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Buscando a Dios
Piezas para una teología filosófica
Ediciones MSC
Santo Domingo, República Dominicana
2013
Buscando a Dios
Piezas para una teología filosófica
Martin Lenk sj
© Ediciones MSC
Diagramación:
En Amigo de Hogar
por Rafael E. Domínguez Gautreaux
Impresión:
AMIGO DEL HOGAR
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República Dominicana.
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Índice general
Prefacio .........................................................................................................7
Introducción .................................................................................................9
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15. Un anhelo infinito ......................................................................145
16. Un pensamiento indestructible ....................................................153
Bibliografía ...............................................................................................237
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Prefacio
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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Introducción
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
3 P. Henrici cuenta esta anécdota en el prólogo de M. Blondel, Logik der Tat, Johannes,
Einsiedeln 1957, 7.
4 De las numerosas publicaciones sobre el tema, solo queremos mencionar a H. de Lubac,
Sur les chemins de Dieu, Paris, Cerf, 2006; en castellano: Por los caminos de Dios, Ma-
drid, Ediciones Encuentro, 1993.
5 Bernardo, De consideratione, lib. 5, 14, 32: “Quaerendus adhuc fuerat, qui nec satis
adhuc inventus est, nec quaeri nimis potest: at orando forte quam disputando dignius
quaeritur, et invenitur facilius. Proinde is sit finis libri, sed non finis quaerendi.”
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I. Límites de la búsqueda
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16 B. González Buelta, En el aliento de Dios, ed. Sal terrae, Santander 1995, 31.
17 El texto original está en francés; las palabras que aquí aparecen en cursiva están en el
original en latín; son citas literales de la Vulgata, la traducción de la Biblia al latín. Cf.
B. Pascal, Pensées I, ed. Brunschvicg, Hachette, Paris 1904, 3-7.
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I. Límites de la búsqueda
Fuego.
Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob
no de los filósofos y de los sabios.
Certeza. Certeza, Sentimiento. Alegría. Paz.
Dios de Jesucristo
Dios mío y Dios de ustedes
“Tu Dios será mi Dios”
Olvido del mundo y de todo, fuera de Dios.
No se encuentra a no ser por los caminos enseñados en el Evangelio.
Grandeza del alma humana.
“Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido.”
Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría.
Yo me he separado de él:
Abandonaron a mí, fuent e de agua viva.
Mi Dios, tú ¿me abandonarás?
Que yo no esté separado eternamente.
“Esta es la vida eterna, que ellos te conozcan el
único Dios verdadero, y aquel que tú has enviado, Jesucristo.”
Jesucristo
Jesucristo
Yo me he separado; le he huido, renegado, crucificado.
Que no esté jamás separado de él.
Él no se conserva sino por los caminos enseñados en el Evangelio:
Renuncia total y dulce.
Sumisión total a Jesucristo y a mi director.
Eternamente en alegría por un día de ejercicio en la tierra.
Que no olvide tus palabras.
Amén.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
porque este escribió la pequeña hoja como recuerdo perenne. Para re-
dactar la hoja tuvo que traducir su experiencia en palabras. Pero las pa-
labras no bastan. No hay palabras para expresar la experiencia de Dios.
El gran estilista, maestro de la prosa francesa como lo demuestran sus
Lettres Provinciales, hubo de capitular ante el intento de plasmar en
palabras lo que experimentó. No hay palabras suficientes para decir lo
que vivió.
Por esto, Pascal no describe su experiencia, más bien balbucea algu-
nas palabras que le pueden recordar lo que sintió. ¡Fuego! … Certeza,
certeza. Sentimiento. Alegría. Paz... Alegría, alegría, alegría, lágrimas
de alegría. Podemos vislumbrar detrás de estas palabras algo de lo que
significó para Pascal la noche del 23 al 24 de noviembre del 1654. La
mayor parte del texto del Memorial son sencillamente citas bíblicas en
francés o en latín. Ya que le faltaban las palabras, Pascal se refugió en
citar la Biblia.
Hay varias razones por las cuales Pascal no pudo expresar su
experiencia de Dios de una forma adecuada. Queremos analizar
dos: La primera es la limitación del lenguaje humano. La segun-
da, la más importante, es que el objeto que trata no permite ser
descrito exhaustivamente en lengua humana, ya que Dios es inefa-
blemente excelso por encima de todo lo que fuera de Él mismo existe
o puede ser concebido.18
Comencemos con la primera razón. Se da el caso de que los huma-
nos alcanzamos relativamente rápido los límites de nuestro lenguaje.
El P. Emiliano Tardif nos relata una simpática anécdota. En uno de
sus viajes se encontró con un niño que se estaba chupando el dedo.
Retando al muchacho el P. Diego le preguntó: ¿A qué sabe tu dedo? …
El niño, con toda ingenuidad, pero lleno de sabiduría, levantó su mano,
le mostró el dedo al Padre y le dijo: ¡Pruébalo! 19 A falta de palabras para
describir el sabor invita a hacer una experiencia.
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I. Límites de la búsqueda
23 Citamos aquí según: B. Pascal, Pensamientos I y II, trad.: J. Domínguez, ed. Aguilar,
Buenos Aires 1973s, 5. Hay diferentes numeraciones de los “Pensamientos” de Pascal;
seguimos aquí con la traducción mencionada a la numeración de J. Chevalier.
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I. Límites de la búsqueda
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II. Buscando fuera
Partiendo desde el mundo
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
3. El mundo divino
Contemplemos el mundo. Miremos en cualquier dirección, hacia
arriba para ver el sol, las nubes y el cielo azul durante el día o las es-
trellas y la luna que iluminan la oscuridad de la noche; miremos hacia
abajo para encontrarnos con la tierra y las plantas; quizás logremos dis-
tinguir una hormiga que corre o un gusano que se arrastra. O miremos
hacia adelante y podremos avistar los árboles y bosques, las praderas,
ríos y manantiales, flores y campos, aves y animales; dondequiera que
dirijamos nuestros ojos nos encontraremos con algo que nos sorprende
y nos maravilla. El encuentro con los fenómenos de la naturaleza inspi-
ra en nosotros toda una gama de sentimientos: temor y miedo durante
la tormenta, inseguridad en la oscuridad de la noche, espanto y horror
frente a la omnipresencia de la muerte; sentimos agradecimiento por el
calor del día y la frescura del agua. La naturaleza aparece majestuosa,
amable e impenetrable a la vez. Siempre nos fascina y evoca un sentido
de devoción y un sentimiento de dependencia.26 Sin duda, nos encon-
tramos en la naturaleza con algo que nos supera, con algo que es más
que humano.
Aunque en la fenomenología de la religión se haya superado el na-
turismo, o sea, la idea de que el encuentro con la naturaleza fuera el ori-
gen de la religión y de la idea de Dios,27 no se puede negar la relación
entre las divinidades y los fenómenos de la naturaleza. En el planeta
Tierra, nos encontramos en lugares muy diferentes y distantes entre sí
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28 Sobre “lo numinoso” cf. R. Otto, Lo Santo: Lo racional y lo irracional en la idea de Dios,
ed. Alianza, Madrid 2001.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
29 Sobre Yocahu Vagua Maorocti como suprema divinidad cf. R. Cassá, Los tainos de la
Española, Santo Domingo, Alfa y Omega, 1974, 157s. 165; cf. J. Reynés, Historia de la
Salvación desde América Latina, MSC, Santo Domingo 1993, 34s.
30 Hesíodo, Teogonía, 116-134.
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31 El nombre responde sencillamente a las primeras palabras del texto que significan
“Cuando en lo alto…”. El texto se encuentra, por ejemplo, en: Enuma Elish. Poema
babilónico de la creación, ed. y trad. Federico Lara Peinado, ed. Trotta, Madrid 2008.
32 Enuma Elis Tablilla I 6-8.
33 Cf. A.T. Koury/G. Girschek, So machte Gott die Welt. Schöpfungsmythen der Völker,
ed. Herder, Freiburg 1985, 145-164.
34 Enuma Elis Tablilla VI 29-34.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
35 Cf. O. Kaiser et al., Texte aus der Umwelt des Alten Testaments Bd.3, Mythen und
Epen, ed. Mohn, Gütersloh 1993-97, 353. 880s.
36 Edda de Snorri, Gylfaginning 8 = Snorri Sturluson, Prosa-Edda, trad. A. Häny, ed.
Manesse, Zürich 1991, 24s.
37 Cf. Rig Veda X 90.
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de ser parte de una familia del mundo que va más allá de lo biológi-
co. Los Sioux anuncian el nacimiento de un niño al mundo que le
rodea y piden con una oración a todos los elementos que acepten al
recién nacido dentro de la familia naturaleza:38 ¡Oh! Ustedes, sol, luna
y estrellas; a todos ustedes, los que migran por el cielo, les suplico,
óiganme. En medio de ustedes nació una vida nueva. Acéptenla, ¡les
conjuro! Hagan su camino llano para que alcance la cima de la primera
colina. ¡Oh! Ustedes, vientos, nubes, lluvia, niebla… cerros, valles, ríos,
lagos, árboles, hierbas… aves grandes y pequeñas, los que vuelan por
el aire, ¡Oh! Ustedes, animales grandes y pequeños, los que viven en
los bosques… En medio de ustedes nació una vida nueva. Acéptenla,
acéptenla todos, ¡les conjuro! Hagan su camino llano para que pueda
caminar más allá de las cuatro colinas. Desde esta visión familiar los
pueblos indígenas de América insisten de una forma especial en la in-
vocación de la tierra como Madre. La tierra nos ama, se alegra al escu-
char nuestras canciones. Hierbas, flores y árboles son su cabello, el viento es
su aliento, el océano movido es el palpitar de su corazón… El muerto tiene
que dejar de verla; no puede ver como ella hace verde su cuerpo, porque
regresó al vientre de su madre.39 Algunos de estos pueblos indígenas nor-
teamericanos piden perdón a los árboles que talan para las construccio-
nes y a los animales que matan para alimentarse.
En muchos pueblos, aun más que la Tierra, el Sol ha sido venerado
como dios supremo. Conocemos los grandes monumentos que erigie-
ron las culturas precolombinas de los mayas, incas y aztecas en honor
al Sol. El shintoismo venera a Amaterasu, la diosa gloriosa que brilla en
el cielo, la fundadora de la casa imperial japonesa. En Roma se rendía
culto al Sol invictus y se celebraban sus fiestas y su día. Y en Babilonia
se veneraba al Sol como Shamash, dios de la justicia. En siglo XIV antes
de Cristo, el faraón egipcio Akenatón fue tan lejos como para declarar
al Sol única divinidad digna de veneración. Entre los documentos de
la devoción de Akenatón está también el hermoso himno dedicado
38 Cf. W. Müller, Terra Amata, ed. Klett, Stuttgart 1975, 10s; traducimos el himno del
texto inglés de Alice Cunningham Fletcher/Francis la Flesche, The Omaha Tribe, ed.
Bison Book 1992 (1ra ed. 1911), 115s.
39 W. Müller, Terra Amata, 15.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
40 El texto se puede encontrar en muchos lugares, p.ej. W. K. Simpson (ed.). The literature
of Ancient Egypt, Yale University Press, London/New Haven 1973, 290-295.
41 L. Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus 6.432.
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42 E. Jüngel, Gott als Geheimnis der Welt, ed. Mohr Siebeck, Gütersloh, 2010, 181; cf.
sobre lo mismo toda la teología dialéctica.
43 Salmo 41,4.
44 Cf. Agustín, Enarrationes in Psalmos 41,7-10.
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45 Cf. 2 Macabeos 7,28: “Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que
hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano
ha llegado así a la existencia.”
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46 Los detalles sobre el hecho, las fuentes antiguas y su valoración histórica en: Kirk/Raven/
Schofield, Los filósofos presocráticos, 127-132.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
47 Así unos fragmentos (14-16) transmitidos por Clemente de Alejandría, cf. Kirk/Raven/
Schofield, Los filósofos presocráticos, 248; Sobre todo el tema cf. también, W. Jaeger, La
teología de los primeros filósofos griegos, trad.: J. Gaos, México, Fondo de la cultura,
1980.
48 Jenófanes, Fragmento 23, cf. Kirk/Raven/Schofield, Los filósofos presocráticos, 249.
49 Cf. Platón, Apología de Sócrates 26d; cf. Kirk/Raven/Schofield, Los filósofos presocrá-
ticos, 492-536.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
ideal.53 Si los filósofos aceptan a los dioses, no son ya los dioses de los
mitos, sino seres que no se parecen ni al mundo, ni a los seres huma-
nos. Epicuro (aprox. 341-271 a.C.) aseguró que la existencia de los
dioses era cierta. Los dioses para él eran inmortales y felices. Ahora,
estos dioses no tenían absolutamente nada que ver con el mundo ni
con los hombres. No se ocupan del mundo, semejante actividad solo
podría perjudicar su felicidad; no se meten en asuntos humanos, están
sencillamente ausentes.54
Para el mundo greco-romano esta secularización del mito trajo
como consecuencia la división entre creencia y culto. En la vida pú-
blica se seguía dando culto a dioses en cuya existencia no se creía. Así,
también la piedad personal se hallaba desgarrada. ¿Cómo se podía se-
guir orando, cantando y sacrificando a los dioses de los mitos si no
existían?55 De cierta manera el cristianismo dio respuesta a esta crisis
religiosa de la Antigüedad.
c) Secularización del concepto de naturaleza en la filosofía mo-
derna
La Modernidad dio el próximo paso más en la desdivinización
del mundo y el protagonista de este nuevo avance en la secularización
fueron las ciencias naturales, en la medida en que se abren a una nueva
manera de mirar a la naturaleza. Su punto de partida es la observación,
el experimento y la experiencia. Hay que medir, contar, pesar y con-
tabilizar. Lo que se observa se trata de expresar cada vez más precisa-
mente en hipótesis, fórmulas y teorías. Se describe lo que hay y lo que
sucede en determinadas circunstancias y así se puede predecir cada vez
mejor lo que sucederá en el futuro. Se trata de analizar las causas de los
procesos naturales para establecer reglas y leyes, y estas causas se entien-
den como eficientes según el modelo de la mecánica, es decir, como
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
Tal vez nos parezca tan familiar que la materia sea sustancia, que ya
no percibimos la revolución filosófica que hay detrás de esta expresión.
Para la Antigüedad y la Edad Media estaba claro que la sustancia no
era un principio material sino espiritual. La sustancia no se identificaba
con la materia, sino con la esencia misma de una cosa. Y la esencia era
precisamente lo no material. En coherencia con este pensamiento, la
esencia es lo que hace que una cosa sea lo que es. A la pregunta ¿qué es
esto?, se debe responder refiriéndose a la esencia.56 Esta esencia se defi-
ne principalmente por su fin, y en relación a este fin se entiende como
informando la materia, dándole forma. Un ejemplo: una silla. Para la fi-
losofía aristotélica la sustancia de la silla se expresa en su fin, o sea, en el
poder-sentarse-en-ella. No importa de qué materia esté hecha. La silla
siempre será la sustancia silla, esté hecha de madera, metal o plástico.
En la Modernidad, con la nueva definición de sustancia, esto cambió
radicalmente. Ahora la sustancia será plástico, madera o metal, pero
el que esta sustancia esté modelada de tal forma que alguien se pueda
sentar en ella, parecerá ahora algo más bien accidental. La razón de este
cambio es clara: Las ciencias naturales modernas, la física y química
no estudian esencias filosóficas, sino que estudian la materia: metales,
madera, plástico o cualquier otro material.
Podemos resumir así este cambio tan radical de la Modernidad:
la materia es sustancia, porque también la esencia es materia. Lo úl-
timo de una realidad concreta ya no es su fin, sino su materia. Ya no
se ve la esencia en la realidad inmaterial y universal que hace que
cualquier silla sea silla, sino que se ve la esencia y sustancia en los
átomos y moléculas que componen esta silla concreta. Parece que lo
que define la silla ya no es el poder-sentarse-en-ella, sino la ubicación
concreta de su materia, su extensión en el espacio y en el tiempo. El
mundo ya no es más que res extensa.
La cosa pensante no aparece en este mundo, por lo que todo – con
excepción del alma – se reduce a materia, también las plantas, los ani-
males y el cuerpo humano. Por esto, la analogía que explica las plantas,
los animales y hasta el mismo cuerpo humano pasa a ser la idea de la
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ya aparece… Llamo a los bosques y el oleaje del mar, pero su eco anuncia
que están vacíos… insensibles... como la campanada del reloj, sirviendo a
la ley de la gravedad, la naturaleza despojada de los dioses... los hombres
eran más divinos, cuando los dioses eran más humanos.61
La instrumentalización moderna de la naturaleza para un supuesto
bienestar humano, siguiendo los imperativos de Francis Bacon, nos
ha dejado un vacío. Donde otrora se veían ninfas y náyades en aguas
sagradas, donde se elevaban enhiestos árboles sagrados, ahora encon-
tramos embotelladoras de agua mineral; los bosques se convirtieron en
materia prima para papel de periódico; los montes ya no son refugio
de divinidades, sino que albergan en su interior minas que aguardan
ser explotadas; incluso los lugares más hermosos de la tierra se cotizan
según las posibilidades de comercialización turística.
