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SEDE ECUADOR
DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA VISUAL
CONVOCATORIA 2014-2016
ANTROPOLOGÍA DE LA REPRESENTACIÓN
ENSAYO FINAL
REPRESENTACIÓN DE LA AUSENCIA:
CASO DESAPARECIDOS EN QUITO
En
el
Ecuador
existen
cerca
de
19.515
denuncias
de
personas
que
no
han
retornado
a
sus
hogares,
de
las
cuales
cerca
de
2000
están
en
indagación
oficial.
En
el
2013,
se
conformó
la
Asociación
de
Familiares
de
Desaparecidos
(Asfadec)
para
ejercer
presión
en
las
instituciones
encargadas
de
las
búsquedas.
Quito,
al
ser
la
capital
del
país,
se
convirtió
en
el
escenario
de
lucha
por
la
visibilización
de
esta
problemática
social,
donde
se
desarrolla
la
mayoría
de
manifestaciones:
plantones
en
la
Plaza
de
la
Independencia
(todos
los
miércoles),
veladas,
conciertos,
reuniones
con
autoridades,
programas
radiales,
entre
otras
actividades.
El
presente
ensayo
pretende
indagar
sobre
la
representación
de
la
ausencia
en
el
caso
de
los
desaparecidos
en
Quito.
Para
esto,
se
registró
y
analizó
las
dinámicas
que
se
desarrollaron
en
el
plantón
del
7
de
octubre
frente
al
Palacio
de
Carondelet.
Para
Corinne
Enaudeau
(1999),
representar
es
sustituir
a
un
ausente,
darle
presencia
y
confirmar
su
ausencia.
En
los
plantones,
la
representación
de
las
personas
ausentes
se
da
a
través
de
fotografías,
carteles,
pancartas,
camisetas.
El
objetivo
de
este
trabajo
es,
a
partir
del
acercamiento
etnográfico,
determinar
el
rol
de
las
imágenes
como
actualizadoras
de
la
materialidad,
la
conexión
entre
los
diferentes
tiempos
(presente,
pasado
y
futuro)
y
como
agentes
de
movilización.
Contextualización
El
7
de
octubre,
como
cada
miércoles,
Telmo
Pacheco
cumple
el
mismo
ritual.
Al
llegar
a
la
Plaza
de
la
Independencia,
ubicada
en
el
Centro
Histórico
de
Quito,
se
dispone
a
ubicar,
cuidadosamente,
las
fotografías
de
los
desaparecidos.
Sobre
los
adoquines,
y
con
dirección
al
Palacio
Presidencial,
coloca
pancartas
de
festivales
pasados,
rótulos
de
la
Asociación
de
Familiares
y
Amigos
de
Personas
Desaparecidas
en
Ecuador
(Asfadec),
carteles
con
consignas
de
justicia
y,
lo
más
importante,
pequeños
afiches
con
los
rostros
y
datos
de
quienes,
por
razones
desconocidas,
no
retornaron
a
sus
hogares.
En
el
resto
de
los
cuadrantes
de
la
Plaza,
todo
marcha
con
normalidad:
los
jubilados
reposan
en
bancas
de
cemento,
funcionarios
municipales
salen
por
sus
cafés
de
media
mañana,
los
turistas
avanzan
con
grandes
cámaras
y
los
vendedores
ambulantes
compiten
entre
sí
para
captar
clientela.
La
franja
que
formó
Telmo
es
lo
suficientemente
grande
como
para
llamar
la
atención
de
quienes
recorren
el
perímetro.
Mientras
los
transeúntes
se
detienen
a
observar,
él
se
pone
una
camiseta
en
la
que
está
estampada
la
fotografía
de
su
hijo:
Orlando
Pacheco,
guía
de
turismo
desaparecido
hace
cuatro
años.
Cuelga
la
correa
del
megáfono
sobre
el
hombro
y
empieza
a
perifonear:
habla
de
las
irregularidades
en
el
proceso
de
búsqueda,
de
la
lucha
que
mantienen
por
las
más
de
2
000
denuncias
que
se
han
registrado
desde
el
2013,
de
la
exigencia
de
que
la
desaparición
se
tipifique
como
un
delito,
y
más.
