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Para Ana Pampliega de Quiroga, la cotidianidad es el espacio y tiempo donde se desarrollan las

relaciones entre los hombres, es decir, el espacio donde se ejecuta su praxis. Pichon Riviére
menciona que es en la cotidianidad donde se configura las condiciones concretas de existencia
del sujeto. Las mismas son una manifestación inmediata en un tiempo y espacio determinado
históricamente. La cotidianidad de los sujetos se determina por cada época histórica y cada
organización social, es una manifestación de la formación económico- social a la cual el sujeto
se pertenece.

En la cotidianidad se organiza la vida material y social del sujeto, se encuentra determinada


por las necesidades históricamente aparecidas y generadas, y por lo tanto en torno a su
reconocimiento, satisfacción, disponibilidad social, etc. Esta vida cotidiana son el conjunto de
hechos, actos, actividades y relaciones propias de lo que el autor denomina un “mundo-en-
movimiento” y por lo tanto se nos presentan de manera dramática. Pichon Riviére plantea que
la cotidianidad es la familia que nos educó, las actividades del diario vivir, nuestra relación con
los medios de comunicación, el deporte, la vida sexual, la moda, los medios de transporte, los
instrumentos de educación, disciplina y control, la economía, el trabajo, la música que
escuchamos, es el desenvolvimiento histórico del sujeto en el día a día.

Esta vida cotidiana es una experiencia en acción, y esta acción muchas veces pasa por
autoevidente e incuestionable, sin embargo es claro que en esa vida cotidiana podemos
encontrar elementos de crítica al orden social de dominación. La cotidianidad del sujeto se
encuentra naturalizada, aparece la perspectiva de que el vivir actual es el mismo a lo largo de
la historia y que se ha mantenido sin modificación. La ideología dominante impone estas
nociones respecto al acontecer cotidiano, y esta lleva a la resignación y la inmovilidad del
sujeto frente a las mismas. La distorsión de la historicidad de las relaciones termina velando la
posibilidad de modificar las condiciones de opresión e injusticia que caracterizan la opresión
de las personas bajo el capitalismo.

Por lo tanto es necesario realizar una crítica de la vida cotidiana, es necesario interrogarnos
por los fenómenos que se encuentran naturalizados en la misma, y esta crítica implica la
denuncia de todo el sistema social, y la forma como este se impone sobre las personas.

En primer lugar, experimentando la cotidianeidad ya que la práctica se constituye como primer


momento de todo proceso de conocimiento, y en segundo lugar, estableciendo una ruptura
con la familiaridad a-critica, con el mito de lo obvio y lo natural, con el sistema de
representaciones que la muestra como real y autoevidente. Esta crítica implica interpelación
de los hechos, lleva a la desmitificación, es lo opuesto a conciencia ingenua.

Pichon Riviére va a afirmar que para el psicólogo social el sujeto, el paciente no es un ser
aislado, sino un emisario de todo un sistema social que se encarna en él. Es por lo tanto el
actor principal de un drama personal, pero al mismo tiempo el portavoz de una situación social
que le dio origen, es el mensajero de los miembros de los grupos sociales que lo educaron, y
por lo tanto de las relaciones sociales que ha internalizado y re- creado subjetivamente. La
psicología tradicional al olvidar esta característica, olvida que la persona es un sujeto en
acción, no es un estado a- histórico estático e inmóvil, sino una praxis histórica concreta. Solo
existe el sujeto en situación. El psicólogo social indaga las dificultades del sujeto como
dificultades en el seno de sus grupos sociales.

Bárbara Araujo
La crítica de la vida cotidiana es el análisis objetivo y científico de las condiciones concretas de
existencia del sujeto (Quiroga) y tiene lugar como:

 La crítica del orden social, en tanto análisis del modo en que en cada formación
económico social, o sea, en cada país o sociedad se organizan los destinos de la
satisfacción y expresión de toda población.

 La crítica de las organizaciones sociales, entendiendo los grupos formales e informales


en los que transcurre la vida de la persona y el análisis del modo en que estos espacios
satisfacen o frustran, potencian u obstaculizan la realización plena de los seres
humanos.

 La crítica del vínculo, entendido como aquella relación social elemental y primaria en
la cual, de forma inmediata, se manifiesta la subjetividad y se actualizan las respuestas
socialmente disponibles.

 La crítica es, además, el análisis de los roles, prescritos y asumidos por la persona, en
las diferentes esferas de su vida cotidiana, siendo cada vez más objeto (marioneta) o
cada vez sujeto (activo) de su existencia.

Orden Socio- Histórico

 Orden: Alude a una estructura, a una regularidad, a un todo complejamente


organizado y estructurado.

 Social: Son las formas, los lugares, que permite que se instale de una forma u otra la
relación entre los hombres.

 Histórico: Remite a desarrollo, evolución, cambio, conflicto, ubicación en el tiempo y


espacio, no eterna sino mutante.

Bárbara Araujo
Resumen de la clase (1)
Solemos hablar de vida cotidiana en dos sentidos que corresponden a dos lecturas de un
mismo fenómeno o, mejor dicho, proceso. La primera lectura tiene que ver con aquello que
ocurre a diario o regularmente, en oposición a las situaciones o momentos excepcionales. En
este sentido, hay algo que tiene que ver con el tiempo, la repetición, el ritmo y por esto, se
relaciona con el universo del hábito, los automatismos, los estereotipos, es decir, un plano
donde la redundancia prevalece sobre la información, lo conocido sobre lo nuevo. La otra
lectura, tiene que ver con nuestras prácticas sociales, entendiendo por práctica una actividad
que no solo se repite o sostiene en el tiempo con cierta constancia, sino que, en tanto práctica,
es una actividad transformadora, productiva. En este sentido, el trabajo, en sentido marxista,
es el proceso que transforma la materia prima en producto y, en el proceso mismo, se
transforma también el sujeto o agente productor. Es en la vida cotidiana dónde producimos y
reproducimos nuestro modo de existencia. Lo hacemos sin saber, sin pensar y lo hacemos
dentro de unas relaciones sociales que están directamente vinculadas a las llamadas fuerzas
productivas1 que definen el modo de producción2 dominante en nuestra sociedad.

Las fuerzas productivas son los medios de producción y los sujetos, datos de conocimientos,
experiencias y hábitos de trabajo. Las relaciones de producción son las relaciones que contraen
los sujetos en los procesos de producción, desarrolladas en torno al proceso de trabajo. Modos
de producción:
 Esclavismo, basado en la propiedad sobre la persona
 Feudalismo, basado en la coacción extra- económica
 Capitalismo, basado en la compra de fuerza de trabajo libre para la extracción de
plusvalía

Digamos, brevemente, que los instrumentos de trabajo, las maquinarias y herramientas que
utilizamos para producir los bienes que satisfacen nuestras necesidades y dejan insatisfechos a
nuestros deseos, constituyen (junto a otros elementos) las fuerzas productivas que
determinan el modo de producción de una sociedad y, por esto mismo, transforman la vida
cotidiana y la subjetividad de quienes vivimos en ella.

A nivel psicosocial, el primer elemento a considerar, entonces, es la aparición repentina, súbita


de una amenaza que impone un cambio drástico en nuestras vidas. Hay dos mecanismos
psicológicos primarios e inconscientes que solemos activar para enfrentar nuestro miedo a una
amenaza: la proyección y la negación. Con el mecanismo de proyección desplazamos la
situación de peligro o amenaza hacia los demás, especialmente a los vecinos o figuras públicas.
A nivel inconsciente, todo adulto conserva en plena vigencia múltiples aspectos y mecanismos
típicos de la infancia.

