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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

LANGUEDOC

de angharad governal

Sinopsis: Bibliotecas, monjas, manuscritos, medievalistas ... y Xena.

Título original: Languedoc.

Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

Hagamos los descargos...

Cómo resolver un problema como la señorita Xena: Xena, Gabrielle y demás no son míos.
Sólo los cojo prestados sin intención de obtener beneficio económico alguno. Los dejaré en
su sitio cuando haya acabado. Lo prometo. Sin embargo, el resto es mío. Si no respetáis mis
derechos de autora, enviaré a una jauría de monjas cantantes a vuestra puerta. (¿O son
"monjas volantes"? Da igual.)

Cómo atrapar una nube y sujetarla al suelo: Un poco de violencia. Quien avisa no es
traidor, como se suele decir.

Cómo encontrar una palabra que signifique señorita Xena: Aquí se habla del amor que no
se atreve a pronunciar su nombre. Entre monjas y aspirantes a doctoras en letras, nada
menos. Si no podéis con ello, entreteneos cosiendo disfraces con colchas y cortinas viejas.
Vuelve a estar de moda, por si no lo sabéis...

Muchas cosas que sabéis que os gustaría decirle: ¡Un ramo de Leontopodium alpinum
(edelweiss) para Viv por ocuparse de corregir! Por desgracia, pierde el premio a la "Mejor
imitación de un cantante de la familia von Trapp". La buena noticia es que tengo entendido
que está muy guapa con hábito y lederhosen. Gracias también al grupo de "no muy
cantoras", "no exactamente monjas". Para citar a Dita: "Anda ya..." Je. Gracias a todos.

Muchas cosas que debería entender: Me he tomado ciertas libertades con la precisión
histórica en este fanfic. El convento, las monjas, el pueblo y el castillo son un puro invento
mío. Algunos aspectos de Languedoc y su historia están basados en hechos reales, aunque
las caracterizaciones de personajes históricos reales son ficticias. La descripción de las
actitudes y personalidades de estos personajes históricos se basa en la pura imaginación y
especulación. Bla bla bla. Tomad nota de que habrá un examen al final del semestre y os
entregaré una lista de lecturas secundarias para vuestro disfrute y edificación.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Estar enamorado es tratar de alcanzar el cielo a través de una mujer.


Uc de St. Circ, trovadora del siglo XIII, de The Women Troubadours (Las
trovadoras), trad. y ed. Meg Bogin

Presente, Abadía de Santa María d'Ormarc, Ormarc (Mediodía Pirineos),


Francia

—Y como sabe, ésta es la biblioteca de manuscritos del convento. La reverenda


madre me ha pedido que la ayude en su investigación si lo necesita.

La alta figura enfundada en un hábito negro señaló con un gesto los estantes
llenos de volúmenes encuadernados en cuero y pergaminos enrollados que
cubrían la pared del fondo de la pequeña sala. El movimiento de la mano de la
monja era preciso, eficaz y sin la floritura de más que se podría haber esperado
de alguien que estaba mostrando, al menos para Gwenhwyfar Morrison, un
tesoro que superaba todo lo imaginable.

Por insignificante que fuera el gesto, Gwenhwyfar se encontró atrapada en él: el


ligerísimo movimiento de la muñeca de la mujer, los dedos largos y esbeltos
extendidos ligeramente para señalar los estantes esmeradamente cuidados, la
extraña gracia, la pasmosa elegancia de músculos, sangre y huesos, todo aquello
la impactó con la fuerza de un cuchillo clavado en el pecho, distrayéndola por un
momento del contenido de los atestados estantes. Por amor de Dios, Gwen, haz el
favor de concentrarte. La monja se volvió para mirarla. Claro que esos ojos azules
y esa sonrisa radiante tampoco me ayudan mucho.

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La monja alzó la ceja por debajo del velo de su oscuro hábito mientras observaba
a la rubia, como si oyera los pensamientos de Gwen.

—¿Está usted bien, doctora Morrison?

Gwen sonrió débilmente.

—Todavía no me he doctorado, sor Agustín. —Recalcó el título de la mujer alta,


obligando a su distraída mente a centrarse en la situación en la que estaba—.
Por favor, llámeme Gwen. Gracias por su hospitalidad y por ofrecerse a
ayudarme.

La monja se inclinó ligeramente

—La reverenda madre me ha dispensado de manera especial de mis deberes por


si usted necesita mi ayuda. Algunas otras hermanas hablan inglés, por si hay
alguna emergencia.

—Parece usted de Estados Unidos, hermana. ¿Ha pasado un tiempo allí?


¿Estudió allí?

Sor Agustín se volvió a inclinar, esbozando con los labios una mínima sonrisa, y
una vez más, Gwen se quedó maravillada por la impresión de sus elegantes
movimientos, a pesar de su figura alta y casi desgarbada, cuya imponente
estatura quedaba aún más de relieve por el paño negro que cubría a la mujer de
la cabeza a los pies.

—Nací y me crié en Los Ángeles antes de profesar en Santa María d'Ormarc. Es


una coincidencia asombrosa que, siendo paisanas, nuestros caminos sólo se
hayan cruzado en un convento al pie de los Pirineos.

—Los designios de Dios y la universidad son inescrutables —contestó Gwen con


una sonrisa humorística al tiempo que se encaminaba a las estanterías—. Sin
querer faltar al respeto, pero supongo que eso debería haberlo dicho usted.
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Oh, vale ya, Gwen. Estás en un convento en Francia —prácticamente en medio de


la nada— con una beca de investigación que podría determinar el futuro de tu
carrera académica, y te dedicas a tontear con una monja despampanante de ojos
azules. Basta. Tu madre se sentiría humilladísima.

—¿Gwen? Le ruego que me disculpe, pero creía que la reverenda madre me dijo
que se llamaba...

La rubia asintió al tiempo que cogía con cuidado un volumen encuadernado de


un estante. Se dirigió a la gran mesa que ocupaba el resto de la estancia.

—Eeeh, sí. Me presentó como Brangein. Mi nombre auténtico es Brangein


Gwenhwyfar. —Se encogió de hombros—. Es un nombre que viene de familia.
Los dos nombres, en realidad. Mi familia siempre me ha llamado Bran, pero yo
siempre he preferido Gwen. Seguro que se da cuenta del por qué, hermana. Ya se
puede imaginar los motes y los chistes. Y le aseguro que he oído todos los que
existen.

Sor Agustín ocultó una pequeña sonrisa a la medievalista, que colocó con
cuidado el libro en la despejada mesa de trabajo. La monja observó mientras
Gwen sacaba un par de guantes blancos de la mochila de cuero que se había
traído al pequeño convento. Mientras la mujer se deslizaba los guantes por los
dedos, sor Agustín respondió.

—Si necesita cualquier otra cosa, no dude en buscarme en los jardines del
convento. La dejaré para que trabaje, Gwen.

La cabeza velada se inclinó ligeramente y se volvió hacia la puerta situada al otro


lado de la pequeña sala. Gwen, inmersa ya en el volumen que tenía delante, miró
apresuradamente a la figura oscura que se alejaba.

—Gracias, hermana.

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Los ojos de la rubia se fijaron en el paño negro del hábito de la monja, que se
balanceaba ligeramente a cada paso que se alejaba. Oh, Dios, no hace tanto
tiempo. Una perfilada ceja subió hacia los cortos mechones de la rubia cabeza al
tiempo que sus ojos recorrían la extensión de paño negro. Se preguntó distraída
qué había oculto bajo la tela informe. Sí, hace mucho tiempo. Suspiró bien alto,
meneó la cabeza e intentó concentrarse en el libro que tenía abierto sobre la
mesa.

—Va a ser un año muy largo —dijo en voz alta en la sala vacía mientras sus ojos
se fijaban en las páginas iluminadas.

El ruido de pasos y voces apagadas al otro lado de la puerta de la diminuta


habitación la despertó. Se sentó en la cama y se quedó mirando al vacío. La luna
iluminaba la celda y resaltaba el carácter ascético de la estancia. Parpadeó
mientras sus ojos se iban acostumbrando a la luz que entraba por un ventanuco
cerca de la modesta cama. Suspiró, deseando por un momento estar en su casa,
poder permitirse el lujo de trasladarse al salón y encender la televisión para
poder sofocar las ideas que se le pasaban por la mente. Ojalá... Suspiró una vez
más y volvió la cabeza hacia la puerta cerrada, escuchando los pasos que se
alejaban.

El silencio invadió la pequeña celda. Miró el reloj. Las 3:05 de la mañana. ¿Es
que no duermen nunca? Se frotó los ojos y se volvió para contemplar la gruesa
puerta de madera de la habitación. ¿Cuál toca ahora? ¿Martín? No, no... maitines.
No, no es eso. Eso es a medianoche. Me extraña no haberme despertado también
entonces. A ver. Mm, debe de ser... Oh, seamos francas, Gwen, estabas
demasiado ocupada tratando de parecer lo más indiferente posible cuando la
interrogabas sobre su vida en este sitio, tratando de asegurarte de que no se diera
cuenta de que la estabas mirando, para prestar aten... ¡laudes! Eso es. Deben de
ser laudes.

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Habían pasado varias semanas desde su llegada al convento. Su examen inicial


del contenido de la biblioteca era prometedor, pero la enorme cantidad de
documentos le resultaba abrumadora. Con gran alivio, averiguó que el convento
había conservado los registros de cuándo había adquirido la biblioteca ciertos
manuscritos. Pasó varias semanas repasando numerosos documentos,
eliminando textos que parecían no tener relevancia para el tema de su
investigación sobre la historia literaria de Languedoc en los siglos XII y XIII.

Más vale que intente dormir. Tengo que ir al pueblo para buscar una línea para
conectar el portátil y poder escribir a mi directora y contarle cómo va el trabajo...
Probablemente habrá una línea eléctrica en este convento. No pueden no tenerla.
¿Y si hubiera alguna emergencia o algo? Jo, Gwen. Esto no es un Motel 6. Lo más
parecido que has encontrado a una abadía medieval en pleno funcionamiento, ¡y te
quejas porque no tienen instalaciones modernas! Esto es lo que querías,
¿recuerdas?

Gwen se reclinó en la estrecha cama, parpadeando para alejar el sueño mientras


contemplaba las sombras que corrían por el techo de la celda.

No sería tan incómodo si te hubieras alojado en el pueblo como se suponía que


debías hacer, en lugar de pasar estas últimas noches en el convento. Y seamos
francas de una vez. Tú sabes por qué has decidido alojarte aquí en lugar de en la
posada... Debes de ser una especie de masoquista. Ya es bastante malo que
prácticamente te tires a sus pies durante las horas que pasáis juntas... Por otro
lado, su ayuda probablemente te ha ahorrado al menos dos o tres semanas de
investigación. Ahora puedes concentrarte de verdad en lo que se supone que has
venido a hacer aquí... Y maldita sea, Gwen, no se trata de babear por alguien a
quien no puedes tener.

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—¿Así que ese castillo que está a pocos kilómetros de Ormarc es en realidad un
hotel?

Sor Agustín se apartó de las estanterías, con un libro en la mano enguantada.

—Sí. Hace varios años, era la casa solariega de los señores d'Ormarc. Se hizo
demasiado caro para la familia mantenerla económicamente, así que en vez de
dejar que el castillo se convirtiera en una ruina, lo renovaron transformándolo en
hotel. Por supuesto, casi todas las tierras de esta zona todavía pertenecen a doña
Thisbe Hippolyta d'Ormarc. En gran parte, como sabe, son tierras de labor o
pastos para ovejas y cabras.

La medievalista asintió, pues ya había pasado por la experiencia de tener su


pequeño coche rodeado por un rebaño de ovejas en la única carretera que llevaba
al pueblo de Ormarc. Llegó al convento horas después, deshaciéndose en
disculpas con la seria pero amable abadesa por su retraso. La frase mágica de
"ovejas en la carretera" la absolvió de sus pecados.

—¿Entonces esta zona tiene mucho turismo? Creo que si el pueblo estuviera más
cerca de la ruta de peregrinaje a Santiago de Compostela o si tuviera catedral, lo
conocería más gente. Pero supongo que hay suficiente interés en la zona para
construir un hotel. El pueblo hasta tiene esa pequeña posada.

—Su belleza se considera un tesoro oculto. La mayoría de la gente que viaja al


sur tiende a visitar Marsella o Montpellier y no se adentra hacia el oeste más allá
de Toulouse. No es una zona tan llena como otras, pero Ormarc sí que atrae una
cierta cantidad de turistas emprendedores.

—Y gente curiosa con inquietudes literarias e histórico-culturales.

La monja ocultó una pequeña sonrisa y Gwen reprimió sus ganas de quedarse
mirando cuando la mujer se volvió hacia las estanterías. ¿Se trata de una especie
de regla? No sonreirás salvo en presencia de extraños y medievalistas en busca de

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Dios sabe qué; cuando sonrías, te taparás la boca con las manos unidas en actitud
de rezo, para que no piensen que eres rara, banal, vana, loca o distante. Bajó la
vista, apretando despacio los puños contra la madera de la mesa de trabajo. No
es momento de sarcasmos, Brangein Gwenhwyfar. No le tomes el pelo a la
monjita, aunque sólo sea con el pensamiento.

Con gran sorpresa por su parte, ver la boca de la monja esbozando una sonrisa
de alegría y diversión la afectó de la misma manera que semanas antes. Cuando
vio la sonrisa de la mujer por primera vez —minutos después de que la monja
hubiera señalado las estanterías de la biblioteca en su primer encuentro— lo
inesperado de la misma la había sorprendido. Recordaba haberse sentido algo
abrumada y atribuyó sus reacciones a los documentos que llenaban las
estanterías de la pequeña sala. A medida que fueron transcurriendo las semanas
y pasaba más tiempo con la religiosa, empezó a poner en duda sus propias
conclusiones. En el pequeño período de tiempo que había pasado en el convento,
Gwen se dio cuenta de que esta imponente mujer rara vez sonreía si no era en
presencia de su persona. Parecía firmemente entregada a sus sagrados votos,
con un aire decidido, sobrio y seguro.

La monja mostraba el mismo sentido de la entrega al ayudar a la medievalista a


documentar y clasificar la enorme colección de la biblioteca, pero Gwen percibía
una ligereza y una extraña timidez traviesa en el comportamiento de la mujer
durante las horas que pasaban juntas. Revelaba poco sobre su vida pasada, pero
contestaba a las preguntas de la rubia referentes al convento y su vecino más
próximo, el pequeño pueblo de Ormarc.

Es un misterio envuelto en un enigma. Me pregunto por qué se marchó de Los


Ángeles. ¿Por qué cruzar miles de kilómetros hasta un aislado convento francés?
¿Huía de algo?

Sor Agustín depositó un grueso libro delante de la rubia.

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—Este libro parece prometedor, Gwen. Hay otros pocos textos catalogados con
fecha de más o menos finales del siglo XIII, pero la mayoría de los documentos de
la biblioteca parecen ser posteriores a 1400.

—Bueno, lo que hemos encontrado hasta ahora supera con creces lo que había
imaginado, aunque en su mayor parte no entre en los siglos XII y XIII. Algunos
de los textos parecen ser copias de manuscritos que he visto en la Bibliothèque
Nationale. Me pregunto si hay diferencias entre los libros de manuscritos que he
visto aquí y en París... diferencias regionales y esas cosas. —La rubia se rió entre
dientes—. Conozco a varias personas que darían un ojo de la cara por ver lo que
he visto yo hasta ahora.

La monja se inclinó ligeramente.

—Me alegro de haberle sido de ayuda y de que los libros que hemos encontrado
no caigan en el olvido.

La rubia sonrió y dio unas palmaditas en la cubierta del texto que la monja
había puesto delante de ella.

—Me sorprende que no vengan aquí investigadores de todo el mundo a manadas.


Sus colecciones son asombrosas. Probablemente harían falta varias vidas para
empezar a averiguar lo que hay aquí de verdad. Lo que he... lo que hemos
descubierto aquí es increíble. Le estoy más que agradecida por la ayuda que me
ha prestado durante estas últimas semanas.

Sor Agustín volvió a inclinarse, con las mejillas coloreadas por un ligero rubor
mientras intentaba tapar una pequeña sonrisa con las manos unidas. Se volvió
hacia las estanterías una vez más.

No debería ocultar esa sonrisa que tiene, hermana. Con esa sonrisa caerían reinos
enteros a sus pies. Los caballeros le entregarían su vida y los trovadores cantarían
sus alabanzas por todo Languedoc.

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Gwenhwyfar suspiró suavemente, mientras sus dedos enguantados abrían con


cuidado la sencilla cubierta de cuero. Sus ojos empezaron a recorrer las páginas
del manuscrito. El silencio se adueñó de la sala cuando ambas mujeres se
quedaron absortas en sus tareas. Como ya había ocurrido en las últimas
semanas, sus ojos se apartaron de la página para posarse en la figura oscura
que rebuscaba por las estanterías de la biblioteca.

La cara de la religiosa estaba apartada de la rubia, con los rasgos en perfil e


iluminados por la luz que entraba por una ventana cercana. Sus ojos recorrían
los numerosos libros, con una copia de una lista de manuscritos que la
medievalista había identificado como "una buena pista" en la mano, ajena a las
miradas furtivas de la rubia.

Mira qué perfil. Mejillas de alabastro, una perfecta nariz romana, penetrantes ojos
azules, preciosa boca de labios de rosa. Un clásico y bello rostro medieval. Ojalá la
hubiera conocido antes de venir aquí. Ojalá nos hubiéramos conocido antes de
todo esto. Podríamos haber sido... yo podría haber...

Gwenhwyfar sacudió la cabeza. Creo que podría enamorarme de... ¡Basta, Gwen!
Es sólo que le gusta pasar un tiempo fuera de su vida normal, de su rutina. Es
como unas vacaciones, un permiso. No tiene nada que ver contigo. Como si eso
fuera realista... Oiga, sor Agustín, quiero que deje todo esto de la "esposa de
Cristo" y que huya conmigo a América. Ah, y por cierto, ¿le importaría decirme
cómo se llamaba antes de meterse a monja?

Sintió que le tocaban el brazo y levantó la mirada para encontrarse a la monja de


pie a su lado, con los ojos llenos de preocupación. La alta mujer se inclinó
ligeramente, acercando la cara a la rubia.

—Discúlpeme, pero ¿se encuentra bien? Parece un poco...

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Sobresaltada, Gwenhwyfar apartó la cabeza, señalando de repente las paredes


circundantes con la mano libre. Se le quebró la voz y las palabras le salieron a
borbotones al tiempo que intentaba esquivar la mirada de la monja.

—E-el convento... ¿cu-cuando dijo que fue construido?

Sor Agustín alzó una ceja por debajo de su velo oscuro, sorprendida por lo que
había visto en los ojos de la rubia antes de que ésta se apartara bruscamente de
su mirada. Su propia mente se sintió inquieta, reconociendo algo en esa breve
mirada: era una mirada que conocía, un reconocimiento, una confesión que ella
comprendía. Sabía que aquello turbaría su paz de espíritu en las próximas
semanas. Estaba a punto de responder cuando Gwen soltó una risa temblorosa.

—Lo... lo siento, hermana. Supongo que me ha parecido raro que, mmm, es-
estoy dando por supuesto que el pueblo y el convento surgieron en torno al
castillo al tiempo que lo construían, ¿no? No sé por qué no se me ha ocurrido
antes preguntar si se sabe la fecha exacta. O lo más cercano a una fecha exacta
que se pueda, dado que casi todos los manuscritos que hay aquí parecen ser
posteriores a 1400.

La medievalista sacudió la cabeza, mientras su mente se aferraba al problema


abstracto, empujando a un lado cualquier otra idea que tuviera en la cabeza.

—Pero también parece haber muchos documentos de un siglo anterior en esta


pequeña biblioteca. El convento parece demasiado aislado, casi demasiado
inaccesible para ser un depósito central. Toulouse parece el sitio lógico para tal
cosa. ¿Ha-había algo más en este lugar? ¿Una especie de depósito más pequeño
o un scriptorium donde se creaban o conservaban documentos? Yo... yo... —
Suspiró levemente—. Lo siento, sor Agustín. Creo que estoy pensando en voz
alta. —Gwen miró el libro que tenía delante.

La morena miró a la rubia. La medievalista tenía un ligero ceño en el rostro


mientras contemplaba el manuscrito. Parece una niña pequeña desentrañando
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

una frase. La luz hace que su pelo parezca oro batido. Soltó un ligero resoplido e
intentó concentrarse en la pregunta de la otra mujer. Asintió ligeramente con la
cabeza y hubo un suave revoloteo de paño oscuro cuando se volvió para
contemplar las paredes de la biblioteca del convento. Cerró los ojos un momento
mientras trataba de calmar los pensamientos que se le acumulaban en la mente.

—El convento fue fundado por orden de la familia d'Ormarc hace casi setecientos
años.

¿Setecientos?

—¿Setecientos? —repitió la rubia.

La monja asintió, volviéndose para mirar a la rubia medievalista.

—Sí. El convento se fundó en el siglo XIV. La estructura del castillo se


reconstruyó a lo largo de varias generaciones, pero su forma final se terminó más
o menos al mismo tiempo que el convento.

Gwen se echó hacia delante sobre la mesa, olvidando sus ideas privadas sobre la
monja que estaba a pocos metros de ella mientras asimilaba lo que había oído
segundos antes. Sus ojos recorrieron la página, con una expresión de
desconcierto en la cara.

—¿De modo que Santa María se construyó después de las herejías cátaras?

—Sí. Según los registros de esta parroquia.

—¿Entonces por qué acabo de encontrar un documento legal fechado en 1129


del obispado de Toulouse que concede una solicitud de En Chrétien d'Ormarc
para construir una catedral y un convento anejo? Dice que la catedral alojaría el
velo de la Santa Madre que se recuperó en la Cruzada de 1095.

* * * * * * * * *
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

1226 d. C., Ormarc (Languedoc/Occitania)

La ciudad yacía en ruinas.

Estaba en lo alto de la muralla occidental contemplando los tejados quemados,


mientras el sol de poniente teñía el aire lleno de humo de una mezcla de rojo y
morado. Por un momento, todo se desvaneció. El tiempo se detuvo y casi pudo
olvidar todo lo que había visto. En el fondo de su corazón, sabía que no podía.
Los hechos de las últimas semanas la habían cambiado, la habían marcado de
una forma que iba más allá de la raja irregular que le recorría la cara desde el
nacimiento del pelo hasta la mandíbula.

El sol bajaba por el horizonte, hundiéndose despacio, borrando el paisaje con un


velo de oscuridad. Se preguntó si, para sus ojos, su luz contendría alguna vez la
promesa de la alegría, de la vida. Se preguntó si la luz contendría alguna vez algo
que no fuera el profundo morado de la desolación y la destrucción.

Contempló la luz moribunda mientras el mundo que conocía se desmoronaba a


su alrededor.

1226 d. C., Ormarc (Languedoc/Occitania), diez semanas antes

Humedad.

Sintió una humedad en la cara, una humedad pegajosa que le dificultaba la


visión. Empujó contra el frío suelo de piedra haciendo un intento desesperado de

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

levantarse. Volvió la cabeza y sintió un punzante dolor que le atravesó el cuerpo.


Se le revolvió el estómago y expulsó la poca comida que le quedaba en él.

Seguía viva.

La estocada debería haberla matado, pero de algún modo, había sobrevivido.

¡Levanta! ¡Levanta!

La invadió una oleada de vértigo. Sacudió la cabeza, intentando


desesperadamente aclarar su borrosa visión. Se llevó la mano a la cara y su
palma extendió la humedad por su frente al empujar la capucha protectora que
le cubría la cabeza, revolviéndose el pelo con los dedos.

Estás herida, pero sigues viva. Ahora levanta antes de que ese soldado se dé
cuenta también y vuelva para matarte.

De repente, oyó un ruido metálico y un par de botas de cuero putrefactas y


cubiertas de sangre se adentró en su borroso campo visual. Movió los ojos hacia
el punto donde yacía su espada abandonada. Levantó la vista y descubrió al que
la quería matar observándola con una mirada que le habría hecho vomitar si no
lo hubiera hecho ya antes.

—¡Eres una mujer! ¡Los herejes cátaros sois peores que los sarracenos!
¡Monstruos antinaturales! Ja. —Los ojos del soldado relucían mientras se
desabrochaba el justillo sucio y salpicado de sangre—. Te voy a enseñar el error
de tus costumbres. —Bajó la mano, agarrándose la entrepierna para dejar clara
su intención a la figura que yacía vestida de cuero y cota de malla—. Seguro que
nunca has tenido a un hombre...

Ella luchó por levantarse, con la mirada apagada, mientras sus dedos intentaban
alcanzar el cuchillo que llevaba en la bota.

No puedo desmayarme. Tengo... tengo que alcanzar...


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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

El soldado se acercó más, mientras sus dedos desabrochaban rápidamente sus


calzones y la palma de su mano frotaba distraída el creciente bulto que había
debajo.

—¿Saben ellos lo que estás fingiendo? Ja. Seguro que los tenías engañados, pero
yo sé lo que eres. Y te voy a enseñar lo que un hombre de verdad...

El soldado jadeó bruscamente, abriendo los ojos como platos. Bajó la mirada y
en su cara se dibujó una expresión de incredulidad al ver el mango del cuchillo
que tenía clavado en el pecho.

Cayó con un golpe sordo al tiempo que la mujer se desplomaba de nuevo en el


suelo.

Parpadeó y levantó la mirada para descubrir unos febriles ojos verdes que la
miraban con miedo, al tiempo que su cuerpo era estrechado de repente entre
unos brazos cubiertos de terciopelo y brocado. Levantó la mano para tocar una
mejilla manchada de hollín, echando a un lado el cabello rubio rojizo.

—Na Gabrielle... —Tosió bruscamente, salpicando de sangre su malla y el vestido


de la mujer.

—Silencio. No habléis. Guardad las fuerzas.

Ella sacudió la cabeza.

—Ayudadme a levantarme. Tenemos que llegar a los otros, ayudarlos a llegar al


castillo de vuestro padre, mi señora.

Na Gabrielle se esforzó por ayudar a la mujer vestida con cota de malla mientras
el caos rugía a su alrededor. El fuego arrasaba el mercado central y el humo
inundaba el aire tapando la luz del sol de poniente. La gente huía de la catedral:

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

algunos se dirigían a las puertas de la ciudad en un esfuerzo por defenderla de


los soldados y los mercenarios del norte, mientras que otros corrían hacia el
castillo y las montañas cercanas. Pasaron varios minutos y la dama consiguió
ayudar a la guerrera a llegar a una pared de piedra que había cerca.

Acarició suavemente la mejilla de la dama mientras se apoyaba en la pared para


sostenerse. ¿Esto es real? No sé si... ¿Es...?

—¿Sois vos de verdad o me lo estoy imaginando mientras me muero?

—Estoy aquí. —Na Gabrielle alzó la voz al ver la gravedad de las heridas que
sufría la guerrera—. ¡Estáis sangrando!

La guerrera se rió suavemente, acercando la cara a la de la dama.

—Y vos estáis bella.

Sus bocas se juntaron delicadamente.

—Debemos darnos prisa, señora. Debemos buscar a otros supervivientes y llegar


al castillo lo antes posible.

—¡Padre!

Un hombre recio de barba canosa se volvió apartándose de un grupo de


granjeros de aspecto desastrado. Se le pusieron los ojos como platos al ver a su
hija y al herrero de la ciudad sujetando a una débil figura entre los dos. Corrió
hasta ellos y agarró el brazo de la guerrera, haciendo que su hija lo soltara.

