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LA LOCURA SEGÚN EL ARTE1

Por: Ricardo Moreno

La historia de cualquier objeto ya sea del arte, de la ciencia, de la religión, de la


locura, del cuerpo etc., será siempre una narración, pero es bien cierto que las
formas de narrar son siempre variadas. Ajustarse rígidamente a los datos
objetivos, fechas, nombres, lugares, es una opción científica importante,
desfigurar esos datos y componer con ellos piezas ficticias es una opción nada
desdeñable. Lo que pretendo es, a continuación, contar de manera breve el
modo como la locura ha sido representada en el arte; mi manera será sin
embargo, pretenciosamente ficticia: tomaré datos objetivos (obras, autores,
fechas, lugares) pero los ordenaré según un narrador ficticio, un héroe, para
intentar transmitir una idea a toda luz fragmentada, discontinua e incompleta
acerca de la locura en el arte.

Advertencia

Lo que voy a relatar a continuación se desarrolla en veinticinco siglos y, sin


embargo, no se trata de un cuento histórico pues todos son hechos actuales,
son, en parte, imágenes transcurridas en un sueño. Nuestro héroe es el
soñante, debemos decir que quizá el título de héroe le es excesivo, su figura
escuálida, su temperamento a veces nostálgico a veces irritado, su modales
torpes y sus pretensiones desmedidas, no son justamente las de un personaje
extraordinario sino más bien marginal. Tiene por nombre Até y suele
autonominarse artista; pinta, eso sí, cada vez que puede, en el manicomio
cuando los medicamentos se lo permiten, en su taller cuando la inspiración
acude. Visita al psicoanalista, eso sí cuando está fuera del manicomio y cuando
la inspiración se ausenta, como suele sucederle. Se trata de un artista menor,
en cierto sentido sus pinturas están al servicio de limitar su locura, sin la cual,

1
Este texto fue leído en la Segunda Jornada Académica y Cultural organizada por el Semillero de
investigación: Artes, sociedad y subjetividad, del programa de Psicología de la Institución Universitaria
de Envigado. Estas jornadas se llevaron a cabo en el mes de abril del 2015. El tema de esa jornada fue
Desbordes: arte y locura.
como él lo sabe, tampoco pintaría. Até, pues tiene dos características: es loco y
artista. Su sueño ha ocurrido en un momento de esterilidad artística, meses y
meses frente a un lienzo sobre el que no puede deslizar el pincel, un lienzo
cada vez más blanco y más angustiante. En una tarde de verano, su mirada,
fija sobre la tela, se fue apagando; fue quedando dormido con el pincel aún
limpio, en su mano impotente. Así pues, Até, loco y pintor, sueña, en un
período de completa infertilidad artística. Su despertar obedeció a un
sobresalto, despertó gritando de manera repetida su propio nombre: Até. Até,
Até; depronto en el lienzo, antes en blanco, su propio nombre escrito.

Los temas del sueño, los gritos y su nombre en el lienzo lo llevaron, al día
siguiente, a donde su psicoanalista. Su llegada al consultorio de aquel, que por
años lo había escuchado de manera atenta, no fue sin cierta aprehensión.

Una vez, tendido en el diván, contó lo soñado, observando que el inicio de su


sueño lo remitía a su nombre propio. Así dijo Até.

El sueño de Até

Soñé con mi nombre, era extraño, en un gran salón excesivamente adornado


de pinturas y objetos; allí estaban reunidas unas personas que hacían parte de
una especie de secta llamada Los griegos. Mi padre estaba allí, leía en voz alta
un libro llamado La Iliada, en ese libro se decía que un personaje llamado
Agamenón, por salvar su estatus y orgullo, había sumido a su propio ejército en
un sinfín de desgracias, y que para salvar su responsabilidad había culpado al
mismo dios Zeus diciendo:

“No pude olvidar a até por quien fui dañado, pero desde que fui dañado
por Zeus y Zeus me arrebató mi entendimiento, deseo reparar el daño”
(La Iliada, Canto I)

Mi padre, sin poder comprender lo que había leído, preguntó a los asistentes
qué quería decir até. Esa palabra por su brevedad lo capturó. Le pareció una
especie de gemido contundente. Un viejo barbado, que parecía ser el líder de
esa secta explicó que até primero había significado daño, perjuicio, pero un
daño interior, hecho en primer lugar a la mente y que llevaba a que aquel que
lo sufriera a causar daño a otros. También dijo que según el poeta Homero los
mismos dioses que nos han amado pueden destruirnos y que en ese sentido
los responsables de la locura, son los dioses que quieren hacernos daño.
Luego, ese mismo viejo, explicó que en la tragedia griega, después de Homero,
la palabra até ya no significó daño sino locura y añadió que la locura para esos
griegos no era definitiva sino transitoria, aunque podía ocurrir que un hombre
pagara las consecuencias de por vida por aquellos actos cometidos estando
loco. Mi padre, que se había mostrado muy atento a la explicación del sabio,
decidió en ese instante, y sin saberse por qué, que Até sería el nombre de su
primer hijo. Como puede ver –dijo Até a su psicoanalista- antes de que yo
naciera, ya estaba ligado a la locura.

