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PARTE III
FILOSOFÍA TEORÉTICA
Arriba vimos (§4) que el primer tipo de ciencia especulativa era, para Aristóteles, la
Física, porque se alcanza gracias al primer grado de abstracción. El acto de separación que es la
abstracción empieza prescindiendo sólo de los caracteres singulares o individuales de las cosas
sensibles e investiga, en general, la esencia de los seres materiales y mutables que se nos
ofrecen a los sentidos. Así pues, el objeto material de esta ciencia son los seres corpóreos o
materiales. Su objeto formal, (o punto de vista desde el que estudia su objeto, que como
sabemos debe señalarse para delimitar adecuadamente una ciencia) viene dado por una nota
esencialmente ligada, como se verá, a la materia, que es la mutabilidad o capacidad de cambio.
Si por movimiento entendemos no sólo el cambio de lugar sino cualquier cambio, incluyendo el
de cualidad y de cantidad, así como el cambio substancial, el movimiento o la posibilidad de
tenerlo es precisamente el aspecto bajo el cual la Física estudia los seres corpóreos o materiales.
Su objeto es, en resumen, el ente material en cuanto móvil.
El nombre de Física, en la Edad moderna, ha pasado comúnmente a designar una
ciencia empírica y experimental que también recibe el nombre de Físico-matemática. De hecho
en las escuelas y universidades eso es lo que se llama Física hoy en día. No es, por tanto, nada
raro que la disciplina filosófica que Aristóteles llamara Física haya recibido hoy otros nombres,
como los de Cosmología o de Filosofía de la naturaleza o Filosofía natural, cuya definición es
por consiguiente la que antes hemos aplicado a la Física.
La Filosofía de la naturaleza incluye en su objeto tanto los seres materiales inertes como
los seres vivos. Dado que los seres vivientes tienen los movimientos de los seres inertes además
del automovimiento que les caracteriza, la Filosofía de la naturaleza consta de dos partes: la
Filosofía de la naturaleza general, que estudia la esencia y principios del ser móvil, con
independencia de que sea viviente o no, y la Filosofía de la naturaleza especial que versa sobre
el ser viviente. Ésta última recibe por otro nombre el de Psicología y será expuesta más
adelante, junto al estudio del hombre.
En el presente capítulo, y en los tres capítulos que le siguen, se estudiará la teoría
común del cambio o movimiento, que recibe en el pensamiento aristotélico el nombre de
hilemorfismo, y las nociones de espacio y tiempo, necesarias para entender, por un lado, el
cambio de lugar y de cantidad y, por otro, el cambio cualitativo.
El ser material que se ofrece a nuestra experiencia sensible nos aparece como una
multiplicidad de seres diversos y en movimiento, en cambio constante.
En la acepción vulgar, se entiende por movimiento el cambio de lugar de un cuerpo, su
desplazamiento en el espacio. En sentido filosófico, se entiende por movimiento todo cambio
operado en un ser. Podemos distinguir cuatro clases de movimientos: el movimiento local o
cambio de lugar en el espacio; el aumento o disminución, que es movimiento o cambio
cuantitativo; la alteración o cambio cualitativo, y el cambio substancial, en el que una
substancia se transforma en otra. El primero de estos movimientos es el más ajeno al ser mismo,
porque en rigor no le afecta más que en su posición espacial. Los cambios cuantitativos (el
crecimiento de un ser vivo, por ejemplo) y cualitativo (la adquisición de una virtud, por
ejemplo) alteran el ser, no en su substancia, pero sí en sus accidentes. El último –el cambio
substancial– afecta intrínsecamente al ser, puesto que implica la corrupción de una substancia y
la generación de otra. Así ocurre cuando un árbol, bajo la acción del fuego, se convierte en
ceniza, que es de una naturaleza o forma completamente diferente a la del árbol.
