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Capítulo Uno
Ahora bien: no todos los filósofos han sido víctimas del poder político. De hecho,
alguien podría resaltar que algunos parecen haber gozado de cierto reconocimiento por
parte del mismo, al punto incluso de oficiar
Por la decisión de los ángeles, y el juicio de
los santos, excomulgamos, expulsamos,
como cortesanos o consejeros del soberano del
execramos y maldecimos a Baruch de momento. Podría estar pensando en Platón,
Spinoza, con la aprobación del Santo Dios y
de toda esta Santa Comunidad (…) Maldito Aristóteles, Séneca, Maquiavelo, Thomas Moro,
sea de día y maldito sea de noche; maldito
Hobbes, Stuart Mill o Martin Heidegger.
sea cuando se acuesta y maldito sea
cuando se levanta; maldito sea cuando sale Destacaría casos en que los filósofos proceden
y maldito sea cuando regresa. Que el Señor
no lo perdone. Que la cólera y el enojo del de familias poderosas o se relacionan muy bien
Señor se desaten contra este hombre (…).
con hombres de poder, bajo cuya sombra
Ordenamos que nadie mantenga con él
comunicación oral o escrita, que nadie le gozaron de tranquilidad y respetabilidad.
preste ningún favor, que nadie permanezca
con él bajo el mismo techo o a menos de También señalaría casos en que pudieron
cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o coincidir las ideas de un filósofo y la postura
trascripto por él
ideológica en ese momento en el poder. Quien se
interesara en enfatizar este nexo entre filosofía y
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poder político, fácilmente podría señalar el
Decreto de excomunión de Baruch de
Spinoza. hecho de que Platón era un aristócrata ateniense;
miembro de una familiar largamente ligada a las
esferas de poder en esa polis. O que Aristóteles fue maestro de Alejandro Magno, como lo
fue Séneca de Nerón. Nos diría, además, que esta cercanía entre filósofos y hombres de
poder no se limita a los periodos clásicos. Que la volvemos a ver, a comienzos de la
Modernidad, en la relación de Thomas Moro con Enrique VII. Bien podría mostrarnos el
ejemplo de Thomas Hobbes, toda su vida preceptor de lores ingleses. En todos estos casos,
por su saber, estos hombres encontraron acceso a los poderosos. Posiblemente no se le
escape la exaltación de Martin Heidegger a la rectoría de la universidad bajo el régimen
Nazi o el hecho de que Isahia Berlin fuera nombrado lord por la reina Isabel. Un poco útiles
le serían, para este propósito de denunciar la ‘complicidad entre filosofía y poder político’,
oficios más modestos en la burocracia, como Maquiavelo en la Cancillería florentina o John
Stuart Mill en la Compañía de Indias Orientales. Y quedan más ejemplos. Esta línea de
argumentación llevaría fácilmente a concluir que, al menos en algunos casos, seducida por
los encantos del poder, la filosofía termina complacientemente legitimándolo. Y concluir,
alegremente, que todo el pensamiento de Platón está destinado a dar fundamento al régimen
aristocrático, el de Thomas de Aquino a la hegemonía política cristiana, el de Hobbes al
absolutismo monárquico y el de Heidegger al nazismo.
El problema con esta línea de argumentación que se acaba de señalar, es que ella
simplifica demasiado el rol que ha cumplido la filosofía, como actividad intelectual, en la
creciente complejización de la política, como organización y ejercicio del poder que hace
posible la convivencia humana. Ese rol va más allá de una relativa dependencia mutua que,
en ciertas coyunturas específicas, pueden brotar entre los hombres dedicados a la acción
política y las ideas que los filósofos destilan.
De una forma u otra esto lo han terminado por escarmentar los filósofos que han
hablado al oído del poderoso del momento: Platón fue víctima del tirano de Siracusa, como
lo fue Séneca de Nerón y Thomas Moro de Enrique VIII. Y estos ejemplos deberían bastar
para diluir la idea del 'filósofo-cortesano', figura que acaso nunca existió. Son más
representativos de la relación de los filósofos con el poder político Sócrates, condenado a
muerte, o Campanella a la tortura, como lo fue Maquiavelo, o Spinoza al exilio, como lo
fueron Locke o Marx. De poco les vale a los filósofos alejarse de la ebullición política,
como se alejó en cierto momento Aristóteles de Atenas, según se dice, ‘para no darle a la
polis la oportunidad de pecar dos veces contra la filosofía’. Esa distancia, y aún más la de la
muerte, los pondrá a salvo de la persecución política. Ninguna, sin embargo, los pondrá a
salvo de la instrumentalización que la política siempre podrá hacer de la filosofía. Porque
muy a menudo la filosofía termina convertida en una excusa para los fines prácticos de la
política: Rousseau una fórmula justificatoria para los actos políticos de los jabobinos, como
Marx para los de los bolcheviques. De estar vivo para corregirEllas simplificaciones
tema que se
de la filosofía política
son los grandes objetivos de
hacía de ellos, ni Rousseau hubiera sobrevivido al fervor revolucionario de Robespiere,
la especie humana, de la ni
libertad, del gobierno o del
Marx al celo político de Stalin. imperio
(Leo Strauss, ¿Qué es la
En compensación, los filósofos gozan de una filosofía política, pg.10)
No importa cuál haya sido la fuente de esa experiencia intelectual, los filósofos
hablan de la política de un modo distinto al de los políticos. Pueden haber estado alguna
vez en el medio político como tutores o consejeros (como lo estuvieron Séneca, Thomas
Moro y Hobbes), como burócratas (como Maquiavelo), como legisladores (como Stuart
Mill y Charles Taylor), como exiliados y perseguidos por sus ideas (al modo de Spinoza o
Marx) o más bien refugiados en la vida académica (como prefirieron Platón, Aristóteles,
Tomás de Aquino, Kant y Hegel), hablan de la política desde el saber, desde cierta actitud
crítica o a nombre de los más altos ideales. En todo caso, ejerciendo un derecho radical a la
crítica y a establecer principios normativos; y lo hacen a menudo dejando entrever cierto
desdén por las urgencias de la mecánica política; como si eso les resultara demasiado
prosaico.
