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Badie, B., Berg-Schlosser, D. & Morlino, L. (2011). “Introduction to political science”. En: Badie, B.

, Berg-
Schlosser, D. & Morlino, L. (eds.) International Encyclopedia of Political Science, Vol. 1. Thousand Oaks:
Sage. (pp. li- lxvii)

Traducción libre, con fines académicos, de Diego Mauricio Duque Rodríguez para la asignatura “Teoría
General de la Ciencia Política”, programa de Ciencia Política, Universidad del Tolima. (2019).

Introducción a la Ciencia Política

A lo largo del tiempo, esta obra ciertamente producirá una revolución intelectual, y espero
que los tiranos, opresores, fanáticos y todos aquellos sin tolerancia no se beneficien de
ella. Nosotros servimos a la humanidad.
—Carta de Diderot a Sophie
Volland, Septiembre 26, 1762

De manera paradójica, la ciencia política es tanto una disciplina muy antigua como –relativamente–
reciente. Sus orígenes se remontan a la Antigüedad de la Europa clásica o al pensamiento asiático, y
mucho más allá en tanto recorremos la historia. Como campo académico independiente y respetado,
sin embargo, llegó a constituirse solamente luego de la Segunda Guerra Mundial. Esto se debe en
parte al hecho de que su materia ha estado suscrita a disciplinas vecinas tales como la filosofía, la
historia, el derecho público, pero también porque requiere, más que otras, un “espacio para respirar”
que le dé libertad de pensamiento y expresión, el cual no está muy garantizado por muchos regímenes
autoritarios y por ello, se ha desarrollado a nivel mundial solo con la descolonización y las recientes
olas de democratización.
Esta introducción estudia la disciplina de la ciencia política comenzando por un análisis de la política
en sí mismo. Dos importantes definiciones de la política se discuten aquí con mayor detalle. Primero,
la política puede ser vista como un medio, sea para mantener la armonía social o para lograr un bien
supremo, como en algunas concepciones religiosas del Estado. Segundo, la política ha sido entendida
como un instrumento por el cual una institución central o una autoridad legítima ejercen poder. La
próxima sección de la introducción examina los fundamentos epistemológicos de la ciencia política
como disciplina. La tercera sección traza el crecimiento de la ciencia política durante el siglo XX y
examina sus relaciones correspondientes con otras ciencias sociales y con otros campos, en mayor
medida, el derecho y la filosofía. La sección final de la introducción describe desarrollos y
perspectivas mucho más recientes en la ciencia política, mientras se convierte en una disciplina
dinámica gracias a su propia identidad y a la participación de politólogos a lo largo del mundo.
Política
Política como esfera social
El concepto de lo político (politics) acarrea distintos significados. Puede ser considerado como un
arte (los académicos “estudian política”); una actividad (uno puede “usar la política” en la oficina,
en el club, hasta en la familia); una profesión (algunos “entraron a la política”); o una función
(“política local”, “política nacional”). Muchos politólogos consideran los primeros significados como
derivados de los últimos, hasta metafóricamente, mientras que otros poseen una concepción más
abstracta que es mucho más amplia que la de función. Lo político también ha sido entendido como la
política (polity) que se refiere a una organización (un Estado, un régimen y su constitución) y a la
política pública (policy), que refiere un sistema de decisiones políticas y de subcampos específicos
(como la salud, educación, relaciones internacionales) a través del cual las organizaciones actúan para
llevar a cabo sus funciones. En una perspectiva comprehensiva, lo político es considerado así como
relacionado con una función, un sistema, una acción y un comportamiento.
Sin embargo, todos ellos están conectados a una dimensión especial de la historia de la humanidad.
Incluso si algunos académicos objetan que algunas sociedades ignoran lo político (Clastres, 1975),
muchos antropólogos consideran lo político como una constante de la condición humana. En la
primera parte de esta introducción, esta voluntad constante será comprendida en sus múltiples
definiciones, y luego será insertada en el orden social general. Las siguientes secciones examinan las
definiciones de esta constante como una función y como un instrumento.
Política como función
La política puede ser concebida como una contribución a la aventura de lo social, como una función
del orden social, o mucho más diferente, como un instrumento distintivo, un modo especial de acción.
El primer enfoque es más clásico y profundamente enraizado en las variadas tradiciones filosóficas
que fueron elaboradas alrededor del mundo, mientras que el segundo es moderno, relacionado con el
surgimiento de la teoría positivista en las ciencias sociales. En esta sección, consideramos dos modos
en los que lo político puede ser visto como una función.
Lo político como función: ¿promoviendo la armonía social o el bien supremo?
Muchos filósofos han localizado lo político en el arte de la coexistencia. Si los seres humanos son
egoístas por naturaleza, como a menudo lo conciben, aunque la mayoría vivan y crezcan juntos, la
creación de una coexistencia pacífica es obviamente una de las muchas funciones de la polis. Como
tal, lo político debe ser considerado como la invención permanente de la polis (ciudad), como la
construcción de cada unidad social que busca conservar a las personas agrupadas sobre una base
permanente. Este punto ya ha sido visto por Platón, quien consideró lo político como el arte de
organizar la armonía social. También lo encontramos en otras tradiciones. El Islam concibe lo político
como una función débilmente diferenciada que busca superar la fragmentación tribal a través del
principio de la unidad (tawhid). En tal sentido, la tawhid será lograda a través de la absoluta Unidad
de Dios, y la política no puede ser completamente realizada sin la religión: lo político no puede
concebirse como una estructura diferenciada, pero es obviamente una función social. El mismo
principio puede encontrarse en los escritos hindúes. El Arthasastra (Siglo III A.C.) y el Manusmriti
(Siglo II A.C.) fueron escritos durante períodos de decadencia y maldad, que implicaron hambrunas,
violencia y caos, mientras que el Mahabarata cubrió un período mucho más largo (desde el primer
milenio A.C. hasta el siglo V. A.C.). Aquí lo político se presenta como un requisito absoluto para
mantener la paz y el orden, aun si la tradición oscila entre la invención política (Manusmriti) y su
origen contractual (Mahabarata). En su momento, la visión budista subraya la entropía del mundo
que conlleva a la desigualdad, división sexual, propiedad, y de este modo, al conflicto y la falta de
seguridad. La orientación de esta reforma del Hinduismo sugiere a los seres humanos que sigan a un
rey como garante del orden social. De manera similar, Confucio apuntó que los hombres necesitan
un gobernante para prevenir el desorden, los disturbios y la confusión.
La primera función, que promueve la armonía social, obviamente formó la filosofía política a una
gran extensión hasta llegar a nuestros días. La teoría del contrato social claramente emana de este
postulado, tanto en la tradición islámica (mithaq, bay’a) como en la Ilustración europea. El
Arthasastra anticipó la visión de Thomas Hobbes del estado de naturaleza, cuando descubría la falta
de política como resultante de maldad y vicios, o cuando mencionaba la fábula del gran pescado que
se come al pequeño (Matsyanyaya). La dimensión funcional de lo político, como el arte de la
coexistencia y la “armonía estable” puede, por tanto, ser considerada como realmente transcultural y
común a las diferentes historias de la humanidad. Probablemente, aquí podamos localizar una visión
