Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Desde los filósofos griegos como Heráclito, para quien la guerra era el
instrumento del orden cósmico, en tanto representaba la medida de las cosas y
podía hacer fácilmente a los hombres dioses o esclavos, pasando por Platón y
Aristóteles –que valoraron la guerra como instrumento político legítimo, ofensiva y
defensivamente hablando (si de lo que se trataba era del bien de la polis)–, hasta
llegar a los pensadores más contemporáneos como Bobbio e incluso el mismo
Walzer –que han reflexionado sobre la devastación de las guerras contemporáneas
y la validez de los criterios de justificación clásicos–, la guerra no ha dejado de
generar interrogantes ni para la filosofía ni para cualquier otra ciencia humana y
social, ni tampoco para
Los pueblos griegos, desde antes del siglo X a.C., llegaron a organizar
diversos procedimientos para la reglamentación de las guerras. Lo que caracterizaba
el proceso bélico griego era que las ciudades establecían previamente un convenio,
donde se establecían las prerrogativas del vencedor y las obligaciones del perdedor,
faltando solamente saber que ciudad sería la vencedora y cuál la perdedora.
2
Otra forma utilizada por los griegos era el combate singular o monomaquia,
donde guerreros representaban a sus familias o ciudades.
De las filas de un ejército formado en línea de batalla se adelantaba un
combatiente y declaraba frente a la formación enemiga que estaba dispuesto a
dirimir el conflicto en lucha singular.
El ejército desafiado designaba a su vez, a un guerrero de sus filas quien
manifestaba si aceptaba el combate masivo, si era aceptado el reto tenían lugar
conversaciones entre representantes de ambos ejércitos donde se fijaban las
condiciones de lucha y procedimientos a emplear, como a si mismo cuales serían las
consecuencias respectivas de la victoria o de la derrota.
La Legitimidad de la causa.
La observancia de requisitos legales para la iniciación de la guerra.
Comportamiento acorde con los usos establecidos durante el
desarrollo del conflicto.
3
En cuanto a la legitimidad de la causa, básicamente se pueden reseñar dos
razones, la primera es la defensa del Estado contra la agresión externa (Defensa
Propia) y la segunda el cumplimiento de los compromisos contraídos con los aliados.
4
Dos obispos son los que aportan nuevos puntos de reflexión y fundan las
bases de lo que posteriormente se denominaría la Guerra Justa, ellos son San
Ambrosio (340-397) y San Agustín (354-430).
San Agustín, quien fue el que más escribió en su época sobre la moralidad
de la guerra, creía que los cristianos debían participar en la guerra “a condición de
que fuera justa, para vindicar una cosa mal hecha, como un castigo a una ciudad o
estado que no ha reprimido una ofensa cometida por un súbdito o se ha negado a
devolver algo indebidamente tomado".
Autoridad Legítima
Causa Justa
Recta Intención
5
Con el correr de los años se han incluido condiciones adicionales en la
guerra justa, las cuales han sido, normalmente, asociadas como condiciones
subordinadas de la causa justa, estas son:
El principio de la proporcionalidad
Ultimo recurso
Posibilidad de éxito (incluido por Francisco Suárez [1548 – 1617])
Para que exista una autoridad legítima ésta debe poseer legitimidad de
origen, es decir, que sea elegida en conformidad a las leyes existentes y legitimidad
de ejercicio la cual es cuando la autoridad se desempeña con acierto y en busca del
bien común de sus gobernados.
El concepto de autoridad legítima, no radica en quien reside la autoridad,
sino de quien proviene; lo que implica que no siempre el depositario del poder
disfruta de legitimidad, por lo tanto se deduce que es más importante la autoridad de
ejercicio que la de origen.
6
2) Último recurso: antes de recurrir a una guerra, una Nación debe emplear
todos los medios posibles para resolver las diferencias.
Respecto a la recta intención, Santo Tomás condicionaba que para que una
guerra fuese justa, esta debía desarrollarse y conducirse con una finalidad clara y
tendiente a lograr el bien o evitar el mal.
Vitoria también reconoce que respecto a los súbditos puede darse guerra
justa para ambos contendientes, pues aunque el Príncipe que hace una guerra
injusta tenga plena conciencia de su injusticia, sin embargo sus súbditos pueden
seguirlo de buena fe.
7
La Guerra Justa desde el Magisterio de la Iglesia
Ahora bien, si la guerra, en frase de Pío XII, es una “indecible desgracia” (24
de diciembre de 1939), será preciso examinar si ello, no obstante, no sólo se impone
como una necesidad biológica, como un corolario de la naturaleza humana decaída
de su estado original, sino también como un medio, por terrible que sea, para
mantener el derecho que la comunidad política tiene a subsistir.
