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ANTROPOLOGÍA. El hombre es
“capaz” de Dios
Teología
La Antropología (del griego anthropos, hombre, y logos, conocimiento) es una ciencia social
que estudia al ser humano de una forma integral. La primera pregunta que una antropología
filosófica tiene que responder es la de ¿quiénes somos? La respuesta es que los seres
humanos somos personas.
Siendo estas preguntas comunes, las respuestas han sido diversas y a través de ellas
podemos rastrear elementos que apuntan a una apertura antropológica: el hombre necesita
luz para sí y necesita iluminar los hechos de su alrededor, necesita la verdad, es decir,
entender, adecuarse de alguna forma a lo dado, de tal manera que, viviendo
necesariamente con una exterioridad, necesita interiorizar los datos que encuentra para
acceder a una plenitud de sentido. Todo ser humano vive con una interpretación de sí
mismo, con una imagen de sí mismo. Ella incluye tanto lo que el ser humano es (aspecto
descriptivo), como lo que ha de ser
(aspecto normativo). El estudio del primer aspecto corresponde a la antropología filosófica;
el segundo es cometido de la ética. De ahí que estas dos disciplinas suelen ir juntas.
¿Quién es el autor de esa compleja imagen del hombre que nos acompaña al largo de
todos los tiempos y lugares? ¿Quién nos ha explicado lo que somos y lo que
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presumiblemente hemos de llegar a ser? La imagen que los seres humanos tienen de sí
mismos no está hecha de un único color. Ello se debe no solo a que tal imagen acoge tanto
aspectos antropológicos como éticos, sino también porque hoy más que nunca hemos de
hablar de una pluralidad de imágenes o interpretaciones del hombre. Siempre ha habido
interés por decir al ser humano quién o qué es y qué ha de llegar a ser, un interés
manifestado por las más distintas instancias culturales y sociales.
Ciertamente ha habido visiones muy diferentes del hombre. Es evidente que, en cierto
sentido, todos sabemos la respuesta a la pregunta “¿qué es el hombre?”. Lo distinguimos
fácilmente de los animales. Incluso aquellos filósofos que niegan tal cosa como la
naturaleza humana son igualmente capaces de distinguir entre la gente y los leones. Sin
embargo, cuando se trata de responder a la pregunta quién es el hombre, en términos de
una descripción explícita de la naturaleza y las potencialidades del hombre y de su lugar
en el mundo, puede haber, y ha habido descripciones muy diversas en las que se ha puesto
énfasis en aspectos muy diferentes.
Los humanistas cristianos jamás admiten que el “ser humano” sea “un lobo o u n infierno
para el hombre”. En todo humanista encontramos gestos y palabras que consideran al
hombre, en su relación con los demás, como hermano entre hermanos.
Existen muchas dificultades para poder dar una respuesta satisfactoria a este interrogante.
Entre las dificultades tenemos:
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biológicas”, … Víctor Frankl dice que esta es la forma actual en la que se manifiesta
el Nihilismo, en el reduccionismo de la fórmula “nada más que…”
1.1. El humanismo
La reflexión sobre el hombre y sobre su vida recibe el nombre de humanismo. Esta palabra
proviene del latín “humanitas”, traducción de la palabra griega “filantropía” que significa
“amor a la condición humana”.
Al preguntarse por el hombre y por el sentido de su vida son diversas las respuestas que
se pueden dar, pero existen unas características humanas esenciales:
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Durante el Renacimiento surge una toma de conciencia del hombre como centro de la
historia: Antropocentrismo. Los grandes descubrimientos, la capacidad transformadora
de la situación económica y social cambian el punto de referencia del hombre, hasta
orientado a Dios, hacia el horizonte puramente humano. Al situar al hombre como centro
del mundo se empieza a desplazar a Dios y a la religión que, hasta ese momento regían la
vida social, intelectual y artística de las personas. Esta manera de pensar se llama
humanismo. Nace la figura del humanista. El nuevo sabio es el humanista. El hombre se
siente creador y protagonista de la historia.
Durante los siglos XVI a XIX esta actitud se acentúa. El hombre encuentra el sentido de
la existencia en su historia misma sin recurrir a otras fuerzas externas al propio desarrollo
de la historia.
El humanista de los siglos XV al XVIII no negaba a Dios ni a la religión, tan solo los
desplazaba; en cambio, el humanista del siglo XIX, conocido también como humanismo
ateo, afirma que se ha de negar a Dios para poder valorar al ser humano.
El siglo XVIII suele ponerse como momento decisivo de la quiebra histórica que
desencadena la serie de revoluciones que llenan el siglo XIX y que llegan hasta nuestros
días.
Hasta la época moderna todas las grandes culturas han nacido y se han desarrollado dentro
de esta religiosidad, abiertas a la trascendencia, y por ello todas sus creaciones eran
fundamentalmente sagradas. Pero el hombre, antes perdido en el mundo, o bien centrado
en Dios, se proclama ahora a sí mismo centro de convergencia universal, desde su
conciencia, libertad y acción. La ciencia le hace tomar conciencia de su nuevo modo de ser
en el mundo, dándole una nueva cosmovisión cultural. La economía liberal se le ofrece
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como motor dinámico de interés. Y la técnica se le ofrece como poder de acción, como
instrumento vital de transformación de sus condiciones de vida.
