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Módulo 3:

Arte y memoria

Los organismos de derechos humanos utilizaron desde los primeros tiempos recursos del
arte y de la cultura con el objetivo de visibilizar sus reclamos y llamar la atención de la
ciudadanía y de los medios tanto en el país como en el extranjero. En este sentido, el
primer recurso que utilizaron las Madres de Plaza de Mayo fue el pañuelo, prenda que
hasta hoy las identifica. Al colocarse en la cabeza el pañal de tela que había sido de sus
hijos e hijas, las Madres encontraron una manera de hacerse visibles en el espacio
público, transformándose así en un sujeto político. 

Si pensamos en el arte, uno de los hechos más emblemáticos es el llamado “Siluetazo”,


una propuesta ideada por los artistas Julio Flores, Rodolfo Aguerreberry y Guillermo
Kessel para representar a tamaño real las siluetas de los desaparecidos. El 21 de
septiembre de 1983, con la dictadura todavía en el poder, los artistas llevan plantillas a
Plaza de Mayo para trazar las siluetas sobre cartón, pero sorpresivamente los
manifestantes comienzan a poner el cuerpo ellxs mismxs con ese fin, a escribir nombres
de desaparecidos y agregar corazones rojos, apropiándose de esta herramienta estética y
política. Las siluetas se convirtieron en el símbolo de “la presencia de una ausencia” y
hasta hoy son un emblema.

Durante los años 80, un lugar fundamental de resistencia cultural fue el llamado under, que
tuvo lugar en ciudades como Buenos Aires, Córdoba o Rosario. En épocas en que estaba
prohibido reunirse, la contracultura construyó en la noche un espacio para la producción
artística multidisciplinaria  y el encuentro con lxs otrxs, y buscó restituir desde la alegría el
lazo social que el terror había quebrado. 
En los años 90 aparece el colectivo H.I.J.O.S. (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia
contra el Olvido y el Silencio), que aporta a la lucha un nuevo procedimiento estético y
político: el escrache. En épocas de impunidad para los crímenes de la dictadura, los
escraches buscaron señalar a los culpables desde una condena moral y evitar en los
barrios y las ciudades que la presencia de los represores y torturadores pasara
desapercibida. Utilizaron para ello herramientas del arte, especialmente en vínculo con el
Grupo de Arte Callejero, que trabaja desde el diseño gráfico y las artes visuales, y con el
Colectivo Etcétera, que viene del mundo del teatro y la performance y que recurre al humor
y el grotesco para el escrache y la denuncia. En la ciudad de La Plata en particular, los
escraches de H.I.J.O.S. incorporaron a las murgas y la quema de muñecos, propia de la
tradición de ese lugar.

En la década del 2000 los artistas continúan participando de los procesos de memoria. Un
caso destacado es el del artista Fernando Traverso, que interviene las paredes de la
ciudad de Rosario con stencils de bicicletas de color negro a tamaño real. Lo hace como
homenaje a un amigo suyo, desaparecido en la dictadura, que antes de ser secuestrado
había atado su bicicleta en la calle y que nunca pudo regresar a buscarla. Traverso pintó
350 bicicletas numeradas, por cada uno de los desaparecidos de Rosario.

A partir de la crisis de 2001, los grupos artísticos vinculados a H.I.J.O.S. empiezan a llevar
sus prácticas a las manifestaciones de la protesta social. Aparece un colectivo, el Taller
Popular de Serigrafía, que se acerca a las asambleas barriales y se dedica a estampar
remeras, con  consignas que surgen de las asambleas y de los grupos que participan. Son
consignas que hablan de la crisis y que la vinculan con políticas económicas neoliberales
comenzadas por la dictadura, de recorte del Estado y pérdida masiva de empleos. La
remera actúa como un manifiesto.
A partir de que el Estado toma en sus manos las políticas de derechos humanos y reabre
los juicios, empiezan a surgir otras consignas, y el arte acompaña ese movimiento hacia
reclamos que tienen que ver con, por ejemplo, derechos de las minorías, de las mujeres,
con el medio ambiente, entre otros.

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