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Unidad didáctica I

ANTROPOLOGÍA. El hombre es
“capaz” de Dios

Teología

Emilia María Martínez Polo


Grado en Ingeniería Informática e Ingeniería de Telecomunicaciones
Índice de contenidos

Tema 1. Punto de partida: el hombre como problema .................................................. 1


1. El concepto de hombre a lo largo de la historia ....................................................... 1
1.1. El humanismo ......................................................................................................................... 3
1.1.1. Planteamiento general del humanismo ..........................................................................4
1.1.2. Diferentes tipos de humanismo .........................................................................................6
2. ¿El cristianismo es un humanismo? ......................................................................... 8
3. Características del hombre postmoderno ............................................................... 10
4. El ser humano y su condición religiosa: razonabilidad de la apertura al Misterio
de Dios ........................................................................................................................... 12
Tema 2. El hombre se conoce conociendo a Dios (Antropología Teológica) ............ 16
1. El hombre ser creado por Dios ................................................................................ 17
1.1. La creación en el relato sacerdotal: “Al principio creó Dios los cielos y la tierra”
(Génesis 1, 1-2, 4a) ...................................................................................................................... 18
1.1.1. La creación del hombre: Génesis 1, 26-31 ....................................................................20
1.2. La creación en el relato yahvista (Génesis 2, 4b-25) ..................................................... 21
2. El proyecto de Dios sobre el ser humano ............................................................... 24
3. El hombre, ser que busca conocer .......................................................................... 28
3.1. El conocimiento de Dios según la Iglesia ......................................................................... 28
4. Síntesis de Antropología Teológica (tres aspectos del hombre vistos desde la fe)
32 ................................................................................................................................... 32
4.1. El hombre, ser personal creado por Dios .......................................................................... 32
4.2. El hombre es un ser a la vez corporal y espiritual. Unidad sustancial del hombre:
“Cuerpo y alma” ......................................................................................................................... 33
4.3. El hombre, ser con doble modalidad: varón y mujer ...................................................... 34
5. Referencias bibliográficas ....................................................................................... 34
Teología

Tema 1. Punto de partida: el hombre como problema

La Antropología (del griego anthropos, hombre, y logos, conocimiento) es una ciencia social
que estudia al ser humano de una forma integral. La primera pregunta que una antropología
filosófica tiene que responder es la de ¿quiénes somos? La respuesta es que los seres
humanos somos personas.

Se propone la cuestión de qué es el hombre en su sentido más profundo y radical, cuestión


que ha sido común a los filósofos de todos los tiempos.

“Creyentes y no creyentes están en general de acuerdo en este punto: todos los


bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de
todos ellos. ¿Pero qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre
se ha dado y se da sobre sí mismo. Diversas e incluso contradictorias.
Exaltándose a sí mismo como norma absoluta o despreciándose hasta la
desesperación, terminando de este modo en la duda y en la angustia” (GS 12).

1. El concepto de hombre a lo largo de la historia


“La pregunta sobre el hombre es una constante universal. Todo hombre, toda
mujer, se pregunta sobre sí mismo, busca saber lo que es o, mejor dicho, quién
es, y responder a las preguntas fundamentales sobre la existencia: ¿qué
significa ser libre?, ¿qué son mis sentimientos?, ¿tengo un alma espiritual? O
¿qué ocurre al morir? Estas preguntas forman parte de la vida misma porque
las personas no podemos vivir sin dar una respuesta más o menos explícita a
estas cuestiones. No hacerlo supondría vivir en el absurdo, en la ignorancia o
en la irracionalidad, algo evidentemente inhumano” (Antropología, J.M Burgos
p.13).

Siendo estas preguntas comunes, las respuestas han sido diversas y a través de ellas
podemos rastrear elementos que apuntan a una apertura antropológica: el hombre necesita
luz para sí y necesita iluminar los hechos de su alrededor, necesita la verdad, es decir,
entender, adecuarse de alguna forma a lo dado, de tal manera que, viviendo
necesariamente con una exterioridad, necesita interiorizar los datos que encuentra para
acceder a una plenitud de sentido. Todo ser humano vive con una interpretación de sí
mismo, con una imagen de sí mismo. Ella incluye tanto lo que el ser humano es (aspecto
descriptivo), como lo que ha de ser
(aspecto normativo). El estudio del primer aspecto corresponde a la antropología filosófica;
el segundo es cometido de la ética. De ahí que estas dos disciplinas suelen ir juntas.
¿Quién es el autor de esa compleja imagen del hombre que nos acompaña al largo de
todos los tiempos y lugares? ¿Quién nos ha explicado lo que somos y lo que

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presumiblemente hemos de llegar a ser? La imagen que los seres humanos tienen de sí
mismos no está hecha de un único color. Ello se debe no solo a que tal imagen acoge tanto
aspectos antropológicos como éticos, sino también porque hoy más que nunca hemos de
hablar de una pluralidad de imágenes o interpretaciones del hombre. Siempre ha habido
interés por decir al ser humano quién o qué es y qué ha de llegar a ser, un interés
manifestado por las más distintas instancias culturales y sociales.

Ciertamente ha habido visiones muy diferentes del hombre. Es evidente que, en cierto
sentido, todos sabemos la respuesta a la pregunta “¿qué es el hombre?”. Lo distinguimos
fácilmente de los animales. Incluso aquellos filósofos que niegan tal cosa como la
naturaleza humana son igualmente capaces de distinguir entre la gente y los leones. Sin
embargo, cuando se trata de responder a la pregunta quién es el hombre, en términos de
una descripción explícita de la naturaleza y las potencialidades del hombre y de su lugar
en el mundo, puede haber, y ha habido descripciones muy diversas en las que se ha puesto
énfasis en aspectos muy diferentes.

A lo largo de la historia se han dado muchas definiciones del hombre: El hombre es un


animal racional (Aristóteles), el animal corrompido (Rousseau), el lobo para el hombre
(Hobbes), el animal no acabado (Nietzsche), el animal que se engaña a sí mismo (Paul
Ernst), el ser que puede decir que no (Scheler), etc., pero todas al final no llegan a desvelar
el misterio. Como misterio que es, exige nuestro esfuerzo personal, nuestra implicación en
él para llegar a desvelarlo.

Los humanistas cristianos jamás admiten que el “ser humano” sea “un lobo o u n infierno
para el hombre”. En todo humanista encontramos gestos y palabras que consideran al
hombre, en su relación con los demás, como hermano entre hermanos.

Existen muchas dificultades para poder dar una respuesta satisfactoria a este interrogante.
Entre las dificultades tenemos:

• La pluralidad y especificidad de las ciencias. Con el avance de las ciencias y de


la técnica se han ido adquiriendo muchos conocimientos parciales sobre diferentes
aspectos del ser humano. Por ejemplo, conocemos mucho sobre la anatomía, la
fisiología, su psicología, sobre su vida en sociedad, sobre cómo se enferma, etc.
Pero todos estos conocimientos, que, si bien son buenos y necesarios, no nos han
llevado a un conocimiento sintético de lo que el hombre es en su totalidad, al
contrario, ha ido creciendo la incertidumbre respecto a lo que constituye el ser
profundo y último del hombre, ya que los resultados particulares de las ciencias son
a veces contradictorios y resulta difícil amalgamarlos para tener una imagen
unificada. La especialización que es en sí buena y necesaria se vuelve peligrosa
cuando muchos científicos generalizan sus resultados y les dan apariencia de
totalidad: el hombre “no es nada más que…” “un mecanismo bioquímico propulsado
por un sistema de combustión que energiza computadores”, o “el hombre no es
nada más que una computadora” o “el ser más evolucionado de todas las especies

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biológicas”, … Víctor Frankl dice que esta es la forma actual en la que se manifiesta
el Nihilismo, en el reduccionismo de la fórmula “nada más que…”

• El hombre es objeto y sujeto de la definición. Yo misma soy una persona y por


lo tanto no estoy definiendo algo ajeno, extraño a mí, sino que al definir al hombre
me estoy definiendo a mí misma. No es una respuesta que a mí no me afecte, al
contrario, me afecta y me compromete en lo más profundo. Es más, si tenemos en
cuenta que cada uno se conduce a sí mismo más que por lo que en realidad es, por
la idea que se ha forjado de sí mismo, vemos la importancia de reflexionar, de
intentar desvelar la verdad de nuestro ser persona, qué somos en realidad, no solo
para poder conocernos, sino también para poder conducirnos en nuestra vida tanto
social y personalmente, de acuerdo a nuestra verdadera excelencia.

• La existencia de muchas antropologías que parten desde puntos de vista


distintos, algunas contradictorias entre sí y otras complementarias. Algunas parten
de la vida biológica del hombre y entiende a este como un ser perteneciente al
mundo de la materia y de la naturaleza, del que emerge por su especificidad: su
racionalidad (Aristóteles, Tehilard de Chardin). Otras parten de la dimensión
espiritual del hombre, como un espíritu encarnado, capaz de establecer una relación
interpersonal y definen el ser del hombre como “un yo que existe junto con los
demás para realizarse.

1.1. El humanismo
La reflexión sobre el hombre y sobre su vida recibe el nombre de humanismo. Esta palabra
proviene del latín “humanitas”, traducción de la palabra griega “filantropía” que significa
“amor a la condición humana”.

A grandes rasgos se trata de la reflexión sobre el hombre y su vida tratando de dar


respuesta a estos grandes interrogantes: ¿qué es el hombre? ¿cuáles son sus cualidades
esenciales? ¿qué sentido tiene su vida?

Al preguntarse por el hombre y por el sentido de su vida son diversas las respuestas que
se pueden dar, pero existen unas características humanas esenciales:

• El hombre está dotado de inteligencia, es consciente de su existencia, puede


pensar, razonar, analizar la realidad y sacar conclusiones.
• El hombre está dotado de libertad, tiene capacidad de elección, puede tomar
decisiones y dar a su vida un sentido u otro.
• El hombre está dotado de voluntad, puede obrar en consecuencia con lo optado
desde su libertad irse construyendo de acuerdo con un ideal y alcanzar metas. El
hombre está dotado de capacidad de relación con los demás hombres, con la
naturaleza y con el mundo.

