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El Conductismo. Reflexiones Críticas - Ribes, E PDF
El Conductismo. Reflexiones Críticas - Ribes, E PDF
CRITICAS
Emilio Ribes Iñesta
editorialfontanella
E l co n d u c tism o :
re flex io n es c rític a s
B re v ia rio s de
C o n d u c ta h u m a n a , n.”
colección d irig id a por
RAMON B AYES
JUAN MASANA
JO S E TORO
Emilio Ribes Iñesta
EL CONDUCTISMO:
REFLEXIONES
CRITICAS
Prólogo
de
R am ón B ayés
B a rc e lo n a , 1982
© Emilio Ribes Iñesta, 1982
© de la presente edición
E D ITO R IA L FONTANELLA, S.A.
Escorial, 50. Barcelona-24. 1982
7
de modificación de conducta a la educación de niños con
retardo en el desarrollo, cuando, desde hace ya varios años,
sin desdeñar esta área de trabajo, la mantiene práctica
mente en la reserva, dedicando el grueso de su esfuerzo
a una extraordinaria labor teórica y epistemológica, una
pequeña muestra de la cual lo constituye el contenido del
presente volumen.
De los hombres y mujeres que he conocido a lo largo
de mi vida, pocos, muy pocos, han conseguido impresio
narme. He de confesar que Emilio Ribes es uno de ellos.
De haber vivido en el siglo XV, hubiera sido, probable
mente, un perfecto hombre del Renacimiento: líder y cien
tífico al mismo tiempo; profundamente interesado por los
problemas filosóficos, epistemológicos y políticos, y, a la
vez, por la literatura, el teatro, la pintura y la música.
No deja de ser paradójico que el mexicano Emilio Ri
bes, uno de los autores que más están influyendo en el
desarrollo de la Psicología latinoamericana, haya nacido
en Barcelona —ciudad de la que continúa enamorado— y
hable correctamente el catalán. En realidad, marchó con
sus padres a México a la edad de 3 años y allí se educó,
se casó, tuvo hijos y organizó su vida; en 1982 cumplirá
38 años. Ha sido el primer autor latinoamericano en es
cribir un libro original sobre modificación de conducta y
también el primero en establecer estudios sistemáticos
para postgraduados en este campo.
De 1964 a 1971 es profesor del Departamento de Psi
cología de la Universidad de Veracruz, en Xalapa. En 1971
y 1972, la mayoría de profesores de Psicología de esta Uni
versidad se trasladan a la Universidad Nacional Autóno
ma de México, en ciudad de México, y con ellos marcha
Emilio Ribes, consolidando los programas de análisis de
la conducta existentes en los cursos de licenciatura y crean
do un programa de post-grado que ha tenido gran influen
cia en la formación de investigadores y analistas conduc-
8
tuales, no sólo de México sino de todo el continente (cfr.
Colotla y Ribes, 1981).
En 1975, la Universidad Nacional Autónoma de México,
para descongestionar y racionalizar sus instalaciones, crea
el nuevo campus de Iztacala en Tlalnepantla, cerca de ciu
dad de México, nombrando coordinador de la Escuela de
Psicología a Emilio Ribes, al que ofrece la oportunidad de
implantar un nuevo diseño curricular. Este, al frente de
un valioso equipo —Backhoff, Robles, López-Valadés, Ga-
lindo, Seligson, Varela, etc.—, se dedica con entusiasmo
a la elaboración de un ambicioso y revolucionario plan
de estudios íntegramente estructurado desde una perspec
tiva conductual. En el mismo se subrayan dos aspectos
esenciales: «primero, la formulación de las actividades pro
fesionales específicas que debe desempeñar un psicólogo
en la sociedad, considerando los problemas prácticos que
debe resolver; y segundo, los programas de entrenamiento
particulares, los cuales deben desarrollar habilidades y
conductas que sean representativas de las actividades ter
minales» (Ribes, 1980). El modelo de Psicología Iztacala,
actualmente en marcha, ha puesto de relieve tres facetas
diferentes, aunque íntimamente vinculadas: «a) el desarro
llo de un sistema educativo congruente con una práctica
científica derivada de la psicología; b) la configuración de
un modelo científico capaz de sistematizar e integrar los
más variados fenómenos psicológicos desde una perspecti
va conductual, superando las limitaciones inherentes al
paradigma de condicionamiento; y c) la definición de un
nuevo papel profesional del psicólogo, ubicando su inser
ción social con base en un contexto ideológico preciso y
comprometido» (Ribes, Fernández, Rueda, Talento y Ló
pez, 1980, pág. 5). Algunas de estas facetas se abordan en
El conductismo: reflexiones críticas en el punto de ela
boración en que se encontraban al finalizar el año 1981.