El camino de la secularización parece irreversible; ya nadie puede
creer en serio en un mundo divinizado, parece que ya nadie puede
hablar con el Sol esperando una respuesta o conjurar a los cielos para
obtener un tiempo favorable o sacrificarle a la tierra para que dé sus
frutos. Con todo, en las últimas décadas, la confianza en la ciencia, la
técnica y el progreso se ha visto tocada por un desengaño innegable.
Cada vez se espera menos de la ciencia que pueda dar solución a los
problemas más apremiantes. Es más, lo increíble está sucediendo: hay
un resurgir poderoso de creencias y cultos que vuelven a mitificar la
tierra como diosa, que conjuran a las fuerzas de la naturaleza y adoran
a los elementos cósmicos como a divinidades propias.
61 F. Schiller, Die Götter Griechenlands, líneas 145. 150. 159s. 165-168. 191s; en: F. Schi-
ller, Sämtliche Werke I, Gedichte, Stuttgart, Cotta 1860, 66ss.
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65 Cf. Las descripciones en el libro de Boff, Zukunft für Mutter Erde, passim.
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a animales que vencen a los seres humanos. Todo se puede ver como
una parábola de la explotación de la tierra y del proceso de desarrollo
y civilización que supuestamente ha destruido la armonía original
entre la Tierra y sus habitantes.
Hay un sinnúmero de publicaciones que tratan esta religiosidad
de una nueva mitificación de la Tierra. Nos limitamos a algunas pu-
blicaciones de Leonardo Boff, el conocido teólogo católico de la libe-
ración, que en los últimos años se ha destacado como defensor de la
Madre Tierra. En la asamblea general de la ONU, Boff dijo: Desde la
más alta ancestralidad, las culturas y las religiones testimonian la creencia
de la Tierra como Gran Madre, Inana, Terra Mater, Magna Mater y Pa-
chamama. Los pueblos originarios de ayer y de hoy tenían y tienen clara
conciencia de que la Tierra es generadora de todos los vivientes. Solamente
un ser vivo puede producir vida en sus más diferentes formas. La Tierra
es, pues, la Madre universal.66 Ampliamente, Boff explica que la Tierra
es sagrada, cuasi divina. Ella no es un compuesto de material muerto,
sino un macroorganismo viviente. Así, se trata de justificar frente a un
mundo lastrado por una mentalidad cientificista que la debemos lla-
mar también hoy nuestra Madre o, con la expresión griega tradicional,
Gaia.67 En su libro, Boff cuenta de su encuentro con sacerdotisas maya
en Guatemala: de cómo ellas invocaron para él las energías de las mon-
tañas, de las aguas, de los bosques, del sol y de la Madre Tierra. A una
sacerdotisa, Madre Tierra le comunicó que él tenía una herida en su
rodilla y ella la sanó moviendo su mano desde el fuego sanador hacia la
rodilla herida. Boff afirma que está convencido del poder de los chama-
nes que están en contacto con las energías del universo y ayudan a los
seres humanos a vivir bien.68 Finalmente, alaba la religión Umbanda,
una religión sincretista esotérica de Brasil. En los elementos naturales
sus fieles descubren a la divinidad; ellos están llenos de devoción delan-
te de las energías cósmicas, conocidas como orixas.69
66 Del discurso de Boff del 22-4-2009, citado en L. Boff, Zukunft für Mutter Erde, 67.
67 Cf. Leonardo Boff, Die Erde ist uns anvertraut, ed. Butzen und Bercker, Kevelaer 2010,
53ss.
68 Cf. L. Boff, Zukunft für Mutter Erde, 293s.
69 Cf. L. Boff, Zukunft für Mutter Erde, 299s.
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6. La prueba cosmológica
La admiración es la actitud del filósofo, no hay otro inicio de la filo-
sofía, dijo Platón.72 Aristóteles por su parte le secundó: A través de la
admiración, los hombres, hoy y en el principio, comenzaron a filosofar.73 El
ser humano es el ser que puede admirarse y asombrarse, que puede pre-
guntar por el origen y las razones. Y así comenzó a filosofar, sorpren-
diéndose del sol y de la luna, de la tierra y de las plantas y preguntán-
dose por el origen de todo. Los filósofos de la Antigüedad consideraron
la existencia del universo como el primer signo de la existencia de Dios
y frente a las dudas que surgieron comenzaron a formular pruebas de
71 Francisco de Asís, Cántico de las criaturas, 9, en: Francisco de Asís, Escritos, 50.
72 Platón, Teeteto 155d.
73 Aristóteles, Metafísica I 2 (982 b).
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91 Dante Alighieri, Divina Comedia III (Paraíso) 24, 130s y 34, 145.
92 Cf. Según su obra Timeo, Platón distingue entre las ideas que son eternas y el devenir
que necesita una causa; con todo Platón está más cerca de la idea judeo-cristiana de la
creación que Aristóteles.
93 Sobre esto, especialmente Aristóteles: Sobre el Cielo I 10-12 (279 b-284 a).
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tero, sino simplemente de la causa física eficiente que tiene como efec-
to el vuelo de la pelota hacia fuera del campo de juego. En este mundo,
experimentamos que todo tiene su causa eficiente, y cada causa tiene
otra causa anterior ya que nada existe sin causa eficiente. Entonces,
tiene que haber una primera causa eficiente, que por sí misma no tiene
causa, o sea, una primera causa incausada.
En la tercera vía, Tomás observa que todo lo que existe en el mun-
do podría también no existir. Este poder-no-existir se llama ser contin-
gente. Entonces, todo lo que encontramos en el mundo lleva dentro de
sí esta posibilidad de no existir y, de hecho, alguna vez no existió. De
ahí, Tomás concluye que, dado que algo existe, tiene que haber algo
que existió siempre y de tal forma que exista necesariamente; o sea, que
no puede no existir y que tiene la causa de su necesidad no en otro,
sino en sí mismo. El absolutamente necesario es otro nombre de Dios.
Vemos que Tomás, con mucha razón, no habla de pruebas de la
existencia de Dios, sino de vías. No son pruebas como las conocemos
hoy en las ciencias naturales –como, por ejemplo, en la física– y no lo
pueden ser, porque precisamente son vías que nos llevan más allá del
mundo natural o físico. En la primera vía, el primer motor no mueve
igual que todos los otros motores, porque mueve sin ser movido: es
más, mueve siendo inmóvil. No encontramos semejante motor en el
mundo. Al hablar en la segunda vía de la primera causa eficiente, esta
primera causa no es la primera dentro de una cadena de causas iguales.
Para volver al ejemplo del efecto dominó, no es la primera ficha de
dominó que cae y desencadena todo el movimiento. Es una causa to-
talmente diferente, la causa de todas las causas, la causa incausada, algo
que nunca aparece ni puede aparecer dentro del mundo. En la tercera
vía, el ser necesario es diferente a todo lo que conocemos en el mundo,
ya que todo lo que encontramos en el mundo es contingente, no es nece-
sario. Así, cada una de las tres vías nos lleva más allá del límite del uni-
verso y nos muestra que hay algo más que este universo, sin lo cual el
universo no existiría. Dios es el Otro, el que no es parte de este mundo.
Menos conocidas que las cinco vías son las objeciones a la existen-
cia de Dios, que Tomás plantea en el mismo artículo. Son dos: la pri-
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do.110 Este acto que hace que un algo, o sea, una esencia, exista, es
propiamente la obra de aquel que es el Ser. Es el acto de crear. En las
palabras de Tomás: Ya que Dios es el mismo ser por su esencia, es necesa-
rio que el ser creado sea su efecto propio, como la acción de quemar es el
efecto propio del fuego. Mas Dios produce este efecto en las cosas, no sólo
en el primer momento en que empiezan a existir, sino mientras que son
conservadas en la existencia. Con esto, Tomás corrige la idea de que el
crear sea solo un acto del pasado. Como ejemplo menciona la luz en
el aire. El aire es iluminado tan pronto como el sol sale y permanece
iluminado todo el tiempo que el sol lo ilumina. Así es la creación de
Dios, mientras Dios da el ser las cosas existen. Con esto, constata la
presencia de Dios en todas las cosas: de ahí se deduce que Dios está en
todas las cosas de una manera íntima,111 dado que nada le puede ser
más íntimo a algo que su propia existencia.
La admiración por la existencia de las cosas se ha convertido ahora
en una admiración por la presencia íntima de Dios en todas las cosas. Lo
que más profundamente caracteriza a todo lo que es en todas sus dimen-
siones y realizaciones, el hecho de ser y de existir, es signo luminoso de
la presencia de aquel que es el Ser en sí mismo. Una vez más es pertinen-
te una célebre frase de la Suma Teológica de Tomás: Dios está en todas las
cosas íntimamente. Está en cada cosa según su esencia, potencia y pre-
sencia. Es evidente que en esta concepción la creación entera es buena
y sagrada. En todo lo creado nos podemos encontrar con el Creador.
Esto significa que en cada cosa hay un misterio, la presencia de aquel
que da el ser, la existencia. Transcendencia e inmanencia de Dios no se
excluyen mutuamente. En la filosofía antigua parece que Dios, cuanto
más trascendente menos inmanente es, o sea, mientras más se acentúa
que no es parte del mundo, menos se puede encontrar en el mundo.
Por el contrario, para la filosofía cristiana no es así, la trascendencia e
inmanencia divinas son directamente proporcionales,112 o sea, cuanto
110 Cf. Tomás de Aquino, Compendio de Teología 68: “El primer efecto de Dios en las
cosas es la misma existencia, lo que es el presupuesto de todos los otros efectos y ellos se
fundan sobre ella.”
111 Suma Teológica I q 8 a 1 c.
112 Cf. L.B. Puntel, Sein und Gott, ed. Mohr Siebeck, Tübingen 2010, 272.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
121 Carnap, Der logische Aufbau der Welt, ed. Meiner, Hamburg 1998, 254. Ambas citas
en H.D. Mutschler, Physik und Religion, Wiss. Buchgesellschaft, Darmstadt 205, 107.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
122 De acuerdo a su tiempo, Kant pensaba que el modelo más acabado de la ciencia natural
era la física de Newton; así, Kant se hace partidario del determinismo newtoniano para
los fenómenos, pero postula la libertad, la inmortalidad del alma y Dios desde la razón
práctica, o sea, desde la ética.
123 I. Kant, Crítica de la Razón Pura B XXX.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
70
II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
124 El mismo título de uno de sus libros es muy significativo: K. Popper, El universo abierto.
Un argumento en favor del indeterminismo, Madrid, Tecnos 1986, 41ss. En este libro
propone sustituir el paradigma moderno del mundo como reloj por el paradigma de la
nube que no muestra su funcionamiento en una claridad mecánica.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
125 Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, ed. Alianza, Madrid 1987. Esta
obra consta de breves proposiciones enumeradas; repetimos en las citas los números.
Nos referimos aquí únicamente al Wittgenstein del Tractatus de 1921. Él mismo cambió
mucho su propuesta en su obra Investigaciones Filosóficas.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
dad de los hechos. Aunque este lenguaje quiere referirse a todo lo que
acaece en el mundo, al final de su pequeña obra advierte que, con esto,
no está dicho todo: 6.41. El sentido del mundo tiene que residir fuera
de él. En el mundo todo sucede como sucede; en él no hay valor alguno, y
si lo hubiera carecería de valor. (...) 6.42. Por eso tampoco puede haber
proposiciones éticas. Las proposiciones no pueden expresar nada más alto.
6.421. Está claro que la ética no resulta expresable. La ética es trascenden-
tal. (Ética y estética son una y la misma cosa.)
Con esto, queda claro que la ética, la estética, la mística, la religión
y la pregunta por el sentido de algo y de todo, no pueden formar parte
de este tipo de lenguaje científico. Cuando la ciencia haya dicho todo
lo que puede decir, todavía no nos habrá dicho lo que más queremos
saber. Aunque todos los problemas, que hoy en día todavía ocupan a
los científicos de todas las ramas, fueran resueltos, las preguntas real-
mente importantes de mi vida quedarían aún sin tocar: 6.52. Sentimos
que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido res-
puesta, nuestros problemas vitales no se han rozado en lo más mínimo.
Para el Tractatus estos problemas vitales son inexpresables. Lo que
queda es el silencio. Wittgenstein escribió a su editor sobre el Tractatus
Logico-Philosophicus: ... mi obra se compone de dos partes: de la que aquí
aparece y de todo aquello que no he escrito. Y precisamente esta segunda
parte es la importante.126 Extraña afirmación: lo importante del libro es
lo que no está escrito en él. En consecuencia, la última proposición del
Tractatus dice: 7. De lo que no se puede hablar hay que callar.
En otras palabras, lo realmente importante es precisamente lo que
no se puede decir, porque no es de carácter científico. Realmente no
nos puede satisfacer la reducción de nuestro lenguaje a proposiciones
científicas como lo propone Wittgenstein (cf. 6.521 y 6.53). Tenemos
que hablar de lo que más profundamente nos toca. En su penúltima
proposición el mismo Wittgenstein muestra otra solución: 6.54. Mis
proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
139 J. Habermas en su discurso sobre fe y saber, al recibir el premio de la paz del gre-
mio librero alemán: Glauben und Wissen, en FAZ, Frankfurt del 15.10.2001, 9; más
concretamente Habermas habla de una “autodescripción objetivante que no solamente
complementa, sino también sustituye la autocomprensión personal”.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
140 Juan Pablo II, Carta del 1ro de junio 1988 a George V. Coyne, director del Observato-
rio Romano, en: AAS 81 (1989), 279.
141 Tomás de Aquino, De veritate q 10 a 1 c: “rerum essentiae sunt nobis ignotae”; cf. J.
Pieper, Unaustrinkbares Licht, ed. Kösel, München 1963, 38.
142 Cf. M. Murray/M. Rea, An Introduction to the Philosophy of Religion, University
Press, Cambridge 2008, 221s.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
143 También hoy, una minoría de astrofísicos defiende el modelo de un universo estaciona-
rio.
144 Pio XII, Le prove della esistenza di Dio alla luce della scienza naturale moderna, discurso
a la Academia Pontificia de Ciencias del 22 de noviembre del 1951 en: AAS 44 (1952),
31-43.
145 D. Bonhoeffer, Widerstand und Ergebung, Gütersloh 1985,155. Cf. S. Bauberger,
Schöpfung oder Urknall? En: Stimmen der Zeit 218 (2000) 688-702.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
Antes de continuar, una breve explicación del Big Bang. Según esta
teoría, el universo comenzó a existir hace unos 14 mil millones de años.
En el primer instante, toda la materia y energía estaba concentrada en un
punto sumamente pequeño, algunos hablan de un átomo original. Claro
que esta masa era compacta, las partículas elementales que hoy constitu-
yen el átomo aún no existían, las leyes físicas, como las conocemos hoy,
no entraban para entonces en juego. En el plazo de ínfimas fracciones
de segundo,146 la materia supercaliente, en una explosión-inflación, se
expande desde el tamaño de un átomo hasta el tamaño de una toronja;
la temperatura es para entonces de unos 1026 Cº. Después de unos tres
minutos ya se ha dado un enfriamiento hasta solo los 100 millones de
grados, aún una temperatura demasiado alta para la formación de áto-
mos. Después de unos 300,000 años, la temperatura baja a solo 10,000
grados y los átomos que conocemos hoy pueden comenzar a formarse.
Pasan unos 1,000 millones de años hasta que aparecen las primeras ga-
laxias. Hoy – después de unos 14 mil millones de años – el universo
tiene una temperatura de unos - 270º C, muy cerca ya del punto más
frío posible. El universo sigue expandiéndose, las galaxias se alejan. Hay
dos teorías diferentes sobre el futuro: la de que, en algún momento, el
proceso se invierte y todo vuelve hacia el núcleo original, según lo cual
se habla del Big Crunch, o la de que la expansión continúa hacia el infi-
nito. Algunos teóricos proponen que hay un universo pulsante, es decir,
que después de contraerse en un solo punto en el Big Crunch, vuelve a
expandirse en un nuevo Big Bang, y así infinitas veces.