El siglo XVIII es conocido como el Siglo de las Luces. Mediante las luces de la razón
se disipan las tinieblas de la humanidad. Los pensadores de la Ilustración sostenían que la
razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y construir un mundo
mejor.
Durante esta centuria tiene lugar esta gran transformación en todos los campos de la vida
social y humana. Una vez que la razón, queriendo ser autónoma, rompe con los valores
anteriores, aparece la modernidad, que se define por el gusto por lo individual
(individualismo), por la vuelta a la naturaleza (naturalismo), por la búsqueda del riesgo y la
aventura (nuevos descubrimientos), por el deseo de devolver al hombre el centro que ha
perdido con los descubrimientos de Copérnico y Galileo, por el interés por la observación
(experimentación)…
En el siglo XIX la humanidad sustituye a Dios por otras realidades. Es el siglo de Marx,
Freud, Nietzsche, …).
El humanismo del siglo XIX, conocido también como humanismo ateo, afirma que se ha de
negar a Dios para poder valorar al ser humano.
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Una vez vaciado el mundo de toda explicación religiosa, se construye “una concepción del
mundo según la cual este mundo se explica por sí mismo sin que sea necesario recurrir a
Dios; Dios resultaría pues, superfluo y hasta un obstáculo. Dicho secularismo, para
reconocer el poder del hombre, acaba por sobrepasar a Dios e incluso renegar de Él” (EN
55).
En este caso se pretende conseguir que Dios muera, es decir, que no esté presente en
ningún aspecto de la vida humana. El hombre se hace medida de todas las cosas, no hay
pecado ni moral objetiva.
El hombre del siglo XX, apoyado en los avances científicos y técnicos, toma cada vez
más, conciencia de su poder e intenta dar una explicación al sentido de su existencia desde
esquemas puramente humanos.
Desde un planteamiento global, la pregunta sobre el hombre se puede hacer desde dos
perspectivas según se reconozca o no como esencial, la dimensión trascendente de la
persona humana y de su existencia.
En el primer caso, nos encontraríamos ante las religiones y en el segundo ante el ateísmo.
HUMANISMOS NO CRISTIANOS
Las raíces de este humanismo ateo hay que buscarlas en algunos grandes pensadores del
siglo XIX y comienzo del XX. Los más importantes son: Feuerbach, Marx, Nietzsche Y
Freud. Se les conoce como los “padres de la sospecha o los maestros de la duda, pues
con sus escritos crearon un clima de sospecha y duda sobre el mundo de Dios y de la
religión, al afirmar que estos son la causa que anula todo lo que es humano.
• FEUERBACH: Dios es la proyección de la conciencia humana. El ateísmo tiene
una primera manifestación como inversión religiosa. Referir al hombre lo que antes
se decía de Dios: antropoteísmo. La base de su humanismo es el materialismo.
Para él, la única realidad existente es la materia: las cosas, la naturaleza y, sobre
todo, el hombre, la suprema realidad. Nada hay por encima del género humano al
cual hay que devolverle toda su dignidad. Para ello, es necesario acabar con la idea
de Dios, que no es sino una proyección de la conciencia humana.
• MARX: Dios es una proyección alienante. Según Marx, el hombre se crea a sí
mismo gracias a su trabajo, pero ello le deshumaniza, le aliena porque son los otros
los que poseen el capital, los que se apropian del resultado de su trabajo, mientras
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El Papa Pablo VI en su reflexión sobre “El progreso de los pueblos” (26/03/1967), proponía
estas breves ideas como síntesis del proyecto humanista cristiano:
“Es un humanismo pleno el que hay que promover. ¿Qué quiere decir esto sino
el desarrollo integral de todo hombre y de todos los hombres? Un humanismo
cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, que es la fuente de
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A pocas semanas de la apertura del gran Jubileo del año 2000, el Papa Juan Pablo II
constató la urgente necesidad de anunciar a Cristo, ante la desorientación provocada por
la multiplicidad de concepciones vigentes del hombre, de la vida y de la muerte, del mundo
y de su significado. Al mismo tiempo explicó que con demasiada frecuencia las
concepciones del hombre que transmite la sociedad moderna se ha convertido en
auténticos sistemas de pensamiento que tienen la tendencia a alejarse de la verdad y
excluir a Dios, creyendo que con ello están afirmando la primacía del hombre, en nombre
de una pretendida libertad y de su pleno y libre desarrollo. De este modo, estas ideologías
privan al hombre de su dimensión constitutiva de persona creada a imagen y semejanza
de Dios.
El Papa exhortó a que una de las tareas esenciales de la Iglesia, en su diálogo con las
diversas culturas, consiste en guiar a nuestros contemporáneos en el descubrimiento de
una sana antropología, que les lleve a conocer a Cristo, verdadero Dios y un verdadero
Hombre. Por ellos, considero que el humanismo cristiano no es una simple cultura, sino
que implica una concepción del hombre que puede penetrar a todas las culturas,
derrumbando las barreras que separan unas de otras.
