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CAPÍTULO IV

TRASTORNOS EN LA FLUIDEZ VERBAL

Entre los trastornos de la fluidez verbal, el más representativo


es, sin duda, el conocido como disfemia o tartamudez, que se mani-
fiesta con la presencia de frecuentes bloqueos, repeticiones y/o pro-
longaciones de sonidos, sílabas o palabras, acompañadas de postu-
ras y gestos faciales forzados, respiración irregular, tensión en los
músculos y ansiedad, lo que evidentemente afecta a la expresión, en
concreto, a la velocidad, a la fluidez verbal y a la utilización de los
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elementos prosódicos del habla. En síntesis, los problemas de flui-


dez verbal que presentan los sujetos con tartamudeo pueden afectar
a diversos niveles lingüísticos:
• Fonético: disfunciones en las sílabas.
• Gramatical: disfunciones en las palabras.
• Prosodia: disfunciones en la entonación, ritmo, pausas...
• Léxico: disfunciones en la secuenciación de palabras y
frases.
Pero, como se admite comúnmente, la tartamudez no solo
consiste en la emisión reiterativa de errores en la expresión, sino
que se acompaña de “(...) una serie de variables psicofisiológicas,
psicológicas y sociales, que son al menos tan importantes como las
puramente lingüísticas” (Santacreu y Froján, 1996, 30). Conse-
cuencia de lo anterior es la distinción entre multitud de estados dis-

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fémicos, con manifestaciones tan diversas como personas que los


presentan (1% de la población), debido a que el modelo de habla
emitido por un mismo sujeto puede variar en función del momento,
el contexto, los interlocutores, el estado anímico, etc.
No obstante, como se indica más adelante, es aconsejable es-
tablecer, al menos, dos metacategorías: las personas que tartamu-
dean y pueden no ser tartamudas (tartamudeo infantil o esporádico)
y los sujetos tartamudos propiamente dichos (tartamudez real).

1. CARACTERIZACIÓN Y TIPOS

La presencia de disfluencias en la expresión oral puede ser


bastante frecuente, aunque afortunadamente estos patrones lingüís-
ticos no suelen consolidarse en la mayoría de los casos, superándose
pronto y fácilmente, incluso sin intervención (Rodríguez Morejón,
2003). De otra parte, es mucho más frecuente encontrar este trastor-
no del habla en hombres que en mujeres, con una proporción cuatro
veces mayor.
Los sonidos que presumiblemente inducen a una mayor pre-
sencia de bloqueos, repeticiones, etc., son los derivados de la articu-
lación de los fonemas oclusivos /p/, /t/, /k/, /b/, /d/ y /g/. Suelen
producirse mayores disfunciones en las primeras posiciones (síla-
bas) de la palabra, y tanto más cuanto más relevancia gramatical
tienen, siguiendo el orden siguiente: sustantivos, adjetivos, verbos y
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adverbios. Obviamente, ello dependerá, en gran medida, de la longi-


tud y dificultad articulatoria de la palabra. En efecto, se han obser-
vado mayores disfluencias y bloqueos en la articulación de las con-
sonantes que en las vocales.
El cuadro de la página siguiente (Cfr. Cuadro 4.1) refleja la
multitud de características disfémicas posibles, sin que tengan que
presentarse todas ellas ni tampoco con la misma intensidad.
Pero la disfemia no es sólo una dificultad en el habla, sino que
afecta colateralmente a las relaciones sociales y a la comunicación
(más que al lenguaje), con las consiguientes repercusiones psicoló-
gicas negativas. Ello ocurre cuando el niño percibe su dificultad de
forma peyorativa, reforzado por el contexto social (desaprobación,
crítica, correcciones desmesuradas de padres y/o profesores, burlas
del grupo de iguales y/o de los compañeros). De ahí que, siguiendo

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• Bloqueos articulatorios, con dificultad perceptible.


• Pausas excesivas, derivadas del esfuerzo invertido en la articulación.
• Tensión en los órganos fonoarticulatorios.
• Repetición desmesurada de determinados fonemas en distintas localiza-
ciones.
• Repetición de sílabas, palabras, expresiones e incluso frases.
• Prolongaciones de sonidos.
• Interjecciones introducidas como apoyo a los bloqueos y pausas.
• Alteraciones en la acentuación de palabras y en la entonación y tempo de
las frases.
• Fragmentación de palabras y frases, que pueden quedar sin terminar.
• Evitación consciente de determinados sonidos por su dificultad.
• Posturas y gestos faciales y corporales insólitos, especialmente de labios,
cara y cuello.