Todo esto ha dado píe a que se diga que es en su torre de marfil –la queja es vieja-
Esta propuesta (la del filósofo-rey) no
donde los filósofos diseñan sus sociedades irreales, que nada tienen
fue acogida que ver
por ningún con el
filósofo mundo
después
real. No en vano Maquiavelo, que sí está untado dedepolítica
(Platón)hasta
y políticamente
los tuétanos, quedó sin a
critica
ningún efecto. Al contrario, la fundación
todos aquellos que se dedican a imaginar repúblicasdeperfectas sinprecisamente
la academia, detenerse siquiera
porque noun
pretendía educar para la política como sí
momento en las arduas tareas y en las urgentes demandas de las imperfectas repúblicas en
las escuelas de los sofistas y oradores,
las cuales habitamos. Al leer esa crítica, algunos no fue
pueden evitar pensar en significativa
extraordinariamente Platón pues,
para lo que todavía hoy entendemos por
contra lo que veía como una degradación de la política en su
libertad. polis, se
El mismo dedicó
Platón a construir
todavía podría
haber creído que la academia
otra, enteramente nueva y moralmente perfecta; una en la cual la política es buena
conquistaría y dominaría algún día la
justamente en la medida en que se acoge a la verdad filosófica.
polis. ParaConsusél la filosofía para
sucesores, habríalos
filósofos de la posteridad, lo que quedó
emergido como la fuente de la verdadera política; fue sólo que la academia garantizaba a
aquella que excluye las bajas pasiones de la los pocos un espacio institucional de
libertad, y que esta libertad se entendió
política real, por las cuales el verdadero filósofo ya desde el principio como contrapartida
a la libertad de la plaza de mercado; al
no puede sentir sino desprecio. mundo de las opiniones engañosas (…).
Quizás se puedan sintetizar estas líneas críticas en la idea de que esta actitud a-
política alimenta una u otra posibilidad (cuando no ambas al tiempo): de una parte, que los
filósofos hablen como si tuviesen la verdad y la misión de contársela a la sociedad,
especialmente a sus gestores políticos, a fin de que la sociedad pueda ser organizada
conforme a ella; de otra parte, que exhiban un desprecio por la política, por el poder y los
1
Término que algunos autores contemporáneos (Salazar, 1997, Schettino, 1999 y Rodríguez, 1999) han
acuñado para referirse a esa actitud filosófica de superar la imperfección de la política real mediante una
apelación a una filosofía política estrictamente normativista, que se concentra en el deber ser de la política.
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Dice Arendt: “Esta degradación de la política a partir de la filosofía, tal como la vemos desde Platón y
Aristóteles, depende completamente de la diferenciación entre muchos y pocos, que ha tenido efecto
extraordinario, duradero hasta nuestros días, sobre todas las respuestas teóricas a la pregunta por el sentido de
la política. Pero políticamente no ha tenido mayor efecto que la apoliteia de las antiguas escuelas filosóficas y
la libertad de cátedra de las universidades. Dicho en otras palabras, su efecto político siempre se ha extendido
sólo a los pocos, para los que la auténtica experiencia filosófica ha sido determinante por su arrolladora
absorbencia -experiencia que, según su propio sentido, conduce fuera del ámbito político del vivir y hablar
unos con otros” (Arendt, 1997: 84).
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Esto le permite a Hannah Arendt hacer un juicio tajante: el hecho de que la teología y la filosofía se ocupen
siempre del hombre –dice- puesto que todos sus enunciados serían correctos incluso “si sólo hubiera un
hombre... o únicamente hombres idénticos”, es lo que explica el que no se haya encontrado ninguna respuesta
filosóficamente válida a la pregunta ¿qué es la política? “La filosofía tiene dos buenos motivos para no
encontrar nunca el lugar donde surge la política. El primero es: a) Zoon politikon: como si hubiera en el
hombre algo político que perteneciera a su esencia. Pero esto no es así: el hombre es a-político. La política
nace en Entre-los hombres, por lo tanto completamente fuera del hombre. De ahí que no haya ninguna
substancia propiamente política. (...) b) La representación monoteísta de Dios, a cuya imagen y semejanza
debe haber sido creado el hombre. A partir de aquí, ciertamente, sólo puede haber el hombre, los hombres son
una repetición más o menos afortunada del mismo” (Arendt, 1997:45).
‘intereses bajos’ que allí se mueven. En últimas, que el filósofo puede caer en la tentación
de creer que, desde lo alto, casi en contacto con la verdad, la inmortalidad o la divinidad,
debe ser escuchado por los hombres de acción, que están abajo, mientras él huye de sus
pequeñas obsesiones. Algo así como un eterno Diógenes despreciando a Alejandro y sus
mundanas ofertas.
La queja de que la filosofía política habla de la política, sin practicarla y sin siquiera
entenderla, ha terminado siendo sobredimensionada por otra que dice que este tipo de
empresa intelectual, si alguna vez tuvo razón de ser, ahora la ha perdido.