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• Es libre e inteligente, puede y debe decidir por ella misma, y es responsable de sus
actos.
• Por un lado, como el humanismo, se opone a todo lo que degrade la vida del hombre,
es una gran negativa al mal, la injusticia, la mentira y la opresión.
• Por otro, afirma definitivamente, el triunfo de la vida humana. Cristo encarnado y
resucitado nos manifiesta que Dios ama al hombre creado por Él y lo destina, más
allá de la muerte y del mal, a vivir por siempre la misma vida divina.
• Esto ha llevado a un diálogo sincero entre los humanismos y el cristianismo. Un
mejor conocimiento mutuo ha llevado a matizar las posturas tan opuestas del
principio. Los humanistas valoran la importancia del fenómeno religioso y su papel
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10. El retorno de los brujos. Hay un auténtico “boom” del esoterismo y de las ciencias
ocultas (quiromancia, cartomancia, astrología, videncia, cartas astrales, cábala,
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Juan Pablo II habla de la antropología adecuada y dice que esta se apoya sobre la
experiencia esencialmente humana oponiéndose al reduccionismo materialista que
frecuentemente corre parejo con la teoría evolucionista del origen del hombre.
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Corporal
Psíquica Espiritual
Las dimensiones corporal y psíquica son el vestido exterior e interior que viste a la
persona. La corporalidad es lo primero que aparece. A través de lo psíquico algo aflora
de la persona, si está aburrido, cansado, alegre, triste… Se dice que la cara es el espejo
del alma, por eso la cara descubre lo intelectual, lo emocional, lo afectivo.
Podemos distinguir en ella dos niveles: uno inferior dependiente intrínsecamente del
organismo, que es la vida sensitiva (donde predominan los instintos o apetitos) que es
propia de los animales y otro superior intrínsecamente independiente del organismo
que es la vida espiritual la cual se caracteriza por el dominio de la voluntad), exclusivo
del ser humano.
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Por supuesto que estas tres dimensiones se entrecruzan de tal modo que no son
separables: la naturaleza humana es una unidad compleja.
Es un individuo (lo que significa in-divisible), una unidad que no se puede subdividir,
escindir, separar, pero que sin embargo tiene tres dimensiones con sus
correspondientes dinamismos:
Es una unidad que podemos pensar, pero no imaginar.
Por todo lo anterior parece razonable la interpretación del hombre como una medida
substancial.
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“En realidad el misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio del Verbo
Encarnado” (GS 22).
Lo primero que sale al paso en esta consideración es el carácter creatural del ser humano,
el cual se manifiesta como sujeto abierto a la mostración y donación de Dios de quien recibe
todo cuanto es y tiene.
De este modo da a conocer al ser humano desde su condición religiosa, que conduce al
mismo a la apertura al Misterio de Dios.
El primer relato (Gén 1, 1-2, 4a), históricamente es posterior al primero. Se pone en primer
lugar pues pretende contestar a la pregunta sobre el origen del mundo y del hombre. El
autor de esta narración pertenece a la llamada “escuela sacerdotal”, escuela formada por
teólogos, juristas y sabio, nacida entre los sacerdotes de Israel, encargados del culto en el
templo de Jerusalén. Tiene un contexto cósmico. Es rítmico, seis días de creación seguidos
por la expresión “y vio Dios que era bueno” y luego el séptimo día en el que descansó Dios.
El segundo relato, que comienza en Gén 2,4b, es más antiguo. Este texto se define como
“yahvista” porque para nombrar a Dios se sirve del término “Yahvé”. Más que una
explicación del hombre y del mundo quiere ser una respuesta al problema del origen del
mal. Tiene un contexto terrestre. El huerto y el ser humano hecho de la misma tierra,
después los animales traídos y finalmente la compañera hecha de una costilla de Adán.
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La expresión “al principio” no implica necesariamente que el mundo tal y como hoy lo vemos
haya salido entero de Dios en un momento dado. No hay ningún reparo en admitir una lenta
evolución de los seres en su aparición y progreso constante hacia formas cada vez más
perfectas. Lo que se afirma es que el comienzo de todo, el arranque inicial está en Dios.
En ese momento en que se pasó del no existir nada de lo vemos al primer existir de las
cosas es lo que llamamos “creación”, idea que tiene un matiz muy preciso que la distingue
de las similares de “producción” o “construcción”. Es un hacer absolutamente nuevo y
original, un partir de cero, en el que no se presupone nada preexistente, sino solo el
Hacedor mismo.
Con esta diferencia, en su primer momento todo es creación, en los momentos posteriores
es un desarrollo, un despliegue de la creación inicial que también está sustentado y guiado
por Dios.
La creación se concibe como una arquitectura litúrgica basada en el número 7: ocho obras
diferentes distribuidas en dos retablos paralelos. Los tres primeros días recogen cuatro
obras de “separación” y los tres, “cuatro de ornamentación”.
Separar y luego adornar es un modo semítico para evocar la victoria sobre la nada y la
irrupción del acto creador de Dios.
