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Con referencia al comportamiento actual de la mass media oficial

El bien y el mal en la cosmovisión occidental


Luis Enrique Alvizuri
 
Hoy vemos una vez más cómo el imperio norteamericano salta a la cancha de
nuevo y empieza a hacer una exhibición muscular como de si un Mister Mundo se
tratase. La gente, la humanidad, contempla desde la tribuna mientras algunos
aplauden entusiasmados. “Volvió el campeón” dicen. Este campeón, dirigido por el
nuevo “héroe” del establishment, Donald Trump, empieza a vomitar amenazas
dirigidas a “los malos del mundo”, personajes que ya Disney y Hollywood se ha
encargado de perfilar bien durante muchos años. EEUU le envía “mensajes” a todo
el planeta para que sepan quién es el que manda, quién impone las reglas de juego
y quién decide quiénes son “los buenos y los malos”. Las mayorías occidentales o
sus asimilados le dan la razón puesto que no conocen otra forma de ver la vida: o
existe el bien o existe el mal, no hay nada fuera de ello. Pero pocos saben cómo se
inició esta radical e intolerante forma de pensar.

Los orígenes
El antiguo mundo surmediterráneo, el de los griegos y luego romanos, no era un
mundo maniqueo (Maní, de donde viene la palabra, fue el fundador de una religión
que dividía la realidad espiritual entre dos elementos únicos: el bien y el mal); era
un mundo politeísta donde todas sus fuerzas participaban en una lucha constante
por la existencia, algo más apegado a la realidad y a la naturaleza. La mitología
griega nos revela que el objetivo de la vida no era “ser bueno” o “ser de los
buenos” sino triunfar sobre las circunstancias las cuales pueden ser beneficiosas o
adversas. Los dioses, en ese sentido, serían amorales desde nuestro moderno
punto de vista.

¿Cuándo es que Occidente adquiera las actuales características éticas y normativas


que posee? Con la llegada de una religión oriental llamada cristianismo,
probablemente una creación de ciertos monjes habitantes del antiguo Líbano.
Muchos lo asocian al judaísmo porque el Evangelio suele tener referencias a dicha
religión y además la vida del profeta Jesús está ambientada en Judea, pero en
realidad no se trata de una prolongación de ésta sino de un asunto completamente
diferente. La religión judaica tampoco es maniquea puesto que su objetivo no es
“hacer el bien” sino cumplir las ordenanzas de un dios específico para un pueblo
específico, Israel, lo cual les hace desarrollar una ética y una moral completamente
distintas a la del cristianismo. Esto es lo que permite entender la actual actitud del
país Israel y del por qué para ellos ciertos actos que Occidente considera
reprobables con sus vecinos (en especial con los palestinos) no lo son para ellos
pues están actuando correctamente dentro de sus esquemas y principios.

El cristianismo desarrolla una ética humana muy diferente al antiguo mundo


romano donde todas las religiones eran permitidas siempre y cuando se
incorporaran a la normativa del imperio (exactamente igual a lo que pasa ahora en
EEUU) y también diferente a la judaica donde lo correcto es cumplir los designios
de Dios para su pueblo elegido; el cristianismo propone una ética universal, no
supeditada a los contextos culturales de cada pueblo en especial. Se trata entonces
de la primera globalización liderada por Occidente, algo que después fue seguido
también por el Islam. Lo ético no se identificó con las normas de cada agrupación o
religión existente sino con la absorción de la única religión posible de darse. Se
trató de un intento por unificar a la raza humana que requería previamente de una
visión unitaria del hombre. Solo si todos éramos iguales es que dicha religión podía
implantarse en todos los rincones del planeta (de ahí la importancia de una Teoría
de la Evolución).

La expansión

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Esto no pasó inadvertido por el emperador Constantino que la eligió como religión
oficial del imperio y de carácter obligatorio. El cristianismo y su dios único era
unificador, igualador, válido para todos en todo lugar, lo cual lo convertía en un
factor ideal para la consolidación y ampliación de su expansión imperial. Es a partir
de ella que Occidente empieza a dividir sus nociones éticas y morales entre una
idea del bien (el comportarse según las normas del imperio) y una idea del mal (ir
en contra de ellas) como únicos valores. El dios cristiano (que ya no es el profeta
Jesús sino su Padre, un dios de Israel todopoderoso y omnipotente que distribuye la
justicia en función a sus órdenes) es el dios de toda la humanidad, el verdadero,
mientras que todos los demás son los falsos. Y en base a ello quienes hacen “el
bien” son entonces los delegados del imperio y los funcionarios y súbditos que
acatan lo dispuesto por el emperador quien es el representante de dios en la Tierra
(después lo sería el papa, por encargo del emperador).

Es así que el cristianismo se vuelve la punta de lanza de la penetración de la cultura


y el poder de Occidente pues vincula directamente el poder terrenal con el poder
espiritual y universal, siendo ambos uno solo. Allí donde Occidente se expandía con
sus ejércitos llegaba también la idea cristiana de la existencia de un dios único y
universal que no toleraba la presencia de ninguna otra creencia por ser “falsa”. Fue
así que Occidente incorporó sin quererlo las tesis de Maní al dividir la realidad
humana en dos pares de valores: lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal, lo
permitido y lo no permitido. La expresión del presidente norteamericano Bush II de
“o están con nosotros o están contra nosotros” remite directamente al dios bíblico
donde se repite el “solo adorarás al dios verdadero” y el no hacerlo implica un
castigo divino que es la muerte y la condena al infierno.

