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Delia Lerner
1
El artículo en cuestión (Lerner D. y Sadovsky, P., con la colaboración de S. Wolman, 1994) sintetiza los
resultados de una primera etapa de la investigación, que tuvo lugar sin inserción institucional. Desde 1998
hasta la actualidad, la investigación se desarrolla en el marco de un proyecto UBACyT (Universidad de
Buenos Aires, Ciencia y Técnica), con la dirección de quien firma estas páginas. El equipo está
constituido por F. Terigi, S.Wolman, M. E. Quaranta, C. Broitman, F. Tasca, H. Ponce, C. Kuperman y S.
Allami, y cuenta con la asesoría de Patricia Sadovsky.
construyendo regularidades referidas a la serie numérica oral y escrita (la reiteración del
ciclo 1, 2, 3... 9, por ejemplo).
*Al resolver problemas que requieren sumar o restar números de dos cifras y
enfrentarse con la necesidad de construir procedimientos más económicos que el conteo
de a uno o el sobreconteo, los alumnos tienen oportunidad de descubrir las ventajas de
sumar o restar reiteradamente de a diez (descomponiendo, según el caso, uno de los
sumandos o el sustraendo). A partir de la utilización sistemática de este procedimiento,
se hace posible realizar comparaciones entre cada estado inicial –cada uno de los
números a los cuales se agrega o se saca diez- y el resultado correspondiente, lo cual
permite establecer reglas referidas a los efectos producidos por estas operaciones en la
notación numérica: cuando se suma diez a un número de dos cifras, cambia sólo la
primera –que se transforma en la siguiente en la serie-, en tanto que la última queda
igual (25+10=35; 48+10=58...); cuando se resta diez a un número de dos cifras....
Reglas similares se construyen luego en relación con las sumas o restas sucesivas de
cien.
4000+20+600+2
90+500+7000
100+2+5000
2000+700+8
Durante un primer período, los niños trabajan individualmente. Una vez resueltas las
sumas propuestas –eran originalmente diez-, se inicia la puesta en común.
Todos los alumnos coinciden en señalar que, para hacerlo rápido, es necesario ante todo
ordenar los números de mayor a menor, pero no pueden explicar por qué. Varios
afirman que sumaron primero de a cien, es decir que para resolver, por ejemplo,
1000+500+80, sumaron así:
1000+100=1100
1100+100=1200
1200+100=1300
1300+100=1400
1400+100=1500
y luego agregaron ochenta de a diez (1500+10=1510; 1510+10=1520...).
Todos parecen estar de acuerdo en que la suma reiterada de cienes y dieces es una
manera suficientemente rápida de resolver estas cuentas. Sin embargo, la intervención
de Santiago -que había hecho todos los cálculos con excepcional rapidez- modifica la
situación:
Docente Alumnos
Desde el comienzo de esta clase, los niños están poniendo en acción conocimientos que
aún no pueden explicitar. Todos afirman que, para sumar rápidamente, es necesario
ordenar los números de mayor a menor, pero nadie explica por qué. Probablemente, sus
conocimientos sobre la numeración hablada estén influyendo en esta decisión: ordenar
de mayor a menor los datos conduce a hallar la denominación oral del resultado de
manera rápida (mil más quinientos más ochenta más seis es igual a mil quinientos
ochenta y seis)2.
El compromiso de todos por desentrañar el misterio oculto tras el insólito pero muy
eficaz procedimiento propuesto por Santiago pone de manifiesto que los otros niños
intuyen que allí hay algo que vale la pena comprender. Ellos logran determinar en qué
casos el procedimiento conduce al éxito y en cuáles conduce a un resultado incorrecto,
utilizando siempre la suma (de a cien o de a diez) como instrumento de control. Pero no
llegan a comprender la relación existente entre el procedimiento de “borrar los ceros” y
las características del sistema de numeración. Sólo Santiago parece encontrar una pista
al final de la clase: al señalar que, para que su estrategia conduzca al resultado correcto,
“tiene que haber uno de tres ceros, otro de dos ceros, otro de un cero y otro de ningún
cero”, él muestra que está tomando en consideración de algún modo el lugar ocupado
por las cifras acompañadas por tal o cual cantidad de ceros. Es lo que Francisco logrará
explicitar con claridad en la clase siguiente, a la cual los niños llegan con conclusiones
ya elaboradas. Se producen entonces diálogos como éste:
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Podemos hacer esta conjetura porque sabemos de la importancia de la numeración hablada en la
construcción de la notación numérica y porque hemos podido constatar en diversas situaciones hasta qué
punto se apoyan en ella los niños para resolver diversos problemas, pero en este registro específico no hay
indicios que permitan confirmarla.
Santiago: Esos números no. Tengo que tener mil, puedo
tener cien, el ochenta y el tres.
En otros casos, en cambio, parece haber una mayor distancia entre la adopción de un
procedimiento y la comprensión de las razones que lo sustentan. Es un riesgo que puede
presentarse cuando la centración en los significantes –en ciertos rasgos de las
notaciones- aparece como consecuencia de la asimilación que algunos niños hacen de
procedimientos propuestos por sus compañeros. Esto ocurre, en particular, con un
procedimiento muy económico y bien fundamentado que se expresa a través de
anotaciones como las siguientes:
35+54=
30+50=80
80+5=85 y 85+4=89.