Con el mecanismo de negación nos defendemos del miedo negando la magnitud e incluso la
existencia misma de una amenaza. Así, nos comportamos como si fuéramos invulnerables y,
de este modo, actuamos otro sentimiento infantil como el de omnipotencia que, como
muchos de los mecanismos de defensa se apoyan en el pensamiento mágico.

1
Desarrollo de las fuerzas productivas: conocimiento que lleva al uso de las maquinas + desarrollo de los
medios de producción = desarrollo del capitalismo.
2
Remite a un modo históricamente determinado de obtener bienes materiales, que se constituyen por
la articulación de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.

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Estos mecanismos de defensa psicológicos son fallidos porque no resuelven el problema sino
que buscan mitigar ingenuamente amenazas internas más que externas.

El tipo de catástrofes que estudió Pichon Riviére fueron, por ejemplo, las inundaciones.
Además de lo ya dicho constató dos fenómenos que siguen al miedo inicial a la amenaza. Uno
es el pánico y otro es el rumor. Sobre el pánico, estudió las actitudes de huida, el tumulto, la
furia y la agresión. Cuando hablamos del tiempo que tardamos en reconocer e implementar la
defensa efectiva ante una amenaza tenemos que considerar que los mecanismos de negación
y proyección son universales y nos atraviesan a todos. Toda situación de cambio produce
resistencia al cambio. Y toda resistencia al cambio es emocional además de que,
eventualmente, podemos estar o no de acuerdo con un cambio planificado.

Bárbara Araujo
Sobre el surgimiento de la vida cotidiana como objeto de conocimiento

La vida cotidiana como objeto complejo, en su doble dimensión de campo de análisis y campo
de intervención, comienza a ser construida en el cruce de diversas disciplinas, tales como la
sociología, antropología, lingüística, psicología o historia, siendo al mismo tiempo entretejida
con problemáticas socio-históricas de orden político, económico y social. Podríamos decir que
es a partir del materialismo histórico que surge la necesidad de generar una crítica a la vida
cotidiana. Marx, Marcuse, Luckács, Reich, la Escuela de Frankfurt, los surrealistas y los
dadaístas interrogan la tendencia a la cosificación de las relaciones sociales e institucionales.

La vida cotidiana en la modernidad sólida

En la Modernidad se establece un cambio sustancial en la relación del hombre con el tiempo y


el espacio. Tiempo y espacio se separan, distanciándose en el pensamiento y la praxis. El
tiempo se convierte en la herramienta para conquistar el espacio, constituyéndose en un valor.
La Modernidad nace con la aceleración y la conquista del espacio junto con el diseño de
máquinas cada vez más rápidas. El tiempo cronometrado, la medición mecánica del tiempo,
pasa a ser una propiedad de los objetos que se controla a los efectos de predecir lo que
vendrá, de modo tal que se instaura un ritmo vital cada vez más planificado, rutinario y
predecible.

La Modernidad instaura un modo de dominio que, como plantea Foucault, tiende a disciplinar
inmovilizando a los actores en espacios cerrados, clasificando y separando a los sujetos,
controlándolos a los efectos de corregir conductas, los cuerpos, las producciones. La lógica del
poder y del control se basaban en la división estricta del afuera/adentro y en la conquista del
espacio.

Esta Modernidad se construye transplantando a los productores de la rutina ligada a la vida


comunitaria a una rutina administrada y diseñada por la fábrica. Se sustituyen las lealtades al
vecino y al gremio artesano por la Nación y las leyes. El trabajo pasa a ser el eje de la vida y
productor de identidad (una particular subjetividad). Se construye asimismo al ciudadano, al
hombre de la polis, el sujeto racional de contrato social que busca el bienestar propio a través
del colectivo. Se funda el Estado Nación, reuniendo en un territorio diversas etnias, idiomas y
culturas, generando homogeneidad. Se construye así una modernidad sólida.

Nuestra modernidad líquida

Quizás la metáfora que más le cabe a nuestra época sea la de los líquidos, los fluidos, en tanto
quizás hoy eucnta más el tiempo que fluye que el espacio.

El poder funciona ahora de manera sinóptica, se han invertido los roles de modo que muchos
se dedican a observar a unos pocos. Transitamos desde hace unas décadas la llamada era del
espectáculo y los mass media ocupan el lugar de la vigilancia. Se ha roto el vínculo supervisor-
supervisado, aparece la sociedad de la entrevista y del gran hermano. El ciudadano da paso a
otra forma de subjetivación: el consumidor, el que se regula por la tentación y la seducción, y
ya no por la norma o el control. Los colectivos se constituyen para el consumo instantáneo, sin
generar compromisos fuertes ni duraderos, ni responsabilidades éticas. Ingresamos en una
época de lo desvinculado.

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Estas grandes transformaciones involucran un modo particular de concebir el tiempo y el
espacio, dimensiones que van siendo anuladas por el instante, la velocidad, el tiempo que
fluye o prácticas de navegar sin salir a ningún lado. Todo esto forma parte de nuestra vida
cotidiana.

El Estado Nación perdió poder, toma la función de administrar y cada vez más tiende a
des/regular. El poder ahora lo adquiere el capital financiero cuya condición es el fluido, de
modo tal que ya no hay un centro de poder visible. El poder fluye, no está en ningún líder ni en
ninguna ideología. El capital se ha vuelto extra-territorial, lo cual contribuye a la
des/regulación. El poder no se ejerce en el plano visible, sino en el plano de la producción de
subjetividad. La empresa no necesita vigilar, son los empleados los que tienen que probar su
capacidad día a día, probar sus valores en comparación con los otros, ingresando a una
situación permanente de examen.

El valor de las cosas ahora está dado por el deseo de la satisfacción, y ya no por el esfuerzo
realizado para lograrlas o las renuncias realizadas. El trabajo ya no es el eje de la vida. El
capitalismo liviano se preocupa por deshacerse de la mano de obra. Se va construyendo otra
idea de individuo, dividido, otra idea de libertad más psicológica, vinculada con la capacidad de
manejar el deseo y el exceso, siendo el fin supremo el placer individual. El sujeto sano no es
aquel que se adapta a la norma, sino aquel que está en forma, que puede ser lo
suficientemente flexible como para adecuarse a lo imprevisto del futuro. Su prueba verdadera
se encuentra en el futuro.

Se ha transformado también la idea de progreso, la que pasa a encarnarse en la realización


personal, sin haber un horizonte que funcione como guía.

Se hibridizan los espacios públicos y privados tan bien delimitados en la Modernidad sólida. El
gran hermano deja en visibilidad lo que antes eran espacios íntimos y nos transforma a todos
en posibles actores, en protagonistas del show de la vida. El espacio público queda invadido
por las vidas privadas. Sabemos más de la familia, amores y gustos de los políticos que de las
bases programáticas que sustentan. Y aquello que ahora es público gobierna nuestra ilusoria
intimidad, nuestras prácticas cotidianas, nuestros deseos y padecimientos.

El conocimiento va dejando paso a la información, que adquiere un mayor valor dado


básicamente por las agencias que compran, venden y producen información. Los medios de
difusión masivos son otro instrumento de producción de subjetividad.

Vivir no es preciso, navegar sí

Habrá que apostar a construir conocimiento y no solo raciocinio. Solo así será posible construir
nuevas cartografías y nuevas formas de cartografiar futuros paisajes.

