contrario se alababa el marqués de Tiro, por haber salvado las únicas ciudades que quedaban á los francos.
Las disensiones pasaron de los jefes á los soldados, pues ibaná perder la vida por saber ú quién pertenece
ría un cetro rolo y el vano título de rey. Los obispos calmaron en Gn los ánimos, y losdos partidos determi
naron confiar la decisión de este negocio al diclámen do Ricardo y de Felipe, cuya próxima llegada sé aguar
daba.
Estos dos monarcas, salidos de Génova y de Marsella, se habían dirigido hácia Mesina (2). Al llegar á esla
ciudad, acababa do morir Guillermo II, en medio de los preparativos de la guerra santa, y su sucesión habia
encendido la guerra entre la Sicilia y el imperio germánico. Constanza, heredera de Guillermo, so habia casado
con Enrique VI rey de los romanos, habiéndole confiado el cargo de defender su herencia; pero el hermano
natural de Constanza, Tancredo, amado do la nobleza y del pueblo, habia usurpado el trono de su hermana,
en que se mantenía por la fuerza de las armas. Las tropas alemanas; para sostener los derechos de Constanza,
devastaban la Pulla, triste preludio de las plagas que cayeron mas tarde sobre este desgraciado reino, y cuya
dolorosa relación servirá pronto para la historia de otra cruzada.

(1) Creemos deber repetir aquf lo que liemos dicho en la Biblioteca de las cruzadas, sobre que la obra de Gualtero Vinisauf del»
cual la recopilación de Bougars solo contiene un fragmento bajo el titulo de Historia flierosolymilana sin nombre de autor, no es co
nocido por ninguno de sus historiadores que han hablado de las cruzadas antes de nosotros. Después do nuestra primera edición, y
bascando todas las recopilaciones de los historiadores ingleses, la hemos hallado completa bajo su verdadero titulo y con el nombre
de su autor. Dicha obra nos ha proporcionado para la tercera cruzada documentos nueves y preciosos. Leyéndola con atención, lie
mos reconocido en Gualtero Vinisauf. un talento muy superior á los escritores de su tiempo. El fragmento inserto en la recopila
ción de Buugars, no contiene de mucho el primer libro de la obra ; pues no llega mas que hasta el casamiento del marqués Conrado
ton l.i esposa de Thoron.
(!) Kojicrio de Uuvadcn, Dromplon, Benito de Pelerboruug, Gualtero Vinisauf, Biblioteca de las Cruzadas 1. 11.
270 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
La aproximacion de los principes cruzados alarmó á Táncredo, que noestaba muyseguro en su trono.
Creia ver en Felipe á un aliado del emperador dé Alemania, y en Ricardo, alhcrmanode la reina Juana, viu
da deGuillermo á quien é1 habia maltratado y retenido en prision. No pudiendo combatirle probó desarmar
le por medio de obsequiosas caricias. Por loque hace á Felipe, el resultado soprepujó á sus esperanzas; no su
cedió asi con Ricardo, el que desde los primeros dias de su llegada reclamó con altaneria el dote de Juana, y
se apoderó dedos fuertes que dominaban á Mesina. Pronto-Ios ingleses se encontraron con los súbditos de Tan-
credo, y el estandarte del rey de Inglaterra fué enarbolado en la misma capital de la Sicilia. Por medio de esto
acto de violencia y de autoridad Ricardo ultrajaba á Felipe, de quien era vasallo. El rey de Francia dió las ór
denes oportunas, para que desapareciese la bandera inglesa; Ricardo obedeció estremecido. Esta sumision, aun
cuando fué acompañada de amenazas, pareció apaciguar á Felipe y puso fin a la guerra: desde entonces Ri
cardo se reconcilió con Tancredo, el que procuró hacer nacer sospechas acerca de la lealtad del rey de
Francia; y para asegurar su propia tranquilidad, sembró la division entro los cruzado». '
Acusáronse los dos reyes sucesivamente de traicion y de perfidia; los franceses é ingleses se asociaron
al encono de sus monarcas. En medio do estas divisiones, Felipe hostigó á Ricardo pafa que se casa-
so con la princesa Afea, que so le habia promotidoen matrimonio; pero las circunstancias habian cambiado,
y el rey de Inglaterra rechazó con desprecio á una hermana del rey de Francia, á quien él mismo habia soli
citado, y por la que habia hecho la guerra á su padro.
Hacia mucho tiempo que Leonor de Guiena, reina de los franceses era el mas implacable enemigo de es
tos, y buscaba desviar á Ricardo de este matrimonio exigido por Felipe. Queriendo concluir su obra y sem
brar para siempre la discordia entre los dos reyes, llevó á Sicilia á Eerenguela, hija de don Sancho de
Navarra que debia hacer casar con el rey do Inglaterra. La noticia de su llegada aumentó las sospechas de
Felipe y fué motivodo quejas. La guerra estaba á punto de estallar; pero algunos hombres sabios y piadosos
inedia ron en el asunto, y los dos reyes formaron una nueva alianza. Sofocóse por un momento la discordia,
pero debid desconfiarse de una amistad que tenia necesidad de que se jurase tan á menudo, y de una paz por
la cual se hacia cada dia un tratado.
Ricardo, que acababa de hacerla guerra á los cruzados, se entregó de repente al arrepentimiento y á la pe
nitencia; hizo reunir en una capilla álos obispos que le habian acompañado, presentóse en camisa delante de
ellos, y teniendo en la mano, dice un historiador inglés (1 ), tres mazos de vergas flexibles, se echó á los piés de
los pastores de la Iglesia, confesó sus pecados, escuchó sus amonestaciones, y sometióse con docilidad á la fla
gelacion que habia sufrido delante de Pilatos el Salvador del mundo. Despues de algun tiempo, como su
espiritu estaba naturalmente inclinado á la supersticion, tuvo deseos de oir al abate Joaquin, que vivia re-
tirado en las montañas de la Calabria y que pasaba por profeta (2).
En un viaje que este solitario hizo á Jerusalen, decian que habia recibido de Jesucristo la facultad de espli-
carel Apocalipsis, y de leer en él, como en una veridica historia, todo lo que debia pasar en la tierra. In
vitado por el rey de Inglaterra, abandonó su retiro y se dirigió á Mesina precedido por la fama de sus vi
siones y desus milagros. La austeridad de suscostumbres,la singularidad desüsmanerasy el mistico lenguaje
de sus discursos, le granjearon luego la confianza y la veneracion de .los cruzados. Se le interrogó sobre el
éxito do la guerra que iba á hacerse en la Palestina, y predijo á los cruzados, que Jerusalen seria rescatada
siete años despues de la conquista de Saladino. ¿Por qué pues, le dice Ricardo, hemos venido tan aprisa?
Vu¿stra llegada, añadió Joaquin, es muy necesaria. Diosos dará la victoria sobre los enemigos, y hará -vues
tro nombre célebre sobre todos los principes de la tierra (3).
Esta esplicacion que no estaba en armonia con la pasion é impaciencia de los cruzados, no podia satisfacer
el amor propio de Ricardo. Felipe dió poco crédito á una prediccion que se en(ontraba desmentida por los
acontecimientos; y solo pensó en combatir á Saladino, esto temible vencedor, que el abate Joaquin creia ora
lina de las siete cabezas del dragon del Apocalipsis. Asi que la primavera hubo hecho navegable el mar, em
barcóse para la Palestina, en cuyo punto fué recibido como el ángel delSeñor: su presencia reauimó el valor
(I; Brompton es el cronista que habla do este hecho; otro escritor ingles, Guallero Kemnigford dice que esto acontecio pocoan-
tesití morir el rey Ricardo, el que viendo acercarse su fin, se hizo azotar en espiaciou desus pecados. Gaallero Viuisauf, no habla
de esto acto de penitencia.
'-i Itrompton, biblioteca de las Cruzadas, t. II.
(i; Uogeiiode Uovcdcu
LIBRO OCTAVO,— H 90-11 91. 271
y la esperanza do los cristianos, que hacia yr tíos años que sitiaban á Tolemaida. Colocaron los franceses su
cuartel corea del enemigo, y desdo que hubieron colocado sus tiendas, so ocuparon en dar el asalto. Se dice,
1 1 1 10 ellos hubieran podido hacerse dueños de la ciudad, pero que inspirado Felipe de unas ideas caballerescas,
mas bien que por una sabia politica, quiso que Ricardo estuviese presente á esta primera copquista. Esta
generosa condescendencia fue funesta á los cristianos, dando á los sitiados tiempo suficiente de recibir socorro.
llabia pasado Saladino el invierno sobrela montaña de Karouba ; las fatigas, los combates, el hambre y
las enfermedades habian abatido á su ejército ; él mismo estaba postrado á causa de un mal que los médi(os
no podian cifrarle, y el cual le habia impedido muchas veces seguir á sus guerreros en el campo de batalla.
Asi que supo la llegada de los dos poderosos monarcas cristianos, solicitó de nuevo, por medio de sus emba
jadores, los socorros do los principes musulmanes. Se hicieron rogativas en todas las mezquitas para el triun
fo desus armas y la salvación del islamismo , y en todas las ciudades los imanes exhortaban á los pueblos a
armarse contra los enemigos de Mahoma.
(i Innumerables legiones de cristianos, decian ellos, han venido de los paises situados mas alia de Cons-
lantinopla, para arrebatarnos las conquistas (pie habian llenado de gozo á los discipulos del Coran, y para
disputarnos un terreno en el cual los compañeros de Omar habian plantado el -estandarte del Profeta. No
economiceis ni vuestra vida ni vuestras riquezas para vencerles. Vuestra marcha contra los infieles, vues
tros peligros, vuestras heridas, todo, hasta el paso del torrente, está escrito en el libro de Dios. La sed, el
hambre, la fatiga, hasta la misma muerte, seran otros tantos tesoros en el cielo, que os facilitarán la entra
da en los deliciosos jardines del paraiso. En cualquiera parte que esteis, la muerte os sorprenderá ; ni vues
tras casas ni vuestras elevadas torres os defenderán contra sus golpes. Algunos de vosotros han dicho: Nova-
yumos á buscar los combates durante los calores del verano y los rigores del invierno; pero el infierno será
mas terrible que los rigores del invierno y que los calores del estio. Id pues á combatir á vuestros enemi -
gos en una guerra emprendida por la religion : la victoria ó el paraiso os aguardan: temed mas á Dios que á
los infieles. Es Saladino que os llama bajo sus banderas. Saladino es el amigo del Profeta como el Profeta os
el amigo de Dios. Si no obedeceis, vuestras familias serán echadas de la Siria, y Dios pondrá en vuestro pais
otros pueblos mejores que vosotros. Jerusalen, la hermana de Medina y de la Meca, volverá á caer en poder
de los idólatras que dan un hijo, un compañero y un igual al Altisimo, y quieren estinguir las luces de
Dios. Armaos pues con el escudo de la victoria ; dispersad á los hijos del fuego y del infierno, que el mar ha
vomitado sobre vrtestras riberas, y acordaos deostas palabras del Coran: El que abandonare sus hogares pa
ra defender la santa religion, encontrará la abundancia y muchos compañeros.'>
Animados los musulmanes con este discurso volaron á las armas, y de todas partes acudieron al campo di'
Saladino, que ellos miraban como el brazo de la victoria y el hijo querido del Profeta.
Durante este tiempo, Ricardo ha hia retrasado su marcha, por asuntos estraños á la cruzada. Mientras que
su rival le aguardaba para tomar una ciudad de los turcos, y queria compartirlo lodo con él , hasta la glo
ria, se hito dueño de un reino que retenia para si.
Al salir la fiola inglesa del puerto de Mesina, fué dispersada por una violenta tempestad ; tres navios se
cstrellaron sobre las costas de Chipre: los desgraciados que pudieron salvarse del naufragio fueron maltra
tados por los habitantes, y además se les llenó de cadenas : un navio á cuyo l>ordo iban Berongucla de Na
varra, y Juana, reina de*Sicilia , habiéndose presentado delante de Limisso, no pudo entrar en el puerto.
Poco tiempo despues, Ricardo llega con la flota que habia reunido, pero se le rechazó inicuamente. Isaac,
descendiente de la familia de los Comnenos, que durante las turbulencias de Constantinopla se habia apo
derado de la isla de Chipre, y la gobernaba bajo el pomposo titulo de emperador, se atrevió á amenazar
al rey de Inglaterra.
Estas amenazas fueron la señal de la guerra, y por una y otra parte corrióse á las armas. Isaac no pu
do resistir el primer choque de los ingleses; sus tropas fueron batidas y dispersadas; sus ciudades abrieron
las puertas al vencedor. El mismo emperador de Chipre cayó en poder do Ricardo, quien por insultar á su
vanidad y á su avaricia, le hizo cargar de cadenas de piata. El rey de Inglaterra, despues do haber liber
tado á los habitantes de Chipre de un rey que ellos llamaban un tirano, Ies hizo pagar este servicio con la
mitad desus bienes, y tomó posesion de la isla , que fué erigida en reino y (pie permaneció mas de trescien
tos años bajola dominacion de los latinos.
272 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Estando en esta isla, y celebrando la victoria en las inmediaciones de la antiguaAmathonte, Ricardo cele
bró su matrimonio con Berenguela de Navarra, y partió luego para la Palestina, llevando consigo á Isaac y
á la hija de este desgraciado principe, en la que, segun se decia, la nueva reina encontró una temible rival.
Antes do llegar á las costas de la Siria, encontró á un navio musulman tripulado por intrépidos guerreros y
cargado di toda clase de provisionesde guerra. Despues de un mortifero combate, el navio desapareció se
pultado bajo las olas, y la noticia de esta victoria precedió á Ricardo en el campo de los cristianos. Celebróse
su llegada con fuegos artificiales disparados desde la campiña de Tolemaida (4 ).
Luego que los ingleses hubieron reunido sus fuerzas con las del ejército cristiano, vib la ciudad sitiada,
delante de sus muros, á todos los mas ilustres capitanes y valientes guerreros. Las tiendas de los francos cu
brian una vasta llanura, y su ejército presentaba un espectáculo imponente; viéndose sobrela ri
bera del mar por un lado las torres y las murallas de Tolemaida , y por el otro el campo de los cristianos, en
donde se habian levantado casas, abierto calles y construido fortalezas; en fin so hubiera dicho que dos ciu
dades rivales se habian declarado la guerra.
La presencia de los dos monarcas llenó de inquietud y espanto á los musulmanes. El rey de Francia pasaba
en oriente por uno de los principes mas ilustres de la cristiandad: los musulmanes decian entre si, que el rey
de Inglaterra sobrepujaba á los otros principes cristianos, por su valor y por la actividad de su genio. Ricar
do y Felipe, se profesaron luego una buena amistad, y todo el ejército, a su ejemplo, pareció haber olvidado
sus antiguas divisiones.
Si este amistoso estado hubiese podido subsistir algun tiempo, los cristianos hubieran podido triunfar fá
cilmente de sus enemigos : pero ¿qué clase de union podia resistir al recuerdo de lo pasado y á los motivos do
rivalidad que surgian todos los dias? Se celebraba sin cesar en el campo la conquista de la isla de Chipre, y las
felicitaciones dirigidas á Ricardo importunaban á Felipe Augusto, quien en balde reclamaba la mitaddel pai-
conquistado, segun las condiciones del tratado de Vezelay. El ejército de Ricardo era mucho mas numeroso
que el de Felipe, y comoel primero habia agotado su reino antes de embarcarse, era tambien su tesoro mas
considerable que el del rey de Francia. Felipe, á su llegada, habia prometido tres escudos de oro cada mesá los
caballeros que no'tuviesen sueldo, y todos alababan su generosidad : prometióles Ricardo cuatro piezas de
oro, é hizo olvidar los beneficios del monarca francés. No podia mirar Felipe sin envidia que un
principe, que era su vasallo tuviese mas crédito que él en el ejército, y Ricardo se desdeñaba de obedecer
á un soberano á quien él aventajaba en poder y tal vez en valor.
A pesar de todo, los trabajos del sitiose proseguian sin descanso, se colocaban máquinas, y cada dia se pro
baba de asaltar la plaza; pero rara vez los franceses é ingleses combatian juntos, y cada batalla era causa de
mil discordias : poique los cruzados que se habian quedado en el campo censuraban á los que habian comba—
tidoel no haber triunfado del enemigo, y estos á su vez echaban en cara á aquellos el no haberles socorri
do en el peligro.
Los debates á que dieron márgen las pretensiones al trono de Jerusalen, se renovaron en toncos con mas fu
ror. Felipe asi que llegó, declaróse por Conrado: y esto bastó para que Ricardo se declarase por Guido de Lu-
siñan. El ejército cristiano se dividió en dos partidos, como estaba poco antes. Veiase de una parte los fran
ceses, alemanes, templarios y genoveses; y dela otra ingleses, pisanos y hospitalarios. En medio de estas di
sensiones, Conrado se retiró á la ciudad de Tiro, y manifestó que no queria hacer sacrificio alguno para la
union de los cristianos.
El rey de Inglatera y el rey de Francia cayeron enfermosal llegar al campo de Tolemaida. Esta desgraciada
circunstancia retardó algo los progresos del sitio, y dió alguna esperanza á los sitiados. Felipe solo permane
ció algunos dias en su tienda , y no lardó en montar á caballo para reanimar á los soldados con su presencia ;
Ricardo cuya enfermedad era mas grave, se mostraba impaciente para pelear, y esta impaciencia, dice su his
toriador, le atormentaba mas que la calentura que quemaba su sangre.
Durante su enfermedad, Felipe y Ricardo habian enviado diputados á Saladino, y la historia se complace
en consignar los generosos procedimientos y las politicas frases conque so redactaron las negociaciones, en
tre soberanos que se hacian la guerra. Saladino, segun refiere Brompton, ofrecia á los reyes cristianos, frutos

(i) Guallero Vinisauf, Biblioteca de las Gruzadas t II.


LIBRO OCTAVO.— 11 90-1 191. . 273
ikj Damasco, y estos hacian regalos al princip, musulman de joyasy brillantes. Estas maneras. desconocidas
hasta entonces, presentaban unestraño contrastecon la bárbara animosidad de los combatientes. Ésto hacia,
que la multitud do los cruzados no podia esplicarse estas relaciones que causaban su sorpresa, y en el estado
dedesórden y de agitacion en que se hallaban los ánimos, se atribuia mas bien ó con mas facilidad á perfidia y
á traicion que no á generosidad . Los partidarios de Ricardo acusaron á Felipe, y los de este echaban en ca
ra á Ricardo el mantener una culpable inteligencia con los musulmanes. El rey de Francia contestaba á es
tas acusaciones, comba tiendo todos los dias con los turcos, y el rey de Inglaterra, siempre enfermo, se hacia
conducir á menudo al pió do las murallas de la ciudad, para escitar con su ejemplo el ardor de los sitiadores.
Sin embargo los peligros de la guerra, la gloria de la religion y el interésde la cruzada, acallaron por un
momento la voz de las facciones, y persuadieron á los cruzados á reunirse contra el enemigo comun. Des
pues de varias discusiones, se decidió que Guido de Lusiñan conservaria el titulo de rey durante su vida y que
Conrado y sus descendientes le sucederian al reino de Jerusalen (1).
,Seconvino al mismo tiempo, que cuando el uuo de los dos monarcas atacariala ciudad, el otro vigilaria por
la seguridad del campo, conteniendo á la vez al ejército de Saladino. Este convenio restableció la armonia, v
los guerreros cristianos que habian estado á pique de esgrimir las armas unos contra otros, ya no dispula-
ron mas que la gloria de vencerá los infieles.
Continnóse el sitio con nuevo ardor; pero los sitiados habian empleado en fortificar la plaza todo el tiempo
que los cruzados acababan de perder en estériles disputas. Estos, al presentarse delantede las murallas, en
contraron una resistencia que realmente no aguardaban. El ejército de Saladino secundaba continuamente los
esfuerzos de los sitiados atacando al ejército cristiano. Desde el amanecer, el ruido de los timbales y de las
trompetas, señal del combate, resonaba en el campo de los turcos y sobre las murallas de Tolemaida; Saladi
no estimulaba á sus soldados con su presencia, y su hermano Malek-Adhel daba el ejemplo del valor.á todos
los emires. Muchas grandes batallas tuvieron lugar al pié de las colinas, en donde acampaban los cristianos.
Los cruzados probaron por dos veces dar un asalto general, y viéronse obligados á regresar á su campo para
defenderlo de Saladinoque le estaba amenazando.
En unode estos ataques, un caballero defendia una de las puertas del campo contra una multitud de mu
sulmanes. Los autores árabes comparan este caballero á un demonio animado por todos los fuegos del infier
no. Una enorme coraza lecubria enteramente : las (lechas, piedras, y los golpes de lanza, no podian ofender
le: todos cuantos le rodeaban recibian la muerte, y solo él, en medio de sus enemigos, parecia que no debi.i
temer cosa alguna. Este bravo guerrero no pudo ser puesto fuera de combate sino por el fuego griego arrojado
sobre su cabeza, y devorado por las llamas, pereció, asemejándose á las enormes máquinas de los cristianos,
que los sitiados habian incendiado debajo de las murallas dela ciudad (2).
Cada dia los cruzados redoblaban sus esfuerzos, y rechazaban sucesivamente el ejército de Saladino ó ame
nazaban á la ciudad de Tolemaida. En uno de los asaltos quedieron, se Ies vió llenar los fosos dela plaza con
sus caballos muertos^ con los cadáveres de sus compañeros, que habian sucumbido bajo el hierro del enemi
go ó diezmados por las enfermedades. Los sitiados quitaban los muertos amontonados debajo de sus murallas
por los cristianos, y los arrojaban al borde del foso, en donde la espada del combate hacia sin cesar nuevas
victimas. Ni el espectáculo de la muerte, ni los obstáculos, ni lasfatigas, nada podia contener á los cristianos.
Asi que sus torres de madera y sus arietes habian sido reducidos á cenizas, construian caminos subterráneos,
des le los cuales se dirigian hasta el pié de las murallas. Cada dia empleaban nuevos medios y nuevas má
quinas para batir la plaza. Refiere un historiador árabe, que levantaron cerca do su campo una colina
do tierra de una prodigiosa altura; y empujando sin cesar la tierra hácia adelante, hicieron adelantar poco á
poco esta montaña hácia las murallas de la ciudad. Solo estaba separada de la plaza, la mitad de distancia
que corre una flecha; y los sitiados, saliendo de la plaza, se precipitaron delante de la masa enorme, que se
aproximaba todos los dias y amenazaba sus murallas. Armados de espadas, azadones y palas, combatian á
los que la hacian mover, y no pudieron detenerla sino abriendo muchos fosos sobre su basé.
Los franceses se distinguian entre todos los guerreros cristianos, y dirigian sus ataques contra la torre

(1) La decision tomada con respecto a Guido, no tuvo lugar hasta despues de la rendicion de Acre, pero debiase tratar enton
ces de las bases del arreglo.
(2) Boba-Eddin, Biblioteca de las Cruzadas, t IV.
3",
«71 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
maldita al este de la ciudad. Ya empezaba esta á bambolear, debiendo ofrecer bien pronto á los sitiadores un
camino para entrar en la plaza. La guerra, las enfermedades y el hambre habían debilitado la guarnición; la
ciudad estaba falta do víveres, de municiones de guerra y de fuego griego; los guerreros que babian resisti
do á todas las fatigas, cayeron en el abatimiento, y el pueblo murmuraba contra Saladino y contra los emi
res : en esta crítica situación, el comandante de la plaza, llamado Meschloub, se trasladó á la tienda de Felipe
Augusto y lo dijo: « Hace ya cuatro anos quo somos dueños de Tolemaida . Luego que los musulmanes entra-
pon en la ciudad, dejaron á lodos los habitantes la libertad de trasladarse al punto que quisiesen, con sus
familias; nosotros os ofrecemos hoy devolveros la plaza, y solo os pedimos las condiciones que nosotros conce
dimos á los cristianos.» El rey de Francia, después de haber reunido álos principales jefes del ejército, respon
dió que los cruzados no consentirían en perdonar -a los habitantes y á. la guarnición de Tolemaida, silos
musulmanes no entregaban á Jerusalen y á todas las ciudades cristianas que habían caido en su poder desde
la batalla de Tiberíada. Irritado el jefe do los emires de esta contestación, se retiró jurando por Mahoma
sepultarse debajo de las- ruinas de la ciudad: «Nuestros últimos esfuerzos serán terribles, esclamó : y cuando
el ángel lieduan conducirá á uno de nosotros al paraíso, el siniestro Malek precipitará á cincuenta de vosotros
en el infierno.»
Cuando el comandante regresó á la plaza, inflamó á todos sus soldados. Luego que los cristianos renovaron
el ataque y trataron de dar un nuevo asalto, fueron rechazados con un vigor que les llenó de sorpresa. La mul
titud de los francos^ valiéndonos del lenguaje de los autores árabes, se arrojaban sobre los muros de la plaza
con la rapidez de un torrente que va á precipitarse en un lago; subían por las murallas médio arruinadas,
como las cabras salvajes suben por las escarpadas rocas, mienlrasque los musulmanes se precipitaban sobro
los sitiadores, como las piedras que se desgajan de la cúspide uu las montañas.
La desesperación daba esto valor á los musulmanes; pero el ardor que les inspiraba la desesperación era
pasajera , y pronto los soldados del islamismo volvieron á caer en el abatimiento. Los socorros que Saladino
les había prometido no llegaban, y nada podia salvar la ciudad. Muchos emires se embarcaron de noche en
un pequeño buque, para ir á buscar un asilo en él campo de Saladino, prefiriendo esponerse á la censura
del sultán ó perecer en medio de líasaguas, que morir bajo la espada de los cristianos. Esta deserción y la vis
ta de las torres acabaron de llenar de terror á los musulmanes. Mientras que los palomos y los buzos anun
ciaban la horrible situación de los sitiados, estos formaron el proyecto de salir de la plaza en medio de la no
che, y de desafiar lodos los peligros para reunirse con el ejército del sultán; pero su intención fué descubierta
por los cruzados, que guardaron lodos los puntos por donde podían escapar. Visto esto por los sitiados, solo
pensaron en salvar su vida por medio de una capitulación que fué aceptada. Ellos prometieron hacer devol
ver á los francos el leño de la verdadera cruz y seiscientos prisioneros, comprometiéndose á pagar doscientas
mil piezas de oro al jefe del ejército cristiano. Los rehenes y todo el pueblo encerrado dentro de Tolemaida
debian quedar en poder del vencedor hasta la completa ejecución del tratado (1).
Un soldado musulmán pudo escaparse de la ciudad y vino á anunciar á Saladino que la guarnición había
sido obligada á capitular. El sultán, quese habia propuesto probarel último esfuerzo, supo esta noticia con
un profundo dolor. Convocó á su consejo para saber si aprobaría la capitulación , pero apenas los principa
les emires se habían reunido en la tienda, que se vió ondear sobre las murallas y las torres de Tolemaida los
estandartes de los cruzados. • . .
Tal fué el sitio de Tolemaida , que duró mas de dos años , y en el que los cruzados derramaron mas san
•gre y demostraron mas valor queel que se necesitaba para conquistar el Asia. «En el espacio dedos años,
nlice Emmad-Eddin, el hierro de los musulmanes inmoló á mas de sesenta mil infieles ; á medida que pere
cían sobre la tierra, se multiplicaban en el mar : cuantas veces se atrevieron á atacarnos fueron muertos ó
hechos prisioneros ; con todo, otros les sucedían, y si sucumbían un centenar, aparecían mil.» No deja de
ser un asunto de meditación para el hombre pensador, una guerra á la cual acudían los pueblos del norte y
del mediodía, que sin estar de acuerdo entre sí , ni ser escitados ó arrastrados por potencia alguna , iban á
combatir, debajo de los muros de una ciudad de Siria, á un enemigo que no conocían y del que nada tenían
quo temer personalmente.

¡i) Sualtero Vinisauf y Brompton, Biblioteca do las Cruzadas, t. II.


LIBRO OCTAVO.— H 90-1 191. 275-
Cuando uno aplica esta idea ó concepto á los acontecimientos que acabamos dfe describir, no puede menos
de admirarel heroismo, la constancia y la resignacion de los cruzados ; y sorprende á la vez la direccion que
dan muchas veces á los negocios, circunstancias ó acontecimientos de poca valia. Un rey fugitivo, que noen-
cuentra un asilo en sus estados, va de repente seguido de sus soldados á sitiar Una ciudad importante; desde
el momento y sobreeste pimío tiene, los ojos puestos toda la cristiandad, dirigiéndose a él todas las fuerzas
del occidente, sin que principe ni monarca alguno sueñe en acometer empresa alguna mas importante. Vese
por una parte agitarse los imperios y levantarse armados á la voz de la oprimida religion; ¿y qué es lo que
se ve del otro lado? la colina de Thuron y las estériles riberas de Belus , sobre las que vino á conceutrarse
y á morir esta violenta tempestad que ha conmovido al mundo. Este largo sitio deTolemaida, si llenó de glo
ria á algunos, no fué para los francos masque un lazo que les tendió la fortuna delos musulmanes, y el por
fiar tanto en la conquista de una ciudad, que no era la santa ciudad, ¿no contribuyó á salvar el oriente y tal
vez al islamismo de las empresas del mundo cristiano?
En los diferentes combates que tuvieron lugar durante el sitio entre los buques turcos y los francos, ha
podido notarse que los cristianos llevaban á menudo ventaja sobre sus enemigos, y la superioridad de la
marina de occidente fué la que salvó al ejército cristiano. Mas daño hicieron á los cruzados las tciwpcstadcs
y el mal tiempo, que todos los guerreros do Saladino. Si los musulmanes se hubieran hecho temibles por sus
fuerzas navales, y si Saladino en lugar de reunir los ejércitos, hubiese reunido las Ilotas para guardar las cos
ias de. la Siria, los ejércitos de Europa no hubieran pálido reunirse jamas, y el hambre hubieía hecho vic-
limasá todos los cristianos que hubiesen llegado á Palestina (1 ).
Es en los grandes acontecimientos cuando se ponen de relieve la fuerza, el ingenio y las pasiones del hom
bre; y en esta larga lucha entre cristianos y musulmanes puede conocerse su poder y su pujanza, y al mis
mo tiempo estudiar su carácter y sus costumbres.
No hablaremos aqui de sus diferentes armas, ni de su láctica, ni de sus evoluciones militares. En el sitio
de Tolemaida, los francos y los turcos perfeccionaron sucesivamente los medios de ataque y defensa. Los mu
sulmanes dieron al fuego griego una fuerza y una actividad que no se habia conocido en las precedentes
guerras. Por otro lado los cristianos construyeron máquinas que fueron la admiracion y el espanto'de sus
enemigos. Nada se omitió por una y otra parte de cuanto pudiese contribuir á hacer la guerra mas mortife
ra y mas cruel , y en el furor que animaba á los combatientes , se admira que no se hiciese uso de las fle
chas envenenadas, conocidas entonces en Asia. En un navio musulman que conducia municiones de guerra
á Tolemaida y que apresó Ricardo al llegar á la Siria, se encontraron'serpientes y cocodrilos destinados á
causar la muerte en el campo de los sitiadores. Los cruzados no tuvieron defensa alguna contra estos terri
bles ausiliares , pero ellos habian traido de Sicilia piedras negras (2), producto de la lava del Elna, que cau
saban un gran destrozo en la ciudad, y que los musulmanes comparaban á los rayos lanzados contra los ánge
les rebeldes.
En medio de los combates y de los asaltos que tenian lugar todos los dias, no vemos sostenido el valor
de los soldados de la cruz por las visiones y milagros, como en las otras guerras santas. Solo una crónica
refiere (3) que la Virgen, madre del Salvador, apareció durante la noche á algunos guerreros que vigila
ban debajo de las murallas do la ciudad; pero el relato de esta aparicion nohizo sensacion alguna en el ejér
cito cristiano. Con todo, el entusiasmo religioso no tenia limites, y jamás se vió á tan gran número do pre
lados y de eclesiásticos sobrelas armas. El clero latino, que en sus predicaciones habia repetido tantas veces,
que la muerte en una guerra contra los musulmanes abria á los peregrinos las puertas del cielo , no quiso
privarse de este medio de salvacion. Aun cuando los sacerdotes del islamismo no tomaron las armas , hemos
visto con todo, que miraban esta guerra como sagrada, y el mas ilustre de los cadis musulmanes escribia á
Saladino : La lengua de nuestras espadas es bastante elocuente para obtenernos el perdon de nuestras fal
tas [i).
(II Gualtero Vinisaufda acerca ti el estado de la marina en ta edad media, detalles bastante curiosos en su libio I, cap. 34.
¡*.oasc ltunbien la Biblioteca de las Cruzadas, t, I. p. 67.>.1
(81 Gualtcro Vinisauf dice que una dccstas piedras negras fué mandada a S.iladino, como un otijeto de curiosidad.
M) Bi ompton. ti autor musulman Boka-liddin cita por su parlo, A una legion do angeles vestidos de color verde que descendie
ron del cielo durante la noclie para snroi.MTa.Ui guarnicion de San Juan de Acre Biblioteca de las Cruzadas, t IV).
(i) Biblioteca de las Cruzadas, t. IV.
270 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
El fanatismo redobló á menudo los furores de la guerra. En el esceso de su religiosa animosidad, los mu
sulmanes dieron la muerto á los desalmados cautivos , y vióseles quemará los prisioneros cristianos sobre el
campo de batalla : los cruzados imitaron la barbarie de sus enemigos.
Tal es con todo el ascendiente que tiene la voz de la bumanidad sobre los mas feroces corazones, que rié
ronse entonces guerreros que se retiraban horrorizados de la carnicoria que ellos mismos habian hecho. En
un asalto que se dióá la ciudad, encontráronse en los subterráneos los mineros cristianos y los musulmanes;
y como si el espcct iculo de las ruinas acumuladas ásu alrededor y el aspecto de la tumba que habian hecho
les hubiese infundido generosos sentimientos, depusieron las armas é hicieron entre ellos un tratado de paz,
dejando á otrcs el cuidado de proseguir una guerra que Ies hacia mas bárbaros de lo que querian ser.
Se ha comparado el sitio do Tolemaida con el de Troya, y esta comparacion no deja-de ser verdadera. Los
guerreros musulmanes y los guerreros cristianos se provocaban á menudo á combatos singulares y se llena
ban de injurias. Como los héroes de Homero , mujeres cubiertas con el casco y la coraza disputaban á los ca
balleros ol premio del valor, y fueron encontradas entre los muertos que cubrian el campo de batalla (1).
Hasta la infancia quiso tomar parte en esta lucha, pues Viósc á los niños salir de la ciudad sitiada y batirse
contra los niños de los cristianos,- en presenciado los .dos ejércitos.
Alguna vez los placeres de la paz reemplazaban á los furores de la guerra , y los francos y los turcos ol
vidaban por un momento que estaban en guerra. Durante el sitio se celebraron varios torneos en la llanura
de Tolemaida, á los que los musulmanes fueron invitados. Los campeones de los dos partidos antes de en
trar en la liza se arengaban los unos á los otros , se llevaba al vencedor en triunfo, y al vencido se le consi
deraba como prisionero de guerra. En estas fiestas guerreras, que reunian á las dos naciones, los francos bai
laban á menudo al son de los instrumentos árabes , y sus bufones cantaban para hacer bailar á los musul
manes.
La mayor parte de los emires, á ejemplo deSaladino. demostraban una sencilla austeridad en sus vesti
dos y en sus maneras. Un autor árabe compara al sultan, en medio de su corte, rodeado de sns hijos y de sus
hermanos, al astro de la noche quearroja una sombria luz en medio de las estrellas : todo su lujo consistia en
la hermosura desus caballos, en el brillo de sus armas y de sus estandartes, sobre los que hacian pintar
plantas, flores, albaricoques y otros frutos de color de oro. Los principales jefes de la cruzada no guardaban
esta conducta. Las crónicas inglesas se complacen en celebrar el fausto y la magnificencia que desplegó el
rey Ricardo en su peregrinacion : como se habia visto ya en la primera guerra santa , los principes y los ba
rones se llevaban al Asia todos sus instrumentos de caza y de pesca, rodeándose del lujo de sus palacios y de
sus castillos. Entre los halcones que tenia el rey de Francia, dice un autor árabe, habia uno do color blan
co y de una especie rara : el rey f repetimos aqui la sencilla relacion del cronista oriental ) queiia mucho á es
te pájaro, y este pájaro quería taml>ien mucho al rey. Habiéndose escapado este halcon, fuéá posarse sobre las
murallas de la ciudad, y todoel ejército cristianose puso en movimiento para coger al fugitivo pájaro. Como dió
la casualidad que los musulmanes le cogieron y lo presentaron á Saladino, Felipe envió un embajador al sul
tan para rescatarle, éhizo ofrecer una suma de oro que hubiera bastado para el rescate de muchos guerreros
cristianos.
El campo de Tolemaida, á donde todas las artos y oficios habian seguido á los peregrinos , parecia una gran
ciudad de Europa ; pues en él se hallaban mercados en donde poder comprartodas las producciones del orien
te y del occidente : el movimiento del comercio, los trabajos de la industria, se mezclaban en todas partes con
la actividad de Id guerra y el ruido de las armas. Debe creerse que la ambicion y la codicia se aprovecharon
á menudo de la miseria de los cruzados : las crónicas hablan de un pisano que en medio del hambre habia
reunido una gran cantidad de trigo, y rehusaba el venderlo, con la esperanza de sacar una escesiva suma.
Las llamas consumieron los almacenes de este avaro comerciante, y los pobres no dejaron de reconoeer la
divina justicia de Dios.
Abd-Allatif, que se encontraba enol sitio de San Juan do Acre , nos da varios detalles acerca del campo do

(tj Los cronistas de occidente no tublan una palabra de las mujeres que combatian entre los oruzados ; los autores Arabes, que
hablan de osle asunto, nos dicen que fueron reconocidas, entre los muertos o los prisioneros. Solamente Gualtero de Vinisauf
cita un acto de heroico sacrificio de una mujer cristiana, que herida de muel le pidio ser arrojada al foso de la ciudad, a fin que
:,u cuerpo pudiese contribuir a rellenarlo. (Biblioteca de las cruzadas, t. II.)
LIBRO OCTAVO.— M90-H 91. 277
los musulmanes. «En medio habia una gran plaza, dice el cronista árabe, conteniendo hasta ciento cuaren
ta departamentos para los albéitares : vciuuso muchas cocinas, y en una sola se contaban veinte y ocho ollas
ó marmitas, pudiendo contener cada una una ot^Ja. Yo mismo conté las tiendas, registradas por el inspector
del mercado, y conté hasta siete mil. Una de las tiendas del cam|X> habria hecho ciento como la de nuestras
ciudades. Todo estaba bien acondicionado. Cuando Saladino levantóel canqxjpara retirarse áKarouba, aun-
quela distancia era corta, costó á un mercader de mantecas, sesenta y dos piezas de oro el trasladar su
almacen. En cuanto al mercado de vestidos nOevos y viejos, es cosa que pasma la imaginacion. Se contaban
en el campo mas de mil baños, servidos por africanos. »
La miseria que alligia constantemente al campo cristiano, no impedia á un gran número de cruzados
entregarse á todos los escesos de la licencia y del desórden ; pues se veian reunidos alli todos los vicios
de la Europa y del Asia. Si debe creerse á un historiador árabe, en el mismo momento en que los francos
iban á sufrir todos los rigoresdel hambre y de las enfermedades contagiosas, llegóá su campamento un cuer
po de trescientas mujeres, cuya presencia en el ejército cristiano era un escándalo para los musulmanes , y
(pic se prostituian á lossoldados de la cruz, no teniendo necesidad para corromperlas de emplear los encantos
de la Anuida de Taso.
Sin embargo, el clero exhortaba sin cesar á los peregrinos á seguir los preceptos del Evangelio. En el cam
po do los cristianos, los campanarios de las iglesias congregaba ó llamaba á los fieles al templo. A menudo los
musulmanes aprovechaban el momento en que los cruzados asistian á la celebracion de la misa, para atacar
sus trincheras desprovistas de soldados. En medio de la corrupcion general, el silio de Tolemaida presentó
rasgos de veneracion. En los campamentos, y sobre el campo de batalla, se ejercia siempre la caridad al
rededor del soldado cristiano para aliviar su miseria y para curar á los enfermos y heridos.
Se habian formado asociaciones de hombres piadosos para asistir á los moribundos y enterrar á los muer
tos. Un |K>bre sacerdotede Inglaterra hizo construir á susespensas, en la llanura de Tolemaida, una capilla
dedicada ó consagrada á los difuntos : habia á mas hecho bendecir al rededor de la capilla un vasto cemen
terio, en el cual, cantando él mismo el oficio de difuntos, servia para los funerales de mas de cien mil pere
grinos.
Duranteel sitio, los guerreros del norte se encontraron en una posicion muy critica , sin poder ser socor
ridos por las otras naciones. Algunos gentiles hombres de Lubek y de Bremen vinieron en su socorro, y for
maron tiendas de campaña con las velas de sus buques, para recibir en ellas á los pobres soldados de su na
cion y curarles en sus enfermedades: cuarenta señores alemanes tomaron parte en esta generosa empresa,
y sn asociacion dió origen á la orden hospitalaria y militar de los caballeros teutónicos (1). En esta época se es
tableció la institucion dela Trinidad, que tenia por objeto rescatar á los cristianos que estaban cautivos en
poder de los musulmanes.
Cuando yo visitó eu 1 831 á San Juan de Acre y á sus alrededores para seguir las huellas de nuestros anti
gues cruzados, encontré recuerdos mucho mas recientes de la Francia. Es sabido que en 1798, el general Bo-
naparte, vencedor del Egipto, pasóá la Siria con todo su ejército, y puso sitio á San Juan de Acre ó Tolemai
da : yo he visto sobre el monte Carmelo y sobre la ribera del Belus las tumbas de les franceses, muertos
durante este último sitio: el monte Thabor y las campiñas de la Galilea conservan aun el recuerdo de las
victorias de Bonaparte y de sus compañeros. Estas dos guerras produjeron igualmente prodigios de valor; pe
ro | qué diferencia de los sentimientos queanimaban á los jefes y á los soldados en una y otra época ! En la pri
mera espedicion, los hombres se baten por la religion de sus mayores, y en la segunda se pelea en nombre
de una revolacion que amenaza destruir á la misma religion. En la cruzada de Felipe Augusto y de Ricardo
Corazon de Leon, el nombre de Jerusalen ba§tó para inflamar á todos los corazones ; en la campaña de Na
poleon, no se pronuncia el nombre do la santa ciudad, y de esto ejército venido del antigue reino de San
Luis, nadie se acuerdado saludar el sepulcro de Cristo. ¿No hay aqui, pues, algo de misterioso, que la histo
ria no puede esplicar? Porque en lasdos guerras, es siempre el occidente queel va á buscarel oriento, y qúo
desea aproximársele.
Mientras que los hombres hacen con estrépito las revoluciones que conmueven á la sociedad, y cuyo lér-

t) Vease la esplicaciou sobrelas ordenes de cabulleria en la Biblioteca delas Cruzadas.


278 HISTORIA DK LAS CRUZADAS.
mrno desconocen , la Providencia prosigue en sus designios silenciosamente, sirviéndose de medios y de ins
trumentos que él juzga convenientes á sus miras. La necesidad de ncercarse dos naciones tan alejadas la una
de la otra, este misterio , impenetrable hasta aqui á nuestra débil politica, ¿no empezaria a poderse esplicar
por lo que acontece mas allá de los mares en el momento en que escribimos (< )? Nos ocuparemos de este
asunto al examinar cuáles han sido los resultados probables y el verdadero objeto de las cruzadas. Prosiga
mos nuestra tarea.
Luego que los emires que mandaban en Tolemaida hubieron firmado la capitulacion, muchos caballeros
cristianos entraron en la plaza para recibir los rehenes y tomar posesion de las torres y de las fortalezas. Al
salir la guarnicion musulmana de la ciudad, encontró formado en batalla á todo el ejército cristiano, notán
dose en el airey el continente de los guerreros musulmanes cierta arrogancia y fiereza, que hubiera podido
tomarse por el orgullo de la victoria. Este espectáculo irritó á los soldados cristianos, que estaban ya descon
tentos por no haber tomado la ciudad í la fuerza, en cuyo caso hubieran podido saquearla : el descontento
subió de punto al ver que los dos reyes hicieron colocar-, centinelas á todas las puertas, con el fin de prohibir
la entrada á la plaza á la multitud de los cruzados que la habian conquistado. Ricardo y Felipe se repartieron
los viveres, las municiones y todas las riquezas que encontraron dentro de Tolemaida, y sacaron á la suerte
á los rehenes y á los prisioneros de guerra. «Que la Iglesia y la posteridad, esclama ti obispo de Cremona,
juzguen si con venia que fuese dado todo á dos principes que apenas hacia tres meses que habian llegado, te
niendo los otros peregrinos tantos derechos adquiridos sobre losdespojos del enemigo, por sus largos traba
jos y por tanta sangre derramada durante todo el sitio.
Luego queFel¡[>c y Ricardo se hubieron repartido el precio de la victoria, todo el ejército entró en la ciu
dad. El clero purificó las iglesias, que habian sido convertidas en mezquitas, y dió graciasal cielo por el últi
mo triunfo concedido á los ejércitos de los cruzados. Los cristianos echados de Tolemaida cuando la conquista
de Saladino, vinieron á reclamar sus antiguas posesiones, y debieron á la activa solicitud del rey de Francia
el que se les permitiese ocupar sus antiguas habitaciones. Usaba Ricardo de la victoria sin miramiento algu
no , no solamente con respecto á los vencidos, sino hasta con los mismos vencedores. Se cuenta que LeopoU
do de Austria, que se habia distinguido en el eiército por su valor, habia enarbolado su estandarte sobre una
de las torres de la ciudad , y por orden de Ricardo se quitó dicha bandera y fué arrojada al foso (2) : los guer
reros alemanes tomaban ya las armas para vengar este ultraje, pero Leopoldo disimuló su resentimiento; sin
embargo la fortuna debia ofrecerle bien pronto la ocasion de vengarse cruelmente. Irritado Conrado, se re
tiró precipitadamente con sus tropas á Tiro , y contestó á los prelados y barones que fuéron á invitarle para
que se reuniese otra vez á las banderas de la cruzada , que no se creia seguro en una ciudad y en medio de
un ejército en donde mandaba Ricardo. Entonces Felipe, ya fuese que estuviese descontento de la conducta
del rey de Inglaterra, ya que estuviese faltode dinero para continuar la guerra, y que su enfermedad seagra-
vase, anunció su resolucion de regresar á sus estados. Esta determinacion afectó profundamente á todos los
cruzados. Refiere Bromptou, que el duque de Borgoña y los barones que mandó á Ricardo para participarlc
esta ¡dea, no pudieron articular ni una sola palabra á causa del profundo sentimiento que ahogaba su voz:
los barones del rey de Inglaterra derramaron tambien lágrimas, pero Ricardo á quien no le desagradaba que
darse sin rival en el ejército cristiano, consintió f icilmente en la marcha de Felipe, contentándose con exi
girla la real promesa, de queal regresar á Francia no emprenderla cosa alguna contra los dominios y las pro
vincias de la corona de Inglaterra. Felipe fué á embarcarse á Tiro, y dejó diez mil franceses bajo las órdenes
del duque de Borgoña. Asi que salió de Tolemaida, sus fieles caballeros y los cruzados que habian abrazado
su partido contra Ricardo, se despidieron con el mayor cariño de él ; los demás le llenaban de maldiciones
y le echaban en c¿ira su desercion de la causa de Jesucristo.
Ricardo quedó solo y encargado de llevar á efecto la capitulacion deTolemaida. IJabia trascurrido ya un mes,
y Saladino no pagaba los doscientos mil baza n tes que habia prometido en su nombre ; tampoco habia devuelto
el leño de la verdadera cruz , ni habia puesto en libertad á los prisioneros cristianos. «Entonces el rey de Ingla
terra, dice Gualtcro Vinisauf, cuyo mayor deseo era el abatir el orgullo de los musulmanes, confundir tu

(I) En 1839.
l líualtcro de Kemnigínrd, Biblioteca de las Cruzadas t. II.
LIBRO OCTAVO.— 1 1 90-1 191. 279
malicia y su arrogancia, y castigar los ultrajes que el islamismo habia hecho a la cristiandad, hizo salir de la
ciudad, el viernes despues de la Asuncion, dos mil setecientos musulmanes encadenados^ y dió la orden para
(|uo los matasen. Los que estaban encargados de ejecutar esta órden, so alegraron de hacer sufrir á los cau
tivos musulmanes la pena del talion, y vengar con su muerte la ipie sufrieron los prisioneros cristianos muer
tos a flechazos { 1 ). Hemos creido deber copiar aqui la relacion de un testimonio ocular, porque en un hecho
tan grave, el historiador debe temer siempre desnaturalizar un hecho, y cambiar alga de las circunstan
cias que le caracterizan. Añadiremos, segun la relacion del autor ingles, que este acto de barbarie no
fué obra esclusiva de Ricardo, porque la ejecucion de los cautivos fué resuelta en un consejo de jefes del ejér
cito cristiano. Las crónicas árabes no dejan de hacer mencion de la matanza de los prisioneros musulmanes;
y si sojuzga por los datos que ellas arrojan, Saladino fué requerido muchas veces para cumplir sus prome
sas, amenazándole los cristianos con dar muerte á los musulmanes que tenian en su poder, si él no cum
plia las condiciones de los tratados: entonces fué cuando los cruzados, seguidos de sus prisioneros, se adelai -
taron hácia la llanura hasta el punto donde acampaba Saladino, y sus terribles amenazas fueron cumplidas
en presencia del ejército musulman, que salió de sus trincheras y dió una batalla al ejército cristiano. No
será por demás consignar aqui que las crónicas orientales, sin caracterizar esta bárbara escena , se limitan á
decir, que los prisioneros mártires del islamismo fueron á beber las aguas de la inisciicardia en el rio'del
¡1'iraiso(2). No debe dudarse que los cruzados hubiesen preferido á estes actos de sangrientas represalias, el
pacifico cumplimiento de un tratado que les ofrecia grandes ventajas; y esto fué sin duda la causa por la que
la politica de Saladino sacrificó la vida de los cautivos y de los rehenes, que le era fácil rescatar. Cuando la
guerra iba á proseguirse con nuevo ardor, avergonzado el sultan de sus derrotas, y temiendo otros reveses,
no podia resolverse á poner á la disposicion del enemigo á mas dedos mil prisioneros dispuestos á armare
de nuevo contra él, doscientas mil piezas deoroque debian servir para equipar á un ejércitoque él no habia
podido vencer, y el leño de la verdadera cruz, cuyo aspecto fomentaba el entusiasmo en los combates y el ar
dor de los cristianos. Finalmente, la mayor parte de los musulmanes que no profesaban los principios de una
politica inflexible, y que por otra parte habian degollado muchas veces á sus cautivos sin tener que echar
en cara á los cristianos la inobservancia de los tratados, no acusaron en esta ocasi(n la barbarie de sus ene
migos, y solamente echaron en cara á Saladino la muerte de sus hermanos abandonados á la espada de los
francos. La opinion que se pronunció contra él entre sus emires y sus soldados, perjudicó mucho en lo su
cesivo al progreso de sus ejércitos, obligándole al fin á concluir la guerra sin haber podido, conforme se habia
propuesto, destruir las colonias cristianas de la Siria.
Los victoriosos cruzados disfrutaronal fin en Tolemaida de una paz, que no habian conocido desde su llegada
á Siria. Los goces de un estado tranquilo, la abundancia de viveres, el vinode Chipre y las mujeres venidas de las
islas vecinas, les hicieron olvidar por un momento el fin de su empresa. Cuaudoun heraldo dearmasanunció
en alia voz que el ejército iba á partir para Joppe, la mayor parte de los peregrinos sintieron el alejarse de
una ciudad llena de placeres. Sin embargo, el clero les recordaba el cautiverio de Jerusalen; despues de haber
acampado algunos dias fuera de la ciudad, Ricardo dió la señal de marcha, y.cien mil cruzados atravesaron el
Belus, pasando entre el mar y el monte Carmelo. Una flota salida del patrio de Tolemaida costeaba, cargada
de bagajes, de viveres y de municiones de guerra. Un carro de cuatro ruedas, cubierto de hierro, llevaba el
estandarte de la guerra santa. Al rededor de este carro se colocaban los heridos, y tambien era el puntodon-
de el ejército se retiraba cuando amenazaba el peligro. Los cruzados marchaban lentamente, porque losmu-

(1) Vease aGualteroVinisauf lib. V. cap. í Segun Brompton, Saladino habia hecho cortar la cabeza a los prisioneros cristia
nos, que ilebia cangear eon los prisioneros musulmanes, y el rey Ricardo aguardo, para vengarse, el plazo marcado para la ejecucion
del tratado. (Biblioteca de las Cruzadas, t. II.) Los autores árabes no hacen mencion de un hecho tan vergonzoso para Saladino:
ellos dicen que este principe habia hecho venir de Damasco una partida de prisioneros cristianos, para cangcarlos, segun el tra
tado, y que al saber la matanza de sus soldados, contentose con enviarlos otra vez a Damasco, sin hacerles daño alguno. Bo-
ha-Eddin, testigo ocular, añade que desesperado despues Saladino, hizo morir t todos los cristianos que cayeron en sus manos.
(2) Estas son las palabras de Emmud-Eddiu. Este autor representa despues a los musulmanes muertos por Ricardo, como (i
hubiesen por un momento recobrado el habla, y pone en su boca la relacion de sus sufrimientos, y la brillante recompensa que reci
bieron de Dios. ¡Biblioteca de las Cruzadas, t. IV. )
(3) Emmad-Eddin ob-erva que Saladino guardo esta cruz, no porque creyese en ella, ni le diese valor, sino porque sabia que na
da daría tauta pena a los cristianos como ver que estaba en poder de los scclaiioá del istamismo. ¡Biblioteca de las Cruzadas, t. IV.)
280 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
sulmanes les esperaban á su paso, tratando de sorprenderles en todos los lugares dificiles. Estos no estaban
cubiertos como los soldados cristianos de una pesada armadura : el soldado solo llevaba una espada, un pu
ñal y un venablo; algunos llevaban además una maza llena de puntas de hierro. Montados sobre árabes ca
ballos, divagaban al rededor del ejército cristiano huyendo cuando se les perseguia, y volviendo á la carga
cuando no se les hostigaba. El ejército cristiano tenia que luchar tambien con las dificultades que ofrecia el
camino. Gualtero Vinisauf habla de un.lugar llamado los Caminos Angostos, situado á tres horas mas allá de
Caifa, en el cual la mano del hombre ha abierto un camino en medio de las rocas que cubren la llanura; y el que
se prolonga por espacio de media milla (1). Varias yerbas y plantas que se elevan á la altura de un hombre,
embarazan á menudo la marcha de los caballos y de los infantes. Los animalessalvajes se escapaban desus
madrigueras y huian de los soldados, que abandonaban sus filas para perseguirles. Durante el dia, el sol
abrasaba la tierra; y durante la noche, los cruzados se veian asaltados poruua multitud de insectos que lla
maban tarentos cuya picada les producia hinchazon y les causaba dolores insoportables. No debe olvidais;
que los peregrinos de la primera cruzada tuvieron que sufrir mucho de los tarenlos. Estos insectos no se de
jaban ver durante el dia, pero al acercarse la noche acudian en tropel, armados con su cruel aguijon.
En esta penosa marcha, el ejército perdió un gran número de caballos muertos por el enemigo; muchos
soldados perecieron de fatiga. Cuando moria un peregrino, sus compañeros de armas le enterraban en el
mismo punto en el cual habia fallecido, y proseguian su camino cantando los himnos de los difuntos. El ejér
cito andaba apenas tres leguas por dia; cada noche levantaba sus tiendas, y antes que los soldados se en
tregasen al sueño, un heraldo de armas gritaba recorriendo el campamento Señor socorred el sonto sepulcro:
y pronunciaba tres veces estas palabras, lasque repetia el ejército levantando los ojos y manos hácia el cielo.
Al dia siguiente, al amanecer, el carro que llevaba el estandarte de la cruz, se ponia en movimientos una íe-
ñal de los jefes, los cruzados avanzaban en silencio, y los sacerdotes con sus religiosos cantos recordaban á los
viajeros, los sufrimientos y los peligros de Israel marchando á la conquista de la tierra prometida.
En fin, despues de seis dias de fatigas, llegó el ejército á Cesarea , cuyas ruinas sobre la costa del mar,
veianse desde muy lejos; y acamparon lastropasal rededor de un lago, cerca de la ciudad. Los cruzados aun
cuando habian rechazado muchosataques do los musulmanes, sin embargo 1es faltaba vencer muchos obstá
culos. Saladino habia reunido todo su ejército, impaciente por vengar la pérdida de Tolemaida y la matanza
de los cautivos musulmanes. Los cruzados debieron esperi mentar alguna zozobra al ver la actitud, los prepa
rativos y el número de sus enemigos. Segun los historiadores orientales (2), el rey de Inglaterra propusola
paz al hermano de Saladino; pero como pedia á Jerusalen, é irritó el orgullode los turcos; las amenazas y el
sangriento aparato de una guerra atroz reemplazaron muy pronto á las pacificas negociaciones. El ejército
de Saladino tan pronto avanzaba hácia los cruzados, como amenazaba atacarles por el flanco ó por retaguar
dia. Al pasar por un torrente, á cada desfiladero, ó al llegar á una poblacion, se trababa una accion : los ar
queros musulmanes, colocados sobre las alturas, no cesaban de lanzar flechas; las armaduras de los guerre
ros cristianos estaban erizadas de dardos, lo que ha hecho decir á un autor árabe que los caballeros se pare
cian al jabali. Ricardo, segun él mismo cuenta, fué herido de una flecha, en el costado derecho, estando muy
cerca de Cesarea (3). El ejército cristiano tenia siempre á su derecha el mar; y á su izquierda las montañas
cubiertas de guerreros musulmanes. Los cruzados atravesaron un bosque de encinasque los cronistas llaman
el bosque de Arsur, y cerrando siempre sus filas, estando dispuestos á combatir, llegaron á las márgenes del
Rocalalia, conocido en nuestros dias bajo el nombre de Leddar. Esperaban en esta llanura doscientos mil
musulmanes al ejército cristiano, para disputarle el paso, ó trabar una batalla decisiva.
Asi que se apercibió al enemigo, el rey Ricardo se preparó para el combate. Dividióse el ejército cristiano
en cinco partes : los templarios formaron el primero; los guerreros de la Bretaña y de Anjou el segundo; el
rey Guido y los del Poitou ocupaban el tercer lugar; el cuarto cuerpo le componian los ingleses y los
normandos, formados al rededor del gran estandarte: marchaban luego los hospitalarios, y detrás venian
lentamente los arqueros, con el arco tirante, y cargados de flechas y de dardos. El conde de Champaña, con

(1) Correspondencia de Oriente, t. IV.


(2) Boha-Eddin, t. IV dela Biblioteca de las Cruzadas.
(3) Quedam pila vulnerati fuimus ¡n latere sinistro.
LIBRO OCTAVO. —1190-1 191. 281
sus onballeros, so habia acercado á las montañas con el fin do observar los movimientos de los turcos; el rey
de Inglaterra y el duque de Borgoña, con un cuerno de tropas escogidas, se trasladaban ya hácia el frente,
va hácia la retaguardia y sobre los flancos del ejército. Estaban los batallones cristianos tan cerrados, dice
Gualtero Vinisauf, que cualquiera cosa arrojada en medio deellos no hubiera podido caersin tocar á un hom
breó á un caballo. Todos los guerreros habian recibido la orden de no abandonar sus filas y de permanecer
inmovibles á la aproximacion del enemigo.
Serian las tres de la tarde, cuando el ejército formado en batalla vió llegar á una multitud de musulma
nes, que habian bajado de las montañas, y se dirigian hácia los cruzados. Entre esta muchedumbre de ene
migos se hacian notar los árabes beduinos, llevando arcos, aljabas y escudos redondos, los escitas con su
larga cabellera, montados sobre grandes caballos y armados de flechas, y los negros etiopes, de elevada esta
tura y la cara pintada de blanco y encarnado. Despues de estas tropas, venian muchas otras falanges llevando
en la punta desus lanzas banderas de toda clase de colores. Todos estos bárbaros se precipitaban contra los
cristianos con la velocidad del rayo, y la tierra temblaba debajo sus piés. El ruido que hacian con sus sistros,
clarines y timbales era tan grande, que no hubiera permitido oir el estrépito del trueno. Habia entre ellos
ciertos hombres destinados únicamente á dar grandes ahullidos, no solo con el objeto de espantar al enemigo,
sinode incitar á la matanza á los guerreros musulmanes, y de mantener en sus corazones, haciéndoles olvidar
el peligro, el ardor y el entusiasmo de la victoria. Animados de esta manera sus batallones, se precipitaban
hácia los cruzados; nuevos batallones seguian álos primeros, reuniendo un efectivo de hombres bastante con
siderable. Pronto el ejército musulman, sirviéndonos de la espresion de los autores árabes, envolvió al ejérci
to cristiano, como la pestaña rodea al ojo. Los arqueros y los ballesteros contienen el primer choque del enemigo;
pero á semejanza de las aguas que salen do madre, los turcos arrastrados por las que llegan despues, vuel
ven á la carga. El ataque de los musulmanes so dirigió á la vez hácia el mar y hácia las montañas, picando
sobre torlo la retaguardia, en donde se hallaban los hospitalarios , y habian dejado sus flechas, y combatian
con la lanza, la maza y la espada. Un cronista inglés los compara á los herreros, y á los cruzados al yunque
que resonaba bajolos repetidos golpes. Sin embargo el ejército cristiano no habia suspendido su marcha ha
cia Arsur, y los musulmanes, que no pudieron destruir á los francos, les llamaban una nacion de hierro.
Ricardo habia renovado la órden do estará la defensiva, y de no atacar al enemigo hasta que diese la
señal el toque de seis trompetas, colocadas dos á la cabeza, dos al centro y dos á la retaguardia del ejército.
Esta señal se aguardaba con la mayor impaciencia : los barones y los caballeros podian sobrellevarlo todo, es»
cepto la vergüenza de quedarse sin pelear en presencia de un enemigo que redoblaba á cada instantó sus ata
ques. Los que formaban á retaguardia se quejaban de Ricardo porque Ies abandonaba, llamando á su socorro
é san Jorje, patron de los valientes. Al fin algunos de los mas intrépidos, olvidando la órden que habian re
cibido, se precipitan sobre los musulmanes, arrastrando con su ejemplo á la esforzada milicia de los hospita
larios. Al momento el conde de Champaña, con su cuerpo de tropas escogidas, Jaime de Avesner, con sus
flamencos, Roberto de Dreux y su hermano el obispo de Beauvais, acuden adonde el peligro era mas inmi
nente.- Siguen á estos los bretones, losangevinos y los pontevinos, se hace la batalla general, y las escenas
de sangre y de harbarie se estienden desde el mar hasta las montañas. El rey Ricardo estaba en todas partes
en donde los cristianos tenian necesidad de sus socorros : en todas partes la fuga de los turcos anunciaba su
presencia y marcaba su paso. Rcinaba tal confusion en el rigor de la pelea*, y era tan espeso el polvo que
rodeaba á los ejércitos, que muchos cruzados cayeron bajo los golpes de sus compañeros} que los tomaban
por musulmanes. Los destrozados estandartes, las lanzas rotas y las espadas inutilizadas cubrian la llanura.
Veinte carros, dice un testigo ocular, no hubieran podido llevar los dardos y las saetas que cubrian la tierra.
Los combatientes, que habian perdido sus caballos y sus armas, se ocultaban detrás de las breñas, ó se subian
á los árboles, en donde la mortal saeta venia á. herirles; otros huian hácia el mar, y desde lo alto de las escar
padas rocas se precipitaban al agua.
A cada momento el combate se hacia mas encarnizado, todo el ejército cristiano tomaba parte en la ba
talla, y volviendo atrás el carro que llevaba el gran estandarte, se acercó al punto donde mas peligro habia.
No tardaron mucho los musulmanes en no poder suportar el impetueso choque de los francos; Boha- Eddin,
testigo ocular, nos dice él mismo, que habiendo abandonado el centro del ejército musulman, puesto en der
rota, quiso unirse al ala derecha que huia, y que al fin so refugió en el pabellón deSaladino, en donde eu-
(36 y 37) -jo
282 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
contró al sultan, quo solo tenia á su alrededor a diez y siete mamelucos. -Mientras que sus enemigos huian de
está manera, los cristianos apenas crcian en su victoria, permaneciendo inmóviles en los mismos puntos don
de habian vencido. Ellos se ocupaban en curar á los heridos y en recoger las armas de que estaba cubierto el
campo de batalla, cuándo de repente veinte mil musulmanes, que su caudillo habia podido reunir, acudieron
para volver á empezar el combato. Rendidos los cruzados por el calor y la fatiga y no pensando que podian
ser atacados, esperimentaron una sorpresa terrible. Taki-Eddin, sobrino del sultan y el mas valiente de los
emires, mandaba la milicia musulmana, a cuya cabeza formaban los mamelucos (le Saladino, con sus bande
ras amarillas. Los cristianos, que se habian replegado al rededor de su estandarte, tuvieron necesidad , para
resistir al choque del enemigo, de la presencia y del ejemplo de Ricardo delante del cual ningun musulman
podia permanecer en pié, y el que segun las crónicas contemporáneas, parecia, en el rigor de la.pelea, á un
segador cortando las inieses. Cuando los victoriosos cristianos se ponian en marcha y avanzaban hácia
Arsur, los musulmanes impelidos por la desesperacion, vinieron aun á atacar la retaguaidia. Ricardo, que
habia rechazado dos vecesal enemigo, vuela al lugar del combate, seguido tan solo dequinco caballeros y re
pitiendo en alta voz el grito de guerra de los cristianos : Dios, socorred al santo sepulcro. Los mas valientes
siguen al rey; los musulmanes son dispersados al primer encuentro, y su ejército, vencido tres veces, hubiera
sido completamente destruido, si no se hubiesen puesto en salvo al abrigo de un bosque que ocultó en cierta
manera su precipitada retirada.
Saladino perdió en esta batalla, á mas de ocho mil hombres, y treinta y dos de sus emires. La victoria
solo costó á los cruzados mil guerreros. Sin embargo, el figurar entre estos últimos al valiente y hábil jefe
Jaime de Avesnes, causó mucho dolor á todo el ejército. Se le encontró cubierto de heridas en medio de sus
compañeros y do sus parientes, muertos á su lado. A pesar de verse sin brazo y sin pierna, todavia seguia
combatiendo esclamando en medio de las agonias de la muerte : Oh Ricardo, venga mi muerte. Al dia siguiente
de la batalla fué enterrado Jaime de Avesnes en Arsur y en la iglesia de la Virgen. Todos los soldados de la
cruz asistieron llorando á sus funerales.
La batalla de Arsur habria podido decidir de la suerte de esta cruzada. Todos cuantos valientes defensores
tenia el cristianismo y el islamismo tomaron parte en la lucha : Si saladino hubiese quedado victorioso,
ninguna ciudad de Siria hubiera visto en adelante ondear sobre sus murallas las banderas de la cruz ; y si
los francos hubiesen sabido aprovecharse de la victoria, continuando en la persecucion de sus enemigos, hu
bieran podido apoderarse de la Siria y del Egipto que estaban en poder de les musulmanes. Desgraciadamen
te para los cristianos, esta jornada les dió mas gloria, que no verdaderas ventajas. Los musulmanes apoya
dos por su territorio, y rodeados de sus aliados; conservaban un ejército numeroso y podian reparar sus
pérdidas : los francos, porel contrario, alejados de su pais, no podian esperar nuevos socorros, ni del oriento
ni del occidente, y aun cuando habian ganado una batalla tenian sin embargo los mismos obstáculos que
combatir, y los mismos enemigos á quienes vencer.
Eran los turcos dueños de la mayor parte de las ciudades y de las plazas fuertes de la Palestina. Sin em
bargo las fortalezas que acababan de conquistar podian necesitar de algunas obras de reparacion para sostener
el ataque de los enemigos, y tambien los soldados musulmanes, horrorizados con el recuerdo del sitiode Tole-
maida, repugnaban encerrarse dentro de las murallas. Estos motivos hicieron adoptar á Saladino la idea de
destruir las ciudades y los castillos que él no podia defender, y cuando el ejército cristiano llegó á Joppe en
contró las murallas y las torrres completamente arruinadas.
Reuniéronse en consejo los jefes del ejército para deliberar acerca del partido que debian tomar. Los unos
querian que el ejército marchase sobre Jerusalen, persuadidos de qucel terror que se habia apoderado de los
musulmanes facilitaria la conquista de dicha ciudad. Otros creian que á fin de hacer mas segura su marcha
y al mismo tiempo producir un buen resultado, debian los cruzados ante todo fortificar las ciudades y recons
truir las plazas arruinadas que encontrasen en el camino. Ricardo profesaba esta última opinion, pero el du
que de Borgoña y algunos otros jefes sostenian lo contrario menos sin duda por conviccion, que por ese espi
ritu de oposicion y de rivalidad de que estaban entonces animados contra el rey de Inglaterra : gérmen
deplorable de discordia, que se desarrolló despues de una manera tan funesta para la cruzada. Sin embargo,
Ricardo hizo provaleer su opinion y los cruzados se ocuparon en reedificar las murallas de Joppe.
La reina Berenguela, la viuda de Guillermo, rey deSicilia y la hija de Isaac, fuéron á reunirsecon el rey de
LIMO OCTAVO.— 1190-1 191. £83
Inglaterra. El ejército cristiano estaba acampado on los jardines y verjeles, en los cuales los árboles se en
corvan bajo el peso do los higos, de las manzanas y de las granadas. El espectáculo do una corte, la abun
dancia de viveres, los encantos de la vida tranquila y los hermosos dias de otoño, hicieron olvidar á los
cruzados la conquista de Jerusalen.
Sin embargo durante la permanencia del ejército cristiano en Joppe. el rey de Inglaterra corrió grave
riesgo de caer entre las manos'do los musulmanes. Estando un dia cazando en el bosque de Saron, se quedó
dormido debajo de un árbol. Despierta nle repentinamente los gritos de los que le acompañaban y se ve casi
rodeado por un cuerpo de musulmanes que venian á sorprenderle ; monja á caballo y se pono en guardia,
pero rodeado por todas partes, iba á sucumbir ante el número de sus enemigos, cuando un caballero do su
escolta á quien los cronistas llaman Guillermo de Pratelles, esclama en lengua musulmana: Yo soy el rey,
salvádmela vida. A. estas palabras se ve este generoso guerrero escoltado por los enemigos, que le hacen
prisionero y le conducen á la presencia de Saladino. El rey de Inglaterra, salvado asi por el sacrificio de un
caballero francés, se dirige á Joppe en donde su ejército sabo con horror que ha estado á punto de perder á
su jefe. Guillermo de Pretelles fué conducido á las prisiones de Damasco, y Ricardo no creyó pagar demasiado
el rescate de sufiel servidor, devolviendo á Saladino diez de sus emires que habian caido en poder de los cru
zados.
Los musulmanes, despues de haber demolido la plaza de Joppe, habian destruido tambien la ciudad de Asea-
Ion, las fortalezas deRamla, de Latran, de Gaza y todos loscastillos construidos en las montañas de la Judea
y de Naplusa. A últimos de setiembre, el ejército cristiano se puso de nuevo en marcha, y hácia la fiesta de
Todos Santos vino á acampar entre el castillo de Plaus y el de Mahé, que encontró arruinado, pero cuyas
murallas fueron nuevamente reedificadas. Estos dos castillos estaban corea de Latran; construidas á la entra
da de las montañas de la Judea, eran como los guardianes del camino do Jerusalen (1). Era un singular es
pectáculo el ver á dos ejércitos tan numerosos y aguerridos, sobre el campo de batalla, no ir cn busca de nue
vos combates, y recorriendo un pais asolado por sus victorias, el uno para destruir y el otro para reconstruir
las torres y las murallas.
Con todo, algunas hazañas guerreras se mezclaban aun á los trabajos del ejército cristiano. Un dia que los
templarios buscaban forraje al través de las llanuras y de los valles, fueron sorprendidos por los musulma
nes. Las crónicas contemporáneas celebran de esto modo el valor del conde de Leiccster y del conde de San
Pablo; pero los cruzados, á pesar de sus heroicos hechos, estaban ¡'i punto de ceder ante el número de sus ene
migos, y llamaban gritando á sus compañeros de armas que so habian quedado en el campo, que vinieran
á socorrerles. Al momento, Ricardo monta á caballo y vuela al lugar del peligro: su escolta era tan poco
numerosa, que queria contenerle diciéndole, quese esponia inútilmente á una muerte segura. «Cuando to
dos estos guerreros, respondió el monarca, lleno de cólera, han seguido á un ejército cuyo jefe soy yo, les ho
prometido no abandonarlos jamás; ¿y si hallasen la muerte sin ser socorridos, seria yo digno de mandarles,
y podria titularme rey?» Profiriendo estas palabras, Ricardo se lanza contra los enemigos; de todas partos los
musulmanes caen debajo de sus pies, su ejemplo redobla el valor de los guerreros cristianos, los batallones
do los infieles se dispersan y toman la fuga; los victoriosos templarios vuelven al campo, llevándose consigo
muchos cautivos, y celebrando las hazañas de Ricardo.
Deesta manera, el rey de Inglaterra, en todos los encuentros con los musulmanos, quedaba vencedor; per;>
tenia enemigos mas poderosos entre los jefes de los cristianos, quienes se irritaban cada dia mas al ver el bri
llante nombro que adquiria y el altivo carácter que desplegaba. El duque de Borgoña y sus franceses suporta
ban con disgusto el yugo de su autoridad, y parecia que guardaban una posicion neutral entre los cruzados
y los turcos. Conrado se obstinó en permanecer en la ciudad de Tiro, sin tomar parte en la guerra, y como
esta fatal inaccion no satisfacia completamente á su cólera, ofreció á los musulmanes aliarse con ellos, contra
el monarca inglés. Informado delas negociaciones del marqués de Tiro, Ricardo quiso prevenirle, y envió por
su parte embajadores á Saladino; y renovó la promesa que habia hecho á Malek-Adhcl (2) de regresar á

(1) Correspondencia de-Oriente, carta CXXIX.


(4) Pueden compararse relativa mento A ostas negociaciones, tos historiadores arabes y Onnltcro Vinisnuf. Este último dice quti
Saljdino, alhaftf A Ricardo con cti^moias promesas Durante las nepueiaeiones, los dos reyes se hicieron mutuamente reunios. Ui
281 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Europa, si rendian Jerusalen A los cristianos, y tambien el leño de la verdadera cruz. Jerusalen, respondió el
sultan, no os ha pertenecido jamás; y nosotros no podemos sin cometer un crimen abandonarla, porque en esa
ciudad los ángeles tienen la costumbre de reunirse: y el Profeta en una memorable noche subió al cielo. En cuanto
al leño de la verdadera cruz, Saladino lo miraba como un objeto de escándalo, comoun ultraje á la Divinidad.
Habia rehusado cederle al rey de Georgia y al emperador de Constantinopla, que le ofrecia para obtenerlo
sumas considerables. Todas las ventajas dela paz, decia él, no podian hacerle consentir en devolverá los cris
tianos este vergonzoso monumento de su idolatria. Asi las divisiones que existian entre los cruzados aumen
taban el orgullo de Saladino; y á medida que estas huellas se hacian mas profundas, mas dificil se mostraba
el sultan en el arreglo de la paz. •
Hizo Ricardo nuevas proposiciones á las que interesó hábilmente la ambicion de Malek-Adhel, hermano
del sultan. La viuda de Guillermo de Sicilia fué propuesta en matrimonio al principe musulman, bajo los
auspicios de Saladino y de Ricardo; los dos esposos debian reinar juntos sobre los musulmanes y los cristia
nos, y gobernar el reino de Jerusalen. El historiador Boha-Eddin fué el encargado de comunicar esta propo
sicion á Saladino, que pareció adoptarla sin repugnancia. El proyecto de esta singular union causó grande
sorpresa á los imanes y á los doctores de la ley : y cuando los obispos cristianos llegaron á saber tan estrafía
nueva, manifestaron desembozada mente su indignacion y amenazaron á Juana y á Ricardo con los rayos de
la Iglesia. Parecia imposible la ejecucion desemejante proyecto en medio de una guerra religiosa, y no pudo
Ricardo vencer la oposicion del clero. Los autores árabes refieren que otra causa hizo fracasarla negociacion,
añadiendo uno de ellos, que esta causa solamente era conocida de Dios (1).
Ricardo y Malek—Adhel, á quien las crónicas latinas representan como un amigo de los francos, habian
tenido varias entrevistas en las que parecian darse las mas reciprocas pruebas de amistad; pero todas estas
demostraciones, que no conducian á resultado alguno, acabaron por escitar la murmuracion en el ejército
musulman y sobro to lo en las tropas cruzadas. Se acusaba á Ricardo de sacrificar la gloria de los cristianos
á su ambioion ; pero él se justificó por medio de una bárbara accion, y fué hacer decapitar á todos los cauti
vos que teñia en su po lor, haciendo colocar sus cabezas en medio del campo.
A fin de reconquistar la confianza de los cruzados y para espantar á Saladino, marchó hácia las montañas
de Jadea, anunciando el proyecto de libertar finalmente á Jerusalen. Érase en el rigor del invierno; el frio
causaba la muerte á un gran número de bestias de carga; el huracan destruia las tiendas de campaña; los
caballos morian de frio; los viveres se echaban A perder; las armas y las corazas se cubrian de orin; los ves
tidos delos cruzados caian á pedazos, y los mas robustos peregrinos perdian su vigor y su fuerza estando la
mayor parte enfermos. Con todo, como el ejército se dirigia hácia la santa ciudad, la esperanza de ver pronto
la ciudad de Jesucristo sostenia el valor de los cruzados, corriendo de todas partes á reunirse bajo las bande—
rasdela cruz: aquellos á quienes la enfermedad habia retenido en Joppe ó Tolemaida, llegaban colocados
en parihuelas, desafiando á la vez los rigores de la estacion y los ataques de los turcos, que Ies esperaban
en el camino.
Mientras que los cruzados avanzaban hácia la santa ciudad, Saladino se ocupó en poner á esta en estado
de defensa; hábiles obreros para labrar la piedra y que hubieran podido, dice una crónica, cortar una mon
taña, habian llegado de Mosul y trabajaban sin cesar, ya en profundizar los valles que circuian la plaza, ya
en reparar las torres y en construir nuevas fortificaciones. Nocontentocon estos preparativos, Saladino habia
hecho devastar todo el pais que debia atravesar el ejército cristiano. Todos los caminos que conducian A Je
rusalen estaban guardados por la caballeria musulmana, que hostigaba álos cruzados y les impedia recibir
viveres de Tolemaida y de las ciudades maritimas.
Sin embargo la multitud de peregrinos no veia ni los peligros, ni los obstáculos. En vano se oian algunas
voaes en el ejército coutra el proyecto de emprender el sitio de Jerusalen, en el rigor del invierno y en pre
sencia de un enemigo á quien no se habia podido vencer : los sentimientos que animaban á los cruzados Ies

cardo dio un suntueso banquete 6 Malek-Adliel : pero no fue el mismo el que hizo los honores de la mesa , sino Esteban do Tornc-
kam. Véase el lib. IV, capitulo XXXI de Gualtero Vinisauf y la Biblioteca de las Cruzadas, t. II. y t. IV.
¡1) Los principales historiadores arabes hablan de esta negociacion. Aun cuando los autores cristianos no hayan hablado de
rila, soria muy estraño iludir de su existencia. Esta negociacion osla que ha dado a madama Cottin la idea desu novela de J/a-
fi'tje, ohra llena de buenos rasgos y sentimientos heroicos, sacados de la historiado la caballeria .
LIBRO OCTAVO.—1 190-1191. , 2t>5
hacian creer que Dios fiivorecia su empresa y que nada podia resistirles. La mayor parte de los jefes, reu
nidos en consejo, decidieron que el ejército se aproximarla á la ribera del mar; pero no se atrevieron á pu
blicar desde luego esta resolucion, tanto era el entusiasmo y el ardor que los cruzados manifestaban para la
conquista de los santos lugares; y esperaban que la fatiga y la miseria les ayudaria á modificar la opi
nion de los soldados de la cruz, pero el ejército cristiano solo debia sentir sus males al renunciar á la espe
ranza de visitar á Jerusalen. Juntóse un nuevo consejo, el qce resolvió reedificar á Ascalon, lo que difundió
la tristeza y el abatimiento en todas las tropas. Los que habian hediolos mayores esfuerzos para marchar há
cia la santa ciudad, no se encontraban con bastantes fuerzas para alejarse; y el rigor del frio, el hambre y
las dificultades del camino, se hacian sentir doblemente. Los unos gemian, golpeándose el rostro; los otros,
en el esceso de la desesperacion, prorumpian en amargas quejas contra sus jefes, contra Ricardo y contra e-
mismo cielo : muchosabandonaron unas banderas, que no les mostraban ya el camino de Jerusalen. El ejérci
to dirigióse tristemente hácia las costas del mar, dejando sobre el camino muchos caballos, bestias de carga
y casi todos sus bagajes.
El duque de Borgoña con los franceses habian abandonado las banderas de Ricardo ; pero habiéndoseles
enviado diputados, que les hablaron en nombre de Jesucristo, lograron hacerles volver á sus banderas. Al lle
gar los cruzados á Ascalon, solo encontraron montones de piedras : Saladino la habia hecho destruir, despues
de haber, consultado los ¡manes y los cadis, trabajando con sus propias manos en destruir las torres y las mez
quitas. Deplorando un autor árabe la pérdida de Ascalon, nos dice que él mismo se sentó y derramó lágrimas
sobre las ruinas de la esposadle la Siria.
El ejército reunido se ocupó en reconstruir la ciudad. Todos los peregrinos estaban llenos de celo y de en
tusiasmo; grandes y pequeños, sacerdotes y seglares, jefes y soldados y hasta los criados del ejército, todos tra
bajaban de consuno, pasando de mano en mano las piedras y los escombros, animándoles Ricardo, ya traba
jando con ellos, ya dirigiéndoles la palabra y distribuyendo dinero á los pobres. Los cruzados, segun nos
pintan los hebreos, construyendo el templo de Jerusalen tenian con una mano los instrumentos de albañi-
leria, y con la otra la espada, pues tenian que defenderse de las sorpresas del enemigo, y á menudo muchos
de ellos hacian escursiones en el territorio de los musulmanes (1). En una salida que hicieron hácia el cas
tillo de Darum, Ricardo rescató á mil doscientos prisioneros cristianos que llevaban á Egipto, y estos cautivos
tomaron parte en los trabajos de los cruzados. Sin embargo, los murmullos no tardaron á hacerse oir en el
ejército. Leopoldo de Austria, acusado por el rey de Inglaterra de permanecer ocioso con sus alemanes, res
pondió con arrogancia, que él no era ni albarál ni carpintero (2). Muchos caballeros que estaban ocupados en
llevar piedras de una parte á otra, se indignaron al fin contra Ricardo, diciendo en alta voz: que ellos no ha
bian venido al Asia para reedificar á Ascalon, sino para conquistar á Jerusalen. El duque de Borgoña á quien
Conrado habia interesado en su causa, dejó bruscamente al ejército, y la mayor parte de los cruzados fran
ceses no tardaron en imitar su ejemplo. Para colmo de desgracia, las cuestiones que habian agitado por
tanto tiempo al ejército cristiano, se renovaron con la mayor fuerza. Los genoveses y los pisanos, que se ha
bian quedado en Tolemaida, se habian armado los unos contra los otros: los genoveses querian entregar la
ciudad al marqués de Tiro, y los pisanos querian conservarla para el rey Ricardo. Llegó á esta sazon Conra
do con una flota, y tuvo sitiados a los pisanos dentro de la plaza durante muchos dias : por otra parteRicardo
acudió con algunos de sus guerreros. A su aproximacion, Conrado se apresuró á regresar á Tiro. La pre
sencia y el discursoque pronunció el rey de Inglaterra, contribuyeron á restablecer la concordia, pero sub
sistian siempre los gérmenes de division, y mientras que Saladino reunia á sus emires á quienes habia per
mitido alejarse de sus banderas durante el invierno, el ejército cristiano perdia cadadia parte de sus fuerzas.
Todos los esfuerzos de los cruzados se limitaban entonces á hacer algunas escursiones hácia la provincia de
Gaza y las montañas de Na piusa, y cada dia se entibiaba mas el ardor de los que trabajaban en reconstruir
las murallas de Ascalon, cuyas fortificaciones, apenas comenzadas, estaban lejos de poder defender la ciudad

(1) Consúltese acerca todos los detalles que siguen a Gualtero Vinisauf lib. V, cap. VI y siguientes , y 4 Brompton p. I2i2;
vease tambien la Biblioteca de las Cruzadas, t. I, p. 703, * y 5.
(i) A5ade Brompton que el rey Ricardo, indignado de esta respuesta , dio un puntapie 6 Leopoldo , y prohibio quo en lo suce
sivo el estandarte del duque fuese enarbolado en su campo Leopoldo se alejo del ejercito , jurando vengarse cuando so le presen
tado ocasion. (Biblioteca de las Cruzdas t. II.)
286 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
contra un fuerte ataque del enemigo. Todos cuantos se habian retirado a Tiro, parecian haber jurado no
tomar mas parte en la guerra santa. Gualtero Vinisauf no dejó do censurar en sus satiricas descripciones
á los guerreros franceses, que él nos representa pasando los dias y las noches en medio de los festines,
manejando la copa y no la espada, reemplazando el bélico casco con las guirnaldas de llores, sujetando
las anchas mangas de sus vestidos con brazaletes, y llevando en su cuello collares guarnecidos de piedras
preciosas.
Los mas prudentes de los cruzados trataron de restablecerla union entre los jefes. El rey de Inglaterra y
el marqués de Tiro tuvieron una entrevista en el castillo de Imbrica, cerca de Cesarea; pero despues de
tantos ultrajes y amenazas, ¿qué esperanza quedaba de una sincera reconciliacion? El encono que reciproca
mente alimentaban, no hizo mas que aumentarse; apenas Ricardo hubo salido de esta conferencia, prohibió-
el pagar á Ricardo el tributo que este debia cobrar de cada Una de las ciudades de la Palestina, Por su parto
Conrado redobló sus esfuerzos para fomentarla traicion y la discordia entre los guerreros cristianos. Recibió
nuevos refuerzos de los musulmanes, y nada omitió para hacer entrar á Saladino en los proyectos de su am
bicion y de su venganza. Empezaba la primavera, y el ejército cristiano celebró las fiestas de Pascua en la
llanura de Ascalon. En medio de las ceremonias de esta solemnidad, debieron acordarse muclras veces de Je-
rusalen, y se oian quejas contra Ricardo. Entonces fué cuando los mensajeros do Inglaterra vinieron á
anunciarle que las sediciones tramadas por su hermano Juan habian turbado la paz de su reino. Despues del
aviso que recibió, anunció á los jefes que los intereses de su corona le llamarian bien pronto á occidente, de
clarando al mismo tiempo, que si él debia abandonar la Palestina, dejaría defendido esto pais con trescien
tos caballeros y dos mil infantes, sacados de las mejores tropas que él tenia.
Sintiendo todos los jefes la necesidad de la marcha del rey, propusieron elegir otro que pudiese reconciliar
los ánimos y hacer cesar las discordias. Preguntóles Ricardo, cuál ora el principe que pudiese merecer su
confianza, y todos contestaron unánimemente, que este era Conrado, á quien sin embargo no amaban, pero
que conocian su habilidad y su valor del que tantas pruebas habia dado. Estrañó Ricardo semejante eleccion,
no vaciló con todo en dar su adhesion, y su sobrino el conde de Champaña fué el encargado de ir á anunciar
al marqués de Tiro, que acababa de ser nombrado rey de Jerusalen.
Asi que Conrado recibió esta embajada, no pudo contener su sorpresa y su alegria, y alzando los ojos al
cielo, dirigió á Dios esta súplica : Señor, vos que sois el Rey de los reyes, permitid que sea yo coronado si vos
me conceptuais digno de este honor, si no, apartad la corona de la frente de vuestro servidor. Asi se espresó
el marqués de Tiro delante de los diputados de Ricardo, ¿pero los remordimientos no debian desgarrar su
conciencia? porque él acababa de contratar nada menos que una alianza ofensiva y defensiva con los mu
sulmanes. Despues de este acto de felonia, se atrevia aun á invocar el testimonio del Dios do los cristianos:
pero dicen las crónicas contemporáneas, que el Dios de los cristianos lo habia condenado; el hierro homicida
estaba levantado sobro su cabeza, debiendo anunciársele bien pronto esta terrible sentencia: Tú no serás
ni marqués ni rey (1).
Dos jóvenes esclavos habian abandonado los jardines llenos de delicias , én el que el viejo de la Montaña
les educaba para que fuesen un dia el instrumento de su venganza; llegaron á Tiro y con el fia de ocultar me
jor su proyecto, recibieron el santo bautismo, y estuvieron durante seis meses al lado del principe de Sidon;
se habian hecho religiosos y devotos, dice un autor árabe, pareciendo ocuparse tan solo en rogará Dios.
Aprovechando el momento en que la ciudad do Tiro celebraba con públicos festejos la elevacion de Con
rado, y al regresar este principe de un festin, dado en su obsequio en casa del obispo de Beauvais (2), los
aos ismaelitas le atacaron hiriéndole mortalmentc. Mientras que el pueblo se reunia tumultuariamente,
uno do los asesinos huyó á una iglesia vecina, á la que fué trasportado el marqués do Tiro, todo ensan
grentado; el ismaelita, que estaba alli escondido, atravesó por medio del gentio alli reunido, y cajendo de
nuevo sobre Conrado, le dió muchas puñaladas, do las que murió el marqués. Los asesinos fueron presos,
y los dos espiaron en el patibulo su crimen, sin proferir la mas minima queja , y sin nombrar jamás á la
persona que les habia mandado cometer este atroz atentado.
(I ) Estas son bis palabras que pronunciaron los asesinos Je Conrado, al darle el golpe mortal. ¡Véase ta Biblioteca de las Cruza
das. Resumen de Sicardi.)
(i) El continuador do Guillermo de Tiro cuenta este beouo cou otras circuntancias, tomo 1, biblioteca de las Cruzadas.
LIBRO OCTAVO.- 11 00-1 191. 287
El autor arabo lbu-Alater dice que Saladino habia ofrecido diez mil piezas de oro al -Viejo do la Monta-
ña, si hacia asesinar al marqués de Tiro y al rey de Inglaterra: pero el principe de la Montaña , añade el
mismo historiador, no juzgó á propósito libertar completa mente á Saladino de la guerra de los francos,
no haciendo sino la mitad de lo que se le habia pedido. Esta version es poco verosimil; porque Saladino
no habia pagado un crimen, que para nada le servia, y que por el contrario hacia á sus enemigos mas
temibles, ahogando toda discordia entre sus jefes. Algunas crónicas atribuyen el asesinato de Conrado á
Courtroi de Thoron, que tenia que vengar el rapto de su esposa y la perdida de sus derechos al trono de Je-
rusalen; pero en el ejército cristiano no se acusaba á Thoron ni á Saladino, y si al rey de Inglaterra que
era el único que debia reportar ventajas de semejante asesinato. Aun cuando el heroico valor de Ricardo
debia rechazar toda ¡dea de vergonzosa venganza, sin embargo la acusacion dirigida contra él se acredi
taba por el odio que profesaba a Conrado (1).
La noticia de la muerte de este llegó pronto hasta Europa; Felipe Augusto temió ser victima tambien, y
no se presentó masen público sino rodeado de una guardia; el cronista Rigord nos dice, que desde esta
época datan los guardias que rodean á la persona del rey. La corte de Francia acusaba á Ricardo de los
mas grandes atentados; sin embargo es probable que Felipe demostró en esta ocasion mas temor del que real
mente tenia, para hacer á su rival mas odioso y atraerle la ira del papa y la indignacion de todos los prin
cipes de la cristiandad. *-
En medio del alboroto causado por la muerte de Conrado, el pueblo do Tiro, que estaba sin jefe y sin
rey, puso los ojos en Enrique, conde de Champaña, y los principales de la ciudad le suplicaron que tomase
las riendas del gobierno y que se casase con la viuda del principe que ellos habian perdido , y la misma fué
á ofrecerle las llaves de la ciudad.
Enrique se escusó desde luego, diciendo que queria consultar á Ricardo; pero cedió al fin á las ins
tancias que se le hicieron, y fué celebrado el matrimonio de un modo solemne en presencia del clero y del
pueblo. Vinisauf añade qnc no le costó mucho trabajo el persuadirlo; porque no es difícil de hacer que uno
haga lo que desea hacer. Esta union convenia igualmente á los franceses y a los ingleses, porque el conde
Enrique, era sobrino del rey de Inglaterra y del de Francia.
Los diputados que llevaban la comision de noticiar á Ricardo la muerte de Conrado y la elevacion al
poder de Enrique no le encontraron en el campo de los cruzados. Hallábase entonces el rey de Inglanterra
en las llanuras de Ramla, haciendo la guerra á los musulmanes que habian bajado delas montañas de la
Judea, y cada dia adquiria nuevos laureles: Jamás regresaba á su campamento, dice Vinisauf, sin llevar
consigo á un gran número de prisioneros, y diez, veinte ó treinta cabezas de musulmanes que habian
caido á impulsos de su brazo de hierro. Jamás un hombre solo destruyó tantos musulmanes en las cruza
das, y al leer la relacion de sus hechos de armas cree uno leer las páginas en las cuales la antigua epope
ya, cuenta las hazañas de los héroes, y para asemejarse mas á los guerreros de los tiempos fabulosos, llegó
dia en que el monarca inglés, no habiendo encontrado enemigos en el camino, trabó una lucha con un ja
bali mas terrible que el de Calydon. Esta clase de heroicas pruebas se renovaron varias veces|, durante las
guerras santas; pues no debe olvidarse que<5odofredo de Bouillon habia combatido y anonadado á un oso
en las montañas de la Cilicia.
Asi que Ricardo recibió en Ramla á los diputados de Tiro, aprobó todo cuanto se habia hecho, y cedió
al conde Enrique de Champaña todas las ciudades cristianas que él habia conquistado. Enrique, á quien
llamó á su lado, no lardó en ponerse en marcha con sus caballeros, dirigiéndose desde luego á Tolemaida,
acompañado del duque de Borgoña y de su nueva esposa, de la que aun no podia prescindir (estas son
las espresiones de la crónica inglesa). Mas de sesenta mil hombres se fuéron delante del nuevo rey do
Jerusalen, las calles estaban perfectamente adornadas; quemábase incienso en las plazas públicas, y las mu
jeres y los niños bailaban,, y el clero acompañaba á la iglesia al sucesor de David y do Godofredo, y celebró
su advenimiento al trono, con cárnicos de alabanza al Supremo Hacedor.
No debe olvidarse que Guido de Lusiñany Conrado se habian disputado el reino de Jerusalen, y que un

(I) Mas larJo , si debe creerse a Brompton , cuando Ricardo futí hecho prisionero por el duque de Austria, obtuvo dol Viejo do
la Montaña dus cartas , en las cuales el jete do los sectarios aseguraba la inocencia del rey, ( Biblioteca de las Cruzadas, t II.)
288 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
acuerdo tomado por los principes habia dado la corona al rival que sobreviviese á su contrario. Despues
de la muerte de Conrado, nadie se acordó de esta decision, y el rey cuyo valor tantas veces se habia ad
mirado, fué olvidado del ejército cristiano. Solo se veia en el a un hombre vulgar y sin ningun género de
habilidad. La sencillez de espiritu, esclama con este motivo un cronista inglés, puede ser un obstáculo
á la posesion de un derecho. El mismo cronista añade algunas reflexiones que describen tal vez mejor,
nuestros tiempos modernos que no las tendencias y las costumbres de los tiempos antigues: Sin duda, dice
la citada crónica, que en nuestros tiempos de corrupcion se juzga mas digno de gloria el que se distingue
por el olvido de todas las leyes de la humanidad y de la justicia : hé aqui porque los hombres ladinos (ci
tamos siempre nuestra vieja crónica ) se atraen la consideracion y el respeto, mientras que la sencillez solo
obtiene el desprecio ; tales son los juicios del siglo!
Luego que el conde Enrique y el duque de Borgoña se juntaron con Ricardo y las tropas ds este, el rey
de Inglaterra acababa dé apoderarse de la fortaleza de Darum; pareciendo que la fortuna presidia á todos
sus proyectos, y triunfando en todas partes de los musulmanes, no se veia bajo sus banderas mas que dóciles
guerreros y fieles aliados. Pero á poco tiempo, nuevos mensajeros llegados del occidente le inspiraron
vivas inquietudes acerca de su reino, turbado cada dia con mayor fuerz*a por el principe Juan, y ame
nazado por la parte de la Normandia por Felipe. Cuando fueron públicas las nuevas que habian motivado
la llegada de los mensajeros, todo el mundo creia que el rey de Inglaterra iba á abandonar la Siria (1)
Como la incertidumbre reinaba en el ánimo de todos, naturalmente todos empezaban á desmayar; pero los
jefes se reunieron y prestaron el juramento de no abandonar de ninguna manera la cruzada, ya fuese que
Ricardo marchase, ya fuese que se retardase su partida. Esta unánime resolucion reanimó el valor de los
cruzados; manifestando la multitud delos peregrinos su alegria, por medio de bailes, festines y canciones,
habiéndose iluminado todo el campamento en señal de regocijo. Solamente Ricardo, abismado en tristes
ideas, no participaba de la general alegria, y hasta tal vez miraba con ceño este contento que rebosaba en
todas partes, cuando circunstancias desgraciadas podian alejarle del teatro de la guerra santa.
Iba á acampar el ejército en las cercanias de Hebron, cerca de un valle en el que se dice que nació
santa Ana, madre dela Virgen. Era entonces por el mes de junio; el entusiasmo] que animaba á los guer
reros cristianos les hizo suportar sin quejarse los calores del verano, como les habia hecho suportar en el
año anterior los rigores del invierno.
Sin embargo el rey Ricardo parecia estar dominado siempre de tristes presagios : y nadie se atrevia á darle
consejo alguno, ni tampoco consolarle, tanto era el pésimo humor que le aquejaba. Un dia que el monarca
inglés estaba solo en su tienda, abismado en los mas tristes pensamientos, presentóse á su presencia un cura
poitev'ino, llamado Guillermo, cuyo semblante revelaba el gran interés que se tomaba por la causa del prin
cipe. Como esperaba el competente permiso para poder acercarse al rey, no pudo contener sus lágrimas, vien
do al monarca : Ricardo conoció que Guillermo queria hablarle, y le llamó á su lado, diciéndole: «Señor cura,
os mando en nombre dela fidelidad que me debeis, de revelarme sin rodeos la causa de vuestro llanto, y si
vuestra tristeza dimana del cariño que me profesais.» Respondió el eclesiástico, sollozando y con voz trémula:
«Yono hablaré una sola palabra, si vuestra Majestad no me promete no irritarse contra mi por lo que diga.»
Prometióle el rey loque pedia, y lo juró á fin de tranquilizar completamente al cura, que habló en los si
guientes términos. «Señor, la resolucion que habeis tomado de abandonar esta desolada tierra, ha llenado de
consternacion al ejército cristiano, sobre todo á los que se interesan de corazon por vuestra gloria. Yo os de
bo declarar que el honor de una grande empresa será frustrado si vos partis, y la posteridad os censurará
eternamente el haber desertado de la causa de los cristianos. Tened cuidado en no acabar vergonzosamente
lo que con tanta gloria habeis empezado.» Recordó tambien el cura á Ricardo las hazañas por las cuales este
principe se habia hecho célebre; haciéndole al mismo tiempo presente los beneficios de que la Providencia le
habia colmado, terminando su discurso con estas palabras : « Los peregrinos os miran como su apoyo, como
su padre : ¿abandonareis vos á los enemigos de Cristo esta tierra que los cruzados han venido á libertar, su
miendo á la desesperacion á toda la cristiandad?»
Mientras que habló el sacerdote Guillermo, Ricardo guardó silencio, y nada tampoco dijo al acabar aquél se

(1) Gualtero V¡nisauf..( Biblioteca de las Cruzadas t. It. )


LIBRO OCTAVO. — 11 90-HiM. 289
discurso, sin embargo su semblante parecia estar mas sombrio. Con todo, segun dice Gualtero Vinisauf,
el corazon del monarca se conmovió á consecuencia do la peroracion del eclesiástico; no olvidando tampoco
que los jefes del ejército habian jurado sitiar á Jerusalen, durante su ansencia, y esta idea inquietaba atroz
mente su espiritu. Al dia siguiente, Ricardo declaró al conde Enrique y al duque do Borgoña, que no regre
sarla al occidente antes de las fiestas de Pascua del año siguiente : poco tiempo despues, un heraldo de armas,
proclamando esta resolucion, anunció que el ejército cristiano iba á marchar hácia la santa ciudad.
Al saberse esta feliz nueva, todos los peregrinos levantaron lasmaDosal cielo, diciendo: Señor Dios, gra
cias os sean dadas; el tiempo de nuestras bendiciones ha llegado. Los soldados, llenos de valor y de entusiasmo,
so ofrecieron á llevar ellos mismos las provisiones y los bagajes; nadie se quejó en lo sucesivo; nada parecia
penoso, y no se veian ya ni obstáculos ni peligros. Pusiéronse en marcha los cruzados el domingo de la octa-
va do la Trinidad; y compadeciéndose los mas ricos de las necesidades de los pobres, les prodigaron toda cla
se de socorros : los que tenian caballos los empleaban en obsequio de los débiles y de los enfermos, marchan
do ellos á pié, pareciendo que los bienes eran comunes, puesto que todos los peregrinos estaban animados de
un mismo sentimiento. Este ejército cristiano, victima por tanto tiempo de toda clase de miserias, y teniendo
todo el aspecto de un ejército vencido, ofreció repentinamente un imponente y magnifico espectáculo. Los
guerreros habian adornado sus cascos con los mas brillantes penachos; banderas de mil colore» flotaban pol
los aires; las brillantes espadas y las lanzas recientemente pulidas reflejaban los rayos del sol; y por todas
partes se oian alabanzas á Ricardo, mezcladascon los cánticos de la victoria. Segun refieren testigos oculares,
nada hubiera podido resistir á este ejército, lleno del espíritu del Señor, si la discordia y no sé qué fatalidad
no hubiesen hecho inútiles tan generosas dis¡>osiciones.
Fuéroná acampar los cruzados al pié de las montañas de la Judea, cuyos pasos estaban guardados por las
tropas deSaladino y por lospaisanos deNaplusa y de llebron. Elsultanal saberla aproximacion do los cristianos,
habia redoblado todos los esfuerzos para poner á Jerusalen en estado de defensa; la mayor parte de las tropas
musulmanas se reunieron bajo de sus banderas; se prosiguieron con nueva actividad las obras de la repara
cion de las murallas, y dos mil prisioneros cristianos fueron condenados á reconstruir unas fortificaciones,
que debian defender á sus enemigos.
Ricardo, yafueseque se amedrentase con los preparativos de los musulmanes, ya que se abandonase de
nuevo á la inconstancia do su carácter, se detuvo de repente en su marcha, bajo el pretesto de aguardar á
Enrique de Champaña, que él habia enviado á Tolemaida, para proporcionarlo nuevos refuerzos, y perma
neció muchas semanas en la ciudad de Bethunópolis, hoy Bethamasi, situada á siete leguas de Jerusalen.
Las mal apagadas discordias de los cristianos no lardaron en estallar de nuevo. El duque de Borgoña y
muchos otros jefes, obedeciendo siempre con disgusto al rey de Inglaterra, vacilaban en secundarle en una
empresa, cuyo éxito debia aumentar su orgullo y su fama. Cada vez que Ricardo tomabala resolucion do
conquistar la santa ciudad, parecia que el celo del ejército disminuia, y cuando el monarca inglés buscaba
pretestos para diferiresta conquista , ellos inflamaban con sus discursos el entusiasmo de los cruzados, repi
tiendo con el mayor calor el juramento de libertar el sepulcro de Jesucristo; de modo que la aproximacion
hácia Jerusalen que debia reanimar y reunir á los cristianos, esparció entre ellos el desorden y la desespe
racion .
Despues de permanecer por espacio de un mes en Bethanópolis, empezaron á quejarse los cristianos,
esclamando con amargura : No iremosjamás á Jerusalenl Ricardo, que estaba con el corazon agitado por
contrarios pensamientos, aun cuando no daba oidos á las súplicas de los peregrinos, participaba de su dolor,
é indignábase contra su propia fortuna. Un dia que su ardor le arrastró á perseguir á los musulmanes has
ta las vecinas alturas de Emmaús, divisó las murallas y las torres de Jerusalen. Al contemplar semejante
vista, derramó abundantes lágrimas y cubriéndose el rostro con su escudo, se confesó indigno de contemplar
la santa ciudad, á la que sus armas no habian podido libertar. Cuando regresó al campo, los jefes le instaren
de nuevo á cumplir su promesa, pero tal era la singularidad de su carácter, que cuanto mas se declaraba la
opinion de los cruzados á fin de que diese la órden de marchar hácia Jerusalen, masseobstinaba en contra
riar todas las voluntades y hasta la suya misma. Respondia á los que se esforzaban en arrastrarle con si;s
consejos y sus súplicas, que la empresa que querian acometer sobre Jerusalen solo presentaba peligros, y que
él no podia esponer do esta manera ni el honor dela cristiandad ni el suyo propio. Apoyábase sobre todo en
3"
290 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
el tostimoniode los señores do la Palestina,. los que, dirigidos por su interés personal, y dando mas impor
tancia á la conquista de las ciudades marfiimas que á la de la santa ciudad, no participaban do la opinion ge
neral de los cruzados. En medio de estos debates, la agitacion de los ánimos y el descontento del ejército to
maban cada dia mayores proporciones. Tan pronto trataba Ricardo de espantará sus rivales y á sus adver
sarios con amen.a«as,eomo de seducirles por medio de promesas. Por lo demás, todas estas quejas y todos est03
debates no le impedian atacar sin descanso á los musulmanes, comosi hubiese querido justificar su conduc-
t-i á fuerza de valor, n ocultar su inquietud en el tumultode loscombntes.
En fin, segun su dictamen, so formó un consejo (1 ) compuesto de cinco caballeros del Temple, cincode San
Juan, cinco barones franceses y cinco barones ó señores de la Palestina. Deliberó el consejo, durante muchos
dias, acerca del partido que debia tomarse. Los que opinaban á favor del sitio de Jerusalen anunciaban, ba
jo la fé de los fugitivos que acababan de llegar de esta ciudad, que habia estallado una sublevacion en Meso-
pota mia contra Saladino, y que el califa de Bagdad amenazaba al sultan con las armas espirituales (2), que
los mamelucos echaban en cara á su caudillo la matanza de los habitantes de Tolemaida , reusando encer
rarse en la santa ciudad, si Saladino no participaba de sus peligros. Todos los que sostenian la opinion
contraria decian que todas estas noticias no eran mas que un lazo del sultan para atraer á los cruzados
hácia puntos en donde pudiese destruirles sin combatir, y que en el territorio árido y montueso de Jerusalen
4es faltaria el agua en medio de los calores del verano. Para atravesar las montañas de la Judea, los caminos
estaban llenos de precipicios, y dominados además por escarpadas alturas desde las cuales algunos sol
dados podian aniquilar las falanges cristianas. Si el valor de los cruzados era tanto que pudiesen salvar todos
los obstáculos, podrian conservar sus comunicaciones con las costas del mar, de donde habian de recibirlos
viveres. Y si fuesen vencidos, ¿cómo verificarian su retirada, perseguidos por el ejército de Saladino ?
Tales eran las razones que alegaban Ricardo y sus partidarios para alejarse de Jerusalen; pero estas razo
nes debian serles conocidas, cuando dieron la órden al ejército cristiano de marchar á la santa ciudad. Como
mas avanzamos en esta parte de nuestra relacion, mas la verdad se cubre á nuestros ojos con un velo im
penetrable. Para juzgar todas estas contradicciones, seria preciso conocer las negociaciones que Ricardo no
cesó de alimentar con los musulmanes, negociaciones á las cuales estaban sin duda subordinados los diversos
movimientos del ejército cristiano, el que, estando siempre en la oscuridad, solo dejaba ver en los aconteci
mientos esteriores de la guerra la ciega influencia de dos genios opuestos el uno al otro.
No seria, sin embargo, justo hacer recaer sobro Ricardo toda la severidad de los juicios de la historia,
pues los demás jefes, entregados á la ambicion, á la envidia y á todos los furores de la discordia, habian ol
vidado como él el principal objeto de la guerra santa. Habrá podido observarse que en las cruzadas la mul
titud de los peregrinos jamás perdió de vista el rescate de Jerusalen, y que los jefes estaban siempre estra-
viados del fin de su empresa, á causa de sus ambiciosos proyectos é intereses profanos. Es sensible que la
mision del historiador sea bajo este concepto mas dificil. Si es fácil describirlas pasiones humanas cuando
so revelan en los campamentos y sobre el campo de batalla, no es lo mismo cuando presiden á los con
sejos de los principes, mezclándose además mil intereses desconocidos ; porque en este caso se escapan fácil
mente á las miradas de la historia, ocultando casi siempre sus mas vergonzosos secretos á las investigaciones
de la posteridad.
Mientras que el consejo de los veinte arbitros estaba deliberando, algunos sirios vinieron á advertir á Ri
cardo, que una rica caravana llegada de Egipto se dirigia á Jerusalen. Reunió al momento el rey lo esco
gido de sus guerreros á los que se reunieron los franceses. Este cuerpo de tropas dejó el campamento al caer

(1) Gualtero Vinisanf en el cap. I da su lib. VI refiere el discurso que el rey Ricardo pronuncio en esta ocasion, para manifes
tarlas dificultades do atacar a Jerusalen, y aíiadeque so eligieron veinte discretas personas que debian decidir la cuestion. Estos ar
bitros decidieron que era preciso marchar al Cairo antes que a Jerusalen. Conformose el rey con esta opioion, pero los franceses
se opusieron 6 ella. Raul de Coggeshale dice lo contrario, esto es, que fueron los franceses los que no quisieron ir a Jerusalen y que
Ricardo y los ingleses deseaban ir a la santa ciudad. (Biblioteca de las Cruzadas, t. II.) Boha-Eddio habla tambien de los arbitros ele
gidos por el ejercito cristiano. (Vease la Biblioteca de las Cruzadas, t. IV.)
(2) . El origen de esta cuestion venia de que Taki-Eddin, sobrino del Sultan, dueño de algunas plazas do la Mesopotamia, habia
empezado a molestar a todos los principes vecinos, sin esceptuar 6 los protegidos del califa. Despues de la muerte de Taki-Eddin,
su hijo habia pretendido succderlesin aguardar el beneplacito deSaladino su soberano. Estos^d i versos acontecimientos habian in
troducido la perturbacion en el consejo del sultan.
LIBRO OCTAVO.— 1490-1191. 29 1
la larde, marchando toda la noche á la luz de la luna; llegando al dia siguiente por la mañana al territorío
de Hcbron, á un lugar llamado Ilery, en donde la caravana se habia detenido con su escoKa. Losarqueros
y los ballesteros iban los primeros; los guerreros musulmanes, en número de dos mil, estaban formados en
batallones al pié de una montaña, mientras que la caravana, retirada á un lado esperaba el éxito del comba
te, Ricardo poniéndose á la cabeza de los suyos se arrojó sobre los musulmanes, que fueron batidos al primer
choque, y huyeron, dice una crónica, como las liebres perseguidas por los galgos. La caravana fué tomada:
los que la custodiaban se pusieron en salvo implorando ,1a misericordia de los cruzados, y, sirviéndonos
de las espresiones do la crónica citada amenudo, mirando cuanto pudiera acontecerles como poca cosa con tal
que les salvasen la vida (1).
Ricardo y sus compañeros volvieron triunfantes al ejército cristiano, llevando consigo cuatro mil sete
cientos camellos, un gran número de caballos, asnos y mulos cargados con las mercaderias mas preciosas
del Asia. Distribuyéronse los asnos á todos los criados del ejército, y se hicieron partes con la carne fresca
de los camellos. Distribuyó el rey .de Inglaterra los despojos del enemigo, ¡tanto á los que se habian quedado
en el campamento como á los que le habian acompañado: asi el rey David, segun se decia en el ejército
cristiano, recompensaba á los que iban al combate y á los que guardaban los bagajes. Celebróse esta vic
toria con festines, en los que, segun la crónica del Gualtero Vinisauf, la blanca carne de los camellos, to
mados á los musulmanes, parecia un manjar esquisito á la multitud de los cruzados. Era cosa digna de ver
se la riqueza de los despojos del enemigo, y los peregrínos se alegraban doblemente, creyendo que un
acontecimiento tan brillante podia dar á su jefe la idea de aprovecharse del terror de los musulmanes y
conducir los cruzados hasta Jerusalen.
Reinaba en la ciudad santa la mayor confusion al saberse que la rica caravana de Egipto habia caido
en poder de los cristianos. Refiere Boha-Eddin, testigo ocular, que el sultan creyó deber reunir á sus emires
para reanimar su valor¡ haciéndoles jurar sobre la misteriosa piedra de Jacob combatir hasta la muerte.
En las juntas que se siguieron á esta ceremonia, los murmullos de disgusto ó de desesperacion se hacian
oir por todas partes , y se confundian las censuras con las advertencias dadas á Saladino. Estos señales,
precufsores de terribles discordias, demostraban á la vez el terror que inspiraba el nombre de Ricardo y el
espiritu de insubordinacion que empezaba á desarrollarse en el ejército musulman.
Sin embargo el consejo de los caballeros y de los barones , despues de muchos dias de sesion, decidió al
fin que el ejército se alejaria de las montañas de la Judea y regresaría hácia la ribera del mar. Esta re
solucion consternó á todo el ejército, los peregrinos empezaron á maldecir el tiempo que habian pasado en
la Tierra Santa ; el espiritu de rivalidad despertó los antigues odios, y los cruzados; mas divididos que nun
ca, no pudieron reunirse ni para combatir al enemigo ni para sobrellevar su infortunio. Los franceses y
los ingleses no marcharon ya juntos, y acampaban en diferentes lugares. Refiere Vinisauf, que el duque
de Borgoña. compuso canciones en las cuales no olvidó ni al rey de Inglaterra ni á las princesas que le ha
bian seguido á la cruzada. Ricardo respondió con poesias satiricas, en las cuales trataba con desprecio á los
franceses y á su caudillo. Deciase en el ejército que el duque de Borgoña recibia de los musulmanes el pre
cio de su ira contra Ricardo. Si deben creerse las crónicas inglesas, el rey sorprendió ó hizo matar ¡i fle
chazos á los mensajeros de Saladino encargados de llevar al duque ricos regalos. ¿Qué podian hacer en
adelante contra los infieles, los cruzados trabajados por tantas disensiones? La causa de Jesucristo ya no
tenia mas ejército para su defensa, y los caminos estaban cubiertos de peregrinos que, no esperando ya
nada de la guerra santa, se volvian los unos ¡x Tiro, los otros á Joppe ó á Tolemaida con el propósito de
• embarcarse para el occidente. .
Cada dia la paz se hacia mas necesaria á Ricardo. El rey de Inglaterra cifró todas sus esperanzas en
Saladino. Abandonado dela mayor parte de los suyos, demostró aun la fiereza quedala victoria, tan
pronto mandaba arrasar la fortaleza de Darum, que se le pedia, como enviaba una guarniciou á la ciu
dad de Ascalon, que querían demoler, ó finalmente amenazaba sitiar á la ciudad de Beirut. Saladino, que
ciertamente no deseara la paz, prolongaba las negociaciones á fin de tener el tiempo necesario para reunir á
sus emires, que acudian bajo sus banderas con alguna repugnancia. Asi que estuvieron incorporados á su

(l) Boha-Eddin ií Ibn-Alatir, B bliotcca de las Cruzadas t IV.


Mi HISTORIA DE LAS CRUZADAS
ejército los emires de Alepo, de la Mesopotamia y del Egipto, atraidos menos por las órdenes de Saladino,
que por la esperanza del botin y de una fácil victoria, dejó á Jerusalen, y fué á sitiar, con todas sus fuer
zas, la ciudad de Joppe, defendida solamente por tres mil guerreros cristianos.
Despues de muchos asaltos, tomóse la ciudad; y los musulmanes pasaron á cuchillo á cuantos encontra
ron, cometiendo mil crueldades con los pobres enfermos. Ya la ciudadela, en donde se habia retirado la guar
nicion, proponia capitular, cuando Ricardo, llegando por marde Tolemaida, presentóse de repente delante
el puerto con muchos buques tripulados por guerreros cristianos; pero al momento hizo volver sus navios
hacia la ciudad, y arrojándose al agua, fué el primero que ganó la orilla defendida por una multitud de
musulmanes. Los mas valientes siguen á Ricardo, á quien nada resiste: estas esforzadas tropas penetran
dentro de la plaza, echan á los turcos de ella, les persiguen hasta la llanura, y van á levantar sus tiendas
en el mismo tugaren que Saladino habia puesto las suyas algunas horas antes. Dice Gualtero Vinisauf,
que los anales de los tiempos antigues no ofrecen tal prodigio, y el autor árabe Boha-Eddin no puede me
nos de rendir homenaje á este hecho de armas casi fabuloso del rey de Inglaterra. Pero aun cuando
Ricardo hubiese puesto en fuga á sus enemigos, estaba lejos de haber triunfado de todos los peligros.
Despues de haber rehusado la guarnicion de la ciudadela á sus guerreros, apenas contaba dos mil com
batientes. Al tercer dia despues de haber libertado á Joppe, resolvieron los turcos sorprenderle en su cam
pamento, pero un genovés que habia salido al amanecer, divisó en la llanura á los batallones musulmanes,
y regresó al campo gritando: á las armas, á las armas. Despiértase Ricardo sobresaltada mente, se pone la
coraza: ya los musulmanes acudian en tropel, el rey y la mayor parte delos suyos marchaban al com
bate con las piernas desnudas y hasta algunos en camisa. Solo se encontraron en el ejército cristiano diez
caballos; uiio de ellos sirvió para Ricardo, nombrando los cronistas los nueve guerreros que seguian al
rey á caballo; y los musulmanes se vieron obligados á emprender la retirada. Aprovecha esta ocasion el
ley de Inglaterra, para ordenar sus tropas en la llanura y entusiasmarles prometiéndoles nuevos combates.
Pronto los turcos volviendo á la carga, en númerode siete mil caballos, se precipitan sobre los cristianos:
estos cerrando sus masas y presentando la punta desus lanzas, resisten á la impetuesidad del enemigo,
pareciendo una muralla de hierro ó de bronce. Los caballos musulmanes retroceden, cargan otra vez
liando espantosos gritos pero al fin se alejan sin atreverse á combatir: Ricardo les carga con los suyos, y
desbarata completamente á los turcos, admirados de la audacia de aquél En esta sazon vinieron á anunciar
al rey de Inglaterra que el enemigo acaba do entrar en la ciudad de Joppe, y que la espada musulmana
pasa á cuchillo á cuantos cristianos encuentra guardando las puertas (I). Vuela Ricardo en su socorro, dis
persándose los mamelueos á su aproximacion, y destruye á todo lo que se le presenta delante, no llevando
consigo mas que dos caballeros y algunos ballesteros. Cuando la ciudad estuvo libre do la presencia de los
enemigos, regresa á lallánura en donde su ojército estaba frente á frente de la caballeria musulmana. Al lle
gar á este punto, su historiador no sabe qué espresiones emplear para dar una idea de la sorpresa que le
causó un espectáculo tan nuevo. Al solo aspecto de Ricardo, los mas valientes musulmanes tiemblan de hor
ror y se erizan sus cabellos sobre sus frentes. Un emir que se distinguia por su talle y por el brillo de sus
armas, tuvo la osadia de desafiarle en cómbate particular, y Ricardo con un solo golpe le derribó la cabeza,
el hombro y el brazo derecho. En lo mas encarnizado de la pelea, el intrépido conde de Leicester y muchos
de sus compañeros iban á sucumbir, arrollados por el número de sus enemigos; pero Ricardo, siempre in
vencible é invulnerable, les salva del peligro dispersando á los musulmanes , y precipitándose con tanto ar
dor sobre las filas enemigas, que nadie puede seguirle, desapareciendo á la vista de todos sus guerreros. Asi
iiue regresó en medio de los cruzados, que le creian muerto, su caballo estaba cubierto de sangre y de polvo,
v él mismo, para servirnos de la sencilla frase de un cronista, testigo ocular, todoherizado de ¡lechas, pare-
cia una pelota cubierta de adujas (2.)
Refieren algunos historiadores que Malek-Adhel, lleno de admiracion alver el valor de Ricardo, le envió eu

1) Raul de Coggoshale, que es masesptleilo en esta parte desu historia, que Gualtero Vinisauf, dice que Hugo de Nevilhabiu
H» sumamenic espautado 6 decir al rey que el númerode enemigos destruiria a los peregrinos, amenazandole el rey con hacerle
r u tar la cabeza si decia la menor cosa sobre este particular a los cristianos.
i) Gualtero Vinisauf, en su entusiasmo por Ricardo, le cree superior a Anteo, a Aquiles, a Alejandro el Grande, a Judas Macabeo
> a KuLudo. Su cuerpo, dice el, i ra como de cobre. Caro iumjuam tenca nullurum cedebat armorum genenbus, cap. XXIII, lib. \ 1.
Ll MIO OCTAVO. — 1 1 90-1 1 9í . 2lJ3
el campo de batalla dos caballos árabes; Saladino, finida la batalla, censuraba á sus emires el haber huido
delante de un solo hombre. « Nadie, respondió uno de ellos, puede contrarestar su espada; su impetuesidad
es terrible, y luchar con él, es lo mismo que la muerte , pues es superior á la humana naturaleza (1).»
Los mismos cristianos no podian esplicar esta estraordinaria victoria, que atribuian al poder divino. Pero
sin tratar de eclipsar la gloria de Ricardo y de sus compañeros de armas, debemos hacer mencion de las dis
cordias que se habian suscitado entre los guerreros de Saladino, y que debieron debilitar su ardor y su entu
siasmo. Los soldados que pertenecian á la nacion de los curdos, veian con disgusto el favor de que gozaban
los mamelucos. Uoha—Eddin nos dice que estos guerreros, cuando la toma de Joppe, se colocaron á las puer
tas de la ciudad y se a[>oderaron do todos los despojos cristianos arrebatándolos á los otros soldados. Este ac
to de injusticia y de violencia indignó al ejército musulman, y en la última batalla dada contra Ricardo, los
soldados curdos se atrevieron á pronunciar las siguientes palabras: Saladino, nos llaman al combate, pero nos
rechazan para el botin. Di á tus mamelucos que avancen y que combatan.
Con todo tantos trabajos y tanta gloria debian ser perdidos para la cruzada. El duque de Borgoña se habia
retirado á Tiro y rehusaba el tomar parte alguna en la guerra. Los alemanes, mandados por el duque de
Austria, habian partido de la Palestina. Habiéndose puesto enfermo Ricardo y habiendo tomado la resolucion
de regresar á Tolemaida, los jefes que le habian seguido hasta entonces encontraron muy á mal que quisiese
abandonarlos, y se alejaron ellos mismos de su rey. Este, á fin de retener á su lado á los mas fieles de sus
guerreros, vióse obligado á abandonar todo cuanto le quedaba de los despojos de la caravana sorprendida en
las campiñas de Hebron. Hasta aqui, la ambicion de Ricardo se cifraba en aumentar por medio de prodigios
de valor su fama en el mundo cristiano, y suportaba todos los trabajos de la guerra, bajo la esperanza que
sus victorias en Palestina leayudarian á triunfar de sus rivales y de sus enemigos al otro lado de los maces ;
pero como su ejército le abandonó, solo se ocupó en reanudar las negociaciones con Saladino. Los diversos
sentimientos que le dominaban, la vergüenza de no haber podido libertar áJerusalen, el temor de perder á
su reino, le hacia adoptar y rechazar sucesivamente las mas opuestas resoluciones (2). Tan pronto queria re
gresar á Europa sin concluir la paz, como amenazaba á Saladino, y buscaba espantarle, difundiendo la voz
de que el pontifice de Roma debia l!e¿ar á Palestina con doscientos mil cruzados. So aproximaba el invierno y
pronto el Mediterráneo dejfrria de ser navegable. «Mientras que todavia puede pasarse el mar, adoptad la paz
y yo regresaré á Europa. Si desechais las condiciones que os propongo, pasaré el invierno en Siria y conti
nuaré la guerra.» Convocó Saladino á sus emires á fin de deliberar sobre las proposiciones de Ricardo. «Has
ta aquí, les dice, hemos combatido con gloria, y la causa del islamismo ha triunfado por el esfuerzo de nues
tras armas. Temo que la muerte venga á sorprenderme en el reino de la paz, y me impida terminar la obra
que hemos empezado. Puesto que Dios nos da la victoria, quiere que continuemos la guerra, y nosotros de
bemos seguir su voluntad. » La mayor parte do los emires aplaudieron el valor y la firmeza de Saladino pero
le hicieron presente : « que las ciudades estaban sin defensa y las provincias devastadas; las fatigas de la
guerra habian debilitado á los ejércitos musulmanes , y faltaban viveres al soldado y forraje á los caballos.
Si nosotros desesperamos á los francos, añadieron los emires, pueden aun vencernos, y arrancarnos nuestras
conquistas. Es prudente seguir la máxima del Coran, que nos manda conceder la paz á nuestros enemigos
cuando nos la piden. La paz nos proporcionará tiempo suficiente de fortificar nuestras ciudades, de reparar
nuestras fuerzas, y de volver á emprender la guerra con ventaja, cuando los francos, siempre infieles á los
tratados, nos darán motivo para atacarles.»
Podia conocer Saladino, con este discurso de los emires, que la mayor parte de los guerreros musul^
Juanes empezaban á perder el entusiasmo que habian demostrado por la causa del islamismo. El sultan es-
perimentaba el abandono de muchos de sus ausiliares, y temia no sobreviniesen alborotos en su imperio.
Por otra liarte no podia acordarse, sin estremecerse, del hecho de haberse negado sus tropas á pelear
delante de Joppe. Los dos ejércitos acampaban cerca el uno del otro, y el polvo que se levantaba en los
dos campos, dice un autor árabe, se mezclaba en el aire, no formando mas que una sola nube. Ni los

(I) Gunllero Vinisuuf.


(i) Guallero Vinisaufdiccquc Ricardo escribio a Malek-Adlic!, principe grande y generoso, quien, segun el Insidiador, queria
mucho ul rey de Inglaterra. (Biblioteca de las Cruzadas t. II.)
2U4 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
cristianos ni los musulmanes demostraban impaciencia alguna de traspasar el cerco de sus murallas y de
sus fosos; los unos y los otros parecia que estaban igualmente cansados de la guerra, y los jefes tenian el
mismo interés en concluir la paz. La disposicion de los ánimos y la imposibilidad de proseguir la guerra
hicieron al fin que se adoptara una tregua de tres años y ocho meses. «Ricardo, dice Gualtero Vinisauf, no
podia esperar mejor tratado; el que pensara otra cosa, se convencerá que obra de mala fé.»
Se convino en que Jerusalen quedaria abierta á la devocion delos cristianos, y que estos serian dueñosde
toda la costa maritima desde Joppe hasta Tiro. Los turcos y los cruzados tenian pretensiones sobre Ascalon,
que se reputaba como la llave del Egipto. A fin de poner un término á los debates, se decidió que esta ciu
dad seria nuevamente destruida. No fuera por demás observar que no se habló de la restitucion de la
verdadera cruz, que habia sido el objeto ó causa de las primeras negociaciones, y por la (|ue Ricardo ha
bia enviado muchas embajadas á Saladillo. Los principales jefes de los dos ejércitos juraron, los unos so
bre el Coran, los otros sobre el Evangelio, observar las condiciones del tratado. Pareció entonces que la
majestad real tenia algo de mas importante y de mas augusto que la santidad del juramento: el sultan y
el rey de Inglaterra se contentaron en darse su palabra y dar la mano á los embajadores.
Todos los principes cristianos y los emires de la Siria fueron invitados á firmar el tratado concluido
entre Ricardo y Saladino. Entre los que fueron llamados, como garantia dela paz, no se olvidó ni al
principe de Antioquia, que habia tomado muy poca parte en la guerra, ni al jefe de los ismaelitas, el
enemigo de los cristianos y de los musulmanes.
Solamente no se mencionó á Guido de Lusiñan en el tratado. Este principe jugó un papel algo importante
algun tiempo á consecuencia de las discordias que él mismo habia hecho nacer ; pero cayó en olvido
luego que los cruzados tuvieron otros motivos de disensiones. Despojado de su reino, obtuvo el de Chipre,
que era una posesion mas real, pero que fué preciso pagarla á los templarios, á quienes Ricardo lo habia
vendido ó empeñado. La Palestina fué cedida á Enrique, conde de Champaña, el nuevo marido de aquella
Isabel que parecia estar prometida á todos los pretendientes al reino de Jerusalen, y la que, por un singular
destino, habia dado á tres esposos el derecho de reinar, sin poder ella misma subir al trono.
Despues de proclamada la paz, los peregrinos, antes de regresará Europa, quisieron visitar el sepulcro
de Jesucristo y ver á aquella Jerusalen que no habian podido libertar. La mayor parte de los cruzados
del ejército de Ricardo se dividieron en varias caravanas, y se pusieron en marcha para ta Tierra Santa.
Aun cuando ellos fuéron sin armas, su presencia despertó entre los musulmanes los sentimientos que ha
bian sido causa de la guerra. Los turcos, dice Gualtero Vinisauf, lanzaban amenazadoras miradas á los
peregrinos, y estos hubieran preferido ir hácia Tiro, ó San Juan de Acre, que no á Jerusalen. Vióse Saladi
no obligado á hacer uso de todo su deber, para hacer respetar las leyes de la hospitalidad. El obispo de
Salisburgo, cuyo valor conoció el sultan , y que hacia la peregrinacion en nombre de Ricardo, fué aco
gido con distincion. Enseñóle Saladino el leño de la verdadera cruz, y conversaron largo rato acerca de la
guerra santa.
Los franceses que, ya en paz. yaen guerra, permanecian siempre apartados de los ingleses, no hicieron
la peregrinacion á Jerusalen. Desde la batalla de Joppe, ellos no habian abandonado la ciudad de Tiro,
conservando siempre cierta envidiosa prevencion contra Ricardo. Disgustóles el tratado celebrado con Sa
ladino, y ridiculizaron al rey do Inglaterra. Este principe, por vengarse, habia cerrado á los franceses las
puertas de Jerusalen. Cuando estos se hubieron alejado , dijo el rey á los suyos: Echad al burlon, y (am-
bien se iián las burlas. Murió de repente el duque de Borgoña, que estaba al frente de los franceses, á la
sazon en que se estaba ocupando do su regreso al occidente , y como espiró en medio de las mas terribles
convulsiones de un violento frenesi, no dejaron de ver los peregrinos ingleses, en esta muerte, el castigo
de su felonia y el juicio do la divina cólera.
No teniendo nada que hacer Ricardo en oriente, y no pensando sino en los enemigos que tenia en
Europa, se ocupó do su marcha. Cuando se embarcó en Tolemaida, los cristianos dela Tierra Santa no pu
dieron contener sus lágrimas. Jamás se habian conocido mejor sus virtudes, ni hecho mas justicia á sus
brillantes cualidades; todos, viéndole partir, se creian en adelante sin apoyo y sin socorro contra las
agresiones de los musulmanes ; él mismo no pudo contener sus lágrimas , y asi que estuvo fue
ra del puerto, volviendo los ojos liácia la tierra, que acababa de dejar: Oh Tierra Sania, esclamó
LIBRO OCTAVO — 1190-1 191. 295
yo recomiendo tu pueblo á fíim : haga el cielo , qua yo venga aun á visitarte y 4 soco>rcrtc (4).
. Asi concluyó esta tcreera cruzada, en la que todo el occidente armado no pudo obtener otras ventajas,
que la conquista de Tolemaida y la ruina de Ascalon. La Alemania perdió sin gloria á uno de sus mas
grandes emperadores y al mejor do sus ejércitos ; y la Francia y la Inglaterra la flor de su guerrera no
bleza (2). La Europa tuvo motivo para deplorar las pérdidas que esperimentó en esta guerra, puesto que
el ejército estaba mucho mejor organizado que en las precedentes espediciohes los criminales, los aventu
reros y la gente vagamunda habian sido despedidos, y todo lo que el occidente encerraba de mas ilustre
entre sus guerreros se habia alistado bajo las banderas de Cristo.
Los cruzados que hacian la guerra a Saladino, estaban mejor armados que los que les habian pre
cedido en Palestina, pues se servian do la ballesta, abandonada en la segunda cruzada; las corazas y los
escudos estaban cubiertos de un cuero muy fuerte, que resistia los tiros de los musulmanes: muchas ve
ces vióseen el campo de batalla á los soldados erizados de flechas, sin estar heridos, y permaneciendo inmó
viles en sus filas. La infanteria, arma despreciada, so reorganizó y tomó mucha importancia en el largo
sitio de Tolemaida. En esta guerra no se pa recia á la que se hacia entonces en Europa, en donde, segun
las leyes fundadas, los principes y los señores no podian retener por mucho tiempo á los guerreros bajo
sus banderas. Tres años de peligro.y de combates debieron formar los soldados obedientes, y proporcionar la
suüciente instruccion á los jefes para saber mandar.
Los musulmanes habian progresado mucho en la ciencia de la guerra, y empezaban á hacer uso de la
lanza, á la que parece habian preferido el sable y la espada cuando los primeros cruzados habian llegado a
la Siria. Ya sus ejércitos no presentaban el aspecto de una confusa multitud y se batian con mas orden. Los
turcos y los curdos aventajaban á los francos en el arte de atacar y de defender las plazas, y tambien en la
caballeria, que podian fácilmente remontar, mientras que los francos tenian mucha dificultad en adquirir
caballos. Además los musulmanes tenian otras ventajas sobre los francos; tales eran el pelear ó hacer la
guerra en su propio pais, y no estando sometidos mas que á un solo jefe, que les inspiraba el mismo entu
siasmo, presentándoles siempre á defender la misma causa.

(1) Gualtero Vinisauf. [Biblioteca delas trozadas t. II.)


(2) El historiador Brompton nus ha dejado una lista de los personajes que sucumbieron en esta cruzada. Nosotros creemos deber
copiarta aqut, tanto por satisfacer la curiosidad de nuestros lectores, como para levantar un honroso monumento & los pueblos
y & las familias que tomaron parte en esta espedicion.
La reina Sibila, esposa del rey Guy y sus dos hijas; Heraclio pati iarca de Jcrusalen ; BalduiDO arzobispo de Cantorbery ; el ar
zobispo de Nazaret; el arzobispo de Besanzon; el arzobispo de Monte-Real ; el obispo de Sidon ; el nuevo obispo de Acre ; el obispo
de Beirut; el obispo de San Jorge ; el obispa do San A braba m ; el obispo de Tiberiada ; el abate del templo del Señor ; el abate del
Monte Sion; el abate del Monte de los Olivos; el abale do .Tordes;el prior del Santo Sepulero ; Raul arcediano de Glocestcr ; Silves
tre senescal del arzobispo de Cantorbery; Juan de Norvich canonigo de York; Conrado hijo del emperador Federico duque de
Suabia ; el conde de Perche ; el conde de Ponthieu ; Teobaldo conde de Blois ; Esteban su hermano conde de Saucerre; Guillermo
rondo de Ferriere ; el duque Bertoldo de Alemania ; Rogerio conde de la Pulla ; el conde de Brcunes y Andres su hermano conde de
Turena ; Gilberto do Tillisrs ; Florencio de Angers; Josclin de Chatellerant ; Anselmo de Montcrcal y toda su familia ; el vizconde
de Chatillon y su madre ; Juan conde de Vandoma; el gobernador de Ipros ; Gaufredo le Briore; Roberto de Beaune ; Adam cham
belan del rey de Francia; Adam de Laon ; Guillermo de Pimkemi gobernador ; Rogerio baron de Pol ; Roberto senescal de Guiller
mo de Meudeville ; Raul de Glauvit justiciero del rey de Inglaterra; Bernardo de Saint-Valher,- Ricardo de Clare; Guido de Chati-
llou; Raul de Crasiby;Lcxeby y Berengerio su hermano ; Roberto el montero de Pontrct; Roberto Scropede Barton ; Rinaldo de Ton
gos; Enrique Pigot senescal del conde de Varennos; Gualtero Scrope; Gualtero de Kyme hijo de Felipe de Ky me; Juan de Libnrnc.
Gualtero de Ros hermano de Pedro de Ros ; Luis de Ar-seles; Hugo Oiry; Guillermo de Aloui ; Guido de Darsev ; Odon de Guimer,
Reinaldo de Maigny copero do Scntis y mariscal del conde Enrique.
Enrique de Bracley y Enrique do Monp lane fueron hechos prisioneros por los musulmanes.
El emperador Federico murio en el rio Selef; su hijo Federico de Suabia perecio frente deSanJuan de Acre; Roberto conde de
Leicester en la Romania. El landgrave deTuringia murio tambien a su regreso, Felipe conde de Flandosy Raul, capellan de la ca
sa real, murieron en el segundo año. En la tercera espedicion murieron en Acre, Raul de Aubenay ; Ricardo deChamville; Drogon
hijo de Nigel de Kent; el baron Guillermo hijo de Felipe de Kent; Reinaldo do Suffac ; Hugo duque de Borgoña y Roberto Wau-
liu su capellan; Nigelle de Moubray, Simon de Wale y Guillermo de CbamvHle fueron arrojados al mar; el marqués de Monferra-
to fue asesinado por los ismaelitas; Jaime de Avesnes fue muerto en un combate ; Bcltran de Verdun y Osmand y Sultcville mu
rieron en Joppe; Gilberto Pipart murio en Brandeis, y Reinaldo v izconde de York en la isla de Chipre. El duque de Borgoña mu
rio en Tiro.
Añadiremos a esta larga lista, los nombres de Alberto, señor do Thleffriers; y de Roberto III, su hermano. El primero murio &
causa de las heridas que recibio en el sitio de Gaza, en 1 171; el segundo regreso con los belgas a su patria. Guillermo de Tiro nos
ha dejado, sobre el sitio y la loma de Gaza por Saladino, un escrito intci esante, que puede leerse en el cap XXI del lib. XX.
296 HISTORIA DE LAS CRUZADAS-
La tercera cruzada, aunque fué desgraciada, no oscitó lanlas quejas en Europa, como la de san Bernardo,
porque reportó alguna gloria. Sin embargo halló censores, y las razones que se emplearon para de
fenderla tienen mucha analogia con las que alegaron los apologistas de la segunda guerra santa. «No han
faltado personas, dice uno de ellos, que raciocinando de cualquier manera, se han atrevido á sostener que
los peregrinos nada habian ganado en la tierra deJerusalen, toda vez que esta ciudad habia quedado en
poder de los sarracenos; ¿pero estos hombres no cuentan para nada el triunfo espiritual de cien mil márti
res? ¿Quién puede dudar de la salvacion de tantos nobles guerreros, que se han condenado á toda clase
de privaciones para merecer el cielo, y á quienes nosotros mismos hemos visto, en medio de todos los peli
gros, asistir cada mañana á la misa que celebraban sus propios sacerdotes?» Asi hablaba Gualtero Vinisnuf,
autor contemporáneo. Contar entre las ventajas de una cruzada el inmenso número de mártires que ella
ha hecho, debe parecer una idea singular. Con todo, los que se espresaban de esta suerte eran consecuentes
con las ideas de su siglo, y sobre todo con el espiritu que animaba á los soldados de la cruz. Cuando los pa
pas y los autores sagrados buscaban ó trataban de escitar el celo de los cristianos del occidente para el
rescate de los santos lugares, no les prometian otra cosa que las palmas del martirio , y esta sola promesa
bastaba para hacer partirá millares de peregrinos. Luego que estos morian en la cruzada encontraban el
bien que se les habia prometido. No es pues estraño, que despues de la guerra se reputase como un bene
ficio el cumplimiento de las promesas hechas anteriormente. De otra parte, no es menester olvidar que es
te era el lenguaje de los curas y de los frailes. Si los caballeros y los barones hubiesen escrito esta historia,
hubieran sin duda hecho otros raciocinios: cuando uno lee los anales de estos remotos tiempos, debe hacerse
cargo de encontrarles mas llenos de devocion, que los mismos tiempos á que se refieren. En el mundo y
en los campamentos, los sucesos se desarrollaban al compás de las humanas pasiones, pero su historia no
se escribia, por punto general, sino en el claustro.
Mostráronse los francos, en esta cruzada, mas civilizados que en las anteriores. Realmente era un nuevo
espectáculo para el mundo, ver amigos á dos monarcas que habian peleado tanto tiempo el uno contra el
otro. Los vasallos siguieron el ejemplo de sus principes, y modificaron debajo las tiendas de campaña su
antigua barbarie. Fueron admitidos los cruzados alguna vez á la mesa de Saladino, y recibió tambien á los
emires la de Ricardo, confundiéndose unos con otros, y los musulmanes y los cristianos pudieron llevar
á cabo un feliz cambio de sus costumbres, de sus maneras, de su saber y hasta desus virtudes.
Mas ilustrados los cristianos que en las dos precedentes cruzadas, tuvieron menos necesidad do ser esci—
tados por prodigios. La pasion de la gloria fué para ellos un móvil casi tan poderoso como el entusiasmo
religioso. Asi se esplica como la caballeria hizo grandes progresos en esta cruzada; llegando á tan alto su
fama entre los mismos infieles, que Saladino quiso enterarse de losestalutos por los cuales se regia, y Ma-
lek-Adhel envió á su primogéuito á Ricardo, á fin de que el jóvon principe musulman fuese recibido ca
ballero en la asamblea de los barones y de los señores cristianos (1).
El sentimiento del honor y de la humanidad enjugaron muchas veces las lágrimas que las desgracias de
la guerra hacian derramar; las pasiones tiernas y virtuesas se asociaban al alma de los héroes, con las aus
teras máximas de la religion y las sangrientas imágenes de combates. En medio de la corrupcion de los
campamentos, el amor , inspirando sentimientos nobles y delicados á los caballeros y á los trovadores, que
habian tomado la cruz, les preservó de las seducciones de un pernicioso libertinaje. Mas de un guerrero,
impulsado por una belleza, hizo admirar su valor combatiendo contra los musulmanes. En esta cruzada fué
cuando murió el gobernador deCoucy, herido mortalmente al lado del rey Ricardo. Una cancion quese ha
conservado hasta nuestros dias, contiene su adios á la Francia: fué á la Tierra Santa, segun refiere, para
obtener tres cosas, de un gran valor para un caballero: el paraiso, la gloria, y el amor de su dama. Una
crónica de la edad media refiere que asi que recibió el golpe mortal, y estando próximo á espirar, el fiel
gobernador se confesó con el legado del papa, encargando despues á su escudero que llevase su corazon á la
señora de Fayel. La última voluntad de Coucy, y el horroroso festin que un marido cruel hizo servir á la
victima desuszelos, demuestran á la voz los sentimientos que la caballeria podia inspirar, y todo cuanto
tenian de bárbaro las costumbres del siglo doce (2). Los trovadores celebraron en sus canciones el amor
(1) Guallero Vinisauf. biblioteca de la? Cruzadas t. II.)
(2) Las aventuras del gobernador de Coucy y de la dama de Faycl estan descritas en una antigua cronica, que reficrecl presi
LIBRO OCTAVO.— 1190-1191. 397
caballeresco del noble gobernador, y la desesperacion que se apoderó de la hermosa de Vergy, cuando supo
que habia comido el corazon de su fiel caballero Si creemos las antiguas crónicas el señor de Fayel ator
mentado por sus remordimientos y por la opinion de sus contemporáneos, se vió obligado á ir á la Tierra
Santa á espiar su crimen y la muerte de una desgraciada esposa.
En esta cruzada, en la que sobresalieron tantos caballeros, dos hombres, Ricardo y Saladino, se adquirie
ron una gloria inmortal, el uno por un valor inútil y por cualidades mas brillantes que sólidas, y el otro por
mérito verdadero, y por virtudes que hubieran podido servir de modelo a los cristianos. El nombre de Ricar
do fue durante un siglo el terror del oriente; los sarracenos y los turcos lo celebraban en sus proverbios,
mucho tiempo despues de las cruzadas (1). Él cultivó las letras y mereció figurar entre los trobadores (2);
pero las artes no dulcificaron de modo alguno su carácter impetueso é indomable, que hizo que sus contem
poráneos le apellidasen ó le distinguiesen con el nombre de Ricardo Corazon de Leon (3), que ha conservado
en la historia. Arrastrado por la inconstancia de sus inclinaciones, cambió á menudo de proyectos, de afec
ciones y de máximas; despreció alguna vez la religion, y muy á menudo se sacrificó por ella. Tan pronto
incrédulo como supersticioso, estremo en su ira como en su amistad, fué particular en todas las cosas, y solo
reveló constancia en su amor hácia la guerra. Las pasiones que le animaban permitieron raras veces á su
ambicion dirigirse á objeto determinado; su imprudencia, su presuncion, la incertidumbro de sus proyectos,
lo hicieron perder el fruto de sus hazañas. En una palabra; el héroe de esta tercera cruzada es mas propio
para inspirar admiracion que cariño, pareciendo pertenecer menos á la historia que á los romances de caba
lleria.
Saladino, menos audaz y bravo que Ricardo, tenia un carácter mas grave y sobre todo mas propio para
conducir una guerra religiosa. Supo coronar con buen éxito sus empresas, y dueño de si mismo, supo man
dar mejor á los demás. Su nacimiento no le destinaba al trono, y su crimen fué subir á él, pero tambien de
be decirse que luego que se sentó bajo el regio dosel , mostróse digno de semejante honor. De otra parte no se
ignora queal apoderarse del imperio deNoredino obedeció menos á sus iaclinaciones, que á su fortuna y á su
destino. Una vez llégó á ser el jefe supremo de su nacion, solo tuvo dos pasiones que le dominasen; la de rei-
nary la de hacer triunfar el Coran. Mientras que no se trataba del reino, ó de la gloria del Profeta, es decir,
que no se contrariase ni su ambicion ni sus creencias, el hijo de Ayub demostró moderacion. En medio de los
furores de la guerra, dió el ejemplo de pacificas virtudes; del seno de los campamentos, dice un autor orien-
tal, cubria los pueblos con las alas de sujusticia, y hacia participar á las ciudades de su generosidad. Los mu
sulmanes admiraban la austeridad de su devocion, su constancia en los trabajos y su habilidad en la guerra.
Su generosidad, su respeto hácia el desgraciado y á la fé jurada, fueron celebradas por los cristianos á quie
nes habian desolado sus victorias, y cuyo poderio en Asia destruyó. En una conversacion que Saladino tuvo
con el obispo de Salisbury, despues de la guerra, la que nos ha trasmitido una crónica contemporánea, Sa
ladino nos hace conocer á la vez su carácter y el de Ricardo; alabó el sultan el valor del rey de Inglaterra :
« Pero esté principe, añadió , no es bastante prudente, y se demuestra demasiado pródigo de su vida; yo
preferirla ver en un grande hombro la prudencia y la modestia, mejor que no el desprecio del peligro, y
el amor de una gloria.»
Esta guerra, tan gloriosa para el caudillo de los musulmanes, no dejó de acarrear algunas ventajas á !a
Europa. Algunos cruzados que se dirigian á la Palestina, se detuvieron en España, y por medio de sus victo
rias contra los moros principiaron á libertará los reinos cristianos situados á la oira parte delos Pirineos.
Durante la segunda cruzada, muchos alemanes impulsados por las súplicas del papa hicieron la guerra á los

dente Fauchet existe en la biblioteca del rey una copia manuscrita de esta cronica que parece haber sido escrita 6 principios del
siglo trece, poco tiempo despues de la tercera cruzada. M. Roqueford, autor de una memoria, sobre el estado de la poesia en Fran
cia, en el siglo doce y trece, no parece adoptar en el articulo Coucy de la biografia universa', la relacion de la cronica (luc acabamos
de citar, y participa de la opinion del padre Pupon, que atribuye la aventura del gobernador, al trabador de Cabestan. Nosotros po
driamos objetar a M. Roqueford que la aventura de Cabestan, no es la misma que la de Coucy, y que la una puedo ser verdade
ra sin que la otra deje tambien do serlo. Én las obras de Belloy,se encuentra una disertacion que no ha sido refutada, y que prue
ba la verdad, sino de algunos detalles, al menos de los hechos, referidos por la cronica que acabamos de citar.
(<) Vease el continuador de Guillermo de Tiro t. 1. Biblioteca de las cruzadas.
(2) Existen las poesias de Ricardo de las cuales hace mencion Warburton. flistory oflhe English Poetry y ou la Arqueologia.
(3! Leed la fabulosa anéctoda en ta que el historiador ingles Kington refierc el origen de este apodo dado a Ricardo Jliblioteca de
las Cruzadas, t II.)
(38 y :t»;
298 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
bárbaros habitantes en las costasdel Báltico, y retiraron los limites de la república cristiana en occidente.
Como la mayor parte de los peregrinos regresaron por mará la Palestina, el arte de la navegacion recibió
gran impulso, haciendo notables progresos. Durante ni sitio de Tolemaida, llegaron una multitud de navios
de Europa en los mares de la Siria. Si la mayor parte de estos navios hubiesen pertenecido á los principes que
dirigian esta guerra, y no á comerciantes que sacaban partido de la cruzada sin servirla, es indudable que la
marina de los orientales no hubiera sido aniquilada, y que los musulmanes no hubieran podido disputará los
cristianos el imperio del mar; y con todo, las flotas del occidente tuvieron una gran superioridad sobrelas
de los turcos. Las crónicas contemporáneas hablan de muchas batallas navales, en las cuales toda la ventaja
«stuvo de parte de los francos; los téenicos conocimientos que desarrollan las antiguas crónicas en sus des
cripciones, nos prueban que las luces sobreesta importante parte de la industria humana comenzaban á apa
recer. Una observacion que no esta exenta de interés, es la de que Ricardo so embarcó en naves inglesas y que
Felipe recurrió para suespedicion á los genoveses. No será por demás decir que el brillante combate dado
por Ricardo en el mar de Tiro, á un gran navio musulman, fué uno de los primeros triunfos de la marina
inglesa.
Uno de los resultados mas importantesde la tercera cruzada, y en el cual no se habia soñado, fué la con
quista de Chipre y la ereccion do esta isla en reino. Chipre encerraba muchas florecientes ciudades, sus lla
nuras eran fértiles, sus costas producian un vino que tenia mucha fama, y sus puertos ofrecian un cómodo
asiloálos buquesque iban del occidente al Asia, y regresaban do la Siria á Europa. El reino de Chipre pro
porcionó continuamente útiles socorros á las colonias cristianas de oriente, y cuando estas colonias fueron
destruidas por los turcos aquél recogió sus restos. Conquistado por Ricardo y gobernado por varios reyes, con
servó mucho tiempo despues de las cruzadas las leyes que Godofredo de Bouillon y sus sucesores habian he
cho para Jerusalen, y trasmitió á las edades venideras el mas precioso monumento de la legislacion de aque
llos remotos tiempos.
En algunos estados de Europa, el comercio y el espiritu mismo de las guerras santas habia contribuido á
la modificacion de las costumbres. Muchos siervos hechos libres habian tomado las armas. No fué cierta
mente el espectáculo menos interesante de esta cruzada verá las banderas de muchas ciudades de Francia
y de Alemania flotar en el ejército cristiano entre los estandartes de los señores y de los barones.
La cruzada arruinó la Inglaterra, y fué la causa de la discordia que tantos males acarreó al pais; la Fran
cia, aun cuando tuvo que deplorar la pérdida de un gran número de guerreros, vió sin embargo en la mis
ma época florecer la paz en todas sus provincias, aprovechándose de las desgracias de sus vecinos. La cruzada
proporcionó á Felipe Augusto los medios de abatir á los grandes vasallos, y de reunir la Normandia á la co
rona. Ella le dió pretesto para establecer impuestos sobre todos los súbditos y sobreel mismo clero, y de tener
á sucldoá ejércitos regulares; dándole finalmente ocasion para rodearse do una guardia fiel. De este modo iba
creciendo esta potestad real, de la que la nacion esperaba sus libertades, y que debia mas tarde triunfar en
Bouvines de la liga mas temible que se hubiese formado jamás contra la Francia.
Unlargo cautiverio aguardaba á Ricardo á su regreso á Europa. Arrojado por la tempestad sobre las costas
del Adriático, entre Venecia y Aquilea, temió atravesarla Francia, en la que estaba Felipe Augusto, y to
mó el camino de la Alemania, acompañado de un solo criado. Ricardo descansó algunos dias cerca de Viena,
en una poblacion llamada Erdberg. Yendo su criado á la ciudad en busca de provisiones, llevaba una sortija
de valor y un par de guantes de su amo : lo que hizo que se concibiesen sospechas, y al efecto se le dirigie
ron varias preguntas, á las que contestó el criado diciendo queél viajaba con un rico comerciante. Sin embar.
go las sospechas continuaron, porque empezaba á circular la voz de que el rey de Inglaterra habia desembar
cado enZadara, y que se hallaba en el territorio de Austria. Al fin cediendo el criado á las instancias y á las
amenazas, confesó la verdad. Ricardo fué arrestado por los soldados de Leopoldo, en una posada, disfrazado de
mozo decocina. El duque de Austria no fué bastante generoso para olvidar los ultrajes que habia recibido
del rey de Inglaterra en el sitio de Tolemaida, y retuvo prisionero al monarca.
Ignorábase completamente en Europa la suerte que habia cabido á Ricardo, cuando un gentil hombre de
Arras, llamado Blondel, resolvió recorrer la Alemania, con el objeto de averiguar el punto donde estaba el
principe, y no parar hasta haberle hallado. Blondel juró, dice una crónica, que buscaría á su señorpor to
da ¡a Üerrahasta que le hubiese encontrado. Dió la casualidad que dicho Blondel se encontró en Austria, en
LUillO OCTAVO. — HUÜ-HÜ1. 2ü9
un delicioso vallo y en un lugar llumado Duresten, sobre la ribera derecha del Danubio, áalgun.is millas do
Viena. Llegado delante de un viejo castillo en el que gemia, segun decian, un ilustro cautivo, el bufon oyó
cantar la primera copla de una cancion que él habia compuesto con Ricardo, y se puso á cantar la segunda
estancia. El prisionero reconoció á Blondel , y el fiel trovador regresó á Inglaterra, anunciando que habia des
cubierto la prision del rey Ricardo (1). El duque do Austria, horrorizado por haberse hecho semejante des
cubrimiento, no se atrevió á retener por mas tiempo á su temible cautivo y lo entregó al emperador de Ale
mania. Ricardo permaneció tres meses en el castillo que Leopoldo le habia señalado [tor cárcel. Enrique VI,
que tenia tambien motivosde vengarse, se alegró de tener en su poder al rey de Inglaterra, le hizo encer
rar en el castillo de Trifels, del cual se ven aun las ruinas sobro la ribera derecha del Rhin, no lejos
do Landau y en el cual el emperador de Alemania le retuvo cerca do un año. El hóroo de la cruzada, cuyo
nombre llenaba el mundo, se consumia en las tinieblas de un calabozo, siendo durante mucho tiempo el ju
guete de dos principes cristianos.
Se le mandó comparecer tambien ante la dieta germana, reunida en Worms; y se le acusóde todos loscri-
menes, que le habia atribuido la ira y la envidia; pero el espectáculo do un rey encarcelado es tan interesante,
que nadie seatrevióá condenar a Ricardo : y luego quese hubo justificado, los obispos y los señores, derra
mando abundantes lágrimas, suplicaron á Enrique que le tratase con menos rigor ó injusticia (2).
La reina Leonor imploróá todas las potencias de la Europa, para obtener el rescate de su hijo (3). Las
quejas y lamentos de una madre conmovieron el corazon ds Celestino que acababa de ocupar la cátedra de
San Pedro. El papa reclamó varias veces la libertad del rey de Inglaterra, y lanzó la escomunion contra el
duque do Austria y el emperador: pero los rayos de Roma caian tan á menudo sobre las coronas de Alema
nia, que apenas inspiraban temor alguno. Despreció Enrique los anatemas de la silla apostólica; y el
cautiverio duró aun mas de un año, no obteniendo su libertad hasta haberse conprometido á pagar un con
siderable rescate. Su reino, al que él habia arruinado cuando su marcha, agotó sus recursos para apresurar
su regreso, y la Inglaterra dió hasta sus vasos sagrados para romper las cadenas de su monarca. Los ingleses
le recibieron con el mayor entusiasmo; sus aventuras, que arrancaban lágrimas, hicieron olvidar sus cruel
dades, y la Europa no se acordó mas que de sus trabajos y desgracias (4).
Despues de la tregua celebrada con Ricardo, retiróse Saladino á Damasco, y solo disfrutó un año de su glo
ria. La historia contemporánea celebra la manera edificante con que murió (5), distribuyendo igualmente sus
limosnas á los cristianos y á los musulmanes. Antes de espirar ordenó á uno de sus emires el que pasease su
paño mortuerio por toda la ciudad de Damasco y que repitiese en alta voz : Hd aqui loque Saladino, vencedor
del oriente, ha conseguido de sus conquistas. Las crónicas latinas son las únicas que hablan de este hecho,
y nosotros lo reproducimos aqui, menos como hecho histórico, que como una leccion moral, y la espresiou

(1) Los aventuras de este principe, y todas las circunstancias de su cautiverio, brevemente referidas eo los monumentos con
temporaneos, han dado 6 un cronista o mejor 6 un romancero del siglo trece, el argumento de una obra bastante larga bajo el titu
lo do Blandeau, y se halla entre los manuscritos do Sorbonne núm. 454 (Biblioteca real). Esta cronica cuya autenticidad no pode
mos garantir, se ocupa principalmente del trabador Blondel y de la libertad del prisionero. Es verosimil que esta cronica ha facili
tado los primeros elementos de los romances mas modernos sobro el cautiverio del monarca. Los historiadores ingleses han sacado
las noticias sobre Ricardo de las cronicas contemporaneas que hemos consultado, y de las piezas diplomaticas conservadas por Ry-
mer.
Mills, /Iddiiioiial Sotes of ta* History ofCrusades refiere la cancion de Blondel y la respuesta de Ricardo : esta en lengua romana
muy dificil de entender; lie aqui la traduccion libre:
Blondel. Nadie, hermosa dama, puede veros sin amaros: pero vuestro frio corazon no satisface ninguna pasion: y por ello es que
yo suporto mi mal, porque todos sufren como yo.
Ricardo. Ninguna dama puede dominar en mi corazon, si no se fija en un solo objeto. Yo prefiero ser aborrecido solo a sor
amado con otros.
(i) Guillermo de Hamonigford. Mateo de Paris. (Biblioteca do las Cruzadas t. II.)
(3) Vease en las cartas de Rymcr t. I, las cartas do la reina Leonor y las del venerable Pedro de Blois, dirigidas al papa en fa
vor de Ricardo. (Biblioteca de las Cruzadas.)
\i) Rymcr ha publicado una serie do actas y piezas diplomaticas relativas al cautiverio del rey : tales sen por ejemplo
el trotado entre el emperador Enrique VI y Ricardo, lascartas escritas por esto principe con el objeto de recordar a los barones sus
obligaciones feudales relativas al pago de su rescate. Toco a la Inglaterra y a la comuna de Londres el pagar las dos terceras par
les, y la otra fuo satisfecha por los judios. (Vease las actas de liymer, Biblioteca de las Cruzadas X. I, y el resumen sobre los judios al
un de la obra).
(5) Bolia-Eddin fue testigo de la muerte de Sjludino. Dibüolcci de las Cruzadas t. IV )
300 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
viva y enérgica de la fragilidad delas grandezas humanas. Los autores árabes se ocupan de una circunstan
cia verdadera y no menos notable que describe muy bien á la vez el dolor que inspiró la muerte de Sa ladino
y esta especie de gobierno que habia sabido establecer, pareciendo que todo habia muerto con la muerte del
principe : Boba—Eddin, despues de baber hablado de la desosperacion quese apoderó delos sirios, añade que
todo el pueblo de Damasco quedó como estupefacto, olvidando en medio del dolor público el apoderarse de la
ciudad.
En los últimos dias de su vida, Saladino se ocupaba aun de nuevas conquistas fijando su vista sobre el
Asi3 Menor, sobre el imperio griego, y tal vez sobre el occidente, cuyos ejércitos habia vencido tantas veces
en la Siria.
LIBRO NONO.— 11 93-1198. 301

LIBRO IX.

FIN DE* LA CUARTA CRUZADA.

1193—1198.

Desmembramiento del Imperio fundado por Saladme—Malek-Adhel se aprovecha de las rivalidades de sus sobrinos, para apo
derarse del trono.—Ojeada sobre la situacion politica en oriente y en occidente.-El papa Celestino III hace predicarla cruza
da.—El emperador de Alemania Enrique VI. —DictadeWorms.—Partida de los cruzados alemanes.—Su conducta altanera e impo
litica en Palestina.—Consecuencias que ella traeconsigo.—Sitian los musulmanes íi Joppe.—Muerte del rey de Jerusalen.—Malek-
Adhel es balido y puesto en fuga.—Los cristianos se apoderan nuevamente de Beirut.—Se hacen dueños dela Siria, y forman la re
solucion de volver o entrar en la santa ciudad.—Atacan el castillo do Thoron.—Su vergonzosa huida.—Sus funestas divisiones.—
1.a reina Isabel da su mano a Amaury, rey de Chipre.—Llegada del conde de Montfort.—Los cruzados alemanes regresan ó Europa.
Tregua con Malek-Adhel.—Resúmen de la cuarta cruzada.

Mientras que yo repaso en esta historia los grandes acontecimientos de los tiempos pasados, la discordia y la
guerra agitan á los presentes, yá menudo viene á estallar una revolucion en el intervalo del uno al otro tomo.
Apenas habia concluido, en el seno de una pasajera tranquilidad, la relacion de las primeras cruzadas,
cuando nuevas tempestades vienen á rugir al rededor de nosotros : todos los reyes de la Europa se levantan
armados, no ya para rescatar el sepulcro de Jesucristo, sino para defender las viejas monarquias que estaban
cayéndose. Prosigo pués mi comenzada tarea, en medio de los gritos de una nueva revolucion, de una guerra
formidable, y délos inquietos ocios de un segundo destierro (1).
Despues de treinta años, vese la Europa entregada á una perturbacion general; una revolucion nacida en
Francia ha conmovido los tronos, removido violentamente la sociedad, y ha multiplicado las ruinas del mun
do moral como las del mundo politico. Las constituciones, las creencias, las costumbres de nuestros mayores,
han sido atacadas con furor : y se ha demolido la lenta obra de los tiempos, y despreciado hasta el recuerdo
de las pasadas generaciones. Nuevas opiniones se han levantado contra la vieja Francia, la Francia heroica y
religiosa que nos conduce al recuerdo de las espediciones de la cruz. Esta revolucion que llegó á ser un gran
espectáculo para el universo, tuvo porausiliares a la guerra y la victoria, como esta otra revolucion que pre
cipitó en otro tiempo el occidente sobre el oriente : los campeones de Jesucristo marchaban á la conquista del
mundo oriental, en provecho del Evangelio; y los campeones de las nuevas ideas marchaban hácia un mundo
que nadie conocia. Deplorando los males de la época actual, buscaré lecciones para comprender mejor los
tiempos cuya historia he emprendido.
Las revoluciones, aun cuando no siempre reconozcan las mismas causas, tienen algunos punios de seme
janza, bajo el punto de vista de lo violento y apasionado. Los desastres de los cuales he sido yo testigo, la
tempestad que oigo aun rugir, me demuestran que el corazon humano es siempre el mismo, y me ayudarán
sin duda á pintar con mas verdad los disturbios y las pasiones de otro siglo.
Despues de la muerte de Saladino, vióse la suerte que cupo á las dinastias del oriente: un reino agitado y
turbulento sucedia al reino de la fuerza y del poder absoluto. En estas dinastias, que no tienen otro apoyo
que la victoria y la poderosa voluntad de un solo hombre, se obedece temblando, mientras que el soberano
que manda está rodeado de la fuerza ; poro luego que ha- cerrado los ojos, el pueblo se precipita á la licencia
con el mismo ardor que se ha precipitado hácia la servitud; reprimidas largo tiempo las pasiones por la pre
sencia del déspota, no hacen mas que estallar con mayor fuerza cuando no quedado aquél mas que un va
no recuerdo.
Saladino, antes de morir, no arregló el órden de su sucesion [T¡, y esta imprevision fué el principio de la
1) En IRIS escribi la historia dela cuarta y quinta cruzada.
2) Saladino dejo diez y siete hijos y una hija. (Biblioteca de las Cruzadas.:
302 IIISTOIUA DE LAS CRUZADAS.
ruina de su imperio. Uno de sus hijos, Aziz, que mandaba en Egipto, se hizo proclamar soberano del Cairo;
otro (1) se apoderó del principado de Alepo : el tercero (2) de la soberania de Damasco Malek-Adhel (3),
hermano do Saladino, se hizo reconocer como soberano de una parte de la Mesopotamia y de algunas ciuda
des rocinas del Eufrates. Los principales emires, todos los principes de la familia de los A jubitas, se hicieron
dueños (4) de las ciudades y do las provincias que estaban gobernando.
Afdal (5), hijo primogénito de Saladino, habia sido proclamado sultan de Damasco, dueño 6 señor de la
Siria y de la capital de un vasto imperio, soberano de Jerusalen y de la Palestina (6), pareciendo haber con
servado algo del poder paternal; pero todo cayó en el mayor desorden y confusion. Los emires, antiguas
compañeros de glorias de Saladino, soportaban con disgusto la autoridad del jóven sultan. Muchos se habian
negado a prestarle el juramento de obediencia (7) redactado por los cadis de Damasco, otros consintieron en
prestarlo, pero con la condicion que se les conservarian sus feudos, ó que se les darian de nuevo. Lejos de
trabajar en reunir á esta turbulenta familia, Afdal, olvidando los deberes del trono, en medio de los esce-
sos del libertinaje y entregado completamente á sus placeres, abandonó el gobierno de su imperio á un
visir- que le hacia odioso á los musulmanes (8). El ejército pedia la deposicion del visir (9) á quien acusa
ba de haber usurpado la autoridad del principe, proponiendo á la vez el visir á su jefe la exoneracion de
los emires sediciosos. El débil sultan, que no hacia mas que lo que queria su ministro, abrumado con la
presencia y las quejas de un ejército descontento, despidió á un gran número do soldados y emires, que fué-
ron á quejarse á varios principes vecinos de la ingratitud de Afdal, acusándole de olvidar, en el seno de
la ociosidad y de los placeres, las santas leyes del Profeta y la gloria de Saladino.
Muchos de ellos que se habian retirado al Egipto, exortaron á Azi/, para que tomase las armas confra
su hermano. El soberano del Cairo escuchó sus discursos, y bajo el pretesto de vengar la gloria de su pa
dre, concibió el proyecto de apoderarse de Damasco. Rounió al efecto todas sus fuerzas, y se dirigió hácia

(1) Almalek-AIaziz-Emmad-Eddin-Osman.
(2) Almalek Aldahcr Gaiat-Eddin Gazi.
(3; Almalek-Atadel Seif Eddin Abou-bckr-Mahommcd.
(4) Aboulfeda y algunos otros historiadores Arabes indican bastante sucintamente el reparto que se hicieron tos principes Ayu-
bilas de las vastas provincias que formaban el imperio de Saladino. Esteimperio se componia de la Siria, del Egipto, de casi toda
la Mesopotamia, y hasta de una gran parte de la Arabia.
Aziz, como hemos dicho, se establecioen Egipto : Afdal y Daherse repartieron la Siria , reinando el unoen Damasco y el otro eu
el Alepo. Adhel conservo Carac, asi como algunas ciudades a la otra parte del Eufrates y que componian las provincias orientalet
que era la Mesopotamia propiamente dicha. A estas tres grandes divisiones pertenecian muchos principes feudatarios, que poseian
en feudo varias ciudades del imperio. Hamah, Salamiah, Marrah y Mambeg pertenecian a Malek-Mansour a cuya rama pertenece
el celebre Aboulfeda. La familia de Chirkou estaba establecida en Emeso; Dafcr, hijo de Saladino, disfrutaba de Bosra; Agmed hijo
do Ayub, era principe deBaalbek; Scheizer, Abou Cabais, Sachyoun,Tell-Bacchcr, Kaukab, Agloun, Aarin, Kafar-Tab y Apanas
los poseian diversos emires que habian servido en el ejército de Saladino. .
En cuanto al Yemen, provincia de la Arabia en la que se establecio Saif Elistam, hermano de Saladino, la familia do los ayubitas
i cino en ella hasta el año de 1239. (Véase la Biblioteca delas Cruzadas, historiadores arabes t. IV.)
(5) Almalek Alafoal Norcdino Ali.
¡6) A la muerte de Saladino, Jerusalen estuvo bajo el poder de Afdal su hijo que le dio en feudo al emir Aziz Eddin Gerdik
Habiendose apoderado de Damasco Aziz, ia ciudad santa fue del emir Ilm-Eddin Baüsser : a este sucedio Aboulhedja, favorito de
Malek-Adhel ; porque en el reparto que este principe y su sobrinose hicieron poco tiempo despues del Egipto y de la Siria, la Pa
lestina permanecio en poder de Adhel. Aboulhedja fué 6 su vez reemplazado por el famoso emir Aesankar el Kehir, y este, por Mei-
moun, en 1 197. Luego que el imperio estuvo reunido bajo do la dominacion de Malek-Adhel, a su hijo Moadan le toco Damasco
del que dependieron la Palestina y Jerusalen.
(7) Itoha-Eddid. Biblioteca de las Cruzadas t. IV.
(8) Este visir se llamaba Nasr-allah, y llevaba el sobrenombre de Dhia-Bddin, el esplendor de la religion ; era hermano del his
toriador Ibu-Alatir, 6 quien a menudo hemos citado, y cultivaba lasletras con provecho. El estudio de la mayor parte de las cien
cias habia ocupado sn juventud, y su memoria retenia los mas bellos trozos dela antigua y moderna poesia de su nacion. Saladino
le habia dado por visir a su hijo, y Nasr-Allah demostro con su conducta que era digno de esta eleccion. Si cometio faltas e»mo mi
nistro tiene la honra sin embargo de haber permanecido fiel a su señor, compartiendo sus trabajos y acompañandole en su destier
ro. Despues de haber permanecido algun tiempo en Samosata en donde se encontraba desterrado, Afdal paso a Alepo, y entro al
servicio de Daher que reinaba en aquella sazon, y descontento de su conducta abandono la corte y se retiro a Mosul, en donde fijí>
su residencia. Murioen Bagdad en l289estando desempeñando una mision diplomatica que le habia confiado el principe de Mosul
Nasr-Allah ha dejado muchas obras de literatura, que la bioguffa de Ihn-Khilean ofrece la momenclatura.
(9) Et joven principe, segun Aboulfeda, conservaba aun cierto pudor y miramientos en el senodelos placeres: asf es que Malek-
Adbel, que le gustaba ver avilira aquel, para elevarse sobre sus ruinas lerccucrda un verso arale cu yo significado es este: a¿Qué
es el placer si se hace de 01 un misterio?»
LIBRO NONO.— 1193-1198. 303
la Sitia ;i l.i cabeza de un ejército. Cuando Afdal vió próximo el peligro, invocó los socorros de los principes
(pie reinaban en los paises de llaman y de Alepes. Pronto estalló una guerra formidable, en la que tomó
parte forzosamente toda la familia de los Ayubitas (1). Azizhabia puesto ya el sitio delante de Damasco. La
esperanza de una fácil conquista animaba á sus emires, haciéndoles creer que combatian por la justicia: pe
ro como desde luego esperimentaron varios reveses, alejándose cada dia mas la victoria de sus banderas,
parecióles que esta guerra empezaba á ser injusta. Estallaron murmullos en el ejército, y por fin se suble
varon contra Aziz, y se reunieron á las tropas sirias. Abandonado de este modo el soberano del Cairo, tu
vo que levantar vergonzosamente el sitio, y regresar á Egipto. El sultan do Damasco y su tio Malek-Adhel
le persiguieron al atravesar el desierto, con la idea de atacarle hasta en la misma capital. Afdal, á la cabeza
de un victorioso ejército, habia llevado el terror hasta las riberas del Nilo; Aziz iba á ser destronado, y el
Egipto conquistado por los sirios, si el hermano de Saladino, guiado por una politica, cuyos motivos pudie
ron conocerse mas larde, no hubiese opuesto á las armas del vencedor la autoridad de sus consejos y el res
tablecimiento de la paz en la familia de los Ayubitas.
Los principes y los emires respetaban la esperiencia de Malek-Adel, y le erigian en árbitro de sus dife
rencias. Acostumbrados los guerreros de la Siria y del Egipto á verle en los campos de batalla, le miraban
comoá su jefe, y le seguian alegremente en el combate; los pueblos, á quienes él habia admirado con sus
hazañas, invocaban su nombre en los reveses y en los peligros. Veian con sorpresa los musulmanes, que
hubiese estado como desterrado en la Mesopotamia, y que un imperio fundado con su valor, hubiese sido
abandonado á unos principes jóvenes, que no se habian conquistado las simpatias de los guerreros: hasta él
mismo, en secreto, se indignaba de no haber recibido la recompensa de sus trabajos, y conocia todo cuanto
podian hacer los antigues soldados que él habia conducido á la victoria, para satisfacer su ambicion. Entraba
en sus planes, que el imperio no estuviese reunido en unas mismas manos, y que las provincias continua
sen por algun tiempo sujetas á dos potencias rivales. La paz que se acababa de celebrar no podia ser
de larga duracion, y la discordia, siempre pronta á estallar entre sus sobrinos, debia ofrecerle á no tardar
la ocasion de recoger la vasta herencia de Saladino.
Los varios peligros, á que habia estado espuesto Afdal, hicieron que mudase de conducta. Hasta entonces
habia escandalizado á los fieles musulmanes, entregándose á los escesos del vino. Al regresar de Egipto,
demostróse mas dócil á las amonestaciones de los hombres piadosos y devotos, pero cayó en el esceso contra
rio, pues se le veia sin cesar entregado á la oracion y ocupado en las minuciosas prácticas de la religion
musulmana, copió por su propia mano todo el Coran: y Afdal, ya en su estrema devocion, ya entregado á
los placeres de una vida disipada, permaneció siempre est ra ño á los cuidados del imperio, y entregado com
pletamente á los consejos del mismo visir, que le habia espuesto ya á perder sus estados. «Entonces, dice
Abultada, se manifestó un disgusto en todas partes, y los que hasta alli le habian alabado, guardaron el
mayor silencio.»
Creyó Aziz que la ocasion era favorable para tomar las armas contra de su hermano. Malek-Adel, persua
dido de que la guerra podi i servir á su ambicion, no habló mas de la paz y se puso á la calaza del ejército.
Habiendo intimidado con amenazas ó ganado con regalos á los principales emires de Afdal, tomó posesion en
seguida de Damasco en nombre de Aziz, y pronto gobernó como soberano las mas ricas provincias de la Siria.
Cada dia suscitábanse nuevas discordias entre los principes y los emires: todos cuantos habian combatido
con Saladino, creyeron que habia llegado el momento de hacer valer sus pretensiones (2), los princqies que
quedaban aun de la familia de Noredino, pensaban recobrar las provincias en las cuales los hijos de Ayuli
habian despojado á los desgraciados Alabeks. Todo el oriente estaba en sublevacion; sangrientas divisiones
desolaban á la Persia, ia que se disputaban los débiles vástagos de los Seldjucidas. El imperio de Karismo,
que seestendia de dia en dia por nuevas conquistas, amenazaba á la capital de Korasan y la ciudad de Bag
dad, en donde temblaba el pontifice de la religion musulmana. Hacia mucho tiempo que los califas no po
dian tomar una parte activa en los acontecimientos que cambiaban la faz de la Siria, y no tenian mas au
toridad que para consagrar las victorias del partido triunfante. Echado Afdal de Damasco, invocó en vano la

(1) V¿ase sobre estas guerras, y sobre la tranquilidad que ellas proporcionan a las colonias cristianas, la Biblioteca de las Cru
zadas, t IV.
Biblioteca de las Ciuzadas, l IV
304 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
que reinaban en los paises de Hamah y de Alepo. Pronto estalló una guerra Ibrmklablo, en la que tomó
proteccion del califa de Bagdad,quien le exhortó á tomar paciencia, diciéndole: que sus enemigos darian cuen
ta á Dios de lo que habian hecho.
En medio de las rivalidades que dividian á los principes musulmanes, Malek-Adel no encontraba obstá
culos á sus proyectos; las turbulencias, y las discordias que hablan originado su usurpacion, las guerras
emprendidas contra él, todo contribuyó á consolidar y á esteuder su poder. Él debia reunir bien pronto de
bajo sus leyes, la mayor parte de las provincias conquistadas por Saladino. De este modo se verificó, por
la segunda vez, en el espacio de pocos años, esta observacion de un historiador árabe, Ybu-Alatir, que se
espresaba asi al hablar de la sucesion de Chircou: La mayor parte de los que han fundado imperios, no los
han dejado á su posteridad.
Esta instabilidad del poder no es pues una cosa est raña, en los paises en que el éxito lo legitima todo,
en donde los caprichos de la fortuna son amenudo leyes, y en los que los mas temibles enemigos de un
imperio fundado por la fuerza de las armas son despues los que le prestan el apoyo de su valor. El histo
riador que acabamos de citar, deplora estas revoluciones del despotismo militar, sin profundizar las causas
naturales, y solo puede esplicar tantos cambios remontándose á la justicia de Dios, siempre pronta á casti
gar á lo menos á los hijos de los que han empleado la violencia y derramado la sangre humana, para lle
gar al imperio.
Tales fueron las revoluciones que durante muchos años turbaron á los estados musulmanes de la Siria y
del Egipto. La cuarta cruzada que vamos á hacer conocer, y de la cual hubieran podido aprovecharse los
cristianos, sobre todo de la revolucion del oriente, no sirvió mas que para reunir los dispersos restos del im
perio de Saladino. Malek—Adhel debio los progresos de su poder, no solamente á lasdivisiones de los infieles,
sino tambien al espiritu de discordia que reinaba entre los cristianos.
Despues de la marcha del rey de Inglaterra, lo mismo que se habia visto despues de cada cruzada, las colo
nias cristianas cercadas de peligros marchaban mas rápidamente á su decadencia. Enrique de Champaña,
encargado del gobiernode la Palestina, desdeñaba tomar el titulo de rey; impaciente por regresar á Europa,
miraba á su reino como á un lugar de destierro. Las tres órdenes militares,, que permanecian en Asia en
fuerza desus juramentos, formaban la principal fuerza de un estado, que en otro tiempo tenia por defenso
res á todos los guerreros de Europa. Guido de Lusiñan, retirado en la isla de Chipre, no se ocupó ya de Jeru-
salen, y ponia todo su cuidado en conservarse en su nuevo reino, conmovido continuamente por la subleva
cion de los griegos y amenazado por los emperadores de Constantinopla.
Boemundo III (1), hijo menor de Raimundo de Poitiers y descendiente del célebre Boemundo, uno de los
héroes de la primera cruzada, gobernaba el principado de Antioquia y el condado de Tripoli. A pesar de los
males que afligian á las colonias cristianas, este principe no se ocupaba mas que de engrandecer á sus esta
dos, y todos los medios le parecian buenos para lograr su intento. Boemundo pretendia tener derechos sobre
el principado de Armenia; y para apoderarse de él, empleó sueesivamente la fuerza y la astucia. Despues de
muchas inútiles tentativas, atrajo á la capital á Rupino de la Montaña, uno de los principes, y le retuvo cau
tivo, ofreciéndole despues la libertad, con la condicion que este le rindiera homenaje. Rehusó accederá ello
Rupino, y Boemundo entró en la Armenia : Uvon, vencedor del principe de Antioquia, le obligó á romper las
cadenas de su prisionero. Despues de muchos años, suscitáronse nuevos debates entre Boemundo y Livon,
hecho principe de Armenia. Bajo pretesto de hablar de la paz, Boemundo invitó á Livon á una entrevista.
Losdos principes se comprometieron con juramento, á ir sin escolta ni séquito alguno al lugar de la confe
rencia; pero cada uno de ellos tenia el secreto pensamiento de no cumplir su juramento, y seguir tan solo los
impulsos de su cólera. El principe armenio fué el mas dichoso ó el mas pérfido : sorprendió á Boemundo, le
cargó de cadenas y lo encerró dentro de una de sus fortalezas. Desde este momento la guerra volvió á encen
derse con mucho furor. Los pueblos de la Armenia y de Antioquia corrieron á las armas: y las campiñas y.
las ciudades de los dos principados fueron sucesivamente invadidas y asoladas. Sin embargo, se hablaba de
restablecer la paz. Despues de haberse debatido ampliamente acerca de las condiciones, el principe de An
tioquia fué enviado á sus estados. Por un acuerdo hecho entre los dos principes, Alisa, hija de Rupino, se

[l¡ Vease al continuador doUuülermo de Tiro, y ti Bernardo el tesorero en la Bibliotec i de las Cruzadas.
LIBRO NONO.— H93-1 498. 305
casó con la hija de Boemundo. Esta union parecia ser la prenda de una paz duradera : pero el gérmende tan
ta discordia subsistia aun: los dos partidos conservaban el resentimiento de los ultrajes que ellos habian re
cibido; cada tratado de paz era un nuevo motivo de discordia, y la guerra civil estaba pronta á encenderse
de nuevo.
La ambicion y la rivalidad habian dividido tambien las órdenes del Temple y de San Juan. En la época
de la tercera cruzada, los hospitalarios y los templarios eran tan poderosos como los principes soberanos,
pues poseian en Asia y en Europa pueblos, ciudades y hasta provincias. Rivalizando entre si las dos órdenes,
se ocupaban menos en defender los santos lugares, ¿pie en aumentar su fama y sus riquezas; cada una de
sus inmensas posesiones, cada una de sus prerogativas, el buen nombre desus caballos, el crédito de sus je
fes, todo, hasta los trofeos del valor, era para ellos un motivo de rivalidad. El cronista inglés Mateo Paris nos
dice, que la principal causa de la rivalidad entre las dos órdenes era la desigualdad de sus riquezas: los
hospitalarios poseian diez y nueve mil heredades ó mansos, y los templarios solo nueve mil. Al fin, esteespi-
ritu de discordia y de rivalidad estalló en. una guerra abierta. Un gentil hombre francés establecido en Pales
tina poseia en calidad de vasallo de los hospitalarios un castillo vecino de Margat, sobre las costas de la Siria.
Los templarios pretendieron que este castillo les pertenecia, y le ocuparon á viva" fuerza. Roberto Sequin, este
es el nombre del gentil hombre, fué á quejarse á los hospitalarios : estos toman en seguida las armas y arrojan
álos templarios del castillo queacababan de invadir. Desde entonces no se encontraban dos caballeros de es
tas órdenes, que no se provocasen al combate. La mayor parte de los francos y de los cristianos establecidos en
Siria tomaron partido, los unos por la órden de San Juan, los otros por la del Temple. El rey de Jerusalen
y los mas sabios y prudentes barones hicieron los mayores esfuerzos para restablecer la paz; muchos princi
pes cristianos probaron en vano reunir á las dos órdenes rivales ; el mismo papa tuvo que trabajar mucho
á fin de hacer oir su santa mediacion, y solo despues de muchos debates, ya empleando los rayos evangélicos,
ya usando el paternal lenguaje del jefe de la Iglesia, logró la Santa Sede terminar, por su sabiduria y su su
premo ascendiente, una cuestion que los caballeros hubieran decidido mejor con la lanza y la espada.
En medio de estas fatales disensiones, nadie se acordaba de defenderse'contra los turcos. Una de las mas
funestas consecuencias del espiritu de faccion es que este conduce á una punible indiferencia hácia la causa
pública. Como mas Iospartidos se encarnizaban, menos veian los peligros que amenazaban á las colonias
cristianas; ni los caballeros del Temple y de San Juan, ni los cristianos de Antioquia, -ni los de Tolemaida,
pensaban en pedir socorros contra los infieles, y la historia no menciona por cierto que ningun enviado
del oriente pasase á Europa, para hacer presente la situacion de Sion (i).
Era por lo tanto tan incierta y tan peligrosa la situacion de los cristianos en la Palestina, que los hombres
mas doctos no se atrevian á prever los acontecimientos ni á tomar determinacion alguna. Si invocaban
los socorros de los guerreros del occidente, rompian la tregua hecha con Saladino, y se esponian á todos los
furores de los infieles, y si respetaban los tratados, la tregua podia ser rota por los musulmanes, siempre
prontos á aprovecharse de las calamidades que afligian á los cristianos. En este estadode cosas, nada pare
cia anunciar una nueva cruzada. Entonces no era seguramente provocada por los cristianos de la Siria. Por
otra parte ¿qué motivo religioso podia inclinar á la cristiandad á socorrer á un lejano pueblo entregado á la
corrupcion y á la discordia? ¿Qué interés tenia el occidente en prodigar sus tesoros y sus ejércitos, para de
fender á unas provincias cubiertas de ruinas y despojadas de todo cuanto pudiera hacerlas florecientes? Es
precisó decir, con todo, que el gran nombre de Jerusalen entusiasmaba todavia el espiritu de los pueblos; los
recuerdos de la primera cruzada animaban á los cristianos, y la veneracion h6cia los santos lugares, que pa
recia debilitarse en el mismo reino de Jesucristo, se conservaba al otro lado de los mares y en las principales
comarcas del occidente.
Celestino III habia entusiasmado con sus palabras á los guerreros de la tercera cruzada, y á la edad de
ochenta y dos años proseguia con celo todos los proyectos de sus predecesores, deseando ardientemente que los
últimos dias de su vida y de su pontificado hiciesen época, por haber conquistado á Jerusalen. Despues de la

(I) lbu Alalir dice con todo que el emir que mandaba en Beirut, habiendo espedido corsarios contra los navios cristianos y no
habiendo podido estos obtener satisfacion alguna escribieron al occidente: «Si no os apresurais a mandarnos socorros somos perdi
dos, y nos arrebataran lasciudades que nos quedan.» El compilador de los Dos Jardines refiere que los francos se dirigieron princi
palmente al emperador de Alemania. (Vease el resumen de los historiadores árabes, Biblioteca de las Cruzadas.)
39
306 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
llegada de Ricardo, la muerte de Saladino habia llenado de alegria al occidente, y reanimado las esperanzas
de los cristianos. Celestino escribió á todos los fieles para enterarles de que el mas temible enemigo de Ta
cristiandad habia dejado de existir; y 'sin contenerle la tregua de Ricardo Corazon de Leon, dió órden
á los obispos y arzobispos do predicar una nueva cruzada en sus respectivas diócesis. El soberano
pontífice escribió' dos cartas á Huberto, arzobispo de Cantorbery, dirigiéndose al mismo tiempo á to
dos los arzobispos y obispos de [ngla terra : «Nosotros esperamos y vosotros debeis esperar, les dijo Ce
lestino, que el Señor favorecerá vuestras predicaciones y vuestras súplicas y que tenderá la red para
la milagrosa pesca; que los enemigos de Dios serán dispersados, y los que le odian huirán lejos
de su presencia.» Anunció al mismo tiempo el papa que él reintegraria en el seno de la Iglesia, y rele
varia de toda censura eclesiástica; á todos los que emprendieran la peregrinacion para el servicio de Dios y
bajo el propósito de contribuir al buen éxito de su causa. Prometia además los mismos privilegios y las
mismas ventajas que en las precedentes cruzadas. Elsoherano pontifice al terminar su primera carta, reco
mendaba á su muy amado hijo en Jesucristo el ilustre rey de Inglaterra, que enviase al socorro de la Tierra
Santa un ejército bien equipado, y que procurase que todos sus pueblos se armasen con el señal de la cruz y
atravesasen los mares. La segunda carta de Celestino III tenia por objeto mandar, bajo pena de escomunion,
á todos los que habiendo hecho voto de ir á la Tierra Santa, habian descuidado su cumplimiento, el que se
pusiesen sin retardo en marcha, á menos que tuviesen poderosos motivos que se lo impidiesen, debiéndose
imponer á estos una penitencia hasta que estuviesen en disposicion de emprenderla marcha. Los que tuvie
ron que quedarse en Europa á causa de sus enfermedades, debian hacerse reemplazar en el servicio de Je
sucristo.
El arzobispo de Cantorbery, en una carta que dirige á los oficialesdel arzobispado de York, les manda reu
nir á todos los que hubiesen prometido marchar á la cruzada. «Cuandó se sabrán sus nombres, dice el ar
zobispo, se les enterará cuanto antes: los sacerdotes les exhortarán á volver á tomar la cruz que han aban
donado , y predicarán á fin de que los cruzados no se ruboricen de obras, de las cuales han de recoger su fruto
espiritual. Si los cruzados no obedecen, seles privará de los santos misterios de comunion durante las próxi
mas fiestas de Pascua. El prelado espera de semejante severidad los mas felices resultados.
Ricardo, despues de su regreso, no habia abandonado la cruz, simbolo de la peregrinacion, y podia creer
se que tenia el proyecto de regresar á la Tierra Santa; pero salido apenas de un injusto cautiverio, y sa
biendo por esperiencia propia las dificultades y peligros de una lejana espedicion, no tenia otro designio
que repararse de sus pérdidas, defender ó engrandecer sus estados, y ponerse en guardia contra los ata
ques de Felipe Augusto. Sus caballeros y sus barones, á quienes él mismo exhortó á tomar la cruz (1) pro
testaron, como él, de su adhesion á la causa de Jesucristo, pero no pudieron resolverse á volver á la Pales
tina, que habia sido para ellos un lugar de sufrimiento y de destierro.
Aun cuando la presencia de los predicadores de la cruzada inspiraba en todas partes respeto, con todo no
sacaron, en el reino de Francia, el fruto que habia obtenido años antes, cuando cien mil guerreros habian
tomado las armas para volar á la defensa de los santosjugares. Si el miedo de las empresas que pudiera
acometer Felipe era suficiente para retener á Ricardo en occidente, el temor que inspiraba el carácter ven
gativo y envidioso de Ricardo debia tambia retener á Felipe en sus estados (2). La mayor parte de los ca-