Quizás al escuchar esta explicación, la teoría del Big Bang nos pare-
ce sumamente inverosímil, por inimaginable, pero esto es un rasgo que
tiene en común con muchas de las afirmaciones de la física moderna,
que va más allá de las leyes físicas tradicionales y más allá de nuestra ca-
pacidad de imaginación. Aquí nos interesa investigar qué relación tiene
esta teoría con la prueba cosmológica de la existencia de Dios y la fe en
la creación. A primera vista parece coincidir, de una forma sorprenden-
te, con ideas creacionistas. La ciencia afirma un inicio del universo, un
desarrollo desde un punto cero, o como dicen, desde una singularidad.
146 La primera fase, llamada tiempo de Planck, duró solo 10-43 segundos.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
151 En la carta del 1º de junio 1988 a George V. Coyne, director del Observatorio Romano,
Juan Pablo II pide que algunos teólogos sean expertos en ciencias. De esta manera, evi-
tarían el uso apologético precipitado de los resultados de la ciencia y, al mismo tiempo,
ayudarían para ver la relevancia de los resultados científicos para la comprensión más
profunda de la investigación teológica; cf. AAS 81 (1989), 281.
152 Cf. Agustín, Confessiones XI, 12, 14; Agustín añade que un chistoso había contestado
a la pregunta de qué Dios hacía antes de crear el mundo, diciendo que él creó unos
infiernos para la gente que hace este tipo de preguntas. Ciertamente, el tema del tiempo
es uno de los más discutidos y difíciles de la cosmología.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
153 Stephen Hawking, Agujeros negros y pequeños universos, ed. Plaza y Janes, Barcelona
1994, 91.
154 Ejemplos en S. Bauberger, Schöpfung oder Urknall, ibid. 692s. Cf. S. Bauberger, Was
ist die Welt? Ed. Kohlhammer, Stuttgart 2003, 201s. 213s.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
el centro del universo. Críticos de este principio han advertido que tiene
que aparecer así, ya que si no hubiese seres humanos, no habría principio
antrópico; solo el ser humano puede encontrar un principio antrópico y,
en virtud de su punto de vista, siempre lo va a encontrar.
Ciertamente, el principio antrópico es una interpretación de los datos
disponibles y, como tal, será siempre discutible. ¿Qué queda? La teoría del
Big Bang no puede ni probar ni contradecir el argumento cosmológico;
solo lo puede ilustrar de una manera nueva. De hecho, ninguna teoría fí-
sica puede entrar en competencia con el argumento cosmológico como lo
hemos presentado, dado que el argumento se refiere a algo que no es parte
del mundo, mientras que la física solo puede estudiar el mundo. Siempre
seguiremos preguntando por el origen del universo. Seguiremos pregun-
tando, si el principio de todo es la casualidad, el azar, la materia o si,
detrás de todo, hay un espíritu, una inteligencia, un plan. Preguntaremos
si, como principio del universo, es la noche, el sinsentido y lo absurdo lo
que reina o si en el centro del universo late el corazón del amor divino. La
contemplación de las leyes de la física nos seguirá invitando, sin dudas,
tanto más cuanto más avance la ciencia, a una admiración creciente.
Imaginémonos contemplando a un pintor en acción. En un gran
lienzo traza unas líneas, añade unas manchas de colores; todo parece sin
plano y sin sentido. Sigue dibujando, llenando espacios blancos, nuevos
colores aparecen, pinta encima de viejas líneas y las va utilizando, y de
repente nos encontramos con un paisaje hermoso. La mancha azul se
convirtió en un lago, un espacio en blanco en la cumbre nevada de una
montaña, una línea ondulada es ahora parte del horizonte nublado. Pode-
mos intentar mirar al mundo así. Fusiones nucleares, fuerzas increíbles e
inimaginables, parámetros físicos… todo parece sin sentido, pero después
de siglos aparecen galaxias y estrellas, sistemas solares y planetas y, final-
mente, seres vivos, entre ellos el ser humano. Podemos ver detrás de todo
un hermoso plan, pero no estamos obligados a hacerlo. En nuestra mano
queda dar al conjunt o otra interpretación.
Puede acontecernos el quedarnos asombrados mirando las fotos de
galaxias lejanas. El admirarnos de la belleza y del orden en lo más pequeño
y en lo más grande. El asombrarnos de la armonía de las leyes de la física.
85
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
Ahora bien, el aceptar el cosmos como don del amor exuberante de Dios
depende de nuestra decisión. Somos libres. Lo que sí podemos mostrar
es que la fe en Dios no es menos racional que el ateísmo. Los datos de la
física, la teoría del Big Bang y la sorprendente armonía entre las diferentes
fuerzas que obran en el cosmos, hacen muy racional el creer que, detrás de
todo, hay una razón. El inicio del evangelio de Juan, habla del logos. Dice
que en el principio existía el logos, y que sin el logos no existía nada de lo
que existía. Logos significa palabra y también razón. Si vemos la estructu-
ra lógica, racional de la construcción de la naturaleza podemos sospechar
detrás de todo también una racionalidad. Entendemos la fe en Dios como
opción a favor de la razón. No puede ser más racional la creencia en la
irracionalidad ciega del dominio del azar y de la materia que la fe en Dios.
Si queremos, podemos contemplar las mismas leyes de la física, que han
hecho posible la existencia del universo y su desarrollo durante miles de
millones de años, como una manifestación de la racionalidad divina y
como un don del amor del Creador.
9. Evolución y Dios
La conocida serie animada de Los Simpsons presenta en una de sus
emisiones la evolución de Homero Simpson, el papá de la familia de
muñequitos. Una célula con la cara de Homero Simpson se divide en
dos, después en cuatro, en ocho, en muchísimas, que llenan un líquido
y aparece como bacteria, se convierte en algo parecido a un renacua-
jo, en seguida en pez. El pez va a tierra y le crecen patas; entonces se
convierte en un reptil que toma el aspecto de una rata con la cara de
Homero. Esta rata sobrevive al ataque de los dinosaurios y al impacto
de un meteoro; de repente la rata brinca hacia arriba y se encuentra en
los árboles tomando el aspecto de un mono; va perdiendo su cola y,
brincando entre ramas y lianas, acaba mostrándose en forma erguida;
así, vuelve a la tierra de un salto y comienza a correr primero a cuatro
patas y después con las dos traseras; va saludando con la mano y, en
rápida sucesión, se muda de ropa desde un primitivo vestido de pieles
hasta llegar a la ropa de hoy. Finalmente, entra en su casa y se sienta
junto a su familia en el sofá delante del televisor. Su esposa Marge le
86
II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
pregunta: ¿Por qué tardaste tanto? Claro, tardó unos 3,7 mil millones
de años de evolución en que la primera célula acabara transformándose
en el homo sapiens que hoy puebla la tierra. Parece que, en cierto as-
pecto, el spot va más allá de la teoría del mero evolucionismo: Homero
ya estaba presente en la primera célula y parece que toda la evolución
apunta hacia la aparición del emblemático personaje de Springfield.
Aquí no podemos entrar en la discusión científica sobre la evolución de
la cual hemos mencionado una simplificación divertida. Simplemente
queremos preguntar por algunas implicaciones filosóficas y por su lu-
gar dentro de la reflexión filosófica sobre Dios.
A diferencia de la teoría del Big Bang, la teoría de la evolución ha
conocido oposición y polémica por parte de algunos representantes
de la Iglesia desde su primera formulación hasta el día de hoy. Dicho
sea, con todo, desde el principio: Hoy por hoy la Iglesia católica, en las
formulaciones de su magisterio, no se opone a la doctrina de la evolu-
ción para explicar el origen de las diferencias entre las especies. Ya en
la Encíclica Humani Generis (1950) de Pío XII se puede leer: En nada
contradice la teoría de la evolución a la fe católica, si afirma que el cuerpo
del ser humano es hecho de una materia viva antecedente.155 La materia
viva antecedente no puede ser otra cosa que el común antepasado entre
mono y hombre. En el mismo texto se aclara que, con esto, no se ha
dicho todo sobre el ser humano: aunque su cuerpo sea fruto de la evo-
lución, el ser humano es más, su alma es creación de Dios.
Juan Pablo II, en su mensaje a la Academia Pontificia de las Cien-
cias sobre la Evolución y el Origen del Vida, no deja duda de que
acepta la evolución como posible explicación del origen de la vida in-
sistiendo en un salto ontológico para llegar al ser humano, que no puede
ser sencillamente el producto de un desarrollo linear. Este mismo salto
ontológico, como diferencia metafísica, no es necesariamente accesible
a la descripción de las ciencias naturales.156 Joseph Ratzinger secunda:
Nadie puede dudar en serio de las pruebas científicas para los procesos
155 DS 3896.
156 Cf. Juan Pablo II, Mensaje a la Academia Pontificia de las Ciencias sobre la Evolución y
el Origen del Vida del 22 de octubre del 1996 (en francés), en: AAS 89 (1997) 186-190.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
157 J. Ratzinger/P. Flores d´Arcais, Gibt es Gott?, ed. Wagenbach, Berlin 2006, 16; cf. Tam-
bién J. Ratzinger en: ed. A. Raffelt, Weg und Weite, Festschrift für K. Lehmann, ed.
Herder, Freiburg 2001, 640s.
158 Benedicto XVI, Homilía Pascual del 24 de abril 2011.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
159 En mensaje a la Academia de Ciencias, Juan Pablo II pide “una hermenéutica rigorosa
para la interpretación correcta de la Palabra inspirada. Conviene delimitar bien el senti-
do propio de la Escritura, descartando interpretaciones indebidas que le hacen decir lo
que no tiene intención de decir” en: AAS 89 (1997), 181.
89
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
160 A menudo la evolución se entiende más bien como un paradigma, es decir, también
como una forma de pensar que se autoinmuniza contra la crítica. Resultados que con-
tradicen sencillamente se ignoran o se supone que son equivocados, ya que “todavía” no
se dejan asimilar al paradigma de referencia para pensar la realidad.
91
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
161 Sobre la valoración de la evolución desde la teología católica cf. Comisión Teológica
Internacional, Comunión y servicio: La persona humana creada a imagen de Dios, Va-
ticano 2004, especialmente los números 62-70.
92
II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
162 R. Dawkins, River out of Eden, London, ed. Weidenfeld and Nicolson, 1995, 131s.
93
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
165 Un año luz es igual a unos 9, 500 mil millones de kilómetros, un segundo luz son unos
300,000 kilómetros, la Luna está a una distancia de un poco más de un segundo de luz,
el Sol a algo más de 8 minutos.
166 Pascal, Pensamientos 91.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
167 Cf. R. Collins, Divine Action and Evolution = T. Flint/M. Rea, Philosophical Theology,
University Press, Oxford 2008, 240-261. Collins habla de la evolución como origen y
parte de una interconexión y comunión profunda entre el ser humano y toda la creación
a tres niveles: emergente, ancestral y redentora.
168 J. Monod, El azar y la necesidad, Barcelona, Barral, 1970.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
probables, pero faltan las pruebas. Lo único que sabemos con seguri-
dad es que el ser humano existe sobre la Tierra y que todos los factores,
casualidades y parámetros han debido contribuir para que esto sea un
hecho. No podemos probar que tantos factores contingentes que in-
teraccionaron para que la evolución se haya desarrollado así sean más
que azar; por lo tanto, haremos otra propuesta.
Todos los biólogos, sin importar qué ideología defiendan, nos
presentan una realidad maravillosa. Citemos un ejemplo que da
Hoimar von Ditfurth, un evolucionista más que convencido,169 que
describe cómo la oruga de una mariposa del sur de Asia, la Attacus
edwardsii, se protege de sus enemigos. Ella se esconde en una hoja.
Antes de eso muerde la hoja cortándola de la rama, para que se se-
que y se enrolle, para después poder esconderse dentro de la hoja, y
sin embargo, antes de morderla, teje un hilo para pegar la hoja a la
rama, para que no se caiga. Pero con esta protección todavía no le
basta a esta larva. Al lado pone unas cinco o seis hojas secas más en-
rolladas, pero estas hojas quedan vacías, solo una será habitada por
la larva. Ciertamente, un método muy inteligente de camuflaje de
la larva para protegerse a sí misma cuando se encuentre indefensa
ante el apetito de las aves. La oruga prácticamente no tiene cerebro
y no se entiende cómo podría ser tan inteligente para inventar esta
protección bastante eficiente. Von Ditfurth, sin dejar su convicción
darwinista, saca la conclusión de que espíritu e inteligencia eviden-
temente ya entraron al mundo antes del ser humano.170 Él no quiere
sacar de ahí una prueba de la existencia de Dios. Simplemente afir-
ma que la evolución manifiesta una realidad racional. Estudiando
la naturaleza nos maravillamos frente a tanta belleza y lo que parece
ser un milagro de finalidad. De nuevo estamos en el inicio de la
ciencia y de la filosofía: la admiración. La interpretación depende de
nosotros. Y de nuevo se nos pregunta si queremos atribuir todo esto
a un ciego azar, como lo postula el evolucionismo, o sí queremos
169 Una crítica al evolucionismo de Hoimar von Ditfurth se puede encontrar en R. Löw,
Die neuen Gottesbeweise, ed. Bechtermünz, Augsburg 1998, 107-117.
170 Hoimar von Ditfurth, Am Anfang war der Wasserstoff, ed. Hofmann und Campe,
Hamburg 1972, 9-16.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
171 Cf. H. Drobner, Lehrbuch der Patrologie, ed. Lang, Frankfurt 2004, 383. La cita de
Agustín cf. p. ej. Sermo 43,9 (= BAC Sermo 63,9 pág. 640s).
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
172 P. Teilhard de Chardin, Lettres à Léontine Zanta, ed. M. De Certeau, Paris 1965, 53.
173 Cf. P. Teilhard de Chardin, La place de l´homme dans la nature, ed. Seuil, Paris 1963.
174 P. Teilhard de Chardin, La messe sur le monde, en: Hymne de l´Univers, ed. Seuil, Paris
1961, 30; P. Teilhard de Chardin, Himno del Universo, 29.
99
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
de los astros y la danza en corro de los ciclos de vida y muerte, del nacer
y perecer de todos los seres vivos.
El orden y la idea de la armonía contrasta con la concepción del
caos original, y surge el interrogante: ¿cómo entra el orden en el caos?
Para Aristóteles era inconcebible que de la nada surja algo, que de la
noche venga la luz o que el caos engendre el orden: Y si fuera como dicen
los autores de mitos que todo fue generado por la Noche, o, como dicen los
físicos que todas las cosas estaban juntas en un caos, esto es imposible. …
Nada en efecto se mueve al azar, sino que siempre tiene que haber algún
motivo… Entonces el Caos y la Noche no pueden ser origen de todo.180
Aristóteles se muestra enemigo de la idea de que el azar pudiese ser el
principio del orden. Para él, el orden tiene que ser anterior, no hay caos
original, la raíz de todo es un principio ordenado y ordenador, la razón.
En esta dirección ya habían pensado algunos de los filósofos presocrá-
ticos anteriores a él. El nous, la mente, es el origen del movimiento,
había dicho Anaxágoras; el logos, la razón, es el principio detrás del
devenir permanente, señaló Heráclito.
La visión del mundo de Aristóteles es hondamente teleológica.
Todo se entiende desde el telos, desde la meta, desde el fin. Todo se
mueve hacia un fin y esta finalidad está inscrita en el corazón de cada
ser, es su entelequia, le da su sentido propio. Hay una dinámica, un
anhelo, una fuerza, un apetito en lo más íntimo de cada ser hacia su
realización, hacia su bien. Así, el mundo es un movimiento ordenado
hacia el bien, siendo el primer motor inmóvil el gran imán que atrae
todo hacia sí y que mantiene de esta forma el universo en movimiento.
Cicerón (106-43 a.C.) inventa en su libro Sobre la Naturaleza de
los Dioses un ejemplo para argumentar contra el azar como principio
generador de orden: Me sorprendo de que haya alguien, que se convenza
a sí mismo de que los cuerpos sólidos e individuales, a fuerza de gravedad,
por pura casualidad, formen este mundo tan bellamente ordenado y tan
hermosísimo. Que esto pudiese ser así, no me cabe en el entendimiento,
me parece ser lo mismo que si una innumerable cantidad de las veintiún
101
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
181 M. T. Cicerón, Sobre la naturaleza de los dioses II, 93; Cicerón redacta su texto como
un diálogo entre un filósofo epicúreo, un estoico y un académico.