pluralista de lo político, en tanto esta primera visión pavimenta el camino para una concepción plural
de la ciudad (polis) donde la gente no necesariamente comparte los mismos intereses, las mismas
creencias, o las mismas características étnicas. Todo lo contrario, en esta perspectiva la diversidad es
la verdadera razón de ser de lo político.
Sin embargo, la política también reclama una segunda función, que es más demandante y sofisticada.
Algunos filósofos y pensadores van mucho más lejos, más allá de la invención de la ciudad, resaltando
otro propósito: la Política supone dirigir el camino hacia lo correcto, promover la virtud, y habilitar a
los humanos para que logren el Bien Supremo. En este sentido, Aristóteles concibió lo político como
referido al bienestar y a la virtud. La ciudad debe ser construida como la mejor ciudad: la ciencia
política se eleva hacia algo mucho más demandante, a saber, la “ciencia de la buena política” o la
“ciencia del buen gobierno”. Esta visión se encuentra en el Islam a través del compromiso a la ley
divina (sharia); cuando toma su extremo, esta concepción se convierte hasta en un modo de disputar
a los portadores del poder y lidera una alteración política en la que la protesta es la mayor actividad
política aun por encima del gobierno. En el mismo modo, el Arthasastra describe lo político en tanto
promotor de paz y prosperidad, mientras que el budismo produce una ética del comportamiento
humano. El confucianismo también da un rol central a la virtud que los humanos, por naturaleza,
poseen, pero se logra a través del gobernante y sus normas.
Estas dos funciones de lo político conllevan las dos caras de la teoría política, una de las cuales es
positivista y la otra es normativa. Si la política es solo la ciencia de la ciudad, es primero que todo
una ciencia del comportamiento (behavioralist science). Si es la ciencia del Bien Supremo, su
orientación normativa es dominante. Esta tensión ha sido parcialmente superada por un enfoque
instrumentalista de lo político, de acuerdo con el cual la naturaleza distintiva de lo político tiene que
ser encontrado en los instrumentos usados para administrar la ciudad más que en sus objetivos finales.
La política como un instrumento: ¿la ciencia del poder?
El poder –en el sentido de Max Weber, como la habilidad de lograr tus intereses incluso en contra de
la voluntad de alguien más, esto es, como coerción– es entendido aquí como el primer instrumento a
través del cual opera la política. Todos los grandes pensadores reclaman que la ciudad no puede existir
sin el poder, no importa cómo esté estructurado. De este modo, hay una larga tradición que ha
conectado poder y política, en la cual se la ha asignado a la ciencia política cómo se forma, estructura
y comparte el poder (Lasswell y Kaplan, 1950). Sin embargo, la ciencia de la política y la ciencia del
poder no son sinónimos: ¿cada tipo de poder es necesariamente político, por ejemplo, en una empresa
o en un club? En un sentido más amplio, algunos autores declaran que la política puede desempeñarse
en una oficina o dentro de una familia, pero esta expresión es simplemente una metáfora cuando se
concibe en un orden micro-social. A la inversa, si consideramos el poder como la esencia de lo
político, tenemos que optar por una definición más amplia del poder que incluye la ideología, el
control social e incluso, las estructuras sociales, y de este modo, se desvía hacia una visión del poder
como puramente coercitivo.
Por esta razón, la política es definida comúnmente como un tipo específico de poder; ya sea que esté
sostenida por una institución central, como un Estado, un gobierno, una clase dominante, o sea usado
por un detentador del poder que es considerado como legítimo. La primera perspectiva se aproxima
a la política como la ciencia del Estado e implica que las sociedades tradicionales y débilmente
institucionalizadas carecen del poder centralizado como condición necesaria para que la política
exista. La segunda promueve el concepto de autoridad legítima como la esencia real de lo político y
sugiere que en este sentido lo político es más evidente en las democracias que en los sistemas
autoritarios o totalitarios.
Algunas visiones también unen poder y normas. Llevando la definición aristotélica más allá, definen
a la política como un conjunto de normas que llevan a la Ciudad de lo Bueno –sea la Ciudad de Dios
o la Ciudad de los Filósofos. Esta concepción radical se encuentra en varias tradiciones: la agustiniana
más que la tomista, en la cultura cristiana; la puritana, con la reforma y el calvinismo; el Islam radical
en la perspectiva en Ibn Taimyya. Esta concepción, sin embargo, corre el riesgo de fluir hacia el
totalitarismo o al menos despreciar el debate político, haciendo imposible que cualquier tipo de
elección política.
La conexión con el territorio también es frecuentemente usada como una aproximación instrumental
a lo político. La tradición griega pavimentó el camino cuando Aristóteles subrayó la diferencia entre
lo político, ethnos y oikos (hogar). Si la política es concebida como la coexistencia de algunos
pueblos, ello niega la existencia de un “territorio natural” e implica un territorio socialmente
construido como una arena necesaria. Es por eso que Max Weber hace del territorio un elemento
clave en su definición de lo político. Para Weber, una comunidad posee una cualidad política solo si
sus gobernantes están inscritos en un territorio dado: esta invención territorial difícilmente encaja en
sociedades nómadas o hasta en un gran número de sociedades tradicionales (Evans-Pritchard, 1940).
Pero incluso si ello se acerca a una visión estatal de lo político, enfatiza el rol de la pluralidad y la
diversidad dentro de un orden político. En una concepción mucho más extensa de las dimensiones
espaciales de lo político, las esferas públicas y privadas se oponen: la primera es vista como el
ambiente natural del debate político, mientras que la última se concibe como una resistencia en contra
del poder político y sus penetraciones (Habermas, 1975). También encontramos de nuevo la posible
oposición entre esferas religiosas y seculares (trascendentales e inmanentes), e incluso el
desencantamiento con el mundo como una de las posibles fuentes de lo político.
Luego de atravesar todas estas definiciones, el criterio de la coexistencia social parece ser mucho más
extensivo, y probablemente, el menos cuestionable. Si la política está considerada, en todos lados y
alrededor del mundo, como la que maneja en mayor o menor medida la armonía social, esto puede
considerarse claramente como el opuesto de algunas otras esferas clásicas de la acción social (política
vs. Vida social, militar, administración, etc.). Como tal es parte de la arena social general, como un
hecho social, pero uno muy específico.
Lo político en la división social del trabajo
Aquí enfrentamos una contradicción que está formando un serio debate entre los politólogos. Si la
concepción de lo político como un hecho social ordinario tiende a prevalecer, la ciencia política
emerge con la sociología política (ver debajo). En la otra versión, la última puede ser definida como
una parte de la ciencia política, a veces con fronteras ambiguas. La vaguedad y la movilidad de la
frontera se puede estimar por los siguientes factores: la diversidad en las grandes teorías de las
ciencias sociales, que no reflejan las mismas visiones de lo político y las cuales se mueven entre poder
e integración; el trasfondo histórico y cultural de lo político, el cual está formando diferentes tipos de
linajes; y el presente impacto de la globalización, que está dinamitando probablemente una nueva
definición de lo político que está separándose incrementalmente de los conceptos de etnicidad y
territorialidad.

