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LIBRO SEGUNDO CAPÍTULO I AL XIX

Comienza este segundo libro con la moderación la cual define como una cualidad del hombre que exige
menos de lo que podría procurarle sus derechos fundados en la ley. De allí se deriva la equidad en el
segundo capitulo dice que el hombre equitativo juzga de los vacíos que deja la legislación, y, reconociendo
estos vacíos, insiste en que el derecho que reclama es muy fundado. Por ello relaciona y opina que la
equidad y la moderación van de la mano puesto que: el hombre equitativo y de buen sentido le corresponde
juzgar de los casos, y luego al hombre moderado obrar según el juicio generado de aquel hombre imparcial.

En el capitulo III expone del hombre de buen sentido, dice que es el que toma el mejor y más ventajoso
camino para tomar una decisión, claro de la mano de la prudencia.

En la digresión sobre los deberes de cortesía y su relación con la justicia dice que: El actuar es propio del
hombre justo, dar lo que cada uno merece según su mérito y no tan solo felicitarlo pues esto es típico del
adulador.

Luego en el capitulo V dice que el hombre injusto sabe de una manera general que la dominación, el poder,
la riqueza, son bienes; pero no sabe absolutamente si son bienes verdaderos para él, ni en qué momento le
convienen, ni en qué disposición moral debe estar para tomar provecho de estos bienes. Este discernimiento
sólo pertenece a la prudencia, y la prudencia no acompaña al hombre injusto. Los bienes que codicia y que
adquiere mediante su crimen son, si se quiere, bienes absolutos; pero no son los bienes que le convienen. La
riqueza y el poder, absolutamente hablando, son bienes, pero no son bienes para tal hombre en particular,
puesto que la riqueza y el poder que ha adquirido sólo le servirán para causar mucho mal a sí y a sus amigos
y jamás sabrá emplear como conviene el poder que ha caído en sus manos. Así que el autor propone quitarle
los bienes al hombre injusto para que de esta forma su alma enferma se conduzca al bien por medio del
desprendimiento de lo que lo pervierte.

En el capítulo IV habla nuevamente de la templanza y expone que la virtud no se parece a ninguna otra. En
todas las demás virtudes la razón y las pasiones arrastran en el mismo sentido y no se contradicen. En la
templanza sucede lo contrario; la razón y las pasiones están directamente opuestas entre sí. En el alma, las
tres cualidades que podemos llamar malas son el vicio, la intemperancia y la brutalidad.

¿Qué define el autor como brutalidad?


Bien, dice que es el vicio llevado al extremo, el autor denomina a la oposición como un ente el cual es solo
digno de Dioses y que por lo tanto no se aplica en los humanos pues la considera como una virtud divina.

Posterior a esto habla de la intemperancia, dice que el intemperante puede ser muy bien el hombre que tiene
la ciencia del bien, pero que no obra conforme a esta ciencia. Así que por ello el intemperante hará el mal,
aun teniendo la ciencia de lo que hace. Además, opina que la intemperancia va con respecto al placer
desafiando la razón y la otra con respecto a el sufrimiento (como con la cólera).

En este mismo capítulo compara: La templanza que se refiere a los placeres, y es digno de un hombre
templado saber dominar sus pasiones y la paciencia, por lo contrario, sólo se refiere al dolor, y el que
soporta y sufre los males.

Así mismo compara al incontinente con el intemperante, define al incontinente que cree que lo que hace es
excelente y le es muy útil, y que no tiene en sí mismo una razón que sea capaz de oponerse a los placeres
que le seducen y le ciegan. El intemperante, por lo contrario, siente en sí la razón que se opone a sus
extravíos en aquellas cosas a que le arrastra su funesta pasión.
En una palabra, el intemperante es vicioso por hábito, y el incontinente lo es por naturaleza.

En el capítulo IX habla del placer el cual nos conduce a la felicidad, y esta va aliada con el bien, pero existen
aquellos placeres que impiden realizar el deber, estos no son buenos, tampoco los que inciden en los
sentidos pues estos nacen una necesidad y por consiguiente terminan en un exceso.
El placer procede de nuestra alma y de nuestro cuerpo al momento de realizar una acción que nos dará
satisfacción. Aristóteles dice que los placeres de la vista, oído, e inteligencia son los mejores puesto que los
demás solo nacen de nuestras necesidades. También propone que desde el momento en que se obra por
necesidad ya no hay virtud porque la verdadera virtud se compone de la razón y del placer. Concluye que el
placer regular y bien organizado nos conduce más a la virtud que la misma razón.

En el capítulo X hace una aclaración, dispone la fortuna a bienes de azar y no cuestiones divinas puesto que
estaría mal distribuida y la injusticia no es una característica de Dios. También indica que no hay felicidad ni
prosperidad sin ningún bien exterior, pero estos vienen directamente de la fortuna, y la fortuna contribuye
baste a la felicidad. Por otro lado, en el capítulo XI dice que el hombre honesto y bueno es aquel que inspira
a hacer las cosas buenas que el realiza, además de poseer la belleza moral y no se dejarse corromper de los
bienes absolutos aún si los posee. En el capítulo siguiente aporta que obrar con razón significa que la parte
irracional del alma no intervenga a la parte racional cumplir con su naturaleza.

Luego expone de la amistad como un bien, y una conexión contraria como la tierra y la lluvia o bien
semejante como el ejemplo del perro y el ladrillo. Y del amor como lo que se a ama o lo que se debe amar
(bien común), expone que no siempre el objeto que se debe amar es el que se ama. La amistad más completa
encierra la virtud, el agrado y la utilidad.

En los últimos capítulos expone sobre conceptos de la moral.


La benevolencia es el comienzo de la amistad y la concordia tiene lugar en las cosas de hacer, cuando ambos
interesados quieren la misma cosa como en la amistad por interés
Habla del egoísta el cual hace todo en consideración a sí mismo, en las cosas que le pueden ser útiles. Y lo
compara con el hombre de honor y bien, dice que no puede ser egoísta, pues precisamente lo es porque obra
en interés de los demás. En el capítulo XVI expone que el hombre de bien cederá los bienes útiles a su
amigo porque con ello guardará para si la belleza moral y la bondad. Tanto que ama a su amigo, pero sobre
todo a sí mismo y por tanto se atribuye estás cosas de una forma exclusiva sabiendo que son estás lo más
hermoso de todo.

Luego el autor se pregunta sobre el independiente que tiene todos los bienes en abundancia y se basta a sí
mismo completamente, ¿tiene necesidad de un amigo? Concluye que el hombre independiente necesita de
una amistad para tener ‘otro el’ y conocerse a sí mismo. Igualmente, el hombre independiente necesita la
amistad para poder hacer el bien a los demás.

En los capítulos XXIII y XIX expone sobre el número de amigos que se debe tener y cómo dirigirse a ellos
para proponer una queja, dice que es difícil repartir afección a los amigos cuando se tienen muchos. Es
preciso tener un número conveniente dependiendo de la ocasión y del afecto que se les deba dar. Por otro
lado, conducirse a un amigo depende del cargo o del afecto que se tenga pues cada relación es diferente.

María José Cantor Buitrago


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