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Resumen de la clase (2 y 3) - Subjetividad
CLASE 2:
Deslinda la especificidad de la subjetividad de la dupla sujeto-objeto como otro de los tantos
dualismos que suelen funcionar como obstáculo para el pensamiento.

Hacia 1920, Sigmund Freud comenzaba la “Introducción” a su libro Psicología de las masas y
análisis del yo, escribiendo: “La oposición entre psicología individual y psicología social o
colectiva, que a primera vista quizá́ puede parecernos muy profunda, pierde gran parte de su
significación en cuanto la sometemos a más detenido examen. La psicología individual se
concreta, ciertamente, al hombre aislado e investiga los caminos por los que el mismo intenta
alcanzar la satisfacción de sus instintos…”.

Pero el psicoanálisis ya había mostrado que en la subjetividad de la psicología abisal o


profunda se hallaba presente siempre la determinación social:

‘…pero solo muy pocas veces y bajo determinadas condiciones excepcionales le es dado
prescindir de las relaciones del individuo con sus semejantes. En la vida anímica individual
aparece integrado ‘el otro’, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la
psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social en este sentido
amplio pero plenamente justificado. Las relaciones del individuo con sus padres y hermanos,
con la persona objeto de su amor y con su médico, esto es, todas aquellas que hasta ahora han
sido objeto de la investigación psicoanalítica, pueden aspirar a ser consideradas como
fenómenos sociales’.

Antes de la “psicología social” la psicología era, fundamentalmente, experimental y solía tomar


como objeto de estudio las múltiples funciones del individuo como por ejemplo la atención, la
percepción, la memoria, la velocidad de reacción y muchos otros aspectos. Pero todo esto
suponía al individuo como objeto de estudio constituido.

El homo sapiens debe superar su animalidad para ser social. En su Sociología de la vida
cotidiana, Agnes Heller definía la vida cotidiana como el conjunto de actividades que
caracterizan la reproducción de los hombres particulares, los cuales a su vez, crean la
posibilidad de la reproducción social.

CLASE 3:
En ella se afirmaba que la psicología individual es, al mismo tiempo, psicología social. Esto
quiere decir que la psicología no puede ser sino social.

La contradicción aparente entre individuo y sociedad se resolvía al considerar que, en el


desarrollo de los individuos.

Se va incorporando lo social en la historia personal. Es mediante la visibilización e inclusión de


esta dimensión a la vez procesal —referida al desarrollo de la propia vida desde la concepción
hasta la muerte— e histórica —en tanto dicho proceso ocurre en un momento histórico
particular y tiene que ver con el “todo” económico, social, cultural, político, donde transcurren
nuestras vidas—, repito, es a partir de la inclusión de esta perspectiva doblemente histórica,
que la psicología se vuelve social.

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El mismo lenguaje nos indica que nos también somos los otros, somos con los otros y los otros
también están en mí.

La subjetividad es transpersonal e histórica. Con transpersonal, queremos decir que atraviesa a


grandes colectivos sin agotarse en cada uno de sus individuos. Con histórica, queremos decir
que varía de acuerdo a cada formación social y según sus múltiples variaciones culturales.

A través de la práctica, a través del trabajo, construimos la realidad material y simbólica del
mundo que habitamos.

La actividad subjetiva entendida como práctica colectiva es objetiva porque es independiente


de la conciencia de cada individuo.

Dichos movimientos de subjetivación no son solo de absorción sino también de resistencia y


autoafirmación. No es que solo nos constituye “el conjunto de relaciones sociales” sino que
también forcejeamos con todo ello en el proceso de alcanzar ese punto de apoyo llamado “sí
mismo”.

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Freud sostenía que el aparato psíquico está compuesto por diferentes capas, instancias o
estratos: consciente, preconsciente e inconsciente, cada uno con características propias.
En la analogía que comúnmente utilizaba para explicar la dinámica del aparato psíquico, a este
lo refiere como un iceberg donde la punta que sobresale, y que es la parte más pequeña, es el
consciente, la media es el preconsciente, y la más amplia y profunda que queda abajo, es el
inconsciente. Cada estrato posee características propias.

El consciente es el resultado de estimulaciones externas, de experiencias internas reanimadas,


o la combinación de ambas. También nos da el momento presente de conciencia y la
conciencia de identidad.

El preconsciente contiene los recuerdos latentes que pasan a la conciencia en forma


espontánea, deliberadamente cuando nosotros nos obligamos a recordar o mediante la
asociación con estímulos actuales. Almacena todas las experiencias que nosotros por voluntad
propia queremos olvidar en lo que llamamos proceso de supresión. Se encuentra entre el
consciente y el inconsciente.

El inconsciente para Freud es lo desconocido, lo comúnmente inaccesible, se encuentra


constituido por motivos psicobiológicos básicos que se oponen a motivos conscientes, y
producen los principales conflictos en la vida. Aquí se acumulan todas las experiencias vividas y
olvidadas a lo largo de nuestra vida y podemos encontrar la justificación de los pensamientos,
sentimientos, emociones, deseos y placeres para los que no encontramos una explicación
consciente.

Todo lo reprimido tiene que permanecer inconsciente, pero es importante dejar sentado
desde el comienzo, que Lo inconsciente abarca el radio más amplio, lo reprimido no recubre
todo lo inconsciente, es una parte de lo inconsciente.

¿De qué modo podemos llegar a conocer el inconsciente? Lo conocemos solo como
consciente después que ha experimentado una transposición o traducción a lo consciente. El
trabajo psicoanalítico nos brinda todos los días la experiencia de que esa traducción es
posible. Para ellos se requiere que el analizado venza ciertas resistencias, las mismas que en
su momento convirtieron a eso en reprimido por rechazo de lo consciente.

Lo inconsciente es necesario y legítimo, y poseemos numerosas pruebas a favor de su


existencia. Es necesario, porque los datos de la conciencia son en alto grado lagunosos, en
sanos y enfermos aparecen a menudo actos psíquicos cuya explicación presupone otros actos
de los que la conciencia no es testigo. Tales actos no son solo acciones fallidas y sueños, ni
síntomas psíquicos y fenómenos obsesivos en los enfermos, sino experiencias cotidianas con
las que estamos familiarizados y cuyo origen desconocemos. Estos actos conscientes
quedarían inconexos (sin conexión) e incomprensibles si nos empeñamos en sostener que la
conciencia ha de enterarse de todo.

No es más que una presunción insostenible exigir que todo cuanto sucede en el interior de lo
anímico tenga que hacerse notorio también para la conciencia.

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Los experimentos hipnóticos, en particular la sugestión post hipnótica, pusieron de
manifiesto de manera palpable, incluso antes de la época del psicoanálisis, la existencia y el
modo de acción de lo inconsciente anímico.

El supuesto de lo inconsciente es totalmente legítimo, porque a cada uno de nosotros, la


conciencia nos procura solamente el conocimiento de nuestros propios estados anímicos:
que otro hombre posee también conciencia, he ahí un razonamiento que extraemos por
analogía (semejanza), sobre la base de las exteriorizaciones y acciones perceptibles de ese
otro. Este razonamiento fue extendido por el otro yo a otros hombres

El psicoanálisis nos exige que este modo de razonamiento se vuelva también hacia la
persona propia. Todos los actos y exteriorizaciones que yo noto en mí y no sé enlazar con el
resto de mi vida psíquica tienen que juzgarse como si pertenecieran a otra persona y han de
esclarecerse atribuyendo a ésta una vida anímica. Esos mismos actos que no concedemos
reconocimiento psíquico en la persona, muy bien los interpretamos en otros.