—Ya la tengo, Gabrielle. Corre, hija. Ve a buscar al médico. Corre.

Na Gabrielle, que ya corría hacia el patio interior del castillo, se volvió para mirar
preocupada a la mujer apoyada con todo su peso en el costado de su padre.
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Haciéndole un gesto de asentimiento a su padre, desapareció entre el creciente


número de personas que corrían al interior de las murallas del castillo.

—Luc. —El hombre señaló los establos que estaban dentro de las murallas—.
Vamos a llevarla allí por ahora.

El herrero asintió, cargando el peso de la mujer sobre sí mismo.

—Si me permitís, mi señor... —El herrero levantó a la mujer en brazos y se


encaminó deprisa hasta un pequeño montón de heno—. Na Gabrielle se empeñó
en ayudarme a traer a N'Alexandra, pero...

Con un gruñido, Luc depositó con cuidado a la mujer inconsciente sobre el


montón de heno. El anciano se inclinó sobre la guerrera, apartándole de la cara
con las manos el pelo cubierto de sangre.

—¿Qué ha ocurrido, Luc? ¿Cómo las has encontrado?

El enorme herrero se pasó una mano por el pelo castaño que le llegaba a los
hombros. Sus ojos azules examinaron los establos llenos de gente apretujada en
busca de calor.

—Estaba ayudando a Pedro el Carpintero a evacuar la catedral cuando nos


encontramos con vuestra hija y N'Alexandra. Casi pensé que estaba muerta, En
Chrétien. Yo ayudé a Na Gabrielle a llegar hasta aquí, mientras Pedro se dirigía a
la abadía para asegurarse de que las hermanas también se habían marchado. Mi
señor, los franceses no se atreverían a atacar esos lugares sagrados, ¿verdad?

En Chrétien sacudió la cabeza.

—Poco importa, muchacho. Así es la guerra.

—Pero estos cátaros parecen inofensivos. ¿Por qué...?

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—¡Mi señor!

Un hombre de larga barba gris corrió hasta el noble, con Na Gabrielle pegada a
sus talones.

—Ezra, deprisa. Es Alexandra.

El médico se arrodilló junto a la mujer postrada. El noble se puso en pie


mientras Na Gabrielle le daba al herrero un vaso de agua. El hombretón vació el
vaso y se inclinó ante el hombre y su hija.

—Gracias, señora. Mi señor, si me disculpáis, debo encontrar a Pedro. —Se dio


la vuelta para marcharse.

—¡Espera! ¡Luc! —Ezra Ben Jonah se puso de pie rápidamente y posó la mano en
el musculoso brazo de Luc para detenerlo—. Debemos meter a N'Alexandra en el
castillo. Ha perdido mucha sangre. Tengo que cauterizar la herida de la cara y el
costado.

El herrero asintió y levantó a la mujer en brazos.

—¡Luc!

Todas las miradas se volvieron para ver a un hombre bajito de pelo rubio rizado
que corría hasta ellos. Se inclinó rápidamente ante el señor del castillo.

—Mi señor, mi señora. El convento ha sido evacuado. La mayoría de los


ciudadanos están aquí o han huido a las montañas, señor. Los franceses... el
ejército principal... están a varias leguas de la ciudad, pero hay algunos soldados
dentro de la ciudad, saqueando, quemando edificios, matando a nuestra gente.

Don Chrétien asintió mientras Luc y Na Gabrielle seguían al médico hacia el


patio interior del castillo.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Mi señor, si puedo preguntar...

—Sí, ven conmigo, Pedro.

—Sí, mi señor.

Ambos hombres se volvieron hacia la puerta principal.

—¿Qué estabas diciendo, Pedro?

—Mi señor, sin duda después de lo que ha ocurrido en Toulouse, los franceses...

—¿Sabes lo que ocurrió en Toulouse?

—Sí, mi señor. Tengo un primo, Enrique, que vive en la ciudad. Me envió noticias
una vez terminado el asedio. Sin duda, después de la derrota de Simón de
Monfort a manos del conde Raimundo, los franceses se darán cuenta de que no
pueden tomar...

—Los barones del norte quieren esta tierra, Pedro. Los cátaros han sido una
mera excusa para la invasión. Después de la masacre de Béziers, hubo
negociaciones, acuerdos... concesiones al Papa y a la Isla de Francia con respecto
al crecimiento de los cátaros. Pero las cosas no acabaron ahí. Cuando el conde
Raimundo recuperó Toulouse de manos francesas, yo también tuve la esperanza
de que esta cruzada contra nuestras tierras y nuestra gente terminara. Me
equivoqué. Hay noticias de que los franceses están intentando tomar Aviñón.

—¡Santo Dios, no!

—Sí. Debemos intentar impedir que tomen también Ormarc. Diles a los guardias
de la puerta que dejen pasar a todos los que puedan. Luego cerraremos la
entrada.

Pedro se inclinó y corrió apresuradamente a la puerta principal.

20
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—¡Espera!

El carpintero se detuvo a media zancada y se volvió hacia el señor.

—Trae a todos los hombres en condiciones que puedas encontrar al patio


interior. Necesitaremos muchos para sobrevivir al asedio que se avecina.

Se despertó presa del pánico, agitando los brazos violentamente al tiempo que se
incorporaba, con la voz ronca.

—¡Ga-Gabrielle!

Tosió violentamente. Unos brazos la rodearon de repente y se debatió contra


ellos.

—Ssshh, amor. Estoy aquí.

Se calmó al instante y los brazos que rodeaban su cuerpo la estrecharon con


más fuerza.

—¿Gabrielle?

Una voz llena de lágrimas contenidas le susurró al oído.

—Aquí estoy. Pe-pensé que os había perdido.

Intentó moverse, para ver la cara de la mujer.

—No os mováis, Alexandra. Por favor. Todavía estáis herida.

La dama llamó con un gesto al hombre barbudo que estaba en la esquina más
alejada de la sala. Éste llevó una jarra hasta la cama.

21
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Tomad, hija, bebed esto. —Sujetó una copa delante de la guerrera—. No


mucho. —Asintió levemente mientras la mujer bebía de la copa.

La guerrera miró al hombre que estaba de pie junto a la cama. Apartó la copa
débilmente.

—Don Ezra. ¿Cuánto... cuánto tiempo...?

—Seis días, hija. Vuestra fiebre cedió por fin ayer. —El médico le puso una mano
ajada en la frente y sonrió amablemente—. Podréis levantaros del lecho dentro de
dos días. Ahora descansad. —Puso la copa en una mesa cercana—. Aseguraos de
que bebe lo que queda en esa copa. Y os recomiendo que vos también descanséis
un poco, mi señora. Si me disculpáis, necesito atender a otros. —Se inclinó y se
encaminó a otras camas situadas al otro lado de la sala.

N'Alexandra volvió a alargar la mano hacia la mujer sentada detrás de ella. Unos
dedos suaves rodearon los suyos.

—¿Habéis estado aquí todo el tiempo? —Notó un gesto de asentimiento en los


hombros—. ¿Habéis dormido? ¿Comido? —No hubo respuesta—. Mi señora,
tenéis que ocuparos de...

—Estoy bien y necesitaba estar aquí, con vos.

—Pero debéis conservar vuestras fuerzas.

Oyó un suspiro de exasperación.

—Incluso a las puertas de la muerte, Alexandra...

—No estoy a las puertas de la muerte, señora. El mismo don Ezra Ben Jonah ha
dicho...

—Que sois una mula demasiado terca para morir tan fácilmente.

22
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La guerrera se rió suavemente entre dientes.

—¿Entonces por qué me aguantáis?

Sintió un beso suave en el pelo.

—Porque os amo, idiota. Ahora tenéis que beber lo que queda en la copa.

—Gabrielle, sabe a meados de caballo.

La dama volvió a suspirar.

—Debéis de encontraros mejor. Ciertamente, vuestra lengua se ha recuperado


bien deprisa.

—Mmf.

Na Gabrielle sonrió con indulgencia.

—¿Os cuento una historia para que los meados de caballo sepan mejor?

—¿Está despierta?

—Sí, padre. Todavía está débil, pero insiste en que está bien. Dice que no se va a
quedar un minuto más en la enfermería. Don Ezra ha amenazado con atarla a la
cama.

En Chrétien sonrió. Se pasó la mano por la cabeza canosa e hizo un gesto a su


hija para que se uniera a él. Una mesa, llena de papeles y mapas, ocupaba el
lado opuesto de la gran estancia.

—¿Le ha quitado a Alexandra las vendas de la cara?

—Todavía no, padre. En Ezra dice que le quedará una cicatriz.


23
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Eso me temía. Vi la herida...

Na Gabrielle sacudió la cabeza.

—No sé cómo pudo sobrevivir. Había tanta sangre, padre. Cuando por fin la
encontré cerca de los terrenos de la catedral, estaba tan pálida. Era como si la
muerte ya se hubiera apoderado de ella. Sólo conseguí llevarla unos pocos pasos
hacia el extremo occidental de la catedral cuando se desplomó en mis brazos.

En Chrétien rodeó los hombros de su hija con el brazo.

—Deliraba. Me preguntó si era una visión que se le había concedido antes de


morir. De... de no haber sido por Luc y Pedro...

—No deberíais haber estado allí.

Ambos pares de ojos se volvieron hacia la entrada de la estancia. N'Alexandra


estaba apoyada en el marco de la puerta. Tenía el lado izquierdo de la cara
cubierto de vendas; llevaba el largo pelo oscuro recogido en un moño suelto. Un
manto gris oscuro cubría su cota de malla y su armadura de cuero.

—¡Alexandra! ¿Qué...?

—Os pido perdón, mi señor, por interrumpir. Mi señora, soy de mucha más
ayuda aquí que en la enfermería. Estoy bien. —N'Alexandra se detuvo delante del
noble y su hija y se inclinó—. En Ezra me ha soltado. —Se señaló las vendas—. Y
me quitará esto esta noche. Mi señor, ¿qué hay de las defensas de la ciudad?

En Chrétien señaló un mapa que había en la mesa.

—Han conseguido abrir brecha en la muralla nordeste de la puerta. Así es como


consiguieron entrar en la ciudad sus mercenarios y soldados de a pie.
Conseguimos rechazarlos, pero muchos de los nuestros murieron en el esfuerzo.
Hemos trasladado la mayor parte de las provisiones de la ciudad al castillo.

24
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Algunos de nuestros hombres se quedarán en las puertas de la ciudad y dentro


de la ciudad misma, pero nuestras fuerzas principales estarán dentro y alrededor
del castillo.

—Deberíamos colocar arqueros en las murallas que dan al glacis. Y apostar otros
arqueros cerca de los degolladeros por si la puerta exterior cae y tenemos que
bajar el rastrillo.

—Sí. Eso mismo pensaba yo.

—Alexandra...

—Lo sé, mi señora...

Na Gabrielle estrechó a la mujer alta en un abrazo que le cortó la respiración.

—Prometedme que descansaréis, aunque sólo sea un poco. —Se volvió hacia su
padre—. Mi señor, si me disculpáis, iré a la despensa a comprobar las
provisiones del castillo.

La guerrera y el noble se volvieron y miraron a la joven mientras ésta se


marchaba de la habitación.

25
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Presente, Los Ángeles, California, EE.UU., casa de los Cohen, 4:35 de la


mañana

Ring.

Ring. Ring.

—¿Diga?

—¿Lilla?

—¿Bran?

Una voz apagada se alzó desde debajo de una manta.

—Lilla, ¿quién demonios es el estúpido que llama a... —un rápido vistazo al dial
iluminado de la radio despertador cercana—, ...las 4:35 de la mañana?

Lilla Isolde Morrison-Cohen suspiró. Se sentó, apartó la manta de la figura


tumbada y alargó la mano para encender la lámpara que había cerca de la cama.

—Es Bran, Josh.

—Esa hermana tuya...

—Oye, ¿es Josh? Déjame hablar con él.

Lilla le pasó el teléfono a su marido mientras éste se frotaba los ojos, se sentaba
y bostezaba.

26
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Bran Flakes, son las 4:30 de la mañana...

—¡Oh, lo siento, Josh! Creía que ahí eran por lo menos las siete.

—Son las siete en Nueva York. Para tu información, tu hermana y yo vivimos en


Los Ángeles. —Un suspiro quejoso—. ¿Y tú qué tal? ¿Qué tal Francia?

Una voz excitada resonó por la línea.

—¡Es genial! Y tengo noticias... por eso he llamado. Tengo que preguntarte... Oye,
¿he despertado a Sarah?

Josh parpadeó y se quedó mirando el teléfono.

—¡¿¡Has llamado para preguntar si has despertado a Sarah!?!

—No, idiota... Pensé que a lo mejor la llamada...

—Probablemente sigue dormida, como cualquier persona normal a esta hora. El


último terremoto lo pasó durmiendo.

Un golpe en la puerta.

—¿Mamá? ¿Papá?

Una cabeza rubia y despeinada asomó por la puerta del dormitorio, que ahora
estaba abierta. Los ojos de Sarah, que tenía cuatro años, brillaron de alegría al
ver a su padre al teléfono. Con una risotada, corrió desde la puerta y saltó a la
cama, aterrizando entre sus padres.

Josh soltó un fuerte "uuf" y Lilla le dio a su hija un azote de broma en el trasero.

—¿Qué te tengo dicho sobre lo de saltar en nuestra cama?

La niña sonrió y se sentó.

27
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Lo siento, mamá. ¿Es la tía Bran? ¿Puedría...?

—¿Podría...?

—¿Podría hablar con ella?

El teléfono volvió a resonar.

—¿Es Sarah? Déjame hablar con ella, Josh.

Él suspiró, pasándole el teléfono a su hijita. Sarah se arrebujó entre sus padres y


los adultos se sonrieron mientras su hija charlaba animadamente por teléfono.

—¿Tía Bran? ¿Vas a venir a casa pronto? Tengo el regalo de cumpleaños que me
mandaste. ¿Vas a volver para Hanukkah? El señor Bobo te echa de menos. Yo
también te echo de menos.

Hubo risas al otro lado de la línea.

—Sí, cariño, soy yo. Te echo de menos y al señor Bobo también. No, no estaré de
vuelta antes de Hanukkah, pero te prometo que te llevaré muchos regalos para
compensar, ¿vale?

Sarah asintió con fuerza.

—¿En Francia terremota?

—Por ahora no, cariño.

—Aquí terremotó. Papá dice... —La niña miró a su padre. Josh sonrió y le
revolvió el pelo—. Papá dice que me lo pasé durmiendo.

—¿Y es cierto?

—Sí.

28
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—¿Y el señor Bobo también se lo pasó durmiendo?

Sarah se echó a reír.

—Se escondió debajo de las sábanas. Es un miedica.

—¿Pero tú eres mi valiente Sarah y lo protegiste?

La niña volvió a asentir.

—Ésa es mi niña. Oye, cariño, déjame hablar con papá. Dale un beso a mamá de
mi parte, ¿vale?

—Vale.

Sarah le devolvió el teléfono a su padre, se subió al regazo de su madre y


depositó un beso mojado en la mejilla de Lilla.

Lilla se echó a reír.

—¿Y eso, cariño?

—La tía ha dicho que te dé un beso.

Lilla sonrió con indulgencia.

—Dale un beso a papá también y le dejaremos que hable con la tía, ¿vale?

—Vale. —Sarah se volvió y depositó un beso igual de mojado en la mejilla de su


padre.

Lilla levantó a la niña en brazos y se volvió hacia la puerta.

—Bueno, jovencita, vamos otra vez a la cama.

—Pero no tengo sueño.

29
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—No importa...

—¿Puedría...?

—¿Podría...?

—¿Podría comer galletas?

—Eh, Josh...

La línea telefónica resonó y Josh se puso el teléfono en la oreja.

—Sí, Oat Bran, más vale que esto merezca la pena.

—Te doy un beso si me contestas a unas preguntas.

—No hace falta que me amenaces. Bueno, ¿por qué diablos me has llamado tan
temprano? ¿No podías haberme mandado un correo electrónico o algo?

—La verdad es que pensé que sería mejor si te lo decía directamente.

Josh se echó a reír.

—Bueno, ¿qué demonios pasa, Bran? ¿De repente te ha dado por la religión y
has decidido meterte a monja? O mejor aún, ¿has seducido a una de las
hermanitas para que se una al bando bollero?

Una pausa.

—¿Es que el último terremoto te ha revuelto lo poco que te queda de cerebro,


Joshua?

—Je je. Vale, vale. Ahora en serio, ¿qué pasa?

Un ruido de papeles.

30
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Vale... necesito saber todo lo que me puedas contar sobre la época que pasaste
en Columbia, en el Instituto Covington-Pappas.

—¿Covington-Pappas? ¿Te refieres al Instituto Covington-Pappas de Estudios


sobre Xena?

—Sí.

—¿Qué tiene eso que ver con...? ¿Has encontrado algo en Francia? ¿Un
pergamino o...? —Joshua se rió nervioso—. No me digas que las has encontrado
enterradas en una abadía francesa.

—¿Sabes si hay alguna historia de que alguna vez viajaran a la Galia?

—Así a bote pronto no, pero algunos relatos contemporáneos mencionan a una
mujer guerrera y a su compañera que viajaron fuera de los confines de lo que era
la antigua Grecia. Escucha, Bran Muffin, los estudios de Xena son muy
problemáticos. Me refiero a que eran prácticamente un chiste antes de que la
doctora Covington encontrara esos pergaminos en los años 40. Qué diablos,
todavía hoy son problemáticos. ¿Es que no recuerdas nada de primero de
Arqueología?

—Para eso te tengo a ti, Josh. Tienes que reconocer que no está nada mal tener a
un arqueólogo como cuñado.

—Mmm. Bueno, ¿recuerdas al menos a Schliemann?

—Descubrió Troya, ¿no?

—Así es. Era un empresario alemán, un arqueólogo aficionado que estaba


obsesionado con Troya. Dicen que usó la Iliada y la Odisea de Homero para
descubrir Troya. En su época, la gente creía que estaba loco... la Iliada y la
Odisea eran obras de ficción, literatura imaginativa. Pero usó de verdad esos

31
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

textos como base, como un mapa, si lo prefieres, para encontrar Troya. Antes de
eso, todo el mundo creía que Troya sólo era un mito.

—Así que lo que dices es que la doctora Covington...

—Bueno, su padre, Harry, y el traductor de éste, Melvin Pappas, ya se dedicaron


a las leyendas de Xena antes que Janice. Su padre estaba obsesionado. Se
pensaba que Xena era una leyenda. Historias inventadas por nómadas
matriarcales y cosas así. En cualquier caso, el legado de Harry para la
arqueología fue, mm, pintoresco.

—¿Y su hija?

—Pues ella también era todo un personaje, pero era una arqueóloga brillante.
Dio legitimidad al campo de los estudios de Xena con sus descubrimientos. Fue
prácticamente la fundadora, junto con su traductora, Melinda Pappas.

—Y esos pergaminos, ¿cuándo has dicho que los descubrieron?

—En 1940. En Macedonia. El instituto de Columbia se fundó después de la


guerra... hacia 1948-49...

Presente, Abadía de Santa María d'Ormarc, Ormarc, (Mediodía Pirineos)


Francia

—...Y por lo que sabe Joshua, nunca ha habido mención alguna a Xena y
Gabrielle tras el reinado del emperador romano Adriano en el año 138. Fue como
si desaparecieran de los registros culturales escritos. Dijo que ciertas regiones
mantuvieron una tradición oral... mitos, cuentos populares, leyendas. Pero nada
tangible que se pueda relacionar con ningún tipo de documento histórico escrito.
Hasta los años 40, cuando realmente encontraron los pergaminos y unos
cuantos artefactos, no hubo pruebas de que se tratara de algo más que leyendas,

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

de que eran personas reales. Supongo que sería como encontrar Avalón y la
tumba de Arturo o la cueva de cristal de Merlín.

—¿Y las páginas que usted ha descubierto aquí mencionan a estas dos mujeres?

—Sí, sor Agustín. Aquí mismo...

La monja se inclinó hacia delante, recorriendo con los ojos la página hasta llegar
al punto que indicaba la medievalista.

—Me quedé pasmada al descubrir ese documento legal sobre el convento y una
catedral aquí en Ormarc, pero decidí ver si podía descubrir algo más. No había
más documentos que hicieran referencia a la catedral o al convento. Sin
embargo, descubrí estas páginas. Si se fija en la encuadernación del texto, estas
últimas páginas parecen haber sido cosidas al libro después de que lo hubieran
encuadernado. La escritura, la caligrafía es distinta del resto del libro.

Gwen sonrió y se reclinó en la silla de madera mientras sor Agustín repasaba el


texto. La rubia meneó la cabeza y se rió suavemente.

—Estas páginas no sólo mencionan a Xena y Gabrielle, sino que además cuentan
una historia sobre ellas. —Se levantó y se puso a pasear por la pequeña sala.

El dedo enguantado de sor Agustín se movía despacio por la página.

—¿Es frecuente que las leyendas griegas se mencionen en textos medievales?

La medievalista se detuvo junto a las estanterías, sonriendo dulcemente


mientras sus ojos se posaban en la alta figura que repasaba el libro manuscrito.

—Más frecuente de lo que piensa la mayoría de la gente. Aunque es cierto que el


Renacimiento trajo consigo un redescubrimiento de los textos griegos y romanos
en Occidente, la verdad es que para empezar nunca se "perdieron" de verdad. Lo
que hizo el Renacimiento fue volver a introducir estos textos en el conjunto de la

33
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

cultura occidental, devolviéndolos al conocimiento general y a la imaginación


popular. Pero los monjes, las monjas y otros eruditos estudiaron estos mismos
textos durante toda la Edad Media. Ese conocimiento nunca se "perdió" de
verdad; simplemente quedó "oculto", a falta de un término más adecuado. Hubo
otros "Renacimientos" a lo largo de la época medieval. Períodos en los que el
conocimiento y el aprendizaje florecieron y prosperaron.

La monja se irguió, se volvió y observó mientras la otra mujer seguía paseando


por la sala. Sonrió delicadamente, con los ojos brillantes, mientras escuchaba en
silencio a la medievalista.

—Contrariamente a lo que se suele creer, los "Siglos Oscuros" no fueron tan


oscuros. Se citaba a Ovidio con frecuencia, lo mismo que a Aristóteles y a Platón,
y la leyenda de Orfeo se contaba sin parar. Varias dinastías medievales
aseguraban remontarse a Troya, Atenas y otras ciudades-estado griegas y el
mismísimo imperio romano. Carlomagno se consideraba heredero directo del
antiguo imperio romano. A fin de cuentas, los conceptos modernos de
universidades y naciones estado tuvieron su origen en la Edad Media. La era de
la exploración y el Renacimiento se construyeron y fueron posibles gracias a los
cimientos establecidos durante la época medieval... —Gwen suspiró—. Lo-lo
siento, hermana. No-no quería soltar una conferencia. Es... es que es un tema
que me molesta. No se imagina lo triste que resulta ver las ideas populares sobre
la Edad Media, cómo la retratan siempre como la hija adoptiva y retrasada de...
—Gwen sacudió la cabeza y se rió entre dientes con cierta melancolía—. Ya estoy
otra vez.

Sor Agustín se dirigió despacio a una ventana pequeña cerca de la mesa de


trabajo, posando los ojos en la vista del pueblo a lo lejos.

—No hace falta que se disculpe, Gwen. Me alegra saber que está tan entregada a
su trabajo, que siente tanta pasión por él.

34
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La medievalista sonrió.

—Algunos dirían que es más una obsesión... su-supongo. —Se quitó los guantes
de los dedos y se pasó una mano por el pelo corto, encogiéndose de hombros con
indiferencia—. Al menos así no me meto en problemas. Es decir, no es posible
que me meta en problemas en un convento, ¿verdad?

Te estás pasando mucho, ¿verdad, Morrison? ¿¡¿En qué demonios estás


pensando?!?

La cabeza velada se volvió hacia las estanterías, tapándose la boca con las
manos con un gesto que se había hecho ya muy familiar para la rubia
medievalista.

—A menos que decida asaltar la cocina de la abadía, emborracharse con el vino


de los sacramentos y correr desnuda por ahí cantando Climb Every Mountain,
pues no.

La medievalista se quedó sumida en un silencio petrificado, boquiabierta por el


pasmo. ¿Ha dicho lo que creo que ha...?

Risa. Una carcajada profunda, rica, llena de alegría brotó de la monja y resonó
por la pequeña biblioteca. La cabeza velada se movió ligeramente, con una
sonrisa descarada en la boca, al tiempo que la figura oscura se volvía para mirar
a la medievalista. Con un gesto que las sorprendió a ambas, sor Agustín cruzó el
espacio que las separaba y colocó un dedo delicado en la barbilla de la rubia.

—Le van a entrar moscas.

Asintiendo, Gwen habló suavemente.

—Yo... yo... gracias... sí, hermana.

35
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Tiene una boca absolutamente increíble. Sólo tengo que mover la cara un par de
centímetros y casi podría... ¿En qué estoy pensando? Se le pusieron los ojos muy
redondos. Ya me parece estar oyendo a Josh... Ya ves, Lilla, te dije que
arrastraría a una pobre e indefensa monja a abandonar sus votos...

La mano de la monja tardó en retirarse mínimamente antes de que se volviera


bruscamente hacia la mesa de trabajo.

—¿Existe una conexión entre el documento legal que descubrió hace varias
semanas y las páginas sobre Xena y...?

—¿Y Gabrielle? —Gwen parpadeó cuando el súbito cambio hizo que sus
pensamientos se frenaran en seco—. Yo... eeeh... es posible. Yo... por eso
necesito... reunirme con la señora d'Ormarc.

—¿Doña Thisbe?

—Sí. Dado que los registros parroquiales están incompletos, necesito entrevistar
a doña Thisbe y preguntarle sobre sus antepasados. Puede que tenga alguna
información que me resulte útil.

La rubia se dirigió a la mesa de trabajo, señalando el libro abierto. Se detuvo


junto a la monja, se puso un guante blanco en la mano desnuda y volvió con
cuidado las páginas del manuscrito.

—Al principio no estaba segura, pero al leer más el texto, me di cuenta de que
este nombre... —Gwen señaló un pequeño párrafo del documento—. Éste de
aquí, no se refería a la compañera de Xena.

La monja miró la elaborada caligrafía, arrugando la frente con expresión confusa


bajo el griñón.

—Discúlpeme, pero parece que también dice "Gabrielle". ¿Cómo sabe que habla
de otra persona?
36
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La rubia asintió.

—Sí, eso es lo que yo también pensé al principio, pero este trozo, traducido, dice
más o menos: Y de buen grado yo, Gabrielle, contaré las hazañas de una,
hábil en la guerra y en el arte, hija doblemente bendita de Potedaia,
amiga y compañera de la mujer guerrera, Xena, nacida en Anfípolis.

—¿Pero qué conexión hay entre eso y la solicitud de...?

—¿En Chrétien?

—Sí.

—Bueno, el texto continúa aquí. —Gwen señaló otra parte del manuscrito—. Y
por lo que veo, parece hacer referencia a que el señor de Ormarc ha solicitado la
obra, encargándole a esta Gabrielle que componga este relato. Dice: Porque En
Chrétien así lo desea, lo emprenderé de muy buena voluntad. No estoy
segura de que se refiera al mismo Chrétien, pero los nombres tienden a repetirse
dentro de las familias. Estoy bastante segura de que este Chrétien puede estar
relacionado con el mismo hombre que pidió permiso al obispo de Toulouse para
construir una catedral en Ormarc.