Una vez dijo esto, Até se sumió en un largo silencio. Su mirada parecía dirigirse
a una imagen recuerdo que no le era muy clara. Frotó sus ojos como queriendo
limpiar unos lentes dirigidos a su propio interior y al cabo de un tiempo
pronunció una extraña palabra, “Orestes”.

Orestes? Preguntó el psicoanalista, a qué se refiere con eso.

Sí, Orestes, dijo Até. Y continuó su relato. En aquella reunión de la secta, el


salón estaba adornado por un gran cuadro llamado Los remordimientos de
Orestes. La obra muestra a un hombre atormentado por las voces de unas
mujeres llamadas las Erinias que le reprochan el hecho de haber matado a su
propia madre, Climenestra. Ella aparece apuñalada en la escena del cuadro.
El sueño remite al famoso cuadro titulado Los Remordimientos de Orestes,
cuyo autor es William A. Bouguereau (1825 - 1905).

Según recuerdo en las tragedias se dice que Climenestra había traicionado a


Agamenón, el padre de Orestes y luego lo había asesinado, así que el hijo
alentado por el dios Apolo vengó la muerte de su padre. Tras la venganza las
Erinias, que son personificaciones de la locura en la literatura griega, se
abalanzaron sobre Orestes torturándole y clamando venganza por su crimen.
Esas voces lo perseguían a todas partes, aparecían en sus sueños
martirizándolo, como una despiadada conciencia de culpa. Este pobre hombre
no tuvo más remedio que deambular enloquecido hasta que pudo recobrar la
cordura.

Después de un corto suspiró Até dijo, como sorprendido. Ahora entiendo que,
como lo enseñaba aquel sabio de la secta, la locura no tenía que ser para
siempre y según parece para los griegos, era la causa y la consecuencia de
actos terribles que en buena medida eran dictaminados por los dioses. Me
parece, siguió diciendo, que mi padre jugó a ser una especie de Dios conmigo,
así como los dioses griegos lo hacían con los hombres locos el me bautizó de
ese modo para probar sus poderes.

Su padre en el lugar de Dios. Eso es lo que quiere decir? Preguntó el


psicoanalista.

Si, eso. Es como si mi padre en lugar de La Iliada estuviera leyendo un libro


sagrado, como la biblia, en el que se hallara cifrado mi destino. Ahora justo
recuerdo que el primer libro en el que de niño encontré una imagen de un loco
fue en la biblia. En mi casa, mi papá que era un cristiano entregado, tenía una
pequeña colección de biblias. Una de ellas una tenía ilustraciones. Pero a mi
papá le encantaba leerme unos pasajes, uno de ellos aparece en los
Proverbios donde dice que “El pensamiento de los insensatos es pecado”, y
este otro, que “Mejor es que se encuentre un hombre con una osa a la cual
han robado sus cachorros, que con un loco en su locura”. Dicho así, el loco
adquiere un carácter de peligrosidad de naturaleza temeraria. En el libro del
Deuteronomio se hace referencia a la severidad de Yavé , quien usa la locura
como forma de castigo: “Te castigará Yavé con la locura, la ceguera y la
pérdida de los sentidos”. El loco es el necio, aquel que se niega a creer en
Dios y que es castigado por ello. Pero la ilustración de la que hablo
corresponde a la manera como un tal Cesare Ripa describía la locura quien
decía que el loco debía retratarse como un

“Hombre de edad madura, revestido con negro y largo traje. Ha de estar


sonriendo y montando a caballo de una caña, sosteniendo con la diestra
un molinillo de viento de papel, gracioso juguete con el que se
entretienen los niños, haciéndolo girar lo mejor que pudieren”. (Ripa,
1969, Iconología)

Cesare Ripa, El loco. Ilustración del libro Iconología.