En la actualidad, el psicólogo Emilio Ribes es coordi
nador general de investigación de todo el campus de Iz-
9
tacala, campus piloto especializado en Ciencias de la Sa
lud que incluye las carreras de Biología, Medicina, Psico
logía, Odontología y Enfermería.
A pesar de que, como investigador, ha llevado a cabo
interesantes estudios empíricos, no es sobre su trabajo en
el laboratorio que desearíamos atraer, en este momento,
la atención del lector. Como señalan Riera y Roca (1981),
en las palabras con que nos introducen a una interesante
entrevista que efectuaron a Ribes durante el verano de
1980, el interés primordial por conocer su punto de vista
radica en que nuestro autor lleva a cabo una crítica pro
funda del conductismo sin salirse del marco objetivo de
una ciencia natural. Este aspecto, de acuerdo con las pa
labras con las que el propio Ribes inicia su andadura en
el presente libro, constituye el principal objetivo de la
obra que el lector tiene entre las manos.
Una ciencia supone, esencialmente, dos cosas: la defi
nición de su objeto de estudio y una metodología de aná
lisis centrada en la observación y el experimento, es decir,
en la observación controlada. Ribes, desde el primer capí
tulo, trata ya de «coger el toro por los cuernos» y delimi
tar el campo de la Psicología. Para él su objeto de estu
dio es, evidentemente, la conducta, pero, a diferencia de
otros conductistas —entre los cuates hace pocos años me
contaba—, no define la conducta como lo que el organis
mo hace; para él —en línea con Kantor— la conducta es
la interacción del organismo con alguna otra cosa: con
ducta es interacción. En su opinión, de la misma manera
que a los biólogos les interesan los cambios que tienen
lugar en el organismo, a los psicólogos lo que debería in
teresarles son los cambios que tienen lugar en las inter
acciones de los organismos con el medio.
Junto a estos dos distintivos básicos de la ciencia, Ri
bes señala la urgente necesidad de disponer, en el mo
mento presente, de un marco teórico que permita situar
conceptualmente los datos empíricos que se vayan obte-
10
niendo. Es preciso observar los fenóm enos de form a es
tricta y fiable, sin duda alguna, pero debe existir una teo
ría que nos indique qué es lo que debem os observar y
cóm o debem os relacionar lo observado con los datos que
ya poseem os.
Frente a los que, ju n to a M acquenzie {1911), se esfuer
zan por redactar, con buena letra, la nota necrológica del
conductism o, se alinean otros, com o Ribes, com o Schoen-
feld (1912), que tratan de encontrar una salida a la crisis
sin abandonar las coordenadas m etodológicas conductis-
tas. E l am bicioso proyecto de Ribes, algunas de cuyas ca
racterísticas principales quedan patentes en el Capítulo
tercero, consiste en la elaboración de una teoría capaz de
integrar todos los datos conductuales —diferenciando, cua
litativam ente, los com portam ientos anim al y hum ano— y
que debe surgir tras efectuar una crítica a fondo del insa
tisfactorio paradigma actual de condicionam iento; com o
nos señala en el ú ltim o párrafo del Capítulo cuarto:
11
nuestra disciplina tiene planteada, dirigen su atención ha
cia los trabajos que constituyen la presente obra, de
ello sólo podrán obtenerse beneficios. No hay duda de
que el pensamiento de Ribes, aunque profundamente im
pregnado de las enseñanzas de Bijou, Schoenfeld y Kan-
tor —venerable nonagenario cuya fotografía preside, sim
bólicamente, su despacho de Izlacala— posee, junto a su
promesa de futuro, una innegable y turbadora origina
lidad.