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Hacerse esta pregunta es pertinente cuando los niños utilizan únicamente este tipo de expresiones para
dar cuenta del procedimiento al que nos referimos. En otros casos, como se ha señalado en un artículo
reciente (Ponce y Tasca, en prensa), expresiones como éstas coexisten con argumentos claramente
multiplicativos –son formuladas por niños que en otros momentos apelan a “si...entonces”- y el cambio en
la formulación podría deberse a la intención de los niños de simplificar su explicación para ser mejor
comprendidos por compañeros que no han elaborado aún ese procedimiento.
Ignacio: “(...) si a ellos les gusta hacer eso y nunca se equivocan, puede ser, pero si yo
fuera ellos no lo haría porque por ahí tengo una prueba y tengo que hacer 38+25 y
junto esos dos números y me da el resultado mal... Y después, como no sumé, sólo junté
esos dos números y me dio un resultado y por ahí me equivoco y si me equivoco lo hice
mal... entonces, para no equivocarme, lo sumo y después veo si está bien o no”.
A pesar de que el investigador formula su propuesta en términos cercanos al
argumento multiplicativo (“si...entonces”), Ignacio la interpreta –al igual que otros
sujetos- como centrada en los significantes. A través de una clara oposición entre los
términos utilizados (sumar versus juntar4), él distingue inequívocamente la solución
operatoria de la figurativa y pone de manifiesto su desconfianza con respecto a esta
última. Es esta desconfianza la que diferencia su conducta de la de otros sujetos, que
parecen adoptar la versión figurativa del procedimiento en cuestión sin haber
comprendido completamente sus fundamentos.
Según Ignacio, sólo resulta seguro un procedimiento que se comprende bien (la
suma, en este caso); en cambio, un procedimiento es riesgoso si lo único que se sabe de
él es que puede llevar al éxito, si no se comprenden las razones de ese éxito. Como este
niño es uno de los que protagonizará las páginas siguientes, tendremos oportunidad de
entender mejor qué es lo que no ha comprendido aún, cuál es la razón qué necesita
reconstruir para hacer suyo el procedimiento que –por ahora- no acepta utilizar.
4
Sacar, poner y juntar son términos que los chicos suelen utilizar en relación con los ceros que suprimen
o incorporan a la notación, en tanto que reservan sumar y restar para referirse a las operaciones
efectuadas con los números.
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La contribución de Patricia Sadovsky en el diseño de esta situación fue decisiva. En la realización de las
entrevistas, fue fundamental la participación de Susana Wolman. El registro y la transcripción estuvieron
a cargo de Fabiana Tasca.
comprendidos entre 20 y 29, por ejemplo: 32+26; 35+26; 34+28; 32+23.... Se van
anotando los resultados obtenidos. Al finalizar la serie, el entrevistador hace notar que
los resultados comienzan en algunos casos con cincuenti y en otros casos con sesenti. Se
pregunta si es posible, al sumar treintialgo más veintialgo, obtener como resultado
cuarentialgo o setentialgo. En ambos casos, se solicita justificación de las respuestas.
3. Se presenta luego otra serie de sumas (56+22; 56+25; 54+26; 54+21...) y se pide a
los niños que anticipen cómo empezará el resultado. Después de cada anticipación, se
solicita verificación con calculadora y, en caso de error, se reflexiona sobre las razones
que lo ocasionaron. La situación está planteada como un juego: si el resultado es
correcto, el sujeto tiene un punto; si no lo es, el punto es asignado al experimentador.
Finalmente, se plantean sumas correspondientes a otras decenas (42+33; 44+36;
47+38; 41+39...). Se procede del mismo modo que antes, solicitando a los niños que
anticipen con la mayor rapidez posible y pidiéndoles que expliquen a qué se debe que
algunos resultados comiencen con setenti y otros con ochenti.
Dado que nos interesa poner de relieve los progresos registrados en el curso de la
situación y el rol que desempeña en tal sentido la interacción éxito-conceptualización,
agruparemos los resultados tomando en consideración el desempeño de los niños al
hacer las anticipaciones iniciales. En función de este criterio, pueden distinguirse tres
subgrupos de sujetos:
*Los que se equivocan sistemáticamente cuando la cantidad de unidades de los
sumandos da lugar a la formación de una nueva decena.
*Los que anticipan correctamente en la mayoría de los casos –aún cuando la cifra de
la decena en el resultado no corresponda a la suma de las decenas de los sumandos
propuestos- pero cometen errores en unos pocos casos.
*Los que hacen anticipaciones sistemáticamente correctas (desde el comienzo y a lo
largo de toda la entrevista);
Para establecer una primera relación entre las anticipaciones realizadas por los niños de
cada grupo y las conceptualizaciones que elaboran para explicar lo que sucede,
señalemos que:
Los errores del primer grupo sugieren que los chicos están inicialmente centrados en
los dieces: treinti más veinti sólo puede dar cincuenti porque 30+20=50 –y esto a pesar
de que antes, al hacer las cuentas con calculadora, han podido constatar que el resultado
en algunos casos comenzaba con sesenti-. Desde su punto de vista, las unidades no
tienen influencia alguna en la cantidad de dieces del resultado.