(i) Mateo Paris cita una curiosa y bastante larga parabola que el rey Ricardo repetia muchas veces para comprometera los
caballeros & la cruzada. [Biblioteca dt las Cruzadas t. II.)
(8) Creemos no sera inútil el dar aqui una sucinta noticia historica sobre la posicion politica que ocupaban Ricardo y Felipe
Augusto, despues de su regreso de la Palestina. Asi que Ricardo hubo llegado a Inglaterra se hizo coronar por segunda vez en
Wincester, a fin de ocultar o borrar, dicen las cronicas, las señales de las cadenas; paso luego a la Normandfa con un poderoso ejér
cito, impaciente por hacer la guerra a Felipe. Ya este principe sabia que se habia puesto en libertad al rey de Inglaterra, y es
cribio a Juan su confederado : Guardaos del diablo, pues ha roto su cadena.
(Hoveden 730-740. ) Esta guerra fue poco importante para las dos coronas. Ricardo obligo a Felipe a levantar el sitio de Verneuil,
tomo & Loches, pequeña ciudad dela Turena, a Beaumont y algunas otras |plazas menos importantes. Se trato luego de arreglo,
pero tropezose con esta dificultad. Exigia Felipe que Ricardo estipulase en el tratado, que sus barones no podrian hacer mas la
guerra privativamente a los barones del rey de Francia ; pero declaro el rey de Inglaterra que semejante estipulacion no dependia
de el, porque esto tocaba a los privilegios e inmunidades de sus barones. Habiendose roto las negociaciones, los dos ejercitos vi
nieron 6 las manos. La caballeria inglesa tuvo un encuentro con la francesa en Freteval, llevando la ventaja las tropas de Ricardo.
LIBRO NONO.— 4 1 93-1 1 98. 307
balléros y de los señores siguieron el ejemplo del rey de Francia, y se contentaroncon derramar lágrimas so
bre el cautiverio de Jerusalen. El entusiasmo de la cruzada solo arrastró á un muy pequeño número de
guerreros, entre los cuales la historia distingue al conde de Montfort, que despues hizo una guerra tan cruel
á los albigenses (1 ) .
Desde el principio de las cruzadas, la Alemania no habia cesado de enviar á sus guerreros á la defensa
de la Tierra Santa. Ella deploraba la reciente pérdida de sus ejércitos dispersados por el Asia Menor y la
muerte del emperador Federico, que solo habia encontrado una tumba en oriente: pero el recuerdo de
tan gran desastre no estinguió en todos los corazones el celo y el entusiasmo por la causa de Jesucristo.
Enrique VI, que ocupaba el trono imperial, no habia participado, como los reyes de Francia y de Inglaterra,
de los reveses y peligros de la última espedicion: los desagradables recuerdos y el temor de sus enemigos en
Europa no pudieron impedirle el tomar parte en una nueva espedicion y desviarle de su santa peregrina
cion, de la que tantos ilustres ejemplos parecian hacerle un deber sagrado.
Aun cuando este principe habia estado escomulgado por la Santa Sede, el papa le envió una embajada
con el objeto de recordarle el ejemplo de su padre Federico y exhortarle á tomar la cruz. Enrique, que
buscaba la ocasion de volver á la gracia del jefe de la Iglesia, y que por otra parte tenia proyectos, acerca
de los cuales una nueva cruzada podia servirle de mucho, recibió con grandes honores al enviado de Ce
lestino.
De todos los principes de la edad media, ninguno mostró mas ambicion que el emperador Enrique VI;
tenia, dicen los historiadores, la imaginacion llena de la gloria de los Césares, y deseaba poder decir como
Alejandro: Todo lo que mis deseos pueden apetecer , me pertenece; y creyó que habia llegado la oeasion de
ejecutar sus proyectos y de acabar sus conquistas. Un cronista, Guillermo de Neubridge, ha creido que im
pulsos religiosos motivaron la espedicion de Enrique VI; segun él, loque determinó al emperador á tomar
las armas, fué el espectáculo dedos grandes reyes abandonando los negocios de Cristo para ocuparse tan
solo de los suyos propios, y debilitando, con sus discordias y sus odios reciprocos, las fuerzas de la cristian
dad. El mismo cronista mira la determinacion del emperador como una espiacion del crimen de haber
tenido prisionero á Ricardo. Pero la historia puede ver el cálculo de una profana politica en los designios
de Enrique VI. La espedicion de la que el padre santo le proponia ser el jefe, podia favorecer sus miras am
biciosas: prometiendo defender el reino de Jerusalen , solo pensaba en conquistar la Sicilia; y la conquista
de Sicilia no tenia precio para él, puesto que le abria el camino de la Grecia y de Constantinopla. Al mismo
tiempo que protestaba de su sumision á la voluntad del jefe de la Iglesia , estaba buscando la alianza
ile las repúblicas de Genova y de Venecia, á las que prometia los despojos de los vencidos; pero en el fon
do de su corazon abrigaba el deseo y alimentaba la esperanza de que un dii destruiria la república de Italia,
abatiria la autoridad de la Santa Sede, y sobre sus ruinas levantaría para él y para su familia el impe
rio de Augusto y de Constantino.
Tal era el principe, á quien Celestino enviaba una embajada y á quien queria arrastrar á una guerra .
santa. Despues de haber anunciado su resolucion de tomar la cruz, convocó Enrique en Worms una dieta
general, en la que exhortó él mismo á los fieles á armarse para defender los santos lugares. Esta asamblea

Los archivos que seguian entonces a las personas del rey cayeron en poder de los ingleses. A su vez estos fueron batidos en Van-
dreuil, y por fin concertose una tregua de un año.
Durante esta tregua fue cuando Juan solicito y obtuvo el perdon de su hermano Ricardo ; esta reconciliacion fue acompañada de
la matanza de la guarnicion de Evreui y de un tratado ofensivo y defensivo del rey de Inglaterra y del emperadorde Alemania que
no tuvo resultado alguno. Despues de nuevos combates, la paz fue concluida en Louviers, entre Felipe y Ricardo. En 11 96 el principe
ingles solicito y obtuvo la alianza de los condes deFlandes, de Tolosa, de Boloña, de Champaña y de otros grandes vasallo» de la
corona de Francia. La guerra se encendio con la mayor fuerza, llegando los dos principesa hacer sacar los ojos a sus prisioneros. A
solicitud del cardenal de Santa-Marta concluyose una tregua de cinco años que la hizo observar a duras penas, entre los dos ri
vales monarcas.
En 1199 Vidomar, vizconde de Limoges, vasallo de la corona de Inglaterra, habiendo encontrado un tesoro en sus dominios, envio
parte de el a Ricardo, a titulo de regalo. Este pretendio queen calidad de señor feudal, este tesoro le pertenecia por entero. El rey
hizo la guerra a su vasallo; y fue a sitiarte en su castillo de Chalus, cerca de Limoges, y durante el sitio fue herido de una flecha:
y se sabe que murio a consecuencia de esta herida el dia 6 de abril de 1199. Guillermo de Hemingbord [Bibliottca de las Cruzadas
t. II ) da detalles muy curiosos sobre la muerte de Ricardo.
(I) Vease acerca del conde de Monfort y la cruzada delos albigenses el resúmen que esta al fin de esta obra.
308 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
duró ocho dias. Desde Luis VII, rey de Francia, que dirigió su voz a sus vasallos, para hacerles tomar parte
en la cruzada, Enrique fué el único monarca que unió su voz á la de los predicadores de la guerra santa, é
hizo conocer las quejas dela iglesia de Jerusalen. Su elocuencia, celebrada por los historiadores de su época,
y sobre todo el espectáculo que presentaba un gran emperador predicando él mismo la guerra contra los
infieles hicieron una viva impresion sobre el numeroso auditorio (1). Despues de esta solemne predicacion, los
mas ilustres prelados que se encontraban reunidos en Worms, subieron sucesivamente á la cátedra evangéli
ca para mantener el entusiasmo siempre creciente de los fieles: durante ocho dias solo se oian en las iglesias
los gemidos de Sion y de la ciudad de Dios. Rodeado Enriquede su corte se revistió con la insignia de los cru
zados : un gran número de señores alemanes tomaron la cruz, los unos para complacer á Dios, y los otros
para no disgustar al emperador. Entre los que prestaron el juramento de combatir á los musulmanes, nom
bra la historia á Enrique duque de Sajonia, Othon marqués de Brandeburgo, Enrique conde palatino del
Rhin, Herman landgrave de Turingia, Enrique duque de Brabante, Alberto conde de Hapsburgo, Adolfo
conde de Schawenburgo, Enrique conde de Pappenheim, mariscal del imperio, el duque de Baviera, Federi
co hijo de Leopoldo duque de Austria (2), Conrado marqués de Morabia, Valeran deLimburgo, ylosobispos
de Wurtzburgo, de Versden, de Halberstad, do Passau y de Ratisbona.
Predicóse la cruzada en todas las provincias de Alemania. En todas partes las cartas del papa y las del em
perador inflamaron el celo de los guerreros. Jamás se emprendió espedicion alguna contra los infieles, ba
jo mas favorables auspicios. Como casi solamente la Alemania tomaba parteen la cruzada, la gloria de los
pueblos alemanes no pareció menos interesada en esta guerra que la misma religion. Enrique debia mandar
la 'sania espedicion.
Llenos los cruzados de esperanza y de alegria se preparaban para seguir al emperador en oriente, pero
otras eran las ideas de Enrique. Muchos señores de su corte, penetrando unos sus intenciones, y creyendo
otros darle un saludable consejo, le suplicaron se quedase en occidente y que dirigiese la cruzada desde el seno
de sus estados. Enrique, despues de una lijera resistencia,' accedió á sus súplicas, y solose ocupó en acelerar
la marcha delos cruzados (3).
El emperador de Alemania se puso al frente de cuarenta mil hombres y tomó el camino de Italia, en don
de todo estaba preparado para la conquista del reino de Sicilia. Los demás cruzados se dividieron en dos ejér
citos, los que pordifcrentescaminos debian dirigirse á la Siria ; el primero, mandado por el duque de Sajonia
y el duque de Brabante, se embarcó en los puertos del Océano y del Báltico: el segundo atravesó el Danu
bio y se dirigió hácia Constantinopla, desde donde la flota del emperador griego Isaac debia " trasportarlo á
Tolemaida. Reuniéronse á este ejército, mandado por el arzobispo de Maguncia y Valerian deLimburgo, los
húngaros que acompañaban á su reina Margarita, hermana de Felipe Augusto. La reina de Hungria, despues

(1) Todos los hechos relativos a la predicacion de esta cruzada se hallan en Rogerio de Hoveden, Mateo Paris, Godofredo Moine,
Guillermo de Neubridgc, Othon de Saint-Blaise y Arnaldo de Lubek.
(2) Como tendremos ocasion de hablar algunas veces de los duque de Austria, vamos a dar una breve noticia relativamente a
los que tomaron parte en las cruzadas.
Leopoldo V hijo de Enrique II, y primer duque de Austria. Murio el 21 de diciembre de 1 19i, segun el arte de comprobar las fechas,
y en 1195, segun Mateo de Paris.
Federico I sucedio a su padre Leopoldo , y armo una cruzada, poniéndose al frente de muchos principes alemanes, contra los
rracenos de España, y en la Tierra Santa en donde murio al año siguiente. Cornerio Herman le llama Guillermo.
Leopoldo VI llamado el Glorioso, hermano del precedente, asistio al sitio de Damieta en 1218, y mando el ejercito de los cruzados
despues de la muerte del conde do Berg, tomo la torre del Faro y se embarco en 1219. Las cronicas celebran su generosidad; dicen
que diú cinco mil marcos de plata a los caballeros del orden Teutonico para adquirir muchas tierras, y cincuenta marcos de oro ú
los templarios. Murio el 26 de julio de 1230, en San German ( Arte de comprobar las fecbas t. III p. 567).
(3) Rogerio de Hoveden, al describir la marcha delos peregrinos alemanes, cita un hecho que pinta las costumbres de la epoca.
Dos vecinos, dice el, babian resuelto ir6 Jerusalen juntos y costeandose el viaje. La vigilia de marchar el uno de ellús va a encon
trar a su compañero y le enseña el dinero que debe llevarse para su viaje. Este instigado porsn mujer, le mala y le toma su di
nero. Hecho esto, toma el cadaver con el objeto de arrojarte al agua : pero no puede conseguirto por quedarse pegado a sus espal
das. El asesino regresa o su casa, y permanece en ella oculto por espacio de tres dias. No pudiendo sin embargo permanecer mu
cho tiempo en este estado, fue a consultar a su obispo que le ordeno, en espiacion de su crimen, hacer un viaje a Jerusalen con el
cadaver encima de sus espaldas. El penitente, añade el cronista, partio pues con los otros peregrinos,. cargado con un fardo, para
estimulo de los buenos y terror de los malos.
¿ No puede verse en este hecho una especie de parabola representando a Enrique VI que cubierto de sangre de los sicilianos,
meditaba el rescate del santo sepulero ?
»
LIBRO NONO.— 1197-11 98. 309
de haber perdido á su esposo Bela, habia hecho el juramento de no vivir sino por Jesucristo y de acabar sus
dias en la Tierra Santa
1197. Los cruzados que mandaba el arzobispode Maguncia y Valerian de Limburgo fueron los primeros
que llegaron á la Palestina. Apenas hubieron desembarcado, cuando manifestaron la resolucion de empezar
la guerra contra los infieles. Los cristianos, que estaban entonces en paz con los" turcos, vacilaban en rom
per la tregua firmada por Ricardo, y no querían empezar las hostilidades hasta tanto quepudiesen abrir la
campaña con fundadas esperanzas de buen éxito. Enrique de Champaña y los barones de la Palestina hicie
ron presente a los cruzados alemanes los peligros, que un rompimiento imprudente podia acarrear á los es
tados cristianos del oriente, y les suplicaron que aguardasen al ejército de los duques de Sajonia y de Bra
bante. Los alemanes, llenos de confianza en sus fuerzas, se indignaron viendo que se ponian obstáculos á su
valor, con vanos escrúpulos y quiméricas alarmas; y se admiraban de que los cristianos de la Palestina
rehusasen de esta manera los socorros que la misma Providencia les habia enviado; añadiendo con un tono
colérico y despreciativo, que los guerreros del occidente no sabian diferir la hora del combate, y que el papa
no les habia hecho tomar la cruz y las armas para permanecer en una vergonzosa ociosidad. Los barones y
los caballeros de la Tierra Santa no podian oir sin indignacion estos injuriosos discursos, contestando á los
cruzados alemanes que ellos ni habian solicitado ni deseado su llegada ; y que sabian mejor que los
guerreros venidos del norte de Europa lo que convenia al reino de Jerusalen": que sin ningun socorro estran-
jero habian durante mucho tiemp desafiado los mas grandes peligros, y que cuando llegase la hora del com
bate manifestarian su valor. En medio de estos encontrados debates, los ánimos se agriaron hasta el punto
de estallar la mas cruel discordia entre los cristianos, antes que se declarase la guerra á los infieles.
Los cruzados alemanes salieron repentinamente armados do Tolemaida, y empezaron las hostilidades aso
lando las tierras delos musulmanes. Al primer señal de la guerra, los turcos reunieron sus fuerzas; el pe
ligro comun que les amenazaba hizo cesar sus discordias. De las riberas del Nilo y del fondo de la Siria
vióse acudir una multitud de guerreros que poco antes estaban armados los unos contra los oiros, y que
reunidos entonces bajo las mismas banderas no tenian otros enemigos á quienes combatir que los cris
tianos.
Malek—Adhel, sobre el cual los musulmanes tenian puestos los ojos cada vez que se trataba de defender la
causa del islamismo, salióde Damasco á la cabeza de un ejército, y dirigióse á Jerusalen en donde los emires
de la comarca fué ron á tomarsus órdenes. El ejército musulman, despues de haber dispersado á los cris
tianos que se habian adelantado hácia las montañas de Naplusa, vino á poner el sitio delante de Joppe.
En la tercera cruzada, se habia considerado de suma importancia la conservacion de esta ciudad. Ricardo
Corazon de Leon, la habia fortiücadoá sus espensas; y cuando este principe regresó á Europa, dejó en
aquella ciudad una numerosa guarnicion. Detodas las plazas maritimas, la deJoppeerala mas vecina dela ciu
dad, objeto de los votos de los fieles : si esta plaza quedaba en poder de los cristianos, les abria el camino
de la santa ciudad y les facilitaba el medio de poder sitiarla; y si quedaba en poder de los musulmanes,
daba á estos las mas grandes ventajas para la defensa de Jerusalen.
Luego que se supo en Tolemaida que la ciudad de Joppe estaba amenazada, Enrique de Champaña, sus ba
rones y sus caballeros tomaron las armas para defenderla, y reunidos á los cruzados alemanes, se ocuparon
en los preparativos de una guerra que ya no se podia evitar ni diferir. Las tres órdenes militares con las
tropas del reino iban á ponerse en marcha, cuando un trágico accidente vino á sumergir de nuevo á los cris
tianos dn el luto, y á retardar el efecto de una dichosa reconciliacion, queacababa de tener lugar, en vista
del peligro. Habiéndoseadelantado Enrique de Champaña hácia una galeria esterior de su palacio, la venta
na sobre la que se asomó, se desplomó repentinamente y le arrastró en su caida (1). Este desgraciado princi-

(1) Todos los historiadores contemporaneos han referido la muerte de Enrique de Champaña, pero no lodos estan de acuerdo
sobre la causa de este tragico fin y sobre las circunstancias que lo acompañaron.
Bernardo el Tesorero dice que Enrique de Champaña estaba en la ventana de su pa¡acio, le dio un vahido y cayo ol suelo y se
mato; añadiendo que el rey de Jerusalen padecia de dicho mal (Biblioteca de las Cruzadas t. 1). Segun Francisco Pipin,cl rey de
Jerusalen se babia puesto a la ventana para lavarse las manos : y cuando su criado vio caer a su amo so precipito detras de el, a
fin de que no se le acusase(Ibid.) Alberto de Stad refiero asi la muerte de Enrique: Este principe, levantandose de noche para orinar,
cayo do una ventana de cuyas resultas murio; uno de sus criados que queria salvarte, cayo despues de el y tambien murio. Rogerio
310 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
pe espiró á la vista de sus guerreros, que en lugar de seguirle al combate, le acompañaron á su tumba, per
diendo muchos dias para celebrar sus funerales. Los cristianos de Tolemaida lloraban aun la muerte de su
rey, cuando la desgracia que temian vino á aumentar su dolor y su consternacion: habiendo la guarnicionde
Joppe querido hacer una salida cayó en una emboscada , y todos los guerreros fueron muertos ó hecho prisio
neros , habiendo los musulmanes entrado sin resistencia en la ciudad, en la que veinte mil cristianos fueron
pasados á cuchillo.
Estos desastres habian sido previstos por los que temian romper la tregua; pero los barones y los caballe
ros de Palestina no perdieron el tiempo en quejarse y sufrir inútilmente. Esperábasecon impaciencia la lle
gada delos cruzados salidos de los puertos del Océano y del Báltico. Estos se habian detenido en las costas de
Portugal (1 ) en donde habian derrotado á los moros, y tomado la ciudad de Silves. Orgullosos con este primer
triunfo, obtenido sobre los infieles, desembarcaron en Tolemaida en el momento en que todo el pueblo de
ploraba la toma de Joppe, y acudia á las iglesias á implorar la misericordia del cielo.
La llegada de los cruzados devolvió á los cristianos la esperanza y la alegria, y se resolvió marchar contra
los infieles. El ejército cristiano salió, de Tolemaida y se adelantó hácia las costas de la Siria, mientras que
una numerosa flota costeaba cargada de viveres y de municiones de guerra. Los cruzados sin ir en busca de!
ejército de Malek-Adhel, fuéron á poner sitio á Beiruth.
La ciudad de Beiruth, colocada entre Jerusalen y Tripoli, era la rival de Tolemaida y de Tiro, por su po
blacion, por su comercio y por la comodidad de su puerto. Las provincias musulmanas de la Siria la reco
nocian por su capital; y en esta ciudad era adonde los emires y los principes que se disputaban las ciudades
del contorno, venian á lucir la pompa de su coronacion. Despues que tomó Saladino á Jerusalen, fué salu
dado en Beiruth como soberano de la ciudad de Dios, y coronado sultan de Damasco y del Cairo. Los pirata;,
que infestaban el mar, llevaban á esta ciudad los despojos de los cristianos; los guerreros musulmanes de
positaban en ella las riquezas adquiridas en la victoria ó por el pillaje, y todos los prisioneros francos de la«
últimas guerras estaban amontonados en las cárceles de Beiruth. Si los cristianos tenian poderosos motivos
para apoderarse de esta plaza, los musulmanes no tenian menos para defenderla.
Despues que Malek—Adhel hubo destruido las fortificaciones de Joppe, se adelantó con su ejército por el
camino de Damasco, hasta el Anti-Libano; pero al saber la marcha y la resolucion de los cruzados, volvió
aü as; y se aproximó á la ribera del mar. Encontráronse los dos ejércitos entre Tiro y Sidon, cerca de un rio
llamado por los árabes Nahn Kasmiek, y que nuestros cronistas de la edad media han creido equivoca
damente que era el Eleutero de los antigues (2). Óyense los clarines, y los musulmanes y los cristianos se
disponen para la batalla; el ejército delos turcos, que cubria un espacio inmenso, buscaba ya el poder en
volver á los francos, yasepararlos de la ribera del mar: la caballeria musulmana se precipitó sucesivamente
sobre el flanco; el frente y la retaguardia del ejército cristiano.
Los cruzados cierran sus batallones, y presentan en todos los puntos una linea impenetrable. Mientras
que los musulmanes les agobian con sus dardos y sus flechas, sus lanzas y sus espadas se tiñen de saDgre
enemiga. Combatian ambos ejércitos con diferentes armas, pero con el mismo valor y el mismo encarniza
miento. La victoria permaneció por mucho tiempo indecisa, los cristianos estuvieron muchas veces á punto
de perder la batalla, pero su constancia y su valor triunfó en fin de la resistencia de los musulmanes. Las ri
beras del mar, las orillas del rio y la vecina montaña, estaban cubiertas de cadáveres. Los turcos perdieron
un gran número de sus emires. Malek—Adhel, que habia demostrado en esta jornada la habilidad de un gran

de Hovcden refiero de esta manera la muerte de Enrique de Champaña. Arnatdo de Lubech añade que este principe se coloco
debajo de un portico de su palacio a fin de tomar el aire. ( El latin se sirve de la palabra Exedrá : segun Ducange, es un pequeño
cuarto contigue al portico.) El cronista no deja de decir que Dios se vengo del conde Enrique, por la manera poco fraternal con
que trato a los alemanes : Enrique, dice el, habia participado de los sentimientos de los barones de la Tierra Santa, que enviaban a .
los alemanes la gloria de libertar el reino de Jesucristo. Las acusaciones de Oton y de San Blas son aun mas violentas. (Véase la Bi
blioteca de las Cruzadas t 1.) Estando el conde Enrique en Acre , cayo de un lugar elevado y murio , dice el histoi iador arabe Ibu
Alatir: ( Biblioteca de las Cruzadas , año SO2 de la hegira )
(t) Vease relativamente 6 esta Cruzada de Portugal , el resúmen sobre las cruzadas de España y de Portugal y del noite de
Europa.
(2) El Eleuterodescieode delas montañas al mar , en frente de la ista de Aradus , y se llama en arabe Nahr-el-kebir. ( Corres
pondencia de Oriente.)
LIBRO NONO.— 1197-1198. 311
capitan, fué herido en el campo de batalla, y debió su salvacion á la fuga. Todo su ejército estaba dispersado;
los unos huian hacia Jerusalen (1) y los otros seguian el camino de Damasco, en cuya ciudad al saberse esta
sangrienta derrota difundióse la mayor consternacion.
Como consecuencia de esta victoria, todas las ciudades dela Siria que pertenecian todavía á los musulma
nes, cayeron en poder de los cristianos: los turcos abandonaron á Sidon, Laodicea y Giblet. Asi que la flota
y el ejército cristiano parecieron delante de Beiruth, la guarnicion fué sorprendida y no se atrevió á defen
derse: esta ciudad, segun dicen los historiadores, contenia mas viveres que los que se necesitaban para ali
mentar á sus habitantes durante muchos años: dos grandes navios, añaden las mismas crónicas, no hubieran
bastado para trasportarlos dardos, los arcos y las máquinas de guerra que fueron encontrados en la ciudad de
Beiruth (2) . En esta conquista los vencedores se hicieron con inmensas riquezas, pero el fruto mas dulce de su
victoria fué sin duda el libertar á nueve mil cautivos que estaban impacientes por tomar las armas y vengar
los ultrajes do su cautiverio. El principe de Antioquia que vino á reunirse al ejército cristiano, envió un pa
lomo á su capital, para anunciar á todos los habitantes de su principado los milagrosos triunfos de I03 solda
dos de la cruz. En todas las ciudades cristianas se tributaron gracias al Dios de los ejércitos. Los historiadores
que nos han trasmitido la relacion de estos gloriosos sucesos, queriendo pintar la satisfaccion del pueblo cris
tiano, se contentan con repetir estas palabras de la Escritura : Entonces Sion se conmovió de alegría, y los hi
jos de Judá se llenaron de gozo.
Mientras que los cruzados proseguian de esta manera la carrera de sus triunfos en la Siria, el emperador
Enrique VI aprovechaba todos los medios y todas las fuerzas que la cruzada habia puesto en sus manos, para
acabar la conquista del reino deNápoles y de Sicilia. Este pais, al cual los historiadores y los poetas do la an
tigua Roma nos representan como la mansion del reposo y de la paz, comoel centro de los placeres, como la
afortunada estancia de las musas latinas, habia sido en la edad media el teatro de todas las calamidades de la
guerra y de todos los escesos de la barbarie. Los siglos diez y once vieron á estas comarcas devastadas suce
sivamente por los griegos, por los árabes y por los francos. No hablaremos aqui de las conquistas y de lases -
pediciones novelescas de algunos guerreros normandos atraidos á sus lejanas riberas por la devocion de
las peregrinaciones y por la fecundidad de un suelo favorecido por la naturaleza. Estos feroces guerreros,
que podrianse comparar á los compañeros de Rómulo, fundaron desde luego una república militar, en la que
no se conocia otra ley que la espada, ni otro derecho que la violencia. Del seno mismo do sus discordias nació
un trono que hizo olvidar al fin a los desolados pueblos de la Sicilia y de la Calabria los males inseparables
dela invasion y de la conquista. Bajo la dinastia de los principes normandos, este nuevo imperio hizo temblar
alguna vez á Constantinopla, y triunfó de los sarracenos del Africa. Abriéronse en la ciudad de Nápoles y de
Salerno varias escuelas en las que se enseñaban las ciencias humanas: las artes y la industria de la Grecia
enriquecieron las ciudades deSiracusa y de Palermo : el floreciente comercio seestendia ventajosamente hasta
el Asia, y los cristianos de la Palestina fueron siempre socorridos por las victoriosas flotas salidas de los puer
tos de Bari y de Otranto.
Eclipsóse de repente toda esta prosperidad con la raza de los principes normandos. El matrimonio do Cons
tanza, último vástagode esta familia, con el emperador Enrique VI, sirvió á los alemanes de pretesto para
llevarla guerra á las comarcas objeto de su ambicion. Tancredo, hijo natural de Rogerio, á quien la no
bleza siciliana habia elegido por rey, rechazó durante cuatro años á los guerreros de ia Germania : pero á su
fallecimiento, habiendo quedado el reino sin jefe, divididoen mil bandos opuestos, fué invadido por todas par
tes por los conquistadores. Tal era el estado del pais en el cual Enrique VI quiso establecer su dominacion.
Para llenar su propósito no tenia necesidad de emplear todas las fuerzas de su imperio y todos los rigores de
la guerra : la clemencia y la moderacion habrian bastado para asegurar su conducta, y someter á sus leyes
un pueblo desolado; pero atormentado por el sentimiento de una implacable venganza, no le conmovió ni la
desgracia de los vencidos, ni la sumision de los enemigos. Todos los que habian demostrado alguna

(I) Solo tenemos un documento que hable de este combate.; y este es la carta del duquedo Sajonia al arzobispo de Colonia ,
traducida en la Biblibliotcca de las Cruzadas.
[i, Cornerio Herman, Rogerio de Hoveden y Bernardo el Tesorero han dado curiosos detalles sobre la toma de Beiruth. ( Vease la
Biblioteca de las Cruzadas.)
312 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
consideracion, alguna fidelidad por la familia de Tancredo, fueron arrojados por órden suya en lóbregos cala
bozos, en donde perecieron en los mas horribles suplicios, que él mismo habia inventado. El ejército que
mandaba secundaba perfectamente su sombria y feroz politica : la paz que los vencedores se vanagloriaban
de haber devuelto á los pueblos de la Sicilia, les causaba mas males y hacia mas victimas que la guerra . Fal-
caudo, que habia muerto algunos años antes de esta espedicion, habia deplorado en su historia las desgracias
que debian desolar á su patria, viendo ya las mas florecientes ciudades y las ricas campiñas de la Sicilia de
vastadas por la irrupcion de los bárbaros. «Oh desgraciados sicilianos, esclamaba, me parece ver ya á los
turbulentos ejércitos de los bárbaros sembrarel terror en las ciudades, que hasta entonces habian disfrutado
de la paz, asolarlas por la muerte, afligirlas por el saqueo y mancharlas con su lujuria : este desgarrador
porvenir me arranca lágrimas. Los ciudadanos que quieran contener este torrente serán degollados por la
espada, ó reducidos á la mas cruel sérvidumbre : las virgenes serán ultrajadas en presencia de sus padres; las
matronas sufrirán la misma violencia, despues de haber sido despojadas de sus mas preciosos vestidos. Esta
antigua nobleza, que abandonando á Corinto su patria, vino en otro tiempo á habitar las orillas de la Sici
lia, caerá al servicio de bárbaros. ¿De qué nos sirve haber sido en otro tiempo la fuente de las doctrinas de
la filosofia, y el manantial en el que bebiala musa de los poetas? ¡ Ay de mi, tusaguas ya no servirán mas
que para templar los escesos de los teutones (1)! »
Sin embargo estos desapiadados guerreros llevaban la cruz de los peregrinos, ysu emperador, aun cuando
pesaba todavia sobre él la escomunion, se gloriaba de ser el primerode los soldados de Jesucristo. Enrique VI
era considerado como el jefe de la cruzada y el árbitro supremo de los negocios de oriente. El rey de Chipre
le ofrecia ser su vasalto : Livon, principe de Armenia, pretendia el titulo de rey. No teniendo ya el emperador
de Alemania mas enemigos que temer en occidente, solo se ocupó de hacer la guerra contra los turcos; ex
hortando por medio de una carta á todos los magistrados, señores y obispos de su imperio, que activasen la
marcha de los cruzados (2). Comprometióse el emperador á sostener un ejército durante un año, prometien
do" además pagar treinta onzas de oro á todos los que permaneciesen con las armas en la mano hasta el fin de
la guerra santa. Un gran número de guerreros seducidos con esta promesa se obligaron á atravesar los ma
res é ir á combatir á los infieles. Como Enrique no necesitaba desus servicios para sus conquistas, ocupóse en
hacerlos partir para el oriente. Conrado, obispo de Hildesheim y canciller del imperio, cuyos consejos en la
guerra de Sicilia tan perfectamente habian servido ála ambicion y á la bárbara politica de su jefe, fué el
encargado para conducir el tercer cuerpo de los cruzados á la Siria.
La llegada á Palestina de tan poderoso refuerzo redobló el celo y el entusiasmo de los cristianos. Entonces
los cruzados hubieran podido llevar á cabo grandes hechos de armas, puesto que la victoria - que acababan
de conseguir en las llanuras de Tiro, la toma de Beiruth, de Sidon y de Giblct, habian llenado de terror á
todos los musulmanes. Algunos jefes del ejército cristiano propusieron el marchar contra Jerusalen. «Esta
ciudad, decian ellos, no puede resistir á las victoriosas armas de los cruzados : está de gobernador en ella un
sobrino de Saladino, que no puede sufrir la dominacion del sultan de Damasco, habiéndose demostrado va
rias veces la mejor disposicion á escuchar las proposiciones de los cristianos (3).» La mayor parte de los prin
cipes y de los barones no participaban deesta opinion, no pudiendo dar crédito á las palabras de los musul
manes. Es sabido que los infieles, despues de la marcha de Ricardo Corazon de Leon, habian aumentado las
fortificaciones de Jerusalen (4) y que una triple muralla y fosos de una gran profundidad debian hacer esta
conquista mas peligrosa y sobre todo mucho mas dificil que en tiempos deCodofredo de Bouillon. Se aproxi
maba el invierno, y el ejército cristiano podia ser sorprendido por la estacion de las lluvias y verse obli
gado á levantar el sitio delante del ejército de los turcos. Estos motivos. determinaron á los cruzados á dejar
para el año próximo el ataque de la santa ciudad.

(1) Teulouicorum ebrielatem mitiges. (Hist. Siculre , Muratori. t. VII.)


(2) Insertamos en las piezasjustificativas la carta dirigida a los arzobispos , obispos y prelados de su imperio , para exhortar
les a apresurar la marcha de los cruzados.
(3) Rogerio de Hovcden refiere que el gobernador musulman de Jerusalen, llamado por Abulfedael gran Sauller, habia ofre
cido a los francos entregartes la ciudad y hasta hacerse cristiano. Si el principe musulman hubiese hecho semejante proposicion,
realmente no se ve la razon porque los cristianos no la aceptaron. Por lo demas, Rogerio es el único historiador que habla de
esta circunstancia, de todo punto increible : los historiadores orientales no hacen mencion de ella.
14) Oton de San Blas.
LIBRO NONO.— M97-H98. 313
No será por demás observar, que en los ejércitos cristianos se hablaba á menudo de Jerusalen, pero cpie
los jefes dirigian siempre sus esfuerzos y sus tropas hácia otras conquistas. La santa ciudad, situada lejosdel
mar, no encerraba dentro de sus muros otros tesoros que monumentos religiosos. Las ciudades maritimas de
la Siria poseian otras riquezas, y parecian presentar mas ventajas á los conquistadores . por otra parte, ellas
ofrecian mas fáciles comunicaciones con la Europa, y si la conquista de Jerusalen tentaba alguna vez la pie
dad y la devocion de los peregrinos, la de las ciudades vecinas al mar dcbian escitar incesantemente la am
bicion delos pueblos comerciales del occidente y la de los señores de Palestina.
Toda la ribera del mar, desde Antioquia á Ascalon, pertenecia á los cristianos; los musulmanes no conser
vaban sobre la costa mas que la fortaleza de Thoron. La guarnicion de esta fortaleza renovaba á menudo sus
escursiones en las campañas vecinas, y con sus continuas hostilidades interceptaba las comunicaciones entre
las ciudades cristianas. Los cruzados resolvieron sitiar el castillo de Thoron antes de marchar contra Jerusalen.
Esta fortaleza construida por Hugo de Saint-Omer, en el reinado de Balduino II, estaba situada á una legua de
Tiro, en una colina rodeada de precipicios. Solo se podia llegar á ella por un camino estrecho y escabroso.
El ejército cristiano no tenia máquinas que pudiesen alcanzar á la altura de las murallas. Los dardos y las pie
dras lanzadas desde el pié de la montaña, podian apenas llegar á los sitiados, mientras que las vigas y las
piedras arrojadas desde lo alto de las murallas causaban grandes pérdidas á los sitiadores. En los primeros
ataques, los sitiados se burlaban de los vanos esfuerzos de sus enemigos, y veian casi sin peligro para ellos
estrellarse contra sus murallas todos los prodigios del valor y los medios mas fuertes de la guerra. Sin em
bargo las dificultades casi insuperables que parecia deber contener á los cruzados, no hacian mas que redoblar
su valor (4). Cadadia renovaban sus ataques, cada dia hacian nuevos esfuerzos, y su porfiado valor era se
cundado por nuevas máquinas de guerra. Por medio de inauditos trabajos, abrieron caminos cubiertos al
través de los peñascos : los obreros sajones, que habian trabajado en las minas de Rammesberg, fueron em
pleados en abrir la montaña. En fin los cruzados llegaron hasta al pié de las murallas de la fortaleza: las mu
rallas cuyos cimientas demolianse desplomaron en muchos puntos, y su caida, que parecia ser obra del
milagro, introdujo el desaliento entre los sitiadores.
Pronto los musulmanes perdieron toda esperanza, y propusieron la capitulacion; pero era tal el desorden
del ejército cristiano, que á pesar de haber una multitud de jefes, nadie se resolvia á escuchar las proposi
ciones de los infieles. Enrique, palatino del Rhin, los duques de Sajonia y de Brabante, á quienes los alemanes
respetaban mucho, solo lograron hacerse obedecer de sus propios soldados. Conrado, canciller del imperio,
que representaba al emperador de Alemania, hubiera podido desplegar un gran poder: pero débil á causa de
sus enfermedades, sin esperiencia de la guerra, encerrado siempre en su tienda, esperaba el éxito de los
combates, sin dignarse siquiera asistir al consejo de los principes y de los barones. Despues que los sitiados
hubieron tomado la resolucion de capitular, permanecieron muchos diassin saber á cuál principe debian di
rigirse ; y cuando los diputados vinieron al campo de los cristianos sus proposiciones fueron oidas en una
asamblea general, en la que el espiritu de rivalidad, el indiscreto celo y el ciego entusiasmo debian preva
lecer á la razon y á la prudencia.
Los diputados en sus discursos se limitaron á implorar la clemencia de sus vencedores; prometiendo aban
donar el fuerte con todas sus riquezas y no pidiendo en premio de su sumision mas que la vida y la libertad.
«Nosotros no dejamos de tener religion, decian ellos, nosotros descendemos de Abraham y nos llamamos
sarracenos por su esposa Sara.» La suplicante actitud de los diputados debia conmover el orgullcso corazon
de los guerreros cristianos: la religion y la politica se aunaban para hacer aceptar las proposiciones que
acababan de oirse; la mayor parte de los jefes estaban dispuestos á firmar la capitulacion, pero algunos de
los mas ardientes no podian ver sin indignacion, quese quisiese obtener por un tratado loque pronto se con
seguiria por la fuerza de las armas. «Es necesario, decian ellos, que todos nuestros enemigos sean anonadados;
si la guarnicion de esta fortaleza perece bajo el filo de la espada, los sarracenos espantados, no se atreve
rán á aguardarnos ni en Jerusalen, ni en las otras ciudades que están aun en su poder.»
Como no prevaleciese la opinion de estos fogosos guerreros, resolvieron emplear todos los medios para

'1) Arnoldo de Lubek da muchos detalles'sobrecl ?¡lio de Thoron: y este historiador lia sido cnsi nuestra única guia en osta
parte de nuestra relacion. Hemos hallado algunos documentos útiles en el autorarabe Ibn- Alalir.
(40 y ti) 10
311 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
romper las negociaciones, y acompañando los diputados al castillo, les dijeron : Defendeos : porque si os ren
dis úJos cristianos, perecereis todos en los suplicios (1).
Tambien so dirigieron a los soldados cristianos, y las decian llenos do cólera y de sentimiento, que 'iban á
celebrar una paz vergonzosa con los enemigos de Jesucristo. Al mismo tiempo, los jefes que se inclinaban a
la paz, recorrian el campamento y hacian presente al ejército, que era inútil j peligroso tal vezcomprar con
nuevos combates lo que la fortuna ó mejor la Providen( ia acababa de ofrecer á los cruzados. Entro los guer
reros cristianas, los unos seguian los consejos de la moderacion, y los otros querian delterlo todo á la espada.
Losque deseaban mejor la victoria que la paz, corrian á las armas; y los que aceptaban la capitulacion |ier—
maneeian en sus tiendas. El campo de los cristianos, en el ipie los unos estaban en la inaccion y en el reposo,
y los otros escita ban al combate, presentaba á la vez la imagen de la paz y de l ¡ guerra, pero en esta diver
sidad Jo sentimientos, en medio del singular espectáculo que ofrecia el ejército, ero fácil preverque bien pron
to ni podrian tratar con los enemigos ni tampoco combatirlos.
Sin embargo la capitulacion fué ratificada por los principales jefes de los cruzados y por el canciller del
imperio. Esperábanse en el campo de los cristianos los rehenes que debian enviar los musulmanes. Los cru
zados creian ya »erse abrir delante de ellos las puertas del castillo de Thoron; pero la desesperacion habia
cambiado de repente la resolucion de los sitiados. Cuando los diputados hubieron regresado del campo de los
cristianos, y hecho una relacion á sus compañeros de armas de lo que habian visto y oido: despues que hu
bieron hablado de las amenazas que se les habian hecho, y de las discordias que acababan de estallar entre
los enemigos, olvidaron los sitiados que sus muros iban desmoronándose, que les faltaban armas y viveres,
que tenian quedefenderse contra un ejército victorioso, y juraron n.orir todos antes que tratar con los cruza
dos. En lugar de enviar los rehenes, aparecieron armados sobre los muros, y provocaron á los sitiadores á
nuevos combates.
Los cristianos emprendieron de nuevo los trabajos del sitio y volvieron á atacar la plaza : pero su valor
disminuia do dia en dia, mientras que la desesperacion infundia nuevo entusiasmo á los musulmanes. Estos
trabajaban sin descanso en reparar sus máquinas y en reedificar sus murallas. Tan pronto los cruzados eran
atacados en sus subterráneos y perecian sepultados bajo do sus escombros, tan pronto una granizada de pie
dras y de dardos llovia sobre ellos desde lo alto de las murallas. Los musulmanes sorprendieron algunas veces
á los enemigos, y conduciéndolos á la plaza, los sacrificaban sinpiedad; y colocaban las cabezas de estos desgra
ciados en lo alto de las murallas lanzándolasdespuesalcampode los cristianos. Los cruzados parecia que estaban
abatidos; les unos peleaban todavia acordándose de sus juramentos , mientras que los otros permanecian frios
espectadores delos peligros y de la muerte do sus compañeros y de sus hermanos; añadiendo algunos el es
cándalo de sus depravadas costumbres, ásu indiferencia por la causa do Dios. Vióse entonces, dice un his
toriador, á los hombres que habian abandonado á sus esposas para servir á Jesucristo, olvidar repentinamen
te sus mas santos deberes y relacionarse con viles prostitutas : en fin los vicios y los desórdenes de los cruza
dos eran tan vergonzosos, que los autores delas antiguas crónicas repugnan el describirlos. Despues de haber
hablado Arnoldo de Lubekde la corrupcion que reinaba en el campo de los cristianos, parece pedir perdonal
lector , para que este no le acuse de hacer una sátira, teniendo cuidado en añadir que él no trata de traer A
la memoria tan odiosos recuerdos para confundir el orgullo de los hombres, sino para advertir á los pecado
res y conmover si es posible el corazón de sus hermanos en Jesucristo.
Pronto se supo en todas partes que los reinos de Alepo y de Damasco se habian levantado; que el Egipto
habia reunido un ejército; que Malek-Adbel, seguido de innumerables guerreros, avanzaba á marchas
forzadas, impaciente por vengar su última derrota. Al saber esta noticia, los jefes de los cruzados resolvieron
levantar el sitio do Thoron, y para ocultar su retirada al enemigo, no vacilaron un momento en engañar á
sus propios soldados. El dia dela Purificacion de la Virgen, cuando los cristianos se entregaban á los ejerci
cios de devocion, anunciaron los heraldos al sonido de las trompetas á todo el campo que el dia siguiente de-
bia darse un asalto general. Todo el ejército cristiano pasó la noche preparándose para el combate : pero al
dia siguiente al amanecer se supo que Conrado y la mayor parte de los jefes habian abandonado el ejército y
tomado el camino de Tiro. Se reunen los soldados al rededor de sus tiendas para indagar la verdad, y los

(l¡ Arnoldo de Lubrk.


LIBRO NONO.— H97-H 98. 315
mas negros presentimientos se apoderan de sus espiritus, y como si hubiesen sido vencidos on una gran
batalla, solo piensan en huir. Nada estaba preparado para la retirada, pues no se habia circulado orden al
guna. Cada cual no veia mas que su propio peligro, y no consultaba sino al miedo que le dominaba; lrs unos
huian con lo que tenian de mas precioso, los otros abandonaban sus armas. Los enfermos y heridos apenas
podian seguir á sus compañeros; y los que absolutamente no podian andar quedaron abandonados en el cam
po. La confusion era general; lossoldadosmarchabancon los bagajes perodesordenadamente, sin saber la direc
cion que debian seguir, y muchos se perdian en las montanas: solo se oian lamentos y gemidos, y como si el
cielo hubiese querido juntar su cólera á este gran desórden, estalló una violenta tempestad de rayos y true
nos, inundando las aguas toda la campiña.
En su tumultuesa fuga, ninguno de los cruzados so atrevió á dirigir la vista hácia la fortaleza, que pocos
dias antes ofrecia rendirse á sus armas , y su terror solo se disipó cuando vieron las murallas de Tiro.
Habiéndose reunido al fin el ejército en esta ciudad, se preguntaban mutuamente los cruzados las causas
del desórden que acababan de esperimentar. Entonces un nuevo delirio se apoderó de los cristianos; la des
confianza y los odios sucedieron al terror pánico del que acababan de ser victimas: las mas graves sospe
chas recaian en las mas sencillas acciones, y daban una odiosa interpretacion á los mas inocentes discursos.
Los cruzados se echaban en cara unos á otros que los desaciertos y las traicionesque algunos habian cometido
eran la causa de los males que habian sufrido y de los que estaban amenazados. Tanto las medidas que habia
podido aconsejar un imprudente celo, como las que habian sido dictadas por la necesidad, parecian á sus
ojos la obra de una perfidia sin ejemplo. Los santos lugares que en otro tiempo miraban los cruzados con in
diferencia ocupaban entonces toda su atencion; los mas fervorosos censuraban el que sus jefes se dejasen lle
var de miras profanas en una guerra santa, de sacrificar la causa de Dios á su ambicion, y de abandonar al
furor de los musulmanes los soldados de Jesucristo. Los mismos cruzados decian en alta voz que Dios se ha
bia declarado contra los cristianos, porque los que él habia elegido para conducir á los defensores de la cruz,
habian abandonado la conquista de Jerusalen. No habrá ol vidado el lector que despues del sitio de Damasco,
en la segunda cruzada, se habia acusado á la avaricia de los templarios y de los francos de la Palestina, de
haber hecho traicion al celo y al valor de los guerreros cristianos. Iguales y tan graves acusaciones se hicie
ron en esta ocasion. Si damos féá las antiguas crónicas, Malek-Adhel habia prometido á muchos jefes del ejér
cito cristiano una gran cantidad de piezas de oro paraconseguir que levantasen el sitio de Thoron. Oton de
San Blas, entre otros, parece estar persuadido que los templarios habian recibido sumas de dinero para hacer
que fracasase la empresa de los cruzados: añadiendo las mismas crónicas, que cuando el principe musulman
les hizo pagar la suma convenida, solo les dió oro falso, digno preciode su ambicion y desus traiciones.
En fin el furor dela discordia llegó á tomar tales proporciones, que los alemanes y los cristianos de Siria
no pudieron permanecer bajolas mismas banderas; retirándose los unos á la ciudad de Joppe, cuyas mu
rallas reedificaron y regresando los otros á Tolemaida. Quiso aprovecharse Malek—Adhel de estas divisiones,
y provocó á los alemanes al combate. Dióse una gran batalla á poca distancia de Joppe , pereciendo en la re
friega el duque de Sajonia y el de Austria. Los cruzados perdieron á sus mejores caudillos, pero declaróse la
victoria por ellos. Despues de un triunfo debido solo al esfuerzo de sus armas, el orgullo de los alemanes no
conoció limites, y prescindieron de guardar consideracion alguna á los cristianos de la Palestina. «Nosotros
hemos atravesado el mar, decian ellos, para defender su pais, y lejos de asociarsoá nuestros trabajos, estos
guerreros, sin virtud y sin valor, nos han abandonado en el momentodel peligro.» Los cristianos de la Pa
lestina echaban en cara á su vez á los alemanes el haber ido á oriente, no para combatir, sino para
mandar; no para socorrer h sus hermanos, sino para imponerles un yugo mas insoportable que el de los tur
cos. «Los cruzados, anadian ellos, no han abandonado el occidente, sino para hacer un paseo militará la Si
ria; encontraron la paz en medio de nosotros, y dejan al pais sumergido en la guerra, pareciéndose á las aves
do rapiña, que anuncian la época de las tempestades.»
En medio de estas fatales divisiones, nadie tenia bastante ascendiente para contener les ánimos y dirigir
las opiniones. El cetro de Jerusalen estaba en las manos de una mujer, y el trono de Godofredo derribado
tantas veces, estaba sin apoyo alguno. La religion y las leyes perdian cada dia su imperio : solo la violencia
tenia el privilegio (lc hacerse respetar, no obedeciendo mas que á la necesidad óá 1» fuerza. La corrupcion y
la licencia que reinaba entre este pueblo, quü se le II.miaba aun el Pueblo de Di>s, hacia tan espantosos
316 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
progresos, que casi uno llegaria a tachar de exageradas las relaciones de los autores contemporáneos y do
los testimonios oculares.
En este estado de decadencia, en medio de estos vergonzosos desórdenes, los mas prudentes barones y sa
bios prelados, pensaron en dar un jefe á las colonias cristianas, y suplicaron á Isabel, viuda de Enrique de
Champaña, que eligiese un nuevo esposo que consintiese en ser soberano. Isabel habia dado por medio de
tres matrimonios, tres reyes á la Palestina. Se le propuso que contrajera matrimonio con Amaury, que aca
ba de suceder á Guido de Lusiñan en el reino de Chipre. Dice un historiador árabe, que Amaury era un
hombre sabio y prudente, que amaba á Dios y respetaba la humanidad. No temió este principe reinar en me
dio de la guerra y rodeado de alborotos y sediciones en lo que quedaba del desgraciado reino de Jeru-
salen, repartiéndose con Isabel los vanos honores del trono. Fué celebrado su matrimonio con mucha mas
pompa, dicen los historiadores, de la que permitia el estado del reino. Aun cuando este enlace no pudo re
mediar todos los males de los cristianos, dióles al menos la consoladora esperanza que sus discordias serian
apaciguadas, y que las colonias de los francos, mejor gobernadas, podrian recoger algun fruto de las victorias
obtenidas sobre los infieles. Pero una noticia que acababa de llegar del occidente debia difundir el luto por
todo el reino, y poner al mismo tiempo un término á las estériles hazañas de la guerra santa. Al celebrarse
las fiestas que siguieron al matrimonio y á la coronacion de Amaury, se supo la muerte del emperador En
rique VI. La eleccion de un nuevo jefe del imperio iba á ser causa de violentos deba tes en Alemania: cada cual
de los principes y de los señores alemanes que se hallaban entonces en Palestina, tomó la resolucion de re
gresar al occidente.
El conde de Monfort y muchos caballeros franceses acababan de llegar á la Tierra Santa, y solicitaron á
los principes alemanes que difiriesen la época de su marcha. Al saber el papa la muerte de Enrique VI escri
bió á los jefes de los cruzados, para suplicarles concluyesen su obra, y no abandonasen la causa de Jesucristo.
Pero ni las suplicas del conde de Monfort ni las exhortaciones del papa, pudieron contener á los cruzados
impacientes por abandonar la Siria. De tantos principes como habian salido del occidente para hacer
triunfar la causa de Dios, solamente la reina de Hungria se mostró fiel á sus juramentos y se quedó con sus
caballeros en Palestina (1). Al regresar los alemanes á Europa solo dejaron una guarnicion en Joppe. Poco
tiompodespues de la marcha del ejército aloman, la guarnicion que celebraba la fiesta de San Martin en medio
de todos los escesos del vino y de la licencia, fué sorprendida y degollada por los musulmanes (2). Se aproxi
maba el invierno, y no se podia continuar la campaña; reinaba á la vez la discordia entre los cristianos y
entre los musulmanes; deseábase por una y otra partela paz, puesto que no podia continuarsela guerra, y el
conde de Monfort hizo con los turcos una tregua de tres años. De este modo concluyó esta cruzada, que
solo duró tres meses y que no fué para los guerreros de occidente masque una verdadera peregrinacion. Las
victorias de los cruzados habian hecho á los cristianos dueños de todas las costas de la Siria, pero su precipi
tada marcha hizo perder el fruto de sus conquistas. Las ciudades que ellos habian conquistado quedarou sin
defensores y casi sin habitantes.
Esta cuarta cruzada en la cual todas las fuerzas del occidente vinieron á estrellarse contra una pequeña
fortaleza de la Siria, y que nos presenta el estraño espectáculo de una guerra santa dirigida por un monar
ca escomulgado, ofrece al historiador menos acontecimientos estraordinarios y menos grandes males que las

(1) El padre Maimbourg hace los mas grandes elogios de la viuda de Beta. Esto ejemplo, dice , hace ver lo queso ha observado
tantas veces en otras princesas , es decir que la virtud heroica no depende eselusivamente del sexo , y que puede suplirse la debi
lidad del temperamento y del cuerpo por la grandeza del alma y la fuerza del espiritu.
(2) ruller, historiador inglés , habla detalladamente de este desastre. Como esta obra es rara, quiero traducir el trozo que
hace referencia al Tin de esta cruzad» y en el que el imparcial lector hallara las mas groseras injurias de un apasionado ene
migo de los cruzados. «En esta guerra , dice el, se veia a un ejercito episcopal, que hubiera podido servir para un sinodo , o me
jor, para ofrecer la imagen de la Iglesia miniante. Muchos capitantes regresaron secretamente a sus casas , y cuando los soldados
'luerian combatir, los oficiales huian. Ix>s restos de este ejercito se fortificaron en Joppe. La fiesta deSan Martin, este gran santo
de la Alemania, celebrabase 6 la sazon. Este santo hombre natural de la Gcrmania y obispo do Tours en Francia, se distinguio emi
nentemente por su caridad. Los alemanes reemplezaron su caridad hacia los pobres con los escesos aque se entregaban el 11 do
noviembre, de manera quenodebia ya llamarse dia santo, sino dia de festin. Losmismos escesos les pusieron en tal disposicion,
([ue cayendo sobre ellos los turcos , degollaron a cerca de veinte mil. Este dia , que los alemanes escriben con letras encarnadas en
mis calendarios , se tifio con su propia sangre , y como su campo fue su carniceria, los turcos fueron sus matadores.» ;Nicol. Fuller
1 b. II, cap. XVI, p. 1330
LIBRO NONO.— 1197-1198. 317
precedentes es pediciones. La provision y los cuidados del emperador de Alemania dueño de la Sicilia, acudió
á todas las necesidades de los cruzados, cuyas hazañas debian servir á sus ambiciosos proyectos, y á quienes
miraba como á sus propios soldados.
Los guerreros alemanes, que componian los ejércitos cristianos, no tenianlas necesarias cualidades para
asegurar las ventajasde la victoria. Siempre dispuestos á lanzarse ciegamente en medio de los peligros, no
comprendiendo qu8 puede unirse la prudencia con el valor y no reconociendo otra ley que su voluntad, su
misos á los jefes que eran de su nacion y despreciando á todos los demás, llenos de un indomable
orgullo que les hacia despreciar los socorros de sus aliados y las lecciones de la esperiencia; semejan
tes hombres no podian hacer ni la paz ni la guerra (1).
Cuando se comparan estos nuevos cruzados con los compañeros de Godofredo y de Raimundo, hállase en
ellos el mismo ardor por los combates y la misma indiferencia por los peligros : pero no se nota en ellos el en
tusiasmo que animiba á los primeros soldados de la cruz á la vista de los santos lugares. Jerusalen, abierta
siempre entonces á la devocion de los cristianos, no veia ya dentro de sus muros esa multitud de peregrinos
que al principiar las guerras santas se dirigian de todas las partes del occidente. El papa y los jefes del ejér
cito cristiano prohibian á los cruzados el entrar en la santa ciudad antes de haberla conquistado. Los cruza
dos, que no siempre se mostraron dóciles, obedecieron puntualmente esta prohibicion. Mas de cien mil guerre
ros que habian abandonado la Europa, para libertar á Jerusalen, regresaron á sus hogares, sin haber tal
ve/, abrigado el pensamiento do visitar el sepulcro de Jesucristo, por el que habian tomado las armas. Las
Ireinta onzas de oro prometidas por el emperador á todos los que pasarian el mar para combatirá los infieles,
aumentaron mucho el número de los cruzados, lo que no se vió en las precedentes espediciones, en las que
los soldados de la cruz no podian ser arrastrados sino por motivos religiosos. En las otras guerras santas do
minaba el espiritu religiosoal politico : en esta cruzada, aun cuando fué directamente provocada por el jefo
de la Iglesia, y que ella íué en gran parte dirigida por los obispos, puede decirse que fué mas politica que re
ligiosa. El orgullo, la ambicion, la envidia y las mas vergonzosas pasiones del corazon humano, no trataron
coino en las precedentes espediciones de cubrirse con el velo religioso. El arzobispo de Maguncia, el obispo de
llildesheim y la mayor parte de los eclesiásticos que habian tomado la cruz, no se hicieron admirar por
su sabiduria ni por su piedad, no distinguiéndose tampoco por ninguna cualidad personal. El canciller del
i mperio, Conrado, luego que regresó á Alemania, fué perseguido por las sospechas que habia infundido su
conducta durante la guerra : cayó bajo los golpes de muchos gentileshombres de Wurtzburgo conjurados con
tra él, y el pueblo miró esta trágica muerte como un castigo del cielo (2).
Enrique VI que habia predicado la cruzada, solo vió en esta lejana espedicion un medio y una ocasion de
aumentar su poderio y estender su imperio. Mientrasque la cristiandad dirigia súplicas al cielo para el buen
éxito de la guerra santa cuya alma era él, sin embargo continuaba haciendo una guerra impia y desolan
do un pais cristiano para sujetarlo á sus leyes, y amenazaba á los pueblos de la Grecia. Quitáronse los ojos
á los hijos deTancredo y fueron encerrados: las hijas del rey de Sicilia fueron reducidas al cautiverio. Lle
vó Enrique tan allá los escesos de la barbarie, que irritó á sus parientes creándose enemigos en el seno dc su
propia familia. Cuando murió, difundióse en todo el occidente el rumor que habia sido envenenado : los pue
blos á quienes habia hecho desgraciados, no pedian creer que tantas crueldades quedasen impunes; y pu
blicaron que la Providenciase habia servido de la misma esposa del emperador, para darle la muerte y ven
gar de esta manera las calamidades que habia causado en el reino de Nápoles y de Sicilia. Al aproximarse su
fin, acordóse Enrique de que habia retenido á un principe cruzado en cautiverio, á pesar de las súplicas del
padre de los fieles; y envió al rey de Inglaterra embajadores encargados de dar á este una completa satisfac
cion de un ultraje tan grande. Despues de su muerte, fue preciso dirigirse al papa, para pedirle permiso para
enterrarle en tierra sagrada, puesto quo el emperador estaba escomulgado; contentándose el papa con con
testar , que podian enterrarle entre los cristianos, pero que antes era preciso aplacar la cólera do Dios.
Ocupando Enrique las mas hermosas comarcas de Italia por la perfidia y la violencia, legó á este desgra-

(I) Cronica do Ubcrp,. Biblioteca de las Cruzadas, t. 11!.


l2) El padre Maimbourg da a Conrado, durante la cruzada, el Ululo de obispo de Wurtzburgo : nosotros hemos rectificado este
error en una ul ra que inseriamos en esta obra. lisia nolu da alguuos detalles acerca de la vida politica y privada de Conrado.
318 HISTORIA DK LAS CRUZADAS.
ciado pais un gérmen revolucionario que debia producir amargos frutos (I). La odiosa guerra que él habia-
hecho á la familia de Tancredo, debia ser causa de otras guerras funestas á su propia familia, y alejándose
de la Alemania con sus ejércitos, dejó Enrique que se formasen partidos poderosos, los que despues de
su muerte se disputaron con animosidad el cetro imperial, é hicieron al fin estallar una guerra á la que fue
ron arrastrados los principales estados de Europa. De modo que esta cuarta cruzada fué bien diferentede las
otras guerras santas, que habian contribuido á mantener ó a restablecer la paz pública en Europa, dividiendo
además los estados de la -. istiandad sin haber destruido el poderio de los turcos, y sembrando la confusion
y el desorden en la mayor parte de los reinos del occidente.

¡1) Vease mas adelante lo que costo la Sicilia a Federico II.


MBRO DECIMO.— 1198-1203. 319

LIBRO X.

QUINTA CHUZADA.

1198— 1Í03.

Imperio franco de Constantinopla.—El papa Inocencio II1 se esfuerza en reanimar el santo zelo.—Ricardo Corazon de Leon.—Feli
pe Augusto.— Predicacion de Fuleo de Ncuilly y de Martin Litz. —Teobaldo IV conde de Champaña y Luis conde de Chartres y de
V'oii, toman la cruz.—Envian diputados a Genova para fletar buques.—Muerte de Teobaldo IV. —Bonifacio, marques deMontfer-
r,ito, es elegido jefe de la cruzada.—Muerte de Fuleo de Neuilly.— Parte de los cruzados llegan a Venecia y concurren al sitio de
Zara, 4 pesar de las ordenes del papa.—Los venecianos son escomulgados.—Revolucion en Constantinopla.—Alejo el Angel el jo
ven, hijode Isaac, solicita el socorro de los venecianos.—La noticia de la conquista de la Pulla y del reino de Napoles por Gualtero
de Briena, produce una escision.—La flota se hace a la vela para Constantinopla.—Detalles de esta espedicion.—Alejo el An
gel es colocado de nuevo en el trono y promete al papa reconocerte por jefe de la Iglesia universal.

Despues de cuanto llevamos dicho acerca de las santas espediciones, el lector habrá podido formar su opi
nion sobre el verdadero valor de los antigues cristianos : comparando los diversos anides de la guerra do
los tiempos antigues y de los tiempos modernos, podria creerse que jamás el valor humano rayó tan alto, co
mo en la edad media, bajo los estandartes de la cruz. ¿Qué ciega preocupacion arrastraba pues al autor del
Contrato social, cuando escribia : a Las tropas cristianas, se dice, son escelentes; yo lo niego: por lo que
á mi toca, yo no conozco tropas cristianas?» Pudiéramos concretarnos á pronunciar aqui los nombres de Go-
dofredo, de Balduino, de Raimundo, de Tancredo y de Ricardo, para refutar tan estraña paradoja; podria
mos contentarnos con recordar las heroicas victorias que habian difundido el terror en todo el oriente; ad
mirables triunfos que hacian creer á los musulmanes que los francos eran de una raza superior al resto delos
hombres.
Pero Rousseau procurando huir de los recuerdos de las espediciones sagradas, pretende que los cruzados,
bien lejos de ser cristianos, eran soldados del clero, ciudadanos de la Iglesia, que se batian por su pais espiri
tual que ella habia hecho temporal, sin saber cómo. Hay en este raciocinio una profunda ignorancia de las
cruzadas, de su carácter y de sus tendencias. El autor del Contrato social, participando del error de muchos
otros filósofos de su tiempo, estaba persuadido de que los papas habian hecho las cruzadas. En el primer libro
de esta historia sé ha visto lo contrario, esto es, qun las espediciones dela cruz nacieron del entusiasmo reli
gioso y guerrero que animó á los pueblos del occidente : sin este entusiasmo, que no era por cierto obra do
los jef ,$ de la Iglesia, las predicaciones de la Santa Sede no hubieran podido reunir un solo ejército bajo las
santas banderas. Observad que durante las guerras de ultramar, lossoberanos pontifices fueron echados de
Roma, despojados de sus estados, y que no llamaron ciertamente á los cruzados á la defensa del pais temporal
de la iglesia. No solamente los cruzados no fueron los ciegos instrumentos de la Santa Sede, sino que resis
tieron mas de una vez la voluntad de los papas, dando pruebas en el campo de su esforzado valor unido á la
piedad. Hubo sin duda algunos jefes y algunos principes arrastrados á los paises del Asia por la ambicion ó el
amor á la gloria : pero la religion, bien ó mal entendida, arrastraba al mayor número; las creencias cristia
nas, cuyos defensores eran los cruzados, les hacian desafiar todos los peligros por el deseo de las celestiales
recompensas y el desprecio de la vida. El islamismo amenazaba la Europa, la religion cristiana, queso mez
claba en todo, y que era la patria, se hallaba en peligro : y ¿qué cosa mas natural que volar á su defensa y
sacrificar por ella sus bienes, su reposo y su vida? Hó aqui la verdad tal como los niños la comprenden, pe
ro la verdad se escapa, por su misma sencillez, á los que por juzgar las cosas humanas tienen necesidad de
desplegar todo el aparato de una orgullosa y triste filosofia. Rousseau no ha comprendido jamás lo que hay de
grande y admirable en las inspiraciones del cristianismo : despues de haber pensado que los verdaderos cris
tianos sirven solo para ser esclavos, ¿cómo hubiera podido creerles capaces de valor, de entusiasmo y do
320 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
senlimicnlos generosos? El gran disparato de los filósofos del siglo último consiste en haber querido volver á
hacer el mundo según su sistema, y de haber crcadoal hombre según su fantasía. La historia tiene menos
pretensiones: ella considera la humanidad tal como es, y no sabe sino oponer hechos á los elocuentes sofis
mas. No llevaremos mas lejos nuestros raciocinios, y dejaremos á los conquistadores latinos de Bizancio la
tarea de responder al autor del Contrato social.
La marcha de los cruzados alemanes había sumergido a los cristianos de ultramar en la mayor aflicción;
entregadas las colonias cristianas á sus propias fuerzas, no contaban con otra protección que la que les ofre- .
cia la tregua que acababa de concluirse entre Malek-Adhel y el conde de Monfort. Losinfieles tenían dema
siada superioridad sobre sus enemigos para respetar largo tiempo un tratado que miraban como un obstácu
lo á los progresos de su poderlo. Amenazados los cristianos de nuevos peligros, dirigían su vista hácia el
occidente. El obispo de Tolemaida, acompañado de muchos caballeros, se embarcó para Europa¡ con el obje
to de solicitar el socorro de los fieles. El buque desgraciadamente naufragó al alejarse de las costas de la Siria,
pereciendo el obispo de Tolemaida y todas las personas de su séquito y á otros buques que se habían hecho á la
vela poco tiempo después, la tempestad les obligó á guarecerse en el puerto de Trípoli. Por este fatal accidente
las súplicas y las quejas de la Palestina no pudieron llegar hasta el occidente (1).
Sin embargo la faina enteraba á todo el mundo de la triste situación en que se hallaba el débil reino de
Jerusalcn. Algunos cristianos, escapados milagrosamente de la muerte, contaban á su regreso los triunfos
y las amenazas de los turcos; pero en el estado en que se encontraba la Europa, nada era mas difícil que el
arrastrar á los pueblos á una nueva cruzada. La muerte del emperador Enrique VI habia dividido á los pre
lados y á los príncipes de Alemania. El rey de Francia Felipe Augusto estaba siempre en guerra cen Ricardo
rey de Inglaterra. Uno do los hijos de la reina de Hungría acababa de tomar la cruz; pero habia juntado
solamente un ejército con el objeto de conmover al reino y apoderarse después de la corona. En medio de las
sangrientas discordias que devoraban al occidente, parecía que los pueblos cristianos habían olvidado la
tumba de Jesucristo; solo un hombre se conmovió á la vista de las desgracias de los fieles de oriente y no
perdió seguramente la esperanza de socorrerles.
Inocencio III (2) acababa de reunirá la edad de treinta años los sufragios del conclave. En la edad de las
pasiones, consagrado á la mas austera soledad, ocupado sin cesar en el estudio de los santos libros, y siempre
dispuesto á confundir con la sola autoridad de su raciocinio las nuevas herejías, el sucesor de san Pedro
derramó lágrimas al saber su elevación; pero luego que estuvo sentado en el trono pontificio, desplegó Ino
cencio un carácter nuevo : el mismo hombre que parecía temer el brillo del poder, solo se ocupó en buscar
medios de engrandecerlo y demostró la ambición y el inflexible carácter de Gregorio VII. Su juven
tud, que le prometía un largo reinado, su ardor en defender la causa de la justicia y de la verdad, su elo
cuencia, sus luces, sus virtudes que le granjeaban el respeto de los fieles, hadan concebir la esperanza que
aseguraría el triunfo de la religión, y cumpliría un dia los proyectos de sus predecesores (3).
Como el poder de los papas estaba fundado en los progresos déla fé y en el piadoso entusiasmo délos cris
tianos, Inocencio puso desde luego lodo su conato en reprimir las peligrosas innovaciones y las imprudentes

(I) Puede leerse, sobre esle particular, la carta del gran maestre de los hospitalarios a sus hermanos de Inglaterra; la que se
hallará traducida en la Biblioteca de las Cruzadas.
(1) Mnratori y Baluzc bau publicado la vida de Inocencio 111. - < Muratori, (Fcriplor rer. italicarvm. t III p. 486-5C8. )Hé aquí la
descripción que de él hace un manuscrito sacado de la biblioteca de Aviñon. Inocencio estaba dotado de un espíritu penclranle,
de mucha memoria, versado eu las letras divinas y humanas, era elocuente en sus discursos y en susescritos, y ejercitado en el
canto y en la salmodia, de una mediana estatura y buena figura. Liberal en socorrer al necesitado y en todos los gastos necesarios
íi la vida, era económico en todo lo demás á menos que la necesidad le obligase á ser generoso. Era severo con los rebeldes y perti
naces, pero dulce con los adictos y humildes, de ánimo esforzado, magnánimo, decidido defensor de la fé, cnemipo de la herejía,
rígido por la justicia, pero compasivo, humilde en la prosperidad, paciente en la adversidad, y de un genio pronto, pero fácil á
apaciguarse. Hizo sus estudios en París y Coloña, y aventajó á sus condiscípulos en filosofía y teología, como lo prueban las diver
sas obras que hizo y se publicaron en varias épocas.
(3) Un escritor alemán, llurtcr, ha publicado una historia de Inocencio III traducida al francés por Mr. deSaint Clicron. Hay en
este libro mucha ciencia y sagacidad, y el gran retrato de Inocencio III se encuentra delineado con mucha mas imparcialidad de
la que era de esperar de un historiador prolestante. No podemos menos decilar aquí la Historia del papado, por Leopoldo Ranke y
la Historia de Gregorio VII por Voigt. Este movimiento, salido de la reformada Alemania, para apreciar con una justicia demasia
do rara hasta este dia, la misión de los soberanos pontífices en la edad media, es uno de los hechos mas notables de nue>lro tiempo
LIBLIO DECIMO. — 1 -198-1203. 321
doctrinas que empezaban á corromper á su siglo y amenazaban el santuario, ocupóse sobre tooo en reani
mar el ardor de los cruzados, y para dominar el espiritu de los reyes y de los pueblos, para reunir á todos
¡os cristianos y hacerles concurrir al triunfo de la Iglesia, les habló del cautiverio de Jerusalen, de la tum
ba de Jesucristo y de los santos lugares profanados por la presencia y la dominacion de los in lteles .
En una carta dirigida á los obispos, al clero, á los señores y á los pueblos de Francia, de Inglaterra, de
Hungria y de Sicilia, el soberano pontifice anunció la voluntad, las amenazas y las promesas del Dios de los
cristianos. «Desde la lamentable pérdida de Jerusalen, decia él, la Santa Sedeno ha cesado de rogar al cielo
y de exhortará (os fieles á vengar la injuria hecha á Jesucristo, desterrado de su herencia. En otro tiempo
Urias no queria entrar en su casa ni verá su mujer, mientras que el arca del Señor estaba en el campo, y
ahora nuestros principes, en esta pública calamidad, se abandonan á amores ilegitimos, se embriagan en los
deleites, abusan de los bienes que el cielo les ha dado, y se persiguen mutuamente por sus i m placa bles odios,
no pensando mas que en vengar sus injurias personales, y no consideran que nuestros enemigos nos insul
tan diciendo: ¿Dónde está vuestro Dios, que no puede libertarse á si mismo de nuestras manos1? nosotros h;-
mos profanado vuestro santuario y los lugares en que pretendeis que ha nacido vuestra supersticion; nosotros
hemos roto las armas de los franceses, de los ingleses, de los alemanes, y sometido por segunda vez á los /ic-
ros españoles : ¿ qué nos queda pues para hacer, sino que sea echar á los que'habeis deiado en la Siria y pene
trar hasta el occidente, para borrar para siempre vuestro nombre y vuestra memoria1*
Tomando luego un tono mas paternal esclamó Inocencio: «Demostrad que no ha bis perdido vuestro valor;
prodigad por la causa de Dios todo lo que habeis recibido de él, y si en una ocasion tan critica, rehusais el
servir á Jesucristo, ¿qué escusa podriais alegar ante su terrible tribunal * Si Dios ha muerto para el hom
bre, ¿temerá el hombre morir por su Dios? ¿Rehusará dar su pasajera vida y los bienes perecederos de este
mundo al que nos abre los tesoros de la vida eterna "? »
Al mismo tiempo fueron enviados prelados á todas las comarcas de Europa para predicar la paz entre los
principes y exhortarles á reunirse contra los enemigos de Dios. Revestidos estos prelados con toda la conüan-
za de la Santa Sede, debian comprometer á todas las ciudades y á los señores á hacer partir, á sus costas, un
cierto número de caballeros y soldados hácia la Tierra Santa. Ellos prometian la remision de los pecados y la
proteccion especial de la Iglesia (1) á todos los que tomarian la cruz y las armas, ó que contribuyesen á los
gastos de equipo y al mantenimiento de las milicias de Jesucristo. A iin de recibirel piadoso tributo de los lio
les, se colocaron arquillas (2) en lodas las iglesias. En el tribunal dela penitencia, loscuras ordenaban á todos los
pecadores que concurriesen á la santa empresa; ninguna culpa podia hallar indulgencia ante Dios, sin la
sincera voluntadde tomar parto en la cruzada. El celo por la restauracion de los santos lugares parecia ser en
tonces la sola virtud que el papa exigia de los cristianos : hasta la caridad misma perdia algo de su valor, si
ella no se ejercia á favor de los cruzados. Como se echaba en cara á la iglesia de Roma la imposicion de cargas
álas que ella apenas contribula, exhortó el papa á los jefes del clero y hasta á todos los eclesiásticos, á que
diesen el ejemplo de su adhesion y de sus sacrificios. Inocencio hizo fundir su vajilla de oro y de piata
para acudir á los gastos de la Tierra Santa, y solo quiso servirse durante la cruzada de vasos do madera v de
greda.
Estaba el soberano pontífice lan lleno de confianza en el celo y piedad delos cristianos, que escribióal pa
triarca y al rey de Jerusalen anunciándoles los socorros del occidente. Nada omitió de cuanto pudiese con
tribuir á aumentar el número de los soldados de Jesucristo- Dirigióse al emperador de Constantinopla, y le
hizo cargos p( r la indiferencia que demostraba para el rescate de los santos lugares (3). Esforzóse el empera
dor Alejo en su respuesta, en demostrar su celo por la causado la religion, pero decia que la época de la res-

(1) En medio de las exhortaciones de la cruzada algunos barones suscitaron la cuestion de ssber, si podian tomar la cruz contia
la voluntad de sus mujeres: vxorum assensum. Respondio el papa que podian hacerlo in tania nrcessitat* christianitatis [EpiM.
Innocent. ¡. En cuanto a la peregrinacion dela mujer sin el consentimiento del marido, no se decidio, y el padre Doutremon declara
gravemente que ofreceria muchas dificultados. (Nol. In Constantinopol., Belgica, p. «2I.)
2) Observa Fleury, que hasta entonces no se habian visto arquillas en las iglesias, y cree que en aquella epoca fue cuando
empezaron a estaren uso.
i3) El cardenal Alberto y Albertini fueron encargados de la negociacion cerca del emperador Alejo, enyoobjrto ora comprome
terle a trabajar parj la destruccion itel mjliomettsmo.
¡I
322 H1ST0U1A DE LAS CRUZADAS.
tauracion no habia llega lo aun, y que temia oponerse á la voluntad de Dios, irritado por los pecados de los
cristianos. El principe griego recordaba con oportunidad las tropelias que habian cometido en el imperio los
soldados de Federico; suplicando al papa que dirigiese sus amonestaciones contra aquellos que fingiendo tra
bajar por la causa de Jesucristo, se rebelaban contra la voluntad del cielo. «Todavia no es tiempo, anadia
Alejo, de arrancar la Tierra Santa de las manos de los sarracenos; yo creo que el adelantarse á la época mar
cada por Dios, será emprender una obra inútil.» Inocencio III en su correspondencia con Alejo se esforzaba
en refutar la opinion del emperador griego. «Todos los que han sido regenerados por las aguas del bautismo,
decia, del>en comprometerse espontáneamente á seguir la cruzada, temiendo que al es¡x;rarél incierto dia
de la restauracion del santo sepulcro y no haciendo nada por si, se atraigan el justo castigo de Dios.» No di
simulaba el soberano pontifice al escribirá Alejo sus pretensiones al imperio universal, y hablaba como el
soberano arbitro de los reyes de oriente y de occidente. Se aplicaba estas palabras dirigidas á Jeremias.
« Yo to he establecido sobre las naciones y sobre los reinos para arrancar y disipar, para edificar y plantar;»
y comparaba el poder de los papas y el de los principes, el uno al sol, que ilumina el universo durante el
dia, y el otro á la luna, que ilumina á la tierra durante la noche (1).
Las pretensiones que alimentaba Inocencio y el empeño que ponia en hacerlas efectivas, neutralizaron sin
duda el efecto de sus exhortaciones, y debieron debilitar el celo de los principes cristianos á quienes queria
arrastrar á la cruzada. Los principes y los obispos de Alemania estaban divididos entre Oton de Sajonia y
Felipe deSuabia: el soberano pontifice se declaró abiertamente por Oton, y amenazó con los rayos de la
Iglesia á todos cuantos seguian el partido contrario. En medio delos alboroto» que estallaron en esta ocasion,
los unos solo se ocuparon de sacar partido del favor del soberano pontiüce, y los otros de ponerse al abrigo
de sus amenazas. Toda la Alemania se encontraba comprometida en esta gran cuestion; nadie tomó la cruz.
Uno de los legados del papa, Pedro de Capua, llegó á restablecer la paz entre Ricardo Corazon de Leon y
Felipe Augusto; Ricardo, quequeria gobernar al apoyo de la Santa Sede, prometia sin cesar equipar una
Ilota y reunir un ejército para ir á hacer la guerra á los infieles. Celebró en su capital un torneo, en medio
del cual exhortó á los caballeros y á los barones á seguirle al oriente, pero todas estas demostracio
nes, cuya sinceridad podia ponerse en duda, no produjeron resultado alguno. No tardó en estallar de nuevo la
guerra entre los reinos de Francia y de Inglaterra; y Ricardo, que renovaba todos los dias el juramento de
combatirá los infieles, murió combaliendo á los cristianos.
Felipe Augusto acababa de repudiar á su mujer Ingeburga, hermana del rey de Dinamarca; para enla
zarse con Inés de Mcrania. El soberano pontifice en una carta dirigida á los fieles, habia censuradoagriamente
á los principes que se entregaban a amores ilegitimos : y ordenó á Felipe Augusto que se reuniese de nuevo
con Ingeburga, y como Felipe Augusto rehusase el obedecer, arrojóse el entredicho sobre el reino de Francia.
Durante muchos meses fueron interrumpidas todas las ceremonias do la religion; cesó de resonar en la cáte
dra del Evangelio la santa palabra; ya no se oyó mas ni el tañido de las campanas, ni el acento de la plega
ria; negábase á los muertos la sepultura cristiana, y las puertas del santuario estaban cerradas á los fieles :
la tristeza y el luto reinaban en todas las ciudades y campiñas, de donde parecia estar desterrada la religion
cristiana y las que parecian estar invadidas por los musulmanes. Aun cuando los cruzados fueron exentos del
entredicho, el espectáculo que ofrecia la Francia desanimaba á la mayor parte de sus habitantes; Felipe
Augusto irritado contra el papa, mostróse muy poco dispuesto á reanimar su celo, y el clero, cuya influencia
podia reanimar el espiritu público y dirigirlo hácia la guerra santa, tenia que deplorar menos el cautiverio de
Jerusalen, que el desgraciado estado del reino (2).
Sin embargo, un cura de NouilIy-sur-Marne, estendia por toda la Francia la fama de su elocuencia y de
sus milagros. Foulques habia llevado una viJa desarreglada; pero al fin, herido deunsincero arrepentimiento,
no se contentó cen espiar sus desórdenes cou la penitencia; quiso arrastrará todos los pecadores al cami-
(t) Epist. Innoeent.
(8) Todos los historiadores han hablado de la profunda impresion que produjeron en Francia la escomunion de Felipe Augusto
y el entredicho que se fulmino contra todo el reino. Vease principalmente la cronica de San Dionisio en los últimos años de Felipe
Augusto ( Hist. de Franc. t. XIV ). Despues de esta ¿poca es cuando los royes de Francia han tratado do establecer el principio,
que los papas no tienen el derecho do romper los lazos que unen a lossúbditos con el monarca, ni sobre lodofulminar un entredi
cho general contra todo un reino , y que las escomuniones solo pueden ser lanzadas contratos individuos, no pudiendo producir
mas que efectos religiosos.
LIBUü DECIMO. — II 98-1403. 323
nodo la virtud, y recorrió las provincias exhortando al pueblo al desprecio de las cosas de la tierra. Dios,
para probarlo, permitió que ensus primeras predicaciones fuese Foulques ospuestoá la risa delauditorio; pero-
bien pronto las verdades que anunciabale granjearon el respeto de los fieles. Los obispos le invitaron á
ir á predicar en sus respectivas diócesis : en todas partes se le tributaban estraordinarios honores; el pueblo
y el clero corrian delante do ól, comosi hubiese sido un enviado de Dios. Foulques no tenia, dice la crónica de
San Victor, nada de singular en su modo de vestir y en su método do vida : Vm á caballo y coinui lo que la
daban. Se le veia predicar tan pronto en las iglesias, como en las plazas públicas; asistiendo tambien en
lasasambleas de los barones y caballeros. Su elocuencia estaba dotada do sencillez y naturalidad Su misma
ignorancia le preservó del mal gusto de su siglo; no cautivaba su numeroso auditorio, ni por las vanas suti
lezas de la escuela, ni por la mezcla de citas de la Escritura y do pensamientos profanos de la antigüedad;
despojadas sus palabras de la erudicion que entonces se admiraba, eran mas persuasivas, y convonian mas
directamente al corazon. Los mas doctos predicadores se colocaban en medio de sus discipulos, y decian que
el Espiritu Santo hablaba por su boca. Animado de osta fó que hacia prodigios, encadenaba conforme (pie-
ria las pasiones de la multitud, y hacia resonar hasta en el palacio de los principes (I) el trueno de las ame
nazas evangélicas. Despues de haberle oido todos los que se habian enriquecido por medio del fraude y de la.
usura, se apresuraban á restituir lo (pie habian adquirido injustamente. Los libertinos confesaban sus pe
cados, y se entregaban á la mas austera penitencia; las mujeres prostituias deploraban á ejemplo de la
Magdalena el escándalo de su licenciosa vida, se cortaban los cabellos, y trocaban sus adornos por el cilicio y
la túnica prometiendo á Dios vivir en el retiro y morir santamente. En fin la elocuencia de Foukpies de N.eui-
lly produjo tan grandes milagros, que la mayor parte de los autores contemporáneos hablando él como do
otro Pablo, enviado para la conversion de su siglo. Uno do ellos llega al estremo de decir que no se atrevo á
relatar todo lo que sabe, desconfiando de la incredulidad do los hombres (?).
Inocencio III puso los ojos en Foulques de Neuilly, y le confió la mision que se habia dado cincuenta años
antes á san Bernardo. El nuevo predicador de la cruzada tomó tambien la cruz en un capitulo general de la
orden del Cister. A su voz, el celo por la guerra santa, que parecia estinguido, dió señales de gran vida y en
tusiasmo en todas partes : en cada ciudad que atravesaba acudia todo el mundo para oirle; y todos cuantos
ostaban en estado de tomar las armas, hacian el juramento de combatir á los infieles.
.Muchos santos oradores fueron asociados á los trabajos de Foulques de Neuilly: Martin Litz, del orden del
Cister, predicó la cruzada en la diócesis de Basilea y en los orillas del Bhin; Hcrloin, monje de San Dionisio
recorrió las campiñas aun salvajes de la Bretaña y del Bajo Poitou; Eustaquio aba te de Flay, atravesó dos ve
ces el mar con el objeto do escitar el entusiasmo y el ardor de los pueblos de Inglaterra.
Estos misticos oradores no estaban dotados todos de la misma elocuencia, pero animaba á todos ed
ceb mas ardiente. La profanacion do los santos lugares, los males do los cristianosde orientc y el recuerdo
de Jorusaleu animaban sus discursos. Tal era el estado de los ánimos aun en Europa, que bastaba á los orado
res, como en las primeras cruzadas, pronunciar el nombre de Jesucristo y hablar de la ciudad de Dios, do
minada por los infieles, para que su auditorio se deshiciese en lagrimas y seentregaso á los trasportes de un
santo entusiasmo. En to las partes el pueblo demostralw la misma piedad y los mismos sentimientos, pero
la causa do Jesucristo tenia principalmente necesidad del ejemplo y del valor de los principes y de los señores.
Como acababa do proclamarse en Champaña un torneo en el que debian reunirse los mas valientes guerre
ros de Francia, do Alemania y de Flandes, Foulquesacudió al castillo de Ecry-sur-Aisne, que era el punto do
reunion deloscaballeros. Asique Foulques hablo de Jcrusalen, los caballeros y los barones olvidaron de reponte
las justas, los golpes do lanza, los altos hechos de armas, y la presenciado las damas y señoritas que daban
precio al valor. Todos prestaron el juramento de combatir á los ¡ufieles, y todo el mundo debió estrañar ver

(1) Si debe ciarse crédito a las cronicas contemporaneos, Foulques se dirigio a Ricardo Corazon dol.con,y lo dijo: Vos teneis irc*Ai-
jas para ca%ar, laaoaricia, el orgullo y la lujuria.—Yo doy, respondio Ricardo, mi orgullo a los templarios, mi avaricia a los monjes
del Cister, y mi lujuria a los obispos. [ Vease la Biblioteca de las Cruzadas t. ¡. )
(2) Alberto .Ricord , Otou de San Blas, Jacobo de Vitri ,1a cronica de Raoul de Coggeshade, la cronica de Brompton , y Mario
Sandio nos han dejado algunos detalles sobre la vida de l.oulques: la historia eclesiastica do-Kleuri, t. XVI, ha recopilado todos los
materiales esparcidos en las antiguas cronicas El abale I.ebeut, en su historia de Ifcris , cila una obra sobre la vida de l.oulques,
I vel. en 12, Parts , H:20, que en balde hemos procurado adquirir.
324 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
tan gran número de defensores de la cruz salir de las belicosas fiestas que la Iglesia habia severamente pro
hibido.
(1200) A la cabeza de los principes yde los señores que se alistaron en la cruzada se veia á Teobaldo IV
conde de Champaña, y á Luis conde de Chartres y de Blois, parientes lostíos de los reyes de Francia y de In
glaterra. El padre de Teobaldo habia seguido a Luis el Joven en la segunda cruzada; su hermano mayor
habia sido rey de Jerusalon; dos mil quinientos caballeros le debian homenaje y servicio militar; la noble
za de Champaña sobresalia en el ejercicio de las armas. Como Teobaldo se habia casado con la heredera de
Navarra, podia reunir bajo de sus banderas á los habitantes mas belicosos de los Pirineos. Luis, conde
de Chartres y de Blois, contaba entre sus ascendientes á uno de los jefes mas valientes é ilustres dela prime
ra cruzada, y era dueño de una provincia en la que habia muchos guerreros. A ejemplo de estos dos prin
cipes, se cruzaron el conde de San Pablo, los condes Gualtero y Juan de Briena, Manases de la Isla, Re
nard de Dampierre, Mateo de Montmorency, Hugo y Roberto do Boves condes de Amiens, Rinaldodc Boloña,
Geofrodo de Perche, Rinaldo de Montmirail, Simon de Monfort, que acababa de fi mar una tregua con los
turcos y Geofredo de Villehardouin (1 ) mariscal de Champaña (2) quenos ha dejado una relacion de esta cru -
zada escrita con la soncillez propia de su tiempo.
Entre los eclesiásticos que habian tomado la cruz, la historia nombra á Nivelon de Cherisi, obispo de Sois-
sons; Garnier, obispo de Langres; el abate de Looz yelabatede Vaux-de-Cernay. El obispo de Langres, que
habia sido objeto de las censuras del papa, creia hallar en la peregrinacion de la Tierra Santa una ocasion para
reconciliarse con la Santa Sede. Los abates de Looz y de Vaux de Cernay se habian hecho notar porsu piedad
y sus luces, el primero lleno de sabiduria y de moderacion; el segundo animado de un santo entusiasmo,
y de un ardiente celo que demasiado acreditó despues contra los albigenses y los partidarios del conde do
Tolosa (3).
Luego que los caballeros y los barones regresaron a sus lugares, llevando una cruz encarnada sobre sus
taha lis y sobre sus cotas de malla, dispertaron con su presencia el entusiasmo de sus vasallos y de sus her
manos de armas. La nobleza de Flandes, á ejemplo de la de Champaña, quiso demostrar su celo para la res
tauracion de los santos lugares (4). Balduino que habia tomado el partido de Ricardo contra Felipe Augusto,
buscó debajo del estandarte de la cruz un asilo contra la cólera del rey de Francia, y juró en la iglesia de
San Domiciano de Iírujas, de ir al Asia á combatir á los musulmanes. Maria, vizcondesa de Flandes, herma
na de Teobaldo conde de Champaña, no quiso vivir separada de su esposo, y á pesar de hallarse en la flor de
su juventud y que estaba en cinta, prestó el juramento de seguir á los cruzados á la otra parte de los ma
res y de abandonar un pais que ella no debia volver á ver jamás. El ejemplo de Balduino fué segui
do por sus dos hermanos (o), Eustaquio y Enrique conde de Sarbruek, por Conon de Bethune, célebre por
su piedad y su elocuencia, y por Jaime de Avesnes, hijo del que bajo el mismo nombre se habia hecho céle
bre en la tercera cruzada. La mayor parte de los caballeros yde los barones de Flandes y de Hainaut pres
taron tambien el juramento de tomar parte en la guerra santa.
Reuniéronse los principales jefes de la cruzada en Soissons y despues en Compiegné, y dieron el mando de
la santa espedicion á Teobaldo conde de Champaña. Decidióse tambien que el ejército de los cruzados so di
rigiria por mar á oriente. Despues de ado piada esta resolucion, fueron enviados seis diputados á Venecia (6)
(1 ) El nombre de Villehardouin trae su origen de una poblacion o castillo de la diocesis de Troves, entre Bar y Arcy; la prime
ra rama A la que pertenecia el historiador, solo subsistio hasta U00; la segunda, que adquirio el principado de Acaya, vino a unirse
con la casa de Saboya. Se hallara una noticia historica muy circunstanciada sobre Villehardouin en nuestra nueva coleccion do
memorias para servir a la Historia de Francia t. 1.
(2) Este oficio era con respecto a los grandes feudos lo que la dignidad de mariscal de Francia fue despues por la monarquia.
(3) El abilo de Vaux-de-Cernay nos ha dejado una cronica sobre la guerra de los albigenses, laque ha sido traducida en la
coleccion publicada por Mr. Guizot.
(4, Los acontecimientos de la cruzada, por lo que hace relacion a los condes de Flandes y a la nobleza de este condado, han sido
recopilados por el padre d'Outi emanen la obra intitulada: Covstantinnpol. Belgica. Tournai, 1638 in-4.° Ducange se ha aprovecf(a-
do mucho de esta obra para sus notas, que han ignorado la mayor pai te de los historiadores. El mismo Gibbon declara que el no
ha podido hacerse con un ejemplar.
tt' Rhainnusim da una lista muy detallada de los ci calleros y de los barones que tomaron la cruz; el padre Outreman da tam
bien una lista de ellos. En las notas que acompañan la historia de Villehardouin, Ducange nos ha dejado muchos curiosos detalles
((cerca de los caballeros y los barones de Klan(fe y de la Champaña que hahian tomado parte en la cruzada.
Cu Villehardouin nos ha conservado los nombres de los seis diputados que fueron a Venecia. F.l conde Teobaldo nombro dos:
LIBRO DECIMO.— 1200-120:*. 3á5
á fin de oblcner de la república los buques necesarios para el trasporte do hombres y caballos.
Los venecianos estaban entonces en el apogeo de su prosperidad. En medio de los sacudimientos que ha
blan precedido á la caída del poder romano, este industrioso pueblo se había refugiado en las islas que ro
dean el golfo Adriático; situada sobre las ondas, ella -había concentrado sus miras húcia el imperio del mar,
en el cual no penaban los bárbaros. Estuvo sometido en un principio luego á los emperadores de Constanti-
nopla; pero á medida que el imperio griego marchaba á su decadencia, la república veneciana tomaba tantas
creces en poderío y en esplendor que debia por último hacerla independiente. Desde el décimo siglo, los pala
cios de mármol habian reemplazado á las humildes cabañas de los pescadores esparcidas en la isla de Riallo.
Las ciudades del lstria y de la Dalmacia obedecían á los soberanos del mar Adriático. La república, temible
va á los mas poderosos monarcas, podía armar al menor señal una Ilota de cien galeras, que empleaba
sucesivamente contra los griegos, los sarracenos y los normandos: el poder de Venecia era respetado en to
dos los pueblos del occidente; y en vano las repúblicas do Gónova y de Pisa le habian disputado la dominación
de los mares. Los venecianos recordaban con orgullo las palabras que el papa Alejandro 111 había dirigido al
dux al darle una sortija: Toman la mar por esposa por medio de esti sortija: que sepa toda la posteridad
que los venecianos han adquirido el impeño de las olas, y que el mar les está sometido como lo está el esposo
á la esposa (1 ) .
Las flotas venecianas visitaban continuamente los puertos de la Grecia y del Asia :. trasportaban los
peregrinos á la Palestina, y volvían cargados de los ricos géneros del oriente. Los venecianos demostraban en
las cruzadas menos entusiasmo que los otros pueblos cristianos; pero en cambio supieron aprovecharse de
ellas , y mientras que los guerreros de la cristiandad combatían por la gloria, por los reinos y Por 'a tumba
de Jesucristo, los mercaderes de Venecia se batían por sus intereses y para obtener ventajas y privilegios
mercantiles, sucediendo á menudo que la avaricia les hacia emprender lo que otras naciones solo hubieran
podido hacer por el eeseso de un celo religioso. La república que debia toda su prosperidad á sus relaciones
mercantiles, buscaba sin escrúpulo alguno la amistad y la protección de las polcnoias musulmanas de la Si
ria y del Egipto; y cuando toda la Europa se armaba contra los infieles, los venecianos fueron acusados de
enemigos del pueblo cristiano (2).
Cuando los diputados de los cruzados llegaron á Venecia, la repúblíci tenía por dux á Dándolo, tan célebre
en los anales republicanos. Dándolo habia consagrado oasi toda su vida al servicio de la patria, ya desem
peñando misiones importantes, ya puesto al frente del ejército y armada; colocado al frente del gobierno,
velaba sobre la libertad y hacia imperar la ley. Sus recomendables trabajos ya en la guerra ya en la paz,
sus reglamentos sobre monedas, sobre la administración- de justicia y sobre la seguridad pública, le granjea
ron la estimación y el reconocimiento de sus conciudadanos, y habia sabido en medio de las mas recias
convulsiones de una república dominar por medio de su palabra las pasiones de la multitud. Nadie era
mas hábil que él en saber aprovechar la oportunidad favorable, y en sacar partido de las mas pequeñas cir
cunstancias, para la ejecución de sus designios. Llegado el dux de Venecia á la edad de noventa años, solo
tenia déla vejez las virtudes y la esperiencia que ella proporciona. Villehardouin le llama hombre prudente
y de (jran valor, y en la historia de Nicetas, se llama al viejo dux el prudente de los prudentes. Todo cuanto
poilia redundar en bien de su país, desportaba su actividad é inflamaba su entusiasmo; al espíritu de cálcu
lo y de economía que distinguía á sus compatriotas, Dándolo mezclaba las pasiones mas generosas, y daba un
aire de grandeza á todas las empresas de un pueblo comorcianlc. Su republicano patriotismo, sostenido
siempre por el amor de la gloria , parecía tener algo do ese sentimiento de honor y de esa noble fiereza que
formaban el carácter dominante de la caballería (3).
ficofredo de Villehardouin y A tiles de Brabante; Balduino conde de Flandes, otros dos; el conde deBelhunc y Alard deMaqueriaux.
El conde de lilois, dos; Juan de Friaisey Gualtero de Goudonvillc ( lib. 1).
(!) Los monumentos históricos reiativos a Venecia no se remontan mas allá del siglo diez, a menos que se consideren como mo
numentos, algunos fragmentos esparcidos en crónicas de las naciones bárbaias. La historia escrita por el dux Dándolo 1312-1354 )
que Muratori ha publicado en el duodécimo volumen, da muchas noticias acerca de la constitución y primeros tiempos de la re
pública.
(2) Víase las quejas de Jacobo de Vitri, de Marin Sanuto, las ordenanzas del rey de Francia, las cartas délos papas, que so
quejaban de la inteligencia que reinaba entre los venecianos y los Ínfleles. Hemos insertado algunos trozos curiosos rt la ti vos á este
asunto, en la Biblioteca de las Cruzadas t. II. colección de Slruvc.
' :f Muchos historiadores dicen que Dándolo era ci.'go y que el emperador Manuel Comncno le habia privado de la vista durante
32G HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Dandolo aplaudió con entusiasmo una empresa que lo parecia gloriosa, y en la cual los intereses do su pa
tria no estallan separados do los de la religion. Los diputados de los principes y de los barones pedian buques
de trasporte para cuatro mil quinientos caballeros, para veinte mil hombres de infanteria, y para conducir
las provisiones para todo el ejército cristiano durante nueve meses. Prometió Dandolo, en nombre de la re
pública, proporcionar viveres y los navios necesarios, con la condicion de que los cruzados franceses se com
prometian á pagará los venecianos la suma de ochenta y cinco mil marcos do piala. ConnVél no quería que
el pueblo de Venecia permaneciese estraño á la espedicion de los cruzados franceses, propuso Dandolo á Tos
diputados armar á costas de la república cincuenta galeras, y pidió á favor de su patria la mitad de las
conquistas que iban á hacerse en oriente.
Los diputados aceptaron sin repugnancia la proposicion mas interesada que generosa del dux de Venecia.
Las condiciones del tratado habian sido examinadas desde luego en el consejo del dux, compuesto de seis pa
tricios: ellas fueron ratificadas (l) luego en dos otros consejos, y presentadas finalmente á la sancion del pue
blo, que cjercia entonces el poder supremo.
Convocóso una asamblea general en la iglesia de San Marcos. El dux llamó á cien hombres del pueblo,
dice Villehardouin, despues doscientos, luego mil, hasta que todos lo aprobaron; finalmente llegó á reunir
hasta diez mil en la capilla de San Marcos, una de las mas bellas y magnificas iglesias que se pueden ver,
en la que les hizo oir la misa del Espiritu Santo, exhortándoles á suplicar á Dios que les inspirase relativa
mente á la súplica de los embajadores. Finida la misa, envióles á llamare! duque, y les amonestó para que
quisiesen requerir humildemente al pueblo, para saber si este estaba contento del convenio que so acababa
de celebrar. Asi que so hubo celebrado la misa del Espiritu Santo, el mariscal de Champaña acompañado do
otros diputados so levantó, y dirigiéndose al pueblo de Venecia, pronunció un discurso cuyas sencillas y
francas espresiones pintan mejor de lo que nosotros pudiéramos hacerlo, ol espiritu y los sentimientos delos
tiempos heroicos de nuestra historia.
« Los señores y los barones de Francia (?), los mas altos y mas poderosos, nos han enviado á vos, para
suplicaros en nombro de Dios, quetengais piedad de Jerusalen, queestá esclavizada por los turcos, y os rue
gan que los acompañeis á vengar la vergüenza de Jesucristo. Ellos os han elegido porque saben que nadie
mejor que vos y vuestro pueblo dominan los mares. Nos han encomendado que nos arrojásemos á vues
tros piés, y no nos levantáramos hasta que hayais accedido á nuestra súplica y os compadezcais do la Tierra
Santa.* '
Al decir estas palabras, conmovidos los diputados hasta el punto de verter lágrimas y no temiendo humi
llarse ¡>or la causa de Jesucristo, se arrodillaron y tendieron sus manos suplicantes ante la asamblea del pue
blo. Los venecianos sintieron tambien la intensa emocion de los barones y caballeros; mil voces esclamaron
á un mismo tiempo : Concedemos lo quepedis! el dux subió á la tribuna, ensalzó la franqueza y lealtad de
los barones franceses, y habló con entusiasmo del honor que Dios hacia al pueblo de Venecia, eligiéndolo
entre todos los demás, para unirlo con tan valerosos guerreros. Loyó en seguida el tratado concluidocon los
cruzados, y escitó á sus conciudadanos convocados para que dieran su consentimiento en la forma establecida
por las leyes de la república. El pueblo se levantó entonces y esclamó con voz unánime : Consentimos! Todos
los habitantes de Venecia estaban presentes en esta asamblea; una inmensa muchedumbre ocupaba la plaza
de San Marcos é inundaba las calles inmediatas, y el entusiasmo religioso, el amor á la patria, la sorpresa y
la alegria se manifestaban con aclamaciones tan ruidosas, que se hubiera dicho, según espresion del mariscal
de Champaña, que la tierra iba á abismarse.
Los diputados de los barones acudieron al siguiente dia al palacio de San Marcos, y juraron sobre sus es
pidas y sobre el Evangelio cumplir todas las promesas que acababan de hacer. El preámbulo del tratado re
cordaba los yerros y desgracias de los principes que habian acometido hasta entonces la libertad de la Tierra

estancia deaquel en Constantinopla. Uno de sus descendientes. Andres Pandole dice tan solo en su historia, que su abuelo tenia la
vista debil : visu debilis. Villeliardouin y olios escritores dicen que Dandolo perdio la vista en una batalla*.
( I ) Puedo verse el tratado original en la cronica do Andres Dandolo p. 3íj á US del duodecimo lomo de Muralori. Nosotros. lt¡
duremos en las piezas justificativas.
. i i Véate el discurso de Villeliardouin en el lib I i!c su crouic ..
LIBRO DECIMO — 1200-1 203. 327
Sania, y ensalzaba la prudencia de los señores y barones franceses que nada descuidaban para asegurar el
triunfo de una espedicion tan arriesgada y dificultosa; los diputados so encargaban do hacer adoptar las con
diciones que acababan de jurar á sus hermanos de armas los barones y caballeros, á toda su nacion, y á su
señor el rey de Francia si podran. Escribióse el tratado sobre pergamino y fué enviado en el acto á Roma, pa
ra recibir la aprobacion del papa (4.).
Los caballeros qnceses y los patricios do Venecia se hicieron mutuamente las mas vivas protestas de
amistad, llenos de confianza en el porvenir y en la alianza que habian eontraido; el dux prestó á los barones
diez mil marcos de plata, y ellos juraron no olvidar jamás los servicios que hacia la república de Venecia á la
causa de Jesucristo. Viéronse entonces, dice Villehardouin, muchas lágrimas de ternura y alegría.
El gobierno de Venecia era para los señores franceses un nuevo aspecláculo; eran para ellos desconocidas
las deliberaciones del pueblo y debieron llenarles de asombro; por otra parte, la embajada de los caballeros
y barones halagaba el orgullo de los venecianos: estos se felicitaban de ser reputados como la primera na
cion maritima, y sin separar nunca su gloria de sus intereses mercantiles, se alegraban de haber hecho un
negocio ventajoso. Los caballeros solo pensaban, por el contrario, en el honor y en Jesucristo, y aunque el
tratado que acababan de hacer era ruinoso para los cruzados (2), llevaron con alegria la noticia á sus com
pañeros de armas.
La preferencia que daban los cruzados á los venecianos escito la envidia de los demás pueblos maritimos
de Italia, de modo que cuando los diputados franceses se presentaron en Génova y Pisa para pediren nom
bre de Jesucristo el ausilio de estas dos repúblicas, solo encontraron corazones indiferentes para la libertad de
los santos lugares.
Despertaron, no obstante, el entusiasmo de los habitantes de la Lombardia y del Piamonte la relacion de
lo acaecido en Venecia y la presencia de los barones; muchos tomaron la cruz y las armas, y prometieron
seguir hasta la Tierra Santa á Bonifacio, marqués de Monferrato.
Al cruzar el monte Cenis, el mariscal do Champaña encontró á Gualtero de Briena, que habia tomado la
cruz en el castillo de Ecry y se dirigia á la Pulla; estaba este casado con una de las hijas de Tancredo, último
rey de Sicilia, y puesto al frente de sesenta caballeros, iba á hacer valer los derechos de su esposa y á con
quistar el reino fundado por los caballeros normandos. El mariscal Villehardouin y Gualtero de Briena se fe
licitaron mutuamente por el futuro triunfo de sus espediciones y prometieron volverse á reunir en las llanuras
de Egipto y de Siria.
Cuando los diputados regresaron á Champaña, encontraron á Teobaldo peligrosamente enfermo; al saber
el jóven principe la conclusion del tratado con los venecianos, fué tanta su alegria, que olvidando el mal que
le tenia en cama, quiso armarse y montar á caballo, pero, segun añade Villehardouin, fué esto un error la
mentable, pues la enfermedad se aumentó de tal modo, que no volvió á cabalgar mas desde entonces.
El modelo y esperanza de los caballeros cristianos murió en la flor de su edad, llorado de sus vasallos y
compañeros de armas; Teobaldo se quejó delante de los barones del cruel destino que le condenaba á morir
sin gloria, én tanto que ellos iban á recoger las palmas del martirio y de la gloria en las comarcas de orien
te, los exhortó á cumplir el juramento que habian hecho á Dios de libertar á Jerusalen y les dejó todos sus te
soros para emplearlos en la santa empresa.
Muerto el conde de Champaña, los barones y caballeros que habian tomado la cruz se reunieron para ele
gir otro jefe, y recayó su eleccion en el conde de Bar y el duque de Borgoña. El primero renunció el mando
del ejército cristiano; EudoIII, duque de Borgoña, lloraba aun la pérdida de su padre, muerto en Palestina
despues de la tercera cruzada, y no pudo resolverse á abandonar su ducado para partir á oriento.

( I) Villehardouin, lib. I.
( 2 ) He aqut las cantidades que dieron los cruzados 6 los venecianos :
Por cuatro mil quinientoscaballos, a cuatro marcos por caballo 18.000
l'or los caballeros, a dos marcos , 9.000
Por dos escuderos para cada caballo, nueve mil escuderos *8.000
l'or veinte mil infantes, a dos marcos 40 000

Total 85.000
Lo cual forma cuatro millones doscientos cincuenta mil francos.
328 HISTORIA DE LASCMJZADAS.
La negativa de estos principes escandalizó á los soldados de la cruz, y la historia contemporánea nos dice
que se arrepintieron á causa de la indiferencia con que sus jefes miraban la causa de Jesucristo.
Los caballeros y barones ofrecieron el mando á Bonifacio, marqués de Monferrato, que pertenecia á una fa
milia de héroes cristianos; su hermano Conrado se habia hecho célebre por la defensa de Tiro, y él habia
combatido varias veces contra los infieles. No titubeó en acceder á los deseos de los cruzados, partió á Sois-
sons, donde recibió la cruz de manos del cura de Neuilly, y fué proclamado jefe de la cruzada en la iglesia
de Nuestra Señora en presencia del clero y del pueblo.
Dos años habian trascurrido desde que el soberano pontifice habia mandado a los obispos predicar en sus
diócesis la cruzada; cada dia era mas deplorable la situacion de los cristianos de oriente, y los reyes de Jeru-
salen y de Armenia, los patriarcas de Antioquia y dela ciudad santa, los obispos de Siria y los grandes maes
tres du las órdenes militares dirigian á la Santa Sede incesantes quejas y gemidos. Conmovido Inocencio por
sus súplicas, hizo nuevas exhortaciones á los fieles, estimuló á los cruzados á acelerar su partida, y censu
ró con intensidad la indiferencia de los (pac al parecer habian olvidado su juramento despues de tomar la
cruz (-1).
Con objeto de reanimar la confianza y el valor de los cruzados, Inocencio les recordaba las nuevas disen
siones de los principes musulmanes y los azotes conque Dios castigaba á Egipto. « Dios, esclamaba el ponti
fice, ha descargado contra el pais de Babilonia el látigo de su poder; el Nilo, esc rio del paraiso, que fecunda
la tierra de los egipcios, ha perdido su caudalosa corriente, y este castigo, entregándolos en brazos dela
muerte, prepara el triunfo desus enemigos.»
Lascarias del papa reanimaron el ardor de los cruzados; el marqués de Monferrnto habia partido á Fran
cia en el otoño del año 4 '20 1 , y se empleó todo el invierno en preparativos para la guerra santa. Los princi
pes y barones solo admitieron bajo sus banderas á los guerreros disciplinados y á personas acostumbradas á
manejar la lanza y la espada; alzáronse algunas voces contra los judios, á quienes se queria hacer pagar ios
gastos de la cruzada, pero el soberano pontifice los puso bajo la proteccion de la Santa Sede, y amenazó con
la escomunion á cuantos atentaran contra su vida y libertad.
Al principiar la primavera los cruzados se prepararon á dejar sus hogares; el conde de Flandes, los condes
de Blois y de San Pablo, seguidos de un gran número de señores flamencos con sus vasallos, y el mariscal de
Champaña, acompañado de muchos caballeros, se dirigieron cruzando por Borgoña, y pasaron los Alpes pit
ra irá Venecia. No tardó en reunirse con ellos el marques Bonifacio, al frente de los cruzados de Lombardia,
del Piamonte, de Saboya y de los paises ,situados eutre los Alpes y el Ródano» Venecia albergó en sus muros
á los cruzados salidos delas orillas del Rhin, unos al mando del obispode Ilalberstadt, y otros al de Martin
Litz, que les habia impulsado á tomar las armas y continuaba reanimando su celo con el ejemplo de sus vir
tudes y de su piedad.
Cuando los cruzados llegaron á Venecia, estaba dispuesta á darse á la vela la escuadra que debia condu
cirlos á oriente; fueron recibidos con todas lasdemostraciones de alegria, pero en medio de las fiestas celebra
das despues de su llegada, los venecianos intimaron á los barones que cumplieran su palabra, pagando la
cantidad con (renida por el trasporte del ejército cristiano. Advirtieron entonces los señores y barones con dolor
la ausencia de un gran número de compañeros de armas. Juan de Nerles, castellano de Brujas, y Tierry hi
jo de Felipe conde de Flandes, habian prometido á Balduino conducir á Venecia á su esposa Margarita y á la
llor de los guerreros flamencos; pero no cumplieron su palabra, y se dieron á la vela hácia Palestina embar
cándose en el Océano ; Reinaldo de Dampierre, á quien Teobaldo conde de Champaña habia legado todos sus
tesoros para emplearlos en el viaje á la Tierra Santa, se habia ido á embarcarcon un gran número de caba
lleros al puerto de Bari; el arzobispo de Autun, el conde de Forez y muchos otros jefes, despues de haber
jurado reunirse con los cruzados, habian partido unos al puerto de Marsella y otros al de Génova; de modo
que la mitad de los guerreros que habian tomado la croz dejaron de ir á Venecia, punto designado para
reunirse el ejéicito cristiano (2).
Lo que mas afligia á los principes y barones reunidos en Venecia era su imposibilidad de cumplir el con—

( 1 1 Epist. Innoc. III, apud Baron , ad ann. 1 202.


(2) Villehardouin, ülj. I,
LllíltO DECIMO. — 1200- 1203. 329
trato hecho con la república, enviaron, pues, por todas partes mensajeros para avisar á los cruzados que se
habian puesto en camino, y suplicarles que fuéran á reunirse con el ejército; pero ya sea que la mayor par
te de los peregrinos estuviesen descoritentos del tratado concluido con los venecianos, ó que les pareciese mas
cómodo y seguro embarcarse en los puertos mas cercanos, lo cierto es que solo se pudo convencer á un esta
so número á partir á Venecia. \
Los que se hallaban entonces en esta ciudad.no eran bastante numerosos ni ricos para pagar la cantidad
prometida y cumplir los compromisos hechos en 9^ nombre; aunque los venecianos estaban mas interesados
en la cruzada que los caballeros franceses, pues posean una parte de las ciudades de Tiro y de Tolemaida
que iban á defender, no querian hacer ningun sacrificio\y por su parte los barones eran demasiado orgullo
sos para pedir una gracia y la rebaja de lo estipulado con las venecianos. Invitóse á cada cruzadoen particu
lar á pagar el precio del viaje; los mas ricos pagaron por los jabies, y tanto los soldados como los caballeros
se apresuraron á dar cuanto dinero poseian, bajo la persuasion, segun decian, de que Dios era bastante po
deroso para recompensarles centuplicadamente cuando le pluguiera. .
El conde de Flandes, los de Blois y San Pablo, el marqués de Monferrato y muchos otros jefes se despren
dieron de sus alhajas de plata, de sus diamantes y de lo mas precioso questcnian, sin guardarse mas que sus
caballos y sus armas; poro á pesar de tan noble sacrificio, los cruzados debiafKaun á la república una canti
dad de cincuenta mil marcos de plata. El dux convocó al pueblo y manifestó qbe no seria honroso usar do
rigor, proponiéndole que se pidiera á los cruzados el ausilio de sus armas para Ja república, hasta que pudie
sen pagar su deuda. \
Obtenida la aprobacion del pueblo, Dandolo propuso a los cruzados que ayudasen á la-.repúbliea á someter
la ciudad de Zara, que rebelándose contra la república se habia entregado en poder del rey de Hungria.
La mayor parte de los cruzados acogieron con alegria esta proposicion, pues no podian resignarse á la idea
de faltar á la palabra que habian dado. \
Alzáronse no obstante algunos murmullos en el ejército cristiano; algunos guerreros recordaron que ha
bian jurado combatir á los infieles y no se resolvian á volver sus armas contra cristianos- El papa, habia
enviado á Venecia al cardenal Pedro de Capua para desviar á los peregrinos de una empresa que calitical>;i
de sacrilegio; les hizo ver que el rey de Hungria y protector de Zara habia tomado la cruz, poniéndose ba
jo la especial proteccion de la Iglesia, y que el atacar una ciudad quo le pertenecia era declararse contra la
misma Iglesia.
Enrique Dandolo desafió las amenazas y acusaciones que creia injustas, y para acabar de vencer los escrú
pulos y disipar todos los temores, resolvió asociarse á los peligros y trabajos de la ^cruzada y comprometer á
sus conciudadanos á declararse compañeros de armas de los cruzados. Heunido solemnemente el pueblo,
Dandolo subió al púlpito de San Marcos (1), y pidió á los venecianos convocados el permiso de tomar la cruz en
un largo discurso con que enterneció al auditorio.
El pueblo aplaudió la resolucion del dux, que bajó de la tribuna y fué conducido en triunfo hasta al pié del
altar, donde se colocó la cruz sobre su gorro ducal. Siguieron su ejemplo un gran número de venecianosi que
juraron morir para libertar los santos lugares, y esta hábil politica conquistó al dux el ánimo de los cruza
dos y le dió suficiente influjo para desconocer la autoriJad del cardenal Pedrode Capua, que hablaba en nom
bre del papa y manifestaba la pretension de dirigir la guerra santa en calidad de legadode la Santa Sede (2).
Dandolo dijo al enviado de Inocencio que no faltaban al ejército cristiano jefes para mandarlo, y que los le
gados del soberano pontifice debian ceñirse á edificar á los cruzados con su ejemplo y sus discursos.
Este lenguaje tan libre y resuelto causó gran sorpresa á los barones franceses, acostumbrados á respetar
la voluntad de la Santa Sede; pero viendo al dux tomar la cruz, concibieron una confianza inalterable. La
cruz de los peregrinos era para los venecianos y los franceses un signo de alianza y un lazo sagrado que
confundia todos sus intereses y hacia que ambos pueblos formasen en cierto modo una misma nacion. Des
oyéronse, pues, las amonestaciones del legado, y se prepararon á atacar á Zira con tanto entusiasmo como
el pueblo de Venecia.

(t) Epist. Innnc. III. Haron, ad ann. 1207


2) Gesta Innoc. III. id ad ann 1202.
330 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Dispuesto estaba á embarcarse el ejértito delos cruzados, cuando aconteció, dice Villehardouin, una inespe
rada aventura, una gran maravilla, lamas estraña dequr. se haya oido hablar.
Alejo habia destronado á su hermano Isaac, emperador de Constatitinopla, quien abandonado de todos,
privado de la vista y cargado de cadenas gemia en un oscuro calabozo; un hijo de Isaac, llamado Alejo, que
participaba del cautiverio de su padre, habia logrado burlar la vigilancia de sus carceleros y romper sus ca
denas, y se habia refugiado en occidente, con la esperanza de que los principes y reyes tomarian algun dia
su defensa y declararian la guerra al usurpador del trono imperial. Felipe de Suabia, esposo de Irene hija
de Isaac, dró asilo al jóven principe, pero no podia hacer nada entonces por su causa, pues él mismo se veia
precisado á defenderse de las armas de Oton y de las amenazas de la Santa Sede. En vano el jóven Alejo fué
á arrojarse á los pies del papa implorando su apoyo; ya sea que el pontifice solo viese en el hijo de Isaac al
cuñado de Felipe de Suabia, considerado entonces como el enemigo de la corte de Roma, ya sea que dirigie
se todos sus pensamientos a la Tierra Santa, no dió oidos á las quejas de Alejo y temió apoyar una guerra
contra Grecia. El fugitivo principe habia suplicado en vano á todos los monarcas cristianos, cuando le
aconsejaron que se dirigiese á los cruzados que eran la flor de los guerreros de occidente. La llegada de sus
embajadores produjo una viva sensacion en Venecia; al oir los caballeros y barones la relacion de lasdesgra_
cias de Isaac, esperimentaron una generosa compasion; nunca habian defendido una causa mas gloriosa; in
teresaba al alma de Dandolo la idea de una inocencia que vengar y un gran infortunio que aliviar, y los
altivos republicanos de quienes era jefe sintieron tambien la suerte de un emperador cautivo. No echaron en
divido que el usurpador preferia á su alianza la de los pisanos y genoveses, y les parecia que la causa de Alejo
era la suya y que sus naves debian volver á entrar con él en los puertos de Grecia y de Bizancio.
Pero como todo estaba preparado para la conquista de Zara, se aplazó Indecision de este negocio para otra
acasion mas favorable, y la flota que conducia el ejército de los cruzados se dió á la vela al rumor de las
trompetas y aclamaciones de todo el pueblo de Venecia. Nunca habia surcado el Adriático una escuadra tan
numerosa y llena de tan magnificos guer reros; cubrian el mar cuatrocientas ochenta naves, y el número de
combatientes llegaba á cuarenta mil hombres, entre infantes y caballeros.
I.os cruzados llegaron á Zara el dia 10 de noviembre, vispera de San Martin, despues de haber sometido á
Trieste y algunas otras ciudades de Istria que habian sacudido el yugo de Venecia. Zara estaba situada en la
orilla oriental del golfo, á sesenta leguas de Venecia y á cinco del norte de la antigua colonia romana Jadera,
y era una ciudad rica, populosa, cercada de alias murallas y de un mar sembrado de escollos. El rey de
Hungria acababa de .enviar tropas en su defensa, y los habitantes habian jurado sepultarse bajo los escom
bros de la ciudad antes que rendirse á los venecianos. Los cruzados conocieron la dificultad de la empresa al
ver las fuertes murallas; no obstante, los jefes dieron la señal del ataque, y luego que fueron hechas pedazos
las cadenas del puerto y empezaron á conmover las máquinas los muros de Zara, sus habitantes olvidaron su
heroica resolucion, y llenos de espanto enviaron diputados al dux de Venecia, que les prometió el perdon
al ver su arrepentimiento.
Confiando, empero, los sitiados en las disensiones de los sitiadores, colocaron varias cruces sobrelas mu
rallas, persuadidos de que este signo reverenciado los protegeria mejor que sus máquinas de guerra; pero
no tardaron en conocer que solo podian salvarse con la rendicion. Abrieron sus puertas al quinto dia del si
tio, sin haber opuesto á sus enemigos una seria resistencia, y solo alcanzaron del vencedor la vida y la liber
tad, la ciudad fué entregada al saqueo y el botin repartido entre venecianos y franceses.
A consecuencia de esta conquista so introdujo la discordia en el ejército victorioso é hizo derramar mas
sangre que el mismo sitio. Estaba demasiado adelantada la estacion para que la escuadra pudiera continuar
su viaje, y el dux de Venecia propuso á los cruzados pasar el invierno en Zara. Las dos naciones se repartie
ron por los diferentes barrios de la ciudad, pero habiendo elegido los venecianos las casas mas ricas y cómo
das, los franceses,manifestaron su descontento, y despues de algunas quejas y amenazas, viuieron á las ar
mas, convirtiéndose cada calleen teatro de un combate. Los habitantes de Zara veian con alegria las sangrien
tas disputas de sus vencedores, y los partidarios del abad de Cernayse regocijaban en secreto de las lamen
tables consecuencias de una guerra que habian desaprobado. El dux y los barones corrieron á separar á los
combatientes; sus ruegos y amenazas no bastaron al principio para apaciguar tan terrible tumulto, que se
prolongó hasta media media noche; al dia siguiente, todas las pasiones que habian dividido al ejército esta—
LIBRO DECIMO.— 1200-1 203. 331
ban á punto de estallar; y franceses y veuecianos se amenazaban aun al enterrar los muertos. Los jefes es
tuvieron durante una semana desesperados de poder calmar los ánimos (1) y reconciliar los soldados de am
bas naciones, y apenas se habia restablecido el órden, cuando se recibió una carta del papa desaprobando
la toma de Zara y mandando á los cruzados que renunciasen al botin que babian hecho en una ciudad cris
tiana y se comprometiesen con solemne promesa á reparar todos los daños. Inocencio acusaba amargamente
á los venecianos por haber arrastrado á los soldados de Jesucristo á una guerra tan impia y sacrilega.
Los franceses recibieron con respeto la carta del papa, pero la despreciaron los cruzados de Venecia , los
cuales se negaron abiertamente á someterse á las decisiones de la Sania Sede, y solo pensaron en asegurar el
fruto de la victoria arrasando las murallas de Zara. Los barones franceses estaban llenoi de Iristeza al pensar
que habian incurrido en la desgracia del papa; enviaron á lioma diputados para ablandar al soberano pontifi
ce y alcanzar su perdon, alegando que solo habian obedecido á la ley de la necesidad. Aunque la mayor parte
de ellos ostaban decididos á conservar los despojos de los vencidos, prometieron al papa que los restituirían, y
prometieron por una acta solemne dirigida á todos los cristianos que repararian todos los daños para merecer
con su conducta el perdon delas faltas pasadas. Su sumision, mas bien que sus promesas, desarmó al papa que
les respondió con dulzura y encargóá los jefes saludasen á los caballeros y peregrinos, dándoles la absolucion y
su bendicion paternal. Les exhoi taba en su carta á que partieran á Siria sin mirar á derecha ni á izquierda,
y les permitia atravesar el mar con los venecianos, á quienes acababa de escomulgar, pero solamente por
necesidad y con amargura de corazon.
El soberano pontifice aconsejaba á los barones, que en caso de persistir los venecianos en sn desobedien
cia, se separasen al llegar á Palestina de un pueblo reprobado de Dios, para no acarrearse la maldicion del
cielo, cual en otro tiempo habia atraido Achan sobre Israel la cólera divina, y finalmente prometia protegerlos
en suespodicion y atender á sus necesidades en los peligros de la Tierra Santa.
Los barones y caballeros recibieron estos consejos y promesas como un testimonio de la bondad paternal
del pontifice, pero las cosas iban á cambiar de aspecto, y la fortuna, que lo mismo se burlaba de las decisio
nes del papa que de las de los peregrinos, no tardó en dar una nueva direcciou á los acontecimientos de la
cruzada.
(1203) Poco tiempo despues se presentaron en Zara los embajadores de Felipe de Suavia, cuñado del joven
Alejo, y se dirigieron al consejo de los señores y barones reunidos en el palacio del dux de Venecia. propo
niéndoles conducir sus armas triunfantes hácia la capital de Grecia, que gemia bajo el yugo de un usurpador,
y asegurar para siempre la conquista de Jerusalen con la tio Constantinopla. El hijo de isaac prometia man
tener durante un año el ejército y la escuadra, pagar doscientos mil marcos de plata por los gastos de la guer
ra, y jurar sobre los Evangelios que haria cesar la herejia de oriente y someter la iglesia de Grecia á la de
Roma .
Tantas ventajas causaron una profunda impresion á la mayor parte de los barones y caballeros, pero no
consiguieron todos los sufragios de la asamblea. El dux y los señores hicieron salir á los embajadores, dicién-
doles que iban á deliberar sobre las proposiciones de Alejo.
Alzáronse animadasdiscusionei en el consejo: los que se habian opuesto al sitio de Zara, entre los cuales so
bresalia el abjd deCernay, seoponian tambien con vehemencia á la espedicion de Constantinopla; se indigna
ban de que se pusieran en la misma balanza los intereses de Dios y los de Alejo; anadian que Isaac cuya causa
querian defender, era tambien un usurpador lanzado por una revolucion sobre el trono de los Coiónenos; que
habia sido en la tercera cruzada el enemigo mas cruel de loscristianos y el aliado mas leal de los turcos; (|uc
por otra parte, los pueblos de Grecia acostumbrados á trocar de soberanos, sufrían sin quejarse la usurpacion
de Alejo, y que los latinos no habian abandonado su pais para vengar las injurias do una nacion que no re
clamaba su ausilio.
Añadian los mismos oradores que Felipe de Suabia exhortaba á los cruzados á defenderá Alejo, en tanto
que se ceñia á pronunciar discursos y enviar embajadores; aconsejaban á los cruzados que desconfiasen de
la3 promesas de un principe jóven que se comprometia á proporcionar ejércitos sin tenor un soldado, que ofre
cia tesoros y noposeia nada, y que habiéndose educado entre los griegos, volveria lal vez sus armas algun dia
contra sus propios bienhechores.
(1I Villeharclouin, lib II. ♦
332 HISTORIA Dli LAS CRUZADAS.
Los venecianos, que tenian motivos de queja contra el emperador de Constantinopla , no se convencian con
estos discursos y parecian mas dispuestos á combatir á los griegos que á los infieles; ardian en deseos de des
truir los establecimientos do los pisanos en Grecia y de ver sus naves cruzar en triunfo el estrecho del Bosfo
ro, .y su dux guardaba el resentimiento de algunos ultrajes personales, y con objeto de inflamar los ánimos,
exageraba los males que los griegos habian ocasionado á su patria y á los cristianos de occidente.
Si ha de darse crédito á antiguas crónicas (1 ), impelia á Dandolo otro motivo que no.confesaba delante de
los cruzados. Sabiendo el sultan de Damasco que se reunia en Venecia un ejército cristiano y aterrado con
la cruzada que se preparaba, habia enviado un tesoro considerable á la república para obligarla á desviar
á los cruzados de su espedicioo á oriente. Ya se dé crédito á este hecho, ya se mire como una fábula inven
tada por el odio y el espiritu de partido; lo cierto es que estos asertos, repetidos por los contemporáneos, prue
ban al menos que se suscitaron entonces violentas sospechas contra Venecia entre los cruzados descontentos,
y especialmente entre los cristianos de Siria, justamente enojados de no ser socorridos por los soldados de la
cruz. Debemos añadir además que la mayor parte de los cruzados franceses no necesitaban ser escitados
por el ejemplo y los discursos del dux de Venecia para hacer la guerra al imperio griego; los mismos que se
oponian con mayor ahinco á la nueva espedicion, rebosaban como los demás cruzados de odio y desprecio con
tra los griegos, y sus discursos solo contribuian á inflamar los ánimos contra una nacion considerada co
mo enemiga de los latinos.
Muchos eclesiásticos, siguiendo las ideas del abad de Looz, persona recomendable por su piedad y la pureza
de sus costumbres, no participaban de la opinion del abad de Cernay, y sostenian contra sus adversarios que
era peligroso conducir un ejército por un pais devastado por el hambre; que Grecia ofrecia mas ventajas
que Egipto á los cruzados, y finalmente que la conquista de Constantinopla era el medio mas eficaz de ase
gurar á los cristianos la posesion de Jerusalen. Deslumhraba á estos eclesiásticos la esperanza de ver un dia
reunirse la iglesia griega á la de Boma, y anunciaban en sus discursos la próxima época de la paz y con
cordia entre todos los pueblos cristianos.
La mayor parte de los caballeros miraban con alegria la reunion de ambas iglesias, que debiaser la obra
de sus armas, pero se doblegaban aun á otros motivos no menos poderosos para sus ánimos, pues que ha
biendo jurado defender la inocencia y los derechos de la desgracia, creian cumplir su juramento abrazando
la causa de Alejo. Algunos habian oido hablar sin duda de las riquezas de Bizancio y creian que tan bri
llante espedicion haria su fortuna, pero tal era el espiritu de los señores y barones, que á la mayor parte de
ellos les arrastraba la misma perspectiva de los peligros y especialmente lo maravilloso de la empresa.
El consejo de los cruzados decidió, pues, despues de largas discus iones, aceptar las proposiciones de Alejo
y que el ejército cristiano se embarcaria para Consta ntinoplaen los primeros dias de la primavera.
Antes del sitio de Zara habia llegado á la corte de Bizancio el rumor del armamento de los cruzados y de
la espedicion dirigida contra Grecia. El usurpador del trono de Isaac trató desde luego de conjurar la tempes
tad pronta á descargar sobre sus estados y se apresuró á enviar embajadores cerca del papa, á quien miraba
como el árbitro de la paz y de la guerra en occidente. Estos embajadores estaban encargados de declarar al
soberano pontifice que el principe que reinaba en Constantinopla era el único emperador legitimo, que el
hijo de Isaac no tenia ningun derecho al imperio, y que una espedicion contra Grecia seria una empresa in
justa, peligrosa y contraria á los grandes designios de la cruzada. El papa no trató de calmar en su respues
ta la alarma del usurpador, y dijoá sus enviados que el jóven Alejo tenia muchos partidarios entre los cru
z-idos porque habia prometido socorrer personalmente la Tierra Santa y dar fin á la rebelion de la iglesia
griega. No aprobaba el papa la espedicion de Constantinopla, pero esperaba, al usar este lenguaje, que el
soberano que reinaba entonces en Grecia haria las mismas promesas que el principe fugitivo y seria mas
rapaz de cumplirlas. El anciano Alejo, ya por indolencia, ya por creer que habia ya interesado al papa en
pro de su causa, no envió mas embajadores y no dió ningun paso para prevenir la invasion de los guer-
icros de occidente. .
Impelido el pontifice por las reiteradas quejas y súplicas del rey de Jerusalen y de los cristianos do Pa
lestina, á quienes habia anunciado la próxima partida del ejército de los cruzados, escribió á los jefes de es-

II El continuador ,lo r.uiUcrmo de Tiro. Ilornmdn ct Tosoicro.


L1BB0 DECIMO.— 1200-1 203. 333
tos luego que supo su resolucion de atacar el imperio de Consta ntinopla, les acusó de mirar airan como la
mujer de Lot, terminó la carta sin darles su bendicion y les amenazó con las maldiciones del cielo.
Estando los cruzados dispuestos á embarcarse, á pesar de la reprension do Inocencio, llegó á Zara el jóven
Alejo, escitando su presencia un nuevo entusiasmo por su causa. Recibiéronle al rumor de trompetas y cla
rines; el marquésde Monferrato, cuyos hermanos mayores estaban unidos por uu matrimonio y la dignidad
de césar á la familia imperial de Constantinopla, le presentó al ejército; los barones saludaron como empe
rador al jóven Alejo, y animado el principe por los sentimientos que inspira la desgracia, prodigó los jura
mentos y las protestas y prometió mas de lo que hicieran sus enviados, sin pensar que se ponia en la preci
sion de faltar á su palabra y acarrearse algun dia las quejas de sus libertadores.
El emperador en tanto ignoiaba el peligro que le amenazaba; la degradacion en que yacia Constantinopla,
merced á su indolencia y el abandono en que tenia su ejército y sus riquezas, y el despilfarro é inmoralidad
de sus ministros, todo contribuia á aumentar la confianza de los cruzados. El imperio habia llegada á un es-
tado lamentable; nunca se habia visto estallar mas conspiraciones; bajo el reinado de un principe como Ale
jo, sin virtud ni carácter y a quien jamás so veia, el estado parecia hallarse en un interregno, el trono im
perial un sitio vacio y todos los ambiciosos pretendian el imperio. No merecian ya el aprecio de la corte ni
de los ciudadanos la fidelidad, la probidad y el valor; solo se recompensaba con esplendidez al que inventaba
una voluptuesidad ó encontraba un nuevo impuesto; en medio de esta depravacion general, las provincias
solo oian hablar del emperador cuando se trataba de pagar los tributos ( I) : el ejército sin disciplina ni pa
ga, carecia de jefes capaces para mandarlo, y todo, en fin, parecia anunciar una próxima revolucion en el
imperio, siendo tanto mayor el peligro, en cuanto nadie se atrevia a pronosticarlo.
Los griegos conservaban aun el recuerdo de los acontecimientos gloriosos, pero las victorias y tas virtudes
de las épocas pasadas solo servian para hacer mas patente su decadencia; consumianse en vanas disputas que
enervaban su carácter, aumentaban su ignorancia y ahogaban su patriotismo; cuando la flota de los cru
zados iba á darse á la vela, se agitaba en Constantinopla la cuestion de si el cuerpo de Jesucristo era ó no
.incorruptible en la Eucaristia; cada opinion tenia sus partidarios, que proclamaban á su vez sus triunfos
ó sus derrotas, y el imperio permanecia en tanto sin defensores.
Los venecianos y los franceses partieron de Zara; toda la escuadra debia reunirse en la isla de Corfú; cuan
do llegó á las costas de Macedonia, los habitantes de Dura presentaron al jóven Alejo hs llaves de la ciudad
y le reconocieron por su soberano, y no tardó el pueblo de Corfú en seguir este ejemplo y acoger á Ios-cruza
dos como á sus libertadores.
Las delicias de esta isla engendraron las quejas y disensiones que habian estallado en el sitio de Zara. Se
supo que Gualtero de Bricna habia conquistado la Pulla y el reino deNápolcs. Esta conquista, llevada aca
bo en el espacio de algunos meses por sesenta caballeros, indamó la imaginacion de los cruzados y dió oca-
piob á los descontentos para vituperar la espedicion de Constantinopla, cuyos preparativos eran inmensos,
los peligros seguros y el éxito incierto. Los jefes de los descontentos se reunieron en un valle para tratar do
los medios de separarse del ejército, pero advertidos de la conspiracion los principes de la cruzada, sorpren
dieron á los que proyectaban la secreta separacion y los obligaron á jurar que permanecerian en el ejército
hasta el otoño.
La flota de los cruzados salió de Corfú la vispera de Pentecostés del año 1 203; se detuvo delante de Negro-
ponto y de Andros, donde el jóven Alejo fué proclamado emperador; los vientos de Africa impelieron las
naves venecianas al través del mar Egeo; los cruzados dejaron á su izquierda la isla de Lesbos; al entrar
en el Helesponto pasaron por delante de Lemnos, Samo, Tracia y Ténedos, y anclaron cerca de la ciudad de
Abydos.
Cruzaron despues el mar de Mármara ó la Propóntida, y se pararon ante la punta de San Estéban ó San
Slepkano, á tres leguas de Constantinopla; la reina de las ciudades, bañada al mediodia por las ondas de la
Propóntida, al oriente por el Bosforo y al norte por el golfo que le sirve de puerto, se apareció entonces con
todo su brillo á los cruzados. Un doble recinto de murallas la cercaba en una circunferencia de mas de siete
leguas, y las orillas del Bosforo hasta el Euxino so parecian á un inmenso arrabal óá una continuacion

".) Lclicau, hUtoriu de. Bajo Imptrio.—Gibboa.


33i MSTOIUA DE LAS CRUZADAS.
no interrumpid;! de jardines. Constantinopla podia cerrar ó abrir á su antojo las puertas del comercio en la
época de su esplendor, y su puerto, á donde acudian las naves de todos los pueblos del mundo, mereció ser
llamado por los griegos el cuerno de oro ó de la abundancia. Estendiase sobre siete colinas como la antigua
Roma; estaba dividida en catorce barrios, tenia quinientas iglesias, entre las cuales sobresalia Santa Sofia,
una de las maravillas del mundo, y cinco palacios que parecian ciudades en medio de la ciudad; mas feliz que
Roma, su rival, la corte de Constantino no habia visto en sus muros á los bárbaros, y conservaba con su
lenguaje el depósito de las obras maestras de la antigüedad y las riquezas acumuladas de Grecia y del oriente.
El dux de Venecia y los principales jefes del ejército saltaron en tierra y celebraron consejo en el mo
nasterio de San Estéban. Se deliberó en un principio para determinar el punto del desembarco; los barones
aprobaron unánimemente el parecer del dux que aconsejaba ir á desembarcar á las islas de los Principes,
donde podrian proporcionarse viveres, y todos volvieron á sus bajeles donde pasaron la noche. Al apuntar
el alba del siguiente dia, izáronse las banderas y pendones en la popa de las naves y en la punta de los más
tiles, y colocados los escudos de los caballeros á lo largo de los puentes, formaban como las almenas de una
fortaleza.
La escuadra levantó áncoras, y el viento que soplaba del sud la dirigió hácia Constantinopla; algunas gale
ras pasaron tan cerca delas murallas que alcanzaron á muchos cruzados las piedras y dardos lanzados des
de la ciudad. Veiase desde el puente todo el ejército de la cruz, las murallas estaban defendidas por los sol
dados é inundaba el pueblo la orilla. El viento y la fortuna hacia cambiar la resolucion tomada en San Es
téban; en vez de dirigirse hácia las islas de los Principes, la escuadra tomó á toda vela el rumbo hácia la costa
de Asia y se paró delante de Calcedonia, casi en frente de Constantinopla.
Los cruzados desembarcaron en este sitio, cerca del cual se alzaba un palacio imperial, donde se alojaron
los principales jefes de la cruzada, en tanto que el ejército clavaba sus tiendas á lo largo de la orilla. La
campiña era rica y fecunda, veianse en los campos inmensos montones de Irigo sin trillar y todos pudieron
hacer provision á su antojo. Tres dias despues de su llegada, el siguiente de San Juan Bautista, la escuadra
subió por el canal y fué á fondear delante de otro palacio del emperador, que llamaban Scutari. El ejército se
dirigió por tierra á este sitio, encontrándose entonces frente á frente de la ciudad imperial y del puerto de
Constantinopla. Los jefes se colocaron en el palacio y los jardines donde el emperador Alejo, segun dice Nice-
tas, se ojupaba entonces en allanar las montanas é igualarlos valles, mientras un terrible huracan estaba á
punto de caer sobre su imperio.
Los caballeros de la cruz empezaron á recorrer las campiñas que se estendian mas allá de' Scutari, y ha
biéndose adelantado una de sus divisiones á tres leguas del campo, vió á lo lejos varias tiendas en la falda
de un collado; era el gran duque ó jefe de los ejércitos de mar del imperio, que acampaba alli con quinientos
soldados griegos. Los guerreros latinos se prepararon á combatir y los griegos se formaron tambien en bata
lla. No fué muy larga la lucha, pues los soldados del'gran duque huyeron al primer embate, abandonando
sus tiendas, sus provisiones y sus animales de carga.
Esta fácil victoria de los latinos acabó de llenar de terror al pais; nadie se atrevia á esperarlos con las ar
mas en la mano, lo cual obliga á decir á Nicetas que los jefes griegos eran timidos como ciervos y no osaban
combatir con los hombresque llamaban ángeles estet minadores y guerreros de bronce.
El emperador Alejo empezaba en lanlo á despertar de su letargo; al décimo dia de la llegada de los cruza
dos les envió un embajador para saludarles y saber sus designios. Un italiano, llamado Nicolás Rossi, fué el
encargado de esta mision, y presentándose delante de los cruzados, lesdijo que el emperador estaba dispues-
to á proporcionarles viveres para su viaje á la Tierra Santa, pero que les esperaba un terrible castigo si no
salian al momento del imperio. Respondióle Conon de Bethune diciéndole que los cruzados eran vengadores
do Isaac y su hijo, y que venian resueltos á arrancar la corona al usurpador para ceñirsela á quien tenia
derecho.
Los barones resolvieron al dia siguiente hacer una tentativa con el pueblo de la capital y mostrar á los
griegos al hijo de Isaac. Se prepararon varias galeras, donde se embarcaron los barones y caballeros, notán
dose en una de ellas el jóven Alejo, que llevaban de la mano el dux de Venecia y el marqués de Monferra -
to. Aproximáronse de este modo á las murallas dela ciudad y un heraldo de armas dijo en alta voz:
«Ved arpii á vuestro señor legitimo. Sabed que no hemos venido para hacer el menor daño, sino para cus
LIBRO DECIMO.— 1200-1203. 335
todiaros y defenderos si haceis lo que debeis. Ya sabeis que estais obedeciendo al que malvadamente se apo
deró del poder supremo y no ignorais con cuanta villania ha tratado á su soberano. Ved aqui al hijo y he-
redero de Isaac; si apoyais su causa, cumplireis con vuestro deber, pero de lo contrario, os haremos todo el
daño que podamos.»
Ni un solo griego de la ciudad ó de la campiña respondió a estas palabras; contenia á todos el temor al
usurpador; los caballeros y barones regresaron entonces al campo, y no pensaron mas que en hacer la guer
ra á los griegos.
El dia 6 de julio, despues de bnber oido misa, los jefes de la cruzada se reunieron y tuvieron consejo á ca
ballo en una vasta llanura don le actualmente se halla el cementerio de Scutari. Se decidió en esta asamblea
que todo el ejercito volviera á embarcarse para pasar el estrecho de San Jorge ó el Eósforo. Los cruzados de
Francia se dividieron en seis batallones; Balduinode Flandes recibió el mando de la vanguardia, porque lle
vaba bajo sus banderas gran número de valientes y mas archeros y ballesteros que los demás jefes; Enrique,
hermano de Balduino, estaba encargado del segundo batalloncon Mateo de Valincourt y otros buenos caballe
ros de las provincias de Flandes y del Hainaut, el jefe del tercer cuerpo era Hugo de San Pablo, á quien es
taban agregados Pedro de Amiens, Eustaquio deCautelou, Anscau de Cayeux y muchos otros caballeros de
Picardia; Luis conde de Blois, rico y poderoso señor, mandaba el cuarto batallon compuesto de una multi-
|Uil de caballeros y esforzados guerreros de las comarcas que baña el Loira; mandaban la quinta batalla Ma
teo de Montmorency y Andrés de Chnmplitte, llevando bajo sus pendones á los peregrinos de Champaña,
de la Isla de Francia y de Turena. Distinguianse en esta quinta batalla Villehardouin, mariscal de Champa
ña, Ogero de Saint—Cheron, Manases de Lila, Silés de Brabante y Macario de San Menehould. Los cruzados
de Lombardia, de Toscana y de los paises cercanos á los Alpes formaban el sesto cuerpo, bajo lasórdenesde .
Bonifacio, marqués de Monferrato.
A la primera señal los barones y caballeros se embarcaron en las naves llamadas palendarias; iban ar
mados de piés á cabeza con sus palafrenes ensillados y acaparazonados; los archeros y ballesteros, todos de á
pié, subieron en los barcos mayores; las galeras de dos á tres filas de remos, iban á la cabeza de !a flota, y á
cada galera iban amarrados con cables uno ó dos grandes barcos, para remolcarlos contra la corriente y
vientos contrarios.
El emperador Alejo que habia presenciado todos los preparativos delos cruzados, se acampó con un nume
roso ejército en la costa occidental del Bósforo, y ocupaba la falda de la ctlina de las Higueras ó de Pera
desde el sitio que los turcos llaman punta deTofana hasta Betaschi, donde se alza en el dia uno de los pala
cios de los sultanes. El ejército griego no apagó el entusiasmo y la impaciencia de los cruzados (1); todos que
rian ser los primeros, y á medida que se acercaban á la orilla, los caballeros se arrojaban al mar con agua
hasta la cintura, armados del casco y empuñando las espadas. Cada cual desembarcó donde pudo, sacáronse
los caballos á tierra, y los arqueros se situaron delante de los batallones.
Habian partido al asomar el dia, y aun no habia llegado el sol á la mitadde su curso cuando todo el ejér
cito se hallaba formado en batalla en la orilla. Este desembarco precipitado se hizo con mucha confusion, do
la cual hubiera podido aprovecharse el enemigo; pero Alejo no tuvo valor de presentar la batalla á los latinos,
y lleno de terror se apresuró á abandonar el campo y retirarse á la ciudad.
Los cruzados, dueños de toda la costa, se apoderaron del campo de los griegos y se presentaron delante de
ddata. El ejército pasó la noche en el barrio de Stanor, y á la mañana siguiente se preparó para asaltarla
fortaleza. Una multitud de griegos que acudieron de la ciudad en barcas se reunieron con los defensores del
fuerte para atacar al ejército de los peregrinos; Jacobo de A vesnes recibió en medio de sus flamencos una
lanzada en el rostro, cuya herida reanimó el »valor de los cruzados que rechazaron al enemigo. Una gran
parte de los griegos se arrojaron en el mar y se ahogaron, y los restantes huyeron hácia la fortaleza de Ca
tata, pero no tuvieron tiempo para cerrar las puertas de la torre, y los latinos pendraron en ella con los que
huian.
Tratóse entonces de romper la cadena de hierro queobstruia el puerto. Los historiadores de Venecia cuen
tan que impelida por viento favorable una gruesa nave llamada Aguila, fué á chocar violentamente con la

(1) El trayecto del Fosforo desde Sentari hasta h ponia de Tnfana e¡ de dos millas y metiin.
33G HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
cadena estendida sobre las ondas, y la rompió con enormes cortes de acero que llevaba clavados en la proa.
Cayeron al momento en poder de los cruzados las galeras de les griegos y toda la escuadra latina penetró en
triunfo en el golfo.
Dueños del puerto y del barrio de Galala, los cruzados deliberaron sobre si atacarian la ciudad imperial
por tierra ó por mar. Los venecianos opinaban que debian colocarse escalas en Jas naves y atacarla por el la
do del puerto; los cruzados franceses decian que no sabian combatir en el mar y que no podian vencer sin
sus caballos, y sedecidió que los venecianos atacarian por mar en tanto que los caballeros y barones darian
sus asaltos por la parte de tierra, l a flota se fue á situar delante de las murallas de la capital, mientras los
seis batallones franceses, cruzando el Cydaris entre la punta del golfo y el valle llamado en eldia de las aguas
dulces, fuéroná establecerse en una colina donde actualmente se encuentra el arrabal de Ayoub.
El ejército se acampó en Ire el palacio deBlaquernas y una abadia cercada de murallas, (pie llamaban en
tonces la torre de Boemundo; alzáronse las máquinas, y todos se prepararon al asalto, sin pensar en el nú
mero de sus enemigos ni en las dificultades do la empresa. Dia y noche estaban en pió los cruzados guardan-
dosus máquinas y rechazando las salidas del enemigo, y todos los cruzados corrian á las armas. cinco ó seis
veces cada dia. Nadie podia alejarse del campo á mas de tres tiros de ballesta para esplorar el pais y buscar
viveres, de que escaseaban; los griegos se presentaban todos les dias delante de las trincheras de los latinos,
pero aunque rechazados casi siempre con pérdida, volvian en mayor número.
Diez dias trascurrieron de este modo en combates y escaramuzas continuas: el décimo dia del sitio, que
era el 17 de julio, se resolviódarun asalto general por mar y tierra y se hizo al mismo tiempo la señal á
la escuadra y al ejército.
Se calcula que el número de cruzados ascendia á veinte mil, y que defendian á Constantinopla cuatrocien
tos mil griegos. Esta simple indicacion basta para dar una idea de lo gigantesco y maravilloso de la empresa.
Quedaren custodiando el campamento tres cuerpos ó batallones del ejército en tanto que los restantes se ade
lantaban hácia las murallas; los que guardaban el campo eran los de Borgoña, Champaña, Lombardra, Pia-
monte y S.iboya al mando del marqués de Monferrato, y se destinaron para el asalto Balduino do Flandes,
el conde de Blois y Hugo de San Pablo con los flamencos, los picardos y los peregrinos del Loira. Alzaron
las escalas en un antemuro defendido por los ingl.'ses y daneses ( Villehardouin designa con este nombre á los
uaranges, cuerpo intrépido al cual confiaban los emperadores griegos la custodia de sus personas y desus
palacios); los guerreros franceses se disputaban el honor de subir á la muralla; quince de los mas valientes
llegaron al estremo de las escalas y combatieron con hacha y espada, pero la fortuna no coronó su audacia,
se vieron obligados á dejar el ataque y cayeron dos de ellos en poder de los griegos.
Condujeron los dos prisioneros al palacio de Blaquernas y fueron presentados al emperador Alejo, que de
mostró grandealegria. Los venecianos continuaban en tanto su ataque por el mar; Dandolo habia formado
en dos lineas su escuadra, ocupando las galeras la primera con archeros y máquinas de guerra, y colocados
detrás los barcos mayores, sobre los cuales se habian construido torres que dominaban las mas altas mura
llas de Constantinopla.
Trabóse el combate entre la escuadra y la ciudad al asoir.ar el dia; el rumor de las ondas agitadas por
los remos, la grita de marineros y combatientes, el fuego griego surcando el mar, adhiriéndose á las naves
é hirviendo sol>re las aguas, los trozos de roca lanzados por una parto sobre las casas y palacios y por otra
sobre las naves, presentaban un espectáculo mil veces mas espantoso que el de la kmpestad. En medio do
asta terrible batalla, el anciano Enrique Dandolo mandó á los suyos que lo llevasen á tierra amenazándoles
con la muerte si no obedecian. Ejecutáronse al momento las órdenes del intrépidodux, los marineros lo le
vantaron en sus brazos hasta dejarlo en la orilla, donde empuñó el pendon de San Marcos. Aproximanse en
tonces todas las galerasá la orilla; los soldados mas valientes siguen veloces las huellas do Dandolo; los barcos
mayores, que hasta entonces habian estado inmóviles, se adelantan y van á colocarle entre Ia3 galeras; toda
la escuadra se despliega en una sola linea delante de los muros de Constantinopla y presenta á los aterrados
griegos una formidable muralla alzada sobre las aguas. Las torres flotantes de las naves bajan sus puentes
levadizos hasta apoyarlos en las torres de la ciudad, y en tanto que al pié de los muros diez mil brazos plan
tan las escalas y hacen mover las máquinas, se pelea en lo alto de las murallas con lanza y espada. Apare
ce repentinamente el estandarte de San Marcos sobre una delas torres de la ciudad, colccado como por una
LIMO DECIMO.— 1200-1203. 337
mano invisible, y á este aspecto, los venecianos lanzan gritos de júbilo, persuadidos de que el patron de
Venecia los guia á la victoria. Persiguen á los griegos dentro de la ciudad , mas temiendo caer .en. alguna
emboscada ó ser abrumados por el pueblo, cuya multitud inunda las calles y plazas, prenden fuego á las
casas que hallan al paso. El incendio so estiendo con rapidez y ahuyenta las turbas trémulas y pavo
ridas. . . v-
Mientras las llamas estendian su estrago y r-einaba en Consta ntinopla el mas espantoso desorden, apre
miado Alejo por los clamores del pueblo, enviaba tropas cóntca los venecianos, y salia en persona con un
ejército por las puertas de Selibrea y Andrinópolis para atacar á los que sitiaban la ciudad por tierra. Era
tan numeroso ol ejército imperial, que hubiera podido creerse, segun espresion de Vjllehardouin, que habia
saldo ü pelear toda la ciudad.
Los cruzados corren á las armas, sus seis batallones se forman á caballo en torno de las trincheras; los
ballesteros y archeros se colocan delante, y cada jefe de bandera lleva á su lado escuderos y sargentos de
armas. Acerca nse los griegos en -buen orden hasta el alcance del arco. «Parecia muy peligroso, dice el ma
riscal de Champaña, que seis batallones, y en corto número, se empeñasen en esperar á sesenta.» Sabiendo el
dux de Venecia el ¡inminente peligro de sus compañeros de armas, dio órden á los suyos para que cesase el
combate y abandonasen las torres que habian tomado; se colocó despues al frente de su cuerpo y lo condujo
al campo de los cruzados franceses, diciendo <iue queria vivir y morir con los peregrinos.
La llegada de Dandolo con la flor de sus venecianos acrecentó el valor de los barones y caballeros; no obs
tante, los dos ejércitos permanecieron frente á frente largo rato, no atreviéndose los griegos á acometer, y
eolocados los latinos delante desus barreras y empalizadas sin moverse. Despues de una hora deincertidum-
bre Alejo mandó tocar á retirada; los latinos salieron entonces de sus trincheras y siguieron el ejército grie
go hasta un palacio llamado Filolas. «Es preciso confesar, dice Villehardouin aterrado con el recuerdo de este
Icince, que nunca Dios salvó á nadie de tan inmenso peligro, como á nosotros aquel dia.» . .
Pero no lardó en suceder mayor milagro; cuando el pueblo vió entrar al emperador en la ciudad sin haber
trabado el combate, quedó mas aterrado que si hubiese sufrido una derrota; acusaba al ejército, este acu
saba al emperador, y desconfiando Alejo de los griegos y temiendo á los latinos, solo pensó en salvar su vi
da, y abandonó sus privados, sus amigos y su capital, embarcándose secretamente en medio de las sombras
dela noche para irá buscar unalbergueen cualquier rincon de su imperio (1).
Cuando asomó el dia pará manifestar á los griegos que no tenian emperador, el desorden y la agitacion se
apoderaron de Constantinopla; todos se agrupaban en las calles, contaban las faltas de sus jefes, la mengua
de los favoritos y las desgracias del imperio. Desde el instante en que Alejo abandonaba su poder, se recor
daba el crimen de su usurpacion, se alzaban mil voces para invocar contra él la cólera del cielo, y en medio
de la confusion y el tumulto, los mas prudentes no sabian qué partido tomar. Vuelan entoces los cortesanos
á la cárcel donde gemid Isaac, rompen sus cadenas y le arrastran en triunfo hasta el palacio de Blaquernas.
Colócanle en el trono, aunque ciego, y cuando él crei6 hallarse rodeado desus verdugos, se asombra deoir en
torno suyo á los aduladores, que al verle revestido con la púrpura imperial, se enternecen por vez primera
de las desgracias que cesa de sufrir. Todos los labios seescusan de haber sido partidarios de Alejo y hacen pro
testas en pro de su causa; y van á buscar á la mujer de Isaac, que habian olvidado, y que vivia en un ocul
to albergue que todos ignoraban en el reinado anterior.
Acusábase á Eufrosina, mujer del emperador fugitivo, de haber tratado de aprovecharse de las turbulen
cias de Constantinopla para revestir con la púrpura á uno de sus favoritos; la hunden en un calabozo
echádole en cara todos los males de la patria y sobre todo los prolongados infortunios de Isaac, distinguién
dose entre sus acusadores aquellos á quienes la princesa habia colmado de beneficios, y esforzándose á ha-
cer un mérito de su ingratitud.
Cuando los cruzados supieron esta Irasformacion, celebraron consejo en la tienda del marqués de Monfur—
rato, y vieron llegar de la ciudad una multitud de cortesanos pidiéndole que se apresurase á presentarse en
su corte; pero acostumbrados Ies latinos á desconfiar de los griegos, no dieron crédito á sus palabras y en
viaron á Constantinopla á Mateo de Montmorency, á Godofredo de Villehardouin y á dos nobles venecianos,

(i; Nicctas, lib.lll.—Villehardouin, lib IV.


',3
338 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
para ver personalmente lo que pasaba y con objeto de felicitar á Isaac y exigirle la ratificacion de las pro
mesas de su hijo. . '
Conseguido este objeto, fos barones y señores montaron á caballo para acompañar al hijo de Isaac hasta
Constantinopla, donde el pueblo le recibió con aclamaciones de alegria. El emperador dió las gracias á los
cruzados por los servicios que habian prestado á su hijo, y temiendo que la permanencia de sus libertadores
en la corte originase alguna contienda les suplicó que se establecieran en el arrabal de Gala ta. Los latinos
accedieron á esta peticion.
Algunosdias despues de su entrada en Constantinopla, Alejo fué.coronado en la iglesia de Santa Sofia,
participando de la soberania de su padre. El nuevo emperador escribió al papa, á instancia de los cruzados,
para justificar su conducta y la de sus libertadores, o Confesamos, decia, que la causa principal que ha in
ducido á los peregrinos á ausiliarnos, es la promesa que les hicimos por medio de juramento de reconocer
al pontifice soberano por jefe eclesiástico y sucesor de san Pedro.
Inocencio i II ensalzó sus intenciones y su celo y le suplicó que no retardase el cumplimiento de sus prome
sas, pero las escusasde los cruzados no bastaron para calmar su resentimiento, y les saludó con su bendicion
:d contestarles.
Los jefes de la cruzada anunciaron al mismo tiempo el triunfo maravilloso de su empresa á todos los
principes y pueblos de la cristiandad; la relacion de sus hazañas escitó el entusiasmo de los fieles, reanimó
las esperanzas del rey de Jerusalen y de los defensores de la Tierra Santa y llenó de terror á los turcos de
Siria.
Fieles los cruzados á sus juramentos, y no teniendo ya mas enemigos que los turcos, observaron la cos
tumbre caballeresca de declararles la guerra antes de emprenderla. Los señores y barones enviaron heraldos
al sultan del Cairo y de Damasco para anunciarle en nombre de Jesucristo, del emperador de Constantino-
pia y de los principes y señores del occidente que probaria pronto el temple de las armas cristianas, si se
obstinaba en conservar bajo sus leyes la Tierra Santa y los lugares consagrados por la presencia del Salva
dor (1).

(1) Villehardouin, lib. IV.


LIBLIO UNDECIMO.— I203-1M6. ' 339

LIBRO XI.

DESDE LA RESTAURACION DE ISAAC HASTA LA MUERTE DE BALDUINO.

1Í03—1206.

Proposicion del emperador griego A los cruzados. —Proclamase la supremacia religiosa de la santa sede.— Espedicion a Tracia.—
Joanicc, roy de los bulgarios.—Un incendio destruye la mitad de Constantinopla.—Odio de Isaac el Ángel contra su hijo.—Alejo
Ducas (de sobrenombro Mursu '/le),—Sucesos de Palestina.—El pueblo de Constantinopla intenta incendiar la escuadra.—Sedi
cion escitada por Murzuflle.—Alejo muere envenenado : le sigue Isaac al sepulero.—Murzuflle usurpa ol poder.—Los cruzados
toman la ciudad por asalto.—r'uga de Murzuflle. —Le reemplaza Teodoro Lascaría.—Su partida clandestina.—Reparto do las
provincias del imperio —Se ciñe la corona Balduino, conde de Flandes.—El rey, Bonifacio y Dandolo escriben al papa.—So alza
la escomunion.—Acuden A Grecia los cristianos de Tierra Santa.—Muerte de la emperatriz.—Reaccion contra los vencedores.—
Contiendas entre Balduino y Bonifacio.—El emperador sitia 6 Andrinopolis.—Batalla imprudente.—Balduino cae prisionero. —
Piden ausilios 6jas potencias de Occidente.—Enrique de Hainaut sucede a su hermano.— Muerte de Dandolo y de Bonifacio. —
Respuesta de Joanice respecto a, la suerte de Balduino.

En tanto que el principe Alejo tuvo promesas y esperanzas que dar, solo se oyeron en torno suyo las ben
diciones de griegos y cruzados, pero cuando llegó la época de cumplir lo que prometiera, no encontró mas
que enemigos y obstáculos. Temeroso á cada instante de ver encenderse la rebelion ó la guerra y obligado á
lanzarse en brazos de su pueblo ó de sus libertadores, no se atrevió á confiar del valor equivoco de los grie
gos, é imploró por segunda vez al dux y á los barones el ausilio de sus armas. Presentóse en la tienda del
conde de Flandes, y manifestó á los jefes de la cruzada que leera imposible cumplir sus promesas, y que
al recordar que se acercaba el dia que debian partir, conocia que luego que lo abandonasen se veria en pe
ligro de perder la vida y el imperio. Les pidió que no partieran hasta el mes de marzo, asegurándoles que
entonces se encontraria en situacion de cumplir sus promesas (1).
Celebróse un consejo para deliberar sobre la proposicion del emperador : los que habian tratado de sepa
rarse del ejército en Zara y en Corfú, manifestaron á la asamblea que si hasta entonces habian combatido
por la gloria ó intereses de los principes, era hora ya de pelear por la religion y por Jesucristo, é indigná-
'banse al ver que se trataba de oponer nuevos obstáculos á la santa empresa. Combatieron vivamente osta
opinion el dux de Venecia y los barones, que fundando su gloria en la espedicion de Constantinopla, no po
dian resolverse á perder el fruto de sus esfuerzos; manifestaron gravisimos motivos, y despues de haber triun
fado-de una tenaz oposicion, el consejo decidió que se aplazase la partida del ejército hasta las fiestas de. Pas
cuas del siguiente año.
Alejo é Isaac dieron las gracias á los cruzados por su resolucion, y resueltos á pagar las cantidades prome
tidas Alejo agotó sus tesoros, aumentó los impuestos y mandó fundir las imágenes de los sanios y los vasos
sagrados. Al ver el pueblo de Constantinopla desaparecer las riquezas de sus iglesias, fué tanto su asombro y
terror, que ni aun tuvo valor para dirigir sus quejas. Los griegos mas entusiastas lamentaron la violacion
de sus templos, pero pronto debian presentarse á sus ojos escenas mas dolorosas.
Guiados los jefes del ejército por los consejos del clero latino y el temor al pontifice de Roma, pidieron que
el patriarca, los sacerdotes y monjes de Constantinopla abjurasen los errores que tos separaban de la Iglesia
romana; pero ni el clero, ni el pueblo ni el emperador se atrevieron á resistirse á esta exigencia que alarma
ba todas las conciencias y rebelaba todos los ánimos. El patriarca subió á la cátedra de Santa Sofia, y declaró
en su nombre, en el de los emperadores y de todo el pueblo cristiano de oriente, que reconocia á Inocencio,
tercero de este nombre, como sucesor de san Pedro, primer vicario de Jesucristo en la tierra y pastor del ficlrc-
baño.

(i Erase entonces el mes de abril de 1 20-i


340 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Los griegos que asistieron á la ceremonia, creyeron que era la abominacion y desolacion de su templo, y
perdonaron en seguida al patriarca tamaño escándalo, porque se persuadieron de que el jefe de su Iglesia ha-
bia engañado á los latinos, y que la impostura de sus palabras compensaba en cierto modo el crimen de su
blasfemia y la mengua del perjurio.
Los griegos se obstinaban en creer que el Espiritu Santo no procede del IIrjo, y citaban en apoyo en su
creencia el simbolo de Nicea; la disciplina de su Iglesia diferia tambien en algunos puntos de la de la Igle
sia romana.
El usurpador Alejose habia retirado á la provincia de Tracia, despues de su fuga de COnstantinopla;
abriéronle sus puertas muchas ciudades, y se reunieron bajo sus banderas algunos de sus partidarios. El hijo
de Isaac resolvió combatir á los rebeldes. Acompañáronle en esta espedicion Enriquede Hainaut, el conde de
San Pablo y muchos otros caballeros; el usurpador, que se habia refugiado en Andrinópolis, se apresuró á
abandonar la ciudad al acercarse sus enemigos, y huyó hácia el monte Hemo, siendo vencidos y dispersos
todos los rebeldes que se atrevieron á esperarlos. El jóven Alejo y los cruzados que le acompañaban tenian
un enemigo mas temible que combatir; eran los bulgarios. Esta nacion salvaje y feroz, sometida á las le
yes de Constantinopla en la época de la primera cruzada, se habia aprovechado de las turbulencias para sa
cudir el yugo delos emperadores griegos : el jefe de los bulgarios, llamado Joanice, era el enemigo implacable
de los griegos, habia abrazado la fé de la Iglesia romana, declarándose vasallo del soberano pontifice para
alcanzar el titulo de rey, y bajo el velo de una nueva religion ocultaba el furor del odio y de la ambicion,
sirviéndose del apoyo de la corte de Roma para hacerla guerra á los soberanos de Bizancio.
Joanice hacia incesantes escursiones en las comarcas limitrofes á su territorio y amenazaba invadir las
mas ricas provincias del imperio. Si el jóven Alejo se hubiera dejado guiar por prudentes consejos, podria ha
ber aprovechado la presencia de los cruzados para intimidar á los bulgarios y contenerlos allende el Hemo;
esta espedicion le hubiera granjeado la estimacion y la confianza de los griegos y asegurado la paz de muchas
provincias; pero ya que los cruzados se negasen á secundar el proyecto, ya que no conoció las ventajas de es
ta empresa, se contentó con amenazar á Joanice (I), y solo pensó en volver á Constantinopla, sin haber he
la paz ni la guerra y despuesde recibir el juramento de lasciudadesde Tracia.
La capital del imperio, que tantas desgracias habia sufrido, esperimentó una nueva calamidad; la mitad
de la ciudad quedó reducida á cenizas. Dice Nicetas que á consecuencia de una contienda entre los cruza
dos flamencos y los habitantes del barrio inmediato al mar y situado entre los dos puertos, se prendió fuego
á una sinagoga y se comunicó de casa en casa con tanta violencia que fué imposible contenerlo. El incendio
devoró en un principio toda la parte de la ciudad llena entonces de una poblacion industriosa, y ocupada ac
tualmente por los jardines silenciosos del serrallo; en pocos momentos estendió sus estragos desde Sania Ire
ne hasta cerca de la grande iglesia, siendo presa de las llamas la doble fila de casas que principiaba en medio
de la ciudad y terminaba en el Filaielfm, el mercado de Constantino y el barrio del Hipódromo. El incendio
duró mas de una semana .
Acudieron muchos caballeros á contener el progreso del fuego y enviaron una diputacion al emperador
Isaac para manifestarle que participaban de su afliccion; al deplorar tal desastre, daban su maldicion á sus
culpables autores y juraban castigarlos, si se encontraban entre los soldados ele la cruz. Todas estas protes
tas y los ausilios que se apresuraron á prodigar á las victimas no bastaron para consolar y apaciguará los
griegos, los cuales al ver las ruinas y las desgracias de su capital, acusaban á los dos emperadores y dirigian
amargas quejas contra los latinos.
Un gran número de francos estaban establecidos en la ciudad, pero siendo desde entonces el blanco de las
amenazas y violencias de un pueblo desesperado, abandonaron sus casas y se retiraron al barrio de Galata
con sus familias y lo que lograron salvar. Villehardouin dice que el número de estos desgraciados fugitivos
ascendia á mas de quince mil; todos se quejaban amargamente de los griegos é imploraban en su miseria el
apoyo de las armas de los cruzados.
Cuando Alejo regresó á Constantinopla fué recibido con sombrio silencio, y solo los cruzados le felicitaron
por la guerra que acababa de hacer en Tracia. Su triunfo, que contrastaba con las públicas desgracias aca-

¡t; Vilkbardouin, lib IV.


LIBRO UNDECIMO.— 1203-4206. 3*1
bó de hacerle ckIioso á los griegos; el jóven emperador se vió obligado con mas motivo que nanea á arro
jarse en brazos delos latinos, en cuyo campamento pasaba los dias y las noches, participando de sus juegos,
de sus fiestas y de sus torpes orgias. Los guerreros francos le trataban en la embriaguez de sus festines con
la mas insolente familiaridad; mas de una vez le arrancaron su diadema adornada de pedreria para poner
íobre su cabeza el gorro de lana de los marineros de Venecia, y los griegos que cifraban su orgullo en la
magnificencia del trono, miraban con desprecio al principe que despues de haber abjurado su religion, envi
lecia la dignidad imperial y no se avergonzaba de adoptar las costumbres de los bárbaros. El mismo Isaac
acusaba á su hijo de abrigar perniciosas inclinaciones y de corromperse con la sociedad de los malvados; se
indignaba deque se pronuciaseen alta voz el nombre de Alejo en la corte y en las ceremonias públicas, en
tanto que apenas se nombraba el suyo, y en su ciega cólera abrumaba de imprecaciones á su hijo; pero im
pelido por vanos celos, mas bien que por el sentimiento de su dignidad, cuando se alegraba del odio que el
pueblo tenia á Alejo, se escusaba del peso del imperio, ni hacia nada para merecer el apre
cio de los hombres virtuesos; vivia retirado en su palacio, rodeado de monjes y astrólogos que besando sus
manos amortecidas aun con las cadenas de su cautiverio, celebraban su poder, le hacían creer (pie libertaria
á Jerusalen, sentaria su trono sobre el monte Libano y reinaria sobre todo el universo. Lleno do confianza
por una imá gen de la Virgen que llevaba siempre consigo y alabándose de saber por medio de la astrologia
todos los secretos de la politica, no imaginó mas medio para precaver las sediciones queel hacer trasportar á
su palacio desde el Hipódromo el jabali deCalidon, que se consideraba como simbolo de la rebelion y la ima
gen del pueblo enfurecido. ¡.-...V .
El pueblo de Constantinopla, no menos supersticioso que Isaac, mientras se lamentaba de las desgracias
de la patria, descargaba su furor contra el mármol y el bronce. Adornaba la plaza de Constantino una esta
tua de Minerva que tenia los ojos y los brazos vueltos hácia occidente; se creyó que ella habia llamado á
los bárbaros, y la muchedumbre enojada la derrocó ó hizo pedazos. «Cruel ceguedad delos griegos, esclama
un historiador (1), que se armabau contra si mismos y no podian soportar en medio de su ciudad la imagen
de una diosa que representa la prudencia y el valor. »
(1 204) Mientras agitaban la capital del imperio estas escenas populares, los ministros de Alejo y de Isaac se
ocupaban en recaudar impuestos para pagar las sumas prometidas á los latinos. Agregábanse al públicoin-
fortunio las dilapidaciones, los abusos del poder y las injusticias : oianse quejas en todas las clases de ciuda
danos; se trató en un principio de recargar todos los impuestos sobre el pueblo, pero este, dice Nicetas, se
alzó como un mar agitado por los vientos, y hubo necesidad de imponer exacciones estraordinarias á los ciu
dadanos mas ricos y continuar despojando las iglesias de sus ornamentos de oro y plata. Los tesoros que pu
dieron amontonarse no satisfacieron, empero, los deseos insaciables de los latinos, que empezaron á saquear
las campiñas cercanas á la ciudad, las casas y los monasterios de la Propóntida.
Las hostilidades y violencias de los cruzados escitaron la indignacion del pueblo, que pasando de las quejas
á la rebelion, se precipitó en tropel en el palacio de los emperadores, les acusó deque abandonaban la causa
de Dios y de la patria y pidió con horribles clamoreos armas y vengadores.
Entre los que animaban á la multitud se notaba un jóven principe de la familia de Ducas; se llamaba Alejo,
nombre que debia estar constantemente unido á la historia de las desgracias del imperio, y tenia el sobrenom
bre de Murzuffle, palabra griega que significa cejijunto. Murzuffle albergaba uaalma disimulada bajo ese.es-
terior severo y duro que el vulgo toma siempre como indicio y carácter de franqueza; estaban siempre en sus
labios las palabras de patria y libertad, que seducen üintoal pueblo, y las de gloria y religion que revelan
nobles sentimientos, pero quesolo servian para ocultar su ambicion; viviendo en una corte timida y pusilá
nime y rodeado de principes que, segun dice Nicetas, temian mas guerrear con los cruzados, que los ciervos
atacar un leon, Murzuffle no carecia de valor, y su reputacion de arrojado bastaba para atraerle todas las mi
radas de la capital. Se le creia apto para mandar porque tenia la voz robusta, altiva la mirada y el tono im
perioso; cuanta mas vehemencia empleaba en declamar contra la tirania, crecia mas el afan del pueblo que
deseaba verle revestido con un gran poder, y el odio que afectaba manifestar contra los estranjeros, inspi
raba la esperanza de que defenderia algun dia el imperio y seria el libertador de Constantinopla.
Gozaba la privanza del jóvenAlejo y logró persuadirle de que era preciso romper con los francos v ser in-

i) Necias.
342 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
grato con sus libertadores para conseguir la conlianza de los griegos. Inflamó al mismo tiempo al pueblo con
tra los cruzados, y para decidir el rompimiento, tomó las armas, seguido desus amigos y de algunos hombres
del pueblo. Arrojóse fuera de la ciudad una tropa numerosa, creyendo sorprender á los latinos; pero la mul
titud, dispuesta siempre á declamar contra los guerreros de occidente, se dejó caer las armas de terror al ver
los, y abandonado Murzuffle en el campo de batalla, se espuso á caer en poder de 1os cruzados.
Esta accion imprudente, que debiera haberle perdido, contribuyó á acrecentar su poder y su fama; po
dia acusársele de haber espuesto la salvacion del imperio provocando la guerra sin medios para sostenerla:
pero el pueblo ensalzó el heroismo de un principe (pie se atrevia á desaliar las falanges belicosas de los fran
cos, y hasta los mismos que le habian abandonado en medio del combate, celebraron su valor y juraron es-
terininar como él los enemigos de la patria.
El furor de los griegos habia llegado á su colmo, y los latinos por su parte manifestaban su descontento ;
no se oian masque gritos de guerra en el arrabal de Galata que habitaban los franceses y venecianos y en los
muros de Constantinopla, y nadie se atrevia á hablar de paz y reconciliacion.
En aquel entonces llegó al campo de los cruzados una diputacion de los cristianos de Palestina; los diputa-
dos, dirigidos por el abad Martin Litz, iban vestidos de luto; la tristeza impresa en sus rostros anunciaba
que eran mensajeros de grandes desgracias y su relato arrancó lágrimas á todos los peregrinos.
Un año antes de la espedicion á Constantinopla, desembarcaron eiiTolemaida los cruzados flamencos par
tidos de los puertos de Brujas y de Marsella, muchos guerreros ingleses, mandados por los condes de Nor—
thumberland, de Norwik y de Salisbury, y un gran número de peregrinos de la baja Bretaña, que habian
tomado por je.e al monje Heloin, uno de los predicadores de la cruzada. Reunidos con los que habian aban
donado el ejército cristiano despues del sitio de Zara, estaban impacientes de atacar á los turcos., y como el
rey de Jerusalen no se decidia á romper la tregua hecha con los infieles, la mayor parte de ellos abandona
ron la Palestina para ir á combatir bajo las banderas del principe de Antioquia que estaba en guerra ton el
rey de Armenia. Habiéndose negado á tomar las guias, fueron sorprendidos y dispersos por los musulmanes
que envió contra ellos el principe de Alepo; los pocos que se salvaron de la matanza, entre los cuales nombra
la historia dos señores de Neuilly, á Bernardo de Montmirail y á Bernardo de Dampierre, que, quedaron
cautivos de los infieles (1), y el monje Heloin tuvo el dolor do ver perecer en el campo de batalla á los mas
valientes cruzados bretones, volviendo casi solo á Tolemaida á anunciar la sangrienta derrota de los soldados
de la eruz (2).
Una hambre horrible habia asolado el Egipto durante dos años, haciéndose sentir sus estragos hasta en Si
ria; sucedieron al hambre enfermedades contagiosas, la peste se habia cebado en los habitantes de la Tierra
Santa, y mas de diez mil cristianos habian recibido sepultura en un solo dia en la ciudad de Tolemaida.
Los diputados do Palestina invocaron con lágrimas y sollozos el pronto ausilio de los cruzados, pero como
los caballeros y barones no podian abandonar su empresa , prometieron á los enviados de Tierra Santa que
pasarian á la Siria despues de haber vencido á los griegos, y les dijeron enseñándoles las murallas de Cons
tantinopla. «Alli está la senda de salvacion, alli está el camino de Jerusalen.»
Alejo debia pagar á los latinos la cantidad que habia prometido: si era fiel á sus tratados, temia la rebe
lion dolos griegos, y si no cumplia sus compromisos, le aterraban las armas de los cruzados. Estedoble te
mor tenia á los dos emperadores inmóviles en su palacio, y no se atrevian á buscar la paz ni á preparar la
guerra. , .
Descontentos los cruzados de la conducta de Alejo le enviaron algunos barones y caballeros para pregun
tarle si queria ser su amigo ó su enemigo. Los enviados, al entraren Constantinopla, oyeron por todas partes
las injurias y amenazas de un pueblo irritado; recibidos en el palacio de Blaquernas en medio de la pompa del
trono y de la corte, se dirigieron al emperador Alejo y le espusieron las quejas desus compañeros de armes
con un lenguaje altivo y duro, siendo Conon de Bethune el encargado de llevar la palabra.
El emperador Alcjo, que veia en un tono tan amenazador su impotencia y el estado desastroso del imperio,

(1) El monje r;untcr.


(2) Jacobo de Vitry, Alberto y el continuador de Guillermo de Tiro, hablan de esta batalla trabada entre Antioquia y Tripoli;
tambien la menciona Villehardouin, y cita los nombres de muchos caballeros que fueron muertos y prisioneros. *
LIBRO UNDECIMO.— 1203-1 20G. 343
no pudú cortloner su indignación; los cortesanos participaron de la cólera de su soberano y querían castigar c-n
el acto al insolente orador de los latinos, cuando los enviados salieron del palacio de Bla<juernas y se apre
suraron á volver al campamento. t
El consejo de Alejo y de Isaac solo respiraba venganza y resolvió dar principio á la guerra. Los latinos solo
pensaron ya en atacar á Constanlinopla.
Era inesplicable el odio, el furor de los griegos, pero niel furor ni el odio escitaban su valor; no atre
viéndose á acometer á sus enemigos en el campo, resolvieron incendiar la escuadra de los venecianos; re
currieron entonces al fuego griego que en mas da una ocasión habia suplido á su valor y salvado su capital;
este fuego terrible, lanzado con tino, devoraba los bajeles, los soldados y sus armas; precído al rayo del
cielo, nada bastaba á contener su esplosion y sus estragos, y las aguas del mar en vez de estinguirlo, no ha
cían mas que aumenlar su actividad.
Lanzaron al mar diez y siete barcos cargados de fuego griego y de materias combustibles, que fueron
llevados por un viento favorable hácia la parte del puerto donde estaban ancladas las naves de Venecia. Los
griegos se habian valido de las sombras de la noche para asegurar el éxito de su tentativa : un resplandor
amenazador y siniestro iluminó repentinamente el puerto, el golfo y el arrabal de Galata; al ver el peligro,
las trompetas tocaron al arma en el campo de los latinos, los franceses se prepararon para el combate, en tan
to que los venecianos se arrojaban en barquichuelos para detener las naves que llevaban en sus costados la
destrucción y el incendio.
La multitud de griegos reunidos en la orilla aplaudía con regocijo y se recreaba con el espanto de los cru
zados; muchos de ellos se embarcaron en lanchas y lanzaban una lluvia de (lechas para aumentar el desór-
den de los venecianos; los cruzados se animaban mutuamente, se arrojaban en tropel delante del peligro, al
gunos elevaban aí cielo gritos de queja desgarradores y otros invocaban contra los griegos todas las furias del
infierno. Oíanse en las murallas de Constanlinopla palmoteos, esclamaciones de júbilo y carcajadas que so
aumentaban cuando se acercaban los barcos cubiertosde llamas. No obstante, á fuerza de remos y de bra
zos, los venecianos lograron alejar los diez y siete brulotes, que arrebataron al momento las corrientes al
otro lado del canal; los cruzados, formados en batalla, en pió sobre la escuadra ó esparcidos en las barcas,
dieron gracias a Dios por haberles salvado de tan inmenso desastre, y los griegos vieren con terror consu
mirse en las aguas de la Propóntida sus naves inflamadas sin haber causado daño alguno.
¿ Podían acaso los latinos irritados perdonar al emperador Alejo su perfidia y su ingratitud ?
Aterrado Alejo con las amenazas de los cruzados, solo pensó en implorar su clemencia; les prestó
nuevos juramentos, les hizo nuevas promesas y rechazó la culpabilidad de su traición, imputándosela al pue
blo que no podia contener; suplicó á sus amigos, aliados y libertadores que corrieran á defender un trono
próximo á desmoronarse y les propuso entregarles su propio palacio (1).
Murzufíle fué el encargado de manifestar á los latinos las súplicas y palabras del emperador, y valiéndose
de esta ocasión para aumentar la alarma y enconar el descontento de la multitud, tuvo cuidado de hacer
esparcir el rumor de que Alejo iba á entregar á Constanlinopla á los bárbaros de occidente. El pueblo se
reúne en tropel tumultuoso en las calles y plazas públicas; repítese por todas partes que el enemigo está ya
en la ciudad, que no hay que perder un instante para precaver grandes desgracias y que el imperio necesi
taba un soberano que supiese defenderlo y protejerlo.
En tanto que Alejo se ocultaba Heno de espanto en su palacio, la turba de los sediciosos corrió á la iglesia
de Santa Sofía á elegir otro emperador.
En vano los mas sabios del clero y de los patricios se esfuerzan en probar que un cambio de soberano iba
á ser causa de la perdición del trono y del imperio; el pueblo mismo que veinte años antes habia asesinado á
Andrónico y coronado á Isaao, Techazaba su propia obra, y después de tres dias de tempestuosas discusiones,
un jóven imprudente llamado Canabe se deja arrastrar por los ruegos y amenazas del pueblo. Corónase en
la iglesia de Santa Sofía y se proclama en Constanlinopla un fantasma de emperador, -no siendo esrraño Mur-
zuflle á esta revolución popular con ulteriores fines.
Cuando Alejo sabe el desenlace del tumulto, tiembla en el fondo de su desierto palacio; no tiene mas cspe-

íl j fícela», cap. IV.


344 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
ranza que los latinos; pule por medio de repetidos mensajeros el apoyo de los condes y barones, é implora la
compasion del marqués de Monferrato, que movido por sus súplicas, entra en Constantinopla en medio de la
noche, al frente de una escogida tropa, para defender el trono y la vida de les emperadores. Murzuffle, que te
mia la presencia de los latinos, corre á la presencia de Alejo, le pinta á los cruzados como a sus mas peligro
sos enemigos, y le dice que todo está perdido si losfrancos penetran armados en su palacio.
Al llegar Bonifacio di palacio de Blaquernas, encuentra las puertas cerradas, y Alejo envia á decirleque no
tiene libertad para recibirle, suplicándole que salga de Constantinopla con sus soldados. El aspeto de los
guerreros de occidente habia llenado de terror al pueblo; su retirada reanima el valor y la furia de la mu
chedumbre; corren mil rumores diversos á la vez; resuenan en las plazas públicas las quejas y las impreca
ciones; crece pr momentos la turba; se aumenta el tumulto; se cierran las puertas dela ciudad; corren á las
armas los soldados y los habitantes; unos quieren atacar á los latinos, otros sitiar al emperador en su pa
lacio.
En medio de la confusion y el desorden, Murzuffle no pierde de vista la ejecucion de sus designios; atrae
á su partido las guardias imperiales, sus amigos recorren la capital escitando con sus discursos el furor y la
rabia de la muchedumbre. Pronto llega á reunirse una inmensa turba delantedel palacio de Blaquernas lan
zando gritos sediciosos; Murzuffle se presenta á Alejo, aumenta la alarma del principe, y fingiendo compa
decerle y protegerle, le conduce á un aposento retirado, le carga de cadenas y le hunde en un calabozo. Sa
le el mismo á decir al pueblo lo que ha hecho por el bien del imprio, y pareciendo el trono del que ha lan -
zado á su soberano, bienhechor y amigo una justa recompensa de su lealtad y sus servicios, es conducido en
triunfo hasta la iglesia de Santa Sofia y coronado emprador entre las aclamaciones del pueblo.
Apnasse ve Murzuffle revestido con la púrpura imperial, trata de asegurar el fruto de su crimen; te
miendo los caprichos del pueblo y de la fortuna, se dirige á la carcel de Alejo, le hace tragar un brebaje
envenenado, y viendo que el jóven principe tarda en morir, lo ahoga con sus propias manos.
Asi murió el desgraciado Alejo, despues de un reinado de seis meses y algunos dias; dirigido por pérfidos
consejos, flotando sin cesar entreel patriotismo y la gratitud, temiendo perder el afecto de sus vasallos y eno
jar á sus temibles aliados, pereció victima de su debilidad y de su irresolucion. Isaac murió de terror y de—
sespracion al saber el trágico fin de su hijo.
La historia no menciona mas á Canabe; era tal el desórden, que desde la llegada de los latinos habian
descendido violentamente del trono cuatro emperadores, y la fortuna reservaba el mismo fin á Murzuffle.
El asesino de Alejo concibió el proyecto de hacer perecer á tracion á los principales jefes de los cruzados;
envió al campamento de los latinos un oficial encargado de decir que iba de parte del emprador Alejo, cuya
muerte se ignoraba aun, suplicando al duxde Venecia y á los señores franceses que se presentaran en el pa
lacio de Blaquernas, donde se les entregarian todas las cantidades prometidas. Los señores y barones pro
metieron acceder á la invitacion del emperador, y ya se preparaban á partir con alegria, cuando Dandolo des
pertó su desconfianza y los hizo temer una nueva perfidia de los griegos. No lardaron en saber la muerte de
Isaac, de Alejo y todos los crimenes de Murzuffle; llenáronse de indignacion; resistiéndose á creer tan horri
ble atentado, y dando al olvido las faltas de Alejo y lamentando su desgraciada suerte, juraron vengar á su
antigue amigo. Los jefes decidieron en el consejo que debia hacerse una guerra á muerte á Murzuffle y cas-
tigar una nacion que acaba de coronar la traicion y el parricidio; los prelados y eclesiásticos, mas anima
dos que los demás, invocaban los rayos de la religion y de la guerra contra el usurpador del trono imperial
y contra lus griegos infieles á su soberano y al mismo Dios, prometiendo todas las indulgencias del soberano
pontifice y todas las riquezas de la Grecia á los guerreros destinados para vengar la causa de Dios y de los
hombres.
Informado Murzuffle de que la falta de viveres habia obligado á los cruzados á irá apoderarse de la ciudad
de Frisea, salió durante la noche de Constantinopla con un numeroso ejército, y fué á. situarse de emboscada
en el camino por donde debian volver de su escursion los caballeros que habian salido de su campamento
para llevar á cabo su empresa. Los griegos acometieron álos latinos de improviso, creidos deque los deno
tarian fácilmente, pero los guerreros francos se pusieron en orden de batalla sin aterrarse é hicieron tan vi
va resistencia, que les griegos se vieron obligados á emprender la fuga. Murzuffle estuvo á punto de caer en
poder de sus enemigos y debió su salvacion á la velocidad de su caballo, pero dejó en el campo de batalla su
LIBRO UNDECIMO — 1 203-1 206. 34ñ
escuilo, sus armas y el pendon de la Virgen, que acostumbraban á llevar los emperadores (leiante en los ma
yores peligros.
La pérdida de oste pendon antigue y venerado llenó de luto y espanto á los griegos, y al ver los cruzados
en sus filas victoriosas el estandarte y la imágen de la patrona de Bizancio, creyeron que la Madre de Dios
abandonaba á los griegos y se declaraba en favor de la causa de los latinos.
Tras esta derrota, los griegos so persuadieron de que no les quedaba otro medio de salvacion que las for
tificaciones de su capital, y siéndoles mas fácil encontrar trabajadores que soldados, empleaban noche y dia
cien mil hombres en reparar las murallas.
Murzuffle habia aprendido á temer el valor de sus enemigos; desconfiaba del de los griegos, y antes de
esponerse á todos los azares dela guerra, pidió una entrevista á los jefes de los cruzados. Los senores y ba
rones se negaban horrorizados á ver el usurpador del trono imperial, el asesino y verdugo de Alejo, pero
el deseo de la paz hizo que el dux de Venecia consintiera en dar oidos á las prodiciones de Murzuffle. En
rique Dandolo se dirigió en su galera hasta el estremo del golfo, y el usurpador se acercó á la orilla del mar
montado en un caballo. La conferencia fué larga y animada; el dux exigia á Murzuffle que le pagase en el
acto cinco mil libras de oro, que ayudara á los cruzados en su espedicion á Siria y jurara nuevamente obe
diencia á la Iglesia romana. Despues de prolijas discusiones, Murzuffle prometió dar á los latinos (1) el dinero
y los ausilios que le pedian, pero no se resolvia á sufrir el yugo de la Iglesia de Roma. El dux esta ba asom
brado de ver que despues de haber ultrajado todas las leyes divinas y naturales, diera tanta importancia á las
opiniones religiosas, y lanzando una mirada de desprecio á Murzuffle, le preguntó si la Feligion griega per
donaba la traicion y el parricidio. Irritado el emperador, disimulaba su cólera y se esforzaba á justificar su
conducta, cuando interrumpió la conferencia la presencia de varios caballeros latinos.
Murzuffle solo se ocupó desde entonces en preparar la guerra, resuelto á morir con las armas en la ma
no; mandó levantar de muchos piés las murallas y las torres que defendian la ciudad por el lado del puerto,
y construyó galerias de varios pisos desde donde los soldados podian lanzar sus flechas y dar movimiento á
las máquinas de guerra.
Los jefes de los cruzados reunidos en su campamento se repartian en tanto los despojos del imperio y de la
capital, cuya conquista esperaban, aunque temerosos al ver los formidables preparativos de los griegos. Se
decidió en el consejo de los principes y barones que se nombrase un emperador en lugar de Murzuffle, y que
se eligiera en el ejército victorioso de los latinos; el jefe del nuevo imperio debia poseer en dominio la cuarta
parte de la conquista con los dos palacios de Bucoleon y Blnquemas, y se repartirian entre franceses y vene
cianos las ciudades y tierras del imperio, lo mismo que el botin que se iba á hacerse en la capital , con condi
cion de prestar fé y homenaje al emperador. En el mismo consejo se redactaron reglamentos para fijar la
suerte del clero latino y la de los barones y señores, y se determinaron segun las leyes feudales, los derechos
y deberes de los emperadores y de los subditos.
Los franceses habian preferido en el primer sitio de Bizancio atacar la ciudad por tierra, pero la espe—
riencia les hizo apreciar los consejos de los venecianos. Los jefes resolvieron por unanimidad dirigir todos sus
ataques por el lado del mar; se trasportaron á las naves los viveres, las armas y los bagajes; todo el ejér
cito se embarcó el jueves 8 de abril, y al dia siguiente á los primerós albores, la escuadra con los caballe
ros y sus caballos, los peregrinos con todas sus riquezas, las tiendas, las máquinas y el destino de un grande
imperio, levantó áncoras y se acercó á las murallas. Los navios y las galeras, formados en una sola linea,
ocupaban una estension de mas de inedia legua : los cruzados dieron principio á un rudo y cruel ataque, de
sembarcando en muchos puntos y adelantando las máquinas hasta el pié de los muros; en algunos parajes se
acercaron tanto las escalas de los navios, que los que se hallaban á bordo y los que defendian las mu
rallas, combatian con las lanzas; pero poco acostumbrados los caballeros y barones $ pelear sobre un cam
po de batalla flotante, acometian con furor pero con desórden. El ataque continué hasta la hora denona; en
tonces la mala fortuna, dice el mariscal de Champaña, ó mas bien nuestros pecados quiso que fuéramos re
chazados. Los que habian saltado en tierra volvieron á las naves y la escuadra se alejó de las murallas. El

1) Nicotas, tih 1, cap. 4 : Reinado del emperador Mejo Dvcas.


