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SCORPIÓN UNA AVENTURA PIRATA.

Hubo un tiempo en el cual, en los mares, había más barcos que peces. Épocas
de saqueos, robos y aventureros que sumaban fortunas atacando a otros barcos.
Eran los piratas, reyes sin bandera, ladrones del océano. Scorpión tenía fama de
avaro y codicioso. Su sonrisa de destellos dorados solo aparecía muy de vez en
cuando, sobre todo cuando las joyas y monedas rebalsaban sus cofres y baúles,
quitados por la fuerza a otras embarcaciones. En el velero bergantín “El Bravío”,
acumulaba botines, antes de regresar a su hogar, en una isla escondida. ¿Qué
hacía con los tesoros? Los enterraba, los acumulaba, los veneraba, pues
tenerlos lo hacía sentirse fuerte y poderoso.

Cuentan que su final fue muy


divulgado. Antes de emprender
el último viaje tomó la
precaución de cargar varios
toneles de agua, vino y
galletas, suficientes para un
tiempo prudencial. Buscó un
puñado de hombres rudos,
malolientes, con parches en los ojos, patas de palo y garfios, en fin,
características que hacen a los piratas. Pasaron tres semanas y la bodega del
barco estaba repleta de piezas preciosas. Scorpión quitaba el agua de los
toneles para colocar dentro el producto de sus reiterados saqueos. Los
tripulantes deseaban regresar a tierra firme pero no eran escuchados. Una
noche, cansado de escuchar su reclamo, el pirata cruel los arrojó al mar a
merced de los tiburones. Menos hombres, menos para compartir. El día treinta y
dos sorprendió al capitán con una tormenta infernal. Pronto sintió el frío del agua
en su pie, luego en la rodilla, hasta apreciar con horror que una ola le arrancaba
el sombrero. El mayor corsario, el pirata más temido, se hundió en su codicia.
Dicen que aún custodia su riqueza en el fondo del océano, ahuyentando a
quienes se atrevan a surcar la zona con cañonazos de medusas venenosas y
mosquetazos agitadores de olas.

Marcela Guerrero

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