Cuadro 4.1. Manifestaciones más comunes en la disfemia.

los principios postulados por la psicología conductista, puede ocu-


rrir que, el niño, en un intento de evitar las consecuencias anteriores
tienda a eludir la intercomunicación, más aún en determinados con-
textos (grupo de amigos). Por tanto, la necesidad de intervenir (aun-
que sea de manera indirecta) se torna doblemente esencial y urgen-
te: de una parte, para procurar paliar el problema lingüístico lo más
precozmente posible y, de otra parte, para evitar las repercusiones
psicológicas y sociales colaterales al déficit comunicativo.
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En otro sentido, se han identificado diferentes criterios para


clasificar la tartamudez (Gallego, 2001): sintomatológico, evolutivo
y etiológico.

1.1. Criterio sintomatológico

Ya se ha advertido sobre la variabilidad que existe entre las


personas que padecen este trastorno. Las manifestaciones, sin em-
bargo, difieren notablemente de unos interlocutores a otros (con-
ducta y actitud), de unos contextos a otros (pudiendo no presentarse
disfemia en alguno/s de ellos) y de un tipo de lenguaje a otro (lectu-
ra, canto, lenguaje dirigido, repetido o espontáneo).
En cualquier caso, en función de los síntomas que se apre-
cien en el discurso oral, se pueden distinguir tres tipos de disfemias:

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• Clónica o coreica, caracterizada por repeticiones de sílabas


y fonemas, acompañadas de ligeros espasmos repetitivos y
contracciones breves y rápidas de los labios. Esta reitera-
ción suele producirse al inicio de la emisión discursiva, en
el comienzo de la elocución. Físicamente, se aprecian cons-
tantes contracciones en los labios.
• Tónica o tetánica, cuando se evidencia un fuerte esfuerzo
para comenzar a hablar, concluyendo el discurso de forma
rápida y entrecortada. Se debe a una inmovilización o difi-
cultad significativa en la movilidad muscular que altera el
habla en su totalidad. Visualmente se aprecia la tensión
muscular y el sobreesfuerzo del sujeto para producir el
mensaje.
• Mixta, en la que se aprecian manifestaciones combinadas
de las anteriores, pudiendo ser clónico-tónica o, al contra-
rio, tónico-clónica, según su predominancia. Las manifesta-
ciones visuales evidencian una dificultad elevada para ini-
ciar el discurso y para mantenerlo de forma adecuada. Los
gestos estereotipados, manifestación más notable, no sólo
se observan en los labios sino que se producen en todo el
cuerpo (cabeza, manos, dedos...).
Durante los episodios disfluentes, se aprecia también una dis-
funcionalidad o funcionamiento insólito de algún/os órgano/s arti-
culatorio/s: espasmos respiratorios y/o de la boca, tensión en los
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labios, agitaciones de la lengua y/o bloqueo de la laringe (cuerdas


vocales).

1.2. Criterio evolutivo

Como ocurriera con las dislalias evolutivas, también se puede


hablar de disfemias evolutivas, cuando los bloqueos y/o repeticio-
nes de sílabas y palabras se producen alrededor de los tres años de
edad, si bien estas dificultades suelen evolucionar favorablemente
de forma natural en la mayoría de los casos. Así, cuando el niño
comienza a hablar, no lo hace, lógicamente, de forma fluida, porque
aún no posee un desarrollo suficiente de las habilidades lingüísticas.
Por tanto, en los momentos en los que el niño está conformando su
lenguaje no es infrecuente la presencia de episodios de tartamudeo,

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pero no parece apropiado hablar de tartamudez. En efecto, la verda-


dera tartamudez suele presentarse más tarde, hacia los diez/doce
años (Dinville, 1982). En suma, según este criterio, se pueden dife-
renciar tres tipos de disfemia:
• Fisiológica, primaria o de desarrollo, que alude a las dis-
fluencias que pueden apreciarse alrededor de los tres de
edad, en forma de vacilaciones y titubeos no sólo como con-
secuencia de una falta de dominio en la movilidad y control
de los órganos fonoarticulatorios, sino principalmente por
ser ésta la edad en la que los niños están adquiriendo las es-
tructuras básicas de su idioma y, por consiguiente, es normal
que, en ocasiones, afloren este tipo de manifestaciones. Estas
disfluencias, más o menos frecuentes, suelen tener un pro-
nóstico muy favorable, incluso sin una intervención especí-
fica, aunque sin ignorar el papel del entorno que, como se
verá más adelante, resulta fundamental.
• Esporádica o transitoria, que puede aparecer de forma pun-
tual en algún periodo o momento concreto, incluso injusti-
ficadamente y por periodos relativamente cortos, desapare-
ciendo también de forma súbita, sin una intervención perso-
nalizada ni una justificación aparente. No es infrecuente en-
contrar casos de tartamudeo esporádico cuando el niño ini-
cia la escolaridad, por ejemplo.
• Crónica o real tartamudez, cuya diferencia con las anteriores
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es evidente; es un trastorno persistente, que se presenta en


sujetos de mayor edad, especialmente en adolescentes y jóve-
nes, e incluso en adultos. Esta alteración del ritmo articulatorio
demanda una intervención específica y personalizada.