La investigación es desviada aquí de la persona propia por un obstáculo particular que le


impide alcanzar un conocimiento más correcto de ella, al supuesto de una conciencia otra,
una conciencia segunda que en el interior de mi persona está unida con la que me es más
notoria.

Dentro del psicoanálisis no queda más que declarar que los procesos anímicos son en sí,
inconscientes y comparar su percepción por la conciencia con la percepción del mundo
exterior por los órganos sensoriales.

Apuntes de clase (4) - Lo inconsciente y el campo


comunicacional
Quizás pueda parecer extraño que hablemos de inconsciente cuando nos referimos a la
comunicación que, usualmente, remitimos a un emisor que envía un mensaje a un receptor y
que, en principio, vemos este proceso como un acto voluntario, consciente y racional. Ahora
bien, también es cierto que hemos ido descubriendo que la razón consciente no está al mando
de muchos de nuestros actos, gestos y decisiones.

Ya el filósofo Baruch Spinoza (1632-1677) había escrito en su Ética que la conciencia conoce de
efectos pero desconoce las causas. Y por “causas” entendía, por ejemplo, los componentes del
alma y aquellos del cuerpo. Así, él consideraba que el pensamiento es mucho más vasto que la
conciencia que tenemos de él. Es decir que Spinoza está remitiendo esta idea de inconsciente
a un pensamiento que es más basto que la conciencia que tenemos de él. La conciencia
aparece como un espacio muy pequeño donde podemos atender a un contenido por vez pero,
sin dudas que los procesos de pensamiento están trabajando mucho más que esa percepción
consciente. Pero lo que nos importa subrayar de la exposición de Bacharach es que la mayoría
de nuestras decisiones se basan en aspectos emocionales más que racionales. Nos pensamos
como seres racionales pero en realidad tendemos a justificar racionalmente las decisiones que
tomamos de manera emocional.

Spinoza planteaba así este problema: “No sentimos inclinación por algo porque consideramos
que es bueno sino que lo consideramos bueno porque sentimos inclinación por él”.

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En términos de Bachrach, la “inclinación” de la que habla Spinoza, sería la tendencia
emocional, no consciente, que nos orienta hacia un objeto de satisfacción. Dicho objeto es
deseado porque nos gusta y así lo asociamos a la idea de recompensa.

Llamamos inteligencia emocional a la ejercitación en el conocimiento de nuestras propias


emociones y las formas que tenemos de ser y estar en el mundo que se siguen de ellas. Con
esto queremos decir que, a lo largo de nuestra vida, creamos patrones emocionales de
conducta que organizan nuestro relacionamiento con la realidad. Este relato tiene una base
neuronal pero también depende en su configuración de un gran componente cultural y de las
singularidades de cada historia personal.

Hoy ya no es llamativo escuchar hablar del inconsciente. Y, como ustedes saben, el concepto
de inconsciente está asociado al nombre de Sigmund Freud.

Para Freud la histeria no era falsedad o mentira sino el producto de un conflicto psicológico
cuyos efectos también podían manifestarse en el cuerpo. Pero la medicina de la época
consideraba a la histeria como una falsa enfermedad porque desafiaba su modo de operar.

En tiempos de Freud, la histeria ponía en jaque el saber médico imperante ya que no


presentaba causas orgánicas para los síntomas. Pero Freud descubre que los síntomas
histéricos, por ejemplo, la parálisis de una pierna, expresan simbólicamente un conflicto
psíquico no elaborado. Así, los aspectos emocionales que no podemos simbolizar verbalmente,
es decir, que no podemos integrar a nuestro pensamiento, son relegados y permanecen
inconscientes. Lo que el psicoanálisis pone de relieve es que si la paciente, mediante la puesta
en palabras, podía reconstruir el conflicto originario, el síntoma desaparecía. Dicho conflicto
originario queda fijado a un hecho, real o imaginario, que se convierte en el llamado trauma.

Cabe preguntarnos ¿en qué consiste este conflicto psíquico? En términos generales, la histeria
como la fobia y la neurosis obsesiva forman parte de las llamadas neurosis. En principio, las
neurosis son afecciones de origen psicológico cuyos síntomas son la expresión simbólica de un
conflicto psíquico que se origina en la historia infantil. El conflicto se da entre los deseos
personales que buscan satisfacción y las restricciones morales que incorporamos y
construimos contra ellos. En este sentido, en términos freudianos, la “normalidad” se
construye sobre la base de una neurosis en la medida que todos pasamos por la infancia y
tuvimos (y tenemos) que lidiar con conflictos entre los deseos insatisfechos y su restricción.
Pero el problema, como veremos más adelante, es que dichas restricciones no están solo
fuera, no son solo exteriores sino que se internalizan como propias.

Esta introducción al psicoanálisis es necesaria para analizar a continuación las conferencias de


actos fallidos de Freud.

Bárbara Araujo
“Conferencias de introducción al psicoanálisis” -
ACTOS FALLIDOS
2da CONFERENCIA

El tema de los actos fallidos será elaborado a lo largo de tres conferencias. En cada una de ellas
Freud irá explicando poco a poco las características que estos actos fallidos poseen.

En esta conferencia (y en las dos siguientes) Freud tratara el fenómeno del acto fallido.
Empieza descartando que los actos fallidos estén relacionados con algún tipo de enfermedad
pues suceden en personas sanas también. Luego irá enumerando aquello que se considera
como una operación fallida. Entre estas podemos encontrar el desliz verbal que sucede
cuando uno quiere decir algo y dice en cambio otra cosa; también sucede en la escritura
cuando escribimos algo que no teníamos pensado. Del mismo modo el desliz en la lectura es
cuando uno lee algo distinto de lo que está ahí escrito o, también un desliz auditivo. Otra serie
de fenómenos similares está relacionado con un aspecto temporario no permanente como
el olvido de un nombre en un determinado momento, o el extraviar un objeto y ponerlo en un
lugar que luego ya no te acuerdas donde lo pusiste o simplemente el perder. Todos estos
casos suelen ser muy efímeros y no se les da importancia en la vida del individuo.

Freud señala que estos pequeños deslices, que se ven insignificantes y que la gente los toma
por algo mínimo, son un fuerte indicador de algo que está más allá de los mismos.
Sospechando de las dudas sobre la importancia de actos tan mínimos como estos, nos incita a
comprender que mediante estos pequeños síntomas podemos ponernos en la pista de algo
más grande, razón por la cual no deberíamos descartarlos.

Ahora bien, existen diversos supuestos de por qué ocurren las operaciones fallidas en el
individuo:

a) Si uno está indispuesto y fatigado

b) Si está emocionado

c) Si es solicitado en demasía por otras cosas

Descubre, sin embargo, que las acciones fallidas se dan en personas que no están fatigadas,
ni distraídas emocionalmente, sino se encuentran en un estado normal. Tampoco sucede
cuando la persona se encuentra haciendo varias cosas, pues la operación de un acto no está
garantizada si aumenta la atención que se le dispensa, ni amenazada si disminuye. Pone el
ejemplo de un pianista que ante tantas repeticiones hechas es capaz de, sin prestar atención a
la ejecución del instrumento, seguir tocando sin equivocarse.
Freud tomara como ejemplo paradigmático el desliz en el habla para hacer su análisis. Buscará
ahora dirigir su atención no a las condiciones en las cuales uno comete el desliz, sino se
propone “averiguar la razón por la cual nos trastrabamos precisamente de este modo y no
de otro”. Quiere responderse si “¿hay algo que en el caso particular me impone, entre todas
las maneras posibles, una manera determinada de trastrabarme, o ello queda librado al azar,
al capricho, y nada racional puede aducirse para esta pregunta?”. Recurrirá para responder
esta pregunta a un estudio previo hecho por Meringer y Mayer. Los autores estudian y
distinguen las desfiguraciones que el trabarse ocasiona en lo que se “tenía la intención de
decir, como: permutaciones, anticipaciones de sonido, posposiciones del sonido, mezclas
(contaminaciones) y recambios (sustituciones)”. Uno de los ejemplos utilizados por estos
autores, señalando que la semejanza entre las palabras lleva a este desliz, es cuando un joven
le dice a una dama si es que la podía acomtrajarla.

