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El infierno por la ventana

Suiza, junio 23 1946. 6:03 am


Caminaba vacilante por el pasillo. Cada paso era un suplicio, a cada paso su corazón latía
más fuerte. Y a pesar del frio que traía consigo un alba de verano, sentía como la
temperatura iba subiendo desde sus zapatillas, pasando por sus medias blancas de seda, y
recorriendo por su vestido color verde esmeraldas hasta llegarle a su prolijo cabello
recogido. Hacía tanto tiempo que no dejaba caer su abundante cabellera en espalda,
pensaba.
Puso la mano en la manecilla de la puerta, y la giraba lentamente, su temor era tal, que
cualquiera que hubiese presenciado la escena habría pensado que aquella vieja puerta
llevaría al mismísimo infierno. Logró darle vuelta completamente a la manecilla, sonó un
pequeño chasquido, y empujó. Un chirrido ensordecedor inundo el pasillo y que en la
aciaga habitación sonó casi fantasmal.
Cerro los ojos con fuerza y dio un paso al frente. Con aquella extraña concepción humana
de cerrar nuestros ojos ante lo que nos aterroriza, “razonando”, absurdamente que, si no
podemos ver aquello que nos aterroriza, simplemente no existe. Dio tres pasos más y
recordando una bonita frase que alguna vez le leyó su madre de un desconocido autor
latinoamericano, que decía: “Entre las cosas hay una de la que no se arrepiente nadie en la
tierra. Esa cosa es haber sido valiente”
Recordar esto le hizo sonreír. Abrió los ojos y allí estaba aquella inmensa habitación, donde
la luz del sol deslumbraba toda la habitación. Nadie había abierto esa habitación por más de
media década. No desde aquel viaje fatídico en septiembre del 39’ a París.
Observo embelesada todo a su alrededor, su piso hecho de bedul europeo y las paredes y el
techo color verde oliva hechas de caoba, y un inmenso ventanal que iluminaba casi toda la
habitación y un postigo situado debajo de esta.
También había un par de muñecas de trapo en la repisa de la ventana. Estas le recordaron
una tarde de primavera, junto a su madre y su padre, cuando estaban hacían exactamente
esas dos muñecas. Y sintió como una espada penetraba en lo más profundo de sí. Sintió que
desfallecía, y una lagrima recorrió sus mejillas. Camino hacia la gran ventana y abrió el
postigo, para tomar un poco de aire.
Recordó la víspera de aquel fatídico viaje, todo el equipaje, toda esa alegría que la invadía,
por fin iba a conocer la torre Eiffel y la vería todos los días. Viviría cerca de allí por el
trabajo de su padre.
Y sintió como otra espada penetraba en lo más profundo de sí. Empuño sus manos y con
una fuerza estridente, golpeo la repisa, la madera se rompió y cientos de astillas se clavaron
en su mano, sangrando profusamente su mano, se arrodillo y dijo:
- ¡Maldita guerra! ¡Malditas y estúpidas personas! ¡Todo fue culpa nuestra, todo fue culpa
mía!
-Temiendo toda la vida al “infierno” y el maldito infierno sería un alivio en comparación
con todo esto que paso…

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