El primer problema que movió a los hombres a buscar una explicación filosófica fue el
del cambio, el del movimiento en general. Este problema filosófico –que es el originario en la
historia de la filosofía– nace de la doble y en cierto modo contradictoria experiencia que posee
el hombre en sus dos medios de conocer: la que le proporcionan sus sentidos, la vida sensible,
que le es común con el animal, y la que le depara su razón, ese superior modo de conocimiento
que le es privativo. La razón le informa de un mundo de conceptos, de ideas, de leyes, que son
universales, invariables, siempre iguales a sí misma. Las ideas geométricas, los conceptos
físicos, las leyes científicas, no varían, son inmutables, unas y universales. Los sentidos, en
cambio, le ponen en contacto con un mundo en que nada es igual a otra cosa, un mundo
compuesto de individuos diferentes entre sí (ni una hoja de árbol es igual a otra), en que nada es
inmóvil, sino todo en movimiento, en constante cambio y evolución. Este contraste desgarrador
en el seno mismo de su experiencia provoca la admiración o extrañeza en el pensador, en el
hombre en general, que experimenta una incomprensión natural hacia el hecho del movimiento,
del cambio, hacia su propio envejecimiento, hacia el constante paso de las cosas.
Un discípulo de Parménides –Zenón, de Elea– ilustró la tesis de su maestro con unos cuantos
ejemplos prácticos que han pasado al dominio popular y perdurado en él hasta nuestra época:
Aquiles, el de los pies ligeros, el mejor corredor del Ática, no adelantará nunca a la tortuga en su
carrera. Supongamos que la tortuga le precede en una cierta distancia. Cuando Aquiles llegue al
punto donde se encuentra la tortuga, ésta, como por principio no está inmóvil, habrá andado
algo, por poco que sea. Y cuando Aquiles llegue al nuevo punto, tampoco estará ya en él la
tortuga por la misma razón. y así sucesivamente, el argumento nunca quebrará. Pero aún más:
Aquiles no puede moverse; imaginemos que debe recorrer un reducido sector de espacio. Para
llegar al cabo del mismo tiene que pasar por el punto medio, y para llegar a éste tendrá que pasar
por el punto medio de esta mitad, etc., etc. Habría de recorrer infinitos puntos para alcanzar su
objeto, y como el infinito no se puede recorrer en un tiempo limitado, Aquiles no puede
moverse. El movimiento es imposible, racionalmente contradictorio.
Cuéntase que mientras Zenón exponía sus tropos –o dificultades contra la posibilidad del
movimiento, otro filósofo, Diógenes, se levantó y anduvo ante los circunstantes, de donde toma
origen la frase vulgar: "El movimiento se demuestra andando". Pero Zenón hubiera contestado
fácilmente que eso era mostrar el movimiento, no demostrarlo. La contradicción entre la
experiencia sensible y la inteligible subsiste, y en la duda, Zenón, con su maestro Parménides, se
decidía por la segunda, porque el reino de la razón es el reino de la evidencia.
Así pues, en la contradicción radical que movió a los hombres a filosofar, Heráclito
resolvió a favor del mundo de los sentidos, negando la razón, y Parménides a favor de la razón,
negando la experiencia sensible. La posición de uno y otro es monista (de monos, uno), es decir,
afirman uno solo de los términos del problema (lo que cambia o lo que permanece) con
exclusión del otro término.
Aunque contradictorios en su pensamiento y rivales entre sí, ni Heráclito ni Parménides
llegan a explicar la experiencia del ser móvil, porque tienen de común el afirmar uno solo de los
aspectos de esta realidad: el cambio o la permanencia. Pero la experiencia nos ofrece cambio y
permanencia estrechamente fundidos en la realidad del ente móvil.
En explicación de esta misteriosa dualidad que existe en el ser móvil entre lo que en él
es mudanza y lo que permanece, Aristóteles propuso su famosa teoría de la potencia y el acto.
Estos dos principios físicos que se encuentran en todo ser de la naturaleza explican: el primero,
lo que permanece en el ser que cambia; el segundo, la nueva realidad que sobreviene. El
movimiento será, como veremos, el paso de la potencia al acto.