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• El hombre está abierto a la trascendencia, puede o no reconocer y entregarse a esa


dimensión de su ser de hombre que es la relación con algo más allá de su limitación
humana.
• El hombre es limitado, está sujeto al tiempo (envejece), al espacio (no puede
encontrarse en dos lugares a la vez), siente hambre, sueño, cansancio, …

1.1.1. Planteamiento general del humanismo

Hasta el siglo XV el hombre se considera como un ser más dentro de la naturaleza y


dependiente de Dios. El sentido de la vida lo da Dios. Dios es el principio y el fin de todo:
Cultura teocéntrica.

Durante el Renacimiento surge una toma de conciencia del hombre como centro de la
historia: Antropocentrismo. Los grandes descubrimientos, la capacidad transformadora
de la situación económica y social cambian el punto de referencia del hombre, hasta
orientado a Dios, hacia el horizonte puramente humano. Al situar al hombre como centro
del mundo se empieza a desplazar a Dios y a la religión que, hasta ese momento regían la
vida social, intelectual y artística de las personas. Esta manera de pensar se llama
humanismo. Nace la figura del humanista. El nuevo sabio es el humanista. El hombre se
siente creador y protagonista de la historia.

Durante los siglos XVI a XIX esta actitud se acentúa. El hombre encuentra el sentido de
la existencia en su historia misma sin recurrir a otras fuerzas externas al propio desarrollo
de la historia.

El humanista de los siglos XV al XVIII no negaba a Dios ni a la religión, tan solo los
desplazaba; en cambio, el humanista del siglo XIX, conocido también como humanismo
ateo, afirma que se ha de negar a Dios para poder valorar al ser humano.

El siglo XVIII suele ponerse como momento decisivo de la quiebra histórica que
desencadena la serie de revoluciones que llenan el siglo XIX y que llegan hasta nuestros
días.

La visión sacral del cosmos ha quedado desmantelada en la civilización moderna; puede


decirse que la visión sacral del mundo ha sido superada por obra de la investigación
científico-técnica, aunque rebrote en sucedáneos ecologistas o vegetarianos.
Ha entrado igualmente en crisis la religiosidad sociológica que desde el Neolítico venía
dando respaldo sagrado a las grandes instituciones del poder político.

Hasta la época moderna todas las grandes culturas han nacido y se han desarrollado dentro
de esta religiosidad, abiertas a la trascendencia, y por ello todas sus creaciones eran
fundamentalmente sagradas. Pero el hombre, antes perdido en el mundo, o bien centrado
en Dios, se proclama ahora a sí mismo centro de convergencia universal, desde su
conciencia, libertad y acción. La ciencia le hace tomar conciencia de su nuevo modo de ser
en el mundo, dándole una nueva cosmovisión cultural. La economía liberal se le ofrece

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como motor dinámico de interés. Y la técnica se le ofrece como poder de acción, como
instrumento vital de transformación de sus condiciones de vida.

Dios no existe, o no es posible saber si existe; en consecuencia, debe ser apartada de la


sociedad toda referencia a Dios (DESACRALIZACIÓN).

El siglo XVIII es conocido como el Siglo de las Luces. Mediante las luces de la razón
se disipan las tinieblas de la humanidad. Los pensadores de la Ilustración sostenían que la
razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo
mejor.

La Ilustración fue un movimiento cultural europeo que se desarrolló especialmente en


Francia e Inglaterra y abarca desde la Revolución inglesa (1688) hasta la Revolución
francesa (1789).

Durante esta centuria tiene lugar esta gran transformación en todos los campos de la vida
social y humana. Una vez que la razón, queriendo ser autónoma, rompe con los valores
anteriores, aparece la modernidad, que se define por el gusto por lo individual
(individualismo), por la vuelta a la naturaleza (naturalismo), por la búsqueda del riesgo y la
aventura (nuevos descubrimientos), por el deseo de devolver al hombre el centro que ha
perdido con los descubrimientos de Copérnico y Galileo, por el interés por la observación
(experimentación)…

La Ilustración hereda del Racionalismo científico-filosófico el culto de la Razón. Los


revolucionarios de París, en nombre del pueblo, entronizan a la Diosa-Razón en la
hornacina de la catedral de Nôtre Dâme.

Se da el paso de unas concepciones o experiencias nacidas de la fe al dominio de la


razón humana creativa (SECULARIZACIÓN). Aparece así el concepto de secularización
como el proceso por el que la religión pierde su influencia sobre las distintas esferas de la
vida social.

En este proceso desaparece el mundo metafísico o trascendente y no queda más que el


mundo histórico, social, humano, finito. La secularización, en su radicalidad, se hace
secularismo como ideología tendenciosa y cerrada que, para afirmar la absoluta
autonomía del hombre y la ciencia excluye toda referencia o vinculación a Dios en las
diversas esferas de la vida. En definitiva, desemboca en el ateísmo.

En el siglo XIX la humanidad sustituye a Dios por otras realidades. Es el siglo de Marx,
Freud, Nietzsche, …).

El humanismo del siglo XIX, conocido también como humanismo ateo, afirma que se ha de
negar a Dios para poder valorar al ser humano.

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Una vez vaciado el mundo de toda explicación religiosa, se construye “una concepción del
mundo según la cual este mundo se explica por sí mismo sin que sea necesario recurrir a
Dios; Dios resultaría pues, superfluo y hasta un obstáculo. Dicho secularismo, para
reconocer el poder del hombre, acaba por sobrepasar a Dios e incluso renegar de Él” (EN
55).

En este caso se pretende conseguir que Dios muera, es decir, que no esté presente en
ningún aspecto de la vida humana. El hombre se hace medida de todas las cosas, no hay
pecado ni moral objetiva.

El hombre del siglo XX, apoyado en los avances científicos y técnicos, toma cada vez
más, conciencia de su poder e intenta dar una explicación al sentido de su existencia desde
esquemas puramente humanos.

El hombre del siglo XXI, se pregunta: ¡¿Dios?! ¡¿Para qué?!

1.1.2. Diferentes tipos de humanismo

Desde un planteamiento global, la pregunta sobre el hombre se puede hacer desde dos
perspectivas según se reconozca o no como esencial, la dimensión trascendente de la
persona humana y de su existencia.

En el primer caso, nos encontraríamos ante las religiones y en el segundo ante el ateísmo.

HUMANISMOS NO CRISTIANOS

El humanismo ateo es el humanismo sin Dios. Dios y el hombre no caben en el mismo


espacio. Este humanismo ateo habla del hombre y comprende todo lo humano sin tener en
cuenta a Dios porque afirma que Dios no existe. Solo el ser humano es el gran protagonista
de la historia.

Las raíces de este humanismo ateo hay que buscarlas en algunos grandes pensadores del
siglo XIX y comienzo del XX. Los más importantes son: Feuerbach, Marx, Nietzsche Y
Freud. Se les conoce como los “padres de la sospecha o los maestros de la duda, pues
con sus escritos crearon un clima de sospecha y duda sobre el mundo de Dios y de la
religión, al afirmar que estos son la causa que anula todo lo que es humano.
• FEUERBACH: Dios es la proyección de la conciencia humana. El ateísmo tiene
una primera manifestación como inversión religiosa. Referir al hombre lo que antes
se decía de Dios: antropoteísmo. La base de su humanismo es el materialismo.
Para él, la única realidad existente es la materia: las cosas, la naturaleza y, sobre
todo, el hombre, la suprema realidad. Nada hay por encima del género humano al
cual hay que devolverle toda su dignidad. Para ello, es necesario acabar con la idea
de Dios, que no es sino una proyección de la conciencia humana.
• MARX: Dios es una proyección alienante. Según Marx, el hombre se crea a sí
mismo gracias a su trabajo, pero ello le deshumaniza, le aliena porque son los otros
los que poseen el capital, los que se apropian del resultado de su trabajo, mientras

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que el trabajador vive explotado, humillado. En consecuencia, el hombre es el


resultado de las relaciones socioeconómicas en las que una mayoría vive alienada
a favor de una minoría.
• FREUD: Dios es una ilusión infantil. La religión, Dios, es considerado como
elemento de inmadurez psicológica, más en concreto, una neurosis obsesiva de la
humanidad.
• NIETZSCHE: Dios ha muerto. Para Nietzsche, el hombre está solo en la vida y sin
más destino que la tierra, debe crearse a sí mismo superándose hasta alcanzar el
“superhombre”, subversión de todos los valores culturales, morales y cristianos sin
otros guías que el instinto y las pasiones. Únicamente el superhombre merece vivir.
Invita al hombre a convertirse, por medio de su voluntad de poder, en superhombre,
aniquilando todos los valores recibidos y creando con su voluntad los que él quería.
Desde esta perspectiva, el cristianismo, en cuanto predica la fe, la humildad, la
obediencia, la sencillez y el amor al débil, le parece el enemigo número uno en la
vida. El ateísmo de Nietzsche es radical, necesita que muera Dios para que viva el
superhombre.

HUMANISMOS DE INSPIRACIÓN CRISTIANA

Se puede definir como humanismo de inspiración cristiana a toda la corriente de


pensamiento que reconoce al Dios que Jesús nos ha revelado como raíz y fundamento de
todas las cosas; y al ser humano, como criatura de Dios, como el ser más importante de la
creación y colaborador de Dios en la construcción de un mundo que esté conforme con la
dignidad de todo ser humano.

El humanista cristiano, al contemplar la realidad descubre al ser humano como persona


abierta, con sentido en su vida y con futuro más allá de la muerte, porque esta vida no se
acaba, se transforma. Dios es, para el pensador cristiano, el horizonte del mundo y la
esperanza de toda la humanidad.

El humanismo cristiano no es opuesto al humanismo ateo. Dios y el hombre no son


rivales entre sí. No es preciso que uno muera para que el otro siga existiendo. Admitir y
afirmar la existencia de Dios no implica aceptar la negación del hombre y de su libertad.

He aquí algunos humanistas cristianos: Erasmo de Rotterdam (1469-1536), Tomás Moro


(1478-1535); Jacques Maritain (1478-1535).