182 Cf. especialmente el libro II de M.T. Cicerón, Sobre la naturaleza de los dioses.
183 Cf. M.T. Cicerón, Sobre la naturaleza de los dioses II 160.
102
II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
103
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas naturales son
dirigidas al fin. Le llamamos Dios.185
Tomás distingue entre las cosas que tienen conocimiento y las que
no tienen conocimiento. En las cosas que no tienen conocimiento, se
observa un ordenamiento, obran por un fin, como si tuvieran inteligen-
cia. Todo se realiza dentro de un ordenamiento, de acuerdo a leyes. No
hay un obrar por azar, sino de acuerdo con un fin, para alcanzar algo. Ac-
tuar de acuerdo a un fin es actuar intencionadamente. Tener una inten-
ción supone tener conocimiento, tener inteligencia y voluntad. Las cosas
naturales carecen de inteligencia y voluntad; son inconscientes. Entonces
¿cómo pueden las cosas inconscientes moverse hacia un fin? ¿Cómo en-
tró la finalidad en ellas? La respuesta de Tomás es que la dinámica hacia
el fin entró en las cosas de la misma manera en que el estar lanzada hacia
el blanco entró en la flecha: por el arquero. La flecha vuela hacia su meta,
porque el arquero apuntó hacia ella. Así, alguien inteligente puso la fina-
lidad en las cosas. Y este ser inteligente que ordena y gobierna todo tan
sabiamente es para Tomás aquel a quien llamamos Dios.
De ahí en adelante, teleología y teología van juntas. Y parece que
aquel que quisiera negar la teología se vería también obligado a negar la
teleología. Podemos entender el desarrollo histórico que sigue a Tomás
en Occidente como una historia de la eliminación tanto de la teleolo-
gía como de la teología.
René Descartes marca –sea dicho de nuevo– el inicio de la Moder-
nidad; en el mundo como res extensa, como cosa o sustancia extensa, todo
acontece de acuerdo a leyes mecánicas. El estudio de estas leyes mecánicas
prescinde de cualquier intencionalidad. Intencionalidad solo se puede en-
contrar en la res cogitans (la sustancia pensante) o en Dios. En esta concep-
ción, la pregunta de cómo una intencionalidad puede operar dentro de
este mundo determinado, difícilmente halla una solución satisfactoria. Así,
se presentó para Descartes la dificultad de explicar cómo el ser humano
pudo pensar un movimiento del cuerpo y después realizarlo.186
104
II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
187 B. de Spinoza, Ética (Ethica ordine geométrico demonstrata), IV Propositio 22, De-
monstratio.
188 Así el título de su obra principal, “El Mundo como Voluntad y Representación”, Die
Welt als Wille und Vorstellung, Leipzig 1819.
105
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
contrario y exalta esta fuerza como la voluntad del poder que se mani-
fiesta en un poderoso sí al mundo y a la vida.189
Parece que lo que sobrevivió de la tradicional doctrina de la teleo-
logía en el evolucionismo es sencillamente este poderoso deseo de vivir,
el impulso de la conservación personal y más aún de la especie. El me-
canismo evolutivo prescinde de toda finalidad; todo es mutación casual
y selección a través de la supervivencia del mejor adaptado. Esto garan-
tiza como resultado “final” la supervivencia del más apto, el “survival
of the fittest”. En este sentido, se trataría de un inmenso movimiento
de egoísmo empujando la maquinaria evolutiva. Para R. Dawkins, el
lugar de este egoísmo son los genes y memes, que hacen todo para so-
brevivir. Todas las formas de vida no son más que diferentes “fundas”
para proteger los genes y garantizar su supervivencia e inmortalidad.190
Así se llega a un resultado, a un fin, sin que hubiese una inteligencia
que haya puesto finalidad en el proceso.
Preguntando por el sentido y por la finalidad, nos vemos, una
vez más, enfrentados a las visiones evolucionistas y cientificistas del
mundo. Todo nuestro pensar, nuestro lenguaje y sentir continuamente
supone un sentido y una finalidad en las operaciones. Las aves constru-
yen los nidos para sus crías y van en otoño al sur para escaparse del frío
del invierno. Los riñones funcionan para filtrar la sangre, el hígado la
desintoxica y el corazón la bombea a todas partes del cuerpo y, en todo
esto, al igual que en innumerables otros ejemplos, se manifiesta una
finalidad. Prescindir de la finalidad puede ser un método muy útil para
estudiar ciertos aspectos de la realidad y llegar a resultados científicos,
pero nunca puede estar de acuerdo con el sentido común. Seguimos
suponiendo que todo tiene algún fin.191 Y seguimos admirando los fi-
nes en la naturaleza. El mismo sentido común sigue preguntado cómo
sería posible tal perfección si no hubiese ninguna inteligencia detrás de
189 Cf. por ejemplo: F.W. Nietzsche, Así habló Zaratustra III, Los siete sellos o La canción
del Sí y Amén, pág. 374ss.
190 Cf. R. Dawkins, The Selfish Gene, ed. University Press, Oxford 1976; R. Dawkins, El
gen egoísta: las bases biológicas de nuestra conducta, Barcelona, Salvat, 1993.
191 Cf. Tomás de Aquino, Suma contra Gentiles III título del cap. 2: “Omne agens agit
propter finem” – todo lo que actúa, lo hace por un fin.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
ella. De ahí que Kant, que rechaza todas las pruebas de la existencia de
Dios, asevere que el argumento teleológico, que él llama de acuerdo a
su concepción físico-teológico, o sea, el argumento que unifica la física
con la teología, sea la prueba más antigua, la más clara, y la que mejor se
acomoda a la razón del común de las personas192.
También al investigador científico, el orden del universo le sigue
inspirando admiración. Albert Einstein escribe: Lo más bello que podemos
experimentar es lo misterioso. Es el sentir fundamental que se encuentra al
lado de la cuna del arte verdadero y de la ciencia verdadera. Quien no lo
conozca, no se maravilla; quien ya no puede admirarse, está, por decirlo así,
muerto y su ojo se cegó. La experiencia de lo misterioso –mezclado con temor–
ha engendrado también la religión. Verdadera religiosidad es saber que hay
algo impenetrable para nosotros; que existen manifestaciones de la razón más
profunda y de la belleza más radiante, que sólo son accesibles para nuestra
razón en sus formas más primitivas. Este saber y este sentir constituyen la
verdadera religiosidad. En este, y únicamente en este sentido, soy un hombre
profundamente religioso.193 Y un poco más adelante habla de la religio-
sidad del investigador que consiste en la admiración embelesada sobre la
armonía de la causalidad natural en la cual se manifiesta una razón supe-
rior, de la cual toda la racionalidad del pensar y ordenar humano no es más
que un reflejo insignificante.194 Con todo, para Einstein, esta racionalidad
es algo impersonal. El pasado y el futuro, los hechos de la naturaleza y
los actos humanos le parecen haber sido determinados. Dios para él no
existe independientemente del universo. Y así la admiración por el orden
del mundo, una vez más, no es una prueba matemática, es una invitación
racional a creer en la racionalidad, en la bondad, en el sentido.
El físico italiano Carlo Rubbia –premio nobel en 1984 y director
del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) –, a la
pregunta ¿cree que Dios es necesario para entender la naturaleza?, responde
así: No exactamente. En primer lugar, la religión es algo íntimo de cada uno.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
195 En una entrevista con el periódico El País, citado por A. Pérez de Laborda, El mundo
como creación, ed. Encuentro, Madrid 2002, 251.
196 Buenaventura, Itinerarium mentis in Deum I, 15.
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
204 Este ejemplo ya lo utilizó Platón en su parábola del sol, República VI (507b ss). Plotino
lo retomó y condensó en pocas palabras en sus Eneadas I 6 9,31ss: “Ningún ojo puede
ver el sol si no es semejante al sol, y así ningún alma puede ver lo bello si ella misma no
es bella; por lo tanto, que se haga cada uno primero semejante a Dios y bello, si quiere
ver lo bueno y lo bello.”
205 Tomás de Aquino, De veritate q 22 a 2 ad 1.
206 Tomás de Aquino, De veritate q 22 a 2 título: “Secundo quaeritur utrum omnia appe-
tant ipsum Deum.”
207 Tomás de Aquino, De veritate q 22 a 2 c: “omnia naturaliter appetunt Deum implicite,
no autem explicite.”
112
II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
deseos, incluso el deseo de morir, tienen que implicar que esté vivo, ya
que de otra manera no puedo desear nada.
Le es natural al ser humano desear la vida. Siempre queremos el bien,
por lo menos de tal forma que queremos algo, de lo cual suponemos que
en algún sentido es bueno para nosotros, aunque el bien consista en un
placer que no sea saludable. No hay más que pensar en aquel hombre que
bebió dos galones de habichuelas con dulce, en lo que buscaba el bien
que le suponía obtener un placer, por mucho que tal acción resultase en
algún que otro dolor de barriga posterior. Repetimos: desear siempre es
desear el bien, querer conocer siempre es querer conocer la verdad. Así,
nuestra vida es, por naturaleza, deseo de vivir, deseo de verdad, deseo de
felicidad. Así, somos búsqueda de nuestra realización, deseo de alcanzar
nuestro ser verdadero. Faltará por mostrar que estos deseos implican de
alguna forma el deseo de Dios. Faltará explicitar que es a Dios a quien
buscamos como vida verdadera, como realización de nuestro ser más
auténtico y como verdad y felicidad última y definitiva. Para aquel que
cree, esto es fácil de ver, y así se sabe continuamente en este camino hacia
Dios. Esto supone en el ser humano que sea “capaz de Dios”, al igual que
es capaz de escuchar una palabra. Una montaña no es capaz de escuchar
una palabra, aunque la pueda repetir con su eco, y el murciélago no es
capaz de escuchar dicha palabra y captar su sentido, aunque tenga oídos
mucho más finos que nosotros. El hecho de que somos capaces del bien
y de la verdad nos deja entrever que también somos capaces de Dios. El
lado oscuro de estas capacidades es que también somos capaces del mal
y de la mentira y por tanto, también, de negar a Dios.
Nos vemos obligados a afirmar el ser, la verdad y el sentido. Hasta los
escépticos, al presentar sus tesis escépticas tienen que renunciar a su escep-
ticismo. Uno de los escépticos más famosos de todos los tiempos, Gorgias,
formuló las tres tesis: Nada existe. Si existe algo, no lo podemos conocer. Si po-
demos conocer algo, no lo podemos comunicar. Las tesis no solo se contradi-
cen entre sí, sino que el mismo Gorgias, al formularlas, ya se contradijo,
porque imposible sería formularlas si fueran verdad. Y si fueran verdad no
podrían ser verdaderas. Aristóteles dice que es imposible probar el principio
de no-contradicción con argumentos, es sencillamente evidente. Y los que
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
de sonidos en una pieza musical. Este más nos sorprende y nos abre a
una realidad que no va contra la racionalidad, pero que tampoco se
deja reducir a ella. La belleza se nos acerca como perfección, armonía y
claridad, pero no se agota en ellas.
Si preguntamos qué es la belleza, podemos recordar las diferentes
definiciones que se han dado. En la tradición platónica la belleza es la
expresión sensible de las ideas inteligibles. La escolástica enumera los
elementos de integridad, perfección, proporción, armonía y claridad.218
F. Schiller ha caracterizado la belleza como la manifestación de la libertad.
A partir de la Modernidad se ha intentado definir la belleza no desde cri-
terios objetivos, sino desde el sentir subjetivo. Muchas veces se ha repeti-
do la opinión de que, últimamente, la belleza está en el ojo del hombre.
Es cierto que el ojo que no está avezado en el ver no capta la belleza y que
el oído que no está preparado para escuchar a Mozart, no puede gustar la
belleza de sus sinfonías. Al mismo tiempo, notamos que la belleza no se
deja reducir a lo que me gusta. Las experiencias que hemos mencionado
insisten precisamente en la objetividad de la belleza, sin que se pudiese
definir exactamente qué es lo que hace que lo bello sea bello.
Resulta imposible definir la belleza. Una definición tendría que
reducir la belleza a otra realidad. Pero la belleza es precisamente lo que
no se deja reducir. Tampoco se puede reducir a una función biológica,
aunque no deje de tenerla. La belleza de las flores y la variedad de sus
perfumes es más que un mecanismo para atraer insectos. Es propio
del ser humano experimentar y disfrutar de la belleza como algo que
existe por sí mismo.219 La belleza es sin interés, sin porqué. Siempre es
derroche. Y así la naturaleza está derrochando belleza desde tiempos
inmemoriales. Paisajes hermosos que nadie ha visto jamás, cristales es-
condidos en la profundidad de la tierra, juegos de colores en los abis-
mos del universo que no tienen observador. Nos vienen a la mente las
vidrieras en las catedrales góticas del Medioevo, que están ubicadas a
118
II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
demos por qué la belleza siempre nos comunica sentido, por qué nos
da una noción de que somos amados, de que recibimos un regalo, algo
que no nos hemos ganado.
Podemos avanzar aún un paso más. La misma fuerza del amor en
nosotros que nos hace buscar esta belleza, ella misma es regalo recibido.
¿De dónde nos podría venir este anhelo si no lo hubiésemos recibido?
Platón da como explicación el mito de la anamnesis o reminiscencia.
Deseamos algo porque ya lo conocíamos antes de nacer; el problema
es que lo hemos olvidado. Lo conocemos intuitivamente en virtud de
algo que experimentamos antes de nuestro nacimiento. Aristófanes ha-
bla en el Banquete del anhelo de la mitad perdida.226 Cristianamente
entendemos que somos creados con este deseo natural de Dios, un de-
seo que se manifiesta continuamente en el deseo de conocer la verdad,
en querer el bien y en el amor a la belleza. Así, entendemos que Dios ya
ha creado en nosotros algo de este amor y de esta hermosura que solo
en él podemos encontrar. La belleza que queremos encontrar ya está
bocetada dentro de nosotros.
Con gran maestría describe Juan de la Cruz esta doble relación en-
tre amor y belleza en sus poesías. En primer lugar, está la búsqueda del
amado, el amor a este amado es la herida que el amado dejó. Por eso, ya
se conoce el amado de alguna manera, aunque todavía no se le conoce
como se le quiere conocer. Cada manifestación del amado es hermosura.
Esta hermosura está presente en todo lo creado. El Cántico espiritual227
comienza cantando el ansia de la búsqueda: ¿Adónde te escondiste, Amado,
y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras
ti clamando, y eras ido. La hermosura de este se encuentra por doquier,
ya que toda la creación lo refleja, y sin embargo, no es él mismo: Mil
gracias derramando pasó por estos sotos con presura, y, yéndolos mirando,
con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura. La mirada al agua de
la fuente, ya no es el enamoramiento de sí mismo, como en el mito de
Narciso, es el anhelo de ver y de ser visto por el amado, cuya belleza de
122
II. Buscando fuera – Partiendo desde el mundo
228 Juan de la Cruz, Cántico espiritual (B), declaración a 36, 5, pág. 796.
229 F.M. Dostoyevski, El Idiota III 5, 788; cf. C.M. Martini, ¿Qué belleza salvará al mun-
do?, Navarra, Verbo Divino, 2000.
230 Agustín, In Epistolam Ioannis IX, 9.
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III. Buscando dentro
Partiendo del ser humano
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III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
cuatro patas, al medio día, adulto, camina sobre dos y a la tarde, ancia-
no, usando un bastón, se mueve con tres. El hombre, que era la solu-
ción al enigma, sigue siendo un misterio para sí mismo. Cada persona
humana encierra un enigma y un misterio y el mismo Edipo tuvo que
experimentarlo trágicamente.
¡Conócete a ti mismo! Para los autores de la Antigüedad signifi-
caba esto que el ser humano debía conocer dentro de su grandeza su
miseria, y parece que su grandeza precisamente consiste en conocer su
miseria. Dada su miseria, su condición de ser suplicante aparece como
la esencia del ser humano. Así, la Ilíada comienza con la súplica de
Crises, sacerdote de Apolo, por la liberación de su hija y concluye con
el anciano rey Príamo arrodillándose delante de Aquiles y besándole la
mano al asesino de sus hijos suplicándole por el cadáver de Héctor. La
humillación del ser humano hasta el polvo es la esencia de la tragedia
griega. Edipo, que se cree un dios al inicio de la famosa obra de Sófo-
cles, aparece al final destruido y cegado. El cuarto canto del coro inicia:
¡Oh míseros mortales, si les comparo con la nada – son iguales!238 El
ser humano se encuentra en la tensión entre su cuasi divinidad y su
miseria absoluta. Se reviste de una grandeza asombrosa, mas de re-
pente se ve desnudado de todo. El coro de los ancianos en la Antígona
de Sófocles se hace eco de esta tensión: Muchas cosas hay portentosas,
pero ninguna es tan portentosa como el hombre. El hombre vence a los
elementos viajando por el mar, sembrando la tierra, cazando animales.
Él es: pantoporos, aporos – tiene recursos para todo, encuentra su ca-
mino en cada circunstancia y, al mismo tiempo, no halla camino – se
encuentra siempre en aporía, en perplejidad acerca de lo que debe decir
o hacer. Aquí está lo verdaderamente portentoso del ser humano: está
en casa, en todas partes y en ningún lugar a la vez. No sabe cómo esca-
parse de la muerte.239 Su dicha es siempre pasajera. Los que vieron en
Edipo al más dichoso de los mortales, se hallaron al final defraudados:
De modo que hasta esperar su último día, no hay que proclamar feliz a
127
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
ningún mortal antes que haya llegado, sin sufrir ningún mal, al término
de su vida. 240
¡Conócete a ti mismo! El ser humano es el ser que sabe que va a
morir. Pero jamás está dispuesto a rendirse frente a su propia muerte.