Parménides, como hemos visto, no admitía el movimiento porque oponía el ser al
no-ser y rechazaba éste como impensable. Pero entre el ser en acto y el completo no-ser hay
contrariedad más que contradicción: cabe, entre ambos, un tercer término: el ser en potencia. Lo
que no es todavía, pero puede llegar a ser, la capacidad de ser. La potencia es ser comparado
con la nada, no-ser en comparación con el ser. Pues bien todos los seres de la naturaleza
contienen una mezcla de potencia y acto; poseen un ser actual –acto– y multitud de
disposiciones –potencias– que serán o no actuadas (realizadas) durante su existencia. El
movimiento es, precisamente, el tránsito de la potencia al acto, la actualización de potencias.
Y el movimiento –el cambio– es el modo de existir de todas las cosas naturales por
razón de su mismo ser, que es mezcla de acto y de potencias que han de ser actualizadas
sucesivamente en el tiempo. Supuesto que la materia es por sí inerte y no puede moverse a sí
misma, este mundo en movimiento ha de ser movido por un primer motor inmóvil –acto puro–,
que es lo que Aristóteles entiende por Dios.
A la luz de esta teoría del acto y la potencia puede Aristóteles dar una respuesta a los tropos u
objeciones de Zenón de Elea contra la posibilidad del movimiento. Aquiles sí puede moverse,
porque la distancia que ha de recorrer sólo potencialmente es divisible en infinitos puntos; en
acto no existe tal infinito, sino sólo un segmento limitado y concreto. Aquiles adelantará, si se lo
propone, a la tortuga, porque en aquel razonamiento, al suponer una e infinitas veces el punto
adonde llegará para afirmar en él que la tortuga habrá avanzado más, descompongo el
movimiento en infinitas situaciones inmóviles y el espacio en infinitos puntos; pero ni éste es
divisible más que en potencia, ni el movimiento se compone de inmovilidades, sino que es un
modo de ser distinto e irreducible: el tránsito de la potencia al acto. Y, comparados dos
movimientos, puede uno muy bien superar al otro.
Potencia y acto son, así, dos principios metafísicos que entran en la composición de
todos los seres, con la sola excepción de Dios, que es acto puro, es decir, ser pleno sin mezcla
de potencialidad, inmóvil y eterno, por lo tanto. Ellos explican, como hemos visto, el
movimiento, que es tránsito de la potencia al acto.
Pero los cambios que observamos en nuestra experiencia se realizan en los seres
naturales corpóreos, esto es, en las cosas materiales. Aristóteles llama a estas realidades
concretas y materiales (este árbol, aquel hombre...) substancias, y las supone compuestas de dos
elementos físicos, que son la materia (ulé) y la forma (morfé) –de aquí, hilemorfismo–,
correspondientes a lo que en el ser en general son la potencia y el acto. La materia –pura
potencialidad indeterminada– es el factor que permanece en los cambios substanciales y que
contiene –en potencia– al acto de las diversas formas.
La forma puede definirse como un principio activo universal, causa de las perfecciones
específicas de un ser y origen de inteligibilidad. La forma –hombre, caballo, justicia– hacen
que este hombre concreto, ese caballo, aquel acto justo sean lo que son: hombre, caballo,
justicia. Además, por la forma comprendemos las cosas: comprender algo es, como veremos,
una especie de iluminación de su forma que realiza el entendimiento. Lo que las cosas tienen de
puramente individual (lo que no es su forma) es incomprensible intelectualmente: el individuo,
en lo que tiene de propio y exclusivo, sólo es accesible a la experiencia sensible.