1.3. Criterio etiológico

Desde esta perspectiva, se admiten tres tipos preferentes de


disfemias:
• De tipo lingüístico, cuando la disfemia obedece a un déficit
de competencia lingüística en el sujeto, es decir, a una difi-
cultad para encontrar el léxico adecuado, a una disfunción
en la organización de los enunciados, a una limitación en la
capacidad pragmática del lenguaje o a un uso inadecuado

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de los elementos prosódicos del lenguaje. Incluso un retra-


so del lenguaje podría ser el germen de un habla disfémica,
si los padres muestran actitudes y conductas de presión y
castigo sobre el niño, aunque esta idea no sea comúnmente
admitida en la bibliografía especializada.
• De tipo psicológico, producida por factores psicosociales
(choques emocionales, afectivos o sentimentales, burlas,
nerviosismo, excitación, ansiedad, miedo o retraimiento del
sujeto, escasa habilidad social o baja autoestima) o deriva-
da de factores ambientales (situaciones de sobreprotección,
tensión familiar, exigencias paternas excesivas, etc.). En
efecto, actitudes inadecuadas de los padres, como presiones
sobre el habla, preocupaciones excesivas o correcciones y
castigos inapropiados pueden provocar y afianzar un mode-
lo de habla disfémica. Por último, tras los factores anterio-
res y/o como consecuencia de ellos, podría aludirse a facto-
res de tipo psicológico (intrínsecos), como determinadas
reacciones de los padres que inducen al niño a una situación
de evitación del habla, de tal forma que, cuando esto suce-
de, condicionado por el contexto y sus posibles consecuen-
cias, entra en un estado de estrés y ansiedad que aumenta
considerablemente la probabilidad de que se produzca una
incoordinación neuromotriz y aparezca nuevamente el ha-
bla disfémica. En estos casos, el niño entra en un círculo
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vicioso (Gallego, 2001) que hay que atajar de forma precoz.


Además, se han observado también otros rasgos caracterís-
ticos entre los sujetos con disfemia: timidez, nerviosismo,
introversión y un bajo desarrollo de habilidades sociales.
En efecto, alrededor del 50% de los niños con dificultades
en el habla y en el lenguaje presentan problemas emociona-
les y de comportamiento (Goodyer, 2000).
• De tipo orgánico, cuando existen disfunciones de carácter
orgánico en la génesis del trastorno. Varias son las causas
que se han propuesto como impulsoras o coadyuvadoras del
tartamudeo:
a) Disfunciones perceptivas, en concreto, en el sistema au-
ditivo, que ejerce de control del habla (retroalimenta-
ción o feedback) y por tanto es responsable, en primera

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instancia (luego pasará a ser regulada por el aparato fo-


nador), de la coordinación del lenguaje hablado.
b) Disfunciones en la coordinación neuromuscular, es de-
cir, la falta de sincronía de los impulsos del control rea-
lizado por la corteza cerebral. En concreto, la tensión
muscular provoca disfunciones neuromusculares que
pueden ser responsables de la disfemia.
c) Disfunciones orgánico-cerebrales, producidas por al-
gún trauma o lesión cerebral, disfunciones en los hemis-
ferios cerebrales o bien una insuficiente dominancia ce-
rebral de alguno de ellos.
d) Disfunciones en alguno/s de los sistemas fonatorios,
respiratorio y articulatorio, es decir, alguna alteración
surgida en el proceso de elaboración del habla. La causa
más probable, en estos casos, es que exista una descoor-
dinación o asincronía entre algunos de los sistemas res-
piratorios, fonatorios y articulatorios.
La clasificación propuesta, sin embargo, no es definitiva por
diversas razones. En primer lugar, porque no existe unanimidad a la
hora de establecer las causas que originan el trastorno. En segundo
lugar, porque podrían esgrimirse nuevas causas generadoras de un
habla disfémica. En tercer lugar, porque cada habla disfémica puede
encerrar un sinfín de interrogantes no resueltos. Por último, porque
existen otros factores asociados a la disfemia que, si bien no pueden
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considerarse estrictamente etiológicos, sí aparecen con la frecuen-


cia necesaria como para ser tenidos en cuenta, a saber:
• Factores hereditarios y de predisposición personal, que
hace que algunos sujetos se muestren proclives hacia un
modelo de habla tartamuda.
• Zurdería, ya que es alta la correlación que se ha observado
entre las variables “ser zurdo” y “tartamudear”.
• Sexo, pues se advierte una mayor prevalencia de la tartamu-
dez en hombres que en mujeres.