Ya las primeras y más antiguas manifestaciones de cultura humana dan
testimonio de un deseo de inmortalidad; no en vano, la existencia de
tumbas y ritos fúnebres sirve para datar e identificar las primeras apari-
ciones de seres humanos. Los textos grabados en las pirámides de Egip-
to son el conjunto de documentos escritos más antiguos que tenemos
y tratan del culto a los muertos, así como de ceremonias y oraciones
mágicas para garantizarle al faraón una vida feliz en el más allá.
La que podría ser considerada la “novela” escrita más antigua, a sa-
ber, la epopeya babilónica de Gilgamesh, relata la búsqueda de la inmor-
talidad por parte del protagonista después de la muerte de su amigo
Enkidu. El ser humano es el ser que sabe que va a morir, pero no lo sabe
de la misma manera en que el ratón, delante de la serpiente, sabe de su
muerte violenta e inminente. El ser humano sabe de su muerte desde
que despierta a la conciencia y, así, se plantea la pregunta por la inmorta-
lidad y por el sentido de la vida como tal. También cabe, naturalmente,
el caso de que el hombre intente evadir la pregunta por la inmortalidad
y el sentido para esquivar el pensamiento de su muerte. De hecho, este
parece ser el caso más cotidiano: a veces parece que tenemos toda una in-
dustria de calmantes, una cultura de la anestesia, con el fin de evitarle al
ser humano el preguntarse por el sentido de su vida o, mejor dicho, con
el fin de calmar la angustia que tal pregunta incontrolable en el interior
de sí mismo le provoca. Sea como sea, parece que todo el afán por olvi-
darse de esta pregunta acaba teniendo como resultado que el vacío que
el ser humano lleva dentro de sí, se manifieste aún más poderosamente.
La pregunta por la vida y la muerte del ser humano se convierte en la
pregunta ineludible por el sentido. ¿Sí o no? ¿Tiene la vida humana un
sentido? ¿Tiene el ser humano un destino, una meta, un fin?241
128
III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
242 Cf. para la reflexión que sigue: K. Rahner, Grundkurs des Glaubens, ed. Herder, Frei-
burg 1976, 54-96; K. Rahner, Curso fundamental sobre la fe, 65-116.
129
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
130
III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
243 La palabra alemana “Existenzial”, que Rahner toma del Ser y Tiempo de Heidegger, ha
sido en ocasiones traducida sin más por “existencial” al castellano (así en el Curso fun-
damental sobre la fe). Pero, dado que Heidegger utiliza además el adjetivo “existenziell”
es preferible poder traducir éste por “existencial” y la expresión alemana “Existenzial”
como “existenciario”, en este sentido traduce J. Gaos: “… llamamos a los caracteres del
ser del ‘ser ahí’ ‘existenciarios’”, Ser y Tiempo, 56.
244 Cf. M. Heidegger, Ser y Tiempo, § 12ss.
245 Cf. K. Rahner, Grundkurs des Glaubens, Herder, Freiburg 1976, 61; K. Rahner, Curso
fundamental sobre la fe, 74: “No obstante, el conocimiento de Dios es trascendental,
pues la referencia originaria del hombre al misterio absoluto, la cual constituye la expe-
riencia fundamental de Dios, es un existenciario (existencial) permanente del hombre
como sujeto espiritual.”
131
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
246 H. de Lubac, Por los caminos de Dios 61; cf. Aristóteles, De anima III 7 (431 b); P.
Rousselot, L’Intellectualisme de Saint Thomas, Paris 1908, 65: “El espíritu es theós pōs
(de alguna manera Dios) antes de ser pánta pōs (de alguna manera todo)”.
247 Cf. K. Rahner, Grundkurs des Glaubens, Herder, Freiburg 1976, 58; K. Rahner, Curso
fundamental sobre la fe, 70.
132
III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
nos dicen que no debemos preguntar por el sentido del todo, que nos
conformemos con un pensamiento débil, un pensamiento que renuncia
a verdades y se conforma con la variedad y libertad de una multitud
de posibles interpretaciones.248 Quizá sea esto posible ordinariamente,
pero todos nos encontramos en algún momento en situaciones límites
y, en estas situaciones, la pregunta por el sentido de todo se hace for-
zosa.
En su novela El Idiota, Dostoyevski deja reflexionar a su protago-
nista sobre los pensamientos de un condenado a muerte en sus últimos
minutos entre la sentencia y el fusilamiento. Es la experiencia del pro-
pio autor, que fue condenado a muerte, y al que estando en el cadalso
le llegó el indulto, conmutando la sentencia por otra de trabajos forzo-
sos. Una situación límite por excelencia. ¿Qué pasa en estos minutos?
¡Qué preciosa se hace la vida! Instantes que se convierten en eternidad
y obligan a preguntarse por ella.
Conocemos muchos ejemplos de célebres personas que, solo gracias
a pasar por situaciones límites, descubrieron una nueva dimensión de su
vida. De Siddhartha Gautama se cuenta que tuvo que encontrarse con
un anciano, un enfermo, un cadáver y un asceta para despertar de su vida
acomodada y encaminarse hacia una vida nueva que le hizo llegar a ser
Buda. Francisco de Asís experimentó la guerra, la cárcel y la cercanía de
un leproso e Ignacio de Loyola se encontró cara a cara con la muerte des-
pués de que una bala le destruyera una pierna. Karl Jaspers concibe entre
las situaciones límites individuales la lucha, la culpa, el azar y la muerte.
249
Cada una de ellas tiene su par antinómico: lucha - ayuda mutua; cul-
pa - conciencia y perdón; azar - sentido; muerte - vida. Inevitablemente,
el ser humano se acaba viendo a sí mismo en estas situaciones. En ellas,
se le abre una dimensión de la vida que se escapa a su control y dominio:
la dimensión del misterio y de la trascendencia que abarca todo. Llama
la atención que Jaspers, de profesión psiquiatra, frente a las situaciones
límites y la realidad de la trascendencia, no pudo encontrar respuesta sa-
133
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
250 Agustín, Confessiones 10, 33, 50: “mihi quaestio factus sum, et ipse est languor meus.”
251 Cf. Aristóteles, Política I 2 (1253) y Ética nicomáquea I 13 (1102s)
252 Citado por K. Jaspers, Cifras de la Trascendencia, Alianza, Madrid 1993, 18; Jaspers
se inspira en este texto para exponer la constante búsqueda del hombre por su propia
existencia en la cual se le abre al propio ser humano la dimensión de la trascendencia.
134
III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
actúan de la forma en que los mitos los describen. Por esta opinión, el
mismo Sócrates fue acusado y condenado bajo el cargo de impiedad.
Sócrates no puede aceptar a un dios que pudiese querer algo malo, ni
puede aceptar que haya una brecha entre lo razonable y lo bueno. De
ninguna manera puede aceptar Platón que el dios Uranos, primero,
quisiera matar a sus hijos y, después, fuera asesinado por su hijo Cronos,
que, a su vez, devoraba a sus hijos, hasta que su hijo Zeus acabó con él.
¿Una justificación mitológica del parricidio?
Claro está, leer los mitos de esta forma racional es destruir el mito;
es no hacerle justicia a lo que el mito quiere decir, a la verdad propia
del mito. Platón sabía esto. Mas él estaba convencido de que contar
semejantes mitos a los niños podría ser muy dañino para la educación,
ya que los niños, que son tan susceptibles y que fácilmente se quedan
con lo que se les enseña en su primera niñez, podrían imitar la injus-
ticia cometida por los dioses. En este sentido –dicho sea de paso– nos
podemos imaginar, qué diría Platón sobre el efecto educativo de los
mitos llamados telenovelas con los cuales nuestros niños y niñas de hoy
se están criando delante de la pantalla del televisor. Platón estaba con-
vencido de que los mitos son falsos –a no ser que sean leídos de forma
alegórica– porque presentan una idea falsa de la divinidad.
El tema no ha perdido actualidad. También hoy hay quienes justi-
fican lo que hacen simplemente con la afirmación de que es voluntad
de Dios. ¡Dios lo quiere! Es el lema de las cruzadas de ayer y de hoy,
y basta a muchos para mentir, robar, matar y destruir. Los dioses aman
lo justo. Lo bueno es racional, afirma Sócrates. La injusticia no se con-
vierte en justicia porque un dios lo mande. Uno puede pensar en las
consecuencias de esto para el ámbito cristiano; Dios sancionó lo si-
guiente en los diez mandamientos: Respetar padre y madre, no matarás,
no mentirás… ¿No podría, sin embargo, haber mandado también odiar
padre y madre, matar y mentir? Algunos afirman que sí; que si Dios
dijera que hay que matar, entonces, matar sería bueno. La respuesta de
Sócrates, al igual que la de Tomás de Aquino, es decididamente: ¡No!
Dios no se contradice. Nos habla en la Escritura y nos habla a través
de nuestra razón; dos dimensiones que se iluminan mutuamente, pero
138
III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
261 Benedicto XVI, Discurso en la universidad de Ratisbona, en: AAS 98 (2006) 730s;
Benedicto cita al emperador bizantino Miguel II.
262 Cf. Efesios 3,19.
263 Platón, República II 18 (379 ab).
139
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
264 En este contexto Platón es el primero en emplear esta palabra “teología” para sus re-
flexiones sobre Dios República II, 18 (379 a).
265 Así, habiendo llegado al final de poder “dia – logar” (es decir: “penetrar con la razón”)
sobre el tema de la vida después de la muerte Sócrates invita “dia-mythologôumen”, es
decir: “hablemos sobre esto en mitos”, que iluminan el misterio, cf. Fedón 70b.
140
III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
parábola que deja entrever el misterio. Sin duda, su mito más conoci-
do es el mito de la caverna, pero están también los mitos sobre el amor
en el Banquete, sobre la inmortalidad en el Fedón, el mito de Er sobre
el juicio después de la muerte en la República, entre muchos otros. Para
hablar de la idea del bien, que es el punto final y cumbre de toda su
doctrina filosófica de las ideas, Platón recurre a la parábola o analogía
del Sol.266 Nos habla del Sol, para poder hablarnos de la idea del bien,
o sea, de la bondad que engendra, conserva y gobierna todo.
Nuestros ojos tienen la capacidad de ver, pero sin la luz que sale
del Sol esta capacidad sirve para poco, no se puede realizar. El sol hace
ver, porque los ojos de alguna manera están emparentados con el sol.
De este modo, dice Platón, tenemos la capacidad de conocer, pero, sin
la verdad que procede del bien, no podemos conocer nada correcta-
mente. El Sol es analogía del bien, es vástago del bien, su “hijo” que nos
habla de cómo el bien se derrama sobre el mundo. Nuestra capacidad
de conocer, o sea, nuestra mente –Platón, con la tradición griega, lo
llama nous– está emparentada con la verdad. De poco serviría nuestra
razón, si no pudiera captar la verdad, pero esta capacidad, según Pla-
tón, le viene de la bondad que está encima de todo. La idea del bien no
solo hace posible nuestro conocimiento, sino que, así como el Sol hace
nacer y crecer, así la idea del bien da a todo el ser y la esencia. Vemos el
inmenso optimismo de esta visión de la Antigüedad. Todo procede de
alguna manera de la idea del bien, es decir, todo lo que es, es, en algún
sentido, bueno. Así, también la mente y la razón humana son buenas,
participan de la bondad de la idea del bien y, por lo tanto, pueden
conocer la verdad.
Al desarrollar estos pensamientos desde la analogía con el Sol, Pla-
tón se inscribe en una añeja tradición religiosa, pero, al mismo tiempo,
despoja al Sol de su carácter divino al hacerlo tan solo imagen de la idea
del bien.267 El principio más fundamental de su teología es la bondad
de Dios y, así, la idea del bien y Dios se identifican: del bien le viene a
266 La analogía del Sol se encuentra en Platón, República VI 18ss (507 b-509 d).
267 Aun así, Platón, desde la tradición mitológica, sigue llamado al Sol dios (508 a) y no a la
idea del bien, siendo así que para él el Sol no es más que una imagen de la idea del bien.
141
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
las cosas conocidas el existir y la esencia, siendo así que el bien mismo no es
una esencia sino algo que se eleva mucho más allá de la esencia en poder y
en dignidad.268 Al escuchar tantas afirmaciones sobre el bien y su tras-
cendencia, Glaucón, el joven interlocutor de Sócrates, exclama: ¡Por
Apolo! ¡Qué elevación más demoníaca! El bien en sí mismo no cabe en
ninguna categoría, no es esencia, no es un ser como todo lo conocido,
no es una realidad como otras realidades, sino algo mucho más elevado
que todo lo demás.
Nos hemos encaminado a buscar a Dios dentro de nosotros mis-
mos y encontramos en nosotros el imperativo: ¡Haz el bien! De alguna
manera, este imperativo exige que el bien exista. Platón y con él toda
una tradición filosófica considera que nuestra razón puede conocer
este bien. Nuestra mente puede conocer el bien, porque tiene algo en
común con el bien, porque es capaz del bien, es, de alguna manera,
conforme al bien. Así, el conocimiento del bien nos reenvía al conoci-
miento del que es bueno en sí.
Kant escribe en la conclusión de su Crítica de la razón práctica: Dos
cosas colman el ánimo con una admiración y una veneración siempre reno-
vadas y crecientes, cuanto más frecuente y continuadamente el reflexionar
se ocupa de ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí.269
También aquí encontramos la dinámica de una mirada hacia fuera y
hacia dentro. El cielo estrellado sobre mí no es para Kant, simplemente,
la mirada romántica hacia arriba que se siente extasiada al mirar las es-
trellas. El cielo estrellado sobre mí me sitúa como un elemento peque-
ño dentro de la inmensidad del universo, con horizontes cada vez más
amplios de sistemas solares, de planetas y estrellas. Me hace sentirme
una nada dentro del espacio inmenso de las galaxias y los procesos de
duración ilimitada. El ser humano se experimenta, en su pequeñez y
casualidad, no más que como un punto en el universo, una organiza-
ción de una pequeña cantidad de materia, que en algún momento, en
un instante, volverá a reintegrarse en otros procesos. En cambio, la ley
moral dentro de mí me pone también en relación con un mundo infini-
142
III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
270 I. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, 84; en: I. Kant, Werke IV,
Akademieausgabe, 429.
143
Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
271 Cf. I. Kant, Crítica de la razón práctica, A 23 nota 5: “No supe encontrar mejor expre-
sión para esta necesidad racional subjetiva pero verdadera e incondicionada.” Por un
postulado de la razón práctica entiende Kant “una proposición teórica, pero que como
tal no puede ser demostrada, en cuanto depende inseparablemente de una ley práctica
que tiene vigencia incondicionada a priori.” Ibid. A 220.
272 Así el título del § 87, I. Kant, Crítica del juicio, 439.
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III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
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274 Novalis, Das allgemeine Brouillon, 857; citado por M. Heidegger en el inicio de su
asignatura sobre los términos fundamentales de la Metafísica en: M. Heidegger, Die
Grundbegriffe der Metaphysik = Gesamtausgabe 29/30, Klostermann, Frankfurt 1983,
7.
275 Cf. Homero, Odisea V 214ss.
276 E. Levinas distingue agudamente entre Ulises que regresa a la patria de origen y Abrahán
que va hacia la tierra prometida que aún no conoce, cf. E. Lévinas, La huella del otro,
México, Taurus, 2000; J. Urabayen, La crítica de E. Levinas a la filosofía occidental:
Abraham frente a Ulises, en: Estudios Filosóficos 53 (2004) n. 153, 313-331.
277 E. Bloch, Prinzip Hoffnung, Suhrkamp, Frankfurt 1959, 1628. La última palabra de
la obra reza en alemán “Heimat”, que habitualmente se traduce como “patria”, cf. E.
Bloch, El Principio Esperanza (3), Madrid, Trotta, 2008, 510”. Pero el término que no
se deja traducir adecuadamente al español. “Heimat” es más que “patria”; la primera par-
te de la palabra, “Heim”, significa hogar, por esto traducimos aquí simplemente como el
lugar, donde uno está en lo suyo, está: en casa.
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III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
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zón hasta que descanse en Ti.284 Pero, solo en una mirada retrospectiva,
Agustín entendió que su búsqueda inquieta era un afán por encontrar
a Dios; tuvo que andar muchos caminos equivocados para caer en la
cuenta del origen y fin auténtico de su búsqueda.