Ut y ¡3,
34G HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
pueblo de Bizancio corrió á las iglesias a dar gracias al cielo por tan señalada victoria, y el mismo esceso de
su alegria demostró el temor que le inspiraban los latinos (1).
Aquella noche celebraron consejo en una iglesia cercana al campamento los jefes de los cruzados, que pro
pusieron diversos pareceres, pero que resolvieron repetir el ataque tres dias despues por el mismo punto don
de habian sido rechazados.
Era un viernes y se emplearon el sábado y el domingo en dar disposiciones para el jiuevo asalto. Los griegos
se ocuparon tambien en los preparativos de su defensa; Murzuffle habia alzado sus tiendas con una parte de
su ejército en la colina llamada en el dia el barrio de Fanar. El lunes ni amanecer se dióla señal del ataque;
todos los peregrinos tomaron las armas, y su escuadra se dirigió hácia las murallas, lo cual al ver los de la
ciudad, estasson las espresiones de Villehardouin, empezaron á temer mas que el primer dia. Tampoco los
guerreros de la ( ruz podian reprimir su temor al ver tanta gente en las torres y murallas de la ciudad, y pa
ra inflamar el ardor y emulacion de los guerreros, los jefes de los latinos hicieron publicar por un heraldo
de armas que el primero que cnarbolase el pendon de los cruzados sobre una torre de la ciudad recibiria cin
cuenta marcos de piata.
Dióse principio al ataque que muy pronto se hizo general; era tan horrible el estruendo de la batalla que
parecia que la tierra iba á abismarse; las naves iban unidas de dos en dos, para que en cualquier punto el
número de los sitiadores pudiera responder al de los sitiados. Este asalto duró muchas horas; pero Dios envió
por fin un viento de norte que empujó las naves cerca de la orilla, de tal modo que dos palandrias ligadas en
tre si, llamada la una Peregrina y la otra Paraiso, quedaron encalladas al lado de una torre. Se hallaban en
ellas el obispo de Troves y el de Soissons; y apenas se arrimaron las escalas á las murallas, se vieron dos
guerreros francos en lo alio de una torre de la ciudad. Era el uno francés y se llamaba Urboise, y el otro ve
neciano, llamado Pedro Alberti, los cuales arrastraron en pos una multitud inmensa de soldados.
Los griegos sucumben bajo el acero de los latinos ó emprenden la fuga : en medio de la pelea el valiente
Alberti es muerto por un francés que le cree griego, y qué al conocer su error, quiere matarse en su deses
peracion en la animacion del combate apenas advierten los cruzados esta dolorosa y trágica escena; las ban-
, derasde los obispos de Troyes y de Soissons colocadas en lo alto de la torre atraen las miradas de todo el ejér
cito, infl.imanloá los que estaban aun en las naves y de todas partes se apresuran y abalanzan al asalto. Los
cruzados se apoderan de cuatro torres; caen tres puertas á los golpes del ariete; los caballeros salen delas
naves con sus caballos y todo el ejército de los peregrinos se precipita á un tiempo en la ciudad. Un caballero
llamado Pedro Bracheus, que habia entrado por la puerta Petrion, penetró casi solo hasta la colina donde esta
llo acampado Murzuffle; los griegos lo creyeron en su tórrorun gigante, y el mismo historiador Nicetas dice,
que su casco parecia una torre (2). Los soldados del emperador huyeron al ver tan solo un caballero francés.
El ejército de los latinos avanzaba á banderas desplegadas; «Entonces, dice el mariscal de Champaña, hu
bierais visto caer griegos por todas partes, ganar los nuestros caballos, palafrenes, mulos y demás botin, y
tantos muertos y heridos, que no podian contarse.» Los cruzados prendieron fuego al barrio que habian in
vadido, y las llamas impelidas por el viento anunciaron hasta los estremos de la ciudad la presencia de un
vencedor irritado. El pueblo estaba sumido en el mayor terror; mientras todos huian ai\te ellos, los cruzados
se asombraban de su victoria, y temiendo al acercarse la noche alguna sorpresa, fuéron á situarse cerca de
la escuadra y debajo de las murallas y torres que habian tomado. El marqués de Monferrato se acampó con
los suyos en un barrio desde donde se podia vigilar la ciudad; Enrique de Hainaut alzó sus tiendas delante
del palacio de Blaquernas, y el conde de Flandes ocupó por un feliz augurio las tiendas imperiales abando
nadas por Murzuffle.
Constantinopla fué tomada de este modo por asalto el 10 de abril del año dela Encarnacion 4204.
Durante la noche Murzuffle hizo todos los esfuerzos posibles para reunir sus soldados dispersos, pero vién
dose abandonado de sus parciales, huyó arrastrando tras su huella una inmensa y aterrada muchedumbre.
Y como si el imperio necesitase la presencia de un emperador en su última hora, una turba ¡nsensala corrió
á la iglesia de Santa Sofia donde se presentaron á merecer los sufragios de la asamblea Teodoro Ducas y

t ¡ Villeliardoiun : ¡ViYfvo coleccion de Memoria* para la historia i . Francia , t I.


.i Nicelas, lib IV.
• I

i
LIBRO UNDECIMO.— 1203-1206. 3Í-7
Teodoro Lasca ris. Recayó la eleccion en este últimoque no se atrevió á ceñir su frente con la corona .imperial.
No tardan en oirse las trompetas de los latinos; apodérase el terror de los mas valientes y nadie piensa en
disputar la victoria á los cruzados. Queda solo Lasca ris y se ve precisado á abandonar una ciudad que nadie
quiere defender. De modo que Constantinopla, que habia visto dos emperadores en una noche y se encontra
ba otra vez sin soberano, solo presentaba la imagen de una nave sin timon, combatida por los vientos y pró
xima á perecer bajo los embates de la tempestad, til incendio abarcó muchos barrios y devoró, segun espre-
sion de los barones, mayor número de casas que las quecontenian las tres ciudades mas populosas de Francia
y Alemania (1). El incendio duró toda la noche; cuando empezó á asomar el dia, los cruzados se prepararon
á continuar su victoria al resplandor de las llamas, y avanzaban con desconfianza y precaucion, cuando oye
ron voces suplicantes, y una multitud de mujeres, niños y ancianos, precedidos del clero llevando cruces ó
imágenes de santos, se arrojaron á los pies de los vencedores.
Los jefes se enternecieron al oir los ayes de aquella muchedumbre desolada ; un heraldo de armas recor
rió las lilas proclamando las leyes de la clemencia; sedió órden á los soldados de perdonar la vida de los ha
bitantes y respetar el honor de casadas y doncellas, y el clero latino unió sus exhortaciones á las de los jefes,
amenazando con los rayosde la esconíunion á los que abusasen dela victoria para ultrajar la humanidad.
Los cruzados avanzaban en tanto al rumor de clarines y trompetas; pronto enarbolaron sus pendones en
los principales barrios de la ciudad, y cuando Bonifacio entró en el palacio de Bucoleon, que se creia ocupado
por las guardias imperiales, quedó sorprendido al encontrar un gran número de mujeres de las primeras ca
sas del imperio, sin mas defensa que sus gemidos y sus lágrimas. Margarita, hija del rey de Hungria y esposa
de Isaac, é Inés, hija de Luis VII, rey de Francia, esposa de dos emperadores, se arrojaron á las plantas de los
caballeros y barones implorando su misericordia. El marqués de Mooferrato respetó su infortunio y les dió
guardias para su defensa.
En tanto que Bonifacio se apoderaba del palacio de Bucoleon, Enrique de Hainaul tomaba posesion del do
Blaquernas. Estos dos palacios, llenos de inmensas riquezas, se preservaron del saqueo, y no presentaron las
deplorables escenas que durante muchos dias llenaron de desolacion á Constantinopla.
Impacientes los cruzados de recoger los tesoros que de antemano se habiau repartido, se esparcieron por
todos los barrios de la capital y arrebataron sin compasion cuanto se presentaba á su codicia; lo mismo inva
dian las casas pobres como las de los ricos; la licencia-de los soldados crecia con la vista del botin; los mas
indisciplinados y perversos arrastraban á los demás con sh ejemplo, y la embriaguez de la victoria no tuvo fre
no, temor ni compasion.
Los cruzados que no derramaban sangre, se valian del ultraje y la violencia para despojar á los vencidos;
no habia sitio alguno en Constantinopla libre de su bárbara persecucion, y á pesar de las prohibiciones re
novadas varias veces por sus jefes y sacerdotes, no respetaron el pudor de las mujeres ni la santidad de los
templos. Los soldados y criados del ejército despojaban los sepulcros de los emperadores; el cuerpo de Justi-
niano, que los siglos habian conservado y que se presentó entero á sus ojos, no bastó para contener sus manos
sacrilegas y hacerles respetar la paz de la tumba. Velaseles en los templos dirigirse con brutal avidez á don
de brillaba la seda y el oro; hicieron pedazos el altar de la Virgen que adornaba la iglesia de Santa Sofia y
que se admiraba como una obra maestra del arte; desgarraron el velo del santuario; jugaban á los dados so
bre las mesas de mármol que representaban los apóstoles y se embriagaban con los vasos sagrados. Los ca
ballos y mulos conducidos hasta dentro de los templos sucumbian bajo el peso de los despojos, y heridos á
sablazos, manchaban con su sangre el pavimento de Santa Sofia. Una prostituta, que Nicetas llama servidora
de los demonios y sacerdotisa de las furias, subió á la cátedra patriarcal, entonó una cancion impúdica y
bailó en la iglesia en medio de la turba de los soldados, como insultando las ceremonias de la religion.
El historiador Nicetas acusa á los cruzados de haber escedido en barbarie á los turcos y les recuerda el
ejemplo de los soldados de Saladino, que dueños de Jerusalen, no violaron el pudor de las matronas y virgenes,
no amontonaron los cadáveres sangrientos en torno del sepulcro del Salvador ni atormentaron á lus cristianos
con el fuego, el hierro, el hambre y la desnudez.
Las campiñas cercanas al Bosforo ofrecian un espectáculo tan lastimoso como la capital; tambien habian

(I) Villelmi tlouiu , lib. V.


V

348 HISTORIA DE LASCWJZADAS.


sido asoladas y entregadas al saqueo las aldeas, las iglesias y las quintas; una muchedumbre desesperada
inundaba los caminos y marchaba sin direccion perseguida por el temor, sucumbiendo al cansancio y lan
zando gritos dolorosos; veianse senadores y patricios descendientes de familias imperiales buscando un mise
rable asilo y vagaudo cubiertos de andrajos en torno de su capital.
En tanto que los cruzados saqueaban la iglesia de Santa Sofia, el patriarca huia implorando la caridad de
los pasajeros, todos los ricos habian caido en la indigencia y solo inspiraban desprecio, y no escitaban ya el
respeto la nobleza mas ilustre, las mas altasdignidades ni el brillo del talentoódela virtud. La miseria, se
mejante ú una muerte inevitable, habia borrado todas las distinciones y clases; los hombres de la hez del
pueblo acababan de despojar á los fugitivos insultando su desgracia, y se oia á una multitud insensata que
se regocijaba con el infortunio público, aplaudir la humillacion de los grandes y patricios y llamar dias de
justicia é igualdad tan desastrosos dias.
Los griegos habián acusado varias veces de ignorancia á los latinos (I); los caballeros cruzados, sin tra
tar de rechazar los ultrajes de sus enemigos, no apreciaban mas trofeos que los del valor y los trabajos de la
guerra, y despreciaban las artes y las gratas ocupaciones dela paz. Este bélico espiritu les arrastró á des
truir los monumentos que adornaban las plazas y los edificios públicos de Bizancio. Constantinopla habia per
manecido hasta entonces en pié en medio de las ruinas de muchos imperios, habia recogido el naufragio delas
artes y mostraba aun las obras maestras salvadas del tiempo y de la barbarie. El bronce, donde respiraba
el genio de la antigüedad, fué arrojado al horno y convertido en moneda para satisfacer la avidez de los sol
dados, y cayeron la jo los bárbaros golpes del vencedor los héroes y dioses del Nilo, los de la antigua Grecia
y de la antigua Roma y las obras maestras de Fidias y Praxiteles.
Mientras la mayor parte de los guerreros arrebataban el oro, las piedras preciosas, las colgaduras y las
ricas telas de oriente, los peregrinos mas devotos, especialmente los eclesiásticos, recogian un botin mas ino
cente y mas propio de los soldados de Jesucristo. Muchos desobedecieron las órdenes de sus jefes y superio
res y no se desdeñaron de valerse de súplicas y amenazas, de astucia ó de violencia para proporcionarse
algunas reliquias, objeto de su respeto y veneracion. La historia contemporánea trae muchos ejemplos que
servirán para manifestarnos el espiritu de los peregrinos vencedores de Bizancio.
Martin Litz, abad de Paris en la diócesis de Basilea, entró en una iglesia que acababa de sufrir el saqueo,
y penetró sin ser .visto hasta un sitio retirado donde habia numerosas reliquias depositadas bajo la custodia de
un monje. Se hallaba entonces este monje en oracion y alzaba al cielo sus manos suplicantes; su ancianidad
y sus canas, su ferviente piedad y el dolor impreso en su frente debian inspirar respeto y compasion; pero
Martin se acercó con ademan colérico al venerable custodio del sagrado tesoro y le dijo con acento amenaza
dor : a ¡Desventurado anciano, prepárate á morir si no me guias al lugar donde ocultas tus reliquias!»
Aterrado el monje con esta amenaza se levantó temblando y enseñó un enorme cofre de hierro en donde el
piadoso abad hundió piadosamente sus manos apoderándose de cuanto mas precioso pudo hallar. Regocijado
con esta conquista corrió á ocultar su tesoro en una nave y supo con piadoso ardid ocultarlo durante muchos
diasá los ojos de lodos los jefes y prelados del ejército, que habian mandado severamente á los peregrinos
que todas las reliquias se depositasen en un sitio designado con este objeto. Entre las preciosas reliquias que
llevó Litz á Basilea se notaba un pedazo de la verdadera cruz, los huesos de san Juan Bautista y un brazo
de Santiago.
Noluvo tanta destreza otro sacerdote llamado Galon de Dampierre de la diócesis de Langres, quien no ha
biendo tenido parte en el reparto de las reliquias, fué á arrojarse á los pies del legado del papa pidiéndole,
bañado en lágrimas, el permiso de llevar á su pais la llave de san Mamas; otro eclesiástico, que era de Picar
dia, y que encontró la llave de san Jorje y la de san Juan Bautista, ocultas entre escombros, se apresuró á
partir de Constantinopla, y cargado con tan precioso botin, fué á ofrecer á la catedral de Amiens, su patria,
Ijs reliquias cuya posesion le habia dado la Providencia (2).
Los principes y barones no desdeñaron estos santos despojos; habiéndole tocado á Dandolo en el reparto un

1; Nicetas prodiga los epitetos de barbaros, ignorantes y groseros a los principes latinos, les echa en cara su ignorancia de la len«
pua griega y de las obras de Homero, y hasta les vitupera sus manjares favoritos que , segun el, consistian en buey cocido, tocino
salado , en guisantes y sopa con ajo y yerbas fuertes.
-') Mstor t'dcj. t|c Fleury, t XVI, t. |Í3. , „
LIBRO UNDECIMO.— 1203-1206. 3iü
pedazo de la verdadera cruz que el emperador Constantino hacia llevar delante de si en la guerra, lo regaló
á la república de Ventcia; Balduino se reservó la corona de espinas de Jesucristo y otras muchas reliquias
halladas en el palacio de Bucoleon, y envió á Felipe Augusto rey de Francia un trozo de la verdadera cruz
de un pié de longitud, los cabellos de Jesucristo siendo niño y el pañal en que fué envuelto el Hombre Dios
en el establo donde nació.
Despojados de este modo por los vencedores los sacerdotes y monjes griegos, abandonaron llorando los
restos de los santos que se habian condado á su custodia y que todos losdias curaban enfermos, hacian an
dará los cojos, volvian la luz a los ciegos y daban fuerzas á los paraliticos. Estos santos despojos, que la de
vocion de los tieles habia reunido de todas las comarcas de oriente, vinieron á adornar las iglesias de Francia
é Italia, y fueron recibidas por los cristianos de occidente como el m is glorioso trofeo de las victorias q io
Dios habia concedido á los cruzados.
Constantinopla habia caido en poder de los latinos el dia 10 deabril; acercábase el fin de la cuaresma. FJ
mariscal de Champaña, despues do haber contado algunas de las escenas q-ue acabamos de describir, dice con
sencillez : Así se pasaronlas fiestas de Pascuas floridas. El clero invitaba á los cruzados á la penitencia; b
voz de la religion penetró por fin los corazones endurecidos por la victoria; los soldados acudieron á las igle
sias que habian devastado, y celebraron los padecimientos y la muerte de Jesucristo sobre los vestigios de sus
altares.
Esta época solemne inspiró sin duda algunos sentimientos generosos; todos los latinos dieron oidos al len
guaje dela caridad cristiana, y debemos decir en honor de los caballeros y eclesiásticos, que la mayor parte
de ellas protegieron la libertad y la vida de los ciudadanos y la honra de las matronas y las virgenes; pero era
tal el espiritu que animaba entonces á las guerreros, que todos los cruzados se dejaron arrastrar pof la sed
del botin, y lo mismo los jefes que los soldados ejercieron sin miramiento ni escrúpulo el derecho de despojar
los vencidos que les daba la victoria.
Se designaron tres iglesias para depositar todos los despojos de Constantinopla; los jefes mandaron á los
cruzados que presentasen el producto del botin, y amenazaron con pena de muerte y de escomunion á los
que ocultasen el precio y la recompensa reservada á los esfuerz(s de todo el ejército. Muchos soldados y aun
algunos caballeros se dejaron llevar por la avaricia y no manifestaron objefc.s preciosos venidosá sus manes,
«lo cual produjo, dice el mariscal de Champaña, que el Señor empezase á amarles menos, porque sucede
con frecuencia que los buenos padecen por los malos (1).» La justicia de los condes y barones fué inflexi
ble con los culpables; el conde de San Pablo hizo ahorcar á uno de sus caballeros que habia estraviado par
te del botin; de modo que los griegos, despojados por la violencia, pudieron presenciar el supliciode algunos
de los raptores de sus bienes, y vieron con sorpresa los reglamentos de una severa equidad unidos á los de
sórdenes de la victoria y del saqueo.
Terminadas las fiestas de Pascuas, los cruzados se repartieron las riquezas conquistadas; la cuarta parto
del botin quedó reservado para el jefe quedobia nombrarse emperador y el resto dividido entre franceses y
venecianos. Los cruzados franceses, á pesar de haber conquistado á Zara en beneficio de Venecia, pagaron no
obstanto los cincuenta mil marcos de plata que debian á la república, y se añadió esta cantidad á la pai te
do botin que les pertenecia. En la particion que so hizo entre los guerreros de Lombardia, de Alemania y
de Francia, cada caballero obtuvo una cantidad igual á la de dos ginetes, y cada gineto una parte igual á, la de
dos infantes. Todos los despojos de los griegos solo produjeron un millon y cien mil mare(s de plata. Aunque
esta cantidad era mucho mayor que las rentas de todos los reinos de occidente, estaba muy distante de repre
sentar el valor de las riquezas acumuladas en Bizancio. Si al apoderarse de la ciudad los barones y señores
so hubieran contentado con imponer un tributo á los habitantes, hubiesen podido recoger una cantidad mas
considerable, pero este medio pacifico de apoderarse de los tesoros no era propio de su carácter ni do sus ideas.
La historia cuenta que los venecianos, como mas ilustrados, dieron en aquella circunstancia prudentes conse
jos y presentaron proposiciones que fueron desechadas desdeñosamente. Los guerreros franceses nosc avenian
á someter á cálculos las ventajas de la victoria; el produeto del saqueo era á sus ojos el fruto mas digno de la
conquista y la mas noble recompensa del valor.

(I Lib.-V.
330 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Los cruzados do conocian «I yerro que acallaban de cometer arruinando el pais que iba á ser su patria: af
repartirse de este modo los ricos despojos del imperio de oriente y entregarse á la alegria, no reflexionaban
que la ruina de los vencidos podria acarrear algun dia la de los vencedores y que se harian tan pobres como
los griegos que habian despojado. Sin remordimiento ni prevision, y esperándolo todo de su espada, se ocu
paron en nombrar un jefe que reinara en un pueblo y una ciudad llenos de luto y desolacion. La púrpura
imperial deslumhraba tambien sus ojos y era objeto de su ambicion el trono derribado por sus armas. Ville-
hardouin-no se asombra de que hubiera otantos aspirantes á una dignidad y á un honor como el de un impe
rio.» Escogiéronse seis electores entre los nobles venecianos y otros seis entre los eclesiásticos franceses para
dar un soberano á Constant inopia, y los doce electores se reunieron en la capilla del palacio do Bucoleon,
donde juraron sobre el Evangelio no coronar mas que el mérito y la virtud.
Tres jefes principales de la cruzada merecian igualmente los sufragios de los electores; si la púrpura habia
de ser el premio de la esperiencia, de la rectitud en los consejos y de los servicios prestados á la causa de los
latinos, debian dársela á Enrique Dandolo, que habia sido el móvil y el alma de la empresa. El marqués de
Monferrato reunia tambien los titulos mas recomendables; los cruzados le habian elegido por su jefe, y los
griegos lereconocian ya por su soberano; su valor probado en mil combates prometia un firme y generoso
sjsten al trono, que se volvia á alzar del seno delos escombros; su prudencia y su moderacion debian hacer
esperar á los latinos y los pueblos de Grecia, que una vez sentado en el trono imperial, repararia los males
de la guerra. Balduino tenia tambien derechos tan incontestables como sus dos rivales; el conde de Flandes
ora pariente de los monarcas mas poderosos de occidente y descendia por linea femenina de Carlomagno; se
hacia amar de sus soldados de cuyos peligros participaba, y habia merecido la estimacion de los griegos, que
hasta en medio de los desórdenes de la conquista, la celebraban como el campeon de la castidad y del honor.
Balduino era el protector de los débiles y el amigo de los pobres; amaba la justicia y no temia la verdad; su
juventud, que habian honrado brillantes hazañas y sólidas virtudes; la categoria que ocupaba entre los prin
cipes y guerreros; su piedad, sus luces y su amor al estudio y á los sabios, le hacian digno de sentarse en el
trono do Augusto y de Constantino.
Los electores fijaron en un principio sus miradas en el venerable Dandolo, pero los republicanos de Yene-
cia se aterraron con la idea de convertir en emperador á uno de sus ciudadanos, y eseiUaron á la asamblea á
que nombrasen uno de los jefes del ejército. Quedaron entonces dos pretendientes dignos de la eleccion; el
conde de Flandes y el marqués de Monferrato. Los venecianos temieren ver sentado en el trono de Constan-
tinopla á un principe que tenia algunas posesiones cerca de su territorio como el marqués é inclinaron la ba
lanza en favor del noble Balduino.
Los cruzados reunidos delante del palacio de Bucoleon, esperaban con impaciencia la decision de los elec
tores; á las doce de la noche el obispo de Soissons se adelantó hácia la puerta y pronunció en alta voz estas
palabras: « La hora de la noche que vió nacer el Salvador del mundo, da origen á un nuevo imperio bajo
la proteccion del Todopoderoso : vuestro emperador es Balduino, conde de Flandes y de Hainaut!»
Lanzaron gritos de alegria venecianos y franceses; el pueblo de Consta ntinopla, que con tanta frecuencia
habia cambiado de soberanos, aceptó sin repugnancia al que acababan de darle y unió sus aclamaciones á
lisde los latinos. Alzaron á Balduino sobre un escudo y lo llevaron en triunfo hasta la iglesia de Santa Sofia.
El marqués de Monferrato seguia elcortejode su rival; sus compañeros de armas ensalzarou el ejemplo do
t^enerosa sumision que les daba, y su presencia atrajo las miradas tanto como la pompa guerrera que rodea
ba al nuevo emperador.
Se aplazó la ceremouia de la coronacion hasta el cuarto domingo despues de Pascuas; en este intérvalo se
celebró con mucho brillo el casamiento del marqués de Monferrato con Margarita de Hungria, viuda de Isaac.
Constantinopla vió en su recinto las fiestas y espectáculos deoccidente, y los griegos oyeron por vez primera
en sus iglesias las oraciones é himnos de los latinos.
El emperador Balduino se dirigió á la iglesia de Santa Sofia acompañado de los barones y el clero, el dia
prefijado para su coronacion ; mientras se celebraba el oficio divino, fué alzado sobre un trono, y el
legado del papa, que hacia las funciones de patriarca ; le revistió eon la púrpura. Dos caballeros lleva
ban delante de él el laticlave de los cónsules romanos , y la espada. imperial que empuñaba por fin la
mano de los guerreros y de los héroes; el jefo del clero, en pie delante del altar, pronunció en grie
LIBRO UNDECIMO.—1203-1206. 351
go estas palabras: Es digno de reinar, y todos los asistentes repitieron á coro: ¡Es digno, es digno
El nuevo emperador distribuyó despues de la ceremonia las principales dignidades del imperio entre sus
compañeros do armas; dió al mariscal de Champaña el titulo de mariscal de Romania; al conde de San Pa
blo la dignidad de condestable, y á Conon de Bethune, á Macario de Santa Menchould y á Miles de Brabante
los cargos de protovestiario^de copero y de repostero. El dux de Venecia, creado déspota ó principe de Roma
nia, obtuvo el derecho de llevar borceguies de púrpura, privilegio reservado entre los griegos á los principes
de la familia real. Enrique Dandolo representaba en Constantinopla á la república veneciana; la mitad de la
ciudad estaba bajo su dominio y reconocia sus leyes; elevábase por su dignidad tanto como por sus hazañas
sobre todos los principes y grandes de la corte de Balduino, y era el único exento de prestar fe y homenaje
al emperador por los territorios que debia poseer.
Los señores y barones estaban impacientes y deseaban que se repartiesen las ciudades y provincias delim-
perio; un consejo compuesto de doce patricios de Venecia y doce caballeros franceses se encargó de esta par
ticion. Tocaron á los franceses la Bitinia, la Romania ó la Tracia, Tesalónica, toda la Grecia desde lasTermó-
pilas hasta el cabo Sunio y las islas mayores del Archipiélago, los venecianos se quedaron con la posesion de
las Cicladas y Esporadas en el Archipiélago, las islas y la costa oriental del golfo Adriático, las cosias de la,
l'ropóntida y del ponto Euxino, las riberas del Hebro y del Vardas, las ciudades de Cipseles, üidlmótica y
Anlrinópolis, las comarcas maritimas de la Tesalia, etc.
Las tierras situadas mas allá del Bósforo fueron erigidas en reino y las obtuvo el marqués de Monferrato
juntas con la isla de Candia. Bonifacio las cambió por la provincia de Tesalónica y vendió la isla de Candia á
la república de Venecia por treinta libras de oro (1). Las provincias de Asia fueron cedidas al conde de Blois
que tomó el titulo de duque de Nicea y de Bitima. Cada señor y baron habia recibido en la distribucion do
las ciudades y tierras del imperio dominios cuya estension y riqueza eran proporcionadas a\ rango ó servi
cios del nuevo posesor, de modo que cuando oian hablar de tantos paises, cuyos nombres apenas conocian,
los guerreros de occidente se asombraban de sus conquistas y creian que habia logrado su ambicion la mayor
parte del universo.
En la embriaguez de su alegria se declaraban dueños de todas las provincias que habian formado el impe
rio de Constantinopla; se sacaban por suerte los paises de los medas y los partos y los reinos que estaban ba
jo la dominacion de los turcos y sarracenos; muchos barones querian reinar en Alejandria; otros se disputa
ban el palacio de los sultanes de Icon¡um; algunos caballeros trocaban por posesiones nuevas lo que les habia
caido en suerte, y otros se quejaban de su parte y pedian aumento de territorio. Los vencedores compraban
las ciudades del imperio con los tesoros procedentes del saqueo, y vendian y jugaban á los dados las pro
vincias y sus habitantes. Constantinopla se convirtió durante algunos dias en un mercado donde se traficaba
con el mar y sus islas, con los pueblos y sus riquezas.
El clero latino no permanecia en tanto con los brazos cruzados; se repartieron entre franceses y venecianos
todos los santuarios de Constantinopla, y decidieron que el patriarca se nombrara entre los venecianos. Se
gun este convenio, ocupóla silla de Santa Sofia Tomás Morosini.
Nadie resistia ya las armas de los cruzados y la fama publicaba sus hazañas y su poderio, pero la capital
y las provincias estaban desiertas. Balduino escribió al papa anunciándole sus estraordinarias victorias, y
tomando el titulo de caballero dela Santa Sede, invocaba su proteccion, con la esperanza (je que el eccidentj
se declarara en favor do su causa.
El marqués de Monferrato y el dux de Venecia, que hasta entonces habian despreciado las amenazas de la
Iglesia, unieron sus protestas y ruegos á los de Balduino, y para desarmar la cólera de I nocencia, le mani
festaban que la conquista de Constantinopla preparaba la libertad de Jerusalen y ensalzaban las riquezas del
pais que acababan de someter á las leyes de la Santa Sede.
Aunque el pontifice acriminaba al ejército victorioso de los latines el haber preferido las riquezas de la
tierra á las del cielo, se enterneció con las súplicas y humilde sumision delos héroes que hacian temblar e^
oriente, y aprobó la absolucion que concedió el cardenal Pedro de Capua á los venecianos escomulgados des
de el sitio de Zara. Aprobó tambien la eleccion de Balduino, que manifestaba tanta adhesion á la Santa Sede,

(I) Esta ventase hizo en agosto de 1 20t. Sanuto h cita, p. 533.


352 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
y consintió en reconocer un imperio.il que debia dar leyes; escribió á los obispos de Francia, dieiéndoles que
Dios se habia dignado consolar á la Iglesia con la conversion de los herejes; invitó, en nombre del empera
dor Balduino, á los franceses de todo sexo y condicion á que se trasladasen á Grecia para alcanzar tierras y
riquezas segun su mórito y calidad, y prometió las indulgencias de la cruzada á los fieles que partieran á de
fender y hacer florecer el nuevo imperio de oriente.
No obstante el papa no perdia de vista la espedicion de Siria y creia que losansilios enviados á Constnnti-
nopla contribuirian á rescatar los santos lugares. El rey de Jerusalen imploraba m as que nunca por medio
de cartas y embajadores la proteccion eficaz de la Santa Sede y de los principes de occidente.
El nuevo emperador de Bizancio no renunciaba á la esperanza de ausiliar las colonias cristianas de Siria,
y con objeto de reanimar el valor de sus hermanos de Tierra Santa, envió á Tolemaida la cadena del puerto y
las puertas de Consta n ti nopla. Cuando llegaron a Palestina estos trofeos de la victoria, asolaban las ciudades
y campiñas la miseria, el hambre y todos los azotes de una infausta guerra; el pueblo de Tolemaida pasó del
esceso del dolor á los trasportesde alegria al recibir la noticia de un próximo ausilio; la fama, publicando les
milagrosas conquistas de los compañeros de Balduino y de Bonifacio, llevó la esperanza yla seguridad á to
das las ciudades cristianas de Siria y esparció el terror entre los musulmanes; Malek—Adhel acababa de ha
cer una tregua con los cristianos, y temiendo verla rota, se preparaba á defenderse de sus enemigos.
La mayor parte de los defensores de la Tierra Santa, que solo habian esperknentado los desastres de la
guerra, desearon participar de la gloria y de la fortuna de los franceses y venecia nos, y hasta los misinos
(pie habian abandonado el ejército victorioso en Zara y habian vituperado la espedicion de Constantinol la,
creyeron que la voluntad del cielo los llamaba á las orillas del Bosforo y partieron de Tierra Santa. Arrastra
do el legado del papa, Pedro de Capua, por el ejemplo de los demás cruzados, fué á animar co n su presencia
el celodol clero latino que se ocupaba en la conversion de los infieles, y los caballeros de San Juan y del
Temple se trasladaron tambien á Grecia, donde habian prometido á su valor gloria y riquezas, de modo que
el rey de Jerusalen quedó casi solo en Tolemaida y sin medios para hacer respetar la tregua que acababa de
hacer con los infieles.
Balduino se apresuró á dar acogida á los defensores de la Tierra Santa, pero enturbió su alegria la noticia
de \¡\ muerte de su esposa Margarita de Flandes. Esta princesa se habia embarcado en la escuadra de Juan de
Neslecreyendo encontrar á su esposo en Palestina, y sucumbiendo al cansancio y quizás al pesar de una lar
ga ausencia, cayóenferma en Tolemaida, muriendo al saber que Balduino habia sido nombrado emperador
de Constantinopla. La nave destinada á conducirá las orillas del Bósforo la nueva emperatriz, solo llevó sus
restes mortales.
El emperador y sus barones, á pesar delos refuerzos que acababan de recibir, apenas tenian veinte mil
hombres para defender sus conquistas y contener el pueblo de la capital y sus provincias; el su I tan de lco-
nium y el rey de los bulgarios amenazaban mucho tiempo hacia con una invasion las tierras cercanas á sus
estados; la caida del imperio griego ofrecia á sus designios ambiciosos una ocasion favorable, y los pueblos de
Grecia estaban vencidos, pero no dominados. Como el desorden que acompañó la conquista de Bizancio au
torizaba el derecho de la espada y de la fuerza, lodos los griegos que estaban aun sobre las armas, trataron
de formarse un principado ó un reino Un nieto de Andrónico fundó en una provincia griega del Asia Menor
el principado de Trehisonda; Leon Sgurra, dueño de la ciudad deNápoli, habia estendido sus dominios con la
injusticia y la violencia, y valiéndonos de una comparacion de N ¡cetas, se habia aumentado como el torrente
que hincha la tempestad y crece con sus aguas; era un conquistador bárbaro y un tirano feroz que reinaba
ó mas bien llenaba de terror la Argólida y el istmo de Corinto.
Miguel el Angel Comneno restauró el reino de Epiro empleando las armas de la traicion, y dominaba bajo
sus leyes un pueblo salvaje y belicoso. Teodoro Lascaris, que habia buido cual otro Eneas, dejando su patria
entregada á las llamas, reunió tropas en Bitinia y se hizo proclamar emperador en Nicea, de donde debia
volver algun dia su familia en triunfo á Constantinopla. Murzuffle, que habia terminado todos les crimenes
inaugurados por Alejo, no temió entregarse á su rival, de cuya hija era el esposo. Los malvados se castigan
entre si con frecuencia; Alejo abrumó á Murzufile de agasajos, y utrayéndolcá su casa, mandó arrancarle
los ojos. Abandonado Murzuffle por los suyos en tan lastimoso estado, fué á ocultar su vida y su miseria en
Asia, don lecayó en poder de los latinos. Conducido á Constantinopla y condenado á expiar sus crimenes con
LIBRO UNDECIMO.— 1203-1 20G. 353
una muerte ignominiosa, fué" arrojado desde lo alio de una columna erigida por el emperador Teodosio en la
plaza del Tauro.
NTo quedaron impunes la perfidia y la crueldad de Alejo; el usurpador se vio precisado á vagar de ciudad
en ciudad, ocultando algunas veces la púrpura imperial bajo los harapos de un mendigo, y debió por algun
tiempo su salvacion al desprecio que inspiraba á los vencedores. Despues de andar errante, cayó en poder
del marqués de Monferrato, que lo envió á Jlalia; huyó de su prision, volvió al Asia y encontró un asilo en
la corte del sultan de Iconium : no pudiendo resolverse á vivir en paz en su retiro, se unió á los turcos que
iban A atacar á su yerno Lascaris, y á quien no perdonaba que reinase en Bitinia; habiendo sido derrotados
los turcos, el principe fugitivo cayó por fin en manos del emperador do Nicea que lo mandó encerrar en un
monasterio, donde murió olvidado de griegos y latinos. Ilabia reinado echo años, tres meses y diez
dias.
Mientras los principes vencidos se hacian la guerra entre si y se disputaban las ruinas del imperio, los con
des y baronesfrancesesabandonabanla capital para tomar posesion de las ciudades y provincias que habian reci
bido en el reparto. Muchos se vieron precisados á conquistar con las armasen la mano los territorios que se
les habia señalado. El marqués de Monferrato partió á visitar el reino de Tesalónica y recibir el homenaje
de los nuevos vasallos; el emperador Balduino, seguido de su hermano Enrique de llainaul y de un gran
númerode caballeros, recorrió la Tracia y la Romania, y en todas partes oyó al pasar las ruidosas aclama
ciones de un pueblo mas idóneo para adular á sus vencedores que para combatir á sus enemigos. Cuando
llegó á Andrinópolis, donde fué recibido en triunfo, el nuevo emperador anunció el proyecto de continuar
su marcha hasta Tesalónica. Esta resolucion inesperada sorprendió al marqués de Monferrato, que mostró
deseos de ir solo á su reino (1); Bonifacio prometia someterse al emperador y emplear todas sus fuerzas con
tra los enemigos del imperio, pero temia la presencia del ejército de Balduino en sus ciudades asoladas por la
guerra. Originóse una grave contienda entre ambos principes : el marqués de Monferrato acusaba al empe
rador de intentar apoderarse de sus estados, y Balduino creia ver en la resistencia de Bonifacio el secreto
designio de desconocer la soberania del jefe del imperio. Los dos eran justicieros y moderados, pero desdo
que el uno era rey de Tesalónica y el otro emperador deConstantinopla, tenian cortesanos que se esforzaban
en atizar su discordia y su animosidad. Los unos decian á Bonifacio que Balduino no tenia razon y que abu
saba de un poder que debiera haber sido el premio de las virtudes deque carecia; los otros manifestaban al
emperador que era demasiado generoso-con sus enemigos, y en el esceso de su adulacion solo le reconocian
la falta de no haber castigado antes al desleal vasallo.
A pesar de las demostraciones del marqués, Balduino condujo su ejército al reino de Tesalónica; Bonifacio
miró esta obstinacion del emperador como un sangriento ultraje y juró vengarse con la espada; impelido por
li cólera se alejó bruscamente con algunos caballeros que se habian declarado por su causa, y corrió á apo
derarse do Didimótica, ciudad del emperador.
El marqués deMonferrato llevaba consigo á su esposa Margarita de Hungria, viuda de Isaac; la presencia
deosta princesa y la esperanza de sumir en la discordia á los latinos atraian á los griegos bajo las banderas
de Bonifacio, quien lesdeclaró que combatia por su causa, é hizo revestir con la púrpura imperial á un jo
ven principe, hijo de Isaac y de Margarita de Hungria. Volvió á seguir el camino de Andrinópolis llevando
en su comitiva esta sombra de emperador, á quien venian á reunirse de todas partes los principales habitan
tes de la Romania, y dispuso todos los preparativos necesarios para sitiar la ciudad. Bonifacio no daba oidos
en s'i enojo á los consejos ni á las súplicas de sus compañeros de armas, y la discordia iba ú hacer verter la
sangre de los latinos á no haber empleado su autoridad y su fama el dux de Venecia, el conde de Blois y los
barones que se habian quedado en Constantinopla para precaver las desgracias que amenazaban al nuevo
imperio. Vivamente afligidos al saber la contienda del emperador y el marqués, enviaron al mariscal de
Champaña al campo do Bonifacio, á quien acusó con franqueza de haber dado al olvido la gloria y el honor
de los cruzados de quienes habia sido jefe; de comprometer por un vano orgullo la causa de Jesucristo y el
bien del imperio, y de preparar dias de triunfo y de júbilo para los griegos, los bulgarios y los turcos. El
marqués de Monferrato se doblegó ante las reprensiones de Villehardouin, que era amigo suyo y hablaba

(2) Villehardouin, lil-. IV.


¡:;
354 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
en nombre de todos los cruzados y prometió terminar la guerra y someter su contienda con Balduino al fallo
de los condes y barones.
Balduino en tanto habia tomado posesion de Tesalónica. Luego que llegaron á su noticia las hostilidades
del marqués de Monferrato, se apresuró á regresar con su ejército hacia Andrinópolis. InDamaban su alma
mil proyectos vengativosy amenazaba rechazar la fuerza con la fuerza y oponer la guerra á la guerra, cuan
do encontró á los diputados que iban en nombre de los jefes dela cruzada á hablar de la paz y despertar en
su corazon sentimientos de justicia y de humanidad. Un caballero del conde de Blois dirigió á Balduino un
discurso, que Villehardouia nos ha conservado, y en el cual podrán nuestros lectores admirar la noble fran
queza de los vencedores de Bizancio.
«Señor, le dijo el dux de Venecia, el conde de Blois, mi nobilisimo señor, y todos los barones que se ha
llan en Constantinopla, os saludan como á su soberano, y se quejan ante Dios y ante vos de los que por sus
malos consejos han escitado fuertes discordias. Es cierto que hicisteis muy mal en prestar oidos á tan pérfidos
consejeros porque son enemigos nuestros y vuestros. Ya sabreisque el marqués de Monferrato ha sometido su
contienda al fallo de los barones; los señores y los principes esperan que hareis como él y que no os resistireis
ala justicia. Han jurado, y estamos encargados de declarároslo en su nombre, no tolerar por mas tiempo el
escándalo de una guerra entre cruzados.» *
Balduino no/espondió al momento á este discurso y pareció sorprenderle semejante lenguaje; pero se le
hablaba en nombre del dux de Venecia cuya ancianidad respetaba y á quien amaba con ternura , y en nom
bre de los condes y barones, sin cuyo ausilio no podia conservar el imperio, y escuchando por fin la voz de la
razon y de la amistad, prometió dejar las armas y regresar á Constantinopla para terminar su contienda
con Bonifacio.
Los condes y los barones le dirigieron fervientes súplicas cuando llegó á la corte y le encontraron mas dócil
á sus consejos. El marqués de Monferrato, que no tardó en seguirle, volvió temeroso á la capital y acom
pañado de cien caballeros con sus hombres de armas, pero el recibimiento que le hicieron Balduino y los de
más jefes acabó de apaciguar todos los resentimientos y disipar toda su desconfianza. Ya no se hablómas que
de restablecer la paz y la armonia entre los cruzados; el dux de Venecia, los condes y los barones, los mas
prudentes de los caballeros, que recordaban á los soberanos del nuevo imperio la temible institucion de los
pares, fallaron la contienda que se les habia sometido y decidieron sin apelacion entre el rey de Tesalónica y
el emperador de Constantinopla (\). Los dos principes juraron no dar mas oidos á los pérfidos consejos y se
abrazaron en presencia del ejército, que se regocijó de la concordia como de una gran victoria ganada á los
enemigos del imperio.
Restablecida la paz, los caballeros y barones salieron otra vez de la capital á recorrer y someter las pro
vincias. Luis, conde de Blois, á quien pertenecia la Bitinia y que habia tomado el titulo de duque de Nicea,
permanecia en la capital gravemente enfermo, y mandó partir por Todos Santos á Pedro de Bracheux y á Pa
yen de Orleans con cien caballeros. Este reducido pero esforzado ejército se dirigió primero á Galipoli, y pa
sando el Helesponto llegó á Piga, ciudad habitada por latinos, y recorrió sin encontrar enemigos la costa orien
tal de la Propóntida. Se internó en el pais, venció un ejército de Lascaris, se apoderó de Penamene en los
confines de la Bitinia y de la Hisia, y marchando de triunfo en triunfo, llegó hasta el monte Olimpo y solo
encontró resistencia en las murallas de Brusa. Otros caballeros de la cruz atravesaron al mismo tiempo el
Bosforo por Calcedonia y siguieron las orillas del mar hasta la ciudad deNicomedia que les abrió sus puertas
y en la cual dejaron una fuerte guarnicion.
Enrique de Hainaut, hermano de Balduino, que habia alcanzado la Anatolia, se dirigió por el mes de di
ciembre á Abidos; las llanuras de la Tróada y todos los paises situados entre el Helesponto y el Ida, se so
metieron voluntariamente, pues estaban poblados en su mayor parte de armenios, enemigos delos griegos.
Enrique penetró hasta el canal de Lesbos ódeMetelin, dispersó á Constantino, hermano de Lascaris, y clavó
sus banderas sobre los torreones de Aramita, ciudad situada en el estremo del golfo de este nombre.
Los guerreros vencedores deBizancio sometieron tambien las ciudades y señorios que les habian destinado
en la Bomania ó la Tracia hasta Filipolis. El marqués de Monferrato, pacifico posesor de Tesalónica, intentó

(2) Balduino y sus caballeros habian adoptado los usos judiciarios del reino de Jerusalen
LIBRO UNDECIMO. — 1203-1206. 335
llevar á cabo la conquista de Grecia; penetró en la Tesalia, traspasó las cordilleras del Olimpo y del Ossa y so
apoderó de Larisa. Bonifacio y sus caballeros cruzaron el estrecho de las Termópilas sin pensar en los an
tigues espartanos, penetra ron en la Beocia y en la Atica, dispersaron a LeonSgurra, azote de una vasta provincia,
y sus hazañas recordaron á los griegos los héroes de los primeros tiempos que recorrian el mundo comba
tiendo los monstrues y los tiranos.
Mientras Bonifacio tomaba posesion de diversas comarcas de Grecia, Guillermo de Champlitte, vizconde de
Dijon, y Godofredo de Villehardouin, sobrino del mariscal de Champaña, que habia llegado de Francia con
un gran número de caballeros, fundaron en el Peloponeso un principado que debia durar mas tiempo que
el imperio latino de Bizancio; se hicieron dueños de la Arcadia, de la Mesenia, del territorio de Lacedemonia y
de las costas maritimas desde Pairas y Mordon hasta Calamata, y sometida toda la Grecia á las leyes de los
francos, no tardó en tener señores de Argos, de Corinto y de Tebas, duques de Atenas y principes de Acaya.
Poco tiempo vivieron tranquilos los cruzados en las provincias conquistadas; poseedores de un imperio mas
dificil de conservar que de someter con las armas, no supieron dominar la fortuna, lo cual les arrebató muy
pronto lo que les diera la victoria. El rey de los bulgarios habia enviado á Balduino una embajada ofrecién
dole su amistad, á la cual respondiera Balduino con altivez amenazando al rey Joanice con lanzarle de su tro
no usurpado. Al despojar á los griegos de sus bienes, los cruzados agotaron todos los manantiales de prosperi
dad y redujeron á la desesperacion á unos hombres á quienes solo se les habia dejado la vida. Para colino rio
imprudencia se negaron a admitirlos en sus ejércitos, y abrumandoles con su desprecio, hicieron de ellos
unos enemigos implacables. No satisfechos con hacer reconocer su autoridad en las ciudades, trataron de es
clavizar los corazones y despertaronel fanatismo, y las persecuciones injustas exaltaron la ira de los sacerdo
tes griegos, que declamaron con furor contra la tirania, yque reducidosá la miseria, fueron oidos eomoorá-
culos y venerados como martires.
Los vencidos resolvieron en su desesperacion correr á las armas é implorar la alianza y proteccion de los
bulgarios; se formó una vasta conjuracion en la que entraron tedos los que no podian sufrir la esclavitud;
estalló repentinamente la tempestad con la matanza de los latinos; oyóse un grito de guerra desde el. monte
llemo hasta el Helesponto, y un enemigo furioso y desapiadado sorprendió á los cruzados dispersos por las
ciudades y campiñas. Los venecianos y franceses que custodiaban á Andrinópolis y Didimótica no pudieron
resistir á la multitud de griegosque les acometia; unos fueron pasados á cuchillo en las calles, otros se reti
raron desordenadamente y vieron con dolor al huir cual arrancaban sus banderas de las torres para reem
plazarlas con los pendones bulgarios. Los caminos estaban inundados de guerreros fugitivos que no encontra
ban asilo en un pais que antes temblaba al rumor de sus armas.
Cuando llegó á Constantinopla la noticia de estos desastres, Balduino convocó á los condes y barones, y so
trató en la asamblea de aplicar un eficaz y pronto remedio á tantos males. Balduino envió á llamar á los cru
zados que hacian la guerra en la otra parte del Bósforo; pero impaciente por la tardanza y queriendo asombrar
al enemigo con la velocidad de su marcha, partió al frente de los caballeros que se encontraban en la capital,
y cinco dias despues de su partida apareció ante los muros de Andrinópolis.
Acostumbrados los jefes de los cruzados á desafiar todos los obstáculos, no so contuvieron al ver el número
reducido de sus soldados y la inmensa muchedumbredesusenemigos. La capital deTracia, rodeada de inespug-
nables murallas, estaba defendida porcion mil griegos, cuyoentusiasmo suplia su valor, y Balduino contaba ocho
mil hombres bajo sus banderas. No tardó en llegar el duxde Venecia con siete ú ocho mil venecianos. Los
latinos fugitivos acudieron de todas partes á incorporarse con este reducido ejército.
Los preparativos del sitio iban con mucha lentitud y empezaban á escasearlos viveres, cuando la fama
anunció la marcha del rey de los bulgarios. Joanice, jefe de un pueblo bárbaro, y mas bárbaro él mismo que
sus vasallos, se adelantaba con un ejército formidable, y ocultando los proyectos de su ambicion y de su
venganza bajo la apariencia de celo religioso, llevaba delante de su persona una bandera de San Podro que
le habia regalado el papa. El nuevo aliado de los griegos se vanagloriaba de ser el jefe de una sania empresa
y amenazaba con elesterminio á los francos, á quienes acusaba de que habian tomado la cruz para asolar
las provincias y saquear las ciudades de los cristianos.
. Precedia al rey de los bulgarios una cohorte numerosa de tártaros ó comanos á quienes la esperanza del
saqueo habia impelido á salir de las montañas y las selvas cercanas al Danubio y HonVtenes. Les romanes
356 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
eran mas feroces que los pueblos del monte Ilcmo; se decia que bebian la sangre de sus cautivos y sacrifica
ban a los cristianos en losaitares desus idolos; acostumbrados como los guerreros de la Escitia á combatir
huyendo, los ginetes tártaros habian recibido do Joanice la órden de provocar al enemigo hasta en su campo
y atraerá una emboscada á la pesada caballeria de los francos.
Los condes y barones habian previsto el peligro y prohibieron á los cruzados que salieran de sus tiendas y
trincheras, pero era tal el carácter de los guerreros francos, que creian que la prudencia quitaba todo el
brillo al valor, y Ies parecia vergonzoso sufrir sin pelear las amenazas del enemigo. Apenas aparecieron los
tártaros en las cercanias del campamento, su aspecto hizo olvidar á los mismos jefes do los cruzados la órden
que habian dado el dia anterior. El conde de Blois y el de Flandes corren al encuentro del enemigo, lo hacen
huir y lo persiguen en un espacio de dos leguas; pero los tártaros se reunen repentinamente y caen á su vez
sobre los cruzados; estos, quecreian haber conseguido una victoria, se ven obligados á defenderse en medio
de un pais desconocido; el ejército de Joanice sorprende y cerca sus escuadrones abrumados por el cansancio,
y acometidos por todas partes, hacen vanos esfuerzos para volverse á colocar en órden de batalla, nopudien-
do huir ni resistir á los bárbaros.
El conde de Blois se esfuerza en reparar su funesta imprudencia con prodigios de valor; cae de su caballo
cubierto de heridas on medio de las filas enemigas , y uno de sus caballeros le levanta y quiere separarle de
la pelea. «No! esclama el valiente principe (1), dejadme combatir y morir. No quiera Dios que se diga
nunca que he huido del combate!» Al terminar estas palabras el conde de Blois cayó bajo repetidos golpes
enemigos, y su fiel caballo espiró á su lado.
El emperador Balduino disputaba aun la victoria : seguianle en la pelea los caballeros y barones mas es
forzados; una horrible carniceria señalaba su paso al través de las filas de los bárbaros. Pedro, obispo de
Belen , Esteban conde de Perche , Reinaldo do Montmirail , Mateo de Valincourt , Roberto de Bonzay y una
multitud de señores y valientes guerreros perdieron la vida defendiendo á su principe. Balduino se quedó
casi solo en el campo de batalla y continué peleando hasta que abrumado por el número cayó en poder de
los bulgarios que le cargaron de cadenas.
Los restos del ejército se retiraron en el mayor desorden y debieron su salvacion al prudente valor del
duxde Venecia y del mariscal de Champaña y de Romania que habian quedado custodiando el campamento.
Los cruzados levantaron el sitio de Andrinópolis la uoche que siguió al combate, y volvieron á tomar e|
camino de la capital á través de mil peligros. Orgullosos con su victoria los bulgarios y comanes persiguieron
sin descanso el ejército que habian vencido , y que despues de haber perdido la mitad de sus soldados ca
recia de viveres y arrastraba penosamente sus bagajes y heridos. Los cruzados iban abismados en sombrio
silencio, mostrándose su desesperacion en su ademan y en sus rostros; encontraron en Rodosto á Enrique de
lia naut y á muchos caballeros que volvian de las provincias de Asia á reunirse con el ejército de Andrino-
polis, les contaron gimiendo su derrota y el cautiverio de Balduino, y todos aquellos guerreros que nunca
habian sido vencidos , demostraron su sorpresa y su dolor, mezclaron sus sollozos y alzaron los ojos y las
manos al cielo para implorar la misericordia divina. Los cruzados que volvian de las orillas del Bosforo se di
rigieron al mariscal de Romania y ledijeron llorando : aEnviadnos al mas inminente peligro, porque ya no
necesitamos la vida : ¿no somos bastante desgraciados habiendo llegado demasiado tarde á ausiliar á nuestro
emperador? » De modo que los caballeros de la cruz , perseguidos por un enemigo victorioso , no conocian el
temor, y el pesar que les causaba el recuerdo de su derrota les permitia apenas ver los peligros que les
amenazaban.
No obstante , todos los cruzados no manifestaron tan noble valor ; muchos caballeros que Villehardouin no
quiere nombrar para no deshonrar su memoria , abandonaron las banderas del ejército y huyeron hasta
Consta ntinopla , donde contaron los desastres de los cruzados , y que para escusar su desercion hicieron un
cuadro lastimoso de los males que amenazaban al imperio. Todos los francos quedaron sumidos en espanto y
dolor al saber que el emperador habia sido una de las victimas, los griegos que vivian en la ciudad se rego
cijaron en secreto del triunfo de los bulgarios , y su mal disimulada alegria aumentaba la alarma de los la
tinos. Un considerable número de caballeros, desconsolados con laníos desastres, no vieron mas medio do
salvacion que la fuga y so embarcaron apresuradamente en naves venecianas. En vano el legado del papa

(?) Lebcau: Historia del bajo imperio.


, LIBRO UNDECIMO.— 1203-1206. 3o7
y muchos jefes del ejército cristiano trataron de detenerles amen/izándoles con la cólera de Dios y el desprecio
de los hombres; renunciaron á su propia gloria y fuéron á anunciar el cautiveriode Balduino á las ciudades
de occidente, donde se hacian aun regocijos públicos por las primeras victorias de los cruzados.
Joanice en tanto perseguia el ejército vencido. Los griegos unidos á los bulgarios se apoderaban de todas las
provincias y no dejaban un momento de descanso á los latinos. Entrelos desastres cuyo lastimoso relato nos ha
conservado la historia contemporánea no debemos olvidar la matanza do veinte mil asesinos, que habian sa"
lido de las orillas del Eufrates y se habian establecidoen las comarcas de Anatolia. Estos armenios se habian
declaradb en favor de los cruzados despues de la conquista de Constant inopia, y viéndose amenazados y perse
guidos por los griegos, cuando los latinos fueron derrotados, siguieron á Enrique de Hainaut que marchaba hácia
Andrinópolis. Conducian consigo sus ganados y familias , llevaban en carros todo lo mas precioso que teniani
y en su marcha á través de las montañas de Tracia, seguian muy penosamente al ejército delos cruzados. Este
desventurado pueblo fué sorprendido al fin por los tártaros y pereció enteramente bajo el acero del desapia
dado vencedor.
Los francos lloraron la derrota y destruccion de los armenios, pero sin poder vengarlos; solo^tenian ene
migos en las vastas provincias del imperio ; no conservaban al otro lado del Bosforo mas que el castillo de
Peges, y en la parte do Europa Rodosto y Schiora , y aunque sus conquistas en la antigua Grecia no se veian
aun amenazadas por los bulgarios, su larga distancia solo contribuia á dividir sus fuerzas. Enrique de Hai
naut , que tomó el titulo de regente , hizo prodigios de valor para recobrar algunas de las ciudades de Tracia,
y perdió en combates sin gloria un gran número de los guerreros que quedaban bajo sus banderas.
( 1 206) El obispo de Soissons y muchos cruzados, tristes mensajeros de un imperio huérfano , partieron
á Italia , á Francia y al condado de Flandes para pedir el ausilio de los caballeros y barones, pero este ausilio
que se esperaba debia llegar con mucha lentitud y el enemigo hacia rápidos progresos.
El ejército de los bulgarios avanzaba por todos lados como una violenta tempestad; asolaba las campiñas
de la Romania, estendia sus estragos al reino ds Tesalónica, trasponia el monte Hemo y volvia mas numeroso
y formidable hasta las márgenes del Hebro, amenazando las orillas del Helesponto. El imperio latino no tenia
mas defensores que un reducido número de guerreros esparcidos por las ciudades y fortalezas , y la guerra
y la desercion disminuian las fuerzas de los infortunados vencedores de Bizancio. Una innumerable multitud
decomanes y bulgarios atacó y derrotó delante de los muros de Rusium á quinientos caballeros, la flor del
ejército de los cruzados. Esta derrota fué tan funesta como la batalla de Andrinópolis ; las hordas del monte
Hemo y de las orillas del Boristenes no encontraron mas enemigos que combatir; las campiñas quedaban tras
sus" huellas devoradas por las llamas; las ciudades no tenian ningun medio de defensa ni ofrecian refugio al
guno; la tierra estaba inundada de soldados que pasaban á cuchillo cuanto encontraban , y el mar cubierto
de piratas que amenazaban todas las costas con el estrago y la muerte.
Constantinopla esperaba todos losdias ver bajo sus murallas las banderas victoriosas de Joanice, y solo de
bió su salvacion á los males que asolaban las provincias del imperio. El rey de los bulgarios trataba con igual
rigor á sus aliados que á sus enemigos ; las ciudades que caian -en -su poder solo presentaban un monton de
escombros , saqueaba á los habitantes, los arrastraba en pos de si como cautivos , y les hacia sufrir todas las
calamidades de la guerra y todos los escesos de una tirania celosa y bárbara.
Los griegos que habian pedido su ausilio se vieron reducidos por fin á implorar el apoyo de los latinos
contra sus feroces aliados; los cruzados aceptaron con alegria la alianza de los griegos, que nunca debian
haber rechazado, volvieron á entrar en Andrinópolis, y Didimótica y la mayor parte de las ciudades de Ro
mania , que sacudieron el yugo insoportable de los bulgarios, se sometieron á los latinos. Impelidos los grie
gos por Joanice á la desesperacion mostraron algun valor y fueron para los cruzados útiles ausiliares ; ¿ pero
de qué servia el valoren ciudades desiertas, en provincias devastadas, en un imperio destruido? las hordas
de los bulgarios continuaron sus estragos vencedores ó vencidos; su jefe renovaba todos los dias sus escur-
* siones , no dejaba un momento de descanso á los francos , y abandonado por los griegos de Romania , llamó á
las armas á los de Nicea é hizo alianza con Lascaris, el implacable enemigo do los latinos.
El papa habia exhortado en vano á los pueblos de Francia é Italia á que se armasen para socorrer á los
vencedores de Bizancio; no pudo despertar su entusiasmo en favor de una causa que solo ofrecia á sus defen
sores desgracias ciertas y peligros Sin gloria.
35S HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
En medio de estos peligros que de dia en dia se multiplicaban , los cruzados ignoraban aun la suerte de
Balduino; unas véces se contaba que habia roto sus cadenas y que se le habia visto errante por los bosques
de la Servia; otras veces se aseguraba que habia muerto de dolor en su prision ; finalmente que habia sido
degollado en un festin por el rey de los bulgarios, quien habian arrojadosus miembros mutilados en unas
rocas desiertas, y que su cráneo adornado con oro servia de copa á su bárbaro vencedor. Enrique de Hainaut
envió numerosos mensajeros á Bulgaria que recorrieron las ciudades para averiguar cuál habia sido la suer
te de Balduino y que regresaron sin saber nada á Constantínopla (1 ).
Un año despues do la batalla de Andrinópolis , instado el papa por los cruzados , ordenó á Joanice que en
tregara á los latinos de Bizancio el jefe de su nuevo imperio ; el rey de los bulgarios contestó que Balduino
habia pagado á la naturaleza su tributo y que su rescate no estaba ya en manos de los mortales; esta res
puesta desvaneció la postrera esperanza de volver á ver el monarca cautivo , y los latinos no dudaron ya de
l.i muerte de su emperador. .
Enrique de Hainaut recibió la triste herencia de su hermano y le sucedió en el imperio en medio del dolor
público. Para colmo de desgracias los latinos tuvieron que llorar la pérdida de Dandolo , que acababa de ter
minar en Constantinopla su gloriosa carrera y cuyas últimas miradas se entristecieron con la decadencia del
imperio que habia fundado. Dandolo fué sepultado con magnificencia en Santa Sofia, y su mausoleo duró
hasta la época de Mahomet II. El vencedor de Bizancio mandó destruir la tumba del dux cuando convirtió en
mezquita la iglesia de Santa Sofia ; un pintor veneciano que durante muchos años habia trabajado en la
corte de Mahomet, alcanzó del sultan, al regresar á su patria, la coraza, el casco, las espuelas y la toga de
Dandolo y los regaló á la familia de este grande hombre.
La mayor parte de los jefes de la cruzada habian perecido en los combates ó se habian retirado á oc
cidente. Bonifacio recibió una herida mortal en una escursion contra los bulgarios de Rodope, y su cabeza
fué llevada en triunfo al feroz Joanice que habia ya inmolado un monarca á su ambicien y su venganza. La
sucesion de Bonifacio originó vivas disensiones entre los cruzados, y el reino de Tesalónica , que habia bri
llado durante su corta duracion , desapareció entre el rumor y las tempestades de una guerra civil y de una
guerra estranjera. El hermano y sucesor do Balduino unia las virtudes civiles á las militares , pero no podia
volver á levantar una potencia minada por sus cimientos.

(II Jorge Acropolita cap. VII.


LIBRO DUODECIMO.— 1 207-1221 . 359

LIBRO XII.

DESDE LA MOERTE DE AMAURI HASTA LA RENDICION DE DAMIETA POR LOS CRUZADOS.

1 107 —1221.

Scsta cruzada —Hambre, peste, terremoto en Siria y en Egipto.—Muerte de Amaury y de Isabel.—Embajada enviada a Felipe
Augusto.—Juan de Briena desembarca en Tolemaida. —Es vencido.—Guerras religiosas en Europa.— Los albigenses.—Los sar
racenos en España.—Cruzada de 50.000 niños.—Carta del papn Malek-Adel —El cardenal deCourzon predica la cruzada.—Jacobo
de Vitri, obispo do Tulemaida.—Subsidio concedido por el rey de Francia.—Juan sin Tierra finge tomar la cruz.—Oton de Sa~
jonia.—Concilio de Latran.—Muerte del soberano pontifice.—Su sucesor Honorio III.—Origen de los antigues pueblos de Prusia.
El empcr.idor Federico III aplaza su partida.—Andres Bela rey de Hungria recibe el mando y se lo trasmite asu hijo.—Partida
de los cruzados.— Malek-Kamel, hijo y sucesor do Mulek-Adel.— Son derrotados y dispersos los cruzados en el monte Tabor.—
Muerte del rey de Chipre.—Andres regresa a Europa con sus húngaros.—Espedicion a Egipto.—Sitio de Damicla. —Muerte de Ma
lek-Adel. —Retrato de este principe.—Los cardenales de Courzon y Pelagio.—Los musulmanes ausilian a Damieta.—Son ven
cidos los sitiadores.—Malek-Kamel ofrece la paz.—Toma de Damiela y ocupacion del bajo Egipto —Pelagio decide el ataque
del Cairo.—Desastres.—Entrevista del rey de Jerusalen con el sultán.—Damieta vuelve a ser de los musulmanes.

En tantoquela Grecia era victima de todos los estragos tíe la guerra, azotes mas crueles llenaban de deso
lacion el Egipto y la Siria. El Nilo suspendió su curso acostumbrado, cesando de inundar sus orillas y de fer
tilizar sus sembrados. El último año de este siglo, dice un autorárabe.fué como un monstrue cuya furia iba á
devorarlo todo; cuando empezó a dejarse sentir el hambre, el pueblo se vió condenado á alimentarse con yer
bas del campo y con el estiércol de los animales; cuando el azotefué mas general, la poblacion de las ciudades
y campiñas huian en desórden como si les persiguiera un enemigo sin compasion, y se esparcian por ciuda
des y aldeas errantes y encontrando en todas partes la calamidad que intentaba evitar, y no se podia dar un
paso en los sitios habitados sin ver algun cadáver ó moribundo.
Lomas espantoso de esta calamidad universal era que la necesidad de vivir hacia cometer los mas horri
bles crimenes y convertia a los hombres en enemigos de sus semejantes. El historiador Abdallatif cuenta una
multitud de hechos birbaros y monstruesos cuyo relato haria estremecer de horror y que no reprodu
ciremos por temor de ser acusados de calumniadores de la naturaleza humana.
No tardó la peste en añadir sus estragos á los del hambre. Dios solo, dice la historia contemporánea,,sabe
el número de los que murieron de hambre y de enfermedad. La capital de Egipto vió once mil entierros en
el espacio de algunos meses, y no pudiéndose últimamente dar sepultura á los muertos, se contentaban con
arrojarlos fuera de las murallas. La misma mortandad se hizo sentir en las ciudades de Damieta, Fous y
Alejandria. La pesie renovó susestragos en la época de la siembra, las aldeas quedaron desiertas, los cadá
veres bajaban por el Nilo en número tan espantoso, que un pescador vió pasar mas de cuatrocientos en un
solodia; por todas partes se encontraban montones de esqueletos, y segun espresion de los árabes contem
poráneos, los caminos parecian campos sembrados de muertos y las provincias mas pobladas salas de festin
para las aves carniceras.
El Egipto perdió mas de un millon de habitantes; el hambre y la pesie llegaron hasta Siria, y lo mismo se
cebaron en las ciudades cristianas que en las de los musulmanes. Desde las orillas del Oronte y del Eufrates
hasta las costas del mar Rojo todas las comarcas presentaban tan solo escenas de luto y desolacion, y como si
la cólera del cielo no estuviera aun satisfecha, no lardó á manifestarse por un tercer azote tan terrible como
los demás.
Un violento terremoto destruyó las ciudades y provincias respetadas por el hambre; las sacudidas se pare
cian al movimiento de un harnero ó el que hace un ave cuando sube y baja sus alas; la agitacion y el bor
rascoso cstremecirr.iento del mar presentaba un horrible espectáculo, y las olas escupieron en la orilla mons
360 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
trues de pescados; entreabriéronse las cimas del Libano y se inclinaron en muchos puntos. Los pueblos de
Mesopotamia, de Siria y de Egipto creyeron que habia llegado el terremoto que debe preceder al juicio final,
desaparecieron enteramente muchos sitios habitados, pereció una multitud inmensa de hombres y animales,
cayeron en escombros las fortalezas de Ha malt y Balbcc: en la ciudad de Na piusa solo quedó en pió la calle
de los Samarilanos; Damasco vió convertidos en ruinas sus mas suntuesos edificios; la ciudad de Tiro solo
conservó algunas casas, y las murallas de Tolemaida y de Tripoli no eran mas que un monton de escombros.
Los sacudimientos fueron de menor violencia en el territorio de Jerusalen, y en una calamidad tan general,
musulmanes y cristianos se reunieron para dar gracias al cielo por haber perdonado en su cólera la ciudad
delos profetas y los milagros.
Tan grandes desastres debieran haber hecho respetar los tratados concluidos entre los barones de Palestina
y los infieles; pero en la quinta cruzada, el soberano pontifice inducia á los guerreros cristianos á que so
aprovechasen de tiempos tan calamitosos para invadir las provincias musulmanas de Siria y Egipto. Si se
hubiera seguido el parecer del papa, yel ejército cristiano al salir de Venecia se hubiera dirigido hácia las
comarcas asoladas por la peste y el hambre, es muy probable que hubiesen perecido todos, vencedores y ven
cidos.
Las colonias cristianas empezaron no obstante, no á reparar sus pérdidas, pero si á olvidar los males que
habian sufrido. El rey de Jerusalen, Amaury, dió á sus barones ejemplos de prudencia y de resignacion
evangélica; las tres órdenes militares, que habian agotado sus tesoros para alimentar sus soldados y caballe
ros en la época del hambre, invocaron por medio de cartas y enviados la caridad de los fieles de occidente;
se trató de reedificar las ciudades destruidas por terremotos, y las sumas reunidas por Foulques de Neuilly,
predicador de la última cruzada, se emplearon en volver á levantar las murallas de Tolemaida.
Subsistia aun la tregua concluida con los infieles, pero todos los dias se alzaban pretensiones y contiendas
seguidas las mas de las veces de serias hostilidades. Los cristianos permanecian siempre sobre las armas,
ofreciendo con frecuencia la paz mas turbulencias y peligros que una guerra abierta y declarada, y reinaba
además en aquella época gran confusion entre las colonias cristianas y aun entre las potencias musulmanas.
El principe de A lepo estaba en paz con el rey de Jerusalen, en tanto que el conde de Tripoli, el principe
de Antioquia, los templarios y los hospitalarios hacian la guerra A los principes de Hamah, de Emeso óA
algunos emires de Siria (1), y cada cual tomaba ó dejaba las armas á su antojo, sin que poder alguno pu
diera hacerles respetar los tratados.
No se trababan grandes batallas, perose tentaban escursiones en territorio enemigo, se sorprendian las
ciudades, se saqueaban las campiñas y se recogia abundante botin. En medio de estos desórdenes llamados
dias de tregua, los cristianos lloraron la muerte de su rey Amaury, el cual, segun costumbre de los fieles,
habia ido a Caifa durante la semana sania á coger palmas. Este principe cayó enfermo en su peregrinacion y
volvió á morir & Tolemaida, de modo que el cetro del reino de Jerusalen quedó de nuevo en manos de Isabel,
que no tenia poder ni habilidad suficiente para gobernar los estados cristianos (2).
En la misma época espiró en un esceso de violento frenesi un hijo de Boemundo, principe de Antioquia.
Boemundo III vió antes de morir y en una edad muy avanzada, encendida la guerra entre su segundo hijo
Raimundo, conde de Tripoli, y Livon, principe de Armenia. La órden de los templarios y la de los hospita
larios habian tomado parte en esta guerra, armándose una contra otra, y los turcos del Asia Menor y el prin
cipe de Alepo se mezclaban en las contiendas de los cristianos y se aprvechaban de sus divisiones para talar
el territorio de Antioquia.
Los estados cristianos de Siria no recibian ausilio alguno de occidente; el recuerdo de los azotes que habian
asolado los paises'de ultramar debian entibiar el celo y el entusiasmo de los peregrinos; los guerreros de Eu
ropa, acostumbrados á ver con sangre fria todos los peligros de la guerra, no se sentian con bastante valor
para arrostrarla peste y el hambre, y hasta un gran número de barones y caballeros de Palestina habian
abandonado una tierra tan asolada para volver, unos á Consta ntinopla y otros á las provincias de occidente.
Inocencio, que hasta entonces habia hecho vanos esfuerzos para libertar los santos lugares, y que no se

(1) Bibliot. de las Cruzados, l. IV.


(2) Sanuto, lib X, cap, III. ann. 1205.
UBRO DUODFXIMO.- 1207-1 221. 361
consolaba de haber visto disiparse infructuesamente grandes ejércitos cristianes en la conquista de Grecia,
no renunciaba aun a la ejecucion de sus designios. Segun la opinion que el soberano pontifice trataba de in
fundir á los deles, y de la cual parecia él mismo penetrado, no existian en este mundo corrompido crimenes que
no alcanzasen los tesoros de la misericordia de Dios, esponiéodose á arrostrar los peligros del viaje á ultramar;
pero lospueblos estaban en la persuasion de que los pecados y erroresde unsiglo pervertido habian irritado al Dios
de los cristianos, y que la gloria de conquistar la Tierra Santa estaba reservada á un siglo mejor y á una
generacion mas digna de atraer las miradas y bendiciones del cielo.
Esta opinion de los pueblos de occidente era poco favorable para los estados cristianos de Siria que de dia
en dia marchaban á su decadencia. Isabel, que solo reinaba en ciudades despobladas, murió poco tiempo
despues que su esposo; un hijo que habia tenido de Amaury, le habia precedido al sepulcro; el reino de Je-
rusalen pertenecia por herencia á una jóven princesa hija de Isabel y do Conrado, marqués de Tiro, y los
barones y señores que habian quedado en Siria, sintiendo mas que nunca la necesidad detener á su cabeza
un principe capaz de gobernarlos, se ocuparon en elegir un esposo para la reina de Jerusalen.
Pudiera haber recaidosu eleccion en uno de ellos, pero temieron que los celos engendrasen nuevas dis
cordias y que el espiritu de rivalidad y de partido debilitase la autoridad del que fuera llamado á gobernar el
reino. La asamblea de los barones resolvió pedir un rey á occidente y dirigirse á la patria de los Godofre—
dos y Balduinos, á la nacion que habia dado tantos héroes á las cruzadas y tantos ilustres defensores á la
Tierra Santa (1).
Esta resolucion de los señores y barones de Palestina no solamente tenia la ventaja de conservar la paz en
el reino de Jesucristo, sino tambien la de despertar en Europa el espiritu de la caballeria é interesarla por la
causa de los cristianos de oriente. El señor de Cesarea, Aymar, y el obispo de Tolemaida cruzaron el mar y
fuéron á solicitar á Felipe Augusto, en nombre de los barones de Tierra Santa, que les diera un caballero ó
baron capaz de salvar lo que quedaba del desgraciado reino de Jerusalen; y la mano de una reina jóven, una
corona y las bendiciones del cielo debian recompensar el valor y la lealtad del que partiera á combatir en
pro de la herencia del Hijo de Dios.
Felipe distinguió entre los señores de su corte á Juan de Briena, hermano de Gualtero, que habia muerto
en la Pulla con la reputacion de un héroe y el titulode rey. Juan de Briena habia vivido en el claustro, pe
ro impelido por su pasion á la guerra, siguió en la segunda cruzada á su hermano á la conquista del reino de
Nápoles, y estaba deseoso de adquirir gloria en los combates. Aceptó, pues, con alborozo la mano de la reina
de Jerusalen, encargó a los embajadores de Palestina que partieran á anunciar su próxima llegada, y lleno de
confianza en la causa que iba á defender, prometió seguirles al frente de un ejército.
Cuando Aymar de Cesarea y el obispo de Tolemaida regresaron á la Tierra Santa, las promesas de Juan de
Briena reanimaron el abatido valor de los cristianos, y como sucede siempre en épocas desgraciadas, se pasó
de la desesperacion á las mas locas esperanzas. Se esparció el rumor de que se preparaba una cruzada for
midable, en la que tomarian parte los monarcas mas poderosos de occidente; Malek-Adhei, que desde la
muerte de Malek-Aziz reinaba en Siria y en Egipto, temió las empresas de los cristianos, y estando á punto
de espirar la tregua hecha con los francos, propuso renovarla ofreciendo entregar diez castillos ó fortalezas
en prenda de suamory de su deseo de paz. Los caballeros de Palestina debian haber aceptado osta proposicion,
pero con la esperanza delos ausilios de occidente habia desaparecido el espiritu de moderacion y de previ
sion del consejo de los barones y caballeros. Los guerreros cristianos mas prudentes, entr e los cuales se notaba
el gran maestre de la orden de San Juan, eran de parecer de que se prolongasela tregua; recordaban cuan
tas veces habia prometido socorros el occidente á la Tierra Santa sin haberse realizado sus promesas, y aña
dian que lo mas prudeute era no tentar la fortuna de los combates bajo la fé de una vana oferta, y que se
debian esperar los acontecimientos antes de tomar una determinacion de la cual podia depender la salvacion
ó la ruina de los cristianos en oriente. Estos discursos rebosaban de prudencia y de razon, pero como los
hospitalarios hablaban en favor de la tregua, los templarios se declararon con calor por la guerra; era tal
por otra parte el espiritu de los guerreros cristianos, que les inspiraban una especie de desden la prudencia,
la moderacion y todas las virtudes de la paz; de modo que la asamblea de los caballeros y los barones se
negó á prolongar la tregua hecha con los turcos.
(1) El continuador de Guillermo deTiro.lib. VI.
(0
36? HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Esta determinacion debia ser muy funesta al considerar que la situacion do Francia y de Europa no per
mitia á Juan de Briena cumplir sus promesas y levantar un ejército para la Tierra Santa.
La Alemania continuaba agitada con las pretensiones de Oton y de Felipe de Suabia , el rey Juan bajo el
peso de una escomunion y el reino de Inglaterra en entredicho, y Felipe Augusto trataba de aprovecharse de
las revueltas de sus vecinos, ya para estender su influencia en Alemania , ya para debilitar el poderio de los
ingleses, dueños de muchas provincias de Francia.
Juan de Briena llegó á Tolemaida con el acompañamiento de un monarca , pero solo llevaba trescientos
caballeros para defender su reino , y no tenia mas recursos pecuniarios que 80.000 libras , cuya mitad le
habia prestado el rey de Francia y la otra mitad los romanos á instancias del papa (1). Sus nuevos vasallos
le recibieron como á un libertador, sin perder sus esperanzas, y se celebró su enlace con gran pompa en pre
sencia de les barones , los principes y los obispos de Palestina ; pero como la tregua iba a espirar , los turcos
tomaron las armas y turbaron las fiestas de ta coronacion. Malek-Adbel entró en Palestina al frente de un
ejército; y los infieles sitiaron á Tripoli y amenazaron á Tolemaida.
El nuevo rey hizo prodigios de valor en el campo de batalla á la cabeza de un reducido número de fieles,
mas no consiguió libertar las provincias cristianas de la presencia de un enemigo formidable. Los guerreros
de Palestina cayeron de pronto en el mayor desaliento comparando su escaso número con la muchedumbre
de sus enemigos; que los que antes no habian querido paz con los infieles, se hallaban sin fuerza ni valor para
arrostrar sus ataques, y la mayor parte de los caballeros franceses que habian acompañado al nuevo rey,
abandonaron el reino que habian idoá socorrer y regresaron á Europa.
Juan de Briena no tenia mas que la ciudad de Tolemaida pero sin ejército para defenderla. Conociendo
entonces que.habia emprendido una tarea dificil y arriesgada y que no podia resistir por mucho tiempo á
las fuerzas reunidas de los turcos, envió á Roma embajadores para demostrar al papa el peligro de los esta
dos cristian(s de Asia , y para implorar nuevamente el apoyo de los principes de Europa , en especial de los
caballeros franceses.
Apenas oyeron estos gritos de alarma los pueblos de occidente ; las turbulencias que agitaban á Europa
cuando partió Juan de Briena á Palestina estaban muy lejos de haberse calmado y no permitian en Francia
sobre todo que se socorrieran tas colonias cristianas de oriente. El Languedoc y la mayor parte de los paises
meridionales estaban á la sazon asolados por la guerra contra los albigenses que ocupaba el valor de los ba
rones y caballeros.
La historia de la secta nacida en Albi no entra en el plan de esta obra , y su estudio serviria tan solo para
conocer la situacion de Francia en aquella época y los obstáculos que se oponian á las empresas de ultramar.
Un hecho glorioso , en el cual tomaron parte los guerreros franceses, tuvo lugar entonces en España ; el
ejército cristiano derrotó en las llanuras de las Navas de Tolosa á los moros que dejaron en el campo masde
doscientos mil entre muertos y prisioneros.
Cuando el soberano pontifice supo la noticia de esta victoria, dió gracias á Dios en medio de todo el pueblo ro
mano por haber dispersado á los enemigos de su pueblo; é hizo oracion para que el cielo en su misericordia
libertase por fin á los cristianos de Siria como acababa de hacer con los de España. Renovó sus exhortaciones
á los fieles para la defensa del reino de Jesucristo, pero en medio de las turbulencias y guerras civiles, no
pudo bacer oir las quejas de Jerusalen. y vertió lágrimas de desesperacion al ver la indiferencia de los pue
blos de occidente.
(1210) Presencióse entonces lo que no se viera aun en aquella época tan fecunda en prodigios y aconteci
mientos extraordinarios. Cincuenta mil niños se reunieron en Francia y en Alemania, burlandola vigilancia
de sus padres , y recorrieron las ciudades y las campiñas cantando estas palabras : Señor Jesucristo, dadnos
vuestra santa cruz . Cuando se les preguntaba á dónde iban y qué intentaban, respondian : Vamos á Jerusa
len á libertar el sepulcro del Salvador. Algunos eclesiásticos cegados por un falso celo habian predicado tan es-
traña cruzada ; la mayor parte de los fieles veian en esto una inspiracion del cielo, y creian que Jesucristo
habia puesto su causa en manos de la sencilla y timida infancia para hacer brillar su divino poder y para
confundir el orgullo de los mas grandes capitanes y de los poderosos y sabios de la tierra ( 2 ).
(1) San uto, lib. 111.—¡8) Alberto deTrois-Fóntaines y Maleo Paris dan estensos pormenores sobre esta cruzada (Biblioteca de las
cruzadas t. II). —Jacobo de Vorag, Chronic. Gennc, apud Muratori, t. IX, p. 18.
# LIBRO DUODECIMO.— 1207-1221. 363
Mujeres de mala vida y algunos hombres perversos se mezclaron con la multitud de los nuevos soldados
de la cruz para reducirlos. Una gran parte de esta jóven milicia atravesó los Alpes para embarca rso en los
puertos de Italia, y los de las provincias de Francia se dirigieron á Marsella. Se les habia hecho creer, bajola
fé de una revelacion milagrosa , que seria en aquel año tan grande la sequia , que el sol disiparia las aguas
del mar , y que los peregrinos encontrarian en el álveo del Mediterráneo un camino espedito hasta las costas
de Siria ( 1 ). La mayor parte de estos incautos cruzados se estraviaron en los bosques y perecieron de calor,
hambre, de sed y de cansancio, y algunos otros volvieron á sus hogares, avergonzados de su imprudencia y
diciendo que no sabian por qué se habian ido. Los que se embarcaron, unos naufragaron ó fueron entregados
á los musulmanes que iban á combatir, y dicen las antiguas crónicas que muchos de ellos alcanzaron la
palma del martirio dando á los infieles el espectáculo edificante de la firmeza y del valor que la religion cris
tiana puede inspirar lo mismo á la edad mas tierna que á la edad madura.
Los niños que llegaron á Tolemaida llenaron de espanto á la ciudad y dieron motivo á los cristianos de
oriente para que creyeran que la Europa no tenia ya gobierno, leyes ni hombres sabios en los consejos de
los principes y en los de la Iglesia. Nada caracteriza mejor el espiritu de aquella época como la indiferencia
con que se presenciaron semejantes desórdenes; no hubo una autoridad que traiase de preverlos ó contener
los , y cuando anunciaron al papa que la muerte habia segado la flor de la juventud de Francia y Alemania,
so contentó con decir: « Esos ni ios nos acusan por nuestro letargo al volar en ausilio de la Tierra Sania (i).
Inocencio determinó herir vivamente la imaginacion de los pueblos y reanimar el entusiasmo de los fie
les dando un grandioso espectáculo al mundo cristiano; mandó reunir en Roma un concilio general, para
deliberar sobre el estado de la Iglesia y sobre la suerte de los cristianos de Oriente.
El soberano pontifice predicó una nueva cruzada y abrió los tesoros de la misericordia divina á todos los
fieles en proporcion á su celo y á su liberalidad. Invitó á todos los prelados y eclesiásticos y á los habitantes
de las ciudades y de las campiñas á proporcionar cierto número de guerreros y mantenerlos durante tres años
segun sus facultades ; exhortó á los principes y señores que no tomaron la cruz á secundar el celo de los cru
zados por todos los medios que pudieran; pidió á todos los fieles sus oraciones, á los ricos limosnas y tribuios,
á los caballeros el ejemplo del valor y naves á las ciudades maritimas, y él mismo se comprometió á hacer
los mayores sacrificios. . -.i
Un historiador moderno advierte con razon que el soberano pontifice empleó todos los medios, aun aquellos
que d)bian no tener éxito, pues escribió á Malek Adhel, sultan de Damasco y del Cairo, para inducirle á que
apoyara sus designios, y pedirlo que renunciase á la posesion de Jerusalen. Esta pueril tentativa demostró
que el papa no conocia el espiritu y el carácter de los musulmanes.
No obstante es digna de admiracion la actividad que desplegó Inocencio; apenas puede seguirle la historia
buscando por todas partes enemigos á los musulmanes y dirigiéndose sucesivamente al patriarca de Alejan
dria, al de Antioquia y á todos los principes de Armenia y de Siria ; sus miradas abarcaban á un mismo
tiempo el oriente y el occidente, y sus cartas y embajadores iban incesantemente á remover la Europa y el
Asia. Inocencio envió la convocacion del concilio y la bula de la cruzada á todas las provincias de la cristian
dad, y sus exhortaciones apostólicas resonaron desde las orillas del Danubio y del Vistula hasta las márgenes
del Tajo y del Támesis.
(1214) Eligiéronse comisarios para manifestar á todos los cristianos las decisiones de la santa sede, y con
la mision de que predicase la guerra santa y la reforma de las costumbres y de invocar las luces de los doctores
y el valor de los guerreros. En muchas provincias se encargó á los obispos la predicacion de la cruza
da: el cardenal Pedro Hoberto de Courzon , que se hallaba entonces en Francia, como legado del papa,
recibió , amplios poderes do la sania sede, y recorrió oi reino exhortando á los cristianos á tomar la cruz y
las armas.
Fiel al espiritu de la religion de Jesucristo , el cardenal Courzon dió la cruz á cuantos cristianos se la pe
dian sin pensar que las mujeres , los niños , los ancianos , los sordos , los ciegos y los cojos no podian hacer
la guerra á los musulmanes y que no se forma un ejército como compone el Evangelio el festin del padre de

(r Jucobodc Vorag, Chronic. Ucone;apud Muiuloii, t. IX, p. 46.


4) Tomjj de Charnpre, lib. II cap II1, de Apibus.
364 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
familia. De modo queesta libertad de entrar en la santa milicia, concedida sin distincion ni eleccion , no hi
zo mas que escandalizar á los caballeros y barones y entibiar el celo de los guerreros.
Las predicaciones de la guerra santa despertaron la caridad de los fieles. Felipe Augusto dejo la cuadragé
sima parte de sus rentas territoriales para los gastos de la cruzada , y un gran numero de señores y prelados
siguieron el ejemplo del rey de Francia. Habiéndose colocado cepillos en todas las iglesias para recibir las li
mosnas de los fieles, se reunieron inmensas cantidades que fueron depositadas en manos del cardenal fie
Courzon, á quien acusaron de haber dado otro uso á los dones ofreci Ws á Jesucristo. Es verdad que el car
denal usurpaba en Francia todas las prerogativas de la corona, imponiendo tributos en nombre de la sania
sede, alistando guerreros, aboliendo deudas y prodigando castigos y recompensas; esto hace mas verosimiles
las acusaciones que se le dirigian.
El arzobispo de Cantorbery exhortó tambien á los pueblos de Inglaterra á tomar las armas (entra los in
fieles, y cansado el monarca, inglés de las turbulencias que causaran en su reino las esconíuniones del papa
á su pesar y cediendo á la fuerza y á la necesidad deponer su corona bajo la proteccion de la Iglesia, tomó
la cruz ó hizo juramento de ir á combatir á los turcos. Inocencio creyó en la promesa del rey Juan y le apo
yó con todo el poder de su autoridad, escomulgando á los barones ingleses que querian defender sus libertades
contra la tirania de su falaz soberano.
Tambien la Alemania estaba agitada por las guerras de Oton de Sajonia contra Federico II, á quien pro
tegian Felipe Augusto y la corte de Roma. La famosa batalla de Bouvines salvó la independencia y el honor
de la monarquia francesa, amenazada por la liga formada por Oton con el rey de Inglaterra, y los condes de
Flandes, de Holanda y de Boloña, devolviendo al mismo tiempo la pazá la Iglesia.
Llegó por fin el momento de convocarse el concilio, y acudieron á la capital del mundo cristiano los ecle
siásticos, los señores, los principes y embajadores de toda Europa. Esta asamblea, que representaba la Igle
sia universal y en la cual se contaban cerca de quinientos arzobispos y obispos y mas de cien abades y prela
dos venidos de todas las provincias de oriente y occidente, se reunió en la iglesia de Latran y. fué presidida
por el soberano pontifice. Inocencio inauguró el concilio con un sermon en el cual se lamentó de los errores
de su siglo y de las desgracias de la Iglesia, y despues dé haber exhrrtado al clero y á los fieles á santificar
con sus costumbres las medidas que iban á temarse contra los herejes y los turcos, representó á Jerusalen
cubierta de luto, enseñando las cadenas de su cautiverio y haciendo hablar á todos sus profetas para enter
necer el corazon de los cristianes.
El concilio espuso en una declaracion de fé la doctrina de los cristianos y les recordó el simbolo de la creen
cia evangélica. Por uua decision apostólica, publicada en medio del concilio, Inocencio depuso al conde de
Tolosa, á quien se consideraba como el protector de la herejia, y dió sus estados á Simon de Monfort que ha
bia combatido á losalbigenses (4).
Ocupáronse despues los representantes del concilio de los medios de socorrer la Tierra Santa sin demora;
se confirmaron todas las disposiciones de la bula de convocacion; se determinó que los eclesiásticos pagarian
para los gastos de la cruzada la vigésima parte de sus rentas, el papa y los cardenales la décima, y que hu
biera una tregua de cuatro años entre todos los principes cristianos. El concilio lanzó los rayos de la escc—
munion contra los piratas que turbaran la marcha de los peregrinos y contra todos los que proporcionasen
viveres y armas á los infieles. El soberano pontifice prometió dirigir los preparativos de la guerra, dar Ires
mil marcos de plata y armar á sus espensas muchas naves para el trasporte do los cruzados. Las decisiones
del concilio y los discursos del papa hicieron una profunda impresion en el ánimo de los cristianos. Se invi
tó formalmente á todos los predicadores de la guerra santa para que escitasen los fieles á la penitencia, pro
hibiendo los bailes, los torneos y los juegos publicos, reformasen las costumbres é hiciesen revivir en todos los
corazónes el amor de la religion y de la virtud; y debian, á ejemplo del soberano pontifice, hacer resonar las
quejas de Jerusalen en los palacios de los principes é instar á los monarcas y grandes de la tierra á que toma-
en la cruz para arrastrar al pueblo con su ejemplo.
Publicáronse en todas las iglesias de occidente los decretos de la guerra santa; en muchas provincias, es
pecialmente en el norte de Europa, se volvieron á ver los mismos prodigios y las apariciones milagrosas que

!t) Durcl. conc. lateran. Oran coleccion de lo? concilios


LIBRO DUODECIMO.— 1207-1221. 3G5
habian escitado el entusiasmo de los cristianos en tiempo de las primeras cruzadas; aparecieron en el cielo
cruces luminosas, é hicieron creer á los habitantes de Colonia y de las ciudades cercanas al Rhin que Dios
apoyaba la santa empresa, y que el poder divino prometia á las armas de los cruzados la decrota y ruina de
los infieles.
Los santos oradores hicieron esfuerzos de ardor y celo para inducir á los fieles a tomar parte en la guerra
santa; la cátedra evangélica resonaba por todas partes con las imprecaciones contra los musulmanes, y por
donde quiera se repetian aquellas palabras de Jesucristo ; « Vengo á establecer la guerra.»
Se creia que el padrede los cristianos conduciria á los cristianos, santificando con su presencia la espedicion
de ultramar; asi lo habia prometido Inocencio en el concilio de Latran, pero el estado en que se hallaba Eu
ropa, los progresos de la herejia é indudablemente los consejos de los obispos y cardenales, no le permitieron
realizar su designio. La muerte le sorprendió además en medio de su empresa, y salió de este mundo en Perusa
en el mes de julio do 1 216.
El cónclave eligió por sucesor de Inocencio á Censio Savelli cardenal de Santa Luce, que gobernó la Iglesia
bajo el nombre de Honorio 11. Al dia siguiente de su coronacion el nuevo papa escribió al rey de Jerusalen
anunciandole su elevacion y reanimando la esperanza de los cristianos de Siria, y en una carta dirigida á
todos los obispos, los exhortó á continuarla predicacion de la cruzada.
La mayor parte delos obispos y prelados de Francia , á quienes el soberano pontifice habia recomendado
dar el ejemplo de adhesion, mostraron mas empeño y mas celo que los barones y caballeros, y un gran nú
mero de ellos tomaron la cruz y se prepararon á partirá oriente. Federico, quedebia la corona imperial á la
proteccion de la Iglesia, renovó en dos asambleas el juramento de hacer la guerra á los musulmanes. líl ejem
plo y las promesas del emperador, aunque podia dudarse de su sinceridad, arrastraron á los principes y
pueblos de Alemania : los habitantes de las orillas del Rhin, los de la Frigia, de Baviera, de Sajonia y de No
ruega; losduques de Austria, de Moravia, de Brabante y de Limburgo; los condes de Juliers, de Holanda, de
Wit y de Looz; el arzobispo de Maguncia y los obispos de Bamberg, de Passau, de Estrasburgo, de Munster
y deUtrech acudieron á porfia bajo el pendon de la cruz y se prepararon á abandonar la Europa para partir
al Asia.
Entre los principes que juraron cruzar el mar para combatir los musulmanes se distinguia Andrés II, rey
de Hungria. Bela, padre del monarca húngaro, habia hecho voto de ir á la Tierra Santa, y no habiendo pe
dido llevar á cabo su santa peregrinacion, habia exigido en el lecho de la muerte á su hijo que cumpliera su
juramento. Despues de haber tomado la cruz, Andres se vió detenido mucho tiempo en sus estados por las
turbulencias que habia hecho engendrar su ambicion y que no sabia apaciguar; Gertrudis, con quien se ha
bia casado antes de la quinta cruzada, se atrajo la animosidad y el odio de la corte y la nobleza por su orgullo
y sus intrigas, y conspiracionescontinuas, que terminaron con el asesinato de la princesa, llenaron de agita
cion y desórden la Hungria .
Armábanse navios y escuadras para trasportar á los cruzados en todos los puertos del Báltico, del Oceano
y del Mediterráneo, y al mismo tiempo se predicaba otra cruzada contra los habitantes de Prusia que perma
necian en las tinieblas de la idolatria. Polonia, Sajonia, Noruega y LiVonia armaban sus guerreros para der
rocar en las orillas del Oder y del Vistula los idolos del paganismo, en tanto quelas demás naciones de occi
dente sepreparaban á hacer la guerra á los musulmanes en Judea y en Siria.
(1217) La Alemania miraba á Federico II como el jefe do la guerra santa, peroel nuevo emperador, que
estaba sentado en un trono minado por las guerras civiles, y temiendo las empresas de las repúblicas de Italia
y tal vez las de los papas sus protectores, aplazó la partida á Palestina.
No se habia entibiado, empero, el celode los cruzados que en su impaciencia eligieron al rey de Hungria
para conducirles al Asia. Andrés partió á oriente acompañada del duque de Baviera, del de Austria, y delos
señores alemanes que habian tomado la cruz, y al frente de un numeroso ejército se dirigió primero á Es-
palatro, donde esperaban á los cruzados para trasladarlos á Palestina las naves de Venecia, de Zara, de An-
cona y de otras ciudades del Adriático.
Las bendiciones del pueblo acompañaron al rey de Hungria por todos los paises que atravesó, y cuando se
acercó á la ciudad de Espalatro, los habitantes y el clero salieron á recibirle en procesion, y le condujeron
hasta su iglesia mayor, donde todos los fieles reunidos invocaron la misericordia del cielo para los guerre
366 HISTORIA DE LAS CRUZADAS
ros cristianos. Pocos dias después salió del puerto la escuadra de los cruzados haciendo rumbo para la islu de
Chipre, a dondo habían ido los diputados del rey y del patriarca de Jerusalen, de (asórdenos del Temple, de
San Juan yde los caballeros teutónicos (I).
Una multitud de cruzados embarcados en Brindis, Génova y Marsella precedieron al rey de Hungría y su
ejercito; el rey de Chipre y la mayor parte de sus barones, arrastrados por el ejemplo de tan ilustres prínci
pes, lomaron la cruz y prometieron acompañarlos á la Tierra Santa. No tardaron en partir juntos del puer
to de Simisio lodos los cruzados, y desembarcaron triunfalmente enTolemaida. Un historiador árabe cuenta
que desde la época de Saladino no habian tenido los cristianos un ejército tan numeroso en Siria; enlodas las
'glesias se dieron gracias al ciclo por el poderoso a'usiüo que enviaba á la Tierra Santa, pero no tardó mucho
en turbar la alegría de ios cristianos la dificultad de encontrar víveres para tan inmensa multitud de pere
grinos.
Aquel año habia sido estéril en las ricas comarcas de Siria : los bajeles que llegaban de occidente solo lleva
ban máquinas de guerra, armas y bagajes, y como se sintió pronto la miseria entre los cruzados, tampoco
tardaron los soldados en enlregarseá la licencia y al saqueo. Los bávaros cometieron los mayores desórdenes,
robaron las casas y los monasterios y asolaron las campiñas. Los jefes solo pudieron restablecer el órden y la
paz en el ejército dando la órden de combatir á los turcos, y para salvar las tierras y casas de los cristianos,
propusieron á los soldados e! saqueo de las campiñas y ciudades de los infieles.
Todo el ejército, al mando de los reyes de Jerusalen, de Chipre y de Hungría, fué á sentar sus tiendas á
orillas del torrente de Cison. Deseando el patriarca de Jerusalen herir la imaginación de los cruzados y recor
darles el objeto de su empresa, se presentó en el campo de los cristianos llevando una parte de la verdadera
cruz, que pretendía haber salvado on la batalla deTiberíada. Los príncipes fuéron á recibirle con los piés
descalzos y recibieron con respeto el signo do la redención; esta ceremonia inflamó el celo y entusiasmo de
los cruzados, que ya no pensaron mas que en combatir por Jesucristo.
El ejército cruzóel torrente, avanzó hácia el valle deJesrael, y entró en el monto Hcrmon y el Gelboé sin
encontrar un enemigo. Los jefes y los soldadosse bañaron en el Jordán y recorrieres las oiíllas del lago de
Gcnesaret; el ejéroito cristiano marchaba entonando cánticos; la religión y sus recuerdos habian inspirado
ídoas de paz y de disciplina á los soldados; todo lo queveianen torno suyo los llenaba de piadosa veneración
hácia la Tierra Santa, y en esla campaña que fué una verdadera peregrinación, hicieron un gran número
de prisioneros sin trabar combates, y volvieron á Tolemaida cargados de bolin.
En- la época de esta cruzada Malek-Adhel no reinaba en Siria ni en Egipto, pues habia dejado el trono es
pontáneamente, nombrando á su primogénito sultán del Cairo y á su segundo hijo Cherf-Eddin-Malek-Moa-
ctham-Issa, soberano deDamasco. Ambos estaban aterrados con el ausilio que habian recibido los cristianos
de Siria, pero creyendo que la división seria muy pronto la causa de la destrucción de los cruzados, no en
viaron á Judea sus ejércitos.
Los jefes de la cruzada, admirados de no ver epemigos que combatir, resolvieron llevar sus armas á las
orillas del Nilo, pero comose aproximaba el invierno, que imposibilitaba-toda espedicion lejana, formaron el
proyecto! de atacar el monté Tabor, donde estaban fortificados los musulmanes, para ocupar á los soldados á
quienes el ocio inclinaba á la licencia.
Era imposible llegar al Tabor sin arrostrar mil peligros, pero nada intimidó á los guerreros cristianos; el
patriarca de Jerusalen que iba al frente de los cruzados, les enseñaba el signo de la redención y los animaba
con su ejemplo y sus discursos. Desprendíanse de las alturas enormes piedras lanzadas por los infieles; el
enemigo enviaba una granizada do dardos á todos los caminos que conducían á la montaña; pero el valordo
los soldados de la cruz desafió lodos los esfuerzos de los turcos y el rey de Jerusalen se distinguió con prodigios
do valor y mató con su espada dos emires. Cuando llegaron los cruzados á la cima del Tabor dispersaron á
los musulmanes., persiguiéndolos hasta las puertas de la fortaleza; peroalgunos de los jefes empezaron á te
mer las empresas del principe de Damasco , y el temor deuna sorpresa hizo en los ánimos una impresión
mas fuerte de lo que debia preverse. En tanto que los musulmanes se retiraban aterrados detrás de sus
murallas, un súbito espanto se apoderó de los vencedores; los cruzados renunciaron á atacar la fortaleza, y
(11 Víase la crónica do Tomas, diácono de Espalatro, sobre el viajo de Andrés II á la Tierra Sania y su vuelta á Hungría (Biblio
teca de las Cruzadas, t. It.
LIBRO DUODECIMO.— 1207-1221 . 367
el ejército cristiano se retiró sin llevar nada á cabo, como si hubiera subido al monte Tabor tan solo para
contemplar el sitio consagrado por la trasfiguracion del Salvador. . .
Esta retirada tuvo consecuencias muy funestas; mientras los jefes so echaban en cara mutuamente la
mengua del ejército y la falla que habian cometido, un profundo desaliento se apoderó délos caLalIeros y los
soldados. El patriarca de Jerusaleu se negóa llevar en lo sucesivo delante de los cruzados la cruz de Jesucris
to, cuyo aspecto no reanimaba su piedad nisu valor, y deseando reparar los príncipes que dirigían la cruzada
tan vergonzosa derrota, condujeron el ejército hácia la Fenicia antes de volver á Tolemaida. Ninguna hazaña
distinguió sus armasen esta nueva campaña; como era el invierno, un gran número de soldados vencidos
por el frió quedaron abandonados en les caminos y otros cayeron en poder de los árabes beduinos; una vio
lenta borrasca sorprendió la víspera de Navidad á los cruzados acampados entreTiro y Sarepta; los vientos, la
lluvia, el granizo, los torbellinos y los truenos mataron sus caballos y arrebataron sus tiendas, y este de
sastre acabó de desanimarlos, haciéndoles creer que el cielo les negaba su apoyo.
Fallábanles víveres y todo el ejército no podía subsistir en un mismo sitio, de modo que decidieron divi
dirse en cuatro cuerpos diferentes hasta fines dol invierno. Esta separación, verificada en medio de mutuas
quejas, mas bien parecía obra déla discordia que de la necesidad; el rey de Jerusalen, el duque de Aus'.ria y
el gran maestre de San Juan fuéron á acamparse en las llanuras de Cesárea; el rey de Hungría, el de Chipre y
Raimundo, hijo del príncipe de Anlioquía, se retiraron á Trípoli; el gran maestre del Temple, el de los caba
lleros teutónicos y Andrés de Avesnes con los cruzados flamencos fuéron á fortificar un castillo construido al
pié del monte Carmelo, y los demás cruzados se retiraron á Tolemaida con el designio de regresar á Europa.
Cayó enfermo el rey de Chipre y murió cuando estaba á (.unto de volver á su reino. El rey de Hungría es
taba desanimado, y empezaba á desespera r del éxilode una guerra inaugurada con tan poca fortuna, de mo
do que creyendo haber cumplido su voto con una permanencia de tres meses en Palestina, resolvió repentina
mente regresar á sus estados.
El occidente habia visto con sorpresa que Andrés abandonase su reino despedazado por las facciones para
partir á Siria, pero no fué menor el asombro que causó en oriente el verle retirarse de Palestina 6in haber
(lechonada para libertar los santos lugares. El patriarca de Jerusalen le culpó su inconstancia y se esforzó
á retenerle bajo las banderas de la cruzada, y no haciendo mella á Andrés las súplicas del patriarca, recur
rió este á las amenazas y desplegó el formidable aparato de los rayos de la Iglesia. Nada pudo, empero, vencer
la resolución del rey de Hungría, que para hacer ver que no desertaba de la causa de Jesucristo, se conten-
tócon dejar la mitad de sus soldados al rey do Jerusalen (1).
Andrés se detuvo mucho tiempo en Armenia, después de partir de Palestina, y pareció olvidará sus pro
pios enemigos tanto como á los de Jesucristo. Volvió á occidente por el Asia Menor, y vió al pasar por Cons-
tantinopla los tristes leslos del imperio latino, que hubieran debido conmover su indolente ligereza y recor
darle la ruina que amenazaba su propio reino.
Después de la partida de Andrés llegó á Tolemaida un gran número de cruzados procedentes de-Ios puertos
de Holanda, de Francia y de Italia; los cruzados de Frisia, de Colonia y de las orilla s del Khin so habian dele-
nido en las costas de Portugal, donde después de vencer á los moros en muchas grandes batallas y de haber
muerto dos principes sarracenos, enarbolaron las banderas de la cruz sobre los muros de Alcázar. Contaban
los milagros con que el cielo habia secundado su valor, y la aparición de ángeles armados de espadasde fuego
que habian combatido en las orillas del Tajo con los soldados de Jesucristo. La llegada de estos guerreros y
el relato de sus victorias reanimaron el valor de los cruzados que se habian quedado en Palestina á las ór
denes de Leopoldo duque de Austria, y con tan poderoso refuerzo no se habló mas que de volver á comenzar
la guerra contra los musulmanes.
El proyecto de conquistar las orillas del Nilo habia ocupado muchas veces á los cristianos; y se considera
ba como una inspiración del ciclo desde que el mismo pontífice manifestara en medio del concilio de Latran la
idea de una guerra en Egipto, a En el mes do mayo, después de la Ascensión, dice Olivier Escolástico, hallán
dose preparada una escuadra, embarcáronse el ejército, el rey de Jerusalen, el patriarca, los obispes de Ni-
cosia, de Bclcn y de Tolemaida, el duque de Austria, las Iros órdenes de caballería y una gran multitud de

[I) Aayoaldi: Annal. eccelesiast ad ano. 1218.


368 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
cruzados, y llegaron al castillo de los Peregrinos, construido entrc Caifas y Cesarea. Una partede la escua
dra que navegaba viento en popa y no pudo detenerse en la cosía, se presentó delante de Damieta al tercer
dia. Los jefes que se habian detenido en el castillo de los Peregrinos emplearon tres dias mas en la travesia, y
otros impelidos por vientos contrarios tardaron cuatro semanas en llegar á Egipto. El arzobispo de Reimsy
el obispo de Limoges, cuya avanzada edad no Ies permitia seguir á sus compañeros, murieron el uno en To-
lemaida y el segundo en el mar. Los primeros que llegaron á Da mieta tomaron por jefe al conde deSaarbruk
y desembarcaron al ocasode la desembocadura del Nilo; el rey de Jerusalcn desembarcó poco tiempo despues,
sin encontrar ninguna resistencia, y el ejército de la cruz alzó sus tiendas en una campiña arenosa que for
maba parte de la isla de Meballó ó del Delta.»
Damieta, la antigua Damiatis, edificada en la margen derecha del Nilo á una milla de la embocadura del
rio, era una de las ciudades mas considerables de Egipto; recibia por el Nilo las riquezas de Siria, del Asia
Menor y del Archipiélago; como era una de las puertas de Egipto y los cristianos la. habian atacado muchas
veces, los soberanos del Cairo se habian esmerado en fortificarla; estaba rodeada de profundos fosos y de tros
murallas; alzábase en medio del Nilo una torre en la cual terminaba una cadena que obstruia el paso del rio
y protegia la entrada de la ciudad, y defendian á esta una guarnicion compuesta de veinte mil soldadosesco-
gidos y una poblacion que podia armar cuarenta mil hombres.
Antes de atacar la ciudad era preciso apoderarse dela torre construida en medio del Nilo. El duque de
Austria, el conde Adolfo de Mons, los hospitalarios y los templarios so acercaron á la fortaleza musulmana
sobre barcos con un gran número de teutones y frisones y dieron repetidos asaltos sin poder tomarla. Duran
te estos ataques llovian sobre los sitiadores los dardos y piedras arrojadas desde las murallas de la ciudad; el
fuego griego envolvia como un rio á los que trataban de subir a las almenas; muchosguerreros cayeron en el
rio cubiertos con sus armas, y susalmas, dicen las crónicas, fueron á reunirse en el cielo con los santos y los
mártires. Todos los dias, despues de un combate de muchas horas, las naves cristianas se alejaban dela tor
re con los mástiles y cordajes rotos, la proa desquiciada, acribillados de dardos y venablos por dentro y fue
ra y medio abrasados por el fuego griego. No obstante, los peregrinos en vez de desanimarse redoblaban sus
esfuerzos y renovaban incesantemente sus ataques; las naves mas lijeras subieron por el Nilo y anclaron de
bajo de la torre, rompióse la cadena que impedia el paso delas embarcaciones, y se cortó el puente de madera
que ponia en comunicacion la torre con la ciudad. Inventáronse medios de ataque y máquinas que no se ha
bian usado en la guerra, y construyeron sobre dos naves atadas entre si un enorme castillo de madera, flo
tante y forrado de cobre, con galerias para los combatientes y un puente levadizo que debia bajarse sobre la
torre de los egipcios. Se habia encargado de dirigir la construccion del edificio terrible un pobre sacerdo
te dela iglesia de Colonia, que habia predicado la cruzada en las orillas del Rhin y seguido al ejército cris
tiano hasta Egipto. Como los papas recomendaban siempre á los cruzados que llevasen personas ejercitadas
en las artes mecánicas, no faltaban al ejército cristiano trabajadores para llevar á cabo las obras dificiles, y
las limosnas de los jefes y los soldados sufragaron los gastos necesarios.
Todos los cruzados esperaban con impaciencia el momento en que la enorme foitaleza podria acercarse á
la torre del Nilo; con objeto de alcanzar la proteccion del cielo se hicieron rogativas en el campamento cris
tiano; el patriarca y el rey de Jerusalen, el clero y los soldados se entregaron durante algunos diasá las aus
teridades de la penitencia, y todo el ejército con los piés descalzos fué procesionalmento hasta la orilla del
mar. Rebosaban los cruzados de esperanza y ardimiento y envidiaban la gloria de combatir; escogiéronse los
mejores soldados de cada nacion, y Leopoldo, duque de Austria, el modelo de los caballeros cristianos, obtuvo
el honor de mandar una espedicion de la que dependia todo el éxito de la cruzada.
Las dos navescargadas con el castillo de madera recibieron por fin la órden de partir, llevando en ellas
trescientos guerreros armados con todas sus armas; una innumerable multitud de musulmanes reunidos so
bre las murallas de la ciudad contemplaban este espectáculo con sorpresa y pavor; las dos naves ligadas en
tre si avanzaron en silencio por en medio del rio, y todos los cruzados, formados en batalla en la márgen
izquierda del Nilo, ó esparcidos sobre las cercanas colinas, saludaron con numerosas aclamaciones la fortaleza
dotante que encerraba la fortuna y la esperanza del ejército cristiano. Cuando los dos barcos llegaron cerca de
las murallas echaron lasanclas y sus soldados se prepararon al asalto. En tanto que los cristianos arrojan sus
venablos y van á usar la lanza y la espada, los sitiados hacen llover torrentes de fuego griego, y aunan
LIBRO DUODECIMO.— 1203-í 206. 369
todos sus esfuerzos para incendiar el castillo de madera donde combaten susenemigos: animan á los unos los
aplausos y gritos del ejército cristiano, y enardecen á los otros las aclamaciones mil veces repetidas de los ha
bitantes de Dainieta. En medio del combato, se ve envuelta en llamas la máquina de los cruzados; bambolea
el puente levadizo lanzado sobre las murallas de la torre; cae en el Nilo el porta-esta miarle del duque de
Austria, y la bandera de los cristianos queda en poder de los enemigos. Al verlo lanzanlos musulmanes gritos
de júbilo y se oyen prolongados ayes en la orilla donde están acampados los cruzados; y el patriarca de Jeru-
salen, el clero y el ejército entero se postran de rodillas y alzan al cielo sus manos suplicantes.
Pero como si Dios hubiera oido sus ruegos, estingueseal punto la llama, se repara la máquina y vuelve á
asegurarse el puente levadizo; los compañeros de Leopoldo renuevan su ataque con mayor ardimiento; domi
nan desde su fortaleza las murallas de la torre y combaten á grandes mandobles de espada, de lanza, de ha
chas de armas y de mazas de hierro. Dos soldados se lanzan á la plataforma donde se defienden los egipeios.
llenan de terror á los sitiados que bajan tumultuosamente al segundo piso de la torre. Estos prenden fuego al
techo y tratan de oponer una muralla de llamas á sus enemigos que se precipitan en su persecucion; pero
este último esfuerzo del valor y de la desesperacion es para los soldados cristianos una vana resistencia; los
musulmanes son atacados por todas partes; conmovidas sus murallas por las máquinas de guerra, se desmo
ronan en torno suyo amenazándoles sepultarlos en sus escombros, y no lardan en rendir las armas y pedir
la vida á sus vencedores.
De este modo se apoderaron los cruzados de la torre del Nilo y empezaron á amenazar la ciudad. El ejér
cito cristiano, que habia presenciado el combate, vió con alborozo á los prisioneros egipcios paseados triunfa 1-
mente por el campamento, y estos confesaron que solo seres sobrehumanos podian haber conseguido tan se
ñalada victoria. .,
Murió en aquellos mismos dias Malek-Adhel que tan temible habia sido para los cristianos, y á quien estos
pintaban como un principe ambicioso, cruel y feroz; pero todos los historiadores están conformes en ensalzar
su valor y el acierto con que ejecutó todos sus designios.
Los cristianos debian haberse aprovechado de la confusion causada por la muerte del principe musulman
para combatir sin descanso á los abatidos infieles, pero en vez de continuar sus triunfos, ya estuviesen esca
sos de naves para atravesarel Nilo, ya defendiesen respetablesíortificaciones la orilla en que estaba construida
Damieta, no salieron del campamento y se entregaron á un funesto reposo, olvidando repentinamente los pe
ligros y el objeto de la guerra. Persuadidos muchosdo«ellos de que habian hecho bastante en defensa de la
causa de Jesucristo, no pensaban mas que en volverá Europa, y á pesar de las reprensiones del clero, de
sertaron de su bandera vergonzosamente. -
La Santa Sede envió á Egipto al cardenal Pelagio, obispo de Albano, con el sagrado carácter de legado, v
en el momento que se presentó en el campo quiso tomar parte ea la guerra : en un combate que se trabó el
dia de San Dionisio, marchó al frente del ejército con una cruz en la mano y dirigiendo al cielo ardientes sú
plicas para conseguir el triunfo de las armas cristianas (1). Se declaró la victoria en favor de los cruzados.
Pelagio quiso ser desde entonces el jefede la cruzada y disputó el mando del ejército a I rey de Jerusalen; de
cia en apoyo de sus pretensiones que los cruzados habian tomado lasarmasal llamamientodel soberano ponti
fice y que eran soldados de la Iglesia. La multitud de los peregrinos se sometió á sus órdenes, persuadida de
que asi lo disponia Dios, pero esta pretension de dirigir la guerra exasperó á los principes y barones. Fácil fué
prever desde entonces que la discordia seria causada por elqne tenia mision de restablecer la paz, y que el
enviado del papa, encargado de predicar la humidad á los cristianos, iba á desbaratarlo todo con su loca pre
suncion. El continuador de Guillermo de Tiro, al lamentarse por la muerte del cardenal de Courzon, que se
habia hecho notable por su moderacion, caracteriza con una sola espresion la conducta de Pelagio y las conse
cuencias quedebia tener, diciendo: Murió entonces el cardenal Pedro, y Pelagio vivió, lo cual ocasionó grande
daño. _ . i
La inminencia del peligro habia reunido á los principes musulmanes : el califa de Bagdad, á quien Jacobo
de Vitri llama el papa d,; los infieles, exhortó á los pueblos á tomar las armas contra los cristianos; Malek-
Kamel envió embajadores á todos los principes musulmanes de Siria y Mesopotainia, para avisarles el peligro

(1, Memorial de Rcggio. Vease c! estrado de esta cronica, Bibl.. de las Cruz. 1. 1.)

¡7
370 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
que corria el Egipto: el sultan del Cüiro estaba acampado continuamente con su ejército cerca de Damieta ,
donde esperaba los principes de su familia, y la guarnicion de la ciudad recibia todos los dias viveres y re
fuerzos y podia resistir mucho tiempo al ejército cristiano.
Los cruzados salieron por fin de su inaccion al ver los preparativos de los musulmanes; y animados por sus
jefes, y especialmente por la certeza del peligroyla presencia de un ejército formidable, continuaron los
trabajos del sitio y dieron, repetidos asaltos á la ciudad por el lado del Nilo.
El rio fué el teatro de muchos combates en que los oruzados no pudieron vencer á sus enemigos. El vien
to en uno de ellos arrastró bajo las murallas de la ciudad un barco de templarios; los enemigos acudieron en
una infinidad de barcas y se apoderaron de él, pero prefiriendo los templarios la muerte á la esclavitud, agu
jerearon la nave, y los habitantes de Damieta que aclamaban el triunfo de los turcos, no vieron en un ins
tante sobre las ondas mas que la punta de un mástil y el pendon donde brillaba la cruz de Jesucristo.
Los cruzados empezaron á quejarse del legado del papa, y Pelagio mezcló sus lágrimas con las de los pe
regrinos, exhortándoles é imponiéndoles procesiones, oraciones y ayunos. Es incomparable la heroica cons
tancia coa que arrostraron durante todo el invierno el frio, la lluvia, el hambre, las enfermedades y todas
lus fatigas dela guerra.
(1219) Acampados siempre en lamárgen oriental del Nilo no podian cercar la ciudad por la parte de tier
ra sin cruzar el rio; el paso era dificil y peligroso: el saltan del Cairo habia situado su campamento en la
opuesta orilla, é inundaban los soldados musulmanes la llanura donde querian clavar sus tiendas los cris
tianos.
Un acontencimiento inesperado allanó todos los obstáculos.
Entre los emires sediciosos que desde la muerte de Malek-Adhel habian demostrado abiertamente su am
bicion, sedistinguia el jefe de una tropa de curdos, llamado Emad-Eddin, hijo de Maschtoub, que tan célebre
se hiciera en el reinado deSaladino por la defensa de Tolemaida. Este emir, que habia seguido la fortuna de
los hijos.de Ayub, habia visto caer y elevarse muchas dinastias musulmanas, y despreciaba á los principes
cuyo oscuro origen conocia. Como soldado intrépido, súbdito poco fiel y dispuesto siempre á servir á sus so
beranos en un combate y á venderlos en una conspiracion, Emad-Eddin no podia sufrir un principe que rei
naba por las leyes de la paz, ni reconocer un poder que no era fruto de sus intrigas ó de una revolucion;
resolvió pues trocar el gobierno de Egipto y concibió el proyecto de destronar al sultan del Cairo para poner
en su lugar á otro hijo de Malek—Adhel. •
Advirtieron al sultan de la conjuracion tramada contra su persona, y la vispera del dia en qüe debia esta
llar, salió del campamento en medio de la noche. Esta fuga desconcertó á los mas atrevidos conjurados y les
arrebató la esperanza de consumar el crimen comenzado y que solo ofrecia,ya peligros. Rumores siniestros
circularon al dia siguiente al asomar la aurora y todos preguntaban con inquietud; mientras los jefes de la
conspiracion permanecian inmóviles, una muchedumbre agitada se reuniódelante de las tiendas de los prin
cipales emires; ninguno de ellos se atrevió á tomar el mando y dar órdenes, pues los jefes d&sconfiaban de los
soldados y estos de los jefes; reinó el mayor tumulto en el campamento, creyendo ser atacados y sorprendi
dos por los cristianos, un terror general se apoderó por fin del ejército que abandonó sus tiendas y bagajes y
se precipitó desordenadamente tras las huellas del sultan fugitivo.
Asi lo cuentan los árabes; segun los autores latinos, la retirada de los musulmanes fué efecto de un mila
gro. El ejército cristiano se apresuró entonces á cruzar el Nilo, se apoderó del campo de los infieles, recogió
un inmenso bottn y se acercó]á las murallas de Damieta.
Restablecióse luego la calma entre los musulmanes, y los conjurados fueron condenados al destierro. El
último domingo de cuaresma, cuando el ejército cristiano se preparaba á celebrar la entrada de Jesucristo en
Jerusalen, ¡Jos musulmanes se formaron en batalla en la llanura y su escuadra avanzó por el Nilo. Los
batallones y navios enemigos inundaron de pronto el rio y la orilla y atacaron á un mismo tiempo los puen
tes, las galeras y el campamento de los cruzados. El combate duró desde la aurora hasta la noche, y los turf
eos perdieron cinco mil guerreros y treinta naves. Las crónicas contemporáneas dicen para ensalzar el triunfo
de los cristianos, que celebraron asi el domingo de Ramos, y que las únicas palmas que llevaron aquel dia
fueron sus espadas desnudas y sus lanzas ensangrentadas-. /
No obstante, el sitio no adelantaba y los cruzados continuaban sufriendo toda clase de privaciones y mise
LIBRO DUODECIMO.— 1207-4*21. 371
rias. Habian pasado el invierno con resignacion evangélica, pero el aspecto de la primavera y Incontinua l le—
gada de naves de Europa entibiaron en vez de enardecer su valor. El duque de Austria, que tantas veces
los babia conducido á la victoria, resolvió por la octava de Pascuas volverse á occidente. Esta resolucion llenó
de desaliento y de dolor á los peregrinos, y el legado del papa se vió obligado á renovar y multiplicar las in
dulgencias de la Iglesia-, que alcanzaban al padre, á la madre, á los hermanos ó hijos de todos los cruzados,
que se quedasen en el campo. La promesa de estos tesoros espirituales, la llegadade nuevos peregrinos y algu
nas ventajas conseguidas sobre el enemigo sostuvieron el ánimo del ejército y la paciencia delos soldados de
Jesucristo.
Mientras se combatia en el Nilo y contra las murallas, los caballeros y todos los que acostumbraban á pe
lear montados permanecian ociosos en sus tiendas, y Iris cruzados que combatian á pié todos los dias con un
enemigo tan formidable, se quejaron enalta voz deque los abandonasen los mismos que los habian conducido
á la cruzada. Luego que empezaron á oirse estas quejas, los barones jefes y soldados soalzaron para volar al
combate. Los ginetes y los infantes salen de sus trincheras al asomar el dia para ir en busca del enemigo;
no tarda el ejércitocristiano en llegar fi donde estaban los musulmanes, que se apresuran á recoger las tien
das y emprender la fuga ; y como tan súbita retirada parece un ardid de guerra , los jefes de los cruzados se
reunen para resolver el partido ¡pie habian de abrazar ; unos quieren (pie se persiga al enemigo y otros que
se permanezca en la defensiva. Mientras los jefes deliberan el ejército se impacienta, la confusion se introdu
ce en las lilas, y vuelve el enemigo dispuesto á combatir cuando reina el mayor desorden entre los cruzados.
Los primeros batallones que se presentan á rochaiarlo quedan llenos de sorpresa y de terror ; se retiran con
precipitacion los soldados do Chipre y los de Italia ; en vano. el legado del papa y el patriarca se esforzaron
en reanimar su valor: so apodera el pánico de todo el ejército, y el rey Juan con sus soldados, los condes de
Holanda de Witt y deChester, secundados por los caballerosdel Hospital y del Temple hacen prodigios de valor
para sostener la impetuesidad de los musulmanes y salvar la mutlitud dispersa de los cristianos.
Un gran número de cruzados perdió la vida en aquella jornada ; al dia siguiente el clero lamentó en sus
cantos lúgubres este dia de ira y de calamidad, y dió gracias al cielo por no haber agotado todas las saetas
de su enojo contra un ejército que habia cedido al demonio de los celos y del orgullo.
Habian trascurrido la primavera y el verano en combates continues, y los cruzados conservaban aun una
actitud formidable á pesar de haber sufrido alguna derrot^ y los musulmanes habian perdido la esperan
za do vencer un enemigo que resistia todos los azotes del clima y de la guerra. Un gran número de peregri
nos se aprovecha ron de los dias bonancibles do setiembre para regresar á Europa, pero cada dia desembarca
ban nuevos cruzados. Anunciaban la próxima llegada del Emperador de Alemania que habia tomado la cruz
y esta noticia animaba á los sitiadores.
Los musulmanes estabau aterrados viendo que iban á luchar con el monarca mas poderoso de occidente; el
sultan del Cairo, en nombre de todos los principes de su familia, envió embajadores al campo de les cruza
dos pidiendo la paz, y propuso dejar á los francos el reino y la ciudad de Jerusalen, sin reservarse mas
que las plazasde Carao y Montreal, por las cuales ofrecia pagar un tributo. Los musulmanesso comprometian
á pagar doscientos mil dineros para reedificar las murallas y torres de la ciudad santa que acababan de ser
destruidas, prometian además entregar todos los prisioneros cristianos que habian caido en su poder desde la
muerte de Saladino (1). '
Reuniéronse los jefes del ejército cristiano para deliberar sobre las proposicionesde los musulmanes, y
el rey de Jerusalen y los barones franceses, ingleses, holandeses y alemanes fueron de parecer de adoptar la
paz, pues los guerreros de occidente veian asi terminada una guerra que les tenia tanto tiempo lejos de su
patria.
El cardenal Pelagio y el clero ofreciendo un raro espectáculo, pedian con ardor la continuacion de la guer
ra, dando razones que no carecian de criterio y acierto. Se deliberó durante muchos dias, sin que pu
diesen conformarse ambos partidos, y las hostilidades volvieron á comenzar en tanto que la discusion
so enardecia en el consejo. Todos los cruzados se reunieron entonces para continuar el sitio de Da-
mieta.
i

( l ) Autores arabes. Biblioteca de las Cruzada?, t. V, y las Memorias de los ped^-tas tle Reguio.
372 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
Abandonado el sultan del Cíiro por muchos de sus aliados hizo todos los esfuerzos posibles para reanimar
el valor de su ejército. Algunos soldados musulmanes trataron de valerse de las sombras de la noche para
entrar en la plaza; pocos lograron llegar á las puertas y entrar, y la mayor parte fueron sorprendidos ó
muertos por los cruzados que velaban sin cesar en torno de las murallas.
Las noticias que el sultan Malek-Kamel recibia de Damieta eran de dia en dia mas alarmantes. Los mu
sulmanes tuvieron que valerse de toda clase de ardides para entrar viveres á la guarnicion: unas veces llena
ban de provisiones algunos sacos de cuero, qne abandonaban á la corriente del Nilo y llegaban flotantes has
ta el pié de las murallas otras, ocultaban panes en las sábanas con que envolvian los cadáveres. No tardaron los
cristianos en descubrir estos ardides.; el hambre hizo entonces espantosos estragos; los soldados abrumados por
el cansancio y perseguidos por la miseria no tenian fuerza para combatir y custodiar las torres y las mura
llas, y llenos de desesperacion los habitantes abandonaban sus casas y huian de una ciudad cubierta de ca
dáveres.
El comandante de Damieta envió al sultan un mensaje pintando su angustiosa situacion, pero no tuvo res
puesta alguna. En vano los buzos musulmanes se esforzaron á penetrar en la ciudad por debajo del Nilo,
donde eran cogidos por medio de redes; quedó interrumpida absolutamente la comunicacion, y ni el sultan
del Cairo ni los cruzados pudieron saber lo que pasaba dentro de la plaza, donde reinaba el silencio de la
muerte, y que segun la espresion de un autor árabe, no era mas que un sepulcro cerrado.
En los primeros dias de noviembre, hallándose todo dispuesto para el último asalto, los heraldos de armas
recorrieron el campamento repitiendo estas palabras: «En nombre del Señor y de la Virgen vamos á atacar á
Damieta y la tomaremos con el ausilio de Dios.» Todos los cruzados respondieron. «Cúmplase la voluntad de
Dios. » El legado recorrió las filas prometiendo la victoria á los peregrinos; se prepararon escalas y cada sol
dado tomósus armas, l'elagio habia resuelto aprovecharse de las sombras dela noche para una empresa de
cisiva, y cuando llegó la noche se dió la señal, pero bramaba una violenta tempestad y no se oia ningun ru
mor en las murallas ni en la ciudad. Los cruzados subieron silenciosamente á los altos muros y mataron
algunos musulmanes que los custodiaban; dueños de una torre, llamaron en su ayuda á los guerreros que
los seguian, y no hallando mas enemigos que combatir, cantaron en alta voz el kirie cleison. El ejército for
mado en batalla al pié de las murallas respondió con estas palabras : Gloria in excelsis, y el legado que man
daba el ataque empezó en seguida a entonar el cántico de la victoria, Te Dcum laudamus.
Dos puertas de la ciudad, rotas con las hachas y consumidas por el fuego, dejaron libre paro á la multitud
de los sitiadores. De este modo, dice un antigue historiador cuyo relato reproducimos, fué tomada Damieta
por la gracia de Dios (1). Al asomar el dia los soldados de los cruzados se prepararon á perseguir á los infieles
en sus últimos atrincheramientos, pero cuando penetraron en las calles, les hizo retroceder un olor infecto
que emponzoñaba el aire que respiraban y el mas espantoso espectáculo ; las plazas públicas, las casas, las
mezquitas, toda la ciudad estaba llena de cadáveres, pues habian perecido en las calamidades del sitio la
vejez, la infancia y la edad madura. Cuando llegaron los cruzados Damieta contaba setenta mil habitantes,
no quedaban mas que tres mil de los mas robustos, que estaban próximos á espirar y se arrastraban como
pálidas sombrasen medio de los sepulcros y las ruinas. «
Tan terrible cuadro enterneció el corazon de los cruzados y mezcló un sentimiento de tristeza á la alegria
de la victoria. Los vencedores encontraron en la ciudad conquistada inmensas riquezas en frutos, diamantes
y telas preciosas, y dice un historiador que podia haberse creido quehabian conquistado la Persia, la Arabia
y la India. Los eclesiásticos lanzaron los rayos de la escomunion contra los que ocultasen alguna parte del bo
tin, pero estas. amenazas no contuvieron la codicia de los soldados, y todas las riquezas halladas en la ciudad
no produjeron mas que doscientos mil escudos, que fueron repartidos entre el ejército vencedor.
Damieta tenia una célebre mezquita adornada con seis galerias y ciento cincuenta columnas de mármol y
cubierta con una magnifica bóveda que la elevaba sobre todos los edificios de la ciudad ; fué consagrada á la
Virgen un dia despues de haber resonado en su recinto las súplicas de los infieles, y acudió al nuevo templo
todo el ejército cristiano á dar gracias al cielo por el triunfo concedido á las armas de los cruzados.

(I) Momurius de Rcggin (liibl. de las Criu. t. I.)


LIBRO DUODECIMO.— 1207-1221. 373
El consejo de los barones y prelados dió la ciudad de Damieta al rey de Jerusalen, y se ocupó de la
suerte de los babitantes que se habian salvado del hambre, del rigor del sitio y de la peste.
La toma de Damieta llenó de terror la Siria y el Egipto, y el sultan del Cairo y el principe de Damasco en
viaron embajadores al califa de Bagdad, pidiéndole que exhortara á todos los verdaderos creyentes á tomar
las armas en defensa de la religion de Mahoma. Pero mayores calamidades amenazaban á la familia de Sala-
dino; las hordas de los tártaros habian bajado desus montañas, y despues de invadir muchas provincias do
Persia, se adelantaban hácia las orillas del Eufrates. El califa, lejos de poder socorrer con sus exhortaciones
ó súplicas á los musulmanes de Siria y Egipto, invocaba su ausilio para defender su capital y contener la tem
pestad que iba á caer sobre el oriente, y cuando los embajadores musulmanes regresaron á Damasco y al
Cairo, sus relatos añadieron nuevas alarmas á las que inspiraban ya las conquistas de los cristianos.
Lleno de orgullo el prelado por el triunfo que habian conseguido los cruzados, quiso llevar adelante su em
presa creyendo apoderarse fácilmente de todo el Egipto, sin reflexionar que los principes musulmanes reu
nian todos sus esfuerzos para rechazar la invasion de los cristianos, á quienes temian masque á los tártaros.
Resolvió, pues, marchar contra la capital del Egipto. El clero adoptó el parecer de Pelagio, pero los caballe
ros y barones, que no podian tolerar su despótica autoridad, se negaban á acompañarle en su nueva espedi—
cion. En vano invocó el poder y la voluntad do la Santa Sede; la mayor parte de los cruzados, hasta los
italianos, se obstinaron en no obedecer; y como seescusaban con la ausencia del rey de Jerusalen, se vió
obligado á enviar diputados á Juan de Briena pidiéndole que volviera oí campo á tomar otra vez el mando
del ejército cristiano.
Reunióse el consejo para deliberar sobre el proyecto de Pelagio luego que el rey de Jerusalen volvió á
Dimieta. La mayor parte de los barones y caballeros se pronunciaron en contra del parecer del legado, quien
respondió en su impaciencia que la debilidad y la timidez se encubrian á veces bajo la prudencia y la mode
racion; que Jesucristo no llamaba en su defensa guerreros tan cautos y previsores, sino soldados que buscasen
combates mas bien que razones, y vieran en una empresa el honor y no los peligros; y terminó su discurso
amenazando con los rayos de Roma á los que intentasen oponerse á los designios de Dios. El rey de Jerusa
len y la mayor parte de los jefes, temerosos de ser escomulgados y mas aun de dar sospechas de cobardia,
cedieron á la tenaz voluntad de Pelagio; yol consejo de los barones y obispos decidió que el ejército cristiano
partiria de Damieta para atacar el Cairo.
El 16 de las calendas de agosto (compendiamos la relacion deOlivicr)(1)se pusicronen marcha los cruzados,
y avanzaron en órden de batalla por la oritla derecha del Nilo. Contábanse en las filas mas de mil doscientos
caballeros con sus escuderos y sargentos de armas; la infantería era tan numerosa que los turcos compara
ban su multitud á una nube de langostas; cuatro mil ballesteros iban repartidos delante y á la derecha del
ejército; surcaba al mismo tiempo el río una escuadra de seiscientas treinta naves de todas dimensiones, y
marchaban en medio de los batallones los bagajes, los que iban sin armas, el clero y las mujeres.
Presentáronse cuatro mil ginetes musulmanes á atacar diferentes veces á los cristianos, pero siempre fue
ron rechazados. El ejército cristiano pasó por Farescour, Saremsac y Baramoun, cuyos habitantes huyeron
con sus mujeres é hijos, y finalmente, la vispera de Santiago, el presuntueso cardenal se lisonjeaba ya do
que iba á derrocar el culto de Mahoma y hacer triunfar en todo el oriente la religion de la cruz.
El ejército cristiano llegó á la punta del Delta de Damieta sin dar una sola batalla; alzó las tiendas en el si
tio donde el canal do Achsmoun se separa del Nilo, y á la parte opuesta del canal estaba Mansourah, donde se
veia el ejército musulman.
El soberano de Damasco y los principes de Alepo, de Emeso y de Bosrha habian corrido á defender á Egip
to al frentede numerosas tropas. Los heraldos do armas publicaban en todas las ciudades egipcias una ley
del sultan que mandaba al pueblo que se alzase en masa armado, imponiendo enormes tributos á todas las
provincias y cistigan lo cou la muerte ó la prision la resistencia de los pobres lo mismo que la de los ricos.
Presentáronse al ejército cristiano embajadores proponiendo la paz y ofreciendo devolver todo el reino de
Jerusalen. Juan de Briena y la mayor parte de los barones que veian las dificultades y los peligros de la es-
pedicion, escucharon con tanta sorpresa como júbilo las proposiciones de los infieles y no titubearon en acep-

(1 Olivier (Biblioteca do las Cruzadas t III i.


37 i HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
.la rías; pero cuino su inllujo era casi nulo en el ejército, el legado, que ejercia una autoridad absoluta y soña
ba con milagrosas conquistas, solo pensó en atacar á un enemigo que pedia favor.
Los embajadores musulmanes anunciaron que los cristianos rehusabanla paz; la indignacion exaltó sus
ánimos, y el sultan del Cairo solo pensó en defenderse y reunir uu ejército formidable. Pronto un terrible
ausiliar en que no pensaba Pelagio, vino á proteger á los infieles contra sus enemigos y hacerles triunfar sin
batallas ni peligros.
La inaccion en que estaba el ejército cristiano cansó á muchos cruzados que solo deseaban pelear; algunos
creyeron quenose necesitaba su ausilio, otros mas previsores temian próximos desastres, y mas de diez mil
cruzados abandonaron el campo y volvieron á Damieta.
El desbordamiento del Nilo turbó repentinamente la imprudente.seguridadde los soldados de la cruz, pro
porcionando á sus enemigos los medios de combatirles con éxito. La escuadra musulmana, trasportada unas
veces por tierra y avanzando otras por los canales del Delta, entró en el rio en frente de Sarensah. Quedaron
desde entonces interrumpidas todas las comunicaciones entre Damieta y el campamento de los cruzados, los
infieles apresaron muchos barcos cristianos y el ejército quedó sin viveres y sin medios de procurárselos, y
no podia marchar háciael Cairo. Reunidos los jefes en consejo deliberaron sobre el partido que debia tomarse,
V despues de una prolongada discusion, se dió la señal de retirada, pero en tanto queel ejército se prepara
ba á partir al comenzar la noche, la multitud impaciente puso fuego á las tiendas, y las llamas anunciaron h
los musulmanes su retirada. Un gran número de peregrinos que se habian bebido el vino que no podian lle
var se arrastraban penosamente vencidos por la embriague/ ó se quedaban dormidos en los caminos, y otros
muchos que en medio de las tinieblas se separaban desus banderas , se estraviaron por llanuras descono
cidas.
Al asomar el dia el ejército cristiano vió llegar la caballeria musulmana que lo atacaba por el ala derecha
y trataba de empujarlo háeia el Nilo- Una multitud de etiopes de negro color y de espantosa desnudez se pre
cipitaba sobre la retaguardia. El valor del rey Juan y de los caballerosdel Temple y del ltospi tal contuvo la
impetuesidad de los musulmanes, y los soldados de Etiopia acosados por sus espadas se arrojaron en el rio,
como una bandada de aves, segun dice Olivier, que saltan á los pantanos. Pero la siguiente noche, mientras
el ejército cristiano tomaba un momento de descanso, el sultan del Cairo mandó levantar todas las esclusas,
y el agua del Xilo corriósobrela cabeza de los que dormian. Pronto volvieron á aparecer los etiopes sedientos
de sangre cristiana; el desorden se apoderó del ejército que no pudo formarse en batalla, y como la multitud
de los musulmanes ocupaba los sitios elevados, los soldados cristianos vagaban al aza r por la llanura perse
guidos por las aguas desbordadas y por un enemigo cuya paz acababan de rehusar.
En tan estremo apuro, el rey de Jerusalen y los principales jefes de los cruzados enviaron varios de sus
caballeros á los musulmanes para proponerles el combate, pero estos no fueron tan imprudentes y generosos
que aceptasen una proposicion inspirada por la desesperacion. Los cristianos estaban abrumados de hambre
y de cansancio; la caballeria hundida en el lodo no podia avanzar ni retroceder; los infantes habian arrojado
sus armas, flotaban sobro las aguas los bagajes del ejército y no se oian mas que gemidos y quejas.
En medio de los gritos y lamentos de los cruzados, el imprudente y presuntueso Pelagio se vió precisado á
negociar la paz, y su orgullo so humilló hasta el estremo de implorar la clemencia de los musulmanes.
Embajadores cristianos, entro los cuales so notaba el obispo de Tolemaida, fuéron á proponer á los vencedo
res uní capitulacion; ofrecieron entregar la ciudad de Damieta y pidieron para el ejército la libertad de vol
verá Palestina.
Los principes musulmanes se reunieron en consejo para discutir la proposicion de los cruzados. Algunos
opinaban en pro do la capitulacion, oiros querian que todos los cristianos fuesen prisioneros de guerra, y
entre los que proponian medidas mas rigurosas se distinguia el principe de Damasco, enemigo implacable de
los francos. El sultan del Cairo, mas moderado y sin duda mas previsor tambien que los demás jefes, te
miendo la llegado de Federico, la invasion de los tártaros y tal vez el<ibandono de sus aliados y de sus propios
soldados, combatió la opinion del principe de Damasco y propuso que se aceptara la capitulacion de los cru
zados.
Aceptóse en efecto, y el sultan del Cairo envió á su propio hijo al campo de los cristianos en prenda de su
palabra. El rey de Jerusalen, el duque de Bavicra, el legado del papa y los piincipales jefes del ejército cris
LIBRO DUODECIMO. —1207-1 221. 37í>
tiano se presentaron al campamento de los turcos y quedaron en rehenes hasta el cumplimiento del trata-
do (1).
Cuando llegaron á Da mieta los diputados del ejército prisionero y anunciaron el desastre y cautiverio de
los cristianos, sus palabras arrancaron las lágrimas á la multitud de cruzados que llegaban entonces de oc
cidente. Cuando estos mismos diputados dijeron que debian entregarla ciudad a los infieles, la mayor parte
de los francos no pudieron reprimir su indignacion y se negaron á reconocer un tratado tan vergonzoso para
los soldados de la cruz. Unos querian regresar á Europa y se disponian á desertar de las banderas de la cru
zada y otros corrian á las murallas, se apoderaban de las torres y juraban defenderlas.
Pocos dias despues nuevos diputados se presentaron á anunciar que el rey de Jerusalen y los demás jefes
del ejército iban á entregar á Tolemaida á los musulmanes si se negaban á rendir á Damieta, y para acabar
de vencerla tenaz resistencia de los que querian defender la ciudad y que echaban en cara al ejército pri
sionero la deshonra de los cristianos, añadieron que este ejército habia alcanzado en su derrota una gloria
digna de sus primeras hazañas, y que los turcos se habian comprometido á restituir la verdadera cruz del
Salvador caida en poder de Saladino en la batalla de Tiberiada. Los mas entusiastas peregrinos cedieron por
fin á los ruegos de los diputados. El pueblo y los soldados se esparcieron entonces por la ciudad para llevarse
todas las riquezas que contenia, en tanto que el clero en su desesperacion destrozaba en h»s iglesias los al
tares y las imágenes de las santos cpie iban á verse expuestos á los ultrajes delos infieles. t
Los turcos volvieron á entraren Damieta en medio del dolor general y del mas violento desorden.
El ejército cristiano perdió «n tanto sus tiendas y bagajes, y pasó muchos dias y noches en una llanura cu
bierta por las aguas dt I Nilo. El hambre, las enfermedades y la inundacion iban á hacerle perecer enteramen
te. Informado el rey de Jerusalen, que estaba en el campo de los turcos, de la horrible miseria de Iescristia-
nos, pidió á Malek-Kamel que tuviera compasion de sus enemigos desarmados. El continuador deGuillernío
de Tiro, que nos sirve aqui de guia, cuenta la interesante entrevista de Juan de Briena y el sultan de Egipto:
«El rey se sentó delante del sultan y empezó á llorar; este miró al rey que lloraba y le dijo: ¿Por qué llo
rais, señor? — Tengo razon para hacerlo, respondió el rey, porque veo morir de hambre en medio de las
aguas al pueblo que Dios me ha encargado. El sultan se compadeció de ver llorar al rey y lloró tambien; en
tonces envió treinta mil panes á los pobres y á los ricos é hizo lo mismo durante cuatro dias.»
Malek-Kamel mandó cerrar las esclusas y cesó la inundacion de la llanura. Luegoque los turcos entraron
en Damieta, empezó á retirarse el ejército cristiano. Los cruzados, deudores á los musulmanes de la libertad
y la vida, pasaron por la ciudad que les habia costado tantos combates y trabajos, y partieron de las orillas
del Nilo donde pocos dias antes juraron hacer triunfar la causa de Jesucristo. Llevábanse tristemente la ver
dadera cruz, de cuya autenticidad y descubrimiento sospecharian, pues no hacia ningun milagro ni era para
ellos la señal dela victoria. El sultan de Egipto los hizo acompañar por uno de sus hermanos, encargado de
atender durante el camino á todo lo que necesitasen; los jefes de los musulmanes estaban impacientes por
ver partir un ejército que habia amenazado su imperio; apenas podian creer en su triunfo, y mas de una alar
ma se unia á Ja compasion que les inspiraban los enemigos vencidos.
Se habian hecho en Tolemaida regocijos públicos por las victorias de los cruzados en las orillas del Nilo, y
se creia ver ya libertados los santos lugares y destruido el imperio musulman; pero la vuelta del ejército con
virtió la confianza y la alegria en luto y consternacion. Celebráronse en todas las ciudades musulmanas fiestas
públicas por la libertad de Egipto; los cantos de los poetas comparaban al sultan del Cairo con el profeta Ma-
homa, cuya religion triunfante dominaba sobre las inmensas comarcas que obedecian en otro tiempo las
leyes de Moisés y de Jesucristo; y comparaban al principe de Kelat, su hermano, llamado Moussa ó Moisés,
con el legislador denlos hebreos, cuya maravillosa vara ejecutaba las venganzas del cielo contra los enemigos
de Israel y suscitaba contra ellos la cólera de las aguas. A pesar de estos himnos de triunfo, el Egipto yacia
sumido en la desolacion; los árabes beduinos habian talado por mandato del sultan las provincias limitrofes
al teatro de la guerra, persiguiendo y robando á losque se dedicaban á la industria ó se suponian poseedo
res de oro, y hundiendo en los calabozos á los cristianos.
Tales fueron los primeros resultados de una cruzada decidida en un concilio, predicada en nombre de la
Santa Sede en el mundo cristiano y cuyos preparativos habian ocupado muchos años á la Europa.
(I) Cronica ( Coleccion de historiadores de Francia t . X VIII , p. 300'.
37 G HISTORIA DE LAS CRUZADAS.

LIBRO XIII.
CRUZADA DE FEDERICO II —CHUZADA DEL REY DE NAVARRA.

1122—1 2 II.

Septima cruzada.—El emperador Federico II acepta el reino de Jerusalen.—Descontento de Juan de Bi iena.—Estado general do
Europa. —Muerte de Honorio II1.—Gregorio IX.— Sus contiendas con el emperador de Alemania. —Federico en Tolemaida —
Sus negociaciones con el emperador de Alemania.—Entra en Jerusalen.—Vuefte a Tolemaida.—Se embarca para Italia y trata
con el papa.— Teubaldo de Champaña , rey de Navarra.—Toma lo cruz. —Tiene muchos imitadores.—Decadencia del imperio
franco de Constantinopla.—Gregorio IX se opone a la partida de los cruzados.—Persisten estosen su resolucion.—Muerte de Ma-
lek-Kamel.—Expedicion contra Damasco.—Espedicion contra Gaza donde son vencidos los cristianos.—Vuelven a embarcarse
los franceses.—Ricardo de Cornouailles Inocencio IV. ,

Ilemcs dejado á los cristianos alejándose tristemenle de un pais que habian conquistado.
Antes de la toma de Damieta el emperador de Alemania Federico II habia enviado á Egipto como tenientes
suyos al duque de Baviera y al conde de la Pulla, mandándoles que se entendieran con el legado del papa y
no hiciesen la paz con los turcos sin el consentimiento de la Iglesia romana. A pesar de esta deferencia para
con la Santa Sede, cuando los cristianos vencidos en Mansourah se vieron precisados á abandonar su conquis
ta, alzáronse quejas contra el emperador de Alemania, y el mismo papa le acusó de haber contribuido con su
tardanza á los desastres del ejército cristiano. Federico recordó con ardor los servicios que habia prestado á
la cruzada, y persistiendo la corte de Roma en acusarle, estalló en ira en vez de defender su inocencia. Ho_
noriodesde entonces, ora le hubiesen intimidado las palabras de Federico, ora obedeciese á la moderacion de
su carácter, no trató mas que de apaciguar un principe irritado por sus amenazas, y para interesar á Fede
rico en el proyecto de la cruzada, concibió la idea de ofrecerle un reino en Asia y le propuso que se casara
con Yolanda, hija y heredera del rey de Jerusalen (1). Los grandes maestres de los templarios, de los hospi
talarios y del órden teutónico, el patriarca y el rey de Jerusalen llamados á Italia para deliberar sobre los ne
gocios de la cruzada, aplaudieron esta union que les aseguraba el ausilio de un poderoso monarca. Federico
aceptó un reino que prometió defender, y consintió en ser escomulgado si faltaba á sus promesas.
(4223) Juan de Briena partió despues de la conferencia á pedir ausilios para la Tierra Santa á los princi
pales estados de Europa. Cuando el rey de Jerusalen llegó á Francia, el reino lloraba la muerte de Felipe Au
gusto, y Juan de Briena asistió á los funerales de su bienhechor que habia legado al morir tres mil marcos de
plata á los defensores de Palestina. Despues de prestar su postrer homenaje á Felipe, el rey de Jerusalen pasó
á Inglaterra y á Alemania donde su presencia y sus discursos recordaron á los cristianos las desgracias de la
Tierra Santa.
El emperador Federico hacia por su parte todos los prepara ti vos necesarios para una espedicion que iba á
dirigir en persona. Se construian por orden suya en todos hs puertos de Sicilia naves para el trasporte de
las tropas: «El cielo yla tierra, escribia al papa, me son testigos deque deseo con toda mi alma el triunfode
las armas cristianas y que no descuido nada para asegurar el éxito de la santa espedicion (2).» Federico ex
hortaba al pontifice en todas sus cartas que se valiese de todos los medios para aumentar el número de los
soldadcsde Jesucristo; mas celoso que el papa mismo por la cruzada, echaba en cara á la corte de Rema que
economizase las indulgencias y confiase la predicacion de la guerra santa á oradores vulgares, y aconsejala
que hiciese los mayores esfuerzos para apaciguar las contiendas entre los principes cristianos, ó hiciera firmar
la paz á los reyes de Francia y de Inglaterra para que la nobleza y el pueblo de estos dos reinos pudiesen to
mar parte en la cruzada. No pudiendo ir Federico á Alemania, envió al gran maestre del órden teutónico,

(1) Lib. VII de las Cartas de Honorio, cart. CXU. y CLXXXI.


(4) Anales eclesiásticos, año 1224, núm. k.
LIBRO DECIMOTERCERO.— 1 222-1 241 . 377
encargándole que exhortase al landgrave de Turinge, al duque de Austria, al rey de Hungría y á los demás
principes del imperio á prestar juramento de combatirá los infieles; y se comprometia á proporcionar
á los cruzados naves, viveres, armas y todo lo que necesitasen para la espedicion de ultramar. Finalmente
el emperador desplegó tanta actividad, tanto ardor y celo, que toda la atencion de los cristianos se fijó en ól
y era mirado como el alma, el móvil y el jefe de la santa empresa.
El papa no descuidaba en tanto los intereses de la cruzada; apremiaba al duque de Brabante para que
partiese y prometia quince mil marcos de plata al marqués de Monferrato que estaba decidido á pasar los ma
res al frente de un ejército escogido. Habiendo exhortado el pontifice á Felipe Augusto que se reuniese con
Federico, recomendó tambien los intereses de Jerusalen á su sucesor Luis VIH, y le invitó á que se reconci
liara con el rey de Inglaterra, para cooperar al éxito feliz de la espedicion á la Tierra Santa.
(1224) El rumor de los preparativos de Federico habia llegado hasta los pueblos de la Georgia : la reina
deaquella comarca escribió al jefe de lo iglesia de Roma, que el condestable de su reino y un gran número
de vasallos solo aguardaban la llegada del emperador de Alemania para volar en socorro de Palestina. Los
georgianos tenian fama de belicosos, eran temidos de los musulmanes, y sus peregrinos gozaban el privilegio
de entraren Jerusalen sin pagar el tributo impuesto á los demás cristianos. Cuando el principe de Damasco
mandó destruir las murallas de la ciudad santa, los guerreros de Georgia juraron vengar este ultraje hecho á
la ciudad de Dios, pero la invasion de los tártaros les impidió salir de su territorio. Las hordas de la Tar
taria habian llevado sus estragos desde entonces á otras comarcas, y los cruzados del Cáucaso y del mar Cas
pio prometieron incorporarse en el pais de Egipto y de Siria á los cruzados de las orillas del Rhin y del Da
nubio.
Pero Federico no podia cumplir aun sus promesas tantas veces repetidas; el reino de Sicilia y de Nápoles
encerraba gérmenes de discordia y rebelion; las repúblicas de Lombardia se pronunciaban abiertamente
contra el emperador de Alemania, y la Santa Sede que veia con dolor los proyectos ambiciosos de Federico
sobre Italia, alentaba á todos los enemigos de un poder cuya cercania le intimidaba. De modo que la politica
de la corte de Roma, las rebeliones de Sicilia y las empresas de las repúblicas italianas no permitian al
emperador conducir al Asia sus ejércitos.
Federico pidió al papa un plazo de dos años para cumplir su juramento, apoyando su peticion en la nece
sidad de reunir sus ejércitos, y declaró que antes de comenzar la guerra santa queria esperar la terminacion
de la tregua hecha con los musulmanes, manifestando con esto para con los tratados firmados con los infieles
mas respeto que con los cristianos y aun consigo mismo. El papa en su descontento no se atrevió á negar el
plazo que le pedia el emperador, disimuló su enojo y se contentó con exigir nuevas promesas, que fueron he
chas como todas las demás con la mayor solemnidad.
Su enlace con la heredera del rey de Jerusalen era una nueva garantia de los nuevos juramentos de Federi
co. Este casamiento se celebró en Brindis en 1225 en medio de las bendiciones del clero y las aclamaciones
del pueblo. Yolanda fué coronada al año siguiente en Roma emperatriz y reina de Jerusalen por el papa en
la iglesia de San Pedro. Todos los cristianos de occidente recibieron con júbilo la noticia, pues les parecia que
esta union era la prenda mas segura de las victorias que los cruzados iban á alcanzar á los infieles; y Juan
de Briena, que habia asistido á la ceremonia del casamiento, se regocijó de tener un emperador por yerno y
apoyo. Pero su alegria fué muy pasajera; muy pronto la ambicionaos celos y cuanto hay de mas profano
en las humanas pasiones vino á turbar una union contraida en nombre de Jesucristo. Federico despreció á
su nueva esposa al poco tiempo de haberse casado, y solo vió en Juan de Briena, que abrazó vivamente la
defensa de su hija abandonada, al hermano de aquel Gualtero que habia llevado el titulo de rey de Nápoles
y de Sicilia, considerándole como un enemigo de su poder y disputándole la posesion del reino de Jerusalen.
El papa se alegró al ver á Federico interesándose por el dominio de los cristianos de oriente, y se opuso muy
débilmente á una pretension de que esperaba sacar partido en pro del éxito de la cruzada. El emperador se
hizo reconocer con poco trabajo rey de Jerusalen, envió á Hugo de Montbelliard á administrar en su nombro
los negocios de la Tierra Santa, y Juan de Briena, que hasta entonces se habia mostrado el mas ardiente
apóstol de la guerra de ultramar, ultrajadocomo padre y como rey, despojado de su corona y estraño en ade
lante á los asuntos de la Tierra Santa, se vió precisado á esperar en el silencio y el retiro una ocasion favo
rable para vengarse de su yerno y reconquistar un reino.
[44 y 15) 18
378 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
(122G) Federico continuaba los preparativos de la guerra santa y pa recia mas que nunca dispuesto á
partir á oriente. En todos los reinos de Europa se predicaba la cruzada en nombre del geíe de la iglesia, y el
soberano pontifico escribió á todos los principes exhortándoles á que suspendieran sus divisiones y se ocupa
ran tan solo de la guerra de ultramar.
Habiéndose renovado las hostilidades entre Inglaterra y Francia, Honorio mandó á Luis VIH que dejase las
armas y le amenazó con la escomunion sino hacia al momento la paz. El rey de Francia quiso conquistar el
Poitou antes de obedecer las órdenes del papa , y mientras los rayos de Roma bramaban sobre su cabeza, el
pueblo y el clero daban gracias al cielo por sus victorias en todas las iglesias del reino.
No era la guerra contra los ingleses el único obstáculo para la partida delos cruzados franceses; se conti
nuaba aun la guerra contra los albigenses. Luego que Luis VIH firmó una tregua con Inglaterra, se decidió
por fin á tomar la cruz, y prestó juramento, no de irá combatirá los infieles en Asia , sino á los herejes en
el Languedoc. El rey de Francia tenia en esta cruzada la doble ventaja de no salir de sus estados y de hacer
conquistas que un dia debian engrandecer su reino; los señores y barones siguieron á Luis Vlll á las provin
cias meridionales y no se acordaron de libertará Jerusalen.
Los enviados del papa y los de Federico exhortaban al mismo tiempo á los pueblos de Alemania á que
socorriesen á los cristianos de Palestina ; pero sus predicaciones , que habian alcanzado un grande éxito al
principio, acabaron por inspirar poca confianza y entusiasmo. Habiendo el papa recomendado á los predica
dores de la cruzada que prodigasen las indulgencias de la Iglesia , se vió con asombro tomar la cruz á los
mayores criminales y prestar juramento de expiar sus pecados con la santa peregrinacion. Es cierto que
san Bernardo habia llamado á la defensa de Jesucristo á los ladrones y asesinos , pero empezaban á cam
biarse las ideas y las costumbres , y lo que en el siglo anterior habia salido bien, no era ya mas que
un manantial de escúndalo. El monje de Ursperg , autor contemporáneo , nos dice que la facilidad con
que se concedió á los hombres mas perversos el rescate de sus crimenes tomando la cruz y las armas,
no hizo mas que multiplicar los delincuentes y entibiar el celo de los verdaderos defensores de Jesu
cristo.
El entusiasmo por la libertad mas bien que el de los cruzados agitaba entonces las mas hermosas comarcas
de Italia; la mayor parte delas ciudades, arrastradas por la envidia y por todas las pasiones de las repúblicas,
sedeclaraban mutuamente la guerra, combatiendo, ya por su territorio, ya por su independencia; en cada
uno de estos pequeños estados los partidos se atacaban, se perseguian con furor y se disputaban con las ar
masen la mano el ejercicio del poder, y las ciudades, los principados y los señorios, invocando, unos la au
toridad de los papas, otros la de los emperadores de Alemania. Las facciones de los güelfos y los gibelinos tur
baban todas las ciudades y dividian todas las familias, y estas discordias y estas guerras civiles hacian olvidar
ii los pueblos las guerras de ultramar.
Las ciudades de Lombardia habian formado una poderosa confederacion que causaba continua inquietud
á Federico y le detenia en occidente. Honorio empleó todos los medios que estaban en su poder para restable
cer la paz y dirigir todos los ánimos hácia la cruzada, y logró por fin que las repúblicas lombardas prome
tiesen reunirse con el emperador do Alemania para libertar la Tierra Santa.
(1227) Aunque los pueblos habian perdido gran parte de su entusiasmo por la guerra sagrada, se podia
formar aun un ejército respetable reuniendo todos los guerreros que habian tomado la cruz en muchas co
marcas de Europa. Los nuevos cruzados debian acudir al puerto de Brindis, donde se preparaban naves para
trasladarlos á oriente, y al llegar al reino de Nápoles, el emperador les habia de dar viveres y armas. Todo
estaba dispuesto para la espedicion, y el papa iba por fin á ver cumplidos sus deseos y á recoger el fruto de
sus trabajos y predicaciones, cuando la muerte lo arrebató á la cristiandad.
Gregorio IX <pte le sucedió, tenia la misma ilustracion, las virtudes y la ambicion de Inocencio III; en la
ejecucion de sus designios, no le arredraban dificultades ni peligros; no acobardaban su audacia los obstáculos
que solo podian romperse con la violencia , y su voluntad era tenaz é inflexible. Apenas subió Gregorio
al trono pontificio, llamaron toda su atencion los preparativos de la cruzada y fueron el principal obje
to de su activa solicitud. Los cruzados reunidos en la Pulla padecian mucho por la influencia del clima y
de la estacion , pero el soberano pontifice no omitió nada para suavizar sus males y apresurar su partida,
y exhortó al emperador á que se embarcase diciéndole: «El Señor os ha puesto en este mundo como
LIBRO DECIMOTERCERO.— 1222-1241. 379
un querubin armado coa una espada para mostrar á los que se estravian la senda del árbol de la
vida (1).
La muerte se cebaba en tanto haciendo victimas numerosas, y los cruzados habian presenciado ya los fu
nerales del landgrave de Turinge y de muchos señores alemanes, cuando no atreviéndose Federico á resistir
por mas tiempo á la voluntad do la Santa Sede, dió por fin la órden de hacerse á la vela. En todas las pro
vincias del imperio se dirigian al cielo rogativas por el triunfo de la cruzada, pero Federico se veia al frente
de un ejército desanimado por toda clase de padecimientos, y él mismo parecia poco firme en su resolucion.
Apenas habia salido la escuadra del puerto deBrindis, una tempestad horrible dispersó todas las naves; el
emperador cayó enfermo, y temiendolas consecuencias de su mal, los escollos del mar, quizás tambien los
proyectos de sus enemigos, y enternecido por las quejas de los que le acompañaban, renunció repentinamen
te á su lejana empresa y desembarcó en Otranto.
Gregorio habia celebrado la partida de Federico como un triunfo de la Iglesia, pero consideró su vuelta co
mo una verdadera rebelion contra la Santa Sede. Testigo fué de su terrible cólera la ciudad de Agnani donde
so habia retirado el papa, y alli nació la espantosa tempestad que turbó tantos años el mundo cristiano. Gre
gorio so dirigió á la iglesia mayor, subió al púlpito y pronunció ante todo el pueblo reunido un sermon que
tenia por testo: «Es necesario que sucedan escándalos,» y despues de haber citado los profetas y hablado del
triunfode san Miguel contra el dragon, lanzó contra el emperador los anatemas de la Iglesia (2).
El emperador envió al principio al papa embajadores paraesplicar y justificar su conducta, pero el inexo
rable Gregorio se negó á oirlos, y dirigiéndose á todos los soberanos de Europa les pintó á Federico como un
principe infiel y perjuro, acusándole do haber espuesto á los cruzados á perecer de hambre, de sed y de ca
lor en las campiñas de la Pulla, de haber faltado á su juramento bajo el vano pretesto de una enfermedad y
de haber desertado de las banderas de Jesucristo para volver á gozar las delicias ordinarias de su reino. Fe
derico respondió irritado y con amargura á las acusaciones de Gregorio; en sú apologia, que envió á todos los
principes de la cristiandad, se quejaba de las usurpaciones de la Santa Sedo y pintaba con los colores mas
odiosos la politica y los designios ambiciosos de la corte do Roma. «La Iglesia romana, decia, envia á todas
partes legados con poderde castigar, suspender y escomulgar, no con la idea de esparcir la palabra de Dios,
sino para hacer acopio de dinero y recoger lo que no han sembrado.» El emperador recordaba en sus cartas
las violencias ejercidas por los papas contra el conde de Tolosa y el rey de Inglaterra; añadia que los domi
nios inmensos del clero no satisfacian la sedienta ambicion de la Santa Sede y que los soberanos pontífices
querian estender sus manos sobre todos los reinos.
Quedó desde entonces declarada la guerra entre el papa y el emperador; guerra terrible, que entibió la
fó en vez de afirmarla y acarreó á la Santa Sode mas males que bienes, aunque la victoria fué suya en el prin
cipio de esa lucha espantosa entre la Iglesia y el imperio, que arrebató por fin del catolicismo la mayor par
lo de Europa.
(1228) Cuando Gregorio volvió á Roma renovó suescomunion en la iglesia de San Pedro, y Federico atra
jo á su partido para vengarse la nobleza romana que tomó las armas, insultó al soberano pontifice hasta en
el pié de los altares y le obligó á abandonar la capital del mundo cristiano. El papa persiguió entonces con
mas furor á su enemigo, y desplegando la formidable autoridad de la Iglesia universal, desató á los súbditos
de Foderico del juramento de fidelidad, recordándoles que no debe prestarse obediencia á los que so oponen
á Dios y á sus santos.
Los cristianos de Palestina continuaban en tanto pidiendo sin cesar el ausilio de occidente, y en circunstan
cias tan azarosas, las colonias cristianas abandonadas á si propias y entregadas á los mayores desórdenes,
hubieran podido ser invadidas y completamente destruidas, si la Providencia no hubiese suscitado nuevas
discordias entre sus enemigos.
El peligro habia reunido á los hijos de Malek-Adhel durante el sitio deDamieta; despues de la victoria, la
ambicion sucedió al temor, y los principes ayubitas se disputaron las ciudades y las provincias que su union
habia salvado de la invasion de los cristianos. Coradino, principe de Damasco, temiendo las empresas de su
hermano Malek-Kamel, sultan de Egipto, acababa do llamar en su defensa á Gelal-Eddin, soberano del

(t) Raynaldi, ann. l«7 —(S) Id., ann.1227 núm. Í9.


380 . HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
vasto imperio del Karismo. El sultán del Cairo temió las consecuencias de esta alianza y volvió sus miradas
hácia los príncipes de occidente. Hacia muchos años que solo el rumor de los preparativos de Federico lle
naba de espanto á las potencias musulmanas; el emperador de Alemania era mirado en oriente como el jefe
de todas las naciones do Europa; el sultán de Egipto fundaba su salvación en desarmar un enemigo tan for
midable, y como habían llegado ya hasta su corte las quejas del papa y el rumor de las discordias que ha
bían estallado entre los cristianos, concibió la esperanza de convertir ó Federico en un aliado sincero y un
ausiliar poderoso.
Malek-Kamel envió regalos y embajadores al emperador de Alemania, invitando á Federico á que par
tiera á oriente, y prometiendo entregarle á Jerusalen. Esta proposición causó tanta sorpresa como júbilo al
emperador, que envió también á Egipto un embajador encargado de sondear las intenciones del sultán del
Cairo y ofrecerle su amistad. El enviado de Federico fuó recibido en la corle del sultán con grandes hono
res, y volvió á anunciar á su soberano que Malek-Kamel estaba pronto á secundarle en su espedicion á ul
tramar.
Esta negociación que fué ignorada del papa y de lodos los cristianos de occidente (1), determinó á Federico
á continuar el proyecto de la cruzada. Tenia además otros motiros para no renunciar á su espedicion á orien
te : sabia que Juan de Briena estaba á punto de regresará Palestina y ponerse otra vez en posesión del reiuo
de Jerusalen, y el papa continuaba representándole comoel enemigo de Jesucristo y el azote de los cristianos.
Para frustrar el proyecto de Juan de Briena y responder al soberano ponlíGce de un modo victorioso, Federico
resolvió embarcarse para la Tierra Santa. Queriendo publicar su designio con el mayor aparato, mandó co
locar en la llanura de Barlela un trono magnífico al cual subió en presencia de una innumerable multitud de
espectadores; se revistió con la cruz de los peregrinos en medio del brillo de la magnificencia imperial ; él
mismo anunció al pueblo reunido que iba á partir á Siria, y para dar mas solemnidad á tan pomposa cere
monia y atraerse los ánimos de la muchedumbre, el emperador mandó leer en voz alia su testamento. Los
barones y los señores juraron al pié de su trono hacer ejecutar su última voluntad si llegaba á perder la vida
en medio de los peligros del mar y de la guerra de oriente.
(Cuando supo el papa la resolución de Federico le envió eclesiásticos para prohibirle que se embarcase. El
soberano pontífice acusaba al emperador de dar al mundo el escándalo de una cruzada dirigida por un prín
cipe reprobado de Dios, y como la escuadra de Federico se componía de veinte galeras y solo llevaba consigo
seiscientos caballeros, le acusó también de no haber cumplido su promesa y comparaba su tentativa impru
dente á la espedicion de un jefe de piratas. El emperador no respondió á los enviados del papa ; cuanto mas
se oponia el jefe de la Iglesia á su partida, mas impaciente estaba Federico de partir y de llevar á cabo su
designio, y se lisonjeaba en su mente de haber de arrostrar á un tiempo los rayos de Roma y las armas de
los musulmanes. Dejó en Sicilia la mayor marte de su ejército, y su teniente, el duque de Espoleto, quedó
encargado de negociar la paz con el papa y continuar la guerra comenzada con el estado pontificio.
Cuando Gregorio supo la partida del emperador, se hallaba en la ciudad de Asis, ocupado en la canoniza
ción de san Francisco. Durante muchos dias habia cantado himnos de esperanza y alegría : a Francisco, de
cía, apareció como la estrella de la mañana, como la luna en su brülo.» Pero interrumpieron repentinamente
este lenguaje de paz y el aparato de la Gesta las madiciones que el papa pronunció contra Federico. El sobe
rano pontífice se postró al pió de los altares y pidió al cielo que confundiera el orgullo de los monarcas impíos
y csterminara sus empresas sacrilegas.
El emperador llegó, no obstante, á las costas de Siria y fué recibido en Tolemaida por el patriarca, el clero
y los grandes maestres de las órdenes militares (2). Durante muchos dias los cristianos de oriente vieron en
él al libertador y rey de Jerusalen, pero pronto se esperimentó un cambio en los ánimos. Dos discípulos de
san Francisco, enviados por el papa, anunciaron al patriarca, á los tres grandes maestres de las órdenes
militares y á todos los fieles que habian recibido un príncipe rebelde á la voluntad de la Iglesia. El desprecio,
el odio y la desconfianza sucedieron desde entonces al respeto y la sumisión ; empezaron á advertir que se
guía á Federico un escaso número de guerreros y que no disponía de tropas suficientes para hacerse temer
do los inflóles ó de los cristianos ; no se hablaba on Tolemaida mas que de la cscomunion del papa v de los

(1) El pacrc Ma mbourg, lib. X. p. 28!.


(t) Mateo Paris, Sigouio, la caria de Ucrold y Raynaldi, ad ann 1 229.
LIBRO DECIMOTERCERO.— 1222-1241. 381
medios de sustraerse á la obediencia de un príncipe hereje, y nunca se había pensado menos en libertar
á Jerusalen.
Al mismo tiempo que Federico llegó á Siria acababa de morir Goradino el soberano de Damasco, dejando
sus estados en manos de un príncipe joven incapaz de defenderlos. El espíritu licencioso que se notaba ya en
las últimas guerrasentre las tropas de Siria y de Egipto, hacia dedia en día nuevos progresos y amenazaba
todos los tronos musulmanes. El sultán del Cairo parlióá Palestina al frente de un ejercito : la fama anun
ciaba que su espedicion tenia por objeto la defensa de Jerusalen y el esterminio de los cristianos; pero su
verdadero designio era aprovecharse délos acontecimientos de la guerra y de las discordias que en todas par
tes estallaban para apoderarse de Damasco y triunfar de los euemigos que los celos y la ambición le habían
suscitado entre los musulmanes y los príncipes de su propia familia .
El emperador de Alemania salió do Tolemaida con su ejército y fué á acamparse entre Cesárea y Joppc.
Había enviado á Malek-Kamel al señor de Sidon y al conde Tomás de Celano para recordarlo sus promesas
y decirle que siendo soberano de las mas vastas provincias de occidente, no venia al Asia para hacer con
quistas y que no tenia mas objeto que visitar los santos lugares y tomar posesión del reino de Jerusalen que
le pertenecía.
Cuando los embajadores cristianos llegaron al campamento musulmán situado cerca de la ciudad santa , se
habían trocado las circunstancias que habían impulsado á Malek-Kamel á solicitar el ausilio de Federico, y
el sultán se hallaba en una situación embarazosa. Había prometido entregar ¿i Jerusalen al emperador de los
francos, pero también acababa de prometer á los príncipes musulmanes, para alcanzar la posesión de Da
masco, que conservaría la Judea bajo las leyes del islamismo.
El sultán recibió con distinción á los diputados de Federico, pero no respondió á sus proposiciones , no obs
tante envió al emperador una embajada con el encargo de espresar su deseo de la paz y la estimación pai ti—
cular que profesaba al príncipe mas poderoso de la creencia de Issa. Érase entonces el rigor del invierno y los
dos ejércitos no ésperaban la señal de los combales. Entabláronse negociaciones pacíficas en las cuales el em
perador de Alemania y el sultán del Cairo se manifestarou un afecto recíproco. Federico, cuyo solo nombre
habia llenado de terror á los inGeles, escitaba vivamente su atención y su curiosidad ; se hablaba de los po
derosos reinos que formaban su imperio allende los mares, y sise ha de dar crédito á las crónicas musulma
nas, este príncipe era calvo y rubio, de pequeña estatura y do vista muy corta, lo cual hacia decir á los
orientales, que si hubiera silo esclavo no hubiesen dado por él doscientas draciuas (1). Admirábanse, no obs
tante, sus virtudes guerreras y su magnificencia imperial, se ensalzaban en la corle del sultán sus conoci
mientos en la medicina, en la dialéctica y en la geometría, y los musulmanes de Siria y Egipto se compla
cían en realzar el mérito de su instrucción, pues la atribuían á las lecciones de los árabes de Sicilia.
No era Malek-Kamel menos digno de llamar la atención y granjearse el aprecio de sus enemigos. Esto
principe habia mostrado una moderación que podía considerarse como un fenómeno en oriente, y los cristia
nos no habrían olvidado sin duda que en la última guerra habia salvado de la muerte al ejército prisionero
del rey de Jerusalen. El sultán del Cairo tenia también fama de amará los sabios y cultivar las letras, y era
tan apasionado por la poesía, que esGribia algunas veces en verso á sus tenientes, á sus aliados y á los que lo
respondían en el mismo lenguaje por alcanzar su amistad ó su gracia.
El emir Kaks-Eddin, que Malek-Kamel habia enviado á la corte de Federico en Sicilia, y que en la época
de que hablamos estaba encargado de las negociaciones de la paz, conocía á fondo las leyes y costumbres de
occidente; hijo do uno de los scheiks mas sabios de Egipto, gozaba también grande reputación de saber y
habilidad ; de modo que en las frecuentes conferencias que tuvieron lugar entre los musulmanes y los cristia
nos, se habló con mas frecuencia de la geometría de Euclides, de los aforismos de Aberroesy do la filosofía de
Aristóteles que de la religión de Jesucristo y de la de Mahoma. A imitación de aquellos reyes de oriente que
en tiempo de Salomón enviaban á sus vecinos enigmas que descifrar, Federico dirigió muchas veces al sultán
del Cairo problemas do filosofía y de geometría, y el sultán, después de consultar á los scheiks mas sabios,
encargaba á los embajadores que llevasen su respuesta al emperador, y le enviaba á su vez nuevos proble
mas para resolver.

\\) La crónica de Yufeí.


3S2 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Aunque Jerusalen era el principal y casi único objeto de las negociaciones, ni uno ni otro principe pare
cian dar grande valor á la posesion de la ciudad santa, en donde Malek-Kamel solo veia iglesias y casas en es
combros, Federico escribió al sultan reclamando el cumplimiento de su promesa, y la principal razon que
daba .hacerlo, era que perderia el aprecio y consideracion delos reyes y el papa, si regresaba á Europa sin
haber tomado posesion de Jerusalen.
Estraño espectáculo ofrecieron en esta cruzada los dos grandes monarcas, opuestos por la religion, enlaza
dos por una tolerancia reciproca, tal vez por la indiferencia, y unidos pór los mismos gustos y sus mismos
deseos de paz, en tanto que en torno suyo todo respiraba odio, barbarie y guerra. En el ejército cristiano se
acriminaba á Federico por haber enviado al sultan del Cairo su coraza y su espada como una prenda de sus
intenciones pacificas, y los musulmanes echaban en cara á Malek-Kamel el que deseara la alianza de los ene
migos (¡el islamismo, enviando al jefe de los francos un elefante, camellos y las mas raras producciones de
la Arabia, de la India y del Egipto. Creció el descontento en ambos campos cuando el emperador recibió en
regalo del sultan del Cairo una compañia de jóvenes educadas, segun costumbre de los orientales, para bai
lar en la sala de los festines.
Los mueüins afectaban anunciar la oracion delante de la tienda del sultan para echarle en cara el olvido
de l i fé musulmana, y los predicadores del islamismo acusaban en voz alta ¡i Malek-Kadel de que hacia
traicion á la religion y á la gloria de Saladino. No trataban mas favorablemente los cristianos al emperador
de los francos ; los caballeros de San Juan y del Temple se habian separado de él y le seguian desde lejos; en
el campo, nadie se atrevia á pronunciar el nombre del jefe de la cruzada ; Federico se habia visto precisaduá
ocultar el estandarte del imperio, y sus órdenes se publicaban tan solo en nombre de Jesucristo y de la repú
blica cristiana.
Las prevenciones y el odio estallaron al fin con la traicion y las mas traidoras maquinaciones. Habiendo
visitado casi solo el emperador el castillo de los Peregrinos, y manifestado el deseo de ocuparlo durante la
guerra, los templarios, á quienes pertenecia este castillo, le amenazaron con arrojarle en un sitio de donde
no saldria jamás (I). Como este principe habia formado el proyecto de ir á bañarse en las aguas del Jordan,
los mismos templarios dirigieron una carta á Malek-Kadel indicándole los medios de sorprender al jefedel
ejército cristiano en su peregrinacion. El sultan despreció esta traicion, y envió á Federico la carta que ha
bia recibido.
(1229) Concluyóse por fin una tregua por diez años, seis meses y diez dias, el 20 de febrero de 1229. Ma
lek-Kamel entregó á Federico Jerusalen, Belen y todos las aldeas situadas on el camino de Joppe y de Tole-
maula ; además, la ciudad de Nazaret, el territorio de Thoron y Sidon con sus dependencias. Se permitia á
los cristianos reedificar los castillos de Joppe, de Cesarea, de Sidon, y el que habian construido los caballeros
de la orden teutónica en las colinas inmediatas á San Juan de Acre. Segun las condiciones del tratado, los
musulmanes podian conservar en la ciudad santa la mezquita de Omar y el libre ejercicio de su culto. No
estaban comprendidos en esta tregua el principado de Antioquia ni el condado de Tripoli, y el emperador de
Alemania se comprometia á contener las hostilidades de los francos contra los súbditos y tierras del sultan.
Cuando se publicaron las disposiciones del tratado ambos campamentos consideraron la paz impia y sacri
lega : los musulmanes que vivian en Jerusalen abandonaron llorando sus moradas, y maldijeron el nombre
de Malek-Kadel, y los poetas lamentaron las conquistas de los cristianos en versos lúgubres ó satiricos que nos
ha conservado la historia oriental.
Mayor fué aun el dolor y mas viva la indignacion entre los cristianos : los prelados y los obispos declama
ron con vehemencia contra un tratado que dejaba las mezquitas al lado del Santo Sepulcro, y confundia en
cierto modo el culto de Mahoma con la religion de Jesucristo; el arzobispo de Cesarea puso en entredicho los
santos lugares libertados, y el patriarca de Judea negó á los peregrinos el permiso do visitar el Sepulcro
del Salvador.
Cuando Federico hizo su entrada en Jerusalen, sombrio silencio reinó en todo el tránsito. Se dirigió en
compañia de los barones alemanes y de los caballeros teutónicos, vestido con la túnica imperial, á la iglesia
dela Resurreccion que estaba cubierta de negro y parecia custodiada por el ángel do la muerte; despues de

il¡ El continuador de Guillermo do Tiro.