2. EVALUACIÓN DEL TRASTORNO

Para valorar la tartamudez es necesaria una evaluación holís-


tica de las manifestaciones lingüísticas y no lingüísticas que presenta

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el habla del sujeto (repeticiones de fonemas, sílabas, palabras, expre-


siones y frases, prolongaciones de fonemas, bloqueos, alteraciones
conductuales, tensión muscular, movimientos musculares inapropia-
dos...). Además habrá que dilucidar sobre la/s posible/s causa/s que
han provocado el trastorno. No obstante, si la primera tarea puede
resultar relativamente fácil, la segunda entraña una dificultad eviden-
te, ya que requiere la obtención de datos en diferentes contextos y
situaciones, debido a la incertidumbre que rodea al trastorno.
En todo caso, habrá que verificar la gravedad del trastorno,
tanto su frecuencia (al menos sobre una muestra de 300 palabras)
como su repercusión en la inteligibilidad del mensaje, así como el
esfuerzo que invierte el sujeto en su elocución (gestos, movimien-
tos...) y los bloqueos e interrupciones que comete (frecuencia y du-
ración de los mismos). Por ello, es recomendable la grabación en
vídeo (sin que ésta sea percibida por el sujeto o bien restando impor-
tancia a la misma, ya que podría influir en su estado anímico (ner-
viosismo) y repercutir negativamente en su habla).
Es necesario evaluar su persistencia, es decir, si se trata de
una alteración duradera o si, contrariamente, ha aparecido durante
algún periodo de tiempo. Igualmente, conviene evaluar la compe-
tencia lingüística del sujeto en diferentes contextos y con diferentes
interlocutores, dado que el trastorno puede manifestarse sólo en si-
tuaciones de presión, nerviosismo o estrés.
Además se ha de analizar la habilidad del hablante en las dife-
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rentes situaciones de comunicación: expresión verbal espontánea,


expresión verbal provocada, imitación provocada y lectura de textos
(Le Huche, 2000; Gallego, 2001). En efecto, serán demandadas ac-
tividades como narraciones de historias, descripciones de imágenes,
relatar secuencias, respuestas a determinadas preguntas, repetición
de palabras y frases, conversaciones, y, si ha adquirido el lenguaje
escrito, la lectura de textos.
Conocer el proceso de adquisición del lenguaje oral, los posi-
bles retrasos y/o disfunciones y la edad a la que se detectaron los
episodios de tartamudeo serán informaciones iniciales de suma uti-
lidad.
Los tartamudeos iniciales (fisiológicos o de desarrollo) han
de ser evaluadas con cautela, sin evidenciar una excesiva preocupa-
ción, para que el niño no perciba o se centre en su disfluencia. Y ello

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porque, en la mayoría de los casos, esta dificultad puede evolucio-


nar positivamente sin una intervención específica, aunque sí es con-
veniente advertir a los padres acerca de la importancia que tiene el
eliminar las posibles presiones y correcciones desmesuradas sobre
el habla del niño.
Ante tanta incertidumbre sobre la identificación del trastor-
no, cabe preguntarse ¿cuándo un habla con disfluencias puede con-
siderarse como una disfemia y, por tanto, aconsejar el inicio de una
intervención? Conture (1990) ha señalado dos criterios al respecto:
1) Cuando la presencia de bloqueos y/o prolongaciones de
sonidos constituyan más del 25 % de las disfluencias so-
bre una muestra de 100 palabras.
2) Cuando persisten las prolongaciones y/o repeticiones de
sonidos en la primera sílaba de la palabra, sea cual sea la
longitud de ésta.
Para Biain (2002), existen algunos indicios que los padres
pueden tener en cuenta para determinar cuándo estas dificultades
son normales y cuándo constituyen un riesgo:
— Frecuencia: es normal que se den alteraciones en cinco de
cada cien palabras.
— Cantidad: cuando la palabra, sílaba o sonido se repite más
de tres veces existe riesgo de tartamudez.
— Severidad: si una interrupción se prolonga medio segundo
o más también existe riesgo de tartamudez.
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En nuestra opinión, tres serían las señas de identidad de un


habla tartamuda:
1) Considerable esfuerzo durante la emisión verbal.
2) Tensión muscular y alteraciones respiratorias.
3) Bloqueos o interrupciones más o menos bruscas.
En definitiva, se requiere una valoración completa de toda la
sintomatología del trastorno, desde una perspectiva bifronte (Rus-
tin, 1987): a) cuantitativa, es decir, contabilizando el número de
errores (disfluencias) en 100 palabras o computando el número de
palabras tartamudeadas durante un minuto (en 100 palabras emiti-
das), para establecer la frecuencia de errores en el lenguaje conver-
sacional del sujeto; y b) cualitativa, para obtener datos sobre el ca-
rácter distintivo o diferenciador inherente a un habla concreta. Para
ello se observan los tipos de errores (repetición de sonidos, sílabas,

