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CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER

CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 3

Concepción Antropológica de Martin Buber

Walter Julián Santana Sanabria

Seminario Conciliar Inmaculada Concepción de María Santísima

Walter Julián Santana Sanabria, III de Filosofía, Seminario Conciliar Inmaculada

Concepción de María Santísima; Dosquebradas, Colombia

Monografía para culminar satisfactoriamente la formación filosófica. Agradecimientos al

Pbro. Adolfo León Gómez, tutor de la investigación, y a la Mg. Leonor Rubiano, asesora

metodológica.

La correspondencia en relación con esta investigación debe dirigirse a Walter Julián

Santana Sanabria, Seminario Conciliar Inmaculada Concepción de María Santísima.

Dirección electrónica: wjsscl@gmail.com


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___________________________________

___________________________________

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Nota de aprobación

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PRESIDENTE DEL JURADO

__________________________________________________

JURADO

__________________________________________________

JURADO
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A Dios, el eterno Tú amoroso del mundo,

la fuente de nuestro deseo, la meta de

nuestro pensamiento y el culmen de nuestro

anhelo por un sentido.

A mis padres,

Jairo Santana y Luz Angela Sanabria


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Concepción Antropológica de Martin Buber

Tabla de Contenido

Pág.

Tabla de contenido……………………………………………………………………………… 9
Introducción…………………………………………………………………………………….. 11
Planteamiento del problema ……………………………………………………………………..13
Justificación ……………………………………………………………………………………...15
Objetivos ………………………………………………………………………………………....19

Marco teórico…………………………………………………………………………………......21

Capítulo I

El trayecto de la pregunta antropológica según Martin Buber …………………………… 25

1. El hombre a la intemperie del mundo………………………………………………………. 25


1.1 La Amplissima domus………………………………………….…………………... 26
1.2 La domus aristotélica………………………………………………………………. 27
1.3 La domus tomista……………………………………………………………………..28
1.4 La soledad de San Agustín………………………………………………………….. 30
1.5 El infinito y el problema del hombre……………………………………………….. 32

2. Rebelión antropológica………………………………………………………………………. 34
2.1 Hegel y Marx……………………………………………….……………………… 34
2.2 Feuerbach y Nietzsche…………………………………………………………….... 36
3. El hombre ante la crisis contemporánea…………………………………………………….. 39
3.1 Heidegger y la existencia humana………………………………………………..... 41
3.2 El intento de Scheler……………………………………………………………….. 44
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Capítulo II

El hombre como ser dialógico……………………………………………………………….. 47

1. La crisis del siglo XX……………………………………………………………………….. 47


2. En el comienzo es la relación……………………………………………………………….. 50
2.1 Las palabras principios……………………………………………………………. 51
2.2 El tú innato…………………………………………………………………………. 54
2.3 Las esferas de relación…………………………………………………………...… 57

Capítulo III

El hombre como ser ante Dios………………………………………………………………… 65

1. Dios como Tú eterno ………………………………………………………………………. 65


1.1 Dios, blasfemia e invocación……………………………………………………….. 65
1.2 Dios como Tú del hombre………………………………………………………….. 67
1.3 El Dios de los patriarcas y el dios de los filósofos…………………………………. 69
2. Religión y filosofía………………………………………………………………………….. 71
3. El eclipse de nuestra generación……………………………………………………………… 74
4. El hombre que ama a Dios…………………………………………………………………… 82

Conclusiones……………………………………………………………………………………. 85
Bibliografía……………………………………………………………………………………… 89
Webgrafía……………………………………………………………………………………….. 91
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Introducción

Al hombre, en su trasegar por el estrecho sendero de la vida, lo acompaña una renovada

preocupación por la realidad humana, que en medio de la ciencia experimental, se resiste a

dejarse expresar objetivamente. En el presente trabajo monográfico se dirige la mirada al siglo

XX, para preguntarnos con preocupación e incluso desilusión, nunca con indiferencia, por el

hombre. La filosofía dialógica, en cabeza de Martin Buber, sabe con certeza que esta pregunta

afecta la realidad, y que toda respuesta debe ser desarrollada y enfrentada en la «vida vivida».

En el primer capítulo se describirá, desde la mirada de Buber, la historia del hombre en su

intento por comprenderse; un recorrido filosófico de cumbres y abismos, donde la soledad

irremisible y la intemperie del mundo van a ser, desde Aristóteles hasta Heidegger; los

principales impulsores de una genuina antropología. Seguidamente, en el segundo capítulo, se

profundizará en la concepción del hombre dialógico, elaborada por Buber a partir de la vivencia

de la relación interpersonal y la presencia del otro; para pasar en el último capítulo, a la

esencialidad de la relación religiosa (yo-Tú eterno) para el descubrimiento del hombre, así como

también el ser ante Dios como constitutivo del existir humano y las características del fenómeno

contemporáneo denominado el eclipse de Dios.


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Planteamiento del problema

El hombre, un ente tan común como incomprensible, ha sido un enigma y una pregunta para sí

mismo en su trasegar por la existencia y la historia. Muchos y muy variados han sido los intentos

del ser humano por definirse y por descubrir una respuesta que describa su verdadera condición

humana; sin embargo, las constantes contradicciones y concepciones reduccionistas han generado

cierto desconcierto, que en muchas ocasiones, desemboca en un inevitable abandono por ahondar

en la cuestión del hombre. ¿Qué sentido tiene pensar en el hombre hoy? ¿Qué relevancia hay en

el descubrir la esencia del mismo?

En ninguna época se ha sabido tanto y tan diverso con respecto al hombre como en la

nuestra. En ninguna época se expuso el conocimiento acerca del hombre en forma más

penetrante ni más fascinante que en ésta. Ninguna época, hasta la fecha, ha sido capaz de

hacer accesible este saber con la rapidez y facilidad que la nuestra. Y, sin embargo, en

ningún tiempo se ha sabido menos acerca de lo que el hombre es. En ninguna época ha

sido el hombre tan problemático como en la actual.

Estas palabras, escritas por Heidegger (1986, p.177), han visto el paso de la humanidad al

tercer milenio y, sin embargo, siguen con el mismo vigor y la misma fuerza; de hecho, han

aumentado su valor en nuestros días. Nuestra sociedad postmoderna ha ampliado

significativamente su horizonte cognitivo y su conocimiento del mundo, a tal punto, que ha

logrado penetrar en el mundo invisible de los microorganismos y descubrir fenómenos

astronómicos de gran escala, jamás vistos. Es un fenómeno y esfuerzo que viene desde el hombre

primitivo, una tendencia de conquista del mundo exterior, que es motivada por la necesidad de
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una supervivencia individual. La técnica y la investigación han llegado a un nivel tan alto que

cada vez se hace más real la ilusión de la omnipotencia de la ciencia humana.

Sin embargo, la cuestión del hombre, sigue estando entre signos de interrogación. Aunque

la soledad irremisible, los fracasos en la lucha con la realidad y la angustia ante la muerte, son

realidades que reclaman al hombre sentirse como problema y hacer de sí mismo una cuestión;

parece que éste ha desistido en la búsqueda de una respuesta segura sobre sí, y por el contrario se

admira con las cosas del cielo y de la tierra.

Entre tantas y variadas concepciones antropológicas, muchas de ellas contradictorias, el

ser humano confunde su identidad y no logra alcanzar, por más conocimiento que adquiera, ese

anhelado ideal que desde el siglo V a.C. aproximadamente, cuando apenas estaba floreciendo la

filosofía, se planteó por boca de Sócrates: Conócete a ti mismo.

¿Quién soy yo? ¿Quién o qué es eso que es capaz de preguntarse por sí mismo? Este

trabajo monográfico, en línea con la anterior exhortación socrática y ante la urgente necesidad

actual de encontrar el ser del hombre; parte de esa realidad de auto cuestionamiento que hay en

el interior humano, y en particular del investigador, basándose además en la revolución de la

filosofía dialógica, para plantearse la siguiente pregunta: ¿Qué es el hombre según Martin

Buber?
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Justificación

El hombre es el sujeto y el objeto de esta investigación; es el problema que se enfoca y busca una

respuesta; el enigma que encierra todos los individuos y personas de todas las épocas, razas,

culturas y edades, pero que también comprende las profundidades de su propio yo, o, su totalidad

encarnada; es el único ser que, como diría Buber (1986, p. 19):

Sabe lo que fuera de él, nadie más en la tierra sabe: que transita por el estrecho sendero

que lleva del nacimiento a la muerte; prueba lo que nadie que no sea él puede probar: la

lucha con el destino, la rebelión y la reconciliación y, en ocasiones, cuando se junta por

elección con otro ser humano, llega hasta a experimentar en su propia sangre lo que pasa

por los adentros del otro.

Ese ser humano es, además, consciente de su propio yo, y por ende puede formularse una

pregunta que tampoco nadie en la tierra se puede hacer: la pregunta por sí mismo ¿Quién soy yo?

Y ya que esta realidad de auto cuestionamiento hace parte de su naturaleza humana, es de vital

importancia descubrir una respuesta integral y certera acerca de su ser más profundo, su identidad

y el sentido de su existencia. Sin embargo, esta capacidad de autorreflexión racional no agota

todas las motivaciones humanas para comprenderse a sí mismo, sino que existe además en el

corazón de cada persona un asombro por el misterio del hombre, una tendencia a contemplar

reverentemente la existencia humana, una conciencia de que, como expresaba Sófocles (2001,

p.10): “Numerosas son las maravillas del mundo; pero, de todas, la más sorprendente es el

hombre”.

Por otro lado, la importancia de una concepción antropológica integral y profunda, que

evite cualquier visión reduccionista, radica en el potencial emancipador de la misma, el cual


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permite independizarse de los condicionamientos que imponen ciertos poderes ideológicos con

fines egoístas, los cuales han hecho del mundo un lugar invivible para el ser humano. Como dice

el Dr. Carrel (1967, p. 48) Nobel de Medicina: “El hombre es un extraño en el mundo que él

mismo ha creado… En verdad nuestra civilización, como aquellas que la han precedido, ha

creado ciertas condiciones de existencia que, por razones todavía oscuras, hacen imposible la

vida misma”. La indiscutible deshumanización de nuestra sociedad, la violación incesante de los

derechos humanos, la pérdida del valor de la dignidad humana y, a nivel personal, el sinsentido

de la vida y la rendición existencial ante el poder de la realidad, son factores que deben motivar e

impulsar a buscar una visión antropológica que haga verdaderamente libre y auténtico al hombre,

para que descubriendo el sentido de su ser, responda vitalmente a su propia vida.

Este descubrimiento del misterio del ser humano, debe ser la principal preocupación del

hombre postmoderno; en términos de Cassirer (1967, p.14): “no es un simple tema de curiosidad

o de especulación; se reconoce como la obligación fundamental del hombre”, y sin embargo,

parece que la indiferencia ante esta cuestión, es la salida más viable de nuestro tiempo.

¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? (Mc 8,36)

La pregunta por el hombre es una tarea difícil en la que se deben depurar todas las

antropologías individualistas o colectivistas, además de las especulaciones filosóficas que

abordan al hombre como una porción de la naturaleza, las cuales impiden dar una respuesta más

aproximada a la esencia del mismo. Es una tarea, en la que por otro lado el investigador no sólo

debe colocarse como objeto de estudio, sino que con su subjetividad tiene que arriesgarse, “a

ejecutar, ese acto de adentramiento en una dimensión peculiarísima, como acto vital, sin ninguna
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seguridad filosófica previa, exponiéndose, por lo tanto, a todo lo que a uno le puede ocurrir

cuando vive realmente”. (Buber 1986, p. 21)

Es por estos motivos por los que el presente estudio puede aportar de alguna manera, a

cualquier persona que, en su búsqueda de la verdad, se esté preguntando sobre su propio yo y

desee no sólo analizando la visión antropológica de Buber, sino realizando una autorreflexión,

descubrir su verdad y el sentido de su existencia, humanizando más su entorno y su realidad

personal.

La novedad de esta investigación monográfica en el Seminario Mayor de la Diócesis de

Pereira, reside en el planteamiento de la pregunta antropológica desde una visión buberiana, la

cual no ha sido trabajada hasta entonces en la institución.

El propósito de este proyecto de investigación es proporcionar a la comunidad del

Seminario Mayor un acercamiento más profundo a la vida y obra de Martin Buber, dando a

conocer su concepción antropológica de carácter existencial, y posibilitando un gran aporte desde

la filosofía dialógica y el judaísmo a nuestro humanismo cristiano.

En cuanto a la metodología que se va a utilizar, se realizará un estudio de tipo cualitativo,

que trabajará la pregunta de investigación a partir de una recopilación bibliográfica de algunas

obras del autor y de escritos acerca de su pensamiento; para posteriormente hacer un breve

análisis interpretativo y obtener las conclusiones finales.


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Objetivo General

Analizar la concepción antropológica de Martin Buber

Objetivos específicos:

1. Describir las reflexiones que Martin Buber ha realizado acerca de la trayectoria de la

pregunta antropológica, desde Aristóteles hasta el siglo XX.

2. Analizar la visión del hombre como ser dialógico

3. Presentar la concepción del hombre como ser ante Dios.


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Marco teórico

Martin Buber, un filósofo austríaco de origen judío, ha sido muy destacado en la comunidad

académica por su filosofía dialógica de carácter existencial. Su obra y sus planteamientos han

sido analizados por muchos autores y universidades a nivel mundial. Su pensamiento ha sido

trabajado en numerosas monografías y artículos, y actualmente su filosofía del diálogo se ha

posicionado en el pensamiento moderno de tal manera que ha atravesado las barreras de la

filosofía para incursionar en los campos de la psicología, la política, la cultura, la educación y la

religión. Su pensamiento fue un gran aporte para el movimiento Sionista, en el cual Buber veía el

potencial de una realización mesiánica, que aunque parte de Israel, tiene una cobertura de tipo

universal. Además, su principio dialógico generó una nueva tendencia denominada la educación

dialógica, cuyo fundamento se da en la relacionalidad como principal matiz pedagógico de la

enseñanza. En cuanto al aspecto religioso, no sólo es reconocido por haber realizado, junto con

Franz Rosenzweig, una de las traducciones alemanas más fieles de la Tora hebrea; sino que se le

atribuye un redescubrimiento del jasidismo, una corriente judía de inspiración mística, que

gracias a los escritos de Martin Buber se renovó y cobro mayor fuerza.

Sin embargo, la grandeza y novedad de Martin Buber es sin duda la filosofía dialógica, la

cual lo llevó a que muchos autores lo reconocieran, entre ellos el profesor Pilosof (1974) como el

profeta del diálogo.

También Volpi (2005) en su Enciclopedia de obras de filosofía, reconoce a Buber como

la cabeza del movimiento dialógico, y en sus escritos, una obra programática en los que se ponen

las bases para la filosofía dialógica. Enfatiza en la importancia del Ello para vivir

autónomamente y la necesidad del Tu buberiano para ser verdaderamente humanos.


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A su vez Sánchez (1984) en su obra Martin Buber, Fundamento existencial de la

intercomunicación, muestra el esfuerzo filosófico de Buber en describir cómo mas allá del

objeto, el conocimiento se dirige hacia el ser. Valora además el concepto existencialista de

verdad, y a su vez cuestiona el formalismo del encuentro.

Buber, junto con Marcel, ocupa un papel explícito y destacado en el prefacio de Fuera del

Sujeto, obra del importante filósofo y escritor Levinas (1987) el cual dirige su pensamiento

global sobre la alteridad, que lo lleva al conflicto entre la experiencia del otro y la sociabilidad.

Además en Martin Buber, Gabriel Marcel y la filosofía (1978) este autor se da a la tarea de hacer

una relectura de Buber y Marcel, para ensalzar a estos filósofos del diálogo y realizar una síntesis

entre sus planteamientos, en los cuales veía cómo, la vocación de la filosofía, se tornaba hacia las

relaciones interhumanas y el problema de la irreductibilidad del otro pasaba a una forma del

saber.