Ramón B ayés
Barcelona, enero de 1982
REFERENCIAS
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rica: a historical overview. Spanish-Language Psycho-
logy, 1981, 1, 121-136.
MacK enzie , B. D.: Behaviourism and the limits of scien-
tific method. Atlantic Highlands, Nueva Jersey: Huma-
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R ibes, E.: Técnicas de modificación de conducta. Su apli
cación al retardo en el desarrollo. México: Trillas, 1972.
R ibes, E.: El diseño curricular en la enseñanza superior
desde una perspectiva conductual: historia de un caso.
En E. Ribes, C. Fernández, M. Rueda, M. Talento y F.
López, Enseñanza, ejercicio e investigación de la psico
logía. Un modelo integral. México: Trillas, 1980, pág.
R ibes , E., F ernández, C., R ueda, M„ T alento, M. y López,
F.: Enseñanza, ejercicio e investigación de la psicología.
Un modelo integral. México: Trillas, 1980.
R tera, J. y R oca, J.: Entrevista con E. Ribes Iñesta. Estu
dios de Psicología, 1981, n.” 4, 3-23.
S choenfeld , W. N.: Problems in modera behavior theory.
Conditional Reflex, 1972, 7 (n.° 1), 33-65.
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A MANERA DE INTRODUCCION
Y ADVERTENCIA
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unos de ellos conscientes de su condición, otros todavía
vergonzantes de ella.
Pero no es el conductismo metodológico sobre el cual
he intentado reflexionar críticamente, pues de algún modo,
mi elección del análisis experimental de la conducta como
metodología de la investigación científica, me había per
mitido superar dicha aproximación general. Es precisa
mente la teoría de la conducta cimentada en el análisis
experimental y aplicado de la conducta, que ha constitui
do mi práctica científica y profesional en los últimos quin
ce años, sobre la que me he propuesto reflexionar. Esta
reflexión crítica es, sin embargo, una reflexión desde el
interior de la disciplina. No es una andanada fácil y even
tual desde el exterior, sino más bien el retorno a pro
fundizar sobre los fundamentos de nuestra ciencia.
Para hacer filosofía de la ciencia se debe haber hecho
y estar haciendo ciencia. La filosofía de la ciencia no es
más que explicitar los supuestos que orientan y fundamen
tan nuestras acciones teóricas y de investigación cotidia
nas, vbgr., qué es lo que consideramos como conducta,
qué medidas de la conducta son las pertinentes, cómo abor
dar la determinación de la conducta, qué paradigmas se
leccionar en la descripción de nuestro objeto de estudio,
etcétera. Y como la filosofía de la ciencia se hace con
juntamente con el hacer ciencia, hágase o no deliberada
mente, la filosofía de la ciencia se enriquece con el de
sarrollo y evolución de la disciplina correspondiente. No
volvemos a la filosofía como un reducto de la pureza y
justeza conceptual que sopese si nuestra actividad cientí
fica ha sido adecuada o no. Volvemos a los fundamentos
y supuestos de nuestra ciencia, o para subrayarlo, de nues
tra concepción sobre lo que es la psicología y cómo hacer
de ella una disciplina científica, para explicitar y ampliar
esa filosofía que se construye paralelamente con el queha
cer científico. No se trata pues de un juicio filosófico del
análisis experimental de la conducta. Se trata de aprove-
14
char el largo recorrido que ha hecho la psicología conduc-
tista para reexaminar nuestras concepciones, ampliarlas,
corregirlas, y de esta manera, explicitar la filosofía de la
ciencia, el conductismo, que evoluciona junto con la dis
ciplina empírica correspondiente.