El Papa Pablo VI en su reflexión sobre “El progreso de los pueblos” (26/03/1967), proponía
estas breves ideas como síntesis del proyecto humanista cristiano:

“Es un humanismo pleno el que hay que promover. ¿Qué quiere decir esto sino
el desarrollo integral de todo hombre y de todos los hombres? Un humanismo
cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, que es la fuente de

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ellos, podría aparentemente triunfar. Ciertamente, el hombre puede organizar


la tierra sin Dios, pero, al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla
contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano. No hay,
pues, más que un humanismo verdadero que se abre a lo Absoluto, en el
reconocimiento de una vocación, que da la idea verdadera de la vida humana.
Lejos de ser norma última de los valores, el hombre no se realiza a sí mismo si
no es superándose. Según la tan acertada expresión de Pascal: “el hombre
supera infinitamente al hombre” (PP 42).

A pocas semanas de la apertura del gran Jubileo del año 2000, el Papa Juan Pablo II
constató la urgente necesidad de anunciar a Cristo, ante la desorientación provocada por
la multiplicidad de concepciones vigentes del hombre, de la vida y de la muerte, del mundo
y de su significado. Al mismo tiempo explicó que con demasiada frecuencia las
concepciones del hombre que transmite la sociedad moderna se ha convertido en
auténticos sistemas de pensamiento que tienen la tendencia a alejarse de la verdad y
excluir a Dios, creyendo que con ello están afirmando la primacía del hombre, en nombre
de una pretendida libertad y de su pleno y libre desarrollo. De este modo, estas ideologías
privan al hombre de su dimensión constitutiva de persona creada a imagen y semejanza
de Dios.

El Papa exhortó a que una de las tareas esenciales de la Iglesia, en su diálogo con las
diversas culturas, consiste en guiar a nuestros contemporáneos en el descubrimiento de
una sana antropología, que les lleve a conocer a Cristo, verdadero Dios y un verdadero
Hombre. Por ellos, considero que el humanismo cristiano no es una simple cultura, sino
que implica una concepción del hombre que puede penetrar a todas las culturas,
derrumbando las barreras que separan unas de otras.

2. ¿El cristianismo es un humanismo?


La cuestión planteada puede conducirnos a pensar que, cuando hablamos del
humanismo de inspiración cristiana estamos hablando de un sistema articulado de
pensamiento a la manera de otras corrientes filosóficas y como una más. Pero esto no es
así: los humanismos de inspiración cristiana surgen aquí y allá, casi sin conexión y
coincidiendo solo en la tarea y el punto de partida: transformar el mundo desde el
Evangelio.

Coincidencias del cristianismo con el humanismo ateo

• La persona constituye en sí misma un todo, una unidad. Cada persona es única e


irrepetible.
• Detenta unos derechos inalienables conocidos como derechos humanos que
radican en la propia esencia de las personas.
• Por su naturaleza, la persona es un ser social, es decir, no puede vivir ni
desarrollarse plenamente sin relacionarse con los demás.

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• Es libre e inteligente, puede y debe decidir por ella misma, y es responsable de sus
actos.

Diferencias del cristianismo con el humanismo ateo

• La persona, creada a imagen y semejanza de Dios posee una dimensión espiritual


y un alma inmortal.
• Es hija adoptiva de Dios a quien puede llamar Padre, puede experimentar su amor
y puede relacionarse con Él. Las intenciones de cada persona solo las
puede juzgar Dios ya que Él conoce todo sobre cada ser humano.
• Por sí misma, la persona es incapaz de dominar el mal y necesita de la ayuda de
Dios para conseguirlo.

El cristianismo no es un humanismo. Es, ante todo, una fe que comienza y se mantiene a


partir de un encuentro personal con Cristo resucitado. Pero en él encontramos elementos
comunes con el humanismo:

• Por un lado, como el humanismo, se opone a todo lo que degrade la vida del hombre,
es una gran negativa al mal, la injusticia, la mentira y la opresión.
• Por otro, afirma definitivamente, el triunfo de la vida humana. Cristo encarnado y
resucitado nos manifiesta que Dios ama al hombre creado por Él y lo destina, más
allá de la muerte y del mal, a vivir por siempre la misma vida divina.
• Esto ha llevado a un diálogo sincero entre los humanismos y el cristianismo. Un
mejor conocimiento mutuo ha llevado a matizar las posturas tan opuestas del
principio. Los humanistas valoran la importancia del fenómeno religioso y su papel

en la transformación de la sociedad. Los cristianos hemos encontrado en las


críticas de los humanistas elementos importantes para una purificación de la fe y
del concepto de Dios.

En definitiva, el cristianismo no es un humanismo porque:

1. La religión cristiana no pretende rivalizar con las ideologías de cada momento,


sino que se sitúa en otra dimensión: hacernos sentir la cercanía de Dios.
2. Siendo el cristianismo fundamentalmente una adhesión a una persona y su
mensaje, no es, en absoluto, una filosofía ni una ciencia ni una ideología que se
elaboran desde la sabiduría humana, sino dato, noticia que recibimos de Aquel
que gratuitamente se comunica con el hombre.
3. El cristianismo no es una salvación que se presenta como una solución elaborada
para todo lo que oprime al hombre, sino salvación que se ofrece para que esta la
desarrolle con libertad, trabajo e imaginación.

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3. Características del hombre postmoderno

El “post” de postmoderno indica un deseo de despedirse de la modernidad. Modernidad:


confianza radical en el ser humano. La modernidad fue el tiempo de las grandes utopías
sociales: los ilustrados creyeron en una próxima victoria sobre la ignorancia y la
servidumbre por medio de la ciencia.

En la lucha por el progreso humano se buscó la emancipación de toda autoridad absoluta


(Iglesia, antiguo régimen político, etc.), y dicha liberación era imposible sin un desarrollo
autónomo de los campos del saber y hacer humanos.

La postmodernidad es antes que nada un nuevo estilo de vida.

1. Adiós a la idea de progreso. El poeta francés Baudelaire afirmó: “El progreso no


es sino el paganismo de los imbéciles”. Es verdad que la ciencia ha beneficiado
notablemente a la humanidad, pero también ha hecho posible desde el holocausto
judío hasta las tragedias de Hiroshima y Nagasaki; el marxismo, por su parte, en
vez de traer el paraíso comunista dio origen al Archipiélago Gulag; las sociedades
han alcanzado un alto nivel de vida, pero están corroídas desde dentro por el
gusano del aburrimiento y del sin sentido. En resumen, que, para toda una
generación, el mundo, de pronto, se ha venido abajo. Los postmodernos tienen
experiencia de un mundo duro que no aceptan, pero no tienen esperanza de poder
cambiarlo. Y, ante la ausencia de posibles salidas, una melancolía suave y
desencantada recorre los espíritus.

2. El final de la historia. Los filósofos postmodernos argumentan que la historia se


la han inventado los historiadores y existe solamente en los libros de texto. En la
realidad hay tan solo acontecimientos sin ninguna conexión entre sí. El mundo está
constituido por una multitud de átomos individuos que estamos juntos por
casualidad. No tenemos ningún proyecto. Se han acabado los grandes relatos que
podían dar consistencia al ser humano. Así pues, la ilusión de la historia ha
desaparecido.

3. Hedonismo y “resurrección de la carne”. Los postmodernos, convencidos de


que no existen posibilidades de cambiar la sociedad han decidido disfrutar al
menos del presente con una actitud hedonista que recuerda el carpe diem de
Horacio. La vida son momentos y momentos puntuales (la vida es el fin de semana).
La manera de superar la alienación es irse a casa y disfrutar de la vida sin
empeñarse en emprender un viaje por la historia hacia una supuesta tierra de
promisión que no existe.

4. De Prometeo a Narciso. Los hombres modernos gustaron de identificarse con


Prometeo, que, desafiando la ira de Zeus, trajo a la tierra el fuego del cielo,
desencadenando el progreso de la humanidad. Los postmodernos, olvidándose de

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la sociedad, concentran todas sus energías en la realización personal. El símbolo


de la postmodernidad es Narciso, el que, enamorado de sí mismo, carece de ojos
para el mundo exterior.

5. La vida sin imperativo categórico. La postmodernidad entraña también la muerte


de la ética. Lógicamente, eliminada la historia, ya no hay “deudas” con un pasado
arquetípico ni “obligaciones” con un futuro utópico. Cuando queda tan solo el
presente, sin raíces ni proyectos, cada uno puede hacer lo que quiera.

6. Declive del imperio de la razón. En la postmodernidad el homo sapiens ha sido


desbancado por el homo sentimentalis. El homo sentimentalis no es simplemente
el hombre que siente, puesto que cualquier hombre siente, sino el hombre que
valora el sentimiento por encima de la razón. A la tiranía de la razón ha sucedido
ahora una explosión de la sensibilidad y de la subjetividad.

7. Imperio de lo “débil”, de lo “Light”. Pensamiento débil. Caída de la confianza en


la razón. En lugar del aforismo “pienso, luego existo”, se afirma este otro: “siento,
luego existo”. Hay una sospecha de que el pensamiento deje indefensa a la
sociedad ante los poderes anónimos. Existe la convicción generalizada de que el
sujeto finito, empírico, condicionado, no tiene capacidad para establecer lo
incondicionado, lo absoluto, lo incontrovertible. En la postmodernidad no queda,
pues, más remedio que acostumbrarse a vivir en la desfundamentación del
pensamiento. Como decía Heidegger, vagamos por “sendas pérdidas”, y
únicamente hay lugar ya para un pensamiento débil y fragmentario: “Yo, aquí y
ahora, digo esto”. La postmodernidad, por tanto, no es la desvalorización de todos
los valores, pero si la desvalorización de los valores “supremos” y de las grandes
cosmovisiones.

8. El individuo fragmentado. Cada cual compone “a la carta” los elementos de su


existencia, tomando unas ideas de acá y otras de allá, sin preocuparse demasiado
por la mayor o menor coherencia del conjunto. Estamos de vuelta del racionalismo
y ahora manda el sentimiento. El postmoderno no se aferra a nada, no tiene
certezas absolutas, nada le sorprende, y sus opiniones son susceptibles de
modificaciones rápidas. Pasa a otra cosa con la misma facilidad con que cambia
de detergente.

9. De la tolerancia a la indiferencia. Con la pérdida de confianza en la razón, se ha


perdido también cualquier esperanza de alcanzar un consenso social. Hoy cabe
todo, y todo tiene su público, incluso las mayores extravagancias culturales. Los
postmodernos renuncian a discutir sus opiniones; viven y dejan vivir.