Manuel Kant (1124-1804) fue el más famoso e influyente de los filósofos alemanes
modernos. Su sistema, llamado formalismo o idealismo trascendental, varió radicalmente las
ideas ontológicas de su época y contiene una noción muy particular del espacio y también del
tiempo
Según Kant, todos poseemos espontáneamente las nociones de espacio y de tiempo. Así
hablamos de que una cosa está encima o debajo, a derecha o izquierda, a más o menos distancia
de otra –lo que son determinaciones espaciales–; o que un hecho sucedió antes o después, más o
menos tarde que otro –lo que son determinaciones temporales–. Sin embargo, aunque todos
poseemos estas nociones, y en ellas vivimos y somos, nos sería muy difícil contestar a qué es el
espacio y qué es el tiempo. Tratemos de imaginar que no existen cosas; pensamos entonces en
los espacios siderales más allá de los límites de la creación, o en lo que había antes de existir
ésta: podemos suponer que eso es el espacio; pero, en realidad, viene a ser la nada; el espacio,
sin las cosas que hay en él, es... nada; se nos disuelve entre las manos. Supongamos el tiempo
sin los acontecimientos que en él se suceden...; la nada también.
¿Qué son, pues, el espacio y el tiempo? A esto responde Kant: "El espacio y el tiempo
no son realidades en sí, sino formas, formas de nuestra sensibilidad o facultad de poseer
sensaciones".
Para entender a Kant es preciso comprender lo que entiende por forma, que es algo
enteramente distinto de lo que esa palabra significaba en Aristóteles y Santo Tomás (véase §68).
Forma se opone, en Kant, a contenido. El agua, por ejemplo, decimos que es un contenido, algo
que adopta la forma del recipiente en que se la introduzca. La forma, en cambio, es la del
recipiente; en sí misma, vacía, no es nada pero todo lo que en el recipiente se introduzca
adoptará su contorno o figura. Este es el sentido de forma en Kant. Aplicado a la cuestión,
quiere decir que el espacio y el tiempo no son nada que exista fuera del sujeto cognoscente, sino
formas de la facultad de conocer, de poseer sensaciones. Nuestras sensaciones se ordenan
espacial y temporalmente, porque esas son las formas de nuestra sensibilidad y sólo en ellas se
convierten en objeto de conocimiento.
Lo exterior a mí, la cosa en sí (el nóumeno), es, según Kant, incognoscible como tal. El
mundo exterior envía al sujeto lo que Kant llama un caos de sensaciones, es decir, un conjunto
desordenado, informe y caótico, de sensaciones. Estas, al ser recibidas por mi sensibilidad, se
ordenan en esos moldes o formas de espacio y tiempo, y de tal inserción ordenadora resulta el
conocimiento fenoménico (de fainomenon, lo que aparece), que es el único posible para el
hombre. Las sensaciones exteriores se ordenan espacialmente: una cosa que veo, por ejemplo,
está delante, detrás, encima, debajo, de las que la rodean. La sensibilidad interior, en cambio, se
ordena temporalmente: un recuerdo que poseo, por ejemplo, no se halla debajo o detrás de una
idea o imagen, sino antes o después, en el hilo de mi vida interior. Espacio y tiempo son así los
dos grandes moldes o casilleros –formas– que condicionan la sensibilidad o facultad de captar
sensaciones.
Una nueva noción del espacio ha resultado de los descubrimientos físicos del presente
siglo, y ha sido expuesta, bajo el nombre de teoría de la relatividad, por Alberto Einstein.
Esta teoría abandona la noción de un espacio absoluto y vuelve a hacerlo relativo a los
cuerpos que forman el Universo y a su estado cinético. El espacio, según ella, es el conjunto
mismo de los cuerpos en tanto se relacionan y se mueven relativamente. Por ello, el espacio es
finito. Pero es ilimitado, es decir, que nunca llegaremos en él a un límite. Por lo mismo, el
espacio es curvo; un corpúsculo que viajase en línea recta volvería al punto de partida.
Teóricamente podríamos ver por la otra cara la pared que tenemos enfrente volviéndonos de
espaldas a ella.
