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Parece tan razonable, que hasta sería sentido común: los problemas se resuelven cuando

aparecen. Si no están vigentes inmediatamente, no existen. Sin embargo, se trata de una


distorsión que subordina el pensar a lo inmediato, como si la historia fuese la aparición de eventos
inconexos, totalmente casuales e inciertos. Pensar, en el sentido pleno no es sencillamente
reaccionar, como lo advertía Heidegger.

Los seres humanos hemos podido sobrevivir, precisamente porque no enfrentamos las cosas
cuando aparecen, sino que figuramos, prevemos. Usamos recursos de pensamiento
anticipatorios de modo que representamos mediante signos, es decir, cosas que están en lugar
de otras y las representan, situaciones y posibles soluciones. No estamos pasivos en la historia
sino creamos condiciones del hacer histórico. Es lo que se conoce como la historicidad. Eso es
central en la cultura. Por cultura se entiende el conjunto de valores, principios, saber hacer,
normativas, expectativas, estrategias, preferencias, principios de hacer, prácticas,
valorizaciones, de carácter sociohistórico, que resignifican el mundo y con ello identificamos los
problemas y sus soluciones. A nivel de las prácticas culturales, es decir nuestras acciones
cotidianas normalizadas que constituyen definiciones y respuestas a problemas de nuestra
existencia, se han producido varios principios que inciden en nuestro hacer: la ética inmediatista,
el hacer ficcional, el encubrimiento diligente y la normalización del mirar. En este artículo toco el
primero.

En cuanto a la ética inmediatista no se refiere a la necesidad imperiosa, y ligada a nuestra


supervivencia, a resolver los problemas que se plantean, sino la conformación de un principio
que antecede las situaciones y las reduce a lo inmediato y adquiere la forma de un “lenguaje
compartido” asumido como normalidad y sentido común.
Esta visión sobre el bien y el mal postula lo inmediato como la categoría central a partir de la cual
se justifica la acción. El decurso es entendido como acontecer en lugar de concebirlo como
proceso y devenir. No existe acción preventiva sino reactiva. Se producen al menos dos acciones
derivadas. Una es la acción correctiva inmediata. Frente a la situación adversa, se reacciona y
el remedio no lleva aparejado la calidad, sino que la acción misma de “atender” la situación es
vista como legítima, aunque sea en detrimento del bien en cuestión por la pobre calidad de la
naturaleza de su implementación. Otra es el parcho. Se trata de un recurso remedial que busca
resolver, enfrentar mediante el uso de un recurso que define, al inicio, como uno provisional y
parcial. El parcho se define, en su intención primera, como algo “temporero”, aunque en la
cotidianidad no resulte así. El parcho busca sustituir de manera inmediata y provisional el
“defecto” creando una situación “aceptable”. Es en sí un intento de clonación, que degrada la
calidad del objeto (no sólo físico) por lo que nunca se integra, tratando los síntomas del problema,
pero sin solucionar su raíz.

En esa ética inmediatista, hay carencia de acción de intervención y planificación adecuada,


previsión de las futuras situaciones, evaluación que tome en cuenta condiciones más allá de las
inmediatas. No es si la Central está produciendo ahora energía, o las líneas en este momento
funcionan. Aunque la escuela esté en terreno peligroso en un sismo, pero no se ha caído, y aquí
entra su “lógica”: pues no es un problema, porque a nivel inmediato funciona. Cuando se caiga,
se “brega”. No existe una noción de proceso que nos haga entender que lo que aparece en un
momento dado no es su propia realidad, sino que presenta una apariencia, pero forma parte de
una totalidad mayor y significativa.

La palabra “ética” que nos llega del griego puede tener dos distintas etimologías, que son
complementarias: una que que significa “hábito”, “costumbre”, “estar acostumbrado” , y la
segunda, del éthos, que significa “carácter” y que en la ética aristotélica están vinculados en la
medida en que el carácter se forma a través del hábito o la costumbre. Curiosamente, otra posible
raíz del término significa, “lugar acostumbrado”, “morada”, “refugio”. Me pregunto si nos estamos
refugiando en el lugar equivocado.

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