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Este texto fue leído en la Segunda Jornada Académica y Cultural organizada por el Semillero de
investigación: Artes, sociedad y subjetividad, del programa de Psicología de la Institución Universitaria
de Envigado. Estas jornadas se llevaron a cabo en el mes de abril del 2015. El tema de esa jornada fue
Desbordes: arte y locura.
como él lo sabe, tampoco pintaría. Até, pues tiene dos características: es loco y
artista. Su sueño ha ocurrido en un momento de esterilidad artística, meses y
meses frente a un lienzo sobre el que no puede deslizar el pincel, un lienzo
cada vez más blanco y más angustiante. En una tarde de verano, su mirada,
fija sobre la tela, se fue apagando; fue quedando dormido con el pincel aún
limpio, en su mano impotente. Así pues, Até, loco y pintor, sueña, en un
período de completa infertilidad artística. Su despertar obedeció a un
sobresalto, despertó gritando de manera repetida su propio nombre: Até. Até,
Até; depronto en el lienzo, antes en blanco, su propio nombre escrito.
Los temas del sueño, los gritos y su nombre en el lienzo lo llevaron, al día
siguiente, a donde su psicoanalista. Su llegada al consultorio de aquel, que por
años lo había escuchado de manera atenta, no fue sin cierta aprehensión.
El sueño de Até
“No pude olvidar a até por quien fui dañado, pero desde que fui dañado
por Zeus y Zeus me arrebató mi entendimiento, deseo reparar el daño”
(La Iliada, Canto I)
Mi padre, sin poder comprender lo que había leído, preguntó a los asistentes
qué quería decir até. Esa palabra por su brevedad lo capturó. Le pareció una
especie de gemido contundente. Un viejo barbado, que parecía ser el líder de
esa secta explicó que até primero había significado daño, perjuicio, pero un
daño interior, hecho en primer lugar a la mente y que llevaba a que aquel que
lo sufriera a causar daño a otros. También dijo que según el poeta Homero los
mismos dioses que nos han amado pueden destruirnos y que en ese sentido
los responsables de la locura, son los dioses que quieren hacernos daño.
Luego, ese mismo viejo, explicó que en la tragedia griega, después de Homero,
la palabra até ya no significó daño sino locura y añadió que la locura para esos
griegos no era definitiva sino transitoria, aunque podía ocurrir que un hombre
pagara las consecuencias de por vida por aquellos actos cometidos estando
loco. Mi padre, que se había mostrado muy atento a la explicación del sabio,
decidió en ese instante, y sin saberse por qué, que Até sería el nombre de su
primer hijo. Como puede ver –dijo Até a su psicoanalista- antes de que yo
naciera, ya estaba ligado a la locura.
Una vez dijo esto, Até se sumió en un largo silencio. Su mirada parecía dirigirse
a una imagen recuerdo que no le era muy clara. Frotó sus ojos como queriendo
limpiar unos lentes dirigidos a su propio interior y al cabo de un tiempo
pronunció una extraña palabra, “Orestes”.
Después de un corto suspiró Até dijo, como sorprendido. Ahora entiendo que,
como lo enseñaba aquel sabio de la secta, la locura no tenía que ser para
siempre y según parece para los griegos, era la causa y la consecuencia de
actos terribles que en buena medida eran dictaminados por los dioses. Me
parece, siguió diciendo, que mi padre jugó a ser una especie de Dios conmigo,
así como los dioses griegos lo hacían con los hombres locos el me bautizó de
ese modo para probar sus poderes.
Pues porque los locos se ríen distinto. La risa de los locos no es macabra
como la de mi padre en el sueño, es una risa diferente, un poco como ingenua,
sin malicia, es una risa como tierna incluso, una risa que alegra. Y eso tiene
mucho sentido. Fíjese usted que durante mucho tiempo la figura del loco en el
arte se hizo equivalente a la del bufón. La función del bufón no era otra que
amenizar al Rey y a sus invitados en aquellos momentos en que el ambiente
gris se posaba de los castillos en la época de invierno. No se trataba en
términos clínicos de un loco, nada de eso, difícilmente un loco como yo podría
mantener los ánimos alegres de una corte por un largo periodo. Los atributos
tradicionales como el capuchón, las orejas largadas y puntiagudas del burro
que representa su carácter bestial, de nariz aguileña portando un cetro que se
encuentra terminado por una cabeza también de bufón. Según esta figuración
el loco es aquel que ríe y aquel que hace reír, al menos en la figura del bufón
de la corte. Un aspecto que, además, diferirá mucho de la representación
moderna de la locura en la que esta será revestida en el nivel icónico con el
trágico halo de la angustia.
