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Llegó a la reunión de la Mesa Cuadrada de los lunes, sin aliento, tras haber
conducido las más de diez horas que separaban Maracaibo de Caracas. Le
ofrecieron, en bromas, agua, hielo y whisky, o una cervecita Polar, bien fría. Lo
rechazó todo con gesto impaciente, pues tenía prisa en detallar su plan. Intza,
a quien le había adelantado el asunto, miraba con ojos ahuevados y semi
cerrados a cada uno de los compañeros de la Mesa Cuadrada. Como los
conocía bien, sabía que nadie iba a rechazar la oferta de J. J., como así fue.
Los iba ganando sin demasiado esfuerzo. Cuando detalló la cantidad de dinero
necesaria para la compra de la maquinaria y su traslado, unos seis mil
bolívares, nadie pestañeó. Era una rebaja considerable a los tanteos que se
habían realizado con anterioridad, a instancias de Rezóla, y del Gobierno
Vasco. Según informes del propio J. J. y de Iñaki Elguezabal, y apartando las
consideraciones técnicas para una audición que debía cubrir ocho mil
kilómetros. Sin ir más lejos, el costo de un transmisor (que habría que comprar
en Estados Unidos y transportarlo a Venezuela) podría alcanzar los 15.000
dólares, según su sofisticación.
El bolívar, por entonces, se cotizaba a cuatro por dólar (en pesetas a unas 60),
así que la cifra resultaba alarmante y además, en semejante traslado, podía
fácilmente detectarse el secreto de la empresa. Ahora tenían casi en la mano
un aparato de 5 kw, con dos transmisores completos de la misma potencia, que
le permitía funcionar al tiempo en dos frecuencias diferentes. El coste de este
aparato, nuevo, podía ser de unos 50.000 dólares, aseguró finalmente J. J.
Nadie iba a poner un pero al proyecto. Y menos con Jo-kin, el Gordo, como ya
le denominaban familiar y cariñosamente, aprobando la acción. Su siguiente
paso fue llamar a Ramón Otxondo, que vivía en El Tigre, localidad del interior
de Venezuela, y que mantenía una situación económica ventajosa, para pedir
la financiación inmediata, cosa que logró sin problemas. A más, la oferta
generosa del patriota Otxondo se ensanchó hasta ofrecer pagar sueldo de una
persona para el cuidado de la emisora por seis meses. Nadie creía que podría
durar más. También Otxondo se ofreció a buscar un terreno idóneo por los al-
rededores.
En primer lugar Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia debía ser clandestina tanto para
los vascos como para los venezolanos, pero había que llegar a ciertos políticos
importantes, para que hicieran la vista gorda. Eso, en cierto modo, ya lo
llevaban algo adelantado Xabier Leizaola, Alberto Elosegi e Iñaki Zubizarreta,
cuyos conocimientos del medio político venezolano y su intrusión en la política
era más profunda. Tenían, desde las primeras conversaciones, la tarea de
mover ciertas fichas para que no se paralizara cualquier acción emprendida.
Rezóla, entre tanto, incansable en su afán, se movía en Europa, en el medio de
la Democracia Cristiana, para el logro de los fines. Pero no obtuvo la respuesta
requerida.
El sitio fue encontrado pronto. La hacienda La Virginia, que incluía una laguna,
cercana al pueblo de Santa Lucía, a 60 kilómetros de Caracas, parecía el lugar
idóneo donde instalar las torres, que fueron transportadas penosamente desde
el estado Falcón, en unas gandolas, como se llamaba en Venezuela a los
grandes camiones.
Llegar a La Virginia no era fácil entonces, no lo es hoy día. Para 1964 la ciudad
de Caracas se había extendido por todo el angosto y largo valle, comiéndose
en su crecimiento vertiginoso los viejos pueblos de Chacaíto, Chacao, Campo
Alegre, Los Chorros, levantadas las urbanizaciones de Altamira, La Castellana,
La Floresta, Los Palos Grandes, Las Mercedes, El Rosal, y Sebucán,
devorando el cemento la jugosa y verde hierba sabanera. Pero el pueblo de
Petare continuaba estando lejano, y por Petare se pasaba, siguiendo después
(se dejaba atrás el Ávila, la gran montaña de Caracas, y se adentraba en el
Estado Miranda en dirección sur) por una carretera estrecha, tortuosa,
montañosa. Se seguía las fuentes del río Guaire, el río de Caracas, el cual
cruzaba la carretera varias veces, y en la época de lluvias se desbordaba impi-
diendo el tránsito. Había abundantes controles de la Guardia Nacional, pues
había guerrilla.