La cabeza velada miró más atentamente el texto.

—¿Y a quién se refiere este nombre? ¿Es uno de los personajes de la historia? —
Un dedo esbelto rozó levemente el documento.

—Eeeh, pues... —La medievalista meneó la cabeza—. Todavía estoy... o sea...


todavía estoy traduciéndolo en su mayor parte y lo que he... todavía es un
esbozo. —Gwen suspiró—. Bueno, francamente, dice: Desde la primera vez que
os vi, Dompna, he estado a vuestra merced. Porque el mérito y la belleza
existen en vos sin pretensiones, con gran alegría, N'Alexandra, para vos
son mis estrofas, pues en vos se halla mi corazón. —Gwen se apartó de la

37
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

mesa de trabajo, esquivando la mirada de sor Agustín—. Es... es todavía


bastante tosco, como... como puede ver.

El silencio se apoderó de la pequeña biblioteca y Gwen deambuló hasta las


estanterías del fondo mientras la monja seguía mirando el manuscrito.

La medievalista se detuvo en medio de la sala y volvió a hablar.

—Yo... yo supongo que esta Alexandra era una... una noble... posiblemente... o
tal vez esta Gabrielle estaba alabando a su patrona. Era frecuente que los
trovadores... dedicaran alabanzas exageradas a sus patrones, los nobles de la
corte.

¿Y tú te lo crees de verdad, Gwen? No hay duda de lo que quiere decir esa estrofa
y tú lo sabes. Va a ser difícil que alguien pueda defender que se trata sólo de una
alabanza a la Virgen María. ¿Te imaginas lo que pasaría si sacaras esto en una
conferencia en K'Zoo? Te creías que las discusiones sobre el poema de Bieiris de
Romans eran un cachondeo, pues espera a que esto salga a la luz.

La monja alzó una ceja tras el velo al tiempo que su mirada se posaba en la
rubia.

—¿También es posible deducir que esta noble era la amada de la trovadora?

Gwen se volvió, clavando los ojos en los de la monja, y habló en apenas un


susurro.

—Sí, es totalmente posible.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

1226 d. C., quinta semana del asedio (Ormarc/Languedoc)

Los ciudadanos se habían unido para luchar contra el ejército que los sitiaba.
Cuando se abrió brecha en la muralla de la ciudad, pareció que todo estaba
perdido. Pero de algún modo, los ciudadanos y los caballeros que luchaban por
don Chrétien consiguieron imponerse. Echaron de la ciudad a los soldados de a
pie y a los mercenarios. Hombres, mujeres e incluso niños de toda clase y
condición arrimaron el hombro y reconstruyeron la brecha de la muralla. Una
extraña sensación de normalidad se apoderó de la ciudad: para alguien que
viniera de fuera, la única sensación de que la ciudad se encontraba bajo la
amenaza constante de una invasión y destrucción inminentes eran las diversas
catapultas grandes de madera que se alzaban cerca de las murallas. Se había
formado una brigada para transportar piedras y rocas hasta las "catas". Tanto
hombres como mujeres hacían turnos para hacer funcionar la maquinaria en un
intento de mantener a raya al ejército francés.

Cruzó por el mercado central, con el cuerpo envuelto en el oscuro manto gris,
cuya capucha ocultaba su cara a los transeúntes. Sabía que era inútil, pues los
que no estaban ocupados en sus tareas no dejaban de advertir su presencia
cuando pasaba a su lado y le hacían una reverencia o se inclinaban saludándola.
Apretó los dientes y caminó más deprisa, maldiciendo su estatura y las
antorchas que rodeaban el mercado. Casi había llegado a la puerta principal del
castillo cuando oyó su nombre.

—Mi señora... ¡N'Alexandra!

39
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Reconoció la voz, se detuvo y se volvió para ver al herrero de la ciudad que


caminaba apresurado hacia ella. El musculoso hombre se paró ante ella y se
inclinó.

—Luc.

—Señora, os he visto en las puertas de la ciudad. Quería hablar con vos, pero
camináis muy deprisa. —El herrero sonrió—. Sé que tenéis asuntos que atender
en el castillo, pero si me permitís...

N'Alexandra asintió.

—Sí, por supuesto, Luc. ¿Hay suficientes suministros en las puertas del oeste?
¿Necesitamos más hombres?

—Por el momento estamos bien, señora, pero...

La mujer alzó la mano, haciéndolo callar un momento.

—Luc, antes de que sigas, quería darte las gracias. Estas últimas semanas han
sido un caos y no he tenido ocasión de darte las gracias por haber salvado a Na
Gabrielle... por ayudarla a volver al castillo. Y por salvarme la vida. Tengo una
gran deuda contigo. Si hay algo...

—No, señora. Vuestro agradecimiento es suficiente recompensa.

N'Alexandra señaló la puerta principal y echaron a andar hacia el castillo.

—Mi señora, ¿hay noticias de Aviñón? ¿Han tomado los franceses la ciudad?

—Todavía no se sabe nada, pero nuestras fuentes creen que, como nosotros,
Aviñón sigue sitiada.

—¿Tiene planes don Chrétien para romper el asedio? ¿Hacer frente al ejército?

40
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—No, no creo. Lo mejor para nosotros es esperar a que se agoten. La guerra de


asedio es un juego de paciencia, Luc. Si intentamos atacarlos, tendrán otra
oportunidad para penetrar las murallas. Debemos esperar, intentar anticiparnos
a lo que puedan hacer a continuación y evitarlo si podemos.

El herrero asintió en silencio y siguió a la alta mujer que se dirigía a las puertas
del castillo. Cuando entraron en el castillo y se encaminaron a la Gran Sala, Luc
volvió a hablar.

—¿Os vais a reunir con En Chrétien esta noche, señora? Me gustaría ofrecerme
voluntario... para entrar en su campamento o intentar obtener información de
Aviñón.

N'Alexandra arqueó una ceja detrás de la capucha que le tapaba la cara. Asintió
ligeramente y alzó la voz por encima del ruido que los recibió al entrar en la Gran
Sala.

—Sí, lo veré esta noche y le haré saber tu ofrecimiento. —Hizo un gesto


señalando a la multitud reunida—. Pero por ahora, entra en calor, come algo y
descansa, Luc. Él hablará contigo esta noche.

1226 d. C., séptima semana del asedio (Ormarc/Languedoc)

Se apoyó en las paredes de piedra mientras escuchaba la voz de Na Gabrielle que


resonaba por la Gran Sala. Dejó que recorriera su cuerpo, perdiendo por un
momento el significado de las palabras al reconfortarse con la entonación y la
modulación, las suaves subidas y bajadas de sonido. Cerró los ojos e intentó
memorizar la dulce cadencia, almacenándola en su memoria como había hecho
en las últimas semanas. Suspiró, abrió los ojos y se quedó contemplando el
fuego que había en el centro de la sala. Nobles y plebeyos atestaban la estancia
por igual, escuchando en silencio mientras la dama terminaba su relato. Sonrió
al reconocer la historia.
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Al entablar combate, Xena intentó por todos los medios evitar la espada
mientras ella y los suyos luchaban contra los señores de la guerra. Con habilidad
y valor, la guerrera dejaba inconscientes a sus enemigos, ayudando a sus aliados
sin matar a sus adversarios. Su hermano, al ver su táctica, le gritó desesperado:
"¡Coge un arma, hermana! ¡No luches contra el destino!" Al oírlo, Xena se volvió y
vio a su amiga clavándole un cuchillo a su antiguo amo. La mujer guerrera
recordó la advertencia de las Parcas: si derramaba una sola gota de sangre
llevada por la rabia, todo quedaría deshecho. Su mente regresó a todo lo que
había visto: la cara llena de alegría de su hermano, la tumba donde yacía su
madre, la presencia de señores de la guerra a quienes había derrotado en otra
vida y la cara de su amiga retorcida por el odio y la amargura. Despidiéndose de
su hermano con un susurro, la mujer guerrera agarró una espada y la hundió en
su enemigo más próximo. De repente, se encontró de vuelta en el combate junto
al Templo de las Parcas. Se volvió y vio al muchacho que se abalanzaba contra
ella. En lugar de matarlo, lo agarró de la mano que sujetaba la espada y lo tiró al
suelo. Sorprendido, el muchacho miró a Xena a la cara. La guerrera dijo: "Vete,
tienes una segunda oportunidad de vivir. Jura que no la malgastarás matando".
Con eso, el muchacho se marchó y Xena se volvió y vio a su amiga. Llena de
alegría, la mujer guerrera estrechó a la bardo contra ella y ambas se alejaron del
Templo para continuar sus viajes.

Hubo aplausos y Na Gabrielle se inclinó agradeciéndolos. Al alejarse del círculo


cercano al fuego, sus ojos recorrieron la Gran Sala, deteniéndose sólo cuando
divisó a una figura cerca de la entrada de la sala. La mujer alta se ajustó la
capucha del manto y echó una rápida mirada a la dama que se dirigía hacia ella.
Na Gabrielle se detuvo ante la guerrera, alargando los dedos hacia la capucha.

N'Alexandra hizo un gesto negativo con la cabeza, apartando del borde de la


capucha la mano de la mujer. Movió la espada con la mano izquierda, apoyando
la hoja contra su pierna. Habló suavemente.

—No... asustaré a los niños.


42
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Los ojos de la noble se llenaron de lágrimas y la mano que tenía libre tiró de la
capucha del manto. Sus dedos acariciaron suavemente el lado izquierdo del
rostro de la guerrera.

—Alexandra...

La guerrera cerró los ojos al oír la voz de Na Gabrielle.

—Amor mío... Por favor, no ocultéis vuestro rostro ante mí. Lo único que me da
miedo es la idea de que no regreséis...

—Gabrielle, es lo que soy, lo que hago. —La guerrera abrió los ojos—. Soy
guerrera. Soldado. Gabrielle, no puedo asegurar que...

Na Gabrielle colocó los dedos sobre los labios de N'Alexandra.

—Lo sé, amor. Sé que soy una egoísta por desear... por desear envejecer a
vuestro lado.

La guerrera besó delicadamente las puntas de los dedos de Na Gabrielle.

—No hay nada que yo desee más que envejecer a vuestro lado. Pero las personas
que se dedican a lo mismo que yo rara vez pueden permitirse ese lujo. —Suspiró
y apoyó la frente en la de la dama—. Me... me esforzaré por intentarlo y... y
cumplir ese deseo... de regresar y envejecer junto a vos.

Las lágrimas se derramaron de los ojos de Na Gabrielle cuando sus labios se


juntaron en un suave beso.

La guerrera terminó el beso y sus dedos acariciaron la mejilla de la dama al


tiempo que cerraba los ojos. Habló en voz baja.

—He escrito algo. Yo... es... es... no es muy bueno, pero...

Na Gabrielle sonrió y besó con delicadeza los párpados cerrados de la guerrera.


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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Susurradlo, para que resuene con fuerza en mi corazón, amor mío.

N'Alexandra tomó aliento suavemente y susurró al oído de la otra mujer.

—"Llega el alba. El centinela llama. Mi corazón se rompe pues debo abandonar


vuestros brazos. La alondra canta y pronto..." —Soltó un ligero suspiró de
frustración y abrió los ojos—. Yo... esto se me da fatal. Nunca sería una buena
trovadora.

Na Gabrielle se rió suavemente.

—Es un buen comienzo, teniendo en cuenta que nunca hasta ahora habéis
compuesto un alba. —Sus dedos acariciaron con delicadeza la cara marcada de
la guerrera—. Y elegís un momento como éste para dedicaros por fin a la poesía.

—Cuando hayamos dejado todo esto atrás, compondré mil albas dedicadas a vos.
Incluso puede que cante algunas.

La dama sonrió dulcemente al tiempo que se apartaba de los brazos de la


guerrera.

—Aseguraos de que volvéis a mí, N'Alexandra d'Ormarc, aunque sólo sea para
que pueda mejorar vuestra habilidad poética. Será una más de las muchas que
ya poseéis.

Echó una vistazo a la Gran Sala. Había un pequeño grupo reunido en torno a la
gran hoguera del centro de la sala, mientras que otros transportaban mantas y
alimentos de los almacenes cercanos a otras zonas del castillo.

—¿Estáis de guardia esta noche?

La mujer de pelo oscuro hizo un gesto negativo con la cabeza.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—No. Al parecer, alguien ha convencido a En Chrétien de que necesito unos días


de descanso antes de intentar enfrentarme sola al ejército francés. —Sonrió con
dulzura—. He intentado convencerlo de lo contrario, pero...

Na Gabrielle colocó un delicado dedo sobre los labios de la guerrera y se volvió


para mirarla.

—Bueno, si padre os ha sugerido que descanséis, insisto en que sigáis su


consejo. Venid... —Tomó la mano de N'Alexandra en la suya y las dos salieron
despacio por la gran puerta—. Al menos dejadme que os lleve a una habitación
más tranquila y a una cama como es debido.

—Nunca me habéis dicho por qué...

—¿Mmm?

—Esa historia... la de Xena cuando se le muestra otro camino, otra vida...

Na Gabrielle levantó la cabeza del hombro de la guerrera. Apoyó la cabeza en su


propio brazo mientras la otra mano jugaba con la clavícula de la otra mujer,
acariciando ligeramente con los dedos la piel desnuda.

—¿Qué pasa con esa historia?

—¿Por qué? ¿Por qué Xena decidió regresar... para volver a ser guerrera? Sin
duda habría logrado más... habría hecho más servicio al bien supremo... —
N'Alexandra resopló disgustada, abrió los ojos y contempló las sombras que se
movían por el techo.

Na Gabrielle se cubrió el cuerpo desnudo con una manta y se sentó. Se pasó una
mano por el cabello rubio rojizo y se volvió para mirar a la figura tumbada a su
lado.

45
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Tal vez Xena se dio cuenta de que aunque la vida que llevaba como guerrera
había causado pena y sufrimiento, también tenía un propósito. Había una razón
por la que las Parcas la premiaron con la visión de lo que habría sido el mundo si
ella no hubiera tomado la espada. Las dos vidas tenían su parte de dolor y
tristeza, pero... Tal vez Xena se dio cuenta de que serviría mejor al bien supremo
si era guerrera, en lugar de...

El silencio se adueñó de la habitación mientras Na Gabrielle contemplaba a la


otra mujer sumida en un sueño profundo y sin pesadillas.

El cielo estaba oscuro cuando Na Gabrielle se despertó. La cama estaba vacía.


Levantó la mirada y descubrió a la guerrera —con el pelo desparramado sobre los
hombros, vestida con una larga camisa blanca y calzones de cuero— de pie junto
a la ventana. La mujer contemplaba la vista del valle circundante, las hogueras
del ejército enemigo que titilaban como un campo de estrellas en la noche negra.
La dama se levantó de la cama, se acercó a la guerrera, rodeó la cintura de la
mujer con los brazos y hundió la cara en la camisa de algodón.

—Todavía está oscuro, amor mío. —Depositó un suave beso en el hombro de la


otra mujer—. Volved a la cama.

La mujer siguió mirando por la ventana.

—Pronto amanecerá. El ejército se pondrá en marcha. Las dos sabemos que


dentro de unos días me iré con Pedro y Luc. Intentad dormir un poco, Gabrielle.
Ambas tenemos obligaciones que atender al llegar el día. En Ezra y los demás
necesitarán vuestra ayuda. Por mucho que yo... —Se volvió para mirar a la dama
y se sobresaltó—. ¡Gabrielle! Estáis... estáis...

La dama se apartó de la mujer, con una sonrisa en la cara al ver la expresión de


sorpresa que se dibujó en el rostro de la guerrera.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—¿Estoy cómo, amor mío?

Una ceja se alzó hacia el cielo.

—Estáis muerta de frío. —La guerrera se apartó de la ventana, agarró una manta
de la cama y cubrió con ella la figura desnuda de la otra mujer—. Así, mucho
mejor.

Una sonrisa irónica cruzó la cara de Na Gabrielle al tiempo que se ceñía la


manta al cuerpo.

—Eso es sólo cuestión de opiniones, Alexandra. —Suspiró suavemente cuando la


otra mujer la abrazó. Sintió un delicado beso en el pelo. Habló en el hombro de
N'Alexandra—. ¿Hay alguna posibilidad de que os pueda convencer para que
volváis a la cama conmigo?

—Mmm. —La guerrera puso la mano en la barbilla de la dama, levantándola con


cuidado para poder mirarla a los ojos—. ¿Y qué clase de incentivo me ofrecerá mi
señora?

Na Gabrielle se rió suavemente y atrajo la cara de la otra mujer hacia la suya.


Pasaron unos minutos y se apartó del abrazo de N'Alexandra.

—¿Y bien?

Una sonrisa de picardía se dibujó en el rostro de la guerrera. Antes de poder


contestar, Na Gabrielle habló con un ligero tono de risa.

—No oséis burlaros de mí, Alexandra. Sabéis muy bien que puedo ordenaros...

—Ordenarme, ¿eh?

La mujer más alta le quitó la manta a Na Gabrielle, levantó en brazos a la mujer


que no dejaba de agitarse, cruzó la habitación y depositó a la dama sin gran

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

ceremonia en la cama. Se quedó de pie junto a la cama e hizo una florida


reverencia a la mujer desnuda que yacía tirada en la cama. Le guiñó un ojo y se
cuadró ante ella.

—Estoy a vuestra disposición, mi señora —dijo medio en broma—. ¿Vuestras


órdenes?

Riendo con ganas, Na Gabrielle agarró la pechera de la larga camisa de la


guerrera y tiró de ella hasta tumbarla en la cama.

Pasó el día y las dos mujeres se encontraron delante de la catedral. Sus grandes
torres se elevaban hacia el cielo nocturno imitando los empinados riscos de las
montañas cercanas. Estaba vacía, y cruzaron las inmensas puertas
adentrándose en el recinto sagrado. Unas antorchas iluminaban el interior de la
iglesia y mientras caminaban en silencio, proyectando grandes sombras contra
las paredes de piedra, sus pasos levantaban ecos en el edificio. Se detuvieron
ante la nave central.

—El bisabuelo de padre construyó esta catedral, Alexandra. Fue para


conmemorar el nacimiento de su hijo. El abuelo celebró aquí su boda y el bautizo
de su propio hijo. Mi padre se casó aquí y celebró el bautizo de Erec y también el
mío. —Se dio la vuelta, contemplando con tristeza el pasillo, con los ojos llenos
de lágrimas—. Erec se casó aquí y el pequeño Chrétien fue bautizado aquí. El
entierro de madre, el entierro de Ghislane, el de Erec...

N'Alexandra abrazó a Na Gabrielle con ternura.

—Lo recuerdo. Él estaría orgulloso de vos, Gabrielle. Ghislane también. Estarían


orgullosos... al saber que estáis criando a su hijo con tanto amor. Vuestra madre
estaría orgullosa por la habilidad con que dirigís la casa de vuestro padre... por
la forma en que los honráis a todos en vuestra memoria.

48
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—¿Creéis que sobreviviremos a esto, Alexandra? ¿Que algún día veremos a mi


sobrino celebrando aquí su propia boda?

La guerrera besó delicadamente el pelo de la mujer más baja mientras


contemplaba las columnas de piedra.

—Eso espero, Gabrielle. Os prometo que haré todo lo que pueda para hacer que
ocurra.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Presente, Abadía de Santa María d'Ormarc, Ormarc (Mediodía Pirineos),


Francia

Fueran cuales fuesen los motivos que creía tener el día en que ingresó en la
orden, le parecían tan poco claros como los chanclos que ahora llevaba en los
pies. Un delantal de trabajo le cubría el hábito y en la mano enguantada
sujetaba una vieja pala, la madera desgastada por el tiempo, la pala de metal
cubierta de restos de hierba y tierra.

El campo se extendía ante ella y desde donde estaba, veía las figuras veladas de
sus hermanas trabajando junto a los árboles y las pequeñas parcelas que
cruzaban la tierra dentro de los terrenos de la abadía. Veía los tejados de Ormarc
a lo lejos, así como el castillo en lo alto de la colina y más allá las montañas. Hizo
una pausa en su trabajo, se apoyó en la pala y se enjugó el sudor de la cara. Se
quedó mirando las figuras oscuras que se movían entre las hileras de árboles y
sintió una punzada de desazón. Era como si una parte de ella se hubiera
quedado dormida —hubiera estado durmiendo— y por alguna razón
desconocida, se hubiera despertado de repente y se preguntara por qué estaba
allí. Frunció el ceño tras el griñón ante esta idea. ¿Cuándo había empezado a
echar raíces esa sensación de intranquilidad en la paz de su alma? ¿Cuándo
había empezado a sentirse menos contenta? ¿Cuándo habían empezado las
horas a alargarse y adoptar la forma del tedio? Una visión de una cabeza rubia
inclinada estudiando se cruzó por su mente, e intentó apartar la imagen.

Respiró hondo; sus pulmones se llenaron del aroma a tierra recién removida y
lluvia. Sacudió la cabeza, se ajustó los gruesos guantes de trabajo y hundió la
pala con fuerza en la oscura y fértil tierra, con la esperanza de que el trabajo

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

físico le purgara la mente. Redobló sus esfuerzos, como si el acto mismo de cavar
y labrar pudiera enterrar las dudas y preguntas que se agolpaban en su mente,
pudiera concentrar su pensamiento en el trabajo, en la oración y en Dios.
Absorta en su tarea, no oyó la llamada al oficio de mediodía y se sobresaltó
cuando otra religiosa le comunicó que había llegado la hora sexta y que debían
correr a la capilla para rezar.

Presente, mansión cerca de las montañas de Ormarc (Mediodía Pirineos),


Francia

Bueno, vamos allá, pensó mientras sus botas chirriaban en el suelo de madera
de la entrada. Clavó los ojos en el mayordomo, que caminaba a un paso digno y
sin chirridos delante de ella. Sintió que se le encogía el estómago, convencida de
que parecía más una rata mojada y nerviosa que una medievalista. Intentó no
quedarse mirando boquiabierta, intentó no parecer abrumada cuando el
mayordomo se inclinó, le señaló una butaca y la informó de que la señora
d'Ormarc se reuniría con ella sin tardanza. Se pasó una mano por el pelo y
resopló ligeramente mientras observaba el estudio. Parece casi espartano, en plan
elegante. No es exactamente como me lo había imaginado. Al otro lado del estudio
una enorme chimenea ocupaba una esquina, mientras que una pared cercana
estaba cubierta de libros y la otra estaba ocupada por un gran mirador, que
ofrecía una vista espectacular de las montañas cercanas y el castillo.

Había tardado semanas en conseguir reunirse con doña Thisbe y tenía la


esperanza de que la tarde resultara provechosa. Respira hondo. No tienes por qué
estar nerviosa. Se acercó de repente a la ventana. Por favor, que no sea una
trampa rara. Tiene que haber una conexión entre esa catedral misteriosa, Chrétien
d'Ormarc, esta tal Alexandra y la trovadora Gabrielle. ¿Y dónde demonios encaja
una antigua guerrera griega en todo esto? Oh, Dios, debo de haberme vuelto loca.
Cuando le cuente a doña Thisbe lo que he descubierto, seguro que me echa de su
casa y me demanda por difamar el nombre de su familia...
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Mademoiselle Morrison, permettez-moi de vous présenter la Dame d'Ormarc, la


Comptesse Thisbe.

Se volvió y vio al mayordomo que indicaba a una mujer de mediana edad algo
más alta que ella. El anciano mayordomo se inclinó ligeramente antes de salir de
la habitación mientras la mujer de pelo castaño rojizo se acercaba a la
medievalista, alargando la mano para saludarla.

—C'est un plaisir de vous finalement rencontrer, mademoiselle.

Gwen hizo una pequeña reverencia y estrechó la mano de la condesa.

—C'est tout un honneur de vous rencontrer. Je vous remercie de m'avoir accordé


cette chance.

Doña Thisbe hizo un gesto señalando el gran escritorio y las butacas que había
junto a la chimenea.

—¿Mencionó usted que había estado realizando una investigación en el convento


de Santa María?

Gwen asintió al tiempo que se sentaba.

—Sí. He estado trabajando allí estos últimos meses, además de en otros lugares
de Ormarc y sus alrededores...

Presente, Abadía de Santa María d'Ormarc, Ormarc (Mediodía Pirineos),


Francia

Miró con el ceño fruncido el libro que tenía en la mano cuando se dio cuenta de
que se había olvidado del lugar que le correspondía en los estantes. Se detuvo en
medio de la pequeña sala que alojaba los libros del convento, se quedó mirando
los libros que cubrían una pared de la estancia vivamente iluminada y la

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

embargó una sensación de confusión y de no encontrarse dentro de su cuerpo


cubierto por el hábito. Se quedó allí parada varios minutos, con la mirada fija al
frente, pero sin ver nada. Sólo después de oír que decían su nombre desde el otro
lado de la sala volvió por fin a su ser. Se volvió y vio a la abadesa, con una
mirada de preocupación en los ojos castaños, de pie en la puerta.

—Reverenda madre.

Se encaminó rápidamente hacia la monja, inclinó la cabeza, tomó la mano


derecha de la otra mujer, besó sus nudillos y se tocó ligeramente la frente con la
mano. Al apartarse de la mujer mayor, sor Agustín se dio cuenta de que todavía
tenía el libro en la mano izquierda. Suspiró suavemente mientras miraba a la
mujer mayor.

—¿Puedo ayudarla en algo, reverenda madre?

La monja mayor se metió las manos dentro de las amplias mangas negras de su
hábito al tiempo que entraba en la sala. Guardó silencio mientras recorría
despacio la estancia, deteniéndose por fin junto a una pequeña ventana que
ofrecía una vista del pueblo y las montañas. La monja más alta se quedó en
silencio, con la cabeza gacha mientras sostenía el libro contra el pecho. La
abadesa se volvió y observó a la otra monja. Habló dulcemente.

—¿Cuántos años lleva en la abadía, Agustín?

—Casi diez años, reverenda madre. Tenía veinte cuando profesé.

—¿Y ha sido feliz aquí?

La cabeza oscura se alzó para ver a la mujer mayor junto a la ventana, y la


monja más joven, confusa, arrugó la frente tras el griñón.

—No... no comprendo, madre. ¿He hecho algo para... para... algo inapropiado en
mi servicio?
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—No... no. —La monja mayor trazó un gesto en el aire al tiempo que se volvía
para mirar por la ventana—. No ha hecho nada malo, hermana. No he venido a
regañarla. Pero he notado en las últimas semanas que parece usted distraída,
descontenta. ¿Le ocurre algo? ¿Ha estado enferma y no me lo ha dicho?

—No, reverenda madre. Estoy bien. No he estado enferma. Yo... yo...

La mujer mayor se volvió para observar a la monja.

—Conozco algo de su vida antes de que viniera con nosotras. ¿Ha vuelto a pensar
en aquellos tiempos? Su familia no se ha puesto nunca en contacto con usted en
todo el tiempo que lleva aquí. ¿Es eso lo que la preocupa, hija?

Sor Agustín se apartó de la mujer que estaba junto a la ventana.

—No, reverenda madre. No espero de ellos que... que deseen... Mi madre no


aprobó mi vocación y los demás... no... Mi vida está aquí. Éste es mi hogar. Rara
vez pienso en aquella vida. Mi... mi vida está aquí. Aquí soy feliz. Tal vez es sólo
que he estado cansada, fatigada... tal vez sólo sea el cambio de estación, como
cuando a sor Mateo le dan las alergias durante la cosecha de otoño.

La abadesa observó a la mujer alta en silencio.