El dilema gira, en torno a dos postulados: “Si vis pacem para bellum” y “paz
a cualquier precio y a toda costa”.
Ahora bien, como en uno y otro caso lo que se pretende haciendo la guerra
o negándose a hacerla, es la paz (lo cual más adelante pondremos en tela de juicio
como único fin admisible de la guerra justa), es preciso enfocar dos temas
fundamentales sintetizados en el concepto exacto de paz y en la guerra como
derecho -«ius ad bellum» para conseguirla.
8
circunstancias, un derecho natural a la guerra; la que entiende que toda comunidad
política, por el hecho de serlo, goza de un derecho legal para hacer la guerra, y la
que asegura que la guerra es siempre un crimen y jamás un derecho.
En favor de esta tesis, San Basilio afirmó que la guerra no puede ser un
medio al servicio de la justicia, porque es en sí un acto contra la justicia misma, y
Tertuliano entendió que Cristo, desarmando a Pedro, desarmó a todos los soldados:
“Con verte gladium tuum in locum suum” (Mt. 26,52).
Erasmo, por su parte, dijo que “la guerra está condenada por la religión
cristiana y que no hay paz, aun injusta, que no sea preferible a la más justa de las
guerras”.
9
Más recientemente -y siempre dentro del campo católico-, la Declaración de
Friburgo, de 19 de octubre de 1931, declaró que “la guerra moderna es inmoral”.
10
Por otra parte, si, como sostienen los pacifistas integrales, la paz es un valor
supremo, según se deduce de la bienaventuranza de los pacíficos, “beati pacifici”
(Mt., 5,9), la guerra que destruye la paz ha de ser forzosamente un crimen.
Sentado esto, no cabe la menor duda que la tesis que descalifica la guerra
en términos absolutos, calificándola sin más de crimen, no es aceptable. “Bellum
non est per se inhonestum”. La guerra, decía Suárez, no es un mal absoluto.
11
La guerra como “ultima ratio” será un derecho tan sólo cuando se haga por
razón de justicia y pretendiendo que con la justicia se logre la paz verdadera.
La Teología clásica y la doctrina católica tradicional, desarrollando esa
afirmación, exigen para que la guerra, por ser justa, constituya un derecho de la
comunidad política, determinados requisitos. Santo Tomás señalaba que, siendo la
“ultima ratio”, sea declarada por autoridad competente (“auctoritas principis”), que la
causa sea justa (“iusta causa”) y que haya recta intención (“intentio recta”).
Por lo que se refiere a la causa justa, San Isidoro de Sevilla especificaba las
de “rebus repetendis”, recuperar bienes, y “propulsandorum hostium”, rechazar a los
enemigos.
En general, el castigo de una injusticia (violación cierta, grave y obstinada,
decía Vitoria), y el recobro de un derecho, por ser considerado como agresiones, se
equiparan a la invasión del territorio nacional.
Además, la recta intención, para hacer justa la guerra, no debe concurrir tan
sólo en el momento de iniciarla, sino también en el modo de llevarla a cabo (“ iustus
modus”).
En este aspecto, jamás pueden ser lícitas las matanzas de no combatientes
o de prisioneros (recuérdense los genocidios de Hirohisma y Nagasaki, los
bombardeos con fósforo de Dresden y Colonia.
Por eso, una guerra justa por su causa puede transformarse en injusta, por
el modo de conducirla (“modus bellandi”), como puede suceder cuando “las acciones
12
bélicas produzcan destrucciones enormes e indiscriminadas, que traspasen
excesivamente los límites de la legítima defensa” (“Gaudium et spes”, núm. 80).
Pío XII ya había dicho tajantemente en 1954 que “toda acción bélica que
tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas
regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad, que hay
que condenar con firmeza y valentía”.
13
Se trate de guerra entre Estados o de guerra civil dentro del Estado, no
puede olvidarse, según copiamos a la letra de la famosa carta colectiva del
Episcopado español, publicada a raíz de la Cruzada, que no obstante ser “la guerra
uno de los azotes más tremendos de la humanidad, es, a veces, el remedio heroico
(y) único para centrar las cosas en el quicio de la justicia y volverlas al reinado de la
paz”.
Más aún, calificada “toda guerra de agresión contra aquellos bienes que la
ordenación divina de la paz obliga a respetar y a garantizar incondicionalmente y,
por ello, también a proteger y defender (como) pecado (y) delito contra la majestad
de Dios creador y ordenador del mundo.... la solidaridad de los pueblos, les prohíbe
14
comportarse (ante la agresión injusta) como meros espectadores en actitud de
impasible neutralidad”.