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palabras y frases, bloqueos y prolongaciones de sonidos). De otro


modo, se evaluará, de una parte, el producto del lenguaje oral: el
propio discurso, en distintos contextos y, de otra, el proceso de ela-
boración del discurso: actitud del sujeto, expectativas, autopercep-
ción, esfuerzo de articulación..., en relación con el contexto (moda-
lidad de habla, actitudes externas, respeto de turnos de palabra,
atención mostrada...).
De modo orientativo y esquemático (Cfr. Cuadro 4.2) se pre-
senta en la página siguiente algunas de las dimensiones evaluables
de la tartamudez (Santacreu y Froján, 1996; Gallego, 2001).
Además de estos datos que pueden recogerse a través de la
entrevista personal a los sujetos, padres, profesores y compañeros o
amigos, se pueden utilizar tests estandarizados, escalas y cuestiona-
rios (Cfr. Santacreu y Froján, 1996; Gallego, 2001). Especialmente
relevante resulta la evaluación del contexto familiar, pues es donde
radica con mayor frecuencia la génesis del problema. En este senti-
do, además de la entrevista, la observación etnográfica puede apor-
tar datos relevantes y de sumo interés. Finalmente, si es posible,
interesa conocer las causas del trastorno, aunque la dificultad que
entraña es manifiesta, por cuanto su etiología sigue permaneciendo
aún en el terreno de lo opinable. No obstante, la trilogía etiológica
más esgrimida es la descrita en el apartado 1.3.

3. INTERVENCIÓN LOGOPÉDICA
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Teniendo en cuenta las características del trastorno y la edad


de aparición del mismo, se proponen tres posibles modalidades de
intervención. Con esta estructura se ha presentado en otro lugar
(Gallego, 2001), sin ocultar que existen otras propuestas en función
de la orientación teórica que subyace al programa de intervención.

3.1. Intervención en el tartamudeo infantil

Se trata de una intervención apropiada para niños de 3 a 6


años aproximadamente que, por razones fundamentalmente extrín-
secas (además de la falta de dominio lingüístico, obviamente), pre-
sentan disfluencias en su expresión oral. En realidad, no se trata de
manifestaciones insólitas o anormales sino que son muy comunes y

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• Variables Lingüísticas:
– Aspectos fonéticos y fonológicos: prolongaciones de sonidos, sílabas
y/o palabras, bloqueos.
– Aspectos morfosintácticos: repeticiones, tipos de frases.
– Aspectos léxico-semánticos: pausas por la carencia de léxico adecua-
do, disfunciones en la organización de frases.
– Aspectos prosódicos: alteraciones en la entonación, pausas...
– Aspectos pragmáticos: uso del lenguaje en contextos diferentes y con
interlocutores varios.
• Variables Fisiológicas:
– Actividad respiratoria durante la expresión oral: se trata de averiguar
si el nivel de aire sobrepasa los mínimos alcanzados cuando se está
en reposo y el número de palabras emitidas entre las pausas inspira-
torias.
– Respuesta EMG para ver el nivel de implicación de la lengua, la cara,
el cuello y del resto de los órganos fonoarticulatorios y del cuerpo
(sincinesias corporales y gestos faciales).
• Variables situacionales:
– Contextos, personas, actividades, canales de intercomunicación (telé-
fono, magnetófono...) y temas de conversación en las que la tartamu-
dez se acentúa o se agrava y, al contrario, se atenúa.
• Otras variables analizables:
– Momento de aparición del trastorno de la fluidez verbal, evolución
que ha experimentado y situación actual que presenta, incluyendo tam-
bién otras disfunciones en el lenguaje o en el habla si existiesen, es
decir, la historia clínica del trastorno.
– Posibles estrategias que pone en marcha el propio sujeto para reducir
la disfuencia y producir un habla más fluida (como cantar, cuchichear,
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etc.)
– Autopercepción de la disfemia, es decir, por qué se produce, la actitud
y las expectativas mostradas ante ella (posibilidad de superación ver-
sus evitación de la comunicación, aceptación versus vergüenza, moti-
vación y autoestima).
– Valoración familiar de la tartamudez, así como la actitud mostrada, la
afectividad, el autoritarismo, la sobreprotección, la indiferencia, la
permisividad, el abandono, la exigencia, las burlas, la competencia
entre hermanos...
– Valoración social de la tartamudez: percepción de los profesores, com-
pañeros, grupo de amigos.
– Posibles causas orgánicas generadoras del trastorno.
– Antecedentes personales y familiares de tartamudez o deficiencias lin-
güísticas.

Cuadro 4.2. Dimensiones evaluables de la tartamudez.

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pueden observarse en bastantes niños durante las edades señaladas.