No obstante, en este volumen no se pretende efectuar
un análisis sistemático de esta problemática. Por tratar
se de un conjunto de ensayos separados, diversos temas
vinculados a ella aparecen examinados en diferentes con
textos. Sin embargo, a todos los articula un denominador
común: la preocupación por determinar con precisión el
objeto de estudio de la psicología, las características pa
radigmáticas de esta ciencia, y su inserción en el quehacer
social de las disciplinas científicas. Estos ensayos han ido
apareciendo colateralmente a un esfuerzo sistemático en el
proceso por formular una teoría de la conducta, en el sen
tido de construir una taxonomía paradigmática, a partir
del concepto de conducta como interacción construida, que
permita abordar, sin reduccionismos, la complejidad y ri
queza de la conducta humana, conservando el rigor y la
solidez que le procura el firme fundamento del análisis
experimental de la conducta animal. Aun cuando existen
antecedentes inmediatos de este propósito (Ribes, Fernán
dez, Rueda, López y Talento, 1980), consideramos que los
escritos en este volumen, así como el que está en proceso
(cuyo título tentativo será Teoría de la Conducta: un aná-
tisis de campo y paramétrico), superan muchas de las po
siciones previamente expuestas.
Un leit-motiv adicional ha sido el escarbar en los fun
damentos e implicaciones ideológicas del conductismo. La
tradición judeo-cristiana del pensamiento occidental ha
sido, incluso mucho antes del pronunciamiento watsonia-
no, profundamente anticonductista. No es de extrañar,
pues, que el conductismo, especialmente en su versión no
metodológica, haya suscitado fuertes embates de rechazo,
muchos de ellos propiciados por la ignorancia, otros, en
15
cambio, por un entendimiento cuestionable. Los conduc-
tistas hemos dejado el problema de la ideología a nues
tros enemigos. Hemos cedido el terreno gratuitamente.
Considero, sin embargo, que es el momento de percatar
se que la ciencia no es inmune a la ideología, sino que en
la medida en que se articula con ella de manera comple
ja, es necesario desarropar la vestimenta ideológica y des
tejer la urdimbre de relaciones que se dan, en múltiples
direcciones, entre el conocimiento científico y el cono
cimiento ideológico. No sólo es esto importante debido
a la necesidad de examinar los orígenes y evolución histó
rica de la disciplina, sino también para cotejar en forma
argumentada las implicaciones reales que tiene una cien
cia de la conducta frente a otros abordajes de lo «psico
lógico», los que critican al conductismo desde el nicho de
la pureza ideológica y el subjetivismo militante. Cuál no
será la sorpresa de muchos de que los conductistas no
sólo no rehuyamos la argumentación ideológica, sino que
al contrario, podamos establecer dicha discusión sobre ba
ses más firmes, el de la ideología como la práctica indivi
dual concreta de los hombres en circunstancias históricas
particulares. Se hace, por lo tanto, un primer esfuerzo en
esta dirección.
El volumen está dividido en tres secciones temáticas
generales. Una primera, que aborda algunos problemas
epistémicos e ideológicos de la disciplina. La segunda, que
trata del examen crítico de la teoría de la conducta con
temporánea. Una última, dedicada al análisis de las rela
ciones entre la ciencia básica y sus aplicaciones y el modo
de articulación del conocimiento científico con lo social.
Finalmente, y aun cuando esto se haga obvio en el trans
curso de la lectura del volumen, deseo expresar mi deuda
de gratitud con aquellos científicos que han influido inad
vertida o responsablemente en la conformación de mi pen
samiento actual, muy especialmente Sidney W. Bijou, Wil-
liam N. Schoenfeld, y J. R. Kantor. Mi interacción perso
16
nal con ellos me ha permitido aprender más de la psico
logía y del quehacer científico, que el alud de informa
ción y datos que caracteriza a la producción disciplinaria
actual.
17
1. LA NATURALEZA DE LAS LEYES EN EL
ESTUDIO DEL COMPORTAMIENTO
19
Anima) y su conceptualización. El alma, para Aristóteles,
no se da sin cuerpo y por consiguiente no es independien
te de la materia. Tampoco es potencia (facultades), sino
acto que se da como organización de la materia en fun
ción. Nada más lejano a la concepción aristotélica que un
alma vuelta sustancia que interactúa con el cuerpo como
facultad que lo potencia:
id
mas y no lo posee, ni conoce, ni ama a Aquél que lo
creó»... (Confesiones, Libro V, Capítulo IV).