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Aquí, en la palabra mixta, se esconde junto con ‘acompañar’, ‘ultrajar’. Sin embargo, la
explicación hecha por ellos es insuficiente pues no logra explicar el caso, por ejemplo, cuando
uno dice exactamente lo contrario de lo que se tenía la intención de decir. Aquí no existe una
relación fonética o posposiciones de sonido, sino más bien, se puede sostener que “los
opuestos poseen entre sí un fuerte parentesco conceptual y se sitúan en una particular
proximidad dentro de la asociación psicológica”.

En este punto, luego de haber estudiado las condiciones e influencias que producen el desliz,
buscara determinar la génesis del trastrabarse por sí solo. En los ejemplos utilizados según
Freud, podemos encontrar que sin lugar a dudas el trastrabarse tenía un sentido.

La implicación de mencionar que tiene un sentido abre la puerta a que este efecto se lo
considere como un acto psíquico “de pleno derecho que también persigue su meta propia,
como una exteriorización de contenido y significado”. Este descubrimiento del sentido del
trastrabarse se confirma con los ejemplos mencionados por Freud. Con ello, dejando de lado
factores fisiológicos o psicofisiológicos, se puede indagar “el carácter puramente psicológico
acerca del sentido, vale decir, el significado, el propósito de la operación fallida”.

Luego de este descubrimiento pasa a mostrar cómo en casos de literatura (como Schiller y
Shakespeare), los mismos autores intuían esta concepción de la acción fallida pues se la
atribuían a sus personajes. Los deslices en el habla de los personajes literarios expresaban un
determinado sentido.

La conferencia termina señalando que las operaciones fallidas y la manera como estas
ocurren, no es producto del azar ni del capricho, sino que responden a un determinado
sentido, a una exteriorización de significado.

3ra CONFERENCIA
La operación fallida, siguiendo lo descubierto en la conferencia pasada, debía considerarse en
sí y por sí misma. Dentro de esta consideración se obtuvo que la operación fallida posee un
sentido. El ‘sentido’ de un proceso psíquico “no es otra cosa que el propósito a que sirve, y su
ubicación dentro de una seria psíquica. (…) podemos sustituir ‘sentido’ también por
‘propósito’, ‘tendencia’”.
La comprensión del sentido de la operación se muestra en determinados casos con mayor
claridad. Uno de los ejemplos utilizados es cuando el Presidente de la Cámara de Diputados en
el discurso de apertura dijo: “Compruebo la presencia en el recinto de un número suficiente de
señores diputados y, por tanto, declaro cerrada la sesión”. Aquí el sentido y propósito de su
“dicho fallido es que él quiere cerrar la sesión”. Continua señalando más ejemplos del
trastrabarse en donde quizás el sentido sea más difícil de descubrir.
Sin embargo, hay algo que no puede dejarse de lado en el trastrabarse (aún en los ejemplos
más oscuros), y es que en todos los casos puede ser explicado por el encuentro de dos
propósitos diversos. Es decir, los casos del trastrabarse admiten ser explicado por “el
encuentro, la interferencia, de dos propósitos diversos en el decir; las diferencias sólo surgen
por el hecho de que en un caso un propósito sustituye enteramente a otro, como en el
trastrabarse con lo contrario, mientras que otras veces debe conformarse con desfigurarlo o
modificarlo, de suerte que se engendran formaciones mixtas que en sí resultan provistas de
mayor o menor sentido”.
Según Freud, el desliz en el habla es el resultado de dos intenciones que se han cruzado. Este
cruce puede verse con el caso del joven que le propone a la dama si es que la
podía acomtrajarla. Aquí vemos la interferencia de dos propósitos distintos. El primero el
querer acompañarla, el segundo el querer ultrajarla. Hasta este punto lo que tenemos
entonces es que las operaciones fallidas “no son contingencias sino actos anímicos serios;

Bárbara Araujo
tienen su sentido y surgen por la acción conjugada –quizá mejor: la acción encontrada- de dos
propósitos diversos”. A pesar de hablar solo del trastrabarse, es lícito para Freud extender este
nuevo conocimiento con respecto a las otras operaciones fallidas.

A continuación entra de nuevo en discusión con las explicaciones previas sobre la naturaleza
de las operaciones fallidas (sobre todo en el caso del trastrabarse). Reconoce la importancia
de otros factores como la fatiga, la excitación, la distracción, la perturbación de la atención.
Para el autor, no es frecuente que el psicoanálisis ponga en duda algo que “otros sectores han
afirmado; como regla se limita a agregar algo nuevo, y ocasionalmente sin duda da en el
blanco, pues eso que hasta entonces se descuidó y que se agrega es lo esencial”. Afirma que
las influencias acústicas, como las semejanzas entre las palabras facilitan el trastrabarse,
favorecen el desliz. Son como un camino que se abre frente a la persona. Lo que no es obvio es
que la persona tenga que necesariamente avanzar por este camino. Es decir, estas relaciones
acústicas y léxicas, y las disposiciones corporales favorecen el desliz, pero no pueden
“proporcionar un genuino esclarecimiento (del acto fallido)”.

¿Qué clase de propósitos o tendencias son los que de ese modo pueden perturbar a los otros
propósitos o tendencias, y qué relaciones existen entre las tendencias perturbadoras y las
perturbadas? Tenemos de este modo en la operación fallida una tendencia perturbadora y
otra que es perturbada. La tendencia perturbada no permite dudas. Toda persona que comete
una operación fallida la reconoce y declara. Sin embargo, la tendencia perturbadora puede
generar dudas y dar ocasión a cavilaciones.

Para la comprensión de un determinado desliz es necesario preguntar a aquel que lo


cometió por qué se había equivocado. Para Freud, cuando escuchamos la explicación con la
primera ocurrencia que le vino al hablante, tenemos que “esa pequeña intervención y su éxito,
es ya un psicoanálisis y el paradigma de toda indagación psicoanalítica que habrá de
emprenderse en lo que sigue”. Es en este punto -el esclarecimiento sobre la intención
perturbadora- en donde el autor empieza a explicarnos sobre la técnica del psicoanálisis.

Esta técnica consiste en “hacerle decir al analizado mismo la solución del problema”. Así, una
objeción que se le puede hacer a Freud es que si se le preguntara al joven que incurrió en el
desliz (acomtrajarla) sobre su intención de ultrajar a la dama, este podría negarlo. Con ello, la
objeción que se le hace descansaría en la sobre-interpretación que hace Freud de la operación
fallida. Sin embargo, pone como ejemplo que al preguntarle a la persona sobre su intención,
este tendría un fuerte interés personal en que “su operación fallida no tenga sentido”. Algo de
lo cual sospecha Freud, pues las preguntas por aquella intención no son más que indagaciones
teóricas. Entonces, refiriéndose al auditorio afirma “en definitiva opinaran que él debe saber
con exactitud lo que quiso decir y lo que no. ¿Debe saberlo? Quizá sea esa la cuestión”.