Se dijo que hasta el mismo Franco despotricaba contra la radio clandestina que
hablaba con verdad de su régimen odioso. Exigía a su policía y a su embajada
venezolana que, de una vez por todas, quitaran ese estorbo del medio. Había
respirado tranquilo el día de la muerte del Lehendakarí Agirre, en 1960. Creía,
con esa estólida mente militar y poco cultivada que era la suya, que la cuestión
vasca acababa aquel día. Para su sorpresa, renacía en una generación criada
a ocho mil kilómetros del país de los vascos.
Por un tiempo, el que duró la concertación, dejaron de emitir para apaciguar los
ánimos de unos y otros. Fue el precio que tuvieron que pagar. También fue
vencido el miedo que tenían a su rival, Radio España Independiente, la voz de
la resistencia comunista. Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia resultó más fiable en su
información y responsabilidad dial.
La tarde en Venezuela cae a las 6. Caracas tenía por entonces un tráfico denso
e impredecible. Se estaban realizando las autopistas vértebras que recorrían la
ciudad de oeste a este, pero nunca fueron ni parece que lo serán, suficientes.
Pese al tráfico, que mantenía los coches (carros como se denominan en
Venezuela) parados horas sobre la ardiente vía de asfalto, y las dificultades
que suponía atender a sus vidas privadas y compromisos laborales, los jóvenes
del grupo EGI decidieron que trabajarían los sábados y domingos de sol a sol
en las tareas de la instalación del equipo en los linderos de la laguna de La
Virginia.
Había prisa. Rezóla, entusiasmado por la idea, apuraba las decisiones pues se
sabía que ETA pensaba instalar otra emisora en Argelia. Eso hacía que el
grupo se dedicara al trabajo con frenesí. Fueron finalmente ayudados por una
cuadrilla de obreros; tal cosa fue asumida y con pesar como absolutamente
necesaria. Se levantaron pues las cuatro torres, se embutió la emisora (dos
transmisores, llamados Pedro y Pablo) en una choza, a resguardo de las
tormentas y del sol tropical, y tuvieron que abrir caminos en la maleza, para
instalar las antenas.
Se fabricó una txabola. La amoblaron con dos camas, una mesa y armario, y
sillas para jugar las previsibles partidas de dominó y mus, e instalaron una
nevera capaz para las cervezas a consumir. En todos latía la conciencia de que
la soledad sería demasiado profunda para Atutxa, y el compromiso tácito era
compartir algunas noches con él y se elaboró un calendario de
responsabilidades que se cumplió escrupulosamente. Durante algún tiempo, al
observar que la incomunicación gravaba demasiado en el ánimo de Atutxa, le
destinaron como compañero al navarro José Elizalde. Otras veces
acompañaba a Pello Irujo su cuñado, Bingen Amezaga, médico, y así Isaka era
revisado profesionalmente, hablaba de sus dolencias, cosa que siempre
conforta el alma, y tomaba las medicinas correspondientes. Atutxa, a finales de
1966, tuvo un grave accidente de coche, y fue internado en una clínica.
Durante su ausencia, los miembros del grupo se repartieron las tareas que, al
ser diarias, ponían en peligro los trabajos personales. Así que durante la con-
valecencia de Atutxa, decidieron ofrecerle el puesto a José Elizalde, y
posteriormente se fueron turnando Juan Ortiz, Jotxu Castañero, Julián Atxurra.
Años más tarde, tras una visita inesperada de miembros de ETA, se decidió
contratar un guardia jurado venezolano.
Nadie dejó de cumplir con su calendario previsto para acudir sábados y
domingos a La Virginia. El que llevaba los Talos, como se denominó a los
casetes grabados, solía siempre, por más prisa que hubiera, echarse unos
«palitos» y jugar una partidita al mus con Atutxa. Corriendo el tiempo, el
hombre se aficionó al pueblo de Santa Lucía, y solía estarse ahí algunas
tardes. Nadie preguntaba qué hacía por aquellos predios un «musiú», según el
argot ve-ne/olano, tan rico como singular, cvs ck'dr un extranjero, de- ojos
claros, complexión robusta y hablar Intrincado... que- clase' de ira bajo
realizaba en La Virginia. Él hablaba vagamente de unas perforaciones a la orilla
de la laguna.
—Igual encontramos petróleo por ahí, compadre, y nos hacemos todos ricos —
explicaba en la bodega del pueblo, antes de iniciar su recorrido por los dos
bares de Santa Lucía. Nadie le demostró jamás desconfianza. Sabían todos lo
locos que eran los extranjeros, sobre todo los europeos, con ese asunto de
hacer «las Américas».