A
este
plantón
se
suma
Jaime
Guevara,
un
cantante
comprometido
con
la
visibilización
de
esta
problemática,
quien
toca
un
pequeño
tambor.
Además
de
otros
familiares
y
colaboradores
como
José
Luís
Rodríguez,
quien
todos
los
miércoles
viaja
desde
Latacunga
para
apoyar
en
la
tarea
de
perifonear.
A
través
de
esta
actividad
hacen
públicos
sus
cuestionamientos.
Una
de
las
preguntas
que
se
hacen
reiteradamente
es:
¿Por
qué
desaparecen
tantas
personas
en
el
país?
Históricamente,
en
Latinoamérica,
los
casos
de
desaparecidos
están
ligados
a
un
contexto
de
dictadura
militar.
En
Ecuador,
uno
de
los
gobiernos
con
mayor
represión
fue
el
de
León
Febres
Cordero,
entre
los
años
1984
y
1988.
En
este
periodo
se
creó
un
escuadrón
volante
(conocido
como
el
escuadrón
de
la
muerte)
para
combatir
la
delincuencia
y
los
movimientos
subversivos.
A
partir
de
entonces,
se
constituye
como
una
época
en
la
que
las
torturas,
asesinatos
y
desapariciones
se
hicieron
constantes.
Entre
los
casos
más
sonados
de
aquella
está
el
de
los
hermanos
Santiago
y
Pedro
Restrepo,
quienes
desaparecieron
en
manos
de
la
Policía.
Hasta
ahora
no
se
encuentran
sus
cuerpos.
Desde
1989,
la
familia
se
movilizó
y
exigió
respuestas
sobre
los
que
sucedió
con
sus
hijos,
a
través
de
protestas
pacíficas
frente
al
Palacio
de
Carondelet.
Pedro
Restrepo,
el
padre,
no
abandonó
esta
lucha
y
cada
miércoles,
durante
27
años,
retornó
al
mismo
lugar
para
exigir
que
se
encontraran
los
cuerpos
de
sus
niños.
El
espacio
que
ocupaba
en
la
Plaza,
y
que
se
convirtió
en
un
símbolo
de
lucha
por
los
desaparecidos,
en
el
2013
fue
retomado
por
los
familiares
de
quienes
no
volvieron
al
hogar,
para
exigir
respuestas.
Sin
embargo,
en
la
actualidad
no
hay
una
explicación
clara
detrás
de
esta
problemática.
Se
manejan
varias
hipótesis:
delincuencia,
trata
de
blancas,
tráfico
de
órganos,
entre
otras.
Sin
embargo,
no
se
ha
determinado
la
causa
que
determine
por
qué
en
un
gobierno
de
corte
democrático,
como
el
de
Rafael
Correa,
hay
más
de
2000
denuncias
y
se
siguen
incrementando.
En
la
Plaza,
José
Luis
Rodríguez
aclara,
a
través
de
su
megáfono,
que
se
trata
de
“personas
de
bien”,
“de
estudiantes
universitarios”,
“de
gente
trabajadora”
y
que
su
desaparición
no
solo
les
compete
a
ellos
como
familiares,
sino
a
todo
el
pueblo
ecuatoriano.
Las
personas
que
se
detienen
observan
con
detenimiento
los
rostros
de
quienes
ya
no
están.
Y
entonces,
el
afiche
que
ven,
por
más
quieto,
por
más
neutra
que
resulte
su
apariencia,
“se
vuelve
ineluctable
cuando
sostiene
una
pérdida
–aunque
sea
por
medio
de
una
simple
pero
apremiante
asociación
de
ideas
o
de
un
juego
de
lenguaje–
y
desde
allí,
los
mira,
los
concierne,
los
asedia”
(Didi-‐
Huberman
1992,
16).
Actualización
y
temporalidad
En
este
contexto,
en
el
que
las
fotografías,
y
particularmente
el
formato
de
retrato,
son
predominantes
en
los
plantones
y
otras
manifestaciones
que
realizan
las
asociaciones
de
familiares
de
los
desaparecidos,
es
preciso
indagar
en
el
rol
de
la
imagen
en
la
representación
de
la
ausencia.
Según
Telmo
Pacheco,
presidente
de
Asfadec,
los
afiches
con
los
rostros
de
sus
familiares
permiten
visibilizar
el
problema.
