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tanto por parte de sus integrantes como por la sociedad y los propios
chicos que la transita.
Sin dudas, esta espuria instancia saludable, casi obligatoria,
podríamos decir, que no elude la condición de proceso histórico de la
educación, sus contenidos y sus instituciones. Al hacerlo no
necesariamente
obtendremos como resultado respuestas acabadas y certezas
inamovibles, sino que, por el contrario, tal vez sé generan nuevas
incertezas y tan solo algunas nociones de lo que tenemos por delante
como construcción.
Dentro de ese proceso de revisión, sé impone identificar las
estructuras y sus rigideces, y los desafíos y los cambios que, cuando no
se piensan a veces impiden adecuar el funcionar lento y los objetivos a
las nuevas realidades.
Es entesé marco qué intentaremos revisar algunos de los factores
que inciden en el comportamiento del ámbito educativo, su adecuación
a las nuevas realidades que influyen en sus actores y la
implementación de prácticas institucionales acordes que las incluyan.
Algunas de las preguntas que intentamos responder hace un tiempo
son, a modo de ejemplo: ¿para qué está la escuela?, ¿es necesario
rediseñarla para los nuevos sujetos queja transitan?, ¿qué se espera
de los docentes y qué esperan ellos de esta tarea?, ¿por qué nos
sentimos impávidos ante la irrupción de algunos fenómenos sociales en
el quehacer educativo?, ¿lo que décimos coincide con lo que podemos
hacer?
Y así podríamos seguir enunciando la multiplicidad de
interrogantes que felizmente se disparan en las revisiones las que nos
obliga la realidad, y que nos impone el desafío de comprenderla para
cambiarla.
-Sobre...
Un aspecto que parece oscurecido en estas perspectivas, pero es
central a nuestro criterio, es el del impacto subjetivo sobre los actores
sociales implicados y en particular sobre los agentes institucionales
que participan en este engranaje social: los docentes.
Sabemos que esta violencia, por más desapercibida que parezca, no
es sin costos sobre los sujetos y, entonces, cabe introducir el concepto
de "violentación institucional" propuesto por Ulloa (1987), al hacer
referencia a un "síndrome" que consiste en el sufrimiento y el malestar
que se deriva del conjunto de maltrato, frustración, coerción que
ejercen las instituciones sobre los sujetos que las pueblan. Maltrato
derivado: específicamente de las constricciones institucionales sobre
las personas que aprenden y que enseñan.
Desde esa violencia-institucional intrínseca es que los docentes y
directivos deben llevar adelante currículo diseñados para apuntar al
"modelo esperado" y lidiar con sujetos bien diferentes, con otras ex-
pectativas y sin una disposición a ser homogeneizados. En muchos ca-
sos, la forma velada para hacerlo es ponerla andar un currículo oculto,
elaborado desde e! malestar y la incongruencia de sentido de muchos
de los objetivos, definido por prácticas no escritas, no explícitas, pero
que son las que de un modo u otro dan continuidad al funcionamiento
del sistema sumado a la complejidad en este intento de pensar el
espacio educativo, es necesario revisar sus contenidos] los
procedimientos, las formas dé funcionamiento, pero también nuestro
imaginario sobre las relaciones humanas en general y los niños en
particular. Y para eso es necesario considerar si las prácticas y
procedimientos establecidos y repetidos de manera mecánica a veces
no colocan a los niños como instrumentos de un proceso de
enseñanza aprendizaje que les es ajeno y se centra tan solo en
alcanzar, casi como concepto vacío, el tan mentado ‘logro educativo’.
Con..., entre.
Sin...
CAPÍTULO 4.
Con respecto a los testigos del maltrato entre pares, poco se dice, y
tampoco se analizan en profundidad los efectos sobre ellos como
observadores de los sucesivos episodios de victimización, ni sobre su
capacidad para producir cambios. Sin embargo, no es sin mella que
atraviesan estas situaciones.
Es relevante conocer y evaluar qué postura adopta cada miembro
del grupo cuando se produce una agresión. Olweus (cit. en Díaz Aguado
Jalón y otros, 2011) distingue las siguientes: el acosador, que la inicia y
dirige; el secuaz, que sigue al acosador activamente; el seguidor pasivo,
que no actúa, pero lo aprueba; el testigo no implicado, que no hace
nada porque cree que no es su problema; el que cree que debería
intervenir, pero no hace nada; el que intenta intervenir para detenerlo,
situación en la que pueden diferenciarse la actitud del que interviene solo
si es amigo de la víctima y la del que interviene en cualquier caso.
Es así que dentro del grupo de pares que presencian la victimización
algunos de ellos pueden resultar seducidos por "formar parte", aun-, que
tan solo sea desde la observación silenciosa de los episodios y su
gestación. Parece imperar aquí el sentirse parte del colectivo, reforzado
también por la impunidad con la cual se sostiene en aquellos casos en
que no hay intervenciones rápidas que suspendan la violencia.
Muchos de ellos acaban valorando la agresión y la violencia
como forma de éxito social y también piensan que la víctima se merece
las agresiones por no "defenderse" (es decir, golpear y ganar al
agresor), y podrían trasladar a su vida adulta pensamientos similares
ante los problemas de otros. Esto constituye una ausencia de
solidaridad con su comunidad y un riesgo para el tejido social. Por
otra parte, se observa el grupo de testigos empáticos con la víctima, que
reconocen su sufrimiento y que de alguna forma comparten sus
sentimientos de indefensión, pero que por eso mismo se sienten
inhábiles para generar un corte y a veces incluso aliviados por no ser
ellos el blanco de los ataques.
Estos espectadores experimentan un proceso de "desensibilización"
ante los continuos episodios de sufrimiento. Es decir que normalizan la
violencia y comienzan a pensar que "no es para tanto"; Simplemente
la dejan pasar, lo cual traspasa a otros ámbitos.de su vida, como la familia,
por ejemplo. Si esto ocurre, el entorno social se vuelve vulnerable e
incapaz de reaccionar ante los actos de violencia.