21
es com pleta y verd aderam ente d istin ta de mi cuerpo, y
puede se r o ex istir sin él» (M editaciones M etafísicas, p. 84).
No es necesario ab u n d a r en citas adicionales de Des
cartes p a ra d e ja r sentado con claridad su profunda in
fluencia en la form alización del dualism o, ontológico y
epistém ico, que perm eó la ciencia y cu ltu ra occidental
p o sterio r h asta n u estro s días. La «res cógitans» cartesia
na tuvo un doble im pacto sobre la psicología. Por una
parte, caracterizó un alm a racional, exclusivam ente hum a
na, no m aterial y no dependiente de la m ateria, que en
la m edida en que in teractu ab a con la corporeidad m ate
rial, del hom bre, la determ inaba en su acción. Así, creó
la «mente», alm a in terna causa de todo com portam iento
o acción Por o tra p arte, abrió la posibilidad de explicar
o tro tipo de acciones, aquellas com partidas con los ani
m ales, m ediante las leyes de lo natural, es decir, de la
m ecánica, reduciendo al m aterialism o a su form a meca-
nicista, com o ha o currido con la teorización frenológica,
tradicional y m oderna, que p retende explicar lo psicoló
gico com o sim ple acción m ecánica de lo biológico, o com o
la interacción de m ente (léase res cógitans) y cuerpo (léa
se res extensa) en el cerebro.
La especificidad de lo psicológico se dio, de este m odo,
com o la especificidad de lo inm aterial, lo m enta], la expe
riencia consciente, so riesgo de verse reducido a lo m ecá
nico-biológico. T res supuestos fundam entales se derivan
de este dualism o cartesiano:
22
transform aciones m onistas, su dualism o epistém ico sub
sistió h asta n u estro s días, tan to bajo el influjo del em pi
rism o como de las corrientes fenom enológicas y raciona
listas m aterialistas, dando lugar a soluciones interaccio
nistas o paralelistas diversas. Todas ellas, sin em bargo,
tienen un denom inador com ún: se elim ina la interacción
con el m edio com o o bjeto de estudio, y se analizan las ac
ciones producidas com o acto m ediado de una «m áquina»
o de una m ente internas, o de su interacción inclusive.
Antes de seguir, consideram os conveniente detenernos,
para exam inar la ju stcza de p lan tear siquiera la existen
cia de una especificidad psicológica radicalm ente distinta
a las versiones em anadas del dualism o, o coincidir quizá
con K ant en que los fenóm enos de u n a psicología racio
nal (Crítica de la Razón Pura) no tienen cabida en el co
nocim iento científico. N osotros, evidentem ente, postulam os
la existencia de un nivel psicológico en el conocim iento
científico de la realidad, independiente, pero com plem en
tario, de lo biológico (y de lo social), que se fundam enta
en un doble criterio. P or una parte, la especificidad del
nivel de organización de los eventos; p o r otra, la especifi
cidad de su historicidad. Como resultante, lo psicológico
se da en un nivel organizativo que in tersecta lo biológico
y lo social, pero que no es reductible a ninguno de ellos.
La conducta com o interacción del organism o to tal y su
am biente (físico, biológico y /o social) m odificable en y
po r el tran sc u rso de su historia individual, se constitu
ye en lo psicológico. Su especificidad histórica lo d istin
gue de lo biológico, que se plasm a en la filogenia, y de
lo social, co n stru id o en lo colectivo. La conducta no es
m ovim iento, ni cam bio interno aislado, es m ovim iento y
cam bio in tern o copartícipes de una interacción. La conduc
ta es la interacción.