También Gevaert (2008) en su obra El Problema del Hombre, ve en el pensamiento de

este filosofo austríaco una antropología dialogal o intersubjetiva, que se enfatiza más en el

encuentro (relación con otro sujeto) que en la experiencia (relación con la materia) a la hora de

realizar una comprensión antropológica. La primera relación, la del encuentro, es por ende la

relación por excelencia, el hecho primario de toda antropología, e incluso, de toda filosofía.

Por su parte Ferrater, (1971) en su Diccionario de filosofía, califica a Martin Buber como

un pensador de tendencia existencialista que orienta su filosofía hacia la mística judía; de la cual

toma dos puntos esenciales: la diferencia entre fe como confianza en alguien y fe como

reconocimiento de la verdad de algo. La primera es lo que permite al hombre descubrirse a sí

mismo.
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También en el campo de las relaciones del hombre con Dios, Noriega (S.F.), en su

artículo ¿Es posible despejar el eclipse de Dios?, hace algunas reflexiones sobre el encuentro

entre el yo humano y el Tú eterno, recalcando la importancia de las implicaciones prácticas de la

religión, donde la fe no constituye un adoctrinamiento ciego del creyente sino la capacidad de

enfrentar la vida real frente al misterio que nos rodea. Noriega plantea además, como posible

respuesta al problema buberiano del eclipse de Dios, la apertura y el amor del hombre hacia un

Tu absoluto, los cuales se materializan en la relaciones humanas.

Por otro lado, estudios como los de Vega-Hazas (2004) Filosofía dialógica y Teología

natural, publicados en la revista de la Universidad Complutense de Madrid, cuestionan el

pensamiento buberiano en cuanto a la igualdad de condición entre los dialogantes y la síntesis

que se realiza entre trascendencia e inmanencia en la relación entre el universo y Dios, la cual

desemboca inevitablemente en una antinomia religiosa.

Un elemento fundamental en la investigación del pensamiento buberiano, es el concepto

de yo (selbst) un “mismo”, que se refiere, en la mayoría de veces, a un sujeto íntegro, total, que

está en relación ante un Tú, y no un sujeto lógico, un yo intelectual o la auto-conciencia humana.

(Buber, 1986, p.20)

Es importante además tener en cuenta que para Martin Buber el concepto de hombre

dialógico, con el cual define al ser humano; no significa sólo un sujeto que intercambia palabras

con otro individuo, o que posee una técnica especial para comunicarse; este término se refiere a

un ser que por su propia naturaleza, es incapaz de tomar conciencia de sí mismo y plenificarse

humanamente sin la comunión con la humanidad, la Creación, e incluso el Creador (Kalman,

1993)
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Capítulo I

El trayecto de la pregunta antropológica según Martin Buber

1. El Hombre a la intemperie del Mundo

El hombre está en el mundo y pertenece al mundo. De hecho, la filosofía existencialista ha

calificado al hombre como un ser-en-el-mundo. Su relación con el mundo es un elemento

constitutivo de su naturaleza y su pertenencia al mismo, hace parte de la esencialidad de su

existencia. Este ser en el mundo, es lo que primero que se le revela al hombre gracias a su

corporeidad, una corporeidad que le permite vincularse e interactuar con esta realidad espacio

temporal objetiva, que además le manifiesta que es un ser situado pero diverso del mundo.

Es pues imposible concebir al ser humano sin el mundo. Cómo plantea Gevaert (2008, p.109)

“todos los sujetos pertenecen a esa totalidad omniabarcante que se llama mundo”. Primero

porque tienen una relación de dependencia intrínseca con el mundo. El cuerpo humano necesita

de la naturaleza para sobrevivir, y está sujeto a procesos químicos, biológicos y físicos. Además

las actividades altamente humanas como el lenguaje, el pensamiento, la voluntad y la cultura, se

ven condicionadas fuertemente por la naturaleza.

Por otro lado es inconcebible separar hombre y mundo, porque en la medida en que el hombre

experimenta la realidad del mundo, también descubre que su existencia es real y distinta a la

realidad de éste. Se da cuenta de que vive frente al mundo. La misma historia de la filosofía

muestra el contraste diferenciativo entre el cosmos y el hombre, cuando en su etapa presocrática

parte de la physis, para posteriormente hacer un enfoque más antropológico en la etapa ática.
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Martín Buber, en sus aportes y críticas sobre la historia de la pregunta antropológica, reconoce

cómo la existencia humana, no se puede concebir sin la relación esencial con la exterioridad del

mundo, y cómo, la cosmovisión que el hombre tenga en sus diferentes momentos históricos

también repercute profundamente en su concepción antropológica. Dicho de otro modo, por

Alfaro (1988, p. 202) “Todo intento de comprender al hombre, que pase por alto o disminuya la

constatación fenomenológica de la dependencia del hombre respecto al mundo y (en este sentido)

de su pertenencia al mundo, está anticipadamente condenada al fracaso”

De ahí que este filósofo austríaco proponga en su obra ¿Qué es el hombre? (1986, p.24), por

lo menos desde Aristóteles hasta Kant, dos categorías de concepciones antropológicas:

Podemos distinguir en la historia del espíritu humano épocas en las que el hombre tiene

aposento y épocas en que está a la intemperie, sin hogar. En aquellas el hombre vive en el

mundo como su casa, en las otras el mundo es la intemperie.

1.1 La Amplissima domus

La amplissima domus, fue el término con que Carolus Bovillus, un filósofo francés del siglo XVI,

definió al cosmos. Esa realidad externa, ese mundo en el que es y está el hombre, es según este

pensador, el aposento de la raza humana, la morada de todos los hombres. Es una cosmovisión

muy generalizada que se dio incluso, en un sentido práctico, desde los orígenes. Nuestros

antepasados empleaban su inteligencia más que todo en el desarrollo de técnicas o instrumentos

que facilitaran un apoderamiento del mundo como su propiedad privada y una conquista externa

del mismo, para poder garantizar su supervivencia.


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Esta concepción es producto de una visión del mundo como un sistema cerrado, finito y por

ende abarcable, que genera en el hombre cierta seguridad y comodidad ante sí mismo. Dicha

categoría buberiana, además implica una concepción del hombre como parte del cosmos, como

una cosa más en la naturaleza, una especie objetivamente captable. Es un conocimiento que gira

en torno al hombre, que se coloca fuera del mismo y que por lo tanto requiere de referencias,

imágenes o conceptos que traduzcan la esencia del hombre.

1.2 La domus aristotélica

En este sentido, el primer filósofo que empieza a construir la amplissima domus, es sin duda

Aristóteles con su sistema geocéntrico de las esferas: el mundo está formado por 55 superficies

celestes compuestas de éter, cuyo movimiento circular es impulsado por un motor inmóvil que

mueve a la más inmediata, que a su vez transmite el movimiento a la siguiente. Es una

cosmología que delimita al mundo en un espacio cerrado en sí mismo y al hombre como una

pieza más de este engranaje cósmico. De hecho, se ve cómo el hombre no se escapa de ser

conceptualizado por la teoría aristotélica del hilemorfismo, con la que también explicó los

procesos reales del mundo y la existencia substancial de las cosas. El hombre, según el estagirita,

es un compuesto substancial de alma y cuerpo. No significa esto que su aporte antropológico no

sea meritorio, sin embargo es insuficiente en cuanto no parte de su yo particular, el cual es

esencial en la naturaleza humana, y se limita a notas definitorias objetivas, pero parciales, acerca

del hombre, como también lo son animal racional. Es una definición que conceptualiza

abstractamente al hombre, e ignora su ser presente, por lo que en últimas no lleva al hombre real,

que antes que nada es presencia.


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Esta imagen cosmológica de Aristóteles, y su consecuente repercusión antropológica, nos

dice Buber (1986, p.33) “se quiebra desde dentro, por que el alma experimenta con hondura el

problema del mal y siente en torno a ella un mundo escindido”. En un universo donde se dan

realidades como el sufrimiento, el fracaso, la culpa, el límite, entre otras, el mal se levanta en

contra de todo orden, belleza y armonía que a primera vista, el término griego de kosmos

pretende evocar. El dualismo del bien y el mal, desmorona el sistema esférico de Aristóteles y

pone al ser humano en un mundo dividido en el que tiene que luchar o intentar huir.

1.3 La domus tomista

Tras la destrucción de la domus aristotélica, el ser humano se ve inmerso en una situación de

inseguridad y abandono, ya no es una pieza clave de ese sistema ordenado de las cosas, sino un

ser divido, en medio de una lucha entre los principios del bien y el mal. Sin embargo ante lo

desestabilizante de esta situación, surge el universo cristiano como la nueva morada de los

hombres, especialmente con Santo Tomás, quien pretende levantar y resurgir de las ruinas de

Aristóteles un nuevo sistema que resguarde al hombre, el cual según Buber (Ibíd. p.28) se

construye en torno a este esquema:

El esquema de esta imagen del mundo es una cruz cuyo madero vertical es el espacio finito

entre cielo e infierno, que nos lleva estrechamente a través del corazón humano, y cuyo

travesaño es el tiempo finito desde la creación hasta el día del juicio, su centro la muerte de

Cristo.

Este universo cristiano conceptualizado por Santo Tomás de Aquino y otros pensadores

medievales, fue ilustrado y dado a conocer gracias a la Commedia del célebre Dante Alighieri,

escrita entre el año 1307, la cual fue recibida con tal aceptación que después de la muerte del
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autor fue catalogada como divina. El cosmos de la Divina Comedia constituye un modelo

simplificado y cristianizado del esquema aristotélico, en el cual la tierra esta inmóvil como centro

del universo formada por 3 reinos: el infierno, el purgatorio y el paraíso, y seguido de estos unas

esferas de agua, aire y fuego, lo que en conjunto se denominó mundo sublunar. Más allá de éste,

estaban el conjunto concéntrico de esferas planetarias, luego las esferas de las estrellas, y

posteriormente la esfera invisible, o morada del primer motor, el cual proporcionaba el

movimiento a las demás esferas. Dante agrega un mundo espiritual más allá del primer Motor,

donde están las esferas de los ángeles, y finalmente Dios.

Sin embargo, más allá de la belleza y profundidad de esta obra literaria, que muestra de parte

del autor un conocimiento muy preciso sobre la cosmología medieval; dicha imagen del universo

convierte de nuevo al hombre en huésped de un mundo más finito que el de Aristóteles,

anulando la problematicidad antropológica.

Por otro lado, la cuestión del hombre, como la asumió Santo Tomás, fue nuevamente en

tercera persona: el último de los espíritus que se une substancialmente al cuerpo, la unidad de un

alma que substancializa un cuerpo, y un cuerpo que en esta alma subsiste; definiciones que

pueden ser valederas pero a la vez tan cerradas, que aquietan el anhelo por confrontarse consigo

mismo e ignoran, en términos de Buber (1986, p.20), esa “dimensión del ser totalmente

distinta… en la que sólo esta porción de la naturaleza [el hombre] que es él es experimentada”. El

hombre debe reflexionar sobre sí, no como compuesto, sino como persona; debe entenderse con

su subjetividad.

Sumado a esto, la Edad Media y el Renacimiento refuerzan el hogar del hombre dándole una

nueva seguridad a la cual aferrarse, y es la posibilidad de conocimiento que tiene el ser humano.
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El hombre es capaz de conocer el mundo entero, y es consciente de ese poder que tiene, lo que lo

hace sentir, hospedado en el mundo. Es en este momento cuando Bovillus, proclama el mundo,

como se decía anteriormente, como la amplissima domus, un lugar seguro donde la humanidad se

ve protegida del vértigo existencial de ser él mismo y de la tormentosa pregunta por el hombre.

Sin embargo, en el mismo momento en el que se ensalzaba este mundo hogar, en el que el

hombre se estaba acomodando, caen los muros de dicha mansión tras los golpes de Copérnico. Su

revolución heliocéntrica acabará con los fundamentos de la cosmología medieval: concretamente

con la imagen teológica del cosmos tomista, dando paso en el mundo a lo ilimitable, y originando

una nueva situación en la que hombre se encontrará inseguro y angustiado ante el inabarcable

infinito que lo rodea. La domus tomista, se enfrenta al mismo destino que la domus aristotélica,

sólo que esta vez, el punto de quiebre es la contundencia de una ciencia sin mitos que se abre

paso en el siglo XVI para iluminar al mundo con una luz diferente. Es así pues como el hombre

queda solitario y a la intemperie del mundo.

1.4 La soledad de San Agustín

Sólo cuando se vive en la agresiva incertidumbre de la intemperie, el hombre puede encararse

consigo mismo. Es allí en la soledad y el drama de la nueva situación del hombre sin hogar,

donde la meditación antropológica puede ahondar las profundidades del verdadero ser humano y

hacer fecundas sus reflexiones.

Esta etapa en la que el hombre no halla resguardo, y en la que por consiguiente todo es

cuestionado, tiene sus antecedentes en el siglo IV con San Agustín. El dualismo del

neoplatonismo y también la Gnosis, que se apoderó de muchas culturas y formas de pensamiento,

había destruido el sistema aristotélico, presentando no un mundo esférico donde el hombre vivía,
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sino dos reinos independientes y hostiles ( el bien y el mal, las ideas y la materia, el espíritu y el

cuerpo) entre los cuales se labraba una eterna batalla, en cuyo medio está el hombre que,

compuesto de cuerpo y alma, se halla dividido y es a la vez escenario y trofeo de la lucha.

En este contexto histórico, aparece San Agustín (1991, p. 321), un hombre que

experimenta en su existencia esta irremediable escisión de la realidad:

De este modo las dos voluntades mías, la vieja y la nueva, la carnal y la espiritual,

luchaban entre sí y discordando destrozaban mi alma. Así vine a entender por propia,

experiencia lo que había leído de cómo la carne apetece contra el espíritu, y el espíritu

contra la carne, estando yo realmente en ambos.

La experiencia anterior llevó al Obispo de Hipona, que antes de ser cristiano militó en el

sistema maniqueo, a caer en el drama de la soledad, el cual constituye la condición que capacita

al hombre para conocer la ultimidad de su ser. La soledad, es pues, el umbral del conocimiento

de sí mismo, o cómo plantea Buber (1986, p. 24) el escenario propicio para la auténtica

antropología:

En el hielo de la soledad es cuando el hombre, implacablemente, se siente como

problema, se hace cuestión de sí mismo, y como la cuestión se dirige y hace entrar en

juego a lo más recóndito de sí, el hombre llega a cobrar experiencia de sí mismo.

Este insigne representante de la patrística medieval, es el primero en la historia que con

un corazón angustiado hace lo que en términos buberianos se denomina la pregunta del solitario,

es decir, la genuina pregunta antropológica, “¿Qué soy, pues, Dios mío? ¿Qué naturaleza soy?”

(San Agustín, 1991, p.412) Una pregunta cuya característica esencial es su planteamiento en
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 32

primera persona y el reconocimiento que hace del carácter mistérico del hombre. Con el hombre

agustiniano, que se asombra por aquello del hombre que no se comprende como parte del mundo,

empieza emerger desde el horizonte los fundamentos de la antropología.

1.5 El infinito y el problema del hombre

Sin embargo, la crisis humana expresada en la soledad agustiniana, de la cual se creía que la

humanidad había logrado escapar gracias al universo tomista, vuelve a reaparecer en la historia,

primero, como se expresaba anteriormente, por la contundencia de la ciencia y segundo por una

soledad superior a la de los tiempos de San Agustín: la soledad de Pascal.

Este matemático y físico francés es quien experimenta bajo la bóveda del cielo no sólo

asombro o sublimidad, sino mismísimo terror: “el silencio eterno de los espacios infinitos me

aterra” (Pascal, citado en Buber, 1986, p.31). El arriba, el abajo, el centro, la periferia pierden su

sentido en un universo infinito. La llegada del infinito acaba con cualquier imagen del mundo, y

por ende, aunque se quiera construir de nuevo una morada para el hombre, como de hecho la

física moderna de Einstein ha intentado, ya ninguna mansión cósmica podrá levantarse. El

infinito estará ahí para impedirlo, y para enseñarle al hombre expuesto a la inabarcable

intemperie que tiene que renunciar a una imagen del mundo. Bien lo expresa Pascal (2003, p. 8)

es sus Pensamientos:

¿Qué es el hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada,

un medio entre nada y todo… incapaz de ver la nada de donde ha sido sacado y el infinito

en el que se halla sumido.