Sin duda Até refiere a imágenes como está de Henricus hondius, Pieter Bruegel, 1642 titulada
Bufones
O esta otra cuyos detalles son más notorios y se corresponde con los expresado pro Até.
Quentin Massys, Alegoría de la locura. 1456
Sí, eso y más. Es que loco no es cualquiera. Si usted se fija por ejemplo en la
manera como Aristóteles habla de la melancolía pues uno se da cuenta que los
hombres extraordinarios que destacan en la filosofía, la política y las artes, son
manifiestamente melancólicos y tienden a sufrir enfermedades corporales.
En este punto el psicoanalista notó que las palabras de Até nombraban una
verdad que parecía universal. En esa frase contundente le pareció escuchar
una voz franca, directa, descarnada. Allí, consumido en su sillón, el
psicoanalista seguía su escucha atenta. Sin embargo la frase de Até tomó la
dimensión de un eco prolongado, una resonancia de lo que el psicoanalista no
pudo ser más que un espejo y de su boca emanó la misma frase pero en este
caso de forma interrogativa: “residuo de los juegos macabros del Otro”?
Sí, eso he dicho, puntualizó Até. Y lo espetó. O es que acaso le parece poco?
A usted no le parece que lo que digo es verdad? Si no es así, entonces dígame
cómo es que durante la Edad Media se les trató como cuerpos poseídos por el
demonio y el mal, cómo es que se los puso en barcas para llevarlos y hacerlos
perder en el océano, cómo es que se los sacó de las ciudades para que no
interrumpieran la tranquila vida de los ciudadanos, o cómo es que se los
encerró, primero en prisiones con los criminales y luego en manicomios y
asilos? Le parece poco?
El psicoanalista que sabía que no podía con sus gestos o palabras potenciar
esta indignación de Até, decidió no ser otra cosa que un testigo de todo esa
irritación.
Até prosiguió sin perder el ritmo y el tono. Acaso –increpó otra vez al analista- a
usted le parece que la actitud de los loqueros ha sido justa con los locos? No,
los loqueros no son sino apéndices de ese poder malévolo. No importa si han
sido médicos o charlatanes, psicólogos o curanderos. No han hecho otra cosa
que despojarnos de nuestros juicios por parecerles poco razonables. Y que han
hecho para eso, pues nos han despojado, entre otras cosas, de nuestros
órganos, nos han quitado parte de nuestros cerebros (aquí Até hace referencia
a la lobotomía), nos han extraído hasta nuestras propias muelas (Até se refiere
a las prácticas del Dr. Henry Gotton quien extraía piezas dentales para curar la
locura) y la cosa ha sido tan extrema que nos han sacado cosas que no hemos
tenido (Até se refiere a la extracción de la piedra de la locura). Y como si fuera
poco, cuando no nos han expropiado nos han encerrado, para hacernos sentir
no sólo aislados del mundo de los cuerdos, sino que nos han confinado a
nuestra propia desolación. Todo esto lo hemos documentado, vea por ejemplo
las pinturas de Goya, los grabados de Ambroise Tardieu, las fotografías de
Jerry Cooke, los documentales de Raymond Depardon. Allí recluidos nos han
desalojado de nosotros mismos.
El citófono del consultorio del analista sonó, y Até que leyó en ello una suerte
de preaviso de la terminación de la sesión, introdujo una pregunta que
confrontó al analista: ¿ahora usted me va a desalojar?
Pero Até, en realidad, no buscaba una respuesta, sólo desafiar ese silencio
imperturbable del analista. Pero sólo encontró silencio y calma de la que tomó
un poco. Ya más sereno Até continuó. Con una pregunta para él mismo.