Los errores del segundo grupo, en cambio, revelan que los niños saben que el
resultado puede comenzar con cincuenti o con sesenti –lo han registrado como un
observable en la etapa 2-, que intuyen o descubren que las cifras de las unidades inciden
en los resultados, pero aún no han comprendido bien cómo y por qué influyen.
En cuanto al tercer grupo, el éxito sistemático en las anticipaciones está
acompañado por explicaciones más o menos consistentes y generales.
Compartir algunos aspectos del diálogo sostenido con los niños nos permitirá
profundizar el análisis.
Investigador Shelly
Ahora te propongo un juego. Yo anoto una
cuenta y vos vas a decir con qué te parece
que empieza el resultado. Sin hacerla,
después la hacemos con la calculadora. Si
después nos damos cuenta de que ganaste,
tenés un punto; si no el punto lo gano yo.
(Anota 56+22) ¿Con qué creés que va a
empezar el resultado?
Con setenti.
A ver, hacela. Setenta y ocho (después de verificar con
calculadora).
Ganaste. Tenés un punto. Ahora 56+25.
¿Con qué va a empezar el resultado?
Con setenti.
Hacela. Ochenta y uno. Empezó con ochenti.
54+26 Con setenti (verifica) No, con ochenti.
Otro punto para mí. 54+25 Con setenti (comprueba que está bien)
Un punto para vos. 52+21 Con sesenta.
¿Sesenta, así (anota 6)? Sí. (La hace) Setenta... Setenta y tres.
¿Te acordás de que antes me dijiste que si
tenías cincuenta y veinte, siempre iba a dar
setenta?
Sí.
¿Por qué pensaste que iba a dar sesenta
esta vez?
Porque eran números muy bajos.
¿Vamos a otro? 52+29 Con ochenta (lo hace). Sí, con ochenta. Es
ochenta y uno.
Mirá, Shelly, acá tenemos todos estos que
empiezan con cincuenti y todos estos que
empiezan con veinti y el resultado puede
empezar a veces con setenti y a veces...
Con ochenti
Decime, ¿habrá alguna forma de saber,
antes de hacer la cuenta, con qué va a
empezar, y ganar siempre?
(Silencio) No sé.
Si un chico te dice: “yo quiero que me
expliques para ganar siempre, ¿cómo se lo
explicarías?
(Silencio)
Para saber con qué va a empezar... Acá
(señala las cuentas de 50+20), ¿podría
empezar con sesenti, como me dijiste esta
vez aquí?
No
¿De eso estás segurísima? (gestos afirmativos con la cabeza)
¿Por qué estás tan segura? Porque cinco más dos no es seis, es siete.
Y para saber si es con siete o con ocho,
¿habrá alguna forma de saberlo siempre?,
¿cómo se lo explicarías a otro chico?
Porque si acá tiene un 5+2, va a dar 7.
Sí, pero acá algunos dieron con ocho. Porque son números más grandes.
Más grandes que qué Que los demás
Ajá. Pero fijate que también empiezan con
cincuenti y con veinti.
(Silencio)
¿Más grandes que cuánto?
Que éstos. Porque acá tenés 52+21 y acá
52+29
Ajá, pero... ¿se puede saber con exactitud
más grandes que cuánto?
No.
Al comienzo de este fragmento, Shelly logra por primera vez anticipar como resultado
ochenti y afirma ahora con total seguridad que el resultado no puede ser menor que la
suma de las decenas. Sin embargo, sus explicaciones no han avanzado: en algunos casos
hace silencio, en otros dice que no sabe y en otros se refiere al tamaño de los números,
sin especificar si está pensando en la cifra de las unidades o en el número completo. La
situación se modifica en el último tramo de la entrevista.
Después de un único error (44+36), Shelly anticipa varias veces rápida y correctamente,
incluso en los casos en que el resultado comienza con ochenti (47+38 y 41+39). Sus
explicaciones también avanzan: cuando se le pregunta cómo comunicarle a otro chico
un método para no equivocarse nunca, comienza describiendo el procedimiento pero,
enseguida, produce una explicación nueva, que apela -ahora explícitamente- a las cifras
de las unidades (“que si los números sueltos son grandes, le daría más”).
En el curso del trabajo, Shelly avanza tanto en la acción como en la
conceptualización: pasa de cometer muchos errores a anticipar de manera correcta y de
la imposibilidad de suministrar una explicación a la formulación de una explicación que
es ambigua al principio, pero se hace completamente explícita al final de la entrevista.
Sin embargo, la última explicación a la que arriba tiene sus límites: si bien señala que
“el nueve es el más grande que puede haber en los sueltos”, no apela para nada a la
agrupación decimal.
Por primera vez en el curso de la entrevista, Luján encuentra una explicación para lo
que hasta ese momento debía parecerle una alternancia incomprensible de “setentis” y
“ochentis”. Si bien esta explicación es básicamente semejante a la de Shelly, presenta
también una diferencia: está centrada en el descubrimiento de que las unidades
influyen, pero no aparece ligada a la magnitud de las cifras ubicadas en este lugar. Ella
no ha hecho hasta aquí ninguna alusión a “números altos” o “números bajos”, ni en
relación con las unidades ni en relación con los números como tales6.