Así definida su especificidad, volvamos al reencuentro
con el dualism o y su crítica. P ara ello, analicem os los su
puestos de él derivados. La discusión referente a la dife
23
rencia ontológica de lo mental y lo material no es suscep
tible de argumentación empírica, e implica un compromi
so materialista como punto de partida del conocimiento
científico. Sin embargo, este compromiso no impide la
dualidad epistémica implicada como lo testimonia en la
historia de la psicología, el intento de Gustav Fechner (en
su Elements der Psychophysics) por formular leyes cuan
titativas de la interacción psicofísica.
El conductismo, formalmente expuesto por J. Watson
en su manifiesto de 1913, representa, después de Fechner,
un nuevo abordaje, desde la perspectiva materialista, para
recapturar la psicología bajo un enfoque no dualista. No
obstante, históricamente, este pronunciamiento produjo
resultados ambiguos en tanto, por razones intrínsecas a
sus circunstancias paradigmáticas, arropó, bajo su lógica
positivista, a las concepciones dualistas comprendidas en
el mecanicismo y el mentalismo. Analicemos los dos casos.
Watson, al limitar la conducta, como objeto de estudio
de la psicología, a lo observable como actividad del orga
nismo, eliminó la interacción como proceso y circunscri
bió su dominio empírico al de los movimientos. Así fue
que dio lugar al surgimiento de dos formas de dualismo
epistémico: el conductismo metafísico, y el conductismo
metodológico. En ambos, el nivel explicativo, la legalidad
de la conducta, se desplaza hacia el interior del organis
mo, o es sustituido por enunciados lógicos que median
la naturaleza empírica de los fenómenos a ser explicados.
Entremos en detalle al análisis de estos dos casos, en re
lación a las explicaciones mecanicistas y mentalistas o in-
ternalistas. En ambos tipos de conductismo se dan los dos
tipos de explicaciones, pero bajo diferentes marcos de in
dagación empírica.
Situemos el caso de la explicación por reducción me-
canicista. Esta ha asumido dos formas. Una, en que se
establece la identidad de mente y cerebro, definiendo a la
primera como la acción de este último. Otra, en que, sin
24
pretender identificar la explicación de la conducta con
una localización corporal específica, se plantea en térmi
nos de un constructo lógico y sustituye a dicha reducción,
bajo el condicionante de un anclaje operacional en las
variables de estímulo y respuesta, lo que conforma el mo
delo de «caja negra».
c Una gran porción de las teorías neuropsicológicas se
ajustan a la explicación por identificación reductiva de
lo mental a lo neural. Ilustrativo de ellas, es la postura
de Donald Hebb (en su Textbook of Psychology), quien
dice «La mente y lo mental se refieren a procesos que
ocurren dentro de la cabeza y que determinan los nive
les superiores de organización de la conducta... En térmi
nos generales, hay dos teorías de la mente. Una es ani-
mista, una teoría en que el cuerpo es habitado por una
entidad —la mente o alma— que es bien diferente de él,
y que no tiene nada en común con los procesos corpora
les. La segunda teoría es fisiológica o mecanicista: supone
que la mente es un proceso corporal, una actividad del ce
rebro. La psicología moderna —«concluye»— trabaja sola
mente con esta teoría» (p. 3, 1958). No es necesario indi
car que gran parte de las críticas aristotélicas a los con
ceptos de alma expuestos por Demócrito y Platón, siguen
siendo aplicables a esta formulación. Por ejemplo, baste
plantear dos preguntas ¿Si la mente es una función cor
poral, por qué utilizar conceptos referidos a eventos no
corporales? y ¿En caso de que fuera referible a eventos
corporales, cómo se transforma en cualidad lo corporal
fisiológico a corporal mental?
La teoría de Clark Hull es representativa de la expli
cación mecánica por reducción a enunciados lógicos for
mulados en términos fisicalistas. Hull (1943, 1951 y 1952)
elaboró una teoría del aprendizaje simple, con base en el
paradigma del condicionamiento clásico, enunciada me
diante postulados, teoremas y corolarios característicos de
un sistema formal hipotético-deductivo. Los conceptos cen
25
trales de su teoría, aunque fraseados en lenguaje reduci-
ble a térm in o s fisiológicos, no su sten tab an ninguna refe-
ribilidad in m ed iata o m ediata a variables em píricas. E s
tas, se vinculaban a los conceptos explicativos, com o an
clas operacionales que p erm itían la configuración de los
teorem as y corolarios que se derivaban de los postulados
del sistem a. Así, la conducta o ejecución, se veía explica
da p o r la interacción form al cu an titativ a de variables em
píricas agrupadas b ajo «conceptos puente» como los de
fuerza del hábito, pulsión, huella aferente del estím ulo, in
hibición reactiva, potencial oscilatorio, factor de incenti
vo y o tro s m ás. La teoría era refutable m ás en térm inos
lógicos que em píricos, p o r el continuo aju ste de las cons
tantes em pleadas. A pesar de que fue su inconsistencia in
tern a la cau san te de su descrédito últim o, las contradic
ciones en que cayó no pueden analizarse com o sim ple e rro r
m etodológico form al, sino m ás bien com o consecuencia
n atu ral de las lim itaciones de su dualism o conceptual re
duccionista.
La legalidad explicativa in tern a no se restringe a for
m ulaciones m ecánicas susceptibles de verificación o an
claje em pírico, sino que adopta form as disfrazadas de ana
logía o en ocasiones p o stu ras ab iertam en te m entalistas.
Ejem plos de ello lo constituyen algunos ab o rd ajes «cog-
noscit¡vistas» contem poráneos. P ribram , G alanter y M iller
(1960) por ejem plo, form ulan la regulación de la conduc
ta en térm inos de planes, que se e stru c tu ra n en un siste
ma nervioso conceptual no descriptible en térm inos estric
tam ente fisiológicos, sino como un sistem a de tipo ciber
nético (unidades TOTE). E ste sistem a es análogo a una
m áquina auloregulada, y la explicación se fundam enta, no
en las propiedades en ú ltim a instancia del sistem a nervio
so, sino di- las m áquinas lógicas adoptadas com o modelo.
La explicación, v p o r consiguiente la legalidad, se da por
isom orfism o. En otros casos, el m odelo em pleado no con
siste en una entidad m ecánica o lógica, sino que hace re-
26
ferencia a procesos inferenciales que, tom ados de niveles
pu ram en te sim bólicos de descripción (como lo es la lógi
ca proposicional o la teoría de la inform ación), se tra d u
cen (como reificaciones prácticas) a conceptos relativos
a estados m entales internos, vbg., conflicto, in certid u m
bre, expectativas, valor del reforzam iento, etcétera. Estos
conceptos, sin la vinculación em pírica rigurosa que carac
teriza a los sistem as deductivos, se convierten en h e rra
m ientas ad hoc p ara justificar la aplicación de m odelos,
que en cu an to predicen variaciones cuantitativas o cuali
tativas de ciertas situaciones em píricas diseñadas ex pro
feso, se consideran descriptivos de un orden de legalidad,
muy dudoso a n u estro m odo de ver.
E n cualesquier caso, sin em bargo, para a b o rd ar el p ro
blem a de la n aturaleza de las leyes enm arcadas por un
estudio científico del com portam iento, consideram os in
dispensable analizar con profundidad las im plicaciones úl
tim as de una concepción internalista, m ental, de lo psico
lógico. La cuestión central radica, a nuestro juicio, en dos
puntos fundam entales. El prim ero, en la identificación,
con lo interno. El segundo, a la génesis del re p o rte lingüís
tico sobre lo privado, com o génesis individual o com o gé
nesis social.
El punto relativo a la identificación de lo privado con
lo in tern o es crucial para la igualación de las distincio
nes objetivo-subjetivo con la distinción público-privado,
l a dim ensión subjetivo-objetivo parece corresponder, en
térm inos de la epistem ología tradicional, a la dicotom ía
idea-m ateria y presupone de alguna m anera u n a proble
m ática equivalente a la dualidad m ente-cuerpo. El proble
ma radica en u b icar a los eventos privados com o eventos
objetivos en cuanto a su ocurrencia y re strin g ir al su jeto
a locus parcial del evento. Como locus parcial, el sujeto