Además,
tienen
como
fin
que
la
gente
identifique
a
los
desaparecidos
y
sea
capaz
de
reconocerlos
si
los
llegara
a
ver
en
algún
lugar1.
La
imagen,
entonces,
“viene
en
auxilio
de
lo
ausente,
recupera
en
su
materialidad
una
existencia
previa,
aunque
desfigurada
a
través
del
proceso
de
re-‐
presentación,
y
posibilita
en
el
instante
de
rememoración
la
construcción
proyectiva
del
pasado”(García
2002,
13).
1
Conversación con Telmo Pacheco, el 7 de octubre de 2015.
Las
fotografías
corresponden
a
las
últimos
momentos
de
presencia.
Son
extraídas
de
las
redes
sociales
o
de
los
álbumes
que
guardan
los
momentos
familiares.
Las
imágenes
dan
cuenta
de
los
gustos
de
quienes
no
están:
los
muestran
cerca
de
sus
automóviles,
con
la
camiseta
de
su
equipo
de
fútbol
favorito,
con
uniforme,
de
compras
en
algún
centro
comercial,
en
alguna
reunión
social.
Hay
un
recorte
intencional
para
dar
protagonismo
al
rostro.
Los
epígrafes
que
acompañan
estas
imágenes
detallan
el
nombre
completo,
la
edad,
la
vestimenta,
el
lugar
y
la
hora
de
desaparición.
Imagen
1.
Pancartas
y
afiches
Algunas
incluyen
frases
como:
¡Ayúdanos
a
encontrarlos!
ó
¡No
más
impunidad!
Al
mirarlas,
se
da
un
proceso
de
actualización
de
la
materialidad
de
los
cuerpos
ausentes
y
un
cruce
de
temporalidades.
El
espectador
se
sitúa
en
el
presente
y
choca
con
el
pasado.
Es
a
partir
del
cuerpo
y
de
los
sentidos
que
actualiza
lo
que
fue,
desde
la
actualidad,
que
se
constituye
en
un
instante
de
peligro.
En
esta
concepción,
desarrollada
por
Walter
Benjamín,
el
pasado
es
abierto
y
permite
una
proyección
a
futuro.
En
este
sentido,
se
hace
un
ejercicio
de
imaginar,
de
recordar,
que
difiere
de
la
experiencia
cotidiana
“puesto
que
un
acontecimiento
vivido
es
finito,
al
menos
está
incluido
en
la
espera
de
la
vivencia
y
el
acontecimiento
recordado
carece
de
barreras”
(Benjamín
2010,
2).
Las
imágenes
de
los
desaparecidos
se
muestran,
en
palabras
de
Benjamín,
como
objetos
auráticos,
“que
suponen
por
lo
tanto
una
manera
de
barrido
o
ida
y
vuelta
incesante,
una
forma
heurística
en
la
cual
las
distancias
–las
distancias
contradictorias–
se
experimentarían
unas
a
otras,
dialécticamente”
(Didi-‐
Huberman
1992,
95).
Para
explicarlo
mejor,
quienes
se
acercan
a
los
afiches,
que
contienen,
observan
las
imágenes
desde
la
distancia
que
presupone
el
estar
de
pie
y
mirar
al
suelo.
Estos
son
objetos
que
están
ocupando
una
doble
dimensión:
están
insertos
en
un
espacio
específico
y
en
un
determinado
tiempo
histórico.
Los
transeúntes
se
quedan
por
minutos
observando
los
rostros,
los
nombres,
sus
edades
y
características.
En
ocasiones,
como
en
el
caso
de
Margarita
López,
una
mujer
de
45
años,
al
ver
una
de
las
imágenes
piensa
en
su
hijo.
Recuerda
las
veces
que
ha
salido
de
casa,
que
a
viajado.
Se
identifica
de
alguna
manera
con
la
lucha
de
los
padres.
Imagina
por
un
momento
que
en
la
foto
podría
estar
su
familiar.
Se
horroriza,
pero
a
la
vez,
existe
una
distancia,
un
sentimiento
de
extrañeza,
al
no
haber
interactuado
con
la
persona
que
consta
en
la
fotografía.
Lo
que
ve
no
es
un
momento
real,
sino
la
construcción
que
acaba
de
hacer
desde
su
mirada.