—Sí. Tal vez.

Se apartó de la ventana y siguió paseando por la pequeña biblioteca. Se paró un


momento al llegar a las estanterías, recorriendo los libros con los ojos al tiempo
que sus dedos acariciaban en silencio los lomos de los textos. Habló titubeando,
con cautela.

—¿La doctora Morrison y usted han avanzado mucho en su investigación?

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La monja más joven se volvió y miró a la abadesa mientras ésta deslizaba los
dedos por los estantes. De repente, sintió la garganta seca, e intentó carraspear
discretamente antes de contestar.

—Sí. Gwe... la doctora Morrison... está convencida de que ha descubierto algo.


De hecho, ha ido a visitar a doña Thisbe para hablar de lo que ha encontrado.

La mujer mayor se paró al llegar a la puerta de la biblioteca. Se volvió para mirar


a sor Agustín y asintió, como si hubiera tomado por fin una decisión.

—Bien. Me alegro de que haya sido usted una ayuda para ella. También quería
asegurarle que si hay algo de lo que desee hablar, estoy aquí... no sólo como
cabeza de la orden, sino como amiga suya. Si... si se trata de una enfermedad,
hágamelo saber. Enviaremos a buscar al médico, o puedo darle permiso para ir
al pueblo o permiso para viajar a Toulouse, si es necesario.

Sor Agustín se inclinó ante la monja que estaba junto a la puerta.

—Gracias, reverenda madre, por su preocupación y su generosidad. Estoy segura


de que no es nada.

La abadesa asintió ligeramente.

—Buenas tardes, pues, sor Agustín. La dejo a sus tareas. Que Dios la acompañe,
hija mía.

La monja más joven se acercó a la mujer mayor y tomó la mano derecha que le
ofrecía, repitiendo el ritual de la bendición.

—Gracias, madre. Y que Dios la acompañe.

Dos semanas después, una de las colinas más altas de los alrededores del
pueblo de Ormarc (Mediodía Pirineos), Francia

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—La abadesa ha sido muy amable al permitirle acompañarme a las colinas, sor
Agustín.

La monja hizo un gesto señalando el paisaje que las rodeaba.

—Las hermanas de mi orden conocen estas colinas. Recogemos plantas y otros


materiales como tinte para la lana que vendemos en las tiendas de Ormarc. Uno
se puede perder fácilmente si no conoce la zona.

La medievalista se rió entre dientes.

—Pues en ese caso, estoy más que agradecida por que esté usted aquí. Me temo
que no soy precisamente famosa por mi estupendo sentido de la orientación,
aunque mi hermana fue la que se perdió en el Museo de Historia Natural.

—¿Cuando eran niñas?

Gwen sonrió e hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No, la verdad es que yo tenía diecinueve años. Lilla tenía veintidós. Le tomo el
pelo por eso sin piedad. Le dije que se reuniera conmigo cerca del mastodonte,
pero supongo que torció por un lado cuando debería haber torcido por otro. Y
más bien fue una suerte que se perdiera.

Sor Agustín señaló a la derecha.

—Por ahí, justo a la derecha de donde estamos. Probablemente es la mejor vista


del valle.

Pasaron varios minutos mientras se dirigían a la cumbre.

—¿A qué se refiere con que fue una suerte que se perdiera?

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Así conoció a Joshua. Creo que en aquel entonces él estaba haciendo prácticas
en el museo o acababa de terminar una entrevista con el director. Supongo que
si no lo hubiera conocido, hoy día todavía estaría vagando por el museo.

Las dos mujeres siguieron caminando en silencio hasta que llegaron a la cima
desde la que se podía contemplar el pueblo y el valle. Gwen se pasó una mano
por el pelo y resopló ligeramente cuando sus ojos captaron la vista.

—Vaya, qué subida. —Sonrió a la monja—. Esto es perfecto, hermana. Se ve el


pueblo con toda claridad.

La monja señaló el horizonte.

—Esas nubes pueden llegar a esta zona dentro de pocas horas. Creo que será
mejor que nos pongamos en marcha.

Gwen se quitó la mochila y sacó una cámara y un teleobjetivo. Se ocupó de la


cámara unos minutos y por fin miró por el visor.

—Lo ideal habría sido subir en un helicóptero y sacar tomas aéreas de Ormarc,
pero creo que esto confirmará mi sospecha sobre la catedral desaparecida.

—¡Ay! Oh, me cago en todo...

Sor Agustín se volvió y vio a la rubia tirada en el suelo agarrándose el tobillo


derecho. Corrió hasta la mujer lesionada, se arrodilló a su lado y le sujetó el
tobillo con cuidado.

Gwen hizo una mueca de dolor.

—He... ay... creo que he tropezado con una raíz o... creo que se me ha torcido.

Y si te hubieras fijado por dónde ibas en lugar de...


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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Oh, no.

Ambas mujeres miraron al cielo cuando empezaron a caer gotas de lluvia.

—Póngame los brazos alrededor del cuello.

—¿Cómo dice? —Gwen parpadeó. He tenido fantasías en las que me decías una
cosa así, pero nunca me habría imaginado esto—. Eeeh, hermana, no es que no
tenga una fe total en sus capacidades, pero no sé si podrá cargar conmigo todo el
camino hasta la carretera principal.

—No voy a hacerlo.

Oh.

—Oh. ¿Entonces qué va...? —¿A hacer? ¿Tomarme aquí, en medio de la nada,
bajo la inminente lluvia torrencial? Gwen gimió suavemente cuando la monja la
ayudó a levantarse del suelo.

—Apóyese en mí. La ayudaré a caminar. Los pastores tienen refugios de


emergencia en estas colinas por si no consiguen volver a sus casas durante las
tormentas. Hay uno no muy lejos de aquí. Probablemente llegaremos allí antes
de que se ponga a llover de verdad.

Emprendieron el camino a través de los matorrales y los grupos de árboles


retorcidos por el viento que salpicaban la colina.

—No es precisamente el Ritz-Carlton, pero al menos estamos secas.

Gwen levantó la mirada y vio a la monja muy atareada preparando un fuego en


una pequeña chimenea situada al otro extremo del refugio.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Creo que la palabra "secas" es un término relativo, hermana. Además, me


parece que usted es la que ha salido peor parada.

La estancia no era mucho mayor que las celdas del dormitorio del convento y a
los pocos minutos un fuego ardía alegremente calentando el pequeño espacio.
Sor Agustín se volvió para mirar a la mujer sentada en una sillita: la rubia tenía
la pierna derecha apoyada sobre una caja de madera.

—¿Le duele?

—Pues... la verdad es que lo tengo entumecido. Como con una especie de dolor
sordo.

La monja se acercó y señaló la caja.

—¿Puedo?

Gwen se limitó a asentir y a mirar mientras sor Agustín levantaba con cuidado el
pie lesionado, se sentaba en la caja y se colocaba el pie en el regazo. La monja
empezó a desabrocharle la bota.

—Eeeh, seguro que está bien, hermana...

La monja meneó la cabeza velada.

—Al menos permítame que lo vea y que la ponga más cómoda.

Eso es lo que me preocupa. Si me pongo más "cómoda", las dos vamos a tener
serios problemas.

—N-no, de verdad. Estoy bien. Además, —Gwen intentó que la monja soltara el
tobillo que sujetaba delicadamente—, usted se debe de estar congelando. Está
empapada. Tiene que quitarse esa ropa mojada. —Tú echa más leña al fuego,

59
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Morrison—. Y ponerse algo seco. Te-tengo un jersey en la mochila. Por favor, no


quiero que pille una pulmonía.

Sor Agustín miró la bota desabrochada que tenía en el regazo.

—Bueno, supongo que no serviría de nada que las dos estuviéramos


incapacitadas de una forma u otra. —Suspiró suavemente, colocó con cuidado el
pie lesionado encima de la caja de madera y se levantó.

—Ésta es mi chica... eeeh... estoo... yo... eeeh... lo siento. No pretendía ser tan...
estooo... eeeh... aaah... —Gwen se ruborizó y bajó los ojos.

Sor Agustín cogió la mochila de la medievalista.

—No pasa nada, Gwen.

Gwen cerró los ojos y mantuvo la cabeza gacha, luchando con sus ganas de
echar un vistazo mientras sor Agustín se ponía el jersey. Oyó una risa suave y
sintió que una mano le levantaba la pierna lesionada. Por fin se atrevió a alzar la
cabeza y vio a sor Agustín quitándole la bota con cuidado. El jersey azul marino
era demasiado pequeño para la monja: las mangas le quedaban demasiado
cortas y la tela se ceñía en torno a la túnica blanca de manga corta que llevaba y
que llegaba hasta el suelo. Gwen carraspeó.

—Creo... creo que le está un poco justo —dijo la medievalista con timidez.

Sor Agustín sonrió.

—Es un poco ceñido. Pero hace mucho tiempo que no me pongo nada que no sea
el hábito y es... —La monja se encogió de hombros—. Bueno, mi ropa estará seca
dentro de una hora más o menos. —Bajó la mirada hacia el pie enfundado en un
calcetín que descansaba en su regazo—. Puede que esto le duela un poco.

60
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La rubia hizo una mueca de dolor cuando sor Agustín le quitó cuidadosamente el
calcetín del pie. La mano de la monja recorrió delicadamente el tobillo
ligeramente hinchado.

—Bueno, supongo que esto resuelve uno de los grandes misterios de todos los
tiempos.

La monja arqueó una ceja.

—¿Cómo?

La cara de Gwen se iluminó con una sonrisa al señalar el pelo de sor Agustín:
guedejas negras y algo húmedas que apenas llegaban por debajo de la barbilla de
la mujer.

Una expresión traviesa recorrió el rostro de la monja. Se tocó la cabeza


descubierta.

—Confío en que se llevará el secreto a la tumba.

La medievalista asintió solemnemente.

—De mis labios no saldrá ni una palabra.

En la cara de sor Agustín se dibujó una pequeña y tímida sonrisa.

—Bien. Bueno, no parece que tenga el tobillo roto. Puede que sólo se lo haya
torcido. Hay un médico en el pueblo. Cuando deje de llover, deberíamos pasarnos
por su consulta antes de regresar al convento.

Gwen miró cómo la monja dividía un trapo en tiras largas.

—He encontrado esto cerca de la chimenea —dijo sor Agustín mientras se ponía
a vendar el tobillo de Gwen con las tiras de tela—. Puede que la ayude un poco.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Gwen soltó el aliento suavemente cuando la monja terminó de vendarle el tobillo.

—Mmm. Está mejor.

—Bueno, ¿y de qué otros misterios hablamos entretanto?

Sus miradas se encontraron.

La medievalista tragó saliva audiblemente.

—Eeeh... —Mayday, mayday. Houston, tenemos un problema—. Estoo... eeeh...


no sé si un refugio de pastores es muy adecuado para hablar de los misterios del
universo, especialmente en medio de una tormenta.

La monja se rió suavemente.

—Qué pena. Estaba a punto de preguntarle si, como medievalista, tenía ya la


respuesta definitiva a la pregunta de cuántos ángeles cabrían en la cabeza de un
alfiler.

Miró por el ventanuco y tiró de las mangas que le cubrían los brazos. Seguía
lloviendo. Me siento tan desnuda con esto. Tiró de la tela y luego frunció el ceño.
Estoy destrozando el jersey de Gwen. Sus manos acariciaron la tela distraídas.
Qué suave es, como el pelo de un gatito. Claro que cualquier cosa es mejor que esa
lana áspera. Volvió a fruncir el ceño y se apartó de la ventana. Sus ojos se
posaron en la medievalista. La mujer había sacado la cámara de su mochila y
ahora miraba por el visor hacia la pequeña chimenea del otro lado de la estancia.
Cómo juega la luz con su pelo... es como si mirara oro batido. Qué guapa es. Qué
bella. Parpadeó de repente, volviendo bruscamente la cabeza hacia la pequeña
chimenea.

Gwen apartó la cabeza de la cámara.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—¿Hermana? ¿Está usted bien?

Asintió mientras se acercaba al fuego.

—Sí, estoy bien.

No dejéis, Virgen bendita, de socorrerme cuando os llame, pues, en todas mis


necesidades, en todas mis tentaciones... Sus manos aferraron la cuerda de la que
colgaban junto al fuego su velo, griñón y hábito para secarse. Jamás dejaré de
llamaros, repitiendo por siempre vuestro santo nombre...

—¿Están ya secos?

Hizo un gesto negativo con la cabeza, dando la espalda a la rubia.

—No, todavía están húmedos. —Cerró los ojos. Oh, qué consuelo, qué dulzura,
qué confianza, qué emoción llenan mi alma cuando pronuncio vuestro sagrado
nombre o con sólo pensar en vos...

—¿Está segura de que está bien?

Se volvió con una dulce sonrisa en el rostro y los ojos inescrutables.

—Sí, estoy bien.

La medievalista la miró más atentamente.

—¿Está segura de que no le está entrando fiebre? Parece un poco acalorada.

Sor Agustín negó con la cabeza y se inclinó ligeramente con las manos unidas.

—Gracias por su preocupación, Gwen. Estoy bien, de verdad. Es sólo el calor del
fuego.

Gwen asintió e hizo un gesto señalando la caja que tenía delante.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Bueno, si está segura de que se encuentra bien. Por favor...

La monja se sentó en la caja de madera y observó mientras la otra mujer


manoseaba el objetivo de la cámara.

—Creo que me queda algo de carrete. —Gwen sonrió al apartar la cámara de sus
ojos—. ¿Me... me permite que le haga una foto? Le prometo que la cámara no le
robará el alma.

Se echó a reír por el mal chiste. La reverenda madre nunca lo aprobaría. Pero...

—Sí, está bien. Por favor, adelante, hágame una foto.

Ya me has robado el corazón, sin ni siquiera saberlo. Yo no lo sabía. Hasta hoy no.
Me encantaría darte esta pequeña parte de mí, aunque sólo sea esto. No... no sé si
puedo elegir, si tengo la fuerza suficiente para elegir entre Dios y tú, Brangein
Gwenhwyfar Morrison... Pero creo que parte de mí te daría mi alma, mi vida, si lo
pidieras.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

1226 d. C., novena semana del asedio (Ormarc/Languedoc)

—¡Dínoslo! ¡Dinos lo que necesitamos saber sobre las defensas de Chrétien en la


ciudad y el castillo o te romperemos algo más que los dedos, perro asqueroso!

Una risa hueca resonó por el pequeño claro. La figura atada a un poste
improvisado en forma de T levantó la rubia cabeza para mirar el círculo de
hombres y caballos antes de escupir con fuerza en el suelo.

—¡Que os folle una cabra!

Un guante de malla golpeó al hombre atado en la cara, partiéndole el labio y


haciéndole una raja cerca de la ceja.

—¡Maldito seas, hijo de puta! No podéis derrotarnos, ¿lo sabes? El Papa en


persona ha autorizado esta cruzada y los nobles de Francia gobernarán esta
tierra tanto si lo queréis como si no. Coopera. Dinos lo que queremos saber.
Somos gente misericordiosa.

Un caballo cercano relinchó nervioso. La figura atada guardó silencio incluso


cuando el guante se disponía a asestarle otro golpe.

Si don Chrétien no hubiera insistido en que necesitaba ayuda para realizar esta
misión, esto nunca habría pasado. La vida de Pedro está en mis manos. No puedo
dejar que muera... no dejaré que muera.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

N'Alexandra estaba acurrucada detrás de un grupo de árboles junto al borde del


bosque cercano al campamento francés. El sol ya se había puesto y desde donde
estaba oculta, veía el brillo del fuego cerca del poste al que habían atado al rubio
carpintero. Iba vestida con una camisa de campesino, un justillo de cuero,
polainas y botas. Un gorro de cuero le tapaba el pelo oscuro. Llevaba un arco en
las manos, una aljaba con varias flechas sujeta a la espalda y una daga al
costado. Tenía el aspecto de muchos de los vulgares soldados franceses que se
agrupaban en torno a las numerosas hogueras que había dentro del
campamento.

Apenas he conseguido evitar que Luc entrara en el campamento francés como


Hércules asaltando el Hades y llevándose al can Cerbero del mundo subterráneo.
La boca de la mujer morena esbozó una sonrisa triste mientras atisbaba desde
su escondrijo. A Gabrielle le gustaría ese símil... Gabrielle... La vida habría sido
más fácil para las dos si yo fuera una dama más de la corte de vuestro padre.
Pero mi padre me educó como a un muchacho, empeñado en que sólo porque fuera
una chica, eso no quería decir que no pudiera hacer todo lo que hacían los
muchachos de la corte. Se sintió tan orgulloso cuando vuestro padre me nombró su
escudera... ¿Os acordáis, Gabrielle, de cuando éramos niñas? Yo jugaba a la
guerra y vos me vendabais todos los cortes y golpes. Creo... supongo que seguimos
haciéndolo. Sólo que ahora ya no es un juego. Enderezó los hombros y volvió a
mirar a su alrededor, asegurándose de que nadie la veía salir del bosque. Esto va
a funcionar. Tiene que funcionar... Espero que Luc esté listo cuando vea mi señal.
Se dirigió al sitio donde los franceses tenían los caballos.

Estaba alucinando. Eso sí que lo sabía. Pero lo que lo desconcertaba era que en
este estado de medio ensoñación, su viejo amigo Luc se empeñaba en llamarlo
"Iolaus". Pensó que el herrero debía de haber aspirado demasiados humos
horribles de esos que salían de su herrería cuando fundía hierro. No le resultó
alarmante en realidad, esto de que lo llamara con ese nombre tan raro. Lo que lo
66
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

alarmó fue ver a Na Gabrielle en un estado de práctica desnudez ante él... con la
piel morena, los pechos que casi se le salían de una... una especie de sostén de
cuero, una corta falda de cuero... y el pelo rubio rojizo corto, como el de un
muchacho. Tenía la esperanza de que no se diera cuenta de que se estaba
excitando bastante. Una voz conocida lo llamaba; se volvió hacia ella y vio a
N'Alexandra, con un vestido de combate negro... ¡un vestido! Parecía más una...
una camisa de dormir, y ahora estaba totalmente excitado. Se sintió muy
avergonzado. Sabía que Na Gabrielle y N'Alexandra estaban prometidas, que
estaban constantemente la una al lado de la otra, que estaban destinadas a estar
juntas, pero... no podía evitar sentirse... un poco celoso. Sentía envidia del amor
que veía en sus ojos. En el fondo de su corazón se alegraba por ellas y daría su
vida gustoso por protegerlas a ellas y a su hogar. Lo único que deseaba era que
N'Alexandra dejara de llamarlo "Iolaus". Se llamaba Pedro. Ella debería saberlo. Se
conocían desde que eran niños. Pedro. Pedro el Carpintero. Me llamo Pedro. Pedro.
Pedro. Pedro...

—¡Pedro! ¡Pedro! —susurró N'Alexandra con urgencia al hombre rubio atado al


poste—. Soy Alexandra. Pedro, ¿me oyes, me entiendes?

—¿Xena?

N'Alexandra frunció el ceño, confusa.

—No, Pedro. Soy Alexandra. He venido a ayudarte, a liberarte.

Levantó la mirada para ver la figura borrosa de N'Alexandra —¿vestida como un


soldado común?— ante él. Esto no tenía sentido. ¿Por qué no veía bien? ¿Por qué
estaba tan oscuro? ¿Por qué estaba ella aquí? ¿Para liberarlo? ¿Qué quería decir
la señora con que lo iba a liberar? ¿Y por qué sentía tanto dolor? No conseguía
concentrarse, pero sabía que tenía que hacerlo... que la insistente voz de la
señora le estaba diciendo algo, intentando explicarle algo... Pero no conseguía
concentrarse. Le dolía demasiado. Me duele tanto.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La distracción había funcionado y consiguieron escapar. N'Alexandra se volvió


para mirar el campamento francés en el que los hombres corrían para apagar los
incendios que Luc había provocado dentro del campamento, mientras otros
salían en pos de los caballos que galopaban entre las tiendas improvisadas y por
los campos. Le flaqueaban las piernas mientras el herrero y ella luchaban por
llevarse al carpintero inconsciente lejos del campamento. Tenía las manos
cubiertas de sangre e intentó apartar las imágenes de sus manos tapándole la
boca a un centinela que se debatía mientras ella le cortaba el cuello con la daga
y los ojos saltones del hombre antes de que su cuerpo se desplomara entre sus
brazos.

Hizo señas a Luc para dirigirse a un río cercano, con la esperanza de poder
despistar en el agua a los hombres que sin duda los seguirían. Deseó
desesperadamente tirarse al agua... para lavar las visiones que ahora plagaban
su mente. Oh, Dios, Gabrielle, por favor, perdonadme por esto. Necesito que lo
comprendáis, que me perdonéis. No sé si yo podré perdonarme algún día. No sé si
podré olvidar algún día...

—Deprisa, Luc. Tenemos que regresar a Ormarc, al castillo. Enviarán a otros a


buscarnos en cuanto descubran que Pedro ha desaparecido. Tenemos que correr.
Las heridas de Pedro son graves. Puede morir si no lo llevamos con don Ezra a
tiempo.

Tres días después, 1226 d. C., a mitad de la décima semana del asedio
(Ormarc/Languedoc)

—Vivirá.

Una sensación de alivio inundó al pequeño y cansado grupo que esperaba junto
a la entrada de la enfermería.
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Ezra Ben Jonah señaló una cama situada en el rincón más alejado de la atestada
sala y se volvió hacia el alto herrero, con los ojos tristes.

—Luc, lamento decir que perderá parte del brazo izquierdo. Estaba demasiado
dañado para poder salvarlo... ya había empezado la gangrena. Habría muerto de
la infección si no le hubiera cortado la parte enferma. No parece sufrir graves
daños por el golpe en el ojo. Tenía las dos piernas rotas, pero se curarán y
caminará como antes.

Los hombros del herrero se estremecieron ligeramente mientras miraba hacia la


cama donde yacía su amigo.

—Gracias, En Ben Jonah. Gracias por salvarle la vida.

El médico asintió solemnemente.

—Ahora está dormido, pero podéis quedaros a su lado. —Don Ezra se inclinó y
volvió a la enfermería.

Luc se volvió a mirar a los demás componentes del pequeño grupo.

—Con vuestro permiso, En Chrétien, Na Gabrielle, N'Alexandra...

Don Chrétien asintió.

—Me sentaré contigo un rato, Luc. —Saludó a las dos mujeres con la cabeza—.
Hija... Alexandra.

Cuando los dos hombres entraron en la enfermería, doña Gabrielle se volvió a su


compañera más alta, posando suavemente la mano en el brazo de la guerrera
cubierto de cota de malla.

—¿Alexandra?

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La mujer de pelo oscuro sacudió la cabeza, conteniendo las lágrimas que estaban
a punto de derramarse. Su voz sonaba amarga y dura.

—Debería haber llegado allí antes, Gabrielle. No debería haber sufrido de esta
forma... Yo debería haberlo salvado de...

—Alexandra... —La pelirroja agarró suavemente a N'Alexandra por la barbilla—.


Amor mío, sí que lo salvasteis. Está vivo. Vivirá. Gracias a vos.

Doña Alexandra apartó la cara de la mano de la dama.

—Seguro que me lo agradece cuando se despierte y descubra que ahora es


manco, tuerto y tullido. —Se alejó de Na Gabrielle y de la enfermería.

Na Gabrielle agarró a la caballero del brazo, intentando impedir que N'Alexandra


se marchara.

—Alexandra, por favor, escuchad...

La mujer se volvió, con los ojos oscuros, la voz fría, casi muerta.

—Gabrielle, dejadme marchar. Yo... necesito estar donde no haya gente.

Asintiendo suavemente, la dama soltó a la caballero y miró en silencio mientras


la mujer morena se alejaba rápidamente por el pasillo.

Sus ojos observaban el horizonte mientras su mente volvía a las últimas diez
semanas del asedio. Una visión de pesadilla tras otra llenaban su imaginación y
con cada una de ellas, su furia crecía... un odio descontrolado, devorador y
asesino que la asustaba y la reconfortaba al mismo tiempo. Cerró los ojos,
dejando que la sensación la embargara, dejando que se fuera diluyendo a través
de ella para poder hacer frente con la mente clara y despejada a lo que sabía que

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

estaba por venir. Y vendría... eso lo sabía con certeza: había contado los minutos
y las horas después de haber soltado del poste las extremidades atadas y rotas
del rubio carpintero. Las fuerzas francesas vendrían, y esperaba que todos
pudieran sobrevivir a lo que sin duda sucedería a continuación.

Pasó un día y cayó la muralla este de la ciudad.

Los franceses se colaron por la brecha como la sangre brotando a borbotones de


una herida mortal: en abundancia, con rapidez y anunciando la muerte
inminente. Pues para la pequeña ciudad montañesa de Ormarc se trataba de
una especie de muerte. Hombres, mujeres, niños, nobles y plebeyos por igual
luchaban fanática y cansinamente, mientras el asedio les robaba gran parte de
su energía. Luchaban contra unos invasores con la desesperación de los
moribundos.

1226 d. C., último día del asedio (Ormarc/Languedoc)

Los hombres y mujeres de Ormarc habían librado una batalla perdida contra el
ejército invasor del norte con horcas, porras, piedras... cualquier cosa que
pudiera detener a las oleadas aparentemente interminables de soldados que
entraban por la brecha de la muralla este. Era una tarea lenta y tediosa: se
ganaba y perdía terreno por meros centímetros. N'Alexandra había luchado,
junto con innumerables conciudadanos, en la muralla este: era uno de los pocos
nobles de Chrétien que todavía quedaba a caballo. El convento había sido
destruido y la gente se refugió en la catedral; muchos, incluida una docena de
nobles, plantaron cara al enemigo en la iglesia, dispuestos a impedir que cayera
el santuario de piedra.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Mientras los ciudadanos y los nobles intentaban establecer una línea de defensa
delante de la iglesia, N'Alexandra corría a la catedral misma, buscando
desesperadamente al señor de Ormarc.

—¡En Chrétien! ¡Mi señor!

Lo encontró cerca del extremo nordeste de la catedral, a pie, pues su caballo


hacía tiempo que había muerto, luchando contra un pequeño grupo de soldados
que se habían separado del ejército principal apostado en la parte este del
santuario de piedra. Tenía una terrible herida roja en el costado y el pelo y la
cara pringados de sangre. Ella no tardó en despachar a los tres soldados que
acosaban al herido señor de Ormarc, bajó de un salto de su caballo y corrió al
lado de En Chrétien.

—¡Mi señor! —Se le llenaron los ojos de lágrimas al verlo de cerca, pues había
sido como un segundo padre para ella desde la muerte de su propio padre en un
accidente de caza cuando ella sólo tenía trece años—. Señor, debemos regresar al
castillo...

—Alexandra...

Fuera lo que fuese lo que iba a decir el señor de Ormarc a la caballero, se vio
interrumpido por el ruido de explosiones y una lluvia de flechas que caía por el
aire.

—¡Catapultas!

—¡Flechas!

—¡A cubierto!

Intentó arrastrar al herido señor hacia la plaza principal, llamando a su caballo


con un silbido, mientras una oleada de flechas aterrizaba a pocos centímetros de
donde estaba. Cayó hacia delante cuando el señor de Ormarc la empujó al suelo
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

y se tiró encima de ella. Pasaron varios minutos y N'Alexandra salió a rastras de


debajo de su señor, mirando hacia atrás para ver la mayor parte de la ciudad y la
catedral envueltas en llamas.

¡Que Dios se apiade de nosotros!