Lo curioso es que, a pesar de que Luján aún no ha establecido o aún no puede
explicitar este criterio que le permitiría comenzar a distinguir casos en que las unidades
influyen de otros en que no influyen, es suficiente con haber elaborado la hipótesis de
que también las unidades –y no sólo las decenas- determinan la cifra de las decenas con
la que comenzará el resultado para que ella comience a tener éxito de manera
sistemática, tal como puede observarse en el último fragmento de la entrevista:
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Otros niños, en cambio, han justificado que 39+25 diera un resultado que comienza sesenti apelando a
la comparación con otras sumas que les habían dado cincuenti (32+24, por ejemplo) y señalando: “treinta
y nueve es más grande que treinta y dos”. Se invoca así el valor del número completo, no de la cifra de las
unidades, como lo hace Shelly.
yo le sumé esto y esto (decenas), entonces
me dio sesenta; después le sumé el cuatro,
sesenta y cuatro; después le sumé el tres y
me dio sesenta y siete.
De acuerdo, pero hay que buscar una
forma, sin hacer la cuenta, para saber,
antes de hacerla, con qué va a empezar.
Me fijaba en los números, porque así con
los números...
¿Qué te fijabas en los números?
En los dos de atrás que son tres y cuatro.
¿Y acá que te dio setenta?
Dos y ocho.
¿Y entonces cuál es la diferencia?
Que éste (8 de 38) es más grande que éste
(4 de 34) (señalando dos términos de dos
cuentas diferentes, pero lo común es que
los resultados no pertenecen a la misma
decena)
Pero este dos es más chico que este tres
(señalando los otros términos de esas
mismas sumas).
(Silencio) No sé.
Pero sí sabés que ahora no te equivocás.
Sí.
Las dos entrevistas citadas ponen en evidencia la estrecha y compleja relación entre la
comprensión y el éxito. En el caso de Shelly, es inmediatamente después de anticipar
acertadamente en forma continuada que ella puede proveer una explicación consistente
de lo que está pensando. En el caso de Luján, la explicitación de lo que comprende
precede al éxito en la anticipación: ésta se vuelve sistemáticamente correcta a partir del
momento en que logra formular una explicación en la cual coordina dieces y unidades.
En ambos casos, se constata que es posible tener éxito sin haberlo comprendido todo: la
explicación elaborada por las niñas –y por los otros sujetos de este grupo- es sólo una
aproximación, ya que no llegan a dar cuenta de la agrupación decimal.
Se evidencia así, también en relación con el sistema de numeración que –tal como lo ha
mostrado Piaget en relación con otros objetos de conocimiento- el progreso en la
comprensión hace posible mejorar sustancialmente la acción y que el éxito puede
preceder a la comprensión profunda de las razones que lo explican.
Como puede observarse, además de apelar a las unidades, menciona que la suma en
cuestión le dará más de diez. Si bien sólo le da a esta observación el status de ejemplo,
es como para preguntarse si está sospechando ya que el diez no es un número cualquiera
en nuestro sistema de numeración y que alguna relación guarda con el problema que se
le está planteando.
Cuando -después de haber afirmado que el resultado no podría comenzar con
cuarenti pero quizá sí con setenti-, comienza a producir anticipaciones, también toma
inmediatamente en consideración las unidades:
Al decir “dejame pensar” frente a 56+25 –en tanto que había anticipado de inmediato
ante 56+22-, Carolina muestra que se da cuenta de que está ante un caso problemático y
de que no puede hacer una anticipación inmediata. Por otra parte, es probablemente la
verificación de que se ha equivocado “para abajo” al anticipar para 54+26 un resultado
“con setenta”, lo que la lleva a equivocarse “para arriba” en la cuenta siguiente (54+25),
muy parecida a la anterior. Sus errores se concentran ahora en las situaciones-límite
entre las dos decenas y seguramente es eso lo que quiere decirnos cuando subraya , en el
último caso, la escasa diferencia entre su anticipación y el resultado (“Me equivoqué
por una. Por una”).
A partir de ese momento, Carolina adquiere seguridad en sus anticipaciones también en
los casos en que hay reagrupación, es consciente de que la ha adquirido y puede
justificarla así: “Y, porque si acá está el 9 ¿no?, entonces por ejemplo, no sigue
veintidiez, no sigue así... Entonces seguro que me va a dar un número más de setenta si
sumo esto más esto (señalando las unidades)”. En esta justificación –y también en el
ejemplo que propone luego:“por ejemplo, si yo tengo un ocho y le sumo cuatro, ¿no?
(en las unidades), entonces a mí seguro que me va a dar de otra familia”-, se evidencia
una aproximación a la comprensión de la agrupación decimal, considerada desde la
perspectiva del mecanismo de producción de los números y seguramente vinculada al
establecimiento de relaciones entre numeración escrita y numeración hablada: como no
se puede decir (ni anotar) veintidiez, entonces ese diez en lugar de yuxtaponerse a veinti
se adscribe a sesenta y se produce así un resultado de setenta. Si bien la niña no llega a
explicitar que se forma una nueva decena a partir de la suma de las unidades, esta idea
está en germen en sus afirmaciones.