10. El retorno de los brujos. Hay un auténtico “boom” del esoterismo y de las ciencias
ocultas (quiromancia, cartomancia, astrología, videncia, cartas astrales, cábala,

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alquimia, pitagorismo, teosofía, espiritismo, etc.). Hoy existen incluso adoradores


de Satán que dejan tras de sí un rastro de sangre, gallos decapitados y signos
cabalísticos. Y, sin duda, lo que hasta ahora se ha descubierto es tan solo la punta
del iceberg. En resumen, que, si en cuestiones de religión la modernidad se negó
a creer lo que era digno de credibilidad, la postmodernidad no pone reparos a
tragarse lo increíble. Decía Chesterton: “Desde que los hombres han dejado de
creer en Dios, no es que no crean en nada. Ahora creen en todo”.

4. El ser humano y su condición religiosa:


razonabilidad de la apertura al Misterio de Dios

LA VERDAD SOBRE EL HOMBRE

Juan Pablo II habla de la antropología adecuada y dice que esta se apoya sobre la
experiencia esencialmente humana oponiéndose al reduccionismo materialista que
frecuentemente corre parejo con la teoría evolucionista del origen del hombre.

1. Según la antropología adecuada los seres humanos son personas dotadas de


naturaleza humana. Los seres humanos disponemos de una naturaleza, la
humana, que tiene tres dimensiones:

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Corporal

Psíquica Espiritual

- Dimensión corporal y física (tendencias instintivas).


- Dimensión psíquica, psicológica (emociones, sentimientos, pasiones).
- Dimensión espiritual (pensamientos, voliciones).

Las dimensiones corporal y psíquica son el vestido exterior e interior que viste a la
persona. La corporalidad es lo primero que aparece. A través de lo psíquico algo aflora
de la persona, si está aburrido, cansado, alegre, triste… Se dice que la cara es el espejo
del alma, por eso la cara descubre lo intelectual, lo emocional, lo afectivo.

Es fácil explicar cuál es la dimensión corporal, pero no es fácil explicar qué es la


dimensión psíquica ya que tanto los animales como el hombre poseen vida psíquica.
A esta dimensión psicológica pertenecen los sentimientos, las emociones, las pasiones,
la afectividad.

Podemos distinguir en ella dos niveles: uno inferior dependiente intrínsecamente del
organismo, que es la vida sensitiva (donde predominan los instintos o apetitos) que es
propia de los animales y otro superior intrínsecamente independiente del organismo
que es la vida espiritual la cual se caracteriza por el dominio de la voluntad), exclusivo
del ser humano.

La dimensión espiritual es lo que constituye al ser humano como persona. Esta es


invisible, lo espiritual no se puede percibir con los sentidos corporales, por eso en cierto
sentido hay que creer en él.

Lo que me constituye como persona es mismidad, es lo más íntimo de mí, es el


interior donde me refugio. Yo puedo trascender hacia fuera y hacia dentro. Existir
significa salir fuera, trascender. Puedo trascender, salir de mí y volver a mí, porque soy
una persona espiritual. El espíritu no está totalmente condicionado por lo corporal, tiene
una relativa independencia, autonomía, a pesar de la dependencia. Además, las
enfermedades que afectan a las personas, solo lo pueden hacer a su organismo
psicofísico, ya que el espíritu no puede enfermar. De ahí que aún los locos, los que
están en coma, los deficientes, tangan la dignidad de personas.

Lo característico de esta dimensión típicamente humana es la inteligencia y la


voluntad libre, la libertad. La inteligencia es la potencia espiritual del hombre de

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Teología

conocer la verdad, y la voluntad, la potencia espiritual del hombre de buscar o tender


al bien.

Por supuesto que estas tres dimensiones se entrecruzan de tal modo que no son
separables: la naturaleza humana es una unidad compleja.

Es un individuo (lo que significa in-divisible), una unidad que no se puede subdividir,
escindir, separar, pero que sin embargo tiene tres dimensiones con sus
correspondientes dinamismos:
Es una unidad que podemos pensar, pero no imaginar.

 Toda persona humana se considera espontáneamente un sujeto único de sus


acciones espirituales y corporales. El hombre tres dimensiones:

 Física (externa). Yo como;


 Somática, psíquica, mente, emociones, sentimiento. Yo leo, pienso; 
Espiritual. Yo quiero, tengo libertad, tomo decisiones, voluntad.

 Si se suspende la actividad de los sentidos y del cuerpo, cesa también la actividad


espiritual (pensar, por ejemplo).

 Por todo lo anterior parece razonable la interpretación del hombre como una medida
substancial.

 En el hombre existe una sola naturaleza lo que implica, necesariamente, que la


unión entre cuerpo y alma sea substancial y no funcional. El alma y el cuerpo están
substancialmente unidos de modo que solo pueden separarse por la muerte. Se
podría decir que el hombre es un espíritu carnal o una carne espiritual. Goethe decía
“Si tomamos al hombre por lo que es, lo hacemos peor. Pero si lo tomamos por lo
que debe ser, lo convertimos en lo que puede ser”.

2. Además de dotados de naturaleza humana, la antropología adecuada reconoce


que los seres humanos somos personas. Podemos resumir en cuatro las
características propias del ser-persona: cada persona es irrepetible o única; debido
a la naturaleza que tiene, especialmente compleja o rica, cada persona tiene
dignidad; la persona tiene libre albedrío y, por último, la interpersonalidad es un
rasgo constitutivo del ser persona: no hay persona sin personas.

 Irrepetibilidad. Boecio (siglo IV) define a la persona como “Substancia individual


de naturaleza racional”. La persona es un “sujeto” y no un “objeto”. Alguien que se
pertenece a sí mismo, que existe en sí y por sí y no en relación o con dependencia
de otro. Con valor en sí mismo y no con valor instrumental y objetivo. Es un fin en
sí misma.
La persona es un individuo único, irrepetible, singular, insustituible.

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Teología

La Irrepetibilidad se ve en la biografía, cada vida es única y a nivel esencial cada


uno somos un ejemplar único de la especie humana. Cuando yo me muera, el
mundo seguirá, pero se pierde la perspectiva desde la que yo veo y hago las cosas.

 Dignidad. La persona es un “ser racional” ontológicamente, en su esencia, en su


naturaleza. Por lo tanto, el estatuto personal no se adquiere o disminuye
gradualmente. Es una condición radical de todo ser humano. Toda persona tiene
dignidad por tener la naturaleza humana.
Todos los hombres tienen la misma dignidad, aunque aún no tengan o ya hayan
perdido la posibilidad de manifestar alguna de sus facultades.

El discurso sobre la dimensión espiritual está silenciado en nuestra cultura.


La dimensión espiritual nos permite autodistanciarnos de las otras dimensiones, por
ejemplo, algo me provoca ira, pero me puedo distanciar de mis emociones y
sentimientos y no dejar que me dominen. O por ejemplo ante un banquete tres
animales hambrientos sabemos que comerán, pero tres hombres no sabemos qué
van a hacer, pueden comer o ayunar.
La naturaleza humana es vulnerable, el hombre cuando sueña es un dios, pero
cuando reflexiona es un mendigo. Dentro de cada uno hay tendencias que me
impulsan a hacer lo que no quiero, las emociones no siempre nos acompañan, por
ejemplo, nos entristecemos de las alegrías ajenas, o por ejemplo hay veces que
tenemos que estudiar y el cuerpo está cansado, no nos acompaña.

 Libre albedrío. El pensamiento contemporáneo considera que el ser humano no


es libre, incluso se dice que el libre albedrío es una ilusión que se utiliza para
esconder nuestra ignorancia, los que saben son deterministas.
Contra el determinismo (Freud dice que la conducta humana está determinada) hay
que decir que si estuviera todo determinado, el mérito, la responsabilidad no
tendrían sentido. Si así fuera tendríamos que reconsiderar nuestra manera de hacer.
El error del determinismo está en confundir los condicionamientos de la libertad con
determinismos, con la imposibilidad de ser libres. En la naturaleza reina la
necesidad, pero en el ámbito de la voluntad que es espiritual, existe la libertad de
obrar o de dejar de obrar. Ante una acción hay dos caminos a seguir. Yo pregunto,
¿está determinado cuál voy a elegir? La respuesta es no, pero entonces me dice,
si hay indeterminación hay azar.

Por la dimensión espiritual de nuestra naturaleza, los seres humanos pueden


disponer de sus dinamismos físicos y psicológicos, es decir, pueden “separarse de
sí mismos” (autodistanciarse) e “ir más allá de sí mismos” (autotrascenderse), como
ocurre cuando los seres humanos somos perdonados o perdonamos, prometemos
y cumplimos nuestras promesas y cuando nos reímos de nosotros mismos. El
perdón, la promesa y el sentido del humor son actividades que puede llevar a cabo
un ser dotado de una naturaleza tan compleja o rica como es la humana en la que
la dimensión espiritual le permite un cierto desdoblamiento respecto a sí mismo.

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Teología

“Libertad” es un término polar, es decir, solo se entiende si se pone en contacto con


su otro polo, el de la “naturaleza (humana)”. El ejercicio del libre albedrío humano
no ocurre en el vacío o, mejor dicho, en la indiferencia respecto a lo que elegimos.
Todavía más: el nuestro es un libre albedrío condicionado (por nuestra naturaleza),
inclinado (por las tendencias de nuestra naturaleza). Por consiguiente, lo importante
no es solo elegir, sino también poder elegir bien.

 Interpersonalidad. No hay yo sin un tú y un él. Toda la filosofía personalista ha


hablado de esto (Mounier). ¿Por qué estoy aquí? Gracias a mi padre y a mi madre.
¿Cuál es nuestra imagen del hombre? Dice Pilato: Ecce homo, Jesús de Nazaret.
¿Cuál es el rasgo decisivo del ser persona? La persona es un individuo que busca
ser amado y amar. Por eso, el amor es la clave para descubrir quiénes y qué somos
los seres humanos. Por ejemplo, un discapacitado psíquico reacciona ante el cariño
y el amor, es sensible al amor.

Tema 2. El hombre se conoce conociendo a Dios


(Antropología Teológica)

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Teología

“En realidad el misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio del Verbo
Encarnado” (GS 22).