LIBRO DECIMOTERCERO.— 1222-1241 . 383
una breve oracion, mandó colocar una corona sobre el altar mayor ; todos los sacerdotes que guardaban el
Santo Sepulcro habian buido del santuario, donde creian ver la abominacion de la desolacion anunciada por
las amenazas de la Escritura ; Federico tomó por su mano la corona, y colocándosela en la cabeza, fr/y>ro-
elamado rey de Jerusalen sin ninguna ceremonia religiosa. Las imágenes de los santos y de los apóstoles es-
I aban cubiertas con un velo ; al pié de los altares solo se veian espadas y lanzas, y los ecos de las sagradas
hóvedas solo repitieron las ruidosas'aclamaciones de los guerreros.
Despues de su coronacion, Federico escribió al papa y á todos los principes de occidente comunicándoles
que habia reconquistado á Jerusalen sin efusion desangre y como por milagro, 6 invitaba á los reyes y prin
cipes cristianos á que dieran solemnes acciones de gracias á Dios, que manifiesta algunas veces su poder, no
con el aparato y número delos caballos y loscarros, sino por medios débiles en apariencia, y que siempre
es admirable en sus miras sobre los hijos de los hombres. El patriarca dirigió al mismo tiempo una carta á
Gregorio y á todos lo> fieles de la cristiandad, demostrándoles la impiedad y la deshonra del tratado que aca
baba de hacer el emperador de Alemania. Cuando el soberano pontifice supo el triunfo de Federico, se la
mentó de la conquista de Jerusalen como desu pérdida, y comparó el nuevo rey de Jadea con aquellos mo
narcas impios que la cólera de Dios hacia sentar en el trono de David.
Federico no pudo permanecer mucho tiempo en la ciudad santa donde solo se oian imprecaciones contra
él, y regresó á Tolemaida donde tampoco halló mas que súbditos rebeldes y cristianos escandalizados de sus
triunfos. El patriarca y el clero habian puesto en entredicho la ciudad durante el tiempo que permaneciese
en ella el emperador, el cual se vió obligado á negociar la paz con los cristianos como lo habia hecho con los
infieles, y no logrando atraerse los ánimos, se valió de violencia. Mandó cerrar las puertas de la ciudad, pro
hibió que se entrasen viveres á los habitantes, colocó en todas partes ballesteros y ginetes para insultará
los templarios y á los peregrinos, y finalmente mandó arrancar á los frailes predicadores del pié de los altares
y apalearlos en la plaza pública.
De una y otra parte el odio y la venganza llegaron á los mayores escesos, y el emperador resolvió partir
á Italia, pues el ejército pontificio habia entradoen el territorio de Nápoles al mando de Juan de Briena y de
dos capitanes sicilianos, enemigos mortales todos de Federico.
Juan de Briena aspiraba á hacerse reconocer emperador, y apoyaban sus pretensiones la autoridad de la
Iglesia y el derecho de la victoria, que era lo mas sagrado en aquella época, pero la presencia de Federico hi
zo recobrarel ánimo á sus súbJitos, cuya fidelidad no se habia entibiado, dió á sus enemigos muchos comba
tes en que salió vencedor, dispersó el ejército de Juan de Briena, y las tropas pontificias abandonaron en
desórden las ciudades y provincias que acababan de conquistar.
Al saber el papa que la victoria favorecia ásu rival llamó nuevamente en su ausilio los rayos de la reli-
gion, y llevó á cabo contra Federico la mas terrible de las amenazas; declaró escomulgados á todos los que
tuvieran alguna relacion con el emperador, que se sentaran á su mesa, asistieran á sus consejos, celebra
ran ante él el divino oficio ó le manifestasen el menor indicio de adhesion y respeto.
(1230) Despues de una negociacion que duró muchos meses, se hizo un tratado en que el papa vencido
impuso leyes al emperador victorioso y en que parecia conceder un perdon al recibir la paz (1). Oianse en
tanto los lamentos y quejas de los cristianos de Palestina que imploraban en vano el ausilio de los guerreros
de occidente.
(1232) El papa insistia aun en llevar á cabo el proyecto de la cruzada y conservaba la esperanza de rea
nimar con sus exhortaciones el ardor y el celo de los soldados cristianos. Convocó en Espoleto una asamblea
á la cual asistió Federico con los patriarcas de Constantinopla, de Antioquia y de Jerusalen; se resolvió en
ella que se continuara la guerra de Palestina, á pesar de la tregua hecha con el sultan del Cairo, y Gregorio
estaba tan impaciente de lograr sus designios y publicar las leyes de la Iglesia en las ricas comarcas de
oriente, que mientras esperaba enviar guerreros, mandó á numerosos misioneros que cruzasen los mares y
fuésen á convertir los infieles de Siria y Egipto armados con la espada de la palabra. El soberano pontifice
estaba tan persuadido del éxito de esta cruzada, que escribió al califa de Bagdad, al principe de Damasco y
t
(1) Vease sobre este tratado el autor anonimo de la Vida de Gregorio, lib. 1II, citada; por Raynaldi, ann. 1230, y la cronica de
Ricardo de San German.
38 i HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
á los principales jefes de los musulmanes exhortándoles á que abrazasen el cristianismo, pero esta inútil
tentativa no produjo ningun efecto. Envió entonces á las provincias de occidente oradores sagrados á predi
car la paz y la concordia y la grande empresa de la guerra santa.
(\'l'-l'ó) Confió Gregorio la predicacion dela cruzada á los religiosos de Santo Domingo y de San Francisco,
que tenian misioneros en Asia para la conversion de los infieles y en todo occidente predicadores para res
tablecer la paz entre los cristianos. Pero el entusiasmo de los pueblos, que no podia reanimar la elocuencia
do los sacerdotes, solo podia escitarse ron el ejemplo de los principes y guerreros mas ilustres. Habiase forma
do en Francia en aquella época una liga contra el trono, en la que se distinguian el duque de Borgoña, Hu
go IV, Teobaldo V, el conde de Champaña y Pedro de Dreux, rey de Navarra y conde de Bretaña. Vencidos
por la firmeza de la regenta y el carácter versátil de Teobaldo , su ambicion bullada y su orgullo amorti
guado por las derrotas, se trocaron de pronto en un sentimiento religioso que les inspiró la resolucion de
expiaren una guerra santa los crimenes de la guerra civil.
Teobaldo gozaba mas reputacion entre los trovadores que entre los guerreros, y la posteridad le conoce
mas por su aficion á la poesia y sus costumbres caballerescas y galantes, que por sus hazañas y hechosmi-
litares. Las canciones escritas en las paredes de los palacios de Provins y de Troyes, dieron á conocer á sus
contemporáneos quión era la senora de sus pensamientos, y las tradiciones históricas nos autorizan á creer
que los recuerdos de amor y el virtueso ascendiente de una reina, objeto de sus poéticos homenajes, decidie
ron al conde de Champaña á partir á oriente, mas bien que el arrepentimiento y la piedad.
(1236) El ejemplo del duque de Borgoña y del conde deBretaña y las poéticas exhortaciones de Teobaldo,
unidas á las predicaciones de la Santa Sede, despertaron momentáneamente el entusiasmo delas cruzadas en
las provincias de Francia. Los condes de Bari, de Forez, de Macon, de Joiguy y de Nevers; Amaury, hijo de
Simon do Monfort, Andrés de Vitry, Godofredo de Ancenis y una multitud de barones y señores tomaron la
cruz y prestaron juramento de ir al Asia á combatir á los infieles.
(1 238) Ocupábanse los cruzados en los preparativos de su partida cuando resonó de pronto un nuevo gri
to de alarma en occidente. El imperio de los latinos en Constantinopla estaba reducido al último estremo;
tras el reinado de Balduino de Flandes y de su hermano Enrique, la familia de Courtenay llamada al trono
imperial, no habia encontrado mas que los pesares y desastres que arrastran en posá un imperio que se
desmorona. Pedro de Courtenay conde de Auxerre fué sorprendido en Macedonia al ¡r á tomar posesion del
trono de Balduino é inmolado por orden de Teodoro Comneno, principe de Epiro; poco tiempo despues murió
de dolor la emperatriz, que habia ido por mar á Constantinopla, al saber el trágico fin de su esposo; Roberto
de Courtenay, hijo segundo de Pedro, solo subió al trono para presenciar la rápida decadencia del imperio
latino, pues vencido en una gran batalla por Va ta ce, sucesor de Lascaris, perdió todas las provincias situadas
allende el Bosforo y el Helesponto, mientras el principe de Epiro se apoderaba de la Tesalia y de una gran
parte de la Tracia. Amenazada Constantinopla por enemigos formidables , veia desde sus torreones ondear
los pendones de los griegos de Nicea y de los bárbaros del monte Hemo, y en medio de los desastres que aso
laban el imperio, murió Roberto, no dejando mas sucesor que su hermano Balduino que era aun de tierna
edad.
Juan de Briena, á quien la fortuna hiciera momentáneamente rey de Jerusalen, fué llamado á ocupar el
vacilante trono de Constantinopla. Los griegos y los bulgarios, sedientos de saqueo, se hallaban á las puertas
de la ciudad; sus escuadras penetraron hasta el puerto, y sus innumerables batallones se preparaban á asal
tar las murallas de la ciudad; mas el nuevo emperador les dió repetidas batallas, se apoderó de sus naves y
dispersó sus ejércitos. Las milagrosas victorias de Juan de Briena aumentaron su fama; pero agotaron sus
fuerzas; despues de haber vencido á sus enemigos se encontró sin ejército, y en tanto que los poetas le com
paraban á Hector, á Boldan y á Judas Macabeo, se veia precisado á esperar en su capital los ausilios que le
habian prometido y que no llegaban. Contaba ya mas de ochenta años cuando terminó su carrera disputan
do á los bárbaros los restos de una potencia fundada por las armas y cuyos miserables restos no podian sal
varse con prodigios de valor.
El jóven Balduino, que se habia casado con la hija de Juan de Briena y debia sucederle, no pudo recoger
su triste herencia; salió como un fugitivo de su capital y recorrió la Europa en actitud suplicante, implorando
la caridad de los fieles y no alcanzando por lo regular mas que el desprecio. Se presentó en Francia á recia
LIBRO DECIMOTERCERO. —1 222- J 241. 385
mar los dominios de su familia que habia dejado por el imperio de oriente, y recobró con las armas en la ma
no el pequeño principado de Namur, que empeñó al momento por una módica suma. Balduino consiguió
penosamente que le entregara setecientos marcos de plata el rey de Inglaterra, quien le habia negado en uu
principio la entrada en su reino, y Luis IX le dió el dinero confiscado á los judios, que se consideraba como
el vergonzoso producto de la usura.
En tanto que el emperador de oriente recorria la Italia, la Francia y la Inglaterra, Constantinopla estaba
sin ejército, y sacrificaba para la defensa del estado hasta las reliquias, objeto de la veneracion del pueblo y
postrer tesoro del imperio. El soberano pontifice so compadeció de la miseria y decaimiento de Balduino, y
publicó una nueva cruzada para libertar la Iglesia latina de Bizancio.
Se invitó á los que debian partir á Tierra Santa á que socorriesen á sus hermanos de Constantinopla, pero
los ruegos y las exhortaciones de la santa sede produjeron muy débiles recursos. Los ánimos estaban dividi
dos ; unos querian defender el imperio de los latinos, otros el reino de Jerusalen; Pedro de Dreux, duque de
Bretaña y otros muchos señores, ya sea por complacer al papa, ya porque las empresas en favor de Constan
tinopla les parecieran menos dificiles y peligrosas, se adhirieron en un principio á Balduino ; pero el rey de
Navarra, el duque de Borgoña y los condes de Bar, de Vendome y de Monfort, so estrañaban de que se arrui
nase, ó al menos se debilitase, una cruzada por otra. Se quejaron al papa y le echaron en cara su mudanza,
y Gregorio respondió que no se podrian arrojar los fieles de Tierra Santa si no se consolidaba la conquista de
Constantinopla.
(1235)) En medio de la fermentacion general de los ánimos y de las hostilidades prontas continuamente á
estallar, el soberano pontifice á cuyas instancias habian tomado las armas los cruzados, no secundaba ya -su
entusiasmo, y como se habia creado formidables enemigos en occidente, parecia haber olvidado una guerra
que él mismo habia predicado y solo pensaba en sus propios peligros.
Hallábanse reunidos en Lion la mayor parte de los jefes de la cruzada de ultramar para deliberar sobre su
empresa, cuando se presentó un nuncio del soberano pontifice que les mandó que se volvieran á sus hogares.
Este inesperado mandato de Gregorio IX escandalizó á los principes y barones, los cuales respondieron al en
viado de la corte de Roma que el papa podria cambiar de politica y desaprobar lo que habia mandado, pero
que los defensores de la cruz, los que se habian comprometido á servir á Jesucristo, no podian volver atrás
sin faltar del modo mas vergonzoso á las leyes del honor y de la religion (1).
Insistiendo el nuncio en hacer respetar la autoridad de la Iglesia y acusando á los barones de traidores á la
causa que iban á defender, los guerreros cristianos no pudieron contener su indignacion ; los soldados y los
jefes se dejaron arrebatar hasta el punto de maltratar al embajador del soberano pontifiee, y le hubieran
sacrificado á su cólera á no ser por los consejos y. ruegos de los prelados y obispos.
Apenas acababan de despedir los cruzados con desprecio al .nuncio del papa, vieron llegar diputados del
emperador de Alemania, que les suplicaban igualmente que suspendieran su marcha, y aguardaran que él
mismo hubiese reunido sus tropas para ponerse á su cabeza. Los caballeros y los barones, á quienes anima
ba un celo sincero para libertar los santos lugares, no podian concebir la razon de los retardos que exigian á
su empresa, y lamentaban la ceguedad de las potencias que trataban de desviarlos de la senda de la sal
vacion. El rey de Navarra, los duques de Bretaña y de Borgoña y la mayor parte de los nobles que habian
tomado la cruz, persistieron en el designio de cumplir su juramento y se embarcaron en Marsella para
ir á Siria.
Acababa de estallar una nueva contienda entre el papa y Federico, los cuales se disputaban la soberania
de Cerdeña. Todas las pasiones se mezclaron en esta lucha y se armaron á la vez las venganzas del cielo y
los horrores de la guerra. Gregorio, despues de haber escomulgado á Federico, trató de herirle en su fama y
perseguirle en la opiniou de sus contemporáneos; leyéronse en todas las iglesias de Europa breves del papa,
en los cuales representaba al emperador como un impio, un cómplice de herejes y de musulmanes y un opre
sor de la religion y de-la humanidad; Federico respondió con violentos escritos contra las acusaciones del
soberano pontifice; se dirigió á los romanos para escitarlos á la rebelion contra la santa sede, y llamó á la de
fensa de su causa á todos los principes de Europa. «Reyes y principes de la tierra, lesdecia, mirad como vues-

(1) Maleo Paris, Raynaldi , Albcric, Ricardo de San Gcrmnn y la Historia ecfcstáslica de Fleury.
386 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
tra la injuria que so nos ha hecho; traed agua para apoyar el fuego encendido cerca de vosotros; un peligro
ii;ual os amenaza.» El papa irritado lan¿ó lodos los rayos ele la Iglesia contra su adversario, y llegó hasta pre
dicar una cruzada contra su adversario, diciendo que era mas meritorio combatir á un príncipe rebelde á los
sucesores de san Pedro que libertar á Jerusalen.
Finalmente, Gregorio IX prometió la corona imperial á cualquier príncipe que tomara las armas contra
Federico y le arrojara del trono. Leyóse una carta apostólica delante de Luis IX y de sus barones, en la cual
el soberano pontífice daba a Koberlo, hermano del rey, la corona imperial y la de Sicilia, si Francia se de
claraba contra el emperador de Alemania. Llenos de sorpresa los nobles del reino, hicieron protestas de su
celo por la defensa de la fé y de su respeto á la Iglesia , pero lodos declararon que no podían secundar la cólera
de Gregorio, que creian injusta, ni aprovecharse de la desgracia en que había incurrido Federico.
En medio del desórden y de la agitación general no se oían los gritos y las súplicas de los cristianos de Pa
lestina. Cuando espiró la tregua hecha con Federico, el príncipe de Carac entró en Jerusalen, destruyó la torre
de David y las frágiles murallas alzadas por los cristianos. Esta conquista que reanimaba el valor de los mu
sulmanes, llenó de desesperación á los desgraciados habitantes de la Tierra Santa. En vez de recibir Tolemai-
!a en sus muros los innumerables ejércitos que anunciaba la fama, solo veia llegar peregrinos sin armas
que contaban las lamentables contiendas de los.príncipes y monarcas cristianos. Hallábanse cerrradas la ma
yor parte de las comunicaciones con oriente, todas las escuadras de Italia se disputaban el imperio del mar,
ora en la liga del soberano pontífice, ora en la del emperador ; muchos de los cruzados que habían jurado ir
á Constantinopla ó á Tolemaida, tomaron partido en la cruzada predicada contra Federico ; otros resolvieron
ir por tierra á Siria, y perecieron casi todos en las montañas y los desiertos del Asia Menor; y los príncipes y
señores franceses, que á pesar del mandato del papa habian partido al Asia, y se habian embarcado en los
puertos de Provenza, no pudieron conducir bajo sus banderas á Palestina mas que un reducido número de
guerreros.
Guando llegaron los cruzados, el ol iente se hallaba tan agitado como el occidente. Acababa de morir el
sultán del Cairo, Malek-Kamel, y su muerte fué el grito de muchas y sangrientas guerras entre los prínci
pes de su familia que se disputaban el reino de Egipto y los principados de Damasco, do Alepo y de Ilamah.
Los príncipes divididos entre si habian llamado en su ausilio á las naciones bárbaras del Karismo que incen
diaban las ciudades, saqueaban las provincias, acababan de destruir á los principes que defendían y llevaban
á su colmo los males originados por la discordia.
Los cruzados podian haberse aprovechado de las turbulencias de oriente, pero nunca reunieron sus es
fuerzos contra los enemigos que habian jurado combatir ; el reino de Jerusalen no tenía gobierno que dirigiera
las fuerzas de la cruzada ; la multitud de peregrinos carecía de lazo y do interés común que pudiera tenerlos
algún tiempo reunidos bajo las mismas banderas ; por todas partes se veian soldados, pero no un ejército ; y
cada jefe y cada príncipe seguía un plan de campaña, declaraba la guerra, publicaba la paz en su nombre y
parecía combatir tan solo por su ambición y su nombradla.
El duque de Bretaña llevó la guerra al territorio de Damasco al frente de sus caballeros, y volvió al cam
pamento de los cruzados con una multitud de camellos, bueyes, caballos, asnos y búfalos arrebatados á los
musulmanes. El conde de Bar, el duque de Borgoña y otros grandes barones, resolvieron emprender tam
bién alguna espedicion en la que pudieran eniiquecerse con los despojos del enemigo, y se prepararon para
marchar al territorio de Gaza cuyos ricos pastos y abundantes cosechas ensalzaba la fama. Cuando se hizo
público su designio, los barones y caballeros mas prudentes les aconsejaron y suplicaron que no se separasen
del ejército cristiano ; el conde de Champaña, que habia sido nombrado jefe de la cruzada, les mandó en nom
bre do Jesucristoque permaneciesen en el campamento; pero fueron vanas todas las demostraciones y sú
plicas, y los condes de Bar, de Monfort y otros muchos s2ñores se contentaron con responder que habian ido
á Siria á pelear con los infieles y partieron con sus hombres de armas. Los que quedaban en el campamento,
recelando alguna desgracia, tomaron el partido de seguir desde lejos á sus imprudentes compañeros y sediri-
gieron hácia Ascalon.
Los guerreros que habian abandonado las banderas del ejército llegaron al fin de la jornada al arroyo que
la Escritura llama Ejipto y que era el límite del reino de Jerusalen por la parte de Egipto. A pesar de los
consejos de Gualtero conde de Joppe, marcharon toda la noche con la esperanza de llegar á una vasta pradera
LIBRO DECIMOTERCERO.- 1222- 1241. 387
don le pacían los ganados de los musulmanes. Al acercarse él din los cruzados se encontraron cansados en un
desliladero situado entre dos colinas de arena, y suspendieron su marcha, esperando que los infieles saliesen
á su trabajo y enviasen sus animales al campo. La crónica del continuador de Guillermo de Tiro describe d0
este modo la detención del ejército aventurero : aLos ricos hombres mandaron estender los manteles y se pu
sieron á comer el pan, las gallinas y capones y la carne asada que habían traido consigo, sin olvidar el vino
en botellas y barriles.» Los unos comian, añade el cronista, otros dormían y otros cuidaban de los caballos,
y era ial su ciega confianza que ni siquiera pensaban en los enemigos que buscaban, pero no tardaron en
cenocer que nuestro Señor Jesucristo no quiere que se le sirva de este modo.
Advertido el comandante de Gaza de la llegada de los cristianos, había mandado encender durante la no-ha
grandes hogueras que fueron señal de alarma para los habitantes, que acudieron armados de todas partes.
El conde de Bar se puso al frente de sus caballeros al ver el enemigo, y avanzó por la llanura para recono
cer el número y la fuerza de los musulmanes. Resonaron en toda la comarca gritos amenazadores y el es
truendo de clarines y tambores; defendían la campiña hombres armados, y los honderos y ballesteros ocu
paban las alturas. Los jefes de los cruzados se reunieron en consejo ; el conde do Joppe y el duque de ¡íorgoña
eran de opinión de que los cristianos se volviesen y no esperasen la batalla, puesto que estaban hundidos en la
arena hasta las rodillas, y los musulmanes eran trece contra uno. Los condes de Bar y de Monfort querían
que se pelease, y se fundaban en la única razón de que hallándose presente el enemigo era mas peligroso re
tirarse que combatir. El conde de Joppe y el duque de Borgoña respondían que no querían perderse ni perder
sus gentes, y dieron la señal de la retirada.
Los peregrinos que insistían en permanecer en presencia de un temible enemigo, conocían lodo el peligro
del partido que habían abrazado, y viendo quesus compañeros se alejaban y tomaban el camino de Ascalon,
les pidieron que comprometieran al rey de Navarra y á les demás jefes á que acudieran cuanto antes á socor
rerlos. En vano el duque de Borgoña y el conde de Joppe les suplicaron por vez postrera que evitaran una
derrota cierta; no pudieron vencer su obstinación.
Los musulmanes dieron la señal del combate y lanzaron contra los cruzados una lluvia de saetas; lo? ar
queros cristianos hicieron en su principio retroceder al enemigo, peroles faltaron los dardos y flechas, lo cual
aumentó el valor de los musulmanes. Los gineles so arrojaron repelidas veces sobre los infieles al frente de
los condes de Bar y de Monfort, y después de haber dispersado la inmensa muchedumbre que se oponía á su
paso, volvieron á ocupar el desfiladero donde habían alzarlo sus tiendas y que les servia de campo atrinche
rado. El comandante de Gaza logró atraerlos á la llanura fingiendo huir, y al mismo tiempo mandó á sus sol
dados colocados en las colinas que se apoderasen del sitio que ocupaban los cristianos (1). Habiéndole salido
bien esta maniobra, los cruzados se vieron rodeados y acometidos por todas parles sin mas esperanza que la
de vender caras sus vidas. Los condes de Bar y de Monfort y algunos barones y caballeros se resistieron aun
mucho ralo é hicieron prodigios de armas, pero sucumbieron por fin abrumados de cansancio y cubiertos de
heridas.
Los cruzados que habían ido á Ascalon con el rey de Navarra supieron al momento que sus temerarios
compañeros de armas estaban en peligro de perecer; los mas valientes se lanzaron camino de Gaza, pero
cuando se acercaron al sitio del combate, no se resistían ya los cristianos, y los musulmanes se ocupaban en
atarlos prisioneros y despojar los muertos. El enemigo no esperó á los cruzados y se retiró llevándose el bo
lín y los cautivos. El campo de batalla estaba cubierto de cadáveres, y algunos heridos que vivían aun fue
ron colocados sobre los escudos de los caballeros para trasladarlos á Ascalon. Como muchos caballeros pedían
que se persiguiera al enemigo en su retirada, el rey de Navarra y los demás jefes pidieron consejo de los ca
balleros del Temple y de San Juan que conocían el pais, y estos respondieron que seria peligroso atacará los
musulmanes protegidos por sus fortalezas, y que una persecución imprudente podía comprometer la vida de
los prisioneros cristianos. Los amigos y parientes de los que habian caído en manos de los infieles solo daban
oídos á su ciega desesperación, pero habian sucedido ya tantas desgracias aquel dia, que no se decidieron á
probar nuevos peligros, y se decidió regresar á Ascalon, donde se lamentaron detan doloroso aventura.
Amaury de Monfort y muchos otros señores fueron paseados en vergonzoso triunfo por la capital del Cairo;

t' Biblioteca de las cruzadas t. IV,


388 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
no se pudo saber el paradero del conde de Bar, y la incertidumbre de su suerte dió origen á una multitud de
relatos maravillosos. El ejército cristiano regresó tristemente á Tolemaida, y fué despues a Sidon, á Tiro, á
Tripoli yá otras buenas ciudades cristianas.
Los jefes de la cruzada habian pensado, al llegar á Siria, emprender el sitio de Damasco, pero los que se
habian arruinado en la guerra contando con ella para reparar sus pérdidas, no se atrevian á probar fortuna
en los combates, con el temor de perderlo todo ó formar ellos mismos parte del botin del enemigo. El rey de
Navarra, cuyos versos habian escitadojá los guerreros á tomar las armas, guardaba un profundo silencio,
y su musa no trató siquiera de exhortar á sus compañeros la paciencia y la resignacion. Encontró, no obs
tante, entre los caballeros y bajolas tiendas de los soldados de la cruz muchos trovadores que cantaron los
dolores del destierro; á ejemplo de los profetas, cuyos cantos habian resonado en los mismos sitios, anuncia
ban las desgracias del pueblo escogido y lamentaban la inaccion y las miserias de un ejército al que negaba
su apoyo el cielo irritado.
Nacieron en medio del ocio grandes cuestiones en las cuales los jefes se acusaban reciprocamente de las
desgracias y de la mengua de los cruzados, y en la imposibilidad de lograr el triunfo de sus armas, trataron
separadamente con los infieles, é hicieron la paz como habian hecho la guerra. Los templarios y algunos je
fes del ejército firmaron una tregua con el principe de Damasco y alcanzaron la restitucion de los santos lu
gares : y por otro lado los hospitalarios, el conde deChampaCa y los duques de Bretaña y de Borgoña se
comprometieron en un tratado hecho con el sultan del Cairo á defenderle contra los musulmanesde Siria que
aseguraban á los cristianos la posesion de Jerusalen.
Despues de haber turbado la Palestina con sus desórdenes, los cruzados franceses la abandonaron para re
gresar á Europa, y los reemplazaron en Tolemaida los ingleses que habian llegado al mando de Ricardo de
Cornoualles, hermano de Enrique III. Ricardo poseia las minas de estaño y de plomo del condado Cornouai-
lles y era uno de los principes mas ricos de Europa; si ha de darse crédito á antiguas crónicas, Gregorio IX
trató de alejarle de su peregrinacion á la Tierra Santa, con la esparanza de valerse de sus tesoros y solda
dos, ya para sostener la causa de Roma en la guerra declarada á Federico, ya para defender el imperio latino
de Constantinopla. Ricardo se resistió á todas las súplicas del papa, y cuando llegó á los muros de Tolemai
da, el pueblo y el clero salieron á recibirle en procesion recitando estas palabras del Evangelio : «Bendito
sea el que viene en nombre de Dios.» Este principe era sobrino de Ricardo Corazon de Leon, que tan célebre
habian hecho en todo oriente su valor y sus hazañas, y el nombre solo de Ricardo llenó de terror á los mu
sulmanes. El principede Cornouailles recordaba á su tio por su valor, estaba lleno de celo y entusiasmo, y
su ejército participaba de su ardor por la religion y por la gloria.
Parecia que todo presagiaba el triunfo á Ricardo, pero despues de algunos dias de marcha y de algunas
ventajas conseguidas contra los enemigos, se vió abandonado de los hospitalarios, que querian que se respe-
tase la tregua hecha con el sultan de Egipto y por los templarios que se negaban á romper la que habian fir
mado con el soberano de Damasco. Viéndose poco secundado por los cristianos del pais tuvo precision
de renunciar la guerra y renovar los tratados de paz; todo el fruto de su espedicion se redujo á conse
guir el cambio de los prisioneros y el permiso de dar las honras de la sepultura á los cristianos muertos en
la batalla de Gaza, y despues de haber visitado á Jerusalen, libertada por segunda vez despues de la cruzada
de Federico II, se embarcó para Italia, donde vió al emperador que le recibió con pompa y magnificencia.
El emperador de Alemania encargó á Ricardo que hiciera negociaciones pacificas al soberano pontifice,
pero el conde de Cornouailles no logró doblegar a Gregorio que se ocupaba con ardor en llevar á cabo sus
amenazadores proyectos.
En medio del desórden general Gregorio IX murió maldiciendo á su terrible adversario, y le sucedió Ce
lestino IV, que solo llevó la liara diez y seis dias.
La guerra contiuuabacon nuevo furor, la Iglesia permanecia sin jefe y Jesucristo sin vicario en la tierra;
los cardenales vagaban dispersos, muchos de ellos yacian en las cárceles de Federico, y segun confiesa Fleu-
ri, la Iglesia habia sucumbido en la desolacion y en el mayor desprecio. Esta lamentable anarquia duró cer
ca de dos años, y toda la cristiandad exhalaba quejas y gemidos y pedia al cielo un papa que pudiera reme
diar las desgracias de Europa y dela Iglesia.
Reunióse por fin el cónclave; pero la eleccion de Inocencio IV, hecha en medio de la turbulencia y las
LIBRO DECIMOTERCERO.-1222-mi. 389
discordias, no contuvo el escándalo ni el furor de la guerra que asolaba a los cristianos. El nuevo pontífice si
guió el ejemplo de Inocencio 111 y de Gregorio IX, y el desorden iba siempre en aumento. La Europa olvidó
á los cristianos de Grecia y Palestina; los misioneros recorrían en vano los reinos de occidente exhortando á
los fieles á hacer la paz entre si y á volver sus armas contra los infieles, y muchos de estos ángeles de paz
fueron proscritos por Federico, que estaba á un mismo tiempo en guerra con el soberano pontífice, con el
emperador de oriente y con todos los que habían tomado la cruz para defender á Roma ó libertará Jerusalen
y Constantinopla.
No contaremos las violencias de que fué teatro la Europa, y especialmente Italia; la atención se cansa de
fijarse mucho tiempo en unos mismos cuadros, y las guerras y las revoluciones, que dan tanta vida á la his
toria, acaban por no presentar mas que un relato fastidioso.
Este fué el fin de esta cruzada, que abarca un espacio de treinta años; cruzada mas fecunda en debates
escandalosos y discordias civiles que en gloriosos acontecimientos, y en la que se llevó al esceso el menos
precio de la fé jurada y el olvido del derecho de gentes.
3D(> HISTORIA DE LAS CRUZADAS.

LIBRO XIV.

LOS TÁRTAROS—EL CONCILIO DE LION—PRIMERA CRUZADA DE SAN LUIS.

1 142—12¡9.

Octava cruzada. — Origen de los tartaros.— Sus conquistas bajo el reinado de Gengiskan —Fin del imperio del Karismo.—Destruc-
ciou del principado de Antioquia por los comanes o tartaros.—Concilio general de Lion . -Sentencia lanzada contra Federico —Luis
IX toma la cruz a pesar de la oposicion de su madre.—Federico elige al rey como arbitro entre el imperio y la tierra.—Conducta
impolttici de Inocencio IV.—Cruzados frijones, holandeses y noruegos.—Entrevista do Luis IX y del papa.—El rey se embarca
en Aguas.Muertas.—Permanencia en Chipre.—Intemperancia de los cruzados.—El rey calma las contiendas entre el clero griego
y el latino.—Diversas negociaciones.—La espedicion se da a la vela. —La mitad es dispersada por la tempestad.—El rey desem
barca cerca de Camieta—Toma de esta ciudad.—El ejercito penetra en Egipto —Sus triunfos y sus disensiones.

Una nueva nacion se presenta al pincel de la historia y empieza á mezclarse en los acontecimientos cuyo
cuadro bosquejamos; no son los francos con su rudeza guerrera, su amor á la gloria y sus pasiones genero
sas; ue los turcos y sarracenos con su religion belicosa y valor bárbaro, ni los griegos con sus corrompidas
costumbres, su carácter supersticioso y frivolo y su vanidad que formaba en ellos el patriotismo; vamos á des
cribir en lijeros rasgos las costumbres de los tártaros de la edad media.
Las hordas de esta nacion habian invadido en la época de la sesta cruzada varias comarcas del Asia, y los
progresos desus armas ejercieron una poderosa influencia en la politica de las potencias musulmanas de Si
ria y Egipto, que estaban entonces en guerra con los cristianos. En la época de que hablamos, el rumor de
sus victorias estremecia todo el oriente y esparcia el terror hasta las mas remotas comarcas de Europa.
Los tártaros habitaban las mismas regiones que se estienden entre el antigue lmaus, la Siberia, la China
y el mar de Kamtchatka; estaban divididos en varías naciones, que se vanagloriaban de tener el mismo ori
gen, y cada una de ellas era gobernada por un kan ó jefe supremo y se componia de un gran númerode tri
bus mandadas por un jefe particular llamado myrza. Los productos de la caza, la leche de sus jumentas y
la carne de sus caballos bastaban para sus necesidades; vivian bajo la tienda con sus familias; habitaciones
movibles, arrastradas por bueyes, trasladaban de un sitio á otro sus mujeres, sus niños y todo lo que poseian;
en el verano, toda la tribu se iba á las comarcas septentrionales y se acampaba á orillas de un lago ó de un
rio, y en el invierno dirigian sus correrias hácia el mediodia y buscaban el abrigo de las montanas que los
defendian de los vientos helados del norte.
Los jefes de las hordas tártaras se reunian todos los años por el otoño ó por la primavera, y en estas reu
niones tumultuesas que llamaban couraltai, deliberaban á caballo sobre la marcha de las tribus, la distribu
cion de los pastos, la paz y la guerra, y formaban la legislacion de los pueblos de la Tartaria, legislacion
sencilla y lacónica como todas las de los bárbaros, y que no tenia mas objeto que el de conservar el poder de
los jefes y la emulacion y disciplina entre los guerreras.
Los pueblos de la Tartaria reconocian un Dios soberano del cielo, al cual no dirigian incienso ni oraciones;
reservaban su culto para una multitud de genios que creian esparcidos por los aires, por la tierra y en
medio de las aguas; llenaban sus moradas un gran número de idolos, toscas obras de sus manos, que les se
guian en sus correrias, y velaban por sus ganados, por los esclavos y por la familia, y sus sacerdotes, educa
dos en las prácticas de la magia, estudiaban el curso de los astros, pronosticaban el porvenir y seejercitabau
en seducir los ánimos por medio de sortilegios. Su culto religioso, que no les enseñaba la moral, tampoco ha
bia purificado sus toscas costumbres ni suavizado su carácter áspero y salvaje como su clima; ningun mo
numento elevado bajo los auspicios de la religion ni ningun libro inspirado por ella les recordaban los fastos
de la gloria ni los ejemplos y preceptos dela virtud; en su vida errante, les parecian una carga incómoda
los muertos que llevaban algunas veces en sus carros, los enterraban apresuradamente en lugares apartados
LIBRO DECIMOCUARTO. —1 212-1 2i9. 391
y cubriéndolos con el polvo del dasierto, se limitaban á ocultarlos de las miradas y ultrajes do les vivientes.
Todo lo que podia fijarles en un sitio mas bien que en otro ó separarlos do su modo de existir escitaba el
enojo ó el desprecio de estos pueblos. Una sola de las tribus que habitaban la Tartaria mogólica conocia la
escritura y cultivaba las letras, las restantes despreciaban el comercio, las artes y las luces que forman el
brillo de las sociedades civilizadas. Los tártaros se desdeñaban de edificar ciudades; en el siglo XII solo ha
bia una ciudad en sus vastas comarcas, y su estension, segun cuenta el monje Rubruquis (l), no igualaba la
de la pequeña ciudad \\a San Dionisio. Se limitaban al cuidado de sus ganados y consideraban los trabajos de
la agricultura como una ocupacion vil y propia solamente para ocupará losesclavosó los pueblos vencidos-;
sus inmensas llanuras no habian visto jamás madurar los campos ni los frutos sembrados por la mano del
hombre, y el espectáculo mas agradable para un tártaro era la vista de un desierto en el cual la yerba cre
ciera sin cultivo ó el de un campo de batalla cubierto de ruinas y cadáveres.
Como carecian de reglas para los limites de sus pastos, alzábanse entre los tártaros frecuentes contiendas;
el espiritu de la envidia agitaba incesantemente las hordas errantes; los jefes ambiciosos no toleraban veci
nos ni rivales, y esto originaba las guerras civiles, de cuyo seno surgia un despotismo enteramente armado,
ante el cual los pueblos corrian con júbilo, porque les prometia conquistas. Toda la poblacion era guerrera
y los combates les parecían la única gloria y la mas noble ocupacion del hombre. Los campamentos de lus
tártaros, sus marchas y sus cazas se asemejaban á espediciones militares; el hábito les daba tanta firmeza
sobre sus caballos, que tomaban su alimento y se entregaban al sueño sin desmontar ; su arco, de un peso
enorme, anunciaba su fuerza y su robustez; sus aceradas flechas partianá gran distancia á herir al ave en
su rápido vuelo ó á traspasar de parte á parte los osos y los tigres del desierto ; escedian á sus enemigos en la
rapidez de sus evoluciones, eran muy diestros en el arte pérfido de combatir huyendo, y con frecuencia la
retirada era para ellos la señal de la victoria. Erantes al parecer muy habituales todos los ardides de la guerra,
y como si un funesto instinto les hiciera conocer todo lo que sirve para la destruccion de la especie humana,
siendo asi que no edificaban ciudades, sabian construir no obstante las máquinasde guerra mas formidables,
y no ignoraban ninguno de los medios de esparcir el terror y la desolacion entre sus enemigos.
No eran poderosos para detener ó suspender su marcha en sus espediciones la inclemencia de las estaciones,
las montañas y los precipicios, ni la profundidad de los rios que pasaban en barcos de cuero ; un poco de lecho
endurecida y disuelta en agua, bastaba para alimentar á un ginete durante muchos dias, y la piel de un car
nero ó de unoso, ó algunos trozos de tosco fieltro, formaban su vestido. Los guerreros manifestaban una cie
ga obediencia á sus jefes, y al menor señal so les veia arrostrar todos los peligos y correr á la muerte; estaban
divididos en diez, ciento, mil y diez mil , sus soldados se componian de todos los que eran aptos para manejar
el arco y la lanza, y lo que debia causar á sus enemigos tanta sorpresa como espanto, era el órden y la dis
ciplina que reinaba en una multitud que parecia reunida por la casualidad. Segun su legislacion militar, los
tártaros no podian hacer la paz mas que con el enemigo vencido ; el que huia en medio de un combate ó
abandonaba á sus compañeros en el peligro, era castigado con la muerte; derramaban la sangre de los hom
bres con la misma indiferencia que la de los animales silvestres, y su ferocidad se anadia además al terror
que inspiraban á los pueblos que atacaban.
Los tártaros despreciaban en su orgullo á todas las naciones y creian que el mundo debia obedecer sus le
yes; segun varias opiniones trasmitidas de siglo en siglo, las hordas mogólicas dejaban el septeñtrion á los
muertos que habian abandonado en los desiertos, y volvian sin cesar sus miradas hácia el mediodia prometido
á su valor. El territorio y las riquezas de los demás pueblos escitaba su ambicion, y como no poseian riquezas
ni territorio, no podian temerá los conquistadores. No tan solo su educacion guerrera les favorecia para em
prender espediciones lejanas y guerras de invasion, sino tambien sus preocupaciones, sus usos y la incons
tancia de su carácter ; los paises que abandonaban no les dejaban recuerdos ni pesares, y si es cierto que la
patria no es tan solo el recinto de una ciudad, los limües de una provincia, sino las afecciones y lazos de la
familia, las leyes, las costumbres y los usos de un pueblo , los tártaros al cambiar de clima encontraban en
todas partes la patria. La presencia de sus mujeres y sus hijos, y la vista de sus rebaños y sus idolos debian
inflamaren cualquier paissu patriotismo y sostener su valor; acostumbrados á consultar sus inclinaciones
y á mirarlas como única regla de su conducta, no los contenian jamás las leyes de la moral ni los sentimien-
t) Coleccion de l.is memorias de la Academia de las Inscripciones, t. VII.
392 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
tos dela humanidad ; profesando una profunda indiferencia hácia todas las religiones de la tierra, su misma
indiferencia, que no despertaba el odio de los demás pueblos, facilitaba sus conquistas dejándoles la libertad
de acoger ó abrazar las opiniones y creencias de las naciones que vencian y que de este modo acababan de
someter á sus leyes.
Las hordas de la Tartaria habian invadido muchas veces y en las épocas mas remotas las vastas regiones
de la India, la China y la Persia, llevando sus estragos hasta el occidente. La ambicion ó el caprichode un jefe
hábil, el esceso de poblacion, la falta de pastos y los pronósticos de un adivino, eran bastantes para inflamar
á está nacion tumultuesa y lanzarla en masa á las mas lejanas regiones. ¡Desgraciados los pueblos que los
tártaros encontraban en su camino! Los imperios se desmoronaban con horrible estruendo á su llegadaplas
naciones se empujaban unas contra otras como las ondas del mar, el mundo se estremecia y solo dejaban
ruinas por huellas.
La historia ha conservado el recuerdo do muchas de sus invasiones ; la posteridad mas remota pronunciara
con una especie de espanto los nombres de los escitas, avaros, hunos, hérulos y de todas aquellas nacione;
errantes que salidas las mas del centro de la Tartaria y arrastradas las otras tras los vencedores ó lanzadas
ante ellos, se arrojaron sobre el imperio vacilante de los romanos y se repartieron los despojos del mundo ci
vilizado. En la edad media se comparaban las guerras de los tártaros á las tempestades, á las inundaciones y
á las erupciones de los volcanes, y los pueblos resignados creian que la justicia de Dios tenia reservados en
el septentrion aquellos innumerables enjambres de bárbaros para verter su cólera sobre el resto del mundo y
castigar porsus manos las naciones corrompidas.
(1463) Nunca habian sido los tártaros mas temibles que bajo e! reinado de Gengiskan. Temugin, que es
el primer nombre del héroe bárbaro, era hijo de un principe que reinaba en algunas hordas del antigue Mo-
gol istan (1 ); cuentan las tradiciones que el séptimo de sus antepasados habia sido engendrado en el seno de su
madre por la influencia milagrosa de los rayos del sol; cuando nació Temugin, su familia vió con júbilo
sangre congelada en la mano del recien nacido, presagio siniestro para la humanidad y en el cual la lisonja
ó la supersticion veia la futura gloria de un conquistador.
La historia escasea en noticias exactas sobre la educacion de Temugin, pero está acorde en afirmar que
habia nacido para la guerra y para mandar á un pueblo belicoso. Dotado de una gran penetracion de espi
ritu y de una especie de elocuencia, diestro en ocultar sus proyectos, uniendola audacia ála astucia, sacri
ficándolo todo á una ambicion sin freno y sin escrúpulo, implacable en su odio y terrible en sus venganzas,
tenia todas las cualidades, pasiones y vicios que conducen al imperio entre los bárbaros y aun algunas veces
entre los pueblos civilizados. Sus disposiciones naturales se desarrollaron en la adversidad que endureció su
carácter y le enseñó á arrostrarlo todo para conseguir sus designios. Contaba apenas catorce años, y ya el
interés que inspiraba su infancia abandonada y el entusiasmo que escitó en el alma de sus compañeros con
sus hazañas, atrajeron ai principio á su lado una multitud de guerreros determinados á participar de su for
tuna. Reconociéronle |K>r jefe las tribus de los karaitas y las del Mogolistan. y pronto la victoria sometió á
sus leyes las hordas que acampaban entre la frontera de China y el Volga. Proclamado soberano de los mo
goles en una dieta general, tomó el nombre de Gengis, rey ó señor del mundo, y la fama publicó que
le habia dado este titulo pomposo un profeta descendido del cielo en un caballo blanco.
Los guerreros tártaros le reconocieron con alborozo por monarca universal y señor de la tierra porque
esperaban enriquecerse con los despojos de todos los pueblos vencidos por susarmas. Sus empresas se di
rigieron en un principio contra la China; ni la barrera de la gran muralla, ni el ascendiente de las luces y
las artes pudieron defender un imperio floreciente contra los ataques de una multitud impelida á los peligros
por la sed del botin y el instinto belicoso que la hacia invencible. La China sufrió dos veces los horrores de
una invasion, y privada de la mita I de la poblacion y cubierta de ruinas, se convirtió en una de las provin
cias del nuevo imperio fundado por los pastores del Mogolistan. La conquista ó mas bien la destruccion del
Kaiismo siguió al poco tiempo á la de la China. El Karismo lindaba con las fronteras del imperio del Mogol,
y seestendia por un lado hasta el golfo Pérsico y por el otro hasta los limites de la India y del Turkestant;
Gengis encontró el ejército del Karismo en las orillas del Jaxerte; la llanura donde se dió la batalla estaba
(I) Vida de Gengiskan por Pelils de Lacrois— Dequignes, Historia de los Hunos.—Biblioteca oriental de Hcrbelot.—Historia chi
na de Gengiskan traducida por Gaubil.
LIBRO DECIMOCUARTO.- 1 242-1 219 . 393
inundada por un millon y doscientos mil combatientes, el choque fué terrible y espantosa la carniceria , pero
la victoria se decidió contra Mahomet, sultan del Karismo, que cayó desde entonces con su familia y todo su
pueblo en un abismo de calamidades.
El formidable emperador de los mogoles, que comparaba la cólera de los reyes á un incendio, se ocupaba
en una tercera espedicion contra la China rebelada, cuando la muerte le detuvo en su carrera en 1227.
Cuentan algunos historiadores que le mató un rayo, como si el cielo hubiera querido romper por su mano
el instrumento de sus venganzas: y otros, mas dignos de crédito, nos dicen que el héroe tártaro murió en su
lecho, rodeado de sus hijos á los cuales recomendó permanecer unidos para terminar la conquista del mundo.
Sucedióle en el imperio Octai su primogénito, y segun la costumbre de los mogoles, los grandes se reunieron
y le dijeron : «Queremos, os suplicamos y mandamos que ejerzais sobre nosotros todo el poder;» y el nuevo
emperador respondió : «Pues quereis que yo sea vuestro kan, ¿estais resueltos á obedecerme en todo, á venir
cuando os llame, á ir á donde quiera enviaros y á matar al que os mande que muera ?» Despues que ellos
respondieron si, proclamó él mismo su poder soberano diciendo : « En adelante mi palabra sola me servirá
de espada.» Tal era el gobierno de los tártaros. Octai debia reinar en un imperio compuesto de muchos
grandes imperios; sus hermanos y sobrinos mandaban los ejércitos innumerables que habian conquistado la
China y el Karismo, gobernaban en su nombre al mediodia, al noi te y al oriente reinos cuya estensi on apenas
conocian, y cada uno de sus tenientes era mas poderoso que los mas grandes reyes de la tierra y todos le obe
decian como esclavos. Vióse por primera vez quizás reinar la concordia entre los conquistadores, y esta union
monstruosa causó la pérdida de todos los pueblos del Asia; y sucumbieron y perecieron bajo los golpes de la
temible posteridad de Gengiskan, el Turkestan, la Persia, la India, las provincias meridionales de la China,
que se habian salvado de los estragos de la primera invasion, y los restos del imperio de los Abasidas y del de
los Seldjoucidas. Muchos de los soberanos á quienes la suerte habia arrojado del trono en aquellos dias de
desorden y calamidad, pidieron elausilio de los mogoles y prestaron apoyo á las empresas de esta nacion be
licosa contra las potencias vecinas ó rivales; pero la fortuna los hundió en la misma ruina, y la historia
oriental los ha comparado á aquellos tres derviches cuyos votos y súplicas indiscretas reanimaron en el de
sierto los huesos de un leon, quealzándoso del seno del polvo contra ellos, los devoró al momento.
1-a conquista de las mas ricas comarcas del Asia habia inflamado de tal modo el entusiasmo de los tártaros,
que dificilmente hubieran podido sus jefes contenerlos en los limites de su territorio y volverlos á acostum
brar á los pacificos trabajos de la vida pastoril. Octai, sea que (rulase de obedecer las instrucciones paterna
les, sea que sintiese la necesidad de ocupar la actividad inquieta y turbulenta de los mogoles, resolvió llevar
sus armas hasta los limites del occidente. Un millon y quinientos mil pastores ó guerreros apuntaron sus
nombres en el registro militar en 1 235; eligiéronse para la grande espedicion los quinientos mil mas valien
tes y robustos, y los demás debian quedarse en Asia para conservar la sumision de los pueblos vencidos y
terminar las conquistas principiadas por Gengiskan. Los cuarenta dias do regocijos públicos que precedieron
la partida de los conquistadores mogoles fueron como una señal de la desolacion que iban á esparcir en los
pueblos de Europa .
Los lártaros atravesaron en su rápido curso el Volga, y en 1 23G penetraron casi sin obstáculo en la Mos
covia, entregada enionces al furor de las guerras civiles. La destruccion de las campiñas, el incendio de Kiow
y de Moscou y el yugo vergonzoso que pesó durante muchos años sobre las comarcas del norte, castigaron
la débil resistencia de los moscovitas. Despues de la conquista de Rusia, la multitud de los mogoles, al man
do de Batou, hijodeTuli, dirigió su curso victorioso hácia la Polonia y las fronteras de Alemania, renovando
en tedas partes los estragos de los hunos y de Alda. Desaparecieron bajo sus plantas las ciudades de Dublin
y de Varsovia; asolaron las orillas del Báltico; en vano el duque de Silesia, los palatinos polacos y el gran
maestre del orden teutónico reunieron sus fuerzas para contener el nuevo azote de Dios; los generosos defen
sores de Europa sucumbieron en las llanuras de Liegnitz, y nueve sacos llenos da orejas sirvieron de trofeo
á la victoria de los bárbaros (1).
Los montes Crapaes fueron una débil barrera para estas hordas invencibles, y pronto so les vió descender
como un espantoso huracan al territorio de los húngaros, los cuales dos siglos antes habian abandonado como

(I) Thuroscius, ñrrum üuvigaricaritm t. I —C«rm n misirat.itv, de Rogerio de Hungria.—"aynaldi ad ann. 1241.
1>0
394 IHSTORIA DE LAS CRUZADAS.
ellos los desiertos de laEscitia y conquistado las fértiles riberas del Danubio. Como los pastores de Tartaria no sa
bian leer, dejaroná los pueblos vencidos el cuidado de describir sus conquistas; y aceñas damos crédito á las an
tiguas crónicas húngaras, cuando nos relatan las crueldades inauditas con que se deshonraron los vencedores.
Su llegada habia esparcido el terror hasta los limites de occidente; la imaginacion pavorida de los pueblos
se representaba en todas partes á aquellos formidables conquistadores como monstrues vomitados por el in-
tierno, de formas asquerosas y dotados de una fuerza estraordinaria. La falta de comunicaciones, que no
permitia adquirir informes exactos sobre su marcha, acreditaba los rumores mas espantosos; la fama los in
dicaba, ya invadiendo la Italia, ya llevando sus estragos á las orillas del Rhin, y cada pueblo temia su próxi
ma llegada, cada ciudad creia verlos ya ásus puertas.
Ni aun las islas del Océano se juzgaban defendidas por las olas; los comerciantes de la Gotia y de la Frisia
no se atrevieron á atravesar los mares del Norte á comprar pescado, y los cronistas ingleses mencionan con
sorpresa que el temor de los tártaros hizo bajar en Inglaterra el precio del arenque.
Habian llegado de oriente embajadores musulmanes, (|ue recorrian las ciudades implorando el ausiliode
los pueblos cristianos contra una nacion enemiga de la religion de Jesucristo y dela de Mahoma; el aspecto de
estos enviados venidos desde tan lejos parecia anunciar que todas las partesde la tierra estaban amenazadas
á un tiempo, y la multitud en su terror comparaba los mogoles al diagon de las siete cabezas del Apoca-
lipsis.
El soberano pontifice escribió á Bela IV, rey de Hungria, para alentar su valor y mandó á los obispos del
pais predicar una cruzada. Cuando llegaron á este desventurado reino las cartas pontificias, la mayor parte
de los prelados acababan de recibir la palma del martirio; el monarca húngaro se habia refugiado en las islas
del Adriático despues de repetidas derrotas, y una gran parte de la poblacion habia perecido por el hierro, el
hambre y la desesperacion.
El padre de los fieles trató de oponer á los furores de un pueblo pagano el ascendiente de la religion cristia
na que habia suavizado en otra época la ferocidad de los francos; pero ¿cómo era posible hacer adaptar á
los bárbaros las virtudes pacificas del Evangelio en el mismo instante de sus triunfos y en la embriaguez de la
victoria ? Los mogoles recibieron con desprecio á los discipulos de San Francisco y de Santo Domingo envia
dos para convertirlos, y el papa mismo se vió amenazado de la suerte reservada á todos los cristianos, si no
iba en persona á implorar su perdon y presentar su tributo.
Un palatino sajon y el emperador de Alemania pidieron ausilios prontos y eficaces, dirigiéndose el uno al
duque de Brabante y el otro á los reyes de Francia é Inglaterra. El conde palatino anunciaba que en Sajonia
y en Ba viera se preparaba la guerra contra los tártaros, que llamaban la guerra de Jesucristo, y por una
coincidencia digna deser notada, su carta tenia la fecha del dia que la Iglesia canta : flegocijate Jerusalcn.
Federico, despues de describir la táctica, las armas, los trajes y los hábitos de los mogoles, instaba á la repú
blica cristiana á que reuniese todos sus esfuerzos contra aquella nacion nueva y desconocida, contra aquella
raza monstruesa y disforme que queria derrocar la fé cristiana y escoger sus esclavos entre los reyes de la
tierra.
Estas cartas llenas de nuevas alarmas aumentaron la consternacion pública, pero el recuerdo de Jerusa-
len y Constahtiuopla y la discordia alzada entre la santa sede y el imperio ocupaban la atencion de la cris
tiandad, y era tal la situacion de los ánimos, que el sentimiento de un gran peligro no inspiró la resolucion
de tomar las armas y volar al encuentro del enemigo comun. Mateo Paris nos ha conservado una conversa
cion curiosa entrela reina Blanca y su hijo acerca estas formidables invasiones.
— ¿ Donde estás, Luis, hijo mio ? dijo la reina.
— ¿Qué quereis, madre mia? respondió el rey acercándose.
-¿—Querido hijo, añadió Blanca lanzando profundos suspiros y anegada en llanto, ¿quédebemos hacer des
pues del terrible suceso cuya noticia ha llegado hasta nosotros? La invasion de los bárbaros nos amenaza de
una ruina general á nosotros y á la Iglesia.
El rey respondió con voz quejumbrosa pero con inspiracion divina'
— Madre mia, sosténganos el consuelo celestial; si vienen hasta nosotros, los volveremos á arrojará la
Tartaria de donde han salido, ó nos enviarán ellos al cielo (1).
Mateo Paris, ad ann. l2ii.
LIBRO DECIMOCÜARTO.-^42-< 249. " 395
San Luis demostraba estar mas dispuesto á sufrir las desgracias que á precaverlas, y la resignacion del
piadoso monarca espresaba los verdaderos sentimientos de sus contemporáneos. Los estragos de los mogoles
se consideraban entonces como calamidades en las que el hombre solo puede encontrar apoyó y refugio en la
misericordia divina; la Iglesia ordenó en esta ocasion procesiones, rogativas y ayunos; y lo único que se hi
zo en \a mayor parte de los reinos de Europa para preservarlos de la invasion, fué añadir en la letania
estas palabras : Libradnos, Señor, del furor de los tártaros.
Causa admiracion que los mogoles no hubiesen llevado sus armas contra el imperio latino deConstantinopl.i
en medio de la consternacion general, pero los pastoresdel desierto no so ocupaban en estudiarlas revolucio
nes interiores de los estados y los signos de su decadencia, conservaban como lulos los pueblos del Asia una
vaga idea de la antigua Bizancio, y se cuidaban muy poeo de averiguar si habia llegado ó no el momento
de atacarla ó someterla á sus armas. Las grandes ventajas que gozaba la ciudad imperial por su posicion
entre Europa y Asia no interesaba tampoco á los tártaros, que ignoraban la navegacion y el comercio y
preferian además los ricos pastos á los edificios suntuosos de una gran capital, de modo que lo mismo puede
creerse que la ciudad de Constantino se salvó en esta ocasion por los recuerdos de su pasada grandeza, que por
el desprecio é indiferencia de los bárbaros.
Los francos establecidos en Siria alcanzaron la misma dicha que los griegos de Bizancio; los ejércitos de los
mogoles no habian atravesado aun el Eufrates.
(1243) En tanto que el estruendo de la guerra y la caida de los imperios resonaban desde el rio Amarillo
hasta el Danubio, acababan de entrar en Jerusalen los cristianos de Palestina, protegidos por las discordias de
los musulmanes, y se ocupaban en reedificar las murallas de la ciudad sania, en restaurar sus iglesias v
en dar gracias al cielo en paz por haberlos libertado de los azotes que asolaban el resto del mundo. Los tár
taros apenas conocian la existencia y el nombre de la comarca por la cual se habia vertido tanta sangre, y
no desearian dirigirse á las orillas venerandas pero estériles del Jordan, ni por la esperanza de un rico botin,
ni por los recuerdos que escitaban el entusiasmo guerrero de los pueblos de occidente. (Felices las colonias
cristianas si un pueblo vencido por los mogoles, arrojado de su territorio y buscando por todas partes un asilo,
no hubiera ido á turbar la seguridad pasajera y á hundir en nuevas calamidades la ciudad de Jesucristo!
Gelal-Eddin, hijo de Mahomet, habia realzadocon su valor el imperio del Karismo; la prosperidad rena
ciente de este imperio atrajo denuevo las armas de los conquistadores, y lo mismo que en la primera espedi-
cion, todo cayó bajo losgolpes del vencedor; las ciudades, la poblacion y el trono imperial. Gelal-Eddin per
dió la corona y la vida. Perseguidos sin descanso por los tártaros, los guerreros del Karismo abandonaron
entonces un pais que no podian defender, y se esparcieron por eL Asia Mayor y la Siria, bajo el mando de uno
de sus jefes llamado Barbakan.
Estas hordas desterradas de su pais marchaban con la espada y la tea en la mano, y parecia que en su
desesperacion querian vengarse coníra todas las naciones de los males que les habian causado los tártaros.
La historia nos representa á estas hordas furiosas vagando por las orillas del Oronte y del Eufrates> arrastran
do en pos una multitud de hombres y mujeres caidos en sus manos, y llevando en sus carros los despojos de
las provincias saqueadas. Los mas valientes llevaban en sus lanzas la cabellera de los que habian muerto ei>
los combates, y su ejército, vestido con los productosdel saqueo, ofrecia un espectáculo espantoso/) la parque
estraño. Los guerreros del Karismo no tenian mas recurso que la victoria, y todas las arengas de los jefes se
reducian á estas palabras: Vencer ó morir; no daban cuartel á sus enemigos en el campo de batalla, y re
cibian la muerte sin quejarse cuando eran vencidos. Su furia no respetaba cristianos ni musulmanes; eran
sus enemigos todos los que se oponian á su paso; su- aproximacion esparciaá lo lejos el terror, ahuyentaba
á los pueblos pavoridos y convertia en desiertos las villas y ciudades.
Los principes musulmanes de la Siria se habian ligado contra los invasores, y los habian arrojado muchas
veces hasta la orilla izquierda del Eufrates, pero el espiritu de rivalidad que dividia siu cesar á los principes
de la familia de Sdladino volvió á llamar un enemigo tai* temible aun á pesar de sus derrotas. En la época
do que traíamos, los principes de Damasco, de Carac y de Emeso acababarr de contraer una alianza con los
cristianos de Palestina, y no solamente les devolvieron á Jerusalen, Tiberíada y el principado de Galilea, sino
que les prometieron tenerlos por aliados en la conquista de Egipto, cuyos preparativos estaba haciendo toda
la Siria. El sultan del Cairo resolvió llamar en su ausilio á las hordas del Karismo, para vengarse de los cris
39G HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
tiaaos que habian roto los tratados hechos con él, para castigar ¡i los nuevos aliados y ponerse al abrigo de
su invasion, y envió embajadores á los jefes de los bárbaros prometiéndoles la Palestina si la sometian á
sus armas.
Esta proposicion fué aceptada con alegria, y veinte mil ginetes animados de la sed del botin y de la carni
ceria, acudieron del centro de la Mesopotamia, dispuestos á ejecutarla venganza y la cólera del monarca egip
cio. Asolaron al pasar el territorio de Tripoli y el principado de Galilea, y pronto las llamas que se alzaban
por doquiera tras sus pasos, anunciaron su llegada á los habitautos de Jerusalen.
Las fortificaciones apenas comenzadas y el reducido número de guerreros encerrados en la ciudad santal
no dejaban esperanza alguna de rechazar los ataques imprevistos de un enemigo formidable, y toda la pobla
cion de Jerusalen resolvió huir á las órdenes de los caballeros del Hospital y del Temple. Solo quedaron en la
ciudad los enfermos y algunos habitantes que no pudieron resolverse á abandonar sus casas y sus padres mo
ribundos. No tardan en llegar los bárbaros, rompen las débiles trincheras que detienen su paso, entran en
Jerusalen con la espada en la mano, pasan á cuchillo a cuantos encuentran, y como en medio de una ciudad
abandonada y desierta faltan las victimas y el botin á la rabia y avidez de los vencedores, se valen del mal
odioso ardid para llamar á los habitantes que acababan de salvarse ion la fuga. La mayor parte de los bár
baros se alejan de la ciudad, los que se quedan enarbolan en lo alto de las torres los pendones de la cruz y
tocan las campanas de las iglesias. La turba de los cristianos que se retiraban entonces hácia Joppe, mar
chaba en silencio y lentamente esperando aun que el cielo se compadeciese de su miseria y un milagro les
devolviesa las moradas que acababan de abandonar. Muchos de ellos no podian separar sus ojos de la ciudad
santa ; de pronto atraen sus miradas las banderas de la cruz, oyen resonar el bronce sagrado que todos los
dias los llamaba á la oracion ; se esparce al momento la noticia de que los bárbaros han tomado otro rum
bo, ó que han sido rechazados por los cristianos que quedaban en la ciudad, y creen que Dios se ha com
padecido de su pueblo y no ha permitido que una horda sacri'ega manchase por mas tiempo la ciudad de
Jesucristo.
Siete mil fugitivos, alucinados por esta esperanza, regresan á Jerusalen, pero las hordas de los bárbaros
vuelven al punto, y se esfuerzan á asaltar las murallas y á destrozar las puertas de la ciudad. La multitud
de los cristianos resuelve consternada emprender otra vez la fuga, viéndose sin armas, sin viveres y sin
medios de defensa ; sale de nuevo todo el pueblo de los muros de Jerusalen, se aleja á favor de las tinieblas y
arrostra la muerte que le espera en los caminos y en los lugares desiertos de las cercanias; pero el enemigo
habia situado sus batallones en la garganta de las montañas, los desgraciados fugitivos andan al azar y en
desorden, llegan á un desfiladero, son acometidos y rodeados por todas partes, no pueden huir ni combatir, y
todos perecen por la espada ó quedan cautivos.
Los bárbaros corren á la ciudad santa arrastrando á sus prisioneros y sus sangrientos despojos, pasan á
cuchillo á todos ¡os cristianos que se habian quedado (jorque no podian suportar el cansancio del camino y de
la fuga, y matan al pié de los altares una multitud de religiosos, de niños y de ancianos que habian buscado
un asilo en la iglesia del Santo Sepulcro. No respetan el sepulcro de Jesucristo, el de Godofredo de Bouillon ni
lassantas reliquias de los mártires y de los héroes de la fé, y Jerusalen contempla en su recinto las cruelda
des y profanaciones que no habia visto en medio de las guerras mas bárbaras y en los dias señalados por la
cólera celeste.
El gran maestre de los templarios y el de los hospitalarios se reunieron en la ciudad de Tolemaida con el pa
triarca de Jerusalen y los grandes del reino, y trataron de buscar los medios de rechazar las hordas del Ka-
rismo y salvar la Palestina. Todos los habitantes de Tiro, de Sidon, do Tolemaida y de las demás ciudades
cristianas que podian llevar las armas acudieron bajo las banderas de la cruz ; y los principes de Damasco, de
Emeso y de Carac, cuyoausilio habian peíido los cristianos, reunieron sus fuerzas y formaron un ejército
para contener los progresos de la devastacion general. Este ejército musulman llega sin tardanza á Palestina
y se presenta delante de Tolemaida, reanimando el valor de los francos, que en tan apremiante peligro no
manifiestan repugnancia en combatir con los infieles. El principe de Emeso, Malek-Mansor, que mandaba
los guerreros musulmanes, habia dado ya pruebas de su valor contra las hordas del Karismo ; los cristianos se
complacian en contar sus victorias recientes en las llanuras de Alepo y en las márgenes del Eufrates ; fué re
cibido en Tolemaida como un libertador; colocaron en las calles por donde habia de pasar alfombras bordadas
ÜRItOMÍCJMOCUARTO.—l 242-1249. 31)7
de oro y seda , y el pueblo, dice Joinville", le miraba como uno de los mejores barones del paganismo.
Los preparativos de los cristianos, el celo y ardor que mostraban las-órdenes militares, los barones y les
prelados y la union que existia entre los francos y sus nuevos ausiliares, presagiaban al parecer los triunfos
de una guerra inaugurada en nombre de la religion, de la humanidad y de la patria. El ejército cristiano y
el musulman reunidos bajo unas mismas banderas, partieron de Tolemaida y fueron á acamparse en las lla
nuras (le Ascalon. El ejército de los.karismanes habia llegado hasta Gaza, donde debia recibir viveres y re
fuerzos enviados por el sultan de Egipto.
Los francos estaban impacientes por alcanzar á sus enemigos y vengar la muerte de sus compañeros y
IWminos inmolados en Jerusalen ; se deliberó en un consejo sobre el partido que habia de tomarse ; el prin
cipe de Emeso y los barones mas prudentes creian que no se debia esponer la suerte de los cristianos y de sus
aliados á los azares de una batalla, pareciéndoles mas prudente ocupar una posicion ventajosa, y esperar,
sin trabar combate, que la inconstancia natural de los bárbaros, el hambre y la discordia disipasen aquella
multitud vagamunda ó la arrastrasen á otras comarcas.
La mayor parte de los jefes, entre los cuales se distinguia el patriarca de Jerusalen, no opinaban del mismo
modo, y solo veian en bs enemigos una horda indisciplinada fácil de vencer ó de ahuyentar; todo lo que se
tarde en atacarles, decian, solo servirá para aumentar su orgullo y su audacia; de dia en dia crecen los ma
les do la guerra; la humanidad y la salvacion de las colonias cristianas exigen que se ponga pronto término á
tantos desastres y que se apresuro el castigo de los bandidos cuya presencia es á la vez un oprobio y upa cala
midad para los cristianos yiwira todos sus aliados.
Esta opinion, tan conforme al impaciente valor do los francos, salió vencedora en el consejo, y se resolvió
ir á buscar al enemigo y presentarle la batalla. Los dos ejércitos se encontraron en el pais de los antigues filis-
tinos, en las llanuras arenosas donde algunos años antes fueron sorprendidos el duque de Borgoña y el rey
de Navarra y perdieron la flor de sus caballeros y de sas soldados. El aspecto do los sitios donde habian sido
derrotados los cruzados y al recuerdo de un reciente desastre no desanimaron el imprudente ardor de los
guerreros cristianos ; luego que vieron el enemigo, solo pensaron en comenzar el ataque. Se dividió el ejér
cito en tres cuerpos : mandaba el ala izquierda, donde estaban los caballeros de San Jnan, tlualtero de Brie-
na, conde de Joppe, sobrino del rey Juan é hijo del Gualtero muerto en la conquista de Ná polos ; las tropas
musulmanas, bajo las órdenes del principe de Emeso, formaba el ala derecha ; el patriarca de Jerusalen. ro
deado de su clero y haciendo llevar delante el leñode la verdadera cruz, el gran maestre del Temple con sus
caballeros y los barones de Palestina con sus vasallos, ocupaban el centro del ejército.
Los karismanes se formaron lentamente en batalla ad virtiéndose bastante desórden en sus filas; Gualtcro de
Briena queria aprovechar esta circunstancia para atacarlos con ventaja, pero el patriarca encadenó su valor
con una severidad tan contraria al interés de los cristianos como al espiritu del Evangelio.
El conde de Joppe, que estaba escomulgado por haber conservado en su poder un castillo cuya posesion
pretendia el prelado pertenecerle, pide antes de ir á morir que se alce su anatema. Por dos veces rechaza es
patriarca su súplica y se niega á absolverle : el ejército, que ha recibido de rodillas la bendicion de los sacer
dotes y obispos, espera en silencio que sedé la señal del combate. El enemigo despues de haber formado sus
filas, avanza en orden de batalla, dando espantosos alaridos y lanzando una nube de flechas. Entonces, el
obispo do Ra mía cubierto con sus armas é impaciente de distinguirse por su valor contra los enemigos de los
cristianos, se acerca al conde de Joppe y lo dice: «Marchemos, el patriarca no tiene razon ; yo os absuelvo
en nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo.» Y despues de pronucciar estas palabras, el intrépido
obispo de Ramla y Gualtero de Briena, seguido de sus compañeros de armas, se lanzan sobre las filas ene
migas anhelando alcanzar la victoria ó la corona del martirio.
No tardan á encontrarse ambos ejércitos ; igual es de uua y otra parte el ardimiento: cristianos y bárba
ros sabian muy bien que una sola derrota iba á causar su ruina y que su único refugio era la victoria ; de
modo que los anales de la guerra no presentan un ejemplo de combate mas tenaz y mas mortifero. La bata
lla comenzó al asomar el dia y se prolongó hasta el anochecer ; al dia siguiente se combatió tambien con el
mismo encono, pero habiendo perdido dos mil ginetes el principe de Emeso, abandonó el campo de balalla y
huyó á Damasco.
Esta retirada decidió la victoria en favor do los guerreros del Kan.smo ; los cristianos sostuvieron aun mu
398 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
chas horas el choque del enemigo, mas rendidos al fin de cansancio y abrumados por la muchedumbre, casi
todos murieron ó quedaroü prisioneros. Esta bala lia sangrienta costó la vida ó la libertad á mas de treinta
mil guerreros, lanto cristianos como musulmanes. El principe de Tiro, el patriarca de Jerusalen y algunos
prelados se salvaron penosamente de la matanza y se retiraron á Tolemaida, y solo volvieron a las ciudades
cristianas treinta y tres caballeros del Temple, veinte y seis hospitalarios y tres caballeros teutónicos (1).
Cuando llegó á Egipto la noticia de esta victoria, causó una alegria universal ; fué anunciada al pueblo aí
sott de trompetas y tambores; el sultan mandó que se hicieran públicos regocijos en todas las provincias, y
se iluminaron durante tres noches todos los edificios de la ciudad. Los prisioneros llegaron al Cairo montados
en camellos y perseguidos por el insolente clamoreo de la multitud ; antes de su llegada, se habian espuesto
sobre las puertas de la ciudad las cabezas de sus compañeros y hermanos muertos en la batalla de Gaza, y
este horrible monumento de su derrota les pronosticó lo que debian esperar de la barbarie del vencedor.
(1215) En tanto que todo el Egipto celebraba la victoria de Gaza, los habitantes de Palestina lloraban la
muerte y el cautiverio de sus mas valientes guerreros. Mientras abrigaron la esperanza de vencer á los ko-
manes con el ausilio de Tos musulmanes do Siria, su alianza no inspiró desconfianza ni escrúpulos, pero los
desastres despertaron las preocupaciones; se atribuyeron las últimas desgracias á la justicia divina, irritada
al ver las banderas de Jesucristo confundidas con las de Mahoma ; y por otra parte los musulmanes creian ha
ber hecho traicion á la causa del islamismo uniéndose con los cristianos. El aspecto de la cruz en el campo
de batalla despertó su fanatismo y entibió su celo por una causa que parecia ser la de sus enemigos, y se
oyó en el momento del combate al principe de limoso pronunciar estas palabras- «Estoy armado para com-
batir, y no obstante Dios mu dice en el fondo de mi corazon que seremos vencidos porque hemos buscado la
amistad de los francos. »
(124C) La victoria de los bárbaros dejaba en poder de los mas terribles enemigos de las colonias cristianas
la mayor parte de Palestina ; les egipcios tomaron posesion de Jerusalen, de Tiberiada y de las ciudades cedi
das á los francos por el principe de Damasco: y las bordas del Karismo talaron todas las orillas del Jordan,
los territorios de Ascalon yjTolemaida y pusieron cerco á Joppe. Arrastraban consigo al infortunado G ua Itero
de Briena con la esperanza deque les abriria las puertas de una ciudad que le pertenecia. Este modelo de
héroes fué atado á una cruz delante de las murallas ; mientras estaba asi espuesto á las miradas de sus fieles
vasallos, los bárbaros le llenaban de ultrajes y le amenazaban con la muerte si la ciudad de José oponia la
menor resistencia; pero Gualtero, arrostrando la muerte, exhortóen alta voz á los habitantes y á la guarni
cion á defenderse hasta el último trance. «Vuestro deber, les dijo, os manda defender una ciudad cristiana;
el mio consiste en morir por vosotros y por Jesucristo.» La ciudad de Joppe no cayó en poder de sus enemi
gos y Gualtero recibió pronto el galardon de su generoso sacrificio ; fué enviado al sultan del Cairo, y pereció
á manosde una furiosa multitud, recibiendo de este modu la palma del martirio que habia deseado.
No obstante, la fortuna ó mas bien la inconstancia de los bárbaros favoreció á los francos y libertó á Pa
lestina de la presencia da un enemigo tan poderoso é invencible. El sultan del Cairo habia enviado magnificos
regalos á los jefes de la horda victoriosa proponiéndoles dirigir sus armas contra la ciudad de Damasco para
ca ronar sus hazañas. Los karismanes corrieron á poner sitio á la capital de Siria : Damasco, fortificada apre
surad,i mente, no pedia resistirá su ataque impetueso, y no abrigando esperanza alguna de socorro, la ciudad
abrió sus puertas y reconoció la dominacion del sultan de Egipto. Llenos de orgullo entonces los bárbaros con
sus victorias, pidieron con tono amenazador las tierras que les habian prometido en Palestina; el sultan del
Cairo, que temia tenerlos tan cerca, aplazó el cumplimiento de su promesa, y en medio del furor que les causó
esta negativa, los bárbaros ofrecieron sus servicios al principe á quien acababan de despojar de sus estados,
y sitiaron á Damasco para arrebatarla á los egipcios.
La guarnicion y los habitantes se defendieron con tenacidad ; el temor de caer en manos de un enemigo
desapiadado reanimó su valor, y todos los males que acarrea tras si la guerra, y aun el hambre misma les
pareció un azotemenos terrible que las hordas que cercaban sus murallas.
(1247) El sultan de Egipto envió un ejército para socorrer la ciudad, reuniéronse á los egipcios las tropas
de Alepo y de muchos principados de la Siria, y los karismanes fueron vencidos en dos batallas. Despues de

I) Cuentan esta batalla Joinville y Maleo Paris.


LIBRO DECIMOCUARTO. -1 242-1 249. 399
osla doble derrota, la historia oriental apenas pronuncia su nombre y no nos permito seguir sus huellas; la
mayor parte de los que se salvaron del acero del vencedor perecieron de hambre y de miseria en las campi
ñas que ellos mismos habian talado, y los mas animosos y disciplinados fuéron á buscar un asilo en los esta
dos del sultan de Iconio, y si se ha de dar crédito á las conjeturas de algunos historiadores (1), fueron el escuro
origen de la poderosa dinastia de los otomanos.
Los cristianos dieron gracias al cielo por la destruccion de los bárbaros, pero enturbió su alegria el recuerdo
de la pérdida de Jerusalen y de la derrota de Gaza. Acababan de perder sus aliados y solo tenian enemigos
entre los musulmanes; el sultan de Egipto, cuya alianza habian rechazado, estendia su dominacion en Siria,
y su poder era de dia en dia mas formidable. Las ciudades que quedaban a los cristianos en las costas casi no
tenian defensores ; las órdenes de San Juan y del Temple habian ofrecido al sultan del Cairo una cantidad con
siderable por el lescate de sus prisioneros, pero el sultan se negaba á ot á sus embajadores y les amenazaba
con toda su cólera. Estas dos milicias, tan temidas un dia de los musulmanes, no podian defender ventajosa
mente la causa de los cristianos, y se veian obligados á esperar en la inaccion que la nobleza belicosa de Eu
ropa fuéra á reemplazar los caballeros que habian caido en poder de los infieles ó habian muerto en el campo
de batalla. El emperador de Alemania, que se daba aun el titulo de rey de Jerusalen, no hacia ningun es
fuerzo para salvarlos restos doestedébil reino, y aunque habia enviado á muchos de sus guerreros á Tole-
maidaá defender sus derechos, como no estaban estos reconocidos, la presencia de las tropas imperiales solo
sirvió para agregar á las desgracias que asolaban la Tierra Santa el azote de la discordia y de la guerra civil.
Amenazada la Palestina de una nueva invasion, tampoco tenia esperanzas de ser ausiliada por los demás
estados cristianos de oriente. Loscomanes, pueblo bárbaro salido de los confines dela Tartaria y que ejeedia
en ferocidad á las hordas del Karismo, talaban las orillas del Oronte y el principado de Antioquia; el rey de
Armenia temia á la vez la aproximacion de los tártaros y la invasion de los turcos del Asia Menor; el reino de
Chipre, victima de las facciones, acababa do ser teatro deuna guerra civil, y dobia recelar las escursiones de
los pueblos musulmanes de Siria y Egipto; y era fácil creer que en tan deplorable situacion, iba á perecer el
reino de Jerusalen y á desaparecer en oriente el último resto de la dominacion cristiana. Los francos de Pa
lestina se consolaban tan solo dirigiendo sus miradas hácia occidente, porque mas de una vez los estados cris
tianos de Siria habian debido su salvacion y aun algunos dias de gloria y prosperidad á su decaimiento y mi
seria; nunca resonaban en vano sus quejas y lamentos entre los pueblos guerreros de Europa, y su estrema
desgracia era casi siempre indicio de una nueva cruzada, cuya sola idea llenaba do terror á los infieles.
Valerano, obispo de Beiruth, fué enviado á occidente en 1244 para pedir la proteccion del papa y el au-
silio de los principes y guerreros. El soberano pontifice le prometió socorrer la Tierra Sant3, pero la Europa
yacia entonces abismada en las turbulencias; continuaba la contienda entre la santa sede y el emperador d
Alemania con un encarnizamiento que reprobaban la religion y la humanidad : Federico ejercia todo género
de violencias contra la corte de Moma y los partidarios del soberano pontifice, y este, cada vez mas irritado,
invocaba las armas de los cristianos contra su enemigo, y prometia las indulgencias de la cruzada á los que
secundasen su ira.
Los latinos establecidos en Constantinopla estaban por otra parte cercados de los mayores peligros, y el au-
silro de los fieles, el valorde algunos guerreros de occidente y una alianza con los comanes errantes por el
Asia Menor no eran bastantes á defender el imperio de Balduino espuesto á los ataques reunidos de los griegos
y los bulgarios. Los tártaros continuaban al mismo tiempo talando las orillas del Danubio; las ciudades des
truidas, las iglesias en escombros y las campiñas asoladas eran las huellas que dejaban los bárbaros; todo
el mundo, como dijimos antes, temia la terrible guerra de los mogoles, y la paz ó mas bien la inaccion en
que yacian los reyes y los principes do Europa á la vista del peligro, debia parecer mas espantosa que la
misma guerra.
En medio de este desórden y consternacion fué cuando Inocencio IV, refugiado en Lion, resolvió convocar
en esta ciudad un conciliu general para remediar los males que perseguian la cristiandad en oriente y en oc
cidente. El soberano pontifice describió en sus cartas dirigidas á los fieles la angustiosa situacion de la Iglesia
romana, y pidió á los obispos y principes que fueran á su lado para ilustrarle con sus consejos ("2).
(I) Eo la opinion de M. Dcguignes en su Historia delos hunos.
(i) Mateo Parisei casi el único historiador que da pornwnorei m h ostenso. sobro el oncilio do Lyon.
400 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
La mayor parto do los monarcas do occidente enviaron embajadores á esta asamblea, que se celebró en
1 245, en la cual delia tratarse de los intereses mas importantes del mundo cristiano. Federico, que tantos
años hacia era el objeto principal de la ira del soberano pontifice, no omitió medio alguno para alejar los rayos
que amenazaban su cabeza, y encargó su defensa en el concilio á ministros que merecian toda su confianza.
Entre los diputados del emperador de Alemania, nombra la historia á Pedro de Vignes, que habia escrito en
nombre de Federico elocuentes cartas á todos los soberanos de Europa, quejándose de la tirania de la santa
sede, y á Tadeo deSuesse á quien la carrera do las armas no le impedia dedicarse al arte do la elocuencia y
al estudio profundo de las leyes. Este último habia servido con frecuencia á su soberano con gloria en medio
de les azares de la guerra, pero no se le habia presentado nunca una ocasion de mostrar tanta firmeza, va
lor y adhesion como en la asamblea de Lion, en que la corte de Roma iba á desplegar todo su poderio y á rea
lizar todas sus amenazas.
Obedecieron á la invitacion del jefe dela Iglesia los patriarcas de Constantinopla, de Antioquia, de Aqui
lea y de Venecia; ciento cuarenta arzobispos y obispos de Francia, Italia, España, Inglaterra, Escocia é II¡-
bernia; los abades de Cluni, de Citeaux y de Clairvaux, el general de la orden de Santo Domingo, el vicario
de la órden de San Francisco y un número inmenso de abades, de doctores y principes seglares. Entre todos
los prelados, uno solo parecia atraer las miradas; era el obispo de Beiruth, cuya presencia y el dolor impreso
en su rostro recordaban todas las desgracias de la Tierra Santa. Tambien llamaba la atencion Balduino 11,
emperador de Bizancio, que por segunda vez venia a occidente a imp'orar la compasion de los fieles; y su
actitud suplicante, eu una asamblea donde debia juzgarse sobre el poder temporal de los monarcas, demos
traba á los débiles y á los poderosos en qué se convierten las grandezas de la tierra cuando el mismo Dios los
ha juzgado.
Antes de abrirse el concilio, el papa celebró una congregacion en el monasterio de San Justo donde habia
fijado su morada. El patriarca de Constantinopla manifestó el lastimoso estado de su Ig'esia, pues la herejia
habia recobrado su imperio en una gran parte de Grecia y los enemigos de los latinos llegaban hasta las
puertas de Bizancio. El obispo de Beiruth leyá una carta en la que el patriarca de Jerusalen, los barones y
los prelados de Palestina relataban los estragos de las hordas del Karismo y pintaban la herencia de Jesu
cristo como presa de los bárbaros si el occidente no tomaba las armas en su defensa. Las desgracias y peli
gros de los cristianos en oriente interesaban vivamente á los padres del concilio, y aprovechándose Tadeo do
Suesse de su emocion, anunció que el emperador su soberano participaba de su profundo. dolor y que estaba
pronto á emplear todas sus fuerzas para defender la cristiandad. Federico prometia contener la invasion de
los tártaros, restablecer en Grecia la dominacion delos latinos, ir en persona á la Tierra Santa y libertar el
reino de Jerusalen, y para que cesasen todas las divisiones restituir á la santa sede todo lo que le habia ar
rebatado y reparar sus. faltas para con la Iglesia. Tan grandes promesas causaron tanta sorpresa como ale
gria á la mayor parte de los obispos, y toda la asamblea estaba impaciente por saber cuál seria la respuesta
de Inocencio.
aFederico ha faltado hasta ahora á todos sus juramenfrs, esclamó el papa ; ¿quiénnos asegura que cum
plirá las promesas que hoy nos hace?» Tadeo respondió que el rey de Francia y el de Inglaterra consentian en
salir fiadores del emperador de Alemania. Inocencio rechazó esta garantia, y añadió que asi lo hacia por
cuanto si Federico faltaba á sus promesas, como lo pasado le autorizaba á creerlo, la sai;ta sede tendria por
enemigos á los tres principes mas poderosos de la cristiandad. El papa solo veia en las protestas del emperador
un nuevo artificio para engañar la Iglesia y desviar el hacha levantada ya y pronta á cortar las raices del ár
bol. Tadeo, que habia creido que serian aceptadas las promesas de su soberano, al monos como las de los pe
cadores en el tribunal de la misericordia, empezó á desesperar del triunfo de su causa y guirdó tristemente el
silencio.
Efectivamente, esta conferencia preparatoria anunciaba ya cuáles debian ser la continuacion y el resul
tado de las deliberaciones del concilio. El papa habia deseado medir sus fuerzas y asegurarse de las disposicio
nes de los obispos.
Pocos dias trascurrieron hasta la apertura solemne del concilio en la metrópoli de San Juan. El soberano
pontifics, revestido con la tiara y los hábitos pontificales, se colocó en un asiento elevado, teniendo á su dere
cha al emperador de Constantinopla y á su izquierda al conde de Provenza y al de Tolosa : despues de haber
LIBRO DECIMOCUARTO.— 1242-1249. 401
entonado el Veni Creator é invocado las luces del Espiritu Santo, pronunció un discurso en el que tomó por
tema los cinco dolores que le afligian, comparados con las cinco llagas del Salvador del mundo sobre la cruz-
La primera era la invasion de los tártaros, la segunda el cisma de los griegos, la tercera los estragos hechos
por el Karismo en la Tierra Santa, la cuarta la relajacion de la disciplina eclesiástica y los progresos de la
herejia, y la quinta la persecucion de Federico.
Al hablar de los azotes que asolaban la cristiandad arrancó copiosas lágrimas á su auditorio, iiero dejando
ni momento el lenguaje de la compasion y de la desesperacion para tomar el tono amenazador de la cólera,
acusó al emperador de Alemania de todas sus faltas para con la Iglesia romana, y de todos los crimenes que
podian atraer sobre su cabeza las maldiciones de su siglo y el odio de sus contemporáneos. Un profundo silen
cio reinaba en la asamblea despues de haber pronunciado el papa su discurso ; la mayor parte de los obispos
estaban persuadidos en medio de su pavor que acababa de oirse la voz del cielo para condenar á Federico, y
todas las miradas se dirigieron hacia los diputados del emperador, creyendo que ninguno de ellos se atreveria
á responder al intérprete de la cólera celeste.
Levántase de pronto Tadeo de Suesse y toma la palabra ; invoca por testigo á Dics que llega basta el fondo
de las conciencias; declara que el emperador no ha faltado á ninguna de sus promesas ni ha cesado de de
fender y servir la causa de la religion ; combate todas las acusaciones del soberano pontifice, y no teme en
alegar en su respuesta muchos motivos de queja contra la corte de Roma ; pero viendo el defensor de Federico
que no puede mover ¡os corazones con su elocueucia, pide un plazo de algunos dias para que su monar
ca pueda presentarse en persona á justificar su creencia y su conducta, esperando que la presencia del em
perador despertará en los ánimos el respeto debido á la majestad de los reyes, y le asegura el triunfo de
su causa.
El papa rechazó su peticion, añadiendo que aun no estaba dispuesto á sufrir la prision niá perecer con la
muerte de los mártires. Estas últimas palabras eran como una nueva acusacion contra Federico, de modo que
la primera sesion del concilio, dedicada esclusivamente á tan violentas discusiones, ofreció el espectáculo puco
edificante de una lucha entre el jefe de los fieles, que acusaba á un principe cristiano de perjurio, felonia, he
rejia y sacrilegio, y el ministro de un emperador que echaba en cara á la corte de Roma el haber ejercido un
despotismoodioso y haber cometido muchas iniquidades (1).
lista lucha, cuyas consecuencias debian ser tan funestas para el jefe dela Iglesia como para el del imperio,
se prolongó durante algunos dias, escandalizando indudablemente á todos los que el papa no habia unido á sus
resentimientos, y la mayor parte do los obispos debieron afligirse de verse desviados deeste modo del objeto
principal de su convocacion.
No obstante, las calamidades de los cristianos en oriente, el cautiverio de Jerusalen y los peligros de Bi-
zancio ocuparon por fin la atencion de los padres del concilio. El papa y la asamblea de los prelados decidieron
que se predicase una nueva cruzada para libertar la Tierra Santa y el imperio latino de Constantinopla ; se
renovaron todos los privilegios concedidos á los cruzados por los papas y concilios anteriores y todas las penas
lanzadas contra los que favorecieran á los piralas y á los musulmanes ; quedaban exentos de toda especie de
impuestos y cargas públicas durante tres anos los que habian tomado la cruz, incurriendo en la escomunion
si no cumplian su voto. El concilio invitó á los caballeros y á los barones á que reformasen el lujo de su mesa
y de sus adornos ; recomendó á todosjos fieles, y especialmente á los eclesiásticos, la práctica de las obras de
caridad y que se armasen con todas las austeridades de la penitencia contra los enemigos de Dios; y con ob
jeto de conseguir la proteccion del cielo por intertesion de la Virgen, el papa y los padres del concilio man
daron que se celebrase en la iglesia la octava de su Natividad.
Se habia prohibido en muchos concilios ú los caballeros cristianos las solemnidades profanas de los torneos;
el concilio de Lion renovó esta prohibicion, persuadido de que aquellas Gestas militares |xidrian desviar el áni
mo de los guerreros del piadoso pensamiento de las cruzadas, y que los gastos que ocasionaban privarian á los
mas esforzados caballeros y barones de hacer los preparativos necesarios para la peregrinacion de ultramar.
El concilio mandó que el clero pagase la vigésima parte de sus rentas, y el soberano pontifice y los cardenales
la décima, para atender á los gastos de la guerra santa ; la mitad de las rentas de todos los beneficios sin re-

.V Coleccion del padre IjM e l XI, p G'.O.


402 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
sidencia se reservó especialmente para socorrer al imperio do Constantinopla, Los decretos del concilio orde
naron que todos los que tenian mision do predicar la palabra de Dios, invitasen á los principes, á los condes,
á los barones y á las comunidades de las ciudades á contribuir con todo cuanto pudieran al éxito de la guerra
santa ; los mismos estatutos recomendaban al clero que pintasen á los fieles los sacrificios hechos á la cruzada
como el medio mas seguro de rescatar sus pecados, y que los escitasen en el tribunal de la penitencia á mul
tiplicar sus ofrendas, ó cuando menos á legaren sus testamentos algunas sumas para socorrer á los cristia
nos del oriente.
De este modo declaraba la guerra el concilio á los pueblos enemigos de los cristianos, y preparaba los me
dios de asegurar el triunfo de los soldados de Jesucristo. Causa no obstante bastante asombro que el papa no
propusiera predicar una cruzada contra los tártaros, cuya invasion habia comparado á una de las cinco lla
gas del Salvador en la cruz. Era tal el estado dedesolacion en que yacia el reino de Hungria, que ninguno do
sus obispos habia podido acudir al concilio, y nadie dejó oir su voz en favor de la desventurada nacion hún
gara. Es verdad que los tártaros, arrojados por el hambre y retrocediendo ante las calamidades que habian
sembrado en sus huellas, se alejaban de las orillas del Danubio, pero en su retirada amenazaban á los cristia
nos con su vuelta. Para precaver nuevas invasiones, no se hizo mas que invitar á los pueblos de Alemania á
abrir fosos y levantar murallas en los caminos que debian seguir las hordas de los tártaros, y estas medidas
quedebian parecer insignificantes, nos manifiestan en el dia el espiritu de imprevision y de ceguedad que do
minaba entonces en los consejos de la politica. ¿Quién no se asombraria en efecto al ver que en una asamblea
tan grave como un concilio, se invitase á la Europa á prodigar sus tesoros y sus ejércitos para libertar á
Constantinopla y á Jerusalen, en tanto que los bárbaros mas temibles estaban á sus puertas, amenazando con
la invasion su propio territorio?
Forzoso es además advertir que el mismo Federico habia pedido el ausilio de Europa contra los tártaros,
peroel papa se ocupaba menos de socorrer al imperio germánico que de arrancárselo á Federico. La historia
lamenta el celo y el ardimiento que empleó en llevar á cabo sus proyectos contra el emperador de Alemania,
esponiéndose á despertar las mas funestas pasiones, á perpetuar las discordias y á entregar el occidente á la
invasion de los bárbaros. En la segunda sesion del concilio se preparaba á aplastar la cabeza del dragon
bajo el golpe de los rayos evangélicos, cuando Tadeo de Suesse pidió segunda vez un plazo de algunos dias
para que el emperador pudiera presentarse en Lion y hablar personalmente á sus jueces, y habiéndose unido
los enviados del rey de Francia y del de Inglaterra al defensor de Federico para apoyar su peticion, el papa
consintió aunque á su pesar en diferir la realizacion de sus amenazas, y concedió un plazo de dos semanas.
Sabiendo, empero, el emperador lo que habia pasado, no se resolvió á presentarse como un suplicante ante
una asamblea convocada por el mas implacable de sus enemigos; no fué, pues, al concilio, y cuando hubo
espirado el plazo concedido, el soberano pontifice se dió prisa á aprovecharse de una ocasion tan favorable
para acusarle por su resistencia á las leyes de la Iglesia.
En el momento que la asamblea de los obispos esperaba con temor la terrible sentencia, unos embajadores
ingleses se levantaron para quejarse de los agentes de la corte de Roma, cuya ambicion y avaricia arruinaba
el reino de Inglaterra, y para decir que el clero, la nobleza y el pueblo se habian reunido para implorar la
justicia de la santa sede. Estas reclamaciones no bastaron para contener la cólera del soberano pontifice
pronta siempre á estallar : en vano Tadeo de Suesse se levantó otra vez para decir que se hallaban ausentes
un gran número de obispos, y que muchos principes no habian enviado sus embajadores al concilio, y en
vano declaró que apelaba á un concilio mas numeroso y mas solemne. Nada pudo desviar la tormenta ni re
tardar la hora de la justicia inexorable (1).
Inocencio respondió con moderacion á los diputados de Inglaterra y á los de Federico, pero tomando en
seguida el tono de un juez y de un soberano, dijo : «Sov el vicario de Jesucristo ; todo lo que yo ate en la
tierra será alado en el cielo, segun la promesa del Hijo de Dios al principe de los apóstoles; por esta razon,
despues de haber deliberado con nuestros hermanos los cardenales y con el concilio, declaro á Federico reo y
convicto de sacrilegio y herejia, de felonia y do perjurio, escomulgado y escluido del imperio; desato para
siempre de su juramento á los que le han jurado fidelidad; prohibo que se le obedezca en adelante, y (!esde

¡1 Moteo de Paris, p. «62 y 679.


LIBRO DECIMOCUARTO.— «242-1249. 403
ahora declaro escomulgado al que asi lo hiciere ; mando, por fin, á los electores que elijan otro emperador,
y me reservo el derecho de disponer del reino do Sicilia.»
Un historiador contemporaneo describe fielmente la profunda sensacion que produjo en el concilio la sen
tencia pontificia. Los enviados del emperador, dándose los anos guipes en los muslos y los otros en el pechi»
lanzaban profundos gemidos, y Tadeo deSuesse esclamó cual si hubiera llegado el juicio final : «¡Oh dia terri
ble ! ¡oh dia de cólera y calamidad!» Cuando el papa y los obispos, que llevaban cirios en la mano, los in
clinaron hácia el suelo en señal do maldicion y de anatema, todos los corazones se estremecieron de temor
como si Dios hubiera juzgado á los vivos y á los muertos. En medio del silencio que reinó en seguida en la
asamblea, el ministro de Federico pronunció en alta voz estas palabras inspiradas por la desesperacion: «Can
tad ahora la victoria, herejes, turcos y tártaros, por fin vais á reinar en el mundo.» Despues de haber en
tonado el Te Deurn y publicado la disolucion del concilio, el papa se retiró diciendo, aHe hecho mi deber;
cúmplase la voluntad de Dios (1).»
Hé aqui un resumen del concilio de Lion, tan célebre en los anales de la edad media y que ha servido con
frecuencia de pretesto á los enemigos de la religion para combatir los juicios de la Iglesia. Se ha acusado al
papa y á los obispos por haber cedido á un sentimiento de animosidad contra Federico, y no podemos menos
de-conocer que la pasion dominó escesivamente en las deliberaciones del concilio, y que una justicia que no
interesaba la fé y para la cual se invocaba el nombre de Dios, se parecia mucho á las justicias de la tierra,
pero considerar la animosidad del papa y de. los prelados reunidos como motivo y causa principal de la depo
sicion del emperador, seria juzgar imperfectamente uno de los acontecimientos mas notables de los tiempos
modernos.
Se ha repetido con frecuencia en las escuelas de teologia que la sentencia contra Federico fué obra del papa
y no del concilio , se han hecho sobre este asunto distinciones sutiles, fijándose en ciertas espresiones y en
ciertas fórmulas, sin reflexionar que para encontrarla verdad bastaba trasladarse á la época ó interrogar Ia
historia imparcial. Los concilios no estaban en guerra con los emperadores de Alemania, y la deposicion de
Federico solo debia ser la consecuencia y el último resultado de esas largas contiendas que se alzaron entre la
corte de Roma y el imperio de occidente. Un concilio, cuya existencia era pasajera, nopodia abrigar la idea
de crearse una dominacion y una jurisdiccion suprema sobre los gobiernos de los reyes; los papas, por el
contrario, no habian cesado de pretender la dominacion universal desde el pontificado de Gregorio VII ; Ino
cencio trataba de completar la obra inaugurada por sus antecesores, y creia ejercer un derecho que le perte
necia y que no hubiera querido ceder á un concilio.
Es forzoso confesar que las opiniones contemporáneas apoyaron bajo este aspecto las pretensiones de los pa
pas. Se quejaban algunos de ser juagados injustamente en el terrible tribunal de los jefes de la Iglesia, pero
no se combatia este derechode juzgar los poderes dela cristiandad y los pueblos recibian casi siempre sin
quejarse sus decisiones. No obstante, este poder enteramente de opinion no era en el fondo mas que una in .
fluencia moral cuya accion no tenia regla alguna y dependia de mil circunstancias inciertas; se trataba de
darle un carácter reconocido, formas solemnes y una marcha invariable, é Inocencio IV creia que habia lle
gado el momento de terminar la obra cuyos cimientos habia echado Gregorio VII, que era hora de convertir
en leyes positivas unas pretensiones que nadio contradecia. Inocencio quiso, pues, proclamar su soberania uni
versal en medio de la solemnidad de un concilio general, en medio del aparato amenazador delas delibera
ciones y losjuicjos de la Iglesia, como el mismo Dios proclamara un dia su poder en medio de los relámpagos
y rayos del Siuai. ¡Vanos proyectos del hombre en la tierra ! El concilio de Lion fué el principio de la deca
dencia de la dominacion espiritual y temporal deles pontifices.
En aquella época de discordias y guerras fué cuando los cardenales se pusieron por primera vez y por
mandato del papa su traje encarnado, simbolo de la persecucion y triste presagiode la sangre que iba á ver
terse [2). Federico se hallahi enTurin cuando supo su con lenaeion. Al oir esta noticia pidió su corona im
perial y esclamó con voz terrible poniéndosela en la cabeza : «Aqui está; antes que me la arranquen mis
enemigos probarán el terror do mis armas. Que tiemble ese pontifice que acabado romper todos los lazos

(f El podre Tourucly, Tratado de In Iglesia, t. II.


(i) Víase Nicolábde lui d o en la Vida de Inocencio IV, cap XXI.
404 HIST01UA DE LAS CRUZADAS.
que á él me unian y que me da permiso al fin para que en adelante solo dé oidos á mi justa colera.»
Estas palabras amenazadoras anunciaban una lucha formidable, y todos los amigos de la paz debieron
aterrarse al oirlas. La cólera que animaba al emperador y al papa se estendió al espiritu de los pueblos, y
se corrió á las armas en todas las provincias de la Alemania y de Italia. Es probab'e que en medro de la agi
tacion en que se hallaba entonces el occidente se hubieran quedado en el olvido Jerusalen y la Tierra Santa,
si un monarca poderoso y venerado no se hubiese puesto al frente de la cruzada que acababa de publicarse
en el concilio de Lion.
Luis IX, rey de Francia, habia caido peligrosamente enfermo el año anterior, en el momento mismo en
que el occidente acababa de saber las últimas desgracias de Palestina. Todos los pueblos del reino dirigian al
cielo sus oraciones pidiéndotela conservacion de su monarca; la enferme.lad, cuyos accesos se aumentaban
dedia en dia, escitóal fin la mas vivaalarma, ay llegó á tal estremo, dice Joinville, que una de las damas
que le cuidaban en su enfermedad, creyendo que habia espirado, quiso cubrirle el rostro con la sábana y
dijo que estaba muerto.» La corte, la capital y las provincias estaban abismadas en el mayor dolor; y no obs
tante, como si el cielo no fuera insensible á las oraciones y lágrimas de todo un pueblo, volvió el rey á la vi
da desde las puertas del sepulcro, y el primer uso que hizo Luis de la palabra, despues de haber visto otra
vez la luz, fué pedir la cruz y anunciar su resolucion de libertar la Tierra Santa.
Los que le rodeaban miraron su vuelta á la ? ida como un milagro obrado por la corona de espinas de Je
sucristo y por la proteccion de los apóstoles de Francia; se postraron de rodillas para dar gracias al cielo, v
en medio de su alegria, apenas prestaron atencion al voto que habia hecho Luis de partir de su reino para ir
á combatir á los infieles en oriente. Cuando el principe empezó a recobrar sus fuerzas, reiteró su juramento
y pidió de nuevo la cruz ¿eultramar. La reina Blanca su madre, los principes de su familia y el obispo de
Paris, Pedro de Auvernia, trataron entonces de apartarlo dosu designio, y le pidieron con lágrimas que es
perase su completa curacion para fijar sus ideassobre una empresa tan peligrosa. Pero Luis creia obedecer
la voluntad del cielo; habian herido su imaginacion las calamidades de la Tierra Santa; estaban siempre
presentes en su alma Jerusalen entregada al saqueo y el sepulcro de Jesucristo profanado, y en medio de los
trasportes de una fiebre ardiente habia creido oir una voz que venia de oriente y le dirigia estas palabras:
«Rey de Francia, estás viendo los ultrajes hechos á la ciudad de Jesucristo; el cielo te ha elegido para ven
garlos ( !).» Esta voz celeste resonaba aun en su oido y no le permitia oir los ruegos de la amistad ni los con
sejos de la prudencia humana; y constante en su resolucion, recibió la cruz de manos de Pedro de Auvernia
y mandó anunciar á los cristianos de Palestina, á quienes enviaba ausiliosde hombresy dinero, que cruzaria
el mar cuando hubiera reunido un ejército y restablecido la paz en su reino.
Esta noticia, que debia llevar la alegria á las colonias cristianas de oriente, esparció la consternacion en
todas las provincias de Francia. El señor de Joinville espresa vivamente el dolor de la familia real y sobre
todo la desesperacion de la reina madre, diciendo que cuando esta princesa vió á su hijo cruzado se quedó
friaé inerte cual si fuese difunta. Las últimas desgracias de Jerusalen habian arrancado lágrimas á todos los
cristianos de occidente sin inspirarles como en el siglo anterior el vivo deseo de combatir los infieles; solo se
veia en aquellas espediciones lejanas grandes peligros ó inevitables desgracias, y e\ proyecto de recobrar la
t iudad de Dios causaba mas alarma que entusiasmo.
No obstantc el soberano pontifice habia enviado á todos los estados cristianos eclesiásticos encargados de
predicarla guerra santa. El cardenal Eudo ú Odon de Chateauroux llegó á Francia con la mifion especial de
publicar y hacer ejecutar los decretos del concilio de Lion sobre la cruzada, y se predicó la santa espedicion
en todas las iglesias del reino; pero como la historia contemporánea apenas habla del efecto de estas predica-
i iones, todo nos induce á creer que los que prestaron entonces el juramento de combatir los musulmanes
se dejaron arrastrar mas por el ejemplo del rey que por la elocuencia de los oradores sagrados.
Con objeto de dar mas solemnidad á la predicacion do la cruzada y escitar el ardor fie los guerreros, Luis I X
convocó en su capital un parlamento donde se reunieron los prelados y los grandes del reino. El cardenal lo
gado renovó en él las exhortaciones dirigidas por el jefe de la Iglesia á todos los fieles : Luis IX habló después
ile Eudo de Chateauroux y delineó el cuadro de los desastres de Talestina : «Una nacion ¡tupia, dijo, ha cu

li ) Cuentase tvU vision en li cr»ui( a 'Id monge Uiclicr. n,ip X-


LIBRO DECIMOCUARTO.— 1 212-1 2i9. 405
Irado en el templo del Señor, la sangre corre como el agua en torno de Jerusalen, los servidores de Dios ban
sido muertos inhumanamente en el santuario, y sus despojos quedan privados de sepultura y abandonados
á las aves del cielo.» Despues de haberse lamentado de las desgracias de Sion, Luis IX recordó á sus barones
y caballeros el ejemplo de Luis el Joven, de Felipe Augusto; exhortó á todos los guerreros que le escuchaban
á que tomasen las armas para defender la gloria de Dios y la del nombre francés en oriente, é invocó, ya la
caridad, ya las virtudes belicosas de su auditorio, triltando de despertar en todos los corazones las inspira
ciones de la piedad y los sentimientos de la caballeria.
Es inútil decir cuál seria el efecto de las exhortaciones y de las súplicas de un rey de Francia que se dirigta
al honor y pedia el valor de sus súbditos; apenas habia acabado de hablar, cuando sus tres hermanos, Rober_
to conde de Artois, Alfonso duque de Poitiers y Carlos duque de Anjou se apresuraron á tomar la cruz; la
reina Margarita, la condesa de Artois y duquesa de Poitiers juraron acompañar á sus esposos á ultramar, y
la mayor parte de los obispos y prelados quese hallaban reunidos en la asamblea, arrastrados por el discur
so del rey y el ejemplo del cardenal legado, se alistaron sin titubear en una guerra, por lacual se despertaba
menos entusiasmo indudablemente que en el siglo anterior, pero que se llamaba aun la guerra de Dios. En-
tre los grandes vas.nllosde la corona quejuraron entonces dejar la Francia para irá combatir en Asialos mu
sulmanes, los amigos de la monarquia francesa notaron con alegria á Pedro de Dreux duque de Bretaña, á
Hugo de Lusiñan, conde de la Marche y á otros muchos señores cuya celosa ambicion habia agitado por tan
tos años al reino; y seguian sus huellas el duque do Borgoña, Hugo de Chatillon conde de San Pablo; los
condesde Dreux, de Bar, deSoisons, de Blois, de Rethel, de Monfort y de Vendome; el señor de Beaujeu, con
destable do Francia y Juan de Bcauinont, gran almirante y gran chambelan; Felipe de Courtenay,
Guyon do Flandes, Archibnldo de Borbon, el joven Raul de Coucy, Juan de Barres, Giles de Mailly, Ro
berto de Bethume y Olivero de Thermes. No habia una familia ilustre en el reino que no diese un defensor
á la religion de la cruz, y en la multitud de los nobles cruzados, la historia se complace en distinguir al cé
lebre Boileve, ó Boileaue, que fué despues preboste de los comerciantes de Paris, y el señor de Joinville, cuyo
nombre va siempre en la historia de Francia al lado del de Luis IX.
Resolviéronse en la asamblea delos prelados y barones varias medidas con objeto de conservar la paz pú
blica y coadyuvar á los preparativos de la guerra santa. Turbaban la tranquilidad de las familias una
multitud de procesos, la mayor parte de los cuales se decidian por el hierro y eran con frecuencia verdaderas
guerras; se mandó á los tribunales que terminasen todos los negocios que tenian entre manos, y en el caso
de no poder obligar á las partes á acomodarse á un fallo definitivo, se prescribió á los jueces que les hicieran
jurar una tregua de cinco años. Segun la autorizacion del papa y los derechos del concilio de Lion, se deci
dió que los eclesiásticos pagasen al rey la décima parte de sus rentas, lo cual produjo al clero un descontento
que dificilmente logró calmar Luis IX. Un decreto publicado por la autoridad real de acuerdo con el
papa ordenaba que los cruzados estarian durante tres años libres de las instancias de los acreedores
contando desde el dia de su partida á la Tierra Santa, y esta ordenanza, que causó tambien mu
chas reclamaciones , determinó á un gran númtro de barones y de caballeros á partir á la Tierra
Sania.
Luis IX se ocupaba incesantemente en llevar á cabo la ejecucion de su designio, y no omitia medio alguno
para arrastrar en pos de si á toda la nobleza de su reino; su piedad no se desdeñó tampoco en emplear por
una causa sagrada todo el imperio que los reyes ejercian por lo regular sobre los cortesanos, y se humdló
algunas veces hasta valerse de la seduccion y de la astucia, persuadido de que todo debia escusarlo la santi
dad de la cruzada. Segun una antiquisima costumbre, los reyes de Francia en las grandes solemnidades daban
á lossúbditos que se hallaban en la corte las capas ó mantos que se ponian al momento y antes do salir dei
palacio. En las antiguas cuentas, estas capas se llamaban libreas porque el soberano las daba por su mano.
Luis mandó que para la noche de Navidad se preparasen un gran número sobre las cuales hizo eclocar cru
ces en bordados de oro y seda; cuando llegó el momento, cada cual se puso la capa que le habia dado el prin
cipe, y sin apercibirse del piadoso engaño, siguió al monarca á la capilla. ¡Cuál fué su asombro cuando vie
ron á la luz de los cirios, primeramente en los que ibaná su lado y despues sobre si mismos, el signo de un
compromiso que no habian contraido ! Era tal el carácter de los caballeros franceses, que todos se creyeron
obligados á no desairar al monarca que estimaba su bravura, y todos los cortesanos, a(abado el oficio divino,
iOG HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
se pusieron á rcir á carcajadas con el diestro pescador de hombres y prcstaron el juramento de acompaña He
;d Asia (I).
,'I2ÍG) La publicacion de la guerra santa causaba en la nacion mas tristeza que ardor belicoso, y toda la
Francia se afligia dela próxima partida de su soberano. La reina Blanca y los mas sabios de los ministros
q;ic habian tratado en un principio de apartar á Luis IX de la cruzada, renovaron diferentes veces sus tenta-
tivas, y se presentaron juntos al rey con la resolucion de hacer el último esfuerzo. Presidialos el obispo de
Paris que fué el que tomó la palabra; el virtueso prelado manifestó á Luis que un voto hecho en los accesos
de la enfermedad no podia ligar de un modo irrevocable, especialmente si el interés de su reino le imponia la
obligacion de libertarse del compromiso; le demostró que era indispensable para todos los negocios la per
manencia del monarca en sus estados; que los de Poitou amenazaban con un nuevo alzamiento; que estaba
pronta á encenderse otra vez la guerra de los albigenses; quedebia temerse incesantemente la animosidad de
Inglaterra, habituada á hacer burla de los tratados, y que la guerra ocasionada por las pretensiones del
papa y del emperador abarcaba todos los estados limitrofes de Francia y que el incendio podia comunicarse a I
reino.
Muchos de los grandes, a quienes Luis habia confiado las funciones mas importantes del estado, hablaron
despues del obispo de Paris, haciendo ver al monarca que todas las instituciones fundadas por su sabiduria
iban á perecer en su ausencia; que Francia perderia con su partida el fruto de sus victorias do Saintes y de
Taille!>ourg y todas las esperanzas que le dabanlas virtudes de un gran principe.
La última que habló fué la reina Blanca. «Hijo mio, le dijo, si la Previdencia se ha servido de mi para
velarte en tu- infancia y conservarte la corona, tengo ta I vez el derecho de recordarte los deberes de un mo
narca y las obligaciones que te impone el bien del reino al frente del cual te ha puesto Dios. Pero prefiero
usar contigo de la ternura de una madre para convencerte. Ya sabes, lujo mio, que me restan pocos años
de vida y tu partida solo me deja la idea de una separacion eterna, j Dicha será si muero antes que la fama
haya traidoá occidente la noticia de algun gran desastre! lias desdeñado hasta hoy mis consejos y mis rue
gos, perosi no te inspiran compasion mis pesares, piensa al menos en los hijos que dejas en la cuna y que
necesitan tus lecciones y tu ausilio. ¿Qué será de ellos en tu ausencia ? ¿nolosatnas tanto como á los cris
tianos de oriente? Si estuvieras ahora en Asia y vinieran á decirte que tu familia abandonada es el jugueto
y la victima de las facciones, ¿dejarias acaso de acudir á defenderlos ? Pues bien, tu partida puede dar origen
á todos esos males que teme mi ternura. Quédate, pues, en Europa donde tendrás tantas ocasiones de mos
trar las virtudes de un buen rey, que es el padre de sussúbditos y el modelo y apoyo de los principes de su
casa. Si Jesucristo exige que se liberte su herencia, envia á oriente tus tesoros y tus ejércitos; Dios bendecirá
una guerra llevada á cabo por la gloria de su nombre. Pero créeme, ese Dios que me oye no manda que se
cumpla un voto contrario á los grandes designios de su providencia. No; ese Dios de misericordia no permitió
que Abraham terminase su sacrificio, ni permite que acabes el luyo y espongas una vida á la cual van en
lazados la suerte de tu familia y el bien de tu reino.»
Al decir estas palabras, la reina Blanca no pudo contener las lágrimas, y Luis vivamente conmovido se
arrojó en los brazos de su madre; pero recobrando al punto la calma de su rostro, dijo: a Amigos mios,
sabeis (pie teda la cristiandad está enterada ya de mi resolucion y hace muchos meses que se hacen por órdeu
inia los preparativos do la cruzada. He escrito á todos los reyes de Europa anunciándoles mi partida al Asia,
he dicho á los cristianos de Palestina que iba á socorrerles personalmente; yo mismo he predicado la cruza
da, y una multitud de caballeros han jurado á instancias mias seguir mi ejemplo y acompañarme á oriente.
¿Qué me proponeis ahora? ¿Que cambie mis proyectos en voz alta publicados, que no haga nada de lo que
he prometido y espera de mi la Europa y que engañe á un mismo tiempo las esperanzas de la Iglesia, de los
cristianos de Palestina y de mi fiel nobleza"? ,
«No obstanto, ya que creeis que no estaba en mi juicio cuando tomé la cruz de ultramar, tomadla, os de
vuelvo esa cruz que oscausa tanta alarma, y que segun decis, he tomado en un momento de delirio. Pero
yo que poseo completa mi razon, os la pido otra vez y os declaro que no tomaré el menor alimento hasta

(I) M.iteo Paris, p. 6SG-690-T¡Ilemont en su historia manuscrita ile Pan l.uis Huma a esta supmhcria del rey una invencion
agradable.
LIBRO DECIMOCUARTO.^ 124G-1 249. 407
que me la devolvais. Me llenan de dolor inmenso vuestras quejas y vuestros reproches, pero conoced mejor
mis deberes y los vuestros, ayudadme á buscar la verdadera gloria, ayudadme en la penosa carrera que he
emprendido y no osalarmeis por misuerte, ni por la de mi familia y de mi pueblo. El Dios que me dió la
victoria en Taillebourg confundirá los designios y conspiraciones de mis enemigos; si, el Dios que me envia
al Asia en defensa de su herencia, defenderá la de mis hijos y derramará sobre Francia sus bendiciones. ¿No
vive aun la que fué el apoyo de mi infancia y la guia de mi juventud, aquella cuya prudencia salvó al esta
llo de tantos peligros y que durante mi ausencia tendrá valor y sabiduria para combatir las facciones? De
jadme, pues, que cumpla todas las promesas que hice ante Dios y ante los hombres, y no olvideis (pie hay
obligaciones que son sagradas para mi y deben serlo para vosotros; el juramento de un cristiano y la pala
bra del rey.»
Asi habló Luis IX. La reina Blanca, el obispo de Paris y los demás consejeros del rey guardaron un reli
gioso silencio, y solo pensaron en secundar al monarca en su deseo de apresurar la ejecucion de una empre
sa que parecia inspiracion divina.
Se predicaba entonces la cruzada en todas las comarcas de Europa, pero como la mayor parte de los esta
dos de occidente estaban llenos de turbulencias, la voz delos oradores se perdió en el choque de los partidos
y en el tumulto de las armas. Cuando el obispo de Beiruth se presentó en Inglaterra pidiendo al monarca
inglés que socorriera á los cristianos de oriente, Enrique III estaba ocupado en rechazar las agresiones del
rey de Escocia y en apaciguar las turbulencias del pais de Gales. Los barones am enazaban su autoridad y no
le permitian comprometerse en una guerra lejana, y no tan solo se negó este principe á tomar la cruz, sino
que hasta prohibió que se predicara en su reino la cruzada.
Toda la Alemania ardia en la guerra entre el sacerdocio y el imperio. Inocencio, despues de haber de
puesto al emperador en el concilio de Lion, ofreció la corona imperial á cuantos tomasen las armas contra un
principe escomulgado é hicieran triunfar la causa de la santa sede. Enrique, landgra ve de Turingo, se dejó
arrastrar por las promesas dei soberano pontifice, y fuéelegido emperador por los arzobispos de Maguncia y
(le Colonia y por los duques de Austria, de Sajonia y de Brabante. Estalló entonces la guerra civil entodas
partes; inundaron la Alemania numerosos misioneros del papa, armados de la palabra evangélica contra Fe
derico, á quien apellidaban el mas terrible de los infieles; y los tesoros reunidos para los preparativos de la
guerra santa se emplearon en corromper la fidelidad, en provocar conspiraciones, en alimentar las turbu
lencias y las discordias, olvidándose en tanto la causa de Jesucristo y la libertad de Jerusalen.
No estaba menos agitada Italia que Alemania : los rayos de Roma lanzados con tanta frecuencia contra
Federico habian redoblado el furor de los güelfos y los gibelinos; todas las repúblicas de Lombardia habian
formado una liga'para combatir á los partidarios del emperador, y las amenazas y los mamfiestos del papa
no permitian que una sola ciudad permaneciese neutral ni que la paz pudiera encontrar un asilo en las co
marcas situadas entre los Alpes y Sicilia. Los misioneros de Inocencio se valiande las armas de la religion y
de las de la politica; despues de pintar al emperador como un hereje y un enemigo de la Iglesia, le repre
sentaban como un mal principe, como un tirano, y hacian brillar á los ojos de la muchedumbre los encan
tos de la libertad, móvil tan poderoso siempre sobre el ánimo de los pueblos.
El soberano pontifice envió dos legados al reino de Sicilia con cartas para el clero, la nobleza y el pueblo
de las ciudades y del campo. «Es imposible ver sin sorpresa, escribia Inocencio, que abrumados como estais
bajo el oprobio de la esclavitud y oprimidos en vuestros bienes y personas, hayais descuidado hasta el pre
sente los medies de aseguraros las dulzuras de la libertad. Muchas otras naciones os han dado ejemplo, pero
la santa sede lejos de acusaros, se limita á compadeceros, y halla acreditada vuestra escusa con el temor que
ha debido apoderarse de vuestros corazones bajo el yugo del nuevo Neron (1).» Al terminar su carta á los si
cilianos, el papa se esfuerza en convencerles de que Dios no los ha colocado en una region fértil y bajo un
cielo risueño para llevar cadenas deshonrosas, y que al sacudir el yugo del emperador de Alemania se con
formarian con las miras dela Providencia.
Federico habia arrostrado en un principio los rayos de Roma, pero quedó aterrado con la nueva guerra
que le declaraba el papa. Formáronse maquinaciones contra su vida, y luvo el dolor de encontrar entre los

(I) Raynaldi, ad anu. 124G, n.° U.


408 HISTORIA ÜE LAS CRUZADAS.
culpables á muchos do sus servidores á quienes habia colmado de beneficios. Este orgulloso monarca no pensó
desde entonces mas que en reconciliarse con la Iglesia, y se dirigió á Luis IX, á quien su prudencia y su rec
titud hacian el árbitro de los pueblos y de los soberanos. Federico prometía en sus cartas atenerse á la deci
sión del rey de Francia y de sus barones, y para interesar al piadoso monarca en pro de su causa, le ofrecia
proporcionarlo para la espedicion de oriente víveres, bajeles y cuantos socorros necesitase.
Luis se aprovechó con gusto de una ocasión tan propicia para restablecer la paz en Europa y asegurar el
triunfodela cruzada ; envió repetidas embajadas á Lion para pedir al padre de los fieles que diese oidos á su
misericordia mas bien que á su cólera ; y el mismo rey tuvo en el monasterio de Cluni largas conferencias ion
Inocencio, á quien suplicó nuevamenteque apaciguase con su clemencia las turbulencias del mundo cristiano.
La enemistad, empero, habia ido demasiado lejos para que pudiera esperarse el restablecimiento de la paz,
vanamente redobló el emperador sus instancias suplicantes, en vano prometió descender del trono y pasar
el resto do su vida en Palestina con la única condición de que recibiría la bendición del papa y lesucederia su
hijo Conrado en el imperio. Esta completa abnegación del poder, esta estraña humillación de la majestad real
no lograron enternecer á Inocencio que no creía ó fingía no creer en las promesas de Federico.
Luis IX, cuya alma era incapaz de sospechar la impostura, manifestó al papa las ventajas que la Europa,
la cristiandad y la misma corle de Roma podrían sacar del arrepentimiento y de las ofertas del emperador, y
le habló de los votos y del bien de los peregrinos. Je la gloria y de la paz de la Iglesia ; pero los discursos del
santo rey apenas fueron oidos, y su alma piadosa no pudo ver sin escandalizarse tan infiexible rigor en el
corazón del padre de los cristianos.
En tanto que el rumor de estas discordias llegaba á oriente llenando de júbilo á los infieles, los desventu
rados habitantes de Palestina se entregaban á la desesperación, al saber las turbulencias de occidente y tantos
lamentables acontecimientos que retardábanlos preparativos déla cruzada. Varios mensajeros enviados por
los cristianos de ultramar intercedieron con el soberano pontífice en favor de un príncipe de quien se espera
ban poderosos ausilios, y el patriarca de Armenia escribió á la corle de Roma pidiendo el perdón de Federi
co, en nombre de las colonias cristianas amenazadas, en nombre de la ciudad de Dios convertida en ruinas y
en nombre del sepulcro de Jesucristo profanado por la presencia y el hierro de los bárbaros. El papa no res
pondió al pal lia rea de los armenios, y parecía que habia olvidado á Jerusalen, el santo sepulcro y los cristia
nos de Siria, pues solo tenia una idea, la de hacer la guerra á Federico. Inocencio persiguió á su enemigo hasta
oriente, invitando al rey de Chipre á que se apoderase del reino de Jerusalen que pertenecía á Federico y es
cribiendo al sultán del Cairo para exhortarle ;i que rompiese su alianza con el emperador de Alemania (1).
Es indudable que el sultán del Cairo recibiría con tanto alborozo como sorpresa un mensaje que le anun
ciaba las divisiones de los príncipes cristianos, pero respondió al papa con amargura llena de desprecio, y
cuanto mas se le apremiaba á que faltase á sus tratados hechos con Federico; tanta mayor fidelidad afectaba,
esperando sacar mayor ventaja contra la Iglesia cristiana.
(1247) Lleno de desesperación el emperador de Alemania justificó entonces en cierto modo con su conducta
los procedimientos mas rigurosos de la corle de Roma. No podía perdonar á Luís IX el haber permanecido
neutral en la contienda que agitaba toda la cristiandad, y si ha de darse crédito al historiador árabe Yafey (2),
envió secretamente un embajador al Asia para avisar á los príncipes musulmanes de la espedicion del rey de
Francia. Y dejando repentinamente el tono de sumisión para con el papa, resolvió no emplear mas que la
fuerza y la violencia, formó el proyecto de marchar contra Lion con un ejército, y la Francia y la Italia oye.
ron durante algunos dias los rumores de estos preparativos y amenazas.
En tan deplorable lucha Inocencio estaba creido de que defendía la gloria de la Iglesia, y esta persuasión
duba á su carácter personal una energía de que presenta pocos ejemplos la historia de los principes. Vencido,
no se dejaba abatir por los desastres; vencedor, no se dejaba doblegar por las súplicas. El emperador tenía
que luchar con las opiniones dominantes de que él mismo no podía libertarse, y vagaba sin cesar entre el
abatimiento y la presunción ; bramaban continuamente sobre su cabeza los rayos de la santa sede ; las mal
diciones de Roma caian sobre todas las ciudades y provincias que le eran fieles, y los pueblos se cansaban de

(1) Alberto de Sladc M ilco Paris-Itaynaldi. aun. 1216, n.° 51


[i) MakrÍM cuei/a lamlven el misino hecho.
LIBRO DECIMOCUARTO- 1247-í 249. 409
defender una causa que los separaba en cierto modo de la comunión de los cristianos. Federico veia acrecen
tarse de dia en dia el número y la fuerza de sus enemigos ; los desastres sufridos en Alemania y en Italia le
hacian temer que la fortuna abandonase sus armas, y después de haber amenazado al soberano pontífice, el
desgraciado príncipe volvió á caer repentinamente en su primer terror, y sus mas humildes súplicas no costa
ron ningún sacrificio á su alma consternada. Pero eran tales el carácter de Inocencio y su confianza en el
triunfo de su causa, que temia menos las hostilidades y arrebatos de Federico que sus protestas de sumisión y
arrepentimiento ; los ruegos del emperador y las súplicas de los príncipes y de los reyes por un poder que
quería humillar, importunaban á Inocencio ; acusaban á los ojos de la cristiandad la obstinación de su ne
gativa, y no hacian mas queembarazarle en la ejecución de sus designios. Cuanto mas se humillaba Fede
rico implorando su compasión, mas pronto creia llegar al fin de su empresa, y la esperanza de completarla
ruina de su enemigo le hacia mas implacable.
El medio mas terrible que tenia el soberano pontífice para combatir su temible adversario, era la fuerza y
poder de sus palabras y el antiguo ascendiente de la Iglesia sobre el ánimo de los pueblos; pero el modo con
que empleaba estas armas debilitó la influencia moral de la corte de Roma, y dió origen al espíritu de opo
sición entre las naciones cristianas. Colonia, Ratisbona y otras muchas ciudades de Alemania sealzaron con
tra las decisiones déla santa sede, muchos habitantes de Suavia negaron la autoridad del jefe de la Iglesia y
el fanatismo de la herejía se añadió á los furores de la guerra civil.
lnglalera, cuyos ruegos habia rechazado el papa en el concilio de Lion, empezó á hablar y á quejarse corno
la burra de Balaam abrumada por los golpes; en varias asambleas celebradas en/Londres (1) en presencia
de Enrique III, los barones y los prelados se alzaron con vehemencia contra los italianos, cuyos privilegios
eran enormes y que sacaban del reino cantidades mas considerables que las que se recaudaban en nombre de
la corona. Los comisarios de la santa sede arruinaban en la misma época las provincias de Francia, recor
riendo las ciudades y Us campiñas, haciendo vender los muebles de los curas y de los capellanes de los seño
res, pidiendo á las fábricas y á las comunidades religiosas, ora la vigésima parle de sus rentas para la cruea-
da de Constantinopla, ora la décima para la de Palestina, ora en Gn una contribución para sostener la guerra
contra el emperador. Oíanse en todas partes vivas reclamaciones, y Luis IX se vió en la precisión de prohi
bir á los comisarios del papa que recaudasen tributos en su reino y continuasen sus predicaciones.
Federico no habia omitido por su parte el hacer oir en los consejos de los príncipes sus quejas contra el de
rogue no toleraban, según decia, que el Jordán manase mas que para ellos. Y no solameBte se habia dirigido
el emperador á los príncipes, sino también á los señores y á los barones de todos los reinos ; ni perdonaba en
sus cartas á los cardenales y á los obispos, que se habian hecho tan poderosos con laslimosnas, los diezmos y
el respeto déla nobleza y el pueblo; recordaba la época de la primitiva Iglesia en que los ministros de Jesu
cristo asombraban al mundo con los milagros y no con sus riquezas, y sometían los pueblos y los reyes, no
con las armas sino con la santidad de su vida. Estos discursos hicieron tan profunda impresión en el ánimo do
la nobleza francesa, que muchos señores como los condes de Angulema , de Blois y de San Pablo, se pusieron
h la cabeza de una liga contra la preponderancia eclesiástica. Esta tentativa de la nobleza despertó la solicitud
del soberano pontífice que amenazó con la escomunion á los señores franceses y con privar á sus familias de los
beneficios de la Iglesia. Secundó indudablemente á Inocencio en esta empresa la prudencia conciliadora de
Luis IX ; muchos de los señores que habian jurado armarse contra el papa y el clero, so comprometieron á
seguir al rey de Francia á oriente, y el rumor de esta liga amenazadora se apagó entre el movimiento general
<Je la cruzada.
Luis IX se ocupaba sin cesar en los preparativos de su partida. No sabiéndose otro camino que el del mar
para ir á oriente y careciendoel reino de Francia de puertos en el Mediterráneo, San Luis hizo la adquisición
del territorio de Aguas Muertas en Provenza, y mandó limpiar el puerto que estaba obstruido por la arena y
edificar en la orilla una ciudad capaz de albergar á los peregrinos.
Ocupóse al mismo tiempo el monarca en recoger provisiones para el ejército, y hacer preparar almacenes
en la isla de Chipre dondedebia desembarcar. Teobaldo conde de Rar y el señor de Reaujeu, que habian ido
á Italia por órden de Luis, encontraron todo lo necesario para proveer á un ejército, ya en la república de

(I) Mateo de París y Mateo de Westumter-Rtmor, colección diplomática, l. i.


(i6 y i-Jj 52
410 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Venecia, ya en las ricas provincias de la Pulla y de Sicilia, donde les habian precedido las órdenes y reco
mendaciones del emperador Federico.
Habia llegado ya hasta Siria el rumor de estos preparativos, y los autores contemporáneos cuentan que las
potencias musulmanas quedaron aterradas y no se ocuparon mas que en fortificar sus ciudades y fronteras
contra la próxima invasion de los francos. Los rumores populares que circulaban entonces y que la historia
se ha dignado recoger, acusaron á los musulmanes de haberse valido de medios pérfidos y odiosos ardides para
vengarse de los pueblos cristianos y hacer frustrar sus empresas. Se aseguró públicamente que amenazaban
la vida de Luis IX los emisarios del Viejo de la Montaña (1) ; se repetia en las ciudades, y la "multitud le daba
entero crédito, que estaba envenenada la pimienta procedente de ultramar, y el grave historiador Mateo Paris
no titubea en afirmar que murieron muchisimas personas antes que se descubriera tan horrible traicion. lis
posible creer que la politeia de la época inventaria tan groseras mentiras para hacer nias odiosos los enemigos
que iban á combatir y para que la indignacion enardeciera el valor delos guerreros. Tambien es natural pen
sar que semejantes rumores tenian su origen en la ignorancia de les pueblos y que los acreditaba la opinion
que se formaba entonces de las costumbres y del carácter de las naciones infieles.
Tres años habian trascurrido desde que el rey de Francia tomara la cruz. Convocó en Paris un nuevo par
lamento en el cual fijó por fin la partida de la santa espedicion para el mes de junio del año siguiente. Los
barones y los prelados renovaronlas promesas de combatir á los infieles y se comprometieron á partir en la
época designada bajo pena de incurrir en las censuras eclesiásticas. Luis se aprovechó del momento en que
los grandes del reino estaban reunidos en nombre de la religion, para exigirles que prestasen juramento de
fé y homenaje á sus hijos, y para hacerles jurar (estas son las palabras de Joinville) que serian leales á su
familia en el caso de sucederle alguna cosa en el viaje de idtramar.
(1248) El papa dirigió entonces á la nobleza y al pueblo de Francia una carta fechada en Lion en la cual
celebraba en léminos solemnes la bravura guerrera de la nacion francesa y las virtudes de su piadoso mo
narca. El soberano pontifice daba su bendicion á los cruzados franceses y amenazaba con los rayos de la
Iglesia á los que diferieran su partida despues de haber hecho el voto de peregrinacion. Luis IX, que habia
influido para que el papa hiciera esta amonestacion, vió acudir á toda la nobleza francesa bajo sus banderas;
muchos señores cuya ambicion habia reprimido, eran los primeros en dar el ejemplo, temerosos de desper
tar antiguas desconfianzas y de incurrir en nuevos disfavores, y arrebatados otros por el espiritu comun á
los cruzados, se declaraban con ardor los campeones de la cruz con la esperanza de alcanzar, no las recom
pensas de 1 cielo, sino las de la tierra .
El carácter de Luis IX inspiraba la mayor confianza á todos los guerreros cristianos, a Si Dios ha permitido
hasta ahora, decian, que las santas espediciones fueran solo una larga serie de desastres y calamidades, es
porque la imprudencia delos jefes ha comprometido la salvacion de los ejércitos cristianos y porque la licencia
de las costumbres y la discordia han reinado siempre entre los defensores de la cruz; pero ¿qué desgracias
deben temerse bajo la direccion de un principe á quien parece haber inspirado el cielo su propia prudencia,
que acaba de ahogar con su firmeza toda especie de division en su reino y que pronto demostrará en oriente
el ejemplo de todas las virtudes?
Muchos señores de Inglaterra, entre loscualesse distinguian los condes deSalisbury y de Leicester, resolvie
ron acompañar al rey de Francia y participar de los peligros y trabajos de la cruzada. El conde deSalisbury,
nieto de la hermosa Rosamanda, y cuyas hazañas le habian conquistado el renombre de larga espada, aca
baba de perder sus bienes por decreto de Enrique lll, y para ponerse en estado de hacer los preparativos
necesarios á su viaje, se dirigió al papa y le dijo : «Por miserable que sea, vengo á hacer voto de ir en pe
regrinacion á la Tierra Santa; si el principe Ricardo, hermano del rey de Inglaterra, ha conseguido sin to
mar la cruz el privilegio de disfrutar un derecho sobre los que la quieren dejar, he creido que podia alcanzar
tambien igual gracia no teniendo mas recursos que la caridad de los fieles.» Este discurso que nos revela un
hecho bastante curioso, hizo sonreir al soberano pontifice; el conde de Salisbury obtuvo la gracia que pedia,
y se puso en el caso de partir á oriente. El conde de Leicester renunció ála peregrinacion.
Las predicaciones de la guerra no tuvieron efecto alguno en Italia y en Alemania, pero alcanzaron buenos

( 1 ) Las cronicas que cuentan este hecho lo fijan en los años anteriores a la cruzada .
LIBRO DECIMOCUARTO.— 1 248-1 249. 41 1
resultados eu las provincias de Frisia y Holanda y en algunos reinos del norte. Hacon, cuyas pretensiones
al trono de Noruega acababa de apoyar el papa, tomó entonces la cruz de ultramar y prometió partirá
oriente. Los noruegos se habian distinguido en muchas ocasiones en las cruzadas; Hacon escribió á Luis IX
anunciándole su próxima partida, despues de haber hecho los preparativos de su espedicion, y le pidió permi
so para desembarcar en las costas de Francia y proveerse alli de los viveres necesarios para su espedicion.
Luis, en una contestacion afectuesa, ofreció al principe noruego partir con él el mando dela cruzada, y Mateo
Paris, que fué el encargado de llevar el mensaje de Luis IX, nos dice en su historia que el rey de Noruega
rechazó la oferta generosa del rey de Francia, persuadido de que no podria subsistir mucho tiempo la armo
nia entre noruegos y franceses, siendo los primeros de carácter impetueso, inquieto y celoso, y los segundos
llenos de orgullo y altaneria.
Despues de esta respuesta, Hacon no pensó mas en embarcarse y permaneció en su reino sin que la his
toria haya po lalo averiguar el motivo de su conducta. Debe creerse que este principe, á ejemplo de otros
monarcas cristianos, se habia valido de la cruzada para ocultar los designios de su politica; recaudando la
tercera parte de las rentas del clero habia amontonado tesoros que emplearia en robustecer su poderio, y
el ejército que acababa de levantar en nombre de Jesucristo serviria su ambicion en Europa con mas utili
dad que en las llanurasdel Asia. El papa, de quien habia recibido el titulode rey, le exhortó en un prin
cipio ;i tomar el signo de los cruzados, y todo nos induce á creer que le aconsejó óal menos le permitió des
pues ayudarle en occidente, esperando formar con él un rival ó un enemigo mas del emperador de Alemania.
Es cierto, no obstante, que el soberano pontifice no debió tomar entonces mucho interés por la libertad de
Jerusalen, hallándose en lucRa con los inmensos peligros en que se habia lanzado, obligado á sostener un em
perador de su eleccion, que no tenia soldados ni dinero, y careciendo él mismo de tesoros y ejércitos para de
fender su causa amenazada. Puede inferirse esto aserto de la facilidad con que desalaba de su voto á todos los
que habian jurado combatir álos infieles, y aun llegó al estremo de prohibir á los cruzados de Holanda y del
pais de Liejaque se embarcaran para oriente. En vano Luis IX le hizo bajo este concepto las mas vivas re
presentaciones, que no escuchó Inocencio; pues era tal la pasion que le animaba, xpie juzgaba mas ventajoso
conceder dispensas para el viaje de Siria, porque poruna parte estas dispensas, compradas á peso de oro,
contribuian á auraentarsu tesoro, y por otra parte dejaban en Europa soldados que podia armar contra los
enemigos de la corte de Roma.
De modo que Francia era el único pais donde se preparaba formalmente la cruzada. La piedad y el celo de
Luis IX reanimaron á todos los que habia entibiado la indiferencia del papa, y el carino que los franceses
profesaban á su rey reemplazó el entusiasmo religioso y fué bastante para allanar todos los obstáculos. Las
ciudades cuyas franquicias habia protegido el monarca, se apresuraron á enviarle cantidades considerables;
los arrendadores de los dominios reales, que eran entonces inmensos, le adelantaron las rentas do un año,
los mismos ricos vertian el fruto de sus ahorros en las arcas reales; la pobreza llevaba sus donativos á los
cepillos delas iglesias; no se estendia entonces en todo el reino ningun testamento que no incluyera algun le
gado para los gastos de la santa espedicion (1 ) , y el clero no se contentó con dirigir al cielo sus oraciones por
la cruzada, pues pagó la décima parte de sus rentas para el mantenimiento de los soldados de la cruz.
Los barones, los señores y los principes que hacian la guerra á sus espensas impusieron tributos á sus va
sallos, y encontraron como el rey de Francia el dinero necesario para atender á los gastos de su viaje en las
rentas de sus dominios y en la piadosa generosidad de las aldeas y ciudades. Muchos empeñaron sus tierras
como en las cruzadas anteriores, vendieron sus muebles y se arruinaron para sostener sus soldados y caba
lleros, olvidando á sus familias, olvidándose de si propios en los tristes preparativos de la partida y pare
ciendo no pensar en su vuelta. Muchos se preparaban para el viaje á ultramar como para un destierro ó la-
muerto; los cruzados mas devotos, y que solo iban á oriente á buscar unsepulcro, se ocupaban especialmente
en aparecer delante de Dios en estado de gracia, expiaban sus pecados con la penitencia, perdonaban las
ofensas, reparaban el mal que habian hecho, disponian desus bienes, los daban á los pobres ó los repartia la
entre los herederos naturales (2).

(1) So encuentra en la Biblioteca del rey, vol. 9121 , p. 96, cartas en que se esptican estos donativos.
(2) Mateo Paris.
412 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Esta disposicion dalos ánimos era provechosa á la humanidad y á la justicia, daha á los hombres de bien
sentimientos generosos y a los malos remordimientos que se parecian á la virtud. En medio de las guerras
civiles y de la anarquia feudal, una turba de malvados se habian enriquecido con la concusion, la rapiña y
el latrocinio; la religion les inspiró entonces un arrepentimiento saludable, y aquella época de penitencia se
señaló por un gran námero de restituciones que hicieron olvidar momentáneamente los triunfos de la iniqui
dad. El famoso conde de la Marche dió el ejemplo; sus conspiraciones, sus rebeliones y sus empresas injustas
habian agitado con frecuencia el reino y arruinado muchas familias; pero trató de expiar sus faltas, y para
apaciguar la jusia cólera de Dios, ordenó en su testamento que se restituyeran cuantos bienes ha bia ad
quirido por la injusticia ó la violencia. El señor de Joinville nos dice ingenuamente en su historia que su
conciencia no le acusaba de ninguna falta grave, pero que no obstante reunió sus vasallos y vecinos para
ofrecerles la reparacion de los daños que podia haberles hecho sin saberlo. « Hiceesto, añade, porque no que
ria llevarme un solo dinero injustamente, de modo que empeñó á mis amigos una gran parte de mis tierras,
y no me quedaron masque 1200 libras de renta, porque vivia aun mi señora madre que poseia muchas co
sas en dote.»
En aquellos dias consagrados al arrepentimiento se fundaron monasterios y se prodigaron tesoros á las
iglesias. «El medio mas seguro de no perecer como los impios, decia Luis IX, es amar y enriquecer el lugar
donde reside la gloria del Señor.» La devocion de los cruzados no olvidaba tampoco á los pobres y a los en
fermos; sus numerosas ofrendas dotaban los claustros, asilo de la miseria, los hospicios destinados á albergar
los peregrinos, y sobretodo los establecimientos de leprosos que habia en todas las provincias, moradas lú
gubres donde gemian las victimas delos viajes de oriente.
Luis IX se distinguió por sus liberalidades para con los monasterios y las iglesias, pero lo que especialmen
te debió atraerlo las bendiciones de los pueblos fué el esmero que tuvo en reparar todas las injusticias come
tidas en la administracion del reino. El santo monarca sabia que los reyes son imágenes de D.os en la tierra,
porque la justicia está sentada con ellos en el trono. Creó oficinas de restitucion en los dominios reales,
encargadas de reparar todos los daños que podian haber cometido los agentes ó arrendatarios del rey, y en la
mayor parte de las ciudades se nombraron dos comisionados, uno eclesiástico y otro lego, para oir y juzgar
las quejas contra sus ministros y sus empleados. ¡ Noble ejercicio de la autoridad suprema, que no busca
¡no desgracias que reparar, que escucha las quejas del pobre, alienta al débil y se sujeta al tribunal de las le
yes! No estaba satisfecho Luis por haber establecido reglamentos para la justicia, pues todo su afan estriba
ba en su ejecucion. Numerosos predicadores anunciaban en los templos las intenciones del rey, y comosi hubiera
debido ser responsable ante Dios de todos los fallos que iban á darse en su nombre, el monarca envió secre
tamente santos eclesiásticos y buenos religiosos para tomar nuevos informes y saber por fieles conductos si
los jueces que creia hombres de bien no estaban tambien corrompidos. La historia de aquella época remota
no presenta un espectáculo tan interesante como el de una justicia tan completamente regia; tan bello ejem
plo dado á los principes de la tierra debia atraer las bendiciones del cielo sobre las armas de San Luis, y
cuando se recuerdan las deplorables consecuencias de aquella cruzada, se participa del asombro de las cró
nicas de las antiguas épocas al ver que tantas calamidades fueran el premio de una virtud tan elevada.
Loscruzados competian en tanto en celo y actividad para los preparativos dela guerra santa : todas las pro
vincias de Francia parecian armarse en masa, y la poblacion de las ciudades y de las campiñas no tenia mas
que un pensamiento, el de la cruzada. Los grandes vasallos reunian sus caballeros y soldados, los señores y
los barones se visitaban mutuamente ó se enviaban diputados para fijar el dia de su partida, y los parientes
y los amigos se comprometian á reunir sus banderas y á hacer comunes el dinero, la gloria y los peligros. Las
prácticas de religion se mezclaban con los aprestos militares ; veianse guerreros, quitándose la coraza y la es
pada, marchar con los piés descalzos y en camisa á visitar monasterios y las iglesias cuyas reliquias atraian el
concurso de los fieles; hacianse procesiones en todas las parroquias; todos los oruzados iban al pié de los al
tares á recibir de manos del clero los simbolos de la peregrinacion ; en todas las iglesias se hacian rogativas
para impetrar el buen éxito de la espedicion ; en el seno de las familias se vertian lágrimas de despedida, y
la mayor parte de los peregrinos, al recibir el adios desus amigos y parientes, parecian sentir mas que nunca
el valor de los bienes que iban á dejar.
El historiador de San Lu¡3 nos dico que despues de haber visitado á Blanchicourt y San Urbano, donde ha
*
LIBRO DECIMOCUARTO.— 1218-1249. 413
bia depositadas muchas santas reliquias, «no quiso volver los ojos hácia Joinville, para que el corazón no se
enterneciera contemplando el hermoso castillo donde dejaba sus dos hijos. » Les jefes de la cruzada arrastra
ban en pos toda la juventud belicosa, y en muchas comarcas no dejaban mas que una población débil y desar
mada; muchos castillos y fortalezas abandonadas iban á caer en escombros, muchas familias á quedar sin
apoyo y muchas tierras á trocarse en desiertos. El pueblo debió echar de menos los señores cuya autoridad
se apoyaba en bjneficios y queá imitación de san Luis buscaban la verdad y la justicia, protegían la debi
lidad y la inocencia, pero no faltaba quien los veia partir con alborozo, y mas de una aldea se alegró de ver
despoblado el castillo de donde procelian tolas las miserias déla servidumbre.
Era un espectáculo muy tierno ver las familias de los artesanos y los pobres aldeanos cual conducían es
pontáneamente sus hijos a los barones y caballeros, diciéndoles : «Sed sus padres y velad por ellos en medio
de los peligros de la guerra y del mar. » Los barones y los caballeros prometían volver con sus soldados á oc
cidente ó perecer con ellos en los combates ; la opinión del pueblo, de la nobleza y del clero legaba de ante
mano á la cólera do Dios y al desprecio délos hombres á cuantos fallasen á su promesa.
La calma mas profunda reinaba en Francia en medio de estos preparativos : les judíos habian sufrido en
las cruzadas anteriores la violencia de la multitud; pero la protección del papa y la prudente firmeza de
san Luis hicieron respetar á los judíos que eran depositarios de inmensas riquezas y que no desperdiciaban
ninguna ocasión de enriquecerse. No se admitían bajo las banderas de la cruz los vagos y los aventureros;
á petición de Luis IX, el papa prohibió que tomasen las armas por la causa de Jesucristo á todos los que hu
biesen cometido grandes crímenes. Estas precauciones, que se habian omitido en las primeras guerras san
tas, debian asegurar el sosten del órden y de la disciplina tan descuidadas por las tropas cristianas; entre los
que se presentaban para ir al Asia á combatir á los infieles, se admitía con preferencia á los artesanos y la
bradores, circunstancia notable (I) que prueba claramente que las miras de una sabia política se mezclaban
á los sentimientos de la devoción, y que al ocuparse de la libertad de JerusaleD, se concebia la esperanza de
fundar colonias útiles en ultramar.
Luis IX se dirigió á la abadía de San Dionisio el dia que había indicado en compañía de sus hermanos el
duque de Anjou y el conde de Artois, y después de haber implorado el apoyo de los apóstoles de Francia, re
cibió de manos del legado los símbolos de la peregrinación y la noble oriflama que habían lenarbolado ya dos
veces en oriente sus antecesores.
Luis regresó en seguida á París y oyó misa en la iglesia do Nuestra Señora ; el mismo dia salió de su capital
para no volver á entrar hasta su vuelta de Tierra Santa. El clero y el pueblo, bañados en lágrimas y ento
nando salmos, le acompañaron hasta la abadía de San Autonío, y montó á caballo para ir á Corbeil donde
debian reunirse con la reina Blanca y la reina Margarita.
El rey dedicó aun dos dias á los negocios del reino y conGó la regencia ásu madre, cuya Grmeza y pruden
cia habían defendido y salvado la corona durante las turbulencias de su minoría. El ver que Luis IX dejab-
sus estados en una paz profunda, justificaba y escusa ba en parte su piadosa obstinación; habia renovado h
tregua hecha con el rey de Inglaterra, y la Alemania y la Italia, ocupadas en sus intestinas discordias, no po
dían inspirar á Francia ningún motivo de alarma. Luis, después de haber tomado todas las medidas para
ahogar el espíritu de rebelión, arrastraba consigo á la Tierra Santa ála mayor parte de los grandes que ha
bían agitado el reino. Acababa de incorporarse á la corona el condado de Macón, vendido por diez mil libras
tornesas; la Normandía se salvaba del yugo do los ingleses, y formaban parte de la herencia de la familia
real los condados de Tolosa y de Provenza , con el oasamienlo de los condes de Anjou y de Poiliers. Desdo que
el rey tomó la cruz, no habia cesado de hacer los mayores esfuerzos para conservar las nuevas conquistas do
Francia, para apaciguar las quejas do los pueblos y quitar todos los pretestos de guerras estranjerasy civiles.
El espíritu de justicia que so advierte en todas sus instituciones, el recuerdo de sus virtudes, que se admiraba
aun mas en medio del desconsuelo general causado por su partida, y la religión que hacia florecer con su
ejemplo, eran bastantes para conservar el órden y la pazduranto su ausencia.
Luego que Luis depositó en otras manos la administración de su reino, se entregó enteramente á los ejer
cicios de devoción, y ya no se vió en él mas que el mas modesto de los cristianos. El traje y los atributos de

(l{ El historiador Mezerai nota esta circunstancia.


*I V HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
los peregrinos formaron desde entonces todo el adorno de un poderoso monarca , no se vieron en su cuerpo ¡as
deslumbradoras telas ni las preciosas pieles, y hasta sus armas y los arneses de sus caballos tan solo despedian
el brillo del hierro y del acero. «Fué lan poderoso su ejemplo, dice Joinville, que en el camino de ultramar
no se veia ninguna cota bordada, ni la del rey, ni la de ningun otro.» Al mismo liempoque Luis IX reformaba
la suntuesidad de su vestido y armas, hacia distribuir á los pobres el dinero que acostumbraba dedicar á los
objetos de lujo, de modo que la magnificencia real tan solo se manifestaba en las obras de caridad.
La reina Blanca le acompañó hasta Cluni, y como estaba en la persuasion de que no volveria á ver á su
hijo mas que en el cielo, no pudo separarse de sus brazos sin derramar un torrente de lágrimas. Cuando
Luis IX pasó por Lion, vió al papa y le suplicó por la tercera vez que escuchase favorablemente á Federico,
á quien habian humillado los desastres y que pedia su perdon. El alma piadosa del rey se asombró do hallar
aun inexorable al pontifice (1) á pesar de haberle hecho ver los inmensos iuteresesde la cruzada y de haberle
hablado en nombre do los numerosos peregrinos que lo abandonaban todo por la causa de Jesucristo. Solo
pensó ya desde entonces en continuar sin demora su viajo.
Inocencio le prometió proteger el reino contra el hereje Federico y contra el rey de Inglaterra, á quien lla
maba aun su vasallo. l£l soberano pontifice vió partir sin pesará un monarca venerado cuyas súplicas im
portunas y consejos Henos -de moderacion temia, y no titubeó en hacer la promesa de defender la indepen
dencia y la paz del reino, pues presagiaba que las mismas turbulencias que oscitaba en los demás estados su
politica, serian causa de que Francia permaneciese tranquila durante la cruzada.
La escuadra que esperaba á Luis IX en Aguas Muertas se componia de ciento veinte y ocho naves, sin con
tar las que debian trasportar los caballos y los viveres. El rey se embarcó acompañado de sus hermanos Car
los, duque de Anjou, y Roberto, conde de Artois, y do la reina Hagarita que temia nias quedarse con la reina
madre que vivir lejos de su esposo. Alfonso, conde do Poiticrs, aplazó su partida para el año siguiente, y
volvió á Paris para ausiliar á la regenta con sus consejos y autoridad. Cuando se hubo embarcado todo el ejér
cito de los cruzados y se dió la señal de partir, los espedicionarios, segun costumbre establecida en los viajes
maritimos, cantaron á coro el Veni Creator y la escuadra so dió á la vela (2).
La Francia earecia de marina; los marineros y pilotos eran casi todos catalanes ó italianos y dos genoveses
desempeñaban las funciones de almirantes. La mayor parte de los barones y caballeros no habian visto c
mar, invocaban todos los santos del paraiso y encomendaban su alma á Dios. El buen Joinville no disimula
su terror y no puedo menos de confesar que es bien loco(¡uien se espone á tal peligro teniendo algun pecado
sobre su alma, porque uno se duerme por la noche sin saber si á la mañana siguiente se encontrará en el fondo
del mar.
Luis IX se embarcó en Aguas Muertas el dia 2 o de agosto y llegó á Chipre el 21 de setiembre. Enrique,
nieto de Guido de Lusignan, que habia alcanzado el reino de Chipre en la tercera cruzada, recibió al rey de
Francia en Limillo y le acompañó hasta su capital Nicosia en medio de las aclamaciones del pueblo, de la no
bleza y del clero.
Poco tiempo despues de la llegada do los cruzados se decidió en un consejo que las primeras hostilidades se
dirigieran contra Egipto. No intimidaron al rey de Francia ni á sus barones los desastres sufridos en las guer
ras anteriores sobre las orillas del Nilo, y hasta es probable que Luis IX habia formado el designio, antes de
salir de su reino, de llevar la guerra á la comarca de donde procedian todas las riquezas y la fuerza de los
musulmanes. El rey de Chipre, que acababa de recibir del papa el titulo de rey de Jerusalen, aplaudia esla
determinacion que le daba la esperanza de verse libre de su mas formidable vecino y del mas cruel enemigo
de las colonias cristianas de Siria. Este principe hacia predicar entonces una cruzada en su reino para po
nerse en estado de acompañar á los cruzados franceses y participar útilmente de sus conquistas, y propuso al
rey de Francia y á los barones que esperasen, antes de continuar su espedicion, á que hubiera terminado
sus preparativos. «Los señores y los prelados de Chipre, dice Guillermo de Nangis, tomaron la cruz y se pre
sentaron al rey Luis para decirle que le acompañarian á todas partes cuando pasara el invierno.» Pero mos
trándose poco dispuestos á retardar su marcha Luis IX y los principales señores franceses, se valieron de pro-

(II Hi>t edesiast. de Floury, lib. LXXXIII, siguiendo n Maleo Taris.


2) El abad de Clioity, Vida *, san Luis, lib. II, p. 1;<«
LIBRO DECIMOCUARTO —1248-1249. 415
testas de amistad, de halagos y de súplicas; todos los diasse celebraban fiestas en las que la nobleza y los
grandes del reino desplegaban la magnificencia de las cortes orientales , el aspecto encantador de la isla, un
pais fértil en toda especie de producciones, y especialmente el vino de Chipre, que Salomon no se babia des-
deñadode celebrar, secundaron poderosamente las instancias y las seducciones de la corte de Nicesia. Se de
cidió, pues, que el ejército cristiano no partiria hasta la primavera siguiente.
Pronto advirtieron el error que habian cometido : en medio de la abundancia eseesiva que reinaba en su
campo, los cruzados se entregaron á la intemperancia; la virt ud de los peregrinos se esponia todos los dias á
nuevas pruebas en un pais donde las fábulas paganas ha hian colocado los altares de la voluptuesidad; el
prolongado ocio relajó la disciplina, y para colmo de desgracia, una enfermedad pestilencial hizo horribles
estragos entre los defensores de la cruz. Durante esta calamidad los peregrinos tuvieron que lamentarla
muerte de masde doscientos cincuenta caballeros; las crónicas contemporáneas citan, entre los señores y los
prelados que sucumbieron, á los condes de Dreux y de Vendome, al obispo de Beauvais Roberto y al valiente
Guillermo de Barres, y pereció tambien el último vástago de la raza de los Archa mbaldos de Borbon, cuyo
condado fué despues herencia de los hijos de San Luis y dió á la familia real de Francia un apellido ilustro
en los anales de la historia.
Un gran número de barones y caballeros carecian de dinero para mantener á sus soldados; Luis IX les
abrió su tesoro, y el señor de Joinville, á quien no quedaban mas que doscientas cuarenta libras tornesns
de oro, recibió del monarca ochocientas, cantidad entonces muy considerable. Muchos señores se quejaban
de haber vendido sus tierras y haberse arruinado por la cruzada, pero la liberalidad de Luis no era bastan
te para acallar estas quejas, y la mayor parte de los que tenian banderas no podian sufrir por mas tiempo el
reposo y ardian en deseos de partirá las costas de Siria ó de Egipto, esperando hacer pagar á los musulma
nes los gastos de la guerra. Luis los contenia penosamente; los historiadores están acordes en afirmar que
solo le obedecian á medias, de modo que mas alarde luvoque hjeer de paciencia y mansedumbre evangélicas
quede autoridad, y si logró al cabo apaciguar todas las discordias y ahogar todas las quejas, se debió mas
al ascendiente de la virtud que á la del poder.
Habianse originado algunas contiendas entre el clero griego y el latino de la isla de Chipre, y Luis con
siguió terminarlas: los templarios y los hospitalarios le nombraron juez de sus eternas discusiones, y les
hizo jurar su union y no tener otros enemigos que los de Jesucristo; finalmente, los genoveses y los pisanos
establecidos en Tolemaida formaban mucho tiempo hacia dos partidos encarnizados, dispuestos siempre á
tomar las armas, y ensangrentando continuamente una ciudad cristiana con escandalosas guerras civiles, y
la santa mediacion de Luis restableció la paz. Aiton, rey de Armenia, y Boemundo, principe de Antioquia y
de Tripoli, que eran enemigos implacables, enviaron embajadores al rey de Francia, quelos decidió ¡1 hacer
una tregua; de modo que Luis IX apareció en medio de los pueblos de oriente como el ángel de la paz y de
la concordia.
Las hordas errantes de los turcomanes devastaban en aquella época el territorio de Antioquia, y Luis
envió á Boemundo seiscientos ballesteros. Aiton acababa de hacer una alianza con los tártaros y se disponia
á invadir los estados del sultan de Iconio en el Asia Menor, y como el principe armenio tenia en oriente
grande reputacion de valor y destreza, muchos caballeros franceses, impacientes por ostentar su bravura,
partieron de Chipre para irá combatir bajo sus banderas y participar del fruto de sus victorias. Joinville
habla de su partida, pero no dice nada de sus hazañas, dando á entender su desgraciada suerte con estas pa
labras : ninguno de ellos volvió.
La fama habia anunciado á todo el oriente la llegada de Luis IK, y o,ta noticia causó vivisima sensacion
entre los cristianos y musulmanes. Una prediccion muy acreditada en las mas remotas regiones y que los
misioneros oyeron contar entonces hasta en Persia, anunciaba que muy pronto un rey de los francos dis
persaria á todos los infieles y libertaria al Asia del culto y de las leyes sacrilegas de Mahoma. Creyóse enton
ces que habia llegado el momento de cumplirse la profecia, y una multitud de cristianos acudieron de Siria,
de Egipto y de todos los paises orientales á saludar al que Dios habia encargado para llevar á cabo susdivi-
nas promesas.
Luis recibió en la misma época una embajada que oscitó sobremanera la curiosidad y la atencion
de los cruzados , y cuyo maravilloso relato ocupa un puesto privilegiado en las crónicas do la edad me
H6 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
dia (1); esta embajada venia de un principe tártaro llamado Ecalthai, que decia haberse convertido a la fécris-
tiana y manifestaba el celo mas ardiente por el triunfo del Evangelio. El jefe de la embajada, llamado David,
entregó al rey una carta llena de sentimientos espresados con una exageracion que debia hacerlos sospecho
sos, y le anunció que el km de Tartaria habia recibido el bautismo hacia tres años y que estaba pronto á apo
yar con todo su poder laespedicion de los cruzados franceses. La noticia de esta embajada se esparció al mo
mento por todo el ejército; ya no se habló mas desde entonces que de los socorros prometidos por el gran kan
ó emperador de los tártaros, y jefes y soldados acudieron á ver los embajadores del principe Ecalthai, á quien
consideraban como uno de los principales barones de Tartaria.
El rey de Francia interrogó diferentes veces á los diputados sobre su viaje, su pais y el carácter é inten
ciones de su soberano, y como todo cuanto oia lisonjeaba sus mas caros proyectos, no concibió desconfianza
alguna ni sospechó ninguna impostura en sus respuestas. Los embajadores tártaros fueron admitidos en su
corte y en su mesa, y los acompañó á la celebracion de los divinos oficios en la metrópoli de Nicosia, donde
todo el pueblo admiraba su devocion.
Antes de su partida, el rey de Francia y el legado del papa les entregaron varias cartas para el principe
Ecalthai y el gran kan de los tártaros, obsequiándolos con magnificos regalos, entre los que se distinguia
una tienda de escarlata en la que Luis habia hecho a pintar y colocar por imagen la anunciacion de la Vir
gen Maria, Madre de Dios, con otros puntos de fé (2).» El rey escribió á la reina Blanca y el legado al sobe
rano pontifice anunciándoles la estraordinaria embajada llegada de las mas remotas regiones de oriente. La
fausta noticia de una alianza con la Tartaria, que se consideraba entonces como la mas formidable de las
naciones, llenó de júbilo á los pueblos occidentales y dió halagüeñas esperanzas sobre el éxito de la cruzada.
Luis IX envió entonces á Tartaria varios misioneros que aseguraron en su viaje que la conversion del
gran kan era solo una impostura, y como los embajadores mogoles habian incurrido ya en sus relatos en
graves contradicciones, muchos sabios modernos han creido que aquella gran embajada fué una supercheria
de que acusan á los monjes armenios. A pesar de todo, es indudable que los mogoles, que hacian la guerra á
los musulmanes, tendrian interés en unirse á los cristianos y verian en ellos unos útiles ausiliares.
Ofrecióse al mismo tiempo á las miradas de los cruzados otro espectáculo menos curioso por cierto, pero
mas interesante ; fué la llegada de Maria, mujer de Balduino, que iba á pedir el ausilio de Luis IX. Joinville,
que fué á recibir á Maria á Pafos y la acompañó á Nicesia, nos dice que solo le quedaba á la emperatriz de
oriente la capa que la cubria. El aspecto de tan inmensa miseria debiera haber servido de leccion á todos los
principes y barones que iban á conquistar imperios al Asia. Joinville dió un vestido á la soberana de Bizan-
cio, doscientos caballeros le prometieron ir al regreso de la cruzada á defender las ruinas de un imperio fun
dado por soldados de la cruz, y en su generosa compasion por los ilustres infortunios, no pensaron en la
suerte queá ellos mismos les esperaba en aquella guerra santa.
Aproximábase en tanto la primavera, que era la ép(ca fijada para 1 a partida de los cruzados franceses. El
rey de Francia hacia construir un gran número de barcos planos propios para facilitar el desembarco del
ejército cristiano en las costas de Egipto, y como la escuadra genovesa en que habian ido á Chipre los france
ses habia salido del puerto de Limisso, no se trató mas que reunir de todas partes naves para trasportar el
ejército y las provisiones acumuladas en la isla. Luis IX se dirigió álos genoveses y á los venecianos estable
cidos en las costas de Siria, los cuales con grande escándalo de los caballeros y barones, demostraban en esta
circunstancia mas codicia que devocion, y señalaron un precio escesivo al servicio que se les pedia en nom
bre de Jesucristo.
Luis recibió entonces noticias del emperador de Alemania, perseguido aun por los anatemas de Roma ; este
principe enviaba viveres á los cruzados, y manifestaba en sus cartas el sentimiento de no poder participar do
los peligros de la cruzada, y el rey de Francia dió las gracias á Federico y lamentó la obstinacion del papa
que privaba á los defensores dela cruz de un ausiliar tan poderoso (3).
Los preparativos de la partida continuaban con la mayor actividad ; todos los dias llegaban nuevos cru-

(1) Mateo Paris, Guillermo deNaniisy Zcufliet, hablan sobre esta cruzada.
( 2) Joinville.
( 3 ) Mateo de Paris que trae este hecho, añade, que Luis IX y la reina Blanca escribieron en favor del emperador, pero el pon
tifice no escucho sus súplicas.
LIBRO DECIMOCUARTO. —1248-1 249. 417
zndos de los puertos de occidente, ó que habiau pasado el invierno en las islas del Archipiélago ó en las cos
tas de Grecia, y toda la nobleza de Chipre habia tomado la cruz, dispuesta á combatir á los infieles. Reinaba
entre ambas naciones la mayor armonia, se dirigian al cielo oraciones por el triunfo de las armas cristianas,
lo mismo en las iglesias griegas que en las latinas, y no se hablaba entre los cruzados mas que de las maravillas
de oriente y de las riquezas del Egipto que iban á conquistar.
En tanto que reinaba él entusiasmo y la alegria entre los guerreros cristianos, los grandes maestres de
San Juan y del Temple escribieron á Luis IX anunciándole la posibilidad de una negociacion con el sultan
del Cairo. Los jefes de estas dos órdenes deseaban con ardor romper las cadenas de sus caballeros, cau
tivos desde la derrota de Gaza, no participaban por otra parte de la ciega confianza de los cruzados en la vic
toria, y les habia enseñado la esperiencia en las demás espediciones que los guerreros de occidente, muy te
mibles en el principio, empezaban siempre la guerra con brillo, pero que debilitados despues por la discor
dia y abrumados por los trabajos de un largo viaje, arrastrados algunas veces por su natural inconstancia, y
creyendo haber hecho bastante para alcanzar las indulgencias de la Iglesia, solo pensaban en volver á Euro
pa, abandonando las colonias cristianas á todos los furores de un enemigo irritado con sus primeras derrotas.
Segun estas consideraciones, los dos grandes maestres hubieran deseado que los poderosos socorros de occidente
sirvieran para conseguir una paz útil y duradera, pues la senda de las negociaciones les ofrecia para el porve
nir mas ventajas que una guerra de éxito dudoso y cuyos peligros podian recaer sobre ellos.
Su pacifico mensaje llegó en ocasion en que solo se hablaba en el ejército cristiano de las futuras conquistas
y en que todos losánimos estaban enardecidos por el entusiasmo de la gloria y la esperanza de un rico botin.
La proposicion de una paz con los infieles fué un verdadero objeto de escándalo para unos guerreros que se
creian destinados á destruir en Asia la dominacion y el poder de todos los enemigos de Jesucristo, y la sor
presa y la indignacion general acreditaron en el ejército cristiano las mas negras calumnias contra el gran
maestre del Temple, á quien se acusaba en alta voz de estar en secreta inteligencia con el sultan de Egipto y
de haber invocado las ceremonias de los bárbaros para estrechar tan impia union. Luis IX que no habia ido
á oriente con un ejército tan solo para 6rmar un tratado de paz y libertar algunos prisioneros, participó d6 la
indignacion de sus compañeros de armas, y prohibió á los grandes maestres del Temple y de San Juan que
repitiesen unas proposiciones tan ofensivas para los guerreros cristianos.
Embriagados los cruzados con sus futuros triunfos no pensaban en los obstáculos que iban á encontar, se
ocupaban mas de las riquezas que de las fuerzas de sus enemigos, y como no sabian cuál era el clima ni el
pais á donde se dirigian sus afanes, su misma ignorancia aumentaba su seguridad y alimentaba en ellos es
peranzas que pronto debian desvanecerse.
Los jefes de la cruzada cifraban principalmente su esperanza en las divisiones de los principes musulma
nes, que se disputaban las provincias de Siria y de Egipto. Efectivamente, la discordia no habia cesado de
agitar la familia de los ayubitas desde la muerte deSaladino , pero como sus disensiones estallaban en guer
ras civiles y estas hacian la poblacion mas aguerrida, su imperio que interiormente se debilitaba de dia endia,
era cada vez mas temible en lo esterior, y cuando el peligro comun reunia las potencias musulmanas, ó una
de estas esclavizaba á las demás, debia temerse un imperio vacilante en la paz y que parecia adquirir nuevas
fuerzas con la animosidad y los peligros de una guerra contra los cristianos.
Malek-Saleh-Negmedino, que reinaba entonces en Egipto, era hijo del sultan Malek-Kamel, célebre por la
victoria ganada en Mansourah al ejército de Juan de Briena y del legado Pelagio. Alejado del trono por su
nacimiento, trató de conquistarlo por medio de las armas ; siendo véncido, cayó en poder de su hermano ma
yor y se aprovechó de las lecciones de la adversidad; y pronto le llamaron al imperio el aprecio que se hacia
de su talento, el odio que inspiraba el principe que reinaba, el deseo de mudanzas y quizás cierto atractivo
por la rebelion y la traicion. El nuevo soberano fué mas hábil y mas afortunado que sus antecesores, supo
conservar la obediencia en las provincias, la disciplina en el ejército y en el temor á todos sus enemigos, y se
valió de las hordas del Karismo para apoderarse de Damasco y derrocar á los cristianos y á sus aliados. Desde
entonces Negmedino estendió sus conquistas hasta las orillas del Eufrates y reunió bajo su ley la mayor parte
del imperio de Saladino (1).

1) Estrados de los autores arabes. Biblioteca de las cruzadas, t. IV.


83
418 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Cuando Luis desembarcó en la isla de Chipre, el sultan del Cairo se hallaba en Siria haciendo la guerra al
principe de Alepo y sitiando la ciudad de Emeso. Presagió entonces todos los proyectos de los cristianos y dio
órdenes para defender las fronteras de Egipto, y luego que supo que el ejército cristiano iba á embarcarse,
abandonó repentinamente el sitio de Emeso, y firmó una tregua con enemigos poco temibles para regresará
sus estados amenazados de una invasion.
Los orientales juzgaban a los franceses los mas valientes de la raza europea, y al rey de Francia el mas
temible de los monarcas cristianos, de modo que los preparativos deNegmedino fueron proporcionados al temor
que le inspiraban sus nuevos enemigos. No se descuidó de fortificar las costas y aprovisionar á Da mieta que
debia ser el objeto de las primeras hostilidades. Una numerosa escuadra bajó por el Nilo hasta su desembo
cadura, y un ejército mandado por Fakredino, el mas hábil de sus emires, se acampó en la orilla del mar al
ocaso de la boca del rio en el mismo tiempo donde treinta y tres años antes habia desembarcado el ejército de
Juan de Briena.
Todos estos preparativos hubieran bastado para contener los primeros ataques de los cruzados si el mismo
sultan hubiese podido dirigirlos y ponerse al frente de sus tropas; pero acometido por una enfermedad que
habian declarado mortal los médicos, y en un estado en que todo giraba sobre la persona y la vida del prin
cipe, la certeza de su próximo findebia debilitar la confianza y el celo, desanimar á los mas valientes y da
ñar la ejecucion de cuantas medidas se tomaban en defensa del pais.
Tal era la situacion militar y politica del Egipto en el momento que San Luis se embarcaba en los puertos
de la isla de Chipre. Dicen muchos historiadores que antes de su partida envió, segun costumbre de la caba
lleria, un heraldo de armas al sultan Negmedino para declararle la guerra . Dióse la señal de partir el viernes
anterior á Pentecostés, y salió del puerto deSimuesso una escuadra numerosa en la cual se habian embarcado
los guerreros franceses y los cruzados de Chipre. Era un espectáculo muy digno de verse, dice Joinville,
porque parecia que todo el mar, en cuanto la vista abarcaba, estaba cubierto de bajeles, los cuales llegaban
á mil ochocientos entre grandes y pequeños.
De pronto, un viento que soplaba desde las cestas de Egipto formó una violenta b3rrasca que dispersó la
escuadra, y obligado Luis á volver á entrar en el puerto, supo con dolor que el huracan habia arrastrado la
mitad de sus naves á las costas de Siria. Vióse llegar entonces al duque de Borgoña, que habia pasado el in
vierno en Morea ; á Guillermo de Salisbury, al frente de doscientos caballeros ingleses, y á Guillermo de Ville-
hardouin, principe de Acaya, que olvidaba los peligros del imperio latino para ir á combatir á los infieles en
las orillas del Nilo y del Jordan. Estos refuerzos inesperados reanimaron la esperanza de Luis IX y de los
jeiss del ejército cristiano, y sin aguardar los navios dispersos por la tempestad, la escuadra sedió á lávela,
é impelida por un viento favorable se dirigió hácia Egipto.
Al cuarto dia se oyógritar al piloto del primer bajel : «¡ Dios nos ampare! ¡ Dios nos ampare! j Ya estamos .
en Damietal» Estas palabras fueron repetidas al momento de nave en nave, y toda la escuadra se acercó á la
de Luis IX que se llamaba la Moneda. Los principales jefes se apresuraron á subir á ella, donde el rey los es
peraba en actitud guerrera, y les exhortó á dar gracias á Dios por haberlos llevado á la presencia de los ene
migos de Jesucristo. Temiendo al parecer muchos señores que espusiese su vida en una guerra que debia ser
tan terrible, el santo monarca les dijo : «Seguid mi ejemplo, dejadme arrostrar los peligros, y en el ardor
de los combates, no. creais que la salvacion de la Iglesia y del estado reside en mi persona ; vosotros mismos
sois el estado y la Iglesia, y solo debeis ver en mi un hombre como los demás y cuya vida puede disiparse
como la sombra, cuando le plazca al Dios por quien combatimos.»
Es decir que Luis se olvidaba de si, y el rey de Francia solo era delante de los infieles un soldado de Je
sucristo.
Estediscurso inflamó el valor de los barones y caballeros, y diéronse órdenes á toda la escuadra para pre
pararse al combate. Los guerreros se abrazaban de alegria viendo acercarse el peligro, y los que se hallaban
separados entre si por contiendas, juraban dar al olvido sus injurias y vencer ó morir juntos. Cuenta Join
ville que obligó á dos caballeros, enemigos irreconciliables, á hacer la paz; diciéndoles que sus discordias
podrian atraer las maldiciones del cielo, y que el único medio de allanar el camino de Egipto era la union de
los soldados cristianos.
Mientras los cruzados se preparaban de este modo, los musulmanes tampoco omitian nada para su defensa ;
LIBRO DECIMOCUARTO.— 1248-1249. 419
sus centinelas habian visto desde las murallas de Damieta la escuadra de los cristianos, pronto circuló la no
ticia por la ciudad, y una campana que habia quedado en la mezquila mayor desde la conquista de Juan de
Briena dió la señal de alarma, esparciendo sus ecos por ambas márgenes del rio.
Se adelantaron cuatro galeras musulmanas para esplorar las fuerzas de los cruzados, pero tres se abisma
ron en el mar, y la restante pudo solo volver á entrar en el Nilo para anunciar á los infieles que llegaba de
occidente una innumerable multitud de cristianos.
La escuadra cristiana avanzaba en tanto en orden de batalla y fué á anclar á un cuarto de legua de distancia
de la costa en el momenloqueel sol se hallaba en la mitad de su carrera. La orilla y el mar presentaban enton
ces el mas imponente espectáculo : la costa de Egipto estaba cubierta por los guerreros del sultán, y todo el
mar inundado por las naves sobre las cuales se veia ondear el estandarte de la cruz. La Ilota musulmana,
compuesta de un número infinito de barcos cargados de soldados y máquínasde guerra, defendía la entrada
del Nilo; Fakredino, jefe del ejército de los infieles, se aparecía en medio de sus guerreros con tan brillante
aparato, que Joinville en su sorpresa le compara al sol, y el cielo y la tierra repetían los ecos de los clarines
y alambores, «cosa espantosa de oir y muy estraña á los franceses (1).»
Todos los jefes se reunieron en consejo en el navio del rey. Muchos propusieron aplazar el desembarque
hasta que se hubiesen reunido con la escuadra los bajeles estraviados por la tormenta, «porque atacar á los
infieles, decían, sin disponer de todas las fuerzas, era darles una ventaja que podia enardecer su orgullo, y
aun con la misma certeza del triunfo, parecía justo esperar que todos los cruzados pudiesen tomar parle en la
gloría que iban á buscar desde tan Ipjos .» Algunos hablaron también de los entorpccimienlos y peligros de
un desembarco en pais desconocido; del desorden que debia acompañar un primer ataque y de la dificultad
de reunir el ejército y la escuadra en el caso de encontrarse obstáculos invencibles. Luis IX no fué de este
parecer: a No hemos venido aquí, dijo, para oír con sangre fría las amenazas de nuestros enemigos y para
ser durante muchos dias inmóbiles espectadores de sus preparativos. Contemporizar es realzar su valor y
arriesgarnos á entibiar el ardimiento de los guerreros franceses. No tenemos bahía ni puerto para ponernos
al abrigo de los vientos y de los ataques imprevistos de los sarracenos, y una tempestad puede disipar aun
lo que resta de la escuadra y quitarnos los medios de comenzar con buen éxito la guerra. Dios nos envía hoy
la victoria, y mas adelante nos castigaria por haber desperdiciado la ocasión de vencer.»
La mayor parte délos señores y los barones fueron del parecerde Luis IX y resolvieron desembarcar al
dia siguiente. Estuvieron alerta toda la noche, encendiéronse sobre los bajeles muchas antorchas, y algu
nas galeras so adelantaron hasta la desembocadura del Nilo para esplorar los intentos de los musulmanes.
Al asomar el dia, toda la escuadra levantó áncoras, los musulmanes se pusieron sobre lasarmas, y su in
fantería y su caballería ocuparon la orilla por donde creian que iban á desembarcar los cruzados.
Cuando se aproximaron los bajeles á la costa, los guerreros cristianos bajaron á las barcas que remolcaba
la escuadra y se formaron en dos líneas. Luis IX se colocó en el estremo derecho, acompañado de los dos prín
cipes sus hermanos y déla flor de sus caballeros; tenia á su lado al cardenal legado, que llevaba en sus ma
nos la cruz del Salvador, y delante de él avanzaba una barca donde ondeaba el pendón de Francia.
El conde de Joppe, déla ilustre familia de Briena, estaba en eleslremo izquierdo hácia la boca del Nilo. y
al frente de los caballeros de la isla de Chipre y de los barones de Palestina. La nave llevaba pintadas las ar
mas de los condes de Joppe en la popa y en la proa; en torno de su pabellón ondeaban banderolas de mil
colores, y trescientos remeros la hacian volar sobre las aguas. Erardode Briena, rodeado de una tropa esco
gida, ocupaba el centro de la línea con Balduino de Reinas que mandaba mil guerreros. Los caballeros y los
barones estaban en pié dentro de las barcas mirando la orilla, empuñando la lanza y los caballos ¡i su lado,
y se habia colocado en las barcas del frente y de las alas del ejército una multitud de hallesteros para alejar
á los enemigos.
Luego que llegaron á tiro de arco, salió á un mismo tiempo de la orilla y déla línea de los cruzados una
nubede piedras, de dardos y de venablos. Las Glas de los cruzados parecieron titubear momentáneamente,
pero el rey mandó hacer un esfuerzo para llegar á tierra, y él mismo dió el ejemplo. A pesar del legado
que quería contenerlo, se arrojó en medio de las ondas cubierto con susarmas, el escudo sobre el pecho y la

(i) Joinvii'o.
420 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
espada en la mano, y le llegó el agua hasta los hombros. Todo el ejército cristiano se lanzó al mar á ejem
plo del rey, gritando : ; Mont-joie Saint Denis! (1) Y la multitud de hombres y caballos, esforzándose á
salir á la orilla, agitaban las ondas que iban á estrellarse á los pies de los musulmanes. Los guerreros se
empujaban y agrupaban en su marcha, y no se oia mas que el rumor de las aguas y los remos, los gritos de
los soldados y marineros y el tumultueso choque de las barcas y galeras que avanzaban en desorden.
Los batallones musulmanes reunidos en la orilla no pudieron contener á los guerreros franceses. Los pri
meros que llegaron á tierra fueron Joinville y Balduino de Reims, tras ellos el conde de Joppe, y estaban for
mándose en batalla cuando se arrojó sobre ellos la caballeria musulmana, pero los cruzados cubiertos con
sus escudos estrecharon sus filas y presentando la punta de sus lanzas, contuvieron la impetuesidad del
enemigo. Detrás do un batallon se formaron todos los compañeros que habian llegado á la orilla.
El oriflama ondeaba en la costa y Luis estaba ya fuera del mar. Sin pensaren el peligro, el piadoso mo
narca se arrodilló para dar gracias al cielo, y levantándose con nuevo ardor, llamó en torno suyo á los mas
valientes de sus caballeros. Cuenta un historiador árabe que el rey de los francos mandó desplegar su tienda,
la cual era roja, y atrajo todas las miradas.
Llega por fin todo el ejército; trábase en todos los puntos dela costa un sangriento combate y las dos es
cuadras se encuentran en la desembocadura del Nilo. En tanto que la orilla y el mar resuenan con el es
truendo do las armas, la reina Margarita y la duquesa de Anjou, que estaban apartadas en un bajel, esperan
con temor el desenlace de esta batalla general, dirigen al cielo fervientes súplicas, y piadosos eclesiásticos
en torno de ellas cantan salmos para alcanzar la proteccion del Dios de los ejércitos.
La escuadra cristiana dispersó las naves enemigas, muchas de las cuales se fuéron á pique y otras siguieron
la corriente del rio, y al mismo tiempo, derrotadas en muchos puntos las tropas de Fakredino, se retiraban en
desorden. Los franceses las persiguieron hasta sus trincheras, donde se trabó el último combate, y vencidos
por segunda vez los musulmanes, abandonaron su campamento y la orilla occidental del Nilo, dejando en el
campo do batalla á muchos desus emires. La presencia y el ejemplo de su rey hacia invencibles á los fran
ceses.
Durante el combate Fakredino habia enviado muchas palomas correos al sultan del Cairo, á quien la en
fermedad detenia en una aldea situada entre Damieta y Mansourah, pero como no se recibió respuesta, el
rumor de su muerte acabó de llenar de desaliento á las tropas egipcias. La mayor parte de los emires estaban
impacientes por saber la suerte que les esperaba bajo un nuevo reinado, y muchos desertaron de sus ban
deras. Su fuga aumentó mas y mas el desorden; al caer la tarde se dispersó todo el ejército, y los soldados
solo pensaron en huir cuando se vieron abandonados por sus jefes.
Los cruzados se quedaron dueños de las orillas del mar y de las dos márgenes del Nilo. Tan brillante
victoria causó poca sangre cristiana; solamente dos ó tres caballeros perecieron en esta gloriosa jornada; en
tre los señores francesos solo tuvo que lamentarse la pérdida del condede la Marche, que buscó la muerte, y
expió, sucumbiendo al lado del rey, sus numerosas traiciones y felonias.
Al terminar el dia se alzaron las tiendas en el campo de batalla, el clero cantó el Te Deum y cruzó la no
che en medio de regocijos. En tanto que el ejército cristiano se entregaba á la alegria, reinaba en Damieta la
mayor consternacion; los fugitivos habian pasado por la ciudad, esparciendo el terror que los perseguia, y
el mismo Fakredino se descuidó de dar órdenes para la seguridad de la plaza. Los habitantes creian ver lle
gará cada instante á los franceses; unos temian alguna sorpresa, otros un sitio; nadie pensaba en tranquili
zarlos y las tinieblas de la noche acrecentaban su espanto.
El temor los hizo bárbaros, degollaron sin piedad á cuantos cristianos encontraron en la ciudad; las tropas
saquearon en su retirada las casas é incendiaron los edificios, y familias enteras huian llevándose sus mue
bles y riquezas. La guarnicion se componia de los mas valientes de la tribu árabe de los Menou-Kenank,
pero el miedo se apoderó de ellos como de los demás, y abandonando las torres y murallas confiadas á su
custodia, huyeron con el ejército, de Fakredino. La ciudad estaba á media noche sin defensores ni habi
tantes.
Vióronse al momento desde el campamento de los cruzados torbellinos de llamas que se alzaban sobre

(\) Esto ora el grito de guerra que usaban antiguamente les franceses|en las batallas.
LIBRO DECIMOCUARTO - 1248-1 249. 421
Üamieta. Todoel horizonte estaba inflamado. Al dia siguiente, al asomar el alba, algunos soldados cristia
nos que avanzaron hasta la ciudad, vieron las puertas abiertas, y solo encontraron en las calles los cadáveres
de las víctimas inmoladas por la desesperación y el fanatismo de los infieles, y algunos cristianos vivos que
habiéndose ocultado de sus verdugos, habían pasado á cuchillo a su vez a cuantos musulmanes retardaban
la fuga la edad ó las dolencias. Los soldados volvieron al campamento á anunciar lo que habían visto. Al
principio nadie les daba crédito y el ejército avanzó en órden de batalla, pero seguros de que la ciudad estaba
desierta, los cruzados tomaron de ella posesión, ocupándose al momento en contener los progresos del incen
dio, y esparciéndose después por la ciudad para saquearla y aprovecharse de cuanto habian respetado las
llamas.
El rey de Francia, el legado del papa y el patriarca de Jerusalen seguidos al mismo tiempo de una multitud
de prelados y eclesiásticos, entraron en procesión en Damieta y se 'dirigieron á la mezquita principal, que
nuevamente se convirtió en iglesia y fué consagrada á la Virgen, madre de Jesucristo. El monarca francés,
el clero y todos los jefes del ejército, iban con la cabeza descubierta, los piés descalzos y cantando salmos pa
ra dar gracias á Dios y atribuirle toda la gloria de una victoria tan milagrosa.
Los caballeros y los barones recorrieron la ciudad conquistada contemplando con alegría las elevadas
murallas, las numerosas torres y las fortificaciones de toda especie que debian defenderla. Conmovidos
algunos musulmanes por el prodigio que acababa de obrarse á sus ojos en favor de los soldados de la cruz,
abrazaron la religión de Jesucristo y prometieron á les cristianos servirles de guias en sus espedicioues.
Muchos sirios, que habitaban en Damieta como esclavos de los musulmanes, salieron á esperar al ejército
cristiano llevando en sus manos el signo de salvación, y los cruzados los reconocieron como hermanos y los
asociaron á sus victorias. Pero el espectáculo que debia conmover intensamente á los cruzados fué ver libres
á cincuenta y tres cautivos quese habian negado á abjurar su fé yquegemian encadenados veinte y dos años
hacía. Fueron conducidos á la presencia del rey de Francia, á quien contaron la turbación y la alarma do
los musulmanes que habian huido en medio de las tinieblas llenos de terror por la llegada de los cristianos.
Los cruzados pudieron conocer en esta ocasión la mala fé de los musulmanes, que á pesar de los tratados re
tenían presos á los cristianos, y que no habia entonces ninguna ciudad en Egipto cuyos calabozos no estu
viesen llenos de estas desgraciadas víctimas de las guerras santas.
La fama publicó al momento la toma de Damieta por todas las provincias egipcias. Un autor árabe que se
encontraba en el Cairo nos dice en su historia que este acontecimiento fué considerado como una gran cala
midad, que todos los musulmanes estaban sumidos en el temor y la aflicción, y que los mas valientes deses
peraban de la salvación de Egipto (1).
Negmedin continuaba enfermo y no podía montar á caballo; cuando los soldados y habitantes fugitivos le
anunciaron la derrota de su ejército y las victorias de los cristianos, se encolerizó de tal modo contra la guar
nición de Damieta, que sentenció á muerte en el acto á cincuenta y cuatro de los mas culpables. En vant
alegaron en su defensa la retirada del emir Fakredino; el sultán respondió que merecian la muerte por haber
temido mas las armas del enemigo que el enojo de su soberano. Uno de ellos, condenado al mismo tiempo que
su hijo, que era un jóven de rara belleza, pidió ser el primero en morir, pero el sultán le negó esta gracia
y el desventurado padre tuvo el dolor de ver espirar á su hijo antes de subir él también al cadalso. A la vis
ta de tan bárbara ejecución, asombra que un principó que no tenia ejército encontrase aun verdugos para
castigar á los desertores y á los cobardes, pero el aparato de los suplicios acreditaba el poderío del soberano,
heria vivamente los ánimos de la multitud y era bastante para conservar la disciplina éntrela turba igno
rante de los soldados musulmanes. No sucedía lo mismo con los principales emires, poco inclinados á lemblar
delante de un soberano que miraban como su hechura y que tenia necesidad de su apoyo. El sullan hubie
ra querido castigar á Fakredino, pero las circunstancias, dice un historiador árabe, exigian la paciencia, y
se contentó con dirigirle algunas reprensiones. «Terrible cosa debe ser, le dijo, la presencia de los francos
cuando hombres como vos no la han podido sufrir un dia entero.» Estas palabras despertaron mas indig
nación que temor entre los emires que estaban presentes, algunos de ellos miraron á Fakredino como di-

(1) Ganal-Eddin y Makrisi.


422 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
riéndole que estaban prontos á matar al sultan, pero este tenia impresa en su frente la palidez dela muerte,
y el aspecto de un moribundo les alejó el pensamiento de cometer un crimen inútil.
Los cruzados se establecieron en tanto sin obstáculo enDamieta. El rey de Francia y el legado del pa
pa (1) nombraron un arzobispo, y todas las mezquitas de la ciudad fueron trocadas en iglesias, á las cuales
dió Luis IX ricos ornamentos y todos los objetos necesarios parala celebracion de los divinos oficios. Dis
tribuyó tambien la mayor partcde las tierras ycasas á las órdenes del Temple, de San Juan, á los caballeros
teutónicos, á los barones y á los señores de ultramar, y señaló tambien ricas dotaciones en la ciudad con
quistada á los frailes menores que habian predicado la cruzada y á los frailes de la Trinidad, cuya mision
era rescatar cautivos.
Confióse la custodia de las torres y murallas á quinientos caballeros, el rey no permitió que el ejército
cristiano permaneciese en la ciudad, y alzáronse tiendas y pabellones en las dos orillas del Nilo y en la isla
de Maalé (Delta). Los guerreros cristianos soportaban penosamente el calor del clima, y dice un testigo ocu
lar que sufrian mucho con la gran cantidad de moscas y pulgas enormes que les rodeaban. A pesar de estas
incomodidades y las desgracias m.iyores que podian amenazarles, los cruzados solo pensaban en gozar pa
cificamente de su victoria. El conde de Artois escribió á la reina Blanca entonces desde el campo llamado Ja
mas una carta que ha conservado la historia. Despues de contaren pocas palabras la conquista de üamieta,
el hermano de Luis IX se limita á decir «que el rey y la reina están buenos, que el conde de Anjou sigue
con su cuartana, aunque es ya menos fuerte, y que la condesa de Anjou ha dado á luz en la isla de Chipre
un niño robusto que ha dejado con la nodriza.» Eran tales la seguridad de los cruzados franceses y la
clase de noticias de oriente, que llevaban la esperanza y la alegria hasta el reino de Francia, sin hacer pre
sentir ningun acontecimiento desgraciado ni presagiar las tristezas venideras.
El sultan del Cairo se habia hecho trasladar á Mansourah donde se esforzaba en reunir su ejército y resta"
blecer la disciplina de sus tropas, y sea que se hubiera recobrado de su espanto ó que tratase de ocultar su
alarma y los progresos de su enfermedad, dirigió varios mensajes á Luis IX. El principe musulman, mez
clando la amenaza á la ironia, felicitaba en una de sus cartas al rey de Francia por su llegada á Egipto y le
preguntaba cuándo determinaba partir, añadiendo entre otras cosas que le parecia una precaucion inútil la
cantidad de viveres y de instrumentos de agricultura (2) de que habian cargado los cruzados sus naves y se
comprometia á proporcionarle todo el grano que necesitase durante su permanencia en sus estados, para
cumplir con los franceses los deberes de la hospitalidad de un modo digno de ellos y de él. Negmedin propu
so en otro mensaje al rey de Francia una batalla general para el dia veinte y cinco de junio en el paraje que
se determinase. Luis IX respondió á la primera carta del sultan que habia desembarcado en Egipto el dia
que habia fijado, y que tiempo tenia para fijar el desu rartida; encuanto á la batalla propuesta, el rey se con
tentó con responderle que no queria aceptar dia ni sitio, porque todos los dias y sitios eran igualmente bue
nos para combatir á los infieles; que le atacaria donde le encontrase, le persiguiria en todo tiempo y sin des
canso, y que le trataria como un enemigo hasta que Dios tocase su corazon y los cristianos pudieran mirarle
como á su hermano.
La fortuna ofrecia á Luis IX la ocasion y los medios de cumplir sus amenazas : llegaban todos los dias los
cruzados que habia separado la tempestad; los caballeros del Temple y de San Juan, á quienes se habia
acusado de desear la paz, acababan de incorporarse al ejército y estaban afanosos de guerrear, y como co
nocian el pais y el modo de combatir de los infieles, eran muy útiles ausiliares y se podia intentar con ellos
una espedicion contra Alejandria ó de apoderarse de Mansourah y hacerse dueños del camino del Cairo. Des
pues de la toma de Damieta, muchos jefes habian propuesto perseguir á los musulmanes y sacar partido del
terror que les inspiraba la primera victoria de los cristianos, pero estaba próxima la época en que las aguas
del Nilo empezaban á elevarse, y el recuerdo de la derrota de Pelagio y de Juan de Brieua alejó la idea de
marchar contra la capital de Egipto. Luis IX quiso esperar antes de continuar sus conquistas la llegada de
su hermano el conde de Poiliersque debia embarcarse con el resto del ejército de Francia.
La mayor parte de los historiadores han atribuido á esta resolucion la causa de los desastres que ocurrieron

(1, Relacion manuscrita.


(2) Mateo Paris habla de ligones, tridentes, trabas, nratra, romeras etc.
LIBRO DECIMOCUARTO. —1 248 -1249. 423
despues, y aunque no tenemos bastantes documentos positivos para apreciar la certeza de su opinion, puede
afirmarse sin temor de equivocarse que la inaccion del ejército cristiano fué desde entonces el origen de los
mas funestos desórdenes.
Estos desórdenes empezaron á estallar cuando se repartió el botin recogido en la toma de Damieta. Diferen
tes veces se habian ponderado á los cruzados los tesoros de esta ciudad, depósito de las mercancias de oriente,
para animar su valor ; pero como los barrios mas ricos habian desaparecido entre las llamas, y los habitantes
se habian llevado en su fuga losobjetos de mas valor, los despojos conquistados al enemigo no correspondian
á las esperanzas del ejército vencedor. Apesar de las amenazas del legado, muchos cruzados no depositaron
¡o que habia caido en su poder, y todo el botin hecho en la ciudad no produjo mas que una cantidad de seis
mil libras tornesas para repartir entre los cruzados cuya sorpresa é indignacion manifestaron con violentas
quejas.
Habiéndose decidido en un consejo que no se repartieran los viveres y se conservasen en los almacenesdel
rey para el mantenimiento del ejército, esta resolucion contraria á los antigues usos engendró vivas reclama
ciones. Joinvill e nos dice que el prohombre Juan de Valery, en quien el ejército admiraba la austera probi
dad unida al valor, dirigió con este objeto al rey de Francia una representacion, alegando las costumbres de
la Tierra Santa ó invocando las leyes del feudalismo, segun las cuales cada señor hacia la guerra á sus espen-
sas y debia obtener su parte en todos los despojos del enemigo. Podia haberse respondido á esta reclamacion
que Luis IX proporcionaba dinero á la mayor parte de los jefes del ejército, y que desde entonces los condes
y barones habian renunciado á las condiciones del pacio feudal. La ley del reparto de las provisiones, obser
vada en las cruzadas anteriores, habia sido muy funesta á los ejércitos cristianos, que siempre estuvieron
faltos de viveres y sufrieron horribles privaciones. El piadoso monarca queria evitar unas desgracias que
eran fruto de la impresion y rehusó acceder a las quejas de la mayor parte de los señores franceses.
Añadiéronse pronto á este espiritu de descontento otros desórdenes cuyas consecuencias debian ser aun mas
funestas. Los caballeros olvidaron en su ociosidad las virtudes guerreras y elobjeto dela guerra santa, y con
la esperanza de las riquezas de Egipto y de oriente, Igs señores y los barones se apresuraban á consumir en
festines el dinero que debian á la liberalidad del rey oque habian reunido vendiendo sus tierras y sus casti
llos. Se habia apoderado de jefes y soldados la pasion al juego, y despues de perder su fortuna, se jugaban
hasta sus caballos y sus armas. Los cruzados se entregaban á todos los escesos á la misma sombra de los
estandartes de Jesucristo, el contagio de los vicios mas vergonzosos se estendia por todas partes, y se veian
sitios de prostitucion hasta cerca del pabellon del piadoso monarca.
Para satisfacer el afan desenfrenado de lujo y de placeres recurrieron á toda clase de medios violentos : los
jefes del ejército robaban á los comerciantes que llevaban provisiones á la ciudad y al campamento y les im
ponian enormes tributos, lo cual acarreó la miseria ; los mas atrevidos hacian escursiones, sorprendian las
carabanas, devastaban las aldeas y las campiñas, arrebataban las mujeres de los musulmanes, que conducian
en triunfo á Damieta, y el reparto del botin originaba con frecuencia vivas contiendas y se oian en el campa
mento quejas, denuestos y amenazas.
Uno de los rasgos mas aflictivos de este cuadro era la Lita de respeto que de dia en dia se tenia á la autori
dad del rey; á medida que la corrupcion hacia progresos, se perdia el hábito de la obediencia, las leyes care
cian de fuerza y la virtud de imperio. Luis encontraba oposicion á su voluntad hasta en los principes de su
familia; el conde de Artois, jóven ardiente y presuntueso, no podia sufrir rivales, y orgulloso por su fama
militar y celoso de las glorias ajenas, provocaba con frecuencia á los demás jefes y les hacia sin motivo los
mayores ultrajes. El conde de Salisbury, á quien habia maltratado, elevó sus quejasá Luis IX, y no habiendo
podido alcanzar la satisfaccion que pedia, pronunció en su cólera estas memorables palabras: «No sois rey,
ya que no podeis hacer justicia (I).» La indocilidad de los principes y la licencia de los grandes llenaron el
colmo del desorden : de dia en dia crecia la relajacion de la disciplina, apenas se vigilaba por la.custodia del
campamento, que se estendia por la llanura y la orilla oriental del Nilo, y las avanzadas del ejército cristiano
estaban continuamente espuestas al ataque de los enemigos, sin que se opusiera mas medios de resistencia que
un valor imprudente y temerario qne no hacia mas que acrecentar los peligros.
,i) Salisbury se retiro del ejército con muchos barones ingleses y se fue 6 San Juan de Acre, de donde volvio despues de reite
radas instancias de Luis IX.
424 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Entre los soldados musulmanes encargados de inquietar al ejército cristiano se distinguian los árabes be
duinos, guerreros intrépidos, ginetes infatigables, que no tenian mas patria que el desierto ni otras hacien
das que sus caballos y sus armas, y á quienes la esperanza del botin hacia suportar todas las faligas y arr os
trar todos los peligros. Habianse reunido con los árabes del desierto algunos ginetes, restos de las antiguas
hordas del Karismo, acostumbrados al robo, y que velaban de dia y de noche para espiar á los soldados cris
tianos, y parecian tener el instinto y la actividad de los animales salvajes que ruedan sin cesaren torno de las
inoradas del hombre para sorprender su presa. El sultan del Cairo habia prometido un bezante deoro porcada
cabeza de cristiano que llevasen á su tienda. Algunas veces los árabes sorprendian á los cruzados que se des
viaban del ejército, con frecuencia se valiande las sombras de la noche para penetrar en el campamento, una
mano invisible hería á los centinelas dormidos ó á los caballeros acostados en sus tiendas, y cuando el dia
asomaba á alumbrar la carniceria de la noche, los bárbaros huian á lo largo del Nilo y corrian á pedir su pre
mio al sultan de Egipto.
Estas sorpresas y ataques nocturnos reanimaban el valor de los musulmanes, y para aumentar la confianza
dela multitud y del ejército, se hacia alarde de enseñar las cabezas de los cristianos y pasar en triunfo los
cautivos, siendo celebrada por todo Egipto la ventaja mas insignificante conseguida contra los francos. Los
historiadores contemporáneos, arrastrados por la exageracion comun, mentan las mas pequeñas escaramuzas
como famosas victorias, y causa asombro en el dia leer en la historia tan fecunda en grandes hechos milita
res, que en el mes de fíamadan llegaron al Cairo treinta y siete cristianos cargados de cadenas, á l(s que si
guieron algunos dias despues treinta y ocho cautivos, entre los cuales se veian cinco caballeros (1).
Negmedino aumentaba su actividad á medida que su fin se aproximaba ; se ocupaba en reunir sus tropas,
atento siempre á vigilar los movimientos de los cruzados y á sacar partido de sus yerros, hacia trabajar dia y
noche en recomponer las torres y fortificaciones de Mansourah, y la escuadra musulmana ancló delante de
esta ciudad.
En medio de estos preparativos se recibió la noticia de que los guerreros de Damasco se habian apoderado
de la ciudad de Sidon, que pertenecia á los francos, y que la plaza importante de Carac acababa de declararse
por Negmedino. Esta inesperada noticia, el aspecto de los prisioneros, y sobre todo la inaccion del ejército
cristiano, que muchos atribuian al temor, acabaron de disipar el espanto de los musulmanes. Todos los dias
llegaban nuevos refuerzas al ejército del sultan, y el pueblo acudia en tropel á las mezquitas del Cairo y de
las demás ciudades de Egipto para invocar la proteccion del cielo y dar gracias al dios de Mahoma por no ha
ber permitido que los cristianos se aprovecharan de sus victorias (2).

(1) G«mal-Edd¡n y Makrisi.


(2i Bo na parte creia (Memorias deMontholon) que si Luis IX hubiera maniobrailo como los franceses en 1798, hubiera podido
saliendo de Domietael 8 de junio, llegar el 12 6 Mansourah y el 26 al Cairo, conquistando el bajo Egipto al mes de su llegada.
LlLfflO DECIMOQUINTO.— 12*9-1250. 425

LIBRO XV.
CONTINUACION DE LA PRIMERA CRUZABA DE SAN LUIS.
1149—1230.
Muerto de Raimundo II, conde de Tolosa.—El conde de Poitiers llega a Egipto.—Los cruzados marchan hacia el Cuiro.— La sultana
Chegger-Eddour proclama a Almoadam sultan de Egipto.— El ejercito pasa el Aschmoun.—Imprudencia de Roberto conde de Ar-
tois entra en Mansourali y muere —Batalla sangrienta.—Llegada del sultan.—Enfermedades contagiosas; hambre.—Caridad do
Luis IX.—Retirada a Damieta.—El rey cae prisionero con sus dos hermanos y sus principales barones.—Es conducido a Mansou-
rali.—Heroismo de la reina Margarita.—Cobarde Conducta de los pisanos y los genoveses.—Mognanimidad de Luis IX.—Tratado
con Almoadam.—Este principe muere asesinado despues de ana entrevista con el rey.—Erronea opinion refutada.—Chegger-
y Erz-Ed-Eddourdin-Vybek.—Noble firmeza del monarca francés.—Los emires se contentan con sü palabra.—Evacuacion de
Damieta.—Lais IX vuelve 6 Tolemaida con el resto de sil ejército.