Luego, Carolina anticipa correctamente frente a 42+33 y 44+36 pero, frente a
47+38 comete un error diferente, que no había aparecido en los chicos del primer grupo:
anticipa “noventialgo”, la calculadora le informa de su error y ella lo explica diciendo
“Y... porque yo pensé que ya que son tan grandes (señala las unidades), no me va a
alcanzar para el setentialgo y para el ochentialgo”. Analizaremos más adelante el
significado de este nuevo error, que fue producido también por los otros chicos de este
grupo.
Después de anticipar erróneamente setenti frente a 41+39 y correctamente
ochenti frente a 49+39, la investigadora vuelve a orientar la conversación hacia la
formulación de una explicación:
Carolina hace en este último tramo de la entrevista un progreso notable en relación con
la anticipación: tiene éxito de manera sistemática en la nueva serie de sumas que se le
propone. Sin embargo, a pesar de este éxito y de la seguridad que había conquistado ya
en la serie anterior de sumas, a pesar de la explicación relacionada con la agrupación
decimal proporcionada antes y de los sucesivos intentos del experimentador para
lograrlo, Carolina no llega a proporcionar una regla o justificación que vaya más allá de
las comparaciones entre diferentes casos e insiste en que la primera vez “se arriesgó” y
después, basándose en el primer resultado, comparó para ver si los números de las
unidades son más grandes. Hay un desfasaje claro entre éxito y formulación de una
explicación: parece atribuir el éxito a una cuota de azar –presente en el riesgo inicial y
en “si acerto, acerto”...- y, sobre todo, no actualiza aquí la explicación con la que antes
se había aproximado a dar cuenta de la agrupación decimal. Probablemente esto se deba
a que antes se trataba de explicar la cuestión en relación con una suma específica, en
tanto que ahora se está razonando en relación con las diferentes series de sumas.
Aparentemente, Carolina tiene conciencia de que ella se da cuenta de algo al mirar los
números y también de que tiene dificultad para ponerlo en palabras: “Y... hay una
manera, ¿no? Pero es muy difícil explicarlo (...) yo me doy cuenta... viendo estos dos,
yo sé que me va a dar ochenti o setentialgo” y, en el momento final de la entrevista,
cuando la investigadora le recuerda que no se trata de sumar sino que “hay que fijarse
en algo de los números para ver si podemos ganar siempre”, ella afirma: “es que no sé
cómo explicártelo cómo lo supe; por eso te lo digo en otros términos”. Carolina ha
elaborado una regla que la conduce consistentemente al éxito en la acción, pero no
puede aún explicitar en qué se basa esa regla.
Nicolás anticipa casi siempre correctamente. Nunca se equivoca “para abajo”, es decir
que –a diferencia de lo que ocurre con Carolina- en ningún caso da un resultado basado
sólo en la suma de los dieces, siempre toma en cuenta las unidades. En cambio, se
equivoca cuatro veces “para arriba”: como su compañera, anticipa ochenti para 54+25;
luego, en tres casos (54+26; 47+38 y 49+39) anticipa noventi -salteando los ochenti- y
coincide así con Carolina en el segundo ejemplo.
A lo largo de la prueba, va conquistando seguridad: por ejemplo, cuando
anticipa ochenti frente a 44+36 y la investigadora lo incita a hacer la cuenta con la
calculadora, antes de verificar afirma con convicción: “apuesto que sí”. Sus
explicaciones son, en cambio, bastante menos claras que las de Carolina.
Nicolás parece estar pensando en evitar el error en cada caso particular que en elaborar
una regla aplicable a otros casos. Cuando anticipa noventi, a pesar de que lo hace en
casos en que las cifras de las unidades son altas, sus explicaciones se refieren a las
decenas: “Era tan alto que pensé que era ochenta estos dos (señala el 4 y el 7 de las
decenas)” y niega haber pensado en las unidades. Y, frente a 49+39, al verificar
exclama: “¡¡Noventi!! Me pasé del nueve, pensé que iba a ser noventa y ocho (...)
Porque si 9+9 es 18, le tengo que sumar el diez y qué me iba a quedar... ocho”. Aclara
luego que tendría que sumar el diez a cuarenta y treinta, pero no explica por qué salteó
el ochenti.
El desfasaje entre acción y explicación es notable: al anticipar, toma siempre en
cuenta las unidades; en cambio, al explicar su error “para arriba”, pretende haber
sumado mal los dieces. No se llega a ninguna explicación consistente que relacione
dieces y unidades, seguramente porque el diálogo se centra más en los errores “para
arriba” que en la explicación de los aciertos. Lo que está claro es que Nicolás no puede
explicar por qué se equivoca “para arriba”. Antes de analizar esta cuestión, veamos lo
que sucede con otro sujeto de este grupo.
Ignacio anticipa correctamente en casi todos los casos y se equivoca sólo tres veces, dos
de ellas “para abajo” (como los sujetos del primer grupo) y una vez, en 49+29, “para
arriba” (noventi). Los dos errores “para abajo” -cabe señalarlo- se producen la primera
vez que se le plantea un cálculo con reagrupación en una nueva serie de sumas y, en los
dos casos, las cifras de las unidades son relativamente bajas: anticipa setenti para 56+25
y para 44+36. Apenas comprueba que se ha equivocado, produce anticipaciones
correctas para todas las otras sumas de la serie. Veamos cuáles son sus reflexiones
después de haber trabajado con las sumas del tipo [5-+2-]:
Las explicaciones de Ignacio están ligadas a una cuenta específica y siguen estándolo a
pesar de los intentos de la investigadora de que él provea una explicación más general.