Dos tradiciones: Poder versus Integración


Max Weber es obviamente considerado como el “padre fundador” tanto de los sociólogos como de
los politólogos. Claramente promovió una visión política de la sociología cuando desarrolló sus dos
mayores conceptos de Macht (poder como coerción) y Herrschaft (poder como autoridad). Ambas
pueden encontrarse en los primeros pasos de su sociología donde define al poder como la habilidad
de un actor en una relación social de modificar el comportamiento de otro, a través de la presión,
fuerza u otras formas de dominación. Desde una perspectiva hobbesiana, el poder juega un rol
importante en la estructuración de las relaciones sociales, mientras que los actores se esfuerzan por
darle sentido a esta relación asimétrica con el propósito de hacerla justa y aceptable, estableciendo
así la legitimidad de aquellos que poseen el poder.
En la sociedad moderna, el Estado juega un rol importante y lo político posee un estatus excepcional,
en tanto es concebido, teóricamente, como la base principal del orden social. Esta concepción está
fuertemente arraigada en la visión marxista, donde el Estado es considerado como el instrumento por
el cual la clase dominante mantiene su dominación, tal y como la burguesía lo hace en el modo
capitalista de producción. Carl Schmitt también comienza desde un supuesto weberiano al conectar
lo político con la enemistad. Por contraste, en una visión durkheimiana, la integración es sustituida
por el poder como el concepto clave. Lo político no es concebido ni como un instrumento de
dominación ni como un modo de producir un orden social; en cambio, es una función por medio de
la cual el sistema social realiza su integración. Obviamente, esta función implica instituciones y luego
una esfera política, incluyendo al Estado y al gobierno, pero es considerablemente más difusa y
aparece como producida por la comunidad social y su conciencia colectiva. Desde esta perspectiva,
una sociedad política está hecha de grupos sociales que se reúnen bajo la misma autoridad. Tal
autoridad deriva de la misma comunidad social y de la conciencia colectiva; está constituida por leyes,
normas y creencias colectivas, que son asimiladas a través de los procesos de socialización. Como
tal, lo político está estrechamente ligado a la integración social suponiendo que esta se fortalece cada
vez más. Es por esta razón que existe una fuerte correlación entre una creciente división del trabajo,
desde las crecientes funciones políticas, y su diferenciación de las estructuras sociales. “Entre mayor
sea el desarrollo de la sociedad, mayor será el desarrollo del Estado” (Durkheim, 1975, 3, p. 170).
Durkheim contrastó la “solidaridad mecánica” que surgía de las similitudes percibidas entre las
personas (p.ej. en el trabajo o en la educación), con la “solidaridad orgánica” que surge cuando las
personas están haciendo muchas cosas pero se ven como parte de una red interdependiente de
asociaciones cooperativas. Esta visión durkheimiana se va a encontrar luego en los conceptos
funcionalistas y sistémicos de la ciencia política como los elaborados por Talcott Parsons, David
Easton, Gabriel Almond entre otros, pero también en las tradiciones socio-históricas, que intentan
conectar la invención de lo político con la sociología de los cambios sociales, como en el trabajo de
Charles Tilly o Stein Rokkan. Es también congruente con el paradigma psicológico social, que intenta
capturar lo político a través de sus raíces sociales, tales como la socialización, movilización y análisis
conductual.
En contraste, el estado y el poder son las fuentes reales de una ciencia política weberiana. Lo político
ya no es más una función de la división social del trabajo, sino que posee sus propios determinantes.
De manera diferente, la historia social está considerando las transformaciones en el modo de gobierno
y más precisamente en el modo de dominación. El poder es concebido así como una variable
explicativa de la transformación de la sociedad y de los órdenes políticos. Tal visión es común entre
aquellas aproximaciones de la ciencia política que están centradas en el poder político, el rol del
Estado, o la naturaleza de los regímenes políticos, así como también en el enfoque sobre las
instituciones políticas y las condiciones de su legitimación.
Las diversas líneas de la política
Lo político es así enfocado en muchos modos, pero de por sí también es intrínsecamente plural.
Durante los años 1970’s, cuando la globalización comenzó a formar el mundo y cuando la
decolonización se concretó, tanto la historia como la antropología incorporaron la perspectiva sobre
lo político en relación con su diversidad. Esta perspectiva sobre la pluralidad también enfrentó la
visión mono-dimensional que había sido promovida por el desarrollismo una década antes. En
antropología, Clifford Geertz (1970) señaló que lo político cubría diversos significados que están
cambiando junto con líneas históricas y de acuerdo a culturas específicas. Estos significados son
socialmente construidos mientras los seres humanos encuentran diferentes tipos de acontecimientos,
retos u objetivos y mientras están arraigados o incrustados en diferentes tipos de estructuras
económicas y sociales. Lo político es entendido como la realización de la voluntad de Dios y su ley
en el Islam, mientras que, de acuerdo con la cultura romano cristiana busca manejar la ciudad humana
en este mundo. La primera concepción fue desarrollada por el hijra de Mahoma cuando el Profeta
dejó la Meca debido a la oposición de su enseñanza y fue a Medina a construir la Ciudad de Dios. La
segunda concepción fue formada por la experiencia romana de la religión, que sobrevivió durante los
siglos del Imperio y tuvo otra vez que sobrevivir cuando finalmente colapsó durante el siglo V. En
este dramático contraste, lo político no cubre el mismo significado, mientras que es diferenciado de
la esfera pública y orientado hacia los individuos en la tradición romana, es construido más
globalmente en la tradición musulmana. En ambas culturas, esta diversificación continuó; como
menciona Geertz, lo político no tiene el mismo significado en Indonesia que en Marruecos, dos
sociedades musulmanes que experimentaron ampliamente unas historias diferentes.
Por esta razón, la política puede ser propiamente definida solo cuando la definición incluye el
significado que usualmente le dan los actores sociales. Este trasfondo cultural implica una enorme
investigación empírica, que es bastante difícil desde que el observador tiende a ver las cosas desde
sus propios conceptos, los cuales son obviamente orientados culturalmente. El riesgo entonces es alto
al considerar como universal una visión cultural de lo político, que forma el paradigma de la ciencia
política empírica. Las traducciones pueden ser particularmente engañosas e incluso hasta caprichosas.
Por ejemplo, la palabra árabe dawla es a menudo traducida como “Estado”, cuando sus significados
