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No es secreto para ninguno que a lo largo de toda la historia el lenguaje del arte
se vio, se vea y se verá influenciado por acontecimientos políticos, sociales,
culturales y tecnológicos y que por ende es normal que esta forma de expresión
individual y/o colectivo mute o se transforme de acuerdo con sus intereses para
manifestar determinado aspecto de la realidad, sentimientos o afectos (propios,
colectivos, pasados, presentes o futuros). En ese sentido, al arte, además de
habérsele asignado un valor de vocera social, política y cultural, en el que la
representación o grafía del lenguaje expresivo va acompañado por supuesto de un
trasfondo ideológico, es decir con un concepto que guía en palabras lo expuesto,
también se le sumó (entrado el siglo XX con sus conflictos políticos y con estos los
avances en tecnología) una diversificación en masa del lenguaje expresivo del arte
beneficiada por el nuevo concepto de hipercomunicación que trajo consigo la
nueva era. Con esto la recepción por parte del público de los nuevos lenguajes de
expresión concebidos entrado el nuevo siglo se vio enormemente favorecida
puesto que el concepto de antaño sobre la forma de comprender y crear arte se
modificó y aceptó cultural y socialmente, en donde lo nuevo fue recibido con
buenos ojos.
Todo esto tan solo fue el principio de lo que sería una ola de música confusa,
ininteligible sonoramente y de uno, o mas bien, miles de lenguajes sonoros
incompresibles y narrativas que cada vez se van cerrando a públicos más
“eruditos” y “selectos”, alejándose por completo de una forma de expresión social
y comunicabilidad, convirtiéndose en un fenómeno global de subjetividad medial
en donde se difumina el concepto colectivo de qué es lo lindo y qué es lo feo, qué
tiene sentido y qué no lo tiene. Existen muchos ejemplos, como la famosa obra 4
´33” del compositor estadounidense John Cage, una pieza en tres movimientos
que puede ser interpretada por cualquier instrumento y en la cual su partitura solo
indica su interpretación con la palabra <Tácet>, en donde el intérprete debe
aguardar cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio, de la que el mismo
J. Cage dice:
«No entendieron su objetivo. No existe eso llamado silencio. Lo que pensaron que era silencio,
porque no sabían cómo escuchar, estaba lleno de sonidos accidentales. Podías oír el viento
golpeando fuera durante el primer movimiento. Durante el segundo, gotas de lluvia comenzaron a
golpetear sobre el techo, y durante el tercero la propia gente hacía todo tipo de sonidos
interesantes a medida que hablaban o salían»
«Extracto del artículo de Xabier Erkizia sobre John Cage y su obra 4’33»
Ese es tan solo el menor de los males posibles, en donde composiciones como
Metástasis de Iannis Xenakis, que requiere de una orquesta de 61
instrumentistas en donde todos ellos, incluidos las cuerdas, están tocando
partituras individuales de música sonoramente ininteligible que hace uso de
múltiples glisando a diferentes alturas y diferentes tempos. Alejada por completo
de un lenguaje tonal, e incluso atonal. Con estructuras incomprensibles para un
público medianamente educado en la música, retirada enteramente del lenguaje
sonoro de un público promedio, y aún más importante, despojada de cualquier
afecto, sentimiento o emoción humana conocida.
“Ono originalmente exhibió las instrucciones junto a lienzos en los que cada instrucción se había
llevado a cabo, pero posteriormente decidió prescindir de los lienzos y exhibir solamente las
instrucciones, quería que la obra no existiera más que como un texto”
Scream.
1961 autumn
Bajo el concepto de John Cage, quien quizá pudo haber sido indirectamente un
mentor suyo, que creía que un artista debía iniciar una obra, aunque no conociera
cómo terminara esta. De ahí que las obras de Yoko Ono empezaran con una
instrucción en la pared y se terminaran en la mente del espectador. Con esto
podríamos concluir que el “lenguaje expresivo” de Yoko Ono se cimienta bajo este
principio, carente por completo de expresividad.
La copa del árbol, la última gota que derramó el vaso, el final del final del camino,
¿o más bien un camino sin rumbo? ¿en dónde podría parar la línea compositiva e
interpretativa de un músico si este tipo de producto se consume y se permite
catalogar como arte? Alejado de total expresividad, sin rigor estructural, sin
antecedentes sonoros, no comparte ni genero ni estilo conocido y carente por
completo de emoción. Un “lenguaje” ininteligible, irrazonable e imposible de
documentar de manera escrita. Música sin vida.