Aparece, sin embargo, una referencia –no muy clara, es cierto- a la agrupación decimal
(“como ya sabés que cinco más cinco es diez, lo desarmaste...”). Veamos lo que sucede
después:
(Propone otra serie de cuentas: 44+36, (Se equivoca en la primera: anticipa que
42+33, 47+38, 41+39) comenzará con setenta y, al hacerlo con la
calculadora, descubre su error. Anticipa
bien en todos los otros casos).
¡¡Bárbaro, Ignacio!! Y ahora 49+39, ¿con
cuál te parece que va a empezar?
Con noventa (pero lo hace con calculadora
y ve que da 88)
Mirá, acá vos habías pensado también que
39+29 te podía dar con setenti, salteándote
dos familias.
Sí
Y acá volviste a pensar lo mismo, ¿no?
¿Qué pasó?
(...) Porque si al 70, sumarle 9 me da 79 y
al 79 sumarle 9... pensé que me iba a dar
algo de noventa, salteándome una familia.
¿Cuál te salteabas? La del ochenta
Bueno, ¿y ahora sí podrías explicarle a otro
chico cómo se hace para saber siempre con
qué empieza una cuenta?
(...) Porque acá yo me dí cuenta que si a 40
le sumaba 30, me daba setenta...
¡Ah! Perfecto. Pero hay algunos acá (en los
cuarenti más treinti) que dan con ochenta.
Sí, porque vos ahí les estás sumando
algunos números sueltos que son altos y
entonces sale de la familia del setenta y se
va al ochenta.
Ahora, Al cincuenta más veinte me da
setenta y si tengo un nueve y tengo un dos
me va dar setent... al nueve que tengo le
sumo el dos, ochenta y ochenta y uno.
Y más o menos cuando yo tenía un 8 y un
7, ahí me iba a cambiar de familia, porque
tengo 78 y, si le sumo 7, no me voy a
quedar con la familia del 70, voy a pasar
de familia.
Y cuando yo sumo así de a dos números
como éstos, ¿cuántas familias pueden
pasarse? Porque mirá acá, los resultados
algunos dan con setenti y otros dan con
ochenti. ¿Podrían dar con noventi?
No, porque si vos le sumás 49+39 no te
puede dar 90, entonces todas estas
familias, la del cuarenta y del treinta,
juntas no pueden llegar al noventa, lo
máximo es al ochenta y ocho si llegan, más
no se pueden pasar.
¿No pueden dar 89? No
¿Cómo sabés? Porque... lo máximo de los números son
hasta nueve, entonces yo cuento 41, 42, 43,
44, 45, 46, 47, 48, 49 ... y entonces recién
ahí empiezo ochenta y así... Lo máximo es
nueve, entonces sé que me va a dar algo de
ochenta, porque no puede pasar porque son
números que no llegan, porque mucho dos
no pueden hacer, porque estás sumando lo
más alto y no pueden llegar más alto
todavía.
(Propone varios otros cálculos: 31+54, (Anticipa correctamente en todos los
35+56, 33+57, 36+54). casos)
Éstas sí que te las ganaste todas, Ignacio. O
sea que... ¿vos ya encontraste una forma de
saber cómo es sin hacer la cuenta?
Sí.
¿Cómo se lo explicarías a otro chico? A un chico se lo explicaría... Le diría que
si yo tengo 33+54, le sumo y me doy
cuenta de que no me puedo ir al noventa,
no llega a dar diez... entonces me queda
30+50, entonces me da 80 y le sumo el 3 y
el 4 y me da 87.
En síntesis, a nivel de la acción, todos los chicos de este grupo coordinan desde
un comienzo dieces y unidades, y esto explica la disminución de los errores. Sin
embargo, esta coordinación no es suficiente para asegurar el éxito en todos los casos.
Por una parte, porque, si bien la agrupación decimal está involucrada en algunas de sus
explicaciones, los niños no llegan a conceptualizar claramente en qué condiciones la
suma de las unidades produce un cambio en las decenas. Por otra parte, porque
producen errores “para arriba” que no habían aparecido en el primer grupo y que
parecen derivarse ya no de la ausencia de consideración de las unidades sino más bien
de una sobreestimación de su papel –al menos en las sumas que se les propusieron-.
Para comprender estas respuestas, es imprescindible relacionarlas con las que dieron
los niños en un momento anterior de la entrevista, cuando se les preguntaba por la
posibilidad de que treintialgo más veintialgo diera como resultado cuarenti o setenti.
Los sujetos de este grupo –al igual que todos los demás- niegan categóricamente
la posibilidad de que el resultado sea cuarenti: “No, no se puede –dice, por ejemplo,
Nicolás-. Aunque hagas la menor cuenta, aunque hagas 30+20, te va a dar más de
cuarenta, más de cuarenta y nueve, te va a dar cincuenta” e Ignacio señala: “Porque si
yo le sumo treinta más veinte me va a dar siempre cincuenta o más”.
Muy diferentes son las respuestas en relación con setenti: Nicolás afirma que sí
pueden dar ese resultado, Ignacio responde “puede ser” y Carolina, como es su
costumbre, pide que la dejemos pensar y luego, por iniciativa propia, anota 39+29.