Para la filosofía aristotélica, y con ella para una gran corriente de pensamiento que a
través de la escolástica llega hasta nuestros días, el espacio no es una realidad absoluta, como
para la mecánica clásica, ni tampoco una forma de la sensibilidad, como para Kant. Es algo real,
pero una realidad radicada en los cuerpos que forman el Universo. No se trata de una
substancia independiente, sino de un accidente o propiedad de los cuerpos.
Según esta concepción, entendemos por espacio las dimensiones continuas del mundo
material según las relaciones mutuas de distancia entre los cuerpos que ocupan un lugar
determinado. Al tratarse de cuerpos reales, cuyo conjunto forma un sistema de relaciones
determinado, el espacio real que ellos forman es también limitado, determinado. Más allá de
este espacio real nuestro pensamiento concibe un espacio posible (que coincide con el espacio
conceptual o geométrico), resultante de los cuerpos cuya existencia puede suponerse; y, en fin,
prescindiendo por abstracción de los cuerpos reales y de sus relaciones de posición y distancia,
la mente se representa un espacio imaginario, absoluto, a modo de recipiente general de cuanto
exista o pueda existir; pero esto constituye sólo un ente de razón sin ninguna existencia real.
El espacio implica a los cuerpos, y éstos implican al espacio. No es, por tanto, legítimo
disociarlos como si fuesen realidades que puedan existir independientemente –primero, el
espacio, y después, en él, los cuerpos–. Constituyen una misma realidad, si bien mentalmente
establecemos una disociación para organizar nuestros conceptos matemáticos.
Problema distinto a éste de la naturaleza real del espacio, y del concepto que formamos
de él mediante el razonamiento o la abstracción, es el de la percepción o vivencia concreta del
espacio en nuestra experiencia de los sentidos. El primero es un problema de filosofía de la
naturaleza (cosmología), al paso que éste segundo es un problema psicológico.
A la percepción del espacio contribuyen, ante todo, el tacto y la vista en los primeros
meses de la infancia. La experiencia táctil sobre las dimensiones de los cuerpos y las distancias
entre ellos se adecúa, poco a poco, con la visual y se corrobora con sensaciones auditivas de
cercanía o de alejamiento. El hábito, en fin, fija o consolida esta percepción espacial, que se
acomoda así insensiblemente a la acción, una vez pasada la primera infancia.
Capítulo 11: El tiempo
El mundo –lo hemos visto– se ofrece a la experiencia del hombre como un conjunto de
cuerpos situados en el espacio, pero también como una realidad en movimiento, en cambio. La
percepción de estas mutaciones de las cosas, la sucesión y la duración de las mismas, nos
sugiere la noción de tiempo. La experiencia interna confirma esta percepción temporal. Nosotros
mismos, como partes del ente móvil, tenemos un ser cambiante, sucesivo, temporal. Los tres
momentos de la percepción temporal, presente, pasado y futuro, surgen de la propia experiencia
interna.
El hombre, en consecuencia, maneja constantemente nociones temporales: antes,
después, simultáneamente, etc. Sin embargo, le es difícil definir lo que el tiempo sea en sí
mismo considerado. Como escribió San Agustín en frase célebre: "¿Qué es, Señor, et tiempo? Si
nadie me lo pregunta, lo sé: si quiero explicarlo, no sé hacerlo".
Para Kant, como vimos (§71), el tiempo es una forma a priori de la facultad de tener
sensaciones, al igual que el espacio. El tiempo no existe para Kant como una realidad en sí,
exterior a nosotros, ni como algo que tienen las cosas en movimiento: el tiempo existe en mí
como un modo de ordenar mi experiencia interna.
Del mismo modo que para Aristóteles no había espacio sin cuerpos extensos, así
tampoco hay tiempo sin acontecimientos, es decir, sin seres en movimiento, cambiantes. El
tiempo es el movimiento continuo de las cosas en cuánto medido por un entendimiento. La
definición aristotélica del tiempo es: número del movimiento según un antes y un después
(numerus motus secundum prius et posterius).