SEPARACIÓN ORNAMENTACIÓN
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A la palabra creadora de Dios sigue la acción ordenadora de Dios. Dios ordena su creación
separando la luz de las tinieblas, el cielo de la tierra, la noche del día. Mediante la
separación ordenadora, las criaturas adquieren forma identificable, ritmo y simetría. La
narración bíblica de la creación nos presenta el nacimiento de los seres y de la vida en el
marco litúrgico de una semana; ocho obras son intencionadamente distribuidas a lo largo
de seis días, mientras que es el descanso del séptimo día el que consagra la conclusión
de la acción de Dios.
El segundo día Dios crea el firmamento, como muro de separación entre las aguas
superiores y las aguas inferiores. Las aguas tienen un significado ambivalente: aguas de
muerte y aguas de vida.
El tercer día aparece la tierra con su vida orgánica. La tierra, interpelada por la palabra de
Dios, produce plantas con sus semillas y árboles de frutos donde esa semilla se contiene.
La palabra de Dios señorea sobre la fecundidad de la tierra. El cuarto día Dios crea los
astros. Los astros son considerados dependientes de la voluntad creadora de Dios.
Cuidadosamente se ha evitado dar los nombres de sol y luna, para evitar toda tentación
idolátrica. El texto señala además expresamente su finalidad de servicio a los hombres,
contra todas las creencias astrológicas de la época. Su finalidad es señalar los tiempos
para regular el culto y el trabajo de los hombres (Dt 4,19; Jr 10.2; Jb 31,26; Is 47,13; Si
43,1-8).
El quinto día Dios crea los peces y las aves, seres dotados de vida. Aparece de nuevo el
verbo crear. La vida no es suscitada solamente por la palabra, sino que procede de una
acción creadora de Dios más directa. Esta vida, que ha sido creada por Dios, recibe su
bendición, con la que les comunica una fuerza de vida, que les capacita para transmitir,
mediante la procreación, la vida que ellos han recibido. La enumeración, desde los
monstruos marinos hasta los más pequeños peces y aves, expresa que ningún ser vivo
queda fuera de la voluntad creadora de Dios, buenos todos ellos a sus ojos (CEC 279-301;
337-341).
El sexto día Dios completa la obra del quinto con la creación de los animales que pueblan
la tierra: fieras, ganados y reptiles. Y, luego, con marcada diferencia, el texto describe la
creación del hombre, que proviene con inmediatez total de Dios.
Destaca:
- La grandeza y la omnipotencia de Dios.
- La responsabilidad del hombre a colaborar con Dios en la creación.
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No es un texto científico, sino sapiencial: sobre el sentido del ser y la existencia. Quiere
explicar el secreto último de las cosas y aclarar por qué nos encontramos en el interior del
mundo.
Después de haber creado los astros, las plantas, los animales, Dios creó finalmente al
hombre.
Lo primero que se desprende de este relato es que hubo un momento en que el hombre
comenzó a existir gracias a una intervención especial de Dios.
Esta acción especial de Dios se hace patente en la misma fórmula Hagamos, por la que
Dios parece entrar en consejo consigo mismo como quien se dispone a hacer algo
importante. No pocos Santos Padres han visto aquí una alusión a la Santísima Trinidad.
Todo empieza con una orden hágase, ahora se introduce un proyecto de futuro Hagamos.
Dios decide crear al hombre en el marco de un solemne discurso en primera persona del
plural (v. 26).
El hombre es creado como imagen y semejanza de Dios. El hombre es pues “el otro Dios”,
“el alter ego” es “como Dios” pero “no es” Dios, tiene una potestad regia sobre el resto de
los seres creados, pero en nombre y por delegación de Dios.
La vía privilegiada para conocer a Dios es el hombre, por ser su más parecida
representación. El hombre no es sólo una “cosa buena” creada, sino “muy buena” (v. 31),
la obra maestra.
Desde el v. 27 se nos dice que los creó “varón” y “hembra”. Dios sigue trascendente, pero
lleva a cabo su salvación entrando en la descendencia humana, en el tiempo del hombre,
que discurre de eslabón en eslabón a lo largo de las generaciones. La fecundidad de la
pareja es signo del Dios creador y salvador. La humanidad es imagen de Dios en cuanto
que es “varón y hembra”.
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Esta criatura, doble en su estructura, pero única en su misión y dignidad recibe de Dios una
investidura regia. “Domine sobre todo lo creado”, pero este señorío no es autonomía
absoluta, no tiene la facultad de abusar y destruir a su capricho. El hombre es “señor” de
la creación.
El superlativo de Gen 1,31: vio Dios todo cuanto había hecho y he aquí que estaba muy
bien formula la complacencia de Dios en la obra de la creación. Según la narración del
Génesis, la creación del mundo y del hombre está orientada al sábado, la fiesta de la
creación. La creación se consuma en el sábado. El sábado es el distintivo bíblico de la
creación. Dios se reposa, hace fiesta, se regocija con su creación.
“Para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día
acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la
creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación
encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor
sobrepasa el de la primera” (CEC 349; 2174-2188).