Luego,
recibe
una
llamada
del
amigo
con
el
que
debe
encontrarse
y
abandona
el
lugar.
Imagen
2.
Transeúntes
mirando
las
fotografías.
Para
los
familiares,
estos
mismos
afiches
tienen
un
valor
de
culto
(otra
de
las
categorías
elaboradas
por
Benjamín).
Aquellos
retratos
se
convierten
en
un
culto
al
recuerdo
de
los
seres
queridos
lejanos.
La
imagen
constituye
su
último
refugio.
Imágenes
movilizadoras
A
diferencia
de
la
muerte,
la
desaparición
se
caracteriza
por
abrir
una
espera
indeterminada,
un
presente
continuo.
Los
familiares
de
los
desaparecidos,
no
solo
reclaman
los
cuerpos
de
sus
seres
queridos,
sino
que
durante
el
perifoneo
que
hacen
en
la
Plaza
de
la
Independencia
o
en
las
reuniones
con
autoridades
exigen
explicaciones
sobre
lo
que
sucedió,
quién
se
los
llevó
y
qué
les
hicieron.
En
ese
presente
continuo
de
búsqueda,
las
imágenes
son
el
único
recurso
que
les
queda
ante
la
imposibilidad
de
una
representación
fiel
a
lo
real.
Alix
Ardila,
madre
de
Carolina
Garzón,
una
joven
colombiana
desaparecida
en
Ecuador
hace
tres
años,
explica
que
las
fotos
que
constan
en
los
afiches,
pancartas
o
prendas
de
vestir
son,
de
cierto
modo,
las
más
actuales
que
existen
de
ellos.
Cree
que
su
hija
debe
lucir
diferente
después
de
estos
años.
Sin
embargo,
afirma
que,
a
diferencia
de
Colombia,
aquí
no
existe
un
personal
especializado
para
realizar
un
identikit,
que
simulen
la
edad
que
tendrían
en
este
momento2.
En
países
como
Argentina
o
Chile,
a
partir
de
la
búsqueda
de
los
desaparecidos
en
época
de
dictaduras,
se
estableció
una
especie
de
estética
de
las
fotografías
de
desaparecidos.
Los
rostros
en
blanco
y
negro
constaban
en
toda
bandera
o
cartel
que
se
empleara
para
protestar.
La
foto
era
una
estrategia
para
individualizar
al
ser
querido
de
cuyo
destino
nada
se
sabía.
Como
la
descripción
física
que
se
detallaba
en
las
cartas
enviadas
a
las
diversas
autoridades
nacionales,
la
foto
acompañaba
la
búsqueda
individual
de
cada
familiar
con
la
esperanza
de
que
alguien
lo
reconociera
y
pudiera
dar
algún
dato”
(Da
Silva
Catela,
2009:
343).
Estas
mismas
fotografías
se
han
replicado
en
otros
soportes
como
camisetas.
El
objetivo
ya
no
solo
es
rememorar
o
visualizar
a
los
desaparecidos
sino
responsabilizar
al
Estado
por
la
falta
de
agilidad
en
las
búsquedas.
En
sus
múltiples
usos,
estos
retratos
han
logrado
que
se
configure
una
imagen
pública
de
la
desaparición,
“un
soporte
de
la
memoria
específico,
caracterizado
por
el
hecho
2
Conversación con Alix Ardila, el 9 de octubre de 2015.
de
que
la
víctima
haya
sido
fotografiada
antes
de
su
desaparición
y
las
fotos
hayan
sido
desplazadas
de
su
uso
original,
ligados
a
los
momentos
de
vida
de
cada
persona”
(Field
2010,
2).
No
obstante,
algo
que
ha
variado
es
el
uso
de
color
en
las
fotografías.
En
la
franja
construida
por
Telmo
Pacheco,
en
el
plantón
del
miércoles
7
de
octubre,
muchos
de
los
retratos
estaban
a
color.
Sin
embargo,
la
pancarta
más
grande,
que
había
sido
empleada
para
un
festival
musical,
reunía
los
retratos
de
los
desaparecidos
en
un
collage
en
blanco
y
negro.
En
letras
rojas
y
anaranjadas
constaban
las
consignas:
¡Tu
memoria
es
mi
lucha!,
y
¡Vivos
se
los
llevaron,
vivos
los
queremos!