En estos casos, la intervención se dirige más al contexto que al pro-
pio niño.
Afortunadamente, el pronóstico es favorable y la propuesta
de intervención no reviste mayor dificultad. Consiste en una actua-
ción preventiva más que correctiva, con el fin de evitar la fijación
del trastorno en el habla del niño; de ahí que Irwin (1994) hable de
una intervención preventiva, para diferenciarla de otras terapias psi-
cológicas (García Higuera, 2003).
Además, se trata de una intervención indirecta, pues no se
centra en el niño sino en el contexto, en especial, el familiar. Para
Shames y Rubin (1986), la familia crea la atmósfera, los modelos y
las consecuencias del habla y define las reglas para la interacción
social, por lo que debe estar especialmente motivada para incidir en
el proceso terapéutico. La falta de motivación limita el éxito de la
terapia. En este sentido, se ofrecen una serie de sugerencias o pautas
de actuación (Cfr. Cuadro 4.3) para paliar el tartamudeo primario o
fisiológico del niño (Gallego, 2001, 96).

• Mostrar modelos de habla adecuados: lenguaje claro, sencillo y com-


prensible.
• Atención temprana del problema.
• Evitar burlas y riñas por su habla.
• Procurar un clima seguro en el plano emocional y afectivo.
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• Ambiente tolerante, distendido y cariñoso de los padres, no directivo.


• Evitar que el niño tome conciencia de su habla y la perciba como proble-
mática.
• Alejarse de actitudes sobreprotectoras.
• Intentar reducir su excitación, inquietud y tensión.
• Rechazar muestras de desaprobación o ansiedad.
• Dejar de corregir el tartamudeo y asegurarse de que nadie lo hace.
• Reducir la demanda de preguntas, no exigirle que hable, ni hablar por él.
• Prestarle atención durante la conversación, sin interrumpirlo.
• Preocuparse más del contenido del mensaje que de cómo lo dice.
• Permitirle hablar sin corregir su pronunciación ni su gramática.
• Eludir cualquier presión sobre el habla del niño.
• Adaptar el lenguaje a las dificultades del niño: velocidad, turnos, senci-
llez...

Cuadro 4.3. Actuaciones preventivas para el tartamudeo infantil.

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En definitiva, se trata de adecuar las conductas de los padres,


hermanos y demás personas que rodean al niño para que mitiguen las
manifestaciones del trastorno (más que de corregir al sujeto) y contri-
buyan a aumentar, de esta forma, la confianza y seguridad en sí mismo.

3.2. Intervención en el tartamudeo esporádico

Para los niños de 6-10 años que presentan rasgos disfémicos


la participación de padres y profesores se erige también fundamen-
tal, por cuanto éstos deben asumir el papel de co-terapeutas, respon-
sables de la intervención. Además del cumplimiento de las pautas
señaladas con anterioridad (Cfr. Cuadro 4.3), puede ser útil, tenien-
do en cuenta las aportaciones de Simon (1997), respetar algunos
principios generales de intervención (Cfr. Cuadro 4.4).

• Contracondicionamiento de los mecanismos del habla, interiorizando es-


trategias eficaces para reducir los bloqueos, repeticiones y prolongacio-
nes de sonidos.
• Desensibilización progresiva de los patrones lingüísticos disfémicos, in-
tentando que se instauren modelos de habla alternativos.
• Modelado por parte del terapeuta, familia, profesores y adultos que tratan
diariamente con el niño de patrones lingüísticos y comunicativos adecuados.
• Reforzamiento de todos los implicados tras los progresos acaecidos, ha-
ciendo al niño partícipe de la evaluación para que aprenda a autoevaluar-
se y advierta como refuerzo el incremento de la comunicación y las rela-
ciones sociales.
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• Transferir lo aprendido al lenguaje espontáneo del sujeto haciéndolo par-


tícipe, cuando los logros aparezcan, de su propia evaluación, como fo-
mento del refuerzo y de la autoestima y autoconfianza.
• Las actividades desarrolladas, además del carácter lúdico, partirán de los
intereses y aficiones del niño.
• Se desarrollarán ejercicios fonatorios, respiratorios, de ritmo y de relajación.

Cuadro 4.4. Actuaciones terapéuticas para el tartamudeo esporádico.

3.3. Intervención de la tartamudez en adolescentes y/o jóvenes

El tratamiento de la real tartamudez requiere un programa de


intervención más personalizado, directamente orientado hacia el
sujeto, además de las pautas genéricas anteriores dirigidas al entor-
no, principalmente al familiar. Esto implica que el tratamiento sea