Atutxa fue gudari, pero antes fue baserritarra. Pronto instaló un corral, criando
gallinas. Esos huevos, tan sanos, alimentaron a mi primer hijo. Me los
entregaba con especial ilusión, cuando aparecía allí con Pello.
—Que sea un Irujo de bien como su padre y el viejo Manuel, el león de Navarra
—me decía siempre poniendo su gruesa y tosca mano sobre la cabeza rubia
del niño. Y que pueda criarse en Euskadi, que es de donde es. Que no hay
patrias buenas ni malas, pero uno es donde es, culminaba con tristeza.
labras en euskara vizcaíno, tan diferente al culto euskara que le hablaba mi
padre. Todo esto antes que en el Centro se instalara la ikastola «Euzkadi-
Venezuela», a la que acudió dos años, otro hito de la colectividad vasca.
Gritó. Gritó a pleno pulmón. Con las fuerzas de la desesperación. Por entonces
el humo había atraído la atención de varias personas que llamaron a los
bomberos que1, ;il ver ¡il ¡oven en la ventana, temieron lo peor. Si .sallaba la
muerte era seguni. Si se quedaba, también.
Quizá lavando la desenfrenada imagen del edifico La Sierra puedo afirmar que
en mis largas esperas en lo que era su sala mientras Irujo, tanto Manuel como
Pello, grababan el Talo, rn hijo Xabier dio sus primeros pasos en solitario.
Desdeñó de m mano y caminó, vacilante pero independiente, sobre el opaco
pavimento de granito de la sala, que no contenía mueble ningunc sino las cajas
de las monedas de oro dispuestas a los lados, y e« las paredes el afiche de
Gernika, aquel que pregonaba «Gernikas gizona».
Jokin Intza, Isaías Atxa, Iñaki Elguezabal, José Joaquín Azurza, Peio Irujo,
Alberto Elósegui, Feliciano Aranguren, Xabier Leizaola, Iñaki Zubizarreta,
Guillermo Ramos, José María Zugarramurdi, Rafael Mendizabal, Félix
Berriozabal, Kepa Lekue, Jon Mikel Olabarrieta, Josu Urresti, Pauliri Urresti,
Iñaki Landa, Isaac Atucha, Joseba de Rezóla, Perú Ajuria, Garbiñe Urresti,
Julián Achurra, Joseba Amaga, Iñaki Arechavaíeta, Paul Aguirre, Juan María
López Izaguirre, Jon Garaigordobil, Txomin Llanos, Iñaki Anasagasti, Jone de
Elósegui, Antonio Mendiluce, Jesús María Gallastegui, Juan Ortiz, Ricardo
Líbano, Patxi Albízu, Bonifacio Urquizu, José Eleizalde, Luis José García,
Julián Achurra Garate, Tomás Andonegui, José Ignacio Zuazo, Joseba Urresti,
Iñaki Ercoreca, Domeka Echearte, Andoni Olabarri, Miguel Briceño, Joseba
Iturralde, Julián Amezcoa, José Abasólo, Maite Leizaola, José Luis Acha,
Santiago Guruceaga, Mikel Olasagasti, Maite Garitaonaindia, Jon Gómez, Mikel
Isasi, Miren Solabarrieta Aznar, . Ugalde, Lander Quintana, Julene Urzelai,
Joseba Olabarrieta, Jesús Irazabal y Ventura Chico. Todos ellos eran militantes
activos del Partido Nacionalista Vasco.
rante selva tropical, lindando con una laguna. Pronto el grupo EGI terminó
denominándose a sí mismos los Txaluperos.
Así que algo de esa violencia podía rozar a Radio Euzkadi/Euz-kadi Irratia.
Había claros intentos de terminar con el asunto, y provino de grupos del interior
del país porque resultaba demasiado eficaz y pacifista, afecta a los intereses
del PNV/EAJ o del Gobierno Vasco en el Exilio de París. Eduardo de la
Escosura, miembro de ANV y cuñado, advirtió a Pello Irujo de los rumores que
corrían entre los más intransigentes de los grupos del Centro, Josu Osteriz,
Carlos Otaño y Luis Las Heras, cercanos a la ideología de ETA. Hablaban de
localizarla, boicotearla, usarla para sus fines, si tal cosa resultaba posible, y si
no, destruirla sin miramientos, afirmó el más que asustado Escosura. Devolvía
así al hijo de Eusebio el inmenso favor que su madre recibió de él, cuando
sacándola de un mísero hospital de Santo Domingo, la envió a Venezuela,
siendo él un niño, y donde pudieron mejorar sus condiciones de vida.
Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia mantuvo su emisión los 13 años que duró, sin
interrumpir ni un solo día su programación por ninguna causa, salvo la
excepción que ya apuntamos. En deuda queda Euskadi con los presidentes
Ró-mulo Betancourt y Raúl Leoni, adecos, y Rafael Caldera, dirigente del
partido democristiano COPEY. La emisora se cerró bajo la presidencia de
Carlos Andrés Pérez, restablecida la democracia en el Estado español.
Rescatados de una muerte que los iba a convertir en chatarra por J. J.,
transportados desde el caluroso occidente de Venezuela, alargaron su vida en
Santa Lucía, en la hacienda La Virginia, gracias al esfuerzo contumaz de un
grupo empecinado en demostrar que la libertad era el bien de la humanidad.
Eestaban dispuestos a cumplir la famosa frase del asesinado presidente
Kennedy: «No preguntes qué es lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que
tú puedes hacer por tu país.» Es decir, en el concreto lema vasco que ellos
recogieron: Euzkadik behar zaitu. Euskadi te necesita.
Era una prueba y no resultó bien. Llego el calamitoso mensaje: «Sin rastro de
Pedro hasta el momento». Habían estudiado, sobre todo J. J., qué hora era la
óptima para mayor fluidez entre Euskadi y Venezuela, y se decidió una hora
después de la salida del sol en Venezuela, que es cuando en Euskadi son las
once de la mañana. La hora habría de retrasarse, visto el fracaso, para mejorar
audición, y resultó que al haber un accidente cuando maniobraban los
alambres de uno de los postes emisores, no pudieron hasta el 10 de julio hacer
la transmisión completa, entre las 12 y 13,30 de ese sábado de 1966. Tampoco
fue tan nítida como esperaban, según observación implacable de Rezóla y de
algunos de los escuchas.
Los partes llegaron, cuando se mejoraron las condiciones, y para alborozo del
Grupo EGI, de Bilbao, Santurtzi, Donostia, Oiar-tzun, puntos diversos de
Francia, Holanda, Alemania, Estados Unidos... y de Venezuela.
La Mesa Cuadrada, cuya cabeza era Intza, agrandada hasta trece miembros,
los poseedores del secreto, actuaba como un órgano soberano de decisión.
Sabían ya, como Elosegi repetía incansable, que un artículo escrito
permanece, pero la audición, aparte de nítida, debía ser corta y repetida. Las
ondas se llevaban la voz y quizá el meollo del mensaje. Y la atención del
escucha.
Aunque la política ocupaba la mayor parte del contenido de los mensajes, se
fue matizando desde los comienzos hasta los finales, según la política del
Estado español se tornaba más represiva. Se difundieron listas de detenidos,
de su precaria situación. Episodios estrellas fueron los Aberri Eguna, se
anunciaba sus días, así fue a partir del de Gasteiz, animando a la gente a con-
currir, visto el éxito de Gernika. Y los aniversarios que iba cumpliendo el
Gobierno vasco en exilio: cada 7 de octubre se leía la fórmula del juramento del
Lehendakari Agirre en Gernika, en euskara y castellano, y se radiaban los
mensajes del Lehendakari Leizaola. Los Gudari Eguna, el Juicio de Burgos, el
suceso de Elosegi, contra el Referéndum de Franco de 1966... se emitió una
lista de chivatos, se acusaba al esbirro Escobar de torturas y al sargento
López, asegurándose de que la acusación fuera certera, ya que se trataba de
una violación de los Derechos Humanos y un genocidio y debían saberlo los
escuchas del mundo: desde Estados Unidos hasta Japón.
Vasca, del soporte que suponía la biblioteca en el Centro Vasco que era
bastante buena, contaba con las obras completas de la Editorial EKIN de
Buenos Aires, dirigida por Andrés Irujo, y que completaban un contenido
importante de la cultura vasca.
Fue Elosegi quien cargó sobre sus hombros el delicado asunto de perfilar hasta
qué punto podían coincidir con todas esas realidades. Para los Irujos, uno en
París en la sede del Gobierno vasco, y el otro en el trabajo de la radio
clandestina, el factor nacionalista era clave, incidiendo en el tema de Navarra,
pero también lo era el de informar a todos, los de Venezuela y los de la Euskadi
interior, qué piezas se movían en Europa.
Editorial Xamezaga
La Memoria de los Vascos en Venezuela