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Introducción
Con la llegada del primer milenio, muchos cambios se suceden en Europa. Es en esta
época donde el cristianismo va teniendo más notoriedad en la historia, “se consolida como
la confesión que ordena el mundo y el imaginario de la sociedad occidental, y, a su vez,
como la ideología básica de las estructuras políticas” 1. La Iglesia es la encargada de aprobar
(bendecir) los gobiernos, sabe que está obligada a compartir poder con los imperios, pero
no está dispuesta a subordinarse a ellos: es el comienzo del conflicto por la supremacía que
obliga a la Iglesia a redefinirse para ganar –o para no perder– autoridad. Durante este
ambiente de disputa por el poder, en el año 1033, nace San Anselmo de Aosta. “Después de
los estudios preliminares […] entró a la Orden Benedictina, y llegó a ser prior de Bec
(1063) y posteriormente abad (1078). En 1093 fue nombrado arzobispo de Canterbury […]
y en ese puesto murió, en 1109”2.
De manera general, todo el pensamiento de San Anselmo se halla dominado por la idea
de Dios: consagró su principal esfuerzo intelectual a la comprensión de la doctrina de la fe
cristiana. Similarmente a San Agustín, considera que no esforzarse en comprender lo que se
cree, es negligencia. Pero la aplicación del razonamiento a los dogmas de fe no tiene como
finalidad despojarlos del misterio, sino “la de penetrarlos, desarrollarlos y discernir –
sostiene Copleston– sus implicaciones en la medida en que eso es posible a la mente
humana”. El principal motivo de sus reflexiones es el intentar “elevar su espíritu a la
contemplación de Dios y buscar entender lo que cree”. Por esta razón elabora sus dos
principales obras –Monologium y Proslogium– en los que argumentará y demostrará en
favor a la existencia de Dios. La primera de ellas lo formulará a base de pruebas a
posteriori (desde los efectos a la causa); en la segunda, San Anselmo notará que dicha
argumentación tiene cierta complicación innecesaria, por lo que en el Proslogium
1)
LÓPEZ, Roberto. Poder y religión en la Europa medieval. Papado, Imperio y grandes reinos
dinásticos. Editorial: Bonalletra Alcompas. España, 2017.
2)
COPLESTON, Frederick. Historia de la Filosofía. Tomo II. Editorial: Ariel. Barcelona, 1994.
modificará la forma de demostración, alejándose de lo puramente sensorial para exponer el
denominado “argumento ontológico”, es decir, una demostración a priori.
Sin embargo, no sólo realiza una búsqueda de un argumento que fundamente que Dios
existe verdaderamente, sino que también tiene el propósito de presentar a Dios como el ente
más grande divino al que debemos llegar a conocer, ya que conociéndolo nos ayudará a
conocernos uno mismo. No necesita motivar la búsqueda de Dios porque cree que la
imagen (representación) del Bien es Dios, y como tiene el supuesto de que buscamos una
vida bien vivida, el bien debe motivarnos inmediatamente porque queremos saber cómo
vivir bien. De ahí que sostenga que vivir bien es vivir en el amor de Dios; desea terminar en
la unión con Él, pues significaría estar en la máxima excelencia: sentirse pleno.
Desarrollo
Como hemos mencionado anteriormente, San Anselmo era un teólogo que no pensaba por
el placer de pensar: “tenía muy vivo el sentimiento de la responsabilidad y el deber de
difundir la verdad, la verdad de Dios”3. Y una de sus preocupaciones principales fue la
comprensión de aquello que la fe le proponía, por lo que concebía a la filosofía como una
ayuda para comprender la fe: hay una sola verdad, la revelada por Dios, que es objeto de fe;
pero la razón puede añadir comprensión a la fe y, así, reforzarla. Puesto que la razón sola
no tiene autonomía ni capacidad para alcanzar la verdad por sí misma, sí resulta útil para
esclarecer la creencia. Es por eso que, apoyándose en la razón, en argumentos racionales,
demostrará de dos maneras la existencia necesaria de Dios. Su intento consistirá en
conceder una estructura lógica a un núcleo fundamental del hecho religioso, considerando
transformar la difusa aceptación de la Fe cristiana en una conclusión racional
3)
REALE, Giovanni y ANTISERI, Dario. Historia del pensamiento filosófico y científico. Tomo I.