Así nace otra objeción. Cuando la persona confiesa su intención, el analista le cree. Pero
cuando lo que la persona dice no le convence al analista, entonces la confesión de la persona
no vale, no hay nada que creerle al paciente. Para responder a esta objeción Freud usa un
ejemplo legal. Cuando un acusado confiesa delito ante el juez, este cree la confesión; pero
cuando niega, el juez no le cree. Ante este panorama, surge inevitablemente la duda sobre
cómo podemos esclarecer por sí mismo el sentido de la operación fallida.

Como respuesta, Freud señala que “la interpretación de la operación fallida se realiza
siguiendo ciertos principios generales; primero no es sino una conjetura, un esbozo de
interpretación, y después el estudio de la situación psíquica nos permite corroborarla. Y aun
muchas veces debemos esperar acontecimientos venideros, que se anunciaron, por así decir, a
través de la operación fallida, para confirmar nuestra conjetura”. Con esta explicación abre el
camino a la consideración de las operaciones fallidas acumuladas y combinadas. Es decir,

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operaciones fallidas que la persona ira repitiendo una y otra vez, lo que permitirá corroborar la
interpretación inicial con los acontecimientos que sobrevinieron después.

Por ello, la interpretación sobre un acto fallido tiene el valor de una conjetura y el analista no
debe atribuirle demasiado peso. Los acontecimientos futuros demostraran luego cuan
justificada estaba ésta conjetura. De este modo, los actos fallidos que nos ocurren son indicios
de “intenciones todavía secretas” y, sobre los presagios que se hacen dice Freud: “no hace
falta que todos acierten”.

En suma, en esta conferencia Freud encuentra que la operación fallida es el resultado de dos
propósitos diversos que se interfieren. Una tendencia perturbadora y otra perturbada. La
interpretación de la tendencia perturbadora debe tener solo un valor de conjetura. Esta
interpretación podrá corroborarse en el futuro ya sea por la acumulación y combinación de
operaciones fallidas, así como por acontecimientos que sobrevienen después.

4ta CONFERENCIA

Freud empieza la conferencia señalando que lo investigado hasta el momento sobre las
operaciones fallidas –que son actos psíquicos que tienen sentido y que nacen por la
interferencia de dos propósitos- es el primer resultado del psicoanálisis. Lo que ahora tiene
que averiguar es la naturaleza de las dos intenciones diversas que se interfieren, pero
principalmente el de la intención perturbadora.

Como bien señala el autor “las intenciones perturbadas no dan motivo a preguntas ulteriores,
pero de las otras queremos saber, primero, qué clase de intenciones son esas que emergen
como perturbadoras de otras y, segundo, cómo se comportan las perturbadoras con respecto
a las perturbadas”. Tratando de dilucidar estas interrogantes señala que en el trastrabarse a)
la intención perturbadora puede mantener un vínculo de contenido con la perturbada o, b)
la intención perturbadora nada tiene que ver en su contenido con la perturbada.

Ejemplos del primer caso pueden verse fácilmente, como cuando se declara cerrada la sesión.
Aquí “la intención perturbadora expresa el opuesto de la perturbada; la operación fallida es la
figuración del conflicto entre dos aspiraciones incompatibles”. En todos los casos, el
trastrabarse proviene del contenido de la intención perturbada. Por otra parte, el segundo
caso es para Freud mucho más oscuro e interesante. Si no tienen ninguna relación con la
intención perturbada, “¿de dónde viene entonces y a qué se debe que se haga notable como
perturbación precisamente en ese punto?”. La respuesta que nos da enseguida es que la
perturbación proviene de una ilación de pensamientos que poco antes había ocupado
previamente a la persona y que ahora se exteriorizaba.

Ahora bien, reconociendo que las clases de intenciones que se expresan perturbadoramente
son de índole muy diversa, procede a separarlas en tres grupos. En el primer grupo están
todos los casos en donde al hablante la tendencia perturbadora le es notoria y, además “la
notó antes de trastrabarse”. En el segundo grupo pertenecen aquellos casos en los que el
hablante también reconoce la tendencia perturbadora pero no supo “que estuvo activa en él
justamente antes del desliz”. En el tercer grupo, el hablante niega y no reconoce la
interpretación de la intención perturbadora; no sólo “impugna que se hubiera despertado en
él antes del trastrabarse, sino que pretende aseverar que le es absolutamente extraña”. Esta
desautorización hecha por el hablante no desestima para Freud la interpretación del acto
fallido. Pero, ¿por qué no aceptar la respuesta y el desconocimiento de la intención del
trastrabarse hecho por el mismo hablante?

Esta negación es debida a un miedo que esta supuesto en la interpretación de Freud: “la
interpretación incluye el supuesto de que en el hablante pueden exteriorizarse intenciones

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de las que él mismo nada sabe, pero que yo puedo discernir por indicios”.
Consecuentemente, para aplicar esta concepción de las operaciones fallidas se tiene que
aceptar este supuesto: la exteriorización de intenciones que la persona no sabe que tiene.

Entonces, ¿qué es aquello que tienen en común estos tres grupos? Con respecto a los dos
primeros grupos, lo que tienen en común es que la tendencia perturbadora ha
sido refrenada. Este es precisamente el mecanismo del trastrabarse, en donde “el hablante se
ha decidido a no trasponerla en un dicho, y entonces le ocurre el desliz, vale decir, la tendencia
refrenada se traspone contra su voluntad en una exteriorización, ya sea alterando la expresión
de la intención que él había admitido, entreverándose con ella o bien directamente
sustituyéndola”. Sin embargo, lo mismo ocurre en el tercer caso solo que la diferencia entre
un caso u otro es el alcance mayor o menor con el que la intención fue refrenada.
Así, lo que descubre Freud es que la intención perturbadora había sido refrenada, quizás desde
hace muchísimo tiempo, y por este último punto puede no ser reconocida por el hablante. Por
ello, lo que se extrae es que: “la sofocación del propósito ya presente de decir algo es la
condición indispensable para que se produzca un desliz en el habla”. Por ello, este propósito ha
sido empujado hacia abajo y, por tanto, ocultado.

Hasta este punto tenemos que las operaciones fallidas son actos anímicos en los que “se
puede reconocer un sentido y un propósito; no solo surgen por la interferencia entre dos
diversas intenciones, sino que, además la ejecución de una de estas intenciones tiene que
haber sufrido cierto refrenamiento para que pueda exteriorizarse mediante la perturbación de
la otra”. Existen condiciones particulares que permiten el advenimiento de estas
interferencias. Por ello, debemos concebirlos como indicios de un juego de fuerzas que
ocurren dentro del alma, “como exteriorización de tendencias que aspira a alcanzar una meta
y que trabajan conjugadas o enfrentadas”. Por ello, Freud busca alcanzar una concepción
dinámica de los fenómenos anímicos.

En este punto, Freud da por terminado el análisis conceptual de lo que es la operación fallida.
Sin embargo, la conferencia termina con mayores explicaciones sobre casos en el desliz del
habla, lectura, auditivo; el olvido; el trastocar las cosas confundido, entre otros. Por ejemplo,
con respecto al desliz en la escritura señala que cuando encontramos un desliz, “se sabe que
no todo estaba en orden en quien la escribía; en cuanto a lo que lo inquietaba, no siempre es
posible de determinarlo”.