Nicolás propone 39+27 y cuando, al verificar, ve que el resultado es menor que setenti,
atribuye el error a no haber puesto el número más alto del veinti; corrige entonces
(39+29) pero, antes de recurrir a la calculadora, afirma: “No, no hay forma, no me
alcanza”.
En tanto que la imposibilidad de que el resultado sea cuarenti es obvia para los
chicos, la imposibilidad de que sea setenti requiere de verificación empírica. Sólo
después de haber verificado pueden afirmar que no se puede obtener este último
resultado. Por otra parte, esta imposibilidad no se generaliza a otros casos: los tres niños
de este grupo la han constatado al comienzo de la entrevista, lo cual no les impide hacer
más tarde anticipaciones que suponen “saltear” una decena.
La agrupación decimal ha entrado en escena, pero la aproximación que los niños
están realizando a ella es parcial. Si bien ellos mismos proponen probar con sumandos
que terminan con 9, lo que indica que saben en acción que ése es el mayor número que
pueden tener en el lugar de las unidades, no parecen haberse dado cuenta de que,
cuando la suma tiene sólo dos sumandos, es imposible formar más de un diez a partir de
las unidades (justamente porque la agrupación es de a diez y porque es por eso que 9 es
el mayor número que puede aparecer en las unidades). Ignacio es el único de nuestros
sujetos que sospecha algo de esto cuando dice: “Lo máximo es nueve, entonces sé que
me va a dar algo de ochenta, porque no puede pasar porque son números que no
llegan, porque mucho dos no pueden hacer, porque estás sumando lo más alto y no
pueden llegar más alto todavía”. Seguramente esos “dos” que no pueden hacer mucho
son los dos sumandos de las sumas con las que se está trabajando.
No debe asombrarnos entonces la gran diferencia existente entre las respuestas
de los niños en relación con la (im)posibilidad de un resultado de cuarenti o de setenti.
Para responder acerca del primero, es suficiente con un argumento referido a la cantidad
(veinte más treinta es más que cuarenta) y no es necesario apelar a los principios de la
numeración escrita; en cambio, para responder acerca del segundo, hay que tomar en
consideración la agrupación decimal. Y esto no parece fácil para los niños que se están
aproximando a ella, al menos en el marco de la situación propuesta.
Con Florencia, después de que ha “ganado” en todas las sumas de 5-+2-, se sostiene el
siguiente diálogo:
7
Al comienzo de la entrevista cometen uno o dos equivocaciones incidentales, pero los errores
desaparecen apenas entienden bien qué es lo que se les está pidiendo.
da ochenta.
(Propone sucesivamente 44+36, 42+33, (Anticipa correctamente en todos los
47+38 y 49+39) casos. En el último piensa bastante y mira
otra cuenta que ella misma había anotado
antes: 39+29)
Con ochenti
¿Ochenti?, ¿estás segura? (Gesto afirmativo)
Ochenta y ocho (después de verificar con
la calculadora).
Muy bien. Mirá: acá (primera cuenta)
contestaste rápido que era con ochenti y
acá (la última) tardaste bastante en
contestar y mirabas mucho acá (39+29).
¿Por qué mirabas para ahí?
Porque ahí también había puesto 9 a lo
último.
¿Y qué pasa cuando hay 9 a lo último? Eh... no da lo mismo que... Si vos te
olvidás de los nueves y ponés... y sumás el
40 con el 30... da 70.
¿Y con los nueves atrás puede hacer
cambiar mucho eso?
Sí. Me va a dar un diez adelante.
Pero no te dio un diez adelante, te dio
ochenti.
Un diez más.
Ahora bien, ¿por qué es tan difícil para nuestros sujetos llegar a comprender la
imposibilidad que está en juego en esta situación?
En el grupo II, la dificultad no resulta sorprendente porque está claramente
relacionada con una aproximación aún incompleta a la agrupación decimal. Es llamativa
–en cambio- en el grupo III, porque sus integrantes anticipan siempre correctamente y
explican con claridad que la cifra de las decenas cambia cuando se forma un nuevo diez
a partir de la suma de las unidades... pero no llegan a afirmar con convicción –sin
depender de una verificación empírica- que no puede formarse más de un diez cuando
los sumandos son sólo dos.
Evidentemente, una cosa es afirmar la posibilidad de formar una decena a partir
de la suma de las unidades y otra cosa es negar la posibilidad de formar más de una.
Esta restricción no se deriva automáticamente de la afirmación anterior. Tampoco se
deriva directamente de otros conocimientos que nuestros sujetos tienen y que ponen en
acción para establecer empíricamente la (im)posibilidad de “saltar una familia”: que 9
es el mayor número que puede colocarse en el lugar de las unidades, que 9+9=18, que
diez y ocho es menor que dos dieces.
Ahora bien, formar más de una decena al sumar no es siempre imposible, sólo
lo es en las condiciones planteadas. Los sujetos del grupo III pueden intuir –a partir de
su experiencia con las sumas- que, en algunos casos, pueden formarse dos o más dieces
al sumar las unidades, pero seguramente no saben en qué condiciones esto es posible y
en cuáles es imposible. ¿Pensarán acaso –por indiferenciación entre la cantidad de
sumandos y la de decenas que se pueden formar-8 que, si hay dos sumandos, entonces es
posible formar dos dieces? Y, si no es así, ¿lo habrán pensado en algún momento? No
lo sabemos, pero esto contribuiría a explicar los errores “para arriba” que producen
reiterativamente los niños del segundo grupo.