En tanto que el ejército cristiano olvidaba en Damiela las loyes de la disci plina y el objeto de la guerra
santa, Alfonso conde de Poitiers se preparaba á partir para oriente. Todas las iglesias de Francia resonaban
aun ron las patéticas exhortaciones dirigidas á los guerreros cristianos, los obispos mandaban á los Beles en
nombre del soberano pontifice que secundasen con los ausilios de la caridad la empresa contra los musulma
nes, y un breveapostólicoconcedido al hermano de San Luis (1),no tansoloeltributoimpuestoá los cruzados que
rescataban su voto, sino tambien las cantidades destinadas por testamento á obras de piedad cuyo objeto no
estuviese determinado de un modo preciso. Aunque estas sumas eranmuy considerables, apenas podian bastar
á los gastos de una espedicion que se anunciaba como otra cruzada. Los caballeros y I09 barones que habian
resistido el ejemplo de Luis IX, manifestaban poco entusiasmo ó no tenian dinero para tan largo viaje; la
devocion y el deseo de gloria no bastaban para arrastrarlos bajo las banderas de la Tierra Santa, y la his
toria nos ha conservado un tratado por el cual Hugo, condede Angulema, solo consiente en partir á la cru
zada con doce caballeros bajo la condicion espresa de que el conde de Poitiers los hade mantener en su mesa
durante la espedicion, ha de adelantar al señor Hugo cuatro mil libras y le ha de pagar durante su vida una
pension de seiscientas libras tornesas. Este contrato y otros muchos parecidos eran una innovacion en las
costumbres militares del feudalismo y aun en los usos consagrados por las guerras santas.
La nobleza de Inglaterra estaba impaciente de imitará la de Francia que habia acompañado á su rey, y
se lee en Mateo Paris que los señores y caballeros ingleses habian ya vendido ó empeñado sus tierras y pues
to á discrecion de los judios, lo cual parecia ser el preliminar de una partida á la cruzada. Es inútil añadir
que esta impaciencia por partir á oriente no era efecto del entusiasmo religioso, sino del espiritu de oposicion
que animaba á los barones contra su monarca. Enrique III, á quien acusaban de querer aprovecharse de la
ausencia de Luis IX, hizo todos sus esfuerzos para detener á los señores y barones de su reino, y como estos
se resistieron despreciando sus súplicas, resolvió valerse de la influencia dela Iglesia. «Lo mismo que un niño
á quien han maltratado, dice Mateo Paris, va á quejarse á su madre, el rey de Inglaterra elevó sus quejas al
soberano pontifice, añadiendo que él mismo se proponia partir y llevar mas adelante sus barones á la Tierra
Santa. El papa en sus respuestas prohibió á Enrique III que hiciera ninguna tentativa hostil contra el reino
de Francia, pero al mismo tiempo amenazó con los anatemas de la Iglesia á los caballeros y señores ingle
ses que salieran del reino contra la voluntad del rey. Apoyado Enrique en la autoridad pontificia, mandó á
los comandantes de Doucres y de otros puntos que tomasen precauciones para que no pudiera embarcarse
ningun cruzado. De modo que la corte de Iloma predicaba por un lado la cruzada y retardaba por otro la
partida de los soldados de la cruz, lo cual debia acabar de disipar todas las ilusiones y ahogar el espiritu de
la guerra santa.

(1 ) Este brevedel papa se encuentra en la gran coleccion de los concilios del padre Labt« t. IV, y en el Invent. del tesoro de Car.
tas, t. IX, cuarta cruzada, p. 3.
(48 y 4SJ **
426 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Tambien habia hecho juramento de combatirá los infieles Raimundo conde de Tolosa ; pero la inconstan
cia de su carácter y la politica del papa le arrastraron pronto á otras empresas. Su siglo le habia -visto su
cesivamente rebosando de celo porta Iglesia, ardiente en la persecucion, el apóstol de la herejia y el mas
cruel enemigo de los herejes (1); tan pronto enarbolando la bandera de la rei elion como sumiso hasta la
esclavitud ; desafiando los anatemas de la santa sede y buscando en seguida el favor de los pontífices; perse
guido por guerras injustas y declarando la guerra sin motivo. En la época de que hablamos, el conde de To
losa solo pensaba en combatir los infieles, mas se preparaba á servir la politica celosa do la corte de Roma,
dirigiendo sus armas contra Tomás de Suavia que acababa de casarse con una hija de Federico á pesar de 'a
voluntad del papa. Habia recibido ya del soberano pontifice el dinero necesario para sus preparativos, y
se habia despedidode su hija la condesa de Poitiers, que iba á embarcarse para oriente, cuando cavó enfer
mo en Miltiau. Desvaneciéronse entonces todos los proyectos de su ambicion, y sirviéndonos de las palabras
de un historiador moderno, se fué al otro mundo á saber el desenlace de las incomprensibles variedades de su
vida.
Terminó con él la casa de los condes de Tolosa que dió tantos héroes á la Tierra Santa y algunas victimas
en sacrificio al espiritu de las cruzadas. El condado de Tolosa entró en la familia de los reyes de Francia, y
en tanto que Luis IX iba á disipar sus ejércitos y sus tesoros para hacer conquistas en oriente, otras conquis
tas menos brillantes, pero menos caras, mas útiles y mas duraderas acrecentaban el poder de la monarquia
y ensanchaban los limites del reino.
La Alemania, la Italia y la Holanda agitadas por sangrientas guerras ocupaban entonces toda la atencion
de Federico y no le permitian dirigir sus miradas hácia el oriente. Envió al conde de Poitiers cincuenta ca
ballos y viveres, deseando que tuviera buen éxito la cruzada y sintiendo no poder tomar parte en ella. Fe
derico habia vivido como el conde de Tolosa, y pronto debia ver tambien en otra vida el término de su am
bicion, de la inconstancia desus designios y de las vicisitudes de la fortuna.
Aunque las circunstancias no favorecian mucho al conde de Poitiers. terminó sus preparativos y reunió un
ejército. Los nuevos cruzados se embarcaron en Aguas Muertas en el momento que llegaba á occidente la
noticia de la toma de Damieta. El ejército cristianolos esperaba en Egipto con inquietud, pues el mar estuvo
agitado sin cesar durante un mes por furiosas borrascas. Tres semanas antes de su I legada, todos los pere
grinos dirigian al cielo sus oraciones; el sábado de cada semana iban en procesion hasta la orilla del mar
para implorar la proteccion divina en favor de los guerreros que debian reunirse con el ejército cristiano.
Finalmente despues de una navegacion de tres meses, el conde de Poitiers desembarcó delante de Damieta,
y su llegada esparció la alegria, reanimó la esperanza de los cruzados y les hizo salir de su pernicioso des
canso.
Luis IX reunió el consejo de los principes y los barones para consultarles sobre la marcha que debia se
guirse y las medidas que habian'de adoptarse para la conquista de Egipto. Muchos jefes propusieron que se
pusiese sitio á Alejandria, manifestando que esta ciudad tenia un puerto cómodo, donde estaria abrigada la
escuadra cristiana y se procurarian fácilmente viveres y municiones ; y este era el parecer de los espertos en
la guerra. La juventud brillante, persuadida de que se habia tenido ya sobrada prudencia permaneciendo
muchos meses en la inaccion, sostenia que era preciso marchar contra el Cairo, sin pensar en los peligrosque
podia correr el ejército en un pais desconocido donde solo debian encontrar enemigos irritados por el fanatis
mo y la desesperacion. El conde de Artois esel que se hacia notar masentre los que deseaban que se atacase
la capital de Egipto. «Cuando se quiere malar la serpiente, esclamaba, es preciso aplastarle primero la ca
beza. » Esta opinion espresada con calor obtuvo la mayoria del consejo, y San Luis que participaba tambien
del ardimiento y las esperanzas de la imprevisora juventud, dió laórdende marchar hácia el Cairo.
Componiase el ejército de los cruzados de sesenta mil combatientes entre los cuales se contaban mas de
Veinte mil caballeros. Una numerosa flota subió por el Nilo llevando las provisiones, los bagajes y las má
quinas de guerra, y la reina Margarita y las condesas de Artois, de Anjou y de Poitiers se quedaron en Da
mieta, donde el rey habia dejado una guarnicion á las órdenes de Olivero deThermes.
Los cruzados fuéron á acamparse el 7 de diciembre á Fareseour, situado á cinco ó seis leguas de Damieta .

(1) Metes Paris ad ann, 249; Guillermo de Puylaurent, el mismo año.


LIBRO DECIMOQUINTO.— 1249-1250. 427
(Aun se ve en eldia esta aldea edificada en un terreno escarpado.) El terror precedia la marcha triunfante
de los caballeros, y todo al parecer fu vorecia su empresa. Una circunstancia, que se ignoraba entonces, hu
biera podido aumentar la confianza y la alegria de los cristianos; acababa de sucumbir Negmedino despues
de haber luchado largo tiempo contra una enfermedad cruel, y su muerte hubiera llenado de terrory agita
cion al pueblo y al ejército egipcio, á no haberse tenido cuidado de ocultarla durante algunos dias. Cuando el
sultan hubo exhalado el último suspiro, los mamelucos siguieron custodiandola puerta de su palacio como si
estuviera vivo ; se hacia la oracion y se daban órdenes en su nombre, y nada interrumpió los preparativos de
defensa y los cuidados de la guerra contra los cristianos. Todas estas precauciones procedian de una mujer,
comprada en un principio como esclava y esposa favorita despues de Negmedino : los historiadores árabes ce
lebran el valor y la destreza de Cheggeu-Eddour y están acordes en afirmar que ninguna mujer la escedia
en belleza ni ningun hombre en genio (1).
La sultana reunió á los principales emires despues de la muerte de Negmedino, y en esta asamblea se dió
el mando de Egipto al emir Fakredino, y se reconoció como á sultan á Almoadan Tourauschah que su padre
habia enviado á Mesopotamia. Algunos autores aseguran que se resolvió en este consejo enviar embajadores
al rey de Francia proponiéndole la paz en nombre de un principe, cuya muerte era aun ignorada, y ofre
ciéndole en cambio de una tregua, á Damieta con su territorio, á Jerusalen y otras muchas ciudades de Pa
lestina. Pero esta negociacion no podia tener buen éxito, porque los cruzados estaban muy adelantados y te
nian sobrada confianza en sus armas para dar oidos á ninguna proposicion.
El ejército cristiano continué su marcha por las orillas del Nilo, y entró en el pueblo de Sareusah, llama
rlo hoy Serinka, sin haber encontrado mas enemigos que quinientos ginetes musulmanes. Estos ginetes ma
nifestaron en un principio intenciones pacificas, y su reducido número no inspiró ningun temor, y Luis IX,
cuya proteccion parecian implorar, prohibió á los cruzados que los hostilizasen ; pero los mamelucos, abu
sando de la confianza que se les mostraba y aprovechando una ocasion favorable, se arrojaron repentina
mente sobre los templarios y mataron un caballero de la orden. Se da entonces el grito de guerra en el ejér
cito francés, que rodea por tedas partes al escuadron de los musulmanes, y los que no sucumben bajo el
acero de los cruzados se ahogan en el Nilo. A medida que los cristianos se acercan á Manscurah, crece la in
quietud y el espanto de los musulmanes, y el emir Fakredino pinta los peligros del islamismo en una carta
que se lee á la hora de la oracion en la mezquita principal del Cairo. Despues de la fórmula : En nombre de
Dios y de Mahoma su profeta, la carta de Fakredino comienza con estas palabras del Coran : Corred, grandes
y pequeños, la causa de Dios necesita vuestras armas y vuestras riquezas. Los francos, aCade el emir, los
francos (; el cielo los maldiga .') han llegado á nuestro pais con sus espadas y pendones, y quieren apoderarse
de nuestras ciudades y devastar nuestras provincias ; pero ¿qué musulman se negará á marchar contra ellos
y á vengar la gloria del islamismo?»
El pueblo prorumpió en llanto al oir esta carta, y reinaba una grande agitacion en toda la ciudad del
Cairo, cuando la muerte del sultan, cuya noticia empezaba á esparcirse, aumentóla consternacion general.
Enviáronse órdenes para levantar tropas en todas las provincias egipcias, se predicó la guerra en todas las
mezquitas y los imanes trataron de despertar el fanatismo para oponerlo al abatimiento de la desesperacion.
El ejército cristiano llegó ante el canal de Aschmoun el 19 do diciembre, teniendo al otro lado del canal el
ejército musulman y la ciudad de Mausourah. Todo parecia anunciar que en aquel sitio se decidiria la suerte
de la guerra ; los cruzados alzaron sus tiendas en el mismo sitio donde se habia acampado treinta años antes
Juan de Briena. El recuerdo de tan gran desastre debiera haberles servido de leccion.
El canal de Aschmoun teniala misma anchura que el Mame, su álveo era profundo y su orilla elevada;
érase entonces la estacion en que están bajas las aguas, pero su paso ofrecia grandes dificultades.^Hemos vi
sitado el canal en la estacion misma en que se detuvieron los cruzados en sus orillas y nadie podia cruzarlo.
Fué preciso, pues, construir un dique, y empezaron á trabajar, pero los ingenieros no supieron dirigirlo, y
caJadia habia necesidad de volver á hacer lo hecho el anterior, llevándose la corriente todos los obstáculos.
Importunaban además á los cruzados en su trabajo noche y dia los enemigos, y estaban espuestos sin cesar
á los dardos de los musulmanes y á su terrible fuego griego.

(t; Comparese á Joinvüle p. 40 c. n el estracto de Makrisi en la Biblioteca de las Cruzadas.


428 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Aunque el jefe del ejército musulman habia huido sin combatir ante los cruzados desembarcados en Da-
mieta, las crónicas árabes ensalzan su valor y sus talentos militares, y aíiaden que habia sido armado caba
llero por Federico II y que llevaba en sus escudos las armas de los emperadores de Alemania con las del sul
tan del Cairo y de Damasco. Fakredino habia reanimado con sus discursos y su ejemplo el valor y la con
fianza de un ejército vencido.
Apenas se habian establecido los cruzados en su campamento y empezado las obras necesarias para pasar
el canal de Aschmoun, Fakredino envió una parte de sus tropas á la otra parte del canal para atacar la re
taguardia del ejército cristiano. Los musulmanes esparcieron el espanto y el desórden en el campo de sus
enemigos con este ataque imprevisto,; esta última ventaja acrecentó su audacia y pronto dieron un nuevo
asalto al campamento de los cristianos sobre toda la linea que se estendia desde el canal hasta el Nilo (I). Los
musulmanes penetraron varias veces en las trincheras de los cruzados, y el chique de Anjou, Guido, señor
de Forez, el señoree Joinville y otros muchos jefes se vieron precisados á desplegar todo su valor para re
chazar del campo á un enemigo que á cada nuevo combate veia que los francos no eran invencibles y que se
podia al menos contener su marcha.
Todos los diasse combatia en la llanura ó en el rio : muchas naves cristianas habian caido en poder de los
musulmanes, y los árabes cercaban incesantemente el campo y arrebataban á cuantos se separaban de sus
banderas. No pudiendo saber el emir Fakredino el estado del ejército cristiano mas que por las relaciones de
os prisioneros, prometió una recompensa por cada cautivo que le presentaran en su tienda, de modo que se
empleaban todos los medios que puede sugerir la audacia y la astucia para sorprender á los cruzados. So
cuenta que habiéndose cubierto la cabeza un soldado musulman dentro de un casco de melon, se lanzó á nado
al Nilo; el melon que parecia flotar sobre la superficie del agua, llamó la atencion de un guerrero cristiaro
esle se arrojó al rio, y al ir á tender la mano para apoderarse del fruto flotante, fué cogido y arrastrad( a
(ampo de los musulmanes. Esta particularidad, mas rara que instructiva, se halla en muchos historiadores
árabes (2) que apenas hablan de los combates anteriores. Tal era el espiritu y el carácter de la mayor parte
de las historias orientales en que los detalles mas frivolos ocupan con frecuencia ol lugar de las verdades mas
útiles y de los sucesos mas importantes.
(1230) En tanto que los ejércitos se hallaban frente^ frente, los cruzados continuaban la obra que habian
comenzado en el canal de Aschmoun, y construian torres de madera y máquinas de guerra para proteger á
los trabajadores empleados en formarel dique sobre el cual debia pasarel canal el ejército cristiano. Por otra
parte, los musulmanes hacian los mayores esfuerzos para impedir que los cristianes terminasen su obra, la
cual adelantaba con mucha lentitud, y las torres de madera que se habian construido delante de la calzada no
podian defender los obreros ni los soldadosde las flechas, piedras y vigas inflamadas que lanzaban desde e'
campo los enemigos. Imposible es esplicar la sorpresa y el terror que causaba al ejército cristiano el fuego
griego ; segun las relaciones do testigos oculares, este fuego terrible, lanzado unas veces por un tubo de bron
ce, y otras por un instrumento llamado pedrera, era de un grosor do un tonel de vino, segun dice Joinville;
la cola ardienteque arrastraba detrás tenia muchos piés de longitud, los cruzados creian ver en los aires un
dragon de fuego volando, y el ruido de su esplosion era igual al del rayo que cae estallando. Cuando apare
cia en medio de la noche esparcia un siniestro resplandor que iluminaba el campo ; al ver el terrible fuego,
los caballeros encargados de custodiar las torres, corrian de un lado á otro como atontados, unos llamaban en
su ausilio á sus compañeros, otros se arrojaban al suelo y se arrodillaban invocando el poder divino. El se
nescal de Champaña no podia disimular su terror, y daba gracias á Dios de todo corazon cuando el fuego
griego caia lejos de su lado. No estaba menos desconsolado Luis IX, y cuando oia la esplosion, esclamaba llo
rando : ¡ Señor Dios Jesucristo, guardadme á mí y á mi gente 1
Las buenas oraciones del rey, dice su historiador, nos fueron bien necesarias, pero no pudieron salvar las
torres y las obras de madera construidas por los cruzados, pues todo fué consumido por las llamas á tos ojos
del ejército cristiano que no lo pudo impedir. Los cristianos debian haberse convencido al fin de que habian
intentado una empresa imposible, y que les era preciso buscar otro medio mas fácil y seguro de pasar el ca-
pal. Desgraciadamente los jefes se obstinaron en emprender otras construcciones que alcanzaron igual suerte

(1) Relacion manuscrita.


(?) Genvil-EcWin.
LIBRO DECIMOQUINTO.- 1249-1 250. 429
que las primeras, perdiendo asi mucho tiempo, y acabando de llenar de orgullo á los musulmanes con la inu
tilidad de sus tentativas.
Los mamelucos supieron entonces que el nuevo sultan acababa de llegar á Damasco y que se le esperaba
en su capital. Su venida les daba nuevas esperanzas, y rebosaban de confianza en la victoria. El emir Fa-
kredino repetia con frecuencia con tono de seguridad que pronto iria á acostarse en la tienda del rey de
los francos.
Hacia ya un mes que estaban los cristianos de Aschmoun haciendo inútiles esfuerzos ; sus jefes no trataban
de averiguar si era posible atravesar el canal á pié ó á nado como habia hecho la caballeria egipcia, y ya em
pezaban á desesperar, cuando la casualidad descubrió un medio de salir del apuro y que hubieran sabido
antes á no haber tenido tanta imprevision y tenacidad. Un árabe beduino propuso a Huberto de Beaujeu,
condestable de Francia, que le indicaria á cuatro millas del campamento un vado por el cual podrían pasar
los cruzados sin riesgo y sin obstáculos á la otra orilla del Aschmoun. Despues de asegurarse de que decia ver
dad el árabe, se le entregaron quinientos hozantes de oro que habia pedido, y el ejército cristiano hizo todo
lo necesario para aprovechar esta tardia tentativa.
El rey y los principes sus hermanos con toda la caballeria se pusieron en marcha á media noche; el duque
de Borgoña se quedó en el campo con la infanteria para observar al enemigo y custodiar las máquinas y los
bagajes, y al asomar el dia, todos los escuadrones que debian pasar el Aschmoun esperaban la señal en la
orilla. — En nuestro viaje á Egipto reconocimos el sitio (1) por donde los ginetes entraron en el rio y encontra
ron buen vado y tierra firme . Este sitio del canal le llama Makrisi, Sedam. Las gentes del pais pasan aun por
él cuando están bajas las aguas del Nilo. Hay muchos vados en esta parte del canal, cuya orilla es muy es
carpada, y debió ser dificultoso el paso del ejército.
El conde de Artois fué el primeroque se presentó para pasarel Aschmoun. Sabiendo el rey enán impetue
so era el ardor de su hermano, quiso al principio detenerle, pero Roberto insistió vivamente, y juró por los
Evangelios que al llegar 6 la otra orilla esperaria que hubiese pasado el ejército cristiano. Luis confió im
prudentemente en la promesa de un principe altivo y exaltado, creyendo que dominaría sus belicosos traspor
tes y se resistiria en el campo de batalla de todas las tentaciones de la gloria. El conde de Artois se puso al
frentede la vanguardia en la oual se veian los hospitalarios, los templarios y los cruzados ingleses, atravesó
el Aschmoun, dispersó á trescientos ginetes enemigos ; y al ver los musulmanes que huian, el jóven Roberto
ardia en deseos de perseguirlos. En vano los dos grandes maestres le dicen que la fuga del enemigo no es tal
vez mas que un ardid de guerra y que es preciso esperar al ejército y seguir las órdenes del rey ; Roberto te
me perder la ocasion de triunfar de los infijles y solo da oidos á su afan de vencer; se lanza por la llanura
espada en mano, arrastrando en pos de si á todos, y persigue á los musulmanes hasta su campamento donde
penetra con ellos.
Fukredino se hallaba entonces en el baño y se hacia teñir la barba segun acostumbran los orientales, monta
á caballo medio desnudo, reune sus tropas y se resiste algun tiempo, pero pronto se queda solo en el campo
de batalla, se ve cercado, cae y muere cubierto de mil heridas.
Todo el ejército musulman huia en desorden hácia Mansourah. ¿Cómo resistir al anhelo de volar en su
persecucion? ¿qué debia temerse de un enemigo que abandonaba su campo? ¿no podia creerse que los mus ul
manes huian como en Damieta, y que el terror les impediría reunirse? Todas estas ideas acudieron á la mente
del conde de Artois y leinducian á no esperar el resto del ejército para completar su victoria. En vano el gran
maestre del Temple renueva sus reflexiones ; el jóven principe responde con arrebato á los consejos de la es-
periencia, y en un rapto de cólera acusa á los templarios y hospitalarios de estar en connivencia con los in
fieles y de desear que se perpetúe una guerra de que se aprovechaba su ambicion. «¿Pu«s qué, respondieron
los dos grandes maestres, nosotros y nuestros caballeros habremos abandonado nuestras familias y nuestra
patria, y pasamos la vida en estranjera tierra y en medio de los peligros y fatigas de la guerra, solo para ha
cer traicion á la causa de la Iglesia cristiana ? »
Al acabar estas palabras el gran maestre del Temple mandó á sus caballeros que preparasen sus armas y
enarbolasen la bandera del combate. El conde deSalisbury, que mandaba á los ingleses, trató de hacer ver
el peligro á que podia esponerse el ejército cristiano separado de su vanguardia, pero el conde de Artois le
( t i Correspondencia de Oriente, cat ta CLYII,
430 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
interrumpió bruscamente diciéndole : a Los timidos consejos no son para nosotros.» Renováronse entonces
las contiendas que tantas veces habian estallado y el acaloramiento de la discusion ahogó la voz de la pru
dencia.
Mientras se disputaba de este modo, el antigue ayo del conde de Artois, Forcault de Nesle, que era sordo
y que creia que se preparaban al combate, no cesaba de gritar: ] Ores á ellosl ¡ores á ellos (1)1 Estos gritos
son una señal funesta para los guerreros impulsados por la cólera y la impaciencia de la victoria :los templarios
los ingleses y los francos parten juntos y vuelan bácia Mansourah ; penetran en la ciudad abandonada por el
enemigo , y unos se detienen saqueando y otros persiguen á los fugitivos por el camino del Cairo.
La derrota de los enemigos hubiera sido completa si todas las tropas cristianas se hubiesen hallado al
otro lado del canal en el momento que el conde de Artois entraba en Mansourah; pero se efectuaba el paso*
con mucha dificultad y confusion, y cuando el ejército francés cruzaba el Aschmoun, un espacio de dos le
guas lo separaba de su vanguardia.
Los musulmanes arrojados de su campamento creyeron en un principio que tenian que combatir con to
das las fuerzas de los cruzados mandadas por el rey de Francia, pero pronto reconocieron el reducido nú
mero de sus enemigos y se asombraron de su propia fuga. Salió del seno mismo del peligro y del desorden
un jefe hábil cuya presencia de ánimo ahuyentó el temor de los musulmanes. Bibars—Bendocdar, á quien
los mamelucos acababan de poner á su cabeza, conoció la imprudencia de los cristianos, reunió á los soldados,
dirigió una parte de su ejército entre el canal de Aschmoun y Mansourah, se apoderó de las puertas de la
ciudad y se lanzó con la flor de sus soldados contra los cruzados que saqueaban el palacio del sultan, a Los
mamelucos, leones de los combates (asi se espresa un historiador árabe), se arrojaron sobre los francos co
mo una furiosa tempestad, y sus terribles mazas esparcieron por todas partes la muerte y el estrago.» Los
cristianos dispersos por la ciudad apenas tuvieron tiempo de reunirse; cercados en las angostas calles no po
dian combatir á caballo ni servirse de sus espadas; desde los tejados y ventanas caian sobre ellos piedras, y
torrentes de fuego griego; estaban cerradas las puertas de la ciudad; la muchedumbre de los musulmanes
ocupaba todos los caminos, y ninguna esperanza quedaba ya de salvacion á la valerosa vanguardia que po
co antes habia puesto en fuga todo un ejército.
Pronto el ejército cristiano, que acababa de pasar el canal, se halló en el mayor peligro, pues á medida
que llegaban los cruzados al otro lado del Aschmoun, sabian los unos que el conde de Artois perseguia al
enemigo y los otros que estaba encerrado en Mansourah; la mayor parte de los caballeros estaban afanosos
de participar de su gloria ó sus peligros, y sin esperar á los que les seguian corrieron hasta el campo de los
musulmanes y despues hácia la ciudad.
Uno de los primeros que se pusieron en movimiento fué el conde de Bretaña, y le siguieron Guido de
Malvoisin, el señor de Joinville y los mas valientes caballeros del ejército. Avanzaban apresuradamente y
sin precaucion por en medio de una campiña llena de enemigos y no tardaron en separarse unos de otros;
algunos volvieron atrás y la mayor partese vieron rodeados por los musulmanes. Mil combates se trabaron
á un tiempo en la llanura ; aqui vencian los cristianos, alli eran vencidos, y en todas partes se veian á la
vez atacando, defendiéndose, ahuyentando al enemigo ó huyendo.
Alzase de pronto una nube de polvo por el lado del Aschmoun y se oye el rumor de trompetas y clarines :
era el ejército cristianoque avanzaba. San Luis, que ¡ba al frente de la caballeria, se paró en una colina
atrayendo todas las miradas ; los caballeros dispersos por la llanura y que no podian resistir á los musulma
nes, creyeron ver al ángel de los combates que acudia en su ausilio, y especialmente Joinville, á quien los
enemigos estrechaban vivamente, no pudo menos de admirar el majestueso ademan del monarca. Luis lle
vaba un casco dorado, empuñaba una espada de Alemania, sus armas eran deslumbrantes, su altivo conti
nente animaba á todos los guerreros ; finalmente, dice el sencillo senescal, en quien el sentimiento del peligro
aumentaba el de la admiracion, os aseguro que jamás he visto armado un hombre de tan magnifica presencia .
Viendo muchos de los caballeros que acompañaban á Luis que los guerreros franceses luchan por todas par
tes con los musulmanes, salen de las filas y corren á la pelea. Crees entonces la confusion, cada cual corre

(1) Joiaville. Esta palabra ores, que se usaba para animar 6 los combitientes que aun usan muchos pueblos de Francii, ¿pro
cederá del hourra de los ruso»?
LIBRO DECIMOQUINTO.-* 249-1 250. 431
sin saber (íótule está el enemigo, al poco rato no se ven ya ondear las banderas del ejército cristiano, se ig
nora en qué lado está el rey, nadie da órdenes, y la maza y la hacha de armas hacen volar á pedazos ¡os
cascos y los escudos. Unos caen cubiertos* de heridas ; otros son pisoteados por los caballos ; resuenan juntos
el grito de los francos. ¡Mont-joie San Dionisio! y el de los musulmanes. ¡Islam, islam! no se oyen por todos
partes masque los gritos de los moribundos, el choque de las espadas y el rumor de tambores y trompetas.
Desde el canal hasta Mansourah y desde el Nilo hasta la orilla donde los cruzados acababan de llegar, la cam
piña solo presenta un vasto campo de carniceria en que cada cual pelea por su vida, y corren por todas
partes torrentes de sangre sin que la victoria se decida por los musulmanes ni por los cristianos (1).
Los cruzados habian conseguido algunas ventajas en todos estos combates parciales, pero su ejército estaba
disperso, y entonces fué cuando Bibars, despues de haber dejado en Mansourah tropas suficientes para triun
far de la resistencia del conde de Artois y de sus caballeros, se puso en marcha con todas sus fuerzas, diri
giéndose por el lado del canal, ya para sostener á los musulmanes que empezaban á huir, ya para dar una
batalla decisiva. Luis y los jefes que le acompañaban advirtieron el movimiento y los proyectos del enemigo,
se decidió al momento que el ejército cristiano se aproximase al canal para no verse rodeado y para conser-
vnr algunas comunicaciones con el duque de Borgoña que se habia quedado en la otra orilla. El estandarte
real puesto al frente de los batallones, les indicaba ya el camino que debian seguir, cuando los condes de Poi—
tiers y de Flandes, que se habian adelantado por la llanura, enviaron á decir al rey que iban á sucumbir si
no se apresuraba á socorrerlos, y por otro lado lmberto de Beaujeu venia á anunciar que Roberto iba á
perecer en Mansourah. Luis se paró un momento, pero una multitud de caballeros corrieren sin esperar sos
órdenes, unos en ausilio de los de Poitiers y Flandes, otros á salvar al conde de Artois, y los guerreros fran
ceses que se hallaban separados del rey, no pudieron resistir ,l la multitud de los enemigos y se retiraron
hasta donde estaba el ejército esparciendoel desorden. En medio de la confusion general se esparció el ru
mor de que los musulmanes eran en todas partes vencedores y que el rey daba la órden de retirada ; y mu
chos escuadrones se dispersaron y se precipitaron hácia el canal y casi al mismo tiempo aparecieron las aguas
cubiertas de caballos y de ginetes que se ahogaban. En vano el rey se esforzaba en reunir sus tropas, apenas
se escuchaba su voz y daba órdenes que no se ejecutaban.
Precipitase entonces en medio del peligro, y su ardimiento lo arrastra tan lejos que apenas pueden se
guirle sus escuderos, quedando por fin solo en la pelea, y cercado por seis ginetes musulmanes que tratan de
llevárselo prisionero. Luisse resiste, llega á librarse de ellos y los obliga á huir. Tan brillante rasgo de va
lor reanima á los cristianos que huyen, los guerreros franceses acuden de todas partes al lado del rey, vuelve
á empezar el combate y dispersan á su vez á los batallones musulmanes. En tanto que todo el ejército cris
tiano combatia para reparar el yerro y salvar la vida del conde de Artois, este desgraciado principe se de
fendia con bravura heroica en Mansourah y solo pensaba en morircon los caballeros que le habian seguido.
151 combate duró desde las diez de la mañana hasta las tres de la tarde ; los mas valientes, acribillados de he
ridas, abrumados de cansancio y rodeados delos cadáveres de sus compañeros, amenazaban aun á sus ene
migos, pero cayeron al fin todos cubiertos de sangre y de heridas. Salisbury murió al frente de los guerreros
que mandaba ; Roberto de Bair se envolvió antes de caer con la bandera inglesa que llevaba ; Raul de Coucy
espiró en medio de los suyos tendidos sobre la tierra, y el conde de Artois, atrincherado en una casa, se de
fendió largo tiempo, pero cayó por fin en medio de la carniceria y de los escombros. Quinientos eran los guer
reros cristianos cuando entraron en Mansourah donde casi todos hallaron la muerte. El gran maestre de los
hospitalarios, que quedó solo en el campo de batalla, cayó prisionero, y el del Temple escapó como por mila
gro y volvió por la tarde al ejército cristiano con el rostro ensangrentado, rotos los vestidos y abollada la co
raza. ¡Habia visto caer á su lado doscientos ochenta de sus caballeros (2)!
La mayor parte de los queso dirigian hácia Mansourah para socorrer al conde de Artois perecieron vic
timas de su intrépido celo; el valiente Guido de Malvoisin llegó hasta las murallas y no piulo penetrar en la
plaza, y el duque de Borgoña hizo invencibles esfuerzos para llegar hasta el sitio del combate, oyó las ame
nazas, los gritos y el tumulto que resonaba en la ciudad sin poder forzar las puertas ni escalar las murallas.
-
(1) Joinville.
¡a) Murieron en Mansourah trescientos caballos del conde de Pouiliers y cerca de trescientos ingleses ( Joinville, Guü'ermu do
Nangis y Mateo faris)
432 HISTORIA DE LAS CU ÜZADAS.
Se le vio volver al cerrar la noche ; vomitaba sangre á borbotones; su caballo, erizado de flechas, habia
perdido la brida y los arneses, y todos los guerreros que le seguian estaban heridos. Aun en este estado era
terrible para sus enemigos, matando ó separando á lanzadas á los q«i» osaban perseguirle y dirigirles pala
bras de burla (1).
Cuando la noche separó á los combatientes, el prior del hospital de Rosnay fué á besar la mano al rey y le
preguntó si tenia noticias del conde de Artois. « Lo único que sé, respondió el santo monarca, es que ahora
está en el paraiso.» El buen caballero, con objeto de ahuyentar tan triste idea, iba á estenderse sobre las
ventajas que acababan de conseguir. Luis alzó entonces al cielo sus ojos preñados de lágrimas y dijo : «Ala
bado sea Dios por lo que nos da ,» mas se veia, añade Joinville, muchas lágrimas en su rostro mientras de
cia estas palabras.» El prior de Rosnay guardó silencio, y los barones y señores reunidos cerca del rey ca
llaron con sombria tristeza, llenos de angustia y compasion al verle asi llorar.
Aunque el ejército debia acusar al conde de Artois de las desgracias de esta jornada, participó del pesar
de Luis, pues era tal el ascendiente del valor entre los guerreros franceses, que las mayores faltas les pare
cian expiadas con una muerte gloriosa. No se ignora aiemás que en todas las cruzadas los que morian con
las armasen la mano eran colocados en el número de los mártires. Los guerreros cristianos solo veian ja en
el conde de Artois un soldado de Jesucristo que Dios habia llamado á su seno ; de este modo la devocion se
aunaba con la gloria y se honraba como santos á los que se admiraba como héroes.
Mateo Paris cuenta en su historia que la madre de Salisbury vióásu hijo subir al cielo el dia mismo de
la batalla de Mansourah. Igual creencia tenian los musulmanes, los cuales respetaban como mártires á los
que morian en el campo de batalla en las guerras contra cristianos. « Los francos, dice el historiador Gemal-
Eddin, enviaron á Fakredino á las orillas del celeste rio y su muerte fué un fin glorioso.»
La historia no ha conservado los nombres de todos los guerreros que se distinguieron por su valor en la
batalla de Mansourah ; el senescal de Champaña no fué el que corrió menos peligro y demostró menos he
roismo ; defendió un puente contra una multitud de enemigos, cayó dos veces del caballo, y en tan inmi
nente apuro, el hazañoso caballero se acordó del señor Santiago y le dijo : Buen señor Santiago, ayúdame,
socórreme en este piligro, yo te lo suplico. Joinville combatió todo el dia, su caballo tenia quince heridas, y él
mismo estaba herido por cinco flechas. El senescal nos cuenta que en medio de los combates de esta jornada
vió algunos guerreros de alta cuna que huian de la confusion general, pero no nombra á nadie porque en
el momento que escribia habian muerto las personas de que habla y no le parecia conveniente hablar mal de
los difuntos. La reserva con que se esplica en esta ocasion el historiador manifiesta el espiritu del ejército
francés, en el que se consideraba como una deshonra indeleble y la mayor desgracia el haber dado á cono—
nocer un momento tan solo el temor.
La mayor parte de los guerreros franceses no perdian jamás, ni aun en los mayores peligros, el senti
miento de honor que forma el carácter de la caballeria. Erardo de Severey recibió una cuchillada en el ros
tro combatiendo valerosamente con un reducido número de caballeros, y perdia toda su sangre y parecia
que no iba á subsistir á su herida, cuando dijo, dirigiéndose á los caballeros que peleaban á su lado : «Si me
asegurais que yo y mis hijos quedaremos á cubierto de toda deshonra, iré á pedir para vosotros ausilios al
duque de Anjouque veo allá en la llanura.» Todos ensalzaron su resolucion ; monta al punto á caballo, atra
viesa los escuadrones enemigos, llega hasta el duque de Anjou y vuelve con él á libertar á sus compañeros
que iban á [>erecer. Erardo de Severey espiró poco tiempo despuer de esta heroica accion, y se llevó consigo
al morir, noel sentimiento de una gloria vana, sino la certeza consoladora de que ningun baldon mancharia
su nombre y el de sus hijos como habia deseado.
Lo que nos admira y encanta al mismo tiempo en las antiguas crónicas que han hablado de la batalla de
Mansourah, es encontrar en medio de las escenas de carniceria las huellas del buen humor francés, de esa
jovialidad que desdeña la muerte y se mofa del peligro.
Habiéndose retirado los musulmanes, el ejército cristiano fué á ocupar su campamento de que se habia
..ipo lerado por la mañana la vanguardia, y que los árabes beduinos habian saqueado durante el combate. El
único fruto do las hazañas de la jornada fueron el campo de los enemigos y las máquinas de guerra que en

(I Joinvi.le,
LIBRO DECIMOQUINTO. —1 249-1 250. 433
¿I habian dejado. Loscruzados mostraron en aquel dia todo lo que puede el valor, y su triunfo hubiera sido
mas completo si hubiesen podido reunirse y combatir juntos, pero sus jefes no tuvieron bastante habilidad ó
ascendiente para repararla falta del conde de Artois, y los jefes de los musulmanes manifestaron mas des
treza y fueron tambien mejor secundados por la disciplina y la obediencia de los mamelucos.
Los cristianos no pensaron en celebrar su victoria al reconocer las pérdidas que habian sufrido. Para apre
ciar el resultado de lantos combates sangrientos, bastaba ver el contraste de los sentimientos que animaban
entonces á los dos ejércitos : una sombria tristeza reinaba entre los vencedores; los musulmanes, aunque re
chazados de su campo hácia Mansourah, miraban por el contrario como un triunfo el habercontenido la mar
cha de sus enemigos, y seguros del éxito de la guerra, se entregaban á la alegria recordando el terror que
habian tenido antes de la batalla.
Efectivamente, es imposible describirla consternacion que habia causado á los infieles el primer ataque del
conde de Artois. Al principio de la jornada, una paloma enviada al Cairo llevó un mensaje concebido en estos
términos : a En el momento que ha salido el ave, el enemigo ataca á Mansourah ; los cristianos han trabado
una terrible batalla con los musulmanes.»
El pueblo del Cairo se llenó de espanto al recibir esta noticia ; las puertas dela ciudad quedaron abiertas
para albergar á los q:ie habian emprendido la fuga ; todos exageraban el peligro para escusar su desercion;
creiase que el islamismo habia llegado á su fin, y muchos abandonaban ya ia capital para irá buscarun asilo
en el alto Egipto. Todo cambió de aspecto al dia siguiente cuando llegó otra paloma portadora de noticias pro
pias para tranquilizar á los musulmanes. El nuevo mensaje anunciaba que el Dios de Mahoma se habia de
cidido contra los cristianos. Desvanecióse entonces el temor, y el resultado del combate de Mansourah, dice
un autor árabe, fué la llave de la alegría para iodos los verdaderos creyentes (1).
El ejército musulman hizo varias tentativas, la misma noche que siguió á la batalla, para recuperar su
campamento y las máquinas de guerra que habian quedado en poder de los franceses. Los guerreros cristia
nos, rendidos de cansancio, oian sin cesar el grito de alarma, los continues ataques del enemigo no les per-
mitian reparar sus fuerzas con el sueño, muchos de ellos estaban debilitados por sus heridas y apenas podian
ponerse las corazas, pero se defendian no obstante con su valor acostumbrado.
Al dia siguiente, era miércoles de ceniza, los sacerdotes celebraban las ceremonias ordenadas por la religion
para dar principio á la cuaresma. El ejército cristiano pasó una parte del dia en oraciones y el resto en pre
parativos de defensa ; mientras los soldados de la cruz se prosternaban al pié de los altares y se preparaban
á rechazar los infieles, las imagenes del dolor se mezclaban en sus corazones con los sentimientos de valor
y dedevocion ; al recordar sus pasadas victorias, no dejaban do temer por el porvenir, y el simbolo delas fra
gilidades humanas que la Iglesia presenta á cada uno de sus hijos en este dia solemne, debia alimentar sus
tristes presentimientos.
Ocupáronse el mismo dia en colocar un puente en el Aschmoun para comunicarse con el campo del duque
de Borgoña : jefes y soldados se pusieron á trabajar con ardor y se terminó al cabo de algunas horas, y la in
fanteria que habian dejado á la otra parte del canal pasó á reforzar el ejército que pronto iba á trabar nue
vos combates.
Bibars, que habia tomado el mando da los mamelucos, solo trataba de sacar partido de sus primeras ven
tajas. Cuando se encontró el cuerpo del conde de Artois, los mamelucos enseñaron su coraza sembrada de
flores de lis diciendo que era el despojo del rey de Francia (2). Este espectáculo acabó de inflamar el ardor
de los musulmanes ; jefes y soldados pedian á gritos que los condujeran al combate, y el ejército musulman
recibió órden de estar dispuesto para el primer viernes de cuaresma.
Supo Luis IX el proyecto de los enemigos, y mandó á los principales jefes que fortificaran el campo y pre
parasen sus tropas para el combate. El viernes al asomar el dia los cristianos estaban sobre las armas, y al
mismo tiempo apareció en la llanura el jefe de los musulmanes formando sus tropas en batalla. Colocó la ca
balleria en las primeras filas, la infanteria detrás y mas lejos un cuerpo de reserva. Estendia ó reforzaba sus
lineas segun las disposiciones que veia tomar á sus enemigos ; su ejército cubria la hanura desde el canal hasta
el rio, y al medio dia mandó desplegar las banderas y empezar la batalla.
(I) Gemol-Eddin.
2) Makrisi.
!;:;
434 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
El duquede Anjou ocupaba la cabeza del campo por el lado del Nilo y fué el primero que recibió el ataque.
En un principiose presentó la infanteria de los musulmanes lanzando el fuego griego, que se adheria á los
vestidos de los soldados y á losarneses de los caballos. Los soldados á quienes alcanzaban las llamas y no po
dian apagarlas, corrian de un lado á ctro, lanzando espantosos gritos, y los caballos se asustaban llenando de
confusion las filas. La caballeria musulmana se abria paso á favor de este desorden; dispersaba á los que com
batian aun y penetraba en las trincheras. El duque de Anjou no pudo resistir los ataques multiplicados de
los enemigos; habiéndole muerto su caballo, combatió á pié, y mandó á pedir ausilio á Luis IX cuando es
taba ya próximo á sucumbir.
El rey, que lucha tambien con los musulmanes, hace un esfuerzo de valor, rechaza al enemigo hasta la
llanura y vuela á donde le llaman otros peligros. Los caballeros que le siguen se precipitan sobre los batalto
nes que cercan al duque de Anjou, y no detienen á Luis los dardos lanzados contra él de todas partes, ni el
fuego griego que cubriasus armas y los arneses de su caballo. Joinville se admira, al relatar este combate;
de que el rey de Francia se salvase de la muerte, y solo puede esplica rse esta especie de milagro atribuyén
dolo al poder de Dios.
A la izquierda del duque de Anjou estaban acampados los cruzados de la isla de Chipre y de Palestina
mandados por Guidode Ibelin y su hermano Balduino. Estos cruzados no se habian hallado en la última ba
talla y no habian perdido sus caballos ni sus armas. Cerca de ellos combatia el valiente Gaucher de Cha-
tillon al frente de una tropa escogida ; estos intrépidos soldados rechazaron todos los asaltos, y contribuyeron
mucho á salvar el campo y el ejército, permaneciendo inmóviles en el puesto confiado á su valor.
Habiendo nerdido los templarios la mayor parte de «us caballos en Mansourah, habian alzado ante ellos
una trinchera de maderas compuesta con las máquinas arrebatadas á los musulmanes. Este débil obstáculo
no puede resistir á la accion del fuego griego, el enemigo se lanzó en el campo á través de las llamas, los
templarios formaron con sus cuerpos una muralla impenetrable, sosteniendo durante muchas horas el choque
de los musulmanes, y fué tan reñido en este punto el combate, que apenas se veia el suelo, cubierto de dar
dos y flechas detrás del sitio que ocupaba la milicia del Temple. El gran maestre perdió la vida en la pelea,
muriendo un gran número de caballeros por defenderlo y por vengarlo, pero los prodigios de su valor recha
zaron al enemigo, y los últimos que perecieron en este tenaz combate tuvieron al morir el consuelo de ver
huir á los musulmanes.
Guillo de Malvoisin se hallaba cerca del punto que defendian los caballeros del Temple, y el batallon que
mandaba se componia casi todo de parientes y presentaba en los combates una familia de guerreros siempre
unidos é invencibles. Guido corrió los mayores peligros y fué herido muchas veces sin que tratase de ale
jarse del combate. «Los turcos, dice Joinville, cubrieron al señorGuido de Malvoisin con fuego griego en tanta
abundancia que apenas lo podia apagarsu gente.» Su ejemplo y el aspecto de sus heridas aumentaron el va
lor de sus compañeros que rechazaron por fin á los musulmanes.
No lejos de Guido de Malvoisin, bajando hácia el canal, se distinguian los cruzados flamencos mandados
por el conde Guillermo, que sostuvo sin cejar el furioso choque de los musulmanes. A su derecha combatia
Joinville con algunos caballeros ; el senescal debió en esta ocasion su salvacion á los guerreros de Flandes, y
por esto haco de ellos los mayores elogios. Los flamencos reunidos con los de Champaña pusieron en fuga la
infanteria y la caballeria de los musulmanes, los persiguieron fuera del campo, y volvieron cargados con los
escudos y corazas que habian quitado á sus enemigos.
El conde do Poitiers ocupaba el ala izquierda del ejército. Como este principe no tenia mas que infanteria
no podia resistir á la caballeria musulmana. Eran tales los guerreros de aquellos remotos tiempos, quecreian
estar desarmados cuando no iban á caballo, y no sabian combatir, ni aun para defender trincheras. El sitio
confiado á la guarda de los de Poitou fué invadido al momento por las tropas musulmanas; los mamelucos sa-
qnearon las tiendas de los cristianos, y se llevaron prisionero fuera del campo al hermano del rey. En tan
estremo peligro el conde de Poitiers no podia esperar ningun socorro del rey de Francia que habia volado en
defensa del duque de Anjou ni delos demás jefes del ejército, estrechados tambien jíor el enemigo. El pueblo
amaba mucho á este principe por su bondad, y recibió en esta ocasion el premio de sus virtudes, debiendo
su salvacion al cariño que inspiraba á todos los cruzados. Cuando vieron que habia caido prisionero, los tra
bajadores y las mujeres que seguian el ejército se reunieron tumultuesamente, y armándose con hachas, pa
LIBRO DECIMOQUINTO.— 1219-1250. 435
los y cuanto la casualidad puso en sus manos, volaron en persecucion de los musulmanes, salvaron al conde
de Poitiers y volviéronse en triunfo.
Al estremo del campo y cerca de los poitevinos combatia Joserand de Eranzon con su hijo y sus caballe
ros. Eos compañeros de armas de Joserand habian salido de Europa montados todos y magnificamente equi
pados, pero entonces combatian a pié y solo habian conservado la espada y la lanza. Solo su jefe iba á
caballo y recorria las filas, escitando á los soldados y corriendo a donde le llamaba el peligro. Esta débil
tropa hubiera perecido enteramente si Enrique de Briena, que se habia quedado en el campo del duque de
Borgoña, no hubiese mandado tirar á sus ballestens á través del brazo del rio siempre que el enemigo re
novaba sus ataques. De veinte caballeros que acompañaban á Joserand, quedaron doce en el campo de ba
talla.
Tal fué la batalla de la que l.uis IX habló con esta admirable sencillez en la relacion que envió á Francia:
«El primer viernes de cuaresma todas las fuerzas de los sarracenos atacaron el campamento, pero Dios se
declaró por los franceses, y los iufieles fueron rechazados con mucha pérdida (1).»
Los cristianos alcanzaron en esta jornada como en la anterior toda la gloria, pero quedó toda la ventaja
para los musulmanes. El ejército cristiano acababa de perder un gran número de guerreros y casi todos sus
caballos, y los enemigos recibian todos los dias nuevos refuerzos; era imposible ya ¡ ensar en ir al Cairo, y
la prudencia exigia al parecer regresar á Dainieta. La retirada era fácil aun y ofrecia un medio do salvar el
ejército para otra ocasion mas favorable, pero este consejo era desesperado y la desesperacion se apodera di
ficilmente del corazon de los valientes. Pareciales á los franceses un baldon el huir ó aparentar huir ante un
enemigo vencido.
Resolvieron, pues, quedarse. Almoadan, á quien Chegger-Epdous y los principales jefes de los mamelucos
habian llamado al trono de su padre, llegó á Egipto á fines de febrero, y fué recibido en medio de las acla
maciones del pueblo, ansioso siempre de mudanzas y apeteciendo nuevos reinados. Los emires y los gran
des manifestaron su alegria, pero sus demostraciones eran menos sinceras, pues esperaban al sucesor de
Negmedino con mas inquietud que impaciencia, y dando gran importancia á lo que por él habian hecho,
temian de antemano su ingratitud. Por otra parte, el jóven principe estaba celoso de su autoridad, y el poder
de los emires y la naturaleza misma de sus servicios le causaban una alarma que no tuvo prudencia de
disimular. Almoadan y los jefes del ejército empezaron pronto á inspirarse una desconfianza y un desvio re
ciproco ; estos, arrepintiéndose de haber elevado al imperio un principe que queria reinar solo, y aquél, de
terminado á defender su poder contra los mismos que se lo habian dado. Este estado de los ánimos parecia
anunciará Egipto nuevas revoluciones, pero desgraciadamente estallaron demasiado tarde para los cris
tianos.
Los cruzados se hallaban además en pugna con azotes mas temibles para ellos que el poderio y las armas
de los musulmanes; se declaró en el ejército cristiano una enfermedad contagiosa. Despues de los dos últi
mos combates se habian descuidado de enterrar los muertos, y los cadáveres, arrojados juntos en el Asch—
moun y flotando sobre las aguas, se habian detenido delante del puentede barcas construido por los cruzados,
y cubrian la superficie del canal de una á otra orilla. Estos montones de cadáveres exhalaban emanaciones
pestilenciales; y Luis mandó que se enterrasen los cuerpos de los cristianos en fosos abiertos en la orilla, pe
ro al mover y trasportar sin precauciones estos despojos de la muerte, solo se consiguió aumentar los pro
gresos de la epidemia. El espectáculo que se presentaba entonces á los ojos de los cruzados esparcia en el
campamento una profunda tristeza y renovaba el doloroso sentimiento de sus pérdidas. Veiase á los solda
dos cristianos buscando los deplorables restos de sus amigos ó parientes entre aquellos cuerpos desfigurados
por las heridas, la palidez de la muerte y la accion del sol y del agua, y muchos de los que se impusieron
tan piadoso deber á impulsos de la amistad cayeron enfermos y murieron'casi repentinamente. Se distinguió
especialmente por su lealtad y su dolor uno de los caballeros de Roborto, conde de Artois; este inconsola
ble caballero pasaba los dias y las noches á orillas del canal clavados los ojos sin cesar en los cadáveres que
se sacaban del agua, y arrostrando el contagio y la muerte, con la esperanza de encontrar y amortajar el
cuerpo del jóven y valeroso principe cuya pérdida lloraba el ejército francés.

(I) Caitas de San Luis.


436 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Las fatigas de la guerra no impedian á los guerreros mas devotos observar la abstinencia de la cuaresma,
de modo que los privaciones y la austeridad de la penitencia acabaron de agotar sus fuerzas. El contagio ata
có á los robustos lo mismo queá los débiles, su carne se desecaba, su piel livida se cubria de manchas ne
gras, sus encias se hinchaban y cerraban el paso á tos alimentos, y el derrame de sangre por las narices era
signo de muerto próxima (I). La mayor parte de los enfermos esperaban la muerte sin temor y la miraban
como el término anhelado do sus padecimientos.
Uniéronse á esta enfermedad la disenteria y las fiebres perniciosas. Solo se oia en el campamento de los
cristianos los rezos por los moribundos ó por los muertos, no se veian mas que rostros pálidos y abatidos, y
dosgraciados que acompañaban al sepulcro á sus compañeros y quedebian sucumbir muy pronto. Los solda
dos que quedaban en pié no eran bastantes para defender las avenidas del campo y ¡.cosa inaudita en los ejér
citos franceses! se vieron muchos criados delos caballeros cubrirse con las armas de los señores y reempla
zarlos en el puesto del peligro. El clero, que asistia á los enfermos y enterraba los cadáveres, sufrió mucho
en la epidemia, y no tardó en faltar eclesiásticos para servir los altares y celebrar las ceremonias cristianas.
Un dia, hallándose enfermo el señor de Joinville y oyendo misa desde su cama, se vió obligado á levantarso
y sostener al sacerdote que iba á desmayarse en la grada del altar. « Y sostenido de este modo, añado el sen
cillo historiador, acabó su sacramento y entonó toda la misa, pero no volvió á cantar mas.
Hemos visto en las primeras guerras santas la multitud de los cruzados victimas de los mas crueles azotes;
los guerreros mas valientes desesperaban entonces de la causa do los peregrinos y desertaban de las bande
ras de la cruzada, llegando á veces en el esceso de su miseria á lanzar imprecaciones y blasfemias. Debo
notarse, empero, que los soldados y compañeros de Luis IX soportaron sus males con mas paciencia y resig
nacion ; ningun caballero pensó en abandonar las banderas de la cruzada, no se oia en el ejército ninguna
queja sediciosa ó sacrilega, y el ejemplo del santo rey fortificó sin duda el. valor de los cruzados y los preser
vó del esceso do la desesperacion. Vivamente afligido Luis IX con los males que asolaban su ejército,
hacia todos los esfuerzos posibles para suavizarlos y ponerles término, y si algo podia consolar á los cruzados
un el lamentable estado en que se hallaban, era el ver á un rey do Francia cuidando los enfermos, curán
dolos con sus propias manos, prodigándoles los ausiliosy preparándolos á morir. En vano le suplicaban que
no se espusiera á peligros mayores que los del campo de batalla, pues nada amainaba su valor ni contenia
el ardor de su caridad, y consideraba como un deber (asi lo decia él mismo) el esponer sus dias por los que
continuamente esponian su vida por él. Uno de sus servidores llamado Gaugelme, que era un hombre de
bien, le dijo al exhortarle un sacerdote á morir bien: «No me moriré sin haber visto al rey.» Luis accedió
á su deseo y el enfermo murió contento despuesde haber visto al santo monarca. Finalmente el que á todos
consolaba cayó tambien enfermo. El rey no salia de su tienda ; el desconsuelo fué mas vivo y general, y lo
que padecian perdieron toda su esperanza, parociéndoles que la Providencia los habia abandonado y que el
cielo no protegia ya á los soldados de la cruz.
Los musulmanes permaneoian inmóviles en su campamento y dejaban obrar á las enfermedades, sus te
mibles ausiliares. No obstante, Almoadan resolvió, con el objeto de añadir el hambre á todos los males que
sufrian sus enemigos, interrumpir toda clase de comunicaciones de los cristianos con Damieta, de donde re
cibian los viveres por conducto del Nilo. Reuniéronse numerosos bajeles de todas partes que fueron llevados
sjbre camellos ó por los canales del Delta hasta el Nilo, y toda esta escuadra entró en el rio entre Baramoun
y Sarensah á cuatro ó cinco leguas mas arriba del campamento de los cruzados. Subia una escuadrilla fran
cesa por el rio sin desconfianza, llevando viveres al ejército cristiano, cuando repentinamente se vió atacada
por los barcos musulmanes que la esperaban emboscados, y cayeron mil soldados bajo el acero del enemigo,
que se apoderó do cincuenta galeras cargadas de provisiones. Pocos dias despues tuvieron igual suerte otras
naves que se dirigian á Mansourah, de modo que no llegó nadie mas al campamento, ni se recibieron noti
cias de Damieta. El ejército dela cruz estaba sumido en los mas tristes presentimientos cuando una galera
dol conde de Flandes, salvada milagrosamente de la persecucion del enemigo, anunció que habian sido lo
madas todas las naves de los cruzados y que el pabellon musulman dominaba en todo el curso del rio.
Pronto empezó la miseria á hacer estragos en el ejército, donde perecian do hambre los que habian salido

(t) Esta enfermedad era el escorbuto segun la dercrircion de Joinvüle.


LIBRO DECIMOQUINTO. -1249-1250. 437
triunfantes de la enfermedad. Apoderóse el desaliento de jefes y soldados, y el rey trató de hacer una tregua
con los musulmanes. Envió á Felipe de Monfort al sultan del Cairo, y se nombraron do una y otra parte
comisionados para concluir un tratado. Los del rey de Francia propusieron en un principio que entregarian
al sultan la ciudad de Damieta con condicion de que se devolviese á los cristianos Jerusalen y todas las pla
zas de Palestina que habian caido en poder de los musulmanes en las últimas guerras. El sultan, que temia
el valor y la desesperacion de los cruzados, y que debia además recelar la llegada de nuevos refuerzos para
los latinos y una larga resistencia de parte do los cristianos de Damieta, aceptó las condiciones propuestas.
Cuando se trató de entregar los rehenes, el rey ofreció sus dos hermanos, pero el sultan, sea que no creye
ra en la buena fó de sus enemigos, sea que él mismo obrara traidoramente, exigió que el rey de Francia
so pusiora en sus manos como garantia del tratado. Sargines, que era uno de los comisionados, no pudo oir
sin encolerizarse semejante proposicion, y esclamó: «Debeis conocer bastante á los franceses para saber que
no permitirán jamás que su rey sea prisionero de los musulmanes. » Se celebró consejo en el ejórcito cris
tiano ; el rey consentia en todo, pero los señores y barones se opusieron con violencia á la resignacion de
su soberano. Veiase por una parte que el rey queria rescatar la vida desus soldados arriesgando la suya, y
por otra, una multitud de guerreros que repotian á una voz que no sufririan tal baldon y que moririan
antes que entregar en rehenes á su rey. El escesivo afecto que profesaban á Luis sus guerreros le privaba de
su autoridad en aquella circunstancia, y como todos creian que era gloria y casi un deber desobedecerle, se
so renuneióá toda negociacion.
Para describir la espantosa miseria que reinaba en el campamento cristiano, las crónicas contemporáneas
cuentan como cosa estraordinaria que cada carnero se vendia á diez escudos, cada vaca á ochenta libras y
cada huevo á doce dineros (1). Tan escesivo precio era superior á las facultades de la mayor parte de los pe
regrinos, que no tenian mas alimento que yerbas y raices del campo y pescadosque comian con repugnancia
pues decian que se nutrian con los cadáveres arrojados en el Nilo.
LuisIX conservaba su serenidad y calma de espiritu en medio del dolor y abatimiento general, y tratando
de salvar los deplorables restos de su ejército resolvió volver á pasar á la otra orilla del Aschmoun. Mientras
el ejército cristiano cruzaba el puente de madera colocado en el canal, fué atacado impetuosamente por los
musulmanes ; Gaucher de Chatillon que mandaba la retaguardia, rechazó al principio sus ataques, pero como
los enemigos volvieron diferentes veces á la carga y tenian la ventaja del número, la victoria estuvo á punto
de declararse contra los cristianos. El brillante esfuerzo del conde de Anjou contuvo la impetuesidad musulma
na ; Erardo y Juan de Valery hicieron prodigios de valor, y Godofredo de Hussemburgo se distinguió por ac
ciones heroicas y mereció la palma en aquella jornada. De modo que siempre so mezclaba algo de gloria á
los infortunios de los cruzados franceses, pero la victoria no les daba ninguna ventaja y los dejaba siempro en
pugna de nuevos peligros ó victimas de nuevas calamidades. No fueron mas afortunados á la otra parte del
Aschmoun, y despues de permanecer algunos dias en su antigue campamento, les fué preciso al fin tomar la
triste resolucion de regresar á Damieta.
Cuando Almoada n supo la intencion de los cristianos, arengó sus tropas, mandó repartir viveres y dinero
y las reforzó con un gran número de árabes atraidos por la esperanza del botin. Por orden suya bajaron por
el Nilo algunos barcos cargados de soldados y que se reunieron á la escuadra musulmana que habia inter
ceptado los convoyes de los cruzados, y envió además cuerpos de caballeria lijera á todos los caminos por
donde debia pasar el ejercito francés en su retirada.
El dia 5 de abril, el martes despues dela octava do Pascuas, Luis mandó hacer todos los preparativos para
la marcha de su ejército, y so embarcaron en el Nilo las mujeres, los niños y los enfermos, esperando la en
trada dela noche para ocultar al enemigo tan tristes preparativos. La orilla del rio presentaba un espectáculo
desgarrador ; no so veian mas que cruzados debilitados por sus padecimientos, separándose bañados en lágri
mas de sus amigos á quienes no debian volverá ver.
En medio de ostas escenas dolorosos, los árabes aprovechándose de las tinieblas de la noche, penetran en
el campamento, saquean los bagajes y pasan á cuchillo á. cuantos encuentran. La turba pavorosa huye por

(1) Segun Lcblanc , Tratado de monedas , piig 190 , considorado el valor actual de la moneda, estas cantidades equivalen a 1520
libras las 80 y 6 19 sueldos los 15 dineros.
438 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
to los lados, y los gritos de alarma resuenan en las orilljs del canal y del rio ; los marineros ven tan espan
toso desorden al resplandor de los fuegos que habian encendido, y viendo el degüello de los cristianos, y te
miendo esperimentar igual suerte, se preparan á partir; pero el rey, que á pesar de su estrema debilidad
estaba presente vigilándolo todo, hace rechazar los ¡ufieles fuera del campamento, tranquiliza á la multitud
de los cruzados y manda á las naves que se alejaban de la orilla que vuelvan á tomar á bordo el resto de
los enfermos.
El legado del papa y muchos señores franceses subieron á la nave principal, y suplicaron al rey que si
guiera su ejemplo, pero no pudo resolverse á abandonar su ejército. En vano le manifestaron que su estado
de debilidad y dolencia no le permitia combatir y seesponia á caer en poder del enemigo, y en vano añadian
que esponiendo su vida comprometia la salvacion del ejército ; estas y otras mucitas razones dictadas por una
sincera adhesion á su persona, no lograron hacerle cambiar de resolucion. Respondia que ningun peligro
podia separarle de sus fieles guarreros, que los habia conducido con él, que deseaba seguirlos y si era preciso
moiir con ellos. Esta heroica resolucion, cuyas inevitables consecuencias se preveian, abismaba á todos los
caballeros en la consternacion y el dolor, y los soldados, participando de los sentimientos de los caballeros,
corrian á las orillas del Nilo y dirigiéndose á los que surcaban el rio gritaban con todas sus fuerzas: ajEsperad
al rey I ¡esperad al rey!» Llovian ya las flechas sobre las naves que continuaban su curso, y muchas se pa
raron, pero Luis les mandó que siguiesen su camino (1).
La mayor parte de los guerreros franceses estaban abatidos por la enfermedad y estenuados por el hambre.
Las fitigas y los nuevos peligros que iban á arrostrar no desanimaban su valor, pero se resistian á pensar
que abandonaban los sitios llenos aun con el recuerdo de sus victorias. El duque de Eorgoña emprendió la mar
cha aquella misma tarde, y poco tiempo despues salió del campamento el resto de las tropas llevándose las
tiendas y los bagajes. Luis, que queria partir con la retaguardia, solo dejó á su lado sus gendarmes, al va
liente Sargines y algunos caballeros y barones que conservaban aun sus caballos. El rey, sosteniéndose ape
nas, aparecia en medio de ellos montado en un caballo árabe, no llevaba casco ni coraza y no tenia mas ar
mas que la espada. Los guerreros que habian quedado cerca de su persona, le seguian en silencio, y en el
miserable estado á que se hallaban reducidos, mostraban aun su alegria por haber sido elegidos para defen
der ásu rey y morir á su lado.
Los musulmanes no ignoraban la retirada del ejército cristiano. El rey habia mandado que se rompiera el
puente del Aschmoun, pero no se ejecutó su mandato y este descuido facilitó á los musulmanes el paso del
canal. La llanura que se estiende por la parte de Damieta se vió al momento inundada por los enemigos ; la
retaguardia de los cristianos se veia obligada á detenerse á cada paso, ya para pasar un arroyo, ya para re
chazar una carga de la caballeria musulmana ; en medio de las tinieblas de la noche, los cruzados no sabian
á donde dirigir sus armas, y cuando llegaban á rechazar sus enemigos no se atrevian á perseguirlos; teme
rosos de estraviarse, cuando unos estaban lejos de los otros se llamaban por sus nombres, y los que no salian
de sus filas no tenian bandera ni reconocian á ningun jefe. No se oia en la llanura mas que los relinchos de
los caballos, el estruendo de las armas y los gritos de rabia y de desesperacion, pero lo mas doloroso de esta
retirada era ver á los heridos tendidos en los caminos, alargando los brazos á sus compañeros y suplicándoles
con sollozos que no los dejasen espuestos al furor de sus enemigos. Esperábase el dia con impaciencia, pero
la luz aumentó la confianza de los musulmanes manifestándoles el reducido número de los cristianos, y llenó
á estos de nuevo espanto haciéndoles ver la multitud de sus enemigos.
Perseguidos y amenazados por todas partes, los caballeros que habian tomado el camino por tierra envidia
ban á los que surcaban las aguas del Nilo, pero estos corrian tantos peligros como sus infortunados compañe
ros. Poco tiempo despues de su partida se levantó un recio viento que los rechazaba hácia Mansourah ; algu
nas naves encallaron en la orilla, y chocando entre si, estaban á punto de sumergirse. Al asomar el alba la
escuadrilla llegó cerca de Mehalleh, lugar funesto para los cristianos, donde los esperaba la escuadra musul
mana. Habian huido los ballesteros que seguian la orilla escoltando las naves, y en su lugar apareció una
multitud de ginetes musulmanes, lanzando tantas flechas armadas de fuego griego, que pudiera decirse, se
gun espresion de Joinville, que caian todas las estrellas del cielo.

(i) Joinville.—3oddfredo de Qcau.icu.—Aboul-Mahassen.


LIBRO DECIMOQUINTO.— 1249-1250. 439
El viento contrariaba todas las maniobras de los marineros. Los cruzados, amontonados sin orden sobre
las naves, apenas podian sostenerse en pié, la mayor parte estaban sin armas, y dirigian sus miradas, ya
hácia la orilla donde se veian á lo lejos torbellinos de polvo, ya hácia el cielo cuyo apoyo imploraban, y
creian aun que un suceso inesperado podria liberearles, ó que el ejército que avanzaba hácia Damieta vol
veria á socorrerlos, fundando su última esperanza en los milagros de la naturaleza y en los de su arrojo. |Kn-
gañosa ilusion! una parte de las tropas cristianas huia en dispersion ; la retaguardia, animada por la pre
sencia del rey, hacia increibles é inútiles esfuerzos para rechazar la muchedumbre de los musulmanes que a
cada momeuto era mayor, pero aunque la desesperacion de los guerreros franceses originó mil acciones glorio
sas, tanto heroismo solo podia alcanzar la palma del martirio. Guido de Chatel, obispo de S&issons, desespe
rando llegar á Damieta y volver á ver la Francia, resolvió buscar la muerte, y se arrojó seguido de algunos
caballeros sobre las Glas de los musulmanes que, segun espresion de Joinville, le mataron y le enviaron al
seno de Dios. Gaucher de Chatillon y Sargines combatian aun para salvarla vida del rey de Francia ; Sargi-
nes, siempre al lado del rey, alejaba á losenemigos con sus terribles mandobles ; parecia que el peligro habia
duplicado sus fuerzas, y la historia contemporánea, que lo representa ahuyentando en torno de Luis la innu
merable multitud de los musulmanes, locompara al vigilante servidor que aparta cuidadosamente las moscas
de la capa de su señor (1 ).
No obstante, la esperanza de la victoria inflamaba el entusiasmo y el fanatismo de los musulmanes, y sus
derviches é imanes los seguian en el campo de batalla, recorrian las filas del ejército y los estimulaban á la
matanza. Un historiador árabe, que mezcla en su relato lo maravilloso, cuenta que viendo el cheik Ezzedino
que los torbellinos de polvo arrojados por la tempestad cubrian el ejército musulman y no le dejaban comba
tir, dirigió la palabra al viento diciéndole : «¡Viento, dirige tu soplo contra nuestros enemigos!>> La tempes
tad, añade el mismo historiador, obedeció el mandato del santo cheik, y la victoria se decidió en favor de los
soldados del islamismo. . .
llabian llegado á tal estremo los cristianos, que los musulmanes no tenian necesidad de un milagro para
vencerlos. La retaguardia cristiana, perseguida siempre y sin cesar atacada, llegó con mucha pena hasta la
aldeade Minieh, donde entró el rey escoltado por algunos caballeros. El cansancio, la enfermedad y el dolor
que le causaba tan gran desastre le habian abatido de tal modo, que todos creyeron (son palabras del buen
senescal ) que iba á pasar el trance de la muerte. .
El intrépido Gaucher combatia aun para salvarle; él solo defendió la entrada de una calle estrecha que
conducia á la casa donde los fieles servidores trataban de volver á la vida al monarca. Tan pronto se le veia
caer como un rayo sobre los infieles, dispersarlos y rendirlos, como retirarse para arrancar de su coraza y
aun de su cuerpo las flechas y los dardos de que estaba erizado. Volvia en seguida al combate, y apoyándose
de cuando en cuando en susestribos, esclaniaba con voz terrible: «¡A Chantillon, caballeros, á Chantillon!»
El resto de la retaguardia estaba aun á alguna distancia ; nadie aparecia ; los musulmanes, por el contrario,
acudian en tropel, y abrumado al fin por el número, cubierto de flechas y de heridas, cayó sin que ningun
cruzado pudiera socorrerle ni ser testigo de su fin heroico. Su caballo ensangrentado quedó en poder de los
infieles, y contó sus últimas hazañas un guerrero musulman que enseñaba su espada y se vanagloriaba de ha
ber muerto al cristiano mas valiente.
La retaguardia se habia retirado á una colina y se defendia aun ventajosamente ; Felipede Monfort que la
mandaba fué á decir al rey que acababa de ver al emir con quien se habia tratado de una suspension de
armas en el campode Mansourah, y que si lo tenia á bien iria él mismo á hablarle. El monarca consintió
prometiendo acceder á las condiciones que el sultan habia dictado en un principio. En el misero estado en
que se hallaban los cruzados, inspiraban aun temor á sus enemigos: quinientos caballeros permanecian aun
sobre las armas, y muchos de los que habian pasado mas allá de Minieh volvian atrás para disputarla victo
ria á los musulmanes.
El emir aceptó la proposicion de una tregua, y Monfort en prenda de su palabra ledió un anillo que lle
vaba en el dedo. Ya se tocaban las manos cuando un traidor, llamado Marcel, empezó á gritar : Señores ca
balleros franceses, rendios todos ; el rey os lo manda por mi conducto, no le dejeis matar. Al oir estas últimas

(1) Joimiüe.
440 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
palabras la consternacion fué general, se creyó que el monarca corria los mayores peligros haciendo resis
tencia á los musulmanes, y jefes, oficiales y soldados, torlos rindieron las armas.
Pero viendo este cambio el emir que habia empezado á tratar la paz, rompió en seguida la negociacion
diciendo: «No se hacen treguas con los vencidos.» No tardó en entrar en Minieh Gemal-Eddin, que era
uno de los principales emires; encontrando al rey rodeado de sus desconsolados servidores, se apoderó de su.
persona, y sin tener miramiento alguno por la majestad real y sin respetar el mas elevado de los infortunios,
mandó ponerle cadenas en los pies y en las manos. Los dos hermanos del rey cayeron en poder delos infieles;
los que habian llegado hasta Ferescour fueron alcanzados perdiendo todos la libertad ó la vida, y aunque
muchos hubieran podido llegar hasta Da miela, al saber el cautiverio del rey no se sintieron con fuerzas pa
ra continuar su camino ni para defenderse. Estos caballeros tan intrépidos un dia permanecian inmóviles en
los caminos y se dejaban matar ó encadenar sin proferir la menor queja ni oponer resistencia. Todo cayó
en poder de los enemigos, la oriflama, las banderas y los bagajes, y en medio de las sangrientas escenas, los
guerreros musulmanes lanzaban horribles imprecaciones contra Jesucristo y sus defensores, pisoteaban y
profanaban con sus ultrajes las cruces y las imágenes sagradas. ¡Horrible espectáculo y último objeto de
escándalo y desesperacion para los cruzados, que acababan de ver á su rey cargado de cadenas y veian á su
mismo Dios entregado á los insultos del vencedor!
No alcanzaron mejor suerte los cruzados que se embarcaron en el Nilo : todas las naves de los cristianos,
escepto la del legado, fueron sumergidas por la tempestad, consumidas por el fuego griego ó cayeron en po
der de los musulmanes. Los enemigos reunidos en tropel en la orilla ó embarcados en sus botes inmolaban
cuantos cruzados caian en sus manos, sin respetar las mujeres ni los enfermos, y la avaricia, á falta de hu
manidad, salvó á los que podian pagar su rescate.
El señor deJoinville, que padecia aun de sus heridas y de la enfermedad que habia reinado en Mansourah,
se habia embarcado con los dos caballeros que le quedaban y algunos de sus servidores; aproximáronse a
su nave cuatro galeras musulmanas cuando acababa de anclaren medio del rio, le amenazaron con la muer
te si no se rendia al punto, y el senescal deliberó sobre lo que debian hacer en tan estremo apuro con las
personas que le acompañaban, todas las cuales convinieron en que era forzoso rendirse, á escepcion de un
clérigo que queria que se hiciesen matar para ir derecho al paraiso, y á quien n o dieron crédito. Joinville sacó
entonces un cofrecillo, arrojó al agua las reliquias que guardaba y se rindió á discrecion, pero á pesar de las
leyes de la guerra, iba á perecer el senescal á no ser por un renegado que le conocia y que le defendió con
su cuerpo diciendo : \es el primo del rey ! Joinville, que apenas podia sostenerse, fué arrastrado á una ga
lera musulmana y trasladado desde alli á una casa cercana á la orilla. Como habia quedado casi desnudolos
musulmanes que lo tenian preso le dieron un gorro con que se cubrió la cabeza, y le pusieron sobre los hom
bros un manto suyo de escarlata que le habia dado su señara madre, y estaba temblando de enfermedad y del
gran miedo que tenia. No pudiendo tragar un poco de agua que le dieron, se creyó muerto y mandó venir
á su lado á sus servidores que empezaron á llorar. Distinguiase entre ellos un niño, hijo natural del señor
de Montfaucon, que habia visto morir las personas encargadas de su cuidado y que se habia entregado en los
brazos y bajo la proteccion de Joinville. El espectáculo de la infancia abandonada y la desesperacion del
buen senescal escitaron la compasion de los emires que estaban presentes, y uno de ellos á quien Joinville
llama, ya el buen sairaceno, ya el pobre sarraceno, tuvo cuidado del niño; cuando se separó del senescal,
le dijo este: «Llevad siempre á este niño de la mano, pues de lo contrario temo que lo maten los sarrace
nos (1). »
La carniceria se prolongó mucho tiempo despues del combate y aun duró muchos dias. Mandaron desem
barcar á los cautivos que se habian salvado del primer impetu de furia de los soldados musulmanes, pero
¡desgraciados de los que habia debilitado la enfermedad ó tenian apariencia de pobreza! Cuanto mas dignos
de compasion eran las victimas, masescitaban la barbarie del vencedor; una multitud de soldados armados
de espadas y de mazas y encargados de ejecutar las terribles sentencias de la victoria, esperaban á los pri
sioneros en la orilla ; el sacerdote Juan de Vaissy y algunos servidores de Joinville salieron moribundos de
su nave, y los acabaron de matar en presencia de su señor, diciendo que estos desgraciados no eran buenos
para nada y no podian pagar su libertad ni su vida.
(1) Un musulman curo a Joinville, quien cuenta prolijamente en su obra los sucesos de su propio cautiverio.
LIBRO DECIMOQUINTO.— 1249-1 250. 441
Mas de treinta mil cristianos perdieron la existencia, ya en el campo de batalla, ya ahogados en el Niloó
muertos despues del combate. No lardó en esparcirse por Egipto esta noticia ; el sultan del Cairo escribió al
gobernador de Damasco anunciándole los recientes triunfos del islamismo: «Gracias al Todopoderoso, le decia
en su carta, que ha trocado nuestra tristeza en alegria ;á él solo le debemos la gloria de nuestras armas; son
innumerables los favores de que nos ha colmado y el último es el mas precioso de todos. Anunciareis al pueblo
de Damasco ó mas bien á todos los musulmanes, que Dios nos ha concedido una victoria completa contra los
cristianoscn el momento que habian fraguado nuestra desgracia (1).»
Al siguiente dia del rendimiento del ejército cristiano, el rey de Francia fué conducido á Mansourah en un
barco de guerra, escoltado por un gran número de naves egipcias. Oianse á lo lejos los tambores y clarines;
el ejército egipcio estaba formado en batalla en la orilla oriental del Nilo y marchaba á medida que avanza
ba la cruzada ; todos los prisioneros que habia respetado el hierro enemigo seguian á las tropas musulmanas
con las manos atadas por la espalda ; los árabes estaban armados en la orilla opuesta, y de todas partes acu
dia la multitud á presenciar tan estraño espectáculo. Cuando Luis IX llegó á Mansourah, fué encarcelado en
la casa de Fakredino-Ben-Iokman, secretario del sultan, y se confió su custodia al mismo Salyh. Un vasto
recinto rodeado de tapias y vigilado por los mas feroces guerreros musulmanes, sirvió de prision á los demás
prisioneros de guerra.
La noticia de estos desastres habia llenado de consternacion y desesperacion la ciudad de Damieta, donde
ondeaba aun el estandarte de los franceses. En un principio circularon rumores «onfusos, pero muy pronto
algunos cruzados que habiau escapado del desastre general, 6nunciaron que habia perecido todo el ejér
cito cristiano. La reina Margarita se hallaba en los últimos meses de su embarazo; su aterrada imaginacion
le representaba unas veces á su esposo inmolado por los vencedores, y otras al enemigo á las puertas de la ciu
dad, y su agitacion se hizo tan violenta que creyeron que iba á espirar. Un caballero octogenario le servia de
escudero y no se apartaba de su lado ni de dia ni de noche; cuando la desgraciada princesa volvia en si del
adormecimiento en que la sumia el dolor, se despertaba sobresaltada creyendo que cí aposento estaba lleno
de sarracenos que iban á matarla. El anciano caballero, que sostenia su mano mientras dormia, se la estre
chaba entonces y le decia : «Señora, no temais, estoy á vuestro lado.» Finalmente, para librarse do tan cruel
alarma, la reina mandó salir á todo el mundo de su cuarto, á escepcion de su caballero, y arrojándose des
pues á sus piés, le dijo : «Caballero, prometedme que me concedereis el favor que voy á pediros.» El grave
escudero se lo prometió por juramento. Margarita continué de este modo. «Os pido por la palabra que me ha
beis dado, que si los sarracenos se apoderan de esta ciudad, me cortareis la cabeza antes que me prendan.
—Lo haré como mandais, respondió el anciano.»
La reina dió á luz al dia siguiente un niño á quien dieron el nombre de Tristan, á causa de las dolorosas
circunstancias en que habia nacido, y el mismo dia se dijo que los genoveses, lospisanos y otros muchos cru
zados de las ciudades maritimas de. Europa querian abandonar á Damieta y emprender la fuga. Margarita
hizo venir hasta su lecho á los mas principales y les dijo : «Señores, por amor de Dios no os vayais de esta
ciudad ; su pérdida acarrearia la del rey y la de todo el ejército cristiano. Compadeceos de mis lágrimas y del
pobre niño que veis á mi lado.»
Los comerciantes de Génova y de Pisa se enternecieron al principio muy poco con estas palabras, y Joinville
les acusa amargamente por su indiferencia hácia el infortunio del rey y la causa de Jesucristo ; mas habiendo
respondido ála reina que carecian de viveres, esta princesa dió órden de que se Ies comprasen al momento
cuantas provisiones encontraran en la ciudad, y les dijo que se les mantendria á espensas del rey. Por este
medio la ciudad de Damieta conservó su guarnicion y sus defensores cuya presencia, mas que su valor, im
puso á los enemigos. Hasta se afirma que los musulmanes habian intentado sorprender la ciudad despues de
la victoria de Minieh, presentándose delante de las murallas con las banderas y las armas de los vencidos,
pero fueron reconocidos por su estraño lenguaje, sus largas barbas y sus rostros cobrizos, y habiendo apa
recido los cristianos en gran número sobre las murallas, los enemigos se alejaron de una ciudad que creian
preparada para defenderse, pero en la cual reinaba el desaliento y el temor.
Luis IX estaba en tanto mas tranquilo en Mansourah de lo que pudiera estar en Damieta ; todo cuanto
(1) Makrisi nos ha conservado la carta del sultan {Biblioteca de las Cruz. t. IV).
(50 y SI) 56
4 12 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
hay do amargo y doloroso para los grandes do la tierra en la miseria y el infortunio, «olo servia para hacer
brillar en él la virtud do un heroe cristiano y el carácter do un gran monarca ; por la noche no tenia mas
abrigo que un rústico sayo que debia á la caridad de un prisionero, y solo un criado le servia y cuidaba en
su enfermedad (1). En tan angustiosa situacion, nunca dirigió una súplica á sus enemigos, ni su altivez se
humilló hasta valerse del lenguaje de la sumision y del temor. Uno de sus sacerdotes atestigué posterior
mente por medio de juramento que Luis no soltó jamás una palabra de desesperacion ni hizo un solo movi
miento de impaciencia. Los musulmanes -estaban asombrados viendo tanta resignacion, y decian entre si que
abandonarian su culto y su fé si algun dia los dejaba su profeta espuestos á tan grandes calamidades. Luis
no conservó de todas sus riquezas mas que el libro de salmos, inútil despojo para los musulmanes, y cuando
todo el mundo le abandonó, únicamente este libro consoló su infortunio. Todos los dios recitaba aquellos
himnos, en que el mismo Dios habla de su justicia y de su misericordia, tranquiliza la virtud que sufre en
su nombre, y amenaza con su ira á los que embriaga la prosperidad y abusan de su triunfo.
Los sentimientos y recuerdos religiosos sostenian, pues, en sus cadenas el valor de Luis, y el piadoso mo
narca, cercado todos los dias de nuevos peligros y en medio de su ejército irritado por sus victorias, podia
aun esclamar como" el Profeta rey : Apoyado en el Dios vivo, que es mi escudo y mi gloria, no temeré la multi
tud de enemigos que me rodean.
No obstante, el sultan del Cairo cuya rigurosa politica se suavizaba al parecer, envió á Luis IX cincuenta
trajes magnificos para él y para los señores do su acompañamiento. Luis se negó á ponérselos, diciendo que
era soberano do un reino mayor que Egipto, y que jamás llevaria el traje de un principe estranjero. Almoa-
dan mandó disponer un gran festin al cual convidó al rey, pero tampoco cedió Luis á esta invitacion, per
suadido de que querian convertirle en objeto do espectáculo para el ejército musulman. Finalmente, el sultan
le envió sus médicos mas entendidos, é hizo cuanto pudo para conservar un principe que destinaba á ador
nar su triunfo y del cual esperaba alcanzar las ventajas de su última victoria. No tardó en proponer al rey
que se libraria de sus cadenas si devolvia á Damieta y las ciudades de Palestina que continuaban aun en po
der de los francos ; Luis respondió que no le pertenecian las ciudades cristianas de Palestina, que Dios habia
puesto recientemente en manos de los cristianos la plaza de Damieta y que no podia disponer de ella ningun
poder humano. Enojado el sultan con esta negativa resolvió valerse do la violencia ; tan pronto le amenazaba
con enviarle al califa do Bagdad que lo haria morir en una mazmorra, como le anunciaba el proyecto de lle
var á su ilustro cautivo á oriente para mostrar á toda el Asia un rey de cristianos reducido á la esclavitud, y
llegó en fin hasta amenazarle con que lo pondria en los bernicles (2), suplicio espantoso y reservado á los ma
yores criminales. Luis se mostró inalterable y no respondia á todas estas amenazas mas que las siguientes
palabras: «Soy prisionero del sultan y puede hacer de mi lo que quiera.»
El rey de Francia padecia sin quejarse y nada temia por si, pero cuando pensaba en su fiel ejército y en
la suerte de los demás cautivos, se apoderaba de su alma un profundo dolor. Los prisioneros cristianos esta
ban amontonados en un patio, unos enfermos, otros heridos, la mayor parte casi desnudos y espuestos todos
al hambre, á la intemperie y á los ultrajes de sus desapiadados centinelas. Se encargó á un musulman que
escribiera los nombres de estos desgraciados cautivos cuyo número ascendia á mas de diez mil ; condujeron á
un vasto pabellon los que podian rescatar su libertad, y los demás permanecieron en el sitio donde los habian
arrojado como un vil rebaño destinado á morir miserablemente. Un emir encargado de ejecutar las órdenes
del sultan entraba todos los dias en este asilo de la desesperacion y mandaba arrastrar fuera de su recinto
dos ó trescientos prisioneros. Se les preguntaba si querian abjurar la religion de Jesucristo; los que por el
temor de la muerte renegaban de su fé, recibian la libertad, y los demás caian bajo el acero y sus cuerpos
eran lanzados al Nilo. Tambien los mataban durante la noche, y el silencio y la oscuridad aumentaban el
horror de la ejecucion. El hierro de los verdugos diezmó de este modo durante muchos dias á los desgraciados
prisioneros; nunca se voian volver los que salian del recinto ; sus tristes compañeros, no recibiendo su des
pedida, lloraban de antemano su fin trágico y vivian esperando una suerte igual. Finalmente, el cansancio
de matar salvó á los que quedaban; la multitud delos cautivos fué trasladada al Cairo, y la capital de Egipto,

[\) De VU. el Mirac. S. Ludov. Duchesne, t. V, p. 468.


(2) Segun Joinville es una especie de caballete donde se ponian los criminales.
LIMO DECIMOQUINTO. —1249- 1250. 443
en la cual se habian lisonjeado entraren triunfo, los vió llegar cubiertos de andrajos y cargados de cadenas.
Hundiéronlos en calahozos donde muchos murieron de hambre y de dolor, y condenados los demás k ser es
clavos en tierra estranjera, privados de todos los recursos y de toda comunicacion con sus jefes y sin saber la
suerte de su rey, no esperaban ya recobrar su libertad ni volver á ver el occidente.
Los historiadores orientales cuentan con indiferencia las escenas que acabamos de describir, y hasta parece
que muchos no ven mas que una segunda victoria en la matanza de los prisioneros de guerra, exagerando
en sus relatos las miserias de los vencidos y especialmente el número de victimas inmoladas al islamismo,
como si la muerte y el infortunio de un enemigo desarmado pudieran realzar la gloria del vencedor.
Los barones y caballeros encerrados en el pabellon no ignoraban la suerte desus compañeros de armas, y
pasaban los dias y las noches en continue terror. El sultan quiso obtener de ellos lo que habia rcehaza ln
Luis IX, y les envió un emir para anunciarles que los pondria en libertad si entregaban á los musulmanes á
Da miela y las ciudades cristianas de Palestina, pero el condexle Bretaña respondió en nombre de los demas
prisioneros que no estaba en su poder lo que se les pedia y que los guerreros franceses no- tenian mas liber
tad que la de su rey. «Demasiado conozco, dijo el enviado de Almoadan, que no quereis la libertad ni \ j vi
da ; vais á ver pronto hombres acostumbrados á manejar el lúerro.»
El emir se retiró dejando á los prisioneros con la esperanza de una próxima muerto. Desplegaron ante sus
ojos el aparato de los suplicios, y el acero estuvo suspendido sobre sus cabezas durante muchos dias, pero Al
moadan no logró vencer su firmeza. De modo que el cautiverio de todo un ejército, los suplicios y la muerte
de un gran número de guerreros no pudieron arrebatar á los cristianos una sola de sus conquistas, y estaba
aun en su poder uno de los baluartes de Egipto.
Algunos señores franceses ofrecieron, no obstante, pagar su rescate. Luis lo supo, y temiendo que muchos
no teniendo con qué pagar su libertad permaneciesen prisioneros, prohibió los tratados particulares. Los
barones, antes tan indóciles, no se atrevian á oponerse á la voluntad de un rey tan desgraciado y renuncia
ron al momento á toda negociacion separada. El rey dijo que queria pagar por todos y que no se ocuparia
de su propia libertad hasta haber asegurado la de los demás.
En tanto que el sultan hacia vanas tentativas para dominar la altivez ó debilitar el ánimo deLuis TX
y de sus caballeros, los favoritos que habia traidode Mesopolamia apremiaban ásu soberano para que con
cluyera cuanto antes la paz. «Teneis, ledecian, enemigos mas peligrosos que los cristianos, y son los emires
que desean reinar en vez de vos, y que no cesando ensalzar sus victorias, como si el Dios de Mahoma no
hubiera enviado la peste y el.hambre para ayudaros á triunfar de los defensores de Cristo. Daos prisa, pues,
á terminar la guerra para fortalecer en lo interior vuestro poder y comenzar vuestro reinado (1)-» Estas
palabras que lisonjeaban el orgullo de Almoadan le decidieron á hacera sus enemigos proposiciones mas
razonables. El sultan se contentó con pedir al rey de Francia un millon de bezantes de-oro y la rendicion de
Da mieta. Sabiendo San Luis que la ciudad de Damieta no se bailaba en estado de resistirse, accedió á las
proposiciones que se le hacian, si lareina las aprobaba. Habiendo manifestado los musulmanes su sorpresa,
el rey añadió: «La reina es mi dama y no puedo hacer nada sin su consentimiento. » Los ministros del sul
tan volvieron otra vez y dijeron al monarca francés que quedaba en libertad si la reina queria pagar la canti
dad exigida. «Un rey de Francia, les respondió, no se rescata con dinero ; se dará la ciudad de Damieta por mi
libertad y un millon de bezantes de oro por la de mi ejército.» El sultan aceptó, y ya sea por la satisfac
cion de ver terminadas las negociaciones, ya porque le interesara el carácter heroico del monarca cautivo;
rebajó la quinta parte de la cantidad que se habia convenido por el rescate de los soldados- cristianos.
Los caballeros y barones ignoraban aun la conclusion del tratado y surcaban su mente los mas sombrios
pensamientos, cuando vieron entrar un anciano musulman en su pabellon. Su rostro venerable y la grave
dad de su ademan inspiraban respeto y su acompañamiento compuesto de hombres armados infundia temo*.
El anciano hizo que un intérpreto preguntase á los prisioneros si era cierto que creian en un solo Dios, na
cido de una mujer, crucificado por la salvacion del género humano y resucitado al tercer dia. Habiendo
respondido todos que asi lo creian, añadió: «En ese^aso, alegraos de padecer por vuestro Dios, pues estais
aun muy lejos de haber sufrido tanto por él como sufrid él por vosotros. Poned en él vuestra esperanza, y si

(I) Este discurso esta tomado al pié de la letra de la cronica arabe de Aboulfaragc {MLlioteca de las Cruzadas 1. IV
44 i HISTORIA DE LAS CRUZA DAS.
logro volver á la vida , no faltará poder para poner un termino á los males que ahora os afligen (1). »
El anciano musulman so retiró al acabar estas palabras dejando a los cruzados perplejos entre la sorpre
sa, el temory la esperanza. Al dia siguiente entraron á anunciarles que el rey habia determinado una tre
gua y que deseaba tomarconsejo desus barones. Fueron nombrados paca presentarse al rey Juan de Valery,
Felipe de Monfort y Guido y Balduino de Ibelin, y los cruzados no tardaron en saber que iba á terminar su
cautiverio y que el rey habia pagado el rescate tanto de los pobres como de los ricos. Cuando estos hazaño
sos caballeros pensaban en sus victorias no concebian cómo habian podido caer en poder de los infieles, y al
recordar sus últimos infortunios, la libertadles parecia un milagro. Todos alzaron la voz para alabar á Dios
y bendecir al rey de Francia.
Comprendiéronse en el tratado todas las ciudades de Palestina que pertenecian á los cristianos cuando lle
garon los cruzados a oriente ; de una y otra parte debian devolverse los prisioneros de guerra hechos desde
la tregua firmada entre Federico y elsultan Malek-Kamel, y se acordó tambien 'que quedarian provisional
mente en Damieta bajo la salvaguardia del sultan de Egipto las municiones y m,zquinas de guerra del ejér
cito cristiano.
Solo se pensó entonces en cumplir las condiciones del tratado de paz ; preparáronse cuatro grandes ga
leras para conducirá los principales prisioneros hasta la desembocadura del Nilo, y elsultan sal ó de Man-
sourah dirigiéndoso por tierra á Ferescour.
Despues de la batalla de Minieh se habia construido en esta ciudad un inmenso palacio de madera, del
cual hacen una pomposa descripcion las crónicas de la época, y en este palacio recibió Almoadan las felici
taciones de los musulmanes por el feliz resultado de la guerra contra los enemigos del islamismo. Todas las
c'udalesy principados de Siria enviaron sus embajadores á saludar al vencedor de los cristianos, y el gober
nador de Damasco á quien habia enviado el manto del rey de Francia encontrado en el campo de batalla, le
respondió: «Dios os destina sin duda para conquistar el universo y vais á ir de victoria en victoria. ¿Quién
puede dudarlo cuando vuestros esclavos se cubren ya con los despojos que conquistais á los reyes (2) ?» Es
tas lisonjas embriagaban al sultan, que pasaba el tiempo en las fiestas y delicias de la paz, olvidando el cui
dado de su imperio y sin prever los peligros que en medio de sus triunfos le amenazaban.
Almoadan habia despojado de su privanza y sus empleos á la mayor parte de los ministros y servidores
de su padre, y muchos emires se recelaban de alcanzar igual suerte, induciéndoles este mismo temor á
arrastrarlo todo para conservarsu fortuna y su vida. Distinguianse especialmente entre los descontentos los
mamelucos y su jefe, milicia cuyo origen se remontaba hasta la época deSaladino y que habian obtenido les
mayores privilegios en el reinado anterior. Acusaban estos al sultan de haber concluido la paz sin haber
consultado á los que habian llevado todo el peso de la guerra, y de haber distribuido los despojos de los ven
cidos á cortesanos que no habian tenido mas trabajo que ir desde las orillas del Eufrates hasta las del Nilo,
y para justificar de antemano todo cuanto se podia intentar contra el principe, se le suponia meditando los
mas siniestros proyectos. La naciente rebelion se enardeció con la idea de las persecuciones futuras ; se cita
ban los emires que debian morir, y se decia que todo estaba preparado, hasta los instrumentos del suplicio
y el dia de la ejecucion, y que habian visto al sultan cortar con su espada las luces de su aposento en medio
de una orgia nocturna mientras esclamaba que asi haria volar la cabeza á todos los mamelucos. La sultana
Chegger—Eddour, que habia dispuesto momentáneamente del imperio y no podia sufrir el desden del nuevo
sultan, animaba el espiritu de los guerreros con sus palabras. De las quejas se pasó pronto á la rebelion
abierta, porque era menos peligroso atacar al principe con la espada desenvainada que declamar contra él
por mas tiempo, y se formó una conspiracion en la cual entraron los mamelucos y todos los emires que le—
nian ultrajes que vengar ó temer. Los conjurados estaban impacientes por llevar á cabo su proyecto, y te
miendo que si el sultan llegaba á Daníieta se libraria de sus asechanzas, resolvieron dar el golpe en Feres
cour.
Llegaron delante de esta ciudad las galeras que conducian á los prisionoros cristianos ; el rey desembarcó
con los principes sus hermanos y fué recibido en un pabellon donde tuvo una entrevista con el sultan. La
historia no dicenada acerca la conferencia entredos principes que llamaban igualmente la atencion y cuya

(1) Joinvillo.
{*) Makrisi.
LIBRO DECIMOQUINTO.— 1249-1250. 445
posicion era tan diferente; embriagado el uno por sus victorias y cegado por su prosperidad, y vencedor el
otro de la fortuna adversa y saliendo mas grande de la prueba de la adversidad.
Los dos soberanos habian designado el sábado que precede á la Ascension para la rendicion de Da mieta.
Segun este convenio, los cruzados que hacia mas de un mes que arrastraban sus cadenas, solo tenian tres
dias mas de angustia y decáutiverio, pero les esperaban nuevas desgracias que debian poner aun á prueba
su valor y su resignacion. Al dia siguiente de su llegada á Farescour, el sultan del Cairo quiso dar un festin
á los principales oficiales del ejército musulman para solemnizar la paz: los conjurados se aprovecharon
do esta ocasion ; al terminar la comida se arrojaron sobre él espada en mano y Bondocdar le descargó el pri
mer golpe. Almoadan, que solo habia sido herido en la mano, se levantó pavorido, huyó al través de su guar
dia que permanecia inmóvil, se refugió en una torre, cerró la puerta y se asomó enseguida á una ventana,
ya implorando socorro, ya preguntando á los conjurados loque exig:an. Hallábase entonces en Farescour el
enviado del califa de Bagdad, y se preparó á montar á caballo, pero los mamelucos le amenazaron con la
muerte si no volvia á entrar en su tienda. Oyéronseal mismo tiempo algunos tambores dando la señal para
reunir las tropas, pero los jefes de la conjuracion dijeron á los soldados que Damieta estaba tomada, y todo
el ejército se precipitó hácia esta ciudad, quedando el sultan solo con los que deseaban su muerte.
Los mamelucos le acusan y amenazan ; él quiere justificarse ; sus palabras se pierden en el tumulto; mil
voces le gritan que baje; él titubea, gime y llora; vuelan las flechas contra la torre y prende el incendio
cou el fuego griego lanzado por todas partes. Viendo Almoadan que va á perecer entre las llamas, se arro
ja por la ventana y cae en tierra; levántanse contra él las espadas desnudas; el infeliz soberano se postra
de rodillas ante Octai, uno de los principales oficiales de su guardia que lo rechaza con ira, y vuelve á le
vantarse, tendiendo la mano á todo el mundo y diciendo que renuncia al trono de Egipto y que está pronto
á volver á Mesopotamia. Estos súplicas, indignas de un principe, inspiran mas desprecio que compasion; no
obstante la turba de las conjurados vacila, pero como los jefes saben que no hay para ellos salvacion si no
completan el empezado crimen, Bondocdar, que habia descargado el primer golpe al sultan, le hiere por se
gunda vez con su espada. Almoadan huye ensangrentado, se arroja en el Nilo y trata de llegar á alguno de
los buques que al parecer se acercan a la orilla para recibirle, pero nueve mamelucos le persiguen en el agua
y le atraviesan el cuerpo con mil heridas á la vista de la galera donde se hallaba Joinville (4).
Tal fué el fin de Almoadan que no supo reinar ni morir. Los autores árabes advierten como una parti
cularidad que murió á un mismo tiempo por el hierro, por el fuego y por el agua ; los mismos autores es
tán de acuerdo en decir que él mismo se acarreó su per dicion con su imprudencia y su injusticia ; pero es
preciso advertir tambien que acostumbrada la historia oriental á ensalzar el triunfo y á vituperar todos los
que sucumben, trae las quejas de los mamelucos sin examinarlas, y pasando lijeramente sobre la revolucion,
se contenta con decir que cuando Dios quiere un acontecimiento prepara las causas de antemano-
El Nito y su orilla presentaban entonces dos espectáculos bien diversos: en una parte se veia un principe
muerto por sus propias guardias en medio de todas las pompas de la grandeza y en todo el aparato de la
victoria; y en otra un principo desgraciado rodeado desus caballeros, como él desgraciados, é inspirándo
les mas respeto que cuando le veian en medio del brillo de la prosperidad y del poder. Aunque los caba
lleros y barones franceses habian sido victimas de la barbarie del sultan, sintieron al ver su muerte trágica
mas asombro que alegria, no podian esplicarse el atentado de los mamelucos y les llenaban de terror aque
llas revoluciones del despotismo militar en pugna consigo mismo.
Despues de esta sangrienta escena, entraron en la galera donde se hallaban los condes de Bretaña, deMon-
fort, Balduino y Guido de Ibelin y el señor de Joinville, treinta oficiales musulmanes con espadas desenvai
nadas y llevando colgadas del cuello hachas de armas. Estos bárbaros, que vomitaban imprecaciones y ame
nazaban con la voz y el ademan, hicieron creer á los prisioneros que habia llegado su última hora. Ya se
disponian para morir los guerreros cristianos, y arrodillándose delante de un religioso de la Trinidad, le pi
dieron la absolucion desus pecados. No pudiendo oirlos elsacerdoíe á todos á la vez, se confesaron unos con
otros, y Guido do Ibelin, condestable de Chipre, se confesó con Joinville que le absolvió con todo el poder que
Dios le habia dado (á). Asi nos representa tambien la historia mas adelante al caballero Bayardo, herido do
(I) Gemal-Eddin y Joinville.
.2) Joinville P. 70
446 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
de muerte y próximo á espirar, confesándose con uno de sus companeros de armas al pié de una encina.
¿ Pero estas amenazas y violencias de los emires no podian tener un objeto politico? Despues de un complc—
que debia dividir los ánimos y despertar pasiones nuevas, interesaba á los jefes escitar el fanatismo de la mu
chedumbre y dirigir sus iras contra los cristianos, y les importaba hacer creer ó podian creer ellos mismos
que Almoadan, muerto delante do las galeras cristianas, habia ido á buscar un asilo entre los enemigos del
islamismo.
Los señores y barones no alcanzaron la muerte que temian ; no obstante, como si aun pudiesen infundir
recelo, los encerraron en el fondo de los buques donde pasaron la noche, esperando de un momento á otro
la muerte.
Luis habia oidoel tumulto desde la tienda donde estaba aprisionado, y no sabiendo á qué atribuirlo, creyé
que pasaban á cuchillo á los prisioneres franceses ó que los musulmanes habian tomado á Damieta. Victimas
era de mil recelos y temores cuando vió entraren la tienda á Octai, jefe de los mamelucos. Este emir mandó
' los guardas del rey que se retirasen, y dijo mostrándole una espada ensangrentada : t Ya no existe Almoa
dan ; qué me darás por haberte librado de un enemigo que fraguaba tu perdicion y la nuestra?
El rey no respondió.
Presentando entonces la punta de su espada añadió el furioso emir : ¿No sabes que soy dueño de tu perso
na? Hazme caballero, ó mueres.
—Hazte cristiano, respondió el monarca, y te haré caballero.
Octai se retiró sin insistir mas, y poco rato despues inundó la tienda del rey una multitud de guerreros
musulmanes armados de espadas. Sus ademanes, sus gritos y el furor retratado en sus rostros anunciaban
que acababan de cometer un gran crimen y que estaban prontos á cometer otros; pero cambiando repentina
mente, como por una especie de milagro, de ademanes y de lenguaje al ver al monarca, se acercaron á él con
respeto, y como si hubiesen sentido en presencia de Luis la necesidad de justificarse, le dijeron que se habian
visto obligados á matar un tirano que queria perderles y perder á los cristianos, añadiendo que era preciso
olvidar lo pasado, y que no exigian mas que la fiel ejecucion del tratado concluido con Almoadan. Poniéndose
despues la mano sobre sus turbantes é inclinando su frente hasta el suelo, se retiraron silenciosamente, y de
jaron al monarca en el asombro que le causara verlos pasar tan repentinamente desde los arrebatos de la li
cencia á sentimientos respetuesos.
Esta escena estraña ha impulsado á decir á algunos historiadores que los mamelucos propusieron á San Luis
el trono de Egipto. Esta opinion se ha acreditado en nuestros dias, pero el señor de Joinville, á quien se cita
en apoyo de esta asercion, se contenta con traer la conversacio» que tuvo con San Luis. Preguntábale el rey
qué es lo que debiera haber hecho en caso de que los emires le hubiesen ofrecido la autoridad suprema ; no
llegando á concebir el buen senesca-1 que pudiera aceptarse una corona de la mano de los emires sediciosos
que habian asesinado á su soberano, Luis no fué de la misma opinion, y dijo que verdaderamente, si le hubie
ran propuesto suceder alí sultan, no hubiese rehusado. Estas únicas palabras prueban bastante que no se lo
habian propuesto al monarca cautivo. Es verdad que Joinville añade á su relato que segun los rumores que
circularon en el ejército cristiano, los emires habian hecho redoblar los tambores y tocar las trompetas de
lante dela tiénda del rey de Francia (1), y quo al mismo tiempo deliberaron entre si para decidirsi quitarían
las cadenas á su prisionero para nombrarle su soberano. El señor de Joinville cuenta este hecho sin afirmar
lo, y como la historia oriental guarda el silencio mas profundo, un historiador no puede adoptar este hecho
en el dia sin comprometer su veracidad. No es imposible sin duda que los emires manifestasen el deseo de
luí llar entre ellos un principe do la firmeza, el valor y las virtudes de Luis IX ; pero ¿es creible que los mu
sulmanes, animados por el doblo fanatismo do la religion y de la guerra, hubieran- podido concebir un mo
mento la idea de elegir un soberano absoluto entre los cristianos que acababan do tratar con una barbarie
sin ejemplo, y entregar do este modo sus bienes, su libertad y su vida en poder de los enemigos mas impla
cables de su pais, de sus leyes y de sus creencias ?
Además, el poder supremo de que tan celosos só habian mostrado los emires y que con tanta violencia
habian arrancado do las manos de Almoadan, aterró al parecer su ambicion cuando fuóron dueños de dispo-

I Relacion manuscrita.
LIBRO DEC1MOQU1NTO.—1249-1250. Ü7
ner do él. En un oonscjo reunido para nombrar un sultan, los mas prudentes rehusaron el peligroso hoiicr
do reinar en un pais lleno de turbulencias y de mandar un ejército minado por el espiritu do sedicion. Al
ver esta negativa, se dió la corona á Chegger-Eddour, que tanto habia contribuido á la elevacion y despues
á la caida de Almoadan. Eligieron para gobernar con la sultana en calidad de atabek á Ezz-Eddin-Aybek,
que habia sido conducido á Egipto como esclavo, y que por su origen bárbaro tenia el sobrenombre do
Turcoman.
La nueva sultana no lardó en llegar á Farescour, donde fué proclamada bajo el nombre de ilostassemieh ,
Salchich, reina delos musulmanes y madre de Malek Almanzor-K'alil. El hijo de Negmedino, Almanzor Ka-
lil, habia precedido á su padre al sepulcro, y los hijos que dejaba Almoadan se habian quedado en Meso-
potamia y no debian esperar suceder á su padre.
Do este modo se estinguió la poderosa dinastia de los Ayubitas (1), dinastia fundada por la victoria y derro
cada por un ejército impelido ála rebelion por el orgullo de la misma victoria. En tanto que se formaba un
nuevo gobierno, el cadáver del sultan quedó abandonado en las orillas del Danubio y no se le dió sepultura
en dos dias; finalmente el enviado del califa de Bagdad obtuvo el permiso de enterrarlo, y depositó en un lu
gar retirado los tristes restos del postrer sucesor deSaladino.
La elevacion de Ghegger-Eddour llenó de asombro á los musulmanes, pues no habia aun ejemplo de que
un nombre de mujer se hubiese esculpido en las monedas y pronunciado en las oraciones públicas. El califa
de Bagdad se alzó contra el escándalo de esta innovacion, y al escribir «n seguida á los emires, les preguntó
si no habian encontrado en todo el Egipto un solo hombre para gobernarles (2). La autoridad suprema, puesta
en manos de una mujer, no era capaz de contener las pasiones que agitaban el imperio ni hacer respetar los
tratados, lo cual fué muy funesto á los cristianos, condenados á sufrir á la vez los efectos de la rebelion y do
la sumision, de la union y dela discordia de sus enemigos.
Habia entre los emires algunos que querian que se llevase ácabo la tregua concluida con el sultan, otros
que so hiciera una nueva y muchos que se indignaban de que se negociara con los infieles. Despues de lar
gos debates, se renovó lo que se habia decidido, añadiendo la condicion de que el rey de Francia entregaria
á Damieta antes de recobrar la libertad, y que antes de abandonar las orillas del Nilo pagaria la mitad de la
cantidad fijada por su rescato y por el de su ejército. Esta última condicion anunciaba la desconfianza de los
emires, pudiendo inducir á temer que no habia llegado aun el dia de la libertad para los prisioneros franceses.
Al ir á jurar la observancia del tratado se propusieron de una y otra parte fórmulas de juramento; los
emires juraron que si faltaban á su palabra, consentian en ser abofeteados como el peregrino que hace un
viaje á la Meca con la cabeza descubierta, ó bien en ser tan desgraciados como el que vuelve á tomar sus mu
jeres despues de haberlas dejado.» Los musulmanes, segun sus costumbres y usos, no tenian espresiones
mas solemnes para garantizar la fé jurada. Propusieron á Luis IX la fórmula siguiente : «Si falto á mi jura
mento, seré igual al que reniega de Dios, escupe sobre la cruz y la pisotea.» Esta fórmula le parecia al rey
una injuria á Dios y ási propio, y se negó á pronunciarla. Vanamente los emires estallaron en ira, pues
arrostró sus amenazas. Esta resistencia de San Luis, celebrada por los contemporáneos, no alcanzará tal vez
los mismos elogios en el siglo en que vivimos; no obstante, es preciso considerar que no solamente contenian
al rey en esta ocasion los escrúpulos de la devocion, sino tambien el sentimiento de su dignidad real. Recuér
dese que en la tercera cruzada Ricardo y Saladino habian juzgado indigno de la majestad de los reyes escla
vizar su palabra ála fórmula de un juramento, y que se contentaron para cimentar la paz con dar la mano
á los embajadores. Unos emires sediciosos y manchados aun con la sangre de su soberano debian desconocer
la dignidad del supremo rango, pero Luis no olvidó nunca en las ocasiones importantes que era un gran mo
narca; y la suposicion de un perjuro, la única idea de un blasfemo no podia aunarse en su mente con el ca
rácter de un principe cristiano y de un rey de Francia.
Irritados los musulmanes viendo un rey encadenado que se resistia de todas sus exigencias y les imponia
en cierto modo condiciones, trataban ya de dar muerte á Luis IX en medio de los suplicios. «Sois dueños de
mi cuerpo, les dijo, pero no mandareis en mi voluntad.» Los principes sus hermanos le suplicaron que pro
nunciase la fórmula exigida, pero so resistió do los ruegos de la amistad, lo mismo que de las amenazas de
(1) No se habia estinguido la familia de Saladioo, pero cesaba de reinar en Egiplu.
12) Soyonti.
448 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
sus enemigos. Tampoco tuvieron éxito las exhortaciones de los prelados. Finalmente, atribuyendo los mame
lucos una resistencia tan obstinada al patriarca de Jerusalen, se apoderaron de este prelado mas que octoge
nario, lo ataron á un madero y le ligaron las manos con tanta fuerza que le hicieron brotar sangre. El patriar
ca, precisado por el dolor, esclamaba: « ¡Señor, señor, jurad ! tomo sobre mi vuestro pecado.» Pero persua
dido Luis de que se hacia un ultraje á su buena fé y que se le pedia una cosa injusta y deshonrosa, permaneció
inflexible. Vencidos por fin los emires por tanta firmeza, se contentaron tan solo con la palabra del rey, y
so retiraron diciendo que el principe franco era el cristiano mas altivo que habian visto en oriente.
Ya no se pensó entonces mas que en la ejecucion del tratado. Las galeras que conducian á los prisioneros,
levaron anclas y bajaron hácia la desembocadura del Nilo, en tanto que el ejército avanzaba por tierra. Los
cristianos debian entregar á Damieta al dia siguiente al amanecer. Es imposible pintar la turbacion, el es
panto y la desesperacion que reinaron en la ciudad durante toda la noche; los desgraciados habitantes re^
corrian las calles preguntando con inquietud, esparciéronse las mas siniestras noticias, y se decia que los mu
sulmanes habian pasado á cuchillo á todo el ejército cristiano y que el rey de Francia estaba envenenado.
Cuando recibieron la orden de evacuar la plaza, la mayor parte de los guerreros declararon en alta voz que
no obedecian y que preferian morir sobre las murallas antes que ser degollados como prisioneros de guerra.
Enardeciéronse al mismo tiempo los ánimos en el ejército musulman ; se decia que el rey de Francia se ne
gaba á cumplir el tratado y que habia mandado á la guarnicion de Damieta que se defendiese. Los soldados
y sus jefes se arrepentian de haber hecho una tregua con los francos y parecian resueltos á aprovecharse del
menor pretesto para romperla (1).
No obstante, los comisionados de Luis IX persuadieron a los cristianos encerrados en Damieta 6 que eva^
cuasen la ciudad. La reina Margarita, restablecida apenas de su parto, se hizo trasladar á un buque geno-
vés en compañia de la duquesa de Anjou, de la condesa de Poitiers y de la infortunada viuda del conde de
Artois, la cual en medio de las calamidades presentes, lloraba aun la primera desgracia de aquella guerra.
Al terminar la noche se embarcaron en el Nilo Olivero de Thermes, que mandaba la guarnicion, el duque
db Borgoña, el legado del papa y todos los francos, á escepcion de los enfermos que se quedaban en la ciu
dad.
Godofredo dé Sarguies, que habia entrado en la plaza, entregó las llaves á los emires, y al asomar el alba
se vieron ondearlas banderas musulmanas sobre las torres y las murallas. Todo el ejército egipcio se arrojó
entonces tumultuesamente en la ciudad. Las noticias esparcidas durante la noche habian escitado el furor de
os soldados, los cuales entraron en Damieta como si les hubiera abierto las puertas un combate sangriento,
pasaron á cuchillo á los enfermos que encontraron, saquearon las casas y entregaron á las llamas las má
quinas de guerra, las armas y todas las municiones que pertenecian á los cristianos.
Esta primera violacion de los tratados, la embriaguez de la carniceria y la impunidad de la licencia no
hicieron mas que acalorar el ánimo de los musulmanes y arrastrarles á los mayores escesos. Los emires, fu
riosos como sus soldados, concibieron la idea de matar á todeslos prisioneros cristianos, y ya las galeras don
de estaban amontonados los barones y los caballeros franceses habian recibido la órden de volver á Feres-
cour, lo cual fué para nosotros motivo de grande duelo, dice Joinville, y nuestros ojos derramaran copiosas
lágrimas, pues todos creiamos que era cierta nuestra muerte.
Mientras las galeras regresaban Nilo arriba, los jefes del ejército musulman deliberaron en consejo sobre
la suerte del rey de Francia y de todos los guerreros franceses. « Somos dueños de Damieta, decia uno de los
emires, y el poderoso monarca de los francos y sus mas valientes guerreros pueden recibir de nosotros la li
bertad ó la muerte ; la fortuna nos brinda con una ocasion de asegurar para siempre la paz de Egipto y el
triunfo del islamismo, y pues hemos derramado sin escrúpulo la sangre de los principes musulmanes, respe
taremos la de los principes cristianos que vinieron á oriente á incendiar nuestras ciudades y reducir á la
servidumbre nuestras provincias?»
Esta era la opinion del pueblo y del ejército, y la mayor parte de los emires, arrastrados por el espiritu
general, usaban el mismo lenguaje. Un emir de Mauritania, cuyo nombre nos ha conservado Joinville, se le
vantó casi solo contra semejante violacion de las leyes de la guerra y de la paz. «Habeis muerto á vuestro

,1) Aboul-Maliassen.
LIBRO DECIMOQUINTO. -1249-1250. 449
principe, dijo, que el Coran os mandaba que guardarais como la pupila de vuestros ojos; esta muerte era sin
duda necesaria para vuestra propia seguridad, pero ¿qué podeis esperar de la accion que se os propone mas
que la cólera de Dios y la maldicion de los hombres?» Los murmullos interrumpieron este discurso, pues el
lenguaje de la razon n o hacia mas que exasperar el odio y el fanatismo, y como las pasiones violentas en
cuentran siempre motivos para justificarse sus propios escesos, acusaron á los cruzados de perfidia, de traicion
y de todos los crimenes que contra ellos se meditaban. No habia acusacion que no les pareciese verosimil, n¡
violencia que no creyesen justa : si el Coran, decian, manda á los musulmanes que velen por la vida de sus
principes, tambien les ordenaba que velasen por la conservacion de la fé musulmana; la muerte debia ser,
pues, el pago de los que la habian traido, y sus huesos debian blanquear en las mismas llanuras que habian
devastado.. Asi lo exigian el bien de Egipto y las leyes del Profeta.
Despues de una discusion muy borrascosa iba á pronunciarse la terrible sentencia contra los cautivos,
pero la codicia salió en defensa de la humanidad y de la justicia ; el emir que hablaba en favor de los prisio
neros habia dicho muchas veces que losmuertos no pagaban rescate. Conocieron entonces que al sacrificar
á los cristianos, el hierro despojaria la victoria y privaria á los vencedores del premiode sus afanes. Esta ob
servacion calmó los ánimos y cambió los pareceres. El temor de perder ochocientos mil bezantes de ero hizo
respetar los tratados y salvó la vida al rey de Francia y á sus compañeros de infortunio (1).
Los emires dieron orden á las galeras de volver otra vez hácia Da mieta ; los mamelucos manifestaron de
pronto sentimientos mas pacificos, y como es tan natural á la multitud el pasar de un estremo á otro, trata
ron con todos los miramientos de la hospitalidad á los que pocos horas antes querian entiegar á la muerte.
Al llegar á la vista de la ciudad, repartieron á los prisioneros buñuelos cocidos al sol y huevos duros que en
honor de nuestras personas, dice Joinville, habian pintado de diversos colores.
Loscaballeros y los barones obtuvieron por fin el permiso de salir de los buques que les servian de pri
sion para ir á reunirse con el rey, á quien muchos no habian visto desde el desastre de Minieh. Mientras sa
lian de sus naves, Luis marchaba hácia la boca del Nilo escoltado por guerreros musulmanes, y una innu
merable multitud leseguia, contemplando en silencio las armas, las facciones y el ademan del monarca
cristiano. Esperábale una galera genovesa ; cuando subió sobre el puente, aparecieron repentinamente
ochenta ballesteros con las ballestas preparadas, la multitud egipcia desapareció y la galera se alejó de la
orilla.
Acompañaban á Luis el conde de Anjou, el de Soisons, Goiofredo de Sargines, Felipe de Nemours y el senes
cal de Joinville. El conde de Poitiers se habia quedado en rehenes en Damieta hasta completar el pago de cua
trocientos mil bezantes de oro que debia entregar el rey antes de entrar en el mar. Faltábanle á Luis IX
treinta mil libras, que pidió á los templarios, los cuales se negaron á darlas en un principio con grande es
cándalo de loscaballeros y barones, pero que obedecieron al amenazarles con recurrir á la fuerza.
Satisfecha por fin la cantidad exigida por el tratado, el conde de Poitiers salió de Damieta, y todo estaba
dispuesto para la partida, cuando Felipe de Monfort, que habia sido el encargado de hacer el pago, se pre
sentó á dar cuenta de su mision y dijo al rey que habia engañado á los emires dándoles de menos diez mil li
bras. Luis manifestó su descontento, y envió otra vez á Felipe á Damieta para restituir esta cantidad, pues
quiso dar una leccion de justicia á sus enemigos al mismo tiempo que á sus servidores. Cuenta esta última
mision un autor árabe que supone un motivo particular y estraño; dice que el rey envió á Felipe de
Monfort para decir á los emires que no tenian religion ni talento ; lo primero, porque habian asesinado á su
soberano, y lo segundo, porque habian roto por una módica suma las cadenas de un monarca poderoso que
hubiera dado la mitad de su reino por rescatar su libertad (2). Esta esplicacion poco verosimil sirve al me
nos para darnos á conocer la opinion esparcida entonces por oriente que acusaba á los emires egipcios de
haber muerto á su sultan y de haber dejado escapar á su enemigo.
Luis IX abandonó al momento la desembocadura del Nilo con los tristes restos de su ejército, y pocos dias
despues de su partida llegó á Tolemaida, donde el pueblo y clero hacian aun rogativas porsu libertad. Todos
los habitantes de la ciudad salieron en procesion hasta la orilla del mar á recibirle.

(1) Autores arabes,


(2; Vease el relato de Aboul-Mahassen 'biblioteca de las Cruzadas).
Bl
*30 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.

LIBRO XVI.

CONTINUACION DE LA PRIMERA CRUZADA DE SAN LUIS.

1230—1254.

Reina en Tolemaida una enfermedad epidemica—Luis envia a Egipto el pago del rescate de los prisioneros.—Turbulencias que agi
tan esta provincia.—El rey trata de volvera Francia.—Se opone el señor de Joinvillo. —Partida do los duques de Anjour y de
Poilicrs.—El sultan de Damasco incita al rey a unirse con el para castigar los mameluco?. —Condiciones dictadas por Luis IX.
—Baja al sepulero el emperador Federico.—El papa profesa al hijo el odio que tenia al padre y publica una cruzada contra Conra
do IV.—Origen de los Pastorcülos. —Su disposicion.—Toma la cruz Enrique 1II de Inglaterra.—La reina Blanca envia ausilios 6 su
hijo.—Embajadores del Viejo do la Montaña recibidos en Tolemaida.—Tratado con los emires de Egipto.—El califa de Bagdad
procura la union entro los musulmanes.—Vuelvo encenderse la guerra. —Los turcomanes sorprenden i Sidon.—El ejercito fran
co entra en Paneas y la abandona al momento.—El rey recibe la noticia do la muerte de su madre—Se embarca para Francia.

En tanto que Luis IX desembarcaba en las costas de Palestina, la consternacion era general en Europa. Co
mo sucede siempre en las guerras lejanas, la fama habia publicado en un principio las noticias mas estraor-
narias sobre la espedicion de los cruzados, y se veian ya ondear las banderas cristianas sobre los muros del
Cairo y de Alejandría. A estas noticias sucedieron otros rumores anunciando grandes desastres ; las rela
ciones mas maravillosas habian encontrado en Francia espiritus crédulos, y no se quiso creer los desastres,
siendo entregados á la justicia los primeros que los contaron, como enemigos de la religion y del reino.
«Finalmente, dice el cronista Mateo Paris, cuando el número de los que traian las tristes noticias fué tan
grande, cuando las cartas fueron tan auténticas que no era posible dudar de losdesastres, lo Francia entera
se abismó en el mas profundo dolor y en la mayor confusion. Los eclesiásticos y las gentes de guerra de
mostraban igual tristeza sin querer dar oidos á ningun consuelo ; los padres y las madres lloraban por todas
partes la pérdida de sus hijos ; las pupilas y huérfanos la de sus padres ; los hermanos la de sus hermanos,
los amigos la de sus amigos. Las mujeres descuidaron sus adornos y arrojaron lejos de si las guirnaldas de
flores, se renunció al canto y se dejaron todos los instrumentos de música. Toda clase de diversion se con
virtió en duelo y lamentos, y lo peor de todo es quese acusó al Señorde injusticia, y que el esceso del dolor se
manifestó con blasfemias. Vaciló la fé de algunos, y Venecia y varias ciudades de Italia donde habitan gentes
semicristianas, estuvieron á punto de caer en la apostasia á no haber sido fortalecidos con los consuelos de los
obispos y de los hombres religiosos. Afirmaban estos que los cruzados muertos en oriente reinaban en el cielo
como mártires, y que ni por todoel oro del mundo querrian volver otra vez á este valle de lágrimas. Estas
razones convencieron á algunos, pero no á todos.»
El cautiveriodel rey era para los franceses el mas cruel de los infortunios y del cual no podian consolarse.
«No se ve en los anales de la historia, dice Mateo Paris, que un rey de Francia haya sido vencido ó prisione
ro, especialmente de infieles, á escepcion de este (Luis IX), quien, si hubiera podido salvarse solo de la der
rota general, hubiese dado á los cristianos un motivo de consuelo y les hubiera evitado una deshonra. Por
esto David en sus salmos ruega á Dios que salve la persona del rey (Domine, salvum fac regem), porque el
bien del pueblo depende de la de su principe.» El cronista inglés, que menciona el cautiverio de Luis como
un oprobio para el nombre francés y un baldon para toda la Iglesia cristiana, no comprendióque ningun rey
sobre su trono, ningun soberano en medio de los trofeos de la victoria, apareció tan grande como el sanio rey
con sus cadenas, y los anales de Francia no presentan una página mas bella que la de Luis IX prisionero en
Mansourah.
Pero lo que es para la posteridad un magnifico objeto de admiracion , solo lo fué de profunda afliccion para
los contemporáneos. El padre de los fieles dirigió cartas llenas de dolor á todos los principes y prelados de oc
cidente, mandó al clero que hiciera rogativas públicas y exhortó á los fieles á tomar las armas. Inocencio es
LIBRO DECIMOSESTO.—I250-125I. 451
cribió á Blanca para consolarla y á Luis IX para alentarle dd sus adversidades ; al dirigirse al rey de Francia,
se asombraba de ver en un solo hombre lanta desgracia y tanta virtud, preguntaba á Dios quées lo que ha
bia encontrado en el mas cristiano de los reyes que mereciese ser expiado por tantos desastres. «Padre mi
sericordioso, esclamaba el soberano pontifice, mostradnos este misterio para no dejar á los fieles en el peligro
del escándalo donde los lanzaria el rigor de vuestros juiciosl! . . . ¡Oh region engañosa de oriente! decia el
papa en otra carta ; ¡ oh Egipto, tierra de tinieblas ¿prometiste desde el principio una luz tan esplendento
tan solo para hundirnos en la oscuridad y para hundirte tú misma en la noche profunda donde quedas se
pultada (1)?
Como la mayor parte de las ciudades de Italia se hallaban en oposicion entre si por los intereses y hasta
por los sentimientos, algunas manifestaron su indiferencia y hasta se alegraron, en tanto que las ciudades ri
vales estaban hundidas en el mayor desconsuelo. Si hemos de dar crédito á Villani, la ciudad de Florencia
donde dominaban los gibelinos, celebró con fiestas los desastres de los cruzados franceses. Apenas puede es-
plicar la historia la alegria de una ciudad cristiana en medio del dolor universal de la Iglesia, y los fieles de
bieron escandalizarse mas con la manifestacion de esta alegria cruel, que con las blasfemias arrancadas por
la desesperacion.
Inglaterra no fué insensible á los desastres de los cruzados; derramó lágrimas por la muerte heroica de
Salisbury y de sus compañeros en Mansourah, y los caballeros y barones ingleses no perdonaron á Enri
que III el haberles detenido en sus hogares en tanto que sus hermanos y amigos, los defensores de la cruz, pa
decian en oriente todo género de calamidades.
Cuando la fama anunció allende los Pirineos los desastres de la cruzada, todo el pueblo español se entregó
al dolor, y el rey de Castilla que estaba en guerra con los sarracenos, no viendo mas que las desgracias de
los cristianos en oriente, juró ir á vengar la causa de Josucristo en las orillas del Jordan ó del Nilo. Los cris
tianos del norte, armados contra los pueblos paganos de las comarcas vecinas, y la Alemania, agitada por
la guerra civil que llamaban guerra santa, apenas habian dirigido sus miradas á la espedicion de Luis IX.
No obstante, el emperador Federico lloró amargamente los desastres de los franceses, y en las cartas que di
rigió á varios principes de Europa habló del cautiverio del rey de Francia del modo mas tierno, á pesar de que
se aprovechaba de esta ocasion para acusar á Inocencio, á quien echaba en cara la ruina de los cristianos.
Federico partió á Sicilia para armar una escuadra capaz de llevar prontos socorros á los cruzados, y mien
tras esperaba que sus buques estuviesen dispuestosá darse á la vela, envió á oriente una embajada encar
gada do pedir al sultan de Egipto la libertad del monarca francés y de su ejército.
Esta generosa resolucion del emperador era indudablemente muy plausible, pero Dios no permitió que
este principe viviera bastante tiempo para que el rey de Francia y los cruzados, á quienes prometia sus au-
silios, pudieran creer la sinceridad de su celo y de sus promesas.
Cuando Luis IX llegó á Tolemaida, solole acompañaba un reducido número de caballeros, pues la mayor
parte de los señores franceses compañeros de su cautiverio habian regresado á occidente en vez de seguirle
á Palestina. Debe citarse entre los que abandonaron las banderas de la cruzada al duque de Borgoña y al
valiente conde de Bretaña; este último, debilitado por las enfermedades y cubierto de heridas, murió en el
camino, y sus despojes mortales, recogidos por sus caballeros, fueron trasladados á la abadia de Villanueva,
cerca de Nantes, donde muchos siglos despues se veia aun su sepulcro.
Los tristes restos del ejército cristiano escitaron la caridad de los habitantes de Tolemaida ; los caballeros y
los soldados estaban casi desnudos, y el senescal de Champaña se vió reducido á hacerse un vestido con los
trozos de una manta para presentarse en la mesa del rey (2). Una enfermedad epidémica, fruto de la
prolongada miseria y de todo género de privaciones, se desarrolló entre los cruzados y estendió sus estragos
por toda la ciudad. Joinville, que estaba hospedado en la casa de uno de los curas de Tolemaida, nos cuenta
que veia pasar todos los dias veinte entierros por debajo de sus ventanas, y que cada vez que oia las fúne
bres palabrasde Liberame, Domine, rompia en llanto y se dirigia á Dios esclamando : ¡Piedad!
El rey do Francia se ocupaba en tanto en libertar los cautivos que habian quedado en Egipto, los cuales

(I) Gran coleccion de concilio?, del padre Labbc, t. XI; Baronio; ad. ann. 1250.
(4¡ Jüinvittc.
452 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
ascendian á doce mil, y la mayor parte podian volverá tomarlas armas y servir bajo las banderas de la
cruzada. Luis envió embajadores para pagarles cuatrocientos mil bezantes de oro que debia á los musul
manes, y para apresurar la ejecucion de los últimos tratados. Estos embajadores encontraron el Egipto lleno
do turbulencias ; los emires, divididos en varios partidos, se disputaban el poder, el fanatismo aumentaba
sus divisiones y se acusaban reciprocamente de haber favorecido á los cristianos. En medio de estos debates
perecieron muchos cautivos con el hierro ó con el fuego y algunos renegaron do su féen el tormento. Apenas
fueron oidos los emisarios de Luis IX, y les respondieron que el rey de Francia debia darse por satisfecho ha
biendo recobrado su libertad y que pro nto irian los mamelucos á sitiarlo en Tolemaida. Finalmente, los
embajadores cristianos se vieron precisados á salir do Egipto sin haber conseguido nada, y solo condujeron á
Palestina cuatrocientos prisioneros, la mayor parte ancianos y enformos, de los cuales muchos habian paga
do ya su rescate.
A su vuelta Luis IX cayó en la mas profunda tristeza; acababa además de recibir una carta de la reina
Manca, en que le exhortaba á que partiera de oriente. Concibió entonces la idea de volver á Francia ; ¿pero
cómo era posible resolverse á dejar doce mil cristianos en la esclavitud y abandonar la Tierra Santa ame
nazada de una invasion? Las tres órdenes militares, los barones y los señores de Palestina suplicaron á Luis
que no les abandonase, repitiendo oon acento de desesperacion, que al verse privados de su apoyo, los cris
tianos de Siria no tendrian mas recurso que seguirle á occidente.
Sus súplicas enternecieron á Luis, pero antes de tomar una resolucion, quiso consultar aun sus dos her
manos y con los principales señores que habian quedado en su compañia. Les manifestó las razones qneexi-
ti.m su regreso á Francia y las que podian detenerle en Palestina ; que por una parte, su reino amenazado
por el rey de Inglaterra y la imposibilidad en que estaba entonces do llevar á cabo ninguna empresa contra
los infieles, debian determinarle á partir de oriente; y que por otra parte, la infidelidad de los emires, que fal
taban á 138 primeras condiciones de los tratados, los peligros á que se veia espuesta la Tierra Santa con su
partida y la esperanza, en fin, de recibir algunos socorros y de valerse de ellos para romper las cadenas de
los prisioneros cristianos y libertar á Jerusalen, le imponian en cierto modo la obligacion de diferir su par
tida.
Despues de haber espuesto asi el estado de las cosas, sin añadir ninguna reflexion que diera á conocer su
parecer, suplicó á los caballeros y barones que meditasen sobre el partido que se debia tomar. Al domingo
siguiente los convocó de nuevo y les pidió su parecer. El primero que habló fué Guido de Malvoisin cuyo va
lor en los combates y prudencia en los consejos admiraban á los cruzados (1).
«Señor, dijo dirigiéndose á Luis IX, cuando considero el honor de vuestra persona y la gloria de vuestro
reinado, no creo que podais permanecer en este pais. Recordad el brillante ejército quesalió de los puertos de
Chipre y ved los guerreros que os han quedado I Contábanse entonces en el ejército cristiano dos mil ocho
cientos caballeros con banderas; en el dia cien caballeros componen todas vuestras fuerzas, y la mayor parle
están enfermos, no tienon armas ni caballos, ni medios para adquirirlos, y no pueden servir mas con honra
y con ventaja. No poseeis una ciudad de guerra en oriente, laque habitais pertenece á varias naciones dife
rentes ; permaneciendo aqui, no inspirais ningun temor á los infieles, dejareis que crezca la audacia de vues
tros enemigos en Europa, y os esponeis á perder á un mismo tiempo el reino- de Francia, donde vuestra au
sencia puede envalentonará vecinos ambiciosos, y el reino de Jesucristo, donde vuestra presencia atraerá las
arma3 de los musulmanes. Todos estamos persuadidos de que es preciso castigar el orgullo de los sarracenos,
pero los preparativos de una guerra decisiva y gloriosa no pueden hacerse en un pais lejano. Por consiguien
te, os aconsejamos que volvais á occidente, donde velareis por la seguridad de vuestros estados y conseguireis
en medio de la paz, quo será vuestra obra, los ausilios necesarios para vengar un dia nuestras derrotas y
reparar los reveses que acabamos de sufrir (2).»
El duque de Anjou, el de Poitiersy la mayor parte de los señores franceses que hablaron despues de Guido
de Malvoisin, manifestaron la misma opinion.
Cuando llegó el turno al conde de Joppe, se negó á hablar, diciendo que poseia varios castillos en Palestina

¡I) Relacion manuscrita ;Biblioleci de las Cruzadas .


(?) Joinville.
LIBRO DECIMOSESTO.—1 250-1254. 453
y que se le podria acusar de que defendia sus propios intereses. Habiéndole suplicado el rey que diese su pa
recer como los demás, se contentó con decir que la gloria de las armas cristianas y el bien de la tierra de Je
sucristo exigian que los cruzados no volvieran á Europa.
Pidióse el parecer á Joinville, y el buen senescal recordó el consejo que le habia dado el señor de Bollain-
court, su primo, al partirá la cruzada: «Vaisá ultramar (estas fueron las palabras del señor de Bollaincourt),
pero tened cuidado con la vuelta ; ningun caballero, pobre ni rico, puede volver con honor si deja en manos
de sarracenos á los servidores en cuya compañia fué.» Impresionado Joinville con el recuerdo de estas pala
bras, manifestó que no podia abandonarse sin baldon la multitud de cautivos cristianos. «Estos desgracia
dos, añadia, están al servicio del rey comoal servicio de Dios, y jamás se irán si el rey se va.» No habia nin
gun caballero ó baron que no tuviera parientes ó amigos entre los cautivos, de modo que algunos no pudieron
contener sus lágrimas al oir á Joinville, pero esta viva impresion no bastaba para ahogar en sus corazones el
ostremado anhelo de volver á su patria. En vano añadió el senescal que el rey tenia aun una parte de su te
soro, que podia levantar tropas en Morea y en otros paises, que con los socorros que vendrian de Europa se
podria volver á empezar la guerra pronto; estas razones y otras muchas no llegaban á convencer á la mayor
p.irte de los señores que solo miraban la cruzada como un largo destierro. El señor de Chatenai y Guillermo
de Beaumont, mariscal de Francia, fueron los únicos que participaron de la opinion de Joinville.
«¿Qué responderemos, decian, á los que nos pregunten á nuestra vuelta qué hemos hecho de la herencia
y de los soldados de Jesucristo? Escuchad á los desgraciados habitantes de Palestina y oid como os acusan de
haberles traido la guerra y de prepararles su ruina con nuestra partida. Si no recibimos socorros, siempre
estaremos dispuestos á partir, pero para qué apresurar los dias de la desesperacion? Es cierto que los cruza-
dusson poco numerosos, ¿pero han olvidado que su jefe se hizo respetar de los sarracenos cargado de cadenas?
La fama además nos dice que reina la discordia entre nuestros enemigos y que el sultan de Damasco ha decla
rado la guerra á los mamelucosde Egipto....»
Los dos caballeros hablaron en medio de murmullos ; cuanto mas razonables parecian los motivos que ale
gaban, con mas impaciencia eran oidos. El señor de Beaumont iba á continuar, pero le interrumpió viva-
. mente su tio Guillermo do Beaumont que le dirigió los mas amargos reproches. En vano deseaba el rey que
cada cual manifestase libremente su parecer; la autoridad de familia triunfó de la del principe, y el severo
anciano continnó alzando la voz y obtigando á callar á su sobrino.
Cuando el rey oyó los pareceres de la asamblea, despidió á los barones y los convocó otra vez para el do
mingo siguiente. Al salir del consejo, Joinville fué el blanco de las burlas y ultrajes de los caballeros por ha
ber seguido un parecer contrario á la opinion general. Para colmo de su pesar, temió haber incurrido en des
gracia con el rey, y en su desesperacion, formó el proyecto de retirarse á la corte de su pariente el principe
de Antioquia. Mientras vagaban por su mente los mas sombrios pensamientos, el monarca le llamó aparte, y
descubriéndole su corazon, le delaró que su designio era quedarse algun tiempo mas en Palestina. Joinville
olvidó entonces las injurias de los barones y de los caballeros, y estaba tan gozoso de lo que le habia dicho el
rey como si no le hubiera sucedido desgracia alguna.
Llegó el domingo y los barones se reunieron por tercera vez. El rey de Francia invocó las luces del Espi
ritu Santo haciendo la señal de la cruz y pronunció este discurso :
«Señores, doy gracias á los que me han aconsejado que permanezca en Asia, lo mismo que á los que me
han aconsejado que vuelva á occidente. No dudo que unos y otros solo desean el interés de mi reino y la glo
ria de Jesucristo. Despues de haber reflexionado mucho, he pensado que puedo, sin daño ni riesgo de mis es
tados, prolongar aun mi permanencia en este pais. La reina madre defendió el honor de mi corona en tiem
pos calamitosos, y mostrará hoy igual firmeza y menos obstáculos. No, miroino no padecerá en mi ausencia,
pero si abandono este pais por el cual ha hecho tantos sacrificios la Europa, ¿ quién le defenderá contra sus
enemigos? ¿Se desea acaso que despues de haber venido aqui á defender el reino de Jerusalen, oiga un dia
acusárseme de su ruina? Me quedo, pues, para salvar lo que nos resta, para libertar nuestros cautivos, y s
es posible, sacar partido de la discordia de los sarracenos. Pero no quiero obligar á nadie; libres son do irse los
que deseen volver á Europa, y declaro que nada faltará á' los que so queden bajo las banderas de la cruzada
y que partiré con ellos mi buena ó mala fortuna (4).»
(! Joinville.
45 i HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
Despues de estas palabras, dice Joinville, hubo muchos que prorumpieron en llanto, y desde aquel momcnto
lucieron los prepara ti v( s del viaje los duques do Anjou y de Poitiers, con un gran número de señores. El rey
les encargó que llevasen una caria dirigida al clero, á la nobleza y al pueblo de su reino, en la cual contaba
con noble sencillez las victorias de los caballeros cristianos, sus derrotas, su cautiverio, y suplicaba á todas
las clases que tomasen las armas para socorrer la Tierra Santa.
Despues que los dos hermanos del rey partieron á Europa, solo se trató de reunir soldados y poner á Pa
lestina en estado de defensa. La division que reinaba entonces entre los musulmanes, favorecia la empresa de
los cruzados y daba seguridad á las colonias cristianas. Los musulmanes do Siria se negaron á reconocer la au
toridad de los mamelucos despues dela muerte de Almoadan ; el principado y la ciudad de Damasco acaba
ban de entregarse á Nasser, sultan do Alepo, que se preparaba á marchar contra el Cairo al frente de un
ejército. Ileinaba la mas viva agitacion entro los mamelucos de Egipto, que empezaba á temer en medio de
sus remordimientos, y la sultana Chegger-Eddour se babia visto obligada á bajar del trono y ceder la autori
dad suprema al turcoman Ezz-Eddin, con quien se habia casado. Este cambio apacigué momentáneamente
los ánimos, pero la situacion era tan violenta que una revolucion llamaba á otra sin cesar. La milicia turbu
lenta ó inquieta que habia derrocado el imperio de los ayubitas no podia sufrir lo antigue ni lo nuevo; para
contener las sediciones, los jefes enseña ron en un principio á la multitud un hijo de la familia que habian pros
crito, y le adornaron con el vano titulo de sultan, pero declararon en seguida que el Egipto pertenecia al ca
ifa de Bagdad, y que ellos la gobernaban en su nombre (1).
Entonces fué cuando el sulían de Alepo y de Damasco envió á Luis IX embajadores, invitando al monarca
francos á unirse con ellos para castigar el orgullo y la rebelion de la milicia del Cairo, y prometió á los cris
tianos partir con ellos los despojos de los vencidos y devolverles el reino de Jerusalen. Estas brillantes pro
mesas debian seducir al rey de Francia, y merecian al menos llamar su atencion. Los emiresde Egipto pedian
tambien la alianza de los cristianos, y proponian condiciones ventajosas.
Luis IX podia escoger, y poderosos motivos le inclinarian sin duda hácia el sultan de Damasco, pues se Ira
taba de negociar por una parte con emires cuya voluntad era incierta, su fortuna pasajera y su autoridad
siempre amenazada y vacilante, y por otra parte, con un principe poderoso y cuya autoridad ofrecia una ga
rantia mas segura á sus aliados. Otro motivo, que no podia ser indiferente á los ojos de un monarca virtuoso,
existia además y consistia en que toda la politica de los mamelucos no tenia mas objeto que asegurarles la
impunidad de un gran crimen, y que el soberano de Damasco se armaba para vengar la causa de los prin
cipes.
Todas estas consideraciones se discutirian sin duda en el consejo de Luis IX y debieron dejar al monarca
perplejo sobre el partido que debia abrazar. No olvidaba, empero, que habia firmado un tratado con los emi
res y que no podia faltar á sus juramentos, ni olvidaba tampoco que los mamelucos tenianaunen sus manos
la suerte de doce mil prisioneros cristianos, y que rompiendo con aquellos, renunciaba á la esperanza de li
bertar á los desgraciados compañeros de su cautiverio. Luis respondió, pues, á los embajadores sirios que
uniria con gusto sus armas con las del sultan de Damasco si los mamelucos faltaban á sus tratados, y envió al
mismo tiempo al Cairo á Juan de Valenciennes con el encargo de ofrecer á los emires la paz ó la guerra. Estos
prometieron, por fin, cumplir con todas las condiciones del tratado si Luis consentia en ser su aliado y ausi-
liar, y pusieron al momento en libertada mas de doscientos caballeros.
Estas desgraciadas victimas de la cruzada llegaron á Tolemaida por el mes de octubre (1251 ). El pueblo
acudió en tropel á verlesdesembarcar ; todos llevaban aun impresas las señales de su cautiverio, y el recuer
do de sus pasadas desgracias y su miseria presente arrancaban á todos los espectadores lágrimas de compa
sion. Estos prisioneros, cuyas cadenas acababa de romper Luis, llevaban en triunfo en un ataud los huesos do
Juan de Briena, prisionero de los infieles en la batalla de Gazza y asesinado en el Cairo poruua furiosa
multitud. Eidero acompañó á la iglesia de los hospitalarios los restos del héroe cristiano, y los compañeros
de armas de Gualtero recordaban sus hazañas y la gloriosa muerte que habia sufrido por la causa de Jesu
cristo. La religion desplegó todas sus pompas y celebró en sus cánticos la gloria de un mártir y la lealtad que
ella solo parecia haber inspirado. La caridad de los fieles acogió y consoló la miseria do los cautivos, y Luis

(I) Autores árabes (Biblioteca Je las cruzadas, t. IV).


LIBRO DECIMOSESTO.— 1250-1254. 455
tomó á su servicio á todos los que la edad ó sus enfermedades no imposibilitaban para tomar las armas.
El rey supo con dolor que quedaban aun en Egipto muchos prisioneros cristianos. Habiendo llegado por
entonces áTolemaida unos embajadores egipcios, Luis IX les declaró que no contasen con la alianza que
pedian, si los emires no devolvian al momento todos los cautivos, todos los hijos educados en la fé musulma
na, los huesos del conde de Briena y hasta las cabezas de los cruzados que habian espuesto sobre las mura
llas del Cairo.
La posicion de los cristianos iba mejorándose de dia en dia en medio de las divisiones de sus enemigos. El
rey de Francia dictaba condiciones á los emires, y si hubiera dispuesto de algunas tropas hubiera podido
reparar los desastres que acababa de sufrir en Egipto ; pero el oriente solo le proporcionaba un reducido nú
mero de soldados y el occidente no se preparaba á enviarle ausilios.
El rey de Castilla quehabia tomado la cruz, murió en el momento que se disponia ¿i partir y su sucesor
dirigió todas sus fuerzas contra los sarracenos de Africa. Federico II, á quien vimos antes ocupándose en au-
siliar á Luis IX, falleció entonces en el reino de Nápoles ; este principe dejó ordenado en su testamentoque se
restituyera á la Iglesia todo lo que le perteneciera y legó cien mil onzas de oro para socorrer la Tierra Santa.
La muerte y la última voluntad del emperador hacian concebir la esperanza de que los reinos cristianos no
se separarian de la cruzada de ultramar por la formidable guerra suscitada entre el sacerdocio y el imperio;
pero el soberano pontifice so persuadió de que el cielo amparaba sus empresas y que los juicios de Dios no
debian perdonar á la raza de Federico, y celebró la muerte del emperador como un triunfo de la religion
y de la humanidad. « Alégrense los cielos, escribia á los pueblos de la Pulla y de Sicilia, regocijese la tierra,
porque el Señor en su inefable misericordia ha sacado de entre nosotros al que durante tanto tiempo nos ha
abismado en la afliccion. Su muerte es como un viento que nos Irae un suave rocio ; asi, pues, queridos hi
jos mios en Jesucristo, entonad alegres cánticos y preparaos á las prosperidades de toda especie que vais á
gozar (1). » El pontifice exhortaba á estos pueblos á rechazar de su seno y de su territorio á una familia re
probada de Dios, y pintaba la dominacion de la santa sede como el único refugio contra la tirania de los ma
los principes.
Todos los rayos, tanto tiempo suspendidos sobre la frente de Federico, estallaron contra sus hijos Enrique,
heredero del reino de Nápoles, y Manfredo, principe de Tarento. Los pueblos de Sicilia se vieron perseguidos
á la vez por las maldiciones del papa que se estendian á las ciudades rebeldes á la Iglesia, ó asoladas por los
ejércitos de los principes de Suabia que saqueaban los paises sometidos al papa. Predicábase al mismo tiempo
en Alemania, en el Brabante y en varias provincias de Francia una cruzada contra Conrado á quien Fede
rico habia designado para que le sucediera en el imperio, y como si la corte de Roma hubiera tralado de inte
resar á todas las familias á esta funesta guerra, prometia las indulgencias de la cruz al padre y á la madre
de cada cruzado. El papa escribió á los pueblos de Suabia para apartarlos de la obediencia á una familia
maldita, y encargó al mismo tiempo á Jacobo Pantalcon, arcediano de Lieja, y á Tierry, maestre de los ca
balleros de Prusia, que fuéran á ver á los principes, duques y condes para atraerlos á la autoridad de la
Iglesia. Además de la indulgencia concedida al padre yá la madre de cada cruzado, seconcedia otra de cua
renta diasá cuantos asistiesen á los sermones delos predicadores de la cruzada (2).
Los barones, los principes, los magistrados y el pueblo se armaban en todas las provincias del imperio ger
mánico, unos por Conrado y otros por el conde de Holanda á quien habia hecho elegir rey de romanos. Los
ministros de Jesucristo no tenian la mision de predicar la concordia, y era tan estremo el furor de los partidos
que se vió á Cristian, arzobispo de Maguncia, depuesto de su silla por haber dado á su rebaño el ejemplode
la dulzura y de la paz evangélica. Acusaron ante el papa á este cruzado de ser enteramente inútil á la Iglesia
y de ircon pesar á las espediciones militares cuando le llamaba el principe. El arzobispo alegaba que le re
pugnaban los incendios y los saqueos que acompañaban estas espediciones, pareciéndole semejantes violen
cias poco conformes con el carácter de un pastor de la Iglesia ; y habiéndole exhortado á seguir el ejemplo de
sus antecesores, Cristian respondió: «Está escrito en el Evangelio; Vuelve la espada á la vaina. » Pero nadie
comprendia estas máximas pacificas (3J-

¡1) Inocent. IV. Epistol., lib. VIH, p. i, apud Raynaldi; Atm. eccl., 1231, 53, p. 667.
i2 Ihitor. eccles. de Fleury, ann. 1251.
;3) Histor. eccles. de Fleury, ano. 1251.
45G HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
-
La Francia estaba tambien agitada, aunque por otros motivos. Cuando regresaron los duques de Anjou y
de Poitiers, se leyó en las iglesias la carta que Luis habia dirigido á sus súbditos. Esta carta renovó todo el
dolor que habia causado la noticia del cautiverio del rey y de su ejército ; conmovieron vivamente los cora
zones las exhortaciones que Luis dirigia á los franceses para alcanzar socorros y las noticias que llegaban lo
dos los dias de oriente, y coimo el pueblo no sabe moderarse en su dolor ni en su alegria, un espiritu de sedi
cion unido al entusiasmo de la cruzada agitó las ciudades, recorrió las provincias y puso al reino momentá
neamente en grave peligro.
Viendo el pueblo que habia fracasado la empresa de los principes y señores, llegó á creer que Jesucristo
rechazaba de su servicio a los grandes de la tierra , y que no queria mas defensores que los hombres de esta
do llano, los pastores y los labradores. El Señor se ha ofendido, decian, por el lujo de los prelados y el orgullo
delos caballeros, y Dios ha escogido á lo que hay mas débil en la tierra para confundir lo mas fuerte (1). En
contróse un hombre que á íavor de esta creencia popular trató de enardecer los ánimos y arrastrarlos en un
movimiento general ; este hombre, llamado Jacob, natural de Hungria y de edad muy avanzada, era el que
segun fama pública habia predicado la cruzada de niños de que hemos hablado en el libro duedécimo de esta
historia. Dábanle un aspecto de profeta su luenga barba que le bajaba hasta la cintura, su pálido rostro y su
lenguaje misterioso ; iba de aldea en aldea y se daba el nombre de enviado del cielo para libertar la ciudad de
Dios y vengar al rey de Francia ; los pastores abandonaban sus ganados y los labradores sus arados pra se
guir sus pasos; Jacob, que llamaban soberano de Hungría, se hacia proceder de una bandera en que se veia
pintado un cordero, simbolo del Salvador del mundo; de todas partes le llevaban viveres, y sus discipulos
decian que tenia como Jesucristo el don de multiplicar los panes (2).
Dióseel nombre de pastorcillos á estos cruzados campesinos. Sus primeros reuniones, que en un principio
llamaron poco la atencion, se formaron en las provincias de Flandes y Picardia ; se dirigieron hácia Amiens
y despues hácia la capital, engrosándose por el camino con una turba de vagos, aventureros y prostituias.
A pesar de los desórdenes que cometian, la reina Blanca los toleró, confiando que le servirian para ausiliar
á su hijo. La proteccion de la reina inflamó su orgullo, y la impunidad aumentó la licenoia y redobló su au
dacia. El impostor Jacob y los demás jefes que la casualidad ó la corrupcion le habian asociado, declamaban
con violencia contra la riqueza y supremacia del clero, lo cual lisonjeaba á la turba que seguia sus pasos.
Dice Mateo Paris que acusaban en sus discursos á los dos órdenes de frailes menores y de predicadores, de
vagos y de hipócritas ; á los monjes de Citeaux, de no pensar mas que en apropiarse haciendas ; á los frailes
negros, de glotones y soberbios; á los canónigos, de ser medio seglares y de usar manjares esquisitos, á los
obispos y á sus familiares, de correr en pos del dinero y de vivir entre deleites, y finalmente, á la corte ro
mana de reunir toda clase de oprobios. Los pastorcillos ejercian por si mismos las funciones del sacerdocio
con grande escándalo de los hombres piadosos, y reemplazaban en los púlpitos de las iglesias á los oradores
sagrados, empleando la violencia contra los ministros de los altares y tratando de despertar todas las pasio
nes entre el pueblo. Estos temibles peregrinos salieron por fin de Paris reunidos en número de mas de cien
mil, y se dividieron en varias partidas para dirigirse á las orillas del mar, donde debian embarcarse pra
oriente. La ciudad de Orleans, donde entraron despues de partir de la capital , fué teatro de los mas violentos
desórdenes. Los progresos de la licencia alarmaron por fin al gobierno y á los magistrados, y se dió órJen en
todas las provincias para perseguir y disipar estas turbas turbulentas y sediciosas.
El grupo [irincipal de pastorcillos se dirigió 6 Bourges, donde el señor de Hungría debia obrar milagros y
hacer oir la voluntad del cielo. La muerte, el incendio y el saqueo anunciaron su llegada á esta ciudad ; el
pueblo irritado corrió á las armas, marchó contra los perturbadores, y los alcanzó entre Montemar y Villa-
nueva del Cher, donde, á pesardesu número, fueron derrotados y recibieron el castigo de sus latrocinios. Ja
cob murió de un hachazo en la cabeza, varios desus discipulos y compañeros encontraron la muerte en el
campo de batalla donde subieron al cadalso, y el resto emprendió la fuga.
De este modo se desvaneció por si misma esta tempestad formada repentinamente. Otra cuadrilla que se
habia dirigido hácia Burdeos quedó tambien dispersa, y algunos pastorcillos que habian llegado hasta Ingla-

(1) Guillermo de Nangis.


[i) Mateo Paris
LIBRO DECIMOSESTO.—1 250-1 264. 457
terra, alcanzaron igual suerte. Corrió el rumor de que se habian encontrado en los jefes correspondencias con
los musulmanes, los acusaron de haber concebido el proyecto de entregar el pueblo cristiano al hierro de los
infieles, y esta acusacion, aunque inverosimil, acabó de hacerlos odiosos. El gobierno, que al principio care
cia de fuerzas para combatirlos, se armó contra ellos con las pasiones de la multitud, y se restableció la tran
quilidad en el reino.
Predicábase sin embargo la cruzada de ultramar en la mayor parte de las comarcas de Europa ; añadié
ronse nuevas indulgencias á las que se habian concedido hasta entonces á los soldados de la cruz ; el obispo
de Aviñon recibió el poder de absolver á los que habian ultrajado de obra á los clérigos é incendiado las igle
sias ; el mismo obispo obtuvo la facultad de convertir en voto para la cruzada todos los demás votos, escepto
el de religion, y se concedieron iguales poderes al prior de los dominicos de Paris. La impunidad y los -privi
legios de la cruzada concedidos á los grandes culpables no eran propios para reanimar el celo y la animacion
de los barones y los caballeros.
El papa escribió al mismo tiempo al rey de Inglaterra exhortándole á que partiera á oriente. Enrique [II
convocó á los habitantes de Londres en la abadia de Westminster, donde varios prelados predicaron la cru
zada. Cuentan las crónicas que muy pocas personas se dejaron persuadir por las predicaciones de los obispos,
á causa de las esiorsiones y mentiras de la corte romana (I). Descontento Enrique III de la indiferencia de los
ciudadanos de Londres, los llamó mercenarios, tomóla cruz, y cuando prestó su juramento, se puso la mano
sobre el pecho como los sacerdotes, lo cual no persuadió á los que se acordaban de lo pasado. Como el papa
le habia concedido un diezmo sobre el clero y el pueblo durante tres años, se creyó que el monarca inglés so
lo habia tomado la cruz para recaudar este impuesto que debia ascender á cinco ó seis mil libras tornesas.
Segun el testimonio de la historia contemporánea, podia aplicarse á su determinacion un motivo mas hon
roso ; la esperanza de recobrar la Normandia y algunas otras provincias que la Inglaterra habia perdido en
el continente.
Mateo Paris nos cuenta que cuando Luis IX salió del cautiverio se dirigió al rey de Inglaterra pidiéndole
socorros, y que en premio de los servicios que iba á prestar á la causa de Jesucristo, le prometió entregarle
los paises incorporados á la corona de Francia. La misma reina Blanca habia consentido al parecer en esta
proposicion, pero habiendo sido convocados los grandes del reino, se asombraron de que un rey de Francia
hubiera concebido semejante proyecto sin consultar antes á sus barones, y todos declararon en presencia de
la reina que ni los grandes niel pueblo consentirian jamás en hacer concesiones tan deshonrosas para la
corona, y que el rey de Inglaterra no volveria á entrar masen Normandia sino pasando á través de mil espa
das y lanzas ensangrentadas (2). Despues de esta declaracion amenazadora , Enrique creyó que no debia llevar
las cosas tan adelante, yno dió ningun paso para recobrar las provincias que reclamaba, ni para libertar la he
rencia de Jesucristo. Mateo Paris, que habla estensamente de la violenta oposicion de los barones, les presta
un lenguaje cuya rudeza es verdaderamente exagerada. Debemos creer que la permanencia de Luis IX en
oriente despues de su derrota, habia disgustado á los grandes del reino, que olvidaron por algun tiempo el
respeto debido á la desgracia, pero es cierto que el orgullo patriótico y el espiritu de independencia de la no
bleza francesa no se mezclaron en esta ocasion con sentimientos de odio y de desprecio.
Los barones y señores franceses tuvieron ocasion en la misma asamblea de manifestar su patriotismo celoso
y entusiasta. Esta noble reunion se indignó de que se predicase en el reino una cruzada contra los hijos de
Federico y que se recaudasen impuestos y se organizasen tropas que no debian emplearse para socorrer al
rey de Francia. La reina Blanca participó de la indignacion de los grandes y señores, se tomaron medidas
prontas y eficaces, se impuso silencio á los predicadores y se desterró y despojaron los bienes á todos los que
se habian alistado bajo las banderas de una guerra predicada contra cristianos.
La historia debe ensalzar los sentimientos generosos que manifestaba la nobleza francesa, pero causa asom
bro al mismo tiempo verla en esta circunstancia lamentar con amargura las desgracias del reino y ocuparse
apenas de socorrer al monarca que imploraba su apoyo. Tambien habia entonces hombres descontentadizos
y presuntuesos, como se encuentran siempre en épocas de adversidad, que creen haber hecho bastante por

(<) Mateo Paris.


(2) Hateo Paris (Biblioteca de las Cruzadas, t. IV).
(51 y 53) :;8
458 IIIST01UA DE LAS CRUZADAS.
una causa desgraciada recordando los consejos que dieran y no se observaron, y menos prontos á manifestar
su celo que su previsión. Añadiremos que la mayor parte de los señores vitup eraban abiertamente la resolu
ción tomada por el rey de permanecer en Palestina, y los mismos que bacian mas alarde de adhesión hácia
su soberano, lemian prolongar su ausencia enviándole socorros. A pesar de todo, no se lomó entonces nin
guna medida eficaz para enviar á Luis IX, alejado de sus estados, el dinero y los soldados que pedia. No obs
tante las súplicas reileradasdel rey, la Francia que habia vertido tantas lági imas por su cautiverio en Egipto,
no se determinó á tomarlas armas para secundar sus nuevos esfuerzos en la Tierra Santa, y se contentó con
desear ardientemente su regreso.
Pero la reina Blanca no podia ser insensibltí á las súplicas de su hijo ; y para hacer llegar socorros hasta
Luis IX, prometió recompensar á todos los que partieran á oriente, vendió hasta los ornamentos de las iglesias,
y una crónica de la época cuenta que se mandó fundir una caja de plata donde es lab a depositado el corazón
del rey Ricardo Corazón de León; y que guardaba la catedral de Rúen. Pero toda la solicitud del amor mater
nal no pudo servir eficazmente al rey de Francia en sus apuros ; un buque cargado de dinero que envió á
Palestina pereció al llegar á las costas de Siria; un reducido número de los que habian lomado la cruz en
occidente se decidieron á cruzar el mar, ycasi los únicos franceses que llegaroná oriente fueron el joven conde
de Eu y Raimundo vizconde de Turena, que la reina habia condenado á partir á Palestina. La mayor parle
do los caballeros y los barones que se habian quedado con el rey, estaban tan pobres y arruinados, que po
nían sus servicios á tan elevado precio, y según los comisarios de Luis IX se hacían tan caros (1), que todo el
tesoro del monarca no hubiera bastado para alistarlos. Se hicieron alistamientos en Grecia, en Ch ipre y en las
ciudades cristianas de Siria, pero solo se recogieron bajo las banderas déla cruzada aventureros impropios para
sufrir los trabajos y peligros de una grande empresa.
La historia distingue á Alemar de Selingan entre los guerreros que el deseo de glorias y aventuras lejanas
conducían entonces á la Tierra Santa. Este caballero partió de un país de occidente donde, según él decía
no se conocia casi la noche. Selingan y sus compañeros buscaban siempre ocasiones de distinguirse por su ha
bilidad y audacia romancescas; mientras esperaban el feliz momento de combatir á los musulmanes* hacian
la guerra á los leones que perseguían á caballo en los desiertos., y m ataban á flechazos, lo cual causaba gran
sorpresa y admiración á los guerreros franceses (2).
Tambie i se vió llegar, dice Joinville, otro caballero muy noble, que perte necia á los de Toucy. El caballero
de Toucy habia sido regente del imperio deGonstanlinopla en ausen.cia de Balduino y se gloriaba de pertene
cer á la familia de los reyes de Francia , pero abandonaba con nueve caballeros mas un imperio que caia en
escombros para defender los tristes restos del reino de Jcrusalen. Toucy contó las desgracias de Balduino y las
lamentables circunstancias que habian obligado á un emperador cristiano á hacer alianza con el jefe de los
comanes. Según la costumbre de los bárbaros, el príncipe de los comanes y el emperador de ConsLantinopla
se habian estraido sangre, y mezclándola en una copa habian bebido ambos de ella en signo de alianza y de
fraternidad. Los caballeros que acompañaban al señor de Toucy habian tomado este uso de los fcárbaros,
que repugnó al principio á los guerreros franceses, pero muy pronto arrastrados por el atractivo de la nove
dad, mezclaron ellos mismos su sangre con la desús nuevos compañeros, y rodándola con torrentes de vino,
unos y otros se embriagaron juntos llamándose hermanos (3).
Los usos y costumbres de los pueblos do oriente llamaban vivamente la atención de los cruzados ; cuando
volvieron á Tolemaida los misioneros que Luis IX habia enviado á Tartaria, los guerreros franceses no cesa
ban de preguntarles y oirles. Andrés de Longjumeau al frente de la misión habia salido de Anlioquia y an
clando diez leguas diarias, esluvo un año viajando antes de llegar al sitio donde vivia el gran kan de los tár
taros. Los misioneros atravesaron desiertos donde hallaron enormes montones de huesos humanos, tristes
monumentos de las victorias de un pueblo bárbaro, y contaban cosas maravillosas sobre la corte del monarca
de los mogoles, sobre los usos y costumbres de los paises que habian recorrido, sobre las conquistas y la le
gislación de Gengiskan y sobre los prodigios que habian precedido al poder y grandeza del conquistador del
Asia. Los cristianos notaron con regocijo entre sus relatos cstraordinarios y llenos de circunstancias fabulosas

(i) Véase los Manuscritos de Fontanicn , Cartulario histórico de San Luis: Cruzadas , t. XL.
i2) Joinville añade que otro t!e los medios para prestar juramento era hacer pasar un perro entre los que Ic prctaban.
(3) Joinville. Rubruquis: Relación de su Viaje, pág. 04.
Cromé pttr Ruhttrrr
LIBRO DEC1MOSESTO.-1 252-1254. 453
que la religion de Jesucristo estendia su imperio hasta los pueblos mas remotos, pues los misioneros atesti
guaban haber visto en una sola horda de tártaros mas de ochocientas capillas donde se entonaban cánticos al
verdadero Dios. Luis IX. esperaba que los mogoles serian algun dia los ausiliares de los cristianos contra los
infieles, y esta esperanza le determinó á enviar nuevos embajadores á la Tartaria.
Si admiraban tanto á los cruzados cuantas noticias adquirian de las regiones mas apartadas del Asia, en
mas alto grado hubiera oscitado su sorpresa un pueblo bárbaro que habitaba cerca de ellos; pocos meses des
pues de su llegada, Luis IX recibió una embajada del Viejo de la Montaña, quien, como ya hemos dicho, rei
naba sobre unas treinta aldeas ó villorrios situados en la pendiente occidental del Libano; los enviados del
principe de los Asesinos, admitidos á la presencia del rey de Francia, preguntáronle si conocia á su señor,
«He oido hablar de él, contestó el monarca. — ¿Por qué, pues, añadió uno de lus embajadores, no habeis
buscado su amistad, enviándole presentes, como lo han practicado el emperador de Alemania, el rey de Hun
gria, el sultan del Cairo y tantos otros poderosos principes?» Escuchó el rey sin cólera tan estraño lenguaje,
y citó á los embajadores para otra audiencia, á la cual asistirian los grandes maestres del Temple y del Hos
pital ; el solo nombre de las órdenes militares que el puñal delos Asesinos no podia herir, inspiraba cierto ter
ror al Viejo de la Montaña, quien se habia visto obligado á pagarles un tributo. En la segunda audiencia am
bos grandes maestres reconvinieron vivamente á los embajadores, diciéndoles que si el señor de la Montaña
no se apresuraba á enviar presentes al rey de Francia, no tardaria su insolencia en llamar sobre si un justo
castigo. Los enviados refirieron estas amenazadoras palabras á su señor, y sintiendo este el terror que pre
tendia inspirar, envióles otra vez cerca de Luis para manifestarle sentimientos y disposiciones mas pacificas;
entre los presentes que debian ofrecer al rey de Francia veianse muchos vasos, un juego de ajedrez, un ele
fante de cristal de roca> y además una camisa y un anillo, simbolo de alianza, que os recordarán, dijeron los
embajadores al monarea francés, «que vos y nuestro señor, debeis permanecer unidos como los dedos en la
mano y como la camisa lo está al cuerpo-.» .. . . .
Luis IX recibió con gran deferencia esta nueva embajada y encargó á los enviados del principede los Ase
sinos que llevasen, á su amo vasos de oro y de plata y ricas telas de escarlata y seda ; dióles por compañero á
fray Gue, muy versado en . la lengua ára,be, el cual despues de residir algun tiempo en la corte del Viejo de
la Montaña, refirió á su regreso muchas y curiosas particularidades que no han sido despreciadas por la his
toria. El principe de los Asesinos pertenecia á la secta de Ali y profesaba cierta admiracion para con el Evan
gelio; veneraba sobre todoá monseñor san Pedro, quien, segun él, vivia aun, y cuja alma, decia, habia
sido sucesivamente la de Abel, de Noó y de Abraham ; fray Gue hablaba particularmente del terror que el
Viejo de la Montaña inspiraba á sus subditos ; al rededor de su palacio reinaba un horrible silencio y cuan
do se mostraba en públ ieo, precediale un heraldo gritando : «Cualquiera que seais, temed presentaros ante
aquel que tiene en su mano, la vida y la muerte de los reyes (1 ). »
Mientras estas maravillosas relaciones ocupaban la ociosidad de los cruzados, declaróse la guerra entre el
sultan de Damasco y el del Cairo ; los guerreros cristianos, impacientes por combatir, quejábanse al verse
condenados á tan triste inaccion ; mas como apenas se contaban setecientos caballeros bajo las banderas de
la cruz, su corto número no permitia á Luis IX intentar una espedicion importante.
(1 252) En la espectativa de los peligros y azares de la guerra el santo monarca se ocupaba sin cesar en
hacer mas llevadera la suerte y en romper los hierros delos cautivos que se hallaban todavia en poder de
los musulmanes ; sin embargo el cautiverio de los guerreros cristianos no era la única desgracia que afligia
su corazon ; lo que aumentaba su pesar era el saber que muchos de sus compañeros de armas habian abra
zado el islamismo. Acerca de esto debemos hacer una observacion que parecerá singular y es que las cruza
das cuyo objeto era el triunfo de la causa del cristianismo nos ofrecen frecuentes ejemplos de apostasia, no
vacilando la historia en afirmar que durante las guerras sanias hubo mas cristianos que se hicieron musul
manes, que musulmanes sometidos á la fé cristiana ; Joinville nos refiere en sus memorias que la mayor
parte de los marineros que tripulaban la escuadra cristiana en la retirada de Mansourah (2) renunciaron á
su fé para salvar su vida, y en aquellos calamitosos dias muchos guerreros no pudieron resistirá las ame-

(I) Joinville.
(%: Joinville.
460 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
nazas de lus musulmanes haciéndoles olvidar el temor de la muerte una religion por ta cual bien empuah-
ñado las armas. Hemos visto ya el cúmulo de males que los cruzados debian sufrir en las espediciones á orien
te, y entre la muchedumbre de peregrinos, siempre habia algunos que carecian del valor necesario para
resistir á tan grandes infortunios ; á la llegada de Luis IX á Egipto habitaban este pais muchos cristianos
perjuros é infieles, quienes en los peligros y calamidades de las guerras anteriores, habian renegado del Dios
de sus abuelos , todos ellos eran despreciados por los musulmanes, y acerca deesto los autores orientales citan
un dicho de Saladino que espresa una opinion generalmente establecida y conservada hasta los últimos tiem
pos de las cruzadas : decia quejamos se hizo un buen cristiano con un mal musulman, ni un buen musulman
conun mal cristiano. La historia da muy pocos detalles sobre el modo de vivir de aquellos francos degenera
dos que habian renunciado á su religion y á su patria ; muchos se dedicaban á la agricultura y á las artes
mecámcas; otros se alistaban en los ejércitos musulmanes, y algunos obtenian empleos llegando á reunir
grandes riquezas ; sin embargo es decreer que los remordimientos emponzoñaban todos los momentos de su
vida no permitiéndoles disfrutar de los bienes que habian adquirido entre los infieles; la religion que aban
donaran les inspiraba aun respeto ; la presencia y lenguaje de los francos que en otro tiempo fueran sus her
manos, traian ásu mente dolorosos recuerdos, masdetenidos por una falsa vergüenza y comosi Dios les hu
biese herido con una eterna condenacion, permanecian encadenados al error por un invencible lazo, y aun
que sintiesen la desgracia de vivir en tierra estraña, no osaban fijarse en la idea de volver á ver su pa
tria.
Uno de estos renegados natural de Provins, que habia combatido bajo las banderas de Juan de Briena,
fué á saludar á Luis IX y á ofrecerle presentes en el momento en que el monarca se embarcaba en el Nilo
para dirigirseá Palestina, y habiéndole dicho Joinville que si persistia en la religion de Mahoma, seiria de
recho al infierno despues de su muerte, contestó que creia la religion de Jesucristo mejor que la del Profeta
de la Meca, si bien añadió que si abrazaba de nuevo la fé cristiana se veria sumido en la miseria y que du
rante toda suvida le echarian en cara su apostasía, diciéndole renegado, renegado ; esto manifiesta que el te
mor de la pobreza y de los juicios mundanos contenian á los desertores de la verdadera creencia, impidién
doles abrazar otra vez la fé que habian abjurado. Luis IX nada omitió para allanarles el camino ; colmaba de
liberalidades á cuantos volvian al seno de la Iglesia, y para evitarles el desprecio de los hombres, dió un de
creto prohibiendo recordarles la vergüenza de su apostasia.
El rey de Francia empleó considerables sumas en poner en estado de defensa muchas ciudades cristianas ;
Cesarea y Tolemaida vieron elevarse y ensancharse sus murallas, y por órden de Luis fueron reedificadas las
arruinadas fortificaciones de Joppeyde Caifas(t); mas en mediode estostrabajos que la paz favorecia, los guer
reros permanecian ociosos, olvidaada muchos la severidad de la disciplina militar y los preceptos de la moral
evangélica ; la precaucion tomada por el señor de Joinville de colocar su lecho de modo que no dejara duda
alguna de quese acostaba solo, prueba que las costumbres de los caballeros de la cruz no estaban al abrigo
de toda sospecha ; en esta ocasion Luis se mostró mucho mas severo contra la licencia de lo que lo filé du
rante su permanencia en Damieta ; la historia cita muchos ejemplos de su severidad, y era tal la estrava-
gancia de las leyes penales encargadas de proteger la decencia y la moral públicas, que en el dia pareceria
menos escandaloso el mismo esceso del libertinaje que el castigo impuesto entonces á los culpables.
Sin embargo el clero nocesaba de recordar á los cruzados los preceptos de la religion cristiana y sus pre
dicaciones no dejaban de dar sus frutos ; no hubo una villa ni un lugar en la Palestina que no recordase &
los guerreros cristianos las santas tradiciones de la Escritura, la misericordia y la justicia de Dios; muchos
señores y barones franceses que habian sido modelos de valor, daban el ejemplo de la devocion y de la pie
dad; caballeros habia que deponiendo sus armas, vestian el hábito y empuñaban el bordon de peregrino, y
visitaban los lugares consagrados por los milagros y la presencia de Jesucristo; Luis IX visitó muchas veces
la montaña del Tabor, la aldea de Caná, y marchó peregrinando hasta Nazaret; el surtan de Damasco que
queria granjearse su amistad, le invitó á ir á Jerusalen, y si bien este viaje habria colmado los deseos de'
piadoso monarca, los barones y sobre todo los obispos le representaron que no le convenia entrar en Jerusa
len como simple peregrino, y que su objeto al marchar á oriente habia sido no solo visitar sino libertar el
(I) Vease Guillermo de Nangis , pag. 850, la crónica de San Luis, piig. 417. Joinville y la Historia de Francia porVely, t. II.
psg. 40.
LIBRO DECIMOSESTO.— 1252-1254. 461

s;into sepulcro; añadian que los principes de occidente que en adelante tomasen la cruz, creerian, á ejemplo
suyo, haber cumplido su juramento visitando la ciudad santa , y que de este modo la devocion de Ijs cruzadas
dejaria do tener por fin la libertad del sepulcro del Salvador (1). Rindióse Luis IX á las instancias de los pre
gados, y con la esperanza de entrar algun dia en Jerusalen con las armas en la mano, consintió en no ver
por entonces el santo sepulcro ; sin embargo esta esperanza iba á desvanecerse en breve, y Dios no debia per
mitir que la ciudad santa fuese otra vez arrancada del yugo de los infieles.
Los sultanes del Cairo y de Damasco continuaban manteniendo relaciones con el monarca de los francos;
cada uno de estos dos principes musulmanes esperaba tener á los cristianos por aliados, y sobre todo temia
enerlos por enemigos ; cada vez que concebian el temor de ser vencidos, los emires de Egipto renovaban sus
proposiciones, y por fin aceptaron cuantas condiciones se les impusieron ; celebróse un tratado, en virtud del
cual los mamelucos se obligaron á entregar todos los cautivos que quedaban aun en Egipto, los hijos de los
cristianos educados en la fé musulmana y lo que varias veces habia exigido Luis IX, las cabezas de los márti
res de la cruz espuestas en las murallas del Cairo ; Jerusalen y todas las ciudades de la Palestina, escepto
Gaza, üaroum y otras dos fortalezas, debian ser puestas en poder delos francos ; el tratado establecia además
que durante quince años el reino de Jerusalen no tendria guerra con el Egipto, que ambos estados reunirian
sus fuerzas y que todas las conquistas se dividirian entre los cristianos y los mamelucos ; algunos eclesiásticos
manifestaron dudas y temores acerca de una alianza con los enemigos de Jesucristo, mas el piadoso monarca
despreció las representaciones. Jamás tratado alguno habia ofrecido tantas ventajas á la causa de los cristianos,
si la buena fé hubiese presidido á la ejecucion, pero la generosa lealtad de Luis IX no le permitia sospechar
el fraude y la perfidia en sus aliados ni aun en sus enemigos.
Los jefes de los mamelucos debian dirigirse á Gaza y de alli á Joppe para confirmar la alianza que aca
baban de contraer, y para ponerse de acuerdo con Luis IX sobre los medios de continuar la guerra ; al tener
noticia el sultan de Damasco del tratado celebrado, envió un ejército de veinte mil hombres entre Gaza y
Daroum para impedir la reunion de los egipcios con los francos, y ya fuese que los mamelucos se viesen de
tenidos por sus divisiones intestinas, ya que no se atreviesen á atacar las tropas de Damasco, es lo cierto que
no se hallaron en Joppe en la época convenida , si bien habian cumplido todas las demás condiciones del
tratado, y además de los cautivos y de los fúnebres restos de los guerreros cristianos enviaron un elefante, de 1
que Luis IX hizo presente al rey de Inglaterra ; sin embargo, sin cesar renovaban su promesa de dirigirse á
Joppe, asi es que Luis les esperó por espacio de un año; engañado en sus esperanzas podia el monarca fran
cés sin injusticia renunciar á un tratado que no se llevaba á ejecucion , podia además unirse con el sultan de
Damasco, el cual ofrecia iguales ventajas y cuyas promesas debian inspirar mayor confianza (2). Los emires
de Egipto habian solicitado la alianza de los cruzados en circunstancias en que su situacion parecia desespe
rada y cuando les era dable creer que el rey de Francia recibiria socorros de occidente, mas viendo al fin que
Luis carecia de ejército y que todas las fuerzas de que podia disponer se reducian á setecientos caballeros, te
mieron adelantarse demasiado en unas relaciones que les esponian al odio de los musulmanes sin prestarles
un verdadero apoyo contra los enemigos ; pr otra parte los emires solo combatian para asegurar la impuni
dad de su crimen y conservarlos frutos de la rebelion, hallándose siempro prontos á deponer las armas si se
les perdonaba lo pasado y se les cedia el Egipto. En aquel entonces el califa de Bagdad trataba de restablecer
la paz entre las potencias musulmanas, asi es que escitóal sultan de Damasco y de Alepo á olvidar sus resen
timientos, y á los emires á manifestar su arrepentimiento y sus deseos de paz; los diferentes combates que se
habian trabado no habian dado ningun resultado decisivo, en uno de ellos las tropas sirias habian sido des
hechas por los mamelucos y habian tomado en su fuga el camino de Damasco, mientras que otros cuerpos
de mamelucos habian sido derrotados y perseguidos por los sirios hasta las puertas del Cairo (3) ; una guerra
en que la victoria permanecia siempre incierta, debia cansar la paciencia y el valor de ambos partidos, y
una y otra parte convinieron en admitir por árbitro al padre espiritual de los musulmanes, resultando que
los sultanes de "Siria y de Egipto llegaron por fia á celebrar la paz, y resolviendo además unir sus armas con-

(1) Mateo Paris ; Mat. Yent. pag. 352.