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92 Atención logopédica al alumnado con dificultades en el lenguaje oral

más especializado, de manera que se desarrolle a través de sesiones


logopédicas sistematizadas. La frecuencia y duración de las mismas
variará en función de la intensidad del trastorno y de sus caracterís-
ticas intrínsecas.
El pronóstico de la tartamudez, en estos casos, se torna más
incierto, aunque algunos autores se muestren optimistas (Le Huche,
2000). No es previsible el tiempo que transcurrirá hasta superar el
habla disfémica, dependerá de la/s etiología/s que subyace al tras-
torno, de las características del sujeto, en especial, su motivación, su
actitud y sus expectativas de superación; por tanto, son fundamenta-
les el apoyo y la confianza del logopeda, de la familia, de los profe-
sores y demás personas significativas para el sujeto, así como el
reconocimiento y valoración, incluso con refuerzos positivos, de los
avances acaecidos.
Existen diferentes enfoques o perspectivas de intervención en
las disfemias, debido a que son diversas las causas del trastorno y
varias las perspectivas de estudio. El programa que el logoterapeuta
ha de diseñar debe ser holístico (Gallego, 2001), abarcando todas
las dimensiones de la persona (Cf. Cuadro 4.5) y teniendo en cuenta
que, pese a la baja autoestima inicial de la persona con tartamudez,
sus percepciones van cambiando a medida que se evidencian y se
valoran los progresos (Shames y Rubin, 1986).

• Dimensión cognitiva, para modificar las expectativas, ideas y pensamien-


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tos del sujeto sobre su lenguaje, presumiblemente negativos y cuyas reper-


cusiones pueden resultar contraproducentes.
• Dimensión verbal-motora, para mejorar la respiración, la articulación, la
voz, el ritmo y los elementos prosódicos del habla. En general, se deman-
dará un habla pausada y rítmica.
• Dimensión afectivo-emocional, para extinguir posibles conductas fóbicas
o de evitación de comunicación, mediante la adquisición de estrategias de
auto-regulación, de tal manera que no interfieran en la coordinación fono-
respiratoria, tensión neuromuscular y respuestas fisiológicas derivadas de
la ansiedad.
• Dimensión comunicativa, para mejorar la actitud hacia las relaciones so-
ciales comunicativas y desarrollar las habilidades sociales, mediante tera-
pias de grupo, es decir, “grupos terapéuticos que ofrecen la oportunidad
al tartamudo de ensayar en un ambiente social similar al que luego va a
encontrar fuera de la sesión” (Fernández, 2000, 14).

Cuadro 4.5. Dimensiones para la intervención de la tartamudez.

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Trastornos en la fluidez verbal 93

Entre las técnicas y/o estrategias que se pueden utilizar du-


rante la intervención, se subrayan las siguientes (Santacreu y Fro-
ján, 1996; Gallego, 2001; Vallés, 2001):
a) Técnicas basadas en disfunciones del feedback, que con-
siste en producir interferencias para que el sujeto no per-
ciba su habla, liberándole de los efectos negativos que
acarrea la retroalimentación. Entre ellas se destacan las
siguientes:
• Habla ensordecida o enmascarada. Se trata de emitir el
suficiente ruido mientras el sujeto habla o lee, con el fin
de que sea incapaz de percibir su propia habla, eliminan-
do así la retroalimentación auditiva y ósea e impidiendo
que repercuta en su discurso. El hecho de estar más
preocupado por hablar alto, claro y pausado (descansos
cada dos o tres palabras) ayuda a cambiar el patrón de
habla. Paulatinamente se irá desvaneciendo el ruido.
• Habla rítmica. Consiste en ajustar el ritmo articulatorio
del hablante a una secuencia exterior lenta, mediante el
uso de un metrónomo u otras ayudas, con el propósito de
que el hablante ignore su propio ritmo articulatorio y
siga el impuesto por el metrónomo.
• Retroalimentación Auditiva Demorada (R.A.D.). Me-
diante el uso de unos auriculares y un equipo de graba-
ción y reproducción se consigue retardar, unos segun-
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dos, la retoalimentación auditiva del hablante, lo que


implica que si quiere escuchar su propio discurso debe
enlentecer su ritmo e incrementar, tanto en número
como en duración, las pausas, consiguiendo contrarres-
tar el hábito de tartamudeo que posee.
• Habla “en eco” o “en sombra”. Consiste en imitar el mo-
delo de habla del logoterapeuta, el cual hará énfasis en la
pronunciación y también en las pausas, la entonación y
el ritmo articulatorio. Se utilizarán frases, en principio,
cortas y de fácil pronunciación, para ir incrementando
progresivamente la complejidad.
b) Técnicas basadas en el condicionamiento operante, tratan-
do de controlar las respuestas que se producen en el habla
del sujeto, mediante el uso de las siguientes estrategias:

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94 Atención logopédica al alumnado con dificultades en el lenguaje oral