Nada ha cambiado
El tiempo ha pasado, y a pesar de la llegada de nuevas ideas filosóficas como las de
la modernidad esta esencia del pensamiento occidental no ha cambiado en lo
absoluto. Simplemente las leyes del mercado se han adaptado perfectamente a
esta lógica: más aún, el capitalismo es esencialmente cristiano si comparamos una
a una cada característica como son “una verdad única, una moneda única”, “una ley
única, un sistema único”, “un patrón universal divino, un patrón económico
material”, etc. No es necesario apelar a las tesis de Weber para darnos cuenta de la
intrínseca vinculación entre la esencia de Occidente y sus productos mentales y
materiales. En esta era moderna y “avanzada” (como dicen) la mente del occidental
sigue siendo cristiana en su esencia: divide la vida entre un bien y un mal en
estado de lucha permanente.

Y para comprobarlo basta recurrir a los lugares en donde esta ideología o


cosmovisión discurre: los medios de comunicación. Un rápido análisis de lo
mostrado en el cine, en los diarios y en la televisión nos da a entender cómo la
visión occidental persiste en “leer” las cosas de esa manera: quiénes son “los
buenos” y quiénes “los malos”. El occidental está incapacitado por esencia para ver
las cosas en términos no absolutos, intermedios, grises o hasta relativos, con
ausencia de un bien y de un mal. La “amoralidad” para Occidente es simplemente el
no pronunciarse o no asumir algunos de estos dos valores: o eres “el bueno” o eres
“el malo”, no hay otra opción (“Dios expulsa a los tibios”, dice la Biblia). Admitir la
ausencia de estos dos criterios es casi como negar la existencia del dios único y
universal que creó a toda la humanidad y que le tiene reservado un destino. Esta
idea absoluta, totalizadora, globalista, predestinada es la que tienen los
occidentales en la cabeza y es imposible que entiendan las cosas de otra manera.

Comprendiendo esto es cómo se puede entender que para nuestra actual sociedad
moderna la realidad es blanca o negra, donde existe una sola verdad (ahora mejor
encarnada en la ciencia, pero la idea sigue siendo religiosa cristiana) y donde el ir
en contra de ella es pasar a las filas del “mal”. Aquellas personas, sociedades,

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culturas, naciones o países que no encajen dentro de la idea del bien que tiene
Occidente (que implica la creencia en el dios único, la verdad única, el sistema
único, el destino único, la moral única) pasan automáticamente a pertenecer a las
filas del “mal”, de ahí esa idea tan acentuada de que el mundo se divide entre “los
buenos y los malos”, donde los buenos son Occidente (la comunidad internacional
en el lenguaje geopolítico) y los malos los que no se avienen a sus designios (en el
caso actual ideas como el comunismo, religiones como el Islam y países como
Rusia, China, Corea del Norte, Cuba o Venezuela).

Muchos dirán que los líderes, los poderosos y la inteligentzia occidental no piensa
así, que ellos actúan amoralmente pues negocian “con dios y con el diablo” y violan
sin problemas todos los principios y normas establecidas por el cristianismo. La
respuesta es que tienen razón, que estas personas así lo hacen, pero lo importante
no es si lo hacen o no sino si lo que dicen al respecto encaja o no con el discurso
oficial. Los líderes y poderosos pueden robar y matar, pero para ello necesitan
elaborar justificaciones apegadas a las ideas que el pueblo tiene: “El bien se
defiende del mal con la fuerza”, “los malos deben ser eliminados para que su
maldad no prospere”, etc. Todo lo que Occidente ejecuta políticamente siempre
tiene ese discurso fácilmente entendible por la gente y donde relacionan sus
acciones con la “voluntad de Dios y la lucha del bien contra el mal”. Eso es lo que
permite que se acepten bombardeos como los de Hiroshima y Nagasaki porque
“ellos eran malos”, lo mismo que invadir países como Irak porque “había allí un
hombre malo”. Mientras los dirigentes de Occidente se mantengan dentro de esos
cánones siempre contarán con el respaldo y aprobación de las mayorías.

Conclusión
Contrariamente a la idea que tenemos sobre la modernidad que es “un avance de la
humanidad” en realidad con ella no ha cambiado en el fondo nada del pensamiento
madre de la cultura occidental que sigue siendo cristiano, sigue siendo universalista
y predestinado a dominar “sobre los pueblos del mundo” llevando la única verdad
posible, sea Dios o la ciencia. Esta lo que dice es que solo existe en la vida dos
pares de valores: el bien y el mal, dentro de lo cual encaja todo el comportamiento
ético y moral de la humanidad. Quienes no pertenecen al mundo del bien (donde se
encentra Occidente como civilización y cultura) están en el mundo del mal (por lo
general las otras civilizaciones y culturas). Esta estructura de pensamiento se repite
una y otra vez a través de los medios de comunicación procurando dividir los
intereses de Occidente, asociados al bien, a los de los que no lo son, asociados con
el mal. El hombre occidental por lo tanto está incapacitado para entender nada si es
que no se lo dicen en dichos términos, como en las películas de Disney. Esta forma
de pensar es globalizadora y universalista y avala la expansión y el dominio de una
cultura como Occidente sobre las demás.
La parfernalia tecnológica que marea a algunos y los hace creer que “somos otra
humanidad” solo oculta al ser desnudo que está detrás de ella que sigue siendo el
de siempre, con la misma mentalidad con la que se inició hace más de dos mil
años. En realidad, ese rubio vikingo que asolaba los pueblos de Europa, barbudo y
desaliñado, es hoy el que, afeitado y con terno y maletín, sigue conquistando a
todos los pueblos de la Tierra aunque estos no lo deseen ni quieran aceptar sus
ideas. Eso al occidental no le importa en nada: sus ideas del bien y del mal son las
que finalmente se imponen, y él piensa que encarna al bien.

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