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 33

Otra consecuencia que trae el infinito al hombre de Pascal, es que lo lleva a descubrirse

como limitado, pequeño, insuficiente y provisional, perdido entre los dos abismos de lo

infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. El hombre se siente abandonado y solo, pero a

su vez descubre que la grandeza humana se da en su miseria, porque aún pereciendo puede ser

un hijo del espíritu (Buber, 1986, p. 33).

Pascal abre de nuevo la pregunta por el hombre, con una profundidad tal que hace entrar

al hombre post-copernicano en una nueva situación en la que se separa la fragilidad humana del

terror del mundo. Este suceso intentó ser disipado por la filosofía de Spinoza, quien con su

sustancia infinita (Dios) que aunque no constituía una nueva morada para el hombre, planteaba

que dicho hogar no era necesario, ya que era posible para el hombre convivir con la infinitud

cosmológica, con el simple hecho de descubrir cómo Dios se ama a sí mismo en el hombre (Cfr.

Ibíd. pp. 36-37). Es así como el hombre de Spinoza, que aunque acepta la nueva condición de la

soledad de Pascal, crea una seguridad para sí basado en la armonía con el universo.

No obstante, la respuesta que Pascal deseaba, no esperó mucho tiempo gracias a la forma

crítica con que Kant asumió la cuestión antropológica. Para él, lo que nos interpela como

misterio, o según la experiencia de Pascal, lo que nos aterra del espacio y el tiempo, es el

misterio de nuestro propio captar el mundo y en definitiva, el misterio y la pregunta por nuestro

ser. Es así como del plano cosmológico el pensamiento salta al plano antropológico.

Este filósofo ha sido considerado como el pensador que con mayor agudeza ha indicado la

tarea de la antropología filosófica. Sus preguntas, trabajadas a lo largo de su extensa obra

Crítica de la razón pura (1982), que son ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me es

permitido esperar? que finalmente, se sintetizan en una cuarta: ¿Qué es el hombre? o como
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 34

plantearía Buber (1986, p.15) “¿Qué tipo de criatura será esta que puede saber, debe hacer y le

cabe esperar?” indican y enderezan el camino que el hombre debe recorrer para responder a la

pregunta por sí mismo y a las cuestiones que esta trae consigo, como lo son la libertad, su

existencia ante la muerte, el puesto del hombre en el cosmos, su relación con el mundo, con los

otros y con el misterio, entre otras.

Sin embargo, pese a indicar el norte del camino antropológico, para Buber, Kant no dio

respuesta a su magistral pregunta por el hombre, de hecho rehusó a ella. No obstante es

importante reconocer el oportuno legado que el filósofo prusiano aportó al problema, generando

lo que Arregui y Choza (2002, p. 40) denominaron “la antropologización de toda la filosofía.”

2. Rebelión antropológica

2.1 Hegel y Marx

Tras el ímpetu y la efervescencia antropológica desatada por Kant, surge un fenómeno

sorprendente que, con fuerza irresistible, penetra en la historia del pensamiento: la imagen

hegeliana del mundo. Hegel ligó su propio pensamiento al pasado filosófico y ve en el

pensamiento humano, no aportes de genialidades que aparecen intermitentemente en la historia,

sino el resultado de la razón que se desenvuelve a través del tiempo. El escenario y el medio

donde se desarrolla la marcha del mundo según su plan racional, es el hombre. Como dice Buber

(1986, p.45), acerca de la antropología de Hegel: “el hombre es el lugar donde la razón se conoce

a sí misma”.

El sistema hegeliano que se auto-considera el culmen del proceso de despliegue dialéctico

del logos a lo largo de la historia, y que según Cruz (1986, p.54) es denominado una “onto-ego-

teo-logía” en la visión buberiana, no es más que la edificación de una nueva mansión cósmica,
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 35

ya no en el espacio copernicano, sino en el tiempo. Este constituye la tercera oferta de seguridad

para el hombre, un hombre que es acogido hogareñamente en el orden seguro de la historia, y que

como puede ver desde arriba el sentido de la misma, supera su soledad y apaga la pregunta por el

hombre. Sin embargo, la propuesta hegeliana lleva a una concepción antropológica que se

quiebra, porque parte del Espíritu Universal y no de la singularidad irrepetible del hombre

mismo.

Es por esto, que la mansión hegeliana es una morada que el hombre real nunca llega a

habitar, ya que su fuerza aseguradora no es tan contundente, como la propuesta cosmológica de

Aristóteles o la teológica de Santo Tomás de Aquino. El hombre no pone su confianza en el

mesianismo secularizado de Hegel, ni vive convencido de cambiar la redención por una

perfección del mundo a partir de la idea (Buber, 1986, p.48). Además, la imagen de Hegel que se

levanta en el tiempo, es una propuesta que al descalificar la posteridad y el futuro, porque se

considera teóricamente consumada, se encuentra chocante con una realidad práctica que, social e

históricamente, no parece terminada y es motivo de insatisfacción para los que habitan en ella.

Uno de los discípulos de Hegel, Karl Marx, se percató de esta realidad, y aunque partió

de la dialéctica hegeliana, realizó una reducción sociológica que lo llevó a proclamar ya no una

imagen del mundo, sino la necesidad de construir la morada del hombre sobre los cimientos de

las relaciones de producción. “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo

el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” decía Marx (1845) célebremente. Para él,

el cosmos humano es la sociedad, la cual debe forjarse por medio de la capacidad de acción

humana, es decir, por el poder de la actividad y la decisión, que deben sobreponerse al

pensamiento y la religión, que muchas veces terminan en abstracciones e ilusiones teóricas. Sólo

así, en el poder práctico y real de la vida social se logrará el perfeccionamiento de la sociedad


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 36

humana. Esta visión antropológica de Marx (1845) en la que “la esencia humana no es algo

abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”

logra lo que la domus hegeliana no alcanzó, y es la acogida del hombre, en masas proletarias, de

esta seguridad, convirtiendo este mesianismo secularizado en la fe de las mismas (Buber, 1986,

p.50)

En el fondo, Marx le prometió al mundo una seguridad del futuro que era también

dialéctica, la cual por los cambios históricos, ha terminado irremediablemente en un pánico

antropológico, que no logra superar ese estado que describe Schiller (1795, p.7) en el que:

El hombre mismo evoluciona como fragmento; no oyendo más que el sonido monótono

de la rueda que hace funcionar, nunca desarrolla la armonía que lleva dentro de sí, y en

lugar de imprimir a su naturaleza el carácter propio de la humanidad, el hombre se

convierte en un reflejo de su oficio, de su ciencia.

2.2 Feuerbach y Nietzsche

“Mi primer pensamiento fue Dios, el segundo fue la razón y el tercero y último, el hombre.”

Estas fueron las palabras con que Ludwig Feuerbach (1843, citado en Cabada, 1975, p.18) hizo

un llamado a la teología y también a la filosofía especulativa, para que se inclinasen ante la

antropología. Estos saberes ponen la esencia absoluta fuera del hombre, la primera en Dios como

ser personificado, y la segunda en su versión secularizada y filosófica de dios: la razón abstracta;

alejando y contraponiendo la esencia humana, de lo realmente existente: el hombre individual.

El pensamiento de este filósofo alemán tiene como tarea un proceso de humanización de

Dios (Cabada, 1975, cfr. pp.19-23), en el cual, el hombre debe tomar conciencia de que para
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 37

descubrir su esencia es menester apropiarse individual y existencialmente de la misma, que al ser

objetivada, substancializada y separada en lo que la religión denomina esencia divina, es alienada

y puesta fuera de sí. En otras palabras, el hombre debe comprender que conocer a Dios es

conocerse a sí mismo.

El hombre feuerbachiano, al que se ensalza como dios del hombre, no es el hombre

particular, sino como plantea su obra La esencia del cristianismo (1841) un ser abierto a su

especie (Gattung), que vive inmerso en el género humano, el cual posee los predicados divinos y

vive eternamente, renovándose de hombres individuales, a lo largo de la historia.

Aunque Buber (1986, p. 57) reconoce en Feuerbach un buen intento en el que se parte del

ser real y entero del hombre, critica su reducción antropológica, ya que es una “reducción al

hombre no problemático”. Sin embargo el pensamiento buberiano recibirá de Feuerbach un

estímulo fundamental para la meditación contemporánea del hombre y es el de su relacionalidad

yo-tu:

El hombre individual en sí… no tiene en sí la esencia del hombre, ni como ser moral ni

como ser pensante. El ser del hombre se halla sólo en la comunidad, en la unidad del

hombre con el hombre, una unidad que se apoya, únicamente, en la realidad de la

diferencia entre yo y tú. (Feuerbach, citado en Buber, 1986, p.58)

Pero surge también en Alemania, otro gran filósofo: Nietzsche, que aunque no alcanzó a

Feuerbach en su concepción de relacionalidad, mencionada anteriormente, lo supera en cuanto

que el hombre nietzscheano es un ser problemático, una cosa oscura y velada, como diría en su

obra Mas allá del bien y el mal (1886, p.26) el “animal aún no fijado”. He ahí la novedad que

cautivó poderosamente la atención de Martin Buber, esa afirmación del hombre como ser
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 38

indefinido, indeterminado e incompleto, del que no existe alguna certeza clara. El hombre, no

puede refugiar su ser en una identidad definitiva, pues no existe una imagen que refleje el

inalterable rostro del hombre, de ahí que debe correr el riesgo de interpretarse, construirse y

superarse. Es un ser en transición, un devenir inconmensurable; en términos de Nietzsche (1981,

p.20):

El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre: una cuerda sobre un

abismo [...] La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el

hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso.

Por otro lado, el hombre de Nietzsche es un “ser que, a consecuencia de su separación

violenta del pasado animal, padece en sí mismo, en el problema de su sentido” (Buber, 1986,

p.60) El problema antropológico es por tanto un problema marginal, el éxodo de un ser que

huyendo de la animalidad de la naturaleza, cruza los límites hacia el inexplorado y vertiginoso

abismo de la nada. Aunque esta idea dota la cuestión antropológica de un carácter enigmático que

le proporciona a la misma un impulso sin precedentes, se desvía en cuanto ya no pregunta por el

hombre mismo, sino por cómo el hombre surge del mundo animal y cómo debe llegar a ser el

superhombre, o el verdadero hombre.

Además, otro punto que difiere Buber con el pensamiento de Nietzsche es la idea de la

voluntad de poder, la cual, considera este último, debe ser el motor principal del hombre, o la

característica fundamental del superhombre. Esta voluntad de poder, no constituye otra cosa

sino la capacidad, la ambición y la fuerza para realizar lo que se quiere realizar, una voluntad que

no sólo desea mantenerse viva, como la voluntad de vivir de Schopenhauer; sino una afirmación

de la vida y una expansión de la fuerza y el poder, en definitiva una voluntad de ser más. Sin
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 39

embargo, para Buber (Ibíd. p.66) esta voluntad de poder, enmascara lo que es el poder en sí, un

poder que no está vinculado a una meta real, un deseo insaciable que traiciona el espíritu y que

no se puede parar porque de lo contrario quedaría vacío:

El poder en sí es malo, quienquiera que lo maneje. No es un permanecer, sino un codiciar

y por eso mismo, insaciable, y por eso también desdichado en sí mismo y que no puede

menos de hacer desdichados a los demás (Schosser, citado en Buber, 1986, p. 66)

No obstante, a pesar de que el interrogar antropológico de Friedrich Nietzsche, partiera de

la procedencia humana del mundo animal, y de que sus intentos por dar respuesta a la pregunta

por el hombre hayan desembocado erróneamente en la voluntad de poder; se puede decir que este

precursor del postmodernismo, intentó comprender apasionadamente al hombre, y en su intento

hizo visible la necesidad de tener una profunda conciencia por la problemática humana.

3. El hombre ante la crisis contemporánea

Mientras el hombre con Nietzsche es revestido de un carácter enigmático, paralelamente con el

filósofo danés Kierkegaard, el hombre descubre que padece una enfermedad, la cual es descrita

en su obra El concepto de angustia (1943). La angustia es un malestar existencial producido por

el espíritu, y evidenciado en una conciencia efectiva de su libertad, es decir en la posibilidad de

elección. El saber que el hombre se tiene que hacer a sí mismo a base de elecciones, le genera

angustia y desesperación, sin embargo, es este sentimiento el que lleva al hombre a un

adentramiento de la realidad humana y le abre a una verdadera experiencia de la libertad.

Sumado a esto, el concepto de Kierkegaard de individuo, con el que reacciona contra el

sistema hegeliano, parte de que toda existencia es una realidad singular, y por ende el hombre
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 40

real se diluye cuando se concibe en un orden superior, universal o abstracto. Este hombre

individual y aislado es el que descubre que su existencia está inmersa en un mundo que parece

ignorarlo, y que por ende lo obliga a retirarse al “único ambiente que aún ofrece cierta

hospitalidad: la intimidad de su propio ser” (Rodríguez, 2011, p.5). Este repliegue hacia sí

mismo, podría denominarse la soledad de Kierkegaard, una condición fundamental, que según los

criterios buberianos abre paso al desvelamiento del misterio del hombre. Sólo desde esta

situación de soledad, es posible restablecer la relación del hombre con Dios, dado que el hombre

kierkegardeano existe delante de Dios. Dicha relación, que Buber (1986, p.84.) ha denominado

“conexión óntica” vincula a la persona humana con lo Absoluto, y en ultimas es esencial en la

antropología, porque es una relación recíproca y real de persona a persona. De ahí que Buber

(Ibíd. p.83) en sintonía con Kierkegaard, exprese: “La fe es una relación viva con lo creído, una

relación viva que abraza la vida entera o, de lo contrario es irreal.”

Por otro lado, se puede percibir que la subjetividad de Kierkegaard, en la que la validez de

la verdad se determina de forma subjetiva, repercutirá fuertemente en el pensamiento de Martín

Buber y adquirirá la forma del yo (primera persona) como punto de partida para la reflexión

antropológica. En este sentido, toda filosofía sistemática impone una falsa perspectiva del

hombre porque elimina la existencia individual y personal, lo que en categorías buberianas sería

el hombre tomado como él (tercera persona) y que resulta perjudicial porque, como critica el

padre del existencialismo; el explicar la existencia humana en términos de necesidad lógica, se

convierte en una manera de evitar la elección y la responsabilidad.

Junto a Kierkegaard en el siglo XIX, llega en el siglo XX, otro gran pensador: Edmund

Husserl, que influenció significativamente no sólo a los dos grandes intentos antropológicos de la

contemporaneidad, los cuales serán tratados posteriormente; sino al mismo Martín Buber en gran
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 41

medida. Husserl, aunque no se ocupó del problema del hombre en cuanto tal, le aporta a éste en

cuanto es creador del conocido método fenomenológico, que constituirá la herramienta con que

otros filósofos se enfrentarán a la tarea de la antropología filosófica.

Sin embargo este judío de formación alemana, nos ofrece tres proposiciones de gran valor

antropológico que rescata Martin Buber: la primera, es que “el fenómeno histórico más grande es

la humanidad que pugna por su propia comprensión” (Husserl, citado en Buber, 1986, p.79) Con

esta afirmación Husserl eleva a un grado mayor de importancia los sucesos históricos en el que el

hombre se ha esforzado, aunque sea desde el silencio, por descubrirse, y además, resalta que

dichos esfuerzos son un proceso de lucha del hombre contra el problema de sí mismo.

La segunda proposición: “Si el hombre se convierte en un problema metafísico, en

problema filosófico específico, es que se halla en cuestión como ser racional” (Ibíd.) Critica la

visión de lo racional como lo propio del ser humano, su distintivo de los demás seres. Con esto

hace un llamado a mirar la antropología como un problema de la totalidad específica del hombre,

incluidas sus dimensiones no racionales, diferentes también a las de los animales, porque incluso,

como afirma Buber (1986, p.80) “ni siquiera el hambre del hombre es el hambre de un animal.

Hay que comprender la razón humana en conexión siempre con lo que en el hombre no es

racional” Por último, la proposición husserliana que afirma que “la hombría consiste,

esencialmente, en un ser hombre en entidades humanas vinculadas generativa y socialmente”

(Husserl, citado en Buber, 1986, p.80) deja entrever la esencialidad de la unión del hombre con la

sociedad y con su genealogía, así como también cuestiona las antropologías individualistas.