(2) Joinville.
¡3) Aboulfcda ( Biblioteca de las Cruzadas , t. IV).
4G2 • HISTORIA DE LAS CRUZADAS.

tra los cristianos. Desde entonces so desvanecieron cuantas esperanzas alimentaban los cruzados ; el rey de
Francia, por haber contemporizado demasiado tiempo y haber despreciado la ocasion propicia, se halló de
repente con temibles enemigos; para saber hasta qué punto puede la historia condenar la indecision y len
titud de Luis IX seria preciso conocer á fondo la situacion y la politica de las potencias musulmanas, mas el
padre Maimbourg no vacila en censurarle con bastante acritud, declarando con admirable candidez que el
ser santo no da la infalibilidad, particularmente en los asuntos políticos, y sobre todo en los de la guerra.
El tratado celebrado entre los mamelucos y los sirios fué la señal de la guerra ; el sultan de Damasco al
frente de un ejército de veinte mil hombres, llegó hasta el pié de los muros de Tolemaida y amenazó con
arrasar los campos y huertos de donde sacaba la ciudad sus provisiones, si no le pagaba una contribucion de
cincuenta mil bezantes de oro; los cristianos se hallaban muy lejos de poder resistir á sus enemigos si hubie
sen tenido que rechazar ataques vigorosos y bien dirigidos, mas los sirios, estenuados de fatiga y faltos de
viveres, volvieron á Damasco, mientras los mamelucos volvian á tomar el camino del Cairo, si bien unos y
otros sealejaban con el designio de volver y de aprovechar una ocasion favorable para invadir ó desolar la
Palestina.
Las amenazas de los musulmanes dehian mover á Luis IX á redoblar su celo y esfuerzos para poner las
ciudades cristianas en estado de defensa, asi es que resolvió reedificar las fortificaciones de Sidon demolidas
por los musulmanes de Damasco cuando los cruzados desembarcaron en Egipto; para ello envió á aquella
ciudad á un gran número de trabajadores, y las obras se hallaban ya bastante adelantadas cuando fueron
interrumpidas por un deplorable accidente ; la escasa guarnicion que tenia la plaza fué sorprendida, y todos
los cristianos asesinados por los lurcomanes, pueblo errante y feroz, acostumbrado á vivir del pillnje y del
saqueo. Luis supo este desastre en la ciudad de Tiro, cuando so dirigia á Sidon ; algunos de los que pudieron
escapar de la matanza, le refirieron las inauditas crueldades de aquellos bárbaros ; el furor de Ius turcoma
nos no habia perdonado sexo ni edad, y en su retirada habia dado la muerte á dos mil prisioneros ; Luis,
vivamente afligido de cuanto oia, formó inmediatamente el proyecto de atacar á los turcomanes en Paneas,
donde se habian retirado ; á la primera señal, todos los guerreros que le acompañaban se revisten de sus ar
mas, y aunque el rey queria ponerse á su cabeza, se opusieron sus barones, diciendo que no debia en espe-
dicion semejante esponer su vida tan necesaria á la salvacion de la Tierra Santa. Los guerreros cristianos se
pusieron en marcha. Paneas ó Cesarea de Filipo, cuyo nombre se halla citado varias veces en la historia de
las primeras cruzadas, se hallaba situada en la falda del Libano, cerca del origen del Jordan ; los senderos
que á ella conducian eran estrechos y escarpados, mas nada detiene á los cruzados franceses, impacientes de
vengar la maertede sus hermanos inmolados por los turcomanes; llegan delante de Paneas ; el enemigo huye
en todas direcciones y la ciudad se rinde; esta victoria hubiera sido completa si los guerreros cristianos hu
biesen observado las leyes de la disciplina y seguido las órdenes de sus jefes ; mientras los cruzados franceses
tomaban posesion de Paneas, los caballeros teutónicos fuéron á atacar un castillo musulman edificado en las
alturas vecinas, y cuyas torres se elevaban entre los picos del Libano ; los lurcomanes que se habian reunido
de nuevo en aquel punto, y que empezaban á recobrar su valor, rechazaron á los caballeros persiguiéndoles
á través de las rocas y precipicios ; la precipitada retirada de los caballeros teutónicos introdujo la confusion
entre los demás guerreros cristianos reunidos en un terreno montueso donde no podian combatir á caballo
ni formarse en batalla; el señor de Joinville, que mandaba los hombres de armas del rey, estuvo mas de
una vez á punto de perder la vida ó de caer en poder de los turcomanes; igualmente los guerreros franceses,
á fuerza de valor, repararon la falta de los alemanes, y Oliveros de Thermes y los guerreros que mandaba,
lograron rechazar álos musulmanes. Los cruzados abandonaron Paneas despues de haberla entregado al pi
llaje, volviendo á tomar el camino de Sidon.
Luis IX llegó á esta última ciudad antes que ellos, y al hallarse en sus inmediaciones ¡cuál fué el dolor
del principe viendo en su camino la tierra cubierta de cadáveres desnudos y sangrientos! eran los tristes
fcsIos de los cristianos muertos por los turcomanes, hallábanse ya en estado de putrefaccion y nadie pensaba
en darles sepultura ; á la vista de semejante espectáculo Luis se detiene, dijo al legado que bendijese un ce
menterio, y luego ordenó enterrar los muertos que cubrian el camino ; en vez do obedecer, todos apartan los
ojos y retroceden aterrorizados ; entonces Luis se apea, y tomandoen susbrazos unode los cadáveres, del cual
so exhalaba un olor infecto, esclamó : Amigos mios, demos un poco de tierra á los mtiitircs de Jesucristo. El
LIBRO DECIMOSESTO.- 1252-1 234. 4 63
ejemplo del rey reanimó el valor y la caridad délas personas de su séquito lodos se apresuraron á imitarle,
y de este modo los cristianos que los bárbaros habian inmolado, recibieron los honores de la sepultura. Este
piadoso homenaje de Luis IX á la memoria de sus compañeros de armas lia sido celebrado por todos los his
toriadores (1) ; es la caridad ensu grado mas elevado, mas heroico y mas tierno; desdeque hay reyes, jamás
las potencias de la tierra habian descendido á tan piadosos cuidados.
El rey permaneció algunos meses en Sidon, ocupado en hacer fortificar la ciudad (2). La reina Blanca le
escribía muy á menudo y lo exhortaba á vuUer á Francia, temiendo no volver á ver á su hijo.
Sus presentimientos se realizaron por desgracia ; hallábase Luis todavía en Sidon cuando llegó un mensa
jero á Palestina anunciando que la regenta ya no existia ; el legado del papa fué el primero que recibió tan
triste noticia y se dirigió inmediatamente á ver al rey acompañado del arzobispo de Tiro y de Godofredo de
Beaubieu, confesor de Luis, y habiendo ahunciado el prelado que tenia que decirle algo importante,
y como su rostro revelase una profunda tristeza, el monarca le hizo pasar á su capilla, que, según un autor
antiguo, era arsenal contra lodos los reveses de este mundo; el legado empezó por recordar al rey que cuanto
el hombre ama en este suelo es perecedero : «dad gracias á Dios, añadió, por haberos concedido una madre
que con tanto cuidado como habilidad ha velado sobre vuestra familia y sobre vuestro reino » El legado
se detuvo un momento y luego continuó exhalando un profundo suspiro : « Esta tierna madre, esta virtuosa
princesa se halla ahora en el cielo. » Al oír estas palabras Luis dió un doloroso grito y derramó un torrente
de lágrimas, mas recobrando luego la calma, se prosternó delante del altar y esclamó elevando las manos al
cíelo: «Os doy gracias, Diosmio, por haberme dado una tan buena madre; era un presente de vuestra mi
sericordia, que recobráis hcy como un bien que os pertenece ; vos sabéis que la amaba mas que á todas las
criaturas, mas va que ante lodo es preciso que se cumplan vuestros decretos, Señor, bendito sea vuestro
nombre en los siglos de los siglos.» Luis despidió al legado y al arzobispo de Tiro, y quedando solo con
su confesor recitó el ofiCiode difuntos; pasáronse dos dias sin que quisiera verá nadie, al cabo de los cuales
llamó á Joinville y le dijo: «Ahí senescal, he perdidoá mi madre 1 — Señor, contestóle Joinville; ya sabíais
que debia morir un dia ; y me admiro que llevéis por ella tan grande y ofensivo luto, vos que sois repu
tado por un príncipe tan santo.» Al separarse Joinville del rey, la señora María de Bonnes Vertus le rogó
que fuése á ver á la reina para consolarla ; el buen senescal halló á Margarita anegada en llanto y no pudo
menos de manifestar su sorpresa, diciéndole «que no debía darse fé á las lágrimas de la mujer, pues el des
consuelo que mostraba era por la mujer á quien mas aborrecía en este mundo.» Ma rgarita contestó que no
lloraba en efecto por la muerte de Blanca, «sino por el gran desconsuelo en que se hallaba el rey y también
por su hija que habia quedado bajo el cuidado de hombres.» Luis IX asistía diariamente a un oficio fúnebre
celebrado á intención de su madre, al mismo tiempo que envió á occidente una grande cantidad de joyas
y piedras preciosas para ser distribuidas entre las principales iglesias de Francia, y que exhortaba al clero á
hacer rogativas para él y para el eterno reposo de la reina Blanca (3). A medida que Luis rogaba y hacia
rogar á Dios por su madre, cedia su dolor á la esperanza de volverla á ver en el cielo, y su alma resignada
hallaba los mas dulces consuelos en el misterioso lazo que nos une con aquellos cuya pérdida lloramos, en
aquel sentimiento religioso que se mezcla en nuestras afecciones para purificarlas, en nuestros pesares para
suavizarlos.
La muerte de la reina Blanca parecía imponer á Luis IX la obligación de volver á sus estados, pues las
noticias que recibía de occidente anunciaban que su presencia era cada dia mas necesaria ; en efecto la guer
ra para la sucesión de Flandes se habia encendido de nuevo; la tregua con la Inglaterra acababa de espirar
y los pueblos murmuraban (4) ; además Luis IX nada podia ya emprender en la Palestina, así es que desde
aquel momento la vuelta á su reinoocupó todos sus pensa míenlos ; sin embargo desconfiando en esta ocasión
de sus propias luces, quiso, antes de tomar una resolución definitiva consultar la voluntad de Dios ; y para ello
hiciéronse procesiones y rogativas en las ciudades cristianas de la Palestina, para que el cielo se dignase

(1) Refiéranlo particularmente los escritores que se han ocupado do las acciones privadas y de los milagros de San Luis, y el
confesor de la reina Margarita.
(2) Martin Sanuta .Secreta , lib. III. pág C4 , XII pag. 220.
(3) Joinville.
(4) Pruebas de la historia del I-anguedoc , t. III, pág 307 y 500.
m HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
iluminar á los que habia confiado la direccion de una guerra emprendida en su nombre. El clero y los ba ro
nes del reino de Jerusalen, persuadidos de que la presencia de Luis no les era ya necesaria y que su regreso
á occidente podia despertar el entusiasmo de los guerreros franceses para una nueva cruzada, le aconseja
ron que se embarcase para Europa, manifestándole su vivo reconocimiento por todos los servicios que habia
prestado durante cinco años ála causa de Jesucristo ; entonces Luis lo preparó todo para la marcha y dejó
en la Tierra Santa cien caballeros al mando de Godofredo de Largines, el cual combatió durante treinta años
á los musulmanes y fué despues virey del reino de Jesusalen; Luis salió de Sidon en la primavera del año
1 '254 á Tolemaida, acompañado de la reina y de trps hijos que habia tenido en oriente ; una escuadra de ca
torce buques estaba dispuesta para recibirle junto con los guerreros dela cruzada que restaban, y llegado es
dia de la partida, el 25 de abril, el rey, seguido del legado, del patriarca de Jerusalen y de todos los señorts
y caballeros de la Palestina, tomó á pié el camino del puerto, en m edio de una inmensa multitud que por lo
das partes se agolpaba á su paso; recordábanse entonces las virtudes deque habia dadoejemploy sobretodo
su bondad para con los habitantes de la Palestina, á quienes habia tratado como á sus propios súbditos;
unos espresaban su gratitud con vivas aclamaciones, otros con su triste silencio , todo el pueblo, afligido por
su partida, le proclamaba el padre de los cristianos y pedia al cielo que derramara sus bendiciones sobre la
familia del virtueso monarca y sobre el reino de Francia ; tambien Luis manifestaba en su semblante que di
vidia los pesares de los cristianos de la Tierra Santa ; dirigiales palabras consoladoras, les daba útiles conse
jos, se echaba en cara el no haber hecho bastante por su causa y deciales abrigar el ardiente deseo de que
Dios le juzgase digno de acabar la obra de su libertad.
Finalmente la escuadrase hizo á la vela; Luis IX habia obtenido del legado el permiso de llevar en su
bnque el Santisimo Sacramento para asistir á los enfermos y moribundos ; asi es que al ver elevarse alta
res en la escuadra ; al ver á sacerdotes, revestidos con sus hábitos, celebrar el oficio divino ó invocar á cada
hora del dia la proteccion del cielo, era fácil reconocer los piadosos restos de una cruzada y los últimos tro
feos de la guerra de Jesucristo. Al acercarse la escuadra á la isla de Chipre, el buque que montaba el 'rey
chocó violentamente contra un banco de arena ; toda ta tripulacion quedó sobrecogida de espanto ; la reina
y sus hijos prorumpian en gritos lastimosos, pero Luis se prosternó al pió del aliar é invocó al Señor de los
mares ; al reconocerse el buque vióse que habia sufrido bastantes averias, por lo que los pilotos instaron al
rey para que lo abandonase, mas viendo queellos no juzgaban prudente salir de él, resolvió quedarse. « To
dos los que se hallan aqui dentro, les dijo, aman su cuerpo como yo el mio, si yo salgo, saldrán tambien y
tardarán mucho tiempo en volver á su pais; asi es que prefiero ponerme yo, la reina y mis hijos en la mano
de Dios, que causar tal perjuicio á la gente que viene conmigo.» Estas palabras, inspiradas por una caridad
heroica, reanimaron el valor de los marineros y de los peregrinos y emprendióse de nuevola marcha ; al ale
jarse de Sicilia la escuadra evitó el acercarse á las costas de Túnez como si un secreto presentimiento hubiese
advertido á los cruzados franceses de las desgraciasque les esperaban en aquella plaza en otra espedicion mas
desastrosa. Pocos dias despues una desecha tempestad puso á la escuadra en grave peligro, en cuya ocasion la
reina Margarita hizo voto de ofrecer una nave de plata á san Nicolás de Lorena y rogó á Joinville que fuese su
caucion cerca del patron de los náufragos ; mientras todos se desconsolaban Luis hallaba su tranquilidad en
una filosofia enteramente religiosa, y pasado el peligro decia á sus compañeros : «Ved como nos muestra Dios
su poder, cuando uno solo de los cuatro vientos del mar basta por poco para hacer perecer al rey de Francia,
á la reina, á sus hijos y á tantos otros personajes.» La navegacion duró mas dedos meses, durante los cuales
sucedieron á los peregrinos diferentes aventuras y maravillosos incidentes, cuya relacion nos ha conservado
la historia, y que no serian indignos de figurar en una Odisea cristiana.
La escuadra llegó por fin á las islas de Hieres ; Luis IX atravesó la Provenza, y pasando por la Auvernia,
llegó á Vincennes el dia 5 de setiembre de 1254 ; multitud de gentes cubrian el caminoque debia seguir, pero
cuanto mas se olvidaban sus reveses, mas recordaba Luis la suerte de sus compañeros, formando un doloroso
contraste con la pública alegria la tristeza que se veia pintada en su rostro ; su primer cuidado fué dirigirse á
San Dionisio para postrarse á los piés de los apóstoles de la Francia, y el dia siguiente verificó su entrada en
ia capital, precedido del clero, de la nobleza y del pueblo ; la vista de la cruz que continuaba llevando en la
espalda, recordaba la causa de su larga ausencia, y hacia temer que no hubiese abandonado todavia su em
presa de la cruzada ; la mayor parte de los barones y caballeros que habian marchado con Luis IX habian
LIBRO DEC1M0SEST0.— 1252-1 254. 465
hallado su sepulcro en Siria 6 en Egipto, y los que habian sobrevivido á tantos desastres, volvieron á sus cas
tillos, que bailaron desiertos y medio arruinados ; el buen senescal, despues de visitar sus hogares, se dirigió
con los piés descalzos á la iglesia de San Nicolás de Lorena para cumplir el voto de la reina Margarita ; de
dicándose esclusivamente á reparar los males que su ausencia habia causado á sus vasallos, jurando no volver
á dejar su castillo de Joinvillo para marchar al Asia.
Asi terminó esta guerra santa, cuyo principio habia llenado de alegria á todos los pueblos cristianos, y que
sumió despues al occidente en tan grande consternacion. En lus acontecimientos que acabo de describir me
hi servido de guia el senescal de Champagne, y no debo terminar mi relacion sin pagarle un justo tributo
dj reconocimiento ; la sencillez de su narracion, la claridad de su estilo, la franqueza de su carácter, han sido
para mi una gran distraccion en medio de un trabajo siempre árido y algunas veces repugnante; me com
plazco en admirarlo intrépido en el campo de batalla, conservando su buen humor en medio de las calami
dades de la guerra ; lleno de resignacion en su cautiverio y recordando en todas sus acciones el verdadero es
piritu de la caballeria ; como su compatriota Villehardouin, con frecuencia hace llorar á sus héroes, y mu
chas veces llora él mismo , arrostra los peligros cuando se presentan, mas da gracias á Dios con todo su corazon
cuando ya nada tiene que temer.
Cuando leo sus memorias me traslado al siglo décimotercero ; paréceme oir á un caballero que vuelve de
la cruzada refiriéndome cuanto ha hecho y cuanto ha visto; es cierto que no tiene método ni regla, que deja
y vuelve á tomar, que alarga ó acorta su narracion, segun que su imaginacion ha sido herida mas ó menos
vivamente por lo que refiere; mas al leer los escritos de Joinville cesa la admiracion que podria causar el que
San Luis hallase tan agradable su conversacion , todos sus lectores sienten por él la amistad y confianza que
le acordaba el virtueso monarca, y la historia adopta sin pena cuanto afirma por su honor, persuadida de
que quien decia la verdad en la corte de los reyes no puede engañar á la posteridad.
La cruzada de San Luis fué como la que la hahia inmediatamente precedido ; el entusiasmo por estas le
janas espediciones perdia diariamente en vivacidad y energia ; la cruzada, al despojarse de su antigue carác
ter, parecia una guerra ordinaria, en la cual el espiritu de la caballeria era un móvil mas poderoso que la
religion; solo para Luis IX fué un asunto religioso.
El modo como se predicó esta cruzada en Europa, las turbulencias en medio de las cuales se dejaba oir la
voz de los predicadores y sobre todo los medios empleados para imponer tributos en todo el occidente eran he
chos muy propios para desviarlos ánimos del objeto que debia proponerse una espedicion santa.
Sin embargo, Luis IX tomó precauciones que habian sido despreciadas en las guerras anteriores ; empleá
ronse tres años en preparativos para esta grande empresa ; llegados los caballeros á la isla de Chipre, admi
ráronse al ver toneles de vino colocados unos sobre otros, á tanta altura que parecian casas, y montones de
trigo y de cebada tan considerables que se los podia tomar por montañas ; con todo, Luis IX carecia de un
poderoso elemento para asegurar el éxito de una guerra hecha á la otra parte delos mares, y era una escua
dra de su propiedad, y dela cual pudiese disponer como mejor le pareciese; sabidos son los prodigios hechos
en la espedicion de Constantinopla por la reunion activa y constante del valor de los barones franceses y de
las fuerzas maritimas de Venecia. En esta ocasion no tuvieron los cruzados iguales ventajas; una escuadra
genovesa condujo hasta Chipre al ejército de San Luis; otra escuadra, que con gran trabajo pudo el rey pro
curarse, lo embarcó en el punto de Limisso dejándolo en la costa de Damieta ; mientras la fortuna se mostró
favorable á las armasde los guerreros cristianos, viéronse acudir gran número de buques salidos de los puer
tos de Italia impulsados por especulaciones mercantiles ó por otros intereses que los de la cruzada ; ¡ ero al
aparecer el primer momento de peligro desaparecieron casi todos, y el ejército quedó sin socorros, las comu
nicaciones con Damieta se hallaron de repente interrumpidas y la navegacion del Nilo abandonada á la es
cuadra musulmana, que solo obedecia al sultan de Egipto. Esta observacion, que pudiera desenvolverse
mucho mas, puede servir para esplicar no solo los reveses de esta cruzada, sino tambien el fatal resultado de
otras guerras de Ultramar.
Los caballeros franceses manifestaron en todas partes su acostumbrado valor; pero en toda la cruzada no se
vió desplegar el genio delos grandes capitanes, y et mismo Luis IX no fué para sus guerreros sino el modelo
del arrojo. Dicese que la desobediencia á las órdenes del rey fué causa de todas las calamidades de esta guer
ra ; hemos visto tambien hasta qué punio llt-gaba la presuntuesa licencia de los señores franceses, cuando
Ü9
466 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
despues de la toma de Damieta Guillermo Larga Espada fué á quejarse de las violencias del conde de Arlois
y el monarca, deplorando su impotencia, conjuró humildemente al caballero inglés que ofreciese á Dioslos
ultrajes que habia recibido; es decreer igualmente que estallaron muchos desórdenes entre los restos del ejér
cito cristiano durante su permanencia en la Tierra Santa ; asi lo prueba á lo menos el estraño suceso que se lee
á continuacion, y que refiere Mateo Paris. Un caballero, cuyo nombre ha permanecido desconocido, hizo una
escursion en territorio musulman, despues de la cual fué citado delante del rey y condenado á entregar parte
de las riquezas quitadas al enemigo ; negóse el guerrero á someterse á esta decision, diciendo que lo que ha
bia adquirido con peligro de su vida le pertenecia ; esto suscitó vivos debates entre el caballero que persistia
en retener su botin y los consejeros de Luis IX, á quienes acusaba de carecer de valor y de fé ; estos le echa
ron en cara el haber mentido y el ser un mal caballero, el mayor insulto que podia hacerse á un hombre de
armas, el hijo del caballero que se hallaba presente no pudo contener su indignacion y hundió su espada en
el seno del que habia ultrajado á su padre ; al ver esto el anciano guerrero se hincó de hinojos ante San Luis
implorando la clemencia real para su hijo y para si mismo, y cuando, prometiendo someterse á todo, habia
obtenido ser conducido ante un tribunal, su hijo es arrastrado fuera de la presencia del rey y suspendido en
una horca sin ser juzgado ; á la vista del cadáver de su hijo, el desgraciado anciano se entregó á la desespe
racion, esclamando que no podia permanecer por mas tiempo entre unos hombres que no reconocian la jus
ticia de Francia ; y tomando sus armas y montando á caballo fué á pedir un asilo á los musulmanes.
Este espirita de insubordinacion y de licencia provenia de las costumbres feudales; en contraposicion a
ella debemos hacer mencion del buen humor francés que jamás abandonó á los cruzados en los peligros, que
se mezclaba en las mas tristes imágenes y que á veces nada respetaba ; añadiremos otro ejemplo á los muchos
ya citados; la vispera del combate de Mansourah murió uno de los caballeros del senescal de Champaña, lla
mado Landricourt; mientras se le tributaban las honras fúnebres, seis de sus compañeros de armas hablaban
tan alto que su conversacion interrumpió al sacerdote que cantaba la misa ; reprendióles severamente Join-
ville, pero echándose ellos á reir contestaron que estaban tratando de proporcionar otro marido á la viuda
del señor de Landricourl que estaba presente ; el buen Joinville quedó escandalizado al oir semejantes
palabras y les mandó guardar silencio; mas al hablar de la indiscreta lijereza de sus caballeros, el sencillo
senescal incurrió en el mismo defecto : Dios, nos dice, les castigó el dia de la batalla, pues de los seis no escapó
ni uno ; todos fueron muertos pero no enterrados, y por fin, parece que sus seis mujeres han creido conveniente
sustituirles con otro marido.
Las costumbres de los caballeros hacian gran contraste con las de los musulmanes, siempre graves y for
males, aun en medio de las fiestas en que celebraban la libertad de su pais y las derrotas de los cristianos.
A la primera aparicion de los cruzados nos dice la historia que todo el pueblo egipcio quedó herido de es
tupor, mas los musulmanes, tranquilizados por sus jefes, tuvieron en breve tanta confianza como habia sido
ta terror; y cemo el peligro es lo que olvidan los hombres mas fácilmente, no podian concebir un año des
pues de la toma de Damieta qué especie de delirio habia conducido á un rey de los francos á orillas del Nilo.
Del historiador Gemal-Eddin copiamos el siguiente hecho que pinta á la vez la opinion y carácter de los mu
sulmanes; el emir Hossam-Eddin en una conferencia que tuvo con el monarca cautivo le dijo: « ¿Como ha
pensado el rey, cuya prudencia y buenas calidades reconozco, en confiarse á una frágil nave, en arrostrar
los peligros del mar, en penetraren un pais lleno de guerreros impacientes por combatir por la fé musulma
na? ¿Como ha podido creer que se apoderaria del Egipto y que podria desafiar impunemente él y los suyos
los peligros que le esperaban en este suelo?» El rey de Francia se echó á reir y nada contestó ; el emir con
tinué: «Algunos doctores de nuestra ley han decidido que el que se embarque en este mar dos veces con
secutivas, esponiendo su fortuna y su vida no puede deponer en justicia, puesto que tan grande imprudencia
prueba suficientemente la debilidad de su razon y la alteracion de su juicio.» Luis IX rióse de nuevo y dijo al
emir: «Quien tal ha dicho no se ha engañado ; es decision esta hija de la sabiduria.»
Hemos reproducido las palabras del historiador árabe sin darles mas confianza de la que merecen ; algu
nos autores cristianos se han mostrado igualmente severos para con San Luis á quien no perdonan su espe-
dicion á la otra parte de los mares ; nosotros sin tratar dejustificar esta cruzada, nos contentaremos con decir
que Luis IX no se proponia solamente por objeto defender los estados cristianos de Siria y combatir á los
enemigos de la fé, sino además fundar una colonia que hubiese reunido el oriente al occidente por medio del
LIBRO DECLMOSESTO.—1252-I254. 4ü7
mutue cambio de luces y de producciones; en el libro décimocuarto de esta historia hemos | tuesto de
manifiesto una carta del sultan del Cairo de la cual se desprende que el rey de Francia- tenia otros designios
que los de un conquistador ; el historiador Mezerai dice categóricamente que el proyecto del rey de Francia
era establecer una colonia en Egipto, proyecto cuya ejecucion se ha intentado en los tiempos modernos.
«Para ello, añade Mezerai, llevaba consigo un gran número de labradores y do artesanos, capaces sin embar
go de empuñar las armas y combatir en caso necesario (4).» En apoyo de esta opinion, podriamos añadirá
la autoridad de Mezerai la de Leibnitz, el cual en una memoria dirigida á Luis XIV no vaciló en afirmar que
los motivos que habian determinado á San Luis á emprender la conquista de Egipto, fueron inspirados por
uua profunda prudencia y merecian llamar la atencion de los mas hábiles hombres de estado y de los
mas ilustrados publicistas.
Sin embargo es licito creer que Luis IX no veia en toda su estension las ventajas que podia recoger de su
espedicion, ventajas apreciadas en nuestro siglo ; toda la politica de aquellos antigues t¡empos consistia en las
ideas religiosas que se mezclaban en los asuntos humanos y que frecuentemente los dirigian- hácia un (in
que el hombre no acertaba distinguir ; lo que en el dia se hace en interés del comercio y de la civilizacion, se
hacia entonces en interés del cristianismo y los resultados eran casi siempre los mismos; en aquella época
de ignorancia y de barbarie, la religion era como una razon misteriosa, como un sublime instinto dado á los
hombres para ausiliarles en la investigacion de cuanto debia serles bueno y útil. No se olvide que la religion
cristiana dirigió constantemente la conducta de Luis IX, y que á las inspiraciones religiosas do- su monarca
debió la Francia aquellos tratados en que presidian la franqueza y la buena fé, aquellas instituciones que
consagrabanlos principios de justicia y todos aquellos monumentos de una sabia politica á las cuales la mo
derna filosofia no ha podido negar su tributo de admiracion.
La espedicion de Luis IX tuvo para el Egipto dos resultados inesperados. Des años despues del rescate de
San Luis, cuando este principe se hallaba aun en Palestina, los mamelucos temieron una segunda invasion
de los francos, y para que estos no pudiesen apoderarse de Da mieta ni fortificarse en ella, destruyeron
completamente la plaza ; algunos años despues no habiéndose disipado todavia sus temores y sembrando la
segunda cruzada de San Luis nueva alarma en oriente, arrojaron grandes masas de piedra en la embocadu
ra del Nilo, á fin de impedir á las escuadras cristianas que remontasen el rio ; desde aquella época se ha
edificado una nueva Damieta á tres millas del sitio que ocupó la antigua (2); la entrada del Nilo ha quedado
cerrada para los buques de gran porte, y la embocadura del rio, como está en el dia, presenta siempre gran
des peligros á los navegantes.
El segundo resultado que para el Egipto produjo esta cruzada fué una revolucion en el gobierno; desde
entonces vióse aquella rica comarca abandonada á esclavos salidos de las regiones mas bárbaras del Asia.
Como ha podido verse en esta historia, la dinastia deSaladino se habia establecido en medio de las victorias
conseguidas contra los francos; una guerra la habia elevado y otra guerra precipitó su caida ; la dinastia de
los mamelucos Baharitas quesucedió inmediatamente á la de los Ayubitas no debia tener mas duracion, y
algunos esclavos comprados en Cireasia se apoderaron á su vez del poder que les habia armado para su de
fensa. Dos siglos depues, en tiempo de Selim, el imperio otomano triunfó de la segunda dinastia de los ma
melucos; su república militar, vencida, pero no sometida, desafió por largo tiempo en medio do los crimenes
de la tirania y de los escesosde la licencia, el poder do los turcos, y subsistió hasta á fines del siglo diez y ocho,
época en que la presencia de un ejército francés acabó de aniquilarlos ; de modo que de las dos espediciones
francesas á Egipto, la una coincidió con la rebelion y elevacion al poder de los mamelucos y la otra con su
destruccion.
A pesar de todo las ciencias y las letras reportaron de la espedicion de San Luis algunas ventajas que la
historia no puede menos de reconocer ; el monarca francés habia oido decir en Siria que un poderoso emir
hacia reunir un gran número de libros con los cuales formaba una biblioteca abierta á todos los sabios, y
queriendo seguir tan noble ejemplo dió á su vez la órden de copiar todos los manuscritos que se hallaban
en los monasterios ; este tesoro literario confiado á Vicente de Beauvais fué trasladado á una sala in mediata

(I) Aboul-Mahatten confirma lo dicho por Mezerai.


i) Correspondencia de Oriente, t. IV.
4G8 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
á la santa capilla, siendo el primer modelo de estos establecimientos bibliográficos, de estos preciosos de
pósitos de las letras y delas ciencias que son en el dia el orgullo de la capital (1).
Se ha acreditado la voz de que el hospicio de los Trescientos fué establecido por San Luis para dar asilo ;i
otros tantos nobles que habian regresado ciegos de la guerra santa, mas la ordenanza por la cual fundó
Luis IX aquel establecimiento nada dice que pueda corroborar la opinion emitida primeramente por algunos
escritores y convertida actualmente en una tradicion popular; Joinville habla de la institucion de los Tres
cientos, pero guarda silencio sobre las causas que movieron al santo monarca á su fundacion, y por otra par
te debemos añadir que la creacion de ¡os Trescientos es posterior de muchos años á la vuelta de la cruzada ;
Mezerai refiere en su historia que a mediados del siglo duedécimo se habia establecido en Ruan un hospicio
para los ciegos, y que quizás este antigue monumentode la caridad inspiró á Luis IX la idea de fundar en su
capital una institucion semejante.
Antes de esta cruzada la Tartaria era conocida únicamente por las formidables emigraciones de los mogo
les; aquella vasta region fué en cierto modo revelada al occidente por algunos misioneros enviados alli por el
rey de Francia; Guillermo de Longjumeau, salido de la isla de Chipre recogió en su viaje muchas tradiciones
fabulosas si bien adquirió en él noticias muy curiosas y observaciones exactas; el monje Kubruquis, que par
tió durante la permanencia del rey en Palestina y volvió despues de la marcha de los cruzados, fracasó en su
mision cerca del poderoso emperador de los mogoles, pero como viajero observó con habilidad el pais, las
costumbres y las leyes de los tártaros, y su relacion es todavia un precioso monumento que no han podido
hacer caer en el olvido los recientes viajes.
Los cronistas de aquel tiempo, incluso Joinville, atentos únicamente á los acontecimientos de la guerra y
quecuidaban muy poco de los progresos ('e la civilizacion, casi nada han hablado sobre las luces que pudú
adquirir San Luis sobre la legislacion del oriente ; ¡cuán grande seria el interés que para nosotros encerra
rian las antiguas crónicas si refiriesen las conversaciones del monarca legislador con los cristianos orientales
versados en el estudio de las leyes y costumbres que regian en las colonias de los francos! Durante la per
manencia del rey en Siria el canciller del reino de Chipre recopiló todas las leyes que formaban los Assises de
Jerusalen, ¿y no podrá decirseque tan precioso trabajo fué debido á los consejos y sobre todo á las escitaciones
de Luis IX ? Lo que sf es cierto, es que el piadoso monarca nada omitió para conocer los usos y costumbres
de las comarcas que visitaba, y que el tribunal de Jerusalen le sirvió de modelo para los Establecimientos,
aquel monumento de legislacion que fué despues la mayor gloria de su reinado.
Otra Je las ventajas de esta cruzada, y sin duda la mayor de todas fué que Luis IX regresó mas bueno aun
de lo que habia partido, y que la adversidad desenvolvió y perfeccionó en él todas las cualidades de que sus
subditos podian esperarsu futura prosperidad ; un historiador protestante dice sobre esto las siguientes nota
bles palabras : «El fruto de su viaje y de su afliccion fué volver mas hombre de bien, habiendoaumen-
lado encelo, modestia, sabiduria y diligencia; ser masamado y honrado de los suyos de lo que lo era antes
de su marcha, y admirado de toda la tierra como un milagro entre los reyes por su buena vida y constancia
en medio de los mas grandes reveses (2). »
Lejos de querer que se olvidasen sus desgracias, Luis las recordaba sin cesar, como un gran ejemplo que
Dios habia querido dar al mundo; atribuialas ásus faltas, y las austeridades á que so condenó durante el
resto de su vida, eran, dice el padre Daniel, como una especie de lutoque llevó siempre por tantosvalien-
tes como habian muerto en la cruzada ; á su regreso, mandó reformar la moneda, y leemos en una crónica
que por órden suya se acuñaron parisienses de plata y sueldos torneses en los cuales se representaron cade
nas y esposas, á fin de conservar la memoria de su cautiverio (3) ; estos recuerdos le hacian mas querido á
sus subditos y al mismo tiempo mas grande á los ojos de la cristiandad ; ¡dichosos los principes para quienes
no son perdidas las lecciones de la adversidad ! ¡ felices tambien los siglos en que las desgracias de los gran
des de la tierra tienen algo de respetable y sagrado!
Los infortunios de la época habian arruinado, como ya se ha dicho, á gran número do familias ilustres

(I) Vease uno memoria del abate Lcbeufen en la gran Coleccion de la Academia de las fa'(ripcionrs.
;i) Verdadera Inv. dela "isl. de Francia, por Joan ilc Senes, pí¿. lüi.
,J) Véase u Leblunc, Tratado de munidas, \ d¿ I0J.
LIBRO DECIMOSESTO.— 1252-1254. 469
del reino; sabklo es que muchos señores habian vendido sus tierras para prepararse para la cruzada, y la
historia nos ha conservado escrituras hechas en el campo de Mansourah por las cuales algunos nobles ven-
dian sus dominios á la corona; Luis noquisoque sus compañeros de armas quedaseu condenados a la pobre
za por haberle seguido á oriente y dividido con él los peligros y trabajos de la guerra santa, asi es que man
dó formar un padron de la nobleza indigente y socorrióla con sus propios fondos ; acogia con afectuosa bondad
á las viudas é hijos de aquellos bravos caballeros que babia visto morir á su lado : su solicitud se estendia á
los pobres labradores que podian haber sufrido por la guerra, por su ausencia ó por el silencio de las leyes,
(i Los siervos, decia, pertenecen á Jesucristo lo mismo que nosotros, y en un reino cristiano no debemos echar
en olvido que son hermanos nuestros.»
Desde la guerra hecha á los musulmanes, San Luis no podia sufrir que se derramase en los combates san
gre cristiana ; losdecretos prohibieron las guerras entre particulares en todos los dominios de la corona, y la
autoridad do su ejemplo contribuyó á mantener el órden y la paz en todas las provincias.
Antes de su marcha, Luis habia enviado comisarios para reparar las iniquidades cometidas en la admi
nistracion de su reino (1) ; á su regreso quiso verlo todo por si mismo y recorrió las provincias, persuadido
de que el primer deber de los reyes es buscar la verdad. Era un tierno espectáculo la vista de un principe
inquietándose por las injusticias hechas en su nombre, lo mismo que los demás hombres se alteran por las in
justicias de que son victimas ! El cielo, que impone especialmente á los monarcas la obligacion de ser justos,
bendijo el recuerdo de un principe a quien animaba sin cesar un religioso amor á la justicia y los quince años
que siguieron á la cruzada de Luis IX, la mas desastrosa delas guerras santas, fueron una época de gloria y do
prosperidad para la Francia.
En las cruzadas anteriores, una gran parte de los tesoros de Europa iba á perderse en Asia, sin que nos
quedase un documento que permitiese al historiador hablar de este hecho con alguna precision ; mas felices
en la espedicion deSan Luis, tenemos á la vista una cuenta manuscrita que puede suplir el silencio de las ci ó*
nicas contemporáneas y que creemos muy propia para satisfacer la curiosidad delos lectores modernos; esta
cuenta ó memoria, formada sin duda por órden de Luis IX, está dividida en tres partes ; la primera contiene
los gastos del hospedaje del rey y de la reina hallándose en ultramar, de la guerra y de la navegacion desde
las octavas de la Ascension del año 4250 hasta las octavas de la Ascension de 125 4, en todo 584 dias ó sea un
año y diez y nueve dias (280.361 libras 15 sueldos 9 dineros). La segunda parte es el cuadro circunstanciado
delos gastos hechos desde las octavas de la Ascension de 1251 hasta las octavas do la Ascension de 1252,
por 554 dias en la Tierra Santa (265, 785 libras 16 sueldos 1 1 dineros). En la última parte el autor de la
memoria inserta con los mismos detalles cuanto se gastó por el rey desde el año 1252 hasta el de 1253
(331 .226 libras 6 sueldos 3 dineros). El total de los gastos mencionados en la memoria manuscrita se eleva
en tres años y veinte y cinco dias, á un millon veinte y cuatro mil libras diez y siete sueldos tres dineros.
Aunque esta memoria no sea muy voluminosa nada se ha olvidado en ella do cuanto es esencial para la his
toria ; el autor de lan instructivo documento nos dice cuál era el sueldo de los caballeros, el coste del rescate
de los cautivos, á qué suma ascendian las limosnas deSanLuis, y ni siquiera pasa por alto las sábanas y de
más ropa que se datan al rey ni los vestidos comprados por la reina Margarita ; es de observar que dicha
cuenta solo enumera los gastosde los tres últimos años de la cruzada y que no están comprendidos en ella
los del primer año, que á causa de tos preparativos y del viaje por mar, debian igualar á los de toda la guer
ra ; es preciso añadir tambien que los hermanos del rey y la mayor partede los señores y barones hacian la
guerra ásus espensas, y si suponemos que todos los jefes reunidos gastaron la mitad delo que hizo Luis IX,
podremos afirmar que esta desgraciada espedicion cosió á la Francia cerca de cinco millones de libras torne-
sas, que equivalen á sesenta ú ochenta millones de nuestra moneda actual. Esta suma, si bien considerable
en aquella época, parecerá módica á la presente generacion, mas desde quela guerra se ha perfeccionado se
ha hecho mas costosa y tenemos motivos para creer quela espedicion de los franceses á Egipto á fines del siglo
pasado ha costado mucho mas al tesoro público que la espedicion de San Luis (2).
No acabaremos la relacion de esta cruzada sin hablar del emperador Federico II y de Inocencio IV cuyas

¡1; fment. del Tesoro ile Decretos, p«s 86.


Vease el manuscrito de los documentos justificativos Bibl de las Cruzadas;.
470 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
querellas tuvieron tnn grande influencia en los acontecimientos que hemos referido ; hemos "visto á Federico
sersucesivamente el pupilo, el protector y el enemigo de los papas ; le hemos visto escomulgado primeramen
te por no haber marchado á la cruzada, escomulgado despues por haber tomado parteen ella; ya desafiando
los rayos de Roma, ya implorando la piedad de los pontilices, manifestó en su carácter y en su vida las va
riaciones y vicisitudes que acompañan de ordinario á las grandezas humanas, ó mejor al poder temporal cu
yos derechos defendia ; jamás principe alguno fué juzgado envida con tanta severidad, y cuando murió, la
opinion pública,- intérprete de los sentimientos populares, se recreó en propalar que la justicia divina se
h;ibia servido de la mano de uno desus hijos para arrancarle el cetro y la vida ; sin embargo la severidad de
|a historia no ha podido negarle ni el mérito del saber, ni la habilidad en la guerra, ni tampoco el arte de
gobernar á los pueblos; hizo brillar en el trono grandes calidades, mas estas fueron estériles para su poder
y gloria, por no haberse apoyado bastante en las opiniones dominantes y no haberse hallado en armonia
con el espiritu de sus contemporáneos ; en una palabra, Federico no tuvo los defectos ni las virtudes de su si
glo, y su siglo á quien queria dominar, se levantó casi en masa contra él.
Los acontecimientos á los cuales va unido el nombre de Inocencio IV, no nos dejan nada que decir sobre
su carácter y su genio ; hemos visto que en los consejos de Roma se habia resuelto hacia ya mucho tiempo
derribar la casa de Suabia, á la cual, no sin motivo, se suponia el proyecto de invadir la Italia y de estable
cer la sede de su imperio en la ciudad de San Pedro; esta politica abrazada con ardor por Inocencio, adqui
rió en su alma toda la violencia de un odio personal, y la pasion que le animaba no le permitia siempre se
guir las vias de la prudencia. Al perseguir con su cólera á un poderoso monarca, arrojóse en medio de todos
los compromisos y embarazos de los poderes mundanos, y entre los furores y azares de la guerra. Compro
metió la dignidad de los jefesde la Iglesia; despues de haber depuesto á Federico en el concilio de Lyon, la
santa sede no pudo terminar su obra y hacer reconocer á un emperador de su eleccion ; el landgrave de Thu-
ringia, Guillermo de Holanda, Ricardo de Cornouailles y el rey de Castilla fueron sucesivamente revestidos
dela púrpura imperial, sin tener la menor autoridad en Alemania; ofrecióse la corona de Federico al duque
de Brabante, al rey de Noruega y á otros principes que la rehusaron, de modo que la lucha que sostuvo Ino
cencio para estinguir una raza de reyes y sobre todo para crear otra nueva no hizo mas que poner de mani
fiesto la debilidad ó impotencia de Roma en los asuntos de la tierra ; esta lucha terrible fuésolo origen de des
gracias para cuantos tomaron parte en ella, y cuando se examinan con imparcialidad los últimos resultados
do una guerra fatal al imperio, y mas fatal quizás al sacerdocio, acude á la mente la ¡dea de comparar al te
naz pontifice á aquel robusto campeon de Israel, que para vengarse de sus enemigos derribó las columnas
del templo sepultándose con ellos bajo sus ruinas.
Lo que debia advertir á los papas de la instabilidad delas grandezas temporales era el humor inconstanle,
el espiritu sedicioso del pueblo que gobernaban. ¡Estraño contraste en el destino de Inocencio IV ! acabamos
de verle pisoteando los tronos y coronas de los reyes, y en breve le veremos humillar su orgullo ante los ca
prichos de la multitud, ó para hablar el lenguaje de nuestro siglo, ante la soberania popular; salido de Lyon,
atravesó la Italia en triunfo y entró de nuevo y con temor en su capital, cuyo pueblo indócil le echaba en cara
su ausencia; despues de permanecer algunos meses dentro de los muros de Roma y calmado los murmullos
do su rebaño, prosiguió otra vez sus proyectos contra los restos de la familia imperial, sorprendiéndole la
muerte en el reino de N.ipoles, del cual tomaba posesion en nombre de la Iglesia, y lo disputaba con las ar
mas en la mano á los herederos de Federico. Aunque el pontifice que le sucedió no tuviese su genio, ni si
ambicion, ni su odio, no dejó de seguir el camino que se le habia trazado; quiso realizar todas las amena
zas de la santa sede y los rayos de Roma no reposaron mas en manos de Alejandro JVqueen las de sus prede
cesores.
A esta politica apasionada de los papas se debió al menos que quedase libre la Italia del yugo de los empe
radores de Alemania y que aquella hermosa comarca estuviese sesenta años sin ver los ejércitos del imperi
germánico; mas ¡cuántas violencias y calamidades turbaron esta independencia de la cual la Italia no se apro
vechó y que debia perder en otro siglo! Demasiado débiles los papas para sostener la obra de su politica, a
vieron obligados con frecuencia á llamaren su ausilio á principes estranjeros, que llevaron consigo nuevo;
gérmenes de discordia; cada invasion provocada por los jefes de la Iglesia despertó la ambicion do los con
LIBRO DEC1MOSESTO.—1 252-1 254. 47 1
qnistadores y cada guerra era causa de otra guerra ; estas revoluciones duraron muchos siglos y fueron fu
nestas no solo á la Italia, sino también á la Alemania, á la Francia, á la España y á lodos aquellos que qui
sieron dividirse los despojos de la casa de Suabia.
No entra en nuestro propósito la descripción de tan aflictivas escenas, y para ofrecer á nuestros lectores un
cuadro mas consolador, nos detendremos antes de terminar estas consideraciones generales, en la cruzada
que se predicó entonces en todas las ciudades italianas contra Eccelino de Romano ; este señor italiano se ha
bía aprovechado del desorden de las guerras civiles para usurpar una dominación tiránica sobre muchas ciu
dades de la Lombardía y de la Marca Trevisana,y cuanto se nos refiere de los tiranos de la antigüedad fabulosa
no es comparable á las crueldades y escesos de Eccelino, declarado por la voz del pueblo y por la voz de la
Iglesia el enemigo de Dios y de los hombres; la historia contemporánea compara su bárbara dominación y la
peste, á las inundaciones, á los incendios y á los mas temibles azotes de la naturaleza.
Empezó el papa esconmlgando á Eccelino en el cual veia una pera bajo figura humana (1), y poco liempo
después publicó una cruzada contra aquel azote de Dios y de la humanidad ; Juan deVicenzo que habia pre
dicado la paz pública veinte años antes, fué uno de los predicadores de esta guerra santa ; prometíanse á los
fieles, que tomasen las armas contra Eccelino, las mismas indulgencias que á los que partían á Palestina, y
esta cruzada, emprendida por la causa de la humanidad y de la libertad, fué proclamada en todas las repú
blicas de Italia ; la elocuencia de los oradores sagrados arrastró fácilmente á la multitud, pero lo que mas in
flamaba el celo y el ardor -del pueblo era la vista de los desgraciados que Eccelino habia hecho mutilar entre
mil tormentos, eran los lamentos y las quejas de las familias en las cuales el tirano habia elegido á sus victi
mas en muchas provincias de Italia. Los habitantes de las ciudades y aldeas tomáronlas armas en defensa de
la causa de la religión y déla patria, impacientes por obtener la corona cívica si triunfaban de la tiranía, y la
corona del martirio si sucumbían en la demanda.
Al frente del ejército se desplegó el estandarte de la cruz, y la muchedumbre de los cruzados marchó contra
Eccelino cantandoel himno de la Iglesia :

Vexilla Regis prodeunt,


Fulget crucis mysterium.

El ejército de los fieles obtuvo en un principio rápidas victorias, pero como su general, el arzobispo de Ra—
vena, carecía de habilidad, como los cruzados de las distintas ciudades solo tenían por jefes á monjes y re
ligiosos, no supieron aprovecharse <le sus primeras ventajas; las intrigas de la política y el espíritu de rivali
dad calmaron el ardor de los combatientes; las victorias fueron seguidas muchas veces de derrotas, y cuatro
años de trabajos y peligros bastaron apenas para derrocar una dominación impía y vengar á la humanidad
con la muerte de Eccelino.
Siento que el plan de esta obra no me permita hablar detalladamente de esta guerra en que la religión sir
vió tan admirablemente á la causa de la libertad, yique forma tan gran contraste con la mayor parle de los
acontecimientos contemporáneos. En aquella época se predicaron tantas cruzadas que apenas la historia puede
enumerarlas, y admira que la población del occidente haya podido bastar á lanías guerras desgraciadas;
mientras que Luis IX se hallaba junto con su ejército prisionero en Egipto, y quo se formaba en Italia una
santa liga contra el tirano Eccelino , el rey de Noruega, á quien el papa habia dispensado de la peregrinación
á oriente, hacia la guerra á los idólatras del norte; sesenta mil cruzados mandados por un rey de Bohemia,
marchaban contra los pueblos déla Lithuania, entregados aun al culto de los ídolos; otro ejército de cruzados
salió de las orillas del Oder y del Vístula para combatir á los paganos de Prusia, muchas veces atacados y
■vencidos por los caballeros teutónicos; la historia se complace en indicar que durante esta última espedicion
se fundaron las ciudades de Brunsbad y de Kacnigsberg, mas la fundación de dos ciudades florecientes no pue
de hacer olvidar la desolación de muchas provincias. Sin embargo los progresos del cristianismo, favorecidos
por las armas de los cruzados, tendían á reunir pueblos separados hasta entonces por la diferencia de usos y

,1) Aualesecles. aciano. 1254 núm. as.


*72 . . HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
creencias; lantas calamidades no fueron perdidas para la Europa hecha toda cristiana, y las revoluciones
que habia atravesado debian finalmente imprimir al espiritu humano una direccion mas conforme con las
leyes de la justicia y de la razon, y mas favorable á los intereses de la humanidad ; de este modo la Providen
cia mezclando siempre el bien y el mal, renueva las sociedades humanas, y arroja las fecundas semillas de la
civilizacion aun en el mismo seno de los desórdenes de la barbarie.
LIBRO DECIMOSEPTIMO.— 1255-1271. 473

LIBRO XVII.

SEGUNDA CRUZADA DE SAN LUIS.

1155—itlt.

Discordias entra los venecianos y los genoveses deTolemaida y entre los templartos y hospitalarios.—Muerte de Chegger-Eddour.
—Los mogoles.—Fin de la dinastia de los Abasidas.—El papa Alejandro VI —Temores causados en Europa y en Asia por las
invasiones de los tartaros.—Kelboga, su jefe, pierde la vida en Tiberiades.—El sultan Koutouz es asesinado por Bibars a quien
se proclama para sucederle.—Triste situacion de los cristianos de oriente.—Los papas Urbano IV y Clemente IV.— Caida del
imperio franco deConstantinopla.—Triunfo de Bibars en Palestina y en Siria. —Toma de Antioquia.—Siguen las cuestiones entre
la corte de Roma y el emperador Federico.—Manfredo, Coradino, Carlos de Anjou.—Luis IX toma de nuevo la Cruz.—El clero
se opone 6 la percepcion dela decima.—Concilio de Northampton.—Cruzados catalanes, castellanos y aragoneses.—Aconteci
mientos en el reino de Napoles. -Eduardo de Inglaterra. -Tratados politicos y de familia hechos por Luis IX.— Partida del rey.—
Sitio de Tunez.—Muerte de Luis IX.—Cartos de Anjou toma el mando, firma una tregua y conduce el ejercito a Eurbpa.—
Llega la escuadra a Trapani en Sicilia. —Muerte del rey de Navarra y de muchos personajes notables.— Felipe vuelve a Francia.
—Elogio de San Luis.

Durante su permanencia en Palestina Luis IX no se habia ocupado solamente en fortificar las ciudades cris
tianas, sino que empleó cuantos medios estaban á su alcance para restablecer entre los cristianos la union
y armonia, medio mas seguro aun de rechazarlos ataques de los musulmanes; mas por desgracia aquel pue
blo que el santo monarca habia querido salvar con peligro de su vida, no tardó en olvidar sus consejos, y el
espiritu de discordia reemplazó en breve los generosos sentimientos que babian inspirado sus palabras y el
ejemplo de sus virtudes.
Eu el curso de esta historia hemos dicho que muchos pueblos maritimos tenian factorias y considerables
establecimientos en Tolemaida, convertida en capital de la Palestina, y entre ellas ocupaban el primer lagar
los genoveses y los venecianos ; cada uno de estos pueblos habitaba un cuartel separado, tenia diferentes le
yes é intereses que los dividian sin cesar ; lo único que poseian én comun era la iglesia de San Sabas, en la
cual asistian reuuidos á las ceremonias de la religion.
Esta posesion comun habia sido con frecuencia origen de querellas entre ambas naciones (1 j ; poco tiem
po despues de la partida de San Luis estalló de nuevo la discordia, inflamándose todos los resentimientos que
el espiritu de celos y rivalidad podia inspirar ádos pueblos que desde mucho tiempo venian disputándose el
imperio del mar y las ventajas del comercio de oriente ; en medio de esta lucha, en la que el mismo objeto
de la cuestion habria debido recordar sentimientos de paz y de caridad, los genoveses y venecianos llegaron
muchas veces á las manos en la ciudad de Tolemaida, y en mas de una ocasion el santuario que ambos par
tidos habian fortificado como una plaza de guerra, resonó con el estrépito desus combates sacrilegos; no
tardó la discordia en atravesar los mares, sembrando nuevas turbulencias en occidente; Génova se alió con
los pisanos y hasta buscó ausiliares entre los griegos, deseosos de volver á Constantinopla, quienes por su
parte solicitaran la intervencion de los genoveses, prometiéndoles en premio el cuartel de Pera, que servia
entonces de depósito comun á las mercancias de los pueblos maritimos de Italia ; para vengar sus injurias
Venecia buscóla alianza de Manfredo (2) escomulgado por el jefe de la Iglesia; levantáronse tropas, armáron
se escuadras y atacáronse por tierra y por mar; y esta guerra que el sumo pontifice no pudo apagar duró
mas de veinte años, ya favorable á los venecianos, ya á los genoveses, pero siempre funesta á las colonias
cristianas de oriente.
El espiritu de discordia se introdujo tambien entre las órdenes rivales de San Juan y del Temple; la san-

(1i VeaseSanuto, lib. lll,parte XII, cap. V; Andres Dandolo. Chronic. adann. 1256.
(I) Bitt. Constantin. por Jorge Logothete.
(54 y 55) CO
47 i IIISTOUIA DE LAS CRUZADAS.
gre de aquellos valerosos defensores de la Tierra Santa corrió á torrentes en las ciudades que habian prome
tido defender; los hospitalarios y los templarios se perseguian y atacaban con un furor que nada podia ral-
mar, y ambas órdenes invocaban el socorro de los caballeros que se hallaban en occidente; esto hacia que las
mas nobles familias de la cristiandad se veian arrastradas á sangrientas querellas, y ya no se preguntaba
en Europa si los francos habian vencido á los musulmanes, sino si la victoria sehabia decidido por los ca
balleros del Temple ó por los del Hospital.
El valiente Largines que Luis IX habia dejado en Tolemaida cuando su partida, y los mas prudentes en
tre los jefes de la Tierra Santa, no tenian bastante autoridad para restablecerla calma, m bastantes tropas
para resistir á los ataques de los musulmanes ; la única esperanza de salvacion que parecia quedar á los cris
tianos de la Palestina era que la discordia turbaba tambien el imperio de losmusulmanes ; cada dia estallaban
nuevas revoluciones entre los mamelucos; pero mientras la division debilitaba el poder de los francos, servia
muchas veces para robustecer el de sus enemigos. Si del débil reino de Jerusalen nos trasladamos al Egipto,
vemos el estraño espectáculo de un gobierno fundado por la rebelion, y fortificándose en medio de las tor
mentas politicas, desde la toma de Jerusalen por Saladino las colonias cristianas no tenian centro ni lazo co
mun entre ellas ; al perder su capital los reyes de Jerusalen perdieron su autoridad que servia al menos pa
ra reunir los ánimos; de la monarquia solose habia conservado el nombre y dela república no se tomó mas
que la licencia. Los mamelucos, mas que una nacion, eran un ejército ; dividianse si para la eleccion de un
jefe, pero despues le obedecian ciegamente; de cada una de sus revoluciones salia el despotismo militar, ar
mado con todas las pasiones que lo habian creado, y este despotismo, con gran temor por parte de los cristia
nos, solo respiraba guerra y conquistas.
(1257) Hemos dicho en el libroanterior que el lurcoman Aibek, despues de contraer matrimonio con la
sultana Chegger-Eddour , habia ocupado el trono de Saladino ; su reinado no tardó en verse turbado por las
rivalidades de los emires, y si bien la muerte de Fares-Eddin Octai, uno de los jefes mas opuestos al nuevo
sultan, desvaneció los proyectos de los facciosos, los celos de una mujer hicieron lo que no habian podido la
licencia y la discordia : Chegger-Eddour no pudo perdonará Aibek el haber solicitado por esposa á una hi
ja del principe de Mosul , y el esposo infiel fué asesinado en el ba'io por sus esclavos. La sultana después de
haber satisfecho asi su venganza de mujer llamó en su ausilio la ambicion de los emires y los crimenes de la
politica (1) ; mandó llamar al emir Saif-Eddin para escuchar sus consejos y proponerle dividir con ella el tro
no de los sultanes ; é introduciendo el emir en palacio, halló á la sultana sentada teniendo á sus piés el san
griento cadáver de su esposo; áesta vista quedó Saif-Eddin sobrecogido de horror, horror que se aumentó
con la tranquilidad que manifestaba la sultana y con la idea del ensangrentado trono que esta le proponia di
vidir con é!. Chegger-Eddour llamó á otros dos emires , quienes tampoco pudieron soportar su presencia y
huyeron espantados de cuanto acababan de ver y oir ; estas escenas habian pasado durante la noche, y asi
que despuntó el dia súpolas ya todo el Cjiiro ; la indignacion fué general entre el pueblo y el ejército, y
Chegger-Eddour pereció á su vez inmolada por algunos esclavos, siendo su cuerpo arrojado enteramente
desnudo á los fosos del palacio, como para advertir á todos cuantos se disputaban el imperio que las revolu
ciones tienen tambien su justicia (2).
En medio del tumulto eselevado al trono un hijo de Aibek, de quince años de edad ; pero lfl proximidad
de una guerra debia hacer estallar en breve una nueva sedicion y precipitar á aquel niño del trono. Grandes
;icontecimientos se preparaban en Asia, y por la parte de la Persia se formaba una tempestad que amenazaba
la Siria y el Egipto.
Los mogoles, mandados por Oulagou, habian puesto sitioá Bagdad, cuya ciudad se hallaba dividida en dife
rentes sectas mas dispuestasá combatirse entre si que á rechazar un enemigo formidable; el califa, lo mismo
que su pueblo, estado sumido en la molicie y el orgullo que le inspiraban los vanos respetos de los musulma
nes, le hizo despreciar los verdaderos medios de defensa ; tomada la ciudad por los tártaros fué entregada á
(odos los rigores de la guerra y el trigésimoséptimo y último sucesor de Abbas, arrastrado como un vil cau
tivo, perdió la vida en medio del tumulto y del desorden, sin que la historia sepa si murió de desesperacion
ó si cayó bajo la espada de sus enemigos.
II) Veasela historia de los Hunos, t. IV, p. 126 y 127.
(i) Véase el tomo V. de la Col. de Ducbesne.
LIBRO DECIMOSEPTIMO.— 1257-1271. 475
Tal violencia cometida con el jefe (Je 1j religión musulmana y la marcha de los mogoles hácia la Siria
sembraron el espanto entro los mamelucos ; entonces fué cuando reemplazaron al hijo de Aibek por un jefe
apto para defenderles en tan gran peligro, y su elección recayó en Koutouz, el mas valiente y entendido entre
los emires.
Mientras todo se preparaba en Egipto para resistir á los mogoles, los cristianos parecían esperar su eman
cipación de esta guerra declarada á los musulmanes; el kan de I03 tártaros habia prometido al rey de Arme
nia llevarsus conquistas hasta las orillas del Nilo, y las crónicas orientales refieren que las tropas armenias
se habían reunido al ejército délos mogoles; estos, después de atravesar el Eufrates, se apoderaron de Ale
ño, de Damasco y délas principales ciudades de Siria ; por todas partes huían los musulmanes á la vista de
]os tártaros, y los discípulos de Cristo eran protegidos por sus hordas victoriosas ; desde entonces los crislia-
clos miraron á aquellos temibles conquistadores como otros tantos libertadores ; en las iglesias y sobre el mis-
rao sepulcro de Jesucristo se hicieron rogativas para el triunfo de los mogoles, y en el esceso de su alegría los
cristianos de la Palestina ni siquiera pensaban en implorar el socorro de la Europa.
Por otra parte la Europa no pensaba tampoco en una cruzada á la olra parle de los mares ; el terrible es
pectáculo que ofrecían las invasiones de los bárbaros atraía continuamente las miradas de la cristiandad, y
sembraba el estupor y el espanto entre todos los pueblos de occidente. Al saber el jefe de la Iglesia la toma
de Bagdad y la muerte del padre espiritual de los musulmanes, envió al Asia á algunos misioneros con el
encargo de felicitar á Oulagcu y de saludarle como á un príncipe aliado de los cristianos; sin embargo apenas
los embajadores del papa habian atravesado el mar, cuando se supo de repente que las hordas mogoles aso
laban las orillas del Niester y del Danubio. Alejandro IV se dirigió á los principes, á los prelados y á los fie
les en general, exhortándoles á reunir sus esfuerzos para salvar la Europa amenazada , reuniéronse concilios
en Francia, en Inglaterra y en Alemania; ordenáronse ayunos, procesiones y rogativas en todas las diócesis,
y á la letanía de los santos se añadieron estas palabras, como el señal de un peligro universal: ¡Señor, librad
nos de la invasión de los tártaros (1)1
Sin embargo, las hordas que devastaban la Polonia y la Hungría se retiraron por sí mismas, llamadas sin
duda por las discordias de su propio país; en aquella época Oulagou, obligado á volver á orillas del Tigris
para combatir una poderosa rebelión, dejó en Siria á su teniente Ketboga, encargado de continuar sus con
quistas; los cristianos celebraban todavía las victorias de los mogoles, cuando una querella suscitada por al
gunos cruzados alemanes cambió de repente el aspecto de las cosas, mostrando enemigos en los que se ha
bían creído a usilia res. Habiendo sido entregadas al saqueo algunas aldeas musulmanas, que pagaban tributo
á los tártaros, Ketboga envió á pedir una reparación á los cristianos, quienes se negaron á ella, y en medio ■
de las cuestiones promovidas con este motivo, fué muerto el sobrino del comandante mogol ; desde aquel mo
mento el ¡efe de los tártaros declaró la guerra á los cristianos, asoló las tierras de Sidon, y amenazó las de
Tolemaida ; á la vista de sus devastadas campiñas, desvaneciéronse las ilusiones de los cristianos, y asi como
habían sido desmedidas sus esperanzas y alegría, lo fueron también su dolor y sus temores ; el terror que les
inspiraba un pueblo bárbaro les hizo olvidar que lodos sus males provenían del Egipto, y como no esperaban
socorros de occidente, muchos cifraron su esperanza en las armas de los mamelucos.
Gran parle de la Palestina habia sido invadida ya por los mogoles, cuando el sultán del Cairo les salió al
encuentro con su ejército, y después de permanecer tres días en las cercanías de Tolemaida, donde renovó
una tregua con los cristianos, trabóse la batalla en la llanura de Tiberiades , Ketboga perdióla vida en medio
del combate, y el ejército tártaro, derrotado y disperso, abandonó la Siria.
A cualquier parle que se inclínase la victoria, los cristianos nada debian esperar del vencedor, pues los
musulmanes no podian perdonarles el haber solicitado el apoyo délos mogoles victoriosos, y aprovechádosfr
de la desolación de la Siria para insultar á los discípulos de Mahoraa ; en Damasco fueron demolidas las igle
sias; los cristianos fueron perseguidos en todas las ciudades musulmanas, y estas persecuciones eran precur
soras de una guerra en que el fanatismo debia ejercer todos sus furores ; portadas partes se proferían quejas
y amenazas contra los francos de la Palestina; el grito de ¡Gucti'adlos cristianos! resonaba en todas las
provincias sometidas á los mamelucos, y era tal la animosidad, que el sultán del Cairo, que acababa do triun

fa) Annal. te icsiasl. ad nnn. 1202, nüm.30y siguientes.


476 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
far de los tártaros fué victima de su fidelidad en observar la última tregua celebrada con los francos; Bibars,
que mató al último sultan de la familia de Saladino, se aprovechó de esta efervescencia de los ánimos, y
esforzóse en hacerse un partido contra Koutuz, ofectandoim grande odioá los cristianos y hechando en cara
al sultan una criminal moderacion para con los enemigos del islamismo.
Llegada la moderacion á su punto,. Bibars reunió á sus cómplices, y sorprendiendo- a] sultan en la cabeza, le
hirió con muchos y mortales golpes, y eubierto aun con la sangre de su señor, se dirigió al ejército de los ma
melucos, acampado entonces en Salehie, presentóse al atabek ó teniente del principe anunciando la muerte de
Koutouz, y al preguntarle quién habia dado muerte al sultan, contestó : « Yo. » En este caso, repuso el ata
bek (1), reina en su lugar : estrañas palabras que caracterizan con un solo rasgo el espiritu de los mameluces
y el del gobierno que habian fundado; el ejército proclamó á Bibars sultan de Egipto, y los festejos prepa
rados en el Cairo para recibir al vencedor de los tártaros sirvieron para celebrar la coronacion de un asesino.
Esta revolucion dió á los musulmanes el soberano mas temible para los cristianos; Eibars fué apellidado In
coluna de la religion musulmana y el padre de las victorias, cuyos titulos debia merecer consumando la des
truccion de los franeos ; apenas se sentó en el trono cuandodió la señal de guerra.
Loscristianos de la Palestina sin medios para resistir á las fuerzas de los mamelucos, enviaron dipuladosá
occidente solicitando prontos soeorros ; las desgracias de la Tierra Santa parecieron conmover al sumo pon
tifice, y exhorté á los fieles á tomar la cruz, pero el tono de sus exhortaciones y los motivos que alegaba en
sus circulares, manifestaban muy claramente su deseo de ver á la Europa armarse contra otros enemigos que
los musulmanes, a Los sarracenos, decia, saben que será imposible á un principe cristiano hacer una lar
ga permanencia en oriente (2) y que la Tierra Santa no puede recibir sino socorros pasajeros y venidos de
lejos.»
(1261) Alejandro IV habia sido mucho mas sincero y elocuente en sus manifiestos contra la casa deSua-
bia, y la guerra que seguia en el reino de Nápoles no podía alzarse en su mente con la idea de una guerra
santa ; Urbano IV y Clemente IV que le sucedieron, hicieron alguas demostraciones de celo para escitar á los
pueblos á tomar las armas contra los musulmanes (3), pero la politica seguida desde largo tiempo por la corle
de Roma, habia dejado en Italia muchos gérmenes de discordia y de desórden para que aquellos pontiBces
pudiesen fijar su atencion en el oriente : por otra parte la Alemania, que continuaba sin emperador y siendo
presa de toda clase de disensiones, tenia entonces dos pretendientes al imperio, Alfonso, rey de Castilla y Ri
cardo de Cornouailles, ningunode los cuales podia hacer reconocer sus derechos ni restablecer la paz entre
os cristianos. En aquel mismo tiempo los barones delnglaterra, mandados por Simon de Montfort, conde de
Leicester, habian tomado las armas contra su rey, á quien acusaban de haber faltado á sus juramentos, y
como en aquella época no habia guerra que no se quisiese hacer pasar por una oruzada, los que combatian
contra Enrique 1H llevaban una cruz blanca en el pecho y en la espalda, y se titulaban los vengadores de los
derechos del pueblo y de la causa de Dios ; esta estraña cruzada (4) no permitia que se ocupasen de la de ul
tramar, y entre todas las naciones la Francia fué la única que no desoyó enteramente los ruegos de los cris
tianos de la Palestina; algunos caballeros franceses tomaron la cruz y eligieron por su jefe á Eudes, conde
de Nevers, hijo del duque de Borgoña ; estos fueron los únicos socorros que la Europa pudo enviar á oriente.
(1262) Al mismo tiempeque se recibian tan aflictivas noticias de la Tierra Santa, supone un aconteci
miento que hubiera sumido en el dolor á todo el occidente, si se hubiesen mirado las conquistas de los cru
zados con el vivo interésde los siglos anteriores ; varias veces hemos deplorado la rápida decadencia del im
perio latino de Constantinópla; y hacia mucho tiempo que Balduino solo contaba para sostener la dignidad
imperial y para pagar el escaso número de sus soldados, con las limosnas de la cristiandad y con algunos em
préstitos hechos en Venecia, para cuya realizacion tuvo que dar en prenda á su propio hijo; en loscasos
urgentes, se vendian á precios módicos las] reliquias de los santos; arrancábase el plomo del techo delas igle-
6¡is para convertirlo en una moneda grosera ; destruianse los artesonadosde los palacios imperiales para pro-

(1) Aboulfcila.
(3) Histor. eccles. I. XVII in 4." p. 543.—Fleury.
[3) Annal. occl. ad ann.1263, núm. 14.
(4 Veanse Wukes y Mateo de Westminster ad ann. 1264, y la historia de Inglaterra por el doctor Lingard, X1H. p*g. so*
LIBRO DECIMOSEPTIMO. -1265-1 27!. 477
veer de leña las cocinas del emperador; torres medio demolidas, murallas sin defensores, palacios desiertos,
casas y calles enteras abandonadas, tal era el espectáculo que ofrecia la reina de las ciudades de oriente.
Balduino habia concluido una tregua con Miguel Paleólogo ; la facilidad con que fué acordada habria de
bido inspirar á los latinos alguna desconfianza, mas el estado deplorable de los francos no les impedia despre"
ciar á sus enemigos y pensar en nuevas conquistas: con la esperanza del saqueo y olvidando la perfidia de los
griegos, una escuadra veneciana condujo á los que quedaban de los defensores de Bizancio á una espedicion
contra Dafnusia, situada en la embocadura del mar Negro ; advertidos por algunos habitantes del Bosforo, los
griegos de Nicea no vacilaron en aprovechar esta ocasion con que les brindaba la fortuna, y habiendo aquellos
enseñado al general de Miguel Paleólogo, el cual se dirigia á hacer la guerra en Epiro, una abertura practi-
cida en los muros de Constantinopla, cerca de la puerta Dorada, introdujo por ella mas tropas de las que se
necesitaban para apoderarse de la ciudad; Balduino solo tenia entonces á su alrededor niños , ancianos, mu
jeres y comerciantes, entre los cuales se contaban los genoveses, recientemente aliados á los griegos; y cuan
do los soldados de Miguel hubieron penetrado en la ciudad, admiráronse de no hallar enemigo alguno que
combatir; mientras se formaban en batalla y adelantaban con precaucion, una compañia de comanes que te
nia á sueldo el emperador griego, recorria la ciudad llevándolo todo á sangre y fuego : la aterrorizada multi
tud de los latinos huia hácia el puerto; los habitantes griegos salian al encuentro del vencedor, haciendo oir
los gritos de ¡Viva Miguel Paleólogo, emperador de los romanosl Despertado Balduino por el tumulto que iba
acercándose á su palacio, se apresuró á salir de una ciudad qué ya no le pertenecia, y la escuadra venecia
na, de regreso de la espedicion de Dafnusia, llegó á tiempo para dar asiloal emperador fugitivo y á los restos
del imperio de los francos en el Bósforo.
De este modo perdieron los latinos una ciudad cuya conquista habia costado prodigios de valor, y en la cual
entraron los griegos sin combate, secundados por la traicion de unos pocos y por las tinieblas y el silencio de la
noche (1). Balduino II despues de haber reinado treinta y siete años en Bizancio, empezó á recorrer la Eu
ropa como lo habia practicado en su juventud mendigando el socorro delos cristianos ; el papa Urbano IV le
acogió con una compasion mezclada de desprecio. En una carta dirigida á Luis IX el pontifice deploraba la
pérdida de Constantinopla, y prorumpia en amargas quejas sobre la oscurecida gloria de la Iglesia latina; y
si bien Urbano espresó el deseo de que se emprendiese una cruzada para reconquistar á Bizancio, halló los
ánimos muy poco dispuestos á secundarle, y el clero de Inglaterra y el de Francia se negaron á contribuir
con sus subsidios á una espedicion que creian inútil ; asi es que el papa debió contentarse con las sumisiones
y presentes de Miguel Paleólogo, quien, sobrecogido de estupor en medio de su nueva conquista, prometia,
para calmar á la santa sede, reconocer la Iglesia romana y socorrer á los santos lugares.
La situacion de los cristianos de oriente se hacia cada dia mas alarmante y mas digna de compasion por
parte de los pueblos y principes de occidente; el nuevo sultan del Cairo, despues de asolar el principado de
Antioquia, habia entrado en el territorio de la Palestina con fuerzas tan considerables, que él mismo compa
raba el número de sus soldados á la multitud de los animales que pueblan la tierra, y de los peces que ha
bitan en el Océano ; aterrorizados los francos, enviáronle á pedir la paz, y por toda contestacion el sultan
mandó entregar á las llamas la iglesia de Nazaret ; en seguida los musulmanes devastaron todo el pais situa
do entre Naití y el monte Tabor, y acamparon á la vista de Tolemaida. Si hemos de dar crédito á algunas
crónicas orientales, el proyecto de Bibars era atacar el mas fuerte baluarte de los cristianos en Siria y para tan
grande empresa no habia despreciado el ausiliode.la traicion ; el principe de Siro llamado lbu-Forat, reunido
con los genoveses; debia con una numerosa escuadra atacar Tolemaida por mar, mientras los mamelucos
la asaltaban por tierra (2); Bibars se presentó en efecto delante de la ciudad, mas sus nuevos ausiliares arre
pentidos sin duda de las promesas que le habian hecho, no comparecieron á secundar sus designios ; el sul
tan se retiró lleno de furor, y amenazando con vengarse en cuantos cristianos pusiese la guerra en su poder
(1265) Los campos se hallaban asolados ; los habitantes de las ciudades se mantenian encerrados dentro
desus murallas, creyendo ver llegará cada momento el enemigo ; despues de haber amenazado de nuevo á
Tolemaida, Bibars se arrojó sobre la ciudad de Cesarea, para castigar á los cristianos de haber llamado á lo

(I ) Jorge Lagothete.
(?) Vease a Reynaldi a principios del año 1263.
Í78 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Un taros en su ausilio; después Je una viva resistencia los habitantes abandonaron la plaza para retirarse al
castillo, rodeado de las aguas del mar, mas aquella fortaleza que parecja inaccesible solo pudo resistir al-
gunosdias á los ataques de los musulmanes. No lardó la ciudad de Arsouf en ver á los mamelucos delante
de sus muros ; los cristianos so defendieron con un valor admirable ; las máquinas de guerra de los musul
manes, los árboles arrojados en los fosos para cegarlos, fueron entregados á los llamas; después de balirseal
pié de las murallas sitiados y sitiadores abrieron la tierra debajo de aquellas, y se buscaron y batieron en las
minas y subterráneos ; nada podia refrenar el ardor de los cristianos ni la impaciente actividad de Bibars: se
gún refiere Makrisi, gran número de Enos, de devotos y de hombres de ley habían acudido para tomar parle
en la conquista de Arsouf. a En el ejército musulmán, añade el mismo historiador, no hería la vista motivo
alguno de escándalo ; no se bebia vino y nada se hacia contrario á las buenas costumbres; matronas de reco
nocida virtud llevaban agua á los soldados y acompañaban á los combatientes aun en lo mas reñido de la ac
ción ; era tal su ardor que ayudaban á los guerreros á trasportar las máquinas.» El siiioduró cuarenta días,
hasta que fínalmenteel sultán clavó el estandarte del Profeta en la torre de la ciudad y los musulmanes fue
ron llamados á la oración en las iglesias convertidas en mezquitas; los mamelucos pasaron á cuchillo á gran
parle de los habitantes y el resto fué condenado á la esclavitud. Bibars distribuyó los cautivos entre los jefes
de su ejército y ordenó la destrucción de Arsouf; los prisioneros cristianos fueron obligados á demoler suspro-
pias casas, y el territorio conquistado fué dividido entre los principales emires, en virtud de una órden del
sullan que las crónicas árabes nos han conservado como un monumento histórico; semejante liberalidad pa
ra con los vencedores de los cristianos parecía á los musulmanes digna de los mayores elogios, y uno de los
historiadores de Bibars esclama en su entusiasmo: «que tan bella acción estaba escrita en el libro de Dios,
antes de estarlo en el libro de la vida del sullan. »
Tantos favores acordados á los emires anunciaban que Bibars tenia necesidad de su valor para realizar
otros designios; el sullan regresó á Eg i pío para dar impulso á nuevos preparativos y renovar su ejército;
durante su permanencia en el Cairo recibió á los embajadores de muchos reyes de los francos, de Alfonso, rey
de Aragón, del rey de Armenia y de algunos príncipes de la Palestina ; todos le pedían la paz para los cris
tianos, mas sus repelidas instancias solo contribuían á fortificar al sullan en su proyecto de continuarla
guerra ; cuanto mas se recurría á los ruegos, mas debia creer que no podian oponerle otra cosa ; su contes
tación á los enviados del príncipe de Joppe, fué la siguiente: «Ha llegado el tiempo en que no sufriremos
mas injurias ; cuando se nos arrebatará una cabana, tomaremos un castillo; cuando bagáis prisionero ¿ un
labrador, reduciremos á cautiverio á mil de vuestros guerreros.»
No tardó Bibars en realizar sus amenazas ; después de atravesar eí desierto y de haber ido en peregrina
ción á Jerusalen donde imploró para sus armas la protección de Mahoma, se puso al frente de su ejército y
asolólos territorios de Tiro, de Trípoli y de Tolemaida; según cuentan los autores árabes el botin de los mu
sulmanes fué tan considerable, que los bueyes, carneros y búfalos no hallaban ya compradores; en seguida
el sultán condujo á sus tropas á orillas del Jordán, y resolvió poner sitio á la fortaleza de Sefed ó Safad.
Este castillo, propiedad de los templarios, se hallaba construido en la alta Galilea, en la cima de una mon
taña que parecía tocar á las nubes; gruesos muros de grandes piedras labradas y de una elevación de mas
de cien piés, un foso ancho y profundo abierto en la roca viva y la dificultad de trepar hasta aquellas escar
padas cumbres, hacían inespugnable la fortaleza de Safad. En el día se mantiene aun en pié y por su forma
oval se asemeja de lejos á una grande torre (4) ; la ciudad de Sefed ó Safad que nos representa la antigua
Bclulia , se estiende sobre tres montañas ; los musulmanes que la habitan son intolerantes y soberbios, y
oprimen bárbaramente á la población judía que ha elegido Safad con preferencia á otra residencia para
esperar en ella al Mesías, creyendo que el Salvador reinará allí cuarenta años antes de establecer en Jeru
salen la sede de su poder. Safad es la ciudad mas olevada déla Siria ; la montaña de Betulia es tan alta co
mo el Tabor. La plaza tuvo que defenderse contra todas las fuerzas que el sullan habia reunido para una
empresa mas colosal, y empezado el sitio Bibars nada omitió para obligar á la guarnición á deponer las ar
mas ; vélasele continuamente al frente de sus soldados, y en un encuentro todo el ejército prorumpió en un
gran grito como para advertirle del peligro en que se hallaba ; para inflamar el arJor de los mamelucos

(l) Correspondencia de Oliente, carta CLXXX1H.


LIBRO DECIMOSEPTIMO.— 1265-1271. 1 479
-mandaba distribuir túnicas de honor y bolsas de plata en el campo de batalla y el gran cadi de Damasco ha
bia acudido al sitio de Safad para animar á los combatientes con su presencia.
Sin embargo los cristianos se defendian admirablemente; su resistencia, que en un principio admiró ásus
enemigos, no tardó en sembrar ensus filas el mayor desaliento; en vano trataba el sultan de reammar ásus
soldados; en vano ordenó que algunos hombres empuñasen mazas para castigar á los fugitivos ó hizo cargar
de cadenas á algunos emires que abandonaban su puesto ; niel temor dtl castigo ni la esperanza del premio
podian reanimar el valor de los musulmanes, y Bibars se habria visto obligado á levantar el sitio, si no hubie
se venido en su ausilio la discordia de los cristianos; él mismo procuró fomentarla, en frecuentes mensajes
enviados á la guirnicion; sus pérfidas promesas y terribles amenazas introdujeron la sospecha y la descon
fianza, hasta que por fin estalló la disension ; unos querian rendirse, otros defenderse hasta la muerte; desde
entonces los musulmaues hallaron en los sitiados una resistencia menos obstinada y dieron mas vigor á sus
ataques ; mientras que los cristianos se acusaban entre si y se echaban en cara su traicion, las máquinas de
guerra destruinn los muros, y los mamelucos despues de repetidos asaltos se hallaban muy próximos á abrir
se un camino en la plaza ; finalmente un viernes (citamos una crónica árabe) el cadi de Damasco oraba por
los combatientes, cuando de repente oyóse á los francos gritar desde sus arruinadas torres : \ Oh musulmanes,
la vida, la vida\ Los sitiados habian depuesto sus armas y cesó el combate ; abriéronse las puertas y el estan
darte mahometano flotó en los muros de Safad.
En la capitulacion que se firmó se otorgaba permiso á los cristianos para retirarse donde quisiesen con tal
(pie llevasen consigo únicamente sus vestidos (I) : al verlos desfilar Bibars buscó un pretesto para retenerles
en su poder, y despues de prenderse á muchos por órden suya , acusándoles de llevarse armas y te
soros, manda que queden todos prisioneros; échales en cara haber violado el tratado, les amenaza de muer
te si no abrazan el islamismo, y despues de cargarles de cadenas, fueron amontonados en la mayor confusion
en una colina, donde solo esperaban la muerte; un comendador del Temple y dos frailes menores exhortan á
sus compañeros de infortunio á morir como héroes cristianos, y todos aquellos guerreros divididos poco antes
por la discordia y reunidos entonces por la desgracia, no tienen mas que un sentimiento y una sola idea .
abrázanse llorando ; inspiranse valor para arrostrar la muerte y pasan la noche confesando sus ofensas pa
ra con Dios y en deplorar sus errores y discordias; el dia siguiente solo dos fueron puestos en libertad ; el
uno era un fraile hospitalario enviado por Bibars á Tolemaida para anunciar á los cristianos la toma de Sa
fad, y el otro un templario que abandonó la féde Jesucristo alistándose al servicio del sultan ; los demás , en
número dedos mil, cayeron bajo la espada de los mamelucos ; esta barbarie cometida en nombre de la reli-
ligion musulmana causa tanta mas indignacion en cuanto jamás los francos habian dado ejemplo de ella, y
aun en medio de los furores de la guerra nunca se les vio exigir con la espada en la mano la conversion de
los infieles.
I nposible es describir la consternacion de los cristianos de la Palestina cuando supieron el trágico fin de
los defensores de Safad ; un dolor supersticioso inventó ó acogió cuentos maravillosos que no han sido des
preciados por las crónicas de occidente; deciase que una luz celeste brillaba todas las noches sobre los ca
dáveres de los guerreros cristianos (2) que permanecian sin sepultura ; añadiase que el sultan por este pro
digio, que se renovaba cada dia á su vista, habia dado órden de que fuesen enterrados los mártires de la fe
cristiana, y de que se rodease con altas paredes el lugar en que se depositasen sus restos. Era tal el implaca
ble fanatismo de Bibars, que su odio perseguia asi á los vivos comoá los muertos, y que todas sus victorias
iban acompañadas de actos de barbarie ejercidos con los vencidos ; los habitantes de Tolemaida le mandaron
á pedir los restos de sus hermanosasesinados, mas el sultan sin dignarse contestarles, se puso en marcha hácia
el territorio de los francos seguido de algunos guerreros, matóá cuantos encontró en su camino, y volvió á
decir á los diputados que habia hecho bastantes mártires para llenar todos los sepulcros de los cristianos; sl
solo lo viésemos consignado en las crónicas de occidente, quizá nos negariamos á dar crédito á este rasgo de
barbarie, pero el mismo hecho es referido con todos sus detalles por el continuador de Elmacin, historiador
musulman que lo presenta como un suceso honroso para el sultan del Cairo. Bibars habia obtenido gran

(t) Autores arabes [Biblioteca de las Cruzadas, t. IV).


(«, Sanato, tib. III.
480 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
crédito entre los musulmanes por el mal que causaba á los cristianos, y era tal el fanatismo del tiempo, que
su barbarie para con sus enemigos era para él un título de gloria.
Después de la toma de Safad, Bibars tomó el camino de Egipto ; los francos creyeron tener algunos días de
descanso y seguridad, pero el infatigable sultán jamás daba á sus enemigos el tiempo de alegrarse por su au
sencia, y reuniendo nuevas tropas no tardó en sembrar de nuevo la desolación en las tierras de los cristianos;
en esta campaña la Armenia fué la que atrajo su cólera y sus armas victoriosas (4), pues se quejaba del prín
cipe armenio por haber llamado á los tártaros cuando ocuparon la Siria , por haber prohibido á los merca
deres egipcios entrar en sus estados, y no le perdonaba la prohibición hecha á sus subditos de comprar mer
cancías egipcias ; estas quejas no tardaron en ser juzgadas en el campo de batalla ; uno de los hijos del rey
de Armenia perdió la libertad, y el otro la vida, y el ejército de Bibars volvió cargado de boLín y seguido de
una innumerable muchedumbre de cautivos.
(1266) Sin embargo, los despojos de los vencedores no bastaban para sostener la terrible guerra declarada
á los cristianos, y el sultán del Cairo resolvió establecer en sus estados, al igual de lo que se practicaba en
occidente con las cruzadas, un impuesto destinado á los gastos de esta guerra que los musulmanes miraban
como santa ; el Egipto, las islas del mar Rojo y la ciudad de Medina, pagaron el diezmo que se imponía en
nombre del islamismo, llamado por un historiador árabe impuesto ó derecho de Dios (2) ; cada día se hacia
pues mas imposible á los francos resistir á enemigos tan temibles así por su multitud como por su entusias
mo religioso; la flor de los guerreros cristianos en número de mil y ciento habían intentado una espedicion
hácia Tiberíades, mas estas tropas, última esperanza de los francos, habían sido derrotadas y deshechas por
los infieles ; el duque de Nevers, llegado á Palestina al frente de cincuenta caballeros, murióen aquel entonces
en Tolemaida vivamente llorado por el pueblo y por los pobres, los cristianos, entregados á la desesperación,
imploraron la clemencia de Bibars, quien, ocupado en fortificar el castillo de Safad, contestó á sus ruegos,
mirchando á devastar su territorio ; en medio de la desolación que reinaba entre los cristianos, viósele de
lante de la puerta de Tolemaida, montado en su caballo de batalla, y blandiendo la espada, semejante al án
gel esterminador dando la señal de la matanza; mas después de permanecer cuatro días frente las murallas
déla ciudad, se alejó de repente para sorprender á Joppe ; esta plaza cuyas fortificaciones habían costado
considerables sumas á Luís IX, cayó después de una mediana resistencia en poder del sultán, el cual hizo
derribar sus murallas; en esta e3cursion Bibars se apoderó del castilo de Crac y de muchos otros fuertes,
después de lo cual se dirigió hácia Trípoli ; Bohemundo le envió á decir qué pretendía, y contestó : a Vengo á
se¿ar vuestros campos; en la próxima campaña sitiaré vuestra capital (3).»
(1 268) De este modo procuraba Bibars esparcir el terror de sus armas en muchos lugares á la vez, para
impedir á los cristianos reunir sus fuerzas, y á fin de ocultar sus verdaderos designios, desde largo tiempo
abrigaba la idea de invadir el principado de Anlioquía ; de repente dió á su ejército la orden de marchar hácia
las orillas del Oronte, y transcurridos pocos dias, las tropas musulmanas acampaban delante de la ciudad de
Anlioquía, mal defendida por su patriarca y abandonada de gran parle de sus habitantes (4) ; los historiado
res hablan muy parcamente de este sitio, en el cual los cristianos opusieron una resistencia muy débil, mos
trándose mas suplicantes que guerreros; sin embargo sus sumisiones, ni sus lágrimas ni ruegos pudieron
ablandar á un conquistador cuya política era la destrucción de las ciudades cristianas.
Como los musulmanes entraron en Anlioquía sin capilulacion, se entregaron en ella á todos los escesosde
la licencia y de la victoria (5) ; y en una carta que dirigió Bibars al conde de Trípoli, el bárbaro vencedor se
complace en describir la desolación de la ciudad y todos los males que su furor había hecho sufrir á los cristia
nos. aLa muerte, dice, ha venido de todas parles y por lodos los caminos ; hemos muerto á cuantos habías
elegido para guardar la ciudad y defender sus inmediaciones. Si hubieras visto á tus caballeros pisoteados por
hscaballos, tus provincias entregadas al saqueo, tus riquezas repartidas, y las mujeres de tus súLditos ven
didas en el mercado; si hubieras visto los púlpitos y cruces derribadas, las hojas del Evangelio dispersas y

(1) Biblioteca de las Cruzadas, t. IV.


(2) Mnkrisi.
(3) Llamada Ibn-Firat.
(I) El principe de Antioquia se hallaba entonces en Trípoli.
5) Makrisi.
LIBRO DECIMOSEPTIMO.— 1268-1271. 481
arrojadas al viento, los sepulcros de los patriarcas profanados ; si hubieras visto á los musulmanes tus ene
migos, pisando el tabernáculo, inmolando en el santuario al monje, al presbítero y al diácono, si hubieses
visto en fin tus palacios devorados por las llamas, los muertos consumidos por el fuego de este mundo, la igle
sia de San Pablo y la de San Pedro destruidas hasta en sus cimientos, habrías esclamado sin duda : ¡ Ojalá
que me hallase reducido á la nada ! »
Bibars distribuyó el botin entresus esclavos ; los mamelucos se dividieron las mujeres, las doncellas y los
niños, y no hubo entonces, dice una crónica árabe, un esclavo que no tuviese un esclavo (1 ) ; un niño costaba
doce dirhems, una niña cinco ; en un solo día la ciudad de Antioquía habia perdido á lodos sus habitantes; y
las llamas acabaron por orden de Bibars la obra de la barbarie ; la mayor parte de los historiadores están
contestes en afirmar que diez y siete mil cristianos fueron pasados á cuchillo y cien mil reducidos á la escla
vitud.
Cuando se recuerda el primer sitio de aquella ciudad por los cruzados, los trabajos y hazañas de Bohe-
mundo, deGodofredo y deTancredo, que fundaron el principado de Anlioquia, aflige ver el termino ordinario
de cuanto nace de la gloria de los conquistadores ; mas cuando por otra se ve á una numerosa población, en
cerrada en fuertes murallas, no oponer resistencia alguna al enemigo y dejarse asesinar sin defensa, se pre
gunta qué se habia hecho la posteridad de los valientes guerreros que por espacio de dos siglos defendieron á
Antioquía contra todas las fuerzas de los musulmanes.
Después de haber escrito al conde de Trípoli una carta llena de amenazas, el sultán del Cairo le envió una
embajada, y él mismo tomó pai te en ella en calidad de heraldo, pues quería examinar las fortificaciones y
medios de defensa con que contaba la plaza; en las conferencias que se verificaron, los embajadores musul
manes dieron en un principio á Bohemundo el título de conde ; este reclamó el de príncipe, y la discusión se
animó hasta que Bibars hizo señal á los suyos para que cediesen. Al hallarse el sultán en medio de su ejér
cito reía con sus emires desemejante aventura y les decía : Esíeesel momento en que Dios maldecirá al prin
cipen al conde ; sin embargo de esto concluyó una tregua con Trípoli, preveyendo que un tratado de paz ser
viría para disímularel proyecto de otra guerra, y que no tardaría en hallar ocasión para violar la tregua con
ventaja.
Como hemos dicho, Bibars amenazaba á todos sus enemigos á la vez y solo enviaba embajadores á los cris
tianos para espresarles la cólera que le animaba. El rey de Chipre habia entregado á los tártaros algunos di
putados musulmanes que habían caidoen su poder, y el sultán le envió á pedir una reparación del ultraje
hecho al islamismo ; el historiador Mohi-Eddin que formaba parte de la embajada, dirigió al príncipe cris
tiano palabras de altivez y de desprecio, siguiendo las instrucciones del sultán ; dicho historiador añade : «De
repente el príncipe me miró con cólera, y me mandó decir por el intérprete que mirase detrás de mí ; volví en
efecto la cabeza y vi en la plaza á todas las tropas del rey formadas en batalla; el intérprete no olvidó el
hacerme reparar su numero y su marcial continente ; entonces bajé los ojos, y después de haberme prometido
respetar mi carácter de embajador, dije al rey que en efecto había muchos soldados cristianos en la plaza,
pero que habia mas aun en las cárceles del Cairo; al oír estas palabras el rey mudó de color, y haciendo la
señal de la cruz, aplazó la audiencia para otro dia. »
Mientras todos los cristianos de oriente temblaban al solo nombre de Bibars, este se ocupaba sin cesar en
preparar los medios de atacar y reducir las ciudades que quedaban aun en pié en las costas de la Siria y do
la Palestina; siendo principalmente el objeto de su ambición la conquista y destrucción de Tolemaida; sin
embargo dudaba antes de descargar los últimos golpes contra el poder que por tanto tiempo fué el espanto de
las naciones musulmanas; no podía olvidar que los peligros de los cristianos habían varias veces armado a|
occidente en masa, y esta sola idea le retenia en la inacción ; de modo que los tristes restos de las colonias
cristianas de Asía se hallaban aun defendidos por la reputación guerrera de los pueblos de Europa y por el
recuerdo de las primeras cruzadas.
La fama habia llevado á la otra parte de los mares la noticia de tantos desastres ; el arzobispo de Tiro, los
grandes maestres del Temple y del Hospital habían venido á occidente para hacerse ecos de las súplicas de
las ciudades cristianas de la Siria, mas á su llegada la Europa parecía muy poco dispuesta á escucharlas ; el

(1) Makrifi.
61
482 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
pnpa Clemente había exhortado á los reyes de Castilla, de Aragón y de Portugal á armarse para la defería
de los santos lugares y había concedido indulgencias y décimas (1); en vano se predicó una cruzada en Ale
mania, en Polonia y en las comarcas mas apartadas del norte ; los habitantes de aquella parle de la Europa
solo mostraron indiferencia por unos acontecimientos que sucedían tan lejos de su pais ; el rey de Bohemia,
el marqués de Brandeburgo y algunos señores que habian tomado la cruz, no se apresuraron á cumplirsus
juramentos ; ningún ejército se ponia en marcha y lodo se reducía á predicaciones y á vanos preparativos.
En el reino de Francia los oradores sagrados habian deplorado las desgracias de la Tierra Santa, sin lograr
despertar en los corazones el celo y el entusiasmo de los cruzados ; la poesía se había unido á la elocuencia
sagráda, mas ni los cantos de los poelas ni las exhortaciones de los pastores de la Iglesia podian arrastrar e|
espíritu de los fieles; en un serventecio que ha llegado hasta nosotros, un trovador contemporáneo parecía
echar en cara á la Providencia las derrotas de los cristianos de la Palestina, y en su delirio poético se aban
donaba á una desesperación que tendría en el dia lodos los visos de impiedad : a La tristeza y el dolor, escla
ma, se han apoderado de mi alma, de tal modo que me siento desfallecer; la cruz está abatida ; la cruz ni
la fé ya no nos escudan, ni nos guian contra los turcos, á quienes Dios maldiga, ¿mas no se podría creer, al
menos en cuanto á lo que el hombre puede juzgar, que Dios protege para Dueslra pérdida á aquel pueblo
infiel?
» Y no penséis que el enemigo se detenga después de tantos triunfos ; al contrario, ha anunciado pública
mente que no dejará en Siria ni á un solo hombre que crea en Jesucristo ; que hasta el templo de Santa
María será convertido en mezquita; mas puesto que el Hijo de Maria,á quien tal afrenta debería afligir, lo guie-
re ; puesto que esto le complace, ¿por qué no debe complacernos también á nosotros ?v
« Loco es pues quien se opone á los sarracenos, cuando Jesucristo nada les niega, cuando han conseguido
vencer, y continúan venciendo, lo que me mata, á los francos y á los tártaros, á los armenios y á los persas;
lodos los dias llevan para nosotros una nueva derrota, pues aquel Dios que tenia por costumbre velar, ahora
duerme; Mahoma obra con lodo su poder é impulsa al feroz Bibars.»
Tan estrañas declamaciones no espresaban sin duda los verdaderos sentimientos de los fieles, pero puede
creerse que en un tiempo en que los poetas hablaban de este modo, los ánimos se hallaban poco dispuestos á
las santas espediciones de ultramar: el trobador que acabamos de citar aconseja no hacerla guerra á los
musulmanes y declama con amargura contra el papa que vendia á Dios y las indulgencias para armar á los
francos contra la casa deSuabia ; en efecto las cuestiones suscitadas con motivo de la sucesión del reino de
Nápoles ocupaban en aquel entonces toda la atención de la sania sede, y la Francia no permaneció estraña á
las mismas.
Hemos hablado ya de las escómuniones y penas eclesiásticas lanzadas con tanta frecuencia contra Federico
y toda su familia ; los sumos pontífices quisieron unir la fuerza de las armas á la autoridad que les daba I)
Iglesia y el derechode los conquistadores sobre un reino tan vecino de la capital, pero como carecían de la
esperiencia guerrera y á sus capitanes les faltaba también la pericia y el valor, sus ejércitos fueron vencidos;
la corte de Roma, humillada en el campo de batalla, se vió obligada á reconocer el ascendiente de la victoria,
y en esta lucha profana perdió algo de aquel poder espiritual que la hacia tan formidable.
De la familia de Suabia solo quedaban Manfredo, hijo natural de Federico, y su nieto Coradino, muy niño
todavía ; Manfredo, que reunía la habilidad y el valor de su padre, habia puesto en muy buen lugar la domi
nación germánica en Italia, y desafiaba el poder y las armas de los pontífices ; habíase apoderado de la Mar
ca de Ancona y de muchas tierras del estado eclesiástico; y citado ante el tribunal de Urbano VI para justifi
carse de los actos de crueldad de que era acusado, habia despreciado la intimación del sumo pontífice;
entonces el jefe déla Iglesia dirigió á todos los fieles una manifestación en la cual hacia cargos al tirano de Si
cilia de la destrucción de la ciudad de Arca, del asesinato de varios grandesde Sicilia, de la violación de los
interdictos eclesiásticos, de su alianza con los musulmanes, cuyas costumbres habia adoptado; mas por toda
contestación Manfredo trataba de hacerse dueño de Vilerbo, donde residían el papa y los cardenales.
Desesperando la corte de Roma de conservar para sí el reino de Sicilia prometido á los que emprendiesen
la conquista; la corona de Manfredo fué ofrecida primeramente al rey de Inglaterra para su hijo Edmundo;

(1) El continuador de Mateo Parí» y Mateo de AVestminster, añoU68 y 1289.


LIBRO DEC1M0SEPTIM0.-1 268-4 271. 483
mas Enrique Ilf, en cuestiones con sus propios subditos y prisionero desús barones, no podia secundar las
pretensiones de su hermano Ricardo al imperio, ni las de su hijo al trono de Sicilia, así es que el sumo pon
tífice puso sus mirasen Carlos de Anjou, á quien su esposa Beatriz habia llevado en dote el condado de Pro-
venza y cuyo poder se estendia mas allá de los Alpes. Carlos de Anjou, educado como Luis IX por la rei
na Blanca, no tenia el carácter ni los sentimientos del santo monarca; el uno introducía en la política todas las
virludas de la religión, mientras el otro mezclaba en la religión todas las pasiones de la política ; Luis apenas
|>odia convencerse de la legitimidad de las conquistas hechas por sus abuelos, y la posesión de la Normandía
y del Poitou turbaba muchas veces su conciencia ; la filosofía religiosa del santo monarca no se avenia con las
grandezas humanas, y si hemos de creer las tradiciones históricas, habia abrigado el proyecto de bajar del
tronode Carlomagno y de Felipe Augusto para sepultarse en un monasterio de Santo Domingo: Carlos por el
contrario solo temia perderlas provincias que la fortuna le habia dado; solo pensaba en aprovechar todas las
circunstancias y emplear todos los medios para engrandecer sus estados,mientras su hermano, uno de los mas
grandes monarcas de la cristiandad envidiaba la paz, la pobreza y el hábito de los cenobitas, él solo aspira
ba á ceñir su frente con una corona y á ser contado entre los soberanos de la tierra. La ambición del duque
de Anjou era además escitada por su esposa Beatriz, á quien se habia visto llorar por no ser reina como sus
tres hermanas, y que consintió fácilmente en vender sus joyas para una guerra de la cual esperaba la rea
lización de sus deseos ; los escrúpulos de Luis IX suspendieron durante algún tiempo los planes de la santa
sede, mas Clemente IV, sucesor de Urbano, hizo nuevas tentativas, y elpiadoso monarca se dejó arrastrar
por las súplicas de Carlos y sobre lodo por la esperanzado que la conquista de la Sicilia seria útil con el
tiempo á la defensa de la Tierra Santa.
El conde de Bethune y muchos señores y caballeros franceses acompañaron á Italia al duque de Anjou, el
cualdespues de ser coronado en Roma por dos cardenales entró en el reino de Nápol es seguido de un ejército
formidable y precedido de los anatemas de la santa sede ; los soldados de Carlos llev aban una cruz y com
batían en nombre de la Iglesia ; los sacerdotes exhortaban á los combatientes y les prometían la espiacion
desús pecados; Manfredo sucumbió en esta guerra, á la que se daba el nombre de guerra santa, y perdió
la corona y la vida en la batalla de Cosenza (1).
Libre el papa de los cuidados de esta cruzada, se ocupó de la de ultramar, y sus legados instaron á unos
príncipes para que tomasen la cruz y á otros para que cumpliesen su juramento; Clemente no olvidó escri
bir á Miguel Paleólogo para que manifestase por fin la sinceridad de sus promesas ; Carlos, que se habia de
clarado vasallo del papa á quien debía su reino, recibió también varios mensajes representándole los peligns
do la Tierra Santa y lo que debia á Jesucristo ultrajado por las victorias de los musulmanes, mas el nuevo
rey de Sicilia se contentó con enviar un embajador al sultán del Cjiro y con interceder cerca de 13 ibais para
los desgraciados habitantes de la Palestina ; el sultán contestó á Carlos que no rechazaba su intercesión, pe
ro que los cristianos se destruían con sus propias manos; que ninguno de ellos tenia poder bastante para ha
cer respetar los tratados y que el mas pequeño deshacía continuamente lo que habia hecho el mas grande ; Bi-
bars envió á su vez embajadores á Carlos, mas que para seguir negociaciones, para conocer el estado y dispo
siciones de la cristiandad.
El jóven Coradino se aprestaba para disputar á Carlos de Anjou la corona de Sicilia, y como á rey de Je-
rusalen y deseando hallar ausiliares envió una embajada al sultán de Egipto para conjurarle á que protegiese
sus derechos contra su rival ; en la contestación trató Bibars de consolar á Coradino y sin duda vió con placer
reinar la división entre los príncipes de occidente.
En el estado en que se hallaba entonces la Europa, solo un monarca se ocupaba formalmente de la suerte
de las colonias cristianas de Asia ; el recuerdo de una tierra en que había habitado, y la esperanza de vengar
el honor de las armas francesas en Egipto, dirigian todos los pensamientos de Luis IX hácia una nueva cru—
rada (2) ; sin embargo, no dejaba traslucir sus designios, y este gran proyecto, dice uno de sus historiado
res (3) se formaba, por decirlo así, entre Dios y él ; Luis consultó al papa, quien vaciló en contestarle, te—

(I) 16 de febrero de 1266.


,S) Guillermo de Nangís.
(3) Historia de San Luis por Fillcau de la Chaitf.
484 HISTORIA DK LAS CHUZADAS.
miemlo los peligros de su auseDcia para la Francia y para la Europa ; la primera caria de Clemente (1) tenia
por objeto desviar al monarca francés de tan peligrosa empresa, mas consultado de nuevo el sumo pontifiw,
no tuvo los mismos escrúpulos, y creyó deber animar á Luis IX en su idea, persuadido, decia, deque esta idea
se la habia inspirado Dios.
Sin embargo, el objeto de esta negociación permanecía envuelto en el mas profundo misterio ; Luis IX te
mía sin duda que anunciando su proyecto de antemano, perjudicase la reflexión al entusiasmo que leerá
necesario para lograr sus fines, y que se formase en su corte y en el reino una poderosa oposición contra la
cruzada ; creia que anunciando de repente su proyecto en el mismo momento de la ejecución, haría mayor
impresión en los ánimos, arrastrándolos mas fácilmente á seguir su ejemplo. A mediados de la cuaresma fui1
convocada en París con gran solemnidad una asamblea de los barones, señores y prelados del reino; en esta
convocación no habia sido olvidado el fiel Joinville, el cual, según dice en sus memorias, preserüia que Luis
no lardaría en cruzarse, y lo que le habia inspirado este presentimiento, era haber visto en sueños al rey de
Francia revestido con una casulla encamada de sarga de ñeims, lo que significaba la cruz ; su capellán es
pigándole este sueño, manifestó que el ser la casulla de sarga de Reims anunciaba que la cruzada seria una
muy pequeña hazaña.
Reunido el gran parlamento del reino en una sala del Louvre el dia 23 de marzo, entró el rey llevando en
la mano la corona de espinas de Jesucristo, así es que á su entrada toda la asamblea pudo ya conocer las in
tenciones del monarca ; en un discurso dicho con gran uncioo, Luis representó las desgracias déla Tierra
S.inta, declaró que estaba resueltoá marchar ásuausilío, y acabó exhortando á cuantos le escuchaban á to
mar la cruz; cuando hubo cesado de hablar, un silencio profundo y sombrío espresó á la vez la sorpresa y
el dolor de los barones y prelados y su respeto por la voluntad del santo monarca (2).
El legado del papa, cardenal de Santa Cecilia, habló despuesde Luis IX, y en patética exhortación invitó
á los guerreros franceses á tomar las armas contra los infieles; Luis recibióla cruz de manos del cardenal, y
su ejemplo fuó seguido por tres de sus hijos; veíase con enternecimiento á Juan, conde de Nevers, el mas jo
ven deestos príncipes, nacido en Egipto en medio de las calamidades de la cruzada anterior; en seguida el
legado recibió el juramento de muchos prelados, condes y barones; entre los que tomaron la cruz en presencia
de Luis y en los días siguientes á esta predicación, la historia cita á Juan, conde de Bretaña, á Alfonso de
Brienne, á Tebaldo rey de Navarra, al conde de Artois, hijo de Roberto muerto en Mansourah, al duque de
Borgoña, á los condes de Flandes , de Saint—Paul, de la Marche y de Soissons, á los señores de Monlmoreo-
cy, de Pienne, de Nemours etc. ; las mujeres manifestaron igual celo; la condesa de Bretaña, Yolanda de
Borgoña, la señora de l'oitíers, Juana de Tolosa, Isabel de Francia, Amiria de Courteney y muchas otras, re
solvieron seguir á sus esposos en la espedicion de ultramar, mas la reina Margarita que no había echado en
olvido cuanto habia sufrido en Damieta durante el cautiverio de Luis IX. no tuvo valor bastante para tomar la
cruz ó ir á oriente en busca de nuevos peligros ; también so instó vivamente al señor de Joinville para que se
alistase bnjo las banderas de la cruzada, pero el buen senescal resistió á cuantas instancias se le hicieron,
alegando las grandes pérdidas que sus vasallos habían sufrido durante la primera espedicion ; el senescal re
cordaba igualmente las predicciones de su capellán, y si bien hubiese deseado acompañar al rey á quien
amaba sinceramente, no se habia repuesto aun de los terrores que esperimentó en Egipto, y por nada del
mundo habría vuelto al pais de los musulmanes.
La resolución de San Luis, que se presentía desde mucho liompo, derramó la consternación por todo el
reino, pues no sin grande aflicción podía verse la partida de un príncipe cuya sola presencia mantenía la pa*
el órden y la justicia ; además la salud del rey se hallaba muy debilitada y se temía que no pudiese soportar
los peligros y fatigas do una cruzada ; el dolor público se aumentaba viendo que partía con sus hijos; ta
desastres de la primera espedicion á Egipto estaban grabados en la memoria de los pueblos ; recordábase el
cautiverio de toda la familia real, y temiéndose mayores desgracias para el porvenir, Joinville no vaci'a eu
asegurar que los que habían aconsejado al rey el viaje de ultramar habian pecado mortalmeníe (3).

(1) Cartas de Clemente, en Dnchesne, epist. CCLXIX .


(i) Anales de San Luis, pág. 269, edición del Lonvre, y Godofredo de Bcaulicu, cap. XXX VIH.
(3) Véase Raynaldi ad. ann. 1267, núm. SI y sig.
LIBRO DECIMOSEPTIMO.— 1268-1271. 485
Sin embargo no se oian quejas ni murmullos conlra Luis IX ; el espíritu de resignación «jue era una de
las virtudes del monarca, pa recia haber pasado al alma de todos sus subditos, y para servirnos de las mismas
espresiones de la bula del papa, los franceses veian en la conducta del rey un noble y doloroso sacrificio he
cho á la causa de los cristianos, a la causa por la cual Dios habia sacrificado su único Hijo.
La resolución del rey produjo gran sensación en Europa y reanimé en los ánimos los restos del antiguo
entusiasmo por las cruzadas ; como él era el jefe de la espedicion, muchos guerreros quisieron dividir la honra
de combatir bajo sus banderas; la confianza que inspiraban su prudencia y sus virtudes tranquilizaba en
cierto modo los ánimos contra los peligros de las espediciones lejanas, y daba á los pueblos cristianos esperan
zas que parecían haber perdido.
Clemente IV escribió al rey de Armenia consolándole de los males que habia sufrido durante la invasión
de los musulmanes, y para anunciarle que los crislianosde oriente no tardarían en recibir grandes socorros.
Abaga, kan de los tártaros, empeñado entonces en una guerra contra los turcos del Asia Menor, envió em
bajadores á la corte de Moma y á muchos príncipes de occidente (1) ; proponiéndose atacar á los mamelucos
ib acuerdo con los francos y arrojarles de la Siria y del Egipto; el papa recibió con gran solemnidad á los
embajadores mogoles (i) y les dijo que iba á embarcarse para oriente un ejército mandado por un gran mo
narca, que habia sonado la hora fatal para los musulmanes y que Dios bendiciria á su pueblo y á todos los
aliados de su pueblo.
Ocupado sin cesar Luis en su espedicion habia fijado la marcha para el año 1270, así es que debían trans
currir cerca de tres años antes que pudiesen llegar á oriente los socorros anunciados por el sumo ponlíGce,
para el transporte de los cruzados se pidieron buques á las repúblicas de Génova y de Venecia ; en un prin
cipio negáronse los venecianos á proporcionárselos, pero viendo que los genoveses trataban de aprovecharse
de su negativa, enviaron embajadores para ofrecer una escuadra ; y celebróse un tratado en virtud del cual
so comprometieron á proporcionar quince buques para el transporte y á armar otros quince á sus espensas
por espacio de un año (3) ; sin embargo, este tratado quedó sin efecto y después de muchas negociaciones en
que Venecia manifestó mayor espíritu de rivalidad conlra Génova, que zelo por la cruzada, se uegó á contri
buir al embarque del ejército cristiano, temiendo menos la cólera de Luis IX que la del sultán del Cairo que
podía arruinar sus establecimientos de oriente ; finalmente los genoveses se obligaron á prestarlos buques
necesarios para la espedicion.
La dificultad mayor era hallar el dinero necesario para los preparativos de la guerra ; hasta entonces las
décimas impuestas al clero habían cubierto los gastos de la cruzada, pues era opinión general que una guerra
santa debia ser pagada por los hombres de la Iglesia y consagrados á los aliares de Jesucristo; Urbano IV,
antecesor de Clemente, habia ordenado en lodo el occidente la imposición de una centésima sobre lodas las ren
tas del clero, y además la corte de Roma permitía distribuir indulgencias á proporción de lo que se daba á mas
del tributo exigido, lo que parece un comercio de las cosas sanias; el clero de Francia ha biu dirigido al papa
muchas reclamaciones que habian quedado sin efecto, y el papa Clemente en sus cartas echaba en cara á las
iglesias de Francia su oposición á la percepción do las décimas.
Al saberse la resolución de Luis IX la santa sede recurrió á los medios acostumbrados, y sin consideración
á quejas, que no carecian de fundamento, dió órdende pagar una décima durante tres años ; entonces redo
bló la oposición del clero, y pensando mas en la defensa de sus rentas que en la libertad do la Tierra banta,
hizo llegar sus reclamaciones al rey al mismo liempo que envió embajadores á Roma, encargados de esponcr
la profunda miseria en que so hallaba sumida la Iglesia de Francia por las cargas que sobre ella pesaban (4):
los diputados representaron al sumo pontífice que las exacciones de los últimos tiempos se hacian cada día
mas intolerables y que los bienes del clero ya no bastaban para los gastos del culto y manutención de los po
bres de Jesucristo ; añadieron que la injusticia y la violencia habian separado antiguamente la Iglesia griega
de la romana, y que si se empleaban nuevos rigores producirian necesariamente nuevos cismas; dijeron

(1) Ibn-Ferat cuenta que se alió con el rey do Aragón y que ambos monarcas se dieron cita en Armenia.
(?) Anales ecles. adann. 1 J67, núm. 70 y sig.
(8) Historia de San Luis por Ftlleau déla Cbaise. Hist. de Venecia por Mr. Daru.
(4) Raynaldi,Spicilego,tom. XIII, pag.211; Suplemento de Raynaldi, lib. LX1X, núm. 42; Historia eclesiástica, por Fleury y Ac
ias de Rymcr.
486 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
lambien que si la mayor parte de Us cruzadas y sobre todo la espedicion da San Luis habían tenido tan des
graciado éxito, debía atribuirse á que se habia despojado el santuario y arruinado las iglesias, y por último
anunciaron para el porvenir calamidades aun mayores que las que se habían visto.
Semejante discurso debia escítar la cólera del sumo pontífice; así es que Clemente en su contestación echó
en cara á los diputados y á los que los enviaban su indiferencia por la causa de los cristianos y una avaricia
que les hacia negar susuperfiuo por una guerra en que tantos príncipes y guerreros ilustres sacrificaban su
vida; mostróles la escomunion pronta á castigar una resistencia culpable y amenazóles con privarles délos
bienes que rehusaban dividir con Jesucristo.
El clero vióse obligado á obedecer y condenado á pagar la décima durante cuatro años ; además el paja
permitió disponer de todas las sumas legadas por testamento para el socorro de la Tierra Santa , y puso á su
disposición el dinero que diesen cuantos se habían cruzado y deseaban ser dispensados desu voto, lo que de
bió producir una cantidad considerable, pues al paso que se daba la cruz á todo el mundo, á nadie se negaba
la dispensa.
Luis IX no despreció los recursos que tenia como á rey de Francia ; én aquella época, en que no eran co
nocidos los impuestos regulares, los reyes solo contaban para sostener el brillo de la diadema, con las ren
tas desús dominios (1); mas a fin de subvenir á los gastos que debia hacer en aquella ocasión, recurrió el
monarca al impuesto conocido con el nombre de capitación, y que según las costumbres feudales, exigíanlos
señores soberanos de cada uno de sus vasallos en circunstancias eslraordinarias ; impúsose una contribución
á los ciudadanos y á los campesinos, y siguiendo la opinión de los párrocos se eligieron doce hombres entre
los mas honrados de cada parroquia, quienes después de jurar observar la mas estríela neutralidad, impu
sieron la cuota á cada uno según sus facultades, no librándose ellos tampoco de la ley común (2). El uso no
solo autoriza al rey para cobrar esta contribución á causa de la cruzada, sino que además tenia el derecho de
hacerlo con motivo de una ceremonia, en aquel /entonces muy importante, en la cual, Felipe su hijo
primogénito debia ser armado caballero ; el impuesto, pues, fué exigido en nombre de la caballería y de la
religión, y fué pagado sin murmurar por haber Luis confiado su percepción á hombres conocidos por su rec
titud.
Al recibir Felipe la espada de caballero, los franceses y sobre todo los parisienses manifestaron su amor ¡i
Luis IX y á su familia con festejos y diversiones públicas; todos los trabajos cesaron en París durante mu
chos días; todos los habitantes habían adornado las fachadas de sus casas con ricas tapiceraís; infinitos fa
roles de colores colocados en las ventanas reemplazaban la luz del día ; el aire resonaba con gritos de alegría;
toda la nobleza de las provincias acudió á la capital para asistirá los espectáculos y fiestas que se celebraron,
y mas de sesenta señores recibieron con el joven príncipe la espada de caballero de manos del rey ; el gasto
de estas fiestas fué satisfecho por el monarca. En medio de los torneos, de los combates de barreras y de los
juegos en que mostraban su destreza los arrogantes paladines, no quedó olvidada la cruzada ; y el legado
del papa pronunció en la isla de San Luis un discurso sobre las desgracias de la Tierra Santa, quedando el pue
blo vivamente conmovido por las exhortaciones del prelado ; muchos caballeros lomaron la cruz, y en esta
circunstancia Luis IX adquirió á la vez dinero para el mantenimiento de su ejército y soldados para la guer
ra santa.
Mientras que la Francia entera se ocupaba de la espedicion de ultramar, predicábase la cruzada en los de
más países de Europa ; en Norlhampton, en el condado del mismo nombre, se reunió un concilio al cual asis
tieron la mayor parte de los barones de Inglaterra para oir las exhortaciones del enviado de la corte de Roma.
El conde de Leicester habia perdido la vida en una batalla decisiva, y la liga de que era jefe, nada podía ya
emprender contra la autoridad real (3) ; el hijo primogénito de Enrique II), el príncipe Eduardo, cuyo valor
habia triunfado de los rebeldes, ya fuese que la piedad de San Luis hubiese escitado su celo, ya que quisiese
cumplir el voto que su padre habia renovado tantas veces, tomó la cruz de manos del legado, y los compa
ñeros de sus victorias y los señores que habia vencido, se apresuraron á seguir su ejemplo ; el belicoso ardor

(1) Prefacio de los t. XV, XVI y XVII de las Ordenanzas del Louvre por M. de Pastoret.
(2) Espicilego, t. Ilpág. 108.
[3] Mat. de Woslminster, Flor, histor. ad ann. 1826 y el t. II de las Cartas deClemente IV, cp. CCV.
LIBRO DECIMOSEPTIMO.— 1268-1271 . 487
que por tanto tiempo había destrozado el seno de de la patria volvióse de repente contra los infieles, y con
gran beneficio para un reino estenuado por tantas calamidades, todas las pasiones de una guerra civil se di
rigieron entonces hácia la nueva cruzada; el mismo entusiasmo se manifestó en el reino de Escocia, donde
Juan de Bailleul y muchos señores se alistaron bajo las banderas de la guerra de oriente.
Cataluña y Castilla contribuyeron también con un gran número de cruzados ; el rey de Portugal y Jaime,
rey de Aragón, tomaron la cruz; doña Sancha, hija del monarca aragonés, habia partido hácia aquel tiempo
á Jerusalen, muriendo en el hospital de San Juan después de haberse consagrado al servicio de los enfermos
y peregrinos. Don Jaime habia vencido repetidas veces á los moros, pero ni sus hazañas contra los infieles,
ni el recuerdo de una hija mártir de la caridad cristiana, no sostenían su piedad contra ías pasiones munda
nas, y 6us vergonzosas relaciones con Berenguela escandalizaban á la cristiandad.
El papa, á quien comunicó su designio de partir á la Tierra Santa, contestóle que Jesucristo no podia
aceptar los servicios de un príncipe que todos los días le crucifica con sus pecados (1) , mas el rey de Aragón,
por una estraña reunión de sentimientos opuestos, no quiso ni renunciar á Berenguela ni abandonar su pro
yecto de combatir á los infieles en oriente, y renovó su juramento en Toledo en una gran asamblea á la que
asistían los embajadores del kan de los tártaros y del rey de Armenia; en una disertación española (2) sobre
las cruzadas, leemos que Alfonso el Sabio, no pudiendo marchar á oriente, dio al rey de Aragón cien hombres
y cien mil maravedises de oro ; la órden de Santiago y otras que habían acompañado varias veces en sus ba
tallas al vencedor de los moros, contribuyeron también con hombres y dinero; la ciudad de Barcelona les
ofreció ochenta mil sueldos barceloneses, Mallorca cinco mil sueldos de plata y dos tiuques equipados ; la es
cuadra compuesta de treinta galeras y de otras embarcaciones menores, en la cual iban embarcados ocho
cientos hombres de armas y veinte mil infantes, partió de Barcelona el dia 4 de setiembre de 1258, mas al
llegar á la altura de Mallorca fué dispersada por la tempestad, y parte de los buques llegaron al Asia y otros
se refugiaron en los puertos de Cerdeña ; la galera que montaba el rey de Aragón, fué arrojada á las costas
del Languedoc.
La llegada á Tolemaida de loscruzados aragonés (3), esmandados por un hijo natural de Jaime, infundió al
guna esperanza á los francos de la Palestina; según refieren las crónicas orientales un enviado del rey de
Aragón fué al encuentro del kan de los tártaros para anunciarle que el monarca español llegaría cuanto antes
con un ejército ; mas Jaime no llegó á Palestina, ya fuese porque los encantos de Berenguela le detuviesen en
occidente, ya que la tempestad que dispersó la escuadra le hiciese creer que el cielo'jse oponia á su peregri
nación; así como se le condenó por su partida, que era mirada como un despreciu á los consejos de la santa
sede, se le condenó por su regreso, atribuyéndolo á sus vergonzosas inclinaciones (4). También se suscitaron
murmullos contra el rey de Portugal , el cual habia cobrado las décimas y no abandonaba su reino.
Todos cuantosen Europa se interesaban porel éxito de la cruzada, tenian fijos los ojos en el reino de Nápo-
les, donde Carlos de Anjou hacia grandes preparativos para acompañar á su hermano al oriente; masaquel
reino recientemente conquistado debía ser otra vez teatro de una guerra encendida por la venganza y la am
bición ; en el estado de Ñapóles y de Sicilia, que tantas veces habia cambiado de dueño, sucedió lo que acos
tumbra acontecer después de una revolución ; las esperanzas defraudadas se convirtieron en odios; los esce-
sos inseparables de una conquista, la presencia de un eji'rcito orgulloso con sus victorias, y el gobierno vio
lento de Carlos, animaron á los pueblos contra el nuevo rey. Clemente IV creyó deberle dar un saludable
consejo : «Vuestro reino, le escribía, estenuado primeramente por los agentes de vuestra autoridad, es destro
zado ahora por vuestros enemigos ; la oruga destruye lo que se libró de la langosta ; el reino de Ñapóles y de
Sicilia ha tenido siempre hombres que lo asolasen, pero ¿donde se encuentran los que le defenderán (5)?»
Esta carta del papa anunciaba la tempestad que se formaba; muchos de los antiguos partidarios de Carlos
echaban de menos la casa de Suabia y fijaron sus esperanzas en Coradino, sucesor de Federico y de Conra-

(1) Raynaldi ad. ann. 1266, núm. 27.


(2¡ Su autor D. Fernando de Crevarctte.
(3) Ibn-Ferat menciona la llegada de loscruzados aragoneses
(4) Crónica de Simón de Monfort.
(6) Raynaldi, ad ann. 1263, núm. 36.
488 1IIST0RIA DE LAS CRUZADAS.
do;este prínei|)e salió de Alemania con un ejército y entró en Italia, fortificándose en su marcha con el par
tido de losgibelinos y de cuantos había exasperado la dominación de Carlos; la Italia entera ardía en el fuego
déla discordia, y el papa protector de Carlos, retirado en Vilerbo, no contaba para su defensa niasquecon
los rayos de la Iglesia.
Carlos de Anjou reunió sus tropas y salió al encuentro de su competido/" ; ambos ejércitos se encontraron
en la llanura do San Valentín, cerca do Aguila ; el de Coradino fuó totalmente destruido y el jóven principe
ca yó en poder del vencedor. La posteridad no ha perdonado á Carlos el haber abusado de su victoria hasta el
punto de hacer condenar y decapitar á su enemigo vencido y desarmad» (I) ; despuesde esta ejecución la Si
cilia y él país de Nápoles quedaron entregados á lodos los furores de una tiranía celosa y suspicaz, puesta
violencia llama la violencia y los grandes crímenes no van nunca solos en política. De este modo se preparaba
Carlos para la cruzada, mientras quo por otra parle la Providencia le deparaba terribles catástrofes: «En
tanto es verdad, dice un historiador, que Dios da muchas veces los reinos para castigar así á los que eleva
como á los que somete. »
(1269J Mientras sucedían en Italia estas sangrientas escenas, Luis IX continuaba su obra de la paz pú
blica y sus preparativos para la cruzada ; el santo monarca no ignoraba que el modo mas seguro de endulzar
los males de la guerra y los que podia traer su ausencia, era formar buenas leyes, así es que dió varias or
denanzas, cada una do las cuales era un monumento de su justicia ; la mas célebre entre todas es la prag
mática sanción, la cual teniendo por objeto reglamentar las elecciones eclesiásticas, mantener las antiguas in
munidades de las iglesias, y defender los derechos y bienes del clero contra las pretensiones del gobierno ro
mano, fué andando el tiempo la base de las libertades galicanas; Luis IX se ocupaba también en elevar aquel
monumento de legislación al cual la posteridad ha dado su nombre, y cuyo espíritu de sabiduría y de equidad
sirvió de modelo y de guia á los hombres que en las sucesivas edades trataron de reformar y mejorar las le
yes del reino.
El conde de Poitiers que debía acompa&ar á su hermano, trabajaba al mismo tiempo para pacificar sus
provincias, é hizo varios reglamentos para el mantenimiento del órden público , ocupóse sobre lodo en abolir
la servidumbre, (enieudo por máxima, decia, que los hombres nacen libres, y que es prudencia hacer siem
pre volver las cosas ásu origen. Este escelente príncipe atrajo sobre sí las bendiciones de su pueblo y el amor
de sus vasallos, y aseguró la duración de las leyes que había formado.
Hemos dicho que el príncipe Eduardo, hijo primogénito de Enrique III, había jurado combatir á los infie
les, pero la Inglaterra, eslenuada por las guerras civiles, no podia soportar los gastos de tan lejana espedicion;
así es que Luis IX, que apreciaba como merecia el val-r del joven príncipe cruzado, y deseaba tenerse por
compañero de armas en la guerra santa se ofreció á prestarle setenta mil libras tornesas, de las cuales debían
pagarse veinle y cinco mil á Gaslon, vizconde de Bearn, quien habia prometido seguir á Eduardo á la cruzada:
en garantía de la suma prestada, el hijo de Enrique III obligaba las reñías de la Guyena, sus dominios pe
liculares, y además daba en prenda á uno de sus propios hijos, jurando al mismo tiempo que mientras du
raría la santa peregrinación obedecería al rey de Francia de buena fé, lo mismo que uno de los barones de >u
reino (2).
Acercábase la época señalada para la marcha de la espedicion; por órden del legado, los párrocos en sus
respectivas parroquias habian lomado el nombre de los cruzados (3) para obligarles á llevar públicamente i)
cruz ; y lodos habian sido advertidos que se hallasen prontos á embarcarse á mediados de mayo de 1270; se
gún el uso seguido en las cruzadas, Luis hizo su testamento, legando á Inés, la menor de sus hijas, diez mil
francos para contraer matrimonio, y cuatro mil á la reina Margarita ; el monarca confió la administración de
su reino durante su ausencia á Mathieu, abad de San Dionisio, y á Simón, señor de Nesle; habia escrito á to
dos los señores que debían seguirle á oriente, recomendándoles reunir á sus caballeros y hombres de arma-':
mas como el entusiasmo religioso no era bástanle fuerte para hacer olvidar los intereses terrenales, mucb*
señores que habian tomado la cruz, temieron verse arruinados en la guerra santa, y la mayor parle vacila-

(I) Manuscrito de Jordán,


(i) Biblioteca délas Cruzadas.
..!) Historia de Sao Luis por Filleao de la Chaise, t. II pág. 6í.
LIBRO DECIMOSEPTIMO.-^ 27 (M 271. 489
ban en partir ; así es que Luis se obligó á satisfacer los gastos de su viaje y á mantenerlos á su costa durante
la guerra, lo que no se habia visto en las cruzadas de Luis VII y de Felipe Augusto; réstanos un precioso mo
numento de aquella época, como es la ordenanza en la que el rey de Francia establecía lo que debía pagar
á un gran número de barones y caballoros todo el tiempo que durase la guerra de ultramar.
Cada uno de los caballeros á quienes el rey concedía sueldo debia recibir una suma en proporción a
número de caballeros que le acompañaban ; el sueldo se acordaba por un año, cuyo año debia empezar cuando
los cruzados hubiesen llegado á tierra firme; el rey debia pagar la mitad de la suma convenida allí donde
el año comenzase, y la otra mitad cuando hubiese pasado la primera mitad del medio año , si los cruzados des
embarcasen en alguna isla, quedando mar á sus espaldas, el año empezaría el dio en que resolviesen que
darse en ella. El arzobispo de Reims y el obispo de Langres tenían cada uno once mil libras, y mandaban
sesenta caballeros, para el viaje de los cuales el rey debia tener pronto un buque; en el estado que tenemos
á la vísla observamos que los pactos no eran iguales en lodos ; se ve por ejemplo á Guillermo de Courtenay
y á Gil de Mailly recibir el uno para sí y diez caballeros dos mil doscientas libras, y el otro que conducía solo
seis caballeros, tres mil libras y el pasaje de ida y vuelta de los caballeros; ambos debían comer á espensas del
rey ; muchos no llevaban caballero alguno, y recibían ciento sesenta libras ; finalmente, según las cuentas
manuscritas del Tesoro de decretos el total de estos sueldos, llamados dones, ascendía á ciento setenta mil libras
tornesas, suma considerable si se añade á los gastos de manutención por ciento treinta caballeros que debían
sentarse en las mesas del rey, y los de transporte y pasaje por el séquito y equipajes de los señores mes-
nade ros.
En el mes de marzo Luis visitó la iglesia de San Dionisio, donde recibió las insignias de su peregrina
ción, y puso su reino bajo la protección de los apóstoles de Francia (1) ; el día siguiente á esta solemne cere
monia secelebró una misa para la cruzada en la iglesia de Nuestra Señora.de .París, á la cual asistió el monar
ca acompañado de sus hijos y principales señores de su corte, con los piós desnudos y llevando el hábito y el
bordón. Aquel mismo dia marchó á dormir á Vincennes y miró por última vez aquellos antiguos robles á
cuya sombra se complacía en hacer justicia a sus pueblos ; allí fué donde Luis se separó de la reina Margarita,
de la cual no se habia apartado jamás separación tanto mas dolorosa en cuanto recordaba muy tristes me
morias á las cuales se unian muy tristes presentimientos.
El pueblo y la corte se hallaban sumidos en la listeza, y lo que aumentaba el público dolor era la ignoran
cia en que se estaba sobre el punto á donde dirigiría Luis su espedicion, si bien se hablaba vagamente de las
costas de Africa ; el rey de Sicilia habia tomado la cruz sin tener el menor deseo de partir al Asia, así es que
en los consejos en que se deliberó sobre la empresa, hizo insinuar que debia atacarse Túnez, cuyo reino in
festaba el mar de piratas y cerraba el paso de la Palestina, siendo además el ausiliar del Egipto, y camino
para penetrar en esta región; tales eran las razones que se hacian valer, si bien la verdadera consistía en que
importaba al rey de Sicilia conquistar las costas de Africa y no alejarse demasiado de Italia. Para San Luis
la única razón que le impulsó á esta empresa, si hemos de creer á su confesor Godofredo de Beaulíeu, fué el
pensar poder convertir al rey de Túnez y conquistar un vasto pais para la fó cristiana; el mismo principé mu
sulmán, cuyos embajadores habían estado varias veces en Francia, habia hecho nacer esta idea, diciendo
que no deseaba otra cosa que abrazar la religión de Jesucristo, de modo que lo que quizás habia dicho para
evitar una invasión, fué precisamente lo que le atrajo la guerra ¡ Luis IX repetía con frecuencia] que consen
tiría en pasar toda su vida en un calabozo sin ver el sol, si á este precio se convirtiese el rey de Túnez y todo
su pueblo.
Mientras que Luisatravesaba su reino dirigiéndose á Aguas-Muertas donde debia embarcarse el ejército de
los cruzados, implorábase por todas partes para sus armas las bendiciones del cielo; el clero y los fieles, reu
nidos en las iglesias oraban por el rey y por sus hijos, y por cuantos le seguían; rogábase también por los
principes y señores estranjeros que habían tomado la cruz y prometían marchar á Oriente, como si con esto
se quisiese escitarles á apresurar su marcha.
Sin embargo la mayor parte no coniestó á este religioso llamamiento; el rey de Castilla que se habia cru
zado, tenia pretensiones á la corona imperial y por otra parte no podia olvidar el suplicio de su hermano Fe-

(I) Guillermo de Nangis, de Gestis Sancti Ludovici.


(86 y 37)
490 HISTORIA DE US CHUZADAS.
d¿rieo, inmolado por Carlos de Anjou ; los asuntos del imperio no solo retenían á los principes y señores ale
manes, sino quo además la muerte del joven Coradino habia de tal modo exasperado los ánimos en Alemania,
que nadie habia querido combatir b.ijolas mismas banderas que el rey de Sicilia. Tan negro atentado come
tido en medio de los preparativos de una guerra santa parecía presagiar grandes calamidades ; en esta dispo
sición creían los ánimos que el cielo se hallaba irritado contra los cristianos y que su maldición iba á caer
sobre las armas de los cruzados.
Al llegar Luis á Aguas-.Muertas no halló ni la escuadra genovesa ni tampoco los principales señores que
debían embarcarse con él (1); los embajadores de Paleólogo fueron los únicos que no se hicieron esperar, pues
en Constantinopla habia inspirado la cruzada un escesivo temor, temor mas activo que el entusiasmo de los
cruzados ; Luís habia podido preguntar al emperador griego por qué después de haber prometido enviar sol
dados, se limitaba con mandar embajadores, pero el santo monarca quedaba gran importancia á la conver
sión de los griegos y que creia en su buena fé, se contentó con tranquilizar á los enviados y come el papa Cle
mente acababa de morir, les envió al combate de los cardenales para terminar la reunión de ambas iglesias.
Los cruzados, arrastrados por las reiteradas exhortaciones y por el ejemplo de San Luis, se ponían en mar
cha en todas las provincias, dirigiéndose hácia los puerto» de Marsella y de Aguas-Muertas; no lardó Luis en
ver llegar al conde de Poitiers con muchos de sus vasallos ; los principales señores llevaban consigo la flor de
sus caballeros y de sus soldados, y muchas ciudades habían también enviado sus guerreros ; cada tropa tenia
su bandera y formaba un cuerpo separado con el nombre de una ciudad ó de una proviucia : veíanse en el
ejército cristiano los batallones de Beaucaire, de Carcasona, de Chalons, de Perigord etc. cuyos nombres si
bien escitaron vivamente la emulación, dieron lugar á querellas que con dificultad logró calmar la pruden
cia y firmeza de Luis. Llegaron igualmente cruzados de Cataluña, de Castilla y de otras varías provincias de
España ; y quinientos guerreros de la Grecia llenos de confianza en un jefe tal como Luis IX, fueron á reu
nirse con él, diciendo que su nación había estado siempre orgullosa de obedecer á los reyes de Francia. (2]
Autes de embarcarse el rey escribió de nuevo á los regentes del reino recomendándoles velar sobre las cos
tumbres públicas, librar á la. Francia de los malos jueces y administrar á todos y en particular á los pobres
una justicia pronta y exacta á fin de que el que juzga de los fallos humanos nada pudiese echarle en cara; tal
fué la última despedida de Luis á la Francia.
Pocos dias antes de partir el piadoso momrca hizo una peregrinación á Nu?stra Señora de Va u veri y á otros
lugares celebrados por su santidad; el mismo dia de la marcha y al prepararse para entraren el buque
mandó llamar á sus hijos Felipe, Juan y Pedro, y les dijo: ciYa veis como, siendo ya muy viejo, emprendo
por segunda vez el viaje de ultramar dejando á nuestra madre anciana y mi reyno lleno de prosperidades:
veis que por la causa de Cristo no vacilo en esponer mi vejez, así como he resistido á la desolación de todas
las personas que me eran queridas : sacriüco á Dios, riquezas hombres y placeres ; os llevo á vosotros consigo
lo mismo que á vuestra hermana mayor, y mi cuarto hijo hubiera venido también á leneralguna mas edad.»
Dirigiéndose en seguida á Felipe, añadió: «He querido deciros estas cosas, á fin de que cuando después de mi
muerte subáis al trono hagáis todo lo posible por Cristo y para la defensa de su Iglesia; haga el cielo que vues
tra esposa, ni vuestros hijos ni vuestro rey no os detengan en el camino de la salvación ! He querido daros es
te último ejemplo á vos y á vuestros hermanos, y espero que lo siguireis si las circunstancias lo exigen (2).»
Después de las rogativas y ceremonias uso, dióse á la vela la escuadra el dia 4 de julio de 4270 y el 8
del mismo mes arribó delante del puerto de Cagliari ; los habitantes de la isla de Cerdefia, aliados ó subditos
de Pisa, espantados de ver flotar el pabellón genovés con los cuales se hallaban en guerra, se negaron á re
cibir buque alguno en su puerto, y los pacíficos mensajes de San Luís solo pudieron obtener el permiso de
desembarcar los enfermos y de comprar algunas provisiones.
La escuadra esperó por espacio de ocho dias que se le reuniesen los buques dispersados por los vientos; en
la rada de Cagliari el rey de Fraucia y sus barones celebraron el último consejo para determinar en qué lu
gar y cómo abordarían en las tierras de los infieles. Es indudable que antes de esta época se habría delibe
rado sobre el objeto de la espedicion, pero también lo es que las resoluciones tomadas eran apenas conocidas
de los principales jefes.
(I) Hist. de San Luis porFHIeau de la Chaise, t. II, lib. XV, p. 6íS.
{1) Víase a Surio, Vita sancti Ludovici.
LIBRO DECIMOSEPTIMO.-1 270-1 271. 491
Las crónicas de aquel tiempo apenas hablan de esla última deliberación, tan grande era la indiferencia
sobre este punto ; es probable que muchos caballeros se opondrían al proyecto de llevar la guerra á las tier
ras de un principe que ningún mal habia hecho á los cristianos, mientras se dejaba en paz al soberano de
Egipto y de la Siria, el mas cruel azote de las colonias cristianas; algunos barones y sobre todo los obispos re
cordarían á la asamblea que al tomar la cruz los peregrinos habian hecho voto de ir á la tierra santa y no á
las desiertas orillus del Africa. Nuestros lectores no habrán olvidado lo que sucedió én la quinta cruzada y re
cordarán el ardor con que muchos señores y eclesiásticos se opusieron al proyecto de marchar contra Bizan-
cio y la inflexible severidad del jefe de la Iglesia para con los cruzados que, mirando á derecha ¿izquierda,
habian olvidado el camino de Jerusalen ; sin embargo hacia algún tiempo no sucedía lo mismo en la direc
ción de las guerras santas, y la idea de conquistar los muros de Sion no era mas que una circunstancia acce
soria de las espediciones de^ultramar : en las cruzadas anteriores los peregrinos habian combalido en Egipto
y el mismo Luis IX antes de visitar los santos lugares habia querido clavar los estandartes de la cruz en las
orillasdel Nilo, y ahora, arrastrado por las diestras insinuaciones del rey de Sicilia y con la esperanza de con
vertir á un príncipe musulmán adoptaba en unión desús barones el proyecto de sitiar Túnez, y creia hacer
una cosa agradable á Dios desembarcando en las ruinas de Carlago.
En la costa occidental del Africa, frente de la Sicilia, se halla una península descrita por Estrabon, cuya
circunferencia es de trescientos cuarenta estadios ó sean cuarenta y dos millas; esta península se adelanta
en el mar entre dos golfos; de los cuales el de occidente ofrece un cómodo puerto, mientras que el otro, en
tre el oriente y el mediodía, comunica por medio de un canal con un lago que se estiende en un espacio de
tres leguas tierra adentro, y que los geógrafos modernos llaman la Goleta; allí se levantó la rival de Roma,
cuyo recinto tocaba en ambas orillas del mar ; las conquistas de los romanos ni los estragos de los vándalos no
habian podido arruinar enteramente aquella ciudad floreciente, mas en el siglo séptimo invadida y desolada
por los sarracenos solo ofrecía un montón de ruinas; unas cuantas casuchas en el puerto, llamadas Marza ,
una torre en la punta del cabo, un castillo bastante fuerte en la colina de Byrsa, era cuanto quedaba de una
ciudad que reinó durante tanto tiempo en todas las costas africanas, que amenazó repetidas veces á la Italia
y cuyas escuadras cubrían el Mediterráneo (1).
A cinco leguas de aquel sitio, hácia el oriente y el mediodía, un poco mas alti del golfo de la Goleta, se
elevaba una ciudad llamada en la antigüedad Tynsis ó Tyni"sa, y actualmente Túnez, de la cual se apoderó
Escipion antes de la conquista de Cartago. Túnez se habia engrandecido con la ruina de otras ciudades, y en
el siglo décimotercero competía por su riqueza y población con las mas florecientes del Africa ; contábanse
en ella diez mil casas y tres grandes arrabales ; los despojos de las naciones, los productos de un comercio
inmenso la habian enriquecido, y cuanto puede inventar el arte de las fortificaciones sé habia empleado pura
su defensa.
La costa en que se elevaba Túnez fué teatro de grandes revoluciones, cuya relación nos ban trasmitido les
antiguos historiadores, ejemplo que no ha seguido la historia moderna con las revoluciones de los sarracenos;
tanto que apenas es dable seguir en su marcha á los bárbaros que clavaron sobre tantas ruinas el estandarte
del islamismo ; lo único que se sabe de positivo es que Túnez, reunida por largo tiempo al reino de Marruecos,
se habia hecho independiente bajo un príncipe belicoso, cuyo tercer sucesor reinaba en tiempo de San Luis.
La escuadra genovesa salió del puerto de Cagliari el dia 18 de julio y llegó el 17 á la vista de Túnez ; á la
vista de tan formidable y bélico aparato los habitantes de la costa de Africa quedaron sobrecogidos de sor
presa y de espanto, y según dice Makrisi el príncipe de Túnez envió al rey de Francia un embajador encarga
do de recordarle la amistad que recíprocamente se habian mostrado ; el mismo historiador añade que el em
bajador musulmán ofreció á Luis IX ochenta mil piezas de oro, y que el monarca aceptó este presente sin re
nunciar á sus proyectos; al acercarse la escuadra á la costa, los habitantes de la costa de Cartago empren
dieron la fuga hácia las montañas ó hácia Túnez, quedando abandonados los pocos buques que habia en el
puerto; entonces el rey mandó á Florent do Varennes, que llenaba las funciones de almirante, embarcarse en
una chalupa y reconocer la orilla ; Varennes no halló á nadie en el puerto ni en la costa, y envió á decir al
rey que no habia tiempo que perder si quería aprovecharse de la consternación de los enemigos ; el lector re

tí) Itinerario de París ¿1 Jerusalen por M. de Chateaubriand


492 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
corda rá que en la espedicion anterior se habia precipitado el desembarco en las costas de Egipto, mas en la
presente nada se quiso arriesgar ; entonces era la juventud que presidia á la guerra, ahora era la vejez y
la edad madura : resolvióse esperar el siguiente dia (1).
El dia siguiente al despuntar la aurora apareció la costa cubierta de sarracenos, entre los cuales se dis
tinguían muchos hombres á caballo , mas su vista no impidió á los cristianos hacer los preparativos para el
desembarque ; al acercarse los cristianos desapareció aquella multitud de inBeles, y fué un gran favor del
cielo; pues según asegura un testigo ocular, el desorden era tal que cien hombres habrían bastado para im
pedir el paso á todo el ejército.
Desembarcado el ejército cristiano, formóse en batalla en la costa, y según las leyes de la guerra, Pedrode
Condet, capellán del rey, leyó en alta voz una proclama, lomando los vencedores posesión del territorio; esta
proclama, redactada por el mismo Luis IX, empezaba con estas palabras ; «Osdigo la voluntad de Nuestro Se
ñor Jesucristo y de Luis, rey de Francia, su teniente (2). »
Después de puestos en tierra los bagajes, provisiones y municiones de guerra, trazóse un vasto cauip,
donde levantaron sus tiendas los soldados cristianos, y mientras se abrian fosos y trincheras para poner ai
ejército á cubierto de una sorpresa, apoderáronse los cruzados de la torre construida en el cabo ; el dia si
guiente quinientos marineros clavaron la bandera de las lises en el castillo de Carlago; la aldea de Marza,
inmediata al castillo, cayó también en poder de los cruzados, y fué destinada para hospital ; el ejército quedó
acampado debajo de sus tiendas.
En una carta escrita á Mathieu, abad de San Dionisio, Luis IX refiérelos primeros acontecimientos de una
guerra, en la cual tantos reveses esperaban á loscruzados. aliemos llegado á la vista de Túnez, dice el pia
doso monarca, el jueves anterior a la Gesta de santa María Magdalena ; el viernes saltamos á tierra sin obstá
culo alguno, y después de desembarcar nuestros caballos, nos adelantamos hasta la antigua ciudad llamada
Carlago, donde hemos establecido nuestro campamento; están con nos Alfonso, conde de Poitiera y deTolo-
6a, puestros hijos Felipe, Juan y Pedro, nuestro sobrino Roberto, conde de Arlois, y nuestros demás barones.
Nuestra hija, la reina, de Navarra, las mujeres de losdemás príncipes, los hijos de Felipe y del conde de Ar-
tois se hallan en los buques no lejos de nosotros. Gracias áDios gozamos todos de perfecta salud, y os anuncia-
mosque después de dar las disposiciones necesarias, hemos, conelausilio de Dios, tomado por asalto la ciudad
de Carlago, donde muchos sarracenos han sido pasados á cuchillo (3).»
Luis IX esperaba aun la conversión del rey de Túnez, pero no tardó en desvanecerse tan piadosa ilusión;
el príncipe musulmán envió embajadores al rey para anunciarle que vendría á buscarle al frente de cien mil
hombres, y que le pediría el hautismo en el campo de batalla ; el rey rnoro añadió que habia hecho prender
á puantos cristianos se hallasen en sus estados y que todos serian inmolados en caso de que el ejército cristiana
ge atreviese á amenazar su capital.
Las amenazas y vanas bravatas del rey de Túnez no podían cambiar el proyecto de la cruzada ; por otra
parte los moros inspiraban poco temor y no ocultaban el espanto que les causaha la sola vista de los cruzados;
no atreviéndose á desafiar abiertamente al enemigo, sus bandas, ya dispersas, iban errantes al rededorde
ejército cristiano, tratando de sorprender á los que se apartaban del campo; ya reunidas se lanzaban contra
los puestos avanzados, disparaban algunas flechas, blandían sus sables desnudos y la velocidad de sus caba
llos Ies libraba de la persecución de los cristianos ; con frecuencia recurrían á la traición ; tres de ellos se pre
sentaron en el campo de los cruzados diciendo que deseaban ahrazar la fó cristiana, y á estos siguieron otros
ciento anunciando igual intención; pero al recibirlos con los brazos abiertos, cayeron sobre los franceses con
la espada en la mano, pero estrechados por todas parles, los mas perecieron y los otros tomaron la fuga ; los
tresprimeros postrados dehinojos, imploraron la compasión de los jefes ; el desprecio que inspiraban seme
jantes enemigos, les hizo obtener su gracia y fueron arrojados del campamento.
Finalmente el ejército musulmán, animado por la inacción de los cristianos, se presentó varias veces en la
llanura ; y si bien nada era mas fácil que atacarle y vencerle, Luis habia resuelto permanecer en la defensiva

(i) Biblioteca de las Cruzadas, t. \.


(*) Spicilego, t. II, p. 55í.
3) Spicilego, t. Ill,p. 664.
LIBRO DECIMOSEPTIMO.— 1270-1271. 493
y esperar para comenzar la guerra la llegada del rey de Sicilia ; resolucion funesta que lo perdió todo, pues
el monarca siciliano, que habia aconsejado tan desgraciada espedicion, debia acabar con su tardanza el mal
que habia hecho con sus consejos.
Mientras tanto hacianse preparativos en Egipto para prevenir la invasion de los francos, y en los primeros
dias de agosto Bibars anunció en una proclama que no tardaria en dirigirse al socorro de Túnez (1) ; las tropas
que el sultan del Cairo manteniaen la provincia de Barca (la Cirenaica) recibieron la órden de ponerse en
marcha. El rey de Túnez, que tomaba el titulo de califa ó principe de los creyentes, habia llamado á todos
los musulmanes del reino de Marruecos y de las provincias de la Mauritania a la defensa del islamismo ; de
modo que mientras el ejército musulman podia reoibir numerosos refuerzos, los cruzados no tenian la menor
esperanza de hallar ausiliares en las costas de Africa; ya se recordará que en las primeras cruzadas una
multitud de cristianos salia al paso de los francos, proporcionándoles toda clase de socorros, mas esta ve^z los
cruzados solo veian á su alrededor una poblacion miserable que huia á su presencia, y ni aun los pocos cris
tianos dispersos en la costa, que vivian en la servidumbre, se atrevian á visitar á sus hermanos de occidente,
ni á saludar los pendones de la guerra santa.
Cuanto distinguian los cruzados en aquella apartada region, despertaba apenas su curiosidad, y en vez de
despertar su entusiasmo no hacia mas que llenarles de tristeza ; ninguno de los caballeros, ni aun los cléri
gos que acompañaban la cruzada, tenian bastante erudicion para interrogar las ruinas dispersas á sus piés,
y todas sus noticias se reducian á saber que habian llegado, como escribia Luis IX, á una ciudad que se lla
maba Cartago.
Acampados entre los restos de la mas lejana antigüedad, en sitios que recuerdan todavia al viajero la
memoria de Dido y de Anibal, los señores y barones del pais de Francia no podian apartar de su mente los
góticos castillos que habian dejado en occidente ; apenas se sabia en el ejército cristiano que en los primeros
siglos dela Iglesia la palabra de Jesucristo habia resonado en Cartago, en Utica y en Hipona, y que todas las
ciudades de la oosta de Africa habian visto á ilustres apóstoles del Señor, á santos doctores y á numerosos már
tires de la fó.
Aquel pais, antes tan fértil, no era entonces mas que un desierto árido y abrasador, donde nacian algunos
olivos ; los acueductos que se elevaron para llenar las cisternas, cubrian la tierra con sus dispersas ruinas;
los soldados de Luis IX no hallaron ni las verdes florestas, ni los frescos sotos, ni las limpidas cascadas que
segun la poética relacion de Virgilio , consolaron á los compañeros del piadoso Eneas ; desde los primeros dias
de su llegada los cruzados carecieron de agua, no teniendo otro alimento que carne salada ; los soldados no
podian soportar el clima de Africa ; los vientos venidos de la zona tórrida se asemejaban á un fuego devorador;
en las vecinas montañas los sarracenos levantaban la arena con ciertos instrumentos (2) dirigiéndola en infla
madas nubes hácia la llanura donde acampaban los cristianos ; en fin, la disenteria, enfermedad peligrosa
en los paises oálidos, causaba grandes estragos entre las tropas, y la peste, que parece nacer de si misma en
aquellas áridas arenas, hacia sentir su contagio en el ejército cristiano.
Dia y noche debian estar los guerreros con las armas en la mano, no para combatir al enemigo que huia
siempre, sino para defenderse de una sorpresa ; muchos cruzados sucumbían á la fatiga, al hambre y á las
enfermedades ; los franceses tuvieron que llorar primeramente á Bouchard, conde de Vendome, al conde da
la Marche, á Gualtero de Nemours, á los señores de Montmorency, de Pienne y de Brissac, á Guido de Aspre-
mont y á Raul, hermano del conde de Soissons; apenas bastaban los brazos para sepultar á los muertos; los
fosos del campamento estaban atestados de cadáveres arrojados confusamente^ lo que aumentaba la corrup
cion del aire y el espectáculo de la desolacion general. ,
Oliveros de Termes, noble del Languedoc que llegó en aquel entonces de Sicilia, anunció que el réy Carlos
se hallaba pronto á embarcarse con un ejército, y si bien esta noticia fué recibida con alegria, no endulzó
ninguno de los males que sufrian los cristianos; el calor se hacia mas y mas escesivo y la falta de agua, los
malos alimentos, la enfermedad que continuaba sus estragos, el pesar de verse encerrados en un campamen
to sin poder combatir, acababan de introducir el desaliento en el alma de los soldados y delos jefes. Luis tra-

(1) Vida de Bibars, Biblioteca deles Cruzadas, t. IV.


(») Juan Villaui, lib. VIII, c XXXVII.
M HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
taba de animarles con sus palabras y ejemplo, mas no lardó en caer también enfermo de disentería ; el prin
cipe Felipe, el duque de Nevers, el rey de Navarra y el legado espri menta ron también los efectos del conta
gio; el duque de Nevers, apellidado Tristan, habia nacido en Damieta durante el cautiverio del rey, el cual
le amaba tiernamente; el joven príncipe se hallaba en la tienda de su padre, pero al verse que iba á sucum
bir á su enfermedad fué transportado á uno de los buques; el monarca preguntaba sin cesar por su hijo y
cíñanlos le rodeaban guardaban silencio, hasta que por fin le anunciaron la muerte del duque ; al oir tan cruel
noticia Luis prorumpió en llanto: poco tiempo después murió el legado del papa, siendo su pérdida viva
mente sentida tanto por el clero como por los soldados que le consideraban como á su padre espiritual.
A pesar do sus dolencias y dolores Luis IX no cesaba de ocuparse del cuidado de su ejército ; mientras con
servó alguna fuerza dió las disposiciones necesarias, dividiendo su tiempo entre los deberes de un cristiano
y los de un monarca; por último la fiebre aumentó y no pudiendo entonces entregarse ni á los cuidados de
su ejército ni á los ejercicios de piedad, hizo colocar una cruz delante de sí y estendiendo las manos invocaba
en silencio á aquel que tanto sufrió por los hombres. —-\
El ejército entero estaba desconsolado; los soldados prorumpian en lágrimas y pedían al cielo la conserva
ción de tan buen príncipe: en medio de la general consternación Luis pensaba en el cumplimiento de las leves
divinas y de los destinos déla Francia ; Felipe que debía sucederle en el trono, se hallaba en su tienda, y ha
ciéndole acercar á su cama, le dirigió con apagada voz algunos consejos sobre el modo de gobernar el reino
de sus padres; las instrucciones que le dió encerraban las mas nobles máximas de la religión y de la monar
quía, y lo que las hace dignas del respeto de la posteridad es que llevaban la autoridad de su ejemplo y re
cordaban todas las virtudes de su vida. Después do recomendar á Felipe respetar y hacer respetar á la religión
y á sus ministros, y temer en cualquier tiempo y sobretodo ofender á Dios, le dijo: «Mi querido hijo, sé ca
ritativo para con los pobres y para con los que sufren, si subes al trono muéstrate digno por sus acciones de
recibir la santa unción que consagra á los reyes de Francia.... Cuando seas rey, muéstrate justo en todo, y
procura que nada pueda apartarte del sendero de la verdad y de la justicia.... Si la viuda y el huérfano lu
cha ante tí con el hombre poderoso, declárale por el débil contra el fuerte, hasta que le sea conocida la ver
dad... En los asuntos en que te halles tú mismo interesado, defiende primero la causa del contrario, pues
si tú obrabasdeotro modo, tus consejeros vacilarían en hablar contra tí, y esto no debes quererlo Hijo mió,
te recomiendo sobre todo evitar la guerra con todo el pueblo cristiano, y si te ves reducido á la necesidad de
emprenderla, haz al menos queel pobre pueblo que no tiene culpa alguna, se crea libre de toda vejación....
Dirige todcs tus esfuerzos á apaciguar las divisiones que se susciten en el reino, pues nada es tan agrabable
á Dios corno el espectáculo de la concordia y de la paz Atiende particularmente á que haya buenos bailes
y prebostes en las provincias Confia de buen grado el poder á hombres que sepan hacer buen uso de él
y castiga á los que abusen del mismo, pues si debes aborrecer el mal en lodos, con mayor razón en aque
llos que han recibido de tí su autoridad Sé equitativo en la percepción de los impuestos y prudente y mode
rado en su empleo ; guárdate de locas dilapidaciones que conducen á injustas cargas; corrige con tino los
defectos de las leyes del reino; manten con lealtad y franqueza los derechos y franquicias que tus predeceso
res han dejado; cuanto mas felices sean tus subditos, tanto mas grande serás; cuanto mas irreprochable
sea tu gobierno, tanto mas temerán tus enemigos atacarte.»
Luis dió otros muchos consejos á Felipe sobre el amor que debia á Dios, á sus pueblos y á su familia y de
jando hablar luego á su corazón hizo oir el lenguaje de un padre que se separa de un hijo tiernamente ama
do, «Te doy, le dijo, cuantas bendiciones puede un padre dar á su querido hijo; ruégote que vengas en mí ausi-
lio con misas y oraciones y que me des parte en todas tus buenas obras, ypidoá nuestro Señor Jesucristoque
por su infinita misericordia te libre de todo mal y le guarde de obrar contra su voluntad, y que después de
esla vida mortal podamos verle, amarle y alabarle juntos por los siglos de los siglos.»
Al pensar que estas palábras eran pronunciadas en las costas de Africa por un rey de Francia- moribundo,
so esporimenta una mezcla de sorpresa y de emoción de la cual no pueden librarse ni aun los ánimos mas
fríos é indiferentes ; júzguese pues del efecto que debian produc ir en el alma de un hijo desolado ; Felipe las
oyó con un dolor respetuoso y quiso que fuesen escritas fielm ¿nte para tenerlas á la vista todos los dias
de su vida. • ■
Luis se dirigió en seguida á su hija nina de Navarra quo anegada en lágrimas permnneia á los píes de su
'>raT'f par ¿<//.*.
M'.'F.RTE DE -C-N LUI S.

de su vida. . .
Luis se dirigió en seguida á su hija reina de Navarra que anegada en lágrimas permaneia á los pié
LIBRO DECIMOSEPTIMO.— 1270-1271, 495
lecho, y en una instrucción que tenia preparada paradla le recordó los deberes de reina y de esposa; en
cargóle sobre todo cuidar mucho á su marido que se hallaba enfermo, y no olvidando las mas pequeñas cir
cunstancias, aconsejó al rey de Navarra pagar todas sus deudas á un regreso á Champaña, antes de recons
truir el convento de los franciscanos de Provins.
Estas instrucciones paternales fueron las últimas palabras que dirigió Luis á sus hijos; desde entonces no
Ies volvió a ver. Los embajadores de Miguel Paleólogo acababan de llegar al ejército cristiano (I) y Luis con
sintió en verles; mas en el estado en que se hallaba no podio juzgar ni de las falsas promesas de los griegos
ni de los temores y falaz política de su emperador; las cosas de la tierra no le ocupaban ya, así es que se limitó á
espresar sus deseos de que pudiese al fin llevarse á cabo la reunión de ambas iglesias, prometiendo á los em
bajadores que su hijo Felipe lo procuraría con lodo su poder; los embajadores eran Meliteniote, arcediano
de la capilla imperial, y el célebre Nechus, canciller de la iglesia de Constantinopla, los cuales tanto se con
movieron por las palabras y virtudes de San Luis que trabajaron luego con gran celo para la reunión, acaban
do por ser víctimas de la política de los griegos.
Después de esta entrevista Luis no quiso pensar mas que en Dios y quedó solo con su confesor ; sus cape
llanes recitaron en su presencia las oraciones de la Iglesia á las cuales contestaba el rey ; luego recibió el san
to viático y la eslremauncion. «Desde el domingo á la hora nona, dice un testigo ocular, hasta el lunes á la
hora tercia su boca no cesó ni de dia ni de noche, de alabar á nuestro Señor y de rogar por el pueblo que le
liabia conducido á aquellas tierras.» Oíasele repetir aquellas palabras del Profeta rey: «Haced, Señor, que po
damos despreciar las prosperidades del mundo y desafiar sus adversidades.» También decía en alta voz estos
artículos de otro salino : <q Dios! dígnate santificará tu pueblo y velar sobre él.» Algunas veces imploraba
á san Dionisio, á quien tantas veces habia invocado en sus batallas, y le pedia su celeste apoyo para aquel
ejército que dejaba sin jefe; en la noche del domingo al lunes pronunció dos veces la palabra Jerusalen y
luego añadía : Veremos á Jerusalen; su espíritu continuaba ocupado en la idea de la guerra santa ; quizás so
lo veia en aquellos momentos la Jerusalen celeste, última patria del justo.
A las nueve de la mañana del lunes 2o de agosto perdió la palabra, pero aun miraba á los que le rodea
ban con indecible aire de bondad; su rostro se mantenía tranquilo y manifestaba que su alma se dividía entre
las mas puras afecciones de la tierra y los pensamientos de la eternidad ; sintiendo que se acercaba su última
hora, quiso ser colocado en un un lecho de ceniza, cubierto de un cilicio y desde la hora tercia al mediodía
estuvo como durmiendo, permaneciendo con los ojos cerrados por espacio de media hora ó mas.» En segui
da pareció reanimarse, abrió los ojos y miró al cielo diciendo : «Señor, entraré en vuesta casa y os adora
ré en vuestro santo tabernáculo,» y espiró ó lastres de la tarde.
Hemos dicho el profundo dolor que reinaba entre los cruzados al caer Luís enfermo ; no habia un jefe
ni un soldado quo no olvidase sus propios males para pensar en la enfermedad del rey ; á cada hora del dia
y de la noche aquellos fieles guerreros acudian al rededor de la tienda del monarca, y al ver el aire triste y
consternado de los que salían, volvíanse con los ojos bajos y el alma llena de pensamientos sombríos ; nadie
en el campamento se a trevia á interrogar á otro temiendo recibir siniestras noticias; finalmente cuando la
desgracia que lodos temían fué anunciada al ejército, los guerreros francesesse entregaron á la desesperación;
en la muerte de Luis veían la señal de todas las calamidades y preguntábanse entre sí qué jefe Ies conduci
ría á su patria : en medio del llanto universal, dejábanse oir vivas quejas contra los que habían aconsejado
esta espedicion y sobre lodo contra el rey de Sicilia á quien se acusaba de todos los desastres de la guerra.
El mismo dia de la muerte del rey, Carlos de Anjou desembarcó con su ejército cerca de Cartago; las trom
petas é instrumentos bélicos se dejaron oir en la costa, mientras que en los campos de los cruzados reinaba
un sombrío silencio, sin que nadie saliese al encuentro de los sicilianos, esperados con tanta impaciencia ; al
observarían estrañosuceso se apoderaron de Carlos tristes presentimientos, y adelantándose á su ejército, corre
á la tienda del rey á quien halla cadáver; la fisonomía de Luis se habia alterado apenas, tan tranquila habia
sido su muerte; Carlos se prosternó á sus piés(2), los regó con sus lágrimas, llamándole á veces su hermano
y á veces su señor; en esta actitud permaneció mucho tiempo sin ver á ninguna de las personas que le ro-

¡1) El historiador griego Pachymero, p. 240.


(2) Hazañas de Felipe III, Duchesne, t. V, p. aiO.
496 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
deaban, dirigiéndose siempre á Luis como si hubiese estado aun en vida, y echándose en cara, con el acento
de la desesperación, el no haber recogido las últimas palabras del*mas tierno délos hermanos, del mejor de
los reyes.
Los restos mortales de Luis fueron depositados en dos urnas funerarias : las entrañas del santo rey se die
ron á Carlos de Anjou, quien las envió á Montreal; el fúnebre monumento adornado con mosaicos con las
armas de Francia que encerraba estas preciosas reliquias, fué colocado primeramenteen el coro de la catedral,
y de él solo quedan en el dia cuatro columnas de piedra que sostenían el sepulcro. La tumba que contiene
las entrañas de San Luis fué variada de sitio muchas veces, mas desde principios del siglo décimos sesto un
altar de mármol blanco, elevado por el arzobispo Don Luis de Torres, en el estremo de la nave izquierda
de la catedral, cubre los sagrados restos del rey de Francia ; debajo de la mesa del altar se ve una de las caras
del sepulcrosobre la cual está grabada la siguiente inscripción, medio borrada por los siglos :
Hic sunt tumulala iñscera et corpus Ludovici regís Francia, qui obiil apud Tonisium anno Dominica incar-
nationis 1210, mensc augusto.
Aquí se hallan sepultadas las entrañas y cuerpo de Luis rey de Francia, muerto en Túnez en 25 del
mes de agosto del año 1 270 de la encarnación del Señor.
Esta inscripción anuncia equivocadamente que el sepulcro de la catedral de Montreal encierra el cuerpo
de San Luis, pues solóse depositaron en él las entrañas; Felipe guardó los huesos y el corazón del santo mo
narca, y habiendo el príncipe querido enviar estos restos á Francia, los jefes y los soldados no consintieron
en separarse de lo único que les quedaba de tan buen monarca ; la presencia de aquel sagrado depósito en
tre los cruzados les parecía una salvaguardia contra nuevas desgracias y el medio mas seguro de atraer U
protección del cielo sobre el ejército cristiano.
Felipe continuaba enfermo y sus dolencias inspiraban aun alguna inquietud ; el ejército le consideraba co
mo el digno sucesor de Luis, y el amor que habia tenido al padre recaia ahora sobre el hijo ; en medio del
público dolor recibió el homenaje y juramento de los jefes, barones y señores, y su primer cuidado fué con
firmar la regencia y cuanto su padre habia establecido en Francia antes de su partida. Godofredo de Beau-
lieu, Guillermo deCharlres y Juan de Mons, confesor el uno y capellanes del rey los otros dos, recibieron el
encargo de llevar á occidente las órdenes de Felipe ; entre las cartas que aquellos religiosos trajeron á Fran
cia, la historia ha conservado la que aquel dirigía (1) al clero y á todos los hambres honrados del reino; en
ella después de referir los trabajos, los peligros y la muerte de Luis IX el joven príncipe pedia á Dios la gra
cia de seguir las huellas de tan buen padre, de cumplir sus órdenes sagradas y de poner en práctica sus
consejos; Felipe concluia esta carta que fué leída en todas las iglesias suplicando á los eclesiásticos «yá los
fieles que dirigiesen sus oraciones y ofrendas al Rey de los reyes por aquel príncipe que tantas pruebas habia
dado de su celo por la religión y de su tierna solicitud por el reino de Francia, al cual amó como á las ni
ñas de sus ojos.»
Mientras la desesperación reinaba entre los cristianos, los musulmanes se entregaban á la esperanza y á
la alegría ; daban gracias á su Profeta de haberles librado del mas poderoso de sus enemigos, y repelían con
un entusiasmo supersticioso algunos versos árabes en los cuales se profetizaba la muerte de Luis IX el pri
mer dia de su llegada á las costas de Africa. «Oh rey de los francos l este era el sentido de los versos profe-
ticos ) , Túnez es la hermana del Cairo ; las calamidades que le abismaron en las orillas del Nílo te esperan en
las costas de Mauritania, donde encontrarás la casa de Lotiman que te servirá de tumba, y los dos ángeles de
la muerte Moutir y Nastir, reemplazarán para tí al eunuco Sabih.n Los infieles veían un milagro del cielo
en el cumplimiento de esta predicción, y la historia oriental no se ha desdeñado de trasmitirnos el testo de
la profería.
No obstante, el rey de Sicilia tomó el mando del ejército cristiano, y resolvió continuar la guerra. Las tro
pas que habia conducido en pos de sí estaban impacientes por combatir (2), los franceses buscaban gustosos
una distracción á su dolor en el campo de batalla; la enfermedad que diezmaba el ejército parecía haber sus
pendido sus estragos y los soldados, tanto tiempo aprisionados en su campamento, sesentian con mas fuerza en

(i) Biblioteca de las Cruzadas, 1. 1.


*; Fulieta, Histor. Genuen. lib. V, 96.
LIBRO DECIMOSEPTIMO.-! 270-1 271 . 497
presencia de los peligros de la guerra. Se dieron varios combates en torno del lago de la Goleta, del cual se
querían apoderar para acercarse á los turcos. Los moros, que pocos dias antes amenazaban á los guerreros
cristianos con el eslerminioó la esclavitud, no pudieron sostener por mas tiempo el choque de sus enemigos;
por lo regular bastaban los ballesteros para dispersar su innumerable multitud ; anunciaban su llegada horri-
blesalaridos y el ruido de los timbales y otros instrumentos, y nubes de arena salidas de las alturas cercanas
indicaban su retirada y ocultaban su fuga. Fueron alcanzados en dos encuentros y dejaron un gran número
de cadáveres en la llanura, y en otra ocasión fué_tomado su campamento y entregado al saqueo.
El soberano de Túnez no podia contar su ejército para la defensa de sus estados ; él mismo no daba á sus
soldados el ejemplo del valor, y permanecia incesantemente encerrado en grutas subterráneas para librarse
á un tiempo de los rayos ardientes del sol y de los peligros de los combates. Jmpelido por sus temores, no vio
otro medio de salvación para él que la paz, la cual resolvió comprar á costa de todos sus tesoros, y envió di
ferentes embajadas al ejército cristiano con el objeto de hacer proposiciones y especialmente para seducir al
rey de Sicilia con las mas brillantes promesas.
Guando se esparció por el campo de los cruzados el rumor de estas negociaciones, dió origen á opiniones
diferentes. Los soldados á quienes se habia prometido el saqueo de Túnez querian continuar la guerra ¡ algu
nos de los jefes á quienes se habian dado otras esperanzas, manifestaron el mismo entusiasmo que los solda
dos. Pero la muerte de Luis IX y del legado apostólico habia quitado á la cruzada su móvil principal y esa
fuerza moral que lo anima todo; el espíritu de los cruzados, que nadie dirigía, flotaba en la incertidumbre
á merced de mil pasiones diversas, veste estado debia al fin detener al ejército en la inacción y hacerle aban
donar la guerra. Felipe deseaba volver á Francia, donde le llamaban los negocios del reino, la mayor parte
de los señores y barones franceses empezaban á echar de menos su patria, y se accedió por fin á deliberar
sobre las proposiciones pacíficas del rey de Túnez (1).
Los que no habian recibido ninguna promesa, pero que no mostraban tanta impaciencia como los demás
de abandonar 1as costas de Africa, fueron de parecer en el consejo de que debia continuarse la guerra, y los
que optaban por la p.iz oponían á los razonamientos de los primeros los peligros y dificultades de la empresa.
Muchos de los jefes que hablaban así eran los mismos que habian aconsejado la espedicíon de Túnez, siendo
el principal de ellos el rey de Sicilia, y parecía que habian olvidado todas las razones que habian dado para
que se llevase la guerra á las costas de Africa (2).
Prevaleció, no obstante, su opinión, y como sucede con frecuencia en las mas importantes deliberaciones,
la mayor parle se decidieron, mas bien por motivos que no confesaban, quo por los que se esforzaban en ha
cer valer. El dia 31 de octubre se concluyó, pues, nna tregua do quince años solares entre el califa, el imán
conendador délos creyentes, Abu-Abdallah-Mohamed de una parto, y de la otra el príncipe ilustre Felipe,
rey de Francia por la gracia de Dios, el príncipe ilustre Carlos, rey de Sicilia, y el príncipe ilustre Teobaldo,
rey de Navarra. Según el artículo primero se debían poner en libertad los prisioneros de ambas partes; los
príncipes cristianos se comprometían á proteger los súbditos de Mahomed que viviesen en sus estados; este
prometía justicia y protección á los súbditos de los príncipes cristianos que fuéran á la costa de Túnez ó resi
diesen en ella. El tercer artículo del tratado autorizaba á los frailes y sacerdotes cristianos á establecerse en
Jos estados del jefe de los creyentes, debiéndoles conceder un sitio donde edificar sus casas, construir capillas
v enterrar los muertos, y dándoles libertad para predicar en el recinto de sus iglesias, recitar en voz alta sus
oficios, y en una palabra, deservir á Dios conforme á su culto y hacer todo lo que hacían en su pais.
No eran, empero, estas disposiciones las que fijaron mas la atención de las potencias firmantes, el dinero
que debían recibir los jefes de la cruzada, fué el objeto que mas seriamente ocupó á las parles inleresadas. El
príncipe de Túnez se comprometió á pagar á los príncipes cristianos doscientas mil onzas de oro, la mitad al
contado, y el resto en un plazo de dos años, sometiéndose además al tributo que pagaba á los reyes de Sicilia
con promesa de satisfacerlo doblado en lo sucesivo. Indúcenos á creer que esta última condición decidió la paz
y nos da á conocer al mismo tiempo los motivos y las verdaderas causas de una espedicion tan funesta para
la Francia.

(1) Hechos de Felipe III, llb. V.


(2) Estracto de la Crónica de Puy-Laurens, cap. V.
63
498 HISTORIA DE US CRUZADAS.
Algunas crónicas inglesas ó italianas vituperan amargamente la tregua que dió fin á tan desastrosa guer
ra, pero en Francia solo se pensó en la muerto de Luis IX y las crónicas nacionales se ciñeron á lamentar
un suceso que llenaba de luto al reino. Cristianos y musulmanes condenaron la paz concluida por el rey de
Sicilia, y la crónica de Ibn-Ferat copia una carta de Bibars al rey de Túnez, en la cual el sultán del Cairo
acusa á este último de traidor á la cansa del islamismo.
Pocos dias después de firmarse la tregua, el príncipe Eduardo llegó á la costa de Cartago con los cruzados
de Escocia y de Inglaterra, á quienes manifestaron su amistadlos franceses y sicilianos; pero cuando el
príncipe supo que se liabia hecho la paz, se retiró á su tienda y no quiso asistir á ninguno de los consejos
del ejército cristiano. Según las Memorias de los Potcstás de Regio, el ejército de los cruzados hubiera podido
hacer frenteá doscientos mil combatientes después de la llegada del príncipe Eduardo (4).
No obstante, los cruzados estaban impacientes por salir de un pais árido y mortífero que les recordaba in
fortunios sin mezcla alguna de gloria, yera tan viva esta impaciencia, que al darse la señal de partida, reinó
la mayor confusión en el ejército. La escuadra se dió á la vela el 18 de octubre para dirigirse á Sicilia, y
(«recia que la Providencia habia decretado que esta espedicion no fuera mas que una serie de desgracias,
pues una espantosa tempestad sumergió en las olas diez y ocho grandes baques, y la mayor parte de los jefes
y soldados perdieren sus armas, sus caballos y sus riquezas.
El rey de Sicilia, deseoso de reparar tan gran desastre, propuso á los cruzados la conquista de Grecia para
consolar sus infortunios. El plan era el siguiente : el ejército debía pasar el invierno en Sicilia, el conde de
Poiliers partiría por la primavera á Palestina con una parte del ejército, y el resto debia seguir á Carlos al
Epiroy de allí á Bizancio. Felipe declaró, empero, que no podia detenerse en Sicilia y 'que iba á regresar á s«s
estados, sumidos en el dolor y á merced de los regentes. Esta determinación destruyó todas las esperanzas
de Carlos; los franceses no quisieron abandonar á su jóven monarca, y todos los príncipes y jefes dejaron
la cruz (2).
Se aplazó la cruzada para cuatro años mas adelante, pero los guerreros franceses no pensaban ya en una
empresa, que los perseguía hasta en su retirada con el abismo de miserias, abierto á sus piés desde que sa
lieron de su patria. El rey de Navarra murió poco después de haber desembarcado en Trapani ; su esposa
Isabel no pudo sobrevivirle y falleció de dolor, y Felipe regresó á Francia por el mes de enero, perdiendo en
el camino á su esposa la reina, víctima de una caida del caballo al pasar á vado un rio cerca de Cosenza . Fe
lipe continuó su camino llevando consigo el cadáver de su padre, de su hermano y de su esposa.
Luego que Felipe llegó á su capital, se condujeron los huesos y el corazón de Luis á la iglesia de Nuestra
Señora, donde los sacerdotes cantaron toda la noche los himnos de los muertos, y al dia siguiente se celebra
ron en San Dionisio los funerales del rey mártir (3). Veíase en medio del inmenso cortejo formado de todas
las clases del pueblo al jóven monarca, llevando sobre sus hombros los despojos mortales de su padre y
parándose varias veces en el camino ante las cruces colocadas en cada estación.
Luis IX fué depositado cerca de su abuelo Felipe Augusto y de su padre Luis VIII. Aunque prohibió en su
testamento que adornasen su sepulcro, lo forraron con planchas de plata que arrebataron posteriormente los
ingleses. Una revolución terrible desterró hace mas de medio siglo su tumba y lanzó al viento sus cenizas,
pero esta revolución no logró lanzar también al olvido su memoria.

(t) Crónica de Kuigthon (Biblioteca de las Cruzadas).


12) Folieta.
(3) Hechos de Felipe III.
LIUHO DECIMOCTAVO. -1271 -1290. 499

LIBRO XVIII.
CAIDA DE LAS COLONIAS CRISTIANAS DE ORIENTE,
líll—1J90.

Eduardo de Inglaterra desembarca en Tolamaida.—Toma de Nazaret.—Un emisario del Viejo de la Montaña intenta asesinar al
principe inglés.—Eduardo regresa á su patria.—Elección de Gregorio X.—Concilio de Lion.—Rodolfo de Hapsbourg emperador
de Alemania.—Humberto de Romanis publica una memoria en favor de la guerra santa.—Nuevas conquistas de llibars — Su
muerte. Le sucede KelauQ y derrotó á los tártaros en Emcso.— Muerte de Gregorio X.—Vísperas sicilianas.— Política deKclaun.
—El castellano de Marakia.—Kcloun toma á Laodicea y Trípoli, amenaza á Tolemnida y trata con los cristianos.—Su muerte.—
Su bijo y sucesor Cbatil toma a Tolemaida por asalto y arroja á los cristianos de Siria,

La muerte de Luis IX suspendió repentina mente las empresas de ultramar; únicamente Eduardo partió á
Siria con el conde de Bretaña, su hermano Edmundo, trescientos caballeros y quinientos cruzados de Frisia.
¡ Débil ausilio para libertar la Tierra Santa!
La mayor parte de los príncipes y estados cristianos de Siria habían firmado tratados con el sullan del
Cairo, y estaban indecisos en comprometerse á una guerra, en ta que no presagiaban grandes ventajas vien
do los débiles refuerzos que les enviaba la Europa. No obstante, los hospitalarios y templarios se incorporaron
con el príncipe Eduardo, y el ejército cristiano, compuesto de seis á siete mil hombres, salió á campaña, di
rigiéndose primero á Fenicia y marchando después á la ciudad de Nazaret, sobre cuyas murallas clavaron
el estandarte de Jesucristo (1).
Despuej de esta victoria, los musulmanes no cesaron de hacer continuas escursiones en el territorio de los
francos, y el príncipe EJuardo se refugió en los muros de> Tolemaida, no pensando ya en arrostrar nuevos
peligros en el campo de batalla. El emir de Joppe le enviaba repetidos mensajes de amistad, y con objeto de
sorprender sus secretos designios, habia elegido por emisario á uno de los discípulos del Viejo de la Montaña.
Hallábase un dia Euardo solo en su aposento y descansaba en el lecho, cuando el pérfido enviado entró con
rapidez y se arrojó sobre su víctima con el puñal en la mano. El príncipe recibió una herida en el brazo,
pero como estaba dotado de una fuerza estraordinaria, arrojó en tierra al asesino, le arrancó en seguida el
puñal y se le hundió en el pecho. Acudieron al momento al ruido ; el fanático musulmán estaba tendido en
el suelo bañado en su sangre, y Eduardo, herido en el brazo, se habia hecho otra herida en la frente al de
fenderse. Se temió que el puñal estuviese envenenado; algunos historiadores cuentan que la princesa Leonor,
esposa de Eduardo, tuvo valor para chupar las heridas de su esposo y estraer el veneno, y otros dicen
que el gran maestre del Temple envió al momento á Eduardo un remedio cuya eficacia se reconocía en todo
oriente. No obstante, se desesperaba ya de la vida del principe, cuando se presentó un médico árabe, que
prometió una pronta curación si Eduardo alejaba de su ladoá todos los cortesanos, hasta la princesa Leonor,
y seguía exactamente el régimen que le prescribiera, Observáronse los consejos del médico, y el príncipe in
glés lardó pocos días en mostrarse á caballo en medio de sus compañeros de armas.
(1271 ) Tras un peligro tan inminente, Eduardo no- titubeó en aceptar la tregua que le propuso entonces
el sultán de Egipto, y sin haber llevado á cabo ningún hecho importante, regresó á Europa, donde supo la
muerte de Enrique III su padre, que no pudo verle en su última hora y darle su bendición.
(1272) Dos años hacía que la silla apostólica se hallaba vacante cuando el cónclave eligió por sucesor de
san Pedro á Teobaldo, arcediano de Lieja, que habia seguido á los frisones al Asia y que se hallaba aun en
Palestina en el momento de su elevación. El nuevo ponlíGce tomó el nombre de Gregorio X, y antes de partir
de Tolemaida, dirigió al pueblo reunido un discurso prometiendo valerse de todo su poder para ausiliar la
Tierra Santa.

:l) Sanulo, lib. III, part XII, cap. 11 y Juan delprci {Biblioteca de las Cruzada»:.
500 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
El patriarca de Jerusalen, los grandes maestres del Temple y del Hospital, acompañaron á Gregorio Xd
occidente. A su regreso, el pontiücesc esforzó en un principio en restablecer la paz en Italia y en Alemania,
y suplicó á los príncipes, y especialmente al rey de Francia, que reunieran sus esfuerzos para socorrerlas
colonias cristianas de oriente. Solo consiguió, empero, dinero y un reducido número de guerreros, que es
taban lejos do corresponder a la esperanza y á la necesidad de los cristianos de la Tierra Sania. Gregorio re
solvió hacer que toda la cristiandad se interesase por su proyecto y convocó con este objeto un concilio en
Lion, el cual fué mas numeroso y solemne que el que treinta años antes habia reunido Inocencio IV en la
misma ciudad. Asistieron los patriarcasde Jerusalen y de Conslantinopla, mas de mil obispos y arzobispos,
os enviados de los emperadores de oriente y occidente, y los del rey de Francia, del de Chipre y de todos los
príncipes de Europa y de ultramar. Atrajeron sobre todo en esta numerosa asamblea las miradas de los fieles
los embajadores y príncipes tártaros, enviados por el poderoso jefe de los mogoles para contraer upa alianza
con los cristianos contra los musulmanes.
El concilio de Lion decidió en una de sus sesiones que se emprendiera una nueva cruzada y se impusiera
durante diez años un diezmo sobre todas las rentas de los bienes eclesiásticos, y el papa reconoció como em
perador de occidente á Rodolfo de Apsburgo bajo la condición de que iría á Palestina al frente de un ejér
cito (I).
( 1 27o] Pero ni el espectáculo de un concilio ni las exhortaciones del papa y de los prelados lograron des
pertar el entusiasmo de los fieles, que, sirviéndonos de una espresion de la Escritura, no era masque el
resto humeante de una estrella abrasada. Las letras apostólicas escitaban el celo de Felipe el Atrevido, que
habia jurado combatirá los infieles, y el de Eduardo que prometió volver al Asia ; los legados recoman todos
los estados de Europa para animar con su presencia la predicación de la guerra santa, y en lodos los países
se recaudaba el diezmo; pero los guerreros permanecían en la inacción y en la indiferencia, no veian mas
quo las miserias de los cruzados, y ya no estimulaba su ardimiento la esperanza de enriquecerse ó de alcan
zar gloria en una espedicion lejana. Después de haber visto emperadores de Bizancio y reyes de Jerusakn re
corriendo la Europa y pidiendo limosna, la nobleza belicosa no se hacia ya ilusiones sobre las conquistas de
oriente, y las cruzadas habían perdido uno de sus mas poderosos móviles, la ambición de los príncipes y de
os sefiores ; los principados del Africa y del Asia que los papas ofrecían ó distribuían á cuantos se presen
taban para conquistarlos, no determinaban á nadie á empuñar las armas, y la devoción de la caballería ha
cia los santos lugares no era bastante viva para arrastrarla á una empresa que solóle prometía la palma del
martirio y las recompensas celestes.
Réstanos de aquella época un escrito que sin duda habia obtenido la aprobación del papa y que nos pare
ce muy propio para dar á conocer al mismo tiempo que el mal gusto del siglo la opinión general sobre tas
espediciones de críenle.
En este escrito ó memoria que se juzgará singular y eslraño, al menos por su forma, el autor Humberlo
de Romanis, general de los frailes predicadores, se esfuerza en reanimar el zelo de los cristianos por la guer
ra santa, y deplorando la indiferencia de sus contemporáneos, halla ocho obstáculos para el buen efecto do
su predicaciones: El h'ibüo del pecado; á.° el temor de la fatiga y de los trabajos; 5." la repugnancia a
abandonar su pais natal; 4." un escesivo amor ala familia y á los penates ; 5." las malas insinuaciones ¿t
algunos hombres; 6° los malos ejemplos; 7.° «na debilidad de espíritu que lo hace creer todo imposible; S.
una fidebil y sin calor. Entre todas estas causas de indiferencia el autor habria podido añadir otras razo
nes sacadas de la marcha de los gobiernos y de la dirección de los asuntos públicos; pero los monjes que
predicaban las cruzadas no estaban muy enterados de la polílica de los reyes ni de los cambios verificados
en la sociedad, y por esto es que solo veian una parte de las dificultades que tenían que vencer. Sin embar
go Humberlo de Romanis no se deja abatir por los obstáculos quo creia ver á su alrededor, y se persuade
deque en aquella generación acusada de indiferencia se pueden hallar aun nobles causas de entusiasmo y
poderosos móviles para una guerra santa ; su número dice ser siete y los enumera de este modo : /."««-
lo por la gloria de Dios; 2." el celo por la fé cristiana; 3.' la caridad fraternal ; 4° la devoción á la Tierra
Santa; S." la guerra empezada por los musulmanes; 6.a el ejemplo de los primeros cruzados ; 7.° las jrfr»

(i) Sanuto-
LIBUO DECIMOCTAVO.— 1275-1290. 50 fe
ciasde la Iglesia (1). Vemos pues que Humberto de Romanis no hacia mas que oponer á la tibieza Je los
ánimos que se introducía en el siglo, virtudes^ pasiones que no existían ya ó que iban debilitándose dia
pordia ; no repeliremos con él todas las razones que se oponían en su tiempo contra las cruzadas y que tra
ta de refutar en su memoria ; en la cual divide á los adversarios en siete distintas clases : la primera apoyán
dose en los preceptos de Jesucristo y en el ejemplo de los apóstoles, decía que era preciso saber sufrir sin
quejarse, que debía volverse la espada a la vaina y no devolver mal por mal ; la segunda pretendía que no
era prudente continuar la guerra contra los musulmanes á causa de la sangre que se había derramado eu
ella y que debía derramarse todavía, y por ser de temer que el diente sano fuese arrancado con el cariado y
que se vertiese mas sangre ¡nocente que criminal ; en opinión de la tercera clase de los adversarios de la cru
zada esta guerra podía parecer indiscreta ; emprenderla era tentar á Dios, puesto que muchos tenian en sus
paises lodos los bienes que la Providencia puede acordar, y marchaban á unos sitios donde solo hallarían mi
seria y desesperación ; la cuarta clase de opositores pensaba que si era permitido á los cristianos defenderse
no lo era el atacar á los sarracenos ni invadir su terrilorio ; la quinta decia que no habia mas derecho para
perseguir á los sarracenos que á los judíos; la sesta que no se podia tener esperanza alguna de convertir a los
musulmanes, y que todos los infieles que morian on la guerra eran tragados por el infierno, y finalmente la
séptima aseguraba que la cruzada no parecía agradable á Dios puesto que habia permitido que enyesen sobro
los cruzados las mayores calamidades, y que los paises conquistados á precio de tantos trabajos y de tanta san
gre fuesen arrebatados á la cristiandad en tan poco tiempo y casi sin esfuerzos.
Humberto de Romanis contesta á todas y á cada una de estas objeciones: aLa viña del Señor, dice, debía
defenderse con la espada, ya que los milagros no la defendían, la humildad con venia á los cristianos cuando
se hallaban sin fuerza y sin poder, ahora deberían apoyarse en sus armas y confiarse á la victoria; tales fue
ron los sentimientos de Garlos Martel, de Garlomagno y de Godofredo de Bouillon, que consideraron siempre
como una gloria combatir á los sarracenos ; estos habían invadido las tierras de los cristíanoss, miradas y
con razón como la herencia de Jesucristo. Sise sufría á los judíos era porque se hallaban sometido, pero era
necesario humillar á los soberbios. Los musulmanes podían no estar convertitlos, mas esto no impedia que la
guerra que se les hacia fuese para los fieles una causa de salvación, y si los cruzados que morian en los com
bates dejaban un vacio en el mundo, llenaban en cambio las regiones del cielo. En la guerra contra los fi
listeos Dios permitió que fuese tomada el arca de la alianza, que el rey Saúl pereciese junto con sus hijos v
que su pueblo fuese puesto en fuga ; de modo que las desgracias ocurridas en las cruzadas no probaban que
la guerra fuese desagradable á Dios, sino que la misericordia divina habia permitido que aconteciesen estas
desgracias para borrar los pecados délas cruzadas ó para probar su fó.»
Siguiendo Humberto de Romanis sus razonamientos y procediendo siempre por enumeraciones y catego
rías, no perdonaba ni la avaricia del clero que arrebatando el diezmo á los pobres, se negaba á dar el diezmo
desús bienes para recobrar la Tierra Santa, ni la felonía de los barones yde los príncipes cristianos que eran
vasoltas de Dios, y que habiéndolo recibido todo de él sufrían que se le (¡miase su tierra ; en su discusión
acudía á la historia profana, a la sagrada , á la autoridad de la Escritura y á la de la filosofía ; mas toda su
erudición y argumentos escolásticos, todos aquellos fugares comunes do otra época no lograban hacer pene
trar la convicción en los ánimos : y no se crea que hubiese mas ilustración que algunos años antes, sinoqu»
habia otros intereses y distintas ideas; semejante escrito hubiera tenido gran éxito en el siglo anterior, diri
gido á las pasiones dominantes, mas no preducia, efecto alguno dirigido á la indiferencia.
Esta indiferencia de la Europa era funesta á las colonias cristianas de oriente, pues las entregaba siu de
fensa á merced de un enemigo mas poderoso cada dia y cuyo fanatismo estaba exaltado por la victoria ; por
otra parte en la confederación de los francos de la Siria observábase diariamente nuevos síntomas de deca
dencia y nuevas'señales de una próxima ruina ; todos aquellos pequeños principados, todas aquellas ciudades
esparcidas por las costas de la Siria, se hallaban divididas entre si y todas las pasiones nacidas del espíritu
de rivalidad eran otros tantos ausiliares de los musulmanes ; cada uno de aquellos pequeños estados, sin ce
sar llenos de temor, trataba de comprar, algunos dias después, algunos meses de existencia por medio de tra
tados con Biba/s, en los cuales eran casi siempre saoriGcados el honor y el interés común de los cristianos.
Los sultanesdel Cairo no se desdañaban de concluir un tratado de alianza con una ciudad, con una villa, y na-

(i) Biblioteca de las Cruzadas t. I.


502 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
da era tan curioso como hacer figurar en estos actos de la política, de una parle, el soberano del Egipto, de la
Siria y de la Mesopotamia y de muchas otras provincias, y de otra, una pequeña ciudad como Sidon ó Torlosa
con sus campos, sus jardines y sus molinos; deplorable contraste que debia hacer sentir á los cristianos su
humillación y manifestarles cuanto tenian que temer. Con frecuencia los francos le obligaban á no construir
fortalezas, á no fortificar sus ciudades; hasta renunciaban al derecho de reparar las iglesias de los santos
lugares y cuando caia una piedra de la pared (tal es la espresion de los tratados) era arrojada al esteriorsia
|x>der ser empleada en la reparación del edificio (1); en lodos estos tratados la política musulmana trataba
sobre lodo de dividir á los francos, detenerles bajo su dependencia, no considerándoles jamás como aliados,
sino como vasallos y tributarios (2).
Tal era la paz que disfrutaban losesladoscristianos do Siria, y cosa mas deplorable aun, habia enlonceslres
pretendientes al reino de Jerusalen ; el roy de Chipre, el rey de Sicilia y María de Antioquía descendiente
de la cuarta hija de Isabel, esposa de Amaury ; los partidos so agitaban ; batíanse por un reino medio des
truido, ó mejor, disputábanse la vergüenza de perderle onteramenle y de entregarle, despedazado por la dis
cordia, á la dominación délos musulmanes.
Mientras tanto Bibars continuaba sus conquistas, cada dia la fama referia algún nuevo triunfo; ya volvía
al Cairo arrastrando en su séquito á un rey de Nubia que habia vencido; ya volvía de Armenia con trein
ta mil caballos y diez mil niños de ambos sexos; y estas relaciones sembraban el espanto en las ciudades cris-
lianas, no muy tranquilos á pesar de sus tratados con el sultán de Egipto. En medio de sus victorias Bibars
no perdía de vista el proyecto de sitiar Tolemaida, pero para realizarían gran designio, era preciso reducir
al rey de Chipre á la impotencia de socorrer la plaza; para ello se conslruia en Egipto una escuadra en la
cual fundaba el sultán las mayores esperanzas; esta escuadrase hizo á la vela, pero al llegar delante deSimis-
so once naves se estrellaron en las rocas que defienden la costa; los buques habían recibido ¡a forma de gale
ras cristianas, y para sorprender á los habitantes de la isla de Chipre habíanse colocado cruces en los palos,
lo cual mueve al historiador de Bibars á decir que Dios se irritó coutra los musulmanes y dejó caer sobre ellos
el peso de su cólera (3). El rey de Chipre escribió al sultán del Cairo anunciándole la destrucción de la escuadra
egipcia, lo cualesciló en tal grado la indignación de Bibars, que juró destruir todos los estados cristianos, mas
la muerte no le permitió realizar sus amenazas.
El fin de Bibars se cuenta de diferenles modos, mas nosotros seguiremos al historiador árabe Ibn-Ferat,
cuyas palabras copiaremos algunas veces. Bibars se disponía á salir de Damasco para combatir á los tártaros
en los países que riega el Eufrates y antes de su partida exigió un impuesto eslraordmario; el ¡man Moliyed-
din-Almoury le dirigió algunas representaciones á las cuales contestó el sultán: oSeñor, aboliré este impues
to cuando haya vencido á mis enemigos.» Después de triunfar de los tártaros escribió en estos términos ol
jefe del diván en Damasco: «No bajaré de caballo hasta que hayas exigido un impuesto de doscientos mil
dirhems en Damasco, de trescientos mil en su territorio, de trescientos mil en sus arrabales y de mil en la
provincia meridional.» Esta misiva hizo cambiaren tristeza la alegría causada por la victoria de Bibars y el
pueblo deseó la muerte del sultán ; hiciéronse representaciones al cheik Mohyeddin, hombre piadoso y res
petado, mas apenas se habia empezado, á percibir el tributo cuando Bibars fué borrado del número de los
vivientes.
Los historiadores árabes colocan á Bibars entre los príncipes mas grandes de la dinastía de los mamelucos
haharilas: primeramente filé vendido como á esclavo, y aunque solo vivió entre soldados, su grande sagacidad
suplía en él la educación ; después cuando hubo hecho la guerra y fué arrojado entre las facciones del ejérci
to, supo cuanto debia saber para reinar sobre los mamelucos ; lo que mas le-sírvió en la carrera de su ambi
ción, fué su increíble actividad ; durante los diez y siete años de su reinado no conoció ni un dia de reposo ;
veíasele al mismo tiempo en Siria, en Egipto y en las orillas del Eufrates; las crónicas refieren que frecuen-
temenío recorrí» las caHes de Alepo ó de Damasco, mientras que los cortesanos esperaban que se despertase
e-n la puerta del palacio, del Cairo. Como habían perecido á sus golpes dos sultanes de Egipto y habia subido

(*¡ Autores árabes. (Biblioteca de las Cruzadas, t. IV.)


(2) Idem.
(3; Idem,
LIBRO DECIMOCTAVO.- 1278-1 -290. 503
al imperio impulsado por viólenlas revoluciones, la influencia de su ejemplo era lo que mas tenia ; aquellos
de cuya ambición ó infidelidad sospechaba no conservaban por mucho tiempo la vida ; y según sedecia, Bi-
bars habia hecho morir bajo diversos pretestos á doscientos ochenta emires.
Las mas sencillas comunicaciones de los hombres entre sí alarmaban su humor desconfiado y feroz, y sí
bfemos descreer á los historiadores, durante el reinado de Bibars los amigos se evitaban en las calles, y nadie
se atrevía á entrar en la casa de otro, cuando le importaba ocultar sus designios, disimular sus acciones ó ha
cer pasar su presencia desapercibida. Desgraciado del que adivinaba sus pensamionlos, desgraciado del que
pronunciaba su nombre ó le saludaba á su paso! Severo para con sus soldados, adulador para con sus emi
res, no despreciando la astucia pero prefiriendo la violencia, burlándose de los tratados y de los juramentos,
dolado de un disimulo que nadie era capaz de penetrar, de una avaricia que le hacia inflexible en la percep
ción de los tributos; no retrocediendo jamás delante del enemigo ni delante de un crimen, su genio y su ca
rácter parecían hechos para aquel gobierno que en cierto modo habia fundado, gobierno monstruoso que se
sostenía por sus vicios y escesos y que no habria podido subsistir por la moderación y la virtud.
Sus enemigos y sussúbditos temblaban aun al rededor de la litera que lo transportó de Damasco al Cairo
después de su muerte ; sus escesos, sus violencias y sus triunfos solo sirvieron á su ambición personal, y no
pudieron fijar la corona en su familia ; sus des hijos no hioieron mas que subir al trono y bajar de él. Kc-
laoun, el mas valiente de los emires, no tardó en usurpar el soberano poder. pues una marcha uniforme en la
sucesión al trono no podia convenir á un ejército inclinado siempre á la rebelión; todos los mamelucos se
•creian nacidos para el imperio, y en aquella república de esclavos parecía lícito á todo el mundo el soñar con
la tiranía, y lo que parecerá increíble, es que lo que debia perder á aquella milicia turbulenta fué precisa
mente lo que la salvó; la debilidad ó la ineptitud no podían jamás sostenerse por largo tiempo en el trono, y
■en el tumulto de las facciones sucedía casi siempre que el mas valiente y el mas diestro era elegido para diri
gir el gobierno y'la guerra.
( 1278) Bibars habia sido el azote mas terrible de las colonias cristianas, y Kelaoun no habria tardado en
consumar su ruina, si no hubiese tenido que combatir á un enemigo formidable. Ahora es cuando debemos
fijar por un momento nuestra atención sobre la multitud de bárbaros, que prontos siempre á lanzarse sobre
las provincias ocupadas por los mamelucos, eran por esto mismo los naturales ausiliares de los francos.
Se recordará que desde el principio del siglo duodécimo y sobro todo después de la primera cruzada, unas
hordas innumerables conocidas bajo el nombre de turcos, inundaban sin cesar las mas ricas comarcas de la
Siria, viniendo del pais de Mosul, de las orillas del mar Caspio, del KurduslaA y de la Persia ; aquellos te
mibles pueblos habían abrazado el islamismo, y el fanatismo musulmán les impulsaba á hacer á los cristianos
una guerra implacable ; las oriHas del Eufrates, del Oronte y aun del Jordán fueron frecuentemente el teatro
desús desolaciones.
A principios del siglo décimolercero, la éseéna cambió ; todas las naciones turcas que dominaban desde el
Eufrates hasta el Oxo fueron vencidas y dispersadas por Gengiskan y sus sucesores ; el califa de Bagdad,
lazo de todas aquellas potencias, fué también destruido, y desde entonces no hallando los tártaros ó mogoles
barreras á sus invasiones, penetraron á su vez en la Mesopotamia, en el Asia Menor y en la Siria ; como estas
nuevas naciones no habían abrazado la fé de Mahoma y hasta aquel momento solo habían combalido á los
musulmanes, se manifestaron dispuestas á unirse con las colonias cristianas. Duranle lodo el siglo décimo-
tercero no cesaron de llevar el terror de sus armas ya mas allá del Tauro, ya en los países vecinos del Líbano,
apoyados siempre por la alianza de los jefes de la Georgia, de los príncipes de la pequeña Armenia y de otros
muchos estados cristianos ; así es que las potencias musulmanas que dominaban en Siria y en Egipto, tuvie
ron que combatir dos enemigos á la vez, lo que contribuyó á mantener por algún tiempo los débiles restos
del poder cristiano en Asia ; mas desgraciadamente para los cristianos su alianza con los tártaros, subordina
da siempre á un estado de cosas pasajero y á circunstancias imprevistas, no produjo los frutos que de ella
era lícito esperar ; los mogoles, ausiliados por sus aliados, no pudieron jamás en sus guerras irregulares
triunfar de la milicia disciplinada de los mamelucos, ni de la política de los sultanes del Cairo. En el territorio
de Emeso perdieron mas de diez batallas, y el camino de Egipto quedóles cerrado para siempre; si la fortuna
hubiese favorecido sus armas, es de creer que hubieran mas tarde abrazado la fé de Jesucristo.y desde enton
ces el oriente habría cambiado enteramente de aspecto.
504 niSTORIA DE LAS CHUZADAS.
Apenas Kelaoun se hubo sentado en el trono de Egipto, cuando recibió la noticia de que los tártaros ha
bían de nuevo atravesado el Eufrates y que avanzaban precedidos de los guerreros de la Georgia y déla Ar
menia ; el nuevo sultán emprende al momento el camino de Siria al frente de su ejército, y el territorio de
Emeso fué teatro de una sangrienta batalla en la cual los mamelucos consiguieron una victoria completa y
decisiva. Después del triunfo de los musulmanes, lodos los estados cristianos esperábanla decisión de su
suerte sumidos en el terror, mas Kelaoun se rindió á los ruegos del conde de Trípoli y de los caballeros del
Temple y del Hospital que le pedian la paz, si bien marchó á desahogar su cólera con los estados del rey de
Armenia, á quien acusaba de haber llamado á los mogoles; toda la Armenia fué asolada por los mamelucos
y los tributos impuestos con motivo de la tregua que siguió á la guerra acabaron la ruina de aquella nación.
Lo mas notable que vemos en el tratado concluido en aquel entonces, es que el sultán del Cairo dicté él mis
mo al rey de Armenia la fórmula del juramento; el príncipe ( I J cristiano, al obligarse á sufrir el yugo de una
potencia musulmana , juró por la verdad de la cruz, por la verdad del Evangelio, por la verdad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, y se sometió en caso de no cumplir sus promesas, á hacer treinta veces la peregri
nación á Jerusalen con los pies desnudos y Id cabeza descubierta. Kelaoun deseaba castigar también al rey
de Georgia, mas le contenían los obstáculos y peligros de tan lejana espedicion ; sin embargo, la casualidad ó
la traieion no tardó en ofrecerle una ocasión fácil de ejercer la venganza ; el príncipe georgiano, acompaña
do únicamente de uno de sus servidores, se dirigía en peregrinación á Jerusalen cuando cayó en poder de los
musulmanes, los cuales le condujeron al Cairo, donde el sultán lo guardó en cautiverio.
Mientras que los cristianos de oriente reconocían, como hemos visto, el poder siempre en aumento de los
infieles, Gregorio X continuaba en vano en el occidente los preparativos ó mejor las predicaciones de la
cruzada ; diferentes veces habia renovado sus instancias cerca de llodolfo de Hapsburgo, mas Rodolfo tenia
un imperio que conservar; en vano el papa le amenazó con despojarle de su corona ; el nuevo emperador
veía menos peligro en la cólera del sumo pontífice que en una espedicion que le alejase de sus estados; final
mente, Gregorio murió (2) sin haber podido cumplir las promesas que habia hecho álos cristianos de oriente,
y si bien la Palestina recibía de tiempo en tiempo algunos socorros de Europa, además de no llegar nunca á
propósito, parecían dirigidos, mas que á defenderla, á comprometer su seguridad. El rey de Sicilia, que se
habia proclamado rey de Jerusalen, habia enviado un cierto número de soldados y un gobernador á Tole-
maílla, mientras se disponía á hacer una espedicion formidable á la Siria, y quizás en esta circunstancia su
ambición habria servido en mucho á la causa de los cristianos, si una revolución no hubiese hecho abortar
todos sus proyectos.
(1279) El descontento de los pueblos en sus nuevos estados, y sobre todo en Sicilia, iba siempre en au
mento ; agobiados los pueblos de tributos con motivo de la última cruzada, irritáronse los ánimos al publi
carse otra nueva; los enemigos de Carlos solo veian en la cruz de los peregrinos la señal de la violencia y
del pillaje; á la sombra de tan sagrada bandera, decían, acostumbra á derramarse la sangre inocente, recor
dando aun que la conquista de Nápoles se habia hecho bajo los pendones de la cruz ; por fin dióse el grito de
rebelión ; ocho mil franceses fueron inmolados á los manes de Coradino, y las Vísperas Sicilianas, cuyo re
sultado fué hacer pasar la Sicilia bajo la dominación de los reyes de Aragón, acabaron de destruir lodos los
proyectos de Carlos sobre el oriente.
Kelaoun no abandonaba ninguno de sus designios, pero carecía de una escuadra para sitiar por mar las ciu
dades cristianas; acostumbrado á considerar los establecimientos de los francos como una presa que nopodia
escipársele, esperaba con paciencia el momento favorable y no lemia renovar los tratados de paz con lasciu-
dades y principados que anhelaba destruir, así es que aunque nada tuviese ya que temer ni de parte de los
mogoles ni de la cristiandad, consintió en celebrar una nueva tregua con los francos de Tolemaida ; en este
tratado,que nos ha sido conservado por los autores árabes, se ve cuáles eran los planes del sultán del Cairo y
el ascendiente que ejercían sobre sus débiles enemigos; en él se obligaban los cristianos, en caso de que un
príncipe franco hiciese una espedicion al Asia, á prevenir á los infieles de la llegada de los ejércitos cristia^
nos de occidente, con lo cual además de firmar una condición deshonrosa, renunciaban á la esperanza de

(1) Biblioteca de las Cruzadas, t. IV.