Tomás de Aquino define al ser humano como desiderium naturale
visionis Dei – deseo natural de ver a Dios. De alguna manera, el ser hu-
mano es consciente de este deseo, pero es un deseo anónimo, no sabe
lo que desea. Desea ser feliz, pero no sabe que es lo que realmente le
hace feliz. Y no puede saberlo porque no puede saber cómo es Dios, si
el mismo Dios no le regala este conocimiento. Así, al ser humano, des-
de su propia fuerza, solo le queda reconocer que necesita algo para su
plena felicidad, lo cual no sabe exactamente qué es y, en su debilidad,
no puede alcanzar. En el tercer libro de la Suma contra Gentiles, Tomás
recorre las diferentes posibilidades de encontrar la felicidad de abajo
hacia arriba y excluye, paso por paso, todas las posibilidades: la felici-
dad última del ser humano no está en placeres del cuerpo, ni en honor
y fama, ni en riqueza o poder, ni en la salud del cuerpo. Tampoco está
en las virtudes morales o en la prudencia.285
Queremos disfrutar de tantas cosas para sentirnos felices, quizás
comer “habichuelas con dulce”, ver una película, bañarnos en la pla-
ya. Hacemos cosas y nos damos cuenta que nuestra felicidad aumen-
ta: gozamos de un trabajo que hemos realizado, como el campesino
se siente contento al recoger los frutos de lo que ha sembrado. Para
Tomás, todos estos son realmente bienes y nos dan algo de felicidad,
pero, evidentemente, son felicidades pasajeras, no son la felicidad
última. Ser feliz es siempre un fin en sí mismo. Otras cosas las desea-
mos para ser felices, pero la felicidad misma no la queremos por algo,
sino por sí misma.
La mayoría de nuestras actividades tiene como fin al propio ser
humano. En la misma línea, Kant destacó, en su imperativo cate-
górico, que el ser humano siempre debe ser –al mismo tiempo– fin,
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III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
nunca solo medio. Con todo, el ser humano no puede ser el fin
último de todo, porque si fuera así, nuestra búsqueda quedaría se-
guramente frustrada. ¿En qué consiste entonces la felicidad última?
Tomás continúa su búsqueda y constata que la felicidad última no
está en un conocimiento filosófico de Dios, ya que este tipo de co-
nocimiento no está exento de errores y le falta la certeza requerida;286
tampoco está dicha felicidad en el conocimiento de Dios por la fe,
que es ciertamente superior y nos revela secretos divinos de otra
forma inalcanzables, pero que aún es imperfecto. Tomás alega que,
donde hay felicidad, ya no hay más deseos. Pero la fe en Dios es de
otra manera, en la medida en que esta no quita el deseo sino que lo
enciende aún más, porque todos desean ver lo que creen;287 entonces,
la fe en Dios no puede ser la felicidad perfecta. Por tanto, solo queda
la conclusión de que la felicidad última del ser humano no se puede
alcanzar en esta vida. Tomás da toda una batería de argumentos de
por qué no podemos alcanzar la felicidad perfecta en este mundo.
Entre otras están: la imperfección de todo, no hay sanidad ni san-
tidad sin fallo, no hay nada que permanezca, no hay nadie que esté
inmune al mal, todos temen naturalmente a la muerte. La felicidad
que podemos alcanzar es imperfecta y provisional.288 Siempre lo su-
pimos. En la Antigüedad, los ejemplos clásicos de la felicidad pro-
visional eran Edipo y Príamo, que eran tenidos por los más felices
hasta que les sobrevinieron tantas desgracias.289
Así pues, el ser humano anhela una felicidad que no le es alcan-
zable. Una vez más Tomás: todo lo que se encuentra en la naturaleza
tiene un sentido. Es imposible que un deseo natural sea inútil: Pues la
naturaleza no hace nada en balde.290 La naturaleza del ser humano tiene
un deseo de felicidad que no puede llenarse en esta vida. Este deseo
tiene que tener un sentido: impulsa al ser humano hacia un más, hacia
una realidad más grande.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
291 “Quo maior creatura, eo amplius eget Deo”; citado por H. de Lubac, Surnaturel, 121.
292 Hechos 20,35.
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III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
Dios en el interior es dinámica hacia una mayor unión con él. Los
Padres de la Iglesia lo han expresado como la dinámica que lleva
de la imagen a la semejanza. El ser humano ya es imagen por la
creación y es, junto a ello, deseo de llegar a la semejanza que es
obra de la gracia.293
Quizás nadie ha expresado este anhelo mejor que Juan de la Cruz.
De forma poética nos habla de la herida y de la llaga. El deseo que
Dios mismo ha puesto en el corazón del ser humano es una llaga y,
continuamente, la experiencia velada de Dios le llaga más y aumenta
más el deseo de verlo. Así, el deseo no disminuye al acercarse más, sino
que crece; como el deseo del amante crece estando más cerca de su
amada. Es el mismo deseo de ver a Dios, el deseo de ver al que ve, como
dice Agustín.294 Juan de la Cruz dice en el Cántico espiritual: Apaga mis
enojos, pues que ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos, pues eres
lumbre dellos y sólo para ti quiero tenellos. ¡Oh cristalina fuente, si en esos
tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en
mis entrañas dibujados! Dios ya ha puesto su imagen en nuestras entra-
ñas, pero aún deseamos verlo como él nos ve.295
293 Cf. para Orígenes, H. Crouzel, Théologie de l’image de Dieu chez Origène, Paris 1956,
217-245; para los padres en general, cf. H. de Lubac, Surnaturel, 475ss.
294 “Videntem videre”, cf. Agustín, Sermo 69,3 (= BAC Sermo 47,3 pág. 467s).
295 Cf. J. de la Cruz, Cántico espiritual, estrofas 10 y 11, en J. de la Cruz, Poesías, pág. 403.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
296 Cf. Anselmo, Proslogio 2: “y sin duda ninguna este objeto por encima del cual no se
puede concebir nada mayor, no existe en la inteligencia solamente, porque, si así fuera,
se podría suponer, por lo menos, que existe también en la realidad, nueva condición
que haría a un ser mayor que aquel que no tiene existencia más que en el puro y simple
pensamiento. Por consiguiente, si este objeto por encima del cual no hay nada mayor
estuviese solamente en la inteligencia, sería, sin embargo, tal que habría algo por encima
de él, conclusión que no sería legítima.”
297 Cf. Gaunilo, Libro escrito en favor de un insensato.
298 Cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica I q 2 a 1.
299 Cf. I. Kant, Crítica de la razón pura, B 620ss.
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III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
en el pensar.300 Anselmo dice que Dios es aquel mayor que lo cual nada
puede ser pensado. Con esto, no presenta una definición cerrada, sino
abierta, que tiene dentro de sí una dinámica que dice que Dios siempre
es mayor. Mayor que todo, mayor de lo cual nada puede ser pensado, y
también mayor de lo que se puede pensar y, podríamos añadir, en con-
secuencia, también mayor que todo lo que se puede probar si enten-
demos probar en el sentido que tiene en otros contextos. La “prueba”
de Dios tiene que ser siempre diferente que otras pruebas, dado que su
“objeto” es mayor que todo lo que podemos concebir.
El argumento ontológico nos dice que la idea de Dios no es algo
ausente de nuestro pensar, está presente como una idea que no pode-
mos dejar de pensar, porque va guiando todo nuestro pensar y actuar:
es una idea dinámica, no estática, es la idea del más, de lo mejor, de
que lo alcanzado nunca es suficiente. Dentro de nuestro pensar encon-
tramos esta idea, porque está presente dentro de nuestras actividades.
Siempre buscamos una perfección que va más allá de lo alcanzable,
buscamos una realización más allá de lo posible, queremos hacer lo
imposible. Así, la idea de perfección no es una idea abstracta, sino que
–como bien dice Maurice Blondel– ella está presente antes que nada en
nuestras acciones, en nuestra vida. Tiene que ver con nuestra libertad,
en la cual se pone de manifiesto una apertura hacia lo infinito. Así, el
mismo argumento ontológico no se encierra en una abstracción del
pensamiento, sino que descubre en el pensamiento una dinámica vital.
Henri de Lubac ha mostrado, en un análisis penetrante del Proslo-
gión, que detrás del llamado argumento ontológico hay una dinámica
que tiene su origen, a su vez, en una dinámica vital.301 Al principio de
su pequeña obra, Anselmo dice: Busco tu rostro, tu rostro, Señor, requie-
ro.302 Anselmo se queja amargamente de que no puede ver al Señor,
aunque cree en su presencia. Así, se esfuerza por probar con el entendi-
300 Cf. sobre esto M. Blondel, L’Action (1893), Presses Universitaires, Paris 1950, 348ss ;
M. Blondel, La acción (1893), 396ss.
301 Cf. H. de Lubac, Sur le chapitre 14e du Proslogio, en: Spicilegium Beccense I, Bec/Paris
1959, 295-312.
302 Anselmo de Canterbury, Proslogio 1, citando Sal 27,8.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
303 Anselmo de Canterbury, Proslogio 4: “Gracias a ti, buen Señor; gracias a ti, porque lo
que antes creí por tu don, ahora lo entiendo por tu iluminación.”
304 Anselmo de Canterbury, Proslogio 14.
305 Anselmo de Canterbury, Proslogio 16: “Ubique es tota praesens, et non te video. In te
moveor et in te sum, et ad te non possum accedere. Intra me et circa me es, et non te
sentio.”
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III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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III. Buscando dentro – Partiendo del ser humano
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IV. ¿Búsqueda en vano?
El desafío del ateísmo
309 Cf. la poesía de F. Hölderlin sobre la profesión del poeta que termina diciendo: “Sin
miedo queda, si tiene que hacerlo, el hombre, solitario delante de Dios; la simpleza le
protege. Y no hacen falta armas ni ardides, hasta que la falta de Dios venga en ayuda.”
Cf. M. Heidegger, Erläuterungen zu Hölderlins Dichtung, Klostermann, Frankfurt
1996, 28. Hölderlin habla en alemán del “Fehl Gottes”, una expresión extraña que aquí
traducimos con: “falta de Dios”, principalmente tiene el sentido de “ausencia de Dios”.
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IV. ¿Búsqueda en vano? – El desafío del ateísmo
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
314 Cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica I q 3 prólogo; Suma contra Gentiles I 14: “Quod
ad cognitionem Dei oportet uti via remotionis.”
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IV. ¿Búsqueda en vano? – El desafío del ateísmo
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
engaño. –No es un engaño, solo es para el bien de todos. –Pero ¿cómo nos
protegerá este dios del enemigo y bendecirá nuestras cosechas como lo hacía
el viejo dios que ha muerto? –No, no, hombres, ahora nosotros mismos so-
mos dios, tenemos que confiar en nosotros mismos, nos protegeremos con la
fuerza de nuestros brazos, con nuestra inteligencia, con nuestras armas. Y
cosecharemos porque sembramos y regamos y abonamos.
Había muchas opiniones, pero nada pudo quitar de los corazones
la profunda tristeza y el sinsentido que lo envolvía todo, después de
que el viejo dios de madera en el centro de la aldea, con su mirada pe-
netrante, hubiese muerto en la tormenta: ya no había ni protección, ni
exigencia, ni esperanza, ni ternura, ni fe, ni ánimo. El nuevo dios que
iban a fabricar jamás podría asumir todas estas tareas.
Finalmente, el más joven del Gran Consejo, que hasta este mo-
mento había callado, se levantó y comenzó a hablar tímidamente: ¿Y
si Dios no hubiera muerto? Los demás se miraban con una expresión de
compasión; a lo mejor el pobre se había vuelto loco debido a los acon-
tecimientos de la noche pasada: Tranquilo, pero oye, todos hemos visto
que está muerto, las llamas lo consumieron casi por entero. –Sí, sí, replicó
el joven, lo he visto, lo que se quemó fue el dios de madera, es verdad. Pero
esto no quiere decir que Dios ha muerto; esto significa otra cosa. ¡Simple-
mente, que Dios no está hecho de madera!
¡Dios no es de madera, Dios no es de madera! Repetía el joven. Y
poco a poco el Gran Consejo de la tribu comenzó a repetir las palabras
como una nueva profesión de fe: primero, casi silenciosamente, des-
pués, más fuerte y, finalmente, con un estrépito tremendo y al ritmo de
los tambores que comenzaron a tocar. ¡Dios no es de madera, Dios no
es de madera! El nuevo credo de la tribu ya se difundía desde la reunión
del Gran Consejo hasta las casas y después de haberlo escuchado tam-
bién los que no formaban parte del Gran Consejo comenzaron a adhe-
rirse a la nueva profesión de fe de la tribu proclamando: ¡Dios no es de
madera, Dios no es de madera! –Tenemos que agradecer a Dios el que nos
enviase la tormenta y el rayo para que aprendiéramos que Él no es de ma-
dera, proclamaba el sabio más anciano de la gran asamblea. ¡Sí! El Dios
verdadero es más poderoso, más justo, más tierno, más distante y más
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IV. ¿Búsqueda en vano? – El desafío del ateísmo
cercano que nuestro viejo dios de madera. –Es cierto, el viejo dios de made-
ra, solo era un recuerdo del Dios verdadero y grande que nos mira siempre,
que nos conoce, que nos quiere. – Así es: Él nos enseñó con esto mismo que
él nos quiere y está aquí. –¡Ahora sí, sembremos y cosechemos, pongamos
todas nuestras fuerzas al servicio de nuestro Dios y de nuestro pueblo!
Y muchas cosas más decían los aldeanos aquella noche, que se
convirtió en toda una fiesta para celebrar al Dios vivo y verdadero que
había enseñado con una tormenta y un rayo que no era una imagen de
madera, sino que era un Dios diferente a los dioses que nosotros, los
hombres, fabricamos.
Una y otra vez, el ateísmo y la agudeza de sus reflexiones filosóficas
pueden caer como un rayo sobre nuestras imágenes de Dios. Y real-
mente el ateísmo filosófico contemporáneo nos puede ayudar a que-
mar tantas imágenes falsas de Dios. Aquí estudiaremos algunas facetas
y modalidades de este ateísmo: el ateísmo de Feuerbach, que en cierto
sentido está en el origen del ateísmo contemporáneo y los ateísmos
de Marx, Nietzsche, Freud y Sartre. Paul Ricoeur ha calificado a los
grandes filósofos ateos del siglo XIX como maestros de la sospecha. Con
razón sospechaban de las imágenes falsas de Dios. Aquí queremos mos-
trar algo de su pensamiento, al mismo tiempo que queremos advertir
que la destrucción de una imagen falsa no destruye la verdad, sino que
la ayuda. Al final del estudio de cada sistema ateísta podremos afirmar:
tiene razón, este dios que la crítica presenta no existe, este dios ha
muerto. Y con esta afirmación se une la proclamación de la fe: El Dios
verdadero no es así; no es así como la crítica atea lo pinta. Necesitamos
la crítica para poder purificar y clarificar nuestra idea de Dios y, claro
está, el Dios verdadero siempre es infinitamente más grande que todas
las ideas ateas y teístas que puedan construirse sobre él.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
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IV. ¿Búsqueda en vano? – El desafío del ateísmo
315 Cf. L. Feuerbach, La esencia del cristianismo 81: “La religión es la escisión del hombre
consigo mismo… Dios es el ser infinito, el hombre el ser finito; Dios es perfecto, el
hombre imperfecto… El hombre objetiva en la religión su esencia secreta.”
316 Cf. L. Feuerbach, La esencia del cristianismo, Prólogo, 32.
317 Cf. L. Feuerbach, La esencia del cristianismo 300, cf. ibid. 62: “Dios es el interior re-
velado del hombre, el hombre en cuanto expresado; la religión es la revelación solemne
de los tesoros ocultos del hombre, la confesión de sus pensamientos más íntimos, la
declaración pública de sus secretos de amor.”
318 Cf. L. Feuerbach, Vorlesungen 25 (conferencia 25 sobre la esencia del cristianismo), pág.
298: “Los dioses de los paganos son diferentes de los cristianos porque sus deseos son
diferentes.”
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
no, dios hecho a imagen y deseo del hombre. No nos dice nada sobre
Dios, únicamente nos habla del hombre. Feuerbach puntualiza: el ser
humano se ha privado de toda bondad, belleza, sabiduría y fuerza para
atribuírselas a Dios, pero ya ha llegado la hora en que se devuelva al
hombre lo que es del hombre. Tiene que terminar la enajenación del
ser humano en la religión y en las divinidades. La verdadera religión ya
no es la que venera a los dioses, sino a los seres humanos.319
No se puede negar la fuerza de esta argumentación: el ser humano
en su limitación desea una felicidad que proyecta en un dios que no
existe, ya que este dios no es otra cosa que el hombre, el hombre en
sus deseos. “Es el hombre” –“eres tú mismo”–, sigue siendo la fórmula
mágica que pretende exorcizar la fe en Dios y liberar de esta manera
al hombre. La fascinación de esta lógica aún persiste, y una y otra vez
podemos escuchar decir que Dios no existe, que no es más que el pro-
ducto de los deseos conscientes e inconscientes del hombre.