3.1 Heidegger y la existencia humana

Heidegger en su filosofía, no parte del hombre, sino de la existencia que es manifestada en él. De

ahí que, como él mismo asegura, su pensamiento no se debe entender como una antropología
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 42

filosófica, ante la cual reacciona “alérgicamente” (cfr. Muñoz, 2007, p.2) sino como una

ontología fundamental. No obstante, su noción de ser humano, asociada al Dasein, ha contribuido

a la solución del problema del hombre, como indica Buber (1986, p.92):

En lugar de la cuestión que pregunta por la esencia del hombre y por su relación con el ser

del ente, se plantea otra cuestión: esa que Heidegger califica de ontológico fundamental,

la cuestión de la existencia humana en su relación con el ser propio.

Heidegger, también descubre que en la soledad de la existencia se da el umbral del

conocimiento antropológico, sin embargo, esta condición que en filósofos como San Agustín,

Pascal, y el mismo Kierkegaard, los llevaba a estar solos y angustiados ante Dios, en el hombre

de Heidegger lo lleva a estar solo pero ante sí mismo, con su angustia existencial ante la nada.

Por otro lado, aunque Heidegger (1926, p.125) coincide con Buber en lo que llamará el

Mitsein: “El coestar y la facticidad del convivir no se funda, por consiguiente, en un encontrarse

juntos de varios sujetos… El Dasein propio sólo es coexistencia en la medida en que, teniendo la

estructura esencial del coestar, comparece para otros.” Estos dos filósofos difieren en lo que se

podría llamar el modo de coestar; mientras que para Heidegger se expresa en una relación de

solicitud (fursorge), para Buber es una relación esencial que, en la medida en que se transfigura

y perfecciona junto con las otras relaciones vitales, posibilita el ser hombre.

Es por estos motivos, que Buber (1986, pp.93-94) propone superar con su hombre

dialógico el Dasein heideggeriano, porque lo considera una “existencia monológica” y cerrada,

en donde el individuo como no puede decir “Tú al conocido Dios muerto”, opta por quedarse en

la ilusión de resolver su existencia llegando a ser sí mismo. Sin embargo es necesario aclarar ¿El

Dasein heideggeriano es existencialmente monológico y cerrado? Aunque se apele a su estar-


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 43

en-el-mundo (in-der-Welt-Sein) y a su coexistencia (Mitdasein), son sólo existenciales que

posibilitan el reconocimiento de sí mismo en estas condiciones pero que no permiten

verdaderamente un contacto de ser a ser.

El hombre posee una “triple relación vital”: su relación con el mundo y las cosas, su

relación con los otros hombres, y su relación con el misterio del ser (lo absoluto o Dios),

manifestadas respectivamente en el arte, el amor y la vida religiosa (Buber, 1986, p.107). Fuera

de estas, existe una cuarta relación que es consigo mismo, sin embargo, ésta no puede ser elevada

al rango de las anteriores porque carece de la dualidad necesaria para una relación.

En este sentido, Buber, y otros autores como Blumenfeld (citado en Sánchez, 1984, p.

132) consideran que la relación (o más bien el encuentro) en Heidegger no se da ni con el

Absoluto, ni con las cosas (porque sólo ve en ellas instrumentos) ni con los otros hombres,

porque la reduce a mera solicitud (fursorge). En esta última por ejemplo, no se coloca la esencia

de un hombre en relación inmediata con la de otro, sino sólo la ayuda solícita de uno con la

deficiencia del otro ya sea para reemplazarlo, quitarle su "cuidado" (sustitutivo dominante), o

para devolverle su "cuidado" (anticipativo liberadora) (Heidegger, 1926, p.127). Aunque se

podría excusar a Heidegger, dándole apertura al Dasein e interpretándolo en relación con otro-

Dasein, no puede alcanzar el nivel del hombre dialógico, pues aunque en el hombre

heideggeriano subyace la posibilidad de una verdadera solicitud, ésta, empezando por su carácter

semántico, nunca podrá llegar a ser encuentro, y a revelar más que la existencia misma.

Según estos criterios, se tiene entonces que la relación de la existencia humana con el ser

que no es ella misma, es la que para Heidegger es esencial, y la única esencial. A las demás

relaciones hay que renunciar para poder alcanzar este objetivo. De hecho, no descubre lo que en
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 44

Buber (1986, p.104) sería el “nosotros esencial”: una unión de personas independientes que

alcanzando la altura de la mismidad, adquieren responsabilidad y forjan relaciones esenciales;

sino que en la pluralidad de hombres, en el todo humano, Heidegger ve un Das man (se/tercera

persona), una multitud sin nombre, una masa humana en la que nos hallamos sumergidos y de la

que tenemos que salir para llegar a la singularidad de propio ser.

En definitiva, el hombre heideggeriano sólo puede llevar una existencia auténtica en el

trato consigo mismo. Pero es precisamente ahí, de su consideración antropológica a partir de la

existencia y del uno mismo, que hace del hombre, como apunta Buber (Ibíd. p. 112) un ser

espiritual recortado, “un ser que anida en el hombre, vive la vida de este y se rinde cuenta así

mismo de esta vida, pero que no es el hombre”. La relación del hombre con el ser, debe

significar una conexión con la integridad de la situación humana, con su mundo, con los hombres

que lo rodean, con el misterio del Trascendente. “Solo podrá descubrir su Existencia, si la

relación total con su situación se tiñe de carácter existencial, es decir, si todos los modos de sus

relaciones en la vida se hacen esenciales” (Ibíd.)

Se podría concluir que mientras el Dasein descubre en el otro, en el mundo e incluso en la

posibilidad de la muerte, un espejo que le permite verse a sí mismo, el hombre buberiano ve en

el encuentro y la esfera del entre (zwischen) un espejo en el que ve no sólo su ser, sino el ser de

los otros hombres, el ser de las cosas y el ser del Tú eterno.

3.2 El intento de Scheler.

Scheler, que estuvo movido por el lema fenomenológico de ir a las cosas mismas, no pretende

en su antropología filosófica describir al hombre, que es labor de la ciencia, sino conocer su

esencia. Para esto, es preciso liberarse y unificar a la vez, las visiones antropológicas procedentes
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 45

de la tradición judeocristiana, la filosofía griega y los avances científico-naturalistas; para así

descubrir el “singular puesto metafísico del hombre” (Scheler, 1938, p. 24).

Junto a otras especies de vida, el hombre posee un principio vital llamado impulso o

ímpetu, que corresponde a la vida y la presión de lo orgánico. Sin embargo, lo que caracteriza al

ser humano, lo que lo diferencia de los animales superiores, que cuentan también con inteligencia

práctica, lo que hace al hombre verdaderamente hombre, es un principio que los griegos

denominaron razón, pero que Scheler (Ibíd. p.55) ampliará con el término espíritu, por el cual el

ser humano tiene un puesto decisivo en el cosmos. Dicho espíritu está desvinculado

existencialmente de lo orgánico, de hecho se opone a la vida. El espíritu tiene una capacidad de

objetivar las cosas, incluso su subjetividad (autoconciencia) y le permite al hombre tener una

percepción de la realidad que supera el ser-para-mí para descubrir el ser-en- sí. Este acto

espiritual es el que Scheler (Ibíd. p.67) denomina “el acto de ideación” con el cual obtenemos

“conocimientos (…) con una validez que rebasa los límites de nuestra experiencia sensible”.

En este sentido, el ímpetu proporciona la vivencia, que Scheler ha ejemplarizado con la

experiencia del dolor de una herida, y el espíritu inactualiza su existencia, y nos lleva a la

esencia, en este caso del dolor en sí, lo que sería pasar de la pregunta ¿Cuál es mi dolor? a la

pregunta ¿Qué es el dolor? Sin embargo este acto de ideación propio del espíritu, no consigue

llegar a la esencia por que prescinde de la realidad, y lo que hay que hacer es apropiarse de ella,

penetrar en ese ser ahí; lo que en el ejemplo propuesto sería no desrealizar el dolor ni anularlo

ficticiamente, sino por el contrario asumirlo y entrar en comunión con el dolor del mundo,

partiendo además de la experiencia del dolor de otro (Buber, 1986, p.130); sólo en ese instante se

puede comprender lo que es el dolor en sí.


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 46

El hombre scheleriano es pues el escenario donde se oponen dualmente el espíritu y el

ímpetu, la persona y la vida. Sin embargo es una oposición que es complementaria: el espíritu

impotente toma energía del impulso, que desbocado y ciego para los valores espirituales recibe

una dirección y un sentido del mismo, o como diría Buber (1986, p.122):

En este hombre la esfera del espíritu y la de los impulsos han divergido con más fuerza

que nunca; se da cuenta, con pavor, que el espíritu emancipado está amenazado de una

desvitalización que lo haría impotente y estéril y que, por otro lado, los impulsos

proscritos amenazan con destruir su alma; toda su preocupación se encamina al logro de la

unidad, del sentimiento y de la expresión de la unidad y, ocupado profundamente consigo

mismo, imagina el camino: cree encontrarlo dando rienda suelta a sus impulsos y

esperando que su espíritu será capaz de canalizarlos.

En definitiva, la vida del hombre se desenvuelve entonces en un una espiritualización del

ímpetu y una vitalización de aquel, lo que en el fondo no es más que una reducción dualista y

gnóstica del ser humano (Cfr. Ibíd. p.122), que queda separado del mundo real y escindido en

persona y vida. El hombre, no debe comprenderse desde lo que sucede en su interior o desde su

autoconciencia, sino desde la totalidad de sus relaciones.

Con Scheler, Martin Buber culmina ese camino que desde Aristóteles, el hombre recorre

en su intento por comprenderse a sí mismo. Un sendero en el que el hombre se ha desviado

cuando se olvida de su subjetividad y de sus relaciones, pero que se encauza nuevamente, cuando

partiendo de la soledad, se vuelve un problema digno de ser tratado y se piensa a sí mismo desde

su totalidad encarnada y humana. En el siguiente capítulo se expondrá propiamente los

planteamientos de la antropología de Martin Buber.


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 47

Capítulo II

El hombre como ser dialógico

1. La crisis del siglo XX

Tras haber recorrido el camino del hombre, con sus cumbres y abismos, el ser humano del siglo

XX, entra cada vez más en un estado de desolación que lo conduce indiscutiblemente a pensar en

sí mismo. El problema antropológico llega paulatinamente a su madurez. Martin Buber como hijo

de esta época, que experimentó los avatares de este siglo, ve en dos factores fundamentales la

causa de la inestable situación humana:

1.1 Disolución progresiva de las viejas formas orgánicas de la convivencia humana

directa. (Buber, 1986, p.75).

Es el precio que impone la sociedad burguesa al hombre: un desvanecimiento constante de los

grupos humanos básicos como la familia, el gremio, la comunidad. El hombre que ya no se

sentía hospedado en el mundo, ni en el tiempo, se refugia en la unión con sus iguales, en la

convivencia humana y esto le ofrece cierta seguridad. Sin embargo, estas formas en el siglo XX

se han ido deteriorando, y aunque traten de dar algún sentido o misión al hombre, como por

ejemplo un partido o un sindicato, no son capaces de recuperar la seguridad pérdida. Aumenta de

nuevo la soledad del hombre, así como también su fuerza indagadora:

La creciente soledad es tan sólo adormecida por el tráfago de las ocupaciones, pero

cuantas veces el hombre vuelve a su remanso, a la realidad genuina de su vida, percibe de

pronto la sima de su soledad y en ella experimenta, al encararse con el fondo mismo de su

existencia, toda la hondura de la problemática humana. (Ibíd, p. 76)


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 48

1.2 Relación del hombre con las nuevas cosas y circunstancias propias de su acción.

Este factor constituye el retraso del hombre frente a sus obras. Es el fracaso humano a la hora de

construir el mundo, el cuál le resulta más fuerte y se subleva contra él. El hombre reconoce que

es víctima de lo que él mismo ha creado, y ha visto los frutos de esta su torpeza en tres campos

diferentes: La técnica, que en vez de ser instrumento y herramienta, convirtió al hombre en

esclavo de las máquinas; la economía que produce y hace consumir independientemente de la

voluntad o la necesidad humana, y la política que con su potencial devastador manifestado en las

dos guerras mundiales, se burla de los propósitos humanos, sin mirar el bando y trae la

destrucción de todos. Estas realidades llevaron al hombre a encontrarse “frente al hecho más

terrible: era como el padre de unos demonios que no podía sujetar” (ibíd, p.78) pero a su vez

también se vislumbró el nacimiento de una nueva búsqueda del sentido del hombre.

Ante estas realidades, surge una reacción: el individualismo moderno, que no es más que

un derivado de la absolutización del ego por parte del racionalismo y el idealismo. Esta reacción

que se deja entrever en las antropologías de Scheler y Heidegger, en cuanto se ocupan

esencialmente de la relación del hombre consigo mismo, con su existencia o con los impulsos que

se dan en su vida interior; hace que el hombre acepte la soledad y la intemperie de su condición,

viviendo su individualidad de un modo tan radical, que para no caer en la desesperación

existencial glorifica esta individualidad. El hombre individual cree que retornando a sí mismo, se

afirma como persona en el ser, sin embargo lo que ha generado es una reducción del mismo a un

factor impersonal. Dicho individuo, impotente y aislado, acentúa su soledad desesperada e

impone a nivel social estructuras cada vez más despersonalizadoras (Gevaert, 2008, p.35)
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 49

Otra reacción, consecuencia del fracaso de la anterior, es el colectivismo moderno. Este

movimiento presenta al colectivo como un sujeto superior que se exalta y absolutiza, el cual se

presenta al hombre individual como un escape a su situación de soledad, pues le permite

abandonar su responsabilidad propia ante la existencia y ante el mundo. Así el colectivo brinda

una seguridad asequible pero ilusoria, pues ya no se tiene un compromiso particular sino que

basta con acomodarse en la voluntad de “todos”. En el colectivismo no hay contacto de hombre a

hombre. Aunque trate de colmar los deseos humanos de contacto con otros, no supera el

aislamiento del hombre sino que lo sofoca. En definitiva, como plantea Buber (1986, p.144): “El

colectivismo moderno es la última barrera que ha levantado el hombre antes de encontrarse

consigo mismo”.

Ambas concepciones ven al hombre parcialmente, no como un todo. Mientras el primero

sólo lo define en relación consigo mismo, el segundo no ve más que la sociedad, “en un caso el

rostro humano se halla desfigurado, en el otro oculto” (Ibíd. p.142) En ningún caso, ni en el

individualismo ni en el colectivismo, el hombre es capaz de irrumpir en el otro para descubrirse a

sí mismo, y por tanto, no puede quebrantar “su soledad en un encuentro riguroso y

transformador” (Ibíd, p.145).

Es en este punto culminante donde Buber, con otros filósofos como Marcel y Lévinas, dan

un giro a toda la antropología, exaltando la dimensión interpersonal del hombre. Es lo que en

términos de Buber se denominada la excluida alternativa genuina, una salida que mostrará el

camino al hombre, que tanto en su vida como en su filosofía, se ve atrapado entre la antropología

individualista y la sociología colectivista. La propuesta de Buber (ibíd. p.145) no es una

reducción entre las dos tendencias, las cuales terminan siendo sólo formidables abstracciones, ni

mucho menos un acuerdo ecléctico entre ellas, sino como él lo describe, es una “rebelión de la
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 50

persona por la causa de la libertad de relación”. Es el nacimiento de una antropología cimentada

en el hombre y que tiene como piedra angular el reconocimiento de que “el hecho fundamental

de la existencia humana es el hombre con el hombre”. (Ibíd, p.146)

2. En el comienzo es la relación.

La comprensión antropológica ha estado condicionada durante mucho tiempo por un

planteamiento que ve al hombre preferentemente como un ego-yo, una conciencia individual.