(i) Annal. eccles. ann. 1í76, núm. 46 y 47.
LIBRO DKC1MOCTAVO.-1284-1290. &05
una cruzada. La previsión de los sultanes del Cairo no se contentaba con el aviso que prometían darles los
cristianos de Siria, así es que Kelaoun enviaba con frecuencia embajadores á Europa, y los numerosos agen
tes que tenia en todas las ciudades le instruían con exactitud de cuanto se preparaba contra los musulma
nes, asi en la corte de Roma como en los consejos de I03 príncipes cristianos. Una embajada del Cairo per
maneció tres años en la corte de Sevilla, donde era tratada con grande distinción ; los príncipes v los estados
que tenian en oriente algunos intereses que guardar, no solo se aliaban sin escrúpulo con el sultán de Egip
to, sino que prometían en tratados y juraban por el Evangelio declararse enemigos de todas las potencias
cristianas que atacasen los estados de su aliado musulmán ; en un tratado que ha llegado hasta nosotros, ve
mos al rey de Aragón y á sus hermanos obligarse á negar su cooperación á toda especie de cruzada empren
dida por el papa de Roma y por los reyes de los francos, de los griegos ó de los tártaros ; no habia ciudad ma
rítima en Italia ó en las costas del Mediterráneo que no se manifestase dispuesta á preferir en sus relaciones
con el oriente, las ventajas de su comercio á la libertad de los santos lugares.
(4282) Estos tratados, dictados unas veces por el temor y otras por la ambición ó la avaricia, elevaban
cada dia una nueva barrera entre los cristianos de oriente y los de occidente, sin que fuesen tampoco un
obstáculo para detener al sultán del Cairo, quien hallaba siempre algún pretesto para romperlos, cuando la
guerra le ofrecía mas ventajas que la paz ; así sucedió con la fortaleza d<3 Markab, situada entre Torlosa y
y Trípoli ; acusóse á los hospitalarios, á los cuales pertenecía el castillo, de hacer escursiones en las tierras de
los musulmanes, y esta acusación, que quizás no carecia de fundamento, fué seguida del sitio de la plaza.
«Marica b (copiamos las palabras de la historia oriental) era como una ciudad colocada en observación sobre
una montaña : las citms de las torres que sobrepujaban en altura é las de Palmira, solo eran accesibles para
las águilas del Líbano, y cuando se las contemplaba desde las orillas del mar, creíase ver el astro del dia á
través del azur y de las nubes del cielo.» A pesar de la aspereza del lugar, logróse colocarlas máquinas de
guerra, y en los priméros días de abril se dió principio al ataque ; los mineros abrieron la tierra debajo de
las murallas de las torres, y luego de practicada una brecha en las murallas, intentaron los musulmanes el
asalto ; el valor de los sitiados contuvo el ímpetu de los sitiadores, los cuales después de muchos y prolongados
ataques sintieron desfallecer su valor ; siu embargo, el dios de Mahoma, dicen los autores árabes, envió á sus
ángeles y celestes milicias en socorro del islamismo ; la mina practicada debajo de las murallas fué prolonga
da hasta el interior de la plaza ; entonces la guarnición cristiana conociendoque no habia salvación para ella,
propuso rendirse, y el estandarte del profeta doló en las torres de la fortaleza. Mientras los soldados cristianos
tomaban el camino de Trípoli, los verdaderos creyentes alababan á Dios por haber esterminado á los adora
dores del Mesías y libertado el país de su presencia ; al sitio de Markab habian acudido un gran número de
imanes y de fakires, cuya santa milicia se retiró cantando alabanzas á Kelaoun, proclamándose el nombre
del sultán victorioso en todas las mezquitas de la Siria y del Egipto, en medio de acciones de gracias (1).
(1 284) Entre Markab y Tortosa se elevaba el castillo de Marakia cuyos restos existen aun en el dia, sus
ceptible únicamente de ser atacado con una escuadra ; en él se habia retirado un señor franco que las cróni
cas árabes llaman unasvecesseñorde Gelima yotrasel señor de Barthelemi, quien no cesaba de asolar lastier-
ras vecinas, volviendo caria dia á su fortaleza cargado de losdespojos de los musulmanes; Kelaoun quiso apode-
rarse del castillo del señor de Barthelemi, pero como carecia de buques y juzgaba el fuerte inespugnable, es
cribió lo siguiente al conde de Trípoli. «Tú fuiste quien construyó ó permitió construir el castillo; desgraciado
de tí, desgraciada de tu capital, desgraciadode tu pueblo, si no es demolido inmediatamente! » Estas amena
zas aterrorizaron tanto mas al conde de Trípoli, en cuanto cuando recibió la carta del sultán las tropas mu
sulmanas habian entrado ya en su territorio; en cambio de su fortaleza ofreció al señor de Barthelemi tierras
considerables: mas brillantes promesas, ruegos, todo fué inútil; por fin interpúsose en la negociación el hijo
de Barthelemi y partió para implorar la compasiondel sultán del Cairo, mas el irritado anciano corrió tras las
huellas de su hijo, y habiéndole alcanzado en la ciudad de Tolemaida le dió de puñaladas delante del pueblo
reunido. Este asesinato exasperó á todos los cristianos, y no lardó Barthelemi en verse abandonado de sus pro
pios soldados, horrorizados de su crimen. El castillo que habia quedado desierto fué demolido, y desde entonces
el señor de Barthelemi se convirtió en el mas cruel enemigo de los francos retirándose entre los infieles, sin
cesar ocupado en asociarles á sus venganzas y procurar la destrucción de las ciudades cristianas.
(I) Bibl ioteca de las Cruzadas, año 1285.
(38 y 39) 61
506 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
[i 2S7) Su implacable odio tuvo por desgracia muchas ocasiones en que saciarse ; el sultán del Cairo con
tinuaba la guerra contra los cristianos y todo parecia favorecer sus empresas; desde mucho tiempo tenia el
proyecto de apoderarse de Laodicea, cuyo puerto rivalizaba con el de Alejandría, mas la ciudadela de la ciu
dad, construida en medio de las olas, era inaccesible ; en aquel entonces un terremoto derribó la torre lla
mada de los palomos y el faro que guiaba á los buques durante la noche; al saberlo, dice el autor arábe de
la vida de Kelaoun, el sultán dirigió contra Laodicea aquellas terribles m ¡quinas cuyas lenguas celebran
triunfos y cuyos dedos señalan la victoria. Algunos castillos levantados por los cristianos en la costa ele Fenicia
cayeron también en poder de los musulmanes, y después de haberle abierto todas las avenidas de Trípoli, el
sultán del Cairo solo se ocupó en el sitio de aquella ciudad; ni la fé de los tratados, ni las recientes comisio
nes de Bohemundo pudieron retardar un momento la destrucción de una ciudad floreciente. Ninguna
otra ciudad cristiana, ningún príncipe de la Palestina marchó á socorrer á Trípoli, y era tal el espíritu de di
visión que reinaba continuamente entre los francos, que los templarios, de acuerdo con el señor deGibelet,
habían poco tiempo antes formado el proyecto de apoderarse de la ciudad, todo estaba pronto para la reali
zación del complot, y solo á una circunstancia imprevista se debió el que se frústrasela empresa; tenemos a
la vista una declaración manuscrita, redactada por un notario de Trípoli y firmada por muchos testigos en
la cual el señor de Gibelet refiere su traición con todas sus circunstancias ; después de descubierta esta cons
piración el mismo señor de Gibelet se dedicó por órden del gran maestre del Temple á atucar y ásaqutarák
pisónos. aNo tenia con ellos la menor cuestión, nos dice él mismo confesandosu felonía, pero obraba así por
que dicho gran mestre le habia pedido trigo y cebada para su gente y sus caballos.» Tantas violencias y de
sórdenes ponian sin cesaren peligro las ciudades cristianas, sin que nadie tuviese bastante ascendiente 6 pa
triotismo para tratar de conjurar sus funestos efectos ; impulsado por el temor ó los remordimientos, el señor
de Gibelet quiso solicitar su gracia cerca del conde de Trípoli, ofreciendo abandonar su tierra y marchar <i
vivir en otra parte del mejor modo que pudiese, mas los templarios se negaron á interceder por él y á mei-
clarseen un asunto en que se habían ellos comprometido. Ibn-Ferat refiere que el señor de Gibelet fué muer
to por órden de Bohemundo; despojado su hijo de la herencia paterna, solo pensó en vengar la muerte de
su padre, y al ejemplo de otros muchos cristianos, víctimas de la violencia y de la injusticia, imploró el ausi-
lio de los musulmanes. La muerte de Bohemundo, que siguió de cerca á la del señor deGibelet, acabó de in-
troducir el desorden y la discordia entre los habitantes de Trípoli ; la hermana y la madre del príncipe se
disputaron su autoridad; cuantos hasta entonces habían meditado proyectos de traición, volvieron á renovar
sus tramas; el espíritu de licencia y de rivalidad animaba á todos los ciudadatios unos contra otros, cuando
Kelaoun se presentó delante de las murallas al frente de un ejército formidable.
Diez y siete grandes máquinas fueron arrimadas á las murallas, mientras mil quinientos obreros ó solda
dos se ocupaban en minar la tierra ó en lanzar el fuego griego ; después de treinta y cinco dias de sitio los
musulmanes penetraron en la ciudad á sangre y fuego ; siete mil cristianos cayeron bajo la espada del ven
cedor; las mujeres y los niños fueron reducidos á la esclavitud: en vano una multitud aterrorizada buscóen
la isla de San Nicolás un asilo contra los mamelucos, sedientos de sangre; Abulfeda refiere que habiendo
desembárca lo él en aquel islote pocos dias después de la toma de Trípoli, lo halló cubierto de cadáveres; mu
chos habitantes se habian retirado en los buques y huian de su patria desolada, mas el mar los arrojó de
nuevo á la costa donde fueron inmolados por los musulmanes . No contento aun el sultán con haber eslerni.-
nado la población de Trípoli, ordenó incendiar y demoler la ciudad; el puerto de Trípoli atiaia á una gran
parle del comercio del Mediterráneo; la ciudad encerraba mas de cuatro mil telares de seda; admirábanse sus
palacios, sus torres, sus fortificaciones, y tantos manantiales de prosperidad, cuanto podia hacer florecer lapai
y servir de defensa en la guerra, lodo pereció bajo el hacha y el martillo. El principal objeto de la política
musulmana en esta guerra era destruir cuanto habian hecho los cristianos, no dejando en la costa de Siria m
una huella de su poderío, nada que pudiese llamar en adelante á los príncipes y guerreros de occidente, nada
que pudiese proporcionarles los medios de mantenerse allí si alguna vez volvían á clavar sus estandartes en
aquellas costas.
Tolemaida, que habia permanecido neutral en tan terrible guerra, supo la toma y destrucción de otra cía-
dad cristiana, por algunos fugitivos que habian logrado escapar á la espada de los musulmanes y venían»
pedirle un asilo; al recibir tan trista noticia, debió ya presentir las desgracias que la amenazaban.
LIBIiO DECIMOCTAVO.-1287-1290. 507
Tolemaida era entonces la capital de las colonias cristianas y la ciudad nías considerable de la Siria ; la
mayor parte de los francos, arrojados de las demás ciudades de la Palestina, se habianrefujiado en ella con sus
riquezas; en su puerto entraban cuantas escuadras venian de occidente; veíanse en ella los mas ricos merca
deres de lodos los países del mundo ; as! como habia aumentado en población, habia también aumentado en
estension ; estaba construida toda de piedra labrada ; todas las casas tenían la misma altura (1 ) ; la mayor
parte de los edificios remataban en una plataforma ó terrado; escelentes pinturas adornaban el interior d°
las principales babitaciones, donde se introducía la luz por ventanas con vidrios, lo que era entonces de un
lujo estraordinario. En las plazas públicas, colgaduras de seda 6 de una tela transparente libraban á los ha
bitantes de los ardores del sol ; entre las dos murallas que defendían la ciudad por la parle de oriente se ele
vaban suntuosos palacios habitados por los príncipes y grandes; los artesanos y mercaderes residian enel in
terior déla ciudad. Entre los "príncipes y nobles que tenían habitaciones en Tolemaida, se contaban el rey
de Jerusalen, sus hermanos y su familia, los príncipes de Galilea y de Antioquía, el lugarteniente del rey
de Francia, el del rey de Chipre, el duque de Cesárea, los condes de Trípoli y de Joppe, los señores deBeiroulh,
de Tiro, de Tiberiades, de Sidon, de Ghelin, de Arsur etc; en una antigua crónica se lee que todos estos
príncipes y señores se paseaban por las plazas públicas Herando coronas de oro como reyes, y ostentando su
numeroso séquito con vestidos deslumbradores de oro y pedrería; losdias se pasaban entre fiestas, espectáculos
y torneos, mientras que el puerto veia trocarse los tesoros del Asia y del occidente, mostrando a toda hora el
animado cuadro del comercio y de la industria.
La historia contemporánea deplora con amargura la corrupción de costumbres que reinaba en Tolemaida;
los eslranjeros llevaban á ella los vicio des todas las naciones; la molicie y el lujo se habían estendido á to
das las clases, y el mismo clero no habia podido evitar el contagio ; entre los pueblos que habitaban en Siria,
los mas afeminados, los mas disolutos eran los habitantes de Tolemaida.
No solo era Tolemaida la ciudad mas rica de la Siria, sino que según pública fama era la plaza mejor forti
ficada ; durante su permanencia en Palestina San Luis nada habia omitido para reparar y aumentar sus for
tificaciones ; por la parle de tierra rodeaba la ciudad una doble muralla defendida de distancia en distancia
con altas torres almenadas ; un foso ancho y profundo impedia acercarse á los muros, y por la parle del mar
defendían la ciudad una fortaleza construida en la entrada del puerto, el castillo del Temple que se hallaba al
mediodía y la torre llamada del Rey situada al oriente.
Tolemaida tenia entonces muchos mayores medios de defensa que cuando sostuvo durante tres años el ata
que de todas las fuerzas de la Europa: poder alguno era capaz de reducirla si hubiese tenido por habitantes
á verdaderos ciudadanos y no á eslranjeros, peregrinos y mercaderes, prontos siempre á trasladarse de una
parte á otra con sus riquezas; los representantes del rey de Nápoles, los lugartenienles del rey de Chipre,
los franceses, los ingleses, el legado del papa, el patriarca de Jerusalen, el príncipe de Antioquía, las tres
órdenes militares, los tártaros, tenian todos su cuartel, su jurisdicción, sus tribunales y sus magistrados en
teramente independientes unos de otros y todos con el derecho de soberanía; estos cuarteles eran como otras
ciudades distintas diferenciándose en costumbres, en lenguaje y en intereses, de modo que era imposible es
tablecer el órden en una ciudad en que tantos soberanos haciun leyes, que carecía de una administración
uniforme, y en que con frecuencia el crimen era perseguido por una parle y protegido por la olra ; esto ha
cía que todas las pasiones estuviesen desenfrenadas, dando lugar á sangrientas escenas. Además de las que
rellas cuya causa nacía on el mismo país, no habia división en Europa y sobre todo en Italia, que no se hi
ciese sentir en Tolemaida ; las discordias de los güelfos y de los gibelinos agitaban los ácimos en esla ciudad,
y las rivalidades de Génova y de Venecia habian hecho derramar en ella torrentes de sangre ; cada nación
tenia sus fortificaciones en el cuartel que habitaba ; fortificábanse hasta las iglesias ; á la entrada de cada
plaza se levantaba una fortaleza, y las calles se cerraban con puertas y cadenas de hierro, siendo fácil de
conocer que todos estos medios de defensa se habian empleado mas que para contener á los enemigos para ele
var una barrera contra los vecinos y rivales.
Los jefes de los cuarteles y los principales de la ciudad se reunían algunas veces, mas raramente se ponian
de acuerdo, y desconfiaban siorapre unos de otros: esta especie de asambleas jamás tenian un plan de con-

(l) Biblioteca de las Cruzidas, t. III.


508 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
duela, una regla Gji, y sobre todo carecían de loda previsión ; la ciudad pedia á la vez socorros á occidente
y solicitaba una tregua á los musulmanes ; cuando se celebraba un tratado, nadie tenia bastante poder para
hacerlo respetar ; por el contrario, todos eran dueños de violarlo, atrayendo así sobre la ciudad todos los rad
ies que la infracción podia llevar consigo.
Dfispuos de la destrucción de Trípoli, el sultán del Cairo amenazó la ciudad deTolcmaida, mas ya temiese
la desesperación de los cristianos, ya creyese que no había llegado aun la ocasión favorable, cedió á las sú
plicas que su le dirigieron y renovó con los habitantes una tregua de dos años, dos meses, dos semanas, dos
dias y dos horas ; según la versión de una crónica, el legado del papa desaprobó el tratado é hizo insultar á
unos mercaderes musulmanes que habían entrado en la ciudad; los templarios y las demás órdenes militares
quisieron dar una satisfacción al sultán de Egipto, pero el legado se opuso y amenazó con escomulgar á cuan
tos tuviesen la menor relación con los infieles (4).
Un autor árabe (2) dice haber sido otra la causa del rompimiento de los tratados ; cuenta que la esposa de
un rico habitante de Tolemaída, prendada de un jóven musulmán, paseaba con este por les jardines qoerft-
d jaban la ciudad, y advertido el marido del ultraje hecho k la fé conyugal, reúne á algunos amigos, sale coa
ellos de Tolemaida, sorprende á su esposa con su seductor, é inmola á los dos á su venganza ; algunos musul
manes de las cercanías acuden al estrépito, el número de los cristianos aumenta y la querella se hace gene
ral, quedando sin vida cuantos musulmanes hallaron los irritados cristianos.
(1290) Estas violencias, que la fama no dejaba de exagerar, podian dar al sultán de Egipto un prelesto
para empezar de nuevo la guerra (3), y presintiéndolos cristianos el peligro, se apresuraron á implorar el
tocorro del sumo pontífice, el cual hizo armar veinte galeras por los venecianos (4); esla-eruzada transportó
á Tolemaida á mil seiscientos hombres reclutados con gran precipitación en algunas ciudades de Italia, mas
el refuerzo que para su defensa se envió á los habitantes de la Palestina aceleró su pérdida ; los soldados de
h santa sede, reclutados éntrelos aventureros y vagos, se entregaban á toda clase de escesos ; como no te
nían sueldo, robaban lo mismo á los musulmanes que á los cristianos, y cierto dia aquella tropa indisciplina
da salió de la ciudad para hacer una escursion á las tierras musulmanas ; los pueblos y las aldeas fueron sa-
quados, los habitantes maltratados y muchos asesinados. El sultán del Cairo envió embajadores á los cristia
nos quejándose de las violencias cometidas en tiempo de paz, y su llegada dió lugar á muchos y numerosos
consejos; en un principio, las.opinic.nes se manifestaron encontradas ; los unos querían que se tomaseel par
tido de los que habían rolo la tregua, los otros que se diese satisfacción al sultán, solicitando la continuación
de los tratados; finalmente, decidióse enviar al Cairo una embajada encargada de escusar los hechos y de
ofrecer presentes ; admitidos los embajadores en presencia de Kelaoun, alegaron que el mal habia sido co
metido por soldados venidos de occidente y no por los habitantes de Tolemaida, en vano los diputados ofre
cieron en nombre de la ciudad castigar á los autores del desórden ; ni sus sumisiones, ni sus ruegos pudieron
desenojar al sultán, quien les echó en cara con amargura el burlarse de la fó de los tratados, el dar asilo á
perturbadores enemigos de la paz y del derecho de gentes , mostrándose tanto mas inflexible en cuanto juz
gaba propicia la ocasión para realizar sus proyectos.; sabia que no se preparaba en Europa cruzada alguna,
que el papa Nicolás solicitaba en vano el ausilio de los reyes de Francia y de Inglaterra, y que lodos los so
corros de occidente.se reducían á los aventureros que acababan de romper la tregua. Kelaoun despidió í I*
embajadores, amanazandocon toda su cólera á la ciudad de Tolemaida, y ya habia dado órdenes para que
en todas sus provincias se hiciesen los preparativos de guerra.
Al regresar los embajadores, reunióse en Tolemaida un gran consejo, al cual asistieron el patriarca deJe-
rusalen, Juan de Fresii, comandante por el rey de Francia, mosen Oste de Granson, por el rey de Inglater
ra, los grandes maestres del Temple y del Hospital, los principales de la ciudad y un gran número de ciuda
danos y peregrinos; después que los diputados hubieron dado cuenta de su misión y referido las amenizas
del sultán de Egipto, el patriarca tomó ta palabra ; sus virtudes, sus cabellos canos, su celo por la causa Je

( 1) Biblioteca de las Cruzadas, t. IH.


(2) Biblioteca do las Cruzadas, t. IV.
(3) Biblioteca de las Cruzadas.
H) Anual, cccles. ad ann. 1290 núBp 8.
LJBRO DECIMOCTAVO. -1290. 509
los cristianos, inspiraban conGanza y respeto ; el venerable prelado exhortó a cuantos le escuchaban á ar
marse para la defensa de la ciudad, á recordar que eran cristianos y que debían dar su vida por la causa"de
Jesucristo; conjuróles á olvidar sus discordias, á no tener otros enemigos que los musulmanes y a mostrarse
dignos de la santa causa por la que combatian. Su elocuencia despertó en el auditorio generosos sentimientos
y todos juraron obedecer las exhortaciones del patriarca, j Feliz la ciudad de Tolemaida si sus habitantes y
defensores hubiesen conservado siempre las mismas disposiciones y el mismo entusiasmo eu medio de los pe
ligros y de las calamidades de la guerra!
Pidiéronse socorros á todas partes; llegaron algunos peregrinos de occidente y cierto número de guerreros
de las islas del Mediterráneo; el rey de Chipre desembarcó con quinientos hombres de armas, y reunidos es
tos nuevos ausiliares con los que empuñaban las armas en la ciudad, se elevaban á nuevecientos hombres
ilo caballería y á diez y ocho mil combatientes de infantería ; estas fuerzas divididas en cuatro divisiones fueron
encargadas de defender las torres y las murallas : la primera estaba ú las órdenes de Juan de Gresli y de Osle
de Granson, el uno con los franceses y el otro con los ingleses y picardos ; la segunda era mandada por el rey
de Chipre junto con el gran maestre de la orden teutónica ; la tercera por el gran maestre de San Juan y por
el de los caballeros de Cantorbery, y la cuarta por el gran maestre del Temple y por el de San Lázaro. Un
consejo compuesto de ocho jefes debia gobernar la ciudad durante el sitio.
Los musulmanes se preparaban para la guerra con una actividad no vista hasta entonces ; todo se hallaba
en movimiento desde las orillas del Nilo hasta las del Eufrates ; habiendo caido enfermo el sultán Kelaoun á
su salida del Cairo, envió delante de él á siete de sus principales emires, cada uno de ellos con cuatro mil gi-
netes y veinte mil infantes; á su llegada al territorio de Tolemaida, los jardines, las casas de recreo, las vi
ñas que cubrían las colínas, lodo fué asolado ; la vista del incendio que se elevaba por todos los puntos, la
aterrorizada muchedumbre de los habitantos de las inmediaciones que huían con sus muebles, sus ganados
y sus familias, anunciaron á Tolemaida que empezaban á realizarse las amenazas y siniestros proyectos de
'os musulmanes. Trabáronse algunos combates en el llano, pero ninguno notable ni decisivo, pues los musul
manes esperaban la llegada del sultán para emprender los trabajos de sitio.
Su enfermedad continuaba reteniendo á Kelaoun en Egipto, y sintiendo acercarse su fin, envió á buscar á
su hijo y á sus emires-, á los unos recomendó reconocer y servir á su hijo como le habían servido á sí mis>-
mo, y á este, continuar sin descanso la guerra á los cristianos, prescribiéndole que no le diese los honores
de la sepultura hasta haber conquistado la ciudad de Tolemaida. Chalil juró cumplir la postrera voluntad de
su padre, y cuando Kelaoun hubo dado el último suspiro, los ulemas ó imanes se reunieron en la capilla
donde se depositaron sus restos, leyeron durante toda la noche los versículos del Coran, y no cesaron de in
vocar á su Profeta contra los discípulos de Cristo (1). No tardó Chalil en ponerse en marcha con su ejército, y
si bien los francos esperaban que la muerte de Kelaoun haria nacer la discordia enlre los musulmanes, e'
odio que profesaban estos á los cristianos bastaba para reunir á los soldados musulmanes ; el sitio de Tole
maida, la esperanza de destruir una ciudad cristiana, ahogaron todos los gérmenes de división y consolida
ron el poder de Chalil, á quien se proclamaba de antemano vencedor de los francos y pacificador de la reli
gión musulmana.
El sultán llegó por fin delante de Tolemaida ; su ejército cubria un espacio de muchas leguas, desde el mar
hasta las montañas; los musulmanes lodos habían acudido de las orillas del Eufrates, de las costas del mar
Rojo, de todas las provincias de la Siria y de la Arabia;"construyéronse arietes, catapultas y galerías cubiertas;
los cedros del Líbano y los robles que cubrían las montañas de Naplusa, caídos bajo la segur de los infieles,
habían sido transportados debajo de los muros de Tolemaida ; mas de trescientas máquinas de guerra estaban
prontas para batir las murallas de la ciudad, y el historiador Abulfeda, que asistía al sitio, habla de una de
ellas que cien carros podían apenas arrastrar.
Tan formidable aparato sembró la consternación entre los habitantes de Tolemaida ; el gran maestre del
Temple desesperando de la defensa y salvación de la ciudad, reunió á los demás jefes para saber si había al
gún medio de renovar la tregua, librándose así de una inevitable ruina ; en seguida marchó á la tienda del
sultán, y pidióle la paz y tratando de conmover su ánimo, exageró las fuerzas de Tolemaida, con lo cual Cha

li) Ibn-Fcrat.
510 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
1¡I, asústenlo por las dificultades del sitio y pensando sin duda hallar otra ocasión para hacerse duefiode !j
ciudad, consintió en (irinar una tregua, con la condición que los habitantes pagasen cada uno un dinero de
Venecia ; el gran maestre volvió á la plaza, convocó una asamblea del pueblo en la iglesia de la Santa Cruz
y manifestó las condiciones bajo las cuales el sultán conscnlia en concluir una nueva tregua ; su opinión era
suscribir á aquellas condiciones, puesto que no habia otro medio de salvar Tolemaida ; mas apenas hubo
proferido estas palabras cuando la multitud se enfurece, grila traición y por poco el gran maestre del Tem
ple espia al momento su prudente privación y su zelo por la salvación de la ciudad ; desde entonces aquel
generoso guerrero solo pensó en morir con las armas en la muño por un. pueblo capaz de rechazar la gaerra
con bi guerra y que no sufria deber su existencia á la paz.
( I á¡1|) La presencia del sultán habia redoblado el ardor de las tropas musulmanas, y desde los primeros
dias de su llegada los trabajos del sitio se ejecutaron con increíble vigor. El ejército de los sitiadores conta
ba sesenta mil ginetes y ciento cuarenta mil infantes, quienes relevándose sin cesar no dejaban á los sitia
dos ni un instante de reposo ; las máquinas lanzaban piedras y colosales maderos que en su caida derriba
ban los palacios y las casas de la ciudad ; una nube de flechas, de dardos, de frascos de fuegos y de balas de
plomo, caían día y noche sobre las murallas y las torres. En los primeros ataques los cristianos mataron i fle
chazos y á pedradas á muchos infieles que se acercaban á las murallas; hicieron también algunas salidas, en
una de las cuales penetraron hasta las tiendas de los sitiadores; mas al fin fueron rechazados; algunos de
ellos cayeron en poder de los musulmanes, y la caballería siria, que habia colgado del cuello de sus caballos
las cabezas de los vencidos, fué á mostrar al sultán del Cairo los bárbaros trofeos de una victoria compraJa
á gran costa.
En un principio el peligro habia reunido á todos los habitantes de Tolemaida y les animaba de igualesseo-
tirnientos; en los primeros combates nada era comparable á su ardor, pues les sostenía la esperanza de re
cibir socorros de Occidente y además la de que algunos triunfos conseguidos sobre los sitiadores obligarianá
estos á la retirada ; sin embargo, á medida que estas esperanzas se desvanecían, su entusiasmo parecía apa
garse, la mayor parto no podían soportar largas fatigas y la vista de un peligro sin cesar renaciente cansaba
su valor; los que defendían las murallas veíanse diariamente disminuir su número; el puerto se veia cubierto
de cristianos que huían llevando consigo sus riquezas, y el ejemplo de los que tomaban la fuga acababa de
desalentará los que se quedaban ; en una ciudad que contaba cien mil habitantes y que en los primeros dias
de sitio habia puesto sobre las armas á veinte mil guerreros, no se hallaron después mas que doce mil
combatientes.
A la deserción no tardó en unirse otra desgracia ; la división entre los jefes ; muchos desaprobaban las me
didas tomadas para la defensa de la plaza, y porque su 'opinión no habia prevalecido en el consejo, perma
necían en la inacción, olvidando los peligros y calamidades que amenazaban á la ciudad, y que Ies amenaza
ban también á ellos mismos.
El dia cuatro de mayo (el sitio duraba un mes hacia) el sultán del Cairo dió la señal del asalto;
mandó reunir en la llanura trescientos camellos y sobre cada uno de ellos se colocó un tambor, producicmi¡)
un ruido espantoso (1) ; entonces los soldados musulmanes salieron de su campamento formados en batalla;
la multitud de guerreros y de armas ofrecía un terrible espectáculo. «A medida que avanzaba el ejército mu
sulmán (son espresiones de una crónica contemporánea), el sol brillaba en los dorados broqueles y la tierra
parecía reflejar su brillo ; las aceradas espadas parecían otras tantas estrellas en una noche de eslío; cuando
las tropas se desplegaban con sus lanzas levantadas, creíase ver un bosque movible; mas de cuatrocientos
mil combatientes cubrían los llanos y las colinas.» Desde el despuntare! alba no cesaban de batir la mura
lla las mas formidables máquinas de guerra ; los esfuerzos de los sitiadores se dirigieron principalmente ha
cia la puerta y la torre de San Antonio, al oriente de la ciudad, cuyo puesto estaba confiado á los soldados
del rey de Chipre ; los musulmanes arrimaron sus escalas á las murallas ; la defensa no fué menos viva que
el ataque, y solo la noohe pudo obligar á los sitiadores á emprender la retirada ; entonces el rey de Chipre
ocupándose mas de 3U seguridad que de su gloria solo pensó en abandonar una ciudad que no esperaba sal
var, y por la noche bajo el pretesto de tomar algún descanso se retiró con sus soldados, confiando el pu»!»

(1) Mjkriíi.
LIBRO DECIMOCTAVO.-* 291. 511
del peligro á los caballeros teutónicos, con promesa de volver al apuntar el dia ; mas al aparecer el sol, e
rey de Chipre se habia embarcado con todos sus caballeros y tres mil combatientes. Imposible es describir la
sorpresa é indignación de los guerreros cristianos al tener noticia de tan cobarde abandono. «Ojalá, esclama
un testigo ocular, que un viento impetuoso hubiese sumergido a los fugitivos, cayendo todcs al fondo del mar
como masas de plomo I »
El dia siguiente los musulmanes repitieron el asalto: avanzaron en buen orden cubiertos con sus anchos
escudos, provistos de muchas escalas, y acercaron sus máquinas de guerra ; los cristianos pudieron por al
gún tiempo impedirles el acceso á las murallas, pero cuando los sitiadores vieron que las torres ocupadas la
víspera por los cipriotas se hallaban abandonadas, creció su audacia, y con increíble actividad seocuparon
en rellenar el füso arrojando á él piedras tierra y caballos muertos. Las relaciones contemporáneas refieren
un hecho difícil de creer; al ejército musulmán seguia una banda deseciarios llamados chages (1) cuya de
voción consrsü'7) en sufrir toda clase de privaciones v en inmolarse por la causa del islamismo ; el sultán les
ordenó llenar el foso, y lo verificaron con sus cuerpos, pudiendo por este camino llegar la caballería musul
mana hasta el pié'de las murallas.
Los sitiadores combatian con furor; mientras los unos clavaban las escalas, lanzábanse otros en tropel so
bre los muros; otros batían la muralla con los arietes esforzándose en demolerlas con toda clase de instru
mentos; finalmente una espaciosa brecha abrió paso para penetrar en la ciudad, convirtiéndose en teatro de
un sangriento combate; no se lanzaban piedras ni flechas, las únicas armas con que se comba lia eran la
janza, la espada y la maza ; la multitud-de los musulmanes aumentaba sin cesar, mientras que los cristia
nos no recibían el menor socorro ; por fin los que defendían la muralla, eslenuados de fatiga y vencidos por
el número de sus enemigos, se ven obligados á retirarse á la ciudad , los sarracenos se precipitan en su per-
secueLn, y aun, que cueste trabajo el creerlo la mayor parte de los habitantes permanecían espectadores in
móviles de esta escena ; no era que la vista del peligro les quitase el valor, sino que el sentimiento de la
resgracia pública no era bastante para ahogar el espíritu de rivalidad y de celos. «Cuando la noticia de la en
lacia de los sarracenos (copiamos las palabras de una relación contemporánea) (2) se esparció por la ciudad,
muchos ciudadanos, por despecho unos para con otros, no se interesaron como debían en la causa común ni
tuvieron en cuenta lo quetpodia sobrevenirles, pensando en su interior que el sultán no les haria ningún
daño, puesto que no habían consentido en la violación de la tregua (3). «Animados portan locas esperanzas
preferían de ber su salvación á la clemencia del vencedor que al valor de los guerreros cristianos, y lejos de
socorrer á sus vecinos, todos se alegraban secretamente de sus pérdidas; los principales jefes de cada cuar
tel ó de cada nación temian esponer sus soldados, no para conservar sus fuerzas contra los musulmanes, sino
para tener mas imperio en la ciudad y procurarse los medios de ser un dia los mas poderosos de la ciudad y
los mas temidos en las discordias públicas.
Sin embargo, el verdadero valor no se dejaba guiar por tan mezquinas pasiones; las milicias del Temple
y del Hospital se mostraban en todos los puntos donde habia peligro; Guillermo de Clerraont, gran maestre
de los hospitalarios, acudió con sus caballerosa! lugardel desórdeny déla carnicería ; y habiendo encontra
do á muchos cristianos huyendo, aquel valiente guerrero reanimó su valor abatido, precipitóse él mismo en
las filas enemigas y hiere y mata cuanto se opone á su paso; los musulmanes, dice la relación ya citada,
huían ú su vista como corderos delunte del lobo; entonces muchos de los fugitivos volvieron al combate, el cho
que fué terrible, la mortandad espantosa ; al oscurecer las trompetas de los sitiadores dieron la señal de retí-
rada, y los musulmanes que pudieron escapar del hierro de los cristianos se retiraron en desórden por la bre
cha que habían abierto.
Este inesperado triunfo cambió enteramente la disposición de los ánimos; los que hasta entonces no habían
tomado parte en los combates y habian permanecido quietos en sus casas, acabaron por temer el ser acusa
dos de hacer traición á la causa de los cristianos ; así es que se pusieron en marcha con las banderas des
plegadas y se adelantaron hácia la puerta de San Antonio ; la vista del campo de batalla que conservaba

(1) Biblioteca de las Cruzadas, t. H.


(SJ Crónica de Hermán Cornarius.
(3) Biblioteca de las Cruzadas, t. I.
512 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
aun evidentes señales de la matanza, debió despertar en ellos algunos sentimientos generosos, y si no habisr
manifestado su valor, el aspecto de los guerreros tendidos en el sqelo y que les suplicaban que curasen sus
heridas, les ofreció al menos ocasión de ejercer su humanidad ; los heridos fueron recogidos y les muertos
enterrados; reparáronse las murallas, colocáronse máquinas y toda la noche se empleó en preparar los me
dios de defensa para eldia siguiente.
Aun el sol no habia traspasado la línea del horizonte cuando se convocó una asamblea general en el
edificio de los hospitalarios ; la tristeza se veia pintada en todos los semblantes ; en los combales de la víspe
ra habían perecido dos mil guerreros, no quedando en la ciudad mas que siete mil combatientes, número
que no bastaba para defender las torres y las murallas; la esperanza de vencer á sus enemigos no les ani
maba ya y el porvenir únicamente les ofrecía peligros y calamidades.
Rednida toda la asamblea, tomóla palabra el patriarca de Jerusalen ; el venerable prelado no hizo cargo
á los que no habían asistido al combate de la víspera, dando al olvido todo lo pasado, ni alabó tampoco á los
que mas se habían distinguido por temor de despertar sus celos. En su discurso no habló de la patria, pues
para la mayor parte de los que le escuchaban la patria no era Tolemaida ; el cuadro de las desgracias que
amenazaba á la ciudad y á lodos sus habitantes fue" presentado con los colores mas sombríos; pra los venci
dos no habia esperanza ni asilo ; nada era dable esperar de la clemencia de los musulmanes, quienes cum
plían sus amenazas, jamás sus promesas; era indudable que la Europa no enviaría socorros y el númerode
buques que habia en el puerto era insuficiente para huir por ruar; el patriarca lejos de desvanecer los temores
de su auditorio trataba de infundirle el valor de la desesperación, y terminó su discurso exhortando á lodos a
colocar su confianza en Dios y en su espada, á prepararse para el combale por medio de la penitencia, á so
correrse mutuamente, y á hacer su vida y su muerte gloriosas para ellos al mismo tiempo que útiles á la
cristiandad.
El discurso del patriarca hizo grande impresión en toda la asamblea, la cual prorumpió unánimemente
en llanto y en sollozos; las lágrimas corrian de lodos los ojos, los sentimientos religiosos que á la vista deun
gran peligróse reaniman casi siempre, llenaban las almas de un ardor y entusiasmo desconocidos; muchos se
abrazaban, exhortábanse recíprocamente á desafiar los peligros; se confesaban uuosá otros y deseaban la co
rona del martirio; los mismos que la víspera meditaban su deserción, juraban no abandonar la ciudadymo-
rir en la muralla al lado de sus hermanos y compañeros.
En seguida jefes y soldados se dirigieron á ocupar los puestos confiados á su valor ¡ los que no están ocu
pados en la defensa de los muros y de las torres, se disponen para combatir al enemigo si acaso logra pene
trar en la ciudad; elévanse barreras en todas las calles, hácense provisiones de piedras en los terrados y for
ma nse grandes fosos en las calles para detenerlos en su marcha y dejarlas caer sobre los musulmanes.
Apenas habian terminado estos preparativos cuando resonó el aire en el estrépito de los alambores y cla
rines; el horrible rumor que se dejó oír en la llanura anuncia la aproximación de los musulmanes, los cuales
después de disparar una nube de flechas se pricipilan hacia el muro que habian destruido el dia anterior; los
cristianos les opusieron una resistencia que no esperaban , muchos hallaron 1» muerte al pié de la muralla,
pero como su número iba siempre en aumento, sus ataques renovados sin cesar debían al fin agotar lasfuer-
zas de los cristianos, poco numerosos y nunca socorridos; al caer la tarde apenas conservaban fuerzas para
disparar sus dardos y manejar sus lanzas; el muro se desplomó de nuevo á los golpes de los arietes, y enton
ces se oyó al patriarca, presente siempre en el lugar del peligro, esclamar con voz lamentable : «Oh Dios, ro
déanos de una muralla que los hombres no puedan destruir y cúbrenos con la égida de tu poder.» A esta voi
los soldados parecieron cobrar nuevo vigoró hicieron un supremo esfuerzo ; precipitábanse delante del ene
migo invocando ó gritos al bendito Jesucristo; los sarracenos añádela relación manuscrita, invocaban ti «<"»'
bre de su Mahotna y proferían las mas terribles amenazas contra los defensores de la fé cristiana.
Mientras la pelea se encendia mas y mas en las murallas, la ciudad esperaba entre indecibles angustias el
resultado del combate ; la agitación de los ánimos daba origen á muchos rumores que se adoptaban primero
para ser rechazados después; en los cuarteles mas apartados se decia que los cristianos habian conseguido la
victoria, y que los musulmanes tomaban la fuga ; añadíase que llegaba de occidente una escuadra trayendo
un ejercito; mas á estas noticias, que daban un momento de alegría, sucedían otras espantosas, y en lodos
estos rumores solo era verdadero cuanto siniestro y trisle anunciaban.
LIBRO DECIMOCTAVO. -1290. 543
De repente cúndela voz de que los musulmanes han penetrado en la ciudad ; los guerreros cristianos que
defendían la puerta de San Antonio no habían podido resistir al choque del enemigo y huían por las calles
implorando el socorro de los habitantes ; estos recuerdan entonces las exhortaciones del patriarca ; acuden
refuerzos de todos los cuarteles y aparecen los caballeros del Hospital llevando á su frente al valiente Guiller
mo; de todas las casas caia una lluvia de piedras; gruesas cadenas de hierro impedían el paso á la caballería
musulmana; los que habían ya combatido recobran sus fuerzas y se precipitan de nuevo en la matanza;
síguenles los que venían en su ausilio, penetran por entre los batallones musulmanes, los dispersan y los
persiguen hasta mas allá de las murallas. Estos combales nos muestran cuánto puede el valor junto con la
desesperación ; al ver por una parte la inevitable ruina de una gran ciudad, y de otra los esfuerzos de un
corto número de defensores que aplazan de dia en dia las escenas de destrucción y de muerte, la compasión y
la sorpresa se apoderan de nuestra alma. Los asaltos se renovaban sin cesar y siempre con igual furor ; al
fin de cada dia, los infortunados habitantes de Tolemaida se felicitaban por haber triunfado de sus enemigos;
pero el día siguiente al despuntar la aurora, cuáles debian ser sus pensamientos, cuando desde sus murallas
veian el ejército musulmán, siempre tan numeroso, cubriendo la llanura desde el mar hasta el pié de las
murallas de Karouba !
Lo mismo que en tiempo de Saladino, los musulmanes no tenian escuadras que les trajesen refuerzos y ví
veres, ó que cerrasen el puerto de Tolemaida, mientras que los cristianos recorrían la costa en muchos bu
ques, sembrando el espanto entre los enemigos acampados á orillas del mar. Después de tantos combates, en
los que la innumerable multitud de los sitiadores no habia podido obtener un triunfo decisivo, empezaba el
desaliento á introducirse entre sus filas; el ejército musulmán no podia esplicarse el invencible valor de los
soldados cristianos y lo atribuían á causas milagrosas ; mil eslraordinarias relaciones volaban de boca en bo
ca, y herian la imaginación grosera de la multitud ; creían ver á dos hombres en cada combatiente (l), y en
su admiración se persuadian de que los guerreros que caian á sus golpes renacían otra vez, reapareciendo
en el campo de batalla mas fuertes y terribles que antes. El sultán del Cairo parecia haber perdido la espe
ranza de tomar la ciudad por asalto, y se asegura que los renegados á quienes su apostasía hacia desear la
destrucción del nombre cristiano, trataron de reanimar su valor; aquellos implacables prófugos nada omi
tieron para animar á los jefes, y despertar en sus corazones las furiosas pasiones qüe á ellos les atormen
taban ; adornas, los imanes y los cheiks, que habian acudido al campamento de los mamelucos, recorrían las
filas del ejército para inflamar el fanatismo de los soldados; el sultán amenazó con la muerte á cuantos
volviesen la espalda al enemigo, y señaló estraordinarias recompensas para los que clavasen el estandarte
dol Profeta, ya no en las murallas de Tolemaida, sino en medio de la ciudad.
El 4 8 de mayo, dia funesto para los cristianos, dióse la se'ial de un nuevo asalto , desde que despuntó el
dia se hallaba el ejército musulmán sobre las armas; el sultán animaba á los soldados con su presencia; así
el ataque como la defensa fueron mucho mas encarnizados que en los dias anteriores ; entre los que caian en
el campo de batalla contábanse siete musulmanes por un cristiano, mas aquellos podían reparar sus pérdidas,
al paso que las de los francos eran irreparables. Los sitiadores dirigieron como siempre lodos sus esfuerzos
contra la torre y la puerta de San Antonio.
Hallábanse ya en la brecha, cuando los caballeros del Temple tomaron la atrevida resolución de salir de la
ciudad y de atacar el campo délos musulmanes ; hallaron el ejército enemigo formado en batalla, y después
de un sangriento combate los musulmanes rechazaron á los cristianos persiguiéndoles hasta el pié délas mu
rallas ; el gran maestre del Temple fué herido de un flechazo y cayó en medio de sus caballeros, al mismo
tiempo que el gran maestre del Hospital recibía una herida que le sacó por algunos momentos de combate;
entonces la derrota se hizo general y se perdió toda esperanza de salvar la ciudad; apenas quedaban mil
guerreros para defender la puerta de San Antonio contra todo el ejército musulmán.
Obligados los cristianos á ceder á la multitud de sus enemigos, se dirigieron al edificio del Temple, situado
en la parte del mar ; desde aquel momento un crespón de muerte se estendió sobre toda la ciudad de Tole
maida ; los musulmanes avanzaban llenos de furor (2) ; no hubo calle que no fuese teatro de la mas espan-

(i ) Tomas EhendorITer.
k») Crónica de Tornís Ebcndorfler.
(!"> .
511 MSTORIA DE LAS CRUZADAS.
tos;) matanza ; trabábase la lucha con un encarnizamiento indecible en cada fuerte, en cada palacio, en la
entrada de las plazas, y en estos combates perecieron tantos y tantos hombres que según refiere un caballero
de San Juan, se caminaba sobre los muertos como sobre un puente.
Entonces, como si irritado .el cielo hubiese querido dar la señal del fin de todas las cosas, estalló sobre la
ciudail un violento huracán acompañado de lluvia y de granizo; el horizonte se cubrió en un instante de tan
densa oscuridad que apeuils.se podían distinguir los pendones de los combatientes y ver qué bandera flolat»
en las torres; todas las plagas concurrieron á la desolación de Tolemaida, pues el incendio empezaba ¿devo
rar algunos cuarteles, sin que.nadje se ocupase en apagarlo ; los vencedores solo pensaban en destruir la ciu
dad, y los vencidos s->lo trataban de huir.
Una multitud de pueblo huja al azar sin saber dónde buscar un asilo, familias enloras se refugiaban en
las iglesias, donde morjan ahogadas por, las llamas ó asesinadas al pié de los altares; algunas religiosas y tími
das vírgenes se mezolaban entre Ja .muchedumbre que divagaba por ¡la ciudad, ó se mutilaban el rostro y el
seno para librarse de' la brutalidad del vencedor (1) ; pero lo mas deplorable en el espectáculo que ofrecía
entonces Tolemaida, era la deserción de los jefes que abandonaban á un pueblo entregado al esceso des
desesperación; desde el principio del combate habían huido Juan de Gresli y Osle de* Granson, los cnab
apenas se habían mostrado en la muralla durante el sitio ¿-otros muchos que habían jurado morir, olvidaba:
su juramento á la vista do esta destrucción general, y no pensando,- masque en salvar su vidayarrojabn
sus armas para precipitar su fuga» Sin embargo á tau cobardes deserciones opone la historia muchos ras*
de verdadero heroísmo (2) , en sus páginas ha con,signadq<las hazañas de Guillermo de Glerniont, etcoak
medio de las ruinas de Tolemaida, eu medio de la universal desolación ^desafiaba aun al énemigo; despuesi
haber reunido algunos dispersos guerreros, corre á la puerta de San Antpqio ' que los templarios acábate!
de abandonar y casi solo se arroja entre las lilas enemigas; en las cuales hizo singular destrono ; .por fin re
trocede, siempre combatiendo, mas al llegar al centro de la ciudad, asu, corcel, son palabras de la relaci;:
manuscrita, estaba en estremo fatigado, h mismo que su duaño ; el caballo no obedecía ya á la espuela, 5 «
detuvo en la calle como quien no puede mas ; entonces los sarracenos denribaron ¿Guillermo .a flechazos, j¿
este modo entregó el alma al Criador aquel leal campeón ttq Jesucristo .» . ( . ■. . ¡ ,;
. Tarrü)ien es merecedora de grandes. elogios la abnegación del patriarca de Jerusalen; el cual durante l»
0} sitfo dividió los peligros con los combatientes ; al ser arrastrado hacia el puerto para, librarse del furor de
los musulmanes, el generoso anciano se quejaba con amargura de que le separasep de.su» ovejas eo lo na-
fuertedel peligro; obligado por fin á embarcarse, recibió en su buque á cuantos se presentaban, asi es qfe
no tardó en sumergirse, muriendo el fiel pastor victima.de: su caridad:, • 1
Co^no el maréstaba; muy borrascoso, las embarcaciones no podían acercarse á. tierra ; en aquellos momen
tos ofrecia el puerto un espectáculo desgarrador; ya era una madre que llamaba á su hijo, ya un hijo ■
quscaba á su padre; muchos se precipitaban desesperados en las furiosas olas, y la multitud se esforzaban
llegar á nado hasta los buques, mas unos se ahogaban antes de. llegar á ellos, y los que lo lograban eran re
cjbidos á golpes dé remos. Viérpnse (legar al puerto muchas señoras de las mas nobles familias, llevando c«
ellas sus diamantes y efectos mas preciosos, las cuales prometían á los marineros sersus esposas y entres;"
se'áellos con todássus riquezas, s¡ las conducían lejos'del peligro (3); trasladáronlas á la isla de Chipre,^
qo se manifestaba Igual piedad' hacia los que no tenian tesoros que dar, así es que al paso que las lágriros
rio, conmovían Id» corazones, la' acaricia reemplazaba á la humanidad ;- por último la caballería musulmán
tqgóial puerto, persiguiendo á los cristianos hasta dentro de las olas ; desdo entonces nadie pudo escapar''3
carnicería. ', ■••«,-, ■'..-< •'« 1 " •'
Sjq embargo,,en medio de la ciudad, entregada á las llama?, al pillaje y á la barbarie del vencedor,^'
manecian aun en pié muchas fortalezas, defendidas por algunos soldados cristianos ; estos desgraciados gur
reros murieron con las armasen la mano, sin tener otros testigos de su glorioso fin que sus implacables ene
migos.
El castillo del Temple, donde se habían refugiado todos los caballeros que habían escapado á la espada k

(1) Waddin, Aúnales minorum, t. II p. 585.


(2) Abulfcda.
(3) lbn-Fcrat.
LIBRO DECIMOCTAVO.— 1290. 515
los musulmanes, fué en breve el único lugar en que se combatía aun ; el sultán consintió en concederles una
capitulación, y envió á trescientos hombres para la ejecución del tratado ; mas apenas hubieron penetrado
en una de las principales torres, la del Gran Maestre, ultrajaron á las mujeres que se habían refugiado allí,
y fué tal el furor que se opoderó de los cristianos al ver tal violación del derecho de gentes que lodos los mu
sulmanes que habían entrado en la torre fueron inmolados á su just.a venganza. Irritado el sultán mandó
que se sitiase á los cristanos en su último asilo y fuesen todos pasados á cuchillo; los caballeros del Temple
y sus compañeros se defendieron por espacio de muchos dias, mas al fin fué minada la torre del Gran Maes
tre y se desplomó en el momento en que los musulmanes subían al asalto, quedando sepultados en sus rui
nas asi los que la atacaban como los que la defendían ; las mujeres, los niños, los guerreros y cuantos ha
bían buscado un asilo en el castillo del Temple perecieron entre sus escombros; todas las iglesias de Tole-
maida fueron profanadas, saqueadas y entregadas á las llamas, y por orden del sultán se demolieron las torres,
las murallas y los principales edificios (1).
Los soldados musulmanes espresaban su alegría con feroces clamores, y este gozoso frenesí de los vencedo
res formaba un horrible contraste con la desolación de los vencidos ; en medio de las tumultuosas escenas de
la victoria, oíanse por una parte los gritos de las mujeres á quienes los bárbaros violentaban en su campo, y
por otra el llanto de los niños que eran separados de sus padres, una desatentada multitud de fugitivos, ar
rojados de ruina en ruina y no hallando un asilo donde refugiarse, se dirigían hácia la tienda del sultán para
implorar su misericordia, mas Ghalil los distribuyó entre sus emires, quienes dieron órden de que fuesen
inmolados. Makrísi dice que ascendía á diez mil el número de aquellas infortunadas víctimas.
Después de la conquista y destrucción de Tolemaida el sultán envió á uno do sus emires con un cuerpo de
tropas para apoderarse déla ciudad de Tiro (2), la cual,- sobrecogida de espanto, abrió sus puertas sin resis
tencia. Los vencedores se apoderaron también de Beírouth, de Sidony de todas las ciudades cristianas de la
costa, cuyos habitantes, que no habían socorrido á Tolemaida y que se creían protegidos por una tregua,
fueron asesinados y reducidos á la esclavitud ; el furor de los musulmanes se estendió hasta sobre las pie
dras; removióse la tierra que habían pisado los cristianos; sus casas, sus templos, los monumentos de su
industria, de su piedad y de su valor, lodo fué condenado á estínguirse con ellos por el hierro y por las llamas.
La mayor parto de las crónicas contemporáneas atribuyen tan grandes desastres á los pecados de los ha
bitantes de Palestina, y no ven en las escenas de destrucción mas que el efecto de la cólera divina que cayó
sobre Nínive y Babilonia. La historia no rechaza estas esplicaciones sencillas, pero le es permitido sin em
bargo penetrar mas á fondo en los sucesos humanos, y mientras reconoce la intervención del cielo en los
destinos políticos de los pueblos, debe al menos tratar de investigar los medios de que se ha valido la Pro
videncia para ensalzar y conservar por algún tiempo, y destruir después los imperios.
Una crónica musulmana, después de describir la desolación de las costas de Siria y la espulsíon de los cris
tianos, termina su relato con esta singular reflexión : «Las cosas, si Dios quiere, permanecerán asi hasta el
juicio final. » No se han desmentido aun los presagios del historiador ; cinco siglos hace que los musulma
nes dominan en lodos los países ocupados un día por los cristianos, y reina con ellos el genio de la destrucción
que dominó en la guerra que acabamos de describir.

(1) Autores árabes, Biblioteca de las Cruzadas, l. IV.


(J) Antiq. lectiones, apud Canisium, t. IV p. 278 y Ptolomeo do Luna, Iib. XXIV, cap. XXIII y XXIV.
516 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.

LIBRO XIX.

TENTATIVAS DE MJEYAS CRUZADAS.— CRUZADA CONTRA LOS TURCOS.

1291—1590.
Nueva cruzada predicada por el papa.—Asamblea <lc Poilicrs. —Toma de Rodas por los caballeros de SaD Juan de Jerusalen.-Los
caballeros del Temple se establecen en Francia.—Destrucción de la orden. —Pedro de Lusiñan, rey de Gbipre, va a Roma —Sus
proposiciones.—Recorre la Europa.—El rey Juan toma la cruz, pero va a morir á Londres.—Una escuadra genovesa conduce á
los cruzados á Almario.—El imperio otomano.— El papa Eugenio reúne tropas.—Tregua do diez años concluida con Amuratll-
Scanderberg.—Derrota do los cristianos en Varna.—Mahomel 11 se apodera do Constanlinopla.—El voto del faisan.-Uis turcos son
arrojados de Belgrado.—Pió II negocia con Maliomet II.—Su muerte.—Juramento de Mahoraet II.—Los Lusiñan pierden el reino
de Chipre.—Sitio de Rodas.—Toma de Oirán to.—iLos caballeros de Rodas se establecen en Malta.—'Victoria de Lepante—Juan de
Sobieski.—Decadencia de los turcos.

Cuando llegó á Europa la noticia de la toma de Tolemaida, el papa Nicolás á quien se habia acusado de
culpable indiferencia, no se ocupó mas que de predicar una cruzada, y dirigió una bula á lodos los fieles en
la que se lamentaba en tórminos patéticos de los últimos desastres de los cristianos. Cuanto mayores eran es
tas desgracias, tanto mas se apresuró el papa á abrir á los nuevos cruzados ol tesoro de la divina misericor
dia y de las indulgencias pontificias. Se concedió una de cien dias á los que asistieran á los sermones de los
predicadores de la cruzada y acudieran á la iglesia á oír los gemidos de la ciudad de Dios; dióse permiso á
los oradores sagrados para predicar la guerra do oriente hasta en los países escomulgados, y para que los gran
des pecadores pudiesen ser admitidos en el número de los soldados de la cruz, los predicadores recibieron la
faoultad do conceder cierl ... '^soluciones reservadas á la autoridad suprema de la santa sede.
El clero se reunió en varias provincias, á invitación del papa, para deliberar sobre los medios de recobrar
la Palestina ; muchos monarcas habian tomado ya la cruz, y Nicolás les envió sus legados para apresurarles
á que cumplieran un voto que parecía habian olvidado. Efectivamente el rey de Inglaterra, á pesar de ha
ber impuesto el diezmo al clero para los gastos de la cruzada, mostró poco ahinco de salir de sus estados para
volver al Asia ; el emperador Rodolfo que habia prometido al papa en la conferencia de Lausana hacer el via
je á ultramar, murió en aquella ópoca, mas ocupado en los negocios de Alemania que en los cristianos de
oriente, y únicamente quedaba Felipe el Uermoso á quien el soberano pontífice exhortó llamándole elfuturo
libertador de la Tierra Santa.
Imposible fué, empero, reanimar en los pueblos el entusiasmo por las cruzadas; Nicolás IV falleció el i
do abril de 1292 sin haber podido reunir un ejército cristiano. Después de su muerte, el cónclavé estuvo
reunido veinte y siete meses sin decidir la elección del nuevo pontífice, y en este largo intervalo permanecie
ron mudos los pulpitos donde resonaban las quejas de los fieles de ultramar, y el occidente se olvidó de las úl
timas calamidades de las colonias cristianas.
(1300) El papa Clemente V, que habia fijado su residencia en Francia, trató de despertar con sus exhor
taciones apostólicas el entusiasmo de la nobleza y del pueblo, y convocó un Poiliers una asamblea á la que
asistieron los reyes de Francia, de Navarra y deNápoles, el conde de Irlanda y Carlos de Valois. Tratóse eu
esta asamblea de arrebatar á los musulmanes el reino de Jerusalen y á los griegos el imperio de Bizaneio,
pero como las fuerzas do occidente no eran bastantes para dos empresas tan grandiosas, las predicaciones
fueron vanas, los guerreros no tomaron la cruz y el clero se mostró poco dispuesto á pagar los diezmos
exigidos por el papa. (1)

(t) Rainaldi.ad ann. 1312.


LIBRO DECIM0N0N0.-1 300-1 330. 517
No obstante, la Europa esperaba entonces con impaciencia el resultado de una espedicion que acababan
de emprender los caballeros de San Juan de Jerusalen. Habian seguido á los hospitalarios en su empresa un
gran número de guerreros escitados por el relato de las aventuras de la caballería y por la pasión de la gloria
militar, y hasta las mismas mujeres habian tomado parte en la espedicion vendiendo sus joyas para atender
a los gastos de la guerra (1). El ejército de los nuevos cruzados se embarcó en el puerto de Brindis, y no tar
dó en saberse en occidente que los caballeros del Hospital se habian apoderado de la isla de Rodas y de cinco
islas cercanas. La fama publicó por todas parles las hazañas de los hospitalarios y de sus compañeros de ar
mas, y el concilio de Viena que se convocó en aquella época, hubiera podido dirigir nuevamente el ánimo de
los guerreros cristianos hacia las conquistas de oriente, si las persecuciones contra los templarios no hubieran
ocupado entonces toda la atención del papa, de los prelados y del rey de Francia.
Los caballeros del Temple, después de haber sido acogidos en la isla de Chipre, se retiraron á Sicilia, donde
el rey los empleó en una espedicion contra Grecia. Esta belicosa milicia, reunida á los catalanes yá algunos
guerreros de Italia, se apoderó de Tesalónica, se hizo dueña do Atenas, avanzó hácia el Helesponlo y asoló
una parte de la Tracia. Después de esta espedicion, los templarios desdeñaron la posesión de las ciudades
caídas en su poder, y dejando á sus compañeros de armas las provincias conquistadas, se reservaron las ri
quezas de los pueblos vencidos. Entonces fué cuando cargados con los despojos de Grecia, vinieron á estable
cerse en occidente, especialmente en Francia donde su opulencia, su lujo y su ociosidad escandalizaron sin
duda la piedad de los fieles, escitaron los celos y la desconfianza de los príncipes y provocaron el odio del
pueblo y del clero.
No nos detendremos en examinar el proceso de los templarios, pero debemos declarar que no hemos en
contrado en las crónicas de oriente y de occidente ningún indicio que pueda hacer concebir la idea ni la sos
pecha de los crímenes que se les imputaba. Los monarcas y los caballeros vieron con temor y con envidia á
los soldados del Temple, pues así lo prueba la violencia con que se les persiguió y el cuidado que se puso en
hacerlos odiosos; todas las fórmulas de la justicia fueron violadas en su proceso, y aunque quedasen proba
das todas las acusaciones, no titubeamos en decir que los templarios fueron víctimas y sus jueces verdugos.
(1330) El rey de Francia Felipe de Valois convocó muchos años después en París en la santa capilla una
asamblea á la cual asistieron Juan rey Bohemia, el rey do Navarra, los duques de Borgoña.de Bretaña, de Lo-
rena, de Brabante, de Borbon y la mayor parte de los prelados y los barones del reino. Pedro de Palue,
nombrado patriarca de Jerusalen y que acababa de recorrer el Egipto y la Palestina, arengó al auditorio so
bre la necesidad de atacar á los infieles y contener los progresos de su dominación en oriente. Felipe, que
se había ya cruzado, renovó su juramento, disponiéndose á salir del reino, los barones juraron obediencia á
su hijo el príncipe Juan, alzando sus manos hácia la corona de espinas de Jesucristo. Juan de Bohemia, el
rey de Navarra y un gran número de príncipes y señores de la corte recibieron la cruz de manos del arzo
bispo de Rúen; se predicó la cruzada en todoel reino; el rey envió al papa al arzobispo que ocupó masade-
lante la cátedra de san Pedro bajo el nombre de Clemente IV, el cual pronunció en pleno consistorio un dis
curso sobre la cruzada y declaró en presencia de la Majestad Divina al santo padre, á la Iglesia de Roma y
á toda la cristiandad que Felipe de Valois partiría á oriento en el mes de agosto del año 1334. El papa felicitó
al monarca francés por su resolución y le conoedió los diezmos durante seis años.
Felipe dió orden para que se reuniera una escuadra en él puerto de Marsella capaz Me recibir cuarenta
mil cruzados. Eduardo, á quien la cruzada proporcionaba un medio fácil de recaudar impuestos, prometió
acompañar al rey de Francia con un ejército, y la mayor parte délas repúblicas de Italia, los reyes de
Aragón, de Mallorca y de Hungría, se comprometieron á dar dinero, tropas y buques para la espedicion. En
medio de estos preparativos los cruzados perdieron quien los dirigía y era el alma de la empresa ; todo que
dó interrumpido por el fallecimiento de Juan XXII (2). La muerte de los papas fué la causa de frustrarse du
rante los siglos XIII y XIV las numerosas tentativas de guerra contra el oriente.
Nuevas tempestades políticas acababan de estallar ; la rivalidad ambiciosa de Eduardo dió la señal de una
guerra que debia durar mas de un siglo y ocasionar á Francia las mayores calamidades; atacado Felipe por

1) Quinla vita Clcmenlis. V. Bal.


(i) Juüii Villaoi, lib. II.
518 WST01M A DE LAS CHUZADAS.
un enemigo formidable, se vio obligado á renunciar a sa espedicion y emplear en defensa dé su propio reino
las tropas y las escuadras que habia reunido para libertar la herencia de Jesucristo. Felipe de Valois mu
rió en medij de la terrible ludia que sostenía con Inglaterra, y la pérdida de la batalla de Poiliers y el cau
tiverio del rey Juan fueron la señal de los desórdenes mas horribles que hayan turbado á Francia en la
edad media.
En circunstaucias tan azarosas vino Pedro de Lusiñan, rey de Chipre, á implorar las armas de los princi
pes cristianos contra los infieles éhizo adoptar á Urbano IV el proyecto de una cruzada. El rey de Chipre pro
ponía que se atacase al poderío de los sultanes del Cairo cuya dominación se estendia a Jerusalen. La cris
tiandad tenia entonces entre las naciones musulmanas enemigos mas temibles que los mamelucos de Egipto;
los turcos, dueños del Asia menor, acababan de pasar el Helesponto, de llevar sus conquistas hasta el monte
Memo y de trasladar la corle de su imperio á Andrinópolis; este era indudablemente el enemigo que debia
atacarse, pero los turcos no inspiraban aun serios temores ni alarma mas que en los países que habían in
vadido ó amenazado, y nadie presagiaba que de ellos saldría la casa otomana que debia reinar en el Asia y
llenar de espanto el mundo cristiano. En la corte de Aviñon, donde se encontraron con el rey de Chipre el do
Francia y el de Dinamarca, no se trató de la invasión de Romanía ni de los peligros de Constanlínopla, sino
tan solo de la pérdida de las colonias cristianas de Siria y del cautiverio en quegemiade la ciudad de Je
sucristo.
Pedro de Lusiñan habló con entusiasmo de la guerra contra los infieles y de la libertad de los santos lu
gares; el rey Juan le escuchó con emoción y acabó por olvidar sus propias desgracias para ocuparse de las
de los cristianos de ultramar ; Baldemaro III, rey de Dinamarca, se enterneció también con las palabras
del rey de Chipre, y el papa predicó la cruzada delante de los tres monarcas. Erase entonces lasemanasnnta;
el recuerdo de los padecimientos de Jesucristo parecía dar mas autoridad á los discursos del pontífice, y cuan
do se lamentó este de las desgracias de Jerusalen, los príncipes que le escuchaban no pudieron contener las
lágrimas y juraron irá combatir á los musulmanes.
(1363) Varios grandes señores, Juan de Artois, el conde de Eci, el de Dínamartin y el de Tancarville y
el mariscal Boicicaut siguieron el ejemplo del rey Juan. Talleyrand de Perigord, cardenal de Albano, fué
nombrado legado del papa en la cruzada; el rey de Dinamarca prometió reunir sus fuerzas á los de los fran
ceses, y para enardecer su celo el soberano pontífice le dió un fragmento de la verdadera cruz y varias otras
reliquias (1) cuyo aspecto debia recordarle sin cesar la causa que habia jurado defender. Va Idemaro III ha
bia ¡do á Aviñon para poner su reino bajo la protección de la santa sede; prestó cuantos juramentos le exi
gieron, pero las bulas que alcanzó de Urbano en premio de su sumisión no lograron restablecer la paz en
sus estados y las turbulencias que estallaron á su regreso le hicieron olvidar sus promesas.
El rey de Chipre llegó á alistar bajo sus banderas un gran número de aventureros de todas las condiciones,
habituados á vivir en medio de los peligros, y á quienes arrastraba en pos de su jefe la esperanza de saquear
las comarcas mas ricas de oriente. La república de Venecia no se desdeñó en tomar parte en una espedicion
que podía ser ventajosa para su comercio; Lusiñan recibió también ausilios de los esforzados caballeros de
Rodas, y á su regreso á la isla de Chipre, se embarcó al frente de un ejército de diez mil hombres.
Los cruzados, á quienes el papa había enviado un legado, fuóron á atacar á Alejandría que encontraron
easi sin defensa. Cuando cayó la plaza en su poder, el rey de Chipre manifestó el deseo de fortificarse y es
perar en ella los ejércitos del Cairo; sus soldados y sus aliados no pudieron resistir su afán de saquear una
población floreciente, y temiendo ser sorprendidos por los mamelucos, pusieron fuego á la ciudad y la aban
donaron al cuarto dia de su conquista. Esta acción irritó á los musulmanes sin haberlos vencido, y después
de la partida precipitada de los cruzados, arrebatado el pueblo egipcio por el anhelo de la venganza, mal
trató con toda clase de violencias á los cristianos que vivían en Egipto. Los cruzados desembarcaron poco
tiempo después en las costas de Siria, se apoderaron de la nueva ciudad de Trípoli y la entregaron á las lla
mas. Igual suerte tuvieron Laodicea y varias ciudades de Fenicia.
Este modo de hacer la guerra en un país que se deseaba libertar escitaba el furor de los musulmanes sin
aumentar la esperanza de los cristianos, pero como el sultán del Cairo tenia oíros enemigos que combatir y

¡l) Hechos de Urbano; Historia de Dinamarca por Cranzt, Itb. VII, cap XXXIX.
'í.t ■


619

No obstante, la Europa • <|ue so devolverían lodos


B emprender los caballeras ¿ lies impuestos á las iner-
ran número Je guerreen)* «tado arregló el tributo que
i¡ litar, y hasta las mtsms ba su devoción; el sultán de
los gastos de la guerra 1 - Hpa Jerusalen, y se permitió
ló en saberse en I etc. Estas fueron las ventajas
slas cercanas. La (ana penen lable. No las disfrutan» eae-
nas, y el concilio de Vjau ¡m * paron las fuerzas de i
los guerreros el único i
ocupado entonces
Los caballeros des
el rey los empleo ez. o m presa, y entre
guerreros de ilir á los sarracena*
una parte de la anille y Joan de Tiene,
cuidas en so poder, * del rey, se dirigieran a
quedas de los or delante de tas ¡atas de ES
cerse en occkleaie. de Lioa, llegó á la vista «V
dúdala piedad debí
pueblo y del dn Berbería y !
rlirio bajo el •
contrado en las ¡guíente se vid leñar nna eananendd» fn
|techa de los
los soldados del i istianui. La 1
hacerlos odiosa ; uesU ¿
das todas las
He medio de esta inaenian nnatanesa, lael
Kiviaenellaqaei
■r qué habían deaeeabarcade en Iné i á levar b anaanra í
^Hfcüores y harona se reunieran en b I
Kovés que naba iab i pebar «añera ¿w ei —■ i ni ees ee Jtiraa .
Wios Ua-^ii: JmKn^yvirdaáervprafém.€amimS<mmtii^
sorrawjt « mrou v c <^'u ene b<

ímera muralla de la ciudad i iuf siif-deeiJ» wt wm- uiw oiieliuau.


segundo muro, h wj\ wnzaia ravut oevuniuu-» » i* anota «el aéve sa-
ernia
lierro y espirando muchos de e
la tarde en su camparoeuio. )l*armr.. ■ i .r
niiendo pasar adelante rrorbeda nna ewrewBe> <tebti

a los ardores del sol, sin agua y i jdebee-


lesaliento de los caballeros, que no
.bia salido la espedicion, y par» colase de ebaeejaiax, el jefe de b eeapreaa, el detone de
nia al ejército ni con sus palabras ni con snebeejfl»«SNB0«jne per el contrario, henchido de
ii carácter indolente, se le veía sin cesar sentad» en b peería de so tienda con las piernas cru-

lo Emilio, '
-d, Paulo Emilio, Rizaro, Folieta —Memorias de Cristina d<

o eluijio1 nisseziíj 'oi||tu


LIBRO DECIMONONO. —1363-1 389. 819
su escuadra era inferior á la de ¡os cruzados, pidió una tregua, ea la que se acordó que se devolverían lodos
los cautivos de ambas parles, y que el rey de Chipre percibiría la mitad de los derechos impuestos á las mer
cancías que entraban en Tiro, Beirut, Jerusalen, Alejandría y Damasco. El tratado arregló el tributo que
debían pagar los peregrinos «n los lugares de la Tierra Santa á donde los llamaba su devoción; el sultán de
Egipto entregó á los caballeros de San Juan la casa que poseían en otro tiempo en Jerusalen, y se permitió
a los cristiauos reparar las iglesias del Santo Sepulcro, de Belén, de Nazaret, etc. Estas fueron las ventajas
que consiguieron los cruzados sin haber ganado á los infieles una sola batalla notable. No las disfrutaron em
pero por mucho tiempo el rey de Chipre ni los cristianos, y cuando se disiparon las fuerzas de esta cruza
da, el sultán cesó de respetar los privilegios concedidos á sus enemigos con el único objeto de alejarlos de su
imperio.
(1389) La crónica de Froisard nos habla de una espedícion proyectada por los genoveses contra las cos
tas de Berbería. Estos pidieron al rey de Francia Carlos VI un jefe para su empresa, y entre muchos caba
lleros de Inglaterra y de varias provincias del reino que acudieron á combatir á los sarracenos de Africa, se
distinguían el delfín de Auvernia, el señor de Coucy, Guido de la Tremouille y Juan de Víena. Mil cuatro
cientos caballeros y señores, bajo las órdenes del duque de Borbon, tio del rey, se dirigieron á Génova y se
embarcaron en la escuadra de la república. La espedícion pasó por delante de las islas de Elba, de Córce
ga y de Cerdeña, y después de sufrir una tempestad en el golfo de Lion, llegó á la vista de la ciudad de
Africa (1).
Esta ciudad era entonces la llave de las provincias y estados de Berbería y se hallaba cerca de la orilla de
Cartago donde cien años antes Luis IX había encontrado el martirio bajo el estandarte de la cruz. Los cru
zados desembarcaron en la orilla y alzaron sus tiendas. Al dia siguiente se vió llegar una multitud de guer
reros que venian de Túnez y de los países cercanos ; este ejército, que contaba bajo sus banderas treinta mil
arqueros y diez mil ginetes, se 8campó frente á frente de los cristianos. La historia contemporánea describe
lasfuerzas y la distribución del ejército de los francos, compuesta de catorce mil guerreros, casi lodos nobles,
acampados en un arenal árido y albergados en tiendas de una tela muy delgada procedente de Génova. Pero
ni cristianos ni musulmanes trataron de combatir, y en medio de esta inacción misteriosa, los habitantes de
la ciudad de Africa encargaron á un genóves que vivia en ella que se presentara á los sitiadores y pregun
tase, especialmente á los francesei é ingleses, porqué habían desembarcado en Africa á llevar la guerra á
un país que ninguna ofensa les habia hecho. Los señores y barones se reunieron en la tienda del duque de
Borbon, y este príncipe respondió al enviado genovés que habia ido á pelear contra los sarracenos de Africa,
porque habían muerto y crucificado al Hijo de Dios llamado Jesucristo y verdaderoprofeta. Cuando el enviado
volvió á la ciudad con esta respuesta, los sarracenos se rieron y dijeron que la acusación no era razonable
ni probada, porque no eran ellos sino los judíos los que habían crucificado á Jesucristo.
Hacia mas de un mes queduraba el sitio, si es que podemos darle este nombre, y aun no se habia dado un
combate ni un asalto, ni de una parte ni otra se habia heuho ningún prisionero. Se decidió por fin dar un
asalto; los cristianos vencieron la primera muralla déla ciudad, y los sarracenos, sin oponer una obstinada
resistencia, se retiraron detrás del segundo muro. El sol lanzaba rayos devoradores y la tierra y el aire es
taban abrasados ; los caballeros permanecieron un dia entero frente á frente del enemigo, sucumbiendo bajo
el peso de sus armaduras de hierro y espirando muchos de ellos de calor y de sed, de modo que el ejército
cristiano volvió á eutrar por la tarde en su campamento, llevando consigo los que habían fallecido bajo las
murallas de la ciudad, y temiendo pasar adelante recelando una sorpresa de los sarracenos. .
Los cristianos permanecieron desde entonces atrincherados en su campamento, no atreviéndose á recorrer
el pais, sin abrigo contra los ardores del sol, sin agua y sufriendo todas las penalidades del clima y de la es
tación. Apoderóse el desaliento de los caballeros, que no recibían ninguna noticia de Francia, ni aun de Gé
nova de donde habia salido la espedícion, y para colmo de desgracias, el jefe de la empresa, el duque de
Borbon, no sostenía al ejército ni con sus palabras ni con su ejemplo, sino que por el contrario, henchido de
orgullo y de un carácter indolente, se le veia sin cesar sentado en la puerta de su tienda con las piernas cru-

(l) Froissard, Paulo Emilio, Bizaro, Folieta —Memorias de Cristina de Pisan.


520 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
zadas, sin permitir que los caballeros ni los soldados le dirigieran la menor queja ni le pidiesen sus órdenes
y consejos (1 ) .
Añadíase á este cúmulo de conflictos la sospecha y desconfianza que inspiraba la conducta de los genoveses,
y se temía que una noche volviesen á su escuadra y abandonasen á los franceses é ingleses en una comarca
maldita por el cielo. Resolvieron, pues, los jefes en un consejo regresar á su pais, y lo ejecutaron con tal pre
cipitación, que en un solo día se trasladaron á los buques los bagajes, las armas y las tiendas.
Esta espedicion, que los genoveses habían motivado, con objeto de defender el comercio europeo contra los
estragos de la piratería, no hizo mas que acrecentar el mal que deseó remediar; la venganza, la indignación
y el temor armaron en todas partes á los infieles contra los cristianos ; salieron de todas las costas de Africa
innumerables buques que inundaron el Mediterráneo é interceptaron las comunicaciones con Europa; no se
recibieron mas las mercancías que se acostumbraba traer de Damasco, del Cairo y de Alejandría, y los histo
riadores contemporáneos lamentan como una calamidad la imposibilidad que hubo en Francia y Alemania
de proporcionarse especias y otros artículos importantes. Añade la historia que en aquellos tiempos de turbu-
lencios y peligros quedaron cerrados todos los caminos de oriente y que los peregrinos de occidente no pudie
ron visitar la Tierra Santa.
(1420) Las repetidas victorias do los turcos, las invasiones de Bayacelo en Hungría y la estrema decaden
cia de los griegos impulsaron mas adelante al papa Eugenio á predicar la cruzada para contener la marcha
triunfante de los musulmanes por el corazón de Europa, pero las exhortaciones del soberano pontífice solo
encontraron indiferencia y desvío en Inglaterra, en Francia y en España, y los alemanes, que habían puesto
sobro las armas cuarenta mil hombres para combatir los herejes de Bohemia, permanecieron inmóviles cuan
do seles manifestó quo los turcos estaban dispuestos á llevar el estandarte del islamismo hasta los confines
de occidente.
No obstante, el papa no se contentó con exhortar á los fieles á lomar las armas, pues queriendo dar el
ejemplo, alistó soldados y equipó bajeles para hacer la guerra á los turcos. Las ciudades marítimas de Flan-
des, las repúblicas deGénova y de Vcnecia, que tenían grandes intereses en oriente, hicieron algunos pre
parativos, y sus escuadras se reunieron bajo las banderas de San Pedro, y se dirigieron hácia el Helesponto.
El temor de una segunda invasión despertó el celo de los pueblos que habitan en las llanuras del Dniéster y
del Danubio, se publicó la cruzada en las dietas de Polonia y de Hungría, y el pueblo, el clero y la nobleza
obedecieron ála voz de la religión y de la patria en las fronteras amenazadas por los bárbaros.
El soberano pontífice nombró por legado en la cruzada al cardenal Juliano Cesarini, prelado de un carác
ter intrépido y de genio ardiente, que armándose á la voz del acero del combate y de la palabra, era tan te
mible en el campo de batalla como en las sabias contiendas de la escuela. El ejército reunido bajo las bande
ras de la cruz, era mandado por Huníades y Ladislao, vaivoda el primero de Transilvania y terror de los
turcos (2), y rey de Polonia y de Hungría el segundo, que merecía por su juventud y su valor el afecto de
sus pueblos. Los cruzados avanzaron hasta Sofía, capital do los bulgarios ; dos batallas les habían facilitado el
paso del Huno y el camino de Bizancio, y solo los rigores del invierno contuvieron la marcha victoriosa de
los guerreros cristianos, que volvieron á Hungría y entraron en triunfo en Buda en medio de las aclamacio
nes de un pueblo inmenso.
Las victorias de los francos en el Danubio impulsaron al sultán Amurat á enviar embajadores pidiéndola
paz. La historia no menciona los medios de seducción deque se valieron los enviados otomanos para conven-
cor á los cruzados victoriosos, pero se sabe que lograron imponerles condiciones. Se resolvió la paz en el con
sejo de los jefes del ejército cristiano, y se juró de una parle por el Coran y de otra por el Evangelio una
tregua de diez años. »
El legado presenció con silencioso despecho esta determinación y trató de hacer todos los esfuerzos posibles
para romperla, y sus ardientes discursos, amenazas, exhortaciones y ruegos lograron arrancar el juramento
de volver á empezar la guerra á los mismos que habían jurado la paz. Persuadidos los cruzados de que Dios

(I) Frovisard.
i*) Coggia-EITendi Biblioteca de las Cruzadas).
LIBRO DEC1MONONO.-U53-1590. 521
prolcgéria á los defensores de la cruz, se pusieron en marcha, cruzaron los desierlcs de Bulgaria y fuéron á
acamparse efa Varna en la orilla del mar Negro (1).
Irritado Amurat II por la traición de los cristianos, corrió á su encuentro con un ejército de sesenta mil
combatientes. Huníades y el legado, que creian al sultán en Magnesia, en donde se habia retirado dejando el
trono á su hijo, propusieron la retirada, pero era ya imposible y Ladislao resolvió morir ó vencer. Trabóse
la batalla, y desde el principio fueron vencidas el ala izquierda y la derecha del ejército turco, pareciendo
que la fortuna favorecía las armas de los cruzados. Una gran parte del ejército otomano huyó ante ochenta
rail soldados cristianos y nada resistía al valor impetuoso del rey de Hungría ; una multitud de prelados y
obispos, armados de corazas y espadas, que acompañaban á Ladislao, le indujeron á quedirigiese sus ataques
hácia el punto donde combatía aun Amurat, defendido por la flor de sus genízaros. Dió oídos á sus impru
dentes consejos, y arrojándose en medio de los batallones enemigos, fué herido á la vez por mil lanzas y cayó
con todos los que habían podido seguirle. Su cabeza, enarbolada sobre una lanza, esparce la consternación
en las filas de los húngaros ; en vano Huníades y los obispos se esfuerzan en reanimar el valor de los cruza
dos, dicíéndoles que no combaten por un rey de la tierra sino por Jesucristo ; todo el ejército se dispersa y
huyeendesórden; Huníades es arrastrado por la muchedumbre, pierden la vida diez mil cristianos, y el le
gado perece en el combate ó en la fuga.
La batalla de Varna aseguró á los turcos la posesión de las provincias que habían invadido en Europa y Ies
permitió llevar á cabo nuevas conquistas. Seis años después sucedió á su padre Amurat el terrible Maho-
metll quo desde su mas tierna edad soñaba en la conquista de Bizancio. Apenas ocupó el trono, trató de
realizar su esperanza é hizo todos los preparativos par dar principio al sitio de Constantinopla en la prima
vera del año 1453.
En vano el emperador Constantino imploró el ausilio de las naciones de Europa; el ejército otomano partió
de Andrinópolis en los primeros dias de marzo, y el dia 6 de abril Mahomet plantó su tienda delante de la
puerta de San Román, llamada en el dia Top-Caponosi. No tardó en darse la señal del combate de una y otra
parte; desde los primeros dias del sitio, los griegos y los turcos arreglaron todo cuanto el arto de la guerra
habia inventado y perfeccionado entre los antiguos y los modernos ; entre estos formidables preparativos
Mahomet no habia olvidado la artillería, cuyo uso se estendia por occidente, y uno de los cañones fundidos en
su presencia en Andrinólis por un artista de Dinamarca ó de Hungría, tenia proporciones tan gigantescas,
que trescientos bueyes lo arrastraban penosamente, y lanzaba balas de seis á siete quintales á mas de cien
toesasde distancia. Los turcos emplearon con mejor éxito otras armas y medios de ataque, como las minas
abiertas bajo los muros, las torres con ruedas que aproximaban á las murallas, los arietes que atacaban á
os torreones, las ballestas que lanzaban piedras enormes, los venablos y hasta el fuego griego que rivalizaba
aun con la pólvora y que esta debia dejar pronto en olvido (2).
Empleábanse á un mismo tiempo todos estos medios de destrucción, y los ataques se renovaban incesante
mente ; los sitiados escaseaban de brazos para servirse de sus máquinas de guerra , y cuando se recuerda el
reducido número de los defensoresde Constantinopla, causa asombro el que pudieran resistir durante mas de
cincuenta dias á la innumerable multitud de los otomanos. La generosa milicia de Bizancio ocupaba una línea
de mas de una legua, rechazando de dia y do noche los asaltos del enemigo, apareciendo en todas partes á
un tiempo, reparando las brechas, haciendo salidas y animándose con el ejemplo de sus jefes y de Constanti
no. Mas de una vez sonrió la fortuna los esfuerzos de este ejército heróico y mezcló algunas ráfagas de espe
ranza con el sentimiento de tristeza y de espanto que reinaba en Constantinopla.
Los sitiados conservaban una ventaja, la ciudad era inaccesible por la Propóntida y por el lado del puer
to. Mahomet habia reunido en el canal del mar Negro una numerosa escuadra, pero solo servia para tras
portar víveres y municiones de guerra ; la marina otomana era inferior á la de los griegos y especialmente
á la de los francos, y los mismos turcos aseguraban que no podían arrebatar á los pueblos cristianos el impe
rio del mar.
A la mitad del sitio se vieron entrar en el canal cinco buques procedentes de las costas de Italia y deGre-

(11 Eneas Sil vius.


(2) Ducas.
IM y 61) G¡¡
522 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
oia ; tuda la escuadra olomanu avanzó á su encuentro, y cercándolos y atacándolos varias veces trató de
rendirlos ó do detener su marcha. Mahomet animaba desde la orilla á ios combatientes con el ademan y con
la voz, y cuando vió á los musulmanes próximos á sucumbir, no pudiendo dominar su cólera, lanzó su ca
ballo dentro de lasólas, como si amenazara á los elementos cual un rey bárbaro de la antigüedad. Los grie
gos reunidos en las murallas esperaban con inquietud el resultado del combale ; finalmente, después de un
choque tenaz y sangriento, todos los buques de los turcos fueron rechazados en dispersión hasta la orilla,
y la escuadra cristiana, cargada de víveres y soldados, entró en triunfo en el puerto de Conslantinopla.
Esta victoria de los francos nos demuestra cuán fácil hubiera sido á los pueblos marítimos de Europa so
correr y salvar á Bizancio. Aterrados los musulmanes con su derrota, perdieron momentáneamente la espe
ranza de vencer á los cristianos, y para reanimar su valor, los ulemas tuvieron que recordarles las prome
sas del Coran. El sultán intentó hacer el último esfuerzo para apoderarse del pueito de Conslantinopla;
hallándose la entrada custodiada por varios grandes buques y cerrada con una cadena de hierro que no
podía romperse, el monarca otomano so valió de un medio estraordinario, que los sitiados no habían previs
to, y cuyo éxito iba á demostrar la fuerza do su voluntad y la estension de su poderío. En una sola noche
fueron trasportados por tierra hasta las aguas de la ensenada setenta ú ochenta buques que estaban ancla
dos en el Bósforo, cubriendo da antemano el camino de un tablado untado con grasa y sobre el cual arras
traron fácilmente las naves una multitud de trabajadores. La escuadra turca, tripulada por sus marineros,
adornada con sus velas desplegadas y equipada como para una espediciou marítima, avanzó por un terreno
montuoso, y recorrió el espacio de dos millas al resplandor de antorchas, y al son de trómpelas y clarines, sin
que los genoveses que vivian en Calata se atreviesen á oponerse á su paso. Los griegos, enteramente ocupa
dos en custodiar sus murallas, no sospecharon los designios del enemigo, y no averiguaron la causa y objeto
del tumulto que se oia durante la noche en la orilla del mar, hasta que al asomar el dia vieron ondearen
su puerto el pabellón otomano.
Ignoramos si los buques que guardaban la cadena del puerto y los que habian dispersado la escuadra oto
mana opondrían una resistencia obstinada, pero como todos los guerreros de las naves cristianas combatían
en las murallas, los otomanos pudieron ocuparse al momento en construir balerías flotantes en el mismo sitio
donde los venecianos habian dado el último asalto en la quinta cruzada. Esta osada empresa llevada á cabo
con óxito, llenó de consternación á los sitiados, los cuales hicieron varias tentativas para incendiar la escuadra
y destruir loslrabajos empezados por los enemigos, pero en vano recurrieron al fuego griego que tantas ve
ces habia salvado á Conslantinopla del ataque de los bárbaros; cuarenta guerreros intrépidos, vendidos por
su imprudente valor, y tal vez por los genoveses, cayeron en poder de los turcos, y la muerte de los mártires
fué el galardón de su generoso sacrificio.
Constantino se valió de represalias y colocó sobre las murallas de la ciudad las cabezas de setenta cautivos.
Este modo de hacer la guerra anunciaba que los combatientes solo daban nidos á la voz de la desesperación ó
al furor de la venganza. Los musulmanes recibían lodos los dias refuerzos y llevaban adelante el sitio sin
descanso; la seguridad de la victoria redoblaba su ardimiento ; Constantino se veía atacado al mismo tiempo
por varios puntos, y la guarnición, debilitada ya por los combates y los trabajos de un largo sitio, se veia
en la precisión de dividir sus fuerzas para defender todos los puntos amenazados.
Las fortificaciones de la ciudad del lado del puerto estaban tan abandonadas, que varias torres de la parle
occidental, especialmente la de San Román, amenazaban ruina. No obstante, en esta situación tan desespe
ra la, lo mas lamentable era ver á los defensores de bizancio víctimas del espíritu de la discordia. Alzáronse
violentos debates entre el gran duque Notaras (1) y Justiniani, que mandaba los guerreros de Génova, y los
venecianos y los genoveses estuvieron varias veces á punto de llegar á las manos. La historia apenas nos
indica el objeto de tan malhadadas contiendas, mas era tal la ceguedad producida por el espíritu de los celos
ó mas bien por la desesperación, que aquellos guerreros valerosos que sacrificaban lodos los dias su existen
cia por la noble causa que habian abrazado, se acusaban recíprocamente de cobardía y de traición.
Constantino se esforzaba en apaciguarlos, y tranquilo siempre en medio de los partidos exasperados, pa-

(1) Coggia-cffcndi.
LIBRO DECIMONONO.— 1 453-1 590. 523
recia noabrigar olra pasión que el amor de la patria y de la gloria. El carácter que desplegó en medio de los
poligros era digno de granjearle la conGanza y el afecto del pueblo, mas el espíritu turbulento y sedicioso
de los griegos y la vanidad de sus dispulas no les permitían apreciar la verdadera grandeza de alma ; acusa
ban á Paleólogo por las desgracias que no eran obra suya, que su virtud sola no podia reparar ; le acusaban
de completar la ruina de un imperio que todo el mundo abandonaba y que él solo quería defender, y no res-
pelaban su autoridad ni sus intenciones. A medida que se acercaba el dia do las grandes calamidades, el pue
blo y el clero se-preci pitaban en las iglesias, y se esponia solemnemente la imágen de la Virgen, palrona de
Constantinopla, ó la llevaban en procesión por las calles. Estas piadosas ceremonias eran sin duda edifican
tes, pero no inspiraban el valor necesario para defender la patria y la religión amenazadas, y el cielo, en
los grandes peligros de la guerra, no escuchaba las oraciones de un pueblo degenerado.
Durante el sitio se habló diferentes vcces.de capitulación (1) ; Mahomet exigía que se le entregase la capi
tal de un imperio del que poseía ya todas las provincias, y permitía á los griegos que se retirasen con sus ri
quezas ; Paleólogo consentía en pagar un tributo, mas se obstinaba en no rendir á Constantinopla ; finalmen
te, en un postrer mensaje el sultán amenazó al emperador griego con su muerte y la de su familia y con es
parcir su pueblo cautivo por toda la tierra, si insistía en defender la ciudad. Mahomet ofreció á su enemigo
un principado en el Peloponeso, mas Constantino rechazó esta proposición y prefirió una muerte gloriosa.
El sultán anunció á su ejército un ataque próximo y general, diciéndole que las riquezas de Constantino-
pía, los cautivos y las mujeres griegas serian la recompensa del valor, reservándose él la ciudad y los edifi
cios. Los derviches recorrieron las filas del ejército otomano, para añadir el entusiasmo religioso al de la
guerra, exhortando á los soldados á purificar sus cuerpos por las abluciones y su alma por la oración, y pro
metiendo las delicias del paraíso á los defensores de la fé musulmana. Cuando la noche empezó á cubrir de
sombras la tierra, se dió órden á todos los guerreros de atar al estremo de las lanzas antorchas encendidas.
Esta multitud de luces iluminaba á lo lejos el horizonte, y las orillas del mar, dice el historiador turco, pa
recían un campo sembrado de rosas y tulipanes. El emperador otomano apareció entonces en medio de su
ejército, prometió nuevamente á sus soldados el saqueo de Bizancío, y para dar mas solemnidad á sus pala
bras, lo juró «por el alma de Amurat, por cuatro mil profetas, por sus hijos y por su cimitarra.» Todo el
ejércilo estalló en gritos de júbilo y repitió esta esclamacion : / Dios es Dios, y Mahoma el enviado de DíjsI
Terminada esta ceremonia guerrera, el sultán ordenó bajo pena de muerte que se guardase el mas profundo
silencio en el campo, y desde entonces no se oyó ya en torno de Conslanlinopla mas que el confuso rumor do
un ejército puesto en movimiento para prepararse á un combate decisivo y terrible.
La guarnición de la<;iudad vigilaba en las murallas y observaba con inquietud los movimientos del ejército
otomano; había oído con espanto las ruidosas aclamaciones de los turcos, pero aumentaba su terror el silencio
quede pronto reinaba en el campo. El resplandor de los fuegos enemigos se reflejaba en las almenas de las
torres y en las cúpulas de los templos, y hacían mas espantosa la oscuridad en que yacía la ciudad ; Constanti
nopla , donde estaban interrumpidos todos los trabajos de la industria y todos los cuidados ordinarios de la vida,
se hallaba abismada en una profunda calma, sin que nadie disfrutase en ella sueño ni descanso; presentaba el
aspecto lúgubre de una ciudad que ba dejado desierta un grande azote, y solamente se oían en torno de los
templos algunos sonidos quejumbrosos y la voz de la- oración que imploraba la misericordia del cielo.
Constantino reunió los principales jefes de la guarnición para deliberar sobre los peligros que amenazaban
al imperio; trató de reanimar el valor y la esperanza de sus compañeros de armas en un patético discurso,
hablando á los griegos de la patria, á los ausiliares latínosdc-la religión y de la humanidad, y les exhortó á
tener paciencia y sobre todo concordia. Los guerreros que asistían á este último consejo, escucharon al em
perador con sombrío silencio, y no atreviéndose á interrogarse mutuamente sobre los medios de defensa que
juzgaban inútiles, se abrazaron llorando y volvieron á sus puestos hundidos en los mas tristes pensamientos.
El emperador entró en la iglesia de Santa Sofía donde recibió el sacramento de la comunión, y la tristeza
que so notaba en su rostro, la piadosa humildad con que pidió el olvido de sus yerros y el perdón de sus fal
tas, y las tiernas palabras que dirigió al pueblo y que parecían un cierno adiós, aumentó la consternación
general.

(t¡ Clialcondile-Ducas.
524 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Asomó por fin el último dia del imperio romano; el 29 de mayo.
Resonaron las trompetas y tambores en el campamento tle lus turcos, la multitud de los soldados musnl-
manes se lanzó á las murallas de la ciudad y se dió el asalto á un tiempo por el lado del puerto y por la
puerta de San Román. En el primer combate, los sitiadores encontraron en todas partes una tenaz resis
tencia ; los catalanes y los genoveses demostraron todo lo que podia el valor de los francos: Paleólogo comba
tía al frente de los griegos y el aspecto solo de la bandera imperial llenaba de temor á los guerreros otoma
nos. Trescientos arqueros venidos de la isla de Creta sostuvieron gloriosamente la antigua fama de los creten
ses por su valor y su destreza en lanzar las flechas. Entre aquella esforzada milicia es justo distinguir di
cardenal Isidoro, que habia hecho reparar á sus espensas las fortificaciones de cuya defensa se habia en
cargado, y que combatió hasta el fin del sitio al frente de los soldados que habia tomado de Italia. La his
toria debe elogiar también los monjes de san Basilio, que habian adoptado el partido de la unión y cuyo
valor y gloriosa muerte fué una expiación de la ciega y fatal obstinación del clero de Bizancio.
El historiador Phranza compara las filas apiñadas de los musulmanes á una cuerda de carne que rodeaba
la ciudad. Los golpes del ariete y las descargas de la artillería habian desmoronado las torres que defendían
la puerta de San Koman, habian sucumbido los muros esteriores y los fosos estaban cubiertos con los muer
tos y heridos confuudidos con las minas, pero los defensores de Bizanoio continuaban cambatiendo en tan
horrible campo de batalla con indomable constancia, con heroico valor.
Después de dos horas de espantoso choque, Mahomet avanzó con la flor de sus tropas y diez mil genízaros.
Marchaba en medio de ellos empuñando una maza, pareciéndose al ángel de la destrucción, animando con
sus miradas amenazadoras el ardor de los soldados y mostrándoles en silencio los sitios que era preciso
atacar, y detrás de los batallones que conducía, una turba de esos hombres á quienes el despotismo encar
ga la ejecución de sus venganzas, castigaba ó contenía á los que trataban de huir y les obligaba á correr
á la matanza. Envolvían el ejército y la ciudad él polvo que alzaban los pies de los combatientes y el humo
de los cañones ; el ruido de tamborea y clarines, el estruendo Jdo los escombros, la esplosion del cañón y el
choque de las armas no permitían oir la voz de los jefes ; los genízaros combatían con desorden, y Cons
tantino que lo habia advertido, exhortaba á sus soldados á hacer el última esfuerzo, cuando cambió repen-
inainente la suerte del combate. Herido Justiniani por una flecha, el dolor que senlia le obligó á abando
nar el campo de batalla; siguieron su ejemplo los genoveses y la mayor parte de los ausiliares latinos, r
quedaron solos los griegos que abrumados por el número son derrotados por los turcos que vencen las mura-
las y se apoderan de las torres. Aun combatía Canstantino, pero cae pronto entre los montones de cadáve
res traspasado délas heridas, y Constantinopla queda sin jefe y sin defensores.
Algunos de los que habian defendido las murallas entraron en la ciudad anunciando la llegada de los
turcos, mas nadie les daba crédito, y cuando el pueblo vió los batallones musulmanes, estaba ya medio
muerto de terror y sin aliento (1). La muchedumbre huia por las calles sin saber á dónde y lanzando gritos
desgarradores, y las mujeres, los niños y los ancianos corrian á los templos como si los altares de Cristo hu
bieran sido un asilo oonlra los feroces sectarios de Mahoma.
No describiremos los desastres que siguieron á la toma de Constantinopla. La matanza de los habitantes
desarmados, la ciudad entregada al saqueo, los lugares santos profanados, las vírgenes y matronas ultraja
das, una población entera cargada de cadenas; hé aquí en suma lo que leemos en las crónicas de turcos,
griegos y latinos. Así cayó esta ciudad que habian cubierto de ruinas las revoluciones y que fué por fin ju
guete y presa del pueblo que tanto tiempo habia despreciado! Si alguna cosa puede dar consuelo en medio
de escenas tan dolorosas, es la virtud de Constantino, que no quiso sobrevivir á su patria y cuya muerte fue
la postrera gloria del imperio de oriente.
Cuasi inmenso fué el dolor que causó á todos los pueblos cristianos el triunfo de Mahomet! Pero á pesar
de la elocuencia de los oradores sagrados, ninguna nación sealzd á contener el progreso de las armas maho
metanas. Un mes después de la loma de Constantinopla, Felipe el Bueno, duque de Borgoña, reunióen Lila,
en Flandes, toda la nobleza desús estados, y en una fiesta, cuyo relato fiel nos conserva la historia, tralóJe
despertar el celo y el valor dolos guerreros con el espectáculo de cuanto podia herir entonces su imaginación

i\) Ducas,
LIBUO DECIMONONO.— 1453-1590. 525
caballeresca. Se présenlo primero á la asamblea un gran número de cuadros y escenas curiosas entre las
cuales se notaban los trabajos de Hércules, las aventurasde Jason y de Medea y los hechizos de Melusin (1).
Los espectadores vieron en seguida en la sala del festín el simulacro de un elefante conducido por un gigan
te sarraceno y llevando en el lomo una torre de donde salió una matrona vestida de luto que representaba la
Iglesia cristiana ; habiendo llegado el elefante delante de la mesa del duque de Borgoña, la dama cautiva re
citó una larga relación en verso sobro los males que la oprimían, y dirigiéndose á los príncipes, á los du
ques y á los caballeros, se quejó de su lentitud é indiferencia en socorrerla. Apareció entonces un heraldo
de armas llevando en la mano un faisán, ave que la caballería había adoptado como símbolo y galardón del
valor. Dos nobles señoritas y varios caballeros del Toisón de Oro se acercaron al duque y le presentaron el
ave de los valientes, suplicándole que se acordase de ellos; Felipe el Bueno lanzó una mirada de compasión
ú la dama que representaba la Iglesia, y sacó del pecho un escrito que el heraldo do armas leyó en voz alta.
En esto escrito, el duque prometía primeramente á Dios, su Criador, á la Virgen Santísima y después á las
damas y al faisán, que si era gusto del rey de Francia esponer su cuerpo por la defensa de la fé cristiana y
resistir á la infernal empresa del gran turco, le serviría con su persona y su poder en dicho santo viaje como
mejor le inspirase la divina gracia ; se comprometía á obedecerles, si el rey encargaba esta santa espedicion
á algún príncipe de su sangre ó á algún otro señor, y si por sus muchos negocios no estuviera en disposición
de ir ó de enviar á otros, y otros príncipes tomasen ¿'i su cargo la cruzada, seofrecia ó acompañarles cuanto
antes le fuera posible. Si durante el santo viajo llegare á saber por cualquier medio que fuese que el gran
turco tuviese voluntad do pelear con él cuerpo á cuerpo, él, Felipe, por la dicha fé cristiana, le combatiría
gustoso con el ausilío del Dios omnipotente y de su dulcísima Virgen Madre, á quienes llamaba siempre
en su ayuda.»
La dama que representaba la Santa Iglesia dió gracias al duque por el celo que mostraba en su defensa,
y todos los señores y caballeros que se hallaron presentes invocaron también el nombre de Dios yelde la
Virgen, y juraron con ol mayor entusiasmo consagrar su existencia y sus bienes en servicio do Jesucristo
y de su muy temido señor el duque de Borgoña.
Estas promesas, que no fueron cumplidas, sirven al menos para darnos á conocer el espíritu y las cos
tumbres de la caballería. La escesiva confianza que tenían los caballeros en sus armas, nos demuestra cuán
poco conocían á los enemigos á quienes declaraban la guerra. Cuando todos hubieron prestado su juramen
to, una kdama vestida de blanco, que llevaba en la espalda esta inscripción con letras de oro, gracias de
Dios, salió á saludar á la asamblea y presentó doce damas á los doce caballeros. Estas damas repre
sentaban doce virtudes ó cualidades cuyo nombre llevaban eu la espalda ; fé, caridad, justicia, razón, pru
dencia, templanza, fuerza, verdad, longanimidad, diligencia, esperanza y valor; tales eran las virtudes que
debían presidir á la cruzada.
No obstante, algunos hombres piadosos hicieron increíbles esfuerzos para hacer revivir los primeros tiem
pos de las guerras santas. Juan Capistran, fraile de san Francisco, y Eneas Silvio, obispo de Sena, no omi
tieron medio alguno para inflamar los ánimos y reanimar la devoción belicosa do los cruzados. El primero,
que gozaba opinión de santo, recorría las ciudades de Alemania y de Hungría hablando al pueblo reunido do
los peligros de la fé y délas amenazas de los sarracenos; el segundo, uno de los obispos mas ilustrados de
su siglo, versado en las letras griegas y latinas, orador y poeta, exhortaba á los príncipes á tomar las ar
mas para precaver la invasión de sus propios estados y salvar á la república cristiana de una próxima
invasión.
Eneas Silvio escribió al soberano pontiGce y se esforzó á despertar su celo, diciéndole que ta pérdida de
Constantinopla deshonraría elernamente su nombre si no hacia todo lo posible para derrocar el poderío de los
turcos. El piadoso orador marchó á Roma y predicó la cruzada en un consistorio (2) ; para demostrar la
necesidad de una guerra santa citó ante el papa y los cardenales la autoridad de los filósofos griegos y
la de los padres do la Iglesia; se lamentó de la esclavitud de Jerusalen, cuna del cristianismo, y de Grecia,
madre de las ciencias y las artes, y ensalzó el valor heroico de los alemanes, la noble adhesión delosfran-

(1) Olivier de la Marche.


2)' Biblioteca de las Cruzadas, t. II; Colección de historiadores alemanes de Struve
526 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
ceses, el generoso orgullo de los españoles y el amor de la gloria que inflamaba á los pueblos de Italia.
Asistía á esla asamblea el rey de Hungría cuyos oslados amenazaba Mahomet Ií, y el orador de la cruza
da, mostrando este príncipe al soberano pontífice y á los prelados, les pidió que se compadecieran Je
sus lágrimas.
Federico III, emperador de Alemania, escribió al mismo tiempo á Nicolás V suplicándole que salvase la
cristiandad, invitándole á que reuniera contra los turcos todas las potencias cristianas y anunciando que iba
á convocar los príncipes y los estados de Alemania. El papa aplaudió los deseos del emperador y envió sus
legados á las dietas de Ralisbona y de Francfort. Eneas Silvio predicó de nuevo la cruzada contra los turcos
en estas dos asambleas, y el duque de Borgoña renovó en ellas el juramento que babia prestado á Dios, ala
Virgen, á las damas y al faisán.
Unos diputados húngaros se presentaron á anunciar que los turcos iban á invadir las orillas del Danubio
y las fronteras de Alemania si toda la Europa no se apresuraba ú tomar las armas, y la dieta determinó en
viar contra el común enemigo diez mil ginetes y treinta y dos mil infantes; pero como no decidió cómo debía
alistarse este eji'rcito y los medios de sostenerlo, no tardó en entibiarse el entusiasmo de la cruzada y no se
presentó nadie á oponerse á los progresos de los otomanos.
Eneas Silvio esplica en una desús cartas las causas de esla indiferencia y de la inacción de la cristiandad,
demostrando la imposibilidad de la cruzada, pero arrastrado por su celo, pasó su vida predicándola. En tanto
que arengaba inúlilmenle á los príncipes de Alemania, el papa trataba de restablecer la concordia entre
los estados de Italia; el ascendiente de la autoridad pontificia no logró calmar los ánimos, y la paz fué obra
de un pobre ermitaño cuyas palabras ejercían un poderoso influjo en el corazón de los fieles. El hermano
Simonel, saliendo repentinamente de su reliro, recorrió las ciudades, y dirigiéndose á los pueblos y á los
príncipes, los exhortaba á reunirse contra los enemigos de Jesucristo. A la voz del santo orador dejaron las
armas Venecia, Florencia y el duque de Milán, y se formó una liga en la que entraron la mayor parte de
las repúblicas y principados de Italia, pero esta liga no dió ningún resultado; porque no dirigieron el celo
de los confederados el papa, que debia dar la señal y el ejemplo, ni el emperador de Alemania, que prome
tía sin cesar ponerse delante de una cruzada y no salia de sus estados. Retenían á Federico III su avaricia
y sobre todo un escesivo amor al reposo de que le acusan las crónicas contemporáneas. Nicolás V, apasio
nado por la sabia antigüedad y rodeado continuamente de eruditos, se ocupaba mas de recoger los tesoros
literarios de Roma y de Atenas que de libertar la ciudad de Constantino, y en tanto que los turcos se apode
raban de Bizancio, hacia traducir á lodo coste los autores griegos rnas célebres, y los diezmos recaudados
para la cruzada se emplearon mas de una vez en la adquisición de las obras maestras de Platón, de Ilerodolo
ó de Tucidides.
Nicolás se limitó á dirigir algunas exhortaciones á los fieles y murió sin haber vencido ninguna de las di
ficultades que se oponían á la empresa de una guerra sania. Calisto 111, su sucesor, demostró mas celo, y
desde el principio de su pontificado envió legados y predicadores por toda la Europa para publicar la cruzada
y recaudar los diezmos. Una embajada del pontífice fué á pedir á los reyes de Persia y de Armenia y al kan
de los tártaros que se reunieran con los cristianos de occidenle para hacer la guerra á los turcos: diez y
seis galeras, construidas con el producto de los diezmos, salieron al mar al mando del patriarca de Aquilea
y mostraron el pabellón de San Pedro en el Archipiélago y en las costas de Jonia y del Asia Menor; San
Anlonino (1) arengó al papa en nombre de la cindad de Florencia, prometiéndole el concurso de todas las
potencias de la cristiandad sí Su Santidad abría los tesoros de la Iglesia y llamaba con sus exhortaciones
evangélicas á todos los obreros para la cosecha, y Calislo III se dirigió al jefe del imperio, que le prodigaba los
consejos para los negocios de la guerra santa, invitándole á dar ejemplo, pero el indolente Federico se con
tentó con renovar sus promesas. Mientras el emperador exhortaba al pontífice á publicarla cruzada, y el
pontífice por su parte exhortaba al emperador á tomar las armas, los otomanos penetraron en Hungría y lle
garon hasla Belgrado.
Esla ciudad, uno de los baluartes de occidenle, no recibiendo ningún ausilio de la cristiandad, solo cifra
ba su esperanza en el valor de Iluníades y el celo apostólico de Juan Capistran; el uno mandaba las tropas

[\] Leandro Albcrli, Dcviris iíluslr. .ib. III.


LIBRO DECIMONONO.- 1458- 1590. 527
de los húngaros arrastrándoles en pos de sí con su ejemplo, y el otro, había reunido con sus predicaciones
un gran número de cruzados alemanes, alentaba al combale á los soldados cristianos y les inspiraba un
valor invencible.
Solo tomaron las armas los países amenazados por los turcos. Entonces fué cuando el soberano pontífice
mandó que todos los días al medio día se tocasen las campanas en todas las parroquias para advertir á los
fieles que orasen por los húngaros y por todos los que combatían contra los turcos. Calisto concedió indul
gencias á lodos los cristianos que á esta señal repitieran tres veces la oración dominical y la salutación an
gélica- Este es el origen de la oración del medio dia que han conservado los usos de la Iglesia hasta nues
tro siglo.
El cielo oiría sin duda compasivo estas fervientes súblicas que se alzaban al mismo tiempo y á la mis
ma hora de todos los puntos de Europa. Mahomet condujo su ejército hasta Belgrado, y después de haber
sentado sus reales (1), los turcos se arrojaron sobre la ciudad como las abejas hacia su colmena, pero encon
traron una resistencia invencible. Hacia ya cuarenta dias que duraba el sitio, cuando acudieron en ausilio
de los sitiados Huníades y Capistran, conduciendo el uno numerosos batallones, y valiéndose el otro de su
piadosa elocuencia para vencer á sus enemigos. En un.solo combate, los cristianos ahuyentaron el ejército
de Mahomet y destruyeron la escuadra otomana que inundaba el Danubio y el Save. Huníades hizo prodigios
de valor; en los momentos del mayor peligro, vióse á Gapistran recorrer las filas del ejército cristiano lle
vando una cruz en la mano y repitiendo estas palnbras ; Victoria! Jesús! Victoria! Mas de veinte mil mu
sulmanes perdieron la vida en la batalla ó en la fuga, y el sultán cayó herido en medio de sus genízaros y
se alejó precipitadamente de Belgrado con su ejército vencido.
La Europa entera dió gracias al cielo por esta victoria á la cual solo habia contribuido con sus oraciones
y que debia mirar como un milagro ; los vencedores enviaron al papa la tienda y las armas de Mahomet
como un trofeo de la guerra santa y un homenage al padre de los fieles ; la religión celebró una jornada en
que habían sido vencidos sus mas crueles enemigos, y se determinó que la antigua festividad de la Transfi
guración, elevada á la clase de las fiestas dobles solemnes, sirviese para recordar lodos los años á la Iglesia
universal la derrota de los turcos delante de Belgrado.
(1458) Huníades y Gapistran no sobrevivieron mucho tiempo á sus triunfos y fallecieron ambos cuando
la cristiandad mezclaba aun sus nombres con los himnos de su gratitud. El sentimiento de los celos enve
nenó sus últimos momentos, y el ardor poco evangélico con que reclamaron los dos el honor de haber sal
vado á Belgrado, imprimió una mancha en su fama. La Europa consideró la muerte del Caballero blanco
de Valaauiacomo una calamidad pública, y el mismo Mahomet esclamó alsaberel fin de su temibleadversario:
«Noexístia nadie bajo el sol que pudiera compararse con este grande hombre!» Los húngaros pronuncian aun
con orgullo el nombre de Huníades ó Hunyud, siendo para ellos un noble recuerdo, una hermosa gloria, y se
vé en la catedral de Carlsburgo en Transilvania el sepulcro del ilustre defensor de Europa.
En tanto que los húngaros vencían á los turcos delante de Belgrado, la escuadra del papa consíguia algu
nas ventajas en el Archipiélago. Calisto no se descuidó de recordar á todos los fieles las hazañas y los triun
fos del patriarca de Aquilea, persuadido de que la noticia de las victorias ganadas á los musulmanes harían
recobrar la esperanza y el valor á todos los que habían abatido y consternado los desastres de los cristianos;
se predicó una nueva guerra santa en Francia, en Inglaterra, en Alemania y hasta en los reinos de Casti
lla, de Aragón y de Portugal. El pueblo escuchó en todas partes con piadoso recogimiento las predicaciones
de la cruzada, pero el impuesto de los diezmos fué causa de quejas y rumores.
El clero de Rúan, la universidad y el parlamento de París y varios obispos se opusieron abiertamente á
este impuesto; las quejas fueron mas violentas en Alemania que en ningún otro país, pues á medida que se
iba entibiando el espíritu de las cruzadas, se juzgaban con mas severidad los medios empleados por los papas
para renovar estas lejanas espediciones. Es preciso confesar además que se hacia entonces mucho abuso de
la recaudación ó inversión de los diezmos; se traficaba con las indulgencias de Roma para la cruzada, y el
tribunal de la penitencia solo parecía en ciertas ocasiones un medio para arrancar impuestos á los fieles.
Se alcanzaban á precio de orólas gracias de la Iglesia y la misericordia del cielo; los pecados de los cristianos

(i) Coggia-elTeiidi.
528 IHSTORIA DE LAS CRUZADAS.
lenian en cierto modo una tarifa, y leemos en la historia do Aragón que hasta la desobediencia á los decretos
del papa se había convertido en manantial de un nuevo tributo.
Y completa el examen del espíritu de aquella época y especialmente del de la corle de Roma el que en
las predicaciones de las cruzadas se exhortaba masá los fieles á pagar un tributo en dinero que á tomar
las armas. Llamábanse los impuestos recaudados en nombre de la sania sede socorros para los húngaros, y
como estos necesitaban continuamente ser socorridos, la recaudación de los diezmos se convertía en unn
contribución permanente que el pueblo y el clero sufrían de día en dia con menos resignación y paciencia.
Debomos añadir que la santa sede no percibía siempre los productos del tributo impuesto á los cristianos,
pues los príncipes se apoderaban de ellos con frecuencia bajo el prelestode hacer la guerra á los turcos, y
mas de una vez se emplearon los diezmos para la guerra santa en sostener las contiendas de la ambición.
No obstante, las reclamaciones de los alemanes contra los co:nísarícs y agentes de la corte de Homa fueron
tan vivas y numerosas que el papa se creyó en la obligación de responder, y en su apología, redactada por
Eneas Silvio, declaró que Scanderberg y el rey de Hungría habían recibido numerosos socorros, que se ha
bían armado escuadras contra los musulmanes^ que se habían enviado naves y municiones de guerra á Ro
das, Chipre y Mitilene, y en una palabra que el dinero exigido á los Geles se habia empleado tan solo eu
defensa de la fe* y de la crislia ndad .
Esta apología, en la cual Gilísto se felicitaba de haber salvado la Europa, se parece en cierto modo a la
de aquel antiguo romano, acusado de haber empleado mal el tesoro público, que propuso como única res
puesta subir al Capitolio á dar gracias á los dioses por las victorias que había alcanzado. Es preciso confe-*
sar no obstante, que no dejaba de ser verdad lo que decía el apologista de la corle pontificia, y la historia
debe ensalzar el celo que desplegó el padre de los cristianos para contener los progresos de Mahomet y salvar
una multitud de victimas de la tiranía de los otomanos.
Calisto suplicaba incesantemente á los príncipes cristianos que se unieran á él y se esforzaba en especial en
escitar contra los turcos el entusiasmo belicoso de los franceses. «Si los franceses secundaran mis proyectos,
decía con frecuencia, destruiríamos la raza de los infieles¡» No escaseó súplicas ni promesas para inducir
n Carlos Vil á socorrer la Hungría y defender los baluartes de Europa, y le envió la rosa de oro que los
papas bendecían el cuarto domingo de cuaresma y que regalaban á los príncipes cristianos en testimonio de
su afecto. Estos halagos del pontífice manifiestan cuán lejana estaba ya la época en que los jefes déla Igle
sia solo hablaban á los monarcas en nombre de un cielo irritado y les exhortaban á tomar la cruz echándo
les en cara sus fallas y mandando que las expiasen con la guerra santa. Los papas, al predicar la cruzada,
no eran ya los intérpretes de las opiniones dominantes; sus invitaciones ya no eran leyes, y los principes
usaban ampliamente de la facultad que tenian de desobedecer. Carlos VII se resistió de las instancias reite
radas de Calisto, temiéndola invasión délos ingleses; en vano el delfín, que reinó después con el nombre
de Luis XI, retirado entonces en la corle de Borgoña, se declaró en favor de la cruzada y trató de formarse
un partido en el reino tomando la cruz; la Francia permaneció estraña á los guerra predicada contra los
infieles, y Calisto se contentó con permitir la recaudación de los diezmos en sus estados bajo la condición es
presa de no hacer de ellos un uso ilegítimo (i).
Mientras el papa imploraba el ausilio de la cristiandad en favor de los húngaros, la Hungría estaba agi
tada por turbulencias ocasionadas por la sucesión de Ladislao, muerto en la batalla de Varna. Calisto se
valió de la autoridad paternal de la santa sede para apaciguar el furor de la discordia y proteger á Matías
Corvin largo tiempo preso en cadenas, y proclamado en fin rey de un país que habia salvado el valor de
su padre. La conducta del pontífice pareció menos digna de elogio y sobre todo menos desinteresada cuando
la sucesión de Alfonso, rey de Nápoles, acarreó nuevas guerras en Italia ; la historia cuenta que el sobera
no pontíGce olvidó en esta circunstancia los peligros de la cristiandad, y empleó los tesoros acumulados para
la Tierra Santa en defensa de una causa que no era la de la religión.
El incansable orador déla cruzada, Eneas Silvio, sucedió á Calisto III en la cátedra de San Pedro (2).
La tiara pacecia ser la recompensa de su celo por la guerra contra los turcos, y todos esperaban que no
omiliria media alguno para ejecular por sí los proyectos que habia concebido para despertar en los pue-

(1 ) Monstrelet.
(í) Platina.—San Antonino.
LIBRO DECIMONONO. -1458- 1590. 529
blos de la cristiandad el entusiasmo guerrero y el patriotismo religioso que respiraban todos sus dis
cursos.
Mahomet II continuaba alcanzando repetidas victorias y su poderío era cada dia mas temible ; ocupábase
entonces en despojar á todos los príncipes griegos que se habian salvado de sus primeras invasiones y cuya
debilidad se ocultaba bajo los títulos fastuosos de emperador de Trebisonda, de rey de Iberia y de déspota
deMorea. Todos estos príncipes, á quienes los actos de sumisión costaban poco á trueque de reinar algu
nos dias mas ó solamente conservar la vida, se habian apresurado á enviar embajadores al sultán victorio
so, después de la toma de Conslanlinopla, para felicitarle por sus triunfos. Satisfecho Mahomet con su hu
milde sumisión, solo vio en ellos una presa fácil de devorar y enemigos que podia vencer cuando quisiera;
la mayor parte de estos príncipes deshonraron los últimos momentos de una dominación vacilante con
cuanta perfidia, crueldad y traición pueden inspirar la ambición, la envidia y el espíritu de discordia; cuando
los musulmanes penetraron en las provincias griegas, manchados con todos los crímenes de guerra civil, y
las redujeron á la esclavitud, hubiera podido creerse que el mismo Dios los enviaba para vengar sus leyes
ultrajadas y ejecutar las amenazas de su justicia. Ni aun se dignó Mahomet desplegar todas sus fuerzas con
tra los tiranos pusilánimes que se disputaban algunos restos del imperio griego; solo tuvo que pronunciar
una palabra para hacer caer del trono á Demetrio, déspota de la Morea y á David emperador de Trebison
da, y si mandó pasar á cuchillo cuantos quedaban de la familia délos Comuenos, el bárbaro conquistador
se dejó llevar mas por su ferocidad natural que por los temores de tina política recelosa. Siete años después
de la toma de Conslanlinopla, condujo sus genízaros al Peloponeso ; al acercarse, los príncipes de Acá ya em
prendieron la fuga ó fueron esclavos suyos, y no encontrando casi resistencia, recogió con desden los fru
tos de una fácil conquista. Meditaba proyectos mas vastos, y cuando enarboló el estandarte de la media luna
en medio de las ruinas de Esparla y de Aleñas, tenia las miradas fijas sobre el mar de Sicilia y buscaba un
camino que le condujera á las orillas de Italia.
El primer paso que «lió Pió 11 fué publicar los nuevos peligros de Europa, escribió á todas las potencias do
la cristiandad, y convocó una asamblea general en Mantua para deliberar sobre los medios de contener los
progresos de los otomanos. La bula del pontífice recordaba á los fieles que la tempestad habia estallado sobre
la Iglesia de Jesucristo, pero que velaba por su salvación el que manda los vientos. Todos los estados de la
cristiandad prometieron enviar á Manlua sus embajadores. Pió II asistió también, y en su discurso de aper
tura, se alzó con fuerza contra la indiferencia de los príncipes y soberanos ; representó á los turcos talando la
Bosnia y la Grecia, y prontos á caer como un rápido incendio sobre Italia y Alemania y sobre todos los paí
ses de Europa ; declaró que no saldría de Mantua hasta que los principes y los estados cristianos le diesen
prendas de su adhesión á la causa de la cristiandad, y protestó, en fin, de que si le abandonaban las poten
cias cristianas, se presentaría solo en tan gloriosa lucha, y moriría defendiendo la independencia de Europa
y de la Iglesia.
El cardenal Busarion, que había nacido en Grecia y adoptado la Iglesia de Roma, habló después de Pió II,
y declaró que lodo el colegio de cardenales estaba animado del único.celo que el padre de los fieles , los dipu
tados de Rodas, de Chipre, del Epiro, de lliria. del Peloponeso y de varias comarcas invadidas por los turcos
hicieron ante el concilio una lastimosa relación de los males que padecían los cristianos bajo la dominación
de los musulmanes; pero los embajadores de las grandes potencias de Europa no habian llegado aun, y este
retardo anunciaba la escesiva indiferencia de los monarcas cristianos respecto á la cruzada. Los debates que
se suscitaron después sobre las pretensiones de las familias de Anjou y de Aragón al reino de Nápoles, y las
disputas de etiqueta y preferencia que ocuparon al concilio durante muchos dias, acabaron de demostrar
que los peligros de la Europa cristiana hacían muy poca impresión y que no se tomaría ninguna resolución
generosa para precaverlos.
El papa propuso imponer para la cruzada un diezmo sobre las rentas del clero, un vigésimo sobre los ju
díos y un treinta por ciento sobre los príncipes y seglares, y propuso al mismo tiempo alistar un ejército do
cien mil hombres en los diferentes estados de Europa y confiar el mando al emperador de Alemania. Estas
proposiciones necesitaban la aprobación de los soberanos para llevarse á cabo, y la mayor parle de los em
bajadores solo hicieron vanas promesas; se celebraron muchas conferencias, el concilio duró algunos meses,
y el papa se fué de Mantua sin haber conseguido na Ja decisivo en favor de la empresa que meditaba. Volvió
G7
530 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
á Roma, desde donde escribió otra vez á los príncipes cristianos, escitándoles á que le enviasen embajadores
para seguir deliberando sobre la guerra contra los turcos.
Continuamente perseguido por la idea de libertar el mundo cristiano y perdiendo de dia en dia la espe
ranza de conmover el occidente, concibió el proyecto estraño de dirigirse al mismo Mahomet y emplear todas
las fuerzas de la dialéctica para convertir al cristianismo al príncipe musulmán. Su carta, que ha Mesado
hasta nuestros dias, ofrece un tratado completo de filosofía y teología de la época, ven ella el pontífice opone
á los apóstoles del islamismo la autoridad de los profetas y>padresde la Iglesia, y la autoridad profana de Li
curgo y de Solón (1).
En tan estraña negociación con Mahomet 11, el papa tan feliz como con los príncipes cristianos, los cuales
le respondían con vanas protestas, y Mahomet, á quien ofrecía la conquista del mundo en nombre del cris
tianismo, se contentó con responder que estaba inocente de la muerte de Jesucristo y que pensaba con horror de
los que le habían crucificado.
El emperador otomano acababa de apoderarse de la Bosnia, haciendo perecer en el suplicio al rey de este
desgraciado pais que se habia sometido ú sus armas ; por otra parte los turcos talaban las fronteras de Iliria
y amenazaban á Ragusa ; el estandarte de la media-luna ondeaba en todas las islas del Archipiélago y del
mar de Jonia; y los peligros de Italia y de Europa eran cada vez mas inminentes. El papa reunió su consis
torio (2) y le manifestó que habia llegado la é|K>ca de contener los adelantos de los turcos y dar principio á la
guerra santa que habia predicado. Los cardenales dieron su unánime consentimiento á la resolución de Pioll,
el cual se ocupó desde aquel momento en los preparativos de su partida, y dirigió una exhortación á todos los
fieles para que secundaran sus designios. Indicó la ciudad y puerto de Ancona como el lugar á donde debian
acudir los cruzados, prometiendo la remisión de sus pecados á todos los que sirvieran á sus espensas durante
seis meses, ó que mantuvieran uno ó dos soldados de la cruz durante el mismo tiempo. Nada tenia para dar
en este mund^o á los fieles que tomaran parle en la cruzada, pero prometia por el cielo dirigir todos sus pa
sos, multiplicar sus dias y conservar y acrecentar sus reinos, sus principados y sus posesiones.
La bula del papa fué enviada á todo occidente y leida públicamente en las iglesias; los fieles reunidos ver
tieron lágrimas al oir la relación de las desgracias de la cristiandad ; tomaron las armas en los países mas
alejados de las invasiones de los turcos y hasta en las comarcas del norte ; unos se dirigieron bácia Ancona, y
los demás á Hungría á incorporarse con el ejército de Matías Gorvin, que estaba dispuesto á ponerse en mar
cha contra los turcos.
El papa escribió al dux deVenecia suplicándole que asistiera personalmente á la guerra que iba á hacerse
á los infieles, ydiciéndole que la presencia de los príncipes en los ejércitos inspiraba confianza á los soldados
y terror á los enemigos. Siendo el dux de una edad muy avanzada, Pió II le recordaba que también él tenia
el cabello encanecido por el tiempo, y que el duque de Borgoña, quien prometía seguir á los cruzados á orien
te, habia llegado ya á los dias de la vejez, o Seremos, decia el pontífice, tres ancianos al frente del ejército
cristiano. Dios se complace del número tres, y la Trinidad que está en los cielos no dejará de protegerá esta
Trinidad en la tierra .»
El dux de Venecia vacilaba en embarcarse, pero como el estado Veneciano estaba en guerra con Maho
met II y le convenia confundir sus intereses con los de la cruzada, el jefe de la república se vio precisado á
se¿,iir al pontífice de Roma. El duque de Borgoña no se preparaba á reunirse con los cruzados ; en vano le
recordó el papa sus solemnes promesas, en vano le acusaba de haber engañado á los hombres y al mismo
Dios, y añadir que su falta de fó iba á causar el dolor de toda la cristiandad y podia hacer fracasar la sania
empresa ; Felipe, á quien Pío II habia ofrecido el reino de Jerusalen, no se resolvió á partir por temor de per
der sus estados y se contentó con enviar dos mil hombres de armas al ejército cristiano. Le intimidaba en
tonces la política de Luis XI, quien siendo delfín, quería combatir á los turcos, y subido al trono, no tenia
mas enemigos que sus vecinos.
Pío 11 partió de Boma en el mes de junio de 1 464 después de haber implorado la protección de Dios en la
basílica de los Santos Apóstoles; acometido de una Gebre lenta y temiendo que el aspecto de sus dolencias des-

(1) Raynaldi ann. 1461, núra. 44.


(I) Gobelino Persima, lib. XII.
LIMO DECIMONONO. -U58-1 590. 631
animase á los soldados de la cruz, disimuló sus sufrimientos, y encargó ásu médico que guardase silencio so
bre su enfermedad. En todo el camino, el pueblo dirigía al cielo sus súplicas por el triunfo de la empresa, y
la ciudad de Ancona le recibió en triunfo saludándole como el libertador del mundo cristiano.
Habían llegado á esta ciudad un gran número de cruzados (1), pero la mayor parte sin armas, sin muni
ciones y casi desnudos. Las vivas exhortaciones del papa no habían conmovido á los caballeros y barones
de la cristiandad, solamente los pobres y las personas de ínfima clase parecían haberse interesado por los pe
ligros de Europa, y la multitud de cruzados reunidos en Ancona no parecía un ejército sino una turba de
mendigos y vagos. Compadecióse Pió II de su miseria, pero como le era imposible atender á su manuten
ción, alistó á los que se hallaban en estado de hacer la guerra á sus espensas, y despidió á los demás con las
indulgencias de la cruzada.
El ejército cristiano debia dirigirse hácia las costas de Grecia y reunirse con Scanderberg que acababa de
vencer á los otomanos en las llanuras de Ochridc. Se habian enviado diputados á los húngaros, al rey de
Chipre y á todos los enemigos de los turcos en Asia, sin olvidar al rey de Persia, para advertirles que se pre
parasen á principiar la guerra contra Mahoraet.
La ciudad de Ancona atraia las miradas de toda Europa. ¿Qué espectáculo, en efecto, mas interesante para
la cristiandad que el del padre común de los Geles arrostrando los peligros de la guerra y del mar,
para irá las comarcas lejanas á vengar la humanidad ultrajada, romper las cadenas de los cristianos y
visitar sus hijos en su aflicción? Desgraciadamente las fuerzas de Pío II no correspondían á su celo ni le per
mitían completar su sacrificio. La escuadra estaba dispuesta á darse á la vela cuando la fiebre que tenia al
salir de Roma, agravada por las fatigas del viaje, se convirtió en una enfermedad mortal. Conociendo que se
acercaba su fin, convocó á los cardenales y les exhortó á que continuasen su obra , Ies pidió perdón por los
pecados que había cometido para con Dios, y por las ofensas que podia haberles hecho; alzando después Ja
mano, los abrazó á todos llorando, y los cardenales le pidieron perdón de sus faltas con lágrimas en los ojos
y postrándose al pié de su lecho. Pió II murió recomendándoles los cristianos de oriente, y las últimas miradas
que atrajo sobre la tierra se dirigieron hacia la (¡recia oprimida por los enemigos de Jesucristo.
Pablo II, que fué elegido papa, se comprometió en medio del consistoria á seguir el ejemplo de su antece
sor, pero los cruzados reunidos habian regresado ya á sus hogares. Los venecianos, que eran los únicos que
se habian quedado, llevaron la guerra al Peloponeso sin llegar á conseguir grandes ventajas contra los turcos;
talaron países que iban á libertar, y el mas notable de sus trofeos fué el saqueo de Atenas (2). Los griegos de
Lacedemonia y de algunas otras ciudades que habian enarbolado el pendón déla libertad con esperanza de ser
socorridos, no pudieron resistirá los genízaros y sucumbieron víctimas de su lealtad á la causa de la religión
y de la patria. Scanderberg, cuya capital sitiaban los turcos, vino en persona á pedir el ausilio del papa ; re
cibido por Pablo 11 en presencia de los cardenales, declaró ante el sacro colegio que en oriente solo el Epiro, y
en el Epiro solamente su reducido ejército combatía aun por la causa de los cristianos, y añadió que si lle
gaba á sucumbir, no quedarla nadie para defender los caminos de Italia. El papa ensalzó con ardor el esfor
zado valor de Scanderberg, y le regaló una espada que habia bendecido. Escribió al mismo tiempo á los prín
cipes de la cristiandad suplicándoles que socorrieran la Albania, y en una carta dirigida al duque de Borgo-
ña se lamentó de la suerte de los pueblos de Grecia, arrojados de su patria por los bárbaros, y de la miseria
de las familias griegas, que pasando á Italia en busca de un asilo, perecían de hambre y de desnudez, amon
tonados sobre las orillas del mar, levantando sus manos al cielo y suplicando á sus hermanos los cristianos
que los socorriesen ó vengasen (3). El jefe de la Iglesia recordaba todo lo que habian hecho sus antecesores
y cuanto habia hecho él mismo para evitar tan grandes desgracias ; acusaba de indiferencia á los príncipes, y
amenazaba á toda la Europa con las mismas calamidades si no se apresuraba á tomar las armas contra los
turcos. No hicieron ningún efecto las exhortaciones del papa : Scanderberg volvió á su pais devastado por los
musulmanes, no llevando consigo mas que algunas sumas de dinero que habia obtenido de la santa sede, y
poco tiempo después de su regreso, murió en Lissa lleno de gloria, pero desesperando de la noble causa por
la que habia combalido toda su vida.

(I) Monstrelct, cap. CXI.


(i) Carta XLI de Jacobo, cardenal de Pavía
Carta CLX1II de Jacobo, cardenal de Pavía.
532 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
Fué (al el ascendiente de este grandé hombre, que los griegos degenerados recordaron bajo sus banderas
los mas hermosos días do la gloria militar de Grecia, y la reducida provincia de Albania se defendió durante
veinte años de todas las fuerzas del imperio otomano. La muerte de Scanderberg llenó de desesperación ásus
compañeros de armas. «¡Corred, valientes albaneses! esclamaron en las plazas públicas, ¡venid, redoblad
vuestro valor porque han caído convertidas en polvo las murallas del Epiro y de Macedonia I » Estas palabras
eran á la vez el elogio fúnebre de un héroe y el de lodo su pueblo. Dos años habian trascurrido apenas cuan
do cayeron en poder de los turcos la mayor parte de las ciudades del Epiro, y cual habia anunciado Scan
derberg al pontífice do Roma, no quedó ningún atleta de Jesucristo al oriente del mar Adriático (1 ).
Todas las empresas contra los infieles se limitaron desde entonces á algunas espediciones marítimas de los
venecianos y de los caballeros de Rodas, pero estas espediciones no eran bastantes para contener los progre
sos de los otomanos. Mahomet II seguía ocupándose de la invasión de Alemania y de Italia; resucito á des
cargar ol último golpe á sus enemigos, resolvió, á ejemplo de los pontífices romanos, emplear el ascendiente
do la religión para escitar el entusiasmo y el valor de los musulmanes, y en medio de una solemne ceremonia
y en presencia del diván y del muflí juró «renunciar á lodos los placeres y no apartar jamás su rostro de oc
cidente á oriente, hasta derrocar y echar á los piós de sus caballos los dioses de las naciones, esos dioses de
madera, bronce, plata, oro y pintura, que los discípulos de Cristo fabrican con sus manos, » y juró también
«esterminar déla faz do la tierra la iniquidad de los cristianos y proclamar de oriente á poniente la gloria
del Dios deSabaoth y deMahoma.» Después de esta declaración amenazadora, el emperador turco invitaba
á todos los pueblos circuncisos á reunirse con él para obedecer el precepto de Dios y de su Profeta.
Se leyó el juramento de Mahomet II á una misma hora enlodas las mezquitas del imperio, y los guerreros
otomanos acudieron de todas partes á Constantinopla. Un ejército del sultán estaba talando la Croacia y la
Carniola, y no tardó en salir del canal una escuadra formidable que fué á atacar la isla de Eubea ó de Ne-
groponto, separada por el Euripo de la ciudad de Atenas, que los histoi ¡adores turcos llaman la ciudad ó la
patria de los filósofos. Cuando llegó á Roma la nueva de tan inminente peligro, el papa mandó que se hicieran
rogativas públicas en la ciudad; él mismo salió con pies descalzos en procesión delante de la imágen de la Vir
gen ; pero el cielo, dico el analista de la Iglesia, no se dignó atender las súplicas de los cristianos: Negroporito
cayóen poder de los turcos, toda la población de la isla fué esterminada ó reducida á la esclavitud, un gran
número de los que habian defendido su patria con valor espiraron en los suplicios, la fama publicó por Eu
ropa los escesosde la barbarie otomana, y todas las naciones cristianas se estremecieron de espanto.
Tras las últimas victorias de los turcos, la Alemania debia lemer una próxima invasión, y estaban ame
nazadas las costas de Italia. El cardenal Ressarion dirigió una exhortación elocuente á los italianos, animán
doles á reunirse contra el enemigo común; el papa hizo todos los esfuerzos posibles para apaciguar las dis
cordias, y llegó al fin á formar una liga entre Fernando, rey de Sicilia, Galeas, duque de Milán, y la república
de Florencia ; sus legados fuéron á pedir ausilios á los reyes de Francia y de Inglaterra, y el emperador Fe
derico, tras reiteradas instancias, convocó una dieta en Ralisbona y otra en Nuremberg, en la que se presen
taron los diputadosdo Venecia, de Sena, deNápoles, de Hungría y do la Carniola, que relataron los estragos
de los otomanos, y describieron con los mas vivos colores las desgracias que amenazaban á Europa. En estas
dos asambleas se tomaron varias resoluciones para la guerra contra los turcos, pero no se ejecutó ninguna;
era tal la ceguedad general, que no pudieron despertar el celo de los príncipes y de los pueblos ni las exhor
taciones del papa ni los espantosos progresos de los lurcos. Las crónicas de la época hablan de varios mila
gros por los cuales Dios manifestó su poderío en aquellos días malhadados (2), pero el mayor milagro de la
Providencia fué sin duda el que Italia ni Alemania no cayeran en poder de los otomanos cuando nadie se pre
sentaba para defenderlas.
Después do la muerte do Pablo II, que no consiguió ver el éxito de ninguna de sus predicaciones y em
presas, su sucesor Sixto IV no se olvidó de la defensa de la cristiandad. Apenas se sentó en el trono pontifi
cio, envió algunos cardenales á diferentes estados de Europa á predicar la paz entre los cristianos y la guerra
contra los turcos. Los legados habian recibido la instrucción especial de activar la recaudación de- los diez-

(1) María Barleti.


(2) Marsilio Ficioo, De Religión t-hriítiann, lib W.
LIBRO DECIMONONO.— 1 458-1 590. 533
mos para la cruzada, y oslaban autorizados para lanzar la escomunion contra los que se opusieran á este im
puesto ó gastaran sus productos. Esta severidad, que ocasionó turbulencias en Inglaterra y sobre todo en
Alemania, tuvo buen éxito en otros países, y proporcionó al soberano pontífice medios de preparar la guerra;
pero ningún principe de occidente tomó la cruz, y la cristiandad continuaba espuesta á los mayores peligros,
cuando la fortuna le envió del centro del Asia un socorro que no esperaba.
El rey de Persia, á quien Calisto III había enviado un embajador y que se babia aiado á los cristianos,
fué el único príncipe que cumplió su promesa de combatir á los otomanos, y en su respuesta, hizo los ma
yores elogios del papa, le animó en su resolución de atacar á Mahomet II y le anunció que iba á dar prin
cipio á las hostilidades (I). Cuando se recibió su carta en Roma, sus tropas avanzaban á través de la Ar
menia y varias ciudades otomanas habian caido ya en poder de los persas. Mahomet se vió obligado á aban
donar ó suspender sus proyectos de conquista del lado de Europa para marchar contra sus nuevos enemigos
con la mayor parle de las fuerzas de su imperio.
Hubiera podido aprovecharse esla poderosa diversión de los persas, pero los venecianos, el rey de Nápo-
les y el papa fueron los únicos que se presentaron para hacer la guerra á los otomanos. El soberano pon
tífice habia mandado construir veinte y cuatro galeras-con el producto de los diezmos recaudados para la
» cruzada; esta escuadra, mandada por el cardenal Cara (Ta y reunida en el Tiber, después de haber recibi
do la bendición de Sixto IV (2), fué á reunirse con las de Venecia y Nápoles, y recorrió las costas de Jonia
y de Pamfilia llenando de terror todas las ciudades marítimas de los otomanos. Los venecianos dirigieron
especialmente la escuadra cristiana hácia las ciudades cuya riqueza y comercio les hacían sombra ; pasaron
¡i sangre y fuego las ricas ciudades de Salalia y Esmirna cometiendo todos los escesos deque habian acusa
do á los turcos, y después de esta espedicion de piratas la escuadra volvió á los puertos de Italia y el car
denal Caralía entró en Roma en triunfo, seguido de veinte y cinco cautivos montados en arrogantes cor
celes y de doce camellos cargados con los despojos del enemigo (3). Suspendiéronse en la puerta y en las
bóvedas del Vaticano las banderas ganadas a los musulmanes y la cadena del puerto de Satalia.
Mientras se celebraban en Roma estas débiles ventajas conseguidas contra los infieles, Mahomet descarga
ba golpes mucho mas terribles á sus enemigos, y cuando regresó á Constantinopla, habia destruido los ejér
citos del rey de Persia. El emperador turco tenía sobre las potencias que se armaban contra él la inmensa
ventaja de que estas jamas estaban entre sí de acuerdo ni para la defensa, ni para el ataque. No tardó en
renacer la discordia éntrelos príncipes cristianos y especialmente entre los estados de Italia ; el papa mis
mo olvidó el espíritu de paz y unión que habia predicado olvidando también la guerra santa, y Venecia,
que se habia quedado aislada en la lucha contra los otomanos, se vió obligada á pedir la paz á Mahomet.
Los otomanos se aprovecharon de la paz lo mismo que de la guerra para acrecentar su poder: no queda
ba ya ningún resto del imperio griego ; Venecia habia perdido la mayor parte de sus posesiones en el Ar
chipiélago y la Grecia ; Génova perdió por fin la rica colonia de Calla en Crimea, y de todas las conquistas
de las cruzadas, los cristianos no conservaban mas que el reino de Chipre y la isla de Rodas.
Los reyes de Chipre habian implorado durante mas do un siglo el ausilío del occidente y combatido con
bastante éxito á los musulmanes, especialmente á los mamelucos de Egipto. Los guerreros que todos dias
llegaban de Europa le prestaban el apoyo de sus armas; pocos años después de la loma de Constantinopla
vemos á Jacobo Caur, que habia obtenido la restitución de sus bienes, establecerse en la isla de Chipre y
consagrar su fortuna y su existencia en defensa de los cristianos de oriente.
Después de haberse resistido el reino de Chipre con constancia de los musulmanes, se convirtió al fin en
teatro de sangrientas revoluciones. Abandonado en cierto modo de las potencias cristianas, precisadas á de
fenderse á sí propias contra los turcos, se habia puesto bajo la protección de los mamelucos de Egipto, y en
la época de turbulencia los descontentos se retiraban al Cairo y pedían la protección de una potencia que
tenia sumo interés en atizar la discordia. Hallándose próxima á estinguirse la familia de Lusiñan, una jóven
único vástago de tantos reyes, se habia casado primero con un príncipe portugués y después coa Luis coa-

(1) Manuscrito de Vauxelles, letra B. núm. 19 p. 179.


(2) Jacobo Volaterran, manuscrito de los archivos del Vaticano, núm. 40..
i3) Coriolano Opio, Hb. I; [iosio, Hislor. hier., parle 2, lib IX, p. 9.
534 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
de do Sadoya ; pero c! sultán del Cairo y Mahomet II no permitieron que ciñese la corona de Chipre un priu-
cipe latino, é hicieron elegir á un hijo bastardo del último rey. Jacobo, cuyo nacimiento ilegítimo le alejaba
del trono y que había agitado el reino con sus ambiciosas pretensiones, fué coronado rey de Chipre en la
ciudad del Cairo bajo los auspicios y en presencia de los mamelucos, y lo que debió aumentar el escándalo
de esta coronación, fué que el nuevo rey prometiera ser fiel al sultán de Egipto y pagar cinco mil escudos
de oro para el sosten de todas las mezquitas* de la Meca y de Jerusalen. Juró cumplir esta promesa ponien
do sus manos sobro el Evangelio, y para no omitir nada de loque exigían los mamelucos, añadió: «Si lle
go á faltar á mi palabra seré un apóstata y falsario, negaré la existencia de Jesucristo y la virginidad de su
Madre, mataré un camello sobre las fuentes bautismales y maldeciré el sacerdocio (1).» Tales eran las pa
labras que el afán de reinar ponia en la boca de un príncipe que iba á gobernar un reino fundado por los
soldados de Jesucristo. Falleció poco tiempo después de haber tomado pasesion déla autoridad suprema, y
su pueblo creyó que la justicia divina habia abreviado los dias de su reinado y de su existencia.
Catalina Cornavo, viuda do Jacobo é hija de una familia veneciana, era la heredera del reino de Chipre.
Como la república de Venecia no descuidaba ninguna ocasión de aumentar sus posesiones en oriente, hizo
venir á Italia á la nueva reina, y las instancias del senado y del dux consiguieron que hiciese donación de
lodos sus derechos á la isla de Chipre. De este modo Venecia vió bajo su ley un reino fundado por la fami
lia de Lujiñan, y lo defendió cerca de un siglo contra las armas de los otomanos y de los mamelucos.
La isla de Rodas llamaba aun mas la atención del mundo cristiano. Esta isla, defendida por los caballeros
de San Juan, recordaba á los fieles la memoria de la Tierra Santa y Ies conservaba la esperanza de volver
á ver ondear algún dia sóbrelas murallas de Jerusalen la bandera de Jesucristo; una juventud guerrera
acudía sin cesar de todas las comarcas de occidente y hacia revivir en cierto modo el ardimiento, el celo y
las hazañas de las primeras cruzadas; y el orden de los hospilalarios, fiel á su antigua institución, protegía
á los peregrinos que iban á Paleslina y defendía los buques cristianos de los ataques de los turcos, de los ma
melucos y de los piratas. Mahomet II habia intimado, desde el principio de su reinado, al gran maestre Juan
de Lastic que le pagase un tributo como á soberano suyo, y este se contentó con responder: «No debemos
la soberanía de Rodas mas que á Dios y á nuestras espadas; nuestro deber es ser enemigos y no tributarios
de los otomanos (2).»
Mahomet después de haber vencido á ios persas, volvió á Constantinopla con nuevos proyectos de con
quista en Europa, con una nueva animosidad contra los cristianos, y todo su imperio se dispuso á cooperar
le en su ambición y sus iras. Si los turcos no habían precipitado hasta entonces sus invasiones en occiden
te, era porque la diferencia de religión y de costumbres les privaba de toda comunicación con las naciones
cristianas é ignoraban completamente el estado de la cristiandad, las fuerzas que podían oponer y basta el
camino que debían seguir; pero poco á poco empezaban á conocer las fronteras de Europa, estudiaban las
costas del mar, espiaban los momentos propicios, y parecidos al león de la Escritura, daban vueltas incesan-
temenle en torno de su presa. Se aseguraban de los puestos avanzados y marchaban con precaución hacia
los países que querían conquistar como se acerca el ejército enemigo á la plaza que intenta sitiar; en sus
repetidas escursiones, esparcían el terror entre los pueblos que iban á atacar, y por medio del saqueo y el
eslerminio debilitaban los medios de resistencia de sus enemigos. Mahomet habia empezado su plan apo
derándose de Negreponto y de Scutari ; para dominar en los mares del Archipiélago y en el de Sicilia y Ña
póles; porolra parte, una gran parle de su ejército se habia dirigido hácia el Danubio para facilitarse los
caminos de Alemania, y otras tropas otomanas habian penetrado con el acero y la tea en la mano hasta el
Frioul para intimidar á la república de Venecia y reconocer las avenidas de Italia.
Cuando estuvo todo dispuesto para la ejecución desús terribles designios, el jefe de! imperio otomano re
solvió atacar la cristiandad por varios puntos á la vez ; un numeroso ejército se puso en marcha para in
vadir la Hungría y todas las comarcas cercanas al Danubio; dos escuadras, conduciendo un gran número
de tropas, debian dirigirse, una contra los caballeros de Rodas, cuyo valor temia Mahomet, y otra contra las
cosías de Ñápeles, cuya conquista le abria el paso de Roma y de la Italia meridional. En lan eminente pe-

'1! Gobelio, lib. VII; Eneas Sylvius, Histor. Asta?, cap. XCVII.
(31 Historia d<- Malta, por el abate Vcrtot, lib. VI.
LIBRO DECIMONONO— 1458-1590. 535
Itgro, los alemán y hasta una parto de los estados italianos cifraban su esperanza etí los húngaros. Él rey
de Hungría era cisiderndo entonces como el custodio de las fronteras de Europa, y para que siempre se
hallase en disposon de combatir á los turcos, recibía todos los años socorros pecuniarios de la república
de Venecia y deljnperador de Alemania. El papa añadia á estos donativos una parle de los diezmos recau
dados para la creada, y los legados de la santa sede estaban encargados de distribuir indulgencias entre
los guerreros deiingria y de exhortar incesantemente á aquella comarca á armarse contra los enemigos
de los cristianos
Matías Corvin, ho de Huníades, gobernaba entonces la Hungría ; recordaba á su padre por su valor y le
escedia en tálenla ¿instrucción, y á pesar de vivir en medio de pueblos casi bárbaros, hablaba diferentes
idiomas. Aun no s ha borrado de la memoria de los húngaros el nombre de este rey diplomático y legis
lador, ensalzan esrcialmente su equidad que se ha hecho proverbial, y se les oye repetir: «Al perder á nues
tro rey Matías Cor n, perdimos la justicia.»
Toda la Hungriacorrió á las armas al aproximarse el ejército musulmán ; loscristianós encontraron á los
turcos en Transilviia y les presentaron la batalla, decidiéndose la victoria en favor del ejército húngaio que
en un solo combal destruyó al enemigo (1). Las crónicas contemporáneas se Complacen mas en pintar la
alegría de los vertedores después de su triunfo, que en describir tan terrible combate. El ejército victorioso
asistió en masa á a banquete preparado en el campo de batalla cubierto de cadáveres y humeantes aun de
la matanza ; los jes y los soldados confundieron sus cantos de júbilo con los gritos de los heridos y los mo
ribundos, y en la •ubriaguez del festín y do la victoria formaron bárbaras danzas sobre los cadáveres mu
tilados de sus eneaigoá. ; '• • !':.■•.■.•<.(•..
La guerra de les turcos y los cristianos era cada día mas cruel y solo ofrecía eícenas de barbarie y de des
trucción; las arenazasde Mahomet, la violación del derecho de gentes y la fé de los, jüratnetotos por los
turcos tanto en empo de paz como de guerra; millares de cristianos condenados á morir en los suplicios
por haber defemdo su religión y su patria, y veinte afiosde combates, peligros ó infortunios, hablan exás-
perado el odiodf los soldados de la cruz: la sed de la venganza los hizo ser feroces algunas veces con sus
enemigos, y elvinron con frecuencia que combatían por la causa del Evangelio.
En tanto que >s turcos esperimentaban una sangrienta derrota en el Danubio, la escuadra de Mahomet
que avanzaba hcia la isla de Rodas, iba á encontrar á los caballeros1 de San Juan, enemigos tan intrépidos
y terribles comt los húngaros. El bajá que mandaba esta espedicion (2), pertenecía á la familia imperial
de los Paleógolos cuyas humildes súplicas habian solicitado tantas vece* los ausilios de la Europa, cristiana ;
después de la tota de Bizancio abrazó la religión musulmana y no trató mas que en secundar á Mahomet U
en su proyecto ó estennínar la raza de los cristiános en oriente. . ♦ ,.,.;«
Varios historidores han relatado estensamente los sucesos del sitio dé Redas ; al aproximarse los turcos,
el gran maestrede la orden de San Juan, el intrépido de Aubusson, imploró el ausilíode los príncipes cris
tianos, pero norecibió mas medios de defensa que cuatro buques napolitanos y genoveses( que no llegaron
hasta después di levantado el sitio, y algunas sumas de dinero, producto por un jubileo mandado por el pa
pa á invitación le Luis XI. Según antiguas tradiciones, la defensa de Rodas se distinguió por prodigios que
recordaban la éioca de las primeras cruzadas ; los turcos vieron en los aires una Virgen vestida de blanco y
dos falanges de a milicia celeste acudiendo en ausilio de la ciudad sitiada ; los prisioneros otomanos atribu
yeron su derrot; á esta aparición, y en una relación dirigida al emperador Federico, Pedro de Aubusson no
omitió los milag'os atestiguados por los infieles.
La tercera espedicion de Mahomet, y la mas importante para sus proyectos de conquista, debia dirigirse
contra el reino ce Nápoles. La escuadra otomana se paró delante de Otranto ; después de algunos dias de si
tio, esta ciudad fuó tomada por asalto, entregada al saqueo y sus habitantes perecieron ó quedaron cautivos.
El arzobispo de.Otranto, según cuenta un historiador, fué aserrado en dos pedazos con una sierra de madera,
y ochocientos ciudadanos padecieron el martirio antes que renunciar á la religión cristiana. Esta inesperada
invasión de los turcos llenó de terror toda la Italia, y BonGm nos dice que el papa llegó á concebir la

íi; Bonfim, Oec. 4, lib. 5.


,2¡ Este bajá se llamaba Miseles.
536 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
idea de abandonar la ciudad de los apóstoles é ir allende los Alpes á buscar un asib en el reino do
Francia.
Es probable que si Mahoraet II hubiera reunido todas sus fuerzas contra el reino de Náfles, hubiese po
dido llevar sus conquistas hasta Roma; pero la pérdida de su ejército en Hungría y el maéxito de su em
presa de Rodas, contuvieron ó suspendieron la ejecución de sus proyectos. Recobrado Sixto l\le su terror, im
ploró el ausilio déla cristiandad ; se dirigió á todos los príncipes eclesiásticos y seglares, y á It.cristianosde to
das las condiciones, pidiéndoles por la misericordia y los padecimientos de Jesucristo, por eljucio final, en que
cada cual seria premiado ó castigado según sus obras por las promesas del bautismo y por l< otediencia debida
ála Iglesia, que conservasen entre sí, al menos durante tresaños, la caridad, la paz y la conodia. Para apaci
guar losdisturbios y lasguerras que dividían el mundocristiano, envió por todas parles légalo con instrucción
de obrar conmoderacion y prudencia, de encaminar por las sendas de la persuacion los pubos y los reyes al
verdadero espíritu del Evangelio, y de parecerse en sus correrías piadosas á la paloma que -volvió al arca con
el olivo pacífico; y á fin de alentar á los príncipes con su ejemplo, el pontífice mandó patir hacia táseoslas
de Nápoles las galeras que había destinado para socorrer á la isla de Rodas. Mandó al mimo tiempo que se
hiciesen rogativas públicas, y para atraer las bendiciones del cielo sobre las armas de loícristianos y esci
tar la piedad de los fieles, ordenó que so celebrase la octava de Todos losSanlos en la Iglesiauniversal, empe
zando en el año 1480, que llamaba en su bula la octava del siglo.
Antes de la toma de Otranto la Italia se hallaba mas dividida que en ninguna otra époa ; el ardor de las
facciones y la animosidad que engendra la-envidia habían estraviado de tal modo los ánmos, que muchos
estados y ciudadanos solo veian en la invasión de los turcos la ruina de un estado vecin. ó de un partido
rival. Se acusó entonces á Venecia de haber atraído las tropas otomanas al reino de Nápos, pero debemos
decir por otra parte que la presencia del peligro, y especialmente la relación de las crueldaes ejercidas por
los vencedores de Otranto, despertaron en lodos los corazones sentimientos generosos.
Sixto IV trató de aprovecharse de esta disposición de los ánimos y convocar en Itoma ua asamblea so
lemne á la que asistieron los embajadores de los reyes y de los principales estados de la criliandad. Se hi
zo un tratado por el cual el rey de Francia se comprometía á enviar tropas contra losturcS, el papaá ar
mar tres naves, el rey de Nápoles cuarenta, el rey de Hungría prometía cincuenta mil e;udos de oro, el
duque de Milán treinta mil ducados, el duque de Ferrara cuatro buques, Sena otros tants, Luca uno, el
marqués de Mantua otro y Rolonia dos. En la misma asamblea se hicieron otros tratados á >s que accedie
ron la mayor parte de los estados de Europa, y se impuso una multa de mil marcos de plia á los que fal
lasen á su promesa (1).
Esta disposición penal, invocada como garantía délos tratados, demostraba que la ir.aor parle délos
estados cristianos carecían de celo y sobre todo de constancia en sus empresas contra los nusulmanes, y
que no tardaría en olvidar cuanto habían prometido. Otros intereses, otros cuidados ocupabn á Inglaterra,
á Francia y á Alemania ; los legados fueron recibidos con respeto, pero no lograron pone fin á la guer
ra entre los ingleses y los escoceses ni ahogar los gérmenes de una división pronta conlinuaaente á estallar
entre Luis XI y el emperador Maximiliano.
Es verdad que los otomanos encerrados en Otranto no tenían bastantes fuerzas para petetrar en Italia,
pero podian recibir refuerzos todos los dias. Después de haber organizado tres ejércitos, el «nperador turco
reunía el cuarto en la Bilinia para dirigirlo, según las circunslancias, contra los mamelwos de Egipto ó
contra los cristianos de occidente. Aunque se esparció por Europa la noticia de estos prepanlivos, los pue
blos y los príncipes que no se creían amenazados volvieron á sus divisiones y contiendas, • habían dejado
ya la salvación del mundo en manos de la Providencia cuando se supo la muerte de Mahonet II. Esla no
ticia se esparció á un tiempo por todas partes y se celebró como una gran victoria, espeda I mente en los
paises que temian los primeros ataques de los musulmanes. El papa mandó en Roma quese solemnizara
con fiestas y procesiones que duraron tres dias, durante los cuales la pacífica artillería del castillo de San-
tángelo no dejó de hacerse oír y anunciar la salvación de Italia.
Los turcos abandonaron á Olranto, y la división que estalló entre los hijos do Mahomel suspendió por

(I) Annal. ecclcs., ad ann. 1*81.


LIBRO DECIMONONO.— U80-1 590. 537
algnn tiempo los proyectos ó amenazas de \a política otomana. Habiendo sido proclamado sultán el primogé
nito de Mahomel con el nombre de Bayaceto II, su hermano Gem, llamado por nuestros historiadores Zezim
ó Zizim, que reinaba en el pais de Iconio ó la Camerania, trató de ser asociado al imperio y reunió un ejer
cito para apoyar sus pretensiones, pero vencido por Bayaceto y vendido por los suyos, se vio obligado á
huir y se refugió en la isla de Rodas. El gran maestre, Pedro de Aubusson, viendo el partido que podia sa
carse de semejante huésped, olvidó los deberes de la hospitalidad y no tuvo ningún escrúpulo en retener en
su poder un príncipe que se habia entregado á su fidelidad. Y temiendo que la cercanía de los turcos no
le permitiese custodiar mucho tiempo su prisionero, resolvió alejarle y lo hizo partir á occidente bajo
diversos prelestos (1 ).
Los caballeros de Rodas condujeron al príncipe musulmán, acompañado desús oficiales y servidores, pri
meramente á Niza, después al Piamonte y últimamente al castillo de Rumilly, pero como la presencia de
Gem escilaba la curiosidad y compasión délos señores del pais, los caballeros de Rodas tomaron tantas
precauciones para ocultar su prisionero, que apenas puede la historia en el dia seguir sus huellas á través
de las montañas del Delfinado, de Auvernia y del Límosin y nombrarlas fortalezas é indicar los castillos
donde estuvo encerrado ; únicamente se sabe que fué embarcado en el Isera y en el Ródano, que atravesó
una infinidad de ciudades, que habitó algunos meses un castillo construido sobre un peñasco y que per
maneció dos años en un fuerte situado en medio de un lago. En vano el rey de Hungría y el de Ñapóles se
dirigieron al gran maestre de Rodas pidiéndole que enviase el príncipe Gem á Italia ó á las llanuras del Da
nubio ; cuanto mas insistían en que el hermano de Bayaceto saliese del poder de los caballeros, mas aumen
taban estos su vigilancia. El gran maestre habia mando construir en Bourganeuf, condado de la Marche,
una torre que debia habitar el príncipe musulmán; condujerónle á esta nueva cárcel, donde perdió la espe
ranza de recobrar la libertad, y se resignó sin quejarse á su suerte, amenizándolas penas de su destierro y
su prisión con la poesía que cultivaba con éxito.
Los caballeros de Rodas habían llegado á ocultar el príncipe Gem de todas las miradas, pero su cautive
rio continuaba produciendo vivísima sensación. Algunas tradiciones populares y antiguas baladas, que
han llegado hasta nuestros dias, muestran especialmente el interés que inspiraba á lasdamas de Francia el
ilustre cautivo. Dos oficiales de Gem huyeron á la corle del duquede Borbon que residía entonces en Moulins,
y si hemos de dar crédito á la crónica turca de donde hemos sacado estas noticias, el duque aprobó el pro
yecto que habían formado estos fieles servidores de libertar á su señor, y les dió veinte y cuatro mil piezas
de oro para la ejecución de la empresa (2).
Hablábase con frecuencia del príncipe musulmán en la corte de Francia, donde se recordaba la inmensa
herencia que habia disputado al sultán Bayaceto y que encerraba dos imperios y once reinos; el rey mani
festaba vivos deseos de ver al príncipe Gem, pero los ministros, dice la crónica turca, ganados por el gran
maestre de Rodas, le decían que el príncipe infiel se resistiría á presentarse ante un. monarca cristiano, y
que pomada en el mundo se decidiría á abandonar los caballeros que lo habían conducido á occidente. Cuando
Gem por su parte podia que le dejasen ver al monarca poderoso de los francos, le respondían que el rey de
Francia no quería ver ningún musulmán ni en su corte ni en su capital.
No obstante, el nombre de Gem no habia caido en el olvido para los soldados musulmanes y la inquietud
de Bnyaceto indicaba con claridad que su hermano no habia salido aun de este mundo. Temeroso de que
Je opusieran un rival temible, escribió al gran maestre de Rodas declarándole que habia hecho suspender
los preparativos de guerra contra los cristianos, y en agradecimiento al servicio que le habían prestado los
caballeros, les envió regalos, entre los cuales se distinguía un brazo de San Juan Bautista, hallado en la basí
lica de Gonstantinopla. Sus embajadores se presentaron al rey de Nápoles y al de Francia ofreciéndoles
todas las reliquias que se encontrasen en las ciudades conquistadas á los cristianos, anunciando además que
su soberano tenia el designio de conquistar el Egipto y que les cedería con gusto el reino de Jerusalcn si
retenían á Gem en occidente. El sultán del Cairo envió al mismo tiempo al papa uno de los padres latinos
del Santo Sepulcro, pidiendo que le enlregasen el hermano del emperador otomano á quien quería poner al

(t) Memorias del príncipe Gem (Biblioteca de las Cruzadas).


^2) Biblioteca de las Cruzadas t. VI.
(01 y £3) {g
538 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
frente de su ejército en una guerra conlra los (urcos, y ofrecía al soberano pontífice cien mil ducados de
oro, la posesión de la ciudad santa y hasta la de Constanlinopla si de ella llegaba á apoderarse. Conociendo
Inocencio VIII por tan elevadas promesas la importancia que se daba á la peisona de Gem, pidió al rey de
Francia que el príncipe musulmán fueso enviado á Boma y conGadoá su custodia.
Aconsejaban ó Carlos VIII que aceptase las brillantes ofertas de Bayaceto, pero prefirió, dice su historia
dor, mostrarse verdadero hijo de la Iglesia y no quiso trocar por la avaricia la liberalidad y la lealtad. Salió
Gem de su cárcel y fué conducido á Roma ; el papa le recibió con los mayores honores y le dió una audien
cia solemne en presencia de los enviados do la cristiandad. Cuenta la crónica turca que el soberano pontí
fice prodigó al desgraciado Gem los testimonios de una sincera amistad, y que en una entrevista particular
el príncipe musulmán y el padre de los cristianos lloraron juntos sobre las vicisitudes de la Ibrluna. Inocen
cio VIH tenia intención de inducir á Gem á partir á Hungría, y los legados predicaron la guerra santa en
todos los pueblos del Rhin, del Danubio y del Vístula. El emperador Federico III había propuesto, en una
dieta convocada en Nuremberg, una espedicion conlra los turcos, anunciando á los soldados de la cruz que
el hermano de Bayaceto precedería al ejército cristiano en el territorio otomano. El papa instó repetidas ve-
ves á Gem, pero esto príncipe habia aprendido á despreciar las vanidades del mundo en las miserias de su
destierro, ningún valor lenian á sus ojos los cetros, las coronas y aun la victoria, y solo manifestaba senti
mientos de paz de los que no podia sacarse ningún partido. El pontífice perdía ya la esperanza de intere
sarle por las empresas de los cristianos, cuando llegó á Roma el emir Muslafá-aga, enviado por Bayaceto. H
emperador otomano solicitaba la amistad del poderoso apóstol de la creencia de Issa y le suplicaba que tu
viese mucho cuidado en impedir á su hermano se aproximase d las fronteras musulmanas. Ignóranse las
condiciones del tratado que se concluyó entonces entre el papa y el sultán, pero se cree que Inocencio VIH
logró ventajas proporcionadas á la importancia del servicio exigido y que el altivo Bayaceto consintió en ser
tributario del jefe de la Iglesia cristiana.
La larga permanencia de Gem en el reino de Francia, la embajada y las promesas de Bayaceto habían
inclinado hácia oriente las ideas de la corte y del pueblo. Cuanto mayores eran las alarmas que manifes
taba el jefe del imperio otomano, mas crecía la persuacion de que habia llegado el momento de derrrocar
su poderío ; no se hablaba en la corte de Carlos VIII mas que de la conquista de Grecia y de la libertad
de la Tierra Santa, siendo el hermano del emperador turco el que debia abrir á los cristianos las puertas
de Bizancio y de Jerusalen. El duque de Milán y varios estados secundarios de Italia, ocupados sin cesar
en agitar la Italia y llamar á su pais las armas estranjeras para aumentar ó conservar su dominación, per
suadieron en la misma época al rey Cariosa que hiciese Valerios derechos de la casa de Anjou al reino de Ña
póles; y sus instancias y promesas despertaron la ambición del jóven monarca que resolvió conquistar la
Pulla y la Sicilia y publicó el designio de estender sus conquistas hasta los reinos de oriente.
La pasión á las armas, el espíritu a la caballería y los restos del antiguo ardor de las cruzadas que que-
dadan aun en los corazones, secundaron en un principio la empresa del monarca francés, y se celebraron
en todo el reino rogativas públicas y procesiones por el triunfo de una espedicion contra los inCeles (1).
Cuando Carlos VIII pasó los Alpes con su ejército, todos los pueblos de Italia le recibieron con demostra
ciones de alegría , y al mismo tiempo que acogian los caballeros franceses como campeones del honor de las da
mas, daban á Carlos el título de enviadode Dios, libertador déla Iglesia romana y de defensor déla /"¿Todos
los actos del rey tendían á hacer creer que su espedicion no tenia otro objeto que el bien y la gloria de la cris
tiandad, y escribió á los obispos de Francia pidiéndoles los diezmos déla cruzada.
En tanto que a un lado y á otro do los Alpes los pueblos se entregaban á la alegría, reinaba el terror en
Ñapóles. Alfonso se dirigía á todos sus aliados, imploraba especialmente el ausílio de la santa sede, y por
un singular contraste, en tanto que cifraba su principal esperanza en la corte de Boma, enviaba embaja
dores á Constanlinopla para enterar a Bayaceto de los proyectos de Carlos VIH sobre Grecia y para instar
al emperador musulmán á que le ayudase á defender su reino contra la invasión de los franceses. El suce
sor de Inocencio, Alejandro VI, cuya política le unía á la causa de los príncipes de Aragón, veía con la ma

lí) Memorias de Felipe de Cominos y Memorias de Villeneuve, en la nueva colección de Memorias para servir i la Historia*
Francia.
LIBRO DECIMONONO. -U80 1590. 539
yor inquietud la marcha triunfante del rey de Francia que avanzaba hácia Roma sin encontrar obstáculos;
en vano llamó en su ausilio á los estados de Italia y ó los musulmanes soberanos de Grecia, y en vano se
valió de su poder espiritual ; pronto se vió obligado á someterse y abrirlas puertas de su capital á un
príncipe que miraba como enemigo y á quien habia amenazado con la cólera del cielo y con la de- Ba-
yaceto (1).
De modo que la guerra que el rey de Francia habia jurado hacer á los inGeles empezaba por una vic
toria ganada al papa. Luego que Carlos VIII entró en Boma, pidió que le entregasen el príncipe Gem, y
Alejandro VI, á quien el cautiverio del príncipe musulmán valia un tributo anual de la Puerta Otomana,
se encerró con ól en el castillo'de Santángelo, y solo después de veinte días de sitio consintió en acceder
á la petición del rey de Francia. El infortunado Gem, que ignoraba la política de que era juguete y de
que pronto iba á ser víctima, se alegró de verse protegido por el rey mas poderoso de occidente. Carlos com
padeció sus desgracias, y los guerreros franceses se preparaban á seguirle á las ricas comarcas de oriente.
Aunque la presencia de Gem parecía la señal de las conquistas que iban á emprenderse, Carlos no omitió
otros medios, el mas estraño de los cuales fuó indudablemente el comprar á precio de oro el imperio de Cons-
tantinopla. Se encontró en el siglo pasado en la cancillería de Roma una acta por la cual Andrés Paleólogo,
déspota de Acaya y sobrino del último emperador griego, cedia al rey de Francia todos sus derechos al- im
perio de oriente por la cantidad de cuatro mil trescientos ducados de oro. Una acta por la cual se compraba
ante notario público un imperio que habia de conquistarse, nos demuestra por una parte cuál era la política
que dirigía esla cruzada, y cuál era por otra parte el valor que los mismos griegos daban entonces á la heren
cia de Constantino.
En tanto que Carlos VIH prolongaba su permanencia en Roma y se preparaba á reinar en Grecia, el rey
de Ñapóles, Alfonso II, abandonado á sus propias fuerzas, víctima del terror y de los remordimientos, y per
seguido por las quejas de los napolitanos, bajó del trono y corrió á ocultarse en un monasterio deSicilia. Su su
cesor é hijo Fernando, á pesar de haber arrojado á los turcos de la ciudad de Otranto y de haber sido procla
mado el libertador de Italia, no pudo reanimar el valor del ejército ni la fidelidad de- los pueblos. Luego que
empezó á anunciarse la invasión délos franceses, el yugo de la casa de Aragón pareció cada día mas insopor
table, y cuando Carlos salió del estado romano, en vez deenconlrar ejércitos enemigos, solo vió en el camino
comisionados do los pueblos que iban a ofrecerle la corona deNápoles. La capital le recibió poco tiempo des
pués en triunfo y se le sometió todo el reino. '
La fama llevó hasta Grecia la noticia de las milagrosas conquistas de Carlos VIH ; los turcos del Epiro
oreian en su terror ver llegar á cada instante los franceses, y Nicolás Viguier añade que Bayacelo tuvo « tal
espanto, que mandó venir todas sus escuadras al estrecho de San Jorge para salvarse en Asia.»
La presencia de Gem en el ejército críslianoera lo que masalarmaba á los otomanos; pero la fortuna ha
bia agotado todos sus prodigios en favor de la causa de los franceses. El principo musulmán, que el rey de
Francia miraba como instrumento de sus futuras victorias, solo iba á servirle para demostrarle la instabili
dad y fin de las cosas terrenas ; este príncipe cayó enfermo en Terracina y murió al llegar ú la capital de la.
Pulla ; después de haber vaciado la copa del martirio, dice la crónica oriental, fue á saciarse en el rio de la
vida eterna (2). Se imputó esta muerte al papa Alejandro VI, á quien el emperador otomano habia prometi
do trescientos mil ducados de oro, si ayudaba á su hermano á salir de las miserias de esta vida. Creemos, em
pero, que el papa se contentó con permitir que se ejecutase la sentencia de Bayacelo, pues es fácil recordar
que el sultán habia enviado embajadores á Boma, y que no permanecerían ociosos en esta ocasión.
Las conquistas de Carlos VIII, que tantaalarma causabaná los turcos, empezaban á escitar vivas inquietu
des á algunos estados cristianos, y se formó contra los franceses una liga en que entraron el papa, el empe
rador Maximiliano, el rey de España y los principales estados de Italia. Aejemplode Carlos VIH, se anunció
esta liga con objeto de hacer la guerra á los turcos, pero no permaneció mucho tiempo oculto su verdadero
designio, pues las potencias ligadas solicitaron la adhosion y el ausilio do Bayacelo, no temiendo la polílicaen*
esta ocasión sacrificar víctimas cristianas para cimentar una alianza con los discípulos del Coran. Los griegos

¡1) Raynaldi, ad ann. 1494.


,2) Hclaciun turca de las aventuras de Gem,
5V0 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
del Epiro y del Peloponeso trataron de aprovecharse de la empresa de Carlos VIH para sacudir el yngo de los
musulmanes; los venecianos apresaron un buque mandado por el arzobispo de Durazzo, enviado á Epiro por
el rey de Francia, y en el cual se encontraron espadas, escudos y venablos ( I). El senado encarceló álosdipu-
tados del Peloponeso y entregó toda su correspondencia a los enviados del sultán, pereciendo cincuenta mil
habitantes de Grecia víctimas de esta política ávida quede tal modo vendia la libertad y la sangre de los cris
tianos.
Por otra parte, la inconstancia de los pueblos, favorable en un principio á las armas del rey de Francia, r
el descontento que inspira siempre la presencia de un ejército victorioso, trocaron repentinamente el estado
de las cosas en el reino de Ñapóles. Los franceses, que habían sido recibidos con tanto entusiasmo, se hicie
ron odiosos, y todas las esperanzas se Ajaron otra vez en la familia de Aragón. Carlos, en vez de dirigir su*
miradas hacia Grecia, las volvió hácia Francia, y mientras se coronaba em[>erador de Bizancioy rey de Si
cilia, no pensaba mas que en abandonar sus conquistas. Eslraño contraste era el del espectáculo que se pre
sentaba á la voz de los preparativos de una retirada y de una ceremonia triunfal; en tanto que el clero, la
nobleza y todas las corporaciones del estado iban á felicitar al príncipe vencedor, el pueblo invocaba contra
él la protección del cielo, y el ejército francés esperaba en silencio la órden y señal de la partida. Carlos Tlll
partió acompañado de la flor de sus caballeros al dia siguiente de su coronación, como si solamente hubiera
ido á Ñapóles por esta vana ceremonia, y volvió ¿emprender tristemente el camino de su reino. Asa llegada
ú Italia, no habia oído en su marcha mas que bendiciones é himnos de triunfo, y á su vuelta soto oyólas
maldiciones de los pueblos y las amenazas de sus enemigos ; habia atravesado primero la Italia sin combatir,
pero se vió obligado después á aceptar una batalla, y consideró como una victoria la libertad de dejarle coa
ducir los restos de su ejército al otro lado de los Alpes.
Así terminó esta empresa de Carlos VIH que se trató de presentaren un principio como una guerra santa,
y cuyas consecuencias fueron tan funestas para Francia é Italia. Es evidente que las opiniones religiosas y los
sentimientos de la caballería solo fueron en estaocasion ausiliares de una ambición imprudente y desgracia
da, y además, la espedicion no se decidió por consejo de los pontífices ni aun'por el de los reyes. En medio de
las fiestas que Carlos VIII dióen Lion, los jóvenes cortesanos concibieron de pronto el proyecto, deseosos de
ver cosas nuevas y de llevar á cabo empresas que les dtesen,fama, y el rey que carecía también de esperieo-
cia.se dejó arrastrar fácilmente, siendo el espíritu aventurero que engendrara la guerra, el mismo que di
rigió toda la empresa y acarreó los desastres.
La política, ó mas bien la traición de Venecia, no la p;eservó de la cólera de Bayaceto que le declaróla
guerra. Los venecianos perdieron entonces á Metona, Coron y otras ciudades en la costa de Grecia, y el ausilio
de una escuadra enviada por Francia y por la isla de Rodas no logró hacerlos triunfar de los turcos que te
nían en el mar doscientos setenta buques. En vano trató Alejandro VI de restablecerla concordia; la descon
fianza que inspiraba su ambición personal debilitaba la autoridad de sus consejos; los alemanes se negaron
á recibir sus legados, y el clero francés y el húngaro se hicieron sordos á sus exhortaciones y se negaron á pa
gar los diezmos de la cruzada. Existe un hecho que demuestra la decadencia del poder pontificio, al menos
para las cruzadas, y es que una simple decisión de la facultad de París fué entonces bástanle para derrocar
todo el aparato de las amenazas y rayos de Roma. Preciso es añadir en elogio del pontífice que la resistencia
de los príncipes y obispos no esciló nunca su cólera ni desanimó su celo.
Logró por fin formar una liga entre Francia, España, Venecia y Rodas, la cual se comprometía á dar al
mar una numerosa escuadra, á la cual debia reunir el papa sus buques ; Alejandro VI exhortaba al mismo
tiempo á lcshüugaros á tomar las armas, prometiendo ponerse él mismo al frente de los cruzados, y en una
dieta que se celebró en Metz, el emperador Maximiliano lomó la cruz á instancias del papa, y preslójura-
menlo de conducir un ejército contra los infieles.
Los soldados de Bayaceto continuaban en tanto devastando Id Polonia y la Hungría, penetraban en la Hi
ña, y avanzaban hácia las fronteras de Italia y Alemania. Todos los esfuerzos del papa fueron inútiles, y
Alejandro VI murió sin haber podido dirigir una escuadra ni un ejército contra el imperio otomano.
Hemos demostrado cómo y por qué causas se habia debilitado el espíritu de las cruzadas; á Gnes del siglo

;i) Felipe de Comincs.


LIBRO DECIMONONO.— 1480-1590. 5J»
decimoquinto y en los primeros años del décimoseslo, dos grandes acontecimientos acabaron de desviarla
atención de occidente; los españoles descubrieron la América, y los portugueses doblaron el cabo de Buena
Esperanza. No hay duda que los progresos déla navegación durante las guerras santas contribuyeron á los
descubrimientos de Vasco de Gama y de Cristóbal Colon, pero luego que las naciones de Europa vieron un
mundo nuevo aDte sus ojos, ocuparon en descubrirlo y conquistarlo el espíritu emprendedor y aventurero
que por tanto tiempo habia conservado el ardor de las espediciones contra los infieles. La dirección de los áni
mos, las miras de la política y las especulaciones del comercio se cambiaron completamente, y vióse enton
tes en su decadencia la grandiosa revolución de las cruzadas, enlazándose en cierto modo con la nueva revo-
cucion que nacia del descubrimiento y de la conquista del nuevo mundo. La primera de estas revoluciones
habia enriquecido algunos pueblos marítimos, y la segunda iba á arruinarlos y á engrandecer á otros.
Dueños los venecianos de las antiguas vias del comercio de la India, fueron los primeros en apercibirse de
los cambios que se efectuaban y que debían serles funestos, y enviaron secretamente embajadores al sultán
de Egipto, interesado como ellos en combatir la influencia de los portugueses, para inducirle á hacer alianza
con el rey de Calicut y algunas otras potencias indias para atacar las escuadras y tropas de Portugal. La
república se encargó de enviar á Egipto y á las costas de Arabia obreros para fundir cañones y carpinteros
para construir buques de guerra. El monarca egipcio, que tenia los mismos intereses que Venecia, adoptó
sin vacilar el plan que se le proponía ; para contener los progresos de los portugueses en la India, trató pri
mero de inspirarles temores sobre los santos lugares, que habían sido tanto tiempo, y eran aun, un objeto
venerado para todos los fieles de occidente, y amenazó con arruinar desde sus cimientos la iglesia del Santo
Sepulcro, lanzar al viento las cenizas y los huesos de los mártires, y obligar á todos los cristianos de sus esta
dos á renegar de la fé de Jesucristo.
Un habitante de Jerusalen pasó á Roma á manifestar la alarma de los cristianos de Palestina y de los custo
dios del santo sepulcro. El papa se apresuró en medio de su terror á enviarlo al rey de Portugal para que le
suplicase que hiciese a Dios y á la cristiandad el sacrificio de sus nuevas conquistas, y el monarca portugués
acogió al enviado del papa y de los cristianos de oriente, le entregó sumas considerables para el sosten de
los santos lugares, y respondió al soberano pontífice que no temía que se realizasen las amenazas del sultán,
y que confiaba por el contrario en incendiar á Meca y á Medina, y someter á la fé del Evangelio las vastas
regiones del Asia, si se decidían á unírsele los príncipes de la cristiandad.
El sultán de Egipto, que recibia los tributos de todos los peregrinos, no destruyó las iglesias de Jerusalen,
pero intentó una espedicion contra los portugueses, de acuerdo con el rey deCambaya y de Calicut. Armó en
Suez una escuadra compuesta de seis galeras, un galeón y cuatro buques de carga, en la cual se embarcaron
ochocientos mamelucos; la escuadra egipcia bajó por el mar Rojo, costeó la Arabia, dobló el cabo de Persia y
fué á anclar en el puerto de Diu, uno de los puntos mas importantes para el comercio de la India ; pero á pe
sar desús primeros triunfos, no obtuvo esta espedicion el resultado que de ella esperaban el sultán del Cairo
y la república de Venecia (1). Esparcióse entonces por Europa el rumor de que los portugueses habian indu
cido al rey de Etiopia á desviar el curso del Nilo. No nos detendremos en demostrar la inverosimilitud de este
rumor popular, renovado varias veces en la edad media, pero no era mucho mas razonable el proyecto de
cerrar por medio de la fuerza y la violencia las viasabiertas al comercio por el cabo de Buena Esperanza. En
vez de valerse de las armas, los sultanes de los mamelucos hubieran cooperado mejor á los intentos de Ve-
necia y á los intereses de su poder, multiplicando los canales en sus provincias, y abriendo un paso cómodo,
pronto y seguro á las mercancías de la India. ¿Quién sabe si nuevas revoluciones cambiarán lo que hicieron
las pasadas, si la Siria por el Eufrates y el Egipto por Suez abrirán vias al comercio déla India y la navega
ción del Mediterráneo recobrará las ventajas que ha perdido'?
En tanto que la república de Venecia veia con terror las causas de su decadencia futura, inspiraba aun
envidia por el brillo de sus riquezas y de su magnificencia. Alzábanse repetidas quejas contra los venecia
nos, á quienes acusaban generalmente de sacrificarlo todo al interés de su comercio y de hacer traición ó
apoyar la causa de los cristianos, si la fidelidad ó la traición les convenia. En una dieta que convocó Maximi-

(t) Memorias gcográíkas históricas sobre Egipto, por Mr. Quairemere, t. II, p. 27.".
512 HISTORIA DE US CRUZADAS.
líano en Augsburgo, el embajador de Luis XII, Helían (I), pronunció un discurso vehemente contra la na
ción veneciana, culpándola de haber entorpecido con sus hostilidades é intrigas una liga formada contra los
turcos entre el papa, el emperador de Alemania, el rey de Francia y el de Aragón, y de haber rehusado su
ausilio á Constantinopla, sitiada porMahomet II. oSu escuadra se hallaba en el Helesponto durante el sitio, y
podían oir los gemidos de un pueblo cristiano que sucumbía bajo el acero de los bárbaros, sin que se moviese
á compasión. Permanecieron inmóviles, y cuando fué tomada la ciudad, compraron los despojos de los ven
cidos, y vendieron á los musulmanes los desdichados habitantes de Grecia refugiados bajo sus banderas. Mas
adelante, cuando los musulmanes sitiaron á Olranto, no solamente las ciudades y los príncipes, sino hasta
las órdenes mendicantes enviaron socorros á los sitiados, pero los venecianos, cuya escuadra se hallaba en
tonces anclada delante de Corfú, vieron con indiferencia, y tal vez con júbilo, los peligros y las desgracias de
una ciudad cristiana. Nó, Dios no podia perdonar á una nación que había vendido la causa de la cristiandad
con su avaricia, su envidia y su ambición, y que parecia estar de acuerdo con los turcos para reinar con
ellos en oriente y en occidente.» Al terminar Ilelian su discurso, invitó á los estados y á los príncipes á aunar
sus esfuerzos para ejecutar los decretos de la justicia divina, y consumar la ruina de la república de Yenecia.
Este discurso, en que se invocaba el nombre del cristianismo y solo respiraba venganza y odio, produjo vi
va impresión en la asamblea. Las pasiones que se encendieron en la dieta de Augsburgo y que no permitían
pensar en la guerra contra los turcos, solo demostraron el estado de agitación y de discordia en que se ha
llaba entonces la cristiandad. No mencionaremos la liga formada en un principio contra Venecia, ni la for
mada después contra Luis XII, ni los acontecimientos erue llenaron de disturbios la Italia y llegaron hasta el
seno de la Iglesia, amenazada de un cisma.
En el concilio de Letran, convocado por el sucesor de Alejandro VI y de Pió III, se lamentaron los desór
denes de la cristiandad sin ponerles remedio (2), y se volvió á hablar de la guerra contra los turcos, sin tra
tar de los medios de llevarla á cabo. El papa Julio II, á quien Voltaire nos pinta como un mal sacerdote y un
gran príncipe, habia empezado á intervenir de un modo activo en las contiendas entre los príncipes cristia
nos, mas desde el momento que hacia h guerra en su nombre, no podia ya representar el honroso papel de
conciliador, ni merecía la consideración anexa al titulo de padre de los fieles. Por esta razón no logró resta
blecer la paz que él mismo habia turbado, y se veia en la imposibilidad de dirigir una empresa contra los
enemigos de la fé.
Por otra parte, las predicaciones de la cruzada, con tanta frecuencia repelidas, no causaban la menor im
presión, y se habían anunciado tantas veces á los pueblos desgracias que no se habían realizado, que ya no
escitaban inquietud ni alarma. Desdóla muerte de Mahomet II, parecia que los turcos habian renunciado á
conquistar la Europa, Bayaceto habia empezado á atacar sin éxito álos mamelucos de Egipto, adormeciéndose
en seguida en la molicie y los deleites del serrallo, lo cual habia dado á los cristianos algunos años de reposo
y de seguridad ; pero como este príncipe indolente y afeminado no cumplíala primera condición del despotismo
otomano, que era la guerra, se granjeó el encono del ejército, y sus pacíficos afanes le hicieron caer del trono.
Sucedióle Selim, quien mas ambicioso y cruel que Mahomet, acusado de haber envenenado á su padre y
manchado con la sangre de su familia, apenas consiguió el imperio prometió á los genízaros la conquista del
mundo, y amenazó á un tiempo á Italia y á Alemania, á Persia y á Egipto.
León X se ocupó en predicar una cruzada contra el temible emperador de los otomanos en la duodécima y
última sesión del quinto concilio de Letran, y leyó delante de los padres del concilio una carta del emperador
Maximiliano (3), quien manifestaba su dolor de ver á la cristiandad continuamente en pugna coa las invasio
nes de una nación bárbara.
Al mismo tiempo, el emperador de Alemania escribió á su consejero en la dieta de Nuremberg, manifes
tándole su constante deseo de restablecer el imperio de Constantino y de libertar á Grecia de la dominación
de los tártaros. «Hubiéramos empleado gustoso, le decia, en esta empresa nuestro poder y nuestra persona,
si nos hubiesen ayudado los demás jefes de la cristiandad.» Al leer las cartas do Maximiliano, llegamos a

(1) Biblioteca de las Cruzadas, colección de Stravc, t. 1E


(?) Raynaldi, ad aun. 1513, mira 21
(3j Raynaldi, aJ aun. 1517. núm. 19.
LIBRO DECIMONONO. - 1 180-1 590. 5ii
creer que este príncipe se compadecía mas que los oíros de las desgracias de los griegos y de los peligros de
la cristiandad, pero la lijereza é inconstancia de su carácter no le permitieron llevar adelante con ardor una
empresa á la cual daba tanta importancia, y pasó toda su vida en formar proyectos contra los turcos, en
hacer la guerra á las potencias cristianas, y en su vejez se consoló con la idea de que pertenecería tal vez
algún dia á un príncipe de su familia la gloria de salvar la Europa.
En tanto que los príncipes cristianos se exhortaban recíprocamente á lomar las armas, sin que ninguno re
nunciara á los intereses de su ambición ni diese el ejemplo de un generoso sacrificio, Selim, después de ha
ber vencido al rey de Persia, atacaba el ejércítode los musulmanes, destronaba al sultán del Cairo y reunia á
sus vastos estados lodos los paises que habian habitado y poseído los franceses en Asia. Jerusalen vió ondear
entonces sobre sus murallas el pendón de la media-luna, y el hijo de Bayaceto, á ejemplo de Ornar, profanó
con su presencia la iglesia del Santo Sepulcro. La Palestina cambiaba de dominación, pero no la suerle de
los cristianos, y como la Europa temía á los turcos, que la amenazaban sin cesar, mas queá los mamelucos,
á quienes había dejado de hacer la guerra, cuando se recibió en occidente la noticia de la conquista de Se
lim, se esparció por todas partes la consternación y el dolor. Parecíale á la cristiandad que la ciudad santa
ciia por vez primera bajo el yugo de los inGeles, y los sentimientos de lulo y espanto que esperimenlaron en
tonces los cristianos, despertaron en los ánimos la idea de libertar el sepulcro de Jesucristo (1).
Debe añadirse que las últimas victorias de Selim acababan de derrocar en oriente todas las potencias riva
les de los turcos, y que al acrecentarse de un modo tan espantoso las fuerzas otomanas, no le dejaban otros
enemigos que combatir, mas que los pueblos de occidente.
León X se ocupó seriamente de los peligros que amenazaban la cristiandad, y resolvió armar las principa
les potencias de Europa contra los turcos; el soberano pontífice anunció su proyecto al colegio de los carde
nales, y fueron enviados á Inglaterra, España y Alemania los prelados mas distinguidos por su saber y ha
bilidad, con la misión de apaciguar todas las contiendas que dividían los pueblos, y formar una liga contra
los enemigos de la república cristiana. León X se declaró primer jefd de esta liga sania, publicó una tre
gua de cinco años entre lodos los estados de Europa y amenazó con la escomunion á todos los que turbaran
la paz.
En tanto que el papa fijaba de este modo su atención en los preparativos de una cruzada, los poetas y los
oradores, cuyos trabajos alentaba, le representaban ya como el libertador del mundo cristiano. El célebre
Vida cantó en una oda sálica, dirigida á León X, las futuras conquistas del pontífice; el poeta creía ya ver la
Italia y la Europa alzarse armadas, inundándolos profundos mares de naves cristianas; oía ya el choque del
belicoso acero y el rumor de los clarines anunciando el combate, y arrebatado por el ejemplo de los guerre
ros y buscando otra gloria superior á la de las Musas, juraba arrostrar los abrasadores desiertos del Africa,
sacar con su casco el agua del Xantoó del Indo y hacer caer bajo su acero los reyes bárbaros de oriente.
Vida no habla en su oda sobre la cruzada, que tiene diez y seis estrofas, de Jesucristo ni de Jerusalen, sino
de los juegos sangrientos de Belona y de los laureles de Apolo y de Marte; sus versos parecen mas una imi
tación de Horacio que una inspiración del Evangelio, y las alabanzas que dirige al jefe de la Iglesia cristiana
se asemejan enteramente por la entonación y la forma, á las que dirigía á Augusto el cantor de Tibur.
Mientras Vida felicitaba en versos profanos á León X la gloria que iba á rodear su nombre, otro literato no
menos célebre dirigía al pontífice los mismos elogios en una epístola en prosa impresa al frente de las Oracio
nes de Cicerón. Novageri se complacía en celebrar de antemano los días de gloria que la cruzada prometía al
mundo cristiano y al padre de los fieles: aVeremos, decia á León X, veremos lucir el hermoso dia, en que
vencedor de las naciones infieles, volverás cubierto con los laureles del triunfo ; el dia memorable en que to
da Italia y la tierra toda le saludará como un dios libertador, en que innumerables ciudadanos de todas cla
ses saldrán de las aldeas y las ciudades, y se arrojarán á tus plantas, dándote gracias por haber salvado sus
hogares, su libertad y su existencia.»
Italia estaba entonces llena de griegos refugiados, entre los cuales se encontraban sabios ilustres, queejer-
cian grande influencia y no cesaban de representar á los turcos como un pueblo bárbaro y feroz ; la lengua
griega se enseñaba con éxito en las escuelas mas célebres, y la nueva dirección de losestudios y la admiración

(i) SabtUio, conliñ. Bizaro, lib. X y Bossio, p. 2, lib. XVIII.