El tiempo, según Aristóteles, es algo así como la coordinación de todos los movimientos
particulares del mundo corpóreo, en tanto que tienen partes simultáneas apreciables en su
simultaneidad con el sujeto que las contempla. Por ello el tiempo es exterior a cada movimiento,
pues supone la comparación con otros movimientos. El tiempo aristotélico supone la
coincidencia de los movimientos corpóreos en ser un conjunto de partes que van
desapareciendo; o sea, en la sucesión. El tiempo aristotélico supone un mundo que dura, pero
que dura sucesivamente. En un conjunto de cuerpos que duran sucesivamente cabe establecer
relaciones de medida entre sus partes, según el antes y el después; esto dará lugar al tiempo
métrico. Pero si, por hipótesis, el mundo se aniquilase y surgiese otro nuevo, no podría medirse
el intervalo entre ambos y contarlo en horas, minutos, etc. Habría desaparecido la estructura
métrica del tiempo al desaparecer el movimiento de referencia.
La estimación o medida objetiva del tiempo viene dada por las medidas regulares que
resultan del movimiento de los astros (del Sol y de la Luna en su relación con la Tierra), y, para
períodos menores, por el movimiento rítmico de aparatos de desarrollo preciso, como los
relojes.
Prescindiendo de las cosas reales que se mueven o duran, el espíritu forja la noción de
tiempo abstracto o imaginario, concebido como absoluto, regular e infinito; pero este tiempo,
aunque resulte útil como supuesto para cálculos matemáticos y científicos, es sólo un ente de
razón.
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UD 1. Ejercicios
1) Evidentemente hay cambios en el entendimiento y en el alma, pues sabemos ahora una cosa
que no sabíamos antes y deseamos un plato que hace un momento hemos rechazado con
disgusto. Dentro de la clasificación de Aristóteles ¿de qué tipo son esos cambios?
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2) Esos cambios que se dan en el alma cómo puede explicarse si el alma no tiene materia.
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3) Señale de qué trata el texto siguiente y póngalo en conexión con lo dicho en este tema.
"Un solo discurso como vía queda: es; en éste hay muchos signos de que es ingénito e
imperecedero, pues es completo, inmóvil y sin fin. No fue en el pasado, ni lo será, pues es ahora
todo a la vez, uno, continuo. Pues ¿qué nacimiento le buscarías? ¿Cómo, de dónde habría
nacido? Ni voy a permitir que digas o pienses de lo no-ente; pues no es decible ni pensable que
no es. Pues ¿qué necesidad le habría impulsado a nacer después más bien que antes, si
procediera de la nada? De modo que es necesario que sea absolutamente o no. Ni la fuerza de la
verdad permitirá que de lo no-ente nazca algo a su lado; por eso la Justicia no permite ni que se
engendre ni que perezca, aflojando sus cadenas, sino que las mantiene firmes: la decisión sobre
estas cosas se basa en esto: es o no es. Pero se ha decidido, como es necesario, abandonar a (una
vía) como impensable y sin nombre (pues no es la vía de la verdad) y que la otra es real y
verdadera ¿Cómo podría lo ente después de eso perecer? ¿Cómo podría nacer? Pues si nació, no
es, ni ha de ser alguna vez. Por tanto, queda extinguido el nacimiento e ignorada la destrucción".
(Parménides)
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4) Haga algún breve comentario sobre el modo de expresión del texto precedente.
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5) Ponga en conexión los siguientes textos acerca de las doctrinas de Heráclito con lo expuesto
en este tema.
"Heráclito dice, en alguna parte, que todas las cosas se mueven y nada está quieto y comparando
las cosas existentes con la corriente de un río dice que no te podrías sumergir dos veces en el
mismo río".
"Algunos [Heráclito] incluso afirman, no que unas cosas se mueven y otras no, sino que todas
están en constante movimiento, aunque este hecho se escapa a nuestra percepción sensorial."