Concluyendo, las operaciones fallidas tienen un gran valor para el análisis de la persona. Sin
embargo, lo que llama la atención para Freud es que a pesar de que “los hombres se
encuentra tan próximos a la comprensión de las operaciones fallidas y a menudo se
comportan como si penetraran enteramente su sentido”; los declaran como algo
contingente, sin sentido y significado y hasta se oponen a su esclarecimiento psicoanalítico.

Bárbara Araujo
Notas del profesor (5 y 6) - Sueños
CLASE 5:
En su conferencia sobre los sueños (y también sobre las pesadillas) el escritor argentino Jorge
Luis Borges recordaba una frase de Paul Groussac3 que dice así: “Es un milagro que
despertemos cuerdos o casi cuerdos después de haber pasado por esa zona de sombras, por
esos laberintos de sueños.”

Esta visión de los sueños como una forma de locura, a la vez personal y común, parecería ser
más bien tardía. Recordemos que en la antigüedad los sueños eran vistos como advertencias o
mensajes divinos que podían y debían ser descifrados.

Borges se dedica a mostrar la relación entre los sueños y los procesos creativos de los poetas y
escritores.

Claro que la locura y la creación también tienen su propia relación de intimidad a lo largo del
tiempo. Aquí, no nos referimos tanto a la locura como “enfermedad mental” sino, más bien, a
la tradición que la relacionaba con personas diferentes que percibían lo que a los otros les era
inaccesible. De esta forma de locura asociada a la clarividencia.

Los procesos de racionalización que acompañaron a la modernidad, fueron despojando a los


sueños de su carácter divino y predictivo, a menudo de su poesía y fueron quedando relegados
a la irracional falta de lógica, las llamadas pseudociencias o a las supersticiones populares
ligadas a la suerte y los juegos de azar. Sin embargo, los artistas nunca los dejaron de lado.
Tanto el movimiento romántico, el simbolista y el expresionista retuvieron a los sueños como
tema y fuente de inspiración. Pero fue el movimiento surrealista el que lo elevaría a la
categoría de bandera de lucha y modelo de creación artística.

Los sueños proveían un imaginario a menudo asociado a lo fantástico y maravilloso. Para el


psicoanálisis hay una analogía entre las obras de arte y el sueño.

El surrealismo fue un movimiento directamente influenciado por el pensamiento de Sigmund


Freud, en especial, por las ideas de la interpretación de los sueños. André Breton habría tenido
cierta experiencia clínica con relación al psicoanálisis y, a partir de la década de 1920, las obras
de Freud comenzaron a publicarse en francés.

Los surrealistas tomaron el método de la “asociación libre” para su “escritura automática” y


otros procesos creativos. A su vez, el mundo onírico sirvió de modelo alternativo y liberador
contra el dominio de la razón y la conciencia. Iban en contra de la moral burguesa y su
hipocresía, en contra de las convenciones sociales que aprisionaban al cuerpo, la mente y el
arte en una vida inauténtica. Superar la represión y liberar las tendencias creadoras del
inconsciente eran ideas generales en las que se apoyaban los surrealistas. Pero eso no significa
que fueran freudianos en un sentido técnico ya que además fomentaban el misterio,
favorecían el ocultismo y finalmente optaron por la institucionalización del movimiento
mediante la afiliación en masa al partido comunista.

Pero, si para los antiguos los sueños servían para conocer los designios divinos o para acceder
a otro mundo espiritual, para Freud, los sueños fueron el mejor camino para acceder a los
procesos mentales inconscientes. No es casual que estos fueran su objeto de investigación
inaugural. Por su forma de comprenderlos y analizarlos se convirtieron en modelo analítico
para los lapsus, chistes, síntomas y toda formación sustitutiva o de compromiso con relación al

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deseo y sus vicisitudes. Como veremos, no es el sueño soñado el objeto de análisis sino su
relato en el discurso del paciente o de cualquier soñante.

Si lo que Freud llamó trabajo del sueño son los mecanismos que traducen los deseos
reprimidos en imágenes oníricas lo suficientemente confusas y disfrazadas como para ser
admitidas y recordadas como sueño manifiesto, el trabajo de análisis e interpretación debe
hacer el camino inverso a partir del sueño relatado.

Aunque para Freud todo sueño es, ante todo, una realización imaginaria y alucinatoria de
deseos insatisfechos de la infancia, nuevamente, estamos en el campo del lenguaje, allí donde
la palabra se articula con el deseo silenciado. Lo que se ofrece entonces a la interpretación
psicoanalítica es todo conjunto de signos susceptible de ser descifrado. Así, el sueño, los
síntomas, mitos, obras de arte o creencias son pasibles de interpretación pero de un modo
singular y casuístico, rara vez de una forma abstracta, universal o genérica.

La verdad del sueño está en las fantasías y recuerdos del soñante, casi nunca en símbolos
universales e impersonales.

CLASE 6:
Para Freud, el interior se manifiesta como inconsciente libidinal que esconde su verdadera
naturaleza y dinámica detrás de sus síntomas externos.

Para Freud la verdad no está en la conciencia sino oculta en un inconsciente desconocido.

Con el concepto de libido —un concepto, además, bastante complejo— Freud designa la
energía que moviliza al aparato psíquico y, si bien su origen se encuentra en las pulsiones
sexuales, puede distinguirse según el objeto que inviste (esto se conoce también como catexis)
y sus posibles transformaciones.

Se puede distinguir una libido objetal (que se vuelca hacia un objeto exterior como un ser
amado o un líder) o una libido narcisista, cuando se vuelca sobre el propio sujeto. El llamado
“narcisismo primario” es el estado natural de todos los recién nacidos en tanto cargan toda su
libido sobre sí mismos prestando relativamente poca atención al entorno.

Volviendo sobre la duda o sospecha sistemáticas, ambos autores coinciden en que la


conciencia es, además y sobre todo, capaz de auto engañarse.

Para Freud, la conciencia como parte de nuestro Yo —que también hunde sus raíces en lo
inconsciente— está sometida a una triple servidumbre. Bajo el influjo de fuerzas inconscientes
que desconoce, debe servir tanto a las necesidades provenientes del cuerpo —pulsiones que
buscan satisfacción al servicio de la conservación de la especie y de la autoconservación—,
pero también debe someterse a la moral internalizada como autoexigencia —el Super yo— y a
las limitaciones y restricciones impuestas por la realidad exterior.

Lo que ambos critican es la falsa conciencia o la conciencia como lugar de la ilusión. Esto
quiere decir que es posible una conciencia diferente o más extendida, capaz de ampliar sus
horizontes para una vida más libre.

Se trata de hacer explícito lo no evidente, de hacer consiente lo inconsciente y para ello es


necesario crear una forma de lectura de la realidad, una nueva forma de interpretación de lo
aparente, es decir, de realizar una lectura sintomal. Para ello, Freud tuvo que crear una teoría
que estableciera una nueva relación entre lo que se hace patente a la conciencia, es decir, lo

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que aparece como manifiesto y aquello que se mantiene latente, oculto y desconocido,
inconsciente. Sueños Freud: una realización alucinatoria de deseos insatisfechos de la infancia.

1. ¿Qué es lo inconsciente y cuáles son sus principales características?