• Contracondicionamiento o reforzamiento positivo ante


conductas lingüísticas fluidas y correctas, de manera
que el sujeto asocie ambas conductas (la deseada y el
refuerzo), con la misma efectividad que en su día asoció
la conducta del tartamudeo y el refuerzo oportuno. El
empleo de estímulos intrínsecos al sujeto, como el habla
correcta, la óptima comunicación..., son magníficos re-
fuerzos.
• Tiempo fuera, que consiste en interrumpir una elocución
disfémica, durante diez segundos, aproximadamente,
para proporcionar, de un parte, el descanso requerido
para reducir la tensión muscular y, de otra, la oportuni-
dad de corregir, una vez tranquilizado, el ritmo articula-
torio del sujeto, eliminando así la fobia a determinados
sonidos y/o palabras.
• Extinción, que consiste en identificar las conductas o
respuestas que incrementan el tartamudeo, consideradas
como refuerzos de la conducta disfémica, y eliminarlas
puntualmente hasta disminuir la efectiva asociación (de-
pendencia) de ambas conductas.
c) Técnicas de sensibilización, cuyo objetivo es propiciar el
desarrollo de actitudes y hábitos necesarios, tales como la
relajación, el control de la ansiedad y el desarrollo de ha-
bilidades comunicativas, para que el sujeto pueda superar
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el problema (García Higuera, 2003), a través de estrate-


gias como las siguientes:
• Entrenamiento asertivo, para superar complejos de infe-
rioridad o una timidez excesiva, que desencadenan si-
tuaciones de ansiedad y nerviosismo, y provocan, a su
vez, cierta tensión muscular que afecta negativamente al
habla.
• Terapia cognitiva, que intenta modificar los procesos
cognitivos del sujeto a través de diversas acciones,
como la resolución de problemas (verbalizar los pensa-
mientos sobre cómo hablar en distintas situaciones) o
el entrenamiento en autoinstrucciones (pensar primero
lo que quiere decir y luego decirlo), modificándose así
las expectativas, creencias y pensamientos que tiene la

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Trastornos en la fluidez verbal 95

persona tartamuda sobre su propio problema, de mane-


ra que no se autodefina como tartamudo. Cualquier
programa, sean cuales sean las técnicas seleccionadas,
debe considerar este aspecto (autopercepción y expec-
tativas).
• Entrenamiento en habilidades sociales, dado que una de
las muchas hipótesis que contribuyen a la génesis de la
tartamudez es la escasez de habilidades sociales y, en
consecuencia, la evitación de determinadas situaciones
comunicativas. Se trata de desarrollar esas habilidades
como medio o instrumento para superar la falta de flui-
dez verbal.
d) Técnicas de desensibilización, que pueden resultar útiles
cuando en la génesis del trastorno están, entre otras, las
fobias, tensiones, temores y rechazos, motivos por los cua-
les se hacen necesarias actuaciones como las siguientes:
• Desensibilización sistemática ante las situaciones que
provocan ansiedad en la persona, mediante la relajación
inicial y la exposición de los estímulos fóbicos, en orden
creciente, con el fin de propiciar cambios en las respues-
tas y reducir la ansiedad y la angustia.
• Técnicas de control de las respuestas psicofisiológicas,
a través de la auto-relajación, para intentar optimizar los
aspectos esenciales que permiten un habla correcta (res-
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piración, relajación y control muscular).


e) Otros procedimientos, que inspiran el uso de gestos y nue-
vas formas de hablar para contrarrestar los movimientos
faciales y corporales ligados a la tartamudez, son los si-
guientes:
• Habla “gesticulada”, que consiste en asumir ciertas pau-
tas de gesticulación como acompañamientos del habla.
Estos gestos coadyuvan la aparición de un patrón de ha-
bla no tartamudo, al servir de “muletillas gestuales” que
sustituyen los vicios faciales o corporales propios del
tartamudeo y distraen la atención del hablante.
• Habla “en soplo”, que consiste en hablar siempre des-
pués de haber espirado el aire, con el propósito de evitar
la posible aparición de espasmos.

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• Habla silábica, que consiste en articular las palabras, en-


fatizando cada una de sus sílabas y descansando ligera-
mente entre una y otra.
La versatilidad de las estrategias descritas para el tratamiento
de la tartamudez aconseja hacer un uso integrado de las mismas. El
programa de intervención no concluye, empero, con la conquista
inicial de un habla lenta, pausada y no tartamuda. Éste no es más que
el inicio de un largo camino por recorrer. Se trata de transferir o
generalizar ese nuevo modelo de habla, todavía artificial, a todos los
contextos y situaciones comunicativas del hablante, introduciendo
incluso mejoras paulatinas en su elocución, como el ritmo, los ele-
mentos prosódicos y la velocidad del habla. La generalización del
habla fluida es, sin duda, un proceso más lento y difícil que el de la
superación inicial del tartamudeo y exige la implicación de otros
agentes, como los profesores y los padres.
El programa de intervención, en fin, debe contemplar un se-
guimiento y control, es decir, la evaluación del mismo (consecución
de objetivos planteados) y la valoración de la actuación de cada uno
de los responsables de su implementación. Ha de ser una evaluación
procesual y formativa, que posibilite la realización de adaptaciones
y modificaciones, cuando se perciban estancamientos en el logro de
los objetivos, desmotivación del hablante, retrocesos, etc.
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