Lo que más llama la atención de la descripción de ese Ripa y del ilustrador de


la biblia es que tanto en el mundo sagrado como profano, el loco se presenta
como un hombre, en espacio abierto, vestido con harapos, con algunas ramas
en la cabeza, que en sus manos lleva una girándula; pero quizá lo más
llamativo es que se encuentra acompañado de unos niños que juegan a su
alrededor; él mismo hace parte de la escena lúdica, lo que me hace pensar en
un acercamiento del loco al mundo infantil y por fuera del mundo de los adultos
maduros. Me parece que el loco era visto a la vez de manera temeraria pero
también de forma lúdica. Ahora que lo digo, en el sueño mi papá después de
haber decidido ponerme el nombre de Até se rió como si hubiera hecho un
hallazgo difícil, pero a decir verdad esa risa tenía algo de grotesco, en el sueño
lo sentía como una burla macabra que se anticipaba al nacimiento de su hijo,
era como una broma pesada sobre el que nacería. La risa, esa risa, no era la
de un loco sino la de un Dios malvado. Sabe por qué lo digo?

No, respondió el psicoanalista.

Pues porque los locos se ríen distinto. La risa de los locos no es macabra
como la de mi padre en el sueño, es una risa diferente, un poco como ingenua,
sin malicia, es una risa como tierna incluso, una risa que alegra. Y eso tiene
mucho sentido. Fíjese usted que durante mucho tiempo la figura del loco en el
arte se hizo equivalente a la del bufón. La función del bufón no era otra que
amenizar al Rey y a sus invitados en aquellos momentos en que el ambiente
gris se posaba de los castillos en la época de invierno. No se trataba en
términos clínicos de un loco, nada de eso, difícilmente un loco como yo podría
mantener los ánimos alegres de una corte por un largo periodo. Los atributos
tradicionales como el capuchón, las orejas largadas y puntiagudas del burro
que representa su carácter bestial, de nariz aguileña portando un cetro que se
encuentra terminado por una cabeza también de bufón. Según esta figuración
el loco es aquel que ríe y aquel que hace reír, al menos en la figura del bufón
de la corte. Un aspecto que, además, diferirá mucho de la representación
moderna de la locura en la que esta será revestida en el nivel icónico con el
trágico halo de la angustia.
Sin duda Até refiere a imágenes como está de Henricus hondius, Pieter Bruegel, 1642 titulada
Bufones
O esta otra cuyos detalles son más notorios y se corresponde con los expresado pro Até.
Quentin Massys, Alegoría de la locura. 1456

Pero y entonces, el loco a la vez que insensato, pecador, castigado, cercano al


reino de los niños también resultó una figura importante para la diversión de la
corte? Preguntó el psicoanalista.

Sí, eso y más. Es que loco no es cualquiera. Si usted se fija por ejemplo en la
manera como Aristóteles habla de la melancolía pues uno se da cuenta que los
hombres extraordinarios que destacan en la filosofía, la política y las artes, son
manifiestamente melancólicos y tienden a sufrir enfermedades corporales.

Aquí el psicoanalista no duda en preguntar a Até: Los hombres extraordinarios


en las artes, los genios, son propensamente locos, melancólicos dice usted?
Sí –respondió Até, eso decía Aristóteles, pero las cosas fueron cambiando con
el tiempo. Poco a poco se fue generando una idea cada vez más trágica de la
locura y esta versión de la melancolía ligada a la genialidad caerá en el olvido
durante casi 12 siglos, gracias al Cristianismo durante la Edad Media. Sabe,
ahora me percato de que este tema de la locura siempre ha estado en relación
con Dios, y en la Edad Media eso sería más notorio. Y esto –dijo Até- no
parece ser sino una muestra a gran escala de lo que ocurrió conmigo y mi
padre. Él jugó a ser un Dios conmigo, nombró a su propio loco y ahora lo veo
claro en este sueño. Los locos no somos sino un residuo de los juegos
macabros del Otro.

En este punto el psicoanalista notó que las palabras de Até nombraban una
verdad que parecía universal. En esa frase contundente le pareció escuchar
una voz franca, directa, descarnada. Allí, consumido en su sillón, el
psicoanalista seguía su escucha atenta. Sin embargo la frase de Até tomó la
dimensión de un eco prolongado, una resonancia de lo que el psicoanalista no
pudo ser más que un espejo y de su boca emanó la misma frase pero en este
caso de forma interrogativa: “residuo de los juegos macabros del Otro”?

Sí, eso he dicho, puntualizó Até. Y lo espetó. O es que acaso le parece poco?
A usted no le parece que lo que digo es verdad? Si no es así, entonces dígame
cómo es que durante la Edad Media se les trató como cuerpos poseídos por el
demonio y el mal, cómo es que se los puso en barcas para llevarlos y hacerlos
perder en el océano, cómo es que se los sacó de las ciudades para que no
interrumpieran la tranquila vida de los ciudadanos, o cómo es que se los
encerró, primero en prisiones con los criminales y luego en manicomios y
asilos? Le parece poco?

Semejante ejemplificación en tono airado no dejó tranquilo al psicoanalista.