Para esclarecer cómo progresan los niños en la reconstrucción de la
imposibilidad aquí planteada y sobre todo para favorecer este progreso, es necesario
diseñar y llevar a la práctica otras situaciones que apunten a determinar cuántos dieces
pueden formarse al sumar las unidades de dos, tres, cuatro o más sumandos y, por ende,
cuáles son las posibilidades e imposibilidades en cada caso. Tales situaciones -que
involucrarán también un juego de anticipaciones, constataciones y búsqueda de
explicaciones- permitirán profundizar en la comprensión de la agrupación decimal e
incursionar en la reconstrucción de la recursividad de la agrupación.
Antes de cerrar este punto, volvamos a las conquistas realizadas por los chicos del tercer
grupo. Ellos ya no necesitan verificar para comprobar que están en lo cierto. Sus
anticipaciones siempre correctas ponen en evidencia que la acción está orientada por
una conceptualización capaz de dar cuenta de ese aspecto esencial del sistema de
numeración que se ha tratado de poner en juego: la agrupación decimal.
Las relaciones entre éxito y comprensión son ahora menos complejas:
anticipaciones y explicaciones se han puesto de acuerdo.
Llegar a comprender que no todas las cifras aluden a lo mismo, que algunas se
refieren a “números sueltos” y otras a dieces, implica seguramente un esfuerzo
intelectual considerable. Es conveniente –parece decirnos Ignacio- que esos dos mundos
permanezcan separados, al menos por un tiempo. Una estrategia como “si...entonces”
plantea el problema de coordinarlos, de integrarlos en un sistema de conjunto. Y lo
mismo ocurre con la situación planteada en las entrevistas que hemos analizado.
Aunque no lo explicitan como Ignacio, está claro que los sujetos del primer
grupo tratan –sobre todo al principio- a los dieces y las unidades como si fueran dos
sistemas diferentes y no relacionados. Para comenzar a coordinarlos, no es suficiente
con establecer regularidades que pueden leerse en el objeto –desde los ciclos que se
reiteran al avanzar en la serie de notaciones numéricas hasta los resultados producidos
en las notaciones por las acciones del sujeto (como la suma reiterada de diez, por
ejemplo)-, es necesario además construir conceptualizaciones que trascienden lo que es
empíricamente observable. No es suficiente con hacer generalizaciones “inductivas” que
extienden la aplicación de las reglas a nuevos casos –partiendo del “algunos” para llegar
al “todos”-, es necesario producir generalizaciones constructivas9, es necesario indagar
acerca de las razones y comenzar a formular explicaciones.
Construir las razones supone -por supuesto- aproximaciones sucesivas, supone
un largo proceso del cual las vicisitudes de las entrevistas que aquí hemos analizado no
son más que una breve instantánea.
Finalmente, cabe señalar que la situación planteada reveló ser particularmente fecunda
en relación con la comprensión de la agrupación decimal por parte de los niños. Su gran
virtud –creemos- se deriva de que la regla cuya elaboración promueve sólo puede
construirse en estrecha vinculación con la búsqueda de las razones que la sustentan.
En algunas otras situaciones llevadas a la práctica, generar avances en la
conceptualización ha sido más difícil. La característica común a estas situaciones menos
productivas es que en ellas se reflexiona sobre los fundamentos de reglas que pueden ser
establecidas sólo a partir de lo que es observable en los significantes –como sucede, por
ejemplo, con la referida a la multiplicación o la división por diez-.
9
A pesar del riesgo de desvirtuar nociones tan complejas como las aquí mencionadas, señalaremos
algunos de sus rasgos esenciales, aquellos que nos llevaron a recurrir a ellas en este artículo; rogamos al
lector interesado consultar la obra de Piaget y Henriques (1978). Según se plantea en ella, las
generalizaciones constructivas se caracterizan por incluir (gracias a la asimilación recíproca de esquemas)
en un único esquema de conjunto conocimientos –sobre las acciones del sujeto o, por atribución, sobre la
naturaleza del objeto- que hasta ese momento eran concebidos como totalmente heterogéneos; la
generalización “inductiva” se apoya en la generalización constructiva, en tanto ésta ha dado lugar a
esquemas asimiladores anteriores que permiten realizar el proceso de extensión de las reglas a nuevos
casos.
En cambio, cuando la elaboración de las reglas requiere que se produzcan
nuevas reflexiones, las situaciones resultan mucho más potentes para lograr que los
niños accedan a ciertas facetas de la naturaleza íntima del sistema de numeración. Es
por eso, seguramente, que todos nuestros sujetos pudieron aprender –aunque no todos
hayan aprendido lo mismo- a partir del intenso diálogo aquí entablado entre éxito y
comprensión.
Bibliografía
Lerner, D., Sadovsky, P., Wolman, S. (1994): El sistema de numeración: un problema
didáctico, en “Didáctica de Matemáticas” – Editorial Paidós – Buenos Aires –
Argentina.