Esta
particularidad
de
que
las
fotografías
estén
impresas
en
todas
sus
tonalidades
respondería,
según
Jorge
Perrín,
un
pintor
argentino,
a
una
necesidad
de
actualizar
la
memoria,
de
pasarla
a
color.
¿Pero
qué
pasa
con
estas
imágenes
en
el
contexto
de
los
plantones
que
se
desarrollan
en
la
Plaza
de
la
Independencia?
Walter
Benjamín
afirma
que
una
de
las
grandes
fuerzas
de
la
imagen
“es
crear
al
mismo
tiempo
síntoma
(interrupción
en
el
saber)
y
conocimiento
(interrupción
en
el
caos)”
(Didi-‐Huberman
2013,
7).
En
medio
de
la
cantidad
de
imágenes
que
nos
bombardean,
las
fotografías
de
los
desaparecidos
se
han
constituido
en
un
símbolo
de
una
problemática
social
actual,
que
carece
de
explicación.
La
imagen
se
vuelve
una
extracción
del
mundo
del
ahora,
aunque
lo
que
muestre
no
siempre
esté
en
el
presente.
Las
fotografías
interpelan
a
quienes
las
miran
y
provocan
un
acercamiento
único
y
extraño
que
los
atrapa.
Al
mirar
los
retratos
de
la
ausencia,
los
rostros
de
los
espectadores
se
transfiguran.
Unos
toman
fotografías
del
plantón,
se
quedan
observando
por
largos
minutos
y
se
van.
Para
otros
es
inevitable
acercarse
a
los
familiares,
preguntarles
por
la
situación
y
solidarizarse
con
ellos.
Y
algunos
discuten
sobre
política:
le
echan
la
culpa
al
Estado,
a
la
creciente
delincuencia
o
defienden
las
medidas
tomadas
por
los
actuales
gobernantes.
Imagen
3.
Policías
vigilando
el
plantón
El
plantón
está
programado
desde
las
11:00
hasta
las
13:00.
En
el
ambiente
también
se
evidencia
que
las
imágenes
son
peligrosas
y
son
capaces
de
arder
en
su
contacto
con
lo
real,
como
explica
Didi-‐Huberman.
Son
capaces
de
crear
un
malestar
visual.
Las
imágenes
de
los
desaparecidos
incomodan
al
poder.
Eso
explica
que
existan
tantos
Policías
alrededor
y
que
incluso,
en
una
marcha
pacífica
de
la
Asociación,
realizada
el
7
de
septiembre,
se
haya
restringido
el
ingreso
a
la
Plaza
de
la
Independencia.
Nunca la imagen se ha impuesto con tanta fuerza en nuestro universo estético,
técnico, cotidiano, político, histórico. Nunca ha mostrado tantas verdades tan
crudas; nunca, sin embargo, nos ha mentido tanto solicitando nuestra
credulidad; nunca ha proliferado tanto y nunca ha sufrido tanta censura y
destrucción. (Didi-Huberman 2013, 7).
Esta
característica
hace
que
exista
una
relación
constitutiva
del
sujeto
con
la
imagen.
En
el
caso
de
desaparecidos,
las
fotografías
no
solo
provocan
reacciones
en
quienes
las
observan,
interpelan,
impactan,
sino
que
además
son
símbolo
de
la
organización
civil
que
se
ha
movilizado
y
que
reclama
justicia
para
sus
seres
queridos
que
están
ausentes.
BIBLIOGRAFÍA
• Benjamín, Walter. 2010. Una imagen de Proust. Observaciones Filosóficas 11.
pg.-11.
• Da Silva Catela, Ludmila. 2001. No habrá flores en la tumba del pasado. La
experiencia de reconstrucción del mundo de familiares de desaparecidos, La
Plata: Ediciones Al Margen.
• Didi-Huberman, Georges. 2013. Cuando las imágenes tocan lo real. Argentina:
Círculo de Bellas Artes.
• Didi-Huberman, Georges. 1992. Lo que vemos, lo que nos mira. Buenos Aires,
Manantial.
• Feld, Claudia. 2010. Imagen, memoria y desaparición. Una reflexión sobre los
diversos soportes audiovisuales de la memoria. Buenos Aires: CONICET/IDES.