¿Qué podemos decir desde el punto de la vista de la fe a la crítica
que Feuerbach hace a la religión? Quisiera contestar en dos pasos.
Primero: Aunque el argumento del deseo que se proyecta fuera de
sí y crea de esta manera una falsa realidad es ciertamente interesante,
no deja de ser, desde el punto de vista de la lógica, sencillamente falso,
cuando con él se pretende probar la no-existencia de Dios. El deseo
de tomarme un vaso de agua fría me impulsa hacia la cocina a buscar
agua en la nevera. Este deseo no prueba que haya agua en la nevera ni
la crea, pero tampoco prueba que en la nevera no haya agua. El deseo
de que haya un Dios poderoso, inmortal, perfecto, santo y feliz no
prueba la existencia de este Dios, pero tampoco prueba que este Dios
no exista. Sencillamente, me hace reflexionar acerca de si mi idea de
Dios viene de Dios o viene de mí. A diferencia de Feuerbach, muchos
otros autores han visto el argumento del deseo como un argumento a
favor de la existencia de Dios. La sed no prueba que haya agua en la
nevera, pero prueba que soy un ser que necesita beber, por lo que pare-
ce probable que haya agua en alguna parte, aunque la nevera esté vacía.
319 Cf. L. Feuerbach, La esencia del cristianismo, cap. 28, “Aplicación final”, 299-306.
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322 Benedicto XVI, Spe salvi n. 43; L. Feuerbach, La esencia del cristianismo, cap. 6 “El
misterio del Dios que sufre”, 106ss, ve en el sufrimiento de Dios sencillamente el reflejo
del sufrimiento humano.
323 Cf. Éxodo 32.
324 Cf. Éxodo 32,6.
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que proclaman con ella que Dios ensalza a los humildes y, si es el caso, derriba
a los potentados de sus tronos.328
A Marx le podemos preguntar hacia dónde va la historia y quién guía
esta historia. Fácilmente, vemos que Marx sustituye una fe por otra. Pero
la fe en la realización de una utopía comunista hace mucho que se ha
desbaratado. Para Marx el guía de la historia ya no puede ser un principio
espiritual como en la filosofía de Hegel. Tampoco lo es el ser humano. Sa-
bemos que, para Marx, la historia es el desarrollo dialéctico de la materia.
Pero ¿qué pasa con la dignidad del ser humano si únicamente el capital, la
materia y las condiciones económicas y sociales dirigen la historia?
¿No podría ser una negación del cielo una traición aún más grande
cometida para con el propio ser humano? En nuestra situación de hoy se
impone la pregunta de si una visión del mundo que niega el más allá y
se limita a un más acá no estaría socavando la lucha por la justicia. ¿Para
qué luchar ya? Si la lucha por el mundo mejor está condicionada por la
transformación histórica y el éxito visible, muy pronto se abandonará. Si
afirmamos este mundo como realidad última, muy fácilmente podemos
caer, entonces, en un estado depresivo arrastrado por el sentir trágico
sobre la realidad del mundo, o quedarnos con la búsqueda egoísta de la
mejoría propia, olvidándonos de la sociedad. Paradójicamente, parece
que hoy solo la fe en el más allá puede asegurar el valor de la lucha por
el más acá. Solo si hay un más allá la lucha por un mundo mejor tiene
un sentido que permanece. Visto así, la fe en Dios y en el cielo no son
negaciones del mundo, sino su afirmación última.
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333 Así reza la última frase de la primera parte de F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, pág.
283.
334 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Prólogo 3, pág. 245; cf. ibid. I Los alucinados de la
Historia (Von den Hinterweltlern), 256s.
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340 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra IV, Sin trabajo (Außer Dienst), pág. 393.
341 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra IV, Sin trabajo (Außer Dienst), pág. 393.
342 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Prólogo 2, pág. 244; cf. ibid. IV, Sin trabajo (Außer
Dienst), pág. 392.
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IV. ¿Búsqueda en vano? – El desafío del ateísmo
unos ojos que lo veían todo, –veía las profundidades y las honduras del
hombre, toda la encubierta ignominia y fealdad de éste. Su compasión
carecía de pudor: penetraba arrastrándose hasta mis rincones más sucios.
Ese máximo curioso, superindiscreto, super-compasivo, tenía que morir.
Me veía siempre: de tal testigo quise vengarme –o dejar de vivir. El Dios
que veía todo, también al hombre: ¡ese Dios tenía que morir! El hombre no
soporta que tal testigo viva.343
En otra parte, Nietzsche escribe las palabras sorprendentes: Así me
dijo el demonio una vez: “También Dios tiene su infierno: es su amor a los
hombres.” Y hace poco le oí decir esta frase: “Dios ha muerto; a causa de su
compasión por los hombres ha muerto Dios”.344 Aquí parece que Nietzs-
che habla completamente desde la tradición cristiana, la muerte de
Dios es otra vez la del Viernes Santo. Pero, inmediatamente, Nietzsche
lo convierte en crítica cultural. El Dios que era fuerte en Egipto se hizo
débil, viejo y blando, transigente y compasivo, más parecido a un abuelo,
y aún más a una decrépita abuelita, que a un padre. Agotado y achacoso,
estaba sentado junto a la estufa, afligido porque le flaqueaban las piernas,
cansado del mundo, cansado de querer, y un día se asfixió con su excesiva
compasión.345 Aquí viene a manifestarse también que el Dios cristiano
es objetable porque, para Nietzsche, se opone al buen gusto.
El punto clave de toda forma de religión o creencia trascendente es
que Dios va más allá de este mundo. Dios es una suposición. Y Nietzsche
exige que no se haga este tipo de suposiciones impensables. Finalmen-
te, Nietzsche invierte la frase final del Fausto de Goethe, y Zaratustra
dice: ¡Todo lo imperecedero – no es más que un símbolo! Nietzsche
vuelve a la crítica de Feuerbach, antes lo perecedero era símbolo de lo
eterno, ahora es al revés: En otro tiempo, decíase Dios cuando se miraba
hacia mares lejanos; pero ahora yo os he enseñado a decir: superhombre.
Pero, de hecho, Nietzsche no es seguidor de Feuerbach, lo que quiere
es ser Dios, y una existencia de otro Dios le impedirá radicalmente rea-
lizarse a sí mismo: Mas para revelaros totalmente mi corazón a vosotros,
343 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra IV, El feo de los hombres, pág. 396.
344 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra II, De los compasivos (misericoridosos), pág. 291.
345 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra IV, Sin trabajo (Außer Dienst), pág. 393.
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346 Citas de F. Nietzsche, Así habló Zaratustra II, En las islas afortunadas, pág. 288s.
347 F. Nietzsche, Ecce homo, Por qué soy yo una fatalidad 8, pág. 723.
348 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Prólogo 3, pág. 245.
349 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Prólogo 4, pág. 246.
350 Cf. F. Nietzsche, Ecce homo, “Así habló Zaratustra” 1, pág. 699.
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sentir ansias de eternidad y del nupcial anillo, del anillo del eterno retorno?
... ¡Pues yo te amo eternidad!351 Al final del libro el hombre más feo saca la
conclusión: Merece la pena vivir en la tierra: un solo día, una sola fiesta
con Zaratustra me ha enseñado a amar la tierra. “¿Esto era –la vida?”
quiero decirle yo a la muerte. “¡Bien! ¡Otra vez!” Y la canción ebria de la
medianoche habla de la profundidad del mundo, lo más profundo es
el gozo, ya que Todo gozo quiere eternidad, ¡quiere profunda, profunda
eternidad!352
Pero ¿cómo reconciliar al superhombre, como anhelo del futu-
ro, con el eterno retorno de lo mismo? En un primer momento, el
eterno retorno aparece como un fatalismo desesperante. Todo está
ya hecho y determinado y se repetirá infinitas veces.353 Más, de ahí
saca Nietzsche la suprema afirmación, a saber, el amor fati – amor al
destino.354 Parece que la solución que une la idea del superhombre
con el eterno retorno y la libertad con el destino es que lo que el
propio hombre genera, seguirá siendo generado eternamente. Él
mismo se torna destino.355 Al final, Nietzsche tiene que identificarse
cada vez más con su Zaratustra, con el superhombre y con Dioni-
sio. Su obra Ecce Homo concluye: ¿Se me ha comprendido? – Dio-
nisio contra el Crucificado.356
Así, en Nietzsche-Zaratustra-Dionisio nace un nuevo tipo de an-
helo, un anhelo trágico, consecuencia del papel divino que se atribuye
él mismo. Este anhelo se expresa en la Canción de la Noche de Zara-
351 F. Nietzsche, Así habló Zaratustra III, Canción de los siete sellos, originalmente el final
de la obra, pág. 374-376.
352 Citas en: F. Nietzsche, Así habló Zaratustra IV, La canción de la embriaguez, pág. 427.
431.
353 Efectivamente, Nietzsche habla del espíritu de pesadez que hace insoportable la idea del
eterno retorno, cf. p.ej. Así habló Zaratustra III, La visión y el enigma, pág. 331-334; La
gaya scienza n. 341, pág. 159.
354 Cf. F. Nietzsche, Ecce homo, Por qué soy tan discreto (Warum ich so klug bin) 10, pág.
678; La gaya scienza n. 276, pág. 133.
355 Cf. F. Nietzsche, Ecce homo, Por qué soy yo una fatalidad (Warum ich ein Schicksal
bin), pág. 718ss.
356 El “Ecce homo” de Nietzsche termina con estas palabras, F. Nietzsche, Ecce homo, Por
qué soy una fatalidad, 9, pág. 723.
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y está más cerca de una idea arquetípica del padre que de la experien-
cia del padre concreto. Freud mismo escribe que hay una añoranza
del Padre que, para él, constituye la raíz de toda formación religiosa.366
Hay algo así como un deseo de un padre bueno dentro de cada uno, y
conforme a eso, la imagen de Dios como Padre se constituye no solo a
partir de la experiencia concreta del padre personal.
La crítica de la religión de Freud no se detiene ahí. En un estudio
anterior a los ya mencionados –Los actos obsesivos y las prácticas reli-
giosas (1907)– describe la religión como una neurosis obsesiva univer-
sal367. En este artículo insiste, sobre todo, en la magnitud de potencia
represora de instintos que se manifiesta en el acto religioso. Freud afir-
ma aún que el ritualismo cultual, la repetición de ciertos actos y ora-
ciones, así como la observancia de reglas y mandamientos garantizan la
seguridad y la paz. Detrás de este tipo de neurosis está la búsqueda por
evitar el miedo. La religión con sus ritos logra conjurar el miedo, pero
la falta contra sus reglas traería consecuencias funestas, con lo que esta
habría librado al ser humano de un miedo creando otro peor. En una
palabra: La religión sería una tiranía del super-yo.
Volvamos al escrito mencionando al inicio: El porvenir de una ilu-
sión. En el fondo, Freud repite desde el punto de visto psicológico lo
que Feuerbach ya había dicho filosóficamente:
…las ideas religiosas… no son precipitados de la experiencia ni con-
clusiones del pensamiento: son ilusiones, realizaciones de los deseos más
antiguos, intensos y apremiantes de la Humanidad. El secreto de su fuerza
está en la fuerza de estos deseos. Sabemos ya que la penosa sensación de
impotencia experimentada en la niñez fue lo que despertó la necesidad de
protección, la necesidad de una protección amorosa, satisfecha en tal época
por el padre, y que el descubrimiento de la persistencia de tal indefensión
a través de toda la vida llevó luego al hombre a forjar la existencia de un
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pueda hacer del otro objeto de mi mirada, me revela que también pue-
do ser objeto de la mirada del otro. Sartre lo explica con el ejemplo de
aquel que mira por el ojo de una cerradura. Con su mirada convierte
a los otros en objetos. Pero, de repente, alguien lo ve espiando y él
mismo se convierte en objeto para ese otro. Una situación que provoca
vergüenza. La vergüenza revela la verdad del otro y, al mismo tiempo,
quiere obligar a actuar de acuerdo a lo que el otro quiere. Así, la mira-
da amenaza la libertad de mi existencia. En la obra teatral de Sartre A
Puerta Cerrada una de las personas, Garcin, dice al final: …con todas
esas miradas sobre mí... Todas esas miradas que me devoran... Entonces,
esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído... Ya os acordaréis: el azufre, la
hoguera, las parrillas... Qué tontería todo eso... ¿Para qué las parrillas? El
infierno son los demás.376
La mirada me revela que soy sujeto y objeto a la vez: sujeto al mirar
y objeto al ser mirado. ¿Qué pensar de un sujeto que nunca puede ser
objeto, de uno que ve sin ser visto? Es la vergüenza ante Dios, es decir, el
reconocimiento de mi objetividad ante un sujeto que no puede jamás con-
vertirse en objeto; al mismo tiempo, realizo en lo absoluto mi objetividad
y hago una hipóstasis de ella; mejor aún, pongo mi ser-objeto-para-Dios
como más real que mi Para-sí; existo alienado y me hago enseñar por mi
defuera lo que debo ser. Es el origen del temor ante Dios.377 Así, la exis-
tencia de Dios destruye la libertad del ser humano, lo cosifica con su
mirada y se convierte en el infierno para él.
Con mucha razón, Sartre insiste en la libertad del ser humano.
Dios es para él la amenaza más grande de esta libertad. En su breve
escrito El existencialismo es un humanismo explica que, si hubiese un
Dios, Dios crearía al ser humano según su idea –como el hombre crea
un cortapapel–, con lo que el ser humano ya estaría determinado en los
moldes del pensamiento de Dios. Pero esto no puede ser así, el ser hu-
mano tiene que hacerse él mismo, él mismo es su tarea en una libertad
absoluta; el ser humano tiene que inventarse él mismo. Dostoyevski
escribe: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido”. Éste es el punto de
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Una oración atribuida a Agustín puede rezar con toda sencillez: Míra-
me para que te ame. La mirada de amor me dice que no soy un objeto,
sino una persona amada, y amada de una manera en la que un objeto
nunca puede ser amado.380 Todos tenemos esta experiencia y nos hace
vivir. Y así se puede decir que la mirada amorosa de Dios me transfor-
ma y me da parte de su vida. Podemos pensar en el ejemplo bíblico de
la mirada de Jesús a Pedro después de su triple negación:381 no es una
mirada acusadora, sino liberadora.
Con todo, debemos darle la razón a Sartre. El dios que me mira
para hacerme una cosa, el dios que limita mi libertad, el dios que no
permite que yo sea yo mismo, el dios que anda detrás de mí facturán-
dome, controlándome, supervisándome, espiándome, el dios que con
su mirada me hace objeto para avergonzarme y quitarme mi libertad
– este dios no existe. Con razón fue maldecido por el niño, con razón
el más feo de los hombres lo mató. Maldijeron y mataron a un ídolo, a
un dios fabricado por hombres. La mirada del Dios verdadero me deja
vivir y me hace libre para amar.
380 Parece que para J.P. Sartre el amor es imposible. En: El Ser y la Nada, III cap. 3, 1 y 2
describe cómo, en el intento del amor, o me hago objeto para el otro –cosa que no sería
amor sino masoquismo-, o hago del otro objeto para mí –que no sería amor sino sadis-
mo-.
381 Cf. Lucas 22,61.
382 No trataremos en detalle los temas de este libro, muchos elementos ya se han tocado,
también ha sido ampliamente estudiado cf. por ejemplo: A. McGrath/J. Collicutt Mc-
Grath, The Dawkins Delusion, London 2007.
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389 Frente a las inmensas destrucciones hechas en nombre del ateísmo es realmente curioso
que Dawkins, en alusión al vandalismo de los talibanes afirma que no cree que “haya un
ateo en el mundo que hubiera destrozado con una excavadora La Meca —o Chartres, la
catedral de York o la de Notre Dame o… los Budas de Bamiyan” (en: El espejismo de
Dios, 267).
390 Sobre esta definición de postmodernidad se puede ver J. F. Lyotard, La condición post-
moderna, Madrid, Cátedra 1994.
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391 Esta defensa llega hasta el punto de que Dawkins querría prohibir la religión o, por lo
menos, su enseñanza, dado que considera el abuso sexual de menores ser menos grave
que el “abuso” de una educación religiosa, cf. El espejismo de Dios, 338: “Respondí que,
aunque sin duda era horrible el abuso sexual, el daño era probablemente menor que el
daño psicológico a largo plazo infligido por educar, en primer lugar, al niño en la fe
católica.”