En este relato el protagonista es el hombre y el proyecto “de armonía” querido por Dios.
Armonía entre hombre-Dios, hombre- cosmos, hombre- semejantes. Adán es un modo
simbólico de representar a toda la humanidad.
“Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento
de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo” (v. 7).
La grandeza del hombre radica en que Dios le ha insuflado “aliento de vida”. La Biblia
emplea el término “nesamah”, es decir, autoconciencia, capacidad de juzgar y conocer,
libertad creadora: La tradición posterior la identificó con alma racional y espiritual, el signo
griego, aunque no es lo mismo. Así pues, entre Dios y el hombre corre ese “hálito” común
que se llama conciencia, espiritualidad, vida interior.
Pero el hombre tiene también un vínculo con la materia: formó al hombre de polvo y tierra
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(v. 7). De hecho “Adamah” significa tierra. No somos criaturas angélicas, ni espíritus puros,
sino seres conectados con nuestro horizonte concreto. En el hombre se entrelazan lo
infinito “del aliento” divino y lo finito “de la materialidad”, el hálito de lo eterno y el peso de
las realidades físicas, el poder de la intuición y la tensión de los instintos, pero esta
materialidad no es negativa porque es fruto de la obra de Dios y signo de su infinita libertad
y de nuestra dependencia de Él.
Nótese la distinción que se hace en el texto entre el origen del cuerpo y el del alma,
destacando finalmente la unidad del ser humano. En la formación del cuerpo hay algo que
se toma de la tierra, bajo el símbolo del “polvo” o barro. El alma es espíritu o aliento vital
que Dios infunde en el cuerpo directamente y sin mediar ningún otro elemento.
Este origen “terreno” del hombre arraigó profundamente en toda la tradición hebreocristiana.
Todavía se nos puede decir en la Liturgia en el momento de la imposición de la ceniza, en
el miércoles con que se abre la cuaresma cristiana: “Acuérdate, hombre, de que eres polvo
y al polvo has de volver”.
En cuanto al origen del cuerpo humano, la acción creadora de Dios se mantiene desde el
momento en que la materia primera de mundo fue creada por El.
Para Darwin y los evolucionistas radicales, todo el hombre, cuerpo y alma, es un producto
de la evolución natural de la materia viva, sin necesidad de ninguna intervención divina.
El hombre viene a ser un animal más perfecto que el mono.
Un elemento importante es “el árbol” de la ciencia del bien y del mal (v.9). El “conocimiento
bíblico” no es sólo una actividad intelectual, sino que implica voluntad, sentimiento y acción:
es sinónimo de “decisión, opinión y elección radical”. (Gén 2,15- lo colocó en el paraíso,
símbolo de la Iglesia).
“Dijo luego Yahvé Dios: No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle
una ayuda adecuada. Y Yahvé Dios formó del suelo todos los animales del
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campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los
llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera.
El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los
animales del campo, más para el hombre no encontró una ayuda adecuada.
Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se
durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la
costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó
ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido
tomada. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer,
y se hacen una sola carne. Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer,
pero no se avergonzaban uno del otro”.
Leemos en el texto anterior que Dios crea a los animales de la tierra para que el hombre
no esté solo, pero dice el texto que Dios no encontró entre ellos una ayuda adecuada para
el hombre.
Gén 2,21: “Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se
durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne”.
Estamos acostumbrados desde niños a hablar de que la mujer fue formada de una costilla
del hombre, pero en el texto original, el término hebreo es “sel’a”, y no significa ningún
hueso concreto, ni ese que llamamos costilla ni ningún otro. Su significado se parece más
a nuestra palabra “costado”, “lado”, “flanco”. El texto original podría decir que Yahvé le quitó
al hombre toda una mitad, uno de sus lados, y después cerró con carne el hueco que había
dejado.
Lo que está claro es que Dios coge materia y esa materia que Dios ha tomado del cuerpo
del hombre la trabaja (Gén 2,22), y crea a la mujer.
El hombre al verla (Gén 2,23), reconoce que es similar a él, capaz de relacionarse con él,
y, como hizo con los animales, a ella también le pone nombre: se va a llamar ’iššah porque
ha salido de un ’iš.
Al crear al hombre como varón y mujer, Dios quiso que el ser humano se expresase de dos
modos distintos y complementarios, igualmente bellos y valiosos.
Destaca:
- Que: «Hombre y mujer los creó», y creó a la mujer para el hombre como una «ayuda
adecuada» (ezer kenegdo), como su otra mitad en la que él pudiese contemplar su propia
imagen y reencontrarse a sí mismo, otra mitad que junto con él habría de compartir su
dominio sobre las restantes criaturas de la tierra, entre las cuales ninguna podía ser su
“pendant”, (“su semejante”), y que, uniéndose a él en la obra procreadora, habría de
construir el organismo total de la humanidad.
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La Biblia no nos cuenta este mito, pero existe. La Biblia dice “coge una mitad”, pues el texto
hebreo dice mucho más que “costilla”. Dios, para crear a la mujer, toma materia prima del
hombre. La mujer no sale de la tierra sino de un ser vivo, del hombre, y con la materia que
coge Dios del hombre “construye”.