son difícilmente equivalentes. Es muy difícil transmitir, a través de la traducción, el profundo vacío
cultural que realmente implican dos visiones competitivas de lo político. El único camino de seguir
adelante es profundizar en las investigaciones antropológicas y lingüísticas de modo que se puedan
identificar características distintivas de cada conceptualización de lo político, siguiendo el “método
de la descripción densa” recomendado por Geertz. ¿Pero existe algún modo de ponerle fin a esta
“individualización” de lo político? Para ser operativa, la investigación debe postular una mínima
universalidad de sus propios conceptos y contener los riesgos del “culturalismo”: debe mantener la
conexión con la historia y la antropología mientras sostiene un esquema universalista.
La política de globalización
Este dilema es revivido e incluso estimulado por la globalización del mundo. En el nuevo orden
global, lo político ya no está limitado o contenido por el principio de territorialidad. Se ha reinventado
más allá de la clásica coexistencia de las ciudades soberanas. Lo político ya no puede ser concebido
como una simple adición de contratos sociales, como lo fue en el paradigma Westfaliano. Este reto
fue puesto de manifiesto primero por la teoría “realista” de las relaciones internacionales,
cuestionando la absoluta oposición entre “adentro” y “afuera”, o entre la “política doméstica” y la
“política internacional”. Esta última ya no está confinada al diálogo de soberanos y ha destruido las
categorías y los criterios tradicionales de lo político. Después de todo, si existe un “pacto global”,
como lo argumenta Robert Jackson (2002), ¿es posible que esto remodele la construcción de lo
político?
La hipótesis de la competencia entre Estados-nación puede ser entendida como paralela a aquella en
la que los Estados-nación soportaron la extensión del concepto de política a la esfera internacional.
La idea del poder político fue proyectada en la arena internacional para subrayar la política
internacional referida a la gramática clásica: Los Estados, como los actores políticos, estuvieron
compitiendo de acuerdo con sus propios intereses y estuvieron principalmente preocupados por su
habilidad para dominar otros Estados o, al menos, contener el poder de otros. Morgenthau (1948)
definió la política internacional como la “lucha por el poder”, poder como “el control sobre las
mentes y acciones de otros hombres” y poder político como “las relaciones mutuas de control entre
los portadores de la autoridad pública y entre los últimos y la población en su mayor extensión” (p.
27).
Aunque esta concepción está claramente arraigada en un enfoque weberiano de lo político, no
significa que pertenezca solo al pasado. Pero ni cubre ni explicita todos los asuntos políticos en juego
en la nueva configuración de la arena internacional. Primero que todo, como la soberanía está
desvaneciéndose, la proliferación de actores trasnacionales ya no restringe lo político a una
yuxtaposición de Estados-nación territoriales. Segundo, el poder y la coerción están perdiendo su
eficiencia como influyentes y las relaciones sociales se están volviendo cada vez más y más orientadas
a la actuación. Tercero, la globalización y la creciente comunidad internacional están moldeando los
bienes comunes, creando un tipo de comunidad hacia toda la humanidad; los seres humanos están
creando entonces “un diálogo político que pueda tender un puente sobre sus diferencias… sin tener
que suprimirlos o eliminarlos” (Jackson, 2000, p. 16). Estamos redescubriendo aquí lo que decía
Aristóteles, que los hombres necesitan a otros para su propia supervivencia.
Sin embargo, nadie puede asegurar hasta ahora el logro pleno de una sociedad internacional o una
comunidad internacional. La política internacional permanece como una combinación inestable de
referencias al poder político y a la integración social internacional: ello confronta entonces la visión
de lo político como coexistencia entre la diversidad. Regresa a la idea de armonía, pero sin un contrato
completado, a la hipótesis de una ciudad global sin un gobierno central, a la aserción de normas
comunes sin medidas vinculantes. Esta combinación está en el núcleo de la Escuela Inglesa de
relaciones internacionales, que se refiere a la “sociedad anárquica”. Pero también está cercana a la
visión francesa de una solidaridad internacional. Al final, la política se acerca más y más a una visión
funcional de manejar la diversidad social de modo que sea compatible con la necesidad de
supervivencia.
Bloques epistemológicos de construcción de la ciencia política
Identificar algunos grandes bloques de construcción de ciencia política nos ayuda a caracterizar
algunos elementos comunes en los enfoques existentes, pero también, y quizá sea más importante,
nos permite localizar estas posiciones y sus diferencias más precisamente con respecto a los grandes
fundamentos epistemológicos. El primero de estos bloques de construcción concierne a la
multidimensionalidad de nuestra materia; el segundo, su carácter plástico y maleable y sus problemas
auto-referenciales resultantes; el tercero se refiere a las perspectivas sistémicas de lo político; y el
cuarto a los vínculos entre los diferentes niveles (micro-, meso-, macro-) del análisis político (y más
generalmente, social).
Multidimensionalidad
Las distinciones más básicas de nuestra disciplina, que la distingue en algunos importantes aspectos
de las ciencias “naturales”, conciernen a las dimensiones de su asunto. Como en la naturaleza, existen
ciertos “objetos” duros tales como las instituciones políticas y las estructuras sociales, que pueden ser
identificadas y que son “tangibles” y observables en ciertos sentidos. Sin embargo, existe además una
dimensión “subjetiva” en la que tales objetos son percibidos por los individuos y grupos y son
traducidos en acciones concretas. Tales percepciones en sí mismas son moldeadas por un montón de
factores sicológicos, sociales, entre otros. Esta distinción es comúnmente aceptada y recorre toda la
historia de la filosofía desde la Antigüedad hasta la actualidad y concierne a todas las ciencias de la
humanidad, incluida la medicina. Existen, distinciones entre cuerpo y mente (o conciencia) y las
subsecuentes divisiones entre subdisciplinas tales como la anatomía y la psicología son un lugar
común. De manera similar, el hecho de que haya posibles interacciones entre estas dimensiones es
bien aceptado, incluso aunque en medicina algunas de las relaciones psicosomáticas aún no están bien
investigadas. La tercera dimensión, la “normativa” que concierne a los juicios éticos de las “buenas”
y “malas” acciones y comportamientos, es más problemática. En medicina, de nuevo, algunas normas
éticas han sido generalmente aceptadas desde la época de Hipócrates, pero el debate continúa sobre,
por ejemplo, cuándo comienza y cuándo termina exactamente la vida humana, y cuáles son las