Esta absolutización del yo, ha adquirido tonalidades diferentes: el yo pienso de Descartes y Kant,

el yo vivo del vitalismo, o el yo existo individualizado del existencialismo cerrado. Sin embargo,

los excesos de miseria humana a lo largo de la historia, sumada a otros factores mencionados

anteriormente, han revelado el carácter reducido y errado de esta idea de hombre, especialmente

por la insuficiencia de la deducción trascendental del otro, a partir de la razón pura y la razón

práctica.

De ahí que Buber (2013, p.18) se rebele contra esta concepción y proclame: “En el

comienzo es la relación” poniendo la comunión intersubjetiva, como fundamento primordial para

el amanecer de un nuevo humanismo. Ser hombre es sin duda, ser con los otros, pero no sólo

como conciencia de un sujeto personal que existe en el mundo con otros sujetos y objetos, sino

como la necesidad de la relación con los demás para ser verdaderamente humanos. Es necesario

en la búsqueda del ser del hombre, reconocer la esencialidad del encuentro para una vida humana

plena, y descubrir que la relación da lugar a la existencia y que el hombre existe en la medida en

que se relaciona.
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 51

2.1 Las Palabras Principio

A la base de la obra filosófica Yo y Tú de Martin Buber (2013, p. 7) , hay dos palabras

fundamentales, que no son simples vocablos aislados ni meros fonemas del lenguaje con los que

se quiere expresar algo independiente de estos; sino protopalabras que “unas vez dichas dan lugar

a la existencia”. Estos vocablos son: la palabra primordial Yo – Tú y la palabra primordial Yo –

Ello. “Ser Yo y decir Yo son una sola y misma cosa” (Ibíd, p.8), pues son palabras que se

pronuncian desde el Ser y al decirse dan lugar a la existencia.

“Cuando el hombre dice Yo quiere decir uno de los dos” (Ibíd, p.8), por lo que la actitud

o modo de relación del hombre es también doble, de acuerdo a los pares de vocablos. Por

consiguiente, se puede decir que no existe un Yo en sí mismo, como las egologías de las

filosofías anteriores, sino el Yo de la palabra primordial Yo –Tú (un sujeto ante otros sujetos) y el

Yo de la palabra primordial Yo-Ello (un sujeto ante unos objetos). El Yo humano es pues, un yo

(persona) ante el otro y un yo (individuo) ante lo otro; un Yo que se relaciona, y que sólo en la

relación toma conciencia de sí. No obstante, surge la pregunta: ¿cuál es la diferencia entre Yo-

Ello y Yo-Tú?

La primera diferencia es que el Yo- Tú es una relación que se establece entre sujeto-sujeto,

sin excluir aquí las cosas, que al ser captadas en la totalidad de su esencia, también pueden ser

sujetos, no en cuanto sean seres personales, sino en cuanto que la acción recíproca de estos seres

de la esfera no-humana (un perro, un árbol, el cielo) en el encuentro, personalizan al sujeto

humano. En otras palabras, cuando el hombre (sujeto) se relaciona con un objeto puede dirigirse

a él como Tú, y al hacerlo la realidad de este encuentro lo vuelve persona, aunque la reciprocidad

no sea completa ni clara ya que el objeto no reconoce al hombre como un Tú. Por su parte, la
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 52

palabra Yo- Ello, es siempre una relación de sujeto-objeto, que no excluye tampoco lo que

cotidianamente se conoce como sujeto, el Tú del hombre, pues ante la ausencia de relación todo

Tú se puede convertir en Ello, todo se puede objetivizar y reducir a una simple cosa. En este

sentido “el hombre que dice Yo-Ello, se coloca ante las cosas como observador, en vez de

colocarse frente a ellas para el viviente intercambio de la acción recíproca” (Ibíd, p.26), es decir,

la palabra fundamental yo-Tú es por esencia, un dirigir la palabra, un decir a, mientras que el

lenguaje de la palabra fundamental Yo-Ello, es por esencia, un hablar sobre, un dicho (Sánchez,

1984, p.92)

En segunda instancia, se puede afirmar que la relación Yo- Tú, sólo se puede dar desde el

Ser entero, es un acto del ser, donde el Yo percibe al Tú como ser, como a su sí mismo y no

como objeto, es un contacto directo de ser a ser. En cambio, el Yo-Ello, no viene desde el ser,

pues uno de los dos es un objeto, y el Yo no ve al otro como a sí mismo, sino como otro ajeno,

extraño y diferente. Lo que se da es una experiencia, la cual permite al sujeto tener un saber

relativo a la constitución del objeto y un acumulamiento de información acerca de este, sin

embargo no participa en su ser, y el objeto a su vez “se deja experimentar, pero no compromete

su interés” (Ibíd, p.9). El mundo del Ello se reduce entonces al círculo de los verbos transitivos:

“Percibo algo. Tengo la experiencia de algo. Imagino algo. Siento algo. Quiero algo” (Ibíd, p. 8)

mientras el mundo del Tú tiene como base el Ser.

Por otro lado, la relación Yo-Tú nace de una vinculación natural, que permite una

interacción mutua en la que el Yo se da al Tú, y viceversa. Es una apertura al otro, una co-

participación, que surge de la espontaneidad de la gracia y se da sin mediaciones, “todo medio

es un obstáculo” nos dirá Buber (Ibíd, p.14), una relación donde no se interponen ni fines, ni

placer, ni sistemas de ideas ni imágenes previas, es un encuentro directo. La relación Yo-Ello,


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 53

que debería ser llamada mejor experiencia, pues no alcanza la altura de una relación auténtica

según los criterios de Buber, es por su parte fruto de una distinción natural, que anula la

reciprocidad de la relación, debido a que dicha experiencia no es mutua. El Yo es el que

experimenta el Ello, ya sea el mundo, ya sea una cosa, en incluso una persona, pero el Ello no

experimenta al Yo. El objeto, en su actitud pasiva, recibe la experimentación del sujeto pero ni

siquiera esta experiencia provoca algún efecto en él por el hecho de ser conocido. Es pues, una

relación despersonificada que se da en el mundo, pero no entre él y el mundo (Ibíd, p. 9) y que

separa inevitablemente al sujeto de la realidad del Ello. Esta reducción del objeto, una vez

percibido por la conciencia humana se manifiesta concretamente en la conceptualización, el

objeto se delimita por la acción misma de nombrar el objeto, pues el Tú no se define ni se

conceptualiza como objeto.

Sumado a esto, el Yo de la palabra primordial Yo-Ello, no tiene presente, sino solamente

pasado, pues es el Yo de un hombre que vive de los objetos, y los objetos subsisten en el tiempo

que ha sido, de ahí que estos sean cesación, detención, interrupción, tiesura, ausencia de relación

y de presencia. El hombre que se satisface sólo con las cosas que utiliza y experimenta, “vive en

el pasado y su instante está desnudo de presencia” (Ibíd, p.14). Por el contrario, el mundo del Tú

es presencia, pero no entendido como el detener por un instante el fluir del tiempo, sino como el

instante pleno; no como algo fugitivo y efímero, sino como algo que dura y permanece. Nuestro

filósofo del diálogo lo explica mejor (Ibíd, p.14): “Los seres verdaderos son vividos en el

presente, la vida de los objetos está en el pasado”. Así pues la relación Yo-Tú, no se suscribe a

ningún tiempo ni espacio, pues es relación de una presencia no situada, mientras que el Yo-Ello,

depende del tiempo y del espacio, porque sitúa al objeto en un punto concreto.
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 54

Como última diferencia, se puede afirmar que “cada Tú, una vez transcurrido el

fenómeno de la relación, se vuelve forzosamente un Ello (y) cada Ello, si entra en relación,

puede volverse un Tú” (Ibíd, p.29).

Es necesario, así mismo, reconocer que lo que hace al hombre verdaderamente humano

es el encuentro; el ver detrás del mundo, de los demás hombres y del mismo Dios, al Tú que

confronta y se presenta como lo que es. El Ello es importante, “no podrías vivir sin él, - aconseja

Buber (Ibíd, p.28)- su sólida realidad te conserva, pero si mueres en él, tu sepulcro estará en la

nada” mas el Tú se aparece, ayuda a sobrellevar el encuentro, y a atisbar la eternidad. Es el Tú,

el misterio que revela al hombre. No obstante, hay que aclarar

Algunos críticos cuestionan a Buber por exaltar la relación Yo-Tú, haciéndola casi

exclusiva en el proceso de plena humanización, ya que al acentuar las diferencias entre esta

relación y la relación Yo-Ello, cae en una postura unilateral, que le impide reconocer la

importancia y la necesidad de la relación del sujeto con el mundo de las cosas y el aporte

insustituible que esta ultima puede dar a la relación intersubjetiva. En otras palabras, una buena

relación con el Tú, requiere de una buena relación con las cosas, evidenciado esto en realidades

concretas como el desafío de la justicia social. No obstante es de considerar la claridad y el

acierto de Buber (2003, p. 150) en este punto “Ambos modos del yo construyen juntos la

existencia humana. De lo único que se trata es de saber cual de ellos es el arquitecto y cuál el

ayudante.”

2.2 El Tú innato

Buber asienta la realidad espiritual de las palabras primordiales en la realidad natural, más

concretamente en la etapa intrauterina del desarrollo humano, en la cual, el niño permanece “en
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 55

un estado de pura vinculación, de interacción corporal y flujos recíprocos” (Ibíd, p.23). La matriz

de la madre es el mundo del niño y su vinculación a ella el único horizonte de vida, sin embargo,

desde este momento primario del desarrollo evolutivo del hombre se puede ver, como explica

Buber (Ibíd; p.23): “la aspiración a un lazo cósmico entre el ser llegado a la vida espiritual con su

verdadero Tú.”

El hombre, que reposa en el seno del mundo original, se separa del mismo cuando entra

en su vida personal, y entonces la realidad se le revela en el encuentro, como a un niño que

apenas despierta a la vida, o un hombre primitivo que se asombra ante el entorno que, de alguna u

otra manera, lo confronta con su carácter relacional. Lo real no entra en contacto con el hombre

en términos de conocimiento, sino que se hace presente e interpela al hombre entero, lo

confronta, como el fuego al hombre primitivo. La creación no se “vierte en los sentidos que la

alcanzarían pasivamente” (ibíd.; p.24), es decir, la realidad no se traduce a un cúmulo de

información que se deposita en el recipiente vacío de la mente humana, sino que se hace presente

como un Tú al hombre que busca satisfacer esa necesidad de relación. El niño que con su instinto

táctil y visual desea encontrar algo, un osito o un cojín, presenta más que la experiencia de un

objeto “la correspondencia imaginaria con un interlocutor viviente y activo” (Ibíd, p.24). Por otro

lado es evidente que aunque la lengua es algo que se adquiere por aprendizaje, ningún hombre la

aprendería si no tuviera en sí la interna predisposición de la palabra, que manifiesta que la vida

espiritual humana busca la relación con un tú.

Es pues el instinto de relación, una categoría inherente al hombre, que en un primer momento

hace que se personifiquen las cosas y se establezca un diálogo con ellas. Como explicaría Buber

(Ibíd; p.25) “no es en lo más mínimo atribuir vida al mundo; es el instinto de hacer de toda cosa

un Tú, el instinto de relación cósmica que en ausencia de un interlocutor viviente y activo, pero
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 56

en presencia de su imagen y su símbolo, lo provee de su riqueza propia para dotarlo de acción y

vida.”

Se puede afirmar por otro lado, que la relación entendida como encuentro, no sólo está antes

que la experiencia, sino que determina toda experiencia. Primero es el Yo- Tú, el hombre que

entra en relación con el mundo y en comunión con la realidad; después viene el Yo, que surge

gracias al Tú que lo hace descubrirse y le hace presentir algo de la emoción cósmica del yo.

Luego este yo que ha adquirido una existencia independiente y es consciente de sí mismo, pierde

la relación, rompe la comunión con el Tú y percibe la realidad como objeto separado, como Ello,

como objeto de la conciencia humana, surge entonces la división sujeto-objeto. En otras palabras,

el hombre percibe las cosas primero como un Tú, y luego como un Ello.

En definitiva, lo que constituye el elemento fundamental y común de las antropologías

dialógicas es el descubrimiento de que el hombre nace con anhelos de un Tú, como lo explica

Moller (1968, citado en Gevaert, 2008, p. 54):

El tú tiene su raíz en el hombre. El hombre no es un sujeto aislado. El tú se le da al hombre

con su humanidad, porque el ser humano como lenguaje hace referencia al tú, y porque en su

obrar, el hombre se encuentra orientado hacia el tú. El tú se le da al hombre con su

humanidad, por que el hombre es un ser que responde y vive en la responsabilidad. El tú se

le da al hombre por que el hombre lleva en sí la nostalgia de ser tratado como un tú por los

demás hombres. Así pues, la relación con el tú es constitutiva del ser humano en cuanto tal.

Buber (Ibíd, p. 25) lo declarará con su axioma “el Tú innato, es el a priori de la relación”.
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 57

2.3 Esferas de relación

El mundo de la relación posee tres esferas ante las cuales el hombre puede tomar una doble

actitud: la del Yo-Tú o la del Yo-Ello. Dichas esferas según Buber (Ibíd, p.9) son:

Primero, la esfera de nuestra vida con la naturaleza, en donde la relación plena es

truncada por la falta de entendimiento entre el hombre y la misma. Es una experiencia que

queda por debajo del nivel de la palabra hasta rozar el umbral del lenguaje. Sin embargo, no por

esto, se puede decir que no hay verdadero encuentro con la naturaleza, o que todos los objetos de

la naturaleza están condenados al mundo del Ello, sino como lo ejemplariza Buber (Ibíd, p. 10):

Considero un árbol. Puedo encararlo como un cuadro… puedo percibirlo como

movimiento… puedo clasificarlo en una especie y estudiarlo como un ejemplar típico de

su estructura y su modo de vida…puedo deshacer su presencia y su forma al extremo de

no ver en él más que la expresión de una ley…puedo volatilizarlo y conservarlo como un

número o una pura relación numérica. A pesar de ello el árbol sigue siendo mi objeto…

Pero puede ocurrir que por un acto de voluntad o por inspiración de la gracia, al

considerar este árbol yo sea conducido a entrar en relación con él. El árbol deja de ser un

Ello. Me ha captado la potencia de su exclusividad.

La relación en Buber, no se reduce sólo al nivel interhumano, pues reconoce que la

naturaleza también erige su realidad corporal frente al hombre y tiene que ver con el ser humano,

lo mismo que éste con la naturaleza, de ahí que la califique como una relación oscuramente

recíproca (Ibíd, p. 9). Friedman (1954, pp.278-279) aclarará un poco más esta cuestión:
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 58

Aunque las cosas naturales puedan “decir” algo y en este sentido tengan relación

“personal”, con nosotros, no tienen la continuidad, independencia, o la conciencia vivida

y la autoconciencia que hace a una persona. Un árbol puede decirme algo y volverse un

Tú, pero yo no podría ser un Tú para él. Esta imposibilidad de reciprocidad… permite a

los seres existentes no-humanos su verdadera “otredad” como algo más que objetos

pasivos de nuestras categorías de pensamiento y los instrumentos pasivos de nuestra

voluntad de uso.

Sin embargo, es una relación que se ha considerado no sólo con el hombre de Heidegger,

sino con el hombre real, una mera relación de utilidad o de instrumentalización como se explica

al final de la cita anterior. Este fenómeno reduce inevitablemente esta esfera al mundo del Ello,

ya que el hombre no entra en comunión con el ser de la naturaleza sino solamente con su

aplicabilidad para un fin determinado. De ahí que el hombre no comprenda ni la naturaleza ni su

naturaleza, por que su acercamiento a la misma es con una racionalidad que domina y un

conocimiento que explota. El hombre para realizarse plenamente debe aprender a entrar en

relación con la totalidad única de la naturaleza, descubrir el Tú que hay detrás de cada cosa que

hay en el mundo, y aprender a contemplar e inclinarse hacia las cosas en su esencialidad (Buber,

1986, p.107)

La segunda esfera es la vida con los hombres (Buber, 2013, p.9) la cual adopta la forma

del lenguaje y manifiesta su carácter relacional fundamentalmente en la palabra, según Gevaert

(2008, p.46) el hecho más universal y significativamente humano. En términos buberianos (Ibíd,

p.33) “No es el lenguaje quién está en el hombre, sino el hombre quien está en el lenguaje y quien

habla desde el seno del lenguaje”.