En Chrétien soltó un débil gemido y la caballero se volvió y lo vio tumbado de


lado, con una flecha en la pierna derecha y otra clavada en los riñones.

—¡Mi señor! —Corrió hasta él—. Señor, el castillo no está lejos... por favor... oh,
mi señor...

Le caían las lágrimas de los ojos al tiempo que se esforzaba por subir al herido a
su caballo. Agarró las riendas y corrió junto al caballo mientras llevaban a En
Chrétien d'Ormarc de vuelta a su castillo.

—¡Gabrielle! ¡En Ezra!

N'Alexandra tumbó al herido en el suelo del patio interior, con la cabeza apoyada
en su regazo cubierto de cota de malla. Levantó la vista y se encontró con los
agotados ojos verdes de su amada y los cansados ojos castaños del médico de la
corte.

—Oh, Dios, no. ¡PADRE! —Na Gabrielle cayó de rodillas; sus manos aferraron las
manos que le tendía su padre.

—Hija...

—Gabrielle. —N'Alexandra habló suavemente—. Me ha salvado la vida. Se tiró


encima de mí cuando caían las flechas. —La guerrera sacudió la cabeza—. ¿Por
qué... por qué ha...?

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Gabrielle, Alexandra... —Las dos mujeres miraron a los ojos serios de don
Ezra—. Debemos meterlo en el castillo...

—N-n-o-no... —jadeó don Chrétien lleno de dolor—. Es tarde, es tarde...


Gabrielle, Alexandra...

En Chrétien agarró las manos temblorosas de las dos mujeres, al tiempo que su
propio cuerpo se estremecía y su mirada se iba apagando.

—Alex... como el hijo que perdí, como una hija de mi corazón... hijo e hija a la
vez. Gabrielle... mi alegría, mi orgullo, tan parecida a tu madre... —El moribundo
señor de Ormarc tosió dolorosamente, derramando sangre por la boca—. S-
alvad... salvad Ormarc... por vosotras, por mi gente, por mi nieto... de cualquier
forma que se os ocurra. No permitáis que acabemos aquí... el... el futuro...

En Chrétien colocó la mano enguantada de N'Alexandra sobre la mano de su


hija.

—Mi última voluntad... ya no eres N'Alexandra, sino En Alexander, señor de


Ormarc, esposo de mi hija, pa... padre de mi nieto.

El señor de Ormarc tosió violentamente y luego sus manos se separaron de las


figuras arrodilladas al exhalar su último suspiro.

1226 d. C., Ormarc (Languedoc/Occitania)

La ciudad yacía en ruinas.

Estaba en lo alto de la muralla occidental contemplando los tejados quemados,


mientras el sol de poniente teñía el aire lleno de humo de una mezcla de rojo y
morado. Por un momento, todo se desvaneció. El tiempo se detuvo y casi pudo
olvidar todo lo que había visto. En el fondo de su corazón, sabía que no podía.
Los hechos de las últimas semanas la habían cambiado, la habían marcado de
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

una forma que iba más allá de la raja irregular que le recorría la cara desde el
nacimiento del pelo hasta la mandíbula.

El sol bajaba por el horizonte, hundiéndose despacio, borrando el paisaje con un


velo de oscuridad. Se preguntó si, para sus ojos, su luz contendría alguna vez la
promesa de la alegría, de la vida. Se preguntó si la luz contendría alguna vez algo
que no fuera el profundo morado de la desolación y la destrucción.

Contempló la luz moribunda mientras el mundo que conocía se desmoronaba a


su alrededor.

Una mano tiró de la ornamentada túnica que llevaba encima de la cota de malla
y bajó la mirada para ver los suaves rizos rubios rojizos de un niño, de poco más
de un año de edad. El niño se chupaba el pulgar. Sonrió alegremente y alargó los
brazos hacia la guerrera.

—Xa... Xa...

N'Alexandra sonrió dulcemente al coger al niño en brazos.

—¡Maese Chrétien! ¿Quién os ha dejado salir?

El niño se rió lleno de alegría y agarró el paño que cubría el hombro de la


caballero.

—¡Xa! ¡Xa! ¡Xa!

—Amor mío...

Se volvió y vio a Na Gabrielle apoyada en la puerta. Sonrió, haciendo un gesto a


la pelirroja para que se uniera a ella. El niño se acurrucó aún más en los brazos
de la caballero, con el pulgar en la boca, y alargó la otra mano para coger un
mechón de pelo de Na Gabrielle.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La dama se apoyó en el hombro cubierto de cota de malla.

—No tenemos elección, amada mía.

N'Alexandra asintió.

—Lo... lo sé. Pero ojalá hubiera otra posibilidad, otra manera. ¿Conoce nuestra
gente las consecuencias de una rendición? Vamos... vamos a perder nuestra
libertad, seremos un pueblo conquistado, serviremos a un rey lejano.

Na Gabrielle depositó un dulce beso en la boca de la guerrera.

—Hay muchas clases de libertad, Alexandra. Viviremos, sobreviviremos. Nuestra


gente saldrá adelante.

—Así y todo, Gabrielle. Yo... yo... ¿Está todo el mundo preparado? ¿Saben lo que
hay que hacer? ¿Lo que debemos... lo que yo... debo hacer? ¿En lo que tengo que
convertirme? ¿Lo que todos debemos hacer?

—Sí. Saben lo que hay que hacer, lo que vos y yo debemos hacer para sobrevivir
a esto. Lo hacen porque querían a mi padre y lo hacen porque os respetan y os
honran a vos. Aman Ormarc y morirían por él y vivirán por él. Nadie, salvo
nuestra gente que estará en la Gran Sala, conocerá jamás la verdad. Los
franceses jamás lo sospecharán, amor mío. Jamás lo sabrán.

Las enormes puertas de la Gran Sala se abrieron para revelar a los ciudadanos
que quedaban de Ormarc, los pocos que habían sobrevivido a la última batalla.
Al fondo estaban los representantes del rey de Francia. N'Alexandra, con el niño
Chrétien aún en brazos y con Na Gabrielle a su lado, se quedó en la entrada
junto a las puertas abiertas.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—¡Alto! —resonó la voz de un guardia por la gran estancia—. ¿Quién va? ¿Sois
amigo o enemigo de Francia? ¡Declarad quién sois y cuáles son vuestras
intenciones ante mis clementes señores aquí presentes!

N'Alexandra tomó aliento con fuerza y contestó en voz alta para que la multitud
reunida pudiera oír.

—Soy En Alexander d'Ormarc, señor de estas tierras, esposo de Gabrielle, antes


tío, ahora padre del joven Chrétien. Lo que hago, lo hago por el bien de mi
pueblo... Me presento como amigo de Francia, de su rey y de sus señores.
¿Puedo acercarme?

—¡Acercaos y poned vuestra vida a merced de los señores de Francia!

Las tres figuras caminaron hacia los nobles franceses reunidos al otro extremo
de la Gran Sala y una vez ante los enviados franceses, Na Gabrielle cogió al niño
de brazos de N'Alexandra y se apartó a un lado. La caballero se tumbó en el
suelo, con los brazos extendidos en cruz y la cara de lado.

Uno de los señores franceses sacó una espada, tocó la cabeza, los hombros y las
manos de N'Alexandra con la parte plana de la hoja y habló.

—Alexander de Ormarc, ¿prometéis fidelidad y lealtad a Su Majestad el rey de


Francia? Juradlo libremente y sin reservas en vuestro corazón.

—Yo, Alexander de Ormarc, juro lealtad y fidelidad a Su Majestad el rey de


Francia. Lo hago libremente y sin reservas en mi corazón.

—Arrodillaos pues y besad la punta de mi espada.

N'Alexandra se puso de rodillas y besó la punta de la espada que le ofrecía el


enviado.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

El enviado tocó entonces la frente y los hombros de N'Alexandra con la parte


plana de la espada.

—Ahora, alzaos ante nosotros, Alexander de Ormarc, enterrad vuestro odio junto
con vuestros muertos y vivid en paz como noble de Francia.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Presente, un pequeño café del pueblo de Ormarc (Mediodía Pirineos),


Francia

Extracto del diario de Gwenhwyfar Morrison:

No sé si tener sueños sobre la investigación para tu tesis doctoral se considera


normal. Sé que la mayoría de las personas tienden a ponerse un poco obsesivas
con su investigación; tal vez yo me estoy obsesionando demasiado con Na
Gabrielle d'Ormarc y esta catedral "desaparecida". Estoy casi totalmente
convencida de que Na Gabrielle y N'Alexandra estaban íntimamente relacionadas,
que esto era algo más que fin'amors, algo más que las convenciones literarias de
la poesía de amor cortés... la declaración parece demasiado directa, demasiado
personal.

La transcripción terminó hace unos meses y casi he acabado de traducir la historia


en forma de edición inglesa. Al principio pasé casi dos meses registrando la
biblioteca de la abadía con ayuda de S.A. El resto del tiempo lo he pasado
transcribiendo, traduciendo y persiguiendo pistas sobre lo que ocurrió aquí hace
tanto tiempo. No me puedo creer que el año casi haya acabado y que dentro de
menos de dos meses, estaré de vuelta en Estados Unidos.

He adaptado el mismo título con que la autora llamó a la historia en el prólogo:


"Alexandra". El "Alexandra" es una obra extraña: interesante y, creo, única por su
contenido: la historia de un caballero mujer, y dentro de ella, una historia sobre
Xena y Gabrielle.

Un caballero mujer que defiende su reino de los invasores del norte. Lo más
cercano en contenido que he leído (es decir, la presencia de un caballero mujer) es

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

el Silencio de Heldris de Cornualles, y la heroína activa recuerda vagamente a


Aucaussin y Nicolette, entre otras. El aspecto marcial de la protagonista es
bastante inusual, una rareza en la literatura medieval. Es un valioso miembro de
la corte, a pesar de que los demás saben claramente que es una mujer. Los demás
personajes lo aceptan: es un caballero y es una mujer. Incluso tiene una amante,
¡nada menos que la hija del rey! ¿Y no pasa nada? Ni la menor señal de sarcasmo
ni de parodia. ¿Esto se leía o representaba en la corte? ¿O fue un encargo
personal, una colección para la biblioteca privada de Chrétien d'Ormarc? ¡Dios, no
me puedo creer que haya dado con esto! ¡Es el hallazgo de una vida!

Y no sólo eso, sino que además aparecen dos antiguas leyendas griegas y, por lo
que sé, nunca hasta entonces aparecen mencionadas en ningún texto medieval...
Casi parece que no guarda relación con el resto del texto, como una especie de
aparte extraño tan característico de tantos otros textos de aventuras medievales
de tipo artúrico. ¿Será esto parte del ciclo artúrico? ¿O una especie de chanson de
geste?

La inclusión del "Aparte de Xena" lo complica todo, y no pretendo saber para qué
sirve exactamente. La mujer guerrera Xena y su compañera bardo Gabrielle
defienden uno de los templos de las Parcas y la guerrera es transportada a algún
tipo de vida alternativa. Parece que aquí hay algo más. Fuera quien fuese Gabrielle
d'Ormarc, parecía lista, inteligente... puso esa historia ahí por alguna razón. Debe
de haber un motivo por el que la historia de Xena esté ahí, y no conozco lo
suficiente las leyendas de Xena para comprobar si este tipo de historia es típico.
Debo hablar con Josh en cuanto vuelva a LA para confirmarlo. ¿Hay alguna
conexión entre las dos historias? ¿Tal vez un comentario sobre el conflicto que
siente la mujer caballero con su propia vida? ¿Como una especie de
exégesis/metacomentario secular, tal vez?

Siento que estoy tan cerca de descubrir algo... Sé que ahí hay algo, que este
pequeño pueblo guarda alguna historia oculta y que de algún modo, Gabrielle
d'Ormarc y esta tal Alexandra están relacionadas con ella. ¿Es una coincidencia
80
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

que los nombres de las protagonistas del texto sean los mismos que los de la
inscripción, Alexandra y Gabrielle? ¿Qué es lo que intentas decirme, Gabrielle
d'Ormarc? ¿Se trata de algo más que un simple relato?

Creo que debería haber sido arqueóloga... no paro de pensar que tengo lo que
estoy buscando justo delante de los ojos, pero que no lo reconozco como tal... El
castillo/hotel tiene la clave de todo... estoy segura. Debe de haber una especie de
cripta o marcador en algún lugar de las entrañas de ese viejo caserón. Antes, creía
que el convento era la clave, que ahí también hay algo. Sigo convencida de ello, de
que hay algo allí. Creo que tengo que pedirle a la madre superiora que me deje
registrar a fondo los terrenos para ver si se trata de algo más que una corazonada.

He llamado a doña Thisbe y le he pedido que se vuelva a reunir conmigo: permiso


para merodear por el interior del castillo. Supongo que más me vale volver al
convento mañana por la mañana. Tal vez pueda convencer a S.A. para que me
acompañe cuando vuelva a ver a doña Thisbe.

Me ha resultado a la vez emocionante e inquietante que fuera la cara de S.A. la


que vi, que la no menos misteriosa N'Alexandra tuviera su cara en mi sueño y que
yo fuera Na Gabrielle de Ormarc. S.A.... ni siquiera puedo escribir su nombre en un
diario personal. Dios, ¿cómo se puede estar tan mal de la olla? Mi lado cínico no
deja de pensar que esto no es más que un tonteo ridículo y de lo más unilateral por
mi parte, que no es más que una locura, una distracción del trabajo. Mi mente no
para de volver a eso que dicen en la nueva versión de "El bazar de las sorpresas"
que Lilla me arrastró a ver. ¿Qué era lo que decía el personaje de Meg Ryan? ¿"La
gente hace cosas muy estúpidas en el extranjero", o algo así? Esto puede ser una
de esas cosas increíblemente estúpidas.

Pero... cuanto más tiempo paso con ella, más me doy cuenta de que estoy total y
absolutamente enamorada de ella. Qué ironía... yo, enamorada de una monja. Lo
único que he tenido que ver en toda mi vida con ese catolicismo que mi propia
familia rara vez ha reconocido, salvo en Navidad y Semana Santa, ha sido el

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

hecho de ser medievalista. Y ahora... tengo fantasías en las que devoro a una
monja en una mesa de trabajo de la biblioteca de la abadía y luego le pido que se
vuelva a LA conmigo para que podamos vivir felices y comer perdices con el sueldo
de una profesora adjunta, o algo tal vez más demencial y desesperado: tomar los
hábitos para poder estar cerca de ella. Al paso que voy, seguro que acabo en el
infierno...

Presente, aproximadamente una hora antes de prima (6 de la mañana),


Abadía de Santa María d'Ormarc, Ormarc, Francia

Estaba soñando, recordando. En algún lugar, en el fondo de su mente, sabía que


sólo estaba soñando. Creía que por fin había salido adelante, que por fin había
superado esto, que por fin había dejado de soñar con ello. Era el mismo sueño que
tuvo durante sus dos primeros años como novicia. Era el mismo sueño que tuvo
durante más de un año después de profesar. El sueño, la voz terrible y furiosa, por
fin cesó y desapareció tres años después de trasladarse de la filial de la orden en
Los Ángeles a la casa madre en Francia. Creyó que por fin se había terminado,
que por fin estaba en paz. Pero aquí estaba de nuevo, y sintió que se estremecía
con un escalofrío. Su yo onírico gritaba, suplicaba. No, Dios, no, por favor, otra vez
no. No quiero volver a ver esto...

Fue una semana después de terminar el instituto. Tenía planeado matricularse a


tiempo parcial en la escuela superior comunitaria local. Se trasladaría a una
universidad cuando hubiera ahorrado suficiente dinero. Podría escapar.
Recordaba que el sol le parecía tan brillante aquel día, una luz casi cegadora,
aunque eran casi las siete de la tarde. Llegó a casa después de trabajar en la
tienda de ultramarinos. Le daba pavor volver a casa, le daba pavor la escena que
sabía que se produciría. Su madre, sentada en el sofá, bebiendo, tal vez ya
borracha. E inevitablemente, la mujer se pondría a gritar, a chillar, hasta que por
fin el alcohol pudiera con ella y se sumiera en un estupor ebrio. Se llevaría a su

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

madre en brazos desde el cuarto de estar y la metería en la cama. Siempre era así,
había sido así desde que tenía memoria.

¿Por qué no te marchaste? Te podrías haber marchado, así que ¿por qué no lo
hiciste? No podía. No podía marcharme. Era mi madre. Tenía... tenía que
quedarme, a pesar de todo.

Y entonces, un día, ese brillante día de verano una semana después de haber
terminado el instituto, algo cambió. Llegó a casa una hora tarde: se había pasado
por la escuela superior comunitaria local para recoger los papeles de la matrícula y
una copia de los cursos que se ofrecían para el verano y que empezaban en julio.
Pensaba matricularse en unos cuantos cursos nocturnos. Cruzó la puerta, con los
papeles en la mano, ensimismada con la idea de la universidad y la huida. No vio
a la mujer que esperaba junto a la puerta, con los ojos llenos de rabia ebria.

—¿DÓNDE ESTABAS, PUTA, ZORRA? ¡LLEGAS TARDE!

Un puño le golpeó el pecho y se tambaleó hacia atrás, con los pulmones


momentáneamente vacíos de aire. Agarró la puerta y trató de recuperar el
equilibrio mientras la mujer bramaba de furia y descargaba golpes sobre sus
brazos y su torso. Intentó apartar a su madre borracha de un empujón, pero sentía
los brazos y las piernas como si fueran de goma, de modo que intentó protegerse la
cara lo mejor posible y rezó para que su madre se cansara, para que parara de
una vez. La idea de dominar a su madre borracha ni se le pasó por la cabeza.
Podría haberlo hecho fácilmente, pero un sentimiento de protección hacia su
madre, incluso mientras la mujer seguía machacándola a golpes, superó a
cualquier instinto de propia conservación.

Le pareció una eternidad, pero por fin su madre paró. Al cabo de una hora, se
atrevió a levantar la cabeza desde donde estaba junto a la puerta, ahora cerrada.
Su madre se había sumido en un estupor alcohólico y yacía tranquila en el sofá. Se
levantó despacio, cogió a la borracha en brazos y la metió en la cama.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Se pasó la siguiente hora curándose los moratones y los cortes que le cubrían los
brazos y el torso. Pasó la noche en vela sentada en una silla junto a la puerta de
entrada, rezando para que su madre durmiera toda la noche.

Por la mañana temprano, se deslizó por la puerta y usó un teléfono de una


gasolinera cercana para llamar al trabajo diciendo que estaba enferma. Luego
echó a andar. Era mediodía cuando por fin se detuvo, demasiado cansada para
dar un paso más. Su mirada se posó en las puertas talladas de la catedral de
Santa Bibiana. Subió las escaleras, abrió una de las puertas laterales y entró en
una de las capillas laterales más pequeñas.

Estuvo allí sentada durante horas mirando fijamente la imagen de la Virgen María,
la Santa Madre. Siempre lo había hecho. Había venido a esta capilla para mirar la
pintura desvaída de la imagen, para rezar en silencio pidiendo fuerzas, para
refugiarse de las iras borrachas de su madre. Sólo aquí, se dio entonces cuenta,
era donde se sentía... a salvo, querida.

No recordaba cómo le comunicó a su madre su decisión. Sólo recordaba lo que


había dicho su madre, cómo había reaccionado su madre ante su decisión de
meterse a monja.

—¿Te crees que esas malditas putas se van a ocupar de ti? ¿Te crees que al
hijoputa de tu Dios le importa un bledo que vayas a pasarte el resto de tu puta
vida de inútil es un jodido convento? ¡Pues vete, maldita seas! ¡Y no vuelvas
jamás! ¿Me oyes, zorra inútil? ¡No vuelvas jamás!

En su mente resonó una voz cínica. Dios no te salvó. Fue tu manera de no sentir
nada. Fue tu manera de huir de tu vida. No podías soportarlo porque la única
persona que había en tu vida no era capaz de corresponder tu cariño. No te hiciste
monja porque tuvieras vocación. Te hiciste monja porque eras una cobarde, porque
estabas huyendo de tu vida.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Estaba en la biblioteca de la abadía, pero había algo raro. Se sentía como más
ligera, como si todo lo que le había pasado en la vida le resultara más fácil de
soportar. Se sentía extrañamente feliz. Se sentía libre.

—Xena...

Se dio cuenta de que ya no estaba en la biblioteca de la abadía, sino en la


pequeña cabaña donde la medievalista y ella se habían refugiado varias semanas
antes. Xena... pensó de repente. ¿Xena? ¿Esa mujer guerrera del manuscrito que
estaba descifrando Gwen? ¿Quién la llamaba Xena? ¿Y por qué le sonaba...
correcto... de algún modo?

—Xena, siéntate. Me estás poniendo nerviosa.

Se volvió y se acercó a la rubia, cuya pierna estaba apoyada en una caja de


madera, cuando se dio cuenta de que su ropa le resultaba... rara. Miró hacia abajo
y vio que llevaba una especie de armadura de bronce encima de un corto vestido
de cuero. Se sonrojó de repente. Oh, cielos, pensó su yo onírico.

—¿Xena?

Levantó la mirada y se sonrojó aún más cuando sus ojos examinaron a su


compañera sentada en una pequeña silla. La mujer, que llevaba una suave falda
de tela y cuero y una especie de sostén marrón, le sonrió... una sonrisa dulce y
cariñosa que hizo que el corazón le latiera más deprisa. Carraspeó.

—Gabrielle, ¿cómo... cómo tienes la pierna?

Gabrielle. ¿Se llama así? ¿Cómo lo he sabido? ¿Y por qué se parece a Gwen?

Gabrielle se rió suavemente.

—Viviré. Gracias a ti.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Sonrió y se arrodilló junto a la silla donde estaba sentada la otra mujer.

—Me alegro.

La rubia se echó hacia delante y le acarició la cabeza con la mano. Ella cerró los
ojos al sentir los dedos de la mujer que exploraban los rasgos de su cara.

—¿Alex?

Miró a su alrededor... sí, seguía en el mismo cobertizo pequeño donde se había


refugiado con la medievalista. Bajó la mirada y descubrió que sólo llevaba su
camisón y el jersey azul marino de Gwen. Levantó la mano y se topó con sus
cabellos suaves y húmedos. Volvió la cabeza y sus ojos se encontraron con la
mirada de la rubia al tiempo que sentía unos dedos delicados que le acariciaban la
boca suavemente. Habló en voz baja, con un deje de confusión en la voz.

—¿Gwen?

La mujer se acercó más y tenían la cara a pocos centímetros de distancia. El


corazón le latía desbocado en el pecho a medida que la boca de Gwen se acercaba
más a la suya y los dedos de la medievalista se enredaban delicadamente en la
oscura y húmeda masa de su pelo.

—Alexandra, yo...

El sonido de sus propios latidos empezó a resonar con fuerza en sus oídos, con
tanta fuerza que parecía estar oyéndolo fuera de sí misma.

—Alex, es la puerta. Creo que deberías contestar a la puerta.

Se despertó con el ruido de unos golpecitos en la puerta de su celda y la voz de


sor Mateo que la despertaba a ella y a las demás hermanas suavemente para
rezar.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Loado sea su santo nombre.

Se incorporó y se abrazó las rodillas contra el pecho, con el corazón desbocado


mientras su mente revivía la imagen de la boca de la rubia acercándose a la
suya. Se estremeció cuando sor Mateo llamó suavemente a la puerta de la celda.
Carraspeó y contestó con voz temblorosa.

—Sea por siempre alabado.

Presente, Abadía de Santa María d'Ormarc, Ormarc (Mediodía Pirineos),


Francia

—¿Hermana? Eeeh, estoo, ¿cuántos... cuántos años tenía cuando entró en el


convento?

Sus ojos no se apartaron de la fotografía granulosa que tenía en la mano. Parecía


tranquila, aunque tenía el estómago encogido de nervios que no quería
reconocer. Seguro que no me contesta, pero tengo que probar. Apenas me ha dicho
nada desde que nos quedamos atrapadas en esa tormenta.

—Diecisiete. —La monja se volvió, clavando los ojos en la mujer sentada a la


gran mesa de trabajo—. Tenía diecisiete cuando me hice novicia. Profesé justo
antes de cumplir los veinte.

—Caray. Eso es... ¿tenía sólo diecisiete años? ¿Y estaba tan segura de su
vocación de monja? Es... es decir, cuando yo tenía diecisiete años, las únicas
decisiones vitales que estaba intentando tomar eran decidir en qué me iba a
licenciar cuando fuera a la universidad en otoño. —La medievalista sacudió la
cabeza—. No me lo puedo imaginar. Caray.

Sor Agustín se volvió hacia las estanterías, encogiéndose de hombros con


indiferencia.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Muchas personas adoptan la vida religiosa más o menos a la misma edad, y


algunos mucho más tarde. Es... es sólo cuestión de escuchar por fin lo que te
dice Dios y atender su llamada.

—¿Y nunca dudó de su vocación? ¿Estaba absolutamente segura? ¿Ninguna


duda? ¿Ninguna vacilación? —Gwen sacudió la cabeza—. Estar segura de lo que
iba a ser cuando era tan joven. Me... supongo que me cuesta entenderlo.

La monja se apartó de las estanterías y se acercó a la mesa de trabajo donde


estaba sentada la medievalista.

—Yo era muy joven cuando decidí entrar en el convento, pero era algo que tenía
que hacer. Reconozco que... que tuve mis dudas sobre mi vocación incluso
cuando era novicia. Dudé de mi decisión durante casi dos años después de
profesar. Pero, en última instancia, era lo que Dios quería... era... era lo que yo
quería.

La monja dio una palmadita tranquilizadora a la medievalista en el brazo antes


de meterse las manos en las amplias mangas negras de su hábito. Se volvió de
nuevo hacia las estanterías del fondo de la sala.

Gwen clavó los ojos en la figura oscura que cruzaba la sala.

—¿Todavía tiene dudas? ¿O está segura de que esto es lo suyo... su camino? ¿De
que esto es lo que debía ser en la vida?

La monja se volvió para mirar a Gwen y contestó en voz baja, casi titubeante.

—Creo... creo que es normal que todo el mundo tenga dudas... que se cuestione
por qué ha elegido una cosa en lugar de otra. Una de las monjas mayores decía
siempre que Dios, en su infinita sabiduría, siempre te dirá lo que desea de ti.
Sólo tienes que ser... tienes que tener valor suficiente para escucharlo.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Se miraron a los ojos y pasaron varios segundos antes de que la religiosa se


inclinara rápidamente ante la medievalista.

—Por favor, discúlpeme, Gwen. Tengo... tengo que acudir al oficio de las tres.
Que Dios... que Dios la acompañe.

La monja se dirigió a la parte delantera de la pequeña biblioteca y se giró


apresuradamente para inclinarse ante la rubia antes de desaparecer por el
pasillo. Gwen dejó su mano donde la monja le había tocado el brazo, con la
mirada fija en la puerta donde la mujer había estado segundos antes. ¿Esto...
esto está ocurriendo de verdad? ¿Me estoy volviendo loca? ¿De verdad acabo de
ver eso en sus ojos? ¿O es que lo deseaba tanto que veo algo que en realidad no
existe? ¿Es... es posible que sientas algo por mí? ¿Y qué se supone que debo hacer
yo al respecto, si es que debo hacer algo?