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, los hizo libres e inteligentes y les ofreció su
amistad.
“El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en
la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en
torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la
gloria de la nueva creación en Cristo”. (CEC 374).
Pero el ser humano abusó de su libertad, desobedeciendo a Dios y se alejó de Él. (Gén 3,
1-8).
Según Gén 2, la relación de Dios con el hombre no era una relación de dependencia, sino
sobre todo de amistad. Dios no había negado nada al hombre creado a su imagen; no se
había reservado nada para sí, ni siquiera la vida (Sb 2,23).
Pero por instigación de la serpiente, la más astuta de los animales, Eva, y luego Adán,
dudan de este amor de Dios: el precepto dado para el bien del hombre no sería más que
una estratagema de Dios para salvaguardar sus privilegios; es la sospecha que insinúa el
tentador al decir a Eva:” ¿Cómo es que Dios os ha dicho: no comáis de ninguno de los
árboles del jardín?” (Gén 3,1).
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El pecado transforma la relación que unía al hombre con Dios. Todo cambia entre el hombre
y Dios. Aún antes de que Dios intervenga (Gén 3,23), Adán y Eva, que antes gozaban de
la familiaridad divina (Gén 2,25), se esconden de Yahveh Dios entre los árboles (3,8).
“La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera
desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad
original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gén 3,9-10) de quien han
concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas” (cf. Gén
3,5). (CEC 399).
La iniciativa es del hombre; es él quien ya no quiere nada con Dios, que le tiene que buscar
y llamar. La expulsión del paraíso ratifica esa voluntad del hombre; pero éste comprueba
entonces que la advertencia no era mentira: lejos de Dios no hay acceso posible al árbol
de la vida (Gén 3,22); no hay más que muerte. Adán es en realidad todo hombre. La
rebelión de Adán es la nuestra. Damos crédito al diablo, que desde el comienzo es
mentiroso y asesino (Jn 8,44).
- Primero se da una tentación: la serpiente, símbolo del mal, seduce al ser humano.
“El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia
su creador (cf. Gén 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al
mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm
5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de
confianza en su bondad”. (CEC 397).
El pecado es una ruptura de la amistad con Dios, Adán y Eva se esconden por miedo, y es
una ruptura con los demás, con uno mismo y con la naturaleza que se convierte en enemiga
del ser humano.
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El pecado, ruptura entre el hombre y Dios, introduce igualmente una ruptura entre los
miembros de la familia humana.
Ya en el paraíso, en el seno mismo de la pareja primordial, apenas cometido el pecado,
Adán acusa a Eva, la “ayuda adecuada” que Dios le había dado (Gén 2,18), y se excusa a
sí mismo. Acusando a la mujer simultáneamente acusa al mismo Dios: “la mujer que Tú me
diste” (Gén 3,12). Es una expresión amarga que el hombre lanza con una sola frase en
ambas direcciones: hacia su mujer y hacia Dios. Todo ha cambiado en las relaciones
mutuas y para con Dios.
El pecado tiene siempre una dimensión social debido al vínculo de solidaridad que une a
toda la familia humana. Cuanto más se disgrega la comunión con Dios tanto más crece la
solidaridad con el mal, que el pecado manifiesta y consolida. El desorden del pecado incide
en la vida de la comunidad humana y eclesial y en la misma presencia del hombre en el
cosmos.
Así, en el mismo texto de la Biblia que nos narra el pecado, encontramos el primer anuncio
se la salvación.
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“Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho esto, maldita seas
entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre
caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre
ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas
tú su calcañar”. (Gén 3, 14-15).
Este anuncio se hace realidad con la venida de Jesucristo, “imagen visible de Dios invisible.
La recreación de la imagen de Dios, desfigurada en el hombre por el pecado, será un nuevo
comienzo de la historia de los hombres.
El hombre, en la situación descrita, se halla sometido a una lucha dramática entre el bien y
el mal, hasta el punto de ser incapaz, sin la gracia de Cristo, de superar el mal y definirse
plenamente por el bien.
Jesucristo, enviado por Dios, abre de nuevo el paraíso: “Hoy estarás conmigo en el
paraíso” (Lc 23,39), promete al ladrón desde la cruz. Cristo, nuevo Adán, repara lo que el
primero deshizo: “Como por un hombre vino la muerte, también por un hombre viene la
resurrección de los muertos”.
El proyecto de Dios era una vida feliz. Pero la serpiente les engañó, les hizo buscar su
imagen: “Es que Dios sabe muy bien que el día que comiereis se os abrirán los ojos y
seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”.
Si no comes no eres dueño de ti. El PECADO es buscar la felicidad a tu manera.
El hombre quiere decidir por sí mismo lo que es bueno y es lo que es malo, desea ser él,
sólo él, rechazando la propuesta divina. Este es el problema de la humanidad, (decía
Nietzsche, “¿quién te dice lo que está bien o mal...?”, o Feuerbach, “el hombre crea a
Dios” ...). “TU ERES DIOS”.