Cuando hablamos del Inconsciente, estamos refiriéndonos a una de las instancias que
conforman el aparato psíquico según la llamada 1ª Tópica: el sistema consciente (vinculado a
la percepción, los sentidos y el aparato motor), el preconsciente (una reservorio accesible de
representaciones de cosa —sobre el modelo de las imágenes— y representaciones de palabra
—sobre el modelo acústico— y de energía libidinal ligada a ellas, digamos que esta energía les
permite aparecer en la conciencia y ser nombradas en el discurso) y el sistema Inconsciente
(donde hay representaciones de cosa y la energía se encuentra libre como para pasar de una
representación a otra según asociaciones de continuidad o contigüidad). El sistema
inconsciente culmina de conformarse debido al mecanismo de la represión en sentido amplio.
Éste impide que los contenidos del inconsciente emerjan a la consciencia al retirarles la carga
preconsciente y oponerles otra representación. La represión se instaura porque, de hacerse
conscientes dichos contenidos, provocarían una gran angustia por contravenir las
prescripciones morales del sujeto.

La 2ª plantea al aparato psíquico integrado por el Yo, el Superyó y el Ello. Mientras el Yo y el


Superyó poseen partes conscientes, preconscientes e inconscientes, el Ello es totalmente
inconsciente. Al nacer, el bebé es un Ello vital, pleno de pulsiones con un Yo que apenas se
diferencia por la función de los sentidos y sin mayor coordinación motora.

Con el tiempo el Yo se va diferenciando gracias a la represión y luego, durante el lapso del


Complejo de Edipo, se diferenciará un Ideal del Yo que terminará por conformar la instancia
del Superyó. Dicha diferenciación del Yo se hará sobre la base de las llamadas identificaciones
que consisten en la incorporación de rasgos de personas significativas que son tomadas como
modelos por nosotros. El Ideal del Yo está hecho, entonces, a partir de las identificaciones
previas y, junto con la Conciencia Moral, forman el Superyó.

El inconsciente —y el Ello— es entonces el ámbito donde las pulsiones, cuyo origen está en el
organismo, irrumpen para elevar la tensión energética en busca de satisfacción. Por eso el
inconsciente se rige por el Principio del placer —esto es, la tendencia a descargar la energía
pulsional mediante su satisfacción— mientras el Yo se rige por el Principio de realidad, que
posterga la satisfacción según las condiciones del entorno. A efectos de la descarga, la pulsión
debe asociarse a una representación.

Esto es posible porque, como hemos dicho, el sistema inconsciente se caracteriza por el estado
libre de la energía haciendo posible los dos mecanismos fundamentales del inconsciente: la
condensación y el desplazamiento. Estos mecanismos están en la base de la formación de
síntomas, del trabajo del sueño y de cualquier formación de compromiso.

Es importante retener que otra de las características fundamentales del Inconsciente es su


atemporalidad. En este sentido, en el Inconsciente todo es actual, solo conoce el tiempo
presente. A esto se lo conoce como el retorno de lo reprimido.

Bárbara Araujo
2. ¿Qué es el deseo y cómo se relaciona con los sueños?
Digamos que el deseo se conforma tras la primera experiencia de satisfacción del bebé recién
nacido y esto se continúa en el ser del adulto de manera inconsciente. Es como si el sueño
continuara satisfaciendo en el adulto aquello que la primera relación de objeto —la del bebe
con su madre— colmó en el recién nacido.

Dice Freud en La interpretación de los sueños: “El niño hambriento grita y patalea, pero esto
no modifica en nada su situación, pues la excitación emanada de la necesidad no corresponde
a una energía de efecto momentáneo, sino a una energía de efecto continuado.”

Tenderá a reconstruir la situación de la primera satisfacción. Tal impulso es lo que calificamos


de deseo. La reaparición de la percepción es la realización del deseo. La repetición de aquella
percepción que se halla enlazada con la satisfacción de la necesidad. “Esta permanencia del
deseo insatisfecho en el seno de la realidad es lo que intenta captar Freud. Su modo de acceso,
negado en la vigilia del normal, solo se abre claramente en el sueño o la locura.”

3. ¿Qué hace de los sueños la vía regia al inconsciente?


Al dormir, nos apartamos del mundo real. Este apartamiento es normal y biológicamente
necesario. Durante este lapso, la realidad queda deslindada y nos ofrece una oportunidad para
ver qué sucede con los procesos psíquicos cuando la consciencia se repliega y la censura se
relaja.

Para Freud el sueño es un producto similar al síntoma y el delirio pero se diferencia por ser una
forma de locura normal y efímera. Lo que sucede es que al dormir regresamos a los
mecanismos primitivos de la infancia y hacemos posible la satisfacción alucinatoria de los
deseos insatisfechos. El sueño realiza siempre un deseo infantil y, en tal sentido, evidencia la
regresión del aparato psíquico en varios sentidos. En efecto, el proceso primario que rige lo
inconsciente habilita y domina dicha regresión. Por un lado, hay una primacía de la imagen, la
energía pasa de una representación a otra según los mecanismos de condensación y
desplazamiento a la vez que carga aquellas representaciones ligadas al deseo en tanto
alucinación primitiva.

Mientras dormimos, la censura que actúa en la vigilia se relaja y hace posible que los
contenidos inconscientes, aunque disfrazados o encubiertos, accedan al escenario onírico. Esto
es posible por el trabajo del sueño. Dicho trabajo es el que traduce al sueño latente, es decir
los pensamientos oníricos —que son disfrazados a fin de burlar la censura— en el sueño
manifiesto, es decir, el sueño soñado por nosotros y que recordamos con intensidad y claridad
variables, al despertar.

Según el Diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis, el trabajo del sueño consiste en


el “conjunto de operaciones que transforman los materiales del sueño (estímulos corporales,
restos diurnos, pensamientos del sueño) en un producto: el sueño manifiesto. El efecto de este
trabajo es la deformación.” Los mecanismos u operaciones mencionadas como intervinientes
en el trabajo del sueño son la condensación, el desplazamiento, la consideración por la
figurabilidad o representabilidad y la elaboración secundaria.

Hemos señalado varias veces que la condensación y el desplazamiento son posibles por la libre
circulación de la energía en el Inconsciente. La condensación abrevia el contenido manifiesto
del sueño al posibilitar que diversas líneas asociativas converjan en una misma imagen.

Bárbara Araujo
La relación entre significado y significante aparece como arbitraria para nosotros y solo tiene
sentido en función de las asociaciones del soñante.

El sueño es un producto psíquico mayormente asocial. Es esa locura personal, ese delirio
nuestro de cada noche. Solo puede existir disfrazado, pero no solo para los demás sino para
nosotros mismos. El sueño se presenta como la puesta en escena de una novela. Freud agrega
otro elemento que es la traducción por imágenes que están asociadas acústica o
lingüísticamente a los pensamientos latentes.

La elaboración secundaria es aquella mediante la cual ponemos en palabras, es decir,


contamos un sueño. Salvo en el caso que uno autoanalice sus sueños, el material onírico
siempre es un discurso, un texto. Y aún en el caso del autoanálisis, solo podemos trabajar con
lo que recordamos del sueño.

Creo que lo más importante para nosotros y lo más relevante a efectos de la los procesos de
comunicación y artísticos son los mecanismos de elaboración onírica como la condensación y
el desplazamiento. Éstos dos mecanismos organizan las cadenas asociativas según relaciones
de continuidad o semejanza —es decir, metafóricas— o de acuerdo a relaciones de
contigüidad, es decir, metonímicas.

Bárbara Araujo

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