Sabía que su pregunta había hecho que Até lo tomará como un oponente. Así
que prefirió a que consiguiera su propia calma. Pero Até, que intentaba retomar
su sueño, veía que esa andanada de ejemplos y ese tono, no era en vano. Así
siguió.

En el sueño, en aquella sala en la que mi padre fraguó mi destino antes de que


yo naciera, allí donde se carcajeó de manera malévola, allí mismo en una de
las paredes tenía una colección de cuadros que parecían un diario universal de
la locura hecho de imágenes. La barca de los locos que se remite a la mítica
expulsión de los locos de la ciudad mar adentro, los exorcismos que
documentan la idea de la locura como posesión demoniaca, el encierro que se
hizo de ellos en lugares terroríficos, las peregrinaciones para curarlos, las
amputaciones de sus cerebros, el abandono, todo estaba allí. En mi sueño,
cada uno de esos cuadros representa mi lugar en el mundo, algunas veces
desterrado, otras veces encerrado, otras veces poseído otras veces anulado. Y
mi padre ahí, viendo pasar cada una de las escenas, como quien presencia
una obra de teatro que ha creado para su propio gozo.

(Las siguientes son imágenes que el padre de Até coleccionaba)

Ilustración del libro La nave de los locos


Bosch, La extracción de la piedra de la locura, 1492.

Jan Sanders van Hanessen, El cirujano, 1550


Hendrick Hondius, Peregrinaje de los epilépticos a la iglesia en Molenbeek,
1642.
Goya, La casa de los locos, 1812-1819

Jean Béraud. Cherenton. 1885


Jerry Cooke, Hospital psiquiátrico de Ohio, 1946.

El psicoanalista que sabía que no podía con sus gestos o palabras potenciar
esta indignación de Até, decidió no ser otra cosa que un testigo de todo esa
irritación.

Até prosiguió sin perder el ritmo y el tono. Acaso –increpó otra vez al analista- a
usted le parece que la actitud de los loqueros ha sido justa con los locos? No,
los loqueros no son sino apéndices de ese poder malévolo. No importa si han
sido médicos o charlatanes, psicólogos o curanderos. No han hecho otra cosa
que despojarnos de nuestros juicios por parecerles poco razonables. Y que han
hecho para eso, pues nos han despojado, entre otras cosas, de nuestros
órganos, nos han quitado parte de nuestros cerebros (aquí Até hace referencia
a la lobotomía), nos han extraído hasta nuestras propias muelas (Até se refiere
a las prácticas del Dr. Henry Gotton quien extraía piezas dentales para curar la
locura) y la cosa ha sido tan extrema que nos han sacado cosas que no hemos
tenido (Até se refiere a la extracción de la piedra de la locura). Y como si fuera
poco, cuando no nos han expropiado nos han encerrado, para hacernos sentir
no sólo aislados del mundo de los cuerdos, sino que nos han confinado a
nuestra propia desolación. Todo esto lo hemos documentado, vea por ejemplo
las pinturas de Goya, los grabados de Ambroise Tardieu, las fotografías de
Jerry Cooke, los documentales de Raymond Depardon. Allí recluidos nos han
desalojado de nosotros mismos.

El citófono del consultorio del analista sonó, y Até que leyó en ello una suerte
de preaviso de la terminación de la sesión, introdujo una pregunta que
confrontó al analista: ¿ahora usted me va a desalojar?

Pero Até, en realidad, no buscaba una respuesta, sólo desafiar ese silencio
imperturbable del analista. Pero sólo encontró silencio y calma de la que tomó
un poco. Ya más sereno Até continuó. Con una pregunta para él mismo.

Y qué queda de todo esto? Y su respuesta vino de inmediato, pero de manera


repetida: sólo el arte, sólo el arte, sólo el arte. Y mientras terminaba la tercera
afirmación retornó como una ráfaga la repetición de su propio nombre de aquel
comienzo del sueño: Até, Até, Até. El sueño había sido el modo como había
encontrado la transición de Até a Arte, y él, como el sueño, quedaba en un
lugar de médium, de ser un loco creado por la figura ominosa del Otro, pasa a
provocar algo nuevo, un creador que se sirve de su propia locura y puede
encontrar un lugar menos sometido. Y en seguida nota que él mismo encarna
la historia de la relación entre la locura y el arte. Al final –dirá poniéndose en
pie y dirigiéndose a la puerta- sólo quedará el arte, nosotros los locos estamos,
como lo ha mostrado la historia, condenados a la exclusión, y al mismo tiempo,
nosotros, nosotros los locos, somos el único motivo del arte, nosotros creamos
lo que los Dioses no pueden, por ello les somos imprescindibles.

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