respectivas justificaciones teológicas o filosóficas para tales posiciones. En filosofía esta
“tridimensionalidad” de la existencia humana también ha sido elaborada por Immanuel Kant, por
ejemplo, en su Crítica de la razón pura (1787/1956, p. 748 ss.).
Una representación gráfica de estas dimensiones puede ser proyectada en la siguiente Figura 1 (donde
la línea punteada representa una posición “holística”):
La cruz del asunto concierne realmente a problemas de esas distinciones y sus interacciones no son
solo analíticas sino también se dan en la práctica actual. Mientras tanto, las controversias sobre lo
normativo, sus justificaciones basadas ontológicamente y sus respectivas consecuencias
epistemológicas y metodológicas persisten. No podemos entrar aquí en debates con mayor detalle,
pero encontramos útil localizar el mayor énfasis de las actuales posiciones meta-teóricas de la ciencia
política con la ayuda de tales distinciones. De esta manera los enfoques más ontológicos han tenido
sus bases en la dimensión normativa que recorre de Platón a Eric Voegelin o Leo Strauss, pero
también concierne intentos en el análisis lingüístico (p. ej. Lorenzen, 1978) o la teoría de la
comunicación (Habermas, 1981). Esto también aplica para tradiciones no-occidentales como la
confucionista (Shin, 1999), india (Madan, 1992) o de África sub-sahariana (Mbiti, 1969).
Pronunciadamente opuestos a tales fundamentos de la teoría política son las posiciones crítico-
dialécticas o histórico-materialistas en la tradición de Karl Marx y sus seguidores. Allí, la dimensión
objeto de los modos de producción y reproducción de la existencia humana es la básica sobre la cual
las otras se derivan. De este modo, la existencia social objetiva determina la conciencia subjetiva y
las superestructuras políticas y normativas. Desde esta posición, la teoría teleológica de la historia de
Marx y sus seguidores desde el comienzo primitivo hasta la sociedad sin clases y su fin pacífico
también están basadas en aquella concepción.
La tercera posición meta-teórica, una conductual o conductualista, toma la dimensión subjetiva como
un punto de partida, expresando una posición de individualismo metodológico o fenomenológico
(para el uso de estos términos, véase Goodin y Tilly, 2006, p. 10 ss.). Allí las percepciones subjetivas
y las acciones subsecuentes de los seres humanos son lo que realmente importa. Estas dan forma a la
vida política y social. Esta posición ha sido más influyente en los estudios electorales, por ejemplo,
pero también implica algunos aspectos de la investigación de la cultura política. En cierta percepción
más amplia, tanto las dimensiones subjetivas como las objetivas y sus interacciones son consideradas
por enfoques empírico-analíticos, pero desde un punto de vista positivista, ningún juicio normativo
puede ser realizado sobre esta base. Las controversias contemporáneas que abordan esta posición
regresan a Max Weber y sus seguidores pero también se reflejan en debates más recientes entre Karl
Popper y Jürgen Habermas, por ejemplo (ver Adorno et.al., 1969).
Estas posiciones meta-teóricas básicas y sus variaciones permanecen incompatibles. De manera
similar, sea que estas dimensiones puedan en los hechos ser separadas o, por necesidad, puedan llegar
a unirse desde una perspectiva holística, no deja de generar controversias. La última posición, en
contraste con Kant, está representada, por ejemplo, en G.W.F. Hegel, pero también por Marx y
algunos de sus seguidores (p. ej. Lukács, 1967). En el mismo sentido, las posiciones epistemológicas
basadas en la religión, incluyendo el budismo y el confucianismo, perciben estas dimensiones en un
sentido holístico. Desde una perspectiva un poco más pragmática, parece que los debates
fundamentalistas sobre tales asuntos han disminuido en las últimas décadas y muchos politólogos o
científicos sociales están de acuerdo en el desacuerdo sobre las posiciones de base ontológica o
religiosa y sus respectivas justificaciones. Sin embargo, la Figura 1 puede ayudar a localizar mejor
tales posiciones y poner algo de orden conceptual a tales controversias.
El objeto plástico de la ciencia política
Como resultado del cambio de la física newtoniana, con sus relaciones deterministas, hacia la teoría
cuántica y las relaciones probabilísticas en la física nuclear, Popper (1972) ha acuñado la metáfora
de “nubes y relojes”. Los relojes representan el mundo determinista de Newton, como en la
astronomía, por ejemplo, donde los movimientos de las estrellas y los planetas o el próximo eclipse
solar puede ser predicho (o retro-dicho) con la precisión del reloj. Las nubes, en contraste, constituyen
una sustancia muy elusiva, las estructuras y regularidades que no pueden ser fácilmente agarradas en
un largo período de tiempo hasta hoy por las más avanzadas computadoras de los meteorólogos y sus
datos basados satelitalmente. Sin embargo, entre estos dos extremos, se deben percibir como dos
polos opuestos de un continuum más que posiciones mutuamente excluyentes, de modo que existe un
objeto plástico que es maleable en el curso del tiempo y que no está perfectamente determinado ni
sujeto al más puro azar.
En un importante ensayo, Gabriel Almond y Stephen Genco (1977) han transferido este concepto a
las ciencias sociales y a la política. Ellos declaran que
la implicación de estas complejidades de la realidad humana y social es que la
estrategia explicativa de las ciencias duras solo posee una limitada aplicación a las
ciencias sociales… De este modo, una búsqueda simple de regularidades y relaciones
causales entre variables –una estrategia que ha llevado a éxitos tremendos en las
ciencias físicas– no explicará resultados sociales, sino algunas de las condiciones que
afectan estos resultados. (p. 493, énfasis añadido)
La subsunción deductiva de los acontecimientos individuales bajo “leyes generales” en el sentido de
Carl Hempel (1965), de acuerdo con la cual reclama que los acontecimientos individuales pueden
derivarse deductivamente desde las premisas que incluyan una ley científica, no es posible en su
mayoría. En suma, los factores de elección humana y acciones positivas, posiblemente, algunos
elementos de puro azar en ciertas coyunturas, tienen que ser considerados también.
Como consecuencia, tenemos que ser más modestos en nuestras pretensiones sobre la precisión de
relaciones causales, la generalización de regularidades y la universalidad de teorías. A lo sumo, solo
las teorías localizadas de manera precisa en el tiempo y el espacio –lo que Robert K. Merton llamó
“teorías de alcance medio” –, parecen ser posibles para muchos propósitos prácticos. Tal visión
también corresponde con una posición expresada por Aristóteles, quien localizó la política en una
esfera intermedia entre la necesidad, donde la ciencia estricta puede ser aplicada, y la esfera del puro
azar, que no es accesible a explicaciones científicas.
Tales distinciones están ilustradas en la Figura 2:

De nuevo, las implicaciones sociales de tal perspectiva no pueden ser discutidas aquí, pero esta figura
podrá ayudar, una vez más, a ubicar algunos de los enfoques “duros” y “blandos” en nuestra disciplina
a lo largo de este espectro. En general, podemos estar de acuerdo con la conclusión de Almond y
Genco que dice que
la esencia de la ciencia política… es el análisis de la decisión en el contexto de sus
condicionantes. Aquella puede hallar la búsqueda de regularidades, la búsqueda de
soluciones a problemas, y la evaluación de estos problemas en el mismo nivel. Todas
ellas pueden ser partes de un esfuerzo común por confrontar el destino político del
hombre con rigor, con la objetividad necesaria, y con un ineludible sentido de
identificación con el asunto que estudian los cientistas políticos. (p. 522)
El último punto también nos lleva a la próxima differentia specifica de las ciencias sociales
comparada con las ciencias naturales y su epistemología distintiva.
Aspectos autorreferenciales
Este sentido de identificación puede ser visto también en muchos sentidos. Primero que todo, significa
que como seres humanos y sociales somos una parte inevitable del objeto que estudiamos. Incluso si
intentamos despegarnos en lo posible del objeto en consideración, algunas influencias subjetivas
sobre nuestra percepción se mantienen. Estas pueden ser analizadas por la psicología, la sociología
del conocimiento para discernir nuestros “intereses” (conscientes o inconscientes) en tales aspectos,
entre otras, pero algunos “colorantes” individuales parecen entrar en nuestras lentes de manera
inevitable. Por consiguiente, cierto “círculo hermenéutico”, que debe ser consciente y explícito en las
interacciones con otros, permanece (Moses y Knutsen, 2007, Capítulo 7).
Sin embargo, esta limitación puede, de nuevo en contraste con las percepciones naturalistas de la
ciencia, convertirse en una ventaja. Como seres humanos podemos generar empatía con los demás y
poder entender e interpretar, de manera intersubjetiva, si no objetiva, los significados de los
pensamientos y acciones de los demás. Este es más el caso cuando estamos entrenados como
científicos sociales en un lenguaje científico y una metodología común. Este último punto distingue
también a la percepción, nivel de información e interpretación de un politólogo de los “hombres (y
mujeres de la vida cotidiana” que hablan de política, en el mismo modo en que un meteorólogo posee
un conocimiento diferente de lo que está pasando en la atmósfera comparado con la pequeña charla
cotidiana sobre el clima. No obstante, tal subjetividad inevitable, que está histórica y culturalmente
condicionada, abre el camino para interpretaciones y significados más pluralistas. Enfoques
constructivistas, en contraste con los naturalistas, pueden cavar más profundo en ciertos aspectos de
la subjetividad y la pluralidad de significados (cf. p. ej. Foucault, 1970).
Se deben mencionar dos puntos más sobre nuestra identificación con el objeto y nuestra posición
autorreferencial. Siendo parte de la sustancia, también podemos, consciente o inconscientemente,
actuar sobre ella. De este modo, las profecías de autorrealización o autoderrota se vuelven posibles
como retroalimentación entre la interpretación o incluso la opinión de un importante actor o científico
social cuya autoridad en cierta esfera se ha vuelto reconocida en la materia con la cual está tratando.
Esto ocurre cuando algunos “analistas” dan su opinión sobre probables desarrollos de la bolsa o tasas
actuales en el mercado y muchas personas los siguen. Esto también aplica para las predicciones
electorales con sus respectivos efectos oportunistas y de agache.
Finalmente, siendo parte de nuestro mundo y siendo capaz, en cierta medida, de actuar sobre él, ello
también plantea la cuestión sobre la responsabilidad social y política. Esto nos devuelve al lado
normativo de lo político con el cual inevitablemente tendremos que enfrentar, autoconscientemente
y teniendo cuidado de las posibles consecuencias. Al respecto, también, un giro constructivista
reciente en la teoría de las relaciones internacionales, en un sentido más específico del término, ha
llevado a una amplia discusión y posible aceptación de normas más universales.
Una perspectiva sistémica
Dentro de este universo multidimensional, maleable y dinámico se pueden identificar elementos
políticos más específicos. De nuevo, una dificultad al respecto recae sobre las contrastantes
posiciones meta-teóricas y sus perspectivas sobre lo político (ver arriba la primera sección). En un
sentido más abstracto, lo político también puede concebirse como el mecanismo regulador en
sociedades modernas a gran escala. Easton (1965) define así la política como “la asignación
autoritativa de valores” en la sociedad y las fuerzas que dan forma estos procedimientos. En este
proceso, diferentes elementos interactúan de modo sistémico para regular conflictos. Este mecanismo
puede concebirse como un termostato con sus respectivas entradas y salidas conectadas por un
efectivo proceso de retroalimentación en sentido cibernético (ver también Deutsch, 1963). Tales
relaciones se pueden ilustrar en un modelo sistémico simplificado (ver Figura 3).
Este modelo de sistema no puede ser igualado a la teoría de sistemas en un sentido más demandante
(p. ej. Luhmann, 1984). Así, tales sistemas no necesitan necesariamente estar equilibrados y pueden
explotar o implosionar como, en efecto, ocurrió en la comunista Europa del Este.
Sin embargo, tal modelo resulta provechoso para localizar las principales subdivisiones de lo político
(y de la ciencia política), que también constituyen las mayores subsecciones de esta enciclopedia y,
de hecho, muchos departamentos de ciencia política o asociaciones nacionales. El cuadrado del fondo
incluye, en un sentido amplio, los campos de la sociología política y, cuando se tratan separadamente,
de la economía política.
El cuadrado de la izquierda representa la sociología política en un sentido más estrecho del término
(grupos de interés organizados, partidos políticos, etc.). El cuadrado superior refleja el lado
institucional (envolviendo una posible separación de poderes, etc.) pero también cuestiones de
gobernanza a menudo incluidas en la esfera de las políticas públicas y la administración pública al
lado derecho. Todo esto está incrustado en el sistema internacional que concierne a las interacciones
con el mundo exterior del Estado y la sociedad como el campo de la política internacional y, en un
sentido más limitado, la economía política internacional. Las flechas de tales interacciones pueden ir
en ambas direcciones. La comparación sistémica de tales sistemas o de algunos subsistemas es la
esfera del gobierno comparado. Las implicaciones teóricas (y filosóficas) en conjunto le conciernen
a la teoría política, y los respectivos métodos y técnicas analíticas aplicados constituyen el subcampo
de la metodología política.
Nexos entre niveles de análisis
Un bloque final por considerar concierne a los nexos entre macro-aspectos de los sistemas políticos
enteros y su relación con el micro-mundo de los ciudadanos individuales y el meso-nivel de
organización entre ellos. Para este propósito, lo que se ha denominado como “la bañera de Coleman”
(Coleman, 1990, p. 8) resulta de gran ayuda. Aquí, una situación objetiva (estructural) en el macro-
nivel (en la parte superior izquierda de la figura 4) puede conectarse con el micro-nivel de las
percepciones y valores subjetivos del individuo, que son traducidos en acciones concretas,
posiblemente agregadas sobre el meso-nivel, y luego llevadas hacia resultados en el macro-nivel para
ser explicados (en la parte superior derecha). Esta relación se ilustra en la Figura 4.
Cabe resaltar en este lugar que no implicamos para los actores individuales, como se hace por ejemplo
en las teorías económicas y de elección racional, una lógica específica de selección, como, por
ejemplo, maximizar el bienestar material de una persona. Tales supuestos restrictivos del “homo
economicus” o hasta el “homo sociologicus” (Dahrendorf, 1977) solo se aplican raras veces a la
ciencia política, donde usualmente existe un rango más amplio de elecciones, incluso si muchas de
ellas aparecen como “irracionales” para otros (por ejemplo, sentir fuertemente una identidad étnica o
religiosa).
El propósito aquí, de nuevo, recae más en la posibilidad de localizar varios enfoques y sus respectivos
supuestos en un esquema y mostrar la pluralidad de conceptos que pueden ser integrados aquí, pero
guardando entre ellos una relación coherente. Hartmut Esser (1993, p. 23 ss.), ha extendido, por
ejemplo, supuestos posibles en el nivel macro para incluir “hombres restringidos, ingeniosos,
evaluadores, expectantes y maximizadores” (RREEMM) o mujeres, e incluso hasta supuestos sobre
actitudes “identificadoras” (con algunas entidades colectivas) o “individualizantes” (RREEIIMM) o
similares que se vayan adhiriendo. Para la lógica de la situación también procedimientos de
esquematización juegan un rol importante allí donde las percepciones individuales están formadas
por los entornos sociales de la infancia y luego de ella (ver también D’Andrade, 1995). El punto aquí
es mostrar que en este camino los condicionamientos históricos y tradicionales dados en los términos
del nivel macro pueden conectarse significativamente con los individuos y al nivel agregado, con la
acción política colectiva. Qué factores históricos, culturales u otros, condicionan, en particular estas
elecciones y en qué sentido específico, es algo que se puede dejar abierto aquí, dejando lugar, de
nuevo, para una pluralidad de perspectivas culturales y teóricas.