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 59

Esta esfera constituye la dimensión interhumana, el ser con los otros, pero entendido no

como un reconocimiento de que en el mundo hay por doquier rastros de otros seres humanos, con

los que se está destinado a compartir el espacio y el tiempo, sino como la tendencia humana hacia

los demás que los vincula existencialmente, y les permite una plena humanización. Es lo que se

denomina la esfera del “entre” (zwischen) una categoría que más allá del proceso externo y la

impresión interna, abre una dimensión en la que sólo los sujetos que se encuentran pueden

ingresar: “Más allá de lo subjetivo, más acá de lo objetivo, en el filo agudo en el que el yo y el tú

se encuentran se halla el ámbito del entre” (Buber, 1986, p.149)

Dicha esfera sin embargo, puede tornarse una relación yo-ello cuando se cosifica al otro,

cuando se interponen entre los dos interlocutores algún fin, provecho o interés, o simplemente

“cuando el acceso del yo al otro está planteado en la esfera de la observación: el otro se sitúa en

el medium de la percepción sensorial” (Sánchez, 1984, p. 91). Por el contrario, cuando el

hombre se convierte en un Tú, y se le dice la palabra fundamental yo-tú, como plantea Buber

(ibíd, p.11):

“No es ya una cosa entre las cosas, ni se compone de cosas. Este ser humano deja de ser Él o

Ella…un punto destacado del espacio y del tiempo… un haz flojo de cualidades definidas,

sino que, sin vecinos y fuera de toda conexión, él es el Tú y llena el horizonte”

Es en este momento cuando por pura gracia, sin forzar el hecho, se elige y se es elegido,

donde se da paso al encuentro, que no es más que la comunión existencial entre dos Yo que a su

vez son dos Tú, una coparticipación no meramente psíquica sino óntica.

La característica principal de esta esfera de relación es la reciprocidad, la cual constituye

en el par Yo-Tú, un acto mediante el cual el acercamiento al otro es recibido con el Ser entero y
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 60

viceversa. Dicha comunión es por tanto completa y clara, y constituye la vida verdadera, es

decir, el posicionamiento del ser con los otros y para los otros, como único camino de

realización y desarrollo personal y común: “El propio sentido de la existencia esta ligado a la

existencia del otro que quiere ser alguien ante mí, o me invita a ser alguien ante él, amándonos y

construyendo un mundo mas justo y humano” (Gevaert, 2008, p.44)

Sin duda, la realidad que mejor encarna esta relación es el amor, pero no interpretado

como un sentimiento que se tiene, sino como un hecho que se produce. El amor, en términos de

Buber, (Ibíd, p.16) es un “hecho metafísico y metasíquico” en el que se da la “responsabilidad de

un Yo por un Tú”. Es una acción que aparece entre el Yo y el Tú como constante combinación

entre libertad y responsabilidad, que permite además, ver al otro cara a cara, no como parte del

engranaje del cosmos, sino como un Tú personal y exclusivo, liberado de adjetivos, cualidades,

conceptualizaciones y de todo aquello que lo convierte en objeto definido. De ahí también que se

contradiga la sentencia popular “el amor es ciego” ,ya que en términos de relación, sólo el amante

que ve la totalidad del ser del amado, puede amarlo verdaderamente, por el contrario quien odia

está ciego por que no ve mas que una parte del ser que debería amar (Ibíd, p.17).

Esta reflexión y exaltación de Buber acerca del amor como acción cósmica y elemento

definitivo en la existencia humana, aunque no es una revelación exclusiva y pionera de este

filósofo, constituye no sólo un acercamiento profundo a la naturaleza humana, sino un

planteamiento que expresa filosóficamente el palpitar del corazón de todo hombre.

Lo fundamental en la existencia no es la reflexión racional y solitaria del cogito, ni la

contemplación de la naturaleza material. Tampoco es la búsqueda y la selección de

valores abstractos e impersonales, ni la transformación tecnológica del mundo. Lo


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 61

fundamental radica en que cada hombre es interpelado como persona por otro ser humano

en la palabra, en el amor, en las obras. (Gevaert, 2008, p.53)

El amor, en el que habita el hombre, es una realidad que se impone como verdad, con todo

su propio peso y evidencia, en la experiencia concreta. No se puede negar, que la relación

amorosa, ampliamente entendida, constituye no sólo una meta-necesidad, sino la primordial

necesidad del hombre. Sólo logra ser verdaderamente humano, el hombre que siendo amado, ama

a los demás. Como también lo expresa Rotenstreich (1991, p.3) un “humanismo manifiesto como

compañerismo y compasión, y caracterizado por la simetría de la relación Yo-Tú, es el estado mas

elevado de la naturaleza humana y por ello su cumplimiento”.

La tercera y última esfera, es la comunicación con las formas inteligibles, la cual

sobrepasa las formas del lenguaje. Es una relación confusa que se desvela en un acto místico y de

elevación. Es una relación muda que a su vez suscita una voz (Buber, 2013, p.10), la voz de un

llamado que lleva al hombre a pensar, actuar y crear. La respuesta es la intencionalidad hacia

aquello que el ser humano no puede pronunciar con sus labios, pero que expresa con todo su ser:

Dios, o como prefiere llamarlo Buber el Tú Eterno. Es el “Todo Otro”, el “Todo mismo”, el

“Todo presente”, el Mysterium Tremendum, mas cercano a mí que mi propio Yo (ibíd, p.62). Es

en últimas el Tú trascendente que entra en diálogo silencioso y creativo con el hombre, y es

invocado en cada Tú del ser humano, según el modo propio de cada una de las esferas.

Buber, reconoce dos fenómenos que recorriendo las edades del hombre, revelan su

relación con un Tú trascendente: el sacrificio y la plegaria (ibíd, p.65), momentos en los que se

coloca la vida humana ante el Rostro y en los que se da el encuentro, a diferencia por ejemplo de

la magia que aniquila toda reciprocidad y realiza sus artificios en el vacío.


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 62

La relación del hombre con Dios no se da en divagaciones acerca de su existencia, sino en

la invocación de su nombre como un Tú real. De ahí que esta relación se logra, cuando superando

la barrera de la experiencia, por más espiritual que sea; se llega a la perfecta aceptación de la

presencia. No es pues un hablar sobre la realidad de Dios, sino una situación, la de hallarse ante

la Presencia de Dios.

Por otro lado, no es ni permaneciendo en el mundo, ni huyendo de él como se logra el

encuentro con Dios. Sólo se halla al Dios que no puede ser buscado, cuando se dirige el ser

entero del hombre hacia un Tú que implique el universo. Es por esto que en la relación con los

Tú particulares se halla al Tú eterno:

Quién pronuncia la palabra Dios cuando está todo lleno del Tú, cualquiera que sea la

ilusión que lo sostiene, se dirige al verdadero Tú de su vida, al que ningún otro Tú limita y

con el cual está en una relación que envuelve todas las otras. (Ibíd, p.60).

En este sentido, Buber cuestiona la relación de dependencia que tradicionalmente se ha

establecido entre el hombre y Dios, creatura-Creador, pues esta concepción donde el hombre

necesita a Dios, es unilateral y suprime al Creador. Para él, en cierto sentido Dios también

necesita del hombre para poder realizar (al hombre) en el pleno sentido de su vida. Sumado a

esto, son cuestionables tanto el éxtasis, que al unir lo humano y lo divino anula la dualidad; como

la contemplación de sí, que identifica lo humano y lo divino reconociendo el Yo como único

existente. Ambas suprimen la relación y eliminan “al par indestructiblemente real, los dos

portadores de la relación original” (Ibíd, p.67): Dios y el hombre.

Buber, fue un hombre que consternado existencialmente por el encuentro con Dios

reconoce la insuficiencia del lenguaje filosófico para hablar de ese encuentro, y sin embargo, no
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 63

renuncia a ser pensador al mismo tiempo que creyente, es decir no renuncia a ser hombre.

(Arroyo, p.9, introducción a: Buber, 2003). Para él, la relación del hombre con Dios, es la única

verdaderamente objetiva, es la vida en la única realidad, es el encuentro que desvela el misterio

del hombre , que le permite una plena y entera reciprocidad, así como también la inexpresable

confirmación del sentido de la vida humana. Es por esto, que en el siguiente capítulo, partiendo

de la esencialidad de la relación con el Tú eterno no sólo para la compresión del hombre sino

para su vida misma; se analizará la situación antropológica del ser humano ante un fenómeno que

penetró en la modernidad y hace que la Presencia real se oculte a los ojos del hombre

contemporáneo, y también postmoderno: el eclipse de Dios.


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 64
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 65

Capítulo III

El hombre como ser ante Dios

1. Dios como Tú Eterno

1.1 Dios, blasfemia e invocación

Buber en su afán antropológico insaciable, y a partir de su nueva categoría filosófica de la

relación, va a realizar un esfuerzo por rescatar a Dios, pues es consciente que, como afirma

Ebner (1995, p.8) “sólo en la relación con Dios se entiende el hombre a sí mismo”. Reconoce

que es una tarea difícil, pues Dios es de entre todas las palabras humanas, la más gravosamente

cargada, como se lo indicó el profesor Paul Nartop (cfr. Buber, 2003, p. 41):

¿Hay acaso una palabra humana tan mal utilizada, manchada y profanada como ésta?

Toda la sangre inocente que se ha derramado por ella le ha hurtado su esplendor. Toda la

injustica que se ha cubierto con ella, ha borrado su perfil. Cuando oigo llamar «Dios» al

Altísimo, a veces me parece como si se blasfemara.

No obstante, Buber (2003, pp. 41- 42) no renuncia a ella, sabe que limpiar del todo la

palabra Dios es imposible, pero quiere levantarla y entronizarla de nuevo en nuestra época:

¿Dónde podría encontrar yo una palabra mejor para describir lo más alto? Aunque

tomara el concepto más puro y resplandeciente de la cámara más recóndita en la que los

filósofos guardan su tesoro más preciado, lo único que en él podría hallar es una imagen

intelectual… Es cierto que se matan entre ellos y dicen que lo hacen «en nombre de

Dios». Pero cuando desaparecen toda locura y todo engaño, cuando los hombres se

colocan ante Él a solas, y ya no dicen «Él», « Él», sino que suspiran « Tú», « Tú»… y
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 66

añaden «Dios»: ¿no es éste el auténtico Dios al que llaman el Uno, el Viviente, el Dios de

los hijos de los hombres?

Esta conversación, revela el nacimiento de una nueva comprensión de la dimensión

religiosa del hombre y del fenómeno de la fe, donde se trata no de un aferrarse a las formas

pretéritas de religiosidad, sino una vivencia de la misma a partir del encuentro (yo-tú). Esta nueva

interpretación ha respondido y responde hoy, a las exigencias y cambios de la época, donde la

experiencia masiva del mal, el apego a lo material, la ausencia de lo divino, y otros factores,

quieren hacer de este momento histórico una etapa posreligiosa.

1.2 Dios como Tú del hombre

Es preciso considerar que el pensamiento de Buber tiene dos pilares fundamentales: el encuentro,

como franqueamiento de ser a ser, explicado en el capítulo anterior; y la invocación del Tú

eterno, como condición de posibilidad y plenificación de toda relación verdaderamente

interpersonal. Como lo aclara Sánchez (1984, p.113), para Buber el Tú absoluto es la dimensión

fundante, y por tanto el cimiento último de su pensamiento: “la conexión entre individuo e

individuo supone un movimiento vertical y descansa sobre el hecho de la vinculación de la

conexión Yo-Tú con el Tú absoluto”.

En una época que considera como culturalmente anacrónico cualquier tipo de reflexión

sobre el encuentro con el Absoluto, y que por otro lado asocia el Misterio con lo oculto, la

trascendencia, la lejanía, y la absoluta diferencia, condiciones que hacen imposible la relación

directa; Buber se atreve a presentar al hombre como ser religioso (podría decirse como ser-ante-

Dios), y además, a sostener que sobre esa dimensión religiosa descansa el hombre dialógico. Pero

este filósofo austríaco ¿Cómo explica la existencia de un Tú Absoluto que interpela al hombre?
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 67

En este punto, hay que recurrir a la novedad y originalidad de la filosofía dialógica: “a la

realidad se acerca el hombre no sólo a través del conocimiento de un objeto por parte de un

sujeto, sino a través del diálogo” (Arroyo, 2007, p.305). Buber, reacciona fuertemente contra la

filosofía occidental que busca pensar objetivamente la realidad y tener una aproximación

conceptual de la misma, convirtiendo al sujeto en la referencia última de la realidad. Este

esquema sujeto-objeto arranca al sujeto de la existencia concreta y real, para reducirlo a un yo

pensante que se eleva hasta la esfera de la conceptualización, en donde obtiene como recompensa

la visión objetiva de la realidad, en la que el mundo, el hombre y Dios quedan reducidos a objetos

del pensamiento.

La convicción buberiana de la insuficiencia con que se trataba el problema del otro en

estas filosofías, lo hace instaurar, junto con otros pensadores, un régimen de verdad

esencialmente diferente al mencionado: la realidad (en este caso el Tú eterno) se descubre a partir

de la relación. Esta relación que es absoluta, nos explica Sánchez (cfr. 1984, p.115) no tiene otro

principio fundador más que ella misma. Como también lo ratifica Levinas (citado en Sánchez

1984, p.115):

El acontecimiento incondicional del encuentro desborda pensamiento y ser. Es puro

diálogo, pura relación que ninguna presencia común espiritual envuelve… estoy vuelto al

otro, no a causa de una proximidad física o psíquica, ni tampoco en virtud de nuestra

unión sustancial, sino porque el tú es absolutamente otro.

La relación Yo- Tú eterno, no se aborda ni desde las consideraciones metafísicas, ni

desde las consideraciones éticas, pues en ambas el Otro es reducido a un objeto de la mirada, y

cuando esto sucede deja de estar presente ante mí, se anula la presencia, característica esencial y
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 68

primera de todo “otro”. Esta relación pues, hunde sus raíces en la socialidad, (relacionalidad,

encuentro, diálogo) como primer acontecimiento del ser, la cual es irreductible al conocimiento

(Ibíd, p. 116). El encuentro con Dios no se entiende pues desde la especulación, sino sólo desde

el ámbito de la relación personal. Ebner (1995, p.25) nos dirá al respecto:

El hombre no puede captar especulativamente el ser personal de Dios, sino sólo

relacionándose personalmente con Él, como lo exige su vida espiritual y como lo exige el

mismo Dios, es decir, haciéndolo el tú de su yo, y ahí eo ipso queda fuera de juego todo

especular y toda cavilación metafísica.

De ahí entonces que se reconozca a partir de la invocación de Dios, en sus diferentes

nombres a lo largo de la historia, la realidad de la presencia del Totalmente Otro, el Tú eterno del

hombre. No es una demostración racional de Dios, porque se le reduciría a una idea que carece

de presencia, simplemente es una muestra de la realidad de la presencia divina en la huella que

ésta deja en la conciencia, en la aspiración que subyace en el deseo humano, y sobre todo en el

encuentro real, personal y vivencial del hombre con Aquel que no puede ser expresado. “¿Qué

importan todas las divagaciones respecto de la esencia de Dios y de las obras de Dios…, en

comparación con la verdad única de que todos los hombres que han invocado a Dios realmente

han pensado en Él?” (Buber, 2013, p.60).

Un filósofo que sin duda acredita este planteamiento es Spinoza, el cual además de

generar un concepto de Dios (sustancia divina), lo interpreta a través de la experiencia humana,

es decir, equilibra la abstracción de su sistema intelectual con el testimonio religioso del hombre

de su época, más concretamente con lo que denominará el amor intelectual de Dios:


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 69

El amor intelectual del alma hacia Dios es el mismo amor con que Dios se ama a sí

mismo, no en cuanto que Dios es infinito, sino en la medida en que puede explicarse a

través de la esencia del alma humana, considerada desde la perspectiva de la eternidad.

(Spinoza, 2005, p. 241)

Spinoza pone a Dios en el escenario filosófico como realidad que subsiste en sí y es

completamente independiente de la existencia humana, sin embargo pese a su interpretación

estrictamente conceptual, parte de un hecho concreto a saber: existen hombres que aman a Dios,

(Buber, 2003, p.48) no importa que sea el amor con el que Dios se ama sí mismo, el punto es que

se reconoce que existe un verdadero encuentro con lo divino, y en una esfera no racional sino

eminentemente dialógica, en la esfera de la religión.

Con estos presupuestos, es que se llega a entender la religión como realidad y como

garantía de lo divino. No es una construcción intrapsíquica que genera unas imágenes ficticias,

las cuales son dotadas de visos de realidad por la mente humana, tampoco es un diálogo consigo

mismo o con los diversos estratos del yo; la religión es la experiencia viviente entre el creyente

que acepta la presencia y el Ser más inmediato, más cercano y más duraderamente presente que el

hombre mismo. “La fe no es un sentimiento que está en el alma del hombre,- defiende Buber

(2003, p.37)- sino un adentramiento en la realidad”. Un adentramiento que se funda

inconmoviblemente en el ser con los otros de la condición humana, en el encuentro que

imposibilita el estar perdido en la masa o abandonado en el solipsismo abstracto.

1.3 El Dios de los patriarcas y el dios de los filósofos

Teniendo entonces como criterio la relación dialógica, Buber ve en el proceso de acercamiento a

Dios dos caminos muy bien diferenciados, uno que conlleva al dios de los filósofos y otro que
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 70

conlleva al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, que no es más que el Tú eterno pero en

términos judíos.

Para introducir y ejemplarizar estos dos caminos, Buber en su obra El eclipse de Dios

(2003, cfr. pp.38-40) narra la historia de una conversación que tuvo en la ciudad de Jena. Había

sino invitado a dar una conferencia y su público estaba conformado por obreros alemanes. Luego

de un profundo discurso teológico, sobre el significado de Dios en la vida del hombre, un obrero

reconociendo la lucidez del discurso de Buber, afirma que no necesita la hipótesis de Dios para su

vida. Lo que empezó siendo una interacción intelectual se convierte en una crisis existencial para

Buber que sintiéndose atacado, responde de tal forma que logra avergonzar al obrero con la

superioridad intelectual con que argumentó en favor de Dios. Tras la avasalladora respuesta de

Buber, el trabajador se siente realmente avergonzando frente a la impresionante retórica del

conferencista, así que vuelve a sentarse y acepta que Buber tiene razón, ya que él no tiene los

argumentos necesarios para sustentar lo que pensaba.

Pero lo importante de este episodio, es la insatisfacción de Buber con lo acontecido, pues

reconoce que él mismo ha caído en la trampa de reemplazar al Dios de los Patriarcas que quiere

recuperar, por defender al dios de los filósofos que tanto critica. Ha demostrado a Dios pero no

lo ha hecho presente. A lo mejor, lo que Buber debió haber hecho, fue caminar y dialogar con el

obrero, ganándose su confianza vital y creando una relación personal y de amistad con él, en

últimas, debió propiciar un encuentro de dos personas en nombre de Dios.

En esta breve anécdota se empieza a dilucidar las dos concepciones que Buber tiene

acerca de Dios. Dos concepciones que se diferenciaron conceptualmente en la reflexión de Buber

gracias a la experiencia profunda, podría decirse que mística, de Blaise Pascal (citado en Buber,
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 71

2003, p.77) en 1654: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos y los

sabios”. Estas palabras reflejan la conversión del corazón de este matemático y filósofo francés,

que subyugado y vencido por la fe, reconoce que Dios trasciende cualquier sistema de

pensamiento y no se puede encasillar en una forma conceptual. Esta declaración no es más que la

confesión de que “su idea de absoluto se disuelve precisamente donde vive el absoluto; es

suprimida donde se ama al Absoluto; porque entonces el Absoluto ya no es lo «absoluto» sobre

lo que se puede filosofar, sino Dios”. (Ibíd, p. 78)

Pero volviendo nuevamente a las dos concepciones de Buber: ¿Cuál es el camino que

lleva al Dios de los patriarcas y el camino del dios de los filósofos?

La respuesta es muy sencilla: religión y filosofía. El Dios de los patriarcas es como se

decía anteriormente, el Tú eterno del hombre, el ser que está ahí ante mí, el Dios desconocido, y

por tanto el objeto legítimo de la religión. El dios de los filósofos, por el contrario, es una

representación intelectual del Dios viviente, es un objeto del pensamiento, el más supremo, pero

un objeto. El dios de los filósofos no es más que la idea de Dios, y por eso su camino es la

filosofía. Todo esto, conlleva a trasladar el núcleo de la discusión al problema de la filosofía y la

religión, sus diferencias y sus relaciones.

2. Religión y Filosofía

Para abordar esta cuestión es necesario volver a la edad antigua, donde la pregunta por la

posibilidad de determinar la existencia de Dios era un contrasentido, pues el mito y el culto

propios de la tradición, expresaban el carácter lógico y evidente de la existencia de lo divino, ya

que el hombre de la época estaba en una situación real ante los dioses. El mismo Heráclito

(citado en Ibíd, p.60), supone la existencia de la divinidad en el presente inmediato cuando


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 72

afirma: “Aquí también hay dioses”. No es que existiera una exclusividad religiosa, sino una

relación de coposibilidad, de encuentro con lo divino y a la vez, su objetivación en el

pensamiento. Sin embargo, el ser humano empieza a tener un alejamiento existencial de lo

divino, el cual es expresado desde el lenguaje filosófico por Protágoras (citado en Laercio, 2007,

p.232) “De los dioses no sabré decir si los hay o no los hay, pues son muchas las cosas que

prohíben el saberlo, ya la oscuridad del asunto, ya la brevedad de la vida del hombre”. Es

entonces el comienzo de una disolución progresiva de la relación entre filosofía y religión.

El hombre empieza a perder su poder de entrar en relación y su capacidad de encuentro, y

lo que antes era garantía y signo de una presencia trascendente: la fe, los ritos y las plegarias;

ahora son meramente una ilusión.

¿Es entonces, la irrupción de la filosofía en la historia del hombre, la culpable de su

inicial alejamiento religioso de Dios? No, como se decía en el párrafo anterior, es posible

equilibrar en el hombre, aunque sea hasta cierto punto, el concepto de Dios con la realidad que

este indica. El concepto filosófico de Dios o una aprehensión intelectual de lo divino no pueden

perjudicar la relación religiosa concreta (Buber, 2003, p.46), de hecho las imágenes de Dios que

surgen de estas concepciones son toleradas por el Tú eterno, pues acepta que se le contemple en

ellas, y las toma como figuras en las que él resplandece (Ibíd, p.76). La verdadera causa de esta

situación del hombre, es lo que Buber (2013, p. 31) denomina el crecimiento continuo del

mundo del Ello a lo largo de la historia, es decir la relación en la que el hombre se acerca al

mundo pero desde la experiencia, ya sea directa o indirecta (adquisición de conocimientos), y

desde la utilización (la técnica). El mundo del Ello no es perjudicial en sí, sino su radical

exaltación y su crecimiento desmedido a expensas del mundo del Tú. En este sentido, la pregunta
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 73

filosófica (Ello) por la existencia de un ser supremo, desligada de la realidad y la concreción de la

vida (Tú), lleva a una respuesta negativa que en últimas desvaloriza totalmente la religión.

A partir de ahí, el pensamiento de Buber (2003, p. 61) va acentuar fuertemente las

diferencias entre la verdad intelectual y la realidad de la fe: “La fe significa vivir vuelto hacia el

ser «en el que se cree», hacia el Ser absoluto e incondicionalmente afirmado. Por el contrario…

la verdad intelectual significa convertir lo incondicionado en un objeto”. Frente a la filosofía que

surge de la conciencia independiente y autónoma, la religión se levanta como el despliegue de la

existencia humana. Buber (Ibíd, p.62) descubre el origen divergente de ambas realidades:

La primera, la relación religiosa, surge a partir de la situación originaria del individuo:

viviendo éste ante la faz del Ser, vuelto hacia Él, como Éste se vuelve hacia aquél. La

segunda, la actitud filosófica, brota de la fractura de aquella contigüidad en dos formas de

ser esencialmente distintas: un ser que agota su actualidad en la contemplación y la

reflexión, y otro que no puede sino ser objeto de contemplación y reflexión.

Lo anterior conlleva al núcleo central de la presente confrontación: La relación religiosa

encuentra su máxima consumación en la dualidad Yo-Tú, mientras que la filosofía se fundamenta

en la dualidad Yo-Ello. Si en la filosofía, el par sujeto-objeto permanece sólo mientras dura el

poder de la abstracción, que no es más que el trascender decidido de la situación concreta del

hombre; en la forma religiosa, el par yo-tú va a subsistir en lo que se denomina la concreción

vivida. Dicha concreción vivida que se define como “el momento con su carácter imprevisible e

irrepetible, absolutamente único, con su poder decisivo, en su diálogo secreto entre lo que

realmente sucede y lo que se quiere, entre destino y acción, entre invocación y repuesta” (Ibíd,

p.65) constituye el lugar privilegiado del encuentro entre lo humano y lo divino. En otros
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 74

términos, mientras la filosofía contempla lo absoluto en lo universal, la fe descubre y se une al

absoluto en lo particular. Esta concepción realista que Buber (Ibíd, p. 64) tiene de la religión,

hace de la misma el camino del hombre hacia su propia liberación, hacia la superación de lo

universal, y hacia el ingreso a la pura cotidianidad, a la vida verdadera: “La religión es el exilio

del hombre, su patria es la vida espontánea en presencia de Dios”.

De ahí también que cualquier intento filosófico por fundamentar la religión desde la

noesis es indiscutiblemente un error. La fe no es un conocimiento en el sentido filosófico y

científico, no porque sea irrazonable, o inverificable, sino porque el objeto conocido (Dios), no

permanece indiferente al hecho de que lo conozcan. Así, la relación religiosa es la reciprocidad

real de un contacto actual, no entre un sujeto pensante y un objeto neutral de pensamiento, sino

entre dos existencias activas. Es un ligarse a uno mismo con el Ser del que procede todo sentido,

que no se puede mostrar, ni determinar, ni demostrar, pero que se puede experimentar en el hecho

de estar unidos (Ibíd, p.63)

Este planteamiento lleva irremediablemente a esta conclusión: el Tú eterno es el

Incognoscible en sí, el Inalcanzable para el conocimiento (yo-ello), el no tematizable, Aquel

sobre el cual no se puede decir nada, pero si dirigirle la palabra, hablarle como un Tú y establecer

con Él una vivencia de inmediatez inefable que fundamenta las demás relaciones intersubjetivas

del hombre.

3. El Eclipse de nuestra generación

“Pero, ¡ay!, camina en la noche, vive como en el hades, sin lo divino, nuestra generación”

(Hölderlin, citado en Buber, 2003, p.54). La humanidad del siglo XX y XXI no se mueve ni

ontológica, ni culturalmente con Dios; la existencia de lo divino ya no constituye un a priori


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 75

mental, cultural e incluso social del hombre (Velasco, 2007, p. 23). Nada, ni la ciencia, ni la

filosofía, ni la técnica, remiten a Él. Cualquier vestigio de la presencia divina en la sociedad, es

escuchado como el recuerdo de un pasado ya superado, el residuo de una época en la que se

personificaban todas las realidades que intervenían en la vida del ser humano. Buber (2003,

p.55) denomina a este estado crítico de la humanidad que vive sin el Ser, como el

“oscurecimiento de la luz del cielo, eclipse de Dios, tal es el carácter de la hora histórica que nos

toca vivir.” Este fenómeno, que no es más que el resumen patético de la situación final de esta

época, se coloca frente al hombre gracias a la filosofía de Nietzsche (2002, pp.159-160):

Dios ha muerto. Dios permanece muerto. ¡Y nosotros le dimos muerte! ¿Cómo

consolarnos, nosotros los asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado, lo más poderoso

que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo… la grandeza

de este acto ¿No es demasiado grande para nosotros?

Para Buber, la única interpretación razonable de la anterior sentencia de Nietzsche, es la

de un ocultamiento, una desaparición transitoria de lo divino para el hombre. Si Dios es Dios no

tiene sentido hablar de su muerte, y si no existe, mucho menos; sólo tiene verdadero sentido la

muerte de Dios si se habla de algo que se interpone entre Dios y el hombre, a tal punto que este

último ya no pueda ver su luz. Es, como nuestro filósofo austríaco lo indica (Buber, 2003,

p.145): “el proceso por el que Dios y todo lo absoluto se han vuelto irreales”.

Dicho proceso constituye una conspiración que reduciendo lo divino a un mero objeto de

discusión, de duda o de reflexión, hace innecesaria la relación religiosa, ya que un principio

abstracto jamás puede ser contenido de fe. De igual manera, se oculta a los ojos del hombre la
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 76

presencia de Dios, y se le impide relacionarse con Él, se le imposibilita a la humanidad el tomar,

en términos de Ebner (1995, p.157) “la decisión personal por el Tú.”

Esta época de sombras que impide que los rayos del sol despunten en el horizonte, levanta

una barrera casi infranqueable entre Dios y el hombre. Mientras el interlocutor viviente y

absoluto del hombre, vive en la luz de su eternidad y permanece intacto tras el muro; los

hombres, «asesinos de Dios», quedan abandonados a la muerte y domiciliados en la oscuridad

(Buber, 2003, p.56). La situación antropológica ante este eclipse es totalmente dramática, pues

los hombres se pierden en la ilusión de su propio engaño: camuflan en el ser para sí del yo

solitario, su actitud cerrada hacia el Tú de su vida, cometiendo la mayor “apostasía respecto a

Dios: el intento de existir en una «interioridad » atea” (Ebner, 1995, p.32)

Asimismo, la religión (en el sentido amplio de la palabra) también se ha dejado eclipsar,

ha abandonado su posición ante el rostro de Dios, y ha amenazado el acontecer del mundo como

diálogo, y esto, desde que se acrecentaron los deseos humanos de controlar el poder del más allá.

En este sentido, es donde se presentan tanto el desvelamiento como el conjuro, ambos como

contrapartidas pseudoreligiosas de la fe verdadera. Buber (2003, p. 147) critica la primera, el

desvelamiento, porque en él “adopta el hombre la actitud de rasgar la cortina que separa lo

manifiesto, lo revelado, de lo oculto, y de sacar a la luz los secretos de Dios”, dejando “al

descubierto el presunto Ello divino”; y también la segunda forma, el conjuro, porque: “quiere

exigir antes de escuchar” celebrando los ritos, no para volverse hacia el Tú eterno, sino para

tener dominio sobre los poderes que se conjuran .

Sin embargo, este esfuerzo, que como se decía, busca destruir el carácter real de la idea de

Dios, y por consiguiente la realidad de la relación del hombre con Él, sustituyendo la relación
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 77

viviente por la representación intelectual; tiene como foco principal no sólo la religión (o mejor

denominada pseudoreligión) sino la filosofía.

En este campo de la filosofía, uno de los precursores del eclipse fue Spinoza, pero uno de

los que lo propiciaron directamente fue Kant, y no precisamente por la imposibilidad de

demostrar racionalmente la idea de Dios, sino por postular su existencia como exigencia del

mundo moral: “Dios no es una sustancia externa, sino meramente una condición moral en

nosotros” (Kant, citado en Ibíd, p.49). Pero este Dios, que pretende ser fundamento de toda

obligación moral, no es más que una relación en nosotros, que por consiguiente no puede cumplir

este requisito, pues sólo un absoluto puede conferir una obligación de carácter absoluta. Como

señala Buber (Ibíd, p.50) al respecto de Kant, “el encuentro con quien pronuncia la voz original

del sí y del no, no se puede sustituir por el encuentro consigo mismo”.

No obstante, el pensamiento filosófico en su intento de convertir al Trascendente en algo

irreal no se contentó con reducirlo a un principio moral. El esfuerzo posterior a la filosofía

kantiana, consistió en restablecer a Dios como absoluto, sin embargo a costa de cualquier

conexión entre Él y la vida concreta del hombre. Ese fue el caso de Hegel, que con su

abstracción radical hizo de lo divino el Espíritu Absoluto, la Razón universal, la Idea, la

Totalidad del ser, lo Infinito; pero excluyó de su sistema la relación real y personal con Dios,

pues la esencia divina es sólo accesible a la razón y no a la totalidad íntegra del hombre. Es pues

un «Dios» que se sirve de la naturaleza, del hombre y de la historia, para desplegarse

dialécticamente hasta lograr su autoconciencia, o como expresará Buber (ibíd, p.52) “el imperio

exclusivo de un espíritu universal que lucha consigo y por sí, que utiliza todo como medio y todo

lo agota”, pero que lleva prescindir abiertamente de la religión, pues la filosofía hegeliana redujo

la doctrina religiosa a un contenido que sin necesidad de la religión, es accesible a la razón. El


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 78

mismo Hegel (citado en Pannemberg, 2001, p.39) denomina este hecho como “la elevación a

concepto (Begrifj) de la representaci6n (Vorstellung) religiosa”. De esta manera, lo expresa la

tesis hegeliana: “ya no existe nada misterioso en Dios” (citado en Buber, 2003, p.52) sin embargo

lo que se llamaba hegelianamente como Dios, en el fondo no lo puede ser para el hombre, en

cuanto que no es el Dios que en sus esperanzas y entusiasmos, sale a su encuentro misteriosa y

manifiestamente (Ibíd.).

Desde las líneas del vitalismo también brotan algunas sombras, especialmente con

Bergson (Citado en Ibíd, p.53), que abre la posibilidad de atribuir el esfuerzo vital a Dios, o a

identificarlo con él: “este effort es de Dios, si es que no es propiamente Dios”. Pero lo divino no

se puede reducir a una fuerza creadora que manifiesta la vida, o a una función productora, ya que

se le aparta del mundo real del hombre, un mundo que por doquier se mueve en flagrantes

contradicciones y que también por doquier anhela la redención (Ibíd.).

El pensamiento contemporáneo emite también su veredicto en esta discusión,

especialmente desde dos frentes: la ontología y la psicología. En cuanto al primero, se destaca

Sartre (1960, p.118), que considera que lo que caracteriza nuestra época es el hecho de

«sobrevivir a Dios», pretendiendo hacer ver su ateísmo radical como consecuencia lógica de su

filosofía existencial. La noción de Creador sólo tendría sentido en el esquema en el que Dios

piensa el ser humano (su esencia) y luego lo crea, en otras palabras, le da existencia a la esencia

pensada, del mismo modo que un artesano piensa primero el objeto y luego lo construye según lo

pensado; sin embargo, partiendo de que “la existencia precede a la esencia” (Sartre, 1985, p. 57)

llega a la conclusión, un poco apresurada, de que la existencia en el hombre excluiría la

posibilidad del Creador. Buber (2003, p.94) reconoce el marcado ateísmo sartriano, sin embargo
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 79

no puede aceptar que provenga de la realidad de la existencia humana y que la figura divina sea

la de un observador que se relaciona (mira) del modo sujeto-objeto:

¿Acaso existir significa realmente, como piensa Sartre, ser «para sí» encapsulado en la

propia subjetividad? ¿No significa esencialmente existir ante una X - no una X a la que

habría que sustituir por una determinada magnitud, sino la X por antonomasia, lo

indefinible y lo insondable?... ¿Y si lo que existe entre el yo el otro no es en primer lugar

la relación mutua entre sujeto y objeto sino la relación mutua entre un yo y un tú?

De ahí, que este filósofo del diálogo tome las palabras de Sartre (1960, p.118) rehusando

incluso al sentido del autor, para interpretarlas desde su planteamiento del eclipse de Dios: “Dios

ha muerto: no entendemos que no existe, ni siquiera que no existe ya. Está muerto, nos hablaba y

ahora calla, no tocamos ya más que su cadáver”. El silencio de lo trascendente es evidente, sin

embargo la persistencia de la necesidad religiosa que tanto incomodaba a Sartre, es la conciencia

humana de este silencio, que según Buber (2003, pp. 95-96) no debe llevar a la situación sartriana

de que Dios no existe, o que en todo caso no existe para el hombre, sino al preguntarse qué parte

tiene en ese silencio el hecho de que el hombre no escuche, ni haya escuchado.

Junto a Sartre, se encuentra sin duda Heidegger (citado en Ibíd, p.98): “¿No debemos

primero ser todos capaces de oír y entender cuidadosamente estas palabras, si como hombres, es

decir, como seres existentes, debemos poder experimentar una relación entre Dios y el hombre?”

sin embargo su postura ante el problema es sustancialmente diferente, empezando porque ve en

la muerte de Dios, la eliminación no sólo de la religión, sino de la metafísica.

Aunque este filósofo alemán (citado en Buber, Ibíd, p. 98) “no decide ni positiva ni

negativamente sobre la posibilidad de la existencia de Dios”, de hecho rehúsa la clasificación atea


CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 80

que le dio Sartre, cree imposible el poder hablar de Dios desde la ontología neoescolástica, pues

es necesario según su criterio fundamentar la ontología desde la gnoseología. No obstante, este

nuevo pensamiento ontológico de Heidegger puede sentar las bases de un giro en el que lo divino

o lo santo, aparecerá en figuras nuevas e insospechadas, sólo que no corresponde al hombre

decidir su reaparición y el modo de hacerlo, es un acontecimiento que depende del destino del ser

mismo(Ibíd, pp.98 -99).

A pesar de que en Heidegger (citado en Ibíd, p.103) se deja entrever el principio

dialógico de la filosofía intersubjetiva: “los dioses sólo pueden hablar cuando nos interpelan y

nos sitúan bajo su exigencia. La palabra que nombra a los dioses es siempre una respuesta a esa

exigencia” su testimonio de relación entre la intimidad (Von-sich-her) divina y la intimidad

humana, se extingue en estos breves fragmentos, pues toda la potencia de su pensamiento y de su

palabra, se enfocan en distinguir el Dios que viene, de todo lo que ha sido; como critica Buber

(Ibíd, p.103): “Heidegger, crea un concepto acerca de un renacimiento de Dios a partir del

pensamiento de la verdad, que se enreda en las falaces redes del pensamiento histórico”.

Pasando a al otro frente, al de la psicología, está Jung. Para este importante psicólogo

(citado en Buber, Ibíd, pp.106-107) la religión es “una relación viva con los hechos psíquicos que

no dependen de la conciencia, sino que suceden mas allá de ella, en la oscuridad del trasfondo

psíquico” y lo que se denomina Dios para él no es más que un “contenido psíquico autónomo”,

“una función del inconsciente”, negando la concepción ortodoxa que concibe a Dios como

existente en sí mismo. La pregunta que surge es entonces: ¿es Dios sólo un fenómeno psíquico o

existe también independientemente de la psique del hombre? Buber (Ibíd, pp. 169-171) descubre

en la anterior cuestión, los límites de la psicología y del campo de lo psiquiátrico, los cuales son

excedidos por Jung - y esto constituye el núcleo de la objeción buberiana- el cual se adentró sin
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 81

argumentos en campos que no le incumben como lo son la religión o la metafísica. Se acepta que

este psicólogo estudie los contenidos o factores psíquicos, lo desaprobable es que se juzgue, o se

niegue la existencia, del ser suprapsíquico correspondiente a un factor psíquico. La psicología, en

cuanto no tiene los medios para a hacerlo, es incompetente para investigar el contenido de la fe

en Dios (Ibíd, p.172).

Con Jung, Buber culmina su descripción de esta desventura humana en su alejamiento de

Dios. Podría decirse que el gran culpable del eclipse es el mundo del Ello en su crecimiento

desmesurado, y su cómplice el hombre que es incapaz de decir Tú: “quién se niega a someterse a

la realidad actuante de la Trascendencia, verdadero interlocutor nuestro, contribuye a la

responsabilidad del hombre en el eclipse” (ibíd, p.55). Y ante esta sentencia, no se pueden

dispensar a los hijos del hombre contemporáneo: la humanidad postmoderna, pues en la misma

línea de sus predecesores, han perdido la disposición espiritual que permite verdaderamente una

reaparición de Dios.

Buber (Ibíd, p.151) no sabe con certeza que vendrá en el futuro, sin embargo guarda la

esperanza, en que la continuación de esta época no sea confirmación de la anterior sino también

refutación:

Algo está pasando en lo profundo que no precisa aún de nombre alguno. Mañana puede

suceder que se le de la señal desde arriba… El eclipse de la luz de Dios no significa que

ella se esté apagando; mañana mismo puede ser que se retire lo que se interpone y la

oculta.
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4. El hombre que ama a Dios

¿Qué puede hacer el hombre ante el eclipse de Dios? ¿Ante la desoladora ausencia del Sumo

Tú? Algunos como Noriega (s.f.) , en su ensayo ¿Es posible despejar el eclipse de Dios?,

han visto en la recuperación del diálogo auténtico y la apertura a la dimensión interhumana,

una propuesta válida para despejar lo que impide a Dios revelarse en la actualidad. No

obstante, eso es sólo reafirmar la esencialidad del franqueamiento del ser hacia el otro,

proceso en el que la palabra y el amor constituyen los verdaderos vehículos del movimiento

hacia el Tú (cfr. Ebner, 1995, frg. X).

La salida, es por ahora, una respuesta personal de cada hombre en la concreción particular

de la vida, en la instantaneidad irreductible del momento. Sólo se encontrará al Dios oculto,

cuando la propia persona se comprometa a que Dios se manifieste. Es por este motivo, que para

finalizar este estudio monográfico, es menester, reconocer la importancia que tiene para el

filósofo y para el hombre que es « subyugado» por la fe, el hablar del amor, como defensor

inconmovible del Absoluto.

Y es ahí entonces, cuando Buber nos presenta el acercamiento vivencial de la fe de

Hermann Cohen (citado en Buber, 2003, p. 83): “cuanto más se siente el conocimiento de Dios a

la vez como amor a Dios, tanto más apasionada es la lucha por la fe, la lucha por el conocimiento

y el amor a Dios”. En esta expresión del discípulo de Kant, empieza a vislumbrarse la dicotomía

conocimiento-amor; que permite la diferencia entre Dios como contenido conceptual de fe y Dios

como alguien con quien se puede tener una relación.

Por eso el amor a Dios debe superar todo conocimiento… En la conciencia del hombre no

queda sitio alguno cuando ama a Dios. Por eso este conocimiento que absorbe a todos los
CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE MARTIN BUBER 83

demás conocimientos ya no es puro conocimiento, sino amor. (Cohen, citado en Ibíd,

p.84)

Ante estos planteamientos surge una objeción: y si Dios es sólo una idea ¿no se pueden amar las

ideas? Buber (Ibíd, p.87) argüirá que la auténtica idealización es un descubrimiento del ser, que

es imaginado creativamente en esa persona que se quiere: “El que ama a Dios, le ama

precisamente en cuanto que Él no es sólo una idea; y puede amarle porque no es sólo una idea” A

las ideas se les concibe, pero a las personas se les ama:

Quien ama a Dios ama al ideal, pero ama a Dios más que a ese ideal. Y se sabe amado por

él, no por un ideal, ni por una idea, sino justamente por Aquél al que la idealidad no basta

para abarcarlo; se sabe amado por…esa persona absoluta que llamamos Dios. (Ibíd.)

Aunque se quiera interpretar el amor a Dios, como el amor entre un hombre y una idea, la

reciprocidad del amor da testimonio de su autenticidad y su relación entre personas. Dios es

persona en cuanto ama como persona y quiere que se le ame como persona (Buber, Ibíd.). Por

más esfuerzo que haga el filósofo en mantener el objeto de su fe y de su amor, como objeto de su

pensamiento filosófico, no puede negar que el amor testifica la existencia de un Amado (Buber,

Ibíd, 90).
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Conclusiones

El gran aporte antropológico de Martin Buber es cambiar la mirada con que la filosofía veía al

hombre. Éste ya no será visto como el ser que puede abstraerse con el pensamiento, y convertirse

en un objeto sobre el cual se puede discurrir y hablar, sino como el otro ser que se hace presente

ante mí, que me habla y al que hablo. El hombre entretanto, es un ser que está en permanente

relación con la naturaleza, los demás hombres y con el misterio del Ser, ante los cuales puede

asumir una doble actitud o modo de existencia: el Yo-Ello (experiencia) y el Yo-Tú (encuentro).

La perfecta aceptación de la presencia del otro, y el franqueamiento del ser en el encuentro es

donde reside la vida verdadera, donde se encuentra el hombre en su más profunda esencialidad.

Esta concepción dilógica del hombre, es el eslabón que Buber coloca en la historia de la

lucha humana por comprender la única porción de la realidad que puede experimentar, es decir su

propio ser y existir como hombre. Esta aventura de la humanidad a través del tiempo y de la

historia, se caracteriza por una continuidad de estados en los que el hombre se siente hospedado,

ya sea en el mundo (sistema aristotélico-tomista), en el tiempo (Hegel), en el perfeccionamiento

de la sociedad (Marx), en la relación existencial con el propio ser (Heidegger); o también desde el

ámbito no filosófico en la técnica, las expresiones pseudoreligiosas, el colectivismo y las

formas de convivencia humana.

Dicha continuidad que proporciona seguridad y anula cualquier problematicidad en el

hombre, se ve interrumpida por un movimiento de inestabilidad producto de la irrupción

filosófica de experiencias humanas como la escisión del alma por el mal (San Agustín), la

descentralización de la Tierra (Copérnico), el terror del infinito (Pascal), el misterio del ser

humano (Nietzsche), la posible unidad entre el hombre (Feuerbach) y la angustia existencial de la


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elección (Kierkegaard). Todas esas situaciones condujeron al hombre a un estado de soledad

irremisible, la cual es para Buber, la puerta hacia una visión reveladora del hombre. Aunque

pareciera contradictorio reunir en una misma antropología la soledad y el carácter intersubjetivo

del hombre, se podría decir que la primera constituye el umbral para una verdadera

problematización del hombre, pero que debe ser quebrantada en un encuentro riguroso y

transformador. La soledad también es encuentro, el yo humano que se encuentra solo ante Dios.

De ahí, que en una genuina antropología, el ser ante Dios constituye el matiz más

profundo de la existencia humana; y la relación real con el Dios vivo, no con la idea de Dios o

alguna conceptualización filosófica de lo Absoluto, sea la clave no sólo para entender al hombre,

sino para consumar humanamente su vida y su realidad. En este sentido, la actual separación

entre el ser humano y el sumo Tú que lo interpela, es la principal causa del desconocimiento de lo

que es el hombre. Dicha separación es denominada el eclipse de Dios, y constituye el proceso

por el cual el hombre se va alejando existencialmente de lo divino, y va perdiendo su relación

personal con el Tú eterno. Primero, Dios es «convertido» en una cosa, un objeto de la razón.

Posteriormente el hombre pensante lo reduce a un producto de su espíritu creador; para luego,

viendo lo innecesario del concepto de Absoluto, prescindir de Él. El pensamiento ya no necesita

a Dios, y el hombre lo abandona. Es la “muerte” de Dios.

Este fenómeno moderno, a pesar de los augurios del retorno de la religión, que no debe

confundirse con expresiones pseudoreligiosas de subjetividad como la New age, se despliega

hasta la postmodernidad. Aunque la humanidad del siglo XXI, desencantada de la razón, se

pregunte silenciosa por la pluralidad insondable de la realidad, y abra la posibilidad de la

trascendencia con un carácter mas contemplativo que cognoscitivo; el hombre sigue viviendo en

un tiempo de irrealización de Dios, como supremo Tú. No obstante, podría decirse que esta
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situación de alejamiento de Dios y la persistencia religiosa actual, son notables indicadores de

que el hombre no puede agotar la experiencia vivencial que puede tener de lo divino. Quizás, el

Absoluto se haga presente de otro modo, a través del eclipse; a lo mejor es una presencia en la

ausencia que apela a un encuentro más intenso entre ese par indestructiblemente real: Dios y el

hombre.

“El rostro de Dios se nos oculta y parece como si el mundo debiera enfriarse porque ya no

ilumina. Pero la verdad es que sólo justamente entonces será posible ese cambio que Dios

espera de nosotros, para que la redención que Él nos ofrece sea nuestra propia salvación”

(Buber, 2003, p.182)


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