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La lección del Coyote

Cuentos originales
Autor:
Silvia García
Edades:
A partir de 4 años
Valores:
colaboración, ayudar, coraje, arrepentimiento, creatividad
Fulgen era un conejo blanco al que
encantaba salir a tomar el sol junto al
lago que había cerca de su madriguera.
Solía ponerse panza arriba y allí
pasarse horas y horas. Siempre pensaba
qué bien se vivía en aquel remanso de
paz.

Un día, su tranquilidad se vio


perturbada porque apareció un coyote
hambriento de carne de conejo. Fulgen,
al oírlo acechar entre la maleza, se puso
a temblar. Echó a correr y se encerró en
la madriguera de unos amigos. Les
pidió ayuda para idear un plan con el
que librarse de la amenaza que
representaba el coyote. Siempre se
habían ayudado unos a otros así que no
tenía ninguna duda de que esa vez nada
sería diferente.

La idea inicial fue engañarle con un conejo de peluche que se movía a pilas. La descartaron,
porque el coyote tenía una vista muy aguda y se daría cuenta enseguida.

La siguiente propuesta fue atraerle con un exquisito guiso de verduras, pero al final también
la desecharon porque el coyote tenía un olfato genial y se daría cuenta al momento de que
no era un guiso de conejo auténtico.

La idea que mejor caló fue la de hacer una trampa con hojas secas en el suelo para que el
coyote cayese en un profundo agujero que tenían previsto cavar con anterioridad. Fulgen
serviría como señuelo; es decir, lo que haría sería atraer al coyote. La idea era que este se
pensase que podía cazar cómodamente al conejo y, al tratar de echarle el guante, cayese en
el hoyo sin poder escapar.

Las semanas previas al día que habían acordado para llevar a cabo el plan, Fulgen estuvo
entrenando para ese día poder correr raudo y veloz y que el depredador no le diese caza.
El día elegido, Fulgen se levantó el primero por la mañana y desayunó ración doble de
zanahorias. Se hizo además un zumo de espinacas y completó todo con unas nueces. Quería
tener todas las fuerzas del mundo para que la misión acabase con éxito.

Al ver
aparecer al coyote, se fijó en que tenía una pata escayolada. Lo que pasaba es que un
animal más grande, un oso pardo en concreto, le había atacado haciéndole daño. A Fulgen
le dio mucha pena y no se atrevió a llevar a cabo el plan que había trazado con sus amigos.
De hecho, lo que hicieron fue darle cobijo y curarle la pata. Desde entonces, el coyote, muy
agradecido, entendió que no podía amedrentar sin razón a los animales más pequeños. Todo
empezó a ir mucho mejor y la convivencia se tornó de lo más agradable y feliz.

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