Esa misma noche, más tarde, Abadía de Santa María d'Ormarc, Ormarc,
Francia

Esa noche no pudo dormir y se quedó mirando las sombras que bailaban por el
techo de la celda, con un torbellino de preguntas y dudas en la cabeza. Se sentó
y se acercó las rodillas al pecho. Sus manos acariciaron los lazos que tenía
debajo de la barbilla; recorrió despacio el cordón de tela hasta llegar al ceñido
gorro de dormir que le cubría la cabeza y sus dedos se toparon con algunos
mechones de pelo corto y oscuro que se escapaban por debajo del paño blanco.
Se volvió y miró fijamente el crucifijo que colgaba en la pared encima de su
cama.

Una sorda punzada de dolor —la presión de lágrimas no derramadas, de la duda


y la confusión— le atravesó el pecho. Era como si alguien le hubiera clavado una
lanza: esa curiosa mezcla de calidez y frío que le salía del corazón, esa extraña
presión que le recorría los dedos y la cabeza. Cerró los ojos, queriendo que el

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

dolor cesara. Quería gritar, maldecir su propia debilidad, denostar a Dios y


bloquear e ignorar la creciente duda que le invadía la mente. Sabía que tenía que
hacerle frente, fueran cuales fuesen las consecuencias. Pero se sentía furiosa e
insegura... aterrorizada de poder perder todo lo que le importaba.

La voz de Gwen resonó en su cabeza: "Y... ¿todavía tiene dudas? ¿O está segura
de que esto es lo suyo... su camino? ¿De que esto es lo que debía ser en la vida?"
Su propia voz contestó como una burla: "Creo... creo que es normal que todo el
mundo tenga dudas... que se cuestione por qué ha elegido una cosa en lugar de
otra... Una de las monjas mayores decía siempre que Dios, en su infinita
sabiduría, siempre te dirá lo que desea de ti. Sólo tienes que ser... tienes que tener
valor suficiente para escucharlo".

Abrió los ojos, fijando la mirada en la cruz de madera. ¿Por qué? ¿POR QUÉ? Te
he entregado mi vida. Te he entregado mi alma, he llevado todas las cargas sin
vacilar y lo he soportado todo por ti... La... la... la AMO. ¿Es eso lo que deseas de
mí? ¿Es eso lo que quieres oír? Tú dijiste: Quis vult post me sequi deneget se ipsum
et tollat crucem suam et sequatur me. ¿Es esto una prueba? ¿Y si me equivoco? La
perdería a ella y te perdería a ti. Y no sé si puedo soportar ninguna de las dos
cosas...

Varios días después, Abadía de Santa María d'Ormarc, Ormarc, Francia

La medievalista se paró en seco y se volvió para mirar a la mujer alta que iba
detrás de ella. La monja sujetaba un farol en la mano izquierda que iluminaba
sus rasgos con una luz tenue, mientras que el resto de su figura se fundía con el
oscuro almacén.

—Patos —dijo en voz baja al avanzar en la oscuridad. Apretó con más fuerza la
linterna que llevaba en la mano sin dejar de mirar hacia delante, preguntándose
cómo habían acabado hablando de esto.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—¿Patos? —repitió la monja en voz baja.

—Y conejos —dijo la rubia apagadamente.

La monja sonrió.

—¿Sólo conejos y patos o tiene otras fobias que debería conocer?

Gwen suspiró y meneó la cabeza.

—Y yo que creía que las monjas eran la encarnación de la dulzura y la luz.

Sor Agustín se echó a reír.

—Evidentemente, no fue usted a un colegio católico cuando era pequeña,


¿verdad, Gwen?

La medievalista se rió entre dientes y siguió avanzando hasta el otro extremo de


la habitación. Se detuvieron ante una gran puerta de madera y la monja sacó un
juego de llaves de las profundidades de su negro hábito. La medievalista cerró los
ojos cuando el paño del hábito de sor Agustín le rozó los brazos al echarse hacia
atrás para dejarle sitio a la monja para que abriera los sótanos de la abadía.
Abrió los ojos cuando oyó un leve chasquido y la puerta se abrió chirriando; alzó
los ojos para encontrarse con la mirada tranquila y reposada de sor Agustín.

La cabeza velada se inclinó hacia la puerta abierta al tiempo que la monja


alargaba la mano indicando la negra oscuridad que había al otro lado del umbral
de madera.

—Por aquí.

Habían pasado varias horas desde que entraron en los sótanos de la abadía. La
excursión había transcurrido sin incidentes: fueron entrando en una cámara de
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

almacenaje tras otra y no encontraron nada más que unas cuantas estancias en
las que había varios barriles de roble llenos de vino o raíces. Gwen estaba a
punto de darse totalmente por vencida y se dirigía hacia las dependencias
superiores de la abadía cuando advirtió una antigua puerta en una de las
estancias vacías. No tenía cerrojo, pero las dos tuvieron que unir sus esfuerzos
para lograr que la gran puerta de madera y hierro reforzado se abriera.

Ahora estaba en el umbral del pasadizo, con la linterna en una mano mientras
miraba el interior del túnel.

—Parece excavado en la roca. Supongo que no sabrá a dónde conduce, ¿verdad,


hermana? —Se volvió cuando la monja alargó la mano para tocar la áspera
superficie del pasadizo.

Se miraron a los ojos cuando la monja hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No. Dudo de que haya venido alguien por aquí desde hace mucho tiempo.
Estoy casi segura de que nadie de la abadía sabe siquiera que existe este túnel.
—Metió el farol en la oscuridad, apartando los ojos de la cara alzada de la
medievalista para mirar el túnel—. ¿Desea seguir adelante? ¿Ver a dónde
conduce?

Gwen se apoyó en la puerta de madera y sonrió.

—Eso es como preguntarle a Hitler si deseaba invadir Polonia.

La monja se rió suavemente al tiempo que se daba la vuelta para mirar el


almacén vacío.

—Pues creo que será mejor que busquemos algo para mantener la puerta abierta
mientras exploramos el túnel.

La medievalista asintió ligeramente.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Buena idea. Creo que he visto unas cajas en una de las otras habitaciones.

El túnel se alargaba ante ella y el rayo blanco de su vieja linterna servía de poco
contra la oscuridad que había más allá del círculo de luz que les proporcionaba
el farol de sor Agustín. Llevaban recorridos, creía, unos dos kilómetros, tal vez
tres, por el pequeño túnel, que tenía unos dos metros de alto y en el que cabía
cómodamente una persona. Gwen miró rápidamente hacia atrás, vislumbrando
el hábito de sor Agustín, a pocos pasos detrás de ella, con un viejo farol en la
mano izquierda.

—¿Está usted bien, hermana?

La monja asintió.

—Sí, estoy bien. ¿Ve algo ahí delante?

La medievalista volvió la vista al túnel al tiempo que movía el rayo de la linterna


en un semiarco.

—No... creo... ¡un momento! Creo que veo algo que brilla a pocos metros de aquí.

Las dos mujeres avanzaron despacio hasta el final del pasadizo.

—Otra puerta. —Gwen palpó con las manos la puerta de madera y hierro
reforzado—. No me parece que esté cerrada con llave, sólo atascada como la otra.
—Miró hacia atrás y vio que la monja colocaba el farol en el suelo como a medio
metro de donde estaban—. Está bien —dijo en voz baja, metiéndose la linterna
en un bolsillo del pantalón.

—¿Podemos agarrar algo para empujarla y abrirla?

—Sí, creo que es igual que la otra puerta.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Varios minutos después, la puerta de madera fue cediendo despacio y Gwen se


apresuró a sacarse la linterna del bolsillo.

—Espere, déjeme.

Gwen sintió una ligera caricia en el hombro cuando sor Agustín la echó
amablemente a un lado. El farol colgaba de los dedos de la monja y su llama
creaba sombras en el suelo de la estancia.

—Es una especie de cámara. —La voz de Gwen reverberó en la oscuridad del otro
lado al tiempo que encendía la linterna. La luz tocó una lisa pared de piedra. La
estancia tenía unos cuatro metros y medio de lado a lado, era semicircular y
estaba bordeada de columnas talladas. Un altar de piedra, de unos sesenta
centímetros de fondo, se alzaba pegado a la pared del fondo de la cámara—.
Busque cualquier tipo de marca en las paredes, hermana. Yo comprobaré el
altar.

La monja asintió y se puso a recorrer la cámara, mientras Gwen inspeccionaba la


mesa de piedra.

—No he encontrado ninguna marca. —Sor Agustín se acercó a Gwen junto al


altar—. No parece haber otra forma de entrar o salir de esta estancia salvo por el
túnel por el que hemos venido. ¿Para qué cree que se usaba esta sala? ¿Por
qué...? —La monja enarcó una ceja detrás del griñón cuando Gwen extendió los
brazos sobre el altar—. ¿Qué hace?

La medievalista meneó la cabeza con cansancio.

—Pensé que había algo escrito en la superficie del mismo altar, pero... Esto debe
de ser lo que sintió Geraldo Rivera cuando abrió la cámara acorazada de Al
Capone. Al menos yo no salgo en directo por televisión ante un público de
millones de personas. —Paseó la mirada por la cámara vacía—. Supongo que
esta estancia no está muy dispuesta a revelar ningún secreto.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La monja arqueó una ceja tras el hábito, sin comprender la referencia. Estuvo a
punto de preguntarle a la medievalista qué tenía que ver un gángster de la era de
la Depresión con el descubrimiento de la estancia subterránea, pero decidió que
probablemente la rubia tardaría demasiado en explicárselo. Decidió no hacer
caso del comentario y echó una larga mirada a las paredes de piedra.

—Es un sitio poco común para poner un altar, ¿no cree? —La monja rodeó la
gran mesa de piedra. Sus manos tocaban ligeramente la piedra de color
rosáceo—. Es una obra preciosa.

Sor Agustín se quedó delante de la columna que sostenía la superficie plana del
altar.

Gwen se puso a dar vueltas por la cámara. Al mirar la estancia vacía, se echó a
reír suavemente. Se encontró con la mirada curiosa de la monja.

—¿Sabe, hermana? Me sentía tan defraudada por no haber encontrado ninguna


pista importante sobre la trovadora Na Gabrielle que no me había dado cuenta
de lo que sí hemos encontrado. —La medievalista estiró los brazos, como si
intentara abrazar la cámara de piedra—. ¡Mire lo que hemos encontrado! Es un
trozo importantísimo de nada, ¿verdad?

La religiosa guardó silencio. Sus ojos siguieron a la medievalista mientras ésta se


dirigía a la entrada de la cámara. Gwen volvió donde estaba la monja. En la
mano, llevaba un gran sobre marrón que había sacado de su mochila. Se sentó
al lado de la monja y sacó varios papeles cuidadosamente doblados y un montón
de fotografías.

—Éstas son copias de planos de Ormarc —dijo, desplegando varios papeles y


colocándolos en el suelo—. Éste es un plano moderno, ésta es una copia de uno
que encontré en el Registro y que data de aproximadamente el 1700 y ésta
última es una copia de un plano de Ormarc que tenía doña Thisbe y que es de
aproximadamente el 1300. —Gwen señaló el montoncito de fotografías—.
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Después de sacar esas fotos de Ormarc hace unas semanas, empecé a dibujar mi
propio plano a grandes rasgos. Supongo que se podría decir que estoy intentando
imaginar dónde habría estado situada nuestra misteriosa catedral.

La medievalista se puso de rodillas y empezó a organizar las fotografías.

—Habría sido mucho mejor si hubiéramos sacado fotos aéreas de la zona, pero sí
que me he hecho una idea de dónde habría estado la catedral. —Señaló los
planos extendidos en el suelo de la cámara—. Aquí es donde se encuentra la
abadía y, como puede ver, el plano del Registro situaba los terrenos del convento
más o menos en la misma zona... está prácticamente en el centro y a un lado
está el pueblo, mientras que al otro lado están el castillo y las montañas.

La medievalista señaló otro dibujo.

—Sin embargo, si mira el plano de doña Thisbe —dijo, moviéndose para que la
monja pudiera ver la hoja iluminada—, parece haber otro edificio donde debería
estar la abadía. —Los dedos de Gwen se movieron por el dibujo—. Esto —dijo
indicando un grupo de cuadrados—, esta zona de aquí a la derecha está
señalada en este plano como los terrenos de la catedral. —Levantó los ojos y se
encontró con la mirada de la monja.

—¿Así que piensa que esta cámara podría ser lo único que queda de nuestra
misteriosa catedral? ¿Que fue destruida y Santa María se construyó sobre los
restos? —preguntó sor Agustín, arrodillándose para mirar los planos más de
cerca.

La medievalista asintió.

—No estoy muy segura, pero es posible... He estado repasando las historias
sobre las inquisiciones que hubo en Occitania, en Languedoc, hacia 1300. Por lo
que he leído, en Ormarc había poca o ninguna actividad cátara... tal vez una o
dos familias, pero nada a gran escala. Nada que hubiera justificado una invasión

96
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

de los franceses, por lo que mi razonamiento de que la catedral fue destruida por
un ejército invasor puede que no sean más que conjeturas y fantasías por mi
parte. Lo más probable es que Ormarc quedara absorbido en el sistema francés
con poca o ninguna violencia cuando ciudades más importantes como Toulouse
quedaron por fin sometidas y dominadas por las fuerzas del norte.

Gwen se puso a recoger los materiales esparcidos por el suelo de la estancia.

—Pero aquí hubo un asedio —respondió la monja—. Está en las historias locales.
Todos los niños que han nacido aquí se saben la historia. La gente de este pueblo
luchó con uñas y dientes contra los barones del norte, pero el pueblo acabó
sometido. Fueron derrotados y se rindieron a las tropas francesas. Dicen que
murieron cientos, tal vez miles de personas. Ormarc casi desapareció del mapa.

Gwen soltó un suspiro.

—Ojalá tuviéramos algún tipo de registro escrito, que no sea el texto de


Alexandra, sobre lo que ocurrió aquí. —Se encogió de hombros indecisa—.
Supongo que no sería muy descabellado especular que la Guerra de los Cien
Años pudo haber causado la destrucción de la catedral, pero... no se menciona
en ningún sitio. Se podría pensar que algún escriba curioso en alguna parte
advertiría la desaparición de un edificio tan prominente. Pues no. Nada. Ni una
triste palabra. Y encima está esto. —La medievalista levantó las manos hacia el
techo de la cámara—. Sea lo que sea, además de ese documento legal en el que
se pide permiso al obispado de Toulouse para construir una catedral en Ormarc.
—Gwen se puso de pie y se dirigió hacia su mochila, con una sonrisa en la
cara—. ¿Me echaría en cara que pensara que aquí hay algo más?

Sor Agustín negó con la cabeza y se volvió para contemplar el altar que tenía
delante. Sus dedos acariciaron la piedra.

—No, no le echaría en cara su curiosidad. De hecho, yo... —Los rasgos de la


monja se llenaron de confusión y se acercó más a la columna de piedra que
97
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

sostenía el altar—. Gwen, páseme su linterna. Creo que hay algo tallado en este
pedestal. —La monja se arrodilló ante el altar. Movió la mano por la columna
central.

Gwen se arrodilló junto a la monja, con la linterna en la mano.

—¿Dónde? Yo no veo nada.

Sor Agustín agarró la mano libre de la medievalista y la llevó al punto donde su


propia mano tocaba la piedra.

—Aquí. ¿Lo nota?

Los dedos de Gwen se entrelazaron un instante con los de la monja al entrar en


contacto con la superficie tallada de la columna. Tragó saliva audiblemente, con
el pulso desbocado cuando las yemas de sus dedos acariciaron suavemente la
piel de sor Agustín.

—Sí... ¿Letras, tal vez?

Pasaron unos minutos en silencio mientras los dedos de Gwen recorrían la


superficie grabada. Frunció el ceño pensativa.

—Tome, sujete la linterna. Voy a coger una cosa de mi mochila.

La rubia se puso de pie, agarró el farol de la monja y se dirigió a la mochila que


había dejado junto a la entrada de la cámara. Momentos después, regresó con
un viejo cuaderno de notas negro, un lápiz y una cámara. Sor Agustín echó una
mirada de curiosidad a la medievalista mientras ésta abría el diario y sacaba una
hoja doblada del color del papel de cera. Gwen se arrodilló junto a la monja.
Cogió la mano de ésta y la volvió a colocar en la base del altar.

98
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Creo que tenía usted razón, hermana. Sea lo que sea, sobresale del resto de la
columna, como una especie de escultura en bajorrelieve. Parece cubrir toda la
columna desde donde sostiene la piedra del altar hasta el suelo y ahí termina.

Gwen abrió el cuaderno negro una vez más y se puso a garabatear a toda prisa.

—Estoy dibujando la posición del altar con respecto a la puerta y luego haré
fotografías de la zona y del altar —explicó—. Y voy a usar ese papel, —la
medievalista señaló el papel de calco tan bien doblado que tenía delante—, para
hacer un calco de la inscripción o lo que sea —comentó señalando la columna
tallada que sostenía el altar.

La monja observó la columna mientras Gwen terminaba de dibujar un boceto de


la cámara.

—No me parece que sean letras. Parece más un... un dibujo. —Se volvió para
mirar a la medievalista, que estaba sentada en el suelo delante del altar—. ¿Una
escultura en bajorrelieve, como dijo usted antes?

Gwen se acercó. Alargó los dedos y rozó la superficie de la piedra.

—Si es algún tipo de imagen, parece un sitio muy raro para ponerla. La talla
parece escondida deliberadamente... si no se mira desde el ángulo correcto, ni se
ve. Sé que cuesta darse cuenta con esta luz, pero estoy segura de que si
tuviéramos la iluminación adecuada, esto sería imposible de ver. Hay que saber
que está ahí. —Suspiró suavemente y cogió la cámara—. Espero que la fotografía
y el calco nos ayuden a ver los detalles un poco mejor.

Varios días después, Posada L'Occitan, Ormarc, Francia

Contempló la fotografía que tenía en el pequeño escritorio, recorriendo con los


ojos las formas espectrales de dos figuras de pie ante un gran árbol, con un

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

grupo de hombres y mujeres detrás y un castillo que dominaba el fondo. Era una
escena pastoral, como tantas que había visto en innumerables tapices y
manuscritos iluminados que había estudiado a lo largo de los años. Las dos
figuras principales eran un hombre y una mujer (suponía, por lo que conseguía
distinguir en la fotografía) ataviados con trajes ricos y ornamentados. Estaban
cogidos de la mano. Su vista pasó al calco de esa misma escena y por fin se
detuvo en su propio dibujo de la talla que sor Agustín y ella habían descubierto
debajo de los terrenos de la abadía pocos días antes. Casi había terminado el
dibujo. Había pasado varias horas en los cuatro últimos días haciendo un
meticuloso dibujo de la talla. La mañana ya estaba muy avanzada y se había
saltado el desayuno que ofrecían los amables dueños de la pequeña posada,
optando por terminar su trabajo. Iba a recoger a sor Agustín dentro de unas
horas y las dos irían al castillo para reunirse con doña Thisbe.

Sacó otra fotografía que estaba metida en su diario. Era la foto de sor Agustín.
Los dedos de Gwen acariciaron la imagen, siguiendo la línea de la cara y el pelo
de la mujer. Suspiró. ¿Qué estoy haciendo? Unos golpes en la puerta la
sobresaltaron y guardó a toda prisa la fotografía en un cajón de la cómoda
cercana.

Se esperaba recibir en la puerta la cara alegre y agradablemente rellena de la


dueña de la pequeña posada, Madame Jehannot, haciéndole saber que si había
cambiado de opinión sobre el desayuno, habría queso, manzanas y pan (con el
olor a las aromáticas hierbas que crecían en las colinas cercanas) en las cocinas.
En cambio, se encontró cara a cara con sor Agustín, que traía una bandeja llena
de los mencionados artículos, además de café, leche, agua, un buen pedazo de
mantequilla amarilla y un pequeño recipiente de mermelada de albaricoque. Se
quedó allí, con la puerta de su habitación entreabierta y una expresión de
sorpresa y confusión en la cara.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Hola —dijo aturdida, apoyándose en el marco de la puerta, con el estómago


repentinamente encogido de nervios (o hambre, no sabía muy bien cuál de las
dos cosas).

Sor Agustín sonrió alegremente.

—Hola. Espero no molestarla. —La monja señaló con la cabeza velada la bandeja
que tenía en las manos—. Hoy he acompañado a algunas hermanas al mercado y
se me ocurrió pasarme a verla antes de que vayamos al castillo esta tarde.
Madame Jehannot se ha empeñado en que me suba una bandeja. Dijo que no ha
comido.

Gwen salió de su estado de estupor y cogió la bandeja de comida.

—Oh, claro. Gracias, hermana. Por favor, pase. Deje... deje que coja esto por
usted.

Se dirigió al pequeño escritorio, dándose cuenta demasiado tarde de que no


había sitio para poner la bandeja entre la pila de libros, papeles sueltos, planos y
el portátil.

La monja se rió suavemente.

—Espere, deje —dijo al tiempo que se ponía a ordenar el escritorio.

Gwen puso la bandeja en la mesa, haciendo un gesto a sor Agustín para que
tomara asiento en la cama cercana. Ella se sentó en la única silla que había en
la pequeña habitación.

—¿Quiere compartir la comida conmigo? —preguntó Gwen mirando la bandeja—.


Es demasiado para una persona sola.

La cabeza velada asintió, pero segundos después hizo un gesto negativo.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Por favor, hermana. Me... me siento algo tonta comiendo sola con usted ahí
sentada. ¿Tomará al menos una taza de café? —Sonrió, intentando con todas sus
fuerzas que la monja aceptara compartir una comida con ella.

—Bueno, está bien.

—¡Estupendo! —Gwen preparó un plato pequeño junto con el café. Le pasó las
cosas a la monja con una ligera sonrisa—. Bueno, ya que va a tomar café, he
creído que le gustaría tomar algo más.

Sor Agustín aceptó sin protestar el plato rebosante de fruta, queso y un generoso
pedazo de pan, y la cara de la medievalista se iluminó con una amplia sonrisa.
Pasaron unos minutos en agradable silencio mientras las dos mujeres comían.

—Bueno, ¿y siempre acompaña usted a las demás al pueblo en día de mercado?

Gwen miró el pequeño plato de comida que estaba en el escritorio cerca de la


monja. No lo había tocado, salvo por un trozo de manzana que la monja había
mordisqueado mientras la medievalista atacaba su propia comida.

La monja hizo un gesto negativo con la cabeza, apartándose la taza de los labios.

—Sólo cuando necesitan que alguien cargue con las cestas más pesadas de fruta
y verdura. —Sonrió—. En realidad, hay otra razón por la que he decidido
pasarme a verla. Esta mañana ha llegado la información de la Universidad de
Toulouse-Le Mirail y he pensado que le gustaría verla lo antes posible.

Sor Agustín se metió la mano en un bolsillo de su voluminoso hábito, sacó un


sobre y se lo entregó a la rubia.

—Caramba, qué deprisa. Cuando dijo usted que tenía contactos en la


universidad, lo decía en serio.

—Estudié allí unos años y trabajé en la biblioteca mientras estudiaba.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Gwen asintió.

—Recuerdo que la abadesa me dijo que usted se había hecho cargo de la


administración de la biblioteca de la abadía poco después de terminar sus
estudios.

En la cara de la medievalista se dibujó una sonrisa pícara mientras observaba a


la monja desde detrás del muro de papel que tenía en las manos.

La monja arqueó una ceja por debajo de la capucha de su hábito.

—¿Qué?

Gwen sacudió la cabeza.

—Nada, mi imaginación calenturienta.

—¿Y no me va a dar la oportunidad de negarlo o incluso de confirmarlo si lo que


imagina es correcto?

La medievalista se echó a reír, mirando a la mujer sentada al pie de su cama. La


monja parecía relajada y totalmente a gusto entre las paredes de la pequeña
posada, a pesar de la extraña yuxtaposición de su figura cubierta por el hábito
en el entorno bastante vulgar pero mundano de la habitación de Gwen.

—De repente me estoy imaginando a la sor Imelda de Edna O'Brien... La


protagonista que se pregunta si la hermana tuvo un efímero romance con
alguien en la universidad antes de profesar.

La monja le devolvió la sonrisa.

—Yo profesé antes de ir a Le Mirail.

—¿Y el efímero romance que la perseguiría durante el resto de sus días?

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Del mismo modo que tú me perseguirás durante el resto de mis días, sor Agustín
de Ormarc... con romance o sin él.

La monja tomó aliento con fuerza, súbitamente envalentonada por la idea de que
nunca volvería a estar a solas con Gwen de esta manera. Tenía el corazón
desbocado y sintió que los próximos minutos iban a cambiar el curso de su vida.

—La verdad es que nunca lo pensé demasiado. El amor romántico era una de las
cosas a las que tenías que renunciar, abandonar... Nunca... nunca me lo he
planteado, nunca lo he pensado demasiado hasta... hasta que... —Sor Agustín
sacudió la cabeza, se levantó y miró por la pequeña ventana de la habitación de
Gwen.

Gwen se levantó también y se acercó despacio a la religiosa. Puso una mano con
delicadeza en el centro de la espalda de la monja.

—Hermana, lo siento. No quería tomarle el pelo, de verdad. Si le sirve de


consuelo, siempre puede hacer lo que hacía Lilla...

La monja se volvió para mirar a la rubia. La cara de sor Agustín estaba llena de
curiosidad y habló con voz suave.

—¿Y qué hacía?

—Me daba un capón y me decía que era una idiota.

En el rostro de la monja se dibujó una dulce sonrisa mientras alargaba una


mano temblorosa hacia la cara de la rubia. Los dedos de la monja rozaron la
boca de Gwen y su cara se acercó a la de la medievalista. Sus ojos se clavaron en
los de la rubia y su voz apenas era un susurro.

—Brangein Gwenhwyfar Morrison... —Su aliento revoloteó sobre los labios de la


mujer más baja—. Eres una idiota —murmuró en voz baja antes de que su boca
se posara sobre la de Gwen.
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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

No sabía qué era lo que la había poseído, qué era lo que le había dado valor —ya
fuera la sensación de posibilidad ilimitada, de libertad, que la habitación de la
posada parecía encarnar o la amable burla de Gwen y todo lo que implicaba—
pero ahora que estaba sentada en el asiento del pasajero del coche de la
medievalista mientras avanzaba hacia el inmenso castillo, se sentía nerviosa e
insegura de sí misma. Fuera lo que fuese lo que la había impulsado a la osada
acción de besar a la mujer que ahora estaba sentada a su lado, había huido de
su cuerpo en cuanto dejaron los confines de la habitación de Gwen. Sus
sentimientos por la medievalista seguían siendo los mismos. De hecho, se
reconoció a sí misma mientras miraba de reojo a la rubia, habían adquirido una
nueva dimensión. Jamás en su vida pensó que un simple beso pudiera afectarla
como lo había hecho... la extraña intensidad, la curiosa mezcla de lánguida
calidez y consciencia total que se apoderó de su cuerpo al sentir la suavidad de
la boca de Gwen apretada contra la suya. Se dio cuenta con deleite y
desesperación de que podría vivir literalmente a base de esa sensación, recrearse
en ese momento durante el resto de su vida, y que sería suficiente. Tendrá que
ser suficiente, pensó con tristeza. Otra idea, una regla, una advertencia a los
novicios, tanto sacerdotes como monjas, se cernía sobre su mente: Reprime las
amistades particulares y huye de ellas como de una plaga mortal. Un efímero
romance, había dicho Gwen. Sor Agustín, sentada en silencio en el coche de la
medievalista mientras éste corría por los campos franceses, se dio cuenta ahora
de lo proféticas que iban a ser esas palabras de broma que había dicho la
medievalista antes de su beso.