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Teología
Va buscando “su verdad”, su satisfacción personal. Ellos por el pecado han conocido la
muerte, se esconden. Adán y Eva se ven perdidos, ¿qué he hecho? Si ya no existe Dios,
yo soy Dios. Se encuentran vacíos, el hombre estaba hecho para la vida y se encuentra
con la muerte. ¿Quién soy yo?, el hombre necesitará “ser”, triunfar. Y se hace esclavo del
placer, del dinero, del prestigio, …
El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado
por Dios y para Dios:
• San Agustín: “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no
descansa en ti”.
• Marañón: “El hombre auténticamente sabio, quiéralo o no, está siempre
enfrentado con la divinidad. Huirla no conduce a otra cosa que a la superstición
de la Ciencia... Por mucho que se ensanchen los círculos de su saber tendrá
siempre delante de sí una pared infranqueable a la cual llamará angustiosamente
sin que se le dé otra respuesta que esta: DIOS”.
El hombre es un ser religioso, necesita dar respuesta a los interrogantes que se plantea.
Todo hombre que pregunta hasta el fondo sobre el sentido de su vida, termina preguntando
por Dios y dirigiéndose a Él.
En la tradición cristiana (desde San Pablo a nuestros días) se ha mantenido siempre firme
la convicción de que es posible llegar a conocimiento de Dios a partir de la realidad del
mundo:
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La filosofía cristiana recurre a dos puntos de partida para probar la existencia de Dios:
También a partir del hombre. El hombre empieza a buscar dentro de él y observa que lo
que es se lo debe a alguien. Él no se ha dado la vida. No somos sólo carne, sino que lo
mejor de nosotros, nuestro ser nos viene de fuera. A veces nacen de nosotros unos valores
como la amistad, el amor, la solidaridad, y a veces necesitamos justificar nuestras acciones
en algo sólido. Pensamos en la perfección absoluta y ese absoluto es Dios. Estamos
hechos a imagen y semejanza de Dios.
Para el creyente cristiano la principal y definitiva se funda en que hay alguien en la historia,
digno de ser creído, que es el Signo y Testigo de Dios, su manifestación personal entre
nosotros, JESUS DE NAZARET (polo histórico de nuestra fe).
“El ser humano puede conocer ciertamente a Dios con la razón natural, por
medio de las cosas creadas, y enseña que, gracias a dicha revelación a todos
los hombres y mujeres, en la condición presente de la humanidad, pueden
conocer fácilmente, con absoluta certeza y sin error las realidades divinas, que
en sí no son inaccesibles a la razón humana” (DV, 6).
Conocimiento natural
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Dentro del conocimiento natural, está el conocimiento racional de Dios. Desde siempre la
persona ha sentido la necesidad de racionalizar esa intuición que tiene en su corazón,
acerca de la existencia de un Ser Superior. Se trata de demostrar cómo para la razón
humana es posible llegar a probar la existencia de Dios. (Ej.: Santo Tomás).
“Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir
de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede
de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina.
Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace
revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la
eternidad en Cristo a favor de todos los hombres. Revela plenamente su
designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu
Santo” (CEC, 50).
Para el cristiano es Dios mismo quien toma la iniciativa y se relaciona con el hombre y con
la mujer. Esta relación la ve el creyente como una historia de salvación. Tenemos un
ejemplo muy claro de ello en el pueblo de Israel. Dios ve el sufrimiento, la opresión que
sufren los israelitas, se acerca a ellos y les salva por medio de Moisés.
Dios en su Trinidad es eterno y pleno SER (Padre), Verdad absoluta (Hijo) y Amor total
(Espíritu Santo).
Pues bien, esta imagen de Dios se halla presente en el hombre, en su alma, y en las
manifestaciones filosóficas a través de la historia. Dios, en efecto está en el alma y se
revela en el interior de la misma.
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Buscar a Dios significa buscar el alma, y buscar el alma conlleva encontrar a Dios. Para
llegar al alma, por otra parte, es necesario abandonar el mundo exterior y replegarse sobre
uno mismo. El proceso, pues, hasta encontrarse con Dios sería el siguiente: debemos ir de
lo exterior (el mundo sensible) a lo interior (el alma), y en el alma podemos encontrarnos
con lo superior (Dios).
En su libro Las Confesiones afirma: “no salgas de ti mismo, vuelve a ti, en el interior del
hombre habita la verdad”. Solamente la vuelta a sí mismo, encerrarse en la propia
interioridad es verdaderamente abrirse a la verdad y a Dios.
Encontrarse con Dios es posible porque Dios se halla presente en el hombre, en su alma
(es inmanente al hombre).
Si nos fijamos en el hombre, descubrimos que este es un ser contingente (es decir, ser no
necesario, finito, limitado), es un ser que por medio de sus actos busca permanecer en su
ser, que quiere seguir existiendo, que quiere vivir y busca una vida más plena, busca en
definitiva la eternidad.
A su vez, el hombre, es un ser que busca conocer, que busca la verdad, que cada vez
aspira a un mayor conocimiento de él y del mundo, busca la sabiduría.
Y también, es un ser que busca el amor, que necesita amar y ser amado, busca la felicidad.