La necesidad de un pluralismo reflexivo


Como ha procurado mostrar esta visión de conjunto, existen algunos bloques básicos de construcción,
que pueden ser útilmente empleados en una variedad de caminos para localizar diferentes posiciones
epistemológicas y tradiciones histórico-culturales en la ciencia política y en campos similares. En
este sentido, se ha hecho al menos claridad dónde (y quizás por qué) ciertas posiciones contendientes
difieren en realidad. No intentamos “armonizar” dichas posiciones. Todas poseen, en diversos grados,
sus respectivas fortalezas y debilidades, y no se ha construido un bloque teórico bien integrado,
coherente a partir de aquellos bloques. Quizás eso no sea deseable, dejando la oportunidad de estar
de acuerdo en el disenso sobre asuntos y perspectivas básicas. Lo que es deseable, en cambio, es
elevar nuestra consciencia y nuestro modo de enfrentar tales controversias a un nivel de pluralismo
reflexivo, donde no sea un todo vale, sino donde cada una de las epistemologías y enfoques
contendientes puedan ser traídos dentro de un fructífero diálogo interdisciplinario, intercultural y de
ser posible, hasta metateórico.
Como se ha mencionado, la ciencia política ha estado caracterizada por una diversidad de posiciones
metateóricas, paradigmas y enfoques en contienda. En Europa, en el último siglo, varias ramas de
persuasiones normativo-ontológicas, marxistas y empírico-analíticas han estado al frente (para ver
tales véase Easton, Gunell y Graziano, 1991; Quermonne, 1996). Por muchas décadas en los Estados
Unidos, las posiciones “behaviouristas” y más recientemente, enfoques “racionales” y de “elección
pública” han dominado (cf. los influyentes volúmenes de King, Keohane y Verba, 1994, y Brady y
Collier, 2004). En otras partes del mundo, diferentes tradiciones teológicas, filosóficas y
epistemológicas han influenciado la emergencia (más reciente) de la ciencia política. En general, se
pueden observar algunas “naturalistas”, “constructivistas” y “realistas” (Moses y Knutsen, 2007).
Relaciones con otras ciencias sociales
Tradiciones pluralistas y otras más en la ciencia política también emergen cuando cambiamos la
perspectiva y nos enfocamos más precisamente en sus relaciones con otras ciencias sociales. Esta
sección explora tres fuentes de la ciencia política como diferenciadas de otras disciplinas.
Evolución de la ciencia política
Cuando miramos al período luego de la Segunda Guerra Mundial, las diferencias básicas en las
tradiciones de los diferentes países y áreas del mundo se dan entre una forma pluralista (ciencias
políticas) que es más común en Europa y en contrapunto un singular (ciencia política). A la inversa,
en la tradición de los Estados Unidos el singular (ciencia política) incluye el plural (ciencias políticas).
En el singular, existe una ciencia política pluralista donde el análisis empírico es dominante, pero
también otras perspectivas (derecho, historia, filosofía) están presentes. Sin embargo, sea en plural o
en singular, durante las últimas décadas la ciencia política empírica se ha diferenciado ampliamente
de la sociología, y sobre todo de la sociología política, el derecho público, la filosofía política y la
historia contemporánea. De hecho, en estos desarrollos podemos ver diferencias entre disciplinas o,
más precisamente, entre grupos específicos de académicos en diferentes países, pero también
influencias mutuas y yuxtapuestas con mayores interacciones entre académicos que están dispuestas
a cruzar las fronteras desde Europa hasta Norte y Sur América, y en África y Asia, con una fuerte
tradición británica aún presente en Australia.
Cuando rastreamos el desarrollo original de la ciencia política empírica, podemos ver que en un
amplio número de países europeos y americanos, la ciencia política es el resultado de desarrollos
empíricos en derecho público. Consecuentemente, la primera diferencia concierne a la que la
distingue del derecho, que afronta un “deber ser” –con instituciones que buscan darles cuerpo, y
aquella ciencia política transformada por el comportamentalismo en una ciencia social empírica, que
está enfocada en lo “que es”– sobre la realidad y sobre las explicaciones en torno a ella.
En Europa, así como en Norte y Sur América, existen otras fuertes tradiciones que hacen a la historia
contemporánea una pariente de la ciencia política nueva, empírica y post-segunda guerra mundial.
Aquí, a pesar de sus ambigüedades, el criterio de diferenciación se da entre la investigación histórica
ideográfica, enfocada en el análisis de acontecimientos singulares específicos, y una ciencia política
caracterizada por supuestos epistemológicos y metodológicos de otras ciencias sociales tales como la
economía, sociología y psicología, al menos en términos de expectativas de hallazgos empíricos
(nomotéticos) con un alcance más general (regularidades, patrones, leyes). La historia social y la
sociología histórica, como en los trabajos de Barrington Moore, Stein Rokkan, Charles Tilly y otros,
han contribuido también y en mayor medida a nuestro entendimiento de procesos políticos de alta
duración a un nivel macro. A este respecto, los estudios históricos y el análisis político pueden
complementarse perfectamente entre sí, como en el adagio “la ciencia política sin historia no tiene
raíces, la historia sin ciencia política no da frutos”.
Dentro de las tradiciones europeas y norteamericanas, la sociología es el tercer pariente de la nueva
ciencia empírica. Aquí, en adición a la epistemología común y a la posible metodología de la
investigación, la yuxtaposición de contenidos, cuando la sociología es considerada aquí se hace más
difícil la diferenciación. Tal criterio fue fijado por dos famosos sociólogos de los 1950’s, Bendix y
Seymour Lipset, cuando declararon que la ciencia política comienza desde el Estado y analiza cómo
influencia la sociedad, mientras que la sociología política comienza desde la sociedad y analiza cómo
influencia al Estado (Bendix y Lipset, 1957, p. 87). En otras palabras, las variables independientes de
un sociólogo son las variables dependientes de un politólogo: las líneas de explicación van en
direcciones opuestas. Tal distinción suena artificial e irrealista cuando la lógica inherente de la
investigación se tiene en cuenta –¿si decidimos avanzar cuál es/son la variable(s) independiente(s),
cuándo podemos detenernos cuando no salga ningún resultado saliente y se declare a partir de ese
momento como perteneciente al sociólogo o al economista y demás? Aun así tal distinción fue por
años la regla de oro usada para subrayar la diferencia entre sociología política y ciencia política. No
obstante, tal regla fue más la respuesta a la diferenciación entre comunidades académicas que a las
necesidades de los desarrollos en la investigación empírica. También debe notarse que la sociología
política puede ser entendida tanto en un sentido amplio como en uno restringido. En el primero, cubre
las amplias bases socio-estructurales y político-culturales de lo político y sus desarrollos a largo plazo
en el tiempo a nivel macro. En el último, las estructuras intermedias y de entradas1 como los grupos
de interés, partidos, movimientos sociales y otros aspectos de la sociedad civil son las que se tratan.
Estas, indudablemente, pertenecen más a la esfera de la ciencia política propiamente y han empezado
a florecer. En el sentido anterior, más cercano a la sociología histórica, se puede observar un cierto
aflojamiento. Esto se debe al hecho que la consideración de los desarrollos socio-estructurales a largo
plazo se han vuelto más rígidos en alguna extensión en los 1970’s y 1980’s en las variantes del
marxismo ortodoxo, o el elemento político ha desaparecido ampliamente en el análisis de las más
finas distinciones sociales en el sentido de Pierre Bourdieu.
Por último pero no menos importante, el desarrollo de diferencias entre filosofía política y ciencia
política debe ser recordado. De nuevo existe un montón de yuxtaposiciones de contenidos, pero la
epistemología y los métodos son diferentes y fáciles de distinguir. Como lo recuerda Giovanni Sartori
(1984) con respecto a la “cuenca del idioma”, primero que todo, el lenguaje es diferente: las palabras
y los conceptos empíricos relacionados de la ciencia política son operacionalizables, esto es,
traducidos en indicadores y, cuando sea posible, en medidas, mientras que el lenguaje de la filosofía
política no necesariamente lo es; usualmente, adopta conceptos meta-observados, es decir, conceptos
que no son empíricamente traducibles.
Como se discute en la próxima sección, esta diferenciación aparentemente simple cubre puntos en
común, pero deja irresuelta cómo las dos perspectivas disciplinarias se enfrentan a asuntos
normativos. Norberto Bobbio (1971, pp. 367, 370) hizo una contribución relevante en esta dirección
cuando enfatizó que la filosofía política se enfocaba principalmente en

 La búsqueda del mejor gobierno;


 La búsqueda de fundamentos del Estado o la justificación de obligaciones políticas;
 La búsqueda de la “naturaleza” de la política o de la “politicidad”; y
 El análisis del lenguaje político

1
Es decir, las demandas que llegan al sistema político por parte de la sociedad (N. del T.)
Todos los cuatro temas poseen un contenido ético, normativo, que es una característica de cada
actividad filosófico-política. Al mismo tiempo, Bobbio resalta que un análisis empírico de los
fenómenos políticos, que son los objetos de la ciencia política, debe satisfacer tres condiciones:

 El principio de control empírico como el principal criterio de validez;