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392 Cf. Dawkins, El espejismo de Dios, 318. 322; Para Dawkins, el criterio moral que
permita discernir entre sujetos legales no debe ser si, biológicamente, se trata de un ser
humano o un animal, sino la capacidad de sentir dolor. En consecuencia, un miembro
de la especie humana que no sintiese el dolor debería tener menos derechos que un
chimpancé que siente dolor.
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393 R. Dawkins, El espejismo de Dios, 39; Dawkins ve esto como la imagen proyectada por
el Antiguo Testamento; también admite que hay una imagen diferente en el Nuevo Tes-
tamento: Jesús es, para Dawkins, la “insípida cara opuesta cristiana” de Yahvé, “el gentil
Jesús, dócil y suave”, ibid. 40.
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394 Tomás de Aquino, Suma contra gentiles III, 122: “Non enim Deus a nobis offenditur,
nisi ex eo quod contra nostrum bonum agimus.”
395 En Alemania se hizo una amplia encuesta con la pregunta: “¿Qué persona es un ejemplo
para ti?” En medio de un ambiente relativamente poco religioso se dio el siguiente resul-
tado: 1. Mi madre 2. Madre Teresa de Calcuta 3. Mi padre (Stern-Umfrage 2003).
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398 G.W. Leibniz, Theodizee, apéndice I § 46, 362s; Citamos aquí la traducción de E. Or-
tega, en: J. Marías, La Filosofía en sus textos, Barcelona, Labor 1950, La causa de Dios
46, 1206.
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V. Más obstáculos en la búsqueda: ¿Cómo es Dios?
a no ser que, por ser omnipotente y bueno, del mal sacara un bien. Esto
pertenece a la infinita bondad de Dios, que permite los males para sacar
de ellos un bien.400 De alguna manera, detrás de esta afirmación está la
idea platónico-agustiniana de que el mal no tiene existencia, sino que
es más bien una ausencia, la ausencia del bien, de igual manera en que
la oscuridad es la ausencia de la luz.
Algunas explicaciones modernas han querido transformar la
idea de la omnipotencia de Dios, o, simplemente, han insistido
en la incomprensibilidad de Dios que no permitiría escudriñar el
problema del mal.
Conocemos el refrán que afirma que no hay mal que por bien no
venga y todos hemos hecho la experiencia de que, de un mal, ha aca-
bado surgiendo un bien. Pero ¿se puede afirmar lo mismo de cara a
catástrofes naturales como la del terremoto de Haití? ¿O decírselo a un
enfermo que sufre de un cáncer terminal? ¿Qué bien puede venir de
un terremoto devastador o de la existencia del campo de concentración
de Auschwitz o del cáncer sufrido por un niño? ¿No suena casi cínico
hablar de un supuesto bien que vendría del mal, en vistas de tanto
sufrimiento y dolor? Cualquier explicación que, al estilo de Leibniz,
disolviese el sufrimiento a favor de una armonía superior puede sentir-
se como su trivialización o minimización. Albert Camus (1913-1960)
insiste, a lo largo de su obra escrita, en lo absurdo del sufrimiento y de
la miseria de la vida humana. Se puede entender esta insistencia en lo
absurdo como una manera de defender la realidad del sufrimiento de
cara a su compensación en una armonía superior.
Por eso se ha protestado contra la visión gloriosa de Leibniz.
Voltaire escribió en su Cándido toda una novela satírica para bur-
larse de Leibniz y del mejor de todos los mundos posibles. También la
protesta apasionada de Iván Karamasov en la novela de Fiodor Dos-
toyevski tiene forma de protesta contra una armonía de la historia
al estilo de Leibniz.401 Iván Karamasov es ateo, y confiesa que tiene
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405 E. Wiesel, Night. Dawn. Day, ed. Jason Aronson, Northwale NJ, 1985, 71s.
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413 El texto se encuentra en PG 37, 507; también en: H. de Lubac, Por los caminos de Dios,
153; R. Otto,
414 Tomás de Aquino, Suma Teológica I q 3 introducción.
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418 Cf. H. De Lubac, Por los caminos de Dios, 125: “Por qué no se lo encuentra sino
buscándolo siempre”. Cf. Gregorio de Nisa, In Cantica Canticorum, Homilías sobre el
Cantar 6; Gregorio interpreta especialmente Cant 3,1: “En mi lecho, por las noches, he
buscado al que ama mi alma; lo busqué, mas no lo hallé.” Para esto se refiere también
al encuentro de Dios con Moisés en la “oscuridad de la nube”, cf. Ex 19,9. Aristóteles
califica a la ciencia que estudia a Dios como la más digna y por eso la más propiamente
buscada por el ser humano, Metafísica I 2 (982 b – 983 a).
419 Bernardo, De consideratione V, 11, 24.
420 Bernardo, De diligendo Deo VII, 22.
421 Anselmo, Monologio, 64.
422 Efesios 3,19.
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deja ver por él. ¿No nos encontramos en esta gran obra de la literatura
humana, una vez más, con el problema central de la prueba de la exis-
tencia de Dios? Está aquí, presente, pero no se puede ver. Solo cuando
Ulises arriba a la patria, a la isla de Ítaca, se levanta por un instante
el velo y Atenea se deja ver brevemente en forma de un joven pastor.
Entonces, le insiste a Ulises, desde su disfraz, que siempre ha estado
con él: ¿Pero aún no has reconocido en mí, a Palas Atenea, hija de Zeus,
que siempre te asisto y protejo en tus cuitas e hice que les fueras agradable a
todos los feacios? Vengo ahora a fraguar contigo un plan…425
Sabemos de la crítica filosófica, más que justificada, a las divinida-
des homéricas. La filosofía nos presenta a Dios como la idea del bien,
el primer motor inmóvil, el acto puro o la causa sui –causa de sí misma.
Ciertamente, era una ganancia haber purificado la teología mítica de
tantos antropomorfismos. Pero ¿no era también una pérdida? Heide-
gger observa: Causa sui… Así reza el nombre que conviene al Dios en la
filosofía. A este Dios, el hombre no puede ni rezarle ni hacerle sacrificios.
Ante la Causa sui el hombre no puede caer temeroso de rodillas; así como
tampoco puede tocar instrumentos, ni puede bailar ante este Dios.426
La Antigüedad se encontraba en una situación ambigua con res-
pecto a su fe en Dios. Las viejas divinidades de los mitos estaban pro-
fundamente desacreditadas por la filosofía. A pesar del culto público ya
nadie creía en ellas, solo servían como figuras del teatro. Por otro lado,
las enseñanzas de los filósofos no satisfacían el deseo religioso. No pare-
cía que un motor inmóvil pudiera compadecerse al escuchar las súplicas
o que un acto puro fuera capaz de sufrir con los sufrimientos humanos.
El Dios verdadero no puede ser una fuerza anónima, una inteligen-
cia fría, un punto cumbre en un sistema filosófico, un ser a una distan-
cia infinita en el universo. El Dios verdadero es un ser vivo, alguien que
nos conoce, que escucha nuestras oraciones, que está a nuestro lado.
De ahí se explica la popularidad del judaísmo en el Imperio Romano.
El Dios de Israel es Otro, trascendente, que resiste nuestras represen-
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VI. Buscando a Dios en el otro
428 Colosenses 1,15; cf. Romanos 8,29 y 2 Corintios 4,4. La prohibición del Antiguo Testa-
mento de hacer imágenes, viene a ser, en cierta manera, superada en el Nuevo Testamen-
to por la encarnación. El Dios invisible se ha hecho visible y, por eso, tenemos imágenes
de Cristo y de los santos.
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VI. Buscando a Dios en el otro
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VI. Buscando a Dios en el otro
446 Cantos del pueblo para el pueblo, ed. Comunidades Eclesiales de Base, Santo Domingo
1998, 21.
447 Cf. Lucas 10, 29-37.
448 Cf. Sulpicius Severus, Vita S. Martini 3, en: PL 20, 162.
449 Mateo 25,37ss.
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VII. Dejarse encontrar por el buscado
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VII. Dejarse encontrar por el buscado
454 Así la formula M. Heidegger al final de su conferencia ¿Qué es metafísica?, más correc-
tamente se traduce ¿Por qué hay ente y no más bien nada? (así traduce X. Zubiri) en: M.
Heidegger, Was ist Metaphysik?, 45; Heidegger se hace eco de una pregunta anterior-
mente formulada por Leibniz.
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algo que ya está dado. Entendemos que esta pregunta nos remite
a una libertad. La naturaleza se puede explicar de acuerdo a las le-
yes de la física, pero la existencia de los “entes” como tal, o sea, el
hecho de que el universo exista, solo se aclara como fruto de una
libre decisión. El mundo existe porque alguien quiere que exista. Y
yo, siendo una ínfima parte del universo, recibo un pedazo de este
mundo como don. La contemplación de mi propia existencia y del
mundo que me rodea me invita a ver todo como un don del amor
divino: Ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro
Señor por mí y cuánto me ha dado.455
Mi propia libertad es parte de este don. Somos libres y recibimos la
libertad como don y tarea. Experimentamos, dolorosamente, que abu-
samos de este don. Pero la libertad, igualmente, es capacidad de hacer
el bien y de amar. Es capacidad de búsqueda de Dios. Dios me sale al
encuentro en sus dones y se esconde en el dolor del mundo. Puedo, en
efecto, buscar a Dios; pero solamente puedo buscarlo, porque he sido
encontrado por él.
El niño despierta a la conciencia de su propia existencia por-
que la madre lo rodea con su amor. La madre sonríe a su niño. Y,
después de muchas sonrisas de la madre, el niño también aprende a
sonreír. El “Tú” de la madre enseña al niño a decir “yo”. Hans Urs
von Balthasar utiliza esta imagen de la madre y del niño para ex-
plicitar nuestra relación con Dios.456 Amándonos, Dios nos enseña
a amar. Su amor siempre es el primer regalo. Amamos porque él nos
amó primero.457 Desde ahí vivimos y somos. Por eso, la confianza
puede ser el fundamento de toda una vida. Aprendemos a amar
porque hemos sido amados. Podemos buscar a Dios, porque él nos
ha encontrado.
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VII. Dejarse encontrar por el buscado
458 Benedicto XVI, Spe salvi, n. 12, citando a Agustín, Epistola ad Probam, Ep. 130, 15, 28.
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profundo del ser humano es el deseo del amor, el deseo de ser amado.
El amor es el sentido de la existencia humana y es su redención. Pero
el amor no me lo puedo ganar ni robar, solo lo puedo recibir como un
regalo. En cierto sentido, el deseo tiene que morir para que nazca el
amor. No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido
por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano.
Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momen-
to de “redención” que da un nuevo sentido a su existencia.459
Ya lo sabíamos, la felicidad del ser humano es el amor. Somos
felices al poder amar y más aún al ser amados. Pero conocemos la fragi-
lidad del amor humano. Conocemos nuestra propia fragilidad, nunca
sabemos amar incondicionalmente y seguimos buscando un amor in-
condicional, absoluto y eterno. Buscamos algo inalcanzable, solo po-
demos ser alcanzados por él. Es obvio que el corazón en búsqueda de
tal amor no se puede entender a sí mismo. Está buscando lo imposible.
Y, sin embargo, es lo único que podría redimirlo definitivamente. En
esta lógica, Maurice Blondel concluye que propiamente la noción de lo
sobrenatural es lo absolutamente imposible y lo absolutamente necesario
para el ser humano.460
Henri de Lubac concluye su erudita y larga investigación sobre Lo
sobrenatural con la afirmación: L’esprit est donc desir de Dieu – el espíritu
es, por tanto, deseo de Dios.461 Es un deseo infinito, porque es deseo del
Infinito. Y una vez más: el ser humano no se entiende a sí mismo. El
corazón no puede entenderse a sí mismo porque es finito y anhela lo
infinito. Anhela algo que desconoce. No puede encontrar lo que busca,
solo puede dejarse encontrar.
Suena imposible. Alguien ha creado el mundo y ha pensado cada
detalle y cada ser humano; me ha pensado a mí desde toda la eternidad.
Y después, conociendo y sabiendo la existencia de la maldad, se rebajó
hasta asumir la maldad del mundo, sufriendo lo último en la cruz, para
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VII. Dejarse encontrar por el buscado
462 Así reza el título de un pequeño libro programático de H. U. von Balthasar, Sígueme,
Salamanca 1971.
463 Juan 4,16; cf. Benedicto XVI, Deus Caritas est, n.1.
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Buscando a Dios / Piezas para una teología filosófica
Bibliografía
Tuve la oportunidad de redactar este libro durante un tiempo sabático como huésped de la Phi-
losophisch-Theologischen Hochschule St. Georgen, Frankfurt, Alemania. Agradezco mucho que
tuve a mi disposición la biblioteca de la “Hochschule”. Pero, en la mayoría de los casos, las
traducciones de las obras al castellano no estuvieron a mi alcance. Por lo tanto, utilicé ediciones
en los idiomas originales o en alemán. Como estas ediciones son de menos utilidad en República
Dominicana, en muchos casos no se mencionan las páginas de las citas, sino que se dan los
números que ayudan a encontrarlas en cualquier edición. La abreviatura “pág.” para página no se
pone en todos los casos, sino solamente para evitar confusiones con otras numeraciones.
Aquí en la Bibliografía damos las ediciones castellanas y, para poder acceder más fácilmente a
las obras citadas, hemos optado comúnmente por las ediciones que son de más fácil acceso por
encontrarse en la Biblioteca del Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó, Santo Domingo.
No siempre son las ediciones más recientes. Las traducciones en el texto del libro en muchos
casos no coinciden literalmente con las traducciones de las ediciones indicadas.
Fuentes antiguas
AGUSTÍN. Confessiones, Las confesiones, en: SAN AGUSTÍN, Obras de San Agustín II,
Madrid, BAC, 1974
AGUSTÍN. De civitate Dei, La ciudad de Dios, en: SAN AGUSTÍN. Obras de San Agustín
XVI-XVII, Madrid, BAC, 1964-65.
AGUSTÍN. De vera religione, De la verdadera religión, en: SAN AGUSTÍN, Obras de San
Agustín IV, Madrid, BAC, 1956, 3-233.
AGUSTÍN. Enarrationes in Psalmos, Enarraciones en los salmos, en: SAN AGUSTÍN. Obras
de San Agustín XIX-XXII, Madrid, BAC, 1964-1967.
AGUSTÍN. Epistola ad Probam, A Proba, en: SAN AGUSTÍN, Obras de San Agustín XI,
Madrid, BAC, 1953, 53-86.
AGUSTÍN. In Epistolam Ioannis, Exposición de la epístola de San Juan a los Partos, en: SAN
AGUSTÍN, Obras de San Agustín XVIII, Madrid, BAC, 1959, 192-362.
AGUSTÍN. Sermones, en: SAN AGUSTÍN, Obras de San Agustín VII, Madrid, BAC, 1958
ARISTÓFANES. Las nubes, en: ARISTÓFANES. Comedias I, trad.: F. Baráibar y Zumárraga,
Madrid, Hernando 1942, 213-318.
ARISTÓTELES. Acerca del alma, trad.: T. Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 1988
ARISTÓTELES. Del Cielo, trad.: F. de P. Samaranch, en: ARISTÓTELES. Obras, Madrid,
Aguilar, 1967, 705-776.
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Bibliografía
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BAC, Madrid 1952, 188-347.
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BAC, Madrid 1952, 351-405.
BERNARDO DE CLARAVAL, De Consideratione, Sobre la consideración, en: BERNARDO,
SAN. Obras completas II, Madrid, BAC, 1955, 579-678.
BERNARDO DE CLARAVAL, De Diligendo Deo, Sobre el amor de Dios, en: BERNARDO,
SAN. Obras completas, Madrid, BAC, 1955, 742-776.
BUENAVENTURA. Itinerarium mentis in Deum, Itinerario del alma a Dios, en: BUE-
NAVENTURA, OBRAS DE SAN BUENAVENTURA I, BAC, Madrid 1968, 461-534.
DANTE ALIGHIERI. Obras completas de Dante Alighieri, Madrid, BAC, 1956
FRANCISCO DE ASÍS. Escritos, biografías, documentos de sus época, Madrid, BAC, 1993
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TOMÁS DE AQUINO. Comentario a la Física de Aristóteles. Comentaria In octo libros Phys-
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TOMÁS DE AQUINO. Opera omnia: el texto original de todas las obras de Tomás de Aquino
es accesible vía internet: http://www.corpusthomisticum.org/iopera.html.
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TOMÁS DE AQUINO. Sobre la Verdad: Las cuestiones disputadas sobre la verdad, Madrid,
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TOMÁS DE AQUINO. Suma contra los gentiles II, Madrid, BAC, 1968
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DESCARTES, RENÉ. Discurso del método, Buenos Aires, Aguilar, 1975
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IGNACIO DE LOYOLA. Ejercicios espirituales, en IGNACIO DE LOYOLA. Obras comple-
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