En relación con estas inquietudes que descubre en sí el hombre, podemos señalar las tres
facultades del alma:
El alma del hombre que es una, como la Trinidad, es a la vez trina, como también lo es la
Trinidad.
El alma del hombre es una, siendo tres facultades distintas, como Dios es uno siendo tres
personas distintas. En las personas divinas, como en las facultades del hombre
encontramos unidad y a la vez distinción, pero no identidad.
Cada una de estas facultades, juntas o separadas expresan a toda el alma, como las
personas de la Trinidad, juntas o separadas expresan a toda la Trinidad: donde se halla
presente el Padre está el Hijo y el Espíritu Santo, donde se halla presente el Hijo se halla
el Padre y el Espíritu Santo y donde se halla presente el Espíritu Santo se halla el Padre y
el Hijo. Siendo tres personas son una sola naturaleza, un solo ser. Esta unidad y expresión
conjunta de la Trinidad se da también entre las facultades del hombre, de hecho, donde se
halla presente el recuerdo del ser se halla presente el conocimiento y el amor del mismo, y
así sucesivamente podemos ir combinando las diferentes facultades.
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Por lo tanto, es claro que la estructura del hombre coincide con la estructura de Dios. Es
Dios mismo, el que habiendo puesto esta imagen dentro de nosotros hace posible que le
encontremos en nuestro interior.
El ser humano es imagen de Dios por su ser personal, y también en su ser varón y mujer.
La reflexión cristiana sobre dicha afirmación nos enseña que esta afirmación abarca varios
aspectos relacionados entre sí.
a) Ser con capacidad de domino sobre la creación (la tierra). Mientras los
animales y plantas tienen un comportamiento fijo, predeterminado, el hombre, en cambio,
va percibiendo nuevas posibilidades en su vida, y de esta manera va adaptando la
creación a sus aspiraciones, la va “humanizando”, según decimos.
c) Ser capaz de relación íntima con Dios participando de su vida hasta llegar a
imitarle = comunión con Dios. El hombre por su misma naturaleza tiene capacidad de
conocer y amar a Dios como principio y fin de todo lo creado. Pero la relación con Dios
llega a la intimidad al ser elevado el hombre por Dios mismo a una alianza de amor
mutuo en la que nos hace participar de su misma vida. Es la elevación al orden
sobrenatural o vida de la gracia, a la que llamamos “comunión con Dios”, o lo que es lo
mismo, vivir unido a él participando de sus mismos sentimientos: hasta aquí llega la
“capacidad de Dios” que tiene el hombre: es capaz de ser elevado por Dios mismo muy
por encima de sus fuerzas naturales: hasta cierto punto al nivel divino, siendo una imagen
que de alguna manera se asemeje al mismo ser profundo de Dios. Esto lo conocemos
por la revelación. Sin ella el hombre no lo hubiera sospechado.
d) Ser llamado a la relación con los demás hombres en clave de amor. Dios es
una comunidad de amor de tres personas totalmente relacionadas. De ahí que el que el
hombre sea creado a su imagen comporte el estar impulsado a vivir en relación con los
otros hombres. El hombre no está llamado a vivir en soledad, sino en comunidad. Esto lo
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vimos arriba al hablar de la dimensión social del ser humano. El ser cristiano recoge esa
dimensión de sociabilidad y la eleva a una perfección insospechada: a poner el amor
mutuo como el vínculo radical y a hacer de todos un solo “cuerpo”, la “Iglesia”. A esto le
denominamos “la comunión eclesial”.
Todos estos aspectos hacen que el hombre sea alguien, no “algo “es decir, un sujeto, no
una cosa. Como tal, no puede ser utilizado como medio, sino que debe ser estimado
como fin en sí mismo. En cambio, las cosas fueron creadas como medios para el hombre.
Con estas expresiones quiso afirmar que el hombre proviene en parte de la tierra y en
parte directamente de Dios. Como tal, tiene dos principios constitutivos cualitativamente
distintos, uno material y otro espiritual.
La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que, en términos filosófico-escolásticos,
se debe considerar al alma como “forma” del cuerpo, es decir, como lo que hace que
nuestro cuerpo sea un cuerpo humano -como tal expresa vivencias espirituales, propias
del hombre- y que ambos no sean dos naturalezas (dos seres) unidos de modo funcional
(v.g., como es la unión de la barca y el barquero), sino una única naturaleza: se trata de
una unidad sustancial, es decir, se trata de un cuerpo espiritualizado y de un alma
encarnada.
“La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios
[…]. Por tanto, no es producida por los padres. Igualmente, enseña que es
inmortal (cf. Concilio V de Letrán, 1513: DS 1440), por lo que no perece
cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la
resurrección final” (CEC, 366).
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5. Referencias bibliográficas
Auer, J. (1985). El mundo, creación de Dios. Barcelona: Herder.
Burgos, J.M. (2008). Antropología: una guía para la existencia. Madrid. Palabra. Catecismo
https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html
https://www.vatican.va/content/john-paul-
ii/es/encyclicals/documents/hf_jpii_enc_14091998_fides-et-ratio.html
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