(Fragmentos acerca de Heráclito extraídos de Kirk y Raven, Los Filósofos Presocráticos).
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6) ¿Qué doctrina representa el párrafo siguiente? Póngala en conexión con lo dicho en este
tema.
"El espacio no presenta ninguna propiedad de las cosas en sí, se las considere en sí mismas o en
sus relaciones mutuas. En otras palabras, no representa ninguna determinación de las cosas que
sea inherente a los objetos mismos, y que subsista, hecha abstracción de todas las condiciones
subjetivas de la intuición…
El espacio no es otra cosa que la forma de todos los fenómenos de los sentidos
exteriores, es decir, la sola condición subjetiva de la sensibilidad bajo la cual sea posible para
nosotros una intuición exterior (Kant, M., Crítica de la Razón Pura).
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7) ¿Qué doctrina representa el párrafo siguiente? Relaciónelo con lo dicho en este tema
" La pura duración interior no es sino una sucesión de cambios cualitativos que se funden, que
se penetran entre sí, sin poderse señalar entre ellos límites precisos, sin ninguna tendencia a
exteriorizarse los unos respecto de los otros, sin ningún parentesco con el número (…).
Cuando miro sobre el cuadrante de un reloj el movimiento de la aguja que corresponde
a las oscilaciones del péndulo, no mido la duración como se cree habitualmente: me limito a
contar simultaneidades, que es algo muy distinto (…).
Dado que las fases sucesivas de nuestra vida consciente, en su interpenetración íntima,
se corresponde sin embargo, con las oscilaciones del péndulo que le son simultáneas; dado, por
otra parte, que estas oscilaciones son netamente distintas porque la una no existe ya cuando la
otra se produce, contraemos el hábito, al relacionarlas, de establecer la misma distinción entre
los momentos sucesivos de nuestra vida consciente: las oscilaciones del péndulo la
descomponen, por decirlo así, en partes exteriores unas a otras: de ahí la idea errónea de una
duración interna espacializada sobre un fondo homogéneo, análoga a la sucesión exterior cuyos
movimientos idénticos se siguen sin penetrarse” (Bergson, E., Ensayo sobre los datos
inmediatos de la conciencia).
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1) a.- Demasiado amplia, pues hay olores desagradables, y fragancias sólo son los olores
agradables. Viola la regla 3.
b.- En la definición entra lo definido (lo justo). No es, pues, más clara que lo definido. No
cumple la regla 2.
c.- Demasiado amplia: las universidades pueden conceder títulos que no son de licenciatura.
Viola la regla 3.
d.- Es una enumeración que no indica el género y la diferencia de lo que se pretende definir, la
virtud. Incumple la regla 1.
2) a.- Correcta; división de un todo universal (las cosas poseídas) por un carácter accidental: su
capacidad de ser o no ser trasladadas.
b.- Incorrecta por carecer de un único fundamento, lo cual da pie para que las diversas cosas que
se anuncian puedan colocarse en varias de las subdivisiones. Por ejemplo: los talleres de
reparación pueden caer bajo el epígrafe "motor", pero podían estar en el de "servicios".
4) Estos dos textos muestran la manera en que Comte entiende el papel de la ciencia en el
estadio "positivo": se trata de un saber fundado en la observación de los hechos cuya única
finalidad es práctica: la de conocer para prever y proveer las necesidades del hombre. Expuesto
en § 46.
5) Exposición del método hipotético deductivo y del doble papel que en él juega la experiencia.
Véase §45.
6) El autor señala el carácter esquemático y simplificador de los modelos que emplea la ciencia.
De ello trata el cap. 8, §48).
8) Destaca este texto el carácter meramente aproximativo de las teorías y modelos científicos, lo
cual, en la mente de Planck va unido a la idea, próxima a Kant, de que la realidad, la cosa en sí,
es inasequible y que debemos conformarnos con la aproximación que ofrece la ciencia. Véase
§48.