También Gwen sentía esa misma sensación de incomodidad y tenía la cabeza


atestada de ideas contradictorias sobre lo que iba a pasar ahora que había
ocurrido esto entre ellas. Por detrás de su vena romántica, en el fondo era muy
pragmática, y el sobresalto salvaje, increíble, maravilloso de la boca de la monja
moviéndose sobre la suya fue dando paso despacio a la pregunta de ¿qué va a

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

pasar ahora que sabemos que sentimos esto la una por la otra? No lo sabía y se
concentró en conducir el coche por las curvas de la pequeña carretera que
atravesaba los campos llenos de flores de lavanda, herbes de Provence y ovejas.
Sus pensamientos regresaron al momento después del beso.

Apartó la cabeza de la religiosa, segura de que su cara reflejaba la sorpresa, el


sobresalto y el deleite que veía en el rostro de sor Agustín. Sonrió.

—Esto es mucho más eficaz que lo que hace Lilla.

La monja se echó a reír y el momento extraño y tenso que se había producido


segundos después de que sus labios se separaran, se disolvió.

—Tienes un sentido del humor rarísimo.

Sintió los dedos de sor Agustín que dibujaban suavemente su boca; la religiosa
tenía una expresión en la cara de maravilla, turbación y cierto pesar.

—No... no sé qué me ha llevado a besarte, Gwen. Yo...

Ella sacudió la cabeza.

—Por favor, hermana. —Sonrió dulcemente—. Eres mucho más valiente de lo que
yo sería jamás. —Se echó a reír de repente, sintiendo un calor vertiginoso que se
extendía por su cuerpo—. ¿Te das cuenta de que ni siquiera sé cómo te llamas de
verdad?

La cabeza velada se acercó.

—Me llamo Alexandra —susurró la monja antes de que su boca volviera juntarse
con la de la medievalista.

Los ojos de Gwen reflejaron su sorpresa. Alexandra. No puede ser una


coincidencia, ¿verdad? El nombre se apoderó de su cerebro, intrigando a su

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

intelecto y haciendo que pusiera en duda su propia cordura, al tiempo que sus
sentidos se veían bombardeados por la abrumadora presencia de la otra mujer: el
tacto del áspero hábito de lana entre sus dedos, el persistente olor a lavanda que
envolvía a la religiosa y el aroma a café de achicoria y manzanas que seguía en la
boca de sor Agustín mezclado con el sabor único de la monja le producían cierta
sensación de delirio.

La alarma que Gwen había puesto para recordarle su cita con doña Thisbe sonó
momentos después de su segundo beso, haciendo que las dos se dieran cuenta
con un estremecimiento de que había un mundo fuera de la pequeña habitación. Se
apartaron la una de los brazos de la otra con una mezcla de pesar y alivio.

A pesar de que Gwen se había dado cuenta de lo que sentía por la enigmática
monja hacía ya varios meses, sabía que no eran más que ensoñaciones
románticas, teóricas, una vaga fantasía. La realidad de la situación, el
reconocimiento de la misma por parte de las dos, parecía algo más escurridizo,
más delicado, más complicado de lo que había imaginado. No es que yo sea una
novata en materia de relaciones, pero con esto me siento desbordada. Me pregunto
cómo lo está llevando ella. Los ojos de la medievalista se posaron en la mujer
sentada a su lado. Una cosa es suspirar por tu dama, colocarla en un pedestal
inalcanzable, pero otra muy distinta es tenerla a tu lado en el suelo y enfrentarte
al mundo, ¿verdad, Morrison? El coche se detuvo delante del castillo
transformado en hotel. Y menudo mundo al que tienes que hacer frente.

Doña Thisbe recibió a las dos mujeres en la recepción del edificio del hotel con
sincera amabilidad. La noble había conseguido los planos del castillo-hotel
renovado y empezó a indicar la disposición del castillo a la monja y la
medievalista. Gwen sacó un gran sobre marrón de la mochila que llevaba y
colocó las fotografías y el dibujo delante de la mujer mayor.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—¿Le resulta esto conocido, doña Thisbe?

Las elegantes cejas castaño rojizas se fruncieron pensativas mientras la noble


examinaba los objetos que la medievalista había colocado en la pequeña mesa en
torno a la cual estaban agrupadas. Gwen se puso a explicar cómo y dónde
habían descubierto la talla. Doña Thisbe guardó silencio, asintiendo de vez en
cuando mientras la rubia seguía hablando.

—Debo decir que todo lo que me ha contado me sorprende mucho. La historia


antigua de este valle y de mi familia se ha perdido por completo a lo largo de los
siglos. Tenemos un nombre de lugar aquí, un pariente allá, pero poca cosa más.

La medievalista asintió.

—Pues no puedo prometerle más de lo que ya le he dicho, doña Thisbe. Al


registrar este castillo puede que demos con más preguntas que respuestas.
Agradezco su generosidad y su buena disposición al permitirme escarbar en su
árbol genealógico. No... no mucha gente está dispuesta a algo así.

—Le aseguro, doctora Morrison, que es un absoluto placer. Y me alegro de que


sor Agustín se haya ofrecido a ayudarla también con su investigación. —Doña
Thisbe se volvió a la silenciosa monja—. Y me gustaría recordarle, hermana, que
la oferta sigue en pie y seguirá en el futuro.

Gwen alzó las cejas con curiosidad al tiempo que se volvía para mirar a sor
Agustín.

—¿Oferta?

La monja asintió.

—Sí. Se está construyendo un centro para albergar los libros, pergaminos y


demás objetos que se encuentran en la biblioteca de la abadía, así como en las

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

colecciones privadas de doña Thisbe. Me ha ofrecido la posibilidad de ayudar a


dirigir la biblioteca.

La noble sonrió.

—Como siempre, sor Agustín se muestra muy modesta, doctora. El puesto que le
he ofrecido es el de conservadora principal de las colecciones de manuscritos. El
puesto sigue siendo suyo, hermana, si lo desea.

Sor Agustín inclinó la cabeza en señal de reconocimiento.

—Gracias, doña Thisbe. Lo tendré presente.

La noble miró el dibujo de Gwen. Un dedo elegante siguió los trazos de la


fotografía que había al lado. Dio unos golpecitos en la foto con un esbelto dedo,
frunciendo las cejas.

—Esto me resulta familiar.

—¿Familiar?

—Sí, doctora. No la talla en sí, sino su dibujo. —Doña Thisbe cogió el dibujo de
Gwen, mirándolo más de cerca—. Cuando era niña, mi hermano y yo
explorábamos todos los rincones y recovecos de este castillo. Este dibujo me
recuerda algo que creo que vi hace ya tantos años. —La mujer mayor sacudió la
cabeza—. No sé muy bien dónde estaba... un tapiz o una talla en una pared o
una ilustración en un manuscrito, pero esta escena me resulta conocida.

Mientras la noble meditaba sobre el dibujo que tenía delante, la mirada de la


medievalista se posó en la monja. Gwen se estremeció al darse cuenta de que
casi podía leer los pensamientos que se le pasaban a la monja por la cabeza con
su breve mirada.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Doña Thisbe —dijo la rubia en voz baja, apartando los ojos de la mirada fija de
la monja—, se lo iba a pedir de todas formas, pero teniendo en cuenta lo que nos
acaba de decir, ¿le gustaría acompañarnos mientras exploramos el castillo? Tal
vez así le vendrá el recuerdo de dónde vio esa escena concreta.

—¿Por qué siempre acabo explorando sótanos oscuros? Es como una especie de
cliché extraño de una novela de misterio barata —se preguntó Gwen en voz alta,
de pie ante una larga escalera de piedra que llevaba a los niveles inferiores del
castillo.

Las dos mujeres que acompañaban a Gwen se echaron a reír. Doña Thisbe, que
estaba detrás de la monja, observó las profundidades inferiores.

—La verdad es que éstos no son los sótanos, doctora. Las zonas de los sótanos
están debajo de estas habitaciones.

Llegaron a los últimos escalones y entraron en una gran estancia llena de cajas
de embalaje. La noble señaló las docenas de cajas de madera que llenaban la
pared del fondo de la habitación.

—Poco antes de la guerra, se guardaron varias cosas: tapices, libros y otros


objetos. Casi todo, si no todo ello, está en esta habitación. Antes de que el
castillo se transformara en hotel, se añadieron más cajas a las que ya estaban
aquí. Estas cajas se tienen que catalogar para el Centro. El edificio mismo
debería estar terminado dentro de un año y también para entonces se debería
haber organizado la primera parte de las muestras y colecciones.

Gwen se quedó mirando las filas y filas de cajas de madera. Suspiró y se pasó
una mano por el pelo.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Así que lo que está diciendo es que las respuestas están en esta habitación, en
estas cajas. Es decir, ¿misterio resuelto?

—Sí y no.

La medievalista miró desconcertada a la noble de pelo castaño rojizo mientras


ésta se acercaba a un estante próximo lleno de carpetas. Pasaron varios minutos
mientras doña Thisbe repasaba numerosos archivos. Sacó varias carpetas y las
puso encima de una mesa cercana.

—Cada una de estas cajas está numerada y hay una carpeta en la que se detalla
el contenido de cada caja.

Una amplia sonrisa inundó la cara de Gwen al mirar las enormes cajas que
cubrían las paredes de la habitación.

—¿Entonces sólo se trata de buscar la carpeta correcta y casarla con la caja


correspondiente?

Sor Agustín abrió una de las polvorientas carpetas y miró la página.

—Puede que sea más complicado, Gwen. Mira esto. —La monja señaló varias
entradas mientras la medievalista miraba por encima de su hombro—. Algunas
de estas entradas no describen muy bien el contenido de las cajas mismas. Ésta,
por ejemplo: alfombras - 5, retratos - 3, lámpara - 1. —La monja miró las demás
páginas de la carpeta—. De hecho, parece que la mayoría de estas páginas no
contienen más que una lista de objetos. No hay descripciones concretas... sólo lo
que es y cuánto hay en esa caja en particular.

—¿Así que lo que dices es que es muy posible que las respuestas estén ahí, pero
que puede que tardemos toda la vida en encontrarlas?

—Sí, es una clara posibilidad.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Gwen suspiró suavemente, al tiempo que la embargaba una sensación de


profunda decepción al contemplar las grandes cajas.

—Sin embargo.

—Sin embargo —repitió Gwen.

—Hay cosas en las habitaciones de arriba, las habitaciones privadas. Esas


habitaciones no se han renovado, llevan años sin tocarse... Estoy segura de que
se encuentran en el mismo estado en el que estaban cuando yo era pequeña.

Las tres mujeres subieron trabajosamente por las escaleras que conducían a las
habitaciones superiores del complejo del castillo, con doña Thisbe a la cabeza. Al
final de una escalera de caracol, entraron en un gran recibidor que llevaba a
varias habitaciones más.

Gwen se peleó con su linterna mientras doña Thisbe abría la puerta de una de
las habitaciones.

—Debería haber un interruptor en algún sitio —dijo la noble, moviendo la mano


por el marco de la puerta—. En los años 20 se puso instalación eléctrica en todo
el castillo.

Segundos después, la oscuridad se llenó de la luz artificial de una lámpara que


colgaba en el centro de la habitación y se reflejaba en los muebles envueltos en
sábanas blancas y cubiertos por una ligera capa de polvo y telarañas. Las
mujeres avanzaron y emprendieron una titubeante exploración del contenido.

Doña Thisbe levantó la sábana de una mesilla.

—Casi todos los muebles, creo, son del siglo XVII, aunque sospecho que puede
haber también objetos más antiguos. —Dirigió la mirada hacia la rubia—. Las

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

habitaciones mismas son mucho más antiguas, por supuesto. Algunas se


ocuparon y se usaron hasta los años 30. Sin embargo, sí sé que estas
habitaciones no se han usado desde hace por lo menos cincuenta años.

Gwen asintió y se detuvo para mirar la repisa que había encima de una antigua
chimenea.

—¿La chimenea se ha renovado en algo?

—No, pero lleva mucho tiempo sin usarse. —La noble quitó otra sábana
polvorienta de un gran escritorio de madera—. Sólo una pequeña parte del
castillo está equipada con aire acondicionado y calefacción central. Casi todas
las antiguas chimeneas se siguen usando en algunas de las salas y las cocinas
más antiguas. —Se quedó mirando la mesa—. Doctora, sor Agustín, deberían
echar un vistazo a esto.

La superficie del escritorio estaba cubierta de pequeñas y elaboradas tallas de


taracea. Una de ellas contenía la misma escena que Gwen había descubierto en
la estancia subterránea.

—Sí. De esto recuerdo su talla, doctora —dijo doña Thisbe, pasando la mano por
la superficie del escritorio.

—¿Sabe de cuándo es este escritorio?

Gwen observó las figuras que cubrían la mesa. Varios paneles cubrían la
superficie de la madera. Cada panel contenía una escena en miniatura.

La noble negó con la cabeza.

—Puedo hacer que lo daten para determinar la edad. Pero se tardaría varias
semanas, doctora. Sé que usted se marcha a Estados Unidos dentro de dos días.

Sor Agustín pasó las manos por la superficie oscura de la mesa.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Es muy posible que estos paneles de encima sean más antiguos que el resto
del escritorio.

Gwen asintió.

—O que las tallas de taracea hayan sido copiadas de otro medio y convertidas en
esta mesa de escritorio. En cualquier caso, las escenas mismas parecen estar
relacionadas. —La medievalista señaló una parte del gran escritorio—. En este
panel vemos a un caballero montado a caballo. Al fondo se eleva una ciudad
amurallada. Y miren aquí. —La rubia señaló una parte de los paneles—. Parece
que hay una brecha en la muralla y otros soldados están entrando en la ciudad.

Sor Agustín señaló otra talla.

—Y esto parece una especie de cortejo fúnebre.

Gwen asintió.

—Quien sea que estén enterrando, debe de haber sido importante. Los que están
en primer plano son claramente nobles y por detrás parece que ondean banderas
reales.

La noble señaló la escena central de la mesa de madera.

—¿Y esto? Una escena extraña, ¿no les parece? Parece casi fuera de lugar.
¿Cómo la interpreta usted, doctora?

Gwen miró atentamente la extraña escena. Hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No... no lo sé. Esta figura de aquí es claramente una noble, por cómo va
vestida. Lleva algo que parecen tijeras. La otra figura va vestida como un
caballero y parece que la noble le está cortando el pelo. —La medievalista levantó
la mirada y vio la expresión desconcertada de sus acompañantes—. No tengo ni

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

idea de por qué una imagen tan incongruente se presenta como el motivo central
de todo este panel tallado, ni de qué puede querer decir.

Varias horas después

Estaban sentadas al borde del pequeño bosquecillo que había en uno de los
campos de los terrenos de la abadía. Gwen había desplegado una manta que
había llevado en su mochila. Las dos mujeres estaban sentadas contemplando el
cielo, que iba pasando del naranja apagado del atardecer al azul oscuro del
ocaso. Se quedaron en silencio cuando las estrellas empezaron a salpicar el cielo.

Gwen suspiró de repente y se tumbó en la manta, cerrando los ojos cuando el


cansancio de las actividades del día se apoderó por fin de ella.

Sor Agustín estaba apoyada en el árbol junto al que habían instalado su


campamento improvisado. Sus ojos se posaron en la medievalista.

—Eso debe de ser incomodísimo.

—No está mal, la verdad, especialmente si no te importa tener piedrecitas de


almohada. —Una ligera sonrisa cubrió los tranquilos rasgos de la rubia—. No me
molesta.

La monja se estiró y se dio una ligeras palmaditas en un muslo cubierto de


negro.

—Pues al verte ahí tumbada, me siento yo incómoda. Preferiría que usaras mis
piernas como almohada.

La medievalista abrió los ojos y miró a la mujer sentada a un metro de distancia


de ella.

—¿Estás segura? Lo de las piedrecitas era broma.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La monja asintió imperceptiblemente.

—Considéralo mi buena acción del día. Es decir, a menos que te parezca


inapropiado...

Gwen se sentó, dudando un momento antes de apoyar la cabeza en la pierna de


la monja.

—Gracias, Alexandra.

—De nada.

Gwen contempló el cielo nocturno. Frunció el ceño.

—¿Por qué he esperado hasta dos días antes de volver a casa para hacer esto? —
Observó la cara de la monja mientras ésta miraba los campos—. No hay una
regla que prohiba dormir al raso, ¿verdad? ¿Algo como "No estarás cómoda
mientras yaces en un campo de flores a la luz de la luna"? Si la hay, a lo mejor
podemos enviar una solicitud para que suspendan esa regla por hoy. Escribir a
lo mejor un informe y mandarlo por paloma mensajera. Teniendo en cuenta el
día que hemos pasado, creo que nos lo merecemos, ¿no te parece? —La rubia
sonrió mientras sus ojos recorrían el perfil erguido de la monja. Cerró los ojos—.
Supongo que el día... el año... no ha sido una total pérdida de tiempo. Hemos
conseguido sacar del olvido el poema épico perdido de Gabrielle d'Ormarc.
Aunque no hayamos descubierto la verdad de lo que ocurrió con la catedral,
hemos obtenido una cantidad increíble de información valiosa. Hemos
recuperado una voz del pasado.

—¿Y eso compensa el no haber resuelto el misterio?

Gwen asintió.

—Sí. A la larga, creo que sí, curiosamente. Es suficiente.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La monja miró hacia abajo y contempló los relajados rasgos de la medievalista.


¿Y ahora qué pasa? ¿Te vuelves a Los Ángeles? ¿Tú de vuelta a tu vida y yo a la
mía? ¿Es eso lo que vamos a ser la una para la otra? ¿Un momento fugaz? ¿Una
voz del pasado? ¿Tu recuerdo tendrá que ser suficiente para mí? Sor Agustín
alargó una mano y la posó delicadamente sobre el pelo de Gwen, entrelazando
los dedos con los cortos mechones dorados. ¿Por qué cuando te miro, siento que
me he equivocado en todas las decisiones que he tomado en mi vida?

La medievalista abrió los ojos de golpe. Había un sutil cambio que se dejaba
sentir en la figura velada que tenía delante. Sor Agustín temblaba como si mil
diminutos terremotos le rompieran la piel. Gwen levantó la cabeza del regazo de
la monja.

—¿Alexandra? ¿Te ocurre algo?

La mano de la monja se movió por la barbilla de la medievalista, siguiendo


despacio con los dedos los rasgos de la mujer.

—Gwen, por favor, escúchame. Desde que nos quedamos atrapadas en esa
tormenta, me di cuenta de que tu amistad significaba mucho para mí... más
que... —La monja suspiró suavemente—. Quiero darte las gracias.

La medievalista cerró los ojos cuando una sensación de temor le inundó el


pecho. En su mente volvió a ver el beso que se habían dado en su habitación.

—¿Darme las gracias por qué?

Los dedos de sor Agustín delinearon los labios de Gwen.

—Quiero darte las gracias... por ser mi efímero romance.

Gwen negó ligeramente con la cabeza y en su voz se dejó oír la confusión.

—Alexandra, ¿qué es lo que intentas decir...?

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La monja atrajo la cara de la rubia hacia la suya; su labios se estrellaron contra


los de la otra mujer en un beso duro y desesperado. La cabeza velada se apartó
de repente y sus ojos buscaron los de la medievalista.

—Te amo —dijo en un susurro apresurado. Los dedos de sor Agustín se movieron
por la cara de Gwen como si la religiosa intentara memorizar al tacto los rasgos
de la medievalista.

Gwen agarró la mano de la monja y se llevó los nudillos de la mujer a los labios.

—Me amas —dijo con tono maravillado. Los dedos de la medievalista se


entrelazaron con los de la monja. En la cara de la rubia se dibujó una sonrisa
triste mientras miraba los largos y delicados dedos unidos a los suyos—. Pero no
puedes volver a Los Ángeles conmigo.

Sor Agustín buscó los ojos melancólicos de Gwen con los suyos.

—No, y las dos conocemos las razones. —La monja meneó ligeramente la
cabeza—. Soy monja. He hecho voto de servir a Dios y no es una carga que me
tome a la ligera. Te amo, pero no puedo apartarme sin más de lo que Dios ha
elegido para mí. Por favor, intenta comprenderlo, Gwen.

Gwen contempló los campos. Las estrellas titilaban en lo alto mientras salía la
luna y las bañaba en una red de luz plateada. Una suave brisa agitaba la hierba
seca y rozaba las hojas de los árboles que rodeaban la abadía. Los ojos de la
medievalista volvieron a la mujer que tenía delante. Respiró hondo.

—Creo que siempre lo he sabido, pero tenía la esperanza de que tal vez... —Se le
quebró la voz mientras su propia mano seguía los rasgos de la monja—. No te
olvidaré. —Volvió a contemplar la hierba iluminada por la luna—. ¿Te quedarás
conmigo esta noche, en este campo? Sólo quiero...

118
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Sin decir palabra, sor Agustín se reclinó contra el árbol y abrió los brazos para
recibir a la medievalista. Gwen se apoyó en la religiosa y el paño ondeante que
cubría los brazos de la monja envolvió su cuerpo. Notó que la barbilla de sor
Agustín se apoyaba en su hombro y el velo oscuro rozaba su corto cabello. Los
brazos de la monja rodearon la cintura de Gwen y sus manos entrelazadas se
posaron en el regazo de la medievalista.

Presente, aproximadamente un año y medio después, Los Ángeles,


California, EE.UU.

El sol ya había se había alzado por encima de los enormes edificios del centro de
Los Ángeles mientras conducía por Grand Avenue. Tras superar atascos de
tráfico y obras, aceleró calle abajo pasando ante solares vacíos y las viejas y en
tiempos atractivas fachadas de edificios de oficinas ahora medio vacíos. Su coche
se detuvo en la esquina de Jefferson con Grand. Observó la calle y torció a la
derecha por Jefferson. Pasó por debajo del paso superior de la autopista y divisó
el gigantesco cartel de neón del viejo gato de dibujos animados que se alzaba por
encima del concesionario de coches Felix en la esquina de Figueroa con
Jefferson. Buenos días, Félix. Dobló a la izquierda para meterse en el recinto de
la Universidad de Southern Cal.

Después de dejar el coche en el Aparcamiento P, se dirigió a pie hacia Taper Hall.


Todavía no eran las 8:00 de la mañana. Su primera clase empezaría a las 9:00.
Subió corriendo hasta el cuarto piso y entró en la sala de registro del
Departamento de Literatura Inglesa.

—Hola, Gwen.

Levantó la mirada y vio a Minya Hower, la secretaria del departamento, que


llevaba un montón de papeles en la mano.

—Hola, Min. Has llegado temprano.


119
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Minya sonrió y meneó su suave y ensortijada melena castaña.

—Podría decir lo mismo de ti. Toma. —La alta y rolliza mujer entregó a la rubia
una hoja de papel—. Recién salido del horno, por así decir. Se ha cancelado la
reunión de esta tarde. Supongo que así podrás empezar antes el fin de semana.
—La secretaria se volvió y se dirigió a la sala de fotocopiadoras—. Hasta luego,
cielo. Tengo una cita con un cartucho de toner.

Minutos después, Gwen abrió la puerta de su despacho y se acercó al teléfono


que estaba junto a la mesa. Posó la mano en el aparato al tiempo que un impulso
esperanzado le atravesaba la mente. Se detuvo ante la mesa, con los ojos
clavados en el teléfono como si intentara obligar al aparato a sonar. Ha pasado
casi un año desde la última vez que la viste. Cerró los ojos con fuerza. Supéralo,
Morrison. Por si no quedó dolorosamente claro aquella última noche en Ormarc,
debería haber quedado claro la última vez que la viste. La medievalista abrió los
ojos y contempló el teléfono. No puedes competir con Dios.

Unos ocho meses antes, Los Ángeles, California, EE.UU.

Había sido un día largo. La reunión de departamento había durado diez minutos
más de lo previsto y Gwen abrió cansada la puerta de su despacho. Armario,
dulce armario. Contempló el pequeño espacio. Lo que daría por una ventana.
Sacudió la cabeza al tiempo que empezaba a guardar montones de papeles en
una cartera de cuero. Empieza el fin de semana y ¿qué cosa emocionante tienes
planeada para esta noche, Morrison? Te vas a quedar sentada delante de la tele
durante una hora, vas a terminar de corregir esos finales que te quedan y para
cenar te vas a comer una doble hamburguesa con queso. Yujuu. Así es la
emocionante vida de una profesora adjunta de literatura inglesa de la vieja
Southern Cal. Sacó una pequeña foto del cajón de su mesa y se quedó mirando la
imagen. Sus dedos acariciaron los rasgos del rostro de la mujer. Suspiró al
recordar otro momento y otro lugar donde había hecho lo mismo. ¿Cuánto hace

120
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

desde que la viste por última vez, Morrison? ¿Casi ocho meses? Dios, parece que
fue hace una vida.

Dio un respingo al oír que llamaban a la puerta y guardó rápidamente la foto en


la cartera de cuero que tenía en la mesa. Una ceja clara se arqueó en su frente
mientras rodeaba la mesa y se quedó ante la puerta cerrada de su despacho. ¿Es
que tenía una cita que se me ha olvidado? Comprobó la hora. 4:50. Mmm.

Abrió la puerta a una cara conocida. Se quedó boquiabierta. Déjà vu, le


comunicó su mente.

—¿A-Alexandra?

La religiosa asintió tímidamente.

—Doctora Morrison. Espero no molestarla.

Gwen negó con la cabeza, sin confiar en su voz. El corazón le latía con fuerza en
el pecho.

—Claro que no. ¿Cómo... cómo has sabido dónde...?

Sor Agustín retrocedió un paso y sus dedos tocaron dos pequeñas placas que
había junto a la puerta del despacho. La medievalista asomó la cabeza por la
puerta del despacho y se volvió para ver el pequeño cartel que había junto a ella.
Sus ojos recorrieron rápidamente las letras negras contra el fondo marrón oscuro
de las placas. B. Gwenhwyfar Morrison. Profesora Adjunta, Literatura Inglesa
y Comparada. Horas de despacho para los semestres de otoño y primavera:
LX 8-9, 1:30-2:30, M 4-5, V 1-2:30, 4:30-5 y con cita previa. Teléfono: (213)
555-6547.

—Oh —dijo al tiempo que sus ojos se encontraban con los de la monja. Se irguió,
abrió la puerta del todo e hizo un gesto a la mujer alta para que entrara en su
despacho—. Por favor, Alexandra, pasa.
121
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

A Gwen le temblaban las manos cuando cerró la puerta tras ella. Se volvió para
mirar a su visitante. De repente, se apoyó en la puerta cuando sintió que las
piernas le flaqueaban al encontrarse con la mirada de la monja.

—¿Y-y q-qué te trae a Los Ángeles? —dijo en voz baja. Sor Agustín se acercó a la
rubia. La monja alzó la mano izquierda y acarició el brazo de la medievalista con
los nudillos. Sin decir palabra, Gwen tiró de la mujer más alta y la abrazó.

La monja soltó un suspiro tembloroso y depositó un suave beso en la frente de


Gwen.

—Te he echado tanto de menos, Gwen. —Se separó de la rubia y le puso la mano
en la cara. Sus dedos acariciaron suavemente la mejilla de la medievalista—.
Sigues siendo tan bella —susurró.

Gwen cerró los ojos al tiempo que sus dedos se entrelazaban con los de la monja.

—¿Cuánto tiempo vas a estar en Los Ángeles?

—Mi avión sale el sábado por la tarde temprano para Francia.

La rubia suspiró. Abrió los ojos, se volvió, cogió la cartera de cuero de la mesa y
tiró de la mano de la monja hasta que se entrelazó con la suya.

—Vámonos de aquí.