Editorial: Herder. Barcelona, 1995.
desean gozar, pero únicamente de las cosas que juzgan buenas”, sin embargo, esta aserción
nos dirige a una pregunta: ¿de dónde procede la bondad? Fundándose en los grados de
perfección que se encuentran en las criaturas, San Anselmo señala que si podemos observar
que en las cosas “existe una relación de más y menos, o de igualdad, son tales en virtud
de una cosa que no es diferente, sino la misma en todos”. Quiere decir que si existen cosas
buenas es porque existe un “ser del cual procede la bondad”, o sea, que existe una
bondad absoluta (un bien en sí mismo) del cual todo provendría de Él, ya que las cosas son
buenas en virtud de una bondad única. La segunda prueba consiste en la idea de grandeza,
pero no entendiendo grandeza de manera cuantitativa, sino como una cualidad: grande “no
por la extensión, como un cuerpo, sino tal, que cuanto más grande es, más digno y bueno
es, como la sabiduría”. Similarmente a la idea de bondad, la diversidad de tal grandeza
exige una grandeza suprema de la cual todas las cosas participarían de ella de manera
gradual. Como el mismo filósofo mencionará:
Y puesto que no puede haber nada soberanamente grande, más que lo que es, soberanamente
bueno, es necesario que haya un ser a la vez soberanamente grande y soberanamente bueno,
es decir, absolutamente superior a todo lo que existe.
Este ser es soberanamente porque es bueno por sí, es supremo puesto que supera de tal
modo a los otros que no tiene igual ni superior: un ser soberanamente grande. La tercera
prueba ya no proviene de un aspecto particular de la realidad, sino del mismo ser. Todo lo
que existe viene de algo o de la nada, pero la nada no puede recibir el ser de la nada –
imposibilidad que haya algo sin causa–; por lo tanto, lo que existe tiene el ser en virtud de
otra cosa. Sin embargo, ¿la causa de lo que existe es única o hay varias? Si es múltiple
tenemos tres posibilidades: o a) convienen en un principio común que da el ser, pero esto
no puede ser porque si tienen el mismo principio el origen es único y no múltiple; o b)
existen cada una de por sí, pero entonces existiría una fuerza (naturaleza o cualidad) en la
cual convienen y que les hace semejantes, “y de la que tienen su prerrogativa de existir por
sí mismas”, o sea, existen por aquel mismo (único); o c) creados mutuamente, aunque
tampoco podría ser de esta manera porque habría contradicción que una cosa recibiese el
ser de aquella a la cual ella se lo da. Por consiguiente, “puesto que todo lo que existe no
existe más que en virtud de una causa única, es necesario que esta causa única exista por sí
misma”. Puesto que existe algo, existe el ser supremo (mayor que todo lo demás).
Finalmente, la cuarta prueba también se basa en la constatación de los grados de perfección
en las cosas. Así como entre las diversas naturalezas hay algunas mejores que otras,
deducimos que hay una tan superior a las otras, que no la hay mayor: “todo lo que es
grande por comunicación de otros, es menor que aquello de lo que recibe su grandeza”.
Hay la existencia necesaria de una naturaleza cuya superioridad sobre las otras sea tal que
no quede inferior a ninguna.
Empecé a pensar si no me sería posible llegar por mí mismo a un único argumento que no
necesitara de ningún otro sino sólo de sí mismo y que bastara para fundamentar que Dios
existe verdaderamente.
Es por esta razón que San Anselmo elabora el Proslogium, donde tratará de despojarse de
la trabazón de muchos argumentos de la obra anterior. Quería que su argumento fuese una
demostración de todo lo que creemos concerniente a la naturaleza divina, y, como el
argumento se refiere al ser absolutamente perfecto, los atributos de Dios están contenidos
en la conclusión del mismo.
Conclusión
Como hemos expuesto, San Anselmo comienza utilizando el método a posteriori para la
demostración de la existencia de Dios, parte de los efectos para llegar a la causa (Dios). No
obstante, percibe que estas argumentaciones son complejas y diversas, por lo que se ve
conducido a preguntarse si no podría encontrar un argumento que fuese suficiente por sí
solo. Y es que al demostrar a través de los efectos para llegar a la causa (el origen de ellas),
se tiene la seguridad y el presupuesto de la existencia de aquella causa de la cual provienen
los efectos: se asume que hay algo que es la causa de todo lo que existe, a saber, Dios. Si
empezamos analizando los efectos para demostrar la existencia necesaria de un principio
causal, el mismo hecho de comenzar por los efectos ya nos estaría mostrando la existencia
de aquello del cual provienen los efectos. Por ejemplo, cuando el ateo niega la existencia de
Dios, al enunciar dicha frase se estaría afirmando que al menos Dios se encuentra en el
intelecto, o no se pensaría o negaría su existencia. De esta manera, el filósofo de
Canterbury habría encontrado una doble demostración en el primer método, por lo que
reformularía la demostración pero ahora basándose en la esencia misma, sin evidencia
sensorial: se presenta una noción de Dios determinada de manera a priori (esencialismo).
Bibliografía