 La explicación como el principal objetivo; y
 Wertfreiheit, o libertad de valores, como la principal virtud de un politólogo.
Como se apuntó arriba en la discusión sobre epistemología, el elemento clave está en la actividad
especulativa, ligada éticamente, para el caso del filósofo, y la del análisis empírico, incluso de los
fenómenos que son influenciados por los valores de los actores.
Las influencias de otras disciplinas
La conclusión obvia de la subsección previa es que existen diferentes modos de analizar fenómenos
políticos que corresponden a diferentes tradiciones y provienen de diferentes influencias culturales.
Además, la discusión de estas diferencias puede ayudar a desarrollar una identidad negativa de la
ciencia política. Este es el primer significado del actual pluralismo que tenemos en este dominio de
conocimiento: el pluralismo solo significa que lo político puede ser legítimamente estudiado en
diferentes modos y con diferentes objetivos que pertenecen, al menos, también al derecho, historia,
sociología y economía. El pluralismo, en este sentido, enfrenta la autonomía de la ciencia política e
incluso, en una versión radical, ha llevado a la negación de que constituye una ciencia específica. Esta
visión, sin embargo, ya no corresponde a la diferenciación interna de la disciplina, sus logros
específicos, y su institucionalización más general como un campo académico. Adicionalmente, un
segundo tipo de pluralismo dentro de la ciencia política en sí, revela la yuxtaposición y las influencias
de otras disciplinas en la ciencia política empírica. Desde este rasgo, cuando de nuevo consideramos
el periodo de inicio posterior a la Segunda Guerra Mundial, se puede proponer una hipótesis principal:
la ciencia política está influenciada por la disciplina o las ciencias sociales que en los años
inmediatamente previos haya(n) desarrollado nuevos conocimientos en curso. Esto se aplica para la
sociología, como se puede ver en el análisis de Lipset y Bendix y otros autores importantes desde el
final de la Segunda Guerra Mundial, quienes desarrollaron el trabajo de sociólogos clásicos, desde
Weber y Durkheim hasta Parsons y otros. Esto ocurre para la influencia de la teoría general de
sistemas, proveniente desde la cibernética, y transformado significativamente en el análisis de los
sistemas políticos desde la mitad de 1950’s, que se convirtió en un enfoque principal en la ciencia
política. Lo mismo aplica para la influencia del funcionalismo, nacida con los desarrollos de la
antropología, y la elección racional o más específicamente la teoría de juegos, proveniente de la
economía y volviéndose más y más influyente con varias adaptaciones desde el final de los años
1950’s. Esto también se da, finalmente, para la psicología cognitiva que se hizo importante en
economía y al mismo tiempo en ciencia política con el desarrollo de nuevos modos de estudiar el
comportamiento electoral.
Además, cuando consideramos más de cerca algunos subsectores de la ciencia política, podemos ver
influencias más específicas. Por ejemplo, en el campo de las relaciones internacionales, podemos ver
la influencia del derecho internacional. El sector de las políticas públicas de la ciencia política ha
estado influenciado por la sociología, economía y derecho administrativo y constitucional. La
sociología ha dado forma al desarrollo de la investigación en comunicación política. La influencia de
la historia puede ser vista en la selección de temas específicos en política comparada. De esta manera
podemos ver que la ciencia política no solo incorpora un pluralismo altamente desarrollado de los dos
tipos mencionados arriba, sino que también requiere la integración de conocimiento de otras
disciplinas. Por tanto los politólogos también necesitan un ambiente educativo que haga posible para
ellos bosquejar sobre estas fuentes interdisciplinarias del campo.
Desarrollos y perspectivas recientes
Como lo apunta la Asociación Internacional de Ciencia Política en su sitio web:
Es difícil hoy para los politólogos del 2011 imaginar el estatus tan diferente de su
disciplina en el mundo bajo la reconstrucción de 1949. En lugar de la familiar, bien
estructurada red de asociaciones nacionales que conocemos hoy, existían solo
algunas asociaciones en los Estados Unidos (fundada en 1903), Canadá (1913),
Finlandia (1935), India (1938), China (1932) y Japón (1948)
Los fundadores de la Asociación Internacional de Ciencia Política se conocieron en 1948 para planear
una nueva organización internacional que pudiera establecer el diálogo entre politólogos alrededor
del mundo. Tomando en cuenta las visiones de la ciencia política como variablemente definidas en
diversos países, ellos identifican cuatro campos constitutivos de la disciplina, reconociendo “la
influencia de los filósofos con la ‘teoría política’, los juristas con el ‘gobierno’, los internacionalistas
con las ‘relaciones internacionales’ y la incipiente escuela conductista de la ciencia política
estadounidense con ‘partidos, grupos y opinión política’.” Hoy la IPSA sirve como primera
organización en el campo, con miembros individuales e institucionales así como afiliados a
membresías de la ciencia política nacional alrededor del mundo.
Con respecto a los modos en que el pluralismo y los desarrollos interdisciplinarios han tomado lugar
en la ciencia política, la influencia norteamericana ha sido suprema. La así llamada “americanización”
afectó a toda Europa así como a otras áreas del mundo donde los académicos nativos, educados en
universidades norteamericanas, retornaron para dirigir investigaciones y enseñar, llevando una nueva
concepción empírica de la disciplina que contribuyó significativamente a crear nuevas comunidades
de politólogos (Favre, 1985). Además, los fundamentos estadounidenses y los centros de
investigación dieron soporte a la investigación en Europa, Latinoamérica, Asia y África. Mientras
existen diferencias en la ciencia política tal y como existe hoy en diferentes continentes al mirar este
dominio de conocimiento –y de hecho también en muchos otros dominios de investigación científica–
las universidades norteamericanas, así como los centros investigativos norteamericanos y sus
académicos, han poseído una gran influencia que puede ser comparada solo con la influencia
intelectual alemana durante los 50 años que van entre el fin del siglo XIX y las primeras tres décadas
del siglo XX. De este modo, al final de 1960’s, Mackenzie (1969, p. 59) sugirió que en este período
el 90% de los politólogos trabajó en Norteamérica, y Klaus von Beyme apuntó que el Departamento
de Ciencia Política en la Universidad de California, Berkeley, posee más profesores en este campo
que todas las universidades europeas juntas. Además, en estos años y comenzando los 1950’s en todos
los países europeos y en Japón, la influencia norteamericana ha sido muy fuerte en todas las ciencias
sociales, con algunas excepciones como la antropología, que posee una presencia francesa específica.
Cuarenta años después, el 70% de los politólogos están casi igualmente presentes en Norteamérica y
la Europa Occidental y el otro 30% están dispersos alrededor del mundo, de nuevo con una presencia
relativamente fuerte en Japón.
Para entender mejor el desarrollo de la disciplina por todo el mundo con sus contenidos específicos,
enfoques y métodos, debemos mencionar que la influencia americana ha sido suplida por el gran
incremento de miembros de la facultad en todas las universidades del mundo desde 1960’s. Durante
este período, especialmente en Europa, hubo una llamada transición de las universidades de élite a
las universidades masivas; es decir, hubo un crecimiento significativo en el número de estudiantes
universitarios, que requirió el reclutamiento de un mayor número de nuevos miembros de facultad en
todas las disciplinas, incluyendo la ciencia política. Este crecimiento de la disciplina permitió la
creación de grupos académicos que absorbieron y tradujeron la influencia americana en múltiples
modos. Sin aquel crecimiento interno, no hubiera sido posible ni siquiera la posibilidad de tal
influencia a nivel mundial.
Esta influencia penetrante tuvo un impacto diferente en los varios países también en conexión con
sus tradiciones respectivas. Más precisamente, por un lado, la influencia de la investigación más
empírica es desarrollada a través del análisis estadístico cuantitativo y la investigación cualitativa es
general y bastante difundida homogéneamente; por otro lado, algunos enfoques poseen una
congruencia o correspondencia más fuerte en las tradiciones europea y japonesa, tales como los
diferentes enfoques neoinstitucionalistas, teniendo mayor éxito que otros enfoques, tales como los de
elección racional. Este último se ha vuelto muy fuerte en la ciencia política de Norteamérica, donde
posee sus raíces en la economía, pero ha permanecido mucho más débil entre politólogos de otras
áreas alrededor del mundo. Por su propia naturaleza, la ciencia política en otras regiones del mundo
también ha sido más específicamente histórica y comparativa más que solo enfocada (principalmente)
en un solo caso, los Estados Unidos. Además, las tradiciones legales de muchos países europeos
influenciaron especialmente la investigación en el subcampo de las políticas públicas. Al mismo
tiempo, las tradiciones en filosofía política e historia contemporánea mantuvieron cierta influencia
sobre la investigación que fue predominantemente cualitativa más que cuantitativa, finalmente, y más
específicamente en Europa, la investigación fundada desde la Unión Europea llevó al desarrollo de
un número de trabajos enfocados en temas relacionados con la Unión.
En muchos de los desarrollos más recientes, el impacto de una comunicación mucho más continua y
efectiva entre académicos a lo largo de diferentes modalidades, tales como las asociaciones colectivas
domésticas e internacionales, redes de investigación e iniciativas de instituciones públicas y privadas,
afectó la disciplina como un todo principalmente en tres direcciones. La primera es una tendencia
creciente hacia las diferencias nacionales difusas y una convergencia consecuente entre Norteamérica
o entre Norte y Sur América, y Europa. La segunda es un desdibujamiento creciente de las divisiones
subdisciplinares. Esto se da especialmente en política comparada y relaciones internacionales, dos
campos tradicionalmente separados en el pasado. Tal tendencia es particularmente evidente en los
estudios europeos. Tercero, la investigación en ciencia política se enfoca cada vez más en realidades
relevantes y contemporáneas que en el confinamiento en una torre de marfil, que la hace distante y
claramente irrelevante y, en consecuencia, crea la “tragedia de la ciencia política” que Ricci signó
hace años (1987). La ciencia política se ha desarrollado así como una disciplina multifacética y bien
establecida a la que le conciernen los problemas más presurosos de nuestros tiempos, proporcionando
sonados análisis empíricos y una orientación metodológica en el cada vez más integrado y complejo
mundo del siglo XXI.
Bertrand Badie

Profesor de Relaciones Internacionales,

Instituto Paris de Estudios Políticos (Sciences Po)

París, Francia

Dirk Berger-Schlosser

Profesor Emérito de Ciencia Política,


Universidad de Marburg

Marburg, Alemania

Leonardo Morlino

Profesor de Ciencia Política, LUISS

Roma, Italia.

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