Cuando los tanques soviéticos ocuparon Hungría, el propio Pío XII con
vibrante energía, exclamó entonces “Cuando en un pueblo se violan los derechos
humanos y armas extranjeras con hierro y con sangre abrogan el honor y la libertad,
entonces la sangre vertida clama venganza, entonces -con frases de Isaías ¡ay de ti,
devastador!; ¡ay de ti, saqueador que confías en la muchedumbre de los carros,
porque el Señor se levanta contra aquellos que obran la iniquidad!”
Es cierto que, como los padres conciliares observaron, “las nuevas armas
nos obligan al examen de la guerra con una mentalidad totalmente nueva”
(“Gaudium et spes”, número 86, pág. 2), pues “en nuestro tiempo, que se ufana de la
energía atómica, es irracional pensar que la guerra sea medio apto para restablecer
los derechos violados” (Juan XXIII, “Pacem in terris”).
Pero, aun así, que mientras haya valores que son más fundamentales que
el hombre por sí mismo; mientras la libertad y la dignidad de los seres humanos esté
por encima de la paz funcional a las circunstancias del momento, mientras no haya
un desarme total y una fuerza que lo garantice, los pueblos no pueden evitar que
otros les impongan la guerra, y tienen el derecho y el deber de defenderse de la
guerra misma, preparándose para ella y luchando contra aquellos que se la imponen
El profeta Isaías dejó escrito que en la mancha del pecado está la raíz de la
guerra en el hombre.
“Gaudium et spes”, en idéntica línea de pensamiento, concluye: “En cuanto
los hombres son pecadores les amenaza el peligro de la guerra y les seguirá
amenazando hasta la venida de Cristo” (número 78, p. 116).
De aquí que, como el texto conciliar dice (número 79, p.' 4), “mientras
persista el peligro de guerra y falte una autoridad internacional competente dotada
de fuerza bastante, no se podrá negar a los Gobiernos el que, agotadas todas las
formas posibles de tratos pacíficos, recurran al derecho de legítima defensa. A los
15
gobernantes y a todos cuantos participan de la responsabilidad de un Estado
incumbe por ello el deber de proteger la vida de los pueblos puestos a su cuidado”.
En tal caso, la paz no sería el bien más anhelado ni la guerra el peor de los
males; lo anterior propone evaluar, a través de un cálculo de costo y beneficio, en
qué momento podría justificarse la guerra como un mal menor para defender un bien
mayor, como por ejemplo el de la libertad (Bobbio, 1997:34-35). De esta manera
encontramos puntos de coincidencia entre la Doctrina Social de la Iglesia y autores
laicos, en lo que respecta a la justa causa de la guerra, no apenas en el único caso
de pretender la paz, sino en promover la defensa y dignidad del ser humano a través
16
de preservar la libertad, la vida y el bienestar, tendiendo a la paz como estadio final
del conflicto superado y no como razón excluyente del mismo.
En relación con los que justifican la guerra como un acto divino, se parte
básicamente de la premisa que en el diseño divino del mundo así como hay un plan
para conservarlo, también existe la razón para destruirlo por la maldad intrínseca de
los hombres.
17
armada como respuesta a la intervención previa e injusta de otro país; o a la
intervención por razones de carácter humanitario.
18
Rumsfeld con expresiones tales como "justicia infinita" o "libertad duradera"
(Rodríguez Woroniuk, 2002).
19
Sede afirma que “Por tanto, sólo una decisión de los organismos competentes,
basada en averiguaciones exhaustivas y con fundados motivos, puede otorgar
legitimación internacional al uso de la fuerza armada, autorizando una injerencia en
la esfera de la soberanía propia de un Estado, en cuanto identifica determinadas
situaciones como una amenaza para la paz” (Compendio Social de la Iglesia, 2007).
Conclusiones
20
procurando establecer normas que determinasen la licitud del
enfrentamiento armado.
21
Sin embargo, el ejercicio unilateral del poder en el actual sistema
internacional, si bien procura legitimar sus acciones bajo la concepción de la
justa causa de la guerra y con ello obtener el reconocimiento del pleno
derecho a la guerra, parece distanciarse de las posibilidades de validación
toda vez que no satisface las exigencias conceptuales que, como una
invariante, continúan vigentes desde la antigüedad hasta nuestros días, sin
soslayar el desconocimiento pleno de la autoridad de la Organización de las
Naciones Unidas, en tanto organismo supranacional enfocado en esta
problemática.
En este sentido, gozan de absoluta vigencia las palabras de Juan Pablo II
respecto a que “Una acción bélica preventiva, emprendida sin pruebas
evidentes de que una agresión está por desencadenarse, no deja de
plantear graves interrogantes de tipo moral y jurídico”.
22
Hernán Federico Cornut
BIBLIOGRAFÍA
24
Seminario
Filosófico Teológico
(DR. URDAPILLETA)
Sobre la Guerra
Justa
25