5H IIISTORIA DE LAS CHUZADAS.
que inspiraban entonces las obras maestras de Grecia, aumentaban el odio de los pueblos contra loslerccs
dominadores de Bizancio, de Atenas y de Jerusalen. De modo que todos los discípulos de Homero v de PUlon
se asociaban con sus deseos y discursos en pro de la empresa del soberano ponlíGce. Habrá podido noürsque
el modo de predicar las cruzadas y los motivos alegados para escitar el ardor de los cr¡sl¡anos,se diferencia-
bao según las circunstancias, y revelaban casi siempre las ideas dominantes de cada época. En el siglo deque
hablamos, todo debía llevar impreso el sello y el carácter de la hermosa época de León X, y si las cruzada;
habían contribuido al renacimiento de las letras, era justo que estas hiciesen algo á su veiea una guerra
contra los enemigos de la civilización y las luces.
Los enviados de la corle de Boma recibieron una distinguida acogida en todos los estados de Europa, y no
omitieron las exhortaciones evangélicas, las seducciones, las promesas, ni ninguno de los resortes déla po
lítica profana para inducir á los príncipes cristianos a secundar la cruzada publicada por el papa. El sacro
colegio se congratuló del éxito de su misión ; el papa, para dar gracias al cíelo, ordenó que durante tresdias
se hiciesen procesiones en la capital del mundo cristiano, y celebró el mismo León X el oficio divino, re
partiendo limosnas y dirigiéndose con piés descalzos y la cabeza descubierta á la iglesia de los Santos Apos
tóles (1).
Sadolet, secretario déla santa sede, uno de los favoritos mas distinguidos de las Musas, y que segunEras-
mo tenia en sus escritos la copia y el tono de Cicerón, pronunció en presencia del clero y del pueblo romano
un discurso celebrando el celo y la actividad del soberano pontiGce, el ahinco de los príncipes en hacerla
paz entre sí, y el deseo que manifestaban de reunir sus fuerzas contra los turcos. El orador recordaba á su
auditorio al emperador de Alemania y al rey de Francia, gloriosos apoyos de la cristiandad ; al archiduque
Carlos, rey de Castilla, cuya juventud ostentaba todas las virtudes de la edad madura; á Manuel, rej¡de
Portugal, pronto siempre á sacrificar sus intereses por los de la Iglesia ; á Luis II, rey de Hungría, y á Segis
mundo, rey de Polonia, esperanza el primero de los cristianos, y digno de ser su jefe el segundo; al rey de
Dinamarca, cuya adhesión á la religión reconocía toda Europa, y á Jacobo, rey de Escocia, á quien los ejem
plos de su familia debían guiarle por la senda de la virtud y de la gloria.
Sadolet noolvidaba, entre los estados cristianos, en quienes debían cifrar sus esperanzas la humanidad?
la religión, la nación helvética, nación potente y belicosa, que ardía en tan vivos deseos de combatir á los
turcos, que sus numerosos soldados estaban ya prontos á partir, y no esperaban mas que la señal del jefe de
la Iglesia. El orador sagrado terminaba cou una vehemente apostrofe á la raza de los otomanos, á quienes
amenazaba con las fuerzas reunidas de Europa, y con una invocación á Dios, á quien pedia que bendijera
las armas de tantos príncipes y tantos pueblos cristianos para arrancar á Mahoma el mundo cristiano, y para
que las alabanzasde Jescristo pudiesen resonar por fin de norte á mediodía y de oriente á occidente.
Ocupábase sin cesar León X en la cruzada que había predicado, consultaba á los hábiles capitanes, toma
ba informes sobre el poderío de los turcos y sobre los medios de atacarlos ventajosamente, y en demos
tración de cuán lejana estaba entonces de los ánimos la devoción de los primeros cruzados, el soberano pun-
tífice decia en sus cartas á los príncipes y á los fieles que no bastaban las oraciones para vencer á los bar
baros, y que solo podia conseguirse el triunfo de la cruzada empuñando las armas formidables y marchando
contra el enemigo con todas las fuerzas reunidas del mundo cristiano (2). De acuerdo con los principal*
estados de la cristiandad, decidió por fin el plan de la guerra santa. El emperador de Alemania secompru-
metia á dar un ejército, al cual se unirían la caballería húngara y la polaca, y que atravesando la MW
y la Tracia, iría á atacar á los turcos en las dos vertientes del Hemo; el rey de Francia con todos sus fuer
zas, con las de los venecianos y de varios estados italianos y con diez y seis mil suizos, debía embarcáis*
en Brindis y desembarcar en las costas de Grecia, en tanto que las escuadras de España, de Portugal y de
Inglaterra partirían de Cartajena y de los puertos cercanos para trasportar tropas españolas á las orillas del
Helesponto. El papa se proponía embarcarse en el puerto de Ancona para dirigirse á Constantinopla H°
cuyas murallas se hallaba designado el punto de reunión de todas las fuerzas cristianas.
El plan era gigantesco, y sí hubieran podido llevarse á cabo tan vastos designios, era inminentísimo el

(I) Bclcaire.—Cartas de León X, IX de las calendas de abril.


;S) Fabioni, Vita Uonis X,p. 73.
LIBRO DECIMONONO.— 1518-1590. 545
peligro ilel imperio otomano, pero los monarcas cristianos apenas pudieron observar durante algunos meses
la tregua publicada por el papa y que habian aceptado, y cada cual se habia comprometido á dar á la
cruzada tropas que cadadia les eran mas necesariasen sus propios estados para engrandecerlos ó defenderlos.
La vejez de Maximiliano y la próxima vacante del trono imperial hacian concebir á todas las ambiciones
la esperanza de grandes cambios ; pronto encendió la guerra en Europa la rivalidad de Carlos V y de Fran
cisco I, y la cristiandad, agitada por las contiendas de los príncipes, no pensó ya en que podia ser inva
dida por los turcos.
No fueron, empero, estas discusiones políticas el único obstáculo á los proyectos de León X; la recauda
ción de los diezmos originaba otra dificultad. El clero manifestaba la misma indiferencia que los príncipes
para con la guerra que los arruinaba, y los pueblos temían que sus limosnas se empleasen en empresas
que no tuvieran por objeto el triunfo de la religión. El legado del papa en España se dirigió primeramente
á los aragoneses que respondieron con una negativa formal espresada en un sínodo nacional, y el car
denal Jiménez declaró en nombre del rey de Castilla que los españoles no creían en las amenazas de los
turcos y que no darían dinero hasta que el papa anunciase positivamente el uso que pensaba hacer de él.
Y si las disposiciones y deseos déla corte de Roma encontraron menos resistencia y no originaron distur
bios en Francia é Inglaterra, se debió á que el cardenal Wolsey, ministro de Enrique VIII, fué asociado
á la misión del legado apostólico, y á que León X dejó á Francisco 1 la recaudación de los diezmos en
su reino. "
Tenemos á la vista varias piezas históricas que no se han dado á la prensa y que arrojan mucha luz
sobre las circunstancias de que hablamos; la primera es una tarta de Francisco I, fechada en Amboise
el 1 6 de diciembre de 1516, en la que el «maestre José de Lagarde} doctor en teología y vicario general
de la iglesia catedral de Tolosa, es nombrado comisario de la crujía en su diócesis;» el rey de Francia
espone en otra carta el objeto del jubileo que iba á abrirse, y dice que es para «pedir para hacer la guer
ra á los infieles y conquistar la Tierra Santa y el impurio de Grecia, detenidos y usurpados por dichos in
fieles.» llállanse adjuntas á estas cartas patentes las instrucciones dadas por el rey de acuerdo con el lega
do del papa para la ejecución de la bula que ordena la predicación de la cruzada en el reino de Francia
durante los dos años de 1 5l7 y 1518. Estas instrucciones recomiendan en primer lugar que se elijan buenos
predicadores, «encargados de hacer brillantes y piadosos sermones al pueblo, y de esplicar lis facultades
y dispensas que se hallan en la bula, y las justas y santas causas y razones por las cuales se manda que-
deü suspendidas ó revocadas durante dos años todas las demás indulgencias y los perdones generales y
particulares.
Las cartas patentes del rey dan algunas instrucciones sobre la elección do los confesores, después de ha
ber hablado de la elección de los predicadores y del modo con que deben predicar ; el comisario general de la
cruzada podia escoger cuantos creyera convenientes para cada iglesia en que se hallasen los cepillos ycuestas
del jubileo, y se le habia recomendado nombrara seis para la catedral de la diócesis, personas de concien
cia y naia sospechosos. Los eclesiásticos elegidos por el comisario tenian la misión de confesar á los que qui
sieran ganar las indulgencias, y para evitar toda clase de desórdenes dimanados del espíritu de rivalidad,
disfrutaban con esclusion de lodos los demás, el poder de hacer composiciones y restituciones, de absolución
de pecados reservados, etc.
Finalmente el decreto real no deja en olvido ningunas de las circunstancias que acompañan la predica
ción de una cruzada, ni las formas por las cuales debía procederse á la distribución de las indulgencias, y
desciende hasta arreglar la construcción de los cepillos colocados en los templos para recibir las ofrendas de
los fieles, y las ceremonias religiosas que debian practicarse durante el jubileo. Este decreto real encierra
entre otras disposiciones la de que se hagan una gran cantidad de confesionales ó cédulas de absolución y
de indulgencias; que estas cédulas, firmadas por un notario, se envíen al comisario general para que las
selle con el sello enviado por el rey, y que se deje un espacio en blanco para escribir el nombre del que ó
de la que deseara alcanzarlas. La instrucción real añadía que el cozaisario hiciera adornar bien y con de
cencia su cepülo, en medio del cual mandase colocar una grande y hermosa cruz en la cual escribiría con
gruesos y bellos caractéres: Inhoc signo vinces... Y para que no faltase nada de cuanto pudiera mover el
pueblo á la devoción, se mandaba además hacer procesiones solemnes y llevar en ellas una lujosa bandera
6)
&Í6 niSTORI A DE LAS CRUZADAS.
*n la que se vieran por un lado los retratas del , papa y del rey de Francia, y por el ot ro pinturas llmt
de turcos y otros infieles.
La incursión de algunos musulmanes de Africa á las islas de Hieres y á las cosías cercanas de Tolón y
Marsella, fué una circunstancia que debió animar el celo de los fieles y ,que no olvidan las cartas misivas
del rey á los comisarios de. las cruzadas: «Os advertimos, decian, para hacerlo saber y predicar, que no
ha mucho los moros y los bárharos, infieles y enemigos de nuestra divina ié, lian invadido en gran número
las islas de nuestro condado de Provenza, donde han muerto y hecho cautivos muchísimos cristianos paca
atormentarlos y entregarlos al martirio.»
No solo se predicó la guerra santa en la diócesis de Tolosa, mas como no tenemos ningún documento ni
tradición escrita sobre la predicación que debió hacerse al mismo tiempo en las demás provincias del reino,
todo nos induce á creer que el temor de una invasión, la elocuencia de los predicadores, el ejemplo y las
advertencias del rey y la pompa de las ceremonias religiosas escilaron muy débilmente la piadosa libera
lidad de los pueblos. Si hemos de dar crédito á los procesos verbales y estados que nos restan, los gastos
que ocasionaron la predicación de la guerra santa y la deslribucion de las indulgencias pontificias estaban
muy lejos de igualar á la suma á que ascendían las ofrendas de los fieles. Esta circunstancia es una prue
ba irrecusable de que de dia en dia se debilitaba la devoción de las cruzadas, y también nos lo demuestra
la exageración de las quejas que se lanzaban entonces sobre el uso de los capitales reunidos en nombre de
los jefes de la iglesia para los gastos de la guerra santa. Como se hacían con mucho boato y ruido estas
predicaciones y los cepillos délas iglesias quedaban por lo regular vacíos, se acusaba á los predicadores,
imputándoles el haber usurparlo el dinero que no hahian recibido. Por otra parle, cuanta mayor tendencia
tcnian los pueblos á la desconfianza, mas debían ensalzarse las precauciones que se habían tomado; los gas
tos de la predicación ó del jubileo podían esperimentar algún aumento por estas mismas precauciones, pera
así se tranquilizaban los ánimos, lo cual era bastante. La autoridad del rey tenia necesidad de ejercer una
vigilancia tanto mas severa, en todo lo concerniente á la recaudación é inversión de los capitales de la cru
zada, por cuanto los que recibían ias ofrendas de los cristianos no eran siempre personas de buena conduc
ta niñada sospechosos, y porque entre los predicadores de la cruzada habia muchos que demostraban mas
celo que prudencia y cuyas predicaciones eran un verdadero objeto de escándalo. Gomo la mayor parte de
ellos percibían un salario proporcionado' á la cantidad de dinero depositado en los cepillos de las Iglesias,
habia muchos que exageraban las promesas del soberano pontífice y los privilegios concedidos á los dones
de la caridad, de modo que diremos en resumen que esta predicación ordenada por el papa y el rey, no con
tribuyó sino muy débilmente al proyecto de la cruzada, pero que al menos la destreza previsora del go
bierno y la prudencia de los jefes de la Iglesia galicana precavieron grandes desórdenes en el reino. No
sucediólo mismo en Alemania, donde los ánimos habian llegado al colmo de la irritación y del descon
tento, y donde empezaban á germinar hasta en el seno del clero las semillas de los disturbios y de
la herejía.
Habrá podido advertirse que la corte de Roma de dia en dia abria mas fácilmente el tesoro de las indul
gencias pontificias : en Jas primeras guerras de oriente, estas indulgencias solo se concedían á los peregri
nos de la Tierra Santa, concediéronse en seguida á los que contribuyesen para el sosten de las cruzadas, y
mas adelante se concedieron á los fieles que oian los sermones de los predicadores de la cruzada y alguDas
veces hasta los que asistían á la misa de los legados del papa. LeonX imaginó no tan solo concederlas a
los que por sus limosnas atendiesen á los gastos de la guerra contra los turcos (1), sino también á todos
los Geles cuya piadosa liberalidad contribuyera á los gastos necesarios para terminar la construcción de la
iglesia de San Pedro, empezada por su antecesor Julio II. Aunque el emplear en esto las limosnas de los fie
les fuera una cosa útil, noble, grande, verdaderamente católica y digna en cierto modo de un siglo en que
las artes brillaron con tanta magnificencia, muchos cristianos, especialmente en Alemania, no vieron ea
esto mas que un abuso de la autoridad pontificia, y algunos decian que la corte de Roma demolía la IgleM
de Jesucristo para edificar la de San Pedro.
Alberto, arzobispo de Maguncia, encargado de nombrar los predicadores del jubileo y los repartidores de

(i) Hiloria eclesiástica de Fleury.


LIBRO DECIMONONO.— 1518-1590. 547
Jas indulgencias pontificias, nombró para la Sajonia á los frailes predicadores ó dominicos, escluyendo á los
frailes menores ó agustinos, que habian desempeñado algunas veces esta especie de misiones. Estos últi
mos se mostraron celosos de la preferencia, y como no se había tomado ninguna precaución para precaver
los efectos de esta rivalidad ni para contener los abusos que pudieran cometerse, sucedió que los agustinos
censuraron con amargura la couducta, las costumbres- y las opiniones de tos dominicos y que estos justificaron'
con esceso- la* quejas y acusaciones dé sus adversarios.
Lutero, religioso agustino, se dio á conocer en estas violentas contiendas por el calor de la elocuencia (t)',
persiguió con su cólera á los predicadores elegidos para recoger los tributos de los fieles, y entre las propo
siciones que discutió en el púipito, la historia nos ha conservado la siguiente, que fué censurada por LeonX:
Es un pecado resistir á los turcos, en atención ó que la Providencia se vale de esta nación infiel para cas-
ligar las iniquidades de su pueblo.» Tan eslraña máxima se acreditó éntrelos partidarios de Lutero, y
citando el legado del papa pidió en la dieta de Ralisboua la recaudación de los diezmos destinados á la oru*-
zada, encontró„una viva oposición. En toda'Alemania se alzaron quejas y rumores; se comparó á la corle
de Roma con el pastor desleal que esquila todas las ovejas confiadas á su cuidado, y se le aeusó dó despo
jar ó los pueblos crédulos,- de arruinar las naciones y tos reyes, y de acumular sobue los cristianos mayores*
miserias que pudiera causarles la dominación de los turcos.
Hacia mas de ua siglo que se oian estas quejas en Alemania siempre que se recaudaban los diezmos para
Ei cruzada ó que imponía cualquier tributoá los cristianos el soberano pontífice. En una nación inclinada por
su genio y su carácter á las ideas especulativas, las innovaciones filosóficas debían encontrar mas ardientes
partidarios y entusiastas apóstoles que en otras partes; y es preciso añadir que Alemania era uno de los países
de la cristiandad que la corte de Roma había oprimido mas con su omnipotencia, y que el espíritu de opo
sición había nacido allí en medio de las- largas contiendas alzadas enlre el sacerdocio y el imperio. Una vez
rolo el lazo que unia los ánimos- y sacudido el yugo de una autoridad-'consagrada* por el tiempo, la oposi
ción no tuvo límites^ las opiniones se mauifésla ron sin mesura, y la Iglesia fué atacada por todos ládos á
un tiempo y- por mil sectas diferentes, opuestas todas á la corle de Roma, aunque opuestas entre sí la ma
yor parle de ellas. Entonces estalló la revolución que debía separar para siempre de la comunión romana una
gran parte de los pueblos cristianos*
No hablaremos de los acontecimientos que acompañaron el cisma de Lulero, pero es curioso ver que el*
origen de la reforma se halla enlazado, no á las cruzadas directamente, pero si al abuso de las indulgencias'
por ellas promulgada».
Como todos los que dan principio á Tas revofuciones, Lutero no sabia hasta dónde podía llegar *u guerra
contra -Id corle- de Roma, puos atacó primero algunos abusos de la autoridad pontificia y acabó por atacar
la misma autoridad. Las opiniones que habia abogado con su elocuencia y las pasiones que había hecho'
nacer entre sus discípulos, le arrastraron mas allá dé lo que había previsto, y los que lenian mayor interés
en combatir las doctrinas del reformador, no vieron lo que con ellas podía ocasionarse. La Alemania, en
teramente dividida, víctima de las discusiones y de toda clase de desórdenes, no tenia ninguna autoridad;
bastante fuerte y previsora para precaver los esfuerzos de un cisma. Nadie creia- en la corle de Roma que
un simple frailé hiciese bambolear jamás las columnas de la Iglesia, y León X olvidó tal vez demasiado itís
progresos de Lutero, en medio de la pompa y el brilló de las arles que protegía y distraído por los cuidados
de una política ambiciosa. Cometió especialmente un error en abandbnar completamente la espedicion
contra los turcos, qaehabia anunciado en todo el mundo cristiano, y que podía al menos en los primeros
momentos ofrecer una útil distracción á los ánimos dominados por las ¡leas de la reforma. La empresa de la
guerra santa, que habia abrazado con tanto ardor al principio de su pontificado y por la cual le prometían -
los poetas una gloria eterna, no ocupaba al tiempo dé su muerle su atención ni la de sus contemporáneos.
No obstante, el sucesor de Selim, Solimán, acababa de apoderarse do. Belgrado (2) y amenazaba la isla
dé Rodas, que era la última colonia de los cristianos en Asia. En lauto que los caballeros de San Juan
fueron de ella dueños, el sultan dé los turcos poJia temer que se.formase en occidente alguna espedicion

(r lfosttein, líb:
(l) Solimán se apodeió de Belgrado en I5SI, elañueu que murió Leo: X
518 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
para recobrar la Pjlestina y la Siria, y aun para la conquista de Egipto que acababa de reunirse ai im
perio otomano.
El gran maestre de los hospitalarios envió á pedir los ausilios de la Europa cristiana. Cirios V acababa
de reunir sobre sus bienes la corona imperial y la délas Espa fias ; enteramente ocupado en humillar el
poderío de Francia y tratando de arrastrar al papa en una guerra contra el rey cristianísimo, el empera
dor bizo muy poco caso del peligro que amenazaba á los caballeros de Rodas; el soberano pontífice no se
atrevió á socorrerles y pedir para ellos ol apoyo de la cristiandad, y Francisco I demostró sentimientos m*s
generosos, pero en la situación en que se hallaba el reino, no pudo enviar los socorros que habia prometido.
Los caballeros do Rodas quedaron reducidos á sus propias fuerzas. Ln historia na contado repetidas ver*»
los trabajos y los prodigios de heroísmo con que ilustró su defensa el órden de los; hospitalarios; después de
algunos mesesde combates Rodas cayó en poder de Solimán. ¡ Qué espectáculo lan interesante presentaba el
gran maestre lsle-Adam, el padre de sus caballeros y de sus subditos, llevando en pos los tristes restos del
órden y todo el pueblo Je Rodas quo habia resuelto seguirle! Desembarcó en las costas del reino de Ñapóles,
no lejos de los sitios donde Virgilio hace desembarcar al piadoso Eneas con los gloriosos restos de Trova. Si el
espíritu de las cruzadas hubiera podido reanimarse, ¿qué" corazones hubieran permanecido friosal ver aquel
venerable anciano, seguido de sus ñeles companeros de iufortunio, buscando un asilo, implorando la coro-
pasión, y pidiendo en premio de sus antiguos servicios un rincón de tierra donde sus guerreros pudiesen
enarbolar aun el pendón de Jesucristo y combatir á los infieles ( I)?
Cuando el gran maestre emprendía el camino do Roma. Adriano VI declaraba la guerra al rev de Francia,
y se habia formado una liga entre el soberano pontífice, el rey de Inglaterra y el duque de Milán. Lo» cris
tianos de oriente no podían esperar ningún socorro en semejantes circunstancias; después de la muerte de
Adriano, el papa Clemente VII se mostró mas favorable á la órden délos hospitalarios, aeogió al gran maes
tre con todas las demostraciones de una ternura paternal, y cuando el canciller de la órden contó en el con
sistorio las hazañas y desgracias de los caballeros, el soberano pontífice y los prelados de Roma vertieron lá
grimas y prometieron interesar por tan nobles infortunios á todos los re nos del mundo cristiano. Pero des
graciadamente para la órden de San Juan, las potencias de Europa se hallaban mas divididas que nunca
entre sí; Francisco I cayó prisionero en la batalla de Pavía ; el papa, que había tratado de recobrar el papel
de conciliador, no hizo mas que escitar contra sí el odio y la cólera de Carlos V, y en medio de estas divi
siones quedaron olvidados los caballeros de Rodas, los cuales no consiguieron del emperador hasta diez aüos
después de la conquista de Solimán el peñasco de Malta, donde fueron aun el terrur de los musulmanes (2).
Mientras la Europa era víctima de estos disturbios, el conquistador de Rodas y de Belgrado reaparecía
amenazador en las orillas del Danubio. Luis II trató de reanimar el patriotismo de los húngaros, y renovó
el antiguo uso de esponer al público una espada ensangrentada, como signo de la guerra y de los peligros de
la. patria. Las exhortaciones del monarca, las del clero y la proximidad del enemigo no llegaron á apaciguar
tas discordias nacidas de la anarquía feudal y de las prolongadas desgracias de Hungría, y el monarca hún
garo solo pudo reunir veinte y dos mil hombres bajo el estandarte de la cruz.
Estos veinte y dos mil hombres mandados por un prelado, tenían que combatir con un ejército de cien roit
otomanos, y no obstante, los húngaros fueron los que, según parecer de los obispos, presentaron la batalla
á los inGeles. Existe un hecho muy notable en las guerras santas, y es el ascendiente del clero en, la. temeridad
de las empresas. La persuasión en que estaban los eclesiásticos de que combatían por la causa de Dios, y su
ignorancia en la guerra, les impedían ver los peligros, les inducían á creer sin incertidumbreen la victoria y
con frecuencia les hacían descuidar los medios de la prudencia humana. El arzobispo de Coloeza, confiado en
un triunfo milagroso, no vaciló en dar el combate decisivo de Mohacs; el clero que le acompañaba animó á
los combatientes con sus discursos, y les dió el ejemplo de su valor ; pero el entusiasmo religioso y guerrero,
no pudo triunfar del número, la mayor parte de los prelados recibieron en la pelea la palma del martirio, y
quedaron en el campo de batalla diez y ocho mil cristianos. No terminaron aqui las desgracias, pues Luis II
desapareció y murió en la derrota general, dejando su reino entregado á los partidos y devastado por los
turcos.
(t) Seguí) Bellaire el sitio de Rodas costó á los infieles mas de sesenta mil hombres.
(2) 1». Mansí, Anual, ceele»., t. XXX, p. 585.
LIBRO DECIMONONO.— 1518-1590. 549
La derrola do los húngaros llenó de desesperación el alma de Clemente VII ; el cual escribió á lodos los
soberanosde Europa, y formó el proyecto de visitarlos en persona 6 inducirlos con sus: súplicas y sus lágri
mas á defender la cristiandad. Las tiernas exhortaciones del papa y su actitud suplicante no lograron con
mover á los príncipes ; hó aquí una prueba evidente déla rápida decadencia del poder pontificio, tan formi
dable un dia con los rayos de la Iglesia y cuyas decisiones eran consideradas contó decretos del cielo. Tur
bando el emperador la Italia con su ambición y ne^ándo^e l\ asociarse á los designios' del pontífice, U cor-
todeRoma trató de predicar contra él una especie de cruzada, y el papa se puso al frente de una liga que se
llamó santa, paro esta coalición medio religiosa, medio política, se dirigió porsí misma, y Clemente fué muy
pronto víctima de una vana hostilidad. *.
Las tropas imperiales entraron en Roma cómo en una ciudad enemiga ; el emperador, que sedaba el título
de jefe temporal de la Iglesia, no temió dar á la Europa el escarnidlo del cautiverio de un pontífice. Aunque
l¡i autoridad de los papas no ejercía ya la misma influencia, aunque estuviese muy lejano el siglo de Inocen
cio IV y de Gregorio IX, que hablan derrocado al emperador Federico Jl, no obstante las violencias de Car
los V escilaron una indignación general. Inglaterra y Francia corrieron á las armas ; agitóse toda la Europa;
unos querían vengar los ultrajes hechos al vicario de Jesucristo y otros aprovecha rse del desorden. Nadie se
ocupaba en tanto de defender la cristiandad de la invasión de los otomanos (1).
No obstante, Clemente Vil, desde la prisión donde le reten i t el emperador, velaba aun por la defensa de
l > Europa cristiana, y sus legados exhortaban á los húngaros á continuar combatiendo por su Dios y por su
patria. La activa solicitud del papa buscaba enemigos á los turcos hasta en oriente y entre los infieles. Aco-
mal, que habia sacudido el yugo de la Puerta en Egipto, recibió consejes y promesas de la corte de Roma, y
un legado del papa se presentó en su corle ofreciéndole el apoyo de los cristianos de occidente. El soberano
pontífice tenia continuas relaciones en todas las fronteras y en todas las provincias del imperio turco para sa
ber los designios y preparativos de los sultanes de Constanlinopla. No es inútil advertir, ya que es oportuno,
que la mayor parte de los antecesores de Clemente habían puesto como él su mayor cuidado en vigilar los
proyectos de los infieles, de modo que los jefes de la Iglesia no se ceñian á escilar á los cristianos á defender
su propio territorio, sino que como centinelas vigilantes, lenian sus ojos fijos sin cesar sobre los enemigos de
la cristiandad para advertir á Europa de los peligros que la amenazaban. ;
Cuando el emperador rompió las cadenas do Clemente VII, el santo pontífice olvidó los ultrajes qlie habia
recibido, para no pensar mas que en el peligro del imperio germánico que iba á ser atacado por los turcos.
El legado del papa se esforzó á desertar el ardor de los pueblos de Alemania en nombre de la religión y por
su propia defensa, en las dietas de Ausburgo y de Spira ; un enviado del emperador unió sus exhortaciones
á las del legado apostólico, hizo un llamamiento á la antigua virtud.de los germanos y recordó á sus oyentes
el ejemplo de sus antepasados, que nunca habían sufrido una dominación estranjera, ó invitó á los príncipes,
ú los magistrados y á los pueblos á combatir por su independencia y su propia salvación ; y Fernando, rey
de Hungría, propuso á los príncipes y estados del imperio que se lomasen medidas prontas y eGcaces contra
los turcos. Estas exhortaciones y estos consejos tuvieron muy poco éxito y encontraron una viva oposición en
el espíritu siempre mas activo de las nuevas doctrinas. Todas las ciudades y provincias se bailaban ocupadas
entonces con las cuestiones agitadas por Ta reforma ; podía compararse entonces á los pueblos de Alemania
amenazados por los turcos con los griegos del bajo imperio, que la historia nos ha demostrado entregados a-
ih'spulas vanas cuando los bárbaros estaban á sus puertas. Lo mismo que entre los griegos, se encontraba?
entro los alemanes una turba de hombres que menos temian ver en sus ciudades el turbante de Mahoma que
U tiara del pontífice de Roma ; unos impelidos por un espíritu de un fatalismo que apenas se halla en el Co—
Fan, sostenían que Dios habia juzgado á la Hungría y que no estaba en el poder humano la salvación do
este reino, y otros (los milenarios) anunciaban con alegría fanática la proximidad del juicio final, y en tanta
que los predicadores de la cruzada exhortaban á los alemanes á defender la patria, el orgullo celoso de una
secta impía invocaba loa días de la desolación universal. •>
Solimán acababa de entrar en Hungría al frente de un poderoso ejército, y no encontrando enemigos que
combatir avanzó hácia Alemania. La capital del Austria, sitiada por los turcos, solo debió su salvación á un*

i) Biblioteca de las Cruzadas, 1. 10.


550 HISTORrA DE LAS CRÜZADAS.
avenida- del Danubio, al valor de su guarnición, y si hemos de creerá algunos historiadores, á la IraicioniW
gran visir, sobornado por el oro de los cristianos. Efv el momento del peligro el emperador hizo avanzar»»
tropas, pero preocupado siempre-con la idea de eslender su imperio en Italia, se detuvo de pronto en las lla
nuras de Sintz, y no pensó en perseguir á los turcos que se retiraban llevándose treinta mil cautivos. Al mis-
rao tiempo, una escuadra española' mandada por Doria recorrió el mar del Archipiélago sin conseguir nin
guna ventaja contra la marina turca-, y esta espedicion se limitó á la loma de Goron y de Patras, que fueren
devueltos al momento é Ibsolomanos.
Los esfuerzos y consejos paternales del papa* no pudieron reanimar el entusiasmo de una guerra santa, no
solamente en Alemania, sino hasta en los húngaros. Fernando, hermano de Carlos V, declarado rey de Hun
gría por el poder imperial, y el conde Juan Zápoli, palatino de Transilvania, que reinaba sobre las ruina;
de su pais con la protección de los turcos, se- disputa bou este desgraciado reino, maltratado á la vez por sor
enemigos y sus aliados. Solimán, dueño de Biida, devastaba todas las provincias y hacia grandes preparaUTOS.
Seconvocaron diversas dietas para deliberar sobre los medios de contener la invasión de los ejércitos otoma
nos, pero en demostración» de la poca disposición de los ánimos' en- aquel!» época, en una asamblea celebra
da en Viena por la cruzada- coní ra los turcos^ no se trató mas que de reprimir la licencia de los escritos y
de conteneré! rápido desarrollo de la imprenta', cuyo uso se esparcía por todas partes y á la que se acusaba
de ausilia-r de la reformi (1). Solimán derrotó y dispersó- las tropas enviadas á Hungría, y Fernando no lovo
nvis recurso que pedir la paz á los turcos. Por una circunstancia-digna de nolárse, el parpa está comprendido
en el Irado, en el cual Solimán da el tituJb de padre al soberano pontífice y el de hermano al rey de Hun
gría (2). Clemente VII, después de tantas tentativas inútiles para con los príncipes de la cristiandad, parecía
no tener mas esperauza que en la Providencia, y esclamaba con amargura al aprobar el desenlace délas
negociaciones pacíficas : «Solo nos resta ya suplicar al cielo que vele por el bien del mundo cristiano.»
Podía creerse que- las guerra» santas llegaban á su término al ver al jefe de la Iglesia deponer las armas y
liaecr 1 1 paz con- los infieles ; pero este tratado- de paz, lo mismo que los precedentes, solo podía ser conside
rad) como una treguo-, y no debia tardar á- comenzar otra vez la guerra, cuando por pacte de los cristianos
ó de los musulmanes se tuviera esperanza de llevarla á cabo eon. ventaja. Tal era la po'ítíca de la época, y
espjcialmenle la quo dirigía en sus relaciones recíprocas las potencias cristianas y las musulmanas. Solimán
había abandonado sus proyectos sobre Alemania y Hungría, menos por respeto á los tratados que porque
empleaba sus fuerzas en una guerras contra los persas. Por otra parte, la cristiandad dejaba en paz á los
otoñamos, porque estaba luchando con la discordia, y porque la mayor parte de lós príncipes cristianos,
ocúpalos desús propíos intereses, solo daban oídos á los consejos de su ambición.
La Europa tenia en-lonces tres grandes monarcas cuyas fuerzas reunidas hubieran podido derrocar el po
derío de los turcos, pero estos tres príncipes estaban- opuestos entre sí por la política tanto como por su ca
rácter y su genio. El rey de Inglaterra, Enrique VIH, quehabia refutado á Lulero y que se habia ligado con
el rey de Francia para libertar al papa cautivo, acababa de separarse de la Ig esia romana ; tan pronto alia
do de Francia como del emperador, y ocupado en hacer triunfar el cisma de que era apóstol y jefe, no pen
saba en la guerra de oriente. Fíancisco I habia pretendido en un principio la corona imperial, y después el
ducado de Milán y el remo de Ñápeles ; estas pretensiones, que fueron un manantial de desgracias para él y
para Francia, agitaron todo su neinado, no- permitiéndole ocuparse seriamente de la cruzada que debía pre
dicar en sus estados ; el odio y los celos que le animaboni contra un rival afortunado y poderoso le inspiródos
veces la ¡dea de alcanzar la alianza de los infieles, y con- grande escándalo de la cristiandad, se viduño es
cuadra otomana admitida en el puerto de Marsella y el pendón de las lises mezclado con el de la media-Ion»
bajo los muros de Niza. Carlos V, soberano de todas lasEspañas, jefe del imperio germánico, soberano de los
Países Bajos y posesor dediversos imperios en el Nuevo Mundo, mas bien se ocupaba en humillar la monar
quía francesa- y afirmar su dominación en Europa, que en- defender la- cristiandad ; durante la mayor parle
de su reinado^ este monarca contemporizó con los partidarios de la reforma en Alemania á causa de los oto
manos, y no persiguió á estosá causa de sus enemigos en la república cristiana ; se contentó con proteger dos
veces la capital del' Austria con la presencia de sus ejércitos, y cuando el papa le suplicó que defendiera la

(1) RaynaMi, ad ann 1510


¡2. Esluanfius.
LIBRO DECIMONONO.- 1 518-1 590. 551
Hungría, prefirió llevar la guerra á las cosías del Africa. Las potencias berberiscas acababan de formarse
bajo la protección de la Puerla otomana y empezaban á bacerse temibles en el Mediterráneo. Carlos en su
•primera espedicion se apoderó de Túnez, clavó su bandera sobre las ruinas de Cartago y libertó mas de
"veinte mil cautivos que fueron á publicar sus victorias á todas las parles del mundo cristiano (1). En su -se
gunda espedicion, tenia el proyecto de destruir á Argel, donde se reunian los piratas, azote de las-coslasde
Italia y de España ; á .pesar de las amonestaciones de las personas esperimentadas, no temió embaicarse en
la estación de las lluvias y do las tempestades; apenas desembarcó en la -costa de la antigua Numidia, cuando
su ejército y su escuadra desapareció en ana borrasca que conmovió el mar y la tierra, y después de baber
corrido los mayores peligros por su vida, regresó casisolo á Europa, donde sus enemigos, y especialmente
el papa, le acusaron de haber dejado sin defensa la Alemania y la Italia, amenazados mas que nunca |>or
Solimán.
Resonaron entonces en Europa nuevos gritos de alarma, y entre Ios'qae exhortaban a los pueblos á com-
-balir, se oyó la voz de Lutero. El reformador condenaba en un libro titulado Oraciones contra elturco, la in
diferencia de los pueblos y de les reyes, y aconsejaba á los cristianos quo combatiesen á los musulmanes si iw
querían ser conducidos en cautiverio como lo fueron «notro tiempo los hijos de Israel. En una formulado
•oración que había compuesto, decía : «Levántale, Señor gran Dios, y santifica lu nombre que ultrajan tus
enemigos ; dá firmeza á ta reinado que quieren destruir, y no sufras que seamos pisoteados por Ies que se
empeñan en que no seas nuestro Dios.»
Varias veces se habian alzado quejas contra Lulero, á quien acnsafean de haber debilitado con sus doc
trinas el valor de los alemanes. Pocos años a rites «le le época de que hablamos, babia publicado ya una apo
logía, en la cual, sin desistir de la famosa proposición censurada por el papa, daba á sus palabras diferente
sentido que la corte de Roma; todas estas esplicacijnes, que no es fácil analizar, se reducen á la distinción
que hace entre la autoridad civil y la eclesiástica ; dice que á la primera pertenece el combatir á los turcos, y
el deber de la^egunda es esperar, someterse, orar y gemir; añadía que la guerra no era asunto propio de
los obispos sino de los magistrados ; y que el emperador en este caso debia ser considerado como el jefe de
la confederación germánica, y no como protector -de la iglesia, ni como el sosten de la fé cristiana, titulo que
solo podía darse á Jesucristo. (Todas estas distinciones erau sin duda algún tanto razonables, y la opinión de
Lutero sobre la autoridad civil, aunque solo hubiera sido adoptada para oponerla al poder pontificio, hubiese
obtenido la aprobación de los espíritus ilustrados, si no se hubieran mezclado ea ella errores graves y á no
haberse querido defender con todo el arrebato del orgullo.
No contento con eSla apología, que tenía por título Disertación sobre la guerra de los turcos, Lulero publi
có dos años después del sitio de Viena otra obra titulada Discurso militar (1), en el cual invitaba también á
los alemanes á tomar las armas. Este segundo discurso empieza como el primero con distinciones y suti
lezas teológicas, con declamaciones contra el papa y los obispos y con predicciones sobre el próximo fin del
mundo y sobre el poder de los turcos, que el autor encuentra claramente anunciados en Daniel. Aunque
se esfuerza en probar como en su primer escrito que la guerra contra los musulmanes no es una guerra
religiosa, sino una empresa enteramente política, no por eso deja de prometer la palma del martirio á los
que mueran con las armas en la mano, y representa esta guerra como agradable á la Divinidad y como
el deber de un verdadero discípulo del Evangelio. «Tu brazo y tu lanza, dice al soldado cristiano, serán
el brazo y la lanza de Dios; al inmolar los turcos, no verterás sangre inocente, y el mundo te mirará como
el ejecutor de los decretos de la justicia divina, porque no harás masque matar á los que el mismo Dios
ha condenado.» Puede advertirse cuán diferente es este género de predicación del de los oradores que predi
caban la cruzada en los siglos anteriores.
Casi al mismo tiempo, publicó el célebre Erasmo un escrito sobre si debia ó no hacerse la guerra á los
turcos (2). Se encuentra en este escrito un reflejo deesa filosofía soñadora y recelosa que formaba el espí
ritu de la reforma, pero Erasmo se abandonad él con menos violencia y amargura que Lutero, atribuye

(1) Publicó tres obras sobre este asunto. La primera en 1528, la segunda en 1 520 y la tercera se titula: «Exhortación á la guerra
contra los turcos.» Se ignora la Techa.
12) OMIissima consultatio de bello Turéis inferendo. Frlburgo,1830.
652 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
las desgracias que afligían al mundo á la corrupción de las costumbres y de los án¡mosr y mira los pro
gresos siempre crecientes de los turcos como el único castigo que el cielo reservaba á los cristianos degene
rados. Después de haber pintado a grandes rasgos la tiranía de los bárbaros, Erasmo combate sucesivamen
te á losque querían se hiciese continuamente lu guerra á los turcos y á los que pretendían quenuDca se hicie
se. Erasmo quiere, como Lulero, que todos se preparen á la guerra contra los turcos por la penitencia, quiere
que los principes cristianos se reúnan francamente contra el enemigo común, y no escluye al papa denos
liga cristiana, pero nu puede tolerar á los pastores déla Iglesia entre los combatientes. Un cardenal gene
ral de ejercito, un obispo capitán y un sacerle centurión, le representan la imágen de una estatua compoes-
ta de oro y barro, de un cmtauro medio hombre, medio caballo* El escritor ingenioso recuerda á los prela
dos guerreros el ejemplo de Jesucristo que jamás hizo la guerra, pero que dio al género humai.o la üloso-
íia celeste, instruyó á los que seguían la senda del error, advirtió á los incrédulos, sostuvo á los débiles y
so atrajo con sus beneficios los hombres dignos, lo mismo quo los que no lo eran.
El espíritu de controversia y de secta alteraba cada día mas el carácter y los sentimientos de los pueblos,
crscia la indiferencia por los peligros de la cristiandad y aun por los de la patria, especialmente en Ale
mania, donde parecía mas fácil sostener con brillo las tesis filosóficas y hasta convocar dietas numerosas,
que hacer la guerra y reunir ejércitos. Las disensiones políticas que turbaban el estado y la sociedad habían
engendrado las contiendas religiosas que agitaban el santuario ; en medio de los violentos debates que con
movían el imperio germánico, la Iglesia y aun la autoridad civil proclamada por Lutero, perdieron la au
toridad de acción sin la cual no podía combatirse ventajosamente un enemigo formidable, y era tal el estado
de los ánimos, que los alemanes se odiaban mas entre sí que á los turcos, y coda partido temia menos el
triunfo de los infieles que el de sus adversarios. Los luteranos vacilaban en tomar las armas, recelando
sin cesar tener que rechazar los ataques de los católicos, y estos se hallaban entorpecidos por temor de les
luteranos, de modo que la reforma, que había escitado la continuación de las cruzadas, acabó de estin-
guir el entusiasmo que armó tantas veces el occidente, primero contra los sarracenos y después contra
los turcos. . .
El nombre de las turcos se pronunció aun en las dietas de Alemania y en el concilio de Trento, pero no
se tomó ninguna medida pa ra hacerles la guerra. Desde entonces ya no llamó la atención del mundo cris
tiano lo que pasaba en Hungría y oriente, y el único acontecimiento en que fijó los ojos la Europa fué la de
fensa de Malta contra todas las fuerzas de Solimán.
Esla defensa aumentó ia reputación de la orden militar de San Juan ; el puerto de Malta fué el único
albergue de los buques cristianos en el camino que conducía á las costas deEgipto.de Siria y de Grecia,
y los corsarios de. Túnez y do Argel y cuantos piratas infestaban el Mediterráneo, temblaron al aspecto del
peñasco de Malta y de las galeras donde ondeaba el pendón de la cruz. Esla colonia militar, armada siem
pre contra los fieles, y renovada sin cesar por la nobleza belicosa dé Europa, nos piesenta hasta fines riel
siglo XVIII una viva imágen de la antigua caballería y de la época heroica de las cruzadas. Hemos conta
do el origen de esta orden ilustre, la hemos seguido en sus días de triunfos y en sus desastres mas gloriosos
aun que las victorias, pero no mencionaremos la revolución que la hizo caer, ni por qué acontecimientos
ha perdido esta isla que se te había dado en premio de su valor y que defendió por espacio de mas de dos si
glos contra las fuerzas otomanas y los bárbaros de Africa (1).
Mientras que los turcos se estrellaban ante la islá de Malta, Solimán continuaba la guerra en Hungría, y
murió en las orillas del Danubio en medio de sus victorias contra los cristianos (2). La Europa debía haber
se alegrado de su muerte como lo hiciera en otro tiempo de la de Mahomet 11 ; bajo el reinado de Solimán I,
que fuá el príncipe mas grande de la dinastía otomana, no solamente invadieron los turcos una parte del im
perio germánico, sino que su marina secundada por el genio de Barbaroja y de Dragut adquiría un incre
mento que debía alarmar á todas las potencias marítimas de Europa. Selim 11, que le sucedió, no tenia las
cualidades ni el genio de la mayor parte de sus antecesores, pero siguió sus mismos proyectos de conquis
tas ; los otomanos, dueños de las costas de Grecia, de Siria y de Africa, quisieron agregar á su imperio el rei
no de Chipre que poseían entonces los venecianos.
(I) Bonaparte tomó la isla de Malta en 1798.
(2 Solimán murió en el sitio de Sigeth, en 1566.
;
i

i
LIBRO DECIMONONO.— 1518-1590. 553
El ejército otomano se apoderó, después de un sitio de algunos meses, de las ciudades de Famaquita y de
¡cosia. Lor turcos mancharon sus victorias con crueldades sin ejemplo; los mas esforzados defensores de
i isla de Chipre espiaron en los suplicios la gloria de una resistencia tenaz, y puede decirse que los verdu
gos fueron los que acabaron la guerra. Esta barbarie de los turcos escitó la indignación de los pueblos cris
tianos, y las naciones marítimas vieron con espanto una invasión que tendia á cerrar al comercio europeo
el omino de oriente.
En tan inminente peligro, Pío V exhortó á las potencias cristianas á (ornar las armas contra los otoma
nos. Se formó una confederación en la cual entraron la' república de Venecia, el rey de España Felipe II
y el mismo papa, pronto siempre á dar á sus predicaciones la autoridad del ejemplo (1). Una escuadra nu
merosa, armada para defender la isla de Chipre, llegó demasiado tarde á los mares de oriente, y solo sir
vió para vindicare! honor de las armas cristianas. Esta escuadra, mandada por don Juan de Austria, en
contró la de los otomanos en el golfo de Lepantoen el mismo paraje donde Augusto y Antonio se disputaron
el imperio romano. La batalla que se trabó entre los cristianos y los turccs recordaba en cierto modo el es
píritu y el entusiasmo de las cruzadas ; antes de comenzar el combate, don Juan mandó enarbolar en su
nave el pendón de San Pedro que habia recibido del papa, y el ejército saludó con gritos de júbilo este sig
no religioso déla victoria; los jefes de los cristianos recorrieron las filas en botes, exhortando á los solda
dos á combatir por la causa de Jesucristo, y postrándose de rodillas lodos los guerreros imploraron la pro
tección divina y se levantaron llenos de confianza en su valor y en los milagros del cielo.
No hay en la antigüedad ninguna batalla naval comparable á la de Lepanto, en la que los turcos comba
tían por el imperio del mundo y los cristianos por la defensa de Europa. El esfuerzo y la habilidad de don
Juan y de los demás jefes, la intrepidez y el ardimiento de los soldados y la superioridad de los francos en
las maniobras de los buques y en la artillería hicieron alcanzar á la escuadra una victoria decisiva. Doscien
tos buques enemigos cayeron en poder de los cristianos, ó perecieron en las llamas y en las ondas; los res
tos de la escuadra turca anunciaron la victoria de los cristianos y llenaron de consternación todas las costas
«Je Grecia y la capital del imperio otomano.
Entonces fué cuando aterrado Seliin hizo edificar el castillo de los Dardanelos que defiende aun en el dia
la entrada del canal de Constantinopla. El mismo dia que se dió la batalla, se cayó la techumbre del tem
plo de la Meca, y los turcos creyeron ver en este accidente un presagio de la cólera celeste; el lecho era de
madera, y el hijo de Solimán lo mandó reedificarde ladrillo para que pudiera ser, dice Caulemir, emblema
mas sólido del imperio.
En tanto que los turcos lamentaban de este modo el primer desastre de sus armas, toda la cristiandad
swpo con alborozo la victoria de Lepanto. Los venecianos que esperaban con terror el desenlace de la bata
lla, celebraron el triuafo de la escuadra cristiana con estraordinarios festejos, y para que no se mezclase nin
gún sentimiento de tristeza á la alegría universal, el senado dió libertad á todos los prisioneros, y prohi
bió á todos los subditos déla república llevar lulo por sus parientes ó amigos muertos combatiendo á los
turcos. Se inscribió en las monedas la batalla de Lepanto, y como los infieles habían sufrido la derrota
el dia de Santa Justina, la señoría mandó que este dia memorable seria festivo lodos los años para todo
el pueblo de Venecia (2) .
En Toledo y en todas las iglesias de España el pueblo y el clero dirigieron al cielo himnos de gratitud
por la victoria que acababa de conceder al valor délos soldados cristianos. Ningún pueblo, ningún prínci
pe se mostró indiferente á la derrota de los turcos, y si se cree á cierto historiador, el rey de Inglaterra Ja-
oobo I celebró en un poema la gloriosa jornada de LepaDto.
Como el papa habia contribuido eficazmente al triunfo de las armas cristianas, viose en Roma estallar
la mas viva alegría. Marco Antonio Colonna, que habia mandado las naves del soberano pontífice, fué reci
bido en triunfo y conducido al Capitolio precedido de un gran número de prisioneros de guerra ; se colga
ron en la Iglesia de Ara Caeli las insignias ganadas á los infieles, y después de una misa solemne, Marco
Antonio Muret pronunció ante el pueblo reunido el panegírico del triunfador. De modo que se mezclaban

(I) De Thou, lib. XUX.


(i) Continuación de la Historia eclesiástica del abate Kleury.en el año 1571.
(64 y 68) -JO
531 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
las ceremonias de la antigua liorna y de la nueva para celebrar el valor y las hazañas de los defensores
de la cristiandad.
La misma Iglesia trató de consagrar en sus fastos la victoria ganada h sus enemigos: Pió Y instituyó
una Qesta en honor de la Virgen por cuya intercesión se creia haber vencido á los musulmanes; esta fies
ta debia celebrarse el 7 de octubre, dia de la batalla, bajo la denominación de Nuestra Señora délas Victo
rias (1). El papa decidió al mismo tiempo que se añadieran en la letanía de la Virgen estas palabras : Au-
silio de los cristianos, rogad por nosotros, y que el 8 de octubre se celebrase el oGcio de difuntos por el
descanso de las almas de todos los que habian muerto en la batalla. Seis meses después, Gregorio Xlll ins
tituyó además la tiesta pública del Rosario, que se fijó en el primer domingo de octubre en memoria de
la victoria de Lepanto. Debe notarse aquí que los héroes de las primeras cruzadas no consiguieron nunca
tan grandes honores ; la Iglesia no habia celebrado con tanta solemnidad la conquista de Jerusalen y de
Antioquía; cuanto mas temor infundían los turcos, mas se admiraban sus vencedores; las victorias délos
primeros cruzados habian libertado algunas ciudades de oriente, pero la de Lepanto salvaba la Europa.
Todos los fieles se habian reunido para dar gracias al Dios de los ejércitos, pero muy pronto esta armonía
enteramente cristiana y este sentimiento común del peligro se convirtió en semillero de pasiones rivales.
La ambición, las recíprocos desconfianzas, la diversidad de intereses y todo cuanto habia favorecido hasta
entonces el progreso délos turcos impidió que los cristianos se aprovechasen de su victoria. Los venecia
nos querian continuar la guerra para recobrar la isla de Chipre, pero temiendo Felipe II el acrecenta
miento del poder de Venecia, renunció á la confederación, y abandonada la república veneciana de sus
aliados, se apresuró á pedir la paz, la cual obtuvo renunciando á todas las posesiones que habia perdido
durante la guerra. Estraño resultado de la victoria por el cual los vencidos dictaban la ley al -vencedor, y
que nos demuestra hasta dónde hubieran llegado las pretensiones de los turcos si la suerte hubiese favo
recido sus armas.
La guerra que se términócon la batalla de Lepanto fué la última en que se vió el pendón de la cruz ani
mando á los combatientes.
Después de esta batalla naval, á pesar deque los turcos conservaban la isla de Chipre y habian dic_
ado sus leyes a la república de Venecia, perdieron la ¡dea de que eran invencibles y deque el mundo de
bía someterse á sus armas. Se advierte que desde aquella época la mayor parte de los jefes de los ejércitos
y de las escuadras turcas fueron mas tímidos y tuvieron menos coufianza en la victoria en presencia del
enemigo, y los astrólogos que habian visto hasta entonces en todos los fenómenos del cielo el acrecenta
miento y la -gloria del imperio otomano, no vieron ya bajo el reinado de Selim y de sus sucesores mas
que augurios funestos en el aspecto de los cuerpos celestes. Hablamos asi de los astrólogos, porque sus
predicciones entran por mucho en la política délos turcos. Es probable que estos pretendidos adivinos no
se contentaban con observar los cuerpos celestes, sino que observaban también las costumbres y opiniones
del pueblo y la marcha de los acontecimientos y de los negocios, y por esta razón son tan acertadas-sus pro
fecías y pertenecen en cierto modo á la historia.
No obstante, el espírilude conquista que habia animado tanto tiempo la nación, subsistia aun, y algunas
veces la fortuna halagó con la victoria á las banderas de los otomanos. A fines del siglo XVI los turcos
lleváronla guerra hasta las orillas del Danubio y hasta las fronteras de Persia. Entre los guerreros cris
tianos que volaron en socorro de Alemania debe distinguirse al duque de Mercoeur, hermano del duque de
Mayena, á quien seguia una multitud de soldados que habian peleado contra Enrique IV y que iban á es
piar los crímenes de la guerra civil combatiendo con los infieles. El duque de Mercoeur, á quien el empe
rador Rodolfo habia dado el mando del ejército imperial, ganó repelidas victorias á los otomanos.
Mientras se peleaba en Hungría, el rey de Persia habia enviado una embajada al emperador de Alema
nia y á los príncipes de occidente para escitarlos á formar con él una alianza contra los turcos. Los emba
jadores persas se presentaron al papa y á varios príncipes cristianos pidiéndoles que declarasen la guerra á
los otomanos, y esta embajada unida á las hazañas de los franceses en el Danubio causaron tan viva in
quietud al diván, que envió un embajador al rey de Francia, á quien temia mas que á todos los demás

(1) Véase el continuador de Fleury y Mr. de Thon, lib. L, p. 78Í.


LIBRO DECIMONONO. —1518-1590- 555
príncipes cristianos. El sultán de los turcos pedia en su carta al monarca francés que arreglase una tregua
entre la Puerta y el emperador de Alemania, y llamase de Hungría al duque de Mercoeur, cuyo valor y
pericia daban la victoria á las banderas de los alemanes. En la carta del enviado turco se leian las si
guientes palabras de introducción: «Al mas glorioso, magnánimo y grande señor déla creencia de Jesús
pacificador de las diferencias que sobrevienen entre los príncipes cristianos, señor de grandeza, majestad
y riqueza y glorioso guia de los mas grandes, Enrique IV, emperador de Francia.»
Enrique IV interrogó al embajador otomano y le preguntó por qué temian tanto los turcos al duque de
Mercoeur. El embajador respondió que una profecía acreditada entre los turcos anunciaba que la espada de
los franceses los arrojaría de Europa y derrocaria su imperio. Enrique IV no llamó al duque de Mercoeur;
este hábil capitán continuó peleando contra los otomanos, y después de haberse cubierto de gloria en la
guerra, le sorprendió al regresar á Fracia una fiebre, que según Mezerai, le envió á triunfar al oielo. •
Después de la muerte de Rodolfo II, que habia contenido los ejércitos de los turcos, estalló la guerra que
asoló á Alemania por espacio de cuarenta años. Fué una dicha para la cristiandad que en este largo periodo
la Puerta otomana se hallase ya ocupada en sus guerras contra Persia, ya agitada por las revoluciones del
serrallo, por las sediciones populares y las revueltas de los bajás. El'imperio germánico, la Dinamarca, la
Suecia, los luteranos y los católicos, levantaron mas ejércitos y vertieron mas sangre en los combates, que
la que se hubiera necesitado para arrancar á Bizancio de la dominación de los musulmanes; pero en medio
de las pasiones religiosas y políticas que dividían y agitaban el occidente, á nadie le ocurría la idea de ata
car á los turcos. El papa, á instancias del emperador Fernando II, publicó un jubileo por el triunfo délas
armas imperiales, y poco se falló para que predicase una cruzada contra Gustavo Adolfo y sus aliados.
Cuando iba á terminar esta guerra de treinta años por medio de un tratado que fué como una ley general
de Europa, el cielo permitió que los otomanos renovasen sus hostilidades contra los pueblos cristianos. Ata
caron primeramente la Dalmacia, provincia veneciana, y la isla de Candia ó antigua Creta, importante co
lonia de Venecia, y no tardó en entrar en Hungría un ejército formidable que avanzó hasta las fronteras de-
Mora via y Austria.
El papa Alejandro Vil se ocupó en formar una liga entre los príncipes y estados de la cristiandad, y
se dirigió al rey de Polonia, al de España y especialmente al de Francia implorando su ausilio contra^
los turcos.
Aunque Luis XIV era aliado de la Puerta, accedió á las súplicas del soberano pontífice y envió á Roma-
un embajador encargado de anunciar á Su Santidad que estaba dispuesto á entrar en la confederación cris-
liana. Por otro lado, tos estados del imperio germánico, que eran aliados de Francia, se reunían en Franc
fort y se comprometían á reunir tropas y dinero, prometiendo cooperar con sus esfuerzos á la empresa del
monarca francés en defensa de la cristiandad.
Tan generosas ofertas merecían á no dudarlo la gratilud de Leopoldo, pero el emperador vió con envidia
que los estados germánicos se ponían de acuerdo con un monarca eslranjero mas bien que con el jefe del.
imperio, y no habia olvidado la conducta de Francia en la guerra de los treinta años y en las negociaciones
que habían precedido al tratado de Wesifalia.E! celo que demostraban Luis XIV y susaliados por la cansa co-
muny queibamas allá de lo que esperaba, solo sirviópara aumentar su desconfianza. Es creible que Leopoldo
manifestaría sus temores á la corle de Roma, que habia visto con disgusto las recientes alianzas del reino-
crislianísimo con los príncipes luteranos de Alemania; Alejandro Vil recibió con frialdad las proposiciones
del rey de Francia y dijo á su embajador que no podía cooperar á su empresa, que el rey de España tenia-
reñidas contiendas con Portugal, que el rey de Polonia no se hallaba en estado de entrar en la liga, que el
emperador no manifestaba muclia prisa, y finalmente, que era preciso suspenderlo todo. Cuando se supo en
Roma la decisión unánime de la dicla de Francfort, qne ofrecía alistar veinte ó veinte y cuatro mil hom
bres para la causa de la cristiandad, la corte pontificia recibió con indiferencia y hasta se negó á publicar
esta fausta noticia, que enr otras épocas hubiera sido celebrada con acciones de gracias solemnes en la igle
sia deSanPedro ó de SanJuan de Latran. El rey de Francia no pudo disimular su sorpresa, y se encuen
tra el siguiente párrafo en una carta escrita al embajador francés : «Por lo demás, este asunto atañe mas
al papa que á nosotros, y S. M. tendrá la satisfacción de haber hecho todo lo que podía en peligro tan inmi-
■ente al primogénito déla Iglesia y principal defensor de la religión.»
556 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
Pronto se supo que los turcos avanzaban por el territorio deMoravia. Se propuso reanudar las negociacio
nes, pero la envidia impidió que se tratase de ellas seriamente, y todo dependía de las noticias que se reci
bían de los adelantos del ejército otomano. El tímido Leopoldo negociaba alternativamente con el diván y el
papa, lemiento la invasión de los turcos, pero no temiendo menos deber su salvación á los abades deseosos
de defenderle.
Los turcos continuaban avanzando; el emperador de Alemania salió aterrado de su capital, y la inmi
nencia del peligro hizo callar las vanas pretensiones. No pudíendo conseguirse la paz de los otomanos, Leo
poldo consintió en ser socorrido por los príncipes cristianos; Luis XIV, para no herir la susceptibilidad é-
inquietud del emperador, se contentó con enviar á Hugría seis mil hombres escogidos bajo las órdenes del
conde Coligni y del marques de la Feuillade. El papa no quiso permanecer neutral en una guerra contra
^os musulmanes, y concedió al emperador un subsidio de setenta mil florines y la facultad de imponer diez
mos sobre lodos los bienes eclesiásticos en los estados austríacos; proporcionó algunas tropas alistadas en
el estado romano, y empleó en el sostenimiento de esta milicia los doscientos mil escudos que el cardenal
Mazarino había legado en su testamento para la guerra contra los turcos. Reunidos todos los socorros del na-1
da, del rey de Francia y de los demás estados confederados, formaron un ejército de treinta mil hombres,
os cuales unidos al ejército del emperador, marcharon á las órdenes de Montecúculi, y alcanzaron una vic
toria decisiva en las llanuras de Saínl-Gothard. Los otomanos pidieron una suspensión de armas, y las pasio
nes celosas que habían impeJído en un principio que se llevase la guerra adelante con em|>eño, permitieron
al dirán concluir una paz ventajosa.
Los otomanos, libres da este modo de una guerra formidable, pudieron dirigir todas sus fuerzas contra
ja isla y ciudad de Candía que no podía defender Venecia con el ausilio de algunas naves del papa y el va-
or de algunos caballeros de Malta ; pero á pesar de haber enviado la Francia una escuadra y seis mil hom
bres al mando del duque de Beaufort y del duque de Noaillcs, la ciudad de Candía cayó en poder de los
turcos después de un sitio de veinte y ocho meses. Esta conquista enardeció el orgullo fanático de la nación
otomana, y se repitieron desde entonces en las mezquitas los preceptos del Coran que mandan la conquista
de los infieles. Una gran parle de la nobleza húngara, que no podia sufrir la dominación del emperador
Leopoldo, se acogió bajo las armas de Mahomet IV y le incitó á enviar un ejército contra los alemanes; fi
nalmente, los genizaros pidieron en alta voz que se llevase la guerra á las orillas del Danubio, y el ulema
declaró que habia llegado la época de someter á las leyes del islamismo las comarcas mas remolas de
occidente. ■ .
El soberano ponlíGce pidió entonces el ausilio de todos los estados católicos, y se dirigió especialmente á
Juan Sobieski, cuya gloria militar y sus victorias contra los turcos le habian elevado al trono de Polonia.
N o tardó en acudir en defensa de la Alemania amenazada un ejército organizado apresuradamente en el Vis-
tula y el Dniéper. Trescientos mil musulmanes estaban sitiando la capital del imperio; el emperador y su
familia se habian salvado milagrosamente de la persecución de algunos ginetes tártaros al buscar un asilo
en la ciudad de Sintz, y Alemania no tenia mas que un ejército desanimado, el valor del duque de Lorena
y el celo patriótico de los electores de Sajorna y de Baviera. La presencia de Sobieski cambió repentinamen
te el aspecto de la guerra ; los alemanes sintieron reanimarse su valor y se apoderó el desaliento del ejér
cito de los turcos. Toda la provincia de Austria estaba inundada de batallones otomanos, cien mil tien
das se alzaban en las orillas del Danubio, y la del gran visir, según el relato de Sobieski, ocupaba mas
es¡ acio que la ciudad de Varsovia ó de Leopoldo. El presuntuoso ministro de la Puerta otomana confiaba
en este aparato de guerra y fundaba su esperanza en la innumerable multilud de sus soldados, pero este
aparato incómodo y esta multitud tan difícil de conducir fué lo quedió la victoria á los cristianos. El ejér
cito de Sobieski y el del duque de Lorena, á los que se habian reunido las tropas de varios príncipes del
imperio, ascendían apenas á setenta y cinco mil combatientes.
Los dos ejércitos trabaron la batalla el 1 3 de setiembre de 1683. La victoria permaneció poco tiempo
indecisa. «[Bendito sea DiosI escribía oí rey de Polonia después de la batalla. Dios ha dado la victoria á nues
tra nación; le hadado un triunfo tan completo cual no vieron jamás los pasado siglos. Han caido en nues
tro poder toda la artillería, lodo el campamento dé los musulmanes ó infinitas riquezas ; las cercanías de
Vicna están cubiertas do cadáveres del ejército infiel cuyos restos huyen consternados.»
LIBRO DECIMONONO.— 1683. 557
Los turcos fueron perseguidos hasta Hungría, cuyas ciudades y provincias abandonaron. La fama publi
có las victorias de los cristianos, y de todos los países de Europa acudió una multitud de nobles guerreros
ardiendo en deseos de combatir á los infieles (1). En tanto que la flor de los soldados de Alemania y de
otros países de la cristiandad atacaban á los turcos en Hungría, los polacos y los moscovitas llenaban de ter
ror las márgenes del Prulh y la Crimea. Venecia, á instancias del papa, declaró la guerra á los otomanos;
las naves del jefe de la Iglesia y la escuadra de la república recorrieron en triunfo los mares de Grecia y
del Archipiélago. Vióse ondear el pendón de San Pedro y el de San Marcos sobre las murallas de Coron,
de Navarino, de Pairas, de Nicoli, de Romanía, de Corinto, de Atenas, etc.; los turcos perdieron casi toda
la Morea y varias islas; sus ejércitos fueron vencidos y dispersos por todas partes, y dos visires y un gran
número de bajáes pagaron con su cabeza las derrotas del islamismo. Mahomet IV, acusado por el pueblo,
por el ejército y por el ulema, cayó del trono al rumor de tan inmensos desastres, atribuidos á la cólera
celeste y que llenaron de desórden y disturbios todo el imperio. Después de diez y seis años de combales
funestos y revoluciones en el serrallo, los otomanos se vieron reducidos á pedir la paz sin haber vencido á
sus enemigos, la cual hería á la vez el orgullo nacional y las máximas del Coran. El famoso tratado
de Carlowito atestigua las pérdidas que había sufrido la nación turca y la innegable superiodídad de ios
estados cristianos.
En la batalla de Lepanto habia empezado la decadencia de Turquía como potencia marítima, y la derrola
de Viena señaló su decadencia como potencia militar y conquistadora. Los griegos hubieran podido lanzar en
tonces el yugo otomano, pero habían conservado sus prevenciones ó su antipatía contra los Jatinos, y Vene
cia fué causa de que su dominación les pareciese mas insoportable que la de los turcos.,La Hungría,- que du
rante dos siglos se habia defendido de todos los furores del imperio otomano y cuyo territorio habia sido las
Tennópilas de la cristiandad, perdió su independencia y fué incorporada á las posesiones de la casa de Aus
tria. Finalmente, entre los estados que firmaron el tratado aparece el imperio moscovita que tan terribles gol
pes debia descargar undia contra la potencia otomana.
No obstante, Jerusalen en cuyo nombre se habían llevado á cabo tantas espediciones lejanas, no yacia en
el olvido para la Europa cristiana, y en tanto que se combatía para contener las invasiones de los turcos, va
rios peregrinos visitaron la Tierra Santa. Distlnguense entre estos piadosos viajeros el célebre fundador de la
Compañía de Jesús, Federico 111, un príncipe de Radziwill, un duque de Baviera, un duque de Austria, y
tres electores de Sajoaia, entre los cuales se cuenta el protector de Lutero.
Los peregrinos no eran recibidos en Jerusalen por los caballeros de San Juan, pero encontraban la hospi
talidad de loscustodios del Santo Sepulcro, que pertenecían á la regla de San Francisco de Asís. Siguiendo las
costumbres hospitalarias de los pasados siglos, el mismo superior lavaba los piés á los viajeros y les propor
cionaba todos los ausilíos necesarios para su peregrinación, y por una especie de milagro continuo, los mo
numentos sagrados de la religión cristiana tantos siglos defendidos por los ejércitos de Europa, no tenian mas
escudo que los recuerdos religiosos, pero se conservaban en medio délos bárbaros sectarios del islamismo. Al
espíritu de las cruzadas del siglo XI sucedió una resignación pacífica que libertó á la Tierra Santa de los ul
trajes desús dominadores: la ciudad de David y de Godofredose confundió en el ánimo de los cristianos con
la Jerusalen celestial, y cwáo los oradores sagrados decían (2) que era preciso pasar por el áelopara llegar
al territorio de Sion, no se trató ya de estimular el valor do los guerreros sino la caridad y la devoción do
los líeles.

(t) Memorias del mariscal deJBerwick.


(2) Sermón de fray Vicente (véase Calalogus codicum M. SS. Bibliotecas Bernensis, etc., t. p. 79.)
oc«S HISTORIA DE LAS CRUZADAS.

LIBRO XX.

CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LAS CRUZAD.' S.

I.—Espíritu de las Cruzadas.

Hemos]hablado con frecuencia del entusiasmo guerrero, de la devoción belicosa que agitó el occidente, t
examinaremos en esta parle de nuestra obra los sentimientos que animaban á la cristiandad en las guerras
santas. No se trataba entonces de combatir por los reinos de la tierra sino por el del cielo, y las cruzadas no
eran obra de los hombres sino del mismo Dios ; por esta razón no debían juzgarse como los demás aconte
cimientos humanos. En el siglo en que vivimos nos causa admiración la idea qne se tenia entonces de aque
llas guerras lejanas, y la persuasión en que se estaba de que en ellsa se interesaba la gloria divina, de malo
que nuestros buenos antepasados no se atrevhn á consultar su débil razón cuando las espediciones de oriente
engañaban su piadosa esperanza, y no podian comprender los triunfos de los musulmanes. Recuérdese la
desesperación de aquella multitud de peregrinos que iban á reunirse en Siria con los compañeros de Godoíre-
do, cuando supieron repentinamente en el camino que todo el ejército cristiano iba a sucumbir bajo las mu
rallas de Antioquía. La destrucción del mundo hubiera causado menos turbación y desorden en su alma. Nos
resistimos á dar crédito á los cronistas de la época cuando nos representan una multitud de caballeros, de
clérigos y de obispos suspendiendo durante muchos dias las ceremonias religiosas y no atreviéndose á orar ni
á interrogar al Dios de los cristianos, á quien acusaban de haber abandonado su propia causa (1).
Cuando se supieron en Europa los desastres de la segunda cruzada, la Francia se quejó en su dolorde
san Bernardo, que habia predicado la guerra santa, y el cual manifestó con ardorosa elocuencia, en una
apología dirigida á la santa sede, la sorpresa y la tristeza que le causaban las desgracias de los cristianos.
Parecíale que Dios habia juzgado á los hombres antes de tiempo, y que se habia arrepentido de su propia
obra como en la primera edad del mundo. ¿Por qué, decia, no ha perdonado á su pueblo el Señor irritado?
¿Porqué no ha defendidojpa gloria de su nombre? Las naciones infieles que vieron a los hijos de la Iglesia
dispersos por tierras desconocidas y diezmados por él acero ó el hambre, se preguntaban entre sí: ¿JtoW*
está, pues, su Dios? La pasión con que el apóstol déla cruzada creia en la santidad del minislerioque habia
ejercido, le inducia á preguntar á la justicia divina si habia desdeñado sus ayunos y lanzado en el olvido su
humillación y sus ruegos. El elocuente cenobita se asombraba de que Dios no hiciera milagros para confun
dir los impíos, y sin dignarse contestar á los que se negaban á creer en la verdatide su misión, decia al so
berano pontífice : oResponded por mí, responded por vos y por el mismo Dios.»
Iguales sentimientos encontramos en varios escritores de la edad media que han hablado de las cruzadas
y que deben considerarse como los fieles intérpretes de sus contemporáneos; aunque no se espresen con la
misma energía y audacia de convicción que san Bernardo, no por eso merece menos crédito su testimonio.
El autor délos Hechos de Luis VII, después de contar la derrota de los ejércitos cristianos en el Asia Menor,
declara que los juicios de Dios no deben censurarse nunca, «pero que parece, no obstante, eslraordinario a
la débil razón de los hombres que los que odian la ley de Jesucristo hayan vencido á los franceses, nación
piadosa y sumisa á la ley divina.» La Alemania quedó sumida en la consternación con la muerte de Federico
Barbaroja y la completa ruina de un brillante ejército, salido de las orillas del Rhin y del Danubio. Las cró
nicas contemporáneas que cuentan los desastres del ejército imperial, dicen que las almas cristianas no se

(11 Tudebode, Raimundo de Agiles. Roberto el Monje biblioteca de las Cruzadas.)


LIBRO VIGÉSIMO. 559
atrevían á interrogar la voluntad del ciclo, «porque era un abismo donde el espíritu del hombre quedaba
confundido y anonadado;» y un historiador alemán que acompañaba al emperador, temiendo que su deses
peración no parezca que acusa las obras de Dios, se apresura á espresar su resignación con esta reflexión
piadosa: «Dobleguémonos ante aquel á quien nadie se atreve á decir: ¿ Por qué hicisteis esto (4)?»
Pero entre todas las calamidades de las cruzadas, la que causó indudablemente mas sorpresa y dolor en
Europa, fué el cautiverio de Luis IX en Egipto. Según cuentan los historiadores de la época, un gran número
de cruzados abandonaron la religión de Jesucristo para abrazar la triunfante de Mahoma ; la fé de muchos
vaciló en Francia, en Alemania y mas particularmente en Italia; el papa mismo no se atrevía á alzar el velo
impenetrable que parecía ocultar la bondad divina de las miradas de los fieles, y en sus cartas al clero de
Francia y al monarca cautivo, no puede concebir cómo haya enviado Dios tantos males á los que combalian
por su causa. El jefe de la Iglesia temia que la fó de los hijos de Dios pereciera por el escándalo y que el mun
do acusara de severidad los fallos del juez supremo.
Estas quejas misteriosas, estos sentimientos difíciles de esplicar, y que nos recuerdan algunas veces la fa
talidad de los antiguos con sus males inevitables, se reproducían en todas las espediciones desgraciadas. Al
gunas crónicas do los últimos años del siglo XIII, al anunciar que Europa no tenia ya ciudades ni colonias
en oriente, lamentan con amargura tan inaudita calamidad, y seasombrande no encontrar la misericordia de
Dios de acuerdo con su justicia.
No obstante, como era tan difícil persuadirse de que Dios hubiera abandonado enteramente la causa délas
guerras santas, seatribuyeron las desgracias de estas espediciones á los crímenes y la corrupción de los cru
zados. Decían que si Dios permitía que los ejércitos cristianos pereciesen en una guerra emprendida en su
nombre, era para castigar á los hijos perversos, y que los desastres de los soldados de la cruz no debían atri
buirse á la injusticia del soberano que castiga, sino á las iniquidades del pueblo que habia pecado. Cuando se
recordaban á los predicadores de las cruzadas las promesas que habían hecho en nombre del cielo y que no
se habían cumplido, se contentaban estos con invocar el ejemplo de los hijos de Israel que habían perecido
en el desierto. «Al salir de Egipto, decían, Moisés prometió á los hebreos una tierra mejor, pero blasfema
ron contra Dios y contra Moisés su servidor, se entregaron á toda clase de desórdenes, y el desierto fué el se
pulcro de este pueblo indócil , sin que Dios fallara por eso á su promesa (•?). »
Debemos hacer nota r que el afán de justiGcar las cruzadas inspiró con frecuencia á los cronistas pinturas
satíricas, cuya exageración no ha de adoptar la historia imparcial ; pues para confundir á los incrédulos y de
mostrar toda la verdad de los juicios de Dios, se creían obligados á recargar sus cuadros y presentar á los
soldados de la cruz bajo los colores mas odiosos. Lo que mas nos asombra es que los mismos cruzaJos se
acusaban de haber merecido los desastres que esperimentaban por su reprobada conducta; el hambre, las
enfermedades y las calamidades de la guerra despertaban en sus almas los remordimientos de los culpables,
y las austeridades de la penitencia se mezclaban siempre con el sentimiento de sus miserias ; cuando la victoria
volvía, en fin, á vindicar la gloria de sus banderas, y la fortuna se mostraba mas propicia, los guerreros
cristianos se persuadían deque eran mejores, y daban gracias al cielo por haberlos hecho dignos de su mise
ricordia y de sus beneficios.
En las cruzadas infaustas, no solo se acusaba á los peregrinos, .sino también á los cristianos que se habian
quedado en occidente. Según la opinión de la época, Dios habia confiado su herencia á la virtud y á la devo
ción de todos los fieles, y el universo entero era responsable de este sagrado depósito. Cuando se supo en Eu
ropa qne Jerusalen habia caído en poder de Saladino, los fieles acudieron en todas partes á los templos para
acusarse de sus faltas, y la cristiandad no pensó mas que en espiar con el ayuno y la oración la licencia y
la corrupción de las costumbres que habian acarreado la ruina de Sion y el último triunfo de los impíos.
Después de esplicar las desgracias délas cruzadas por la justicia y hasta por la cólera de Dios, las esplica-
ban también por la misericordia divina. Puede leerse en la historia, que los predicadores de la guerra santa
Ja representaban siempre como un medio de convertir los pecadores y poner á prueba la virtud de los justos;
Dios no tenia necesidad, según ellos, del ausilio de los hombres para conquistar la herencia de Jesucristo,

(I) Gualtero Vinisanf (Biblioteca de las Cruzadas).


12) San Bernardo, lib. II, De consideralione.
5G0 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
pero les abria la senda de la salvación y les ofrocia una ocasión Je rescatar sus pecados. Son muy curiosos
para nuestro siglo las razones con que se esforzaban entonces en hacer ver las ventajas de una guerra que ha
bía despoblado muchas coma reas de Europa, pero cuyo verdadero resultado á los ojos de la fé popular era el
de poblar la morada de los ángeles y multiplicar hasta lo infinito el número de los mártires y de los elegidos
ele Dios. Para conocer á fondo la opinión de los pueblos de occidente sobre este punto, es suficiente oir á los
predicadores mas entusiastas de las cruzadas. Debia saberse ; decían, que Dios no aborrece á los que castiga,
que tiene siempre alzada su mano sobre el hijo que ama, y que cuando enviaba los días de su cólera, no es
taban muy distantes los de su misericordia, si el cielo perseguía con penas temporales la ingratitud de sus
hijos ¿no era por salvarlos de los suplicios eternos? La voz de los pontífices se unia á la de los predicadores
para anunciar á los cristianos queel luto y los llantos eran armas invencibles contra las potencias del infier
no; y que todos los guerreros muertos en la cruzada, eran semejantes al oro ensayado tres veces y purificado
siete por el fuego, y alcanzaban el perdón ante el soberano juez. ¿Cómo podrían, dice uno de estos pontífices,
evitar sus manchas los hombres que viven en esle mundo en moradas de cieno; y si no pasasen por el fuego
de sus tribulaciones, cómo podrían presentarse con bastante pureza ante aquel que descubre las sombras y
las manchas en la frente de las estrellas (1)?
En las épocas ordinarias los hombres se ilustran con la adversidad, y raras veces perseveran en lo que se
frustra, pero según \i opinión quese tenia de las cruzadas, eran inútiles las lecciones de la desgracia, y nada
podia debilitar ó desalentar la piadosa ceguedad y la tenaz credulidad de los guerreros de la cruz. La guerra
santa se consideraba entonces bajo un aspecto enteramente espiritual, y sirviéndonos de la espresion de un
antiguo cronista, como un trabajo equivalente al fuego del purgatorio antes de la muerte. Comparábase la
suerte de una cruzada á la de la virtud desgraciada que solo es juzgada y recompensada en la otra vida, v
este espíritu fué el que prolongó durante tantos años el entusiasmo del pueblo de occidente por las guerras
santas.

II.—Humildad cristiana y fraternidad de lot guerreros de la cruz.

Lo quemas asombra en la historia de la edad media es el ver la humildad cristiana unida al heroísmo de
la caballería y á cuanto tiene de mas brillante y glorioso el valor guerrero. El historiador de Tancredo nos
dice que su héroe permaneció mucho tiempo en la inacción por la oposición que encontraba entre las máxi
mas del mundo y las del Evangelio; pero que nada pudo contener su ardor belicoso, cuando habló la religión
y se publicó la guerra santa. Debemos creer, no obstante, queel ilustre caballero conservó algunos de sus
primeros escrúpulos y que el cristianismo le inspiró el espíritu de humildad que manifestó en los combales.
Esta sencillez de corazón que supo unir con los hábitos de los campamentos y el juramento que obligó á
prestar á su escudero de guardarel silencio sobre una de sus victorias, pueden ser considerados como un pro
digio en la misma historia de los guerreros cristianos.
Aunque las cruzadas no nos presentan con frecuencia el fenómeno de una abnegación tan estraña, debe
mos decir, no obstante, que la modestia evangélica fué uno de los caractéres distintivos de estas guerras reli
giosas. No hay mas quo leer los relatos llenos de sencillez que los príncipes y los caballeros de la cruz diri
gían al papa Urbano después de las victorias de la primera cruzada. «Deseamos, escribían, que sepáis cuán
grande ha sido para con nosotros la misericordia divina, y que con el ausílío del Omnipotente nos hemos
salvado de los mayores peligros después de vencer a los turcos.» Anselmo de Ribemont, uno de los mas ilus
tres compañeros de Godofredo, escribía á Manasés, arzobispo de Reims, y contándole los triunfos de los ejér
citos cristianos, le decia : «Los debemos mas á nuestras oraciones que á nuestros propios méritos.» En una
bula dirigida á los fieles para exhortarles á tomar la cruz, el papa Celestino IV decia que la humildad era el
único medio de triunfar de los musulmanes (2). En la cruzada en que los latinos se apoderaron de Constanti-
nopla, es muy curioso ver á los guerreros de occidente humillarse bajo la mano del papa, y escusarse hu
mildemente de la victoria mas grandiosa conseguida por los cruzados. Oliveros Escolástico, que ha descrito
el sitio de Damieta, nos habla de los guerreros de Pisa que trataron de atacar una muralla de la ciudad, y

(1) Carta de Inocencio IV (biblioteca de las Cruzadas}.


(2) Colección de Muratoi i.
LIBRO VIGÉSIMO. 561
hace con este objeto una reflexión en que se piula el espíritu de las guerras santas. «Los písanos, dice, aun
que llenos de valor, no estaban destinados á conseguir la salvación de Israel, porque su objeto se reducía á
conquistar ruidosa fama.»
Nuestras antiguas crónicas creen que el mejor modo de honrar la memoria de Godofredo es compararle
á un león en el campo de batalla y á un cenobita en las acciones ordinarias de la vida. Su negativa de ceñir
una corona en la ciudad de Jesucristo bastaría para darnos una idea justa de la especie de heroísmo que ani
maba al jefe de los cruzados. Esta humildad asombraba a los orientales y les hacia formar una idea elevada
de los guerreros de la cruz. Guillermo de Tiro nos cuenta de un modo interesante la entrevista de los diputa
dos de Samaría con el duque de Lorena que sitiaba la ciudad de Arsur ; el nuevo soberano de Jerusalen re
cibió á los emires sin desplegar ningún aparato y sentado modestamente en un saco de paja ; los jejes dé los
árabes preguntaron porqué tan grande príncipe, que venido de occidente, habia aterrado al Asia, y cuyo brazo
había conquistado un reino poderoso, se mostraba de aquel modo sin escolta y sin pompa, sentado en tierra y sin
tener colgaduras y vestidos de seda. Godofredo respondió que bien podía servirle de asiento la tierra, puesto
que debia ser su morada después de la muerte. Los sama rita nos vieron con la mayor admiración tanta humil
dad unida á tanta gloria, y se retiraron diciendo : « En verdad que este hombre es el que debe conquistar el
oriente y gobernarlas naciones.» Este contraste de la grandeza y de la modestia ha sido siempre objeto de
sorpresa en el mundo, y la historia no puede presentar un espectáculo mas imponente que el del supremo
poder publicando la nada de las humanas grandezas.
Los historiadores de las cruzadas no nos presentan un solo" rasgo de orgullo y de envidia ; solo se encuen
tran al espirar la guerra contra los inGeles, cuando Huníades y Gapistran se disputaron ante el papa el honor
déla victoria de Belgrado. El olvido de su propia fama era indudablemente el mayor sacrificio que podia hacer
á Dios un caballero, y fué una suerte que en las guerras santas no se apagase en los guerreros de la cruz
este espíritu de humildad. Frecuentemente se dividieron por la partición del botín y por la posesión de las ciu
dades y provincias, pero es imposible calcular hasta donde hubiera llegado el furor de la discordia si se hubie
sen dividido también por la gloria. El violento ó impetuoso carácter de Ricardo no está tampoco exento del
heroísmo modesto y piadoso que so advierte en las guerras santas. Conservamos dos cartas que el rey de In
glaterra escribió al arzobispo de Rúen y alabad de Claraval, en las cuales cuenta la célebre victoria que ganó
áSaladinoen la llanura de Arsur ; el héroe victorioso se recomienda humildemente á las oraciones de los fie
les, y sob habla de sí para decir que está herido de una. flecha, quodam pilo (1).
Para apreciar este ejemplo de humildad cristiana es necesario remontarnos á la época de las cruzadas ; en
nnsiglo en que lodo poder procedía de la espada, y en que la cólera y el orgullo hubieran podido arrastrar á
los guerreros á todos los escesos, qué prenda de seguridad mayor podia existir para la humanidad que el ver
la fuerza humillada de este modo? Uno de los historiadores modernos de la Gran Bretaña compara á Ricardo
con el turbulento Aquiles, pero esta comparación no es exacta ; se sabe que la humildad, tal como nos la en
seña el Evangelio, no era una virtud de los héroes de la antigüedad ; las epopeyas en qne son celebrados nos
las muestran llenos siempre deostenlacion, insultando sin cesar á sus enemigos, ensalzando sus propias ha
zañas, y el mismo piadoso Eueas esclama mas de una vez en el campo de batalla que su fama ha su
bido hasta los astros. Este sentimiento brutal de la fuerza y este orgullo del acero, solo indican iaspa-
siones de un siglo bárbaro, y bastaria tai vez comparar los héroes de la Jlíada y de la Eneida con los héroes
celebrados por el Tasso y por nuestros sencillos cronistas para saber cual debia ser la superioridad de la ci
vilización moderna sobre la de la antigüedad pagana.
Otra do las virtudes délos cruzados es ehseutímiento de la fraternidad, sentimiento que les mostraba
como hermanos á los cristianos de oriente, y que debia estrechar los lazos que los unian y aumentarse en
presencia de los infieles y en medio de las miserias y los peligros de una guerra lejana. Los oradores de
las guerras sanias predicaban sin cesar la fraternidad evangélica y los mismos reyes y príncipes daban el
ejemplo. Ricardo espuso su vida varias veces para salvar la de los soldados cristianos, y estos rasgos de
generosidad hacen olvidar los actos de barbarie que empañaron su gloria. Un príncipe de mas piedad y ca
ridad cristiana que Ricardo, se dedicó con no menos brillo pero con mas virtud á salvar los cruzados que

(l) Benito de Petcrborough (Biblioteca de las Cruzadas].


U
502 HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
lo habían seguido n oriente. Hemos contado la respuesta admirable de Luis IX á los que le exhortaban ú
embarcarse en el Nilo en tanto que los guerreros abrumados de cansancio y desesperados regresaban a Da-
miota; cuando este príncipe esperaba en Túnez, ocupaba aun su mente la suerte de sus compañeros de
armas. ¡¿Quién volverá á conducir á Francia el pueblo que he Iraido aquí ? tales fueron las últimas palabras
del santo monarca.
Siempre que los cruzadas partian de Europa, sus jefes les prometían traerlos á su país y velar por ellos
durante la peregrinación. Desgraciados délos que no cumplían su promesa, pues eran acusados ante Dios
y ante los hombres da falta de fó y de caridad. Uno de nuestros antiguos cronistas, al contar la historia de
las cruzadas, admira la magnanimidad de los grandes de la tierra, que se sacrificaban por sus soldados y
sus servidores, pero no se sorprende cuando recuerda que nos ha dado el ejemplo Jesucristo, el Señor y el
Salvador del mundo (1).
No existía ninguna ley que castigase la deserción de los cruzados, pero la opinión general de los cristia
nos la condenaba como una acción infame. Para conocer sobre este punto los sentimientos de los contem
poráneos, es preciso leer lo que dice el abad Guiberto á Pedro el Ermitaño al acusarle de haber abando
nado á los cruzados en medio de los horrores del hambre : «Redúcete á alimentarte con la yerba de los ga
nados, esclama el nuevo historiador; cuandoarengabasá los pueblos no los convidabas a un festín; confórmate,
pues, A lo que han dicho y dá ejemplo ó tus hermanos en Jesucristo.» La historia conlemparánea vacila
en nombrar los caballeros que desertaban de la bandera de los peregrinos, porque estos felones caballero»
estaban borrado? del libro de la rids.
Si los jefes de las cruzadas mostraron tanta adhesión á sus soldados, no menos mostraron estos á sus je
fes. Cada división de cruzados presentaba la imágen de una verdadera familia. En las guerras ordinarias,
el soldado no toma masque una parle muy débil en los intereses de la causa que defiende, pero en una guer
ra cuyo único objeto era el triunfo de una creencia, todos los que combatían tenian los mismos temores,
las mismas esperanzas y hasta la misma ambición. Esta comunidad de intereses y de sentimientos daba
mucha fuerza á los ejércitos de la cruz, y unía en el campo de batalla, no tan solo á los jefes y los solda
dos, sino hasta las naciones opuestas entre si por las costumbres, el carácter y el lenguaje. «Si un bretón,
un alemán ó cualquier otro, dice un historiador que se encontraba en la primera cruzada, quería hablar
me, no sabia responderle, pero aunque divididos por la diferencia de lenguas, parecía que na formábamos
mas que un pueblo, á causa de nuestro amor á Dios y de nuestra caridad para con el prójimo (2J.» En el
sitio de Ni sea y en el de Antioquía, todo era común entre los innumerables soldados de la cruz. Los cro
nistas de Alemania se complacen en describir el espíritu de paz y de caridad que reinaba en el ejército de
Federico Barbaroja al cruzar las provincias del imperio griego. Es indudable que los ejércitos cristianos no
ofrecian siempre este espectáculo edificante, que estallaron horribles discordias bajo las banderas de los cru
zados, pero no por eso dejó de subsistir el sentimiento de la fraternidad en el fondo de los corazones. Para
apreciar el carácter de los cruzados, basta recordar los discursos de los prelados y de los sacerdotes encar
gados de inspirarles las virtudes evangélicas y la facilidad con que se hacían oír lor santos oradores, cuando
les hablaban del olvido de sus injurias.
¿Qué hubiera sido del desventurado pueblo de los peregrinos sin el ausilio de los sentimientos genero
sos? En esto debemos admirar la Providencia que pone siempre el remedio al lado del mal, y que envia
al hombre en sus miserias las virtudes necesarias para sobrellevarlas. Estos sentimientos fraternales resul
tan con toda su sensillez en una carta dirigida á los fieles de occidente por los peregrinos de Jerusalen, en
la que les recomendaban los cruzados que regresaban á su patria : «Os suplicamos, les decían, por nuestro
Señor Jesucristo, que nunca nos desamparó y que nos ha salvado de todas nuestras tribulaciones, qne
mostréis vuestro reconocimiento á los hermanos que vuelven á vuestro lado, que les hagáis bien y que les
paguéis lo que les debéis á fin de haceros mas agradables á Dios.»
Sentimos que la historia no haya hablado con mas detención de los últimos momentos que los guerreros
de la primera cruzada pasaron juntos en Jerusalen, y del pesar desgarrador que debió acompañar su sepa-

(1) Odón de Deuil (Biblioteca de las Cruzadas).


¡s) Foulchcr de Chartres (Biblioteca de las Cruzadas).
LIBRO VIGESIMO. 503
ración. Loa que partian pedian el recuerdo y las oraciones de sus compañeros de armas, custodios del San
to Sepulcro, y estos les contestaban con los ojos bañados en lágrimas: «No olvidéis jamás á vuestros her
manos que quedan en el destierro.» Estos sentimientos recíprocos de los cruzados ¿no anunciaban de ante
mano los lazos de fraternidad y las relaciones de familia que debían unir durante dos siglos á los pueblos de
Europa con las colonias cristianas de oriente ?

III.—De la superstición y de la magia en las cruzadas; de la credulidad de los cruzados.

Hemos hallado con frecuencia en nuestra historia de las visiones y de los milagros que inflamaban la
devoción y el valor de los cruzados. Su credulidad era tal vez escesiva, pero es preciso confesar que no
tenia nada de vulgar; un terremoto, una aurora boreal, un cometa, un eclipse de sol ó de luna eran á sus
ojos advertencias ó señales por los cuales Dios les manifestaba su voluntad. En los peligros de la guerra
creían ver con frecuencia los santos y los ángeles bajando del cielo y mezclándose en sus filas para comba
tir á los enemigos de Jesucristo ; pues como los peregrinos estaban persuadidos, como hemos dicho ya, do
que el poder divino debería intervenir sin cesar en favor de la causa que defendían ó creian defender, esta
persuasión basta para demostrarnos cuan noble y elevada era su superstición.
Sise lee con atención la historia de las cruzadas asombra que la magia haga un papel tan principal en
la Jetusalen libertada. Vamos á recordar todos los hechos que pudieran inspirar al Tasso la idea de usar
de este género maravilloso. La mayor parte de los cronistas y hasta los novelistas del siglo XII (1) están
acordes en hablarnos de la madre de Kerbogath, sultán de Mosul ; esta princesa, nos dicen, que vivió
mas de un siglo, se vanagloriaba de penetrar en lo venidero, y anunció á su hijo las desgracias que le ame
nazaban si combatía á los cruzados. El príncipe le preguntó cómo sabia que iba á ser vencido y que debía
morir aquel año : alie contemplado, le respondió, el curso de los astros, he consultado las entrañas ele
los animales y he practicado sortilegios;» é insistiendo ella en su presagio, el feroz Kerbogath replicó :
«Madre, no me habléis de ese modo porque los francos no son dioses y quiero pelear con ellos.» Dióse
la señal de la batalla, y la princesa musulmana fué á ocultar su desesperación profética en los muros
de Alepo.
Algunos historiadores cuentan otro hecho de la misma época. Durante el sitio de Jerusalen, se asoma
ron dos mujeres á las murallas de la ciudad y trataron de destruir el efecto terrible de una máquina do
los cristianos por medio de signos misteriosos: «Guando dieron principio á su profano conjuro, dice la cró
nica de Raimundo de Agiles, una enorme piedra lanzada por la máquina las derribó en tierra y sus almas
fueron enviadas al infierno de donde habían salido.» El último ejemplo que nos presenta la historia es re
lativo á los dias que precedieron á la batalla de Tiberíades. Una esclava siria fué sorprendida montada en
una jumenta, invocando contra el ejército cristiano el poder de los sortilegios y maleficios; cuando fué in
terrogada, no ocultó su criminal proyecto ; la arrojaron en una hoguera, de donde salió sin que le causa
ran daño las llamas, y fué preciso matarla con el hacha (2). Hé aquí los únicos ejemplos de magia que
nos han trasmitido los historiadores de las cruzadas. Dejamos á nuestros lectores la tarea de juzgar si el
cantorde Godofredo traspasó los límites de la verosimilitud en la pintura, por otra parte laa poética, que nos
hace de los encantos de Ismena y de los hechizos de Armida.
Leemos en Odón de Deuil que habiendo visto los cruzados alemanes en Nicópolis un hombre que juga
ba con serpientes, lo tomaron por mágico y lo hicieron pedazos, lo cual prueba al menos que los soldados
de la cruz no respetaban mucho la magia ni á los que la ejercían. Gilon, autor de un poema histórico
sobre la primera cruzada, nos cuenta que en el sitio de Nicea los cruzados hicieron una procesión en tor
no de la ciudad arrojando agua bendita en las murallas; los musulmanes creyeron que los sitiadores que
rían apoderarse déla plaza por medio déla magia, y efectuaron una salida para contener los efectos del
sortilegio, y el poema añade que los cristianos se irritaron de tal modo contra los infieles, que vengaron
con la sangre de sus enemigos el ultraje que creian haber recibido su religión y sus divinos misterios.

(I) Tudeboda, Raimundo de Agiles, Roberto el Monje, el autor de la novela de Godofredo, etc. (Biblioteca de las Cruzadas),
(i; Bernardo el Tesorero .Biblioteca de las Cruzada*,).
56 i HISTORIA DE LAS CHUZADAS.
Por lo que acabamos de decir no debe deducirse que se desconociera entonces la magia en Europa, pero.
basta para probarnos que no siguió á losj cristianos á las guerras santas y bajo las banderas de la cruz.
Todo el mundo sabe que en la época de las cruzadas el occidente se entregaba á las mas torpes supersticio
nes; en tanto que el cielo prodigaba sus milagros á los ojos de la crédula multitud, el inGerno hacia tam
bién sus prodigios, v según las creencias populares, el demonio dirigía el arte tenebroso de los hechizos v
de los sortilegios. No había d¡a ni sitio alguno en que el siniestro mensajero del infierno noapareciese. acont-
paiíadodc sus engañosos prestigios, ya para seducir la debilidad humana ó para disputar al ángel custodio el
alma de un moribundo, ya para descubrir á los hombres algunos secretos vergonzosos ó para favorecer l.is
empresas de los malvados. Los anales de la eJad media no tienen un solo capítulo en que las tentativas dt\
espíritu de las tinieblas no se halle mezclado con los acontecimientos políticos y religiosos ; no obstante, la
historia contemporánea no habla jamás de la aparición del demonio entre los peregrinos de Jerusalen. Solo
un cronista cuenta que en la época de la primera cruzada un caballero de Picardía habia hecho un pacto
con el diablo para vengar la sangre de su hermano muerto en un combate, y que después de haber lograiío
lo que deseaba, este caballero solo pudo librarse de la presencia del espíritu infernal lomando la cruz del»
santa peregrinación. La misma crónica añade que el noble picardo se puso en camino con los demás cru
zados, y que no se presentó el diablo durante lodo su viaje, pero que cuando el peregrino regresó á sus
lugares después de la conquista de Jerusalen, vió reaparecer al momento al que no da nunca mas que con
sejos criminales. Citamos este hecho tan eslraño porque pinta por si solo el género de superstición de los
peregrinos do la Tierra Santa.
Debe causarnos en el dia admiración la ausencia de los demonios en una multitud como la de los cruza
dos, pero vemos en la historia que los soldados de la cruz lenian otras ideas y preocupaciones; su imagina
ción estaba escitada por otros muchos y mas grandiosos espectáculos, y si nos es permitido este lenguaje, di
remos que el diablo era demasiado pequeño para Ggurar en el inmenso teatro y entre las escenas gigantes
cas de las guerras de ultramar.
Al principio de este capítulo hemos hablado de los grandes fenómenos de la naturaleza y de las apari
ciones celestes que en el curso de su peregrinación llamaron la atención y escílaron el entusiasmo de los cru
zados. Al llegar á Siria ¿qué espectáculo mas propio para herir sus ánimos que el de los lugares que debían
conquistar? ¿qué prestigio de la magia podia producir el mismo efecto en corazones religiosos que el aspec
to del vatle de Josafat, del monte Sion y de los peñascos del Calvario? Los himnos que entonaban sus sa
cerdotes recordaban sin cesar á los cruzados el objeto de su santa espedicion ; cuando les repelían las pala
bras de los profetas dirigidas á los elegidos de Dios, en los mismos sitios donde habían sido inspiradas, do
habia un peregrino que no se aplicase el sentido de las divinas profecías y que no se persuadiese He que el
Eterno marchaba delante para cumplirlas promesas de la Esc rilura. En esta creencia y no en las ideas de
una superstición mezquina y vulgar debe buscarse el carácter y el móvil de las cruzadas.
Las crónicas árabes cuentan menos apariciones sobrenaturales que las de occidente ; no obstante, los mu
sulmanes lenian también sus potencias celestes que acudían en su ausilio en los peligros de la guerra. El his
toriador Kemal-eddin, al contar la derrota de Roger principe de Antioquía, habla de un ángel vestido dever
de que ahuyentó el ejército de los francos é hizo prisionero á uno de los jefes. Boha-eddin cuenta que una le
gión descendida del cielo entró durante la noche en la ciudad de Tolemaida sitiada por Felipe Augusto y Ri
cardo Corazón de León ; se lee en el mismo historiador que después de la matanza de los prisioneros musul
manes mandada por Ricardo en la llanura de San Juan de Acre, los mártires del islamismo enseñaron á sus
compañeros, á quienes fuéron á visitar, las gloriosas heridas que habian recibido, y que les contaron las
delicias que Ies esperaban en los jardines del paraíso. En el sitio de Margat, el ejército del sultán vió apare
cer los cuatro arcángeles y que los musulmanes acostumbran á implorar en los peligros, y cuya celestial
falange animaba el valor délos sitiadores (1).
Nuestras crónicas latinas invocan algunas veces el testimonio de los prisioneros musulmanes cuando cuen
tan la aparición de los santos y de los moradores del cielo, pero es cierto que los cautivos entregados á la mi
sericordia de los cristianos tratarían de lisongear la credulidad de sus vencedores. De esta suerte, después de

(1) Estrado de los autores 6rabes (Biblioteca de las Cruzadas) .


LIBRO VIGESIMO. ' 565
l;i batalla de Dorilea, los turcos que estaban en poder de los francos decían que habian visto la milicia celes
tial combatiendo con los soldados de la cruz ; y en el sitio deDamiéta, los infieles que cayeron prisioneros en
la torre del Nilo pidieron que les enseriasen los hombres vestidos de blanco que habían peleado contra ellos
con valor sobrenatural y con armas desconocidas. Los sitiadores creyeron entonces que la milicia del cielo-
se había mezclado con los soldados cristianos, y este pensamiento los llenó de alegría.
El traidor Firoo que entregó á Antioquía á los cruzados, tratando de granjearse la confianza1 de Boemun-
do, lo preguntó un dia dónde estaban acampados loásoldados milagrosos que se veían con frecuencia comba
tiendo con los francos, y si hemos de creer al monje Roberto, el príncipe de Tárenlo no supo qué contestar
y envió á Fíroo á su capellán, que le esplicóque los ángeles y los santos bajaban del cielo en ausilio de los
soldados de Jesucristo. No obstante, algunos cronistas acusan á los infieles de incredulidad. Pocos días ante»
de la batalla de Antioquía cayó una llama celeste en el campamento de los turcos, en lo cual vieron los cris
tianos un signo milagroso del poder divino que se declaraba en su favor, pero los musulmanes se obstinaron
en no reconocer el milagro, según dice Roberto el Monje.
La credulidad de los cruzados contribuyó á que fueran gobernados y conducidos mas fácilmente, y ayu
dó á los jefes á conservar la disciplina y á reanimar el valor de los soldados. Cuando los cruzados perdieron
al obispo de Puy, que los guiaba cual otro Moisés, su devoción supersticiosa creyó con frecuencia volverle á
ver en medio de los peligros, y las crónicas cuentan que se apareció en el sitio de Marah y en el de Arehas
animando á los soldados de la cruz. Para formarse una idea de los prodigios originados por la apasionada
credulidad de los peregrinos, basta recordarla desastrosa situación de los cruzados encerrados en Antioquía;
creyeron que acudían en su ausilio las potencias celestes ; una lanza descubierta milagrosamente les pare
ció un arma invencible que el mismo Diosles enviaba para dispersará sus enemigos, y fuertes con esta
creencia, triunfaron al fin del hambre, de la desesperación y déla innumerable multitud de los musulma
nes. Si la suerte de las armas colocara en igual posición un ejército compuesto de soldados mas ilustrados
y menos crédulos, solo pensarían en la imposibilidad de salvarse y en la necesidad de morir, y perecerían
todos miserablemente. ¿Esta consideración no debe inducirnos á perdonar á los soldados de la cruz su
cscesiva credulidad?

IV.—Barbarie de los francos en ¡as cruzadas .—Costumbres y moral de las cruzadas.

Préscindiendo del objeto y espíritu de una cruzada, es muy raro que los hombres se perfeccionen en
medio de los campamentos y en una multitud sobre las armas, y que la moral vea triunfar sus máximas
eternas. Los cruzados estaban tan persuadidos de que la guerra santa equivalia á todas las virtudes, que
con frecuencia se entregaron á los mayores escesos, bajo la idea de que Dios debia perdonarlos ó permi
tírselo todo. Hemos visto varías veces á las turbas de peregrinos talando el pais que cruzaban, y conti
nuando su camino cargados de despojos y repitiendo el proverbio de Salomón.- Los bienes del pecador están
reservados para el hombre justo. Dedicados esclusivamenle á las prácticas mas minuciosas de la religión, Iqs
daban mucha mas importancia que á la moral evangélica ; de modo que al hablar Alberto de Aix de algu
nos cruzados que se entregaban al robo en Hungría, les acusa sin amargura de haberse apoderado de los
bueyes y carneros de los habitantes, pero lo que no les perdona es el haber comido la carne de estos anima
les en los dias que la Iglesia dedica á la abstinencia (1).
En aquella guerra de eslerminio, la historia se lamenta del olvido del derecho de gentes y del desprecio de
la justicia y de la fé jurada. Las crónicas contemporáneas solo nos hablan de Firoo, que entregó á Antio
quía á los cristianos, llamando su traición una brava traición y á él un traidor erforzado. El odio que ani
maba á los cruzados contra los musulmanes, unido á la idea de los males que habian sufrido, ensangrentó
con frecuencia sus triunfos, y olvidaban de tal modo la moral del Salvador de los hombres, que la s.mgre de
sus enemigos les parecía una ofrenda agradable al cielo.
Los griegos que habian visto tantas veces á los cruzados en su territorio y que tanto sufrieron con sus
violencias, los acriminan en todas sus crónicas, a ¡Cuantos males, dicen, nos han causado esos hilinos con

[♦) Alberto de Aix


5GG HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
sus cascos de bronce, sus cejas elevadas, su barba rasa, su animo altivo', su inhumano carácter, sus na
rices en que respiraba la cólera y su lenguaje brevo y animado!» Los griegos juzgaban de este modo á los
latinos no por sus escesos sino porque se creían superiores por sus luces, y los turcos que no tenían esta
idea de superioridad, no juzgaban la conducta ni el carácter de los peregrinos de occidente, despreciaban
como todos los b.írbaros la debilidad que podían oprimir y solo apreciaban la fuerza que podía vencerlos, sin
esperímentar mas que odio contra los cristianos y temor ú orgullo de la victoria.
Cuando los musulmanes en la primera cruzada, vencidos y dispersos por los francos, no tenían mas asilo,
según la espresion oriental, que el vientre délos gavilanes y el lomo de los camellos, se lamentaban de este
modo de sus derrotas: «¿Qué pueblo podrá resistir á una nación tan tenaz y tan cruel que no cede en su
empresa ,por el hambre, por la sed, por el acero ni por la muerte y que se alimenta de carne humana (<)!
La barbarie de los cruzados se compensa con escenas que presagiad una época mejor; si eran crueles con
sus enemigos, fueron con frecuencia admirables entre sí, y la historia contemporánea se complace en recor
darnos el espíritu de justicia, la caridad evangélica y los nobles sentimientos que animaban á los peregri
nos bajo las banderas de la cruz. El respeto á la propiedad y la probidad escrupulosa que dirigía la mul
titud confusa y miserable de los peregrinos, deb.en causar admiración á nuestra sociedad moderna; hemos
hecho notar que en medio de la m3s espantosa miseria y subsistiendo de raices y de yerbas del campo, los
cruz idos no envidiaban á los que tenian víveres, y permanecieron siempre sumisos á las leyes y tranquilos
ante los víveres amontonados por la avaricia (2).
■ Los cruzados no supieron preservarse igualmente del libertinaje y de los vicios originados por el clima
de oriente. Se sabe que todos los que lomábanla cruz no iban á Jerusalen para hacer penitencia,}' san
tificar su vida ; un gran número de cenobitas abandonaron sus claustros á pesar de las prohibiciones
del papa, y las virtudes de la soledad no los acompañaron siempre en su peregrinación. Recuérdese el
ejemplo de aquel monge que durante el sitio de Anlioquía fué sorprendido con una religiosa y que recibió
un castigo digno de su crimen ; Alberto de Aix nos habla de una religiosa de Tréveris acusada de haber
tenido trato infame y abominable con un turca, y que después de haberse presentado en el campo de los cris
tianos, volvió al de los inGeles arrastrada por su vergonzosa pasión (3).
Sí los] monjes habían partido á Jerusalen para eximirse de la disciplina, muchísimos seglares se alista
ban bajo las banderas de la cruz con el único designio de verse libres de los deberes y de la uniformidad
de la vida doméstica, de modo que desde los primeros años de las guerras santas los doctores de la Igle
sia condenaban al marido que partiese ú oriente sin el consentimiento de su mujer, ó á la esposa sin el
consentimiento del esposo; pero no lardó en relajarse esla severa moral, y temerosa la misma sania se
de de que so disminuyera el número de los peregrinos, dejó entera libertad á los casados que lomasen
la cruz.
A pesar de la corr.upcion que reinaba entre los cruzados, son frecuentes en las guerras santas los mode
los de costumbres cristianas, y nada caracteriza mejor el espíritu móvil del pueblo cruzado que sus sábila
transiciones de la piedad al olvido de la moral, y del esceso del vicio á la virtud mas austera. Hemos vis
to en nuestra historia á los peregrinos hundidos en el desórden en el sitio de Antioquía, pero las calami
dades, un terremoto, un fenómeno en el cielo, las predicaciones del clero y las amenazas de la religión y
del clero conmovian repentinamente sus corazones, y la multitud mas disoluta se convertía en un pueblo
sumiso y religioso.
La presencia de las mujeres en las cruzadas fué una de las causas de la corrupción de los soldados cris
tianos. Gualtcro de Vinisauf considera á las mujeres, en aquellas lejanas espediciones, como el manantial de
to los los crímenes. Leemos en una carta escrita por el fraile Luis Marcilli á una señorita llamada DoimciUo,
que el diablo oía con sumo placer la predicación de una cruzada, aporque en la peregrinación de la «ruz
una multitud de nobles damas se convertia en cortesanas y millares de doncellas perdían su inocencia-
Los crónicas atribuyen casi siempre las desgracias de los cruzados á la justicia de Dios, irritado con la li

li) Raimundo de Agiles.


Estrado de Gualtcro Vinisauf.
Alberto de Aix Biblioteca de las Cruzadas
LIBRO VIGESIMO. ' 5C7
cencia de las costumbres. Varins veces los obispos prohibieron la peregrinación á la mujeres desús dióce
sis á causa de los pecados que se cometían en el camino de oriente. Una novela en verso del siglo XIII nos
cuenta que el caballero de Coucy se decidió á tomar la cruz porque la hermosa Grabirla de Vergy debía ir
á Palestina. «Cuando estéis en oriente, decia á su señor el escudado Gobert, veréis mas fácilmente á vues
tra dama que en el condado de Fayel (1).»
Y no solo producía la corrupción de las mujeres que seguían á los cruzados, sino de las que formaban
parle del botin ganado al enemigo, siendo notable el hecho de Guillermo Larga Espada que sorprendió en
un castillo cerca de Alejandría un gran número de damas musulmanas que llevó en triunfo al ejército cris
tiano. Esta especie de hotin serviría sin duda para surtirlos lugares de prostitución establecidos, según Joinvi-
lle, á un tiro de piedra de la tienda del rey.

Y.—De h multitud que seguían á los cruzados. — Legislación de las cruzadas.

Las cruzadas, especialmente la primera, nos presentan el espectáculo de todo un pueblo que se traslada
de un pais á otro. No todos los peregrinos llevaban armas y combatían ; en pos de los soldados de la cruz
seguía una multitud inmensa de trabajadores, comerciantes, mendigos, clérigos, frailes, mujeres y hasta ni
ños de pecho. Un historiador del siglo XII nos describe la multitud de que hablamos, poniendo estas pala
bras en boca de las mujeres, los enfermos y los ancianos que partían á oriente : «Vosotros combatiréis á los
infieles, decían á los guerreros, y nosotros padeceremts por la causa de Jesucristo.» Efectivamente, mien
tras los guerreros de la cruz peleaban ó se preparaban al combate, la multitud de los peregrinos se ponia
en oración, hacia procesiones ó asistía á las predicaciones del clero. Durante la terrible batalla dada al sul
tán de Mosul, los vemos en las murallas de Anlioquía alzando sus manos al cielo, entonando cánticos de
victoria é implorando el ausílío del Dios de los ejércitos. Durante el sitio de Damieta, mientras se daban los
asaltos á la ciudad, una turba innumerable de cristianos se reunían en la orilla del Nilo, llevando la cruz
de Jesucristo y repitiendo las oraciones belicosas de los obispos; y ya con los ojos bañados en lágrimas y la
voz ahogada por el temor, se prosternaban en silencio en el polvo, ya se entregaban á la alegría y cele
braban con sus aclamaciones el triunfo de los combatientes. En el intervalo de las batallas se veia la mul
titud de los cruzados dispersos por llanuras y montañas buscando víveres y arrastrando las emboscadas de
los musulmanes. Todo cuanto veian, todo cuanto oían en lospaises desconocidos escilab;» el entusiasmo de
los peregrinos; la miseria, las enfermedades y el cansancio los hundían con frecuencia en la desesperación,
cuyo estado exaltaba hasta el estremo los ánimos. De aquí el origen de los prodigios sin número que se
contaban todos los días en los campamentos y que adquirían fácilmente crédito entre la multitud ociosa ,
ignorante y apasionada (2).
La mayor parle de los cronistas que cuentan los hechos de las primeras cruzadas, pueden considerarse
como fieles intérpretes de esta multitud, porque por su carácter de monjes y eclesiásticos, no combatían y
se hallaban confundidos con los peregrinos desarmados. Raúl de Caen, escritor seglar y caballero, espresa
mejor el carácter particular de los guerreros de la cruz, pero es menos pródigo de visiones y de hechos mi
lagrosos que Raimundo de Agiles, el monje Roberto y el capellán de Balduino.
La multitud que seguia á los cruzados era mas desgraciada que los demás peregrinos, pues no podia de
fenderse en los peligros y raras veces se aprovechaba de la victoria. En el esceso de las calamidades que
persiguieron á los cruzados, vióse á muchos olvidar su fó para encontrar un asilo entre los musulmanes,
pero la mayor parle ofrecían sus tribulaciones á Jesucristo y permanecían fieles á la causa desgraciada de
la cruz. Dice un testigo ocular, que acompañaba á los alemanes conducidos por Federico I, que muchos
de ellos recitaban el Credo en alta voz abrumados por el hambre, el cansancio y las enfermedades, no pu-
diendo seguir al ejército, y se arrojaban en tierra casi moribundos, con los brazos en cruz, esperando la
muerte en nombre del Señor. «Auque no estábamos lejos de ellos, añade el historiador, los enemigos que
nos seguían les cortaron la cabeza y les hicieron alcanzar la palma del martirio (3).» Tal era la mulli-

M ) Estracto de la novela del castellano do Coucy (Bibl ioteca de las Cruzadas).


(S) Raimundo de Agiles, Roberto, Tudeboda, etc.
(3) Ansberg ¡Biblioteca de las Cruzadas).
CG3 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
tud de los cruzados <|iie parecía no haber partido de occidente mas que á morir por Jesucristo, en UdLj
que -los príncipes y los barones que los conducían solo abrigaban la ambición de conquistar el Asia.
Odón do Deuil dice que los peregrinos sin armas impedían á los guerreros cristianos el combate y ofrecían
una presa fácil á los barbaros, de modo que cuanto mas se disminuía su número, eran mas temibles l«
ejércitos de la cruz.
Los Assises de Jerusalen, eso precioso monumento de la legislación de la edad media, inspiró á Xuis IX
|a uIjj de dar leyes á su reino, y la historia se complace en notar que la civilización principió también
para Europa en los mismos lugares de donde nos había venido la fé cristiana. No hablaremos aquí de tas
eyes quo regían la Tierra Santa, sino de los reglamentos establecidos para los cruzados durante las espe-
diciones de oriente, lo cual es difícil de averiguar con certeza por la escasez de documentos.
Odón de Deuil nos dice que se redactaron reglamentos para la segunda cruzada, pero que no se cum
plieron, y declara por consiguiente que no hablará de ellos. Alberto de Aix cuenta que en el sitio de Anlio-
quía, persuadidos los jefes del ejército deque los males que se sufrían eran causados por los pecados de
los peregrinos, establecieron leyes para reprimir los desórdenes y castigar los culpables. En la tercera cru
zada, el rey de Francia y el de Inglaterra señalaron penas rigurosas contra los desórdenes y los crímenes
de los peregrinos alistados bajo sus banderas. El reo convicto de robo era colocado en la orilla, cortado d
cabello, cubierta de pez la cabeza y adornada do plumas; el asesino era arrojado á las aguas ó enterra
do vivo después de haberlo atado con el cadáver de su víctima; el que daba un bofetón era sumergido tres
veces en el mar, y el que ultrajaba á su compañero pagaba tantas onzas de plata como ultrajes habú
proferido (t)..
Cuando Federico I partió al Asia, publicó en nombro del Padre, del Hijo y del Espíritu Satito leyes pe
nales para conservar el órden en su ejército. Se cortaba la mano derecha al cruzado que golpeaba ó heru
á otro, y como era tan importante para el aprovisionamiento de los peregrinos inspirar confianza á losqw
proporcionaban ó vendían víveres, se condenaba á la última pena al que faltaba á su palabra encuna veo-
la ó rompía violentamente un contrato. Las leyes escritas por la milicia de la cruz se publicaban sola
mente, y lodos los cruzados juraban sobre el Evangelio observarlas y velar por su ejecución.
Hemos hecho repetidas investigaciones rara saler si se podrian encontrar en los ejércitos cristianos las hue
llas de una autoridad judicial permanente, de una especie de tribunal establecido pa ra juzgar los proceso?
y para reprimir y castigar los crímenes y los delitos de los peregrinos.
En ciertas ocasiones se formaban un consejo encargado de perseguir todos los delitos contra el órden pú
blico. Federico escogió sesentn comisarios entre los barones mas sabios y prudentes del ejército, y los bif-
loriaclorcs hablan de la severidad con que estos comisarios pronunciaban sus sentencias. En el sitio de Ag-
tioquía se eligieron los jueces entre el clero y los barones ; este temible tribunal, que los cruzados miraban
como el órgano del cielo irritado, condenaba los culpables á arrastrar cadenas, á recibir cierto número de
palos y á ser marcados con un hierro candente. En tanto que el ejército de Juan de Bricna sitiaba á Damieu
el mariscal del legado y doce consejeros se obligaron por juramento á castigar á lodos los malhechores, y
á dirigir de cuando en cuando á los cruzados saludables exhortaciones. Segnn cuenta el obispo de Acrv
este tribunal persiguió á los ladrones, á los homicidas, á las mujeres de mala vida y á los que frecuenta
ban las tabernas (2).
La ley mas importante de cuantas se establecieron en la primera cruzada fué sin duda el convenio p~r
el cual se daba un territorio, una casa ó hasta una ciudad al que clavaba el primero en ella su bandera.
Esta ley, fundada en la célebre máxima del primero oceupanti, no podia ejecutarse fácilmente en medio de
una multitud de conquistadores, de modo que se originaron muchas contiendas sobre la posesión de las ciu
dades conquistadas por los cruzados en Siria y en el Asia Menor. Redactáronse, pues, nuevos reglamento?
para la partición del bolin, que era el punto esencial en una guerra en que cada cual vivía con los pro
ductos de la victoria, y porque la injusticia que mas vivamente sentían los cruzados era la que les privaba
de la parle que les pertenecía de los despojos del enemigo. Antes de entrar Juan de Brieaa y el legado Pe-

(1) Benito de Pelcrborough, colección de crónicas inglesas.


(2) Carta de Jncobo de Vitri a Honorio 111 sobre la toma de Do míeta.
LIBRO VIGESIMO. 569
lngio con su ejército en Damieta se publicó una ley prohibiendo ocultar parle alguna del bolin, imponien
do á los infractores la pena de cortarles el brazo y privarles de los derechos á la repartición general. En
el sitio de Constantinopla, se impuso la pena de muerte á los que retuvieran lo que encontrasen en la ciu
dad, y debemos añadir que la pena de escomunion era entonces el complemento y la sanción indispensable
de todos los reglamentos militares y de todas las leyes civiles.

VI —Formación de lo$ ejércitos cruzados.—Medios de proporcionarse dinero.—Aprovisionamiento y manutención de los soldados en lat
guerras sanias.

En la primera cruzada no se vo en un principio orden, dirección ni jefe, pero la opinión era tan fuerte
y poderosa que bastaba para todo y sustituía las mismas leyes ; creiase en cierto modo en una providen
cia que velaba por la conservación dol orden público, dirigía los preparativos de la guerra y preparaba
los acontecimientos.
En la segunda cruzada, la predicación de San Bernardo y las quejas de los crislianos de oriente escita
ron aun un vivo entusiasmo entre los fieles, pero con mas regularidad que en la primera espedicion. Los
consejos del santo abad y su negativa de conducir al Asia á los guerreros de la cruz fueron un verdadero
homenaje á la autoridad de la esperiencia y á la autoridad de los príncipes, y los cruzados de Alemania y
de Francia se alistaron sin turbulencias ni desordenes bajo las banderas de Luis VII y del emperador Con
rado. Hablando Odón de Deuil de los diputados que Luis el Jó ven envió al emperador de Constantinopla,
dice que ignora el nombre de estos embajadores porque no se hallaban escritos en el libro de camino. Esto
nos prueba que exislia en la segunda cruzada un registro donde se inscribían los nombres de todos los cru
zados, ó al menos de los que llevaban armas.
En la tercera cruzada, los grandes dieron el ejemplo de su adhesión á la causa de Jesucristo, y de todas
partes acudió la multitud de los peregrinos dispuesta á secundar sus esfuerzos. La prohibición que se hizo
en Alemania de recibir en el ejército cristiano á los peregrinos que no llevasen consigo el valor de tres
marcos de plata, prueba por una parte que se tomaban precauciones, y por otra, que se reconocía una au
toridad á la que debían obedecer los peregrinos (1). En Francia y en Inglaterra, los siervos, los labradores
y los plebeyos de las ciudades no podían tomar la cruz sin permiso de sus señores (2) ; y lodos los cruza
dos que carecían de este permiso eran condenados á pagar el diezmo saladíno como los que se quedaban
en occidente, prueba evidente de que los caminos de la peregrinación no estaban abiertos para todo el
mundo como en la primera guerra santa, y que las leyes y uso establecidos empezaban á coordinar el
gran movimiento de las cruzadas. El cardenal de Conzerzon, que predicó mas adelante en Francia la guer
ra sagrada, trató do hacer reglamentos en nombro de la cruz, y la conduela del legado fué mirada como
una verdadera usurpación de los derechos del principe. La historia contemporánea dice que los predica
dores del legado romano produjeron escasos frutos á la guerra santa, y que dando la cruzá todos los que
se presentaban, descontentó á los caballeros y los barones; lo que acaba de demostrar que las cruzadas de
pendían cada vez mas de la autoridad délos grandes y de los monarcas.
El emperador Enrique VI se hizo reconocer como jefe de la cuarta cruzada comprometiéndose á dar á
cada cruzado tres onzas de oro y víveres para un año, y cuando este príncipe falleció en la Pulla, todos
los peregrinos que había enviado á oriéntese apresuraron á regresar á 'Europa, á pesar de los esfuerzos
de la santa sede.
Leemos en una crónica de Italia un estado de los soldados que los prelados del pais de Ñapóles estaban
obligados á dar á Federico II para la cruzada, y en una crónica de Brema se dice que el papa, de acuer
do con el emperador de Alemania, resolvió que los duques, los arzobispos y obispos, los condes y los baro
nes proporcionasen cierto número de guerreros para socorrer la Tierra Santa.
A pesar de establecerse el régimen feudal en las guerras santas, hemos visto en nuestra historia qu©
Luis IX señaló un sueldo á los caballeros y barones que le siguieran á la Tierra Santa.

Otton de Saint-Blaise.
(2 Gervais, colección de crónicas inglesas.
(«6 y 67) 72
57ü UISTORIA DE LAS CHUZADAS.
llespecto á los medios de proporcionarse dinero para los gastos de la guerra, en la primera cruzada los
jcL-s vendieron ú empeñaron sus tierras, cada cual sacó dinero de donde podia sin reparar en los medios;
saquearon ó los judíos, despojaron á los cristianos y especialmente á los griegos, y cuado falló el bolín, su
frieron con paciencia la miseria y lodos los males que acarrea una guerra lejana.
El esceso de las calamidades dió al fin origen á la previsión, y desde la segunda cruzada se estableció la
costumbre de imponer tributos destinados al sosten de los ejércitos cristianos. Los estatutos de los barones
de Francia y de Inglaterra para la recaudación del diezmo saladino, determinaban que el clero y todos los
seglares, militares ó no, debiesen pagar la décima parte de sus rentas y de sus posesiones muebles (1), y
los decretos de Enrique II y de Ricardo condenaban á prisión á los que se negasen á pagar la cantidad que
so les pidiera en nombre de Jesucristo. El clero que era el mas recargado se quejó con amargura, y acusó
á los príncipes cristianos de haber resuelto una guerra, no en favor de la iglesia, sino contra la misma igle
sia y de haber entregado de antemano al furor de los turcos la viña del Señor (2).
Inocencio III publicó mas adelante una circular dirigida á todos los fieles, á los obispos, abades, priores,
á todos los capítulos y á todas las ciudades y aldeas, pidiéndoles que cada cual según sus facultades, pro
porcionase cierto número de soldados y lo necesario para su manutención durante tres años. Cada vez que
sj predicaba una nueva cruzada, los papas, los concilios y los reyes se ocupaban de inventar un impuesto
y arreglar los subsidios de la guerra; ora se imponía al clero la vigésima parte de sus rentas, ora la cua
dragésima y aun la centésima; algunas veces era el clero el único que pagaba, otras se exigia dinero á
to los los fieles, y estas clases de impuestos se recaudaban con mas rigor que los otros. El clero de Francia
dirigió, dos veces en el reinado de San Luis, sus reclamaciones al papa, quien rechazó sus súplicas y hasta
amenazó con la escomunion á los obispos.
Los frailes predicadores y los menores que envió Gregorio IX á Inglaterra para recaudar el impuesto de
la cruzada, agolaron de tal modo él reino, dice Mateo París, que muchos habitantes se vieron obligados á de
jar su pais y pedir limosna. No fué tratada con menos rigor Alemania, de modo que la resistencia del clero
aloman llegó algunas veces hasta la violencia, como se vió en el concilio de Visburgo, en que fué muerto
el sobrino del legado romano, cuya vida estuvo también en inminente peligro (3).
Los guerreros francos, acostumbrados á permanecer veinte ó cuarénta dias á lo mas bajo las banderas
de los ejércitos feudales, ignoraban los medios de proveerse para guerras lejanas que duraban con frecuen
cia muchos años ; lodos los jefes creían que les seria fácil hallar víveres en el camino, pero como ig
noraban las distancias que debían recorrer, sufrían antes de llegar á Constanlinopla lodos los horrores
del hambre.
Después del sitio de Nicea, en que los griegos habian atendido á todas sus necesidades, los cruzados cru
zaron la Frigia abrasada sin mas recurso que las espigas de los sembrados que encontraban en la campiña
y que desmenuzaban con las manos ; siendo aun mas triste la suerte de los que llegaron después de la lo
ma de Jerusalen, la mayor parte de los cuales perecieron de hambre y bajo el acero de los turcos.
Cuando los cruzados se hallaban cerca de las orillas del mar, los buques les traían provisiones, pero
nunca llegaban ó tiempo, ó á veces cuando los peregrinos habian gastado todo su dinero. Los habitantes de
los paises que atravesaban huian llevándose cuanto tenian, de modo que los cristianos solo encontraban
comarcas desiertas y estériles. Además, no solo se trataba de procurarse víveres, sino de trasportarlos. En
los caminos intransitables, los cruzados vendian á precio ínfimo ó arrojaban en los precipicios los vestidos
y bagajesque embarazaban su marcha, pues confiaban que la victoria se encargaría de alimentarlos, vestir
los y armarlos ; vélaseles avanzar al través del Asia Menor y de Siria cubiertos de andrajos, viviendo
un dia para otro, no teniendo á las veces tiendas ni albergue contraía lluvia, el frió ó el calor; en los dias
de la victoria, se sentaban en los banquetes proparados para sus enemigos, se apoderaban de los dardos y
de las armas de los musulmanes, se adornaban con las lelas flotantes, con el turbante ó el gorro de seda

(t) Rigord (Biblioteca de las Cruzadas'.


!í) Crónica de André, colección do Achory
Í3) Flenry, [¡¡sí. ecclrsiast. ann. 1273,
LIBRO VIGESIMO1. 571
de los orientales y se abrigaban con todos los trajes que encontraban en el campo de batalla ú en las ciuda
des conquistadas (1).
La miseria de los cruzados era causada siempre por su imprevisión. Al llegar á las orillas del Oronte, en
contraron depósitos de trigo y víveres de toda especie, pero en medio de esta- abundancia arrojaban las
parles menos delicadas de los bueyes y de los corderos; y Foulcher de Chartres nos dice que un mes des
pués de su llegada, se reducían ya á comer los tallos de las habas que empezaban á brotar, los cardos
amargos y sin condimento, los perros, los ratones y hasta las pieles de los animales mas inmundos. En
las largas marchas y aun en los sitios, no se cuidaban de la falta de agua y de combustible, y con frecuen
cia tuvieron que saciar su abrasadora sed con su propia orina y la sangre de sus caballos, y que cocer la
comida quemando las sillas, las tiendas, los arcos, los venablos y hasta los vestidos.
Cuando el hambre apuraba á los cruzados no tenían otro recurso que talar una provincia, y los peregri
nos de á pié estaban encargados de recorrer las campiñas para recoger provisiones. Guillermo de Tiro, al
hablar de una espedicion contra el príncipe de Damasco, cuenta que fracasó esta empresa, porquo los inGeles
sorprendieron y dispersáronla infantería cristiana quedebia aprisionar el ejército.
La codicia y el deseo de enriquecerse ayudó á los peregrinos en su miseria, y las previsiones déla in
dustria suplieron la de los reyes y de los príncipes. Las crónicas contemporáneas nunca dejan de lamentar
la escesiva carestía de los víveres cuando describen las épocas de miseria, lo cual prueba que seguían á los
ejércitos tratantes que vendían provisiones, y encontramos en una crónica inglesa un reglamento publica
do por Ricardo sobre la venta del vino, del pan y demás comestibles en el ejército cristiano (2).
Cuando se abandonó la via de tierra por la del mar, fué menos difícil aprovisionar los ejércitos, pero
también diezmaba el hambre á los cruzados cuando se detenia en el sitiode una ciudad ó por la resistencia
inesperada del enemigo. Una crónica cuenta que Luis IX había hecho trasportar á la isla de Chipre víve
res suficientes para mantener veinte mil hombres durante seis años, pero cuando el ejército francés salió
de Damieta, no existían ya ni aun vestigios de tantas provisiones, y el hambre fué uno de los azotes quc;
mas atormentaron á los cruzados en las orillas de Thanis. De modo, pues, que escepluando la cruzada de
Constanlinopla, murieron mas peregrinos de hambre que combatiendo, y por esta razón nuestros piadosos-
cronistas tratan de persuadir que los que morían de hambre eran también mártires y debían ser admitidos,
en el cielo á alimentarse con el pan de los ángeles (3).

Yü.— Armas de los cruzados.—Sus combales.

Las armas de los cruzados eran las mismas que se usaban en la edad media, pero nodebia encontrarse*
uniformidad en unas guerras en que combatían juntas veinte diferentes naciones. Las armas ofensivas eran
]a lanza terminada con un hierro agudo y adornada de una banderola; la espada larga, corlante y de un
solo filo, muchas especies de flechas y venablos, el hacha y la maza. Entre las armas defensivas se distin
guían los escudos de forma ovalada ó cuadrada, la coraza de malla, el casco con su cimera y la cota de ar
mas. La lanza de los cruzados debió causar terribles estragos en la primera espedicion, en que los musul
manes no usaban aun esta arma, y la espada de los guerreros francos debió también causar espanto á los
infieles si se juzga por las vigorosas hazañas de Godofredo de Bouillon, de Roberto de Normandín, del em
perador Conrado y de otros varios caballeros de la cruz. Sus escudos y corazas eran bástanles para conte
ner ó amortiguar las flechas de los enemigos, de modo que una espresion de las mas familiares de nuestros
cronistas, al representarnos á los cruzados en el campo de batalla con el cuerpo erizado de dardos, era de
cir que parecían pelotas cubiertas de agujas ó erizos. Las máquinas de guerra empleadas por los cruzados,
eran las mismas que las de los romanos; veíase el ariete, enorme viga armada de una maza de hierro, quo
se lanzaba contra las murallas por medio de cables y cadenas; el músculo, que ponia á cubierto á los tra
bajadores y que estaba defendido contra el hierro y las piedras por recias pieles ; el plúteo y el vinca cu—

(I) Raimundo de Agiles, colección de Bongars.


(■i) Brompton, colección de crónicas ioglesas.
í;í) El abale Guibert, colección da Rongnrs.


S72 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
biertos con una piel de buey ó de camello, bajo los cuales se colocaban los soldados encargados de proteger
á los que subian al asalto ; las catapultas y las ballestas, de donde salían enormes venablos y que arrojaban
enormes peñascos y algunas veces hasla cadáveres de hombres y de animales; finalmente las torres con
ruedas y de varios pisos, cuyo estremo dominaba los muros y contra las cuales no tenían los sitiados otro
medio de defensa que el incendio.
Los ejércitos cristianos llevaban consigo músicas guerreras que daban la señal de los combates. Los ins
trumentos mas usados eran la trompeta de bronce, las cornetas de madera, de oro, de plata y de hierro,
las harpas, los timbales y ios tambores imitados de los sarracenos. Un historiador de la primera cruzada
cuenta que entre los peregrinos que partieron á la Tierra Santa habia escelenles músicos que tocaban aires
guerreros; el monje Roberto dice que mientras los cruzados avanzaban hácia Ascalon, el sonido de los cla
rines y trompetas animaba á los soldados de la cruz, y repetidos por los ecos de las montañas, llenaba de
terror á lo lejos al enemigo; y leemos en Alberto de Aix que después de una espedicion á las orillas del mar
volviendo los guerreros cristianos á Jerusalen, y atravesando las montañas de Judea, hicieron resonar re
pentinamente en señal de victoria las cornetas, los clarines y los tambores, y que aterrados por el eslruen-
to los animales salvajes, huian en todas direcciones y lasavesdel cielo, conteniendo su vuelo, caian de espan
to en medio de los batallones cristianos.
Todas las naciones de Europa habían adoptado gritos de guerra en los combates; el de los primeros
cruzados, el que resonó en el concilio de Clermont, era Dios lo quiere, Dios lo> quiere ( Dieix lo volt j; añadió
se en seguida el de Dios ayuda, que se encuentra mencionado en casi todas las crónicas de la época, y
además de este grito general, cada nación tenia el suyo. Raúl de Caen 'cuenta que en la batalla de Dorilea
el duque Roberto se arrojó sobre los musulmanes gritando : A mi, Normandial Los provenzales, según Rai
mundo de Agiles, repetían el nombre de Tolosaen su marcha al través de Macedonia.
El grito de guerra cambió en todas lasespediciones de oriente. Ricardo Corazón de León gritaba en la ba
talla de Ansur: Dios ampara su sepulcro!; los cruzados vencedores de Constantínopla avanzaban contra
los griegos á los gritos de Flandes y Monferrato; los compañeros de Luis IX esclamaron al desembarcar
en Egipto: Montjoie Saint-Denis , y en el último asalto de Damiela, sitiada por Juan de Briena, los cristia
nos que subieron primero á las murallas empezaron á gritar, Á'irie eleison, y el ejército respondió: Glorm
in excehis! (1).
Cuando los cruzados marchaban por comarcas desconocidas, acostumbraban á colocar en medio del ejér
cito los bagajes y los peregrinos sin armas, pero este órden no podía seguirse mucho tiempo en ejércitos
perseguidos por el hambre, y en una multitud que las antiguas crónicas comparan á una haz sin atadu
ra y á arena sin cal. Los peregrinos alzaban todas las noches sus tiendas sin saber donde se hallaban, y
al día siguiente levantaban el campo sin mas guia que el aspecto del firmamento. Los jefes no tenían co
municaciones entre si, y no se conocían las avanzadas ni las descubiertas, de modo que innumerables le
giones eran vencidas al primer combate, y la mas tijera derrota fué algunas veces señal de una destruc
ción general.
Carecemos de datos suficientes para describir exactamente un campamento en la edad media y en tas
guerras santas ; regularmente era cuadrilongo, triangularé semicircular, estaba cercado de un foso de
nueve piés de ancho y ocho de profundidad, y se construían en su recinto paredes de tierra de tres pies
de altura, delante de las cuales habia estacadas mas ó menos fuertes. En las grandes batallas, los guer
reros de la cruz no distinguían el ala derecha é izquierda ni el centro del ejército; por lo regular estaban
divididos en varios cuerpos, y cada cual mandado por un jefe que seguia las instrucciones resueltas en un
consejo. Roberto el Monje nos dice que en la batalla que se dió en Kerbogath, el ejército cristiano avan
zó contra el enemigo en forma piramidal, y Raúl de Caen ensalza á Tancredo por la victoria de Dorilea que
se debió á la ocupación de los sitios elevados por órden del héroe normando.
Los soldados de la cruz demostraron en medio de los peligros de la guerra la disciplina y la subordinación
que da fuerza á los ejércitos. Hé aquí como se colocó la tropa de Ricardo delante de las murallas de Jop-
pe, no teniendo mas que diez caballos ; los combatientes doblaban la rodilla derecha para estar mas fir-

;i) Memoria^ dalai potwtis de Rcggio, Colección de crónicas i Itlíauts.


LIBRO VIGESIMO. 573
mes, y apoyándose sobre el pié izquierdo, sostenían con la mano izquierda sus escudos, y con la derecha
empuñaban las lanzas que inclinaban y cuyas puntas presentaban á sus enemigos; habia un ballestero
entre cada dos guerreros, protegido por sus escudos,, y otro soldado preparaba la ballesta, de modo que el
Uno estaba encargado de tener el arma apuntada y el otro de lanzar los venablos. Dos mil infantes, co
locados en este modo, dóciles á la voz de su jefe y sin abandonar sus filas, rechazaron varias veces al
ejército de Saladino.
Los cruzados no se atrevían á trabar ningún combate sin haber recibido antes la bendición de los obis
pos, y las indulgencias de la Iglesia eran con frecuencia el premio y recompensa de una acción gloriosa.
Aunque la letra de la historia de las cruzadas escite mas de una vez sonrisas incrédulas, es precizo con-
lesar que la fé en la eternidad y pensamiento de la vida futura que animaban á los guerreros en medio
de las escenas de destrucción y espanto, imprimen á las guerras santas una fisonomía y un carácter
moral que no se encuentran en las guerras mas gloriosas de los tiempos antiguos.

VIH. —Diplomacia de las cruzada*.

Para reconocer á fondo el espíritu de las cruzadas no será inútil averiguar cuáles fueron las relaciones
de los musulmanes y cristianos tanto en paz como en guerra, las cuales no debieron ser frecuentes si se
recuerda la animosidad reciproca y la divergencia de ambas religiones.
El primer ejemplo que nos ofrece la historia se refiere al sitio de Antioqula. Se presentó en el campa
mento de los cruzados una embajada del Coiro; pero poco acostumbrados los guerreros cristianos al lengua
je de las negociaciones, condujeron á los embajadores al campo de batalla, y encargando en cierto modo
á la victoria que hablase en su nombre, presentaron á la diputación egipcia las cabezas de los vencidos como
un testimonio de sus sentimientos y de su poder.
Las relaciones entre los cristianos y las potencias vecinas de Jerusalen debiéron tener su origen en la for
mación de este reino; los nuevos conquistadores de Palestina se limitaban á declarar que todas las ciuda
des de la Judea pertenecían á Jesucristo y á San Pedro de quienes eran los servidores. La mayor parle
de las ciudades de Siria pagaron tributo á los francos victoriosos, que imponían y ejecutaban sus tratados
por medio del terror que inspiraban á sus enemigos.
Víéronse algunas veces alianzas ofensivas y defensivas entre los cristianos y algunos príncipes musul
manes, pero una mutua desconfianza hizo siempre que no tuviesen resultado ni duración; los unos creian
enojar á Jesucristo uniéndose á los infieles y estos temían las iras de Mahoma alzando sus banderas al lado
de las de la cruz. Las negociaciones mas notables de los francos y de las potencias musulmanas fueron las
de Amaury rey de Jerusalen y del califa del Cairo.
Antes de la tercera cruzada, la historia hace mension de las relaciones que se establecieron éntre los prin
cipes de occidente y los monarcas mas poderosos de Asia. Las crónicas contemporáneas cuentan que el em
perador de Alemania envió al Cairo en calidad de embajador á Gerardo, quien fué muy bien recibido en
la corle de Egipto donde permaneció algún tiempo, según lo atestigua una relación fideligna (1). Saladino
por su parte envió embajadores á occidente antes déla toma de Jerusalen, y estos enviados permanecieron
algunos meses en la corte de Federico Barbarroja. Cuando los príncipes cristianos decidieron la cruzad»,
respetando Federico las leyes déla caballería, no quiso marchar contra el nuevo conquistador de Palestina
6Ín declararle antes la guerra con una embajada solemne, y al mismo tiempo escribió al sultán de Iconio,
su antiguo aliado, pidiéndole el paso por sus estados. Ya sabemos cual fué el término de estas negociacio
nes con las provincias musulmanas y el resultado desastroso de la espedicion de los alemanes.
En la tercera cruzada, que duró tanto tiempo, hubo necesidad mas de.una vez de hablar do la paz, y
las negociaciones se mezclaron frecuentemente con las escenas mas sangrientas de la guerra; entonces fué
cuando Ricardo demostró su carácter voluble é impetuoso, y Saladino su firmeza tranquila y su fanatismo
prudente. La historia se complace en hacer notar, en las relaciones que la necesidad de la paz oriüinó
entre los jefes cristianos y los jefes musulmanes, una especie de urbanidad y de espíritu caballeresco que

[1) Amoldo de Lubeck, Colección de crónicas alemanas.


574 HISTORIA DE LAS CRUZADAS.
parecia propio de otra época ; pero si se recuerda que después de! sitio de Tolemaida el jefe del ejército mu
sulmán se negó a ejecutar los tratados, y que el rey de Inglaterra mandó pasar á cuchillo á algunos miles
de cautivos y prisioneros en rehenes.es preciso reconocer aun las costumbres de un siglo bárbaro.
La cruzada de Federico II no fué mas que una prolongada negociación. El emperador envió embajado
res al sultán de Egipto, y cuando los guerreros de la cruz y los defensores del islamismo se hallaron frente
á frente, no se trató de continuar la guerra ni de dar combates; la historia presenta á ambos príncipes en
una situación igualmente embarazosa ; Federico, despreciado de los cristianos, el sultán del Cairo odiado do
los musulmanes, y uno y otro deseando la paz, en medio del temor de sus aliados y de sus guerreros.
Aunque Federico escribió entonces al rey de Inglaterra que Dios acababa de hacer brillar su poder abrién
dole las puertas de Sion (1), la diferencia que manifestaba hácia los musulmanes y las palabras que lo
atribuyen las crónicas árabes, prueban al menos que en las negociaciones con el sultán del Cairo, el sul
tán no invocó la autoridad de la iglesia cristiana, ni recomendó á Jerusalen como la herencia del Hijo
de Dios.
Aunque el patriarca de Jerusalen no cesó de denunciar al papa y á la cristiandad esta conquista pacífica
de la ciudad santa como obra de la perversidad y como una profanación de las cruzadas, Federico cumplió
fielmente sus tratados y conservó sus relaciones en Asia á pesar de la corte de Roma, que nopodia tolerar
que tuviese aliados ni aun entre los musulmanes. Cuatro años después de su espedicion á Palestina, recibió
en Sicilia los embajadores dol sultán de Egipto y del Viejo de la Montaña. Los diputados egipcios le rega
laron una tienda magnífica, en la cual las imágenes del sol y de (aluna representaban el curso de las esta
ciones y señalaban exactamente las horas del dia y de la noche (2). Algunos años mas adelante, leemos en
Mateo París que después do la sangrienta batalla de Gaza, el monarca alemán envió una embajada ú los
sultanes del Cairo y de Damasco pidiéndoles la libertad de los cautivos y amenazando á los príncipes infieles,
no con las fuerzas de la cristiandad, sino con los pendones de Roma y de Germania.
Las cruzadas de San Luis y las relaciones de este príncipe con los musulmanes, despiertan recuerdos
tristes aunque gloriosos. Durante su permanencia en Palestina, Luis IX tuvo algunas relaciones con los emi
res del Cairo y el soberano de Damasco, y si estas negociaciones no lograron reparar los desastres de la
cruzada, la caridad de Luis ocasionó al menos la libertad de un gran número de prisioneros cristianos. A
su regreso á Europa, el monarca no cesó de tener los ojos Gjos en oriente, ardiendo en deseos de convertir
este pais á la fé cristiana. Se sabe que recibió varios embajadores; conGaba queel príncipe infiel se conver
tiría al cristianismo, y esta esperanza le arrastró al Gn á su última cruzada donde le esperaba la palma
del martirio. Hemos visto que esta desgraciada espedicion se terminó con un tratado concluido entre el rey
de Túnez y el sucesor de San Luis, tratado cuyo testo árabe se conserva aunen nuestros dias en los ar
chivos del reino, que es el primer acto importante de la diplomacia do las cruzadas que haya llegado hasta
nuestra época.
Al terminar las cruzadas, la diplomacia se resintió de la discordia que reinaba á la vez entre cristianos
y musulmanes; en la espedicion del rey de Navarra, vemos á los príncipes hacer tratados diferentes, unos^
con el sultán del Cairo y otros con el príncipe de Damasco (3). Los peregrinos de occidente negociaban al
gunas veces con los sarracenos ó los turcos, sin la adhesión de los cristianos del pais, y sucedía con fre
cuencia que los cristianos de oriento terminaban una guerra sin advertir á los cruzados. Se sabe también
qaehabia en Tierra Santa autoridades diferentes y diversos gobiernos; los templarios, los hospitalarios y
las naciones de Europa establecidas en las ciudades cristianas conservaban relaciones mas ó menos directas
con las potencias musulmanas, y todos tenían derecho, si no de hacer una tregua, al menos de romperla,
de modo que los príncipes soberanos de Siria y de Egipto decían que era imposible conGar en los cristianos,
y que entre ellos los mas humildes deshacían sin cesar lo que habían hecho los mas poderosos. Era un fenó
meno en las cruzadas, especialmente en la última época, el que se respetase una tregua hasta el dia en
que espiraba. Jamás se pensó en occidente cuando se predicaba una cruzada, si los cristianos do las col»-

(I) Mateo París.


(?) Godofrcdo el Monje.
(J) Continuador de Guil.cinu 'le Tiro, colección de Marlcnne
LIIJHO VIGESIMO. 575
nias cristianas de Siria estaban en paz con los musulmanes; la esperanza de la victoria ó el temor de una
derrota era la única y verdadera causa del respeto hacia los tratados con los infieles.
Como ninguna potencia humana podia garantizar ni asegurar la ejecución do los tratados, las parles con
tratantes invocaban la autoridad de las creencias religiosas y se condenaban á los anatemas que cada religión
pronuncia contra el perjurio. Los cristianos tomaban por testimonio el nombre de Jesucristo y consentían en
renegar del bautismo si faltaban á sus juramentos, y los musulmanes invocaban á su Profeta y se decla
raban de antemano infieles á las leyes del Coran si violaban la fé jurada. En ciertas ocasiones recurrían
á medios estraordinarios para asegurarse de la exactitud recíproca en cumplir los tratados, y se ven al
gunas veces en la historia á los cristianos y los bárbaros mezclando su sangre en una copa y Debiéndosela
en señal de alianza y de fraternidad. La observación de las leyes de la paz ó de la guerra no se aseguró
siempre con estas precauciones, y era tal el desprecio con que se miraba la santidad de los juramentos, que
apenas de un3 y otra parte se alzaban quejas contra la violación del derecho de gentes, ni causaba sorpresa
el rompimiento de una tregua.
Cuando murió el sultán de Damasco, dice una antigua crónica, espiraron todas las treguas. Estas espre
siones ingénuas pintan con fidelidad eldesórden y la confusión de aquella época desgraciada. Cuando los
cristianos se hallaban en situaciones angustiosas no negociaban por el poder sino por la vida, y causa tris
teza ver los tristes restos del engrandecimiento de los francos, para quienes los tratados no eran mas que
actos de sumisión, que se les exigia que destruyesen sus fortificaciones y las destruían, ó que renuncia
sen á las alianzas con los pueblos de Europa y obedecían, de modo que los débiles hijos del reino de Godo-
fredo se apartaban en cierto modo de sus hermanos de occidente en sus últimas relaciones con los musulma
nes y no se atrevían á recordar la gloria de las cruzadas.
Cuando el oriente dejó de ser invadido por los ejércitos de la cruz, las negociaciones con los musulmanes
se redujeron á los tratados de comercio. Es curioso ver con cuanta sagacidad están previstas todas las
dificultades en estos documentos diplomáticos, y el espíritu de astucia y de prudencia que dirigía su redac
ción ; los historiadores orientales nos han conservado algunos, y si se leen con atención, se advierte que las
potencias musulmanas temieron largo tiempo la renovación de las guerras santas y que nunca dejaron
de tener con los cristianos de occidente la desconfianza y la prevención que les habían inspirados los
cruzados.
Los tártaros enviaron con frecuencia embajadores á los reyes de Europa y estos á los jefes de esta na
ción (I). cuando pasaron el Eufrates, pero como los tártaros carecían de religión nacional, abrazaron por
fin la musulmana que dominaba en Asia y se entibiaron sus relaciones con Europa. Es probable que si
las naciones cristianas les hubiesen ofrecido la esperanza de una alianza poderosa, hubieran abrazado el
cristianismo, y esta conversión de los pueblos mogoles al Evangelio hubiera podido cambiar la faz del
inundo.
De ningún modo demostraremos mejor el espíritu de la diplomacia do las cruzadas que presentando un
cuadro sucinto de las relaciones de los jefes de la iglesia con los infieles. El primer mensaje de los papas á
las potencias musulmanas es la carta que Lucio III escribió á Saladido invitándole á un cangede prisione
ros; el sultán acogió favorablementé la petición del pontífice, y respondió á Lucio dicióndole que habia re
cibido su carta con el corazón contento y el alma gozosa. El hermano de Saladino, á quien escribía igual
mente el papa, le decia en su respuesta que miraba como á su mejor amigo y que rogaba á Dios inspirase
á ambos lo que convenia hacer, con el ausilio de la gracia divina, para eliien délos cristianos y musulma
nes (2). Las espresiones afectuosas de esta correspondencia causarán tal vez sorpresa, pero es preciso no ol
vidar que el nuevo soberano de Egipto y de Siria amenazaba entonces con una invasión á Palestina y que
temia que una cruzada se opusiera á sus designios.
Gobernando Malek-Adhel el imperio délos Ayubitas, después de la muerte de Saladino, vemos estable
cerse nuevas relaciones entre aquel principe y el papa Inocencio III. El pontífice esplicaba en su carta al
sultán la pérdida de Jerusalen, diciendo que existe en el cielo un Dios que trasporta las épocas ásu antojo

(1) Tltesaurus Epistol¡cus,úe Lacrosse, t. I. p. 53..


(S) Annal ecU'siast., ano. 1185.
576 HISTOKU DU LAS CHUZADAS.
y dad quien quiere los reinos de este mundo (1), y solicilaba la clemencia del príncipe musulmán en favor
de los cautivos y de los desgraciados habitantes de la Tierra Santa. El papa aconsejaba por fin al sobera
no de Damasco que restituyese á los cristianos la ciudad de Jesucristo, cuya conservación no le reportaba
ninguna ventaja y debia acarrearle muchos peligros y sacrificios. La historia no dice lo que contestó el her
mano de Saladino á la carta de Inocencio.
Gregorio IX tuvo también relaciones con los príncipes infieles, pero se advierte en sus mensajes un es
píritu y un carácter diferentes. Al dirigirse el papa á un mismo tiempo al califa de Bagdad y á los sobe
ranos del Cairo y de Damasco, se presentaba ante ellos como el intérprete de las santas Escrituras y le
instaba á que reconociesen la evidencia de la fó cristiana; invocaba á la vez los santos patriarcas, los pro
fetas y los apóstoles, verdaderas lumbreras colocadas en la senda de las verdades evangélicas, y les decia:
«No os pedimos vuestro reino sino á vosotros mismos; no tratamos de atentar contra vuestro honor ni
vuestro poderío, pues nuestro mas ferviente deseo se reduce á elevaros sobre el siglo y asegurar vuestro
bien en la tierra y en el cielo » Seria muy curioso ver lo que respondieron al jefe de la iglesia cristiana
los príncipes musulmanes y especialmente el vicario de Mahoma, pero no hemos hallado ningún dato sobre
este punió en los autores árabes ni en los historiadores occidentales (2).
En las guerras contra los turcos los papas tuvieron numerosas relaciones, ya con los conquistadores de
Grecia, ya con las potencias musulmanas de Egipto, de Siria y de Persia. Uno de los predicadores mas
entusiastas de la guerra santa, Pió II, después de haber buscado enemigos á los turcos en todo el univer
so, concibió la estraña idea de oponer á las armas de Mahomet II los argumentos de la teología y triunfar
de él por medio de la dialéctica ; nos queda una memoria muy eslensa en la cual se esfuerza el soberano
pontífice en convencer el ánimo del emperador turco por medio de argumentos y de halagar su ambición
mostrándole la conquista fácil de todo oriente y aun de la Hungría y la Bohemia. Los musulmanes conti
nuaban sus victorias desdeñando estos mensajes y todas las negociaciones, y les cristianos se veian por lo
regular reducidos á pedir la paz, siendo tal en aquella época el espíritu de la diplomacia de las cruzadas,
que un soberano pontífice dió las gracias al emperador de Alemania por haberle comprendido en un trata
do de paz concluido con Solimán (3).
Estas negociaciones son un claro indicio de la decadencia délas guerras santas. En las primeras cru
zadas, la idea principal y esclusiva se reducía á conquistar los reinos de los infieles; después todo el afán
de los pontífices so dirigió á convertir los príncipes musulmanes, porque empezaba á estinguirse el entu
siasmo belicoso y era mas fácil encontrar argumentos que soldados. No obstante, estas últimas tentativas
lograron el mismo éxito que las anteriores, y Dios permitió que permaneciesen en poder de los enemigos
del Evangelio todos los países cuya posesión se disputó, ya por medio de piadosas discusiones, ya por medio
de la espada de los cruzados.

Hemos llegado al término de nuestro trabajo, y lanzamos en torno nuestro la mirada, pues la marcha
política del mundo nos inspira muy estrañas y curiosas similitudes.
Recordemos por un momento el estado en que dejaron los cruzados el oriente y veamos cual es en nues
tros dias el de este mismo pais. Al terminar las espediciones de la cruz todas las potencias musulmanas en
traban en su período de decadencia, inspirando con razón la idea deque las naciones mahometanas habían
agotado toda su savia y todo su vigor luchando contra las invasiones latinas, y ninguna de estas potencias
ha podido recobrar su brillo desde aquella época.
El islamismo ha perdido su fuerza y las instituciones que había fundado van pereciendo paulatinamente
las tentativas de reforma y de renovación social en Asia solo han servido para acelerar y completar la caida
del imperio del Coran.
Es en vano que la ley del Profeta árabe se esfuerce á sujetar el oriente que huye de sus manos; la ley

(t) Ricardo de San Germán, colección de Muratori.


(4) Raynaldi, Annal. ecclesiast., ann. 1263.
(3¡ Clemente VII, Annal. eclesiast., ann. 1533.
LIBRO VIGESIMO. 577
cristiana victoriosa va á inaugurar nuevos destinos para esos lejanos paises de donde asomó como el sol
esplendente.
Hállanse en la historia de las sociedades revoluciones que marchan lentamente al través de las' edades y
entre pueblos diversos; la Providencia las dirige, el tiempo solo las hace madurar y las termina, y el hom
bre apenas puede verlas y juzgarlas, porque ocupa solamente un punto en el espacio y en la duración del
tiempo. Muchas de esas revoluciones son cual cometas errantes que surcan la inmensidad y se ven á lar
gos intervalos, apareciéndose á una generación y mostrándose después á generaciones remotas.
No tratamos de sentar que hemos vuelto á la época de las cruzadas, pero nos parece al menos que el vas
to y misterioso trabajo de las guerras santas, cuyo objeto era la conquista y la civilización del Asia, se repro
duce en los grandes acontecimientos que hemos presenciado y en los que se preparan.
Actualmente, como en los tiempos de las guerras sagradas, todos los lugares donde los cruzados clavaron
sus perdones fijan la atención de la Europa cristiana, y los antiguos francos dirigen sus miradas hácia
Grecia, Conslantinopla, Africa, Egipto, Siria, el Mediterráneo y sus islas. ¿Esta nueva tendencia de las ideas
y de los instintos de los pueblos, no se dirige á la gran revolución que en la antigüedad y en la edad media
aspiraba el aproximar á oriente y el occidente (l )?

(i) El autor escribió esta conclusión 6 fines de 1439.

FIN DE US CRUZADAS

■33
INDICE

DE LA HISTORIA DE LAS CRUZADAS.

Advertencia preliminar.

LIBRO PRIMERO.
Origen y progresos del espiritude las cruzadas. 300-1095. —Ruinas de Jerusalén. Constantino reedi-
6ca el templo. Primeras peregrinaciones. Gosroes II se apodera de Jerusalén. Triunfo de Hera-
clio. Exaltación de la santa cruz. San Antonio. Mahoma. Cbnqu islas dé sus sucesores. El califa
Ornar. Aaroun-al-Raschid. Expiación de Frotmond. Nicéforo Focas se apodera de Antioquía. Con
quistas de Limisces. Jerusalén vuelve á caer bajo el dominio de los fatimitas. El califa Hakein.
Nueva destrucción del templo. Muerte de Hakém. Peregrinaciones del conde dé Anjou, de Ro
berto de Normandía y del obispo de Cambray. Desgracias de los cristianos. Pedro el Ermitaño en
Jerusalén. Sus predicaciones. Urbano convoca los concilios de Plasencia y de Clermont. Se re
suelve la guerra santa. Parten los primeros cruzados.

LIBRO SEGUNDO."

Partida y marcha de los cruzados por el imperio griego y el Asia Menor. 1096-1097. — Parten los-
primeros chuzados. Su marcha á través de Alemania, Hungría y Bulgaria. Su. indisciplina, sus
escesos y sus infortunios. Pedro el Ermitaño y Gotschalk. Voltemaro y el conde Emicon. Sitio de
Moseburgo. Llega la vanguardia á Constanlinopla. Alejo Comneno la hace trasportar al otro lado
del Bosforo. Primeras hostilidades con los turcos. Queda completamente deshecha la vanguardia.
Godofredo de Bouillon. Su ejército. Carácter de los principales jefes. Aterra al emperador el nú
mero de los cruzados. El conde de Vermandois. Política cautelosa de Alejo. Los príncipes cristia
nos le prestan homenaje por sus futuras conquistas. Sus prodigalidades. El ejército cristiano en el
Asia Menor. Sitio de Nicea. Batalla sangrienta. Toman la plaza por asalto. Se dirigen los cru
zados á la Siria. La vanguardia es derrotada por los turcos. Marcha pénosa. Tancredo somete la
Cilicia. Los cruzados en Heraclea. Entran en Siria. Balduino conquista la Armenia y funda un
estado independiente. .. . . • . .

LIBRO TERCERO:

Marcha de los cruzados á Anlioquia. Sitio de esta ciudad. \ 097-1098.—Entran los cruzados en Siria¿
Roberto de Flandes ocupa á Arlesia. Marcha á Antioquía. Combale en el Puente de Hierro. Et
ejército se presenta ante Antioquía. Su entusiasmo : dudas de los jefes. Se resuelve el silio. Ciega
seguridad de los cruzados. Desarreglos y desastres sucesivos : desaliento : deserciones. Hazañas
de Tancredo. Miseria en el campamenlo. El frió, el hambre y las calamidades diezman los sitia
dores. Desesperación. Penas declaradas contra los impíos, los adúlteros, etc. Crueldad de Bocmun-
do. Se restablece el órden y se reanima la esperanza. Embajada del califa de Egipto. Ventajas
conseguidas contra los turcos. Se apodera el terror de los sitiados. Los cristianos se apoderan de
la parte esterior de la plaza. Tregua concedida al gobernador. Discordia entre los cruzados. Firo.
el Armenio. Boemundo decide á los jefes á quebrantar la tregua. Firo le entrega una de las
torres. Vacilan los soldados al dar el asalto. Los cruzados en Antioquía. Saqaeo, asesinatos ycrtiu
580 . INDICE.
dados. Kerbogá, príncipe de Mossoul, sitia á los cruzados en Antioquia. Miseria : deserción.
Alejo Comneno llega á Filomelia y suspende su marcha. Son presas fie las llamas ios arróbales.
Desaliento de los cruzados. Un piadoso engaño reanima su valor. Pedro el Ermitaño se presenta
ante Kerbogá. Salida general. Victoria milagrosa. Embajada enviada al emperador griego. El
ejército permanece en Antioquia. Terrible epidemia. El emir Ha zart propone una alianza. Toma
do Marra h. Pretensiones de Raimundo. Los egipcios ar rejan á los turcos de Jerusalen. Parten los
cruzados de Antioquia y llegan á Laodicea. Fraudes de Bohemundo. Sitio de Archas. Política del
califa de Egipto. Preparativos para marchará la Tierra Santa

LIBRO CUARTO.
Marcha á Jerusalen.'Sitio déla santa ciudad. Batalla de Ascalon. Nueva cruzadií. Consideraciones.
1099-1101. —Los cruzados siguen su marcha á Jerusalen. Perfecta regularidad de sus movimien
tos. Itinerario. Entusiasmo del ejército al ver la ciudad santa. Noticia histórica de la ciudad de
David. Medios de defensa de los sarracenos. Encuentro con el enemigo. Acordona miento de las
tropas y sitio. Narraciones dolorosas de los fugitivos. El primer asalto desgraciado. La falta de
agua y de víveres paraliza las operaciones. Los genoveses acuden con un socorro inesperado. Se
corta madera para construir máquinas. Reconciliación de Tancredo y de Raimundo. Discurso de
Pedro el Ermitaño acerca de las profanaciones cometidas por los sitiados. Se prepara lodo para
uu asalto general. Godofredo de Bouillon conduce los cruzados á un segundo asalto. Igual furor
anima á los dos partidos. Episodios. Apariciones celestes. Toma de la plaza. Escenas de barbarie
y de desolación. Su rabia saciada. Los cruzados van á adorar el sepulcro del Salvador. Los mu
sulmanes que se habían quedado en la santa ciudad son condenados á muerte. Reparto del bolin.
La verdadera cruz encontrada. Diversas intrigas para la elección de un rey. Elección de Godo—
fredo. Arnaldo de Rohes es nombrado obispo de Jerusalen. Su conducta desarreglada. Sus pre
tensiones. El visir Afdal se adelanta á la cabeza de un ejército formidable. Los cruzados marchan
á su encuentro. Batalla de Ascalon. Nuevas disensiones. Un gran número de jefes regresa á su
patria. Tancredo recibe de ^Manuel Comneno el principado de Laodicea. El santo celo lleva al
Asia á una multitud de nuevos peregrinos. Fatigas y trabajos de estos últimos. Reflexiones del
historiador »

LIBRO QUINTO.
Historia del reino de Jerusalen. 1C99-1146. — Godofredo envia á Tancredo á Galilea. Sília él mismo
en vano á Arsur. Llegada de Balduino y de Boemundo. El arzobispo Daimberto. Los tribuna
les de Jerusalen. Situación del reino. Muerte de Godofredo. Sucédele Balduino. Empresas guer
reras de este príncipe. Su afán de restablecer el imperio de las leyes. Los genoveses le ayudan
á tomar Cesárea. Ventajas y reveses. Toma de Tolemaida. Crítica posición del principado de An
tioquia y del condado de Edeso. Toma de Trípoli. Balduino lleva la guerra á Egipto. Su muerte.
Balduino de Bourg sube al trono. Arroja los musulmanes del territorio de Antioquia. Hecho pri
sionero, recobra la libertad con astucia. Los sarracenos de Egipto balidos por Eustaquio de Agrain.
Papel que hicieron los venecianos en la primera cruzada. Situación general. Los ismaelitas
ó asesinos. Caballeros de San Juan y caballeros del Temple. Balduino ve frustrada la loma de Da
masco. Su muerte. Fulques de Anjou es proclamado rey. Felonía del conde de Joppe. Su castigo.
Juan Comneno trata de apoderarse de Antioquia, después se reúne con los latinos. Muere el rey
Balduino II!. Su hijo y sucesores desgraciado en el ataque contra Bosrha. Los musulmanes des
truyen á Edeso

LIBRO SESTO.
Historia déla cruzada dz Luii VII y de Conrado. 1145-1 149. — Segunda cruzada. San Bernardo.
Luis VII y el abate Sugerio. Asamblea do Vezelay. El rey toma la cruz. El religioso alemán Ro-
á ilfa. El abad deClaraval se dirige al lado del emperador. Dicta de Ralisbona. Conrado y sus tba
LNDICE. 581
roñes participan del entusiasmo general. Asamblea de Elampes. Regreso de san Bernardo. Pro
posición de Rogerio rey de Sicilia. El abate Sugerio y el conde de Nevers. Medios empleados para
hacer frente á los gastos de la espedicion. Salida de Luis VII. Los alemanes en Consta ntinopla.
Llegada de los franceses. Entrevista del rey con Manuel Comneno. Se propone el apoderarse de
la ciudad. El obispo de Langres. El emperador griego acelera la marcha de los cruzados. Los"
guias dados á los alemanes les engañan, y víctima el ejército de mil contrariedades, perece casi '
todo. Itinerario de Luis VII. Fatigas y privaciones inauditas. Llegada á Salalia. Embarque de una
parte de las tropas. La otra parte del ejército sucumbe bajo el yerro musulmán. Brillante acogi
da hecha á Luis Vil por el conde de Antioquia. La reina Leonor. Luis Vil y Conrado son reci
bidos por Balduino III, rey de Jerusalen. Los cruzados van á sitiar á Damasco. Importancia de
esta ciudad. Victoria contra los turcos. Negociaciones. Desavenencias entre los cruzados. El joven
Saladino. Se abandona el sitio. Conrado y después Luis Vil regresan á Europa. Ojeada general
sobre la segunda cruzada y sobre los acontecimientos que aquí se refieren. Paralelo entre el abad
de San Dionisio y el abad de Claraval 182

libro séptimo.
1151-1186. —Situación política del Asia. Toma de Ascalon. Enlace de Balduino III. Alborotos en An
tioquia. Muerte del rey. Su hermano le sucede en el trono. Espedicion al Egipto. Revolución do
esta provincia. Casamiento de Amaury. Toma de Bilbeis, Sitio de Damieta. Amaury sitia á Paneas
y muere en Jerusalen. Minoría de Balduino IV. Sibila, su hermana, se casa con el marqués de
Monferrato, el que muere al cabo de cinco meses. Saladino entra en Palestina. Segunda batalla
de Ascalon. Falsa tregua. Balduino conGere la regencia á Lusiñan y después al conde de Trípoli.
Su muerte. Coronación de Sibila y de Lusiñan, su nuevo esposo. Afdal, hijo de Saladino penetra
en la Galilea. Saladino, dueño de Tiberiades, hace prisionero á Lusiñan y se apodera de Jerusa
len. Preparativos para una nueva cruzada. Guillermo de Tiro predica la tercera cruzada. En la
conferencia de Gisors, el arzobispo decide á Felipe Augusto y á Enrique II á libertar la Tierra San-
la. Diezmo Saladino. Ricardo, duque de Guiena, incurre en escomunion. Sube al trono y loma
la cruz. Degüello de los judíos en Londres y en York. Entrevista de Ricardo y de Felipe Augusto I \
en Nonancourt. Poco celo en Alemania. El emperador Federico Barbnroja envía embajadores á
todos los principes que reinan en oriente. Detalles sobre los cruzados alemanes. Salen de tíuüs—
bona. Isaac el Angel es castigado por su modo de proceder con ellos. Se embarcan en Galípoli.
Su itinerario en Asia. Paso del Tauro. Federico se ahoga por casualidad y el duque de Suabia re
cibe el mando supremo. Cinco mil hombres, únicos restos de este ejército, llegan hasta Palestina.
Encuentran mala acogida. . . 213

LIBRO OCTAVO.
1187-1190. — Conrado, marqués de Monferrato, penetra en la ciudad de Tiro que sitia Saladino. Su
generosa conducta. Dirígese el sultán á Trípoli y vuelve después sobre el Oronte. Libre el rey
de Jerusalen viola su juramento. Sitia a Tolemaida. Descripción de la ciudad y de sus alrededo
res. Trabajos del sitio. Afluencia de nuevos cruzados. Penetra el sultán en la plaza. Vencidos los
cristianos en una sangrienta batalla, se refugian en su campo. Retirada de los infieles. Vuelven á
la ofensiva. Malek-Adhel manda un refuerzo á su hermano. Al saber los musulmanes la marcha
de Conrado, pierden sus esperanzas. Recíprocos golpes quo esporímenlan los sitiados y los
sitiadores. Llegada del duque do Suabia con sus alemanes. Su presunción. Su muerte. Sibila
y sus dos hijos bajan al sepulcro. Conrado hace anular el matrimonio de Thoron á fin de
casarse con Isabel. Funestas consecuencias de este acto. Ricardo y Felipe Augusto. Su viajo. Su
naciente encono. Saladino llama á la guerra sania á todos los hijos del Profela. Caen enfermos
los dos reyes. Envían diputados á Saladino. El ejército cristiano estrecha el sitio de To'emaitla
que al fin capitula. Paralelo entre el valor, las armas y las costumbres de los partidos beligeran
tes. Felipe y Ricardo se reparten las riquezas que encuentran en Tolemaida. Dispula entie esto
582 INDICE.
y el duque Leopoldo de Austria. Conrado vuelve bruscamente sobre Tiro. Felipe Augusto entra
en Francia. Falta Saladino á las condiciones de la capitulación y Ricardo hace degollar á los cau
tivos musulmanes. Toman los cruzados el camino de Jerusalen. Dificultades que encuentran.
Victoria de Arsu3. Posición respectiva de los cristianos y de los turcos después de esta batalla.
Conrado y Ricardo negocian con el sultán. Crueldad del rey de Inglaterra. Marcha sobre Je
rusalen que Saladino defiendo en persona. Relíranse los cruzados á Ascalon y reparan las mu
rallas. Desunión entre los jefes. Conrado, nombrado rey de Jerusalen, es asesinado por dos ismae
litas. Enrique, conde de Champaña, le sucede en el marquesado de Tiro, y se reúne después con
Ricardo que peleaba contra los infieles. El monarca inglés piensa en regresar á su patria. Sus
dudas. Un consejo compuesto de caballeros y de barones decide la retirada hácia el mar. Apodé
rase el sultán de Joppe, pero Ricardo después de esfuerzos prodigiosos, vuelve á hacerse dueño de
ella. Consiente Saladino en firmar la paz. Ricardo se embarca y abandona el oriente. Resumen
de la tercera cruzada

LIBRO NONO.
Fin de la cuarta cruzada. 1193-1198. — Desmembramiento del imperio fundado por Saladino. Ma—
lek-Adhel se aprovecha de las rivalidades de sus sobrinos para apoderarse del trono. Ojeada so
bre la situación política en oriente y en occidente. El papa Celestino III hace predicar la cruzada.
El emperador de Alemania Enrique VI. Dieta de Worms. Partida de los cruzados alemanes. Su
conducta altanera é impolítica en Palestina. Consecuencias que aquella trae consigo. Sitian los mu
sulmanes á Joppe. Muerte del rey de Jerusalen. Malek-Adhel es batido y puesto en fuga. Los cris
tianos se apoderan nuevamente de Beirut. Se hacen dueños de la Siria y forman la resolución
de volver á entrar en la santa ciudad. Atacan el castillo de Thoron. Su vergonzosa huida. Sus
funestas divisiones. La reina Isabel da su mano á Amaury, rey de Chipre. Llegada del conde
dé Monfort. Los cruzados alemanes regresan á Europa. Tregua con Malek-Adhel. Resumen de
la cuarta cruzada

LIBRO DÉCIMO.
Quinta cruzada. 1 198-1 203. — Imperio franco de Constantinopla. El papa Inocencio III se esfuerza
en reanimar el santo celo. Ricardo Corazón de León. Felipe Augusto. Predicación de Fulco de Neui-
lly y Martin Litz. Teobaldo IV conde de Champaña y Luis conde de Chartres y de Rlois toman
la cruz. Envian diputados á Génova para fletar buques. Muerte de Teobaldo IV. Ronifacio, mar
qués de Montferralo, es elegido jefe de la cruzada. Muerte de Fuldo de Neuilly. Parte de los
cruzados llegan á Venecia y concurren al sitio de Zara, á pesar de las órdenes del papa. Los
venecianos son escomulgados. Revolución en Constantinopla. Alejo el Angel el jóven, hijo de
Isaac, solicita el socorro de los venecianos. La noticia de la conquista de la Pulla y del reino de
Nápoles por Gualtero de Rriena produce una escisión. La flota se hace á la vela para Constan
tinopla. Detalles de esta espedicion. Alejo el Angel es colocado de nuevo en el trono y promete
al papa reconocerle por jefe de la Iglesia universal

LIBRO UNDÉCIMO.
Desde la retlauracion de Isaac hasta la muerte de Balduino. 1203-1206. Proposición del empera
dor griego á los cruzados. Proclámase la supremacía religiosa de la santa sede. Espedicion á Fran
cia. Joanice, rey de los bulgarios. Un incendio destruye la mitad de Constantinopla. Odio de Isan<r
el Angel contra su hijo. Alejo Ducas (de sobrenombre Murzuffle. ) Sucesos de Palestina. El pue
blo de Constantinopla intenta incendiarla escuadra. Sedición escitada por Murzuffle. Alejo muere
envenenado: le sigue Isaac al sepulcro. Murzuffle usurpa el poder. Los cruzados toman la ciudad
por asalto. Fuga de Murzufflo. Le reemplaza Teodoro Lascaris. Su partida clandestina . Reparto de
las ciudades del imperio. So ciñe la corona. Balduino conde de Flandes. El rey, Bonifacio y Dan-
dolo escriben al papa. Se alza la cscomunion. Acuden á Grecia los cristianos dé la Tierra San
INDICE. 583
la. Muerte de la emperatriz. Reacción contra los vencedores. Contiendas entre Balduino y Boni
facio. £1 emperador sitia ú Andrinópolis. Batalla imprudente. Balduino cae prisionero. Piden ausi-
lio á las potencias de occidente. Enrique de Hainaut sucede á su hermano. Muerte de Dándolo y
de Bonifacio. Respuesta de Joanioe respecto á la suerte de Balduino : 339

L1BBO DUODÉCIMO.
Desde la muerte de Amaury hasta la rendición de Damieta por los cruzados. 4207-1221. —Sesta
cruzada. Hambre, peste y terremoto en Siria y en Egipto. Muerte de Amaury y de Isabel. Em
bajada enviada á Felipe Augusto. Juan de Briena desembarca en Tolemaida. Es vencido. Guer
ras religiosas en Europa. Los albigenses. Los sarracenos en España. Cruzada de 50.000 niños.
Carta de Malek-Adhel. El cardenal de Courzon predica la cruzada. Jacobo de Vitri, obispo de To
lemaida. Subsidio concedido por el rey de Francia. Juan Sin Tierra finge tomar la cruz. Otoq de
Sajónia. Concilio de Latran. Muerte del soberano potíGce. Su sucesor Honorio III. Origen de los
antiguos pueblos de Prusia. El emperador Federico III aplaza su partida. Andrés Bela rey de Hun
gría recibe el mando y se lo trasmite á su hijo. Partida de los cruzados. Malek-Kamel. hijo y
sucesor de Malek-Adhel. Son derrotados y dispersos los cruzados en el monte Tabor. Muerte del
rey de Chipre. Andrés regresa á Europa con sus húngaros. Espedicion á Egipto. Sitio de Damie
ta. Muerte de Malek-Adhel. Retrato de este principe. Los cardenales de Courzon y Pelagio. Los
musulmanes ausilian á Damieta. Son vencidos los sitiadores. Malek-Kamel ofrece la paz. Toma de
Damieta y ocupación del bajo Egipto. Pelagio decide el ataque del Cairo. Desastres. Entrevista del
rey de Jerusalen con el sultán. Damieta vuelve á ser de los musulmanes 359

LIBRO DÉCIMOTERCERO.
Cruzada de Federico II. Cruzada del rey de Navarra. 4222-1241.—Séptima cruzada. El emperador
Federico II acepta el reino de Jerusalen. Descontento de Juan de Briena. Estado general de Eu
ropa. Muerte de Honorio III. Gregorio IX. Sus contiendas con el emperador de Alemania. Fede
rico en Tolemaida. Entra en Jerusalen. Vuelve á Tolemaida. Se embarca para Italia y trata con
el papa. Teoba Ido de Champaña, rey de Navarra. Toma la cruz. Tiene muchos imitadores. De
cadencia del imperio franco de Conslantinopla. Gregorio IX se opone á la partida de los cruza
dos. Persisten estos en su resolución. Muerte de Malek-Kamel. Espedicion contra Damasco. Espe
dicion contra Gaza, donde son vencidos los cristianos. Vuelven á embarcarse los franceses. Ricar
do de Cornouailles. Inocencio IV 376

LIBRO DÉCIMOCUARTO.
Los tártaros. El concilio de León. Primera cruzada de San Luis. 4242-4249. —Octava cruzada.
Origen de los tártaros. Sus conquistas bajo el reinado de Gengiskan. Fin del imperio del Karismo,
Destrucción del principado de Antioquía por los comanes ó tártaros. Concilio general de León.
Sentencia lanzada contra Federico. Luis IX toma la cruz á pesar de la oposición de su madre.
Federico elige al rey como árbitro entre el imperio y la tierra. Conducta impolítica de Inocencio
IV. Cruzados frisones, holandeses y noruegos. Entrevista de Luis IX y el papa. El rey se embar
ca en Aguas Muertas. Permanencia en Chipre. Intemperancia de los cruzados. El rey calma las
contiendas entre el clero griego y el latino. Diversas negociaciones. La espedicion se da á la vela .
La mitad es dispersada por la tempestad. El rey desembarca cerca de Damieta. Toma de esta ciu
dad. El ejército penetra en Egipto. Sus triunfos y sus disensiones 390

LIBRO DÉCIMOQUINTO.
Continuación de la primera cruzada de San Luis. 1249-4 250.—Muerte de Raimundo II, conde de
Tolosa. El conde de Poitiers llega á Egipto. Los cruzados marchan hácia el Cairo. La sultana
Chegger-Eddour proclama á Almoadam sultán de Egipto. El ejército pasa el Aschmoun. Impru
dencia de Roberto, conde de Artois. Entra en Mansourah y muere . Batalla sangrienta. Llegada
581 INDICE.
del sullan. Enfermedades contagiosas: hambre. Caridad de Luis IX. Retirada á Damiela. El rey
cae prisionero con sus dos hermanos y sus principales barones. Es conducido á Mansourah. He
roísmo de la reina Margarita. Cobarde conducta de los pisanos y los genoveses. Magnanimidad de
Luis IX. Tratado con Almoadam. Este principe muere asesinado después de una entrevista con
el rey. Errónea opinión refutada. Chegger-Eddour. Noble firmeza del monarca francés. Los emi
res se contentan con su palabra. Evacuación de Damiela. Luis IX vuelve á Tolemaida con el res
to de su ejército 425

LIBRO DEC1MOSESTO.
Continuación de la primera cruzada de San Luis. 1250-1254. —Reina en Tolemaida una enferme
dad epidémica. Luis envia á Egipto el pago del rescato de los prisioneros. Turbulencias que agi
tan esta provincia. El rey trata de volverá Francia. Se opone el señor deJoinville. Partida délos
duques de Anjou y de Poiliers. El sultán de Damasco incita al rey á unirse con él para castigar
los mamelucos. Condiciones dictadas por Luis IX. Baja al sepulcro el emperador Federico. El pa
pa profesa al hijo el odio que tenia al padre y publica una cruzada contra Conrado IV. Origen
de los Pastorcillos. Su disposición. Toma la cruz Enrique III de Inglaterra. La Reina Blanca en
via ausilios á su hijo. Embajadores del Viejo de la Montaña recibidos en Tolemaida. Tratado con
los emires de Egipto. El califa de Bagdad procura la unión entre los musulmanes. Vuelve á encen
derse la guerra. Los turcomanes sorprenden á Sidon. El ejército franco entra en Paneas y la aban
dona al momento. El rey recibe la noticia de la muerte de su madre. Se embarca para Francia. 450

LIBRO DECIMOSEPTIMO.
Segunda cruzada de San Luis. 1255-1271. —Discordias entre los venecianos y los genoveses de
Tolemaida y entre los templarios y los hospitalarios. Muerte de Chegger-Eddour. Los mogoles. Fin
de ladinastía de los Abasidas. El papa AlejandroVI. Temores causados en Europa y en Asia por las
invasiones de los tártaros. Kelkobá, su jefe, pierde la vida en Tiberiades. El sultán Koutouz es ase
sinado porRibars á quien se proclama para sucederle. Triste situación de los cristianos de orien
te. Los papas Urbano IV y Clemente IV. Caida del imperio franco de Constanlinopla. Triunfo de
Bibars en Palestina y en Siria. Toma de Antioquía. Siguen las cuestiones entre la corte de Roma
y el emperador Federico. Manfredo, Coradino, Carlos de Aujou. Luis IX toma de nuevo la cruz.
El clero se opone á la percepción del diezmo. Concilio de Northampton. Cruzados catalanes, cas
tellanos y aragoneses. Acontecimientos en el reino de Nápoles. Eduardo de Inglaterra. Tratados
políticos y de familia hechos por Luis IX. Partida del rey. Sitio de Túnez. Muerte de Luis IX.
Carlos de Anjou toma el mando, firma una tregua y conduce el ejército á Europa. Llega la es
cuadra á Trápani en Sicilia . Muerte del rey de Navarra y de muchos personajes notables. Feli
pe vuelve á Francia. Elogio de San Luis 473

LIBRO DECIMOCTAVO.
Caida de las colonias cristianas de oriente. 1 271 1 290. —Eduardo de Inglaterra desembarca en To
lemaida. Toma deNazaret. Un emisario del Viejo de laMontaña intenta asesinar al príncipe inglés.
Eduardo regresa á su patria. Elección de Gregorio X. Concilio de Lion. Rodolfo de Hapsburgo
emperador de Alemania. Humberto de Romanis publica una memoria en favor de la guerra san
ta. Nuevas conquistas de Bibars. Su muerte. Le sucede Kelaun y derrota á los tártaros deEmeso.
Muerte de Gregorio X. Vfsperas sicilianas. Política de Kelaun. El castellano de Marakia. Kelaun
toma á Laodicea y Trípoli, amenaza á Tolemaida y trata con los cristianos. Su muerte. Su hijo
y sucesor. Chatil loma á Tolemaida por asalto y arroja á los cristianos de Siria 499

LIBRO DECIMONONO.
Tenlaiivas de nuevas cruzadas. Cruzada contra los turcos. 1291-1590. —Nueva cruzada predicada
por el papa. Asamblea do Poiliers. Toma de Rodas por los caballeros de San Juan de Jerusalen.
INDICE. d8o
Los caballeros del Témplese establecen en Francia. Destrucción delaórden. Pedro de Lusiñan,
rey de Chipre, va á Roma. Sus proposiciones. Ilecorre la Europa. El rey Juan toma la cruz, pero
vá á morir á Londres. Una escuadra genovesa conduce los cruzados á Almaria. El imperio oto
mano. El papa Eugenio reúne tropas. Tregua de diez años concluida con Amurat II. Scanderberg.
Derrota de los cristianos en Varna. Hahomel II se apodera de Constantinopla. El voto del faisán.
Los turcos son arrojados de Belgrado. Pió II negocia con Mahomet II. Su muerte. Juramento de
Mahomet II. os Lusiñan pierden el reino de Chipre. Sitio de Rodas. Toma de Olranto. Los ca
balleros de Rodas se establecen en Malla. Victoria de Lepanto. Juan de Sobieski. Decadencia de
los turcos 516

LIBRO VIGÉSIMO.
Consideraciones generales sobre las cruzadas. —I. —Espíritu de las cruzadas ¡558
II. —Humildad cristiana y fraternidad délos guerreros déla cruz SGO
III.—De la superstición y de la magia en las cruzadas; credulidad de los cruzados. ... 56 J
IV. —Barbarie de los francos en las cruzadas. Costumbres y moral de las cruzadas 0G0
V. —De la multitud que seguía á los cruzados. Legislación de las cruzadas 567
VI. —Formación délos ejércitos cruzados. Medios de proporcionarse dinero. Aprovisionamiento v
manutención de los soldados en las guerras 569
VII. —Armas de los cruzados. Sus combates 571
VIII. —Diplomacia de las cruzadas 57J

FIN DEL ÍNDICK.

OS
COLOCACION DE LAS LAMINAS.

P4g.
Batalla de Nicea - 59
Toma de Edesa. . 71
Batalla de Harenc 101
Toma de Jerusalen 117
Godofredo elegido rey de Jerusalen 124
Batalla de Ascalon 128
Funerales de Godofredo 1 45
Toma de Trípoli loo
Institución de los templarios 1C9
Luis VII en San Dionisio » 192
Paso del Meandro 498
Batalla do Putaha 217
Felipe Augusto y Enrique II 246
Entrega de Tolemaida 274
Margarita reina de Hungría 308
Toma de Constanlinopla 340
Gaucher de Chatillon defendiendo la entrada de una calle 439
San Luis y el Viejo de la Montaña 459
Muerte de San Luis 495
Guillermo do Clcrmont 514
Toma de Rodas 517
Combate de Embro 518
Levantamiento del sitio de Rodas 535
Toma de Malta 548
Levantamiento del sitio de Malta 552
BIBLIOTECA CENTRAL

fíe,).'/
<?? L
I

BIBLIOTECA DE CATALUNYA
??6
Si»

También podría gustarte