El tráfico en el centro de Los Ángeles había sido denso y para cuando Gwen y sor
Agustín llegaron al modesto apartamento de la medievalista en Pasadena, eran
casi las seis de la tarde. Mientras iban caminando de su despacho al
aparcamiento, Gwen había propuesto que fueran a la 3ª con Fairfax para cenar
algo rápido en uno de los restaurantes de Farmer's Market. Sor Agustín rechazó
cortésmente la propuesta de la rubia. La medievalista preguntó en broma si la

122
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

monja prefería ir a su piso. Una sonrisa tímida iluminó las facciones de la mujer
al tiempo que la cabeza oscura asentía dando su aprobación.

Ahora estaban sentadas en la postura inversa a como habían estado en el campo


cerca de la abadía casi ocho meses antes: Gwen estaba reclinada en el sofá,
acunando el largo cuerpo de sor Agustín contra ella. Tenían las manos
entrelazadas y apoyadas en el regazo de la monja mientras la voz de sor Agustín
sonaba apaciblemente en la habitación silenciosa. La medievalista acariciaba con
la cara el paño que cubría la cabeza de la monja y escuchaba atentamente.

—Mi madre murió hace casi un mes y obtuve permiso para regresar a Estados
Unidos para ocuparme de su entierro y de sus efectos personales. —La monja se
detuvo un momento al sentir que los brazos de la rubia la estrechaban más.

—Alexandra, cuánto lo siento. No lo sabía. Debería haber estado allí...

La monja negó con la cabeza ligeramente.

—No, Gwen. No pasa nada... Ya... ya llevo unas semanas en Los Ángeles. Sé que
debería haberme puesto en contacto contigo antes, pero estas últimas semanas
se han pasado tan deprisa y había tantas cosas de las que tenía que ocuparme.
Yo...

Gwen la tranquilizó con un murmullo suave y besó delicadamente la sien de la


monja.

Sor Agustín soltó un profundo suspiro antes de continuar.

—Mi relación con mi madre siempre fue... tensa. Creo que me quedé
conmocionada al recibir la carta en la que se me informaba de que había muerto.
Nunca aprobó mi vocación y nunca hubo el menor contacto entre nosotras desde
el día en que me hice novicia. Yo le escribía cartas y le enviaba postales, pero

123
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

siempre me las devolvían sin contestar, sin abrir. En las últimas semanas, me he
sentido tan aturdida, como si estuviera caminando a través de una niebla. Pero...

—Pero —la instó la rubia delicadamente.

—Pero la niebla se levantó cuando abriste la puerta de tu despacho esta tarde. —


La monja se volvió para mirar a la medievalista—. Quiero darte las gracias por
eso... por volver a aceptarme en tu vida sin dudarlo. Para mí es muy importante
saber que siempre tendré tu amistad, que siempre seré bien recibida en tu vida.

Los dedos de Gwen trazaron las facciones de la monja.

—Siempre, Alexandra. Pase lo que pase, siempre estaré aquí para ti. Te lo
prometo.

Pasaron el resto de la velada hablando tranquilamente, rellenando los huecos


que sólo habían entrevisto e insinuado durante el año que habían compartido en
Ormarc. Por fin, una capa de mutua comprensión las cubrió a las dos y se
sumieron en un sueño ligero. Gwen fue la primera en despertarse. Los dedos de
la medievalista acariciaron suavemente el áspero paño de la cabeza velada de la
monja. Sor Agustín se movió y por fin se despertó.

—Eh.

Una sonrisa dulce y adormilada iluminó la cara levantada de sor Agustín.

—Hola.

—Parece que te vas a quedar a pasar la noche, ¿mmm?

Los ojos de la monja parpadearon.

—Pues no lo tenía pensado. ¿Qué hora es?


124
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Poco más de medianoche. —La cara de Gwen reflejó la sonrisa cohibida que
inundaba ahora el rostro de la monja—. Creo que sería mejor buscarte un lugar
más cómodo que éste.

Sor Agustín se apartó de los brazos de Gwen. La medievalista se puso en pie


rápidamente, tiró de la monja hasta ponerla de pie y llevó a la mujer más alta
por el pasillo.

—Ocupa mi habitación y yo me quedaré en el sofá —dijo la rubia al abrir la


puerta. Soltó la mano de la monja y empezó a preparar la habitación.

—Gwen, por favor, no tienes que molestarte tanto. Yo puedo ocupar el sofá. No
quiero echarte de tu propia cama.

La medievalista meneó la cabeza y se echó a reír al tiempo que terminaba de


hacer la cama con las sábanas y mantas limpias. Recogió las sábanas usadas del
suelo y fue a un cesto cercano donde depositó la ropa de cama.

—No seas tonta, yo estaré más que cómoda en el sofá. —Se paró ante la monja,
acercó la cara de la mujer a la suya y depositó un suave beso en la frente de sor
Agustín—. Deja de protestar —dijo en voz baja—. Las monjas no protestan.

Sor Agustín se echó a reír al tiempo que tomaba la cara de la medievalista entre
sus manos.

—Gracias —dijo la monja suavemente.

Las dos mujeres se quedaron frente a frente, sin querer interrumpir el tenso
silencio que de repente se había apoderado del dormitorio.

Un momento después, la monja rompió el silencio.

—Supongo que debería darte un beso de buenas noches.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La cara de la medievalista se iluminó con una sonrisa boba. Gwen supuso que
sor Agustín le iba a dar un ligero beso en la mejilla antes de echarla de la
habitación, pero se llevó una inesperada sorpresa cuando la boca de la monja
bajó hasta posarse sobre la suya. El sencillo beso duró minutos y las dos
mujeres respiraban con dificultad cuando por fin se separaron.

Un ligero rubor tiñó las mejillas de Gwen. Le tembló la voz cuando intentó
apartarse del abrazo de la monja.

—Se-será mejor que me vaya antes de que las dos lamentemos...

Sor Agustín colocó un dedo delicado sobre la boca de la medievalista, haciendo


callar a la mujer.

—Gwen —dijo la monja en un suspiro—, por favor, quédate conmigo.

La medievalista abrió los ojos de par en par.

—Alexandra, no sabes lo que estás pid...

Los dedos de la monja rozaron la boca de Gwen con una suave caricia que
provocó escalofríos en la espalda de la medievalista. Sor Agustín apoyó la frente
en la de la rubia y cerró los ojos mientras sus dedos seguían delineando la boca
de Gwen.

—Sé exactamente lo que estoy pidiendo. Por favor, Gwen. Quiero que seas tú. He
soñado que serías tú.

Un suspiro tembloroso se escapó de los labios de la medievalista al tiempo que


su mirada se encontraba con la de la monja. Pronunció un suave "sí" antes de
que sor Agustín se apoderara de su boca en un largo y acalorado beso.

126
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

El sol se filtraba dentro de la habitación mientras sor Agustín contemplaba la


figura que yacía dormida en la cama. Las sábanas estaban desordenadas y
retorcidas sobre las piernas de Gwen. Una manta rodeaba la cintura de la
medievalista y la luz bailaba siguiendo la curva desnuda de brazos y pechos.
Gwen se movió en la cama y sus dedos se extendieron sobre el colchón. Sor
Agustín reprimió el impulso de arrodillarse junto a la cama, resistió el repentino
deseo de trazar las líneas de las suaves manos y dedos de la medievalista con los
suyos, tan callosos. Un estremecimiento de placer recorrió la espalda de la monja
al recordar cómo sus propios dedos, duros y ásperos por los años de trabajo en
los campos de la abadía, habían acariciado la piel de la medievalista, cómo su
boca había seguido las curvas del cuerpo de Gwen a la luz de la luna lo mismo
que sus ojos ahora recorrían la figura dorada a la temprana luz de la mañana.
Las mejillas de la monja se sonrojaron al recordar cómo la rubia había mimado
el placer de su cuerpo, cómo los dedos de Gwen la habían penetrado ante su
desesperada insistencia. Te quiero entera, Gwen. Por favor. Se estremeció al
recordar cómo se había agitado la compacta figura encima de su propio cuerpo
desgarbado, cómo había gemido Gwen su nombre llena de deseo.

La monja se quedó junto a la ventana y se ciñó los pliegues del hábito al cuerpo.
Incluso después de haberte amado con mi cuerpo, no puedo... Cerró los ojos.
Perdóname, Gwen. Sabía que si no se iba ahora, su resolución se tambalearía.
Sor Agustín se apartó en silencio de la mujer dormida y se acercó a la puerta.

—Alexandra.

La mano de la monja apretó con fuerza el pomo de la puerta al tiempo que un


dolor sordo y frío le atravesaba el pecho. Se volvió para mirar a la medievalista.
Unos ojos del color de la hierba del final del verano se encontraron con los suyos.

El tono de Gwen era ligero, pero matizado de dolor.

—No ibas a marcharte sin despedirte, ¿verdad?

127
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

La religiosa vaciló y luego se acercó a la cama. Sor Agustín se sentó en el borde


del colchón mientras la medievalista se sentaba y se cubría el cuerpo desnudo
con las sábanas.

La monja miró la sábana arrugada que había junto a su muslo vestido de negro.

—¿Qué ocurre ahora?

La medievalista dobló las piernas hacia el pecho y se acercó más a la monja.


Alargó los dedos y levantó la cara de sor Agustín para que la mirara.

—¿Qué quieres que ocurra?

A la monja le temblaba la voz.

—No... no sé. Nunca he...

—¿Nunca has estado con una mujer hasta ahora? —terminó Gwen dulcemente,
aunque sentía el corazón atravesado de dolor.

—Nunca he estado con nadie hasta ahora, Gwen. No conozco las reglas. Yo...

—No hay reglas, Alexandra. —La medievalista acarició la cara de sor Agustín—.
Seguimos adelante juntas como buenamente podamos y vamos solucionando las
cosas a medida que lleguen. —Gwen acarició suavemente la mejilla de sor
Agustín.

Hicieron el amor una vez más. Fue una unión frenética, casi desesperada. No
intercambiaron palabra mientras yacían agotadas entre las sábanas. Mientras
Gwen estrechaba a la cansada mujer que tenía entre sus brazos, supo en el
fondo de su corazón que jamás volvería a ver a la monja.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Presente, Los Ángeles, California, EE.UU.

Los dedos de Gwen pendían encima del teléfono de su mesa. Sacudió la cabeza
cuando los recuerdos de su última noche con sor Agustín volvieron a su
memoria. No puedo seguir así. Necesito superarlo. No puedo vivir mi vida con lo
que debería haber sido. Sus dedos pulsaron de memoria las teclas del teléfono al
tiempo que sacaba un montón de papeles de la cartera de cuero que tenía en la
mesa. Mientras oía la llamada del teléfono en la otra línea, miró el reloj y se dio
cuenta de que lo más probable sería que le saliera el buzón de voz de su
hermana.

—Hola, Lilla, soy yo. Se ha cancelado la reunión de la tarde. Parece que al final sí
que voy a poder quedar hoy con Sarah y contigo en el museo. Os veré allí en el
lugar de siempre. Adiós.

Varias horas después, Museo de Historia Natural de Los Ángeles

Apartó la mirada del diorama de ardillas de tierra y coyotes y observó a su


pequeña sobrina corretear por la sala de exposición hasta una ventana de cristal
blindado que protegía una escena de bisontes caminando por una pradera de
hierba, donde las luces de color blanco amarillento que se reflejaban en los ojos
de cristal de los animales disecados hacían que, de algún modo, parecieran
vivos. La niña se detuvo ante la muestra y sus rizos dorados se agitaron mientras
asimilaba el espectáculo de las masas marrones: las cabezas gachas, las bocas
abiertas, briznas de hierba entre los dientes.

—¿Y esa chica que te presenté la semana pasada? Parecía bastante agradable. Y
era muy guapa.

Gwen volvió la cabeza hacia donde estaba su hermana. Lilla tenía los ojos
clavados en su hijita, que ahora estaba inmóvil al otro lado de la sala.
129
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—¿Mmm?

La hermana mayor de Gwen sacudió la cabeza y echó una rápida mirada a la


mujer que estaba a su lado.

—Ya me has oído, Bran. Vamos, ¿qué tenía ella de malo?

La rubia se encogió de hombros.

—Nada, la verdad. Es que... —Es que aunque hayan pasado casi ocho meses
desde que viste a Alexandra, todavía no puedes superarlo. O no quieres—. Es que
ahora mismo no me apetece salir con nadie, Lilla. No es un crimen, ¿sabes? —
Olvídala, Morrison. Estás colada por una monja y eso, querida mía, es peor que
patético... es preocupante y en última instancia inútil.

Lilla suspiró.

—Te conozco y sé que no es eso, pero no te voy a presionar cuando quieres que
te deje en paz. —Dio un ligero beso en la mejilla a la medievalista—. No sé qué te
pasa exactamente, pero hoy pareces... Sabes que puedes contar con nosotros,
¿verdad? Si necesitas hablar...

Gwen asintió.

—Sí, lo sé. Gracias, Lilla.

Miró a su sobrina, que regresaba dando saltos y se agarró la mano que le ofrecía
su madre.

—Ahora vamos a ver la exposición de aves. ¿Te vienes?

—Creo que voy a dar una vuelta por aquí. Me reuniré con vosotras dentro de una
hora en el sitio de siempre, ¿vale? —Vio cómo Sarah tiraba de la mano de su
madre.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Vale. Dentro de una hora. Hasta luego, hermanita.

Se quedó contemplando el cráneo del Tiranosaurio Rex mientras un niño de diez


años se ponía a explicarle a su madre y a todo el que estuviera a tiro los
intrincados detalles de la caza y la alimentación del dinosaurio. ¿Qué pasa con
los niños y los dinosaurios? A Sarah ya le está dando por ahí también y sólo tiene
cinco años. Frunció el ceño pensativa al imaginarse a una Sarah adulta vagando
por el desierto del Gobi a la búsqueda de fósiles. Sintió un golpecito en el
hombro.

—¿Ya ha pasado una hora, Lilla? Te juro que han sido sólo veinte... —Gwen se
detuvo a media frase cuando sus ojos se posaron en un fantasma de su pasado.

Unos familiares ojos azules la miraban resplandecientes bajo una masa de pelo
oscuro que era más largo de lo que recordaba. La mujer más alta llevaba un polo
negro y vaqueros negros.

—Disculpe, señorita, ¿sabe dónde puedo encontrar el mastodonte? Parece que


me he perdido.

Gwen se quedó paralizada por la sorpresa y antes de poder contestar, intervino el


joven conferenciante.

—Está por allí, cerca de la Sala de Mamíferos, pero hay más fósiles de mamut y
mastodonte en el Museo Page de las Pozas de Brea. Aquí sólo tienen un esqueleto
de mastodonte.

La electrificante mirada se apartó un momento de Gwen para posarse en el niño.

—Gracias, joven.

Gwen sintió que unos dedos largos y elegantes le cogían la mano.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—No te vas a escapar hasta que te pueda dar una explicación —dijo la visión
mientras Gwen sentía que se la llevaba hacia la Sala de Mamíferos. Se
detuvieron ante el mastodonte.

Gwen apartó la mano de la de la otra mujer y soltó un suave suspiro. Una parte
de ella se sentía aturdida por la alegría de volver a ver a la monja, pero en su
corazón rondaba una sensación de temor de que, una vez más, la enigmática
monja fuera a marcharse para no volver jamás.

—¿Por qué no has intentado ponerte en contacto conmigo? ¿Escribirme una


carta? ¿Llamar? ¿Lo que fuera? —dijo en un susurro temeroso.

Alexandra intentó agarrar la mano de la medievalista.

—Gwen, no... no podía.

Gwen levantó la cabeza para mirar los tiernos ojos azules que la miraban con
tanto anhelo, esperanza y miedo.

—¿Qué quieres decir con que no podías?

—Cuando te dejé aquella mañana, me sentía tan confusa, tan perdida. Regresé a
Francia, a la abadía, y entré en retiro. La madre superiora lo permitió al principio
porque pensó que me daría tiempo para llorar a mi madre.

La morena cerró los ojos.

—Sí que lloré, no sólo por mi madre, sino por ti. Cuando volví a la abadía aquella
primera noche, me di cuenta de que había cometido el peor error de mi vida al
dejarte y volver a mi vida de monja. No podía respirar, no podía pensar. No sabía
qué hacer.

Gwen levantó la mano y acarició la mejilla de la mujer.

132
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Alexandra.

Alexandra estrechó la mano de la rubia en la suya.

—Me quedé en mi celda más de un mes, sin salir jamás salvo para el oficio
divino. En aquel momento, sólo quería que me dejaran en paz. Entonces, como
siete semanas más tarde, tuve una visita. Era doña Thisbe. Me preguntó si me
sería posible colaborar en el traslado de los textos de la abadía al Centro y acepté
ayudar. Pocas semanas después, estábamos solas en las salas de lectura del
Centro y me vino a decir que dejara de malgastar mi vida, que dejara de pasar
por alto lo que había en mi corazón.

Una ceja clara se alzó con gesto inquisitivo.

—No comprendo. ¿Quieres decir que doña Thisbe sabía que...?

—¿Que estaba enamorada de ti? —La cabeza morena asintió—. Dijo que había
visto cómo estabamos juntas aquel día en que registramos el castillo. Dijo que
estaba más claro que el agua que nos queríamos. —Alexandra entrelazó sus
dedos con los de Gwen, apoyándose en la barandilla de la muestra del
mastodonte—. También me dijo que era estúpida por creer que Dios querría que
llevara una vida desdichada. Una monja entrega su vida a Dios por amor y con
alegría. El convento no era un lugar de sufrimiento, no era un lugar para huir y
esconderse de la vida. Dijo que era una cobarde por no ver lo que me había
enviado Dios, por no escuchar lo que quería que hiciera con mi vida. Al día
siguiente, pedí a la madre superiora que me liberara de mis votos.

La medievalista meneó la cabeza.

—Pero no entiendo por qué no intentaste ponerte en contacto conmigo, incluso


cuando te diste cuenta de que ibas a dejar el convento.

Alexandra suspiró.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

—Tenía miedo, Gwen. Tenía miedo de que no volvieras a quererme en tu vida,


después de haberte dejado una segunda vez.

La mano libre de Gwen acarició el contorno de la cara de la mujer.

—Hace mucho tiempo te dije, Alexandra, que siempre estaría aquí para ti, pasara
lo que pasase. Lo decía en serio. Te amo. Te he estado esperando toda mi vida. Y
habría seguido esperándote, Alex. Lo he hecho.

La ex monja se inclinó y besó delicadamente la boca de la rubia, ajena a las


miradas divertidas de los que pasaban por allí.

—El papeleo tardó casi siete meses en superar la burocracia del Vaticano, pero
hace unos días, recibí una carta que me liberaba de mis votos. Antes de
marcharme de Ormarc, visité a doña Thisbe. Me ofreció un trabajo como
coordinadora del Centro con las universidades del sur de California incluso antes
de que pudiera decirle que volvía a Los Ángeles. Lo acepté.

Alexandra sonrió dulcemente al sentir que la rubia se acurrucaba contra su


hombro. Señaló el inmenso esqueleto del antiguo animal similar a un elefante.

—Cuando me contaste esa historia de cuando tu hermana conoció a su futuro


marido, creo que te saltaste el detalle del pequeño guía de museo que intervenía
en la conversación, ¿verdad?

La risa brotó de la boca de la medievalista mientras su mirada seguía el grácil


movimiento de aquellos dedos largos y finos extendidos ligeramente para tocar,
al menos a ojos de Gwenhwyfar Morrison, la inmensa bóveda de los cielos.

FIN

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

[Apéndice: Los primeros 24 versos de la traducción de Gwen del Alexandra


con dos extractos de las notas introductorias del texto.]

Gabrielle d'Ormarc, autora de este romance del siglo XIII, es un caso único,
incluso entre las mujeres trovadoras (o trobairitz, como se las llamaba en su
época) de la Provenza/Occitania medieval. Es el único romance que se ha
encontrado escrito por una trovadora de la región de Languedoc/Occitania.
Jamás se había descubierto otro extenso texto poético escrito por una trobairitz
hasta que se encontró este manuscrito en la biblioteca de la abadía de Santa
María de las Colinas, en Ormarc, Francia. Se considera también una obra
singular por su contenido poco habitual. Sabemos muy poco acerca de Gabrielle
aparte de su nombre y su obra. Pudo haber sido la hija (o posiblemente la madre)
de Chrétien d'Ormarc, quien a su vez era un poeta trovador por derecho propio.
El Alexandra se compuso entre 1220 y 1274.

----------

La única copia existente del Alexandra está dentro del manuscrito S.M.O 103
que actualmente se encuentra en la abadía de Santa María de las Colinas en
Ormarc, Francia. Quisiera dar las gracias a la condesa Thisbe d'Ormarc, a sor
Agustín de la abadía de Santa María por su inestimable y valiosa ayuda, a las
hermanas de la abadía de Santa María y a los habitantes de Ormarc, Francia,
por su amabilidad y generosidad durante el año que pasé allí estudiando y
traduciendo el manuscrito. También quisiera agradecer la ayuda del personal de
la Bibliothèque Nationale de París, así como la del personal de la Universidad de
Toulouse-Le Mirail que me mostraron gran cortesía cuando examiné varios
manuscritos que no guardaban relación con este tema.

B. Gwenhwyfar Morrison

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Alexandra
Romance occitano del siglo XIII
Gabrielle d'Ormarc
Trad. y ed. por Brangein Gwenhwyfar Morrison

Porque En Chrétien desea


que emprenda la creación de un romance,
la emprenderé de muy buena voluntad.
Como pide, contaré una historia de días antiguos,
cantaré las canciones de Gabrielle, bardo, guerrera, caminante. [5]
Y de buen grado yo, Gabrielle,
contaré las hazañas de una, hábil en la guerra y en el arte,
hija doblemente bendita de Potedaia,
amiga y compañera de la mujer guerrera,
Xena, nacida en Anfípolis. [10]
Mi señor me ofrece el asunto
y yo me esforzaré por dar forma a la obra.
Para agradar a mi señora, el romance será también una historia
de valor, honor y amor,
de caballeros, damas y grandes batallas. [15]
Pues desde la primera vez que os vi, señora,
he estado a vuestra merced.
Porque el mérito y la belleza existen
en vos sin pretensiones,
con gran alegría, N'Alexandra, [20]
para vos son mis estrofas,
pues en vos se halla mi corazón.
Y así, Gabrielle dará comienzo a la historia de Alexandra,
para placer y alegría de su señor y su señora.

[fin del extracto]

136
Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Notas finales:

(1) Me gustaría dar las gracias a mi paciente y brillante correctora, Vivian


Darkbloom, cuyas valiosas observaciones han domado al monstruo en que se ha
convertido este fanfic uber. Su agudo ingenio, sus sabios consejos sobre el arte
de escribir y su sentido del humor han conseguido controlar a la bestia salvaje y
totalmente ilegible que caracteriza a mis fanfics y la han apaciguado hasta
convertirla en algo que consigue acercarse a los términos "legible" y "coherente".

(2) Cuando empecé a dar vueltas a la idea de este uber, tenía la grandiosa
intención de incorporar los acontecimientos de las cruzadas albigenses a la
historia del período medieval. Esta idea no llegó a cuajar del todo y por
conveniencia, sólo he hecho ligeras alusiones a esos acontecimientos. Para los
que deseéis saber más sobre las cruzadas albigenses, los cátaros y las
trovadoras, os recomiendo que corráis a la biblioteca más cercana y saquéis The
Albigensian Crusades (Las cruzadas albigenses) de Joseph R. Strayer y The
Women Troubadours (Las trovadoras) de Meg Bogin. Ambos libros ofrecen un
excelente panorama de esa fascinante y turbulenta época de la historia de
Europa occidental.

Para saber más sobre la idea del fin amors (o, como se suele llamar, "amor
cortés") recomiendo el estudio clásico de C. S. Lewis titulado The Allegory of Love:
A Study in Medieval Tradition (La alegoría del amor: un estudio de la tradición
medieval) así como Courtly Love: A New Interpretation (Amor cortés: una nueva
interpretación) de Meg Bogin, que se incluye en su excelente libro The Women
Troubadours.

(3) En y Na corresponden a "don" y "doña" en occitano medieval. La forma N' de


Na se usa cuando un nombre femenino empieza por vocal, del mismo modo que
la palabra de (que significa "de") se abrevia a la forma D' o d' cuando se usa antes

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

de un nombre de lugar que empieza por vocal, de ahí: N'Alexandra, Na Gabrielle,


d'Ormarc, d'Orange o de Ventadorn.

(4) Los extractos de oraciones que reza sor Agustín en la choza de los pastores
están sacados de una oración auténtica al aspecto de la Virgen María como la
Madre del Perpetuo Socorro.

(5) Las horas tradicionales del oficio divino (las horas canónicas en que los
religiosos rezan) son las siguientes:

PRIMA= 6 am; TERCIA= 9 am; SEXTA= mediodía; NONA= 3 pm; VÍSPERAS= 6


pm; COMPLETAS= 9 pm; MAITINES= medianoche; LAUDES= 3 am

No todas las órdenes se adhieren estrictamente a las horas tradicionales del


oficio divino. La vida de los religiosos católicos ha cambiado mucho desde la
Edad Media y las costumbres varían de una región a otra y de una orden a otra.
Las horas aquí indicadas son aproximadas. Los oficios más comunes realizados
por muchos religiosos son: prima, sexta, nona, vísperas y completas.

(6) El latín que cita sor Agustín es de la vulgata latina de la Biblia traducida por
San Jerónimo (http://www.fourmilab.ch/etexts/www/Vulgate/). El pasaje
mismo es de Marcos 8:34 (aquí sacado de la versión de la New American
Standard Bible [NASB] que se usa en la misa católica [americana]): "Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". [Nota de
Atalía: traducción sacada de la Nueva Biblia de Jerusalén]

La referencia a "reprime las amistades particulares" está sacada de una


"Regla"/"Instrucción" real que se encontró en el texto escrito en inglés antiguo
llamado Ancren Riwle (o "Regla para anacoretas" o "Regla de las monjas"). Por lo
que tengo entendido, todavía hoy día se utiliza la "advertencia sobre amistades
particulares" en las "reglas" de monjas y novicias. Mmm. Muuuy interesante, ¿no
os parece? :-)

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

Para ver el impacto que el Concilio Vaticano II ha tenido en la vida de monjas,


sacerdotes y otros religiosos, consultad: Encíclica sobre la adaptación y
renovación de la vida religiosa Perfectae Caritatis proclamada por el Papa Pablo
VI el 28 de octubre de 1965.

http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat
-ii_decree_19651028_perfectae-caritatis_en.html

(7) No me he dado cuenta y he puesto al mastodonte en el museo equivocado y


no sé si hay un mastodonte en el Museo de Historia Natural de Exposition Park.
El mastodonte no se ha quejado y parece gustarle su nuevo hogar, así que he
decidido dejar allí al animalito por el bien de este uber. Lo mejor es que hagáis
caso al conferenciante de diez años y vayáis a las pozas de brea de La Brea en
Wilshire Boulevard si queréis ver fósiles de mastodontes. :-)

(8) Y por último, me gustaría dar las gracias a todas las personas que me han
escrito a medida que se iba publicando este relato en el período de noviembre
2000 - junio 2001. Vuestros comentarios, observaciones y amables palabras han
sido muy apreciados. ¡Sois estupendos! Gracias por leerlo.

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Languedoc de angharad governal Traducción: Atalía

J7 y XWP
(Traducciones al Español y demás)

https://j7yxwp.wordpress.com

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estrellas que la consideres merecedora.

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