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Los orígenes
El antiguo mundo surmediterráneo, el de los griegos y luego romanos, no era un
mundo maniqueo (Maní, de donde viene la palabra, fue el fundador de una religión
que dividía la realidad espiritual entre dos elementos únicos: el bien y el mal); era
un mundo politeísta donde todas sus fuerzas participaban en una lucha constante
por la existencia, algo más apegado a la realidad y a la naturaleza. La mitología
griega nos revela que el objetivo de la vida no era “ser bueno” o “ser de los
buenos” sino triunfar sobre las circunstancias las cuales pueden ser beneficiosas o
adversas. Los dioses, en ese sentido, serían amorales desde nuestro moderno
punto de vista.
La expansión
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Esto no pasó inadvertido por el emperador Constantino que la eligió como religión
oficial del imperio y de carácter obligatorio. El cristianismo y su dios único era
unificador, igualador, válido para todos en todo lugar, lo cual lo convertía en un
factor ideal para la consolidación y ampliación de su expansión imperial. Es a partir
de ella que Occidente empieza a dividir sus nociones éticas y morales entre una
idea del bien (el comportarse según las normas del imperio) y una idea del mal (ir
en contra de ellas) como únicos valores. El dios cristiano (que ya no es el profeta
Jesús sino su Padre, un dios de Israel todopoderoso y omnipotente que distribuye la
justicia en función a sus órdenes) es el dios de toda la humanidad, el verdadero,
mientras que todos los demás son los falsos. Y en base a ello quienes hacen “el
bien” son entonces los delegados del imperio y los funcionarios y súbditos que
acatan lo dispuesto por el emperador quien es el representante de dios en la Tierra
(después lo sería el papa, por encargo del emperador).
Nada ha cambiado
El tiempo ha pasado, y a pesar de la llegada de nuevas ideas filosóficas como las de
la modernidad esta esencia del pensamiento occidental no ha cambiado en lo
absoluto. Simplemente las leyes del mercado se han adaptado perfectamente a
esta lógica: más aún, el capitalismo es esencialmente cristiano si comparamos una
a una cada característica como son “una verdad única, una moneda única”, “una ley
única, un sistema único”, “un patrón universal divino, un patrón económico
material”, etc. No es necesario apelar a las tesis de Weber para darnos cuenta de la
intrínseca vinculación entre la esencia de Occidente y sus productos mentales y
materiales. En esta era moderna y “avanzada” (como dicen) la mente del occidental
sigue siendo cristiana en su esencia: divide la vida entre un bien y un mal en
estado de lucha permanente.
Comprendiendo esto es cómo se puede entender que para nuestra actual sociedad
moderna la realidad es blanca o negra, donde existe una sola verdad (ahora mejor
encarnada en la ciencia, pero la idea sigue siendo religiosa cristiana) y donde el ir
en contra de ella es pasar a las filas del “mal”. Aquellas personas, sociedades,
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culturas, naciones o países que no encajen dentro de la idea del bien que tiene
Occidente (que implica la creencia en el dios único, la verdad única, el sistema
único, el destino único, la moral única) pasan automáticamente a pertenecer a las
filas del “mal”, de ahí esa idea tan acentuada de que el mundo se divide entre “los
buenos y los malos”, donde los buenos son Occidente (la comunidad internacional
en el lenguaje geopolítico) y los malos los que no se avienen a sus designios (en el
caso actual ideas como el comunismo, religiones como el Islam y países como
Rusia, China, Corea del Norte, Cuba o Venezuela).
Muchos dirán que los líderes, los poderosos y la inteligentzia occidental no piensa
así, que ellos actúan amoralmente pues negocian “con dios y con el diablo” y violan
sin problemas todos los principios y normas establecidas por el cristianismo. La
respuesta es que tienen razón, que estas personas así lo hacen, pero lo importante
no es si lo hacen o no sino si lo que dicen al respecto encaja o no con el discurso
oficial. Los líderes y poderosos pueden robar y matar, pero para ello necesitan
elaborar justificaciones apegadas a las ideas que el pueblo tiene: “El bien se
defiende del mal con la fuerza”, “los malos deben ser eliminados para que su
maldad no prospere”, etc. Todo lo que Occidente ejecuta políticamente siempre
tiene ese discurso fácilmente entendible por la gente y donde relacionan sus
acciones con la “voluntad de Dios y la lucha del bien contra el mal”. Eso es lo que
permite que se acepten bombardeos como los de Hiroshima y Nagasaki porque
“ellos eran malos”, lo mismo que invadir países como Irak porque “había allí un
hombre malo”. Mientras los dirigentes de Occidente se mantengan dentro de esos
cánones siempre contarán con el respaldo y aprobación de las mayorías.
Conclusión
Contrariamente a la idea que tenemos sobre la modernidad que es “un avance de la
humanidad” en realidad con ella no ha cambiado en el fondo nada del pensamiento
madre de la cultura occidental que sigue siendo cristiano, sigue siendo universalista
y predestinado a dominar “sobre los pueblos del mundo” llevando la única verdad
posible, sea Dios o la ciencia. Esta lo que dice es que solo existe en la vida dos
pares de valores: el bien y el mal, dentro de lo cual encaja todo el comportamiento
ético y moral de la humanidad. Quienes no pertenecen al mundo del bien (donde se
encentra Occidente como civilización y cultura) están en el mundo del mal (por lo
general las otras civilizaciones y culturas). Esta estructura de pensamiento se repite
una y otra vez a través de los medios de comunicación procurando dividir los
intereses de Occidente, asociados al bien, a los de los que no lo son, asociados con
el mal. El hombre occidental por lo tanto está incapacitado para entender nada si es
que no se lo dicen en dichos términos, como en las películas de Disney. Esta forma
de pensar es globalizadora y universalista y avala la expansión y el dominio de una
cultura como Occidente sobre las demás.
La parfernalia tecnológica que marea a algunos y los hace creer que “somos otra
humanidad” solo oculta al ser desnudo que está detrás de ella que sigue siendo el
de siempre, con la misma mentalidad con la que se inició hace más de dos mil
años. En realidad, ese rubio vikingo que asolaba los pueblos de Europa, barbudo y
desaliñado, es hoy el que, afeitado y con terno y maletín, sigue conquistando a
todos los pueblos de la Tierra aunque estos no lo deseen ni quieran aceptar sus
ideas. Eso al occidental no le importa en nada: sus ideas del bien y del mal son las
que finalmente se imponen, y él piensa que encarna al bien.
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