La antropología teológica es el estudio comprensivo del hombre desde la reflexión de los


datos que aporta la revelación divina acerca de las dimensiones que lo relacionan
directamente con Dios, principio y fin del mismo. Considera a la persona humana como un
bosquejo que tiene que configurarse en su vida individual y colectiva, según la idea que
Dios se ha formado de él.

Lo primero que sale al paso en esta consideración es el carácter creatural del ser humano,
el cual se manifiesta como sujeto abierto a la mostración y donación de Dios de quien recibe
todo cuanto es y tiene.

La antropología teológica se esfuerza, además, por obtener una comprensión adecuada de


todo cuanto se halla implicado en ella: la dimensión espiritual del hombre, su trascendencia,
libertad individual, valor absoluto, mortalidad personal, cumplimiento definitivo. A su vez
aborda el hecho de la existencia humana o dimensión biográfica, que comporta aspectos
o ingredientes tan fundamentales como la historicidad, la corporalidad, la comunidad de
linaje, la alteridad o ínter subjetividad, cuyas expresiones fácticas son la sexualidad, la
sociabilidad, la lucha por la vida, los condicionamientos históricos y, sobre todo, la
constitución unitaria en su dualidad de alma y cuerpo.

De este modo da a conocer al ser humano desde su condición religiosa, que conduce al
mismo a la apertura al Misterio de Dios.

1. El hombre ser creado por Dios


Vamos a detenernos en los dos relatos de la creación de Génesis 1 y 2.

El primer relato (Gén 1, 1-2, 4a), históricamente es posterior al primero. Se pone en primer
lugar pues pretende contestar a la pregunta sobre el origen del mundo y del hombre. El
autor de esta narración pertenece a la llamada “escuela sacerdotal”, escuela formada por
teólogos, juristas y sabio, nacida entre los sacerdotes de Israel, encargados del culto en el
templo de Jerusalén. Tiene un contexto cósmico. Es rítmico, seis días de creación seguidos
por la expresión “y vio Dios que era bueno” y luego el séptimo día en el que descansó Dios.
El segundo relato, que comienza en Gén 2,4b, es más antiguo. Este texto se define como
“yahvista” porque para nombrar a Dios se sirve del término “Yahvé”. Más que una
explicación del hombre y del mundo quiere ser una respuesta al problema del origen del
mal. Tiene un contexto terrestre. El huerto y el ser humano hecho de la misma tierra,
después los animales traídos y finalmente la compañera hecha de una costilla de Adán.

La afirmación primera de la antropología bíblica reza: el hombre es criatura de Dios. Los


documentos yahvista (Gén 2) y sacerdotal (Gén 1) contienen sendos relatos de creación
del hombre en los que se glosa esta afirmación fundamental.

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Teología

1.1. La creación en el relato sacerdotal: “Al principio creó

Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1, 1-2, 4a)

La expresión “al principio” no implica necesariamente que el mundo tal y como hoy lo vemos
haya salido entero de Dios en un momento dado. No hay ningún reparo en admitir una lenta
evolución de los seres en su aparición y progreso constante hacia formas cada vez más
perfectas. Lo que se afirma es que el comienzo de todo, el arranque inicial está en Dios.

En ese momento en que se pasó del no existir nada de lo vemos al primer existir de las
cosas es lo que llamamos “creación”, idea que tiene un matiz muy preciso que la distingue
de las similares de “producción” o “construcción”. Es un hacer absolutamente nuevo y
original, un partir de cero, en el que no se presupone nada preexistente, sino solo el
Hacedor mismo.

El mundo no ha sido creado de una materia preexistente ni de la esencia divina. No hay


materia previa, no hay instrumentos, sólo existe la posibilidad pura. Sobre esta posibilidad
se vuelca el acto amoroso de Dios que decide sacar a luz este mundo. La evolución
subsiguiente también es obra de Dios.

Con esta diferencia, en su primer momento todo es creación, en los momentos posteriores
es un desarrollo, un despliegue de la creación inicial que también está sustentado y guiado
por Dios.

La creación se concibe como una arquitectura litúrgica basada en el número 7: ocho obras
diferentes distribuidas en dos retablos paralelos. Los tres primeros días recogen cuatro
obras de “separación” y los tres, “cuatro de ornamentación”.

Separar y luego adornar es un modo semítico para evocar la victoria sobre la nada y la
irrupción del acto creador de Dios.

SEPARACIÓN ORNAMENTACIÓN

1. LUZ – OSCURIDAD 3. VEGETACIÓN


2. AGUAS ARRIBA – ABAJO 4. LUCEROS - ASTROS FIRMAMENTO –
TIERRA 5. PECES, AVES, ANIMALES
3. TIERRA SECA – MOJADA MARÍTIMOS
6. ANIMALES TERRESTRES, HOMBRE
7. DESCANSÓ (Culminación de su obra)

La creación se produce exclusivamente a través de la PALABRA DIVINA. Dios crea el


mundo mediante la palabra: Dijo Dios: haya luz, y hubo luz (Gén 1,3). Su palabra es lo que
vincula al Creador con la creación. La palabra de Dios no es una palabra vacía, sino
cargada de potencia creadora (Dt 32,47; Is 55,10-11; Sal 33,6.9).

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A la palabra creadora de Dios sigue la acción ordenadora de Dios. Dios ordena su creación
separando la luz de las tinieblas, el cielo de la tierra, la noche del día. Mediante la
separación ordenadora, las criaturas adquieren forma identificable, ritmo y simetría. La
narración bíblica de la creación nos presenta el nacimiento de los seres y de la vida en el
marco litúrgico de una semana; ocho obras son intencionadamente distribuidas a lo largo
de seis días, mientras que es el descanso del séptimo día el que consagra la conclusión
de la acción de Dios.

La creación comienza con la penetración de la luz en el caos. La luz es la primogénita de


las criaturas. Sin luz no hay creación; ella hace surgir el contorno de las criaturas,
difuminadas por las tinieblas. La luz se derramó y puso al caos en difuso amanecer.
Entonces Dios separa en esta confusión la luz de las tinieblas, como día y noche.

El segundo día Dios crea el firmamento, como muro de separación entre las aguas
superiores y las aguas inferiores. Las aguas tienen un significado ambivalente: aguas de
muerte y aguas de vida.

El tercer día aparece la tierra con su vida orgánica. La tierra, interpelada por la palabra de
Dios, produce plantas con sus semillas y árboles de frutos donde esa semilla se contiene.
La palabra de Dios señorea sobre la fecundidad de la tierra. El cuarto día Dios crea los
astros. Los astros son considerados dependientes de la voluntad creadora de Dios.
Cuidadosamente se ha evitado dar los nombres de sol y luna, para evitar toda tentación
idolátrica. El texto señala además expresamente su finalidad de servicio a los hombres,
contra todas las creencias astrológicas de la época. Su finalidad es señalar los tiempos
para regular el culto y el trabajo de los hombres (Dt 4,19; Jr 10.2; Jb 31,26; Is 47,13; Si
43,1-8).

El quinto día Dios crea los peces y las aves, seres dotados de vida. Aparece de nuevo el
verbo crear. La vida no es suscitada solamente por la palabra, sino que procede de una
acción creadora de Dios más directa. Esta vida, que ha sido creada por Dios, recibe su
bendición, con la que les comunica una fuerza de vida, que les capacita para transmitir,
mediante la procreación, la vida que ellos han recibido. La enumeración, desde los
monstruos marinos hasta los más pequeños peces y aves, expresa que ningún ser vivo
queda fuera de la voluntad creadora de Dios, buenos todos ellos a sus ojos (CEC 279-301;
337-341).

El sexto día Dios completa la obra del quinto con la creación de los animales que pueblan
la tierra: fieras, ganados y reptiles. Y, luego, con marcada diferencia, el texto describe la
creación del hombre, que proviene con inmediatez total de Dios.

Destaca:
- La grandeza y la omnipotencia de Dios.
- La responsabilidad del hombre a colaborar con Dios en la creación.

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No es un texto científico, sino sapiencial: sobre el sentido del ser y la existencia. Quiere
explicar el secreto último de las cosas y aclarar por qué nos encontramos en el interior del
mundo.

El relato presenta un esquema piramidal. El hombre está en la cúspide.

1.1.1. La creación del hombre: Génesis 1, 26-31

Después de haber creado los astros, las plantas, los animales, Dios creó finalmente al
hombre.

“Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza


nuestra y manden en los peces del mar y en las aves del cielo, y en las bestias
y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra.
Creó pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho
y hembra los creó. Y los bendijo con estas palabras: Sed fecundos y multiplicaos,
y henchid la tierra y sometedla…Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y todo
estaba muy bien”.

Lo primero que se desprende de este relato es que hubo un momento en que el hombre
comenzó a existir gracias a una intervención especial de Dios.

Esta acción especial de Dios se hace patente en la misma fórmula Hagamos, por la que
Dios parece entrar en consejo consigo mismo como quien se dispone a hacer algo
importante. No pocos Santos Padres han visto aquí una alusión a la Santísima Trinidad.

Todo empieza con una orden hágase, ahora se introduce un proyecto de futuro Hagamos.
Dios decide crear al hombre en el marco de un solemne discurso en primera persona del
plural (v. 26).

El hombre es creado como imagen y semejanza de Dios. El hombre es pues “el otro Dios”,
“el alter ego” es “como Dios” pero “no es” Dios, tiene una potestad regia sobre el resto de
los seres creados, pero en nombre y por delegación de Dios.

La vía privilegiada para conocer a Dios es el hombre, por ser su más parecida
representación. El hombre no es sólo una “cosa buena” creada, sino “muy buena” (v. 31),
la obra maestra.

Desde el v. 27 se nos dice que los creó “varón” y “hembra”. Dios sigue trascendente, pero
lleva a cabo su salvación entrando en la descendencia humana, en el tiempo del hombre,
que discurre de eslabón en eslabón a lo largo de las generaciones. La fecundidad de la
pareja es signo del Dios creador y salvador. La humanidad es imagen de Dios en cuanto
que es “varón y hembra”.

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Teología

Esta criatura, doble en su estructura, pero única en su misión y dignidad recibe de Dios una
investidura regia. “Domine sobre todo lo creado”, pero este señorío no es autonomía
absoluta, no tiene la facultad de abusar y destruir a su capricho. El hombre es “señor” de
la creación.

El superlativo de Gen 1,31: vio Dios todo cuanto había hecho y he aquí que estaba muy
bien formula la complacencia de Dios en la obra de la creación. Según la narración del
Génesis, la creación del mundo y del hombre está orientada al sábado, la fiesta de la
creación. La creación se consuma en el sábado. El sábado es el distintivo bíblico de la
creación. Dios se reposa, hace fiesta, se regocija con su creación.

El sábado es fin y no medio: “Ultimo de la creación, primero en la intención”. Es el día para


cantar la vida y a Dios creador de la vida. Para los cristianos, la resurrección de Cristo “el
primer día de la semana”, el día después del sábado, hace que el Domingo se convierta en
el Día del Señor, día primero y octavo, símbolo de la primera creación y de la nueva
creación, inaugurada con la Resurrección de Cristo” (CEC 1166ss; 2174ss).

“Para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día
acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la
creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación
encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor
sobrepasa el de la primera” (CEC 349; 2174-2188).

1.2. La creación en el relato yahvista (Génesis 2, 4b-25)


“Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus
narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. Luego plantó Yahveh
Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado.
Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y
buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la
ciencia del bien y del mal” (Gén 2, 7-9).

En este relato el protagonista es el hombre y el proyecto “de armonía” querido por Dios.
Armonía entre hombre-Dios, hombre- cosmos, hombre- semejantes. Adán es un modo
simbólico de representar a toda la humanidad.

“Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento
de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo” (v. 7).
La grandeza del hombre radica en que Dios le ha insuflado “aliento de vida”. La Biblia
emplea el término “nesamah”, es decir, autoconciencia, capacidad de juzgar y conocer,
libertad creadora: La tradición posterior la identificó con alma racional y espiritual, el signo
griego, aunque no es lo mismo. Así pues, entre Dios y el hombre corre ese “hálito” común
que se llama conciencia, espiritualidad, vida interior.

Pero el hombre tiene también un vínculo con la materia: formó al hombre de polvo y tierra

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Teología

(v. 7). De hecho “Adamah” significa tierra. No somos criaturas angélicas, ni espíritus puros,
sino seres conectados con nuestro horizonte concreto. En el hombre se entrelazan lo
infinito “del aliento” divino y lo finito “de la materialidad”, el hálito de lo eterno y el peso de
las realidades físicas, el poder de la intuición y la tensión de los instintos, pero esta
materialidad no es negativa porque es fruto de la obra de Dios y signo de su infinita libertad
y de nuestra dependencia de Él.

Nótese la distinción que se hace en el texto entre el origen del cuerpo y el del alma,
destacando finalmente la unidad del ser humano. En la formación del cuerpo hay algo que
se toma de la tierra, bajo el símbolo del “polvo” o barro. El alma es espíritu o aliento vital
que Dios infunde en el cuerpo directamente y sin mediar ningún otro elemento.

Este origen “terreno” del hombre arraigó profundamente en toda la tradición hebreocristiana.
Todavía se nos puede decir en la Liturgia en el momento de la imposición de la ceniza, en
el miércoles con que se abre la cuaresma cristiana: “Acuérdate, hombre, de que eres polvo
y al polvo has de volver”.

En cuanto al origen del cuerpo humano, la acción creadora de Dios se mantiene desde el
momento en que la materia primera de mundo fue creada por El.

La intervención de Dios sobre la materia para convertirla en cuerpo humano puede


concebirse de muchas maneras. No hay nada que objetar, por tanto, a una interpretación
evolutiva del hombre a partir de las especies animales, siempre que se respete la acción
especial de Dios en cuanto al origen del alma.

Para Darwin y los evolucionistas radicales, todo el hombre, cuerpo y alma, es un producto
de la evolución natural de la materia viva, sin necesidad de ninguna intervención divina.
El hombre viene a ser un animal más perfecto que el mono.

Ahora bien, en cuanto al espíritu, la doctrina católica excluye cualquier tipo de


evolucionismo y mantiene, como hecho histórico, incontrovertible, la intervención creadora
de Dios. Y siendo el espíritu, el alma, lo específico del hombre, bien puede afirmarse que
el hombre fue creado por Dios en el más estricto sentido de la palabra.

Un elemento importante es “el árbol” de la ciencia del bien y del mal (v.9). El “conocimiento
bíblico” no es sólo una actividad intelectual, sino que implica voluntad, sentimiento y acción:
es sinónimo de “decisión, opinión y elección radical”. (Gén 2,15- lo colocó en el paraíso,
símbolo de la Iglesia).

El hombre en el jardín está solo:


Génesis 2, 18-25:

“Dijo luego Yahvé Dios: No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle
una ayuda adecuada. Y Yahvé Dios formó del suelo todos los animales del

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Teología

campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los
llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera.
El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los
animales del campo, más para el hombre no encontró una ayuda adecuada.

Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se
durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la
costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó
ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido
tomada. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer,
y se hacen una sola carne. Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer,
pero no se avergonzaban uno del otro”.

Leemos en el texto anterior que Dios crea a los animales de la tierra para que el hombre
no esté solo, pero dice el texto que Dios no encontró entre ellos una ayuda adecuada para
el hombre.

Gén 2,21: “Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se
durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne”.

Estamos acostumbrados desde niños a hablar de que la mujer fue formada de una costilla
del hombre, pero en el texto original, el término hebreo es “sel’a”, y no significa ningún
hueso concreto, ni ese que llamamos costilla ni ningún otro. Su significado se parece más
a nuestra palabra “costado”, “lado”, “flanco”. El texto original podría decir que Yahvé le quitó
al hombre toda una mitad, uno de sus lados, y después cerró con carne el hueco que había
dejado.

Lo que está claro es que Dios coge materia y esa materia que Dios ha tomado del cuerpo
del hombre la trabaja (Gén 2,22), y crea a la mujer.

El hombre al verla (Gén 2,23), reconoce que es similar a él, capaz de relacionarse con él,
y, como hizo con los animales, a ella también le pone nombre: se va a llamar ’iššah porque
ha salido de un ’iš.

Al crear al hombre como varón y mujer, Dios quiso que el ser humano se expresase de dos
modos distintos y complementarios, igualmente bellos y valiosos.

Destaca:
- Que: «Hombre y mujer los creó», y creó a la mujer para el hombre como una «ayuda
adecuada» (ezer kenegdo), como su otra mitad en la que él pudiese contemplar su propia
imagen y reencontrarse a sí mismo, otra mitad que junto con él habría de compartir su
dominio sobre las restantes criaturas de la tierra, entre las cuales ninguna podía ser su
“pendant”, (“su semejante”), y que, uniéndose a él en la obra procreadora, habría de
construir el organismo total de la humanidad.

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Teología

Un mito que aparece en el Banquete de Platón y en la tradición rabínica es que al principio


existían seres mitad hombres, mitad mujeres, andróginos. Según cuenta el mito, estos
seres intentaron invadir el Monte Olimpo, lugar donde viven los dioses, y Zeus, al
percatarse de esto, les lanzó un rayo, quedando éstos divididos. Desde entonces, se dice
que el hombre y la mujer andan por la vida buscando su otra mitad.

La Biblia no nos cuenta este mito, pero existe. La Biblia dice “coge una mitad”, pues el texto
hebreo dice mucho más que “costilla”. Dios, para crear a la mujer, toma materia prima del
hombre. La mujer no sale de la tierra sino de un ser vivo, del hombre, y con la materia que
coge Dios del hombre “construye”.

2. El proyecto de Dios sobre el ser humano


“Nosotros hemos sido creados para amar y ser amados. Dios, que es Amor, nos ha creado
para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo, y para amar
con Él a todas las personas”, decía el Papa Francisco antes de rezar la oración mariana
del Ángelus el domingo 29 de octubre de 2017.

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, los hizo libres e inteligentes y les ofreció su
amistad.

“El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en
la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en
torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la
gloria de la nueva creación en Cristo”. (CEC 374).

Pero el ser humano abusó de su libertad, desobedeciendo a Dios y se alejó de Él. (Gén 3,
1-8).

Adán y Eva, cediendo a la sugestión de la serpiente, desobedecen a Dios, pues quieren


ser como Dios conocedores del bien y del mal (Gén 3,5), es decir, ponerse en lugar de Dios
para decidir acerca del bien y el mal, con autonomía absoluta de Dios.

Según Gén 2, la relación de Dios con el hombre no era una relación de dependencia, sino
sobre todo de amistad. Dios no había negado nada al hombre creado a su imagen; no se
había reservado nada para sí, ni siquiera la vida (Sb 2,23).

Pero por instigación de la serpiente, la más astuta de los animales, Eva, y luego Adán,
dudan de este amor de Dios: el precepto dado para el bien del hombre no sería más que
una estratagema de Dios para salvaguardar sus privilegios; es la sospecha que insinúa el
tentador al decir a Eva:” ¿Cómo es que Dios os ha dicho: no comáis de ninguno de los
árboles del jardín?” (Gén 3,1).

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Es como decir, si no puedes comer de un árbol es lo mismo que si no pudieras comer de


ninguno, no eres libre, Dios te limita, no es un Dios bueno, sino un Dios celoso de su poder.
Y la advertencia añadida al precepto, según el tentador, sería sencillamente una mentira,
una amenaza para mantener al hombre sometido: “No, de ninguna manera moriréis. Pero
Dios sabe muy bien que el día en que comáis este fruto, se os abrirán los ojos y seréis
como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gén 3,4).

El hombre cree a quien le adula y desconfía de Dios, a quien considera su rival.

Esta respuesta negativa, esta desobediencia al proyecto de Dios lo llamamos pecado


original.

El pecado transforma la relación que unía al hombre con Dios. Todo cambia entre el hombre
y Dios. Aún antes de que Dios intervenga (Gén 3,23), Adán y Eva, que antes gozaban de
la familiaridad divina (Gén 2,25), se esconden de Yahveh Dios entre los árboles (3,8).
“La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera
desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad
original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gén 3,9-10) de quien han
concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas” (cf. Gén
3,5). (CEC 399).

La iniciativa es del hombre; es él quien ya no quiere nada con Dios, que le tiene que buscar
y llamar. La expulsión del paraíso ratifica esa voluntad del hombre; pero éste comprueba
entonces que la advertencia no era mentira: lejos de Dios no hay acceso posible al árbol
de la vida (Gén 3,22); no hay más que muerte. Adán es en realidad todo hombre. La
rebelión de Adán es la nuestra. Damos crédito al diablo, que desde el comienzo es
mentiroso y asesino (Jn 8,44).

El texto explica de forma simbólica el proceso de todo pecado:

- Primero se da una tentación: la serpiente, símbolo del mal, seduce al ser humano.

- El ser humano, seducido por el mal y abusando de su libertad, desobedece a Dios y se


aleja de Él. Es el pecado.

“El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia
su creador (cf. Gén 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al
mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm
5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de
confianza en su bondad”. (CEC 397).

El pecado es una ruptura de la amistad con Dios, Adán y Eva se esconden por miedo, y es
una ruptura con los demás, con uno mismo y con la naturaleza que se convierte en enemiga
del ser humano.

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Teología

El pecado, ruptura entre el hombre y Dios, introduce igualmente una ruptura entre los
miembros de la familia humana.
Ya en el paraíso, en el seno mismo de la pareja primordial, apenas cometido el pecado,
Adán acusa a Eva, la “ayuda adecuada” que Dios le había dado (Gén 2,18), y se excusa a
sí mismo. Acusando a la mujer simultáneamente acusa al mismo Dios: “la mujer que Tú me
diste” (Gén 3,12). Es una expresión amarga que el hombre lanza con una sola frase en
ambas direcciones: hacia su mujer y hacia Dios. Todo ha cambiado en las relaciones
mutuas y para con Dios.

El pecado tiene siempre una dimensión social debido al vínculo de solidaridad que une a
toda la familia humana. Cuanto más se disgrega la comunión con Dios tanto más crece la
solidaridad con el mal, que el pecado manifiesta y consolida. El desorden del pecado incide
en la vida de la comunidad humana y eclesial y en la misma presencia del hombre en el
cosmos.

“La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera


desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad
original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gén 3,9-10) de quien han
concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas
(cf. Gén 3,5).

La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original,


queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el
cuerpo se quiebra (cf. Gén 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida
a tensiones (cf. Gén 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y
el dominio (cf. Gén 3,16). La armonía con la creación se rompe; la creación
visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gén 3,17.19). A causa del
hombre, la creación es sometida “a la servidumbre de la corrupción” (Rm 8,21).
Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de
desobediencia (cf. Gén 2,17), se realizará: el hombre “volverá al polvo del que
fue formado” (Gén 3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la
humanidad” (cf. Rm 5,12) (CEC 399-400).

“Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó


debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio
de la muerte, e inclinada al pecado (inclinación llamada concupiscencia” (CEC
418).

Después del pecado, Dios no abandonó al hombre y a la mujer a su suerte. Si el hombre


se ha apartado de Dios, Dios no se ha alejado del hombre y, por ello, no ha desaparecido
su amor al hombre.

Así, en el mismo texto de la Biblia que nos narra el pecado, encontramos el primer anuncio
se la salvación.

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Teología

“Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho esto, maldita seas
entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre
caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre
ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas
tú su calcañar”. (Gén 3, 14-15).
Este anuncio se hace realidad con la venida de Jesucristo, “imagen visible de Dios invisible.
La recreación de la imagen de Dios, desfigurada en el hombre por el pecado, será un nuevo
comienzo de la historia de los hombres.

El hombre, en la situación descrita, se halla sometido a una lucha dramática entre el bien y
el mal, hasta el punto de ser incapaz, sin la gracia de Cristo, de superar el mal y definirse
plenamente por el bien.

“Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por


cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía,
el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del
mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas. Pero el Señor
vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y
expulsando al príncipe de este mundo (cf. Is 12,31), que le retenía en la
esclavitud del pecado. El pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su propia
plenitud” (GS 13b).

Jesucristo, enviado por Dios, abre de nuevo el paraíso: “Hoy estarás conmigo en el
paraíso” (Lc 23,39), promete al ladrón desde la cruz. Cristo, nuevo Adán, repara lo que el
primero deshizo: “Como por un hombre vino la muerte, también por un hombre viene la
resurrección de los muertos”.

El proyecto de Dios era una vida feliz. Pero la serpiente les engañó, les hizo buscar su
imagen: “Es que Dios sabe muy bien que el día que comiereis se os abrirán los ojos y
seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”.
Si no comes no eres dueño de ti. El PECADO es buscar la felicidad a tu manera.

• Tú tienes razón, tú tienes la última palabra: Soberbia


• Tú a lo tuyo, lo importante es tener dinero: Avaricia. Haz lo que te apetezca:
tu cuerpo es tuyo Lujuria.
• Impón tu genio, que te oigan: Ira Lo importante es no sufrir: Gula
• ¿Compites con los mejores, si otros triunfan por qué tu no?: Envidia.
• Tú moléstate por ti, los otros que se apañen, no hacer nada por nadie: Pereza.

El hombre quiere decidir por sí mismo lo que es bueno y es lo que es malo, desea ser él,
sólo él, rechazando la propuesta divina. Este es el problema de la humanidad, (decía
Nietzsche, “¿quién te dice lo que está bien o mal...?”, o Feuerbach, “el hombre crea a
Dios” ...). “TU ERES DIOS”.

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Teología

El hombre rompe la imagen y se hace su imagen. Y buscando su imagen rompe la armonía.

Va buscando “su verdad”, su satisfacción personal. Ellos por el pecado han conocido la
muerte, se esconden. Adán y Eva se ven perdidos, ¿qué he hecho? Si ya no existe Dios,
yo soy Dios. Se encuentran vacíos, el hombre estaba hecho para la vida y se encuentra
con la muerte. ¿Quién soy yo?, el hombre necesitará “ser”, triunfar. Y se hace esclavo del
placer, del dinero, del prestigio, …

3. El hombre, ser que busca conocer

El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado
por Dios y para Dios:

• San Agustín: “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no
descansa en ti”.
• Marañón: “El hombre auténticamente sabio, quiéralo o no, está siempre
enfrentado con la divinidad. Huirla no conduce a otra cosa que a la superstición
de la Ciencia... Por mucho que se ensanchen los círculos de su saber tendrá
siempre delante de sí una pared infranqueable a la cual llamará angustiosamente
sin que se le dé otra respuesta que esta: DIOS”.

El hombre es un ser religioso, necesita dar respuesta a los interrogantes que se plantea.
Todo hombre que pregunta hasta el fondo sobre el sentido de su vida, termina preguntando
por Dios y dirigiéndose a Él.

3.1. El conocimiento de Dios según la Iglesia


Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios
descubre ciertas “vías” paras acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también
“pruebas de la existencia de Dios”, no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias
naturales, sino en el sentido de “argumentos convergentes y convincentes” que permiten
llegar a verdaderas certezas.

En la tradición cristiana (desde San Pablo a nuestros días) se ha mantenido siempre firme
la convicción de que es posible llegar a conocimiento de Dios a partir de la realidad del
mundo:

“Lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha


puesto delante. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles, su
poder eterno y su divinidad son visibles para la mente que penetra en sus
obras” (Rm 1,19-21).

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Teología

La filosofía cristiana recurre a dos puntos de partida para probar la existencia de Dios:

• el cosmológico, que parte de la realidad del cosmos y concluye en una


representación de Dios como “Dios de la altura”;
• el antropológico, que parte de la realidad del hombre y concluye en una
representación de Dios como “Dios de la profundidad”.

A través de la creación el hombre puede acceder al conocimiento de Dios pues en la


creación todo tiene un orden, una coherencia, armonía, nada es fruto del azar. El hombre
empieza a cuestionarse, ¿cómo es posible que en ti pueda haber armonía, orden…?,
empieza a estar en sintonía con la creación.

También a partir del hombre. El hombre empieza a buscar dentro de él y observa que lo
que es se lo debe a alguien. Él no se ha dado la vida. No somos sólo carne, sino que lo
mejor de nosotros, nuestro ser nos viene de fuera. A veces nacen de nosotros unos valores
como la amistad, el amor, la solidaridad, y a veces necesitamos justificar nuestras acciones
en algo sólido. Pensamos en la perfección absoluta y ese absoluto es Dios. Estamos
hechos a imagen y semejanza de Dios.

También se puede hablar de un planteamiento existencial que conjuga ambos puntos de


vista y que es el expresado por San Agustín: “Tú eras más íntimo que mi intimidad, al
mismo tiempo que superior a lo supremo a mí” (Confesiones S. Agustín).

Para el creyente cristiano la principal y definitiva se funda en que hay alguien en la historia,
digno de ser creído, que es el Signo y Testigo de Dios, su manifestación personal entre
nosotros, JESUS DE NAZARET (polo histórico de nuestra fe).

Los cristianos creen en Jesús de Nazaret, en su persona reconocen al Hijo de Dios y, en


su vida y mensaje, encuentran la respuesta a todas las preguntas acerca del porqué de su
existencia, del sentido de la vida, del misterio del mal y el dolor. Están convencidos de que
en Él se hace realidad el proyecto de Dios sobre la humanidad. El ser humano tiene
necesidad de explicar su existencia y de buscarle un sentido trascendente, y puede llegar
al conocimiento de Dios de muchas maneras.

El Concilio Vaticano II dice claramente:

“El ser humano puede conocer ciertamente a Dios con la razón natural, por
medio de las cosas creadas, y enseña que, gracias a dicha revelación a todos
los hombres y mujeres, en la condición presente de la humanidad, pueden
conocer fácilmente, con absoluta certeza y sin error las realidades divinas, que
en sí no son inaccesibles a la razón humana” (DV, 6).

Conocimiento natural

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Teología

A través de la creación, la persona humana puede llegar a un cierto grado de conocimiento


de Dios. La perfección, aunque limitada y relativa, de todo lo creado, su belleza, su orden,
todo habla de su Autor; de esta forma, el entendimiento humano puede intuir la existencia
de este Autor. Son muchas las personas que descubren a Dios como autor de la vida y del
mundo a través de la naturaleza, de los seres vivos y de todo lo que existe.

Dentro del conocimiento natural, está el conocimiento racional de Dios. Desde siempre la
persona ha sentido la necesidad de racionalizar esa intuición que tiene en su corazón,
acerca de la existencia de un Ser Superior. Se trata de demostrar cómo para la razón
humana es posible llegar a probar la existencia de Dios. (Ej.: Santo Tomás).

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma:

“Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir
de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede
de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina.
Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace
revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la
eternidad en Cristo a favor de todos los hombres. Revela plenamente su
designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu
Santo” (CEC, 50).

Conocimiento sobrenatural o revelado

Este conocimiento se produce cuando el propio Dios se da a conocer al ser humano. Se


basa, por tanto, en una relación personal entre Dios y el ser humano. Éste, al conocerlo,
se fía de Dios. Esta fe es un don. Es la fe bíblica que comienza con Abraham, continúa con
la historia de la salvación que Dios realiza con el pueblo de Israel y llega a su culminación
en la persona de Jesucristo.

Para el cristiano es Dios mismo quien toma la iniciativa y se relaciona con el hombre y con
la mujer. Esta relación la ve el creyente como una historia de salvación. Tenemos un
ejemplo muy claro de ello en el pueblo de Israel. Dios ve el sufrimiento, la opresión que
sufren los israelitas, se acerca a ellos y les salva por medio de Moisés.

La posibilidad de buscar a Dios y encontrarle está fundada, para S. Agustín, en la misma


naturaleza del hombre. El hombre ha sido creado a imagen de Dios (Gén 1,26).

Dios en su Trinidad es eterno y pleno SER (Padre), Verdad absoluta (Hijo) y Amor total
(Espíritu Santo).

Pues bien, esta imagen de Dios se halla presente en el hombre, en su alma, y en las
manifestaciones filosóficas a través de la historia. Dios, en efecto está en el alma y se
revela en el interior de la misma.

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Teología

Buscar a Dios significa buscar el alma, y buscar el alma conlleva encontrar a Dios. Para
llegar al alma, por otra parte, es necesario abandonar el mundo exterior y replegarse sobre
uno mismo. El proceso, pues, hasta encontrarse con Dios sería el siguiente: debemos ir de
lo exterior (el mundo sensible) a lo interior (el alma), y en el alma podemos encontrarnos
con lo superior (Dios).

En su libro Las Confesiones afirma: “no salgas de ti mismo, vuelve a ti, en el interior del
hombre habita la verdad”. Solamente la vuelta a sí mismo, encerrarse en la propia
interioridad es verdaderamente abrirse a la verdad y a Dios.

Encontrarse con Dios es posible porque Dios se halla presente en el hombre, en su alma
(es inmanente al hombre).

¿Cómo se encuentra presente la imagen de Dios en el alma?

Si nos fijamos en el hombre, descubrimos que este es un ser contingente (es decir, ser no
necesario, finito, limitado), es un ser que por medio de sus actos busca permanecer en su
ser, que quiere seguir existiendo, que quiere vivir y busca una vida más plena, busca en
definitiva la eternidad.

A su vez, el hombre, es un ser que busca conocer, que busca la verdad, que cada vez
aspira a un mayor conocimiento de él y del mundo, busca la sabiduría.

Y también, es un ser que busca el amor, que necesita amar y ser amado, busca la felicidad.
En relación con estas inquietudes que descubre en sí el hombre, podemos señalar las tres
facultades del alma:

 Memoria (por la que recordamos, hacemos presente la realidad).


 Inteligencia o entendimiento (por la que conocemos).  Voluntad
(por la que amamos).

El alma del hombre que es una, como la Trinidad, es a la vez trina, como también lo es la
Trinidad.

El alma del hombre es una, siendo tres facultades distintas, como Dios es uno siendo tres
personas distintas. En las personas divinas, como en las facultades del hombre
encontramos unidad y a la vez distinción, pero no identidad.

Cada una de estas facultades, juntas o separadas expresan a toda el alma, como las
personas de la Trinidad, juntas o separadas expresan a toda la Trinidad: donde se halla
presente el Padre está el Hijo y el Espíritu Santo, donde se halla presente el Hijo se halla
el Padre y el Espíritu Santo y donde se halla presente el Espíritu Santo se halla el Padre y
el Hijo. Siendo tres personas son una sola naturaleza, un solo ser. Esta unidad y expresión
conjunta de la Trinidad se da también entre las facultades del hombre, de hecho, donde se
halla presente el recuerdo del ser se halla presente el conocimiento y el amor del mismo, y
así sucesivamente podemos ir combinando las diferentes facultades.

31
Teología

Por lo tanto, es claro que la estructura del hombre coincide con la estructura de Dios. Es
Dios mismo, el que habiendo puesto esta imagen dentro de nosotros hace posible que le
encontremos en nuestro interior.

4. Síntesis de Antropología Teológica (tres aspectos del


hombre vistos desde la fe)
4.1. El hombre, ser personal creado por Dios
Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó (Gén
1,27).

El ser humano es imagen de Dios por su ser personal, y también en su ser varón y mujer.
La reflexión cristiana sobre dicha afirmación nos enseña que esta afirmación abarca varios
aspectos relacionados entre sí.

a) Ser con capacidad de domino sobre la creación (la tierra). Mientras los
animales y plantas tienen un comportamiento fijo, predeterminado, el hombre, en cambio,
va percibiendo nuevas posibilidades en su vida, y de esta manera va adaptando la
creación a sus aspiraciones, la va “humanizando”, según decimos.

b) Ser dotado de entendimiento y voluntad. Este segundo aspecto está implicado


en el anterior. El ser creador de cultura comporta tener entendimiento y voluntad. Estas
facultades muestran al hombre como un ser que obra de manera reflexiva, voluntaria y
libre, escogiendo responsablemente entre distintas posibilidades.

c) Ser capaz de relación íntima con Dios participando de su vida hasta llegar a
imitarle = comunión con Dios. El hombre por su misma naturaleza tiene capacidad de
conocer y amar a Dios como principio y fin de todo lo creado. Pero la relación con Dios
llega a la intimidad al ser elevado el hombre por Dios mismo a una alianza de amor
mutuo en la que nos hace participar de su misma vida. Es la elevación al orden
sobrenatural o vida de la gracia, a la que llamamos “comunión con Dios”, o lo que es lo
mismo, vivir unido a él participando de sus mismos sentimientos: hasta aquí llega la
“capacidad de Dios” que tiene el hombre: es capaz de ser elevado por Dios mismo muy
por encima de sus fuerzas naturales: hasta cierto punto al nivel divino, siendo una imagen
que de alguna manera se asemeje al mismo ser profundo de Dios. Esto lo conocemos
por la revelación. Sin ella el hombre no lo hubiera sospechado.

d) Ser llamado a la relación con los demás hombres en clave de amor. Dios es
una comunidad de amor de tres personas totalmente relacionadas. De ahí que el que el
hombre sea creado a su imagen comporte el estar impulsado a vivir en relación con los
otros hombres. El hombre no está llamado a vivir en soledad, sino en comunidad. Esto lo

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Teología

vimos arriba al hablar de la dimensión social del ser humano. El ser cristiano recoge esa
dimensión de sociabilidad y la eleva a una perfección insospechada: a poner el amor
mutuo como el vínculo radical y a hacer de todos un solo “cuerpo”, la “Iglesia”. A esto le
denominamos “la comunión eclesial”.

Todos estos aspectos hacen que el hombre sea alguien, no “algo “es decir, un sujeto, no
una cosa. Como tal, no puede ser utilizado como medio, sino que debe ser estimado
como fin en sí mismo. En cambio, las cosas fueron creadas como medios para el hombre.

4.2. El hombre es un ser a la vez corporal y espiritual. Unidad


sustancial del hombre: “Cuerpo y alma”
El segundo relato bíblico de la creación en el libro del Génesis expresa esta realidad con
un lenguaje simbólico cuando afirma que Dios formó al hombre con el polvo del suelo e
insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente (Gén 2,7).

Con estas expresiones quiso afirmar que el hombre proviene en parte de la tierra y en
parte directamente de Dios. Como tal, tiene dos principios constitutivos cualitativamente
distintos, uno material y otro espiritual.

Al principio material lo llamamos cuerpo y al espiritual alma. El hombre es un solo ser


compuesto de cuerpo y alma. Ambos, cuerpo y alma, son queridos por Dios. Ambos,
unidos, son “imagen de Dios”. El cuerpo humano es imagen de Dios -cosa que no ocurre
con el cuerpo del animal- porque está animado, sostenido y movido por el alma espiritual
y, por tanto, es expresión del espíritu.

La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que, en términos filosófico-escolásticos,
se debe considerar al alma como “forma” del cuerpo, es decir, como lo que hace que
nuestro cuerpo sea un cuerpo humano -como tal expresa vivencias espirituales, propias
del hombre- y que ambos no sean dos naturalezas (dos seres) unidos de modo funcional
(v.g., como es la unión de la barca y el barquero), sino una única naturaleza: se trata de
una unidad sustancial, es decir, se trata de un cuerpo espiritualizado y de un alma
encarnada.

“La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios
[…]. Por tanto, no es producida por los padres. Igualmente, enseña que es
inmortal (cf. Concilio V de Letrán, 1513: DS 1440), por lo que no perece
cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la
resurrección final” (CEC, 366).

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Teología

4.3. El hombre, ser con doble modalidad: varón y mujer


El varón y la mujer son creados por Dios, por una parte, en perfecta igualdad de dignidad,
como personas humanas ambos, y por otra, como seres peculiares cada uno, como seres
con distintas cualidades.

El varón y la mujer, en su respectiva peculiaridad masculina y femenina, son ambos


“imagen de Dios” es decir, la masculinidad y la feminidad reflejan perfecciones de Dios
mismo, si bien Dios no es ni varón ni mujer, sino que está por encima de esta distinción:
es espíritu puro y tiene las perfecciones de ambos de modo infinito.

5. Referencias bibliográficas
Auer, J. (1985). El mundo, creación de Dios. Barcelona: Herder.

AAVV (2015). Biblia Conferencia Episcopal (versión online).


https://www.conferenciaepiscopal.es/biblia/

Burgos, J.M. (2008). Antropología: una guía para la existencia. Madrid. Palabra. Catecismo

de la Iglesia Católica. (1999). Asociación Editores del Catecismo.

https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html

Frankl, V.E. (1999). El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder.

Juan Pablo II (1998). Carta encíclica. Fides et ratio.

https://www.vatican.va/content/john-paul-
ii/es/encyclicals/documents/hf_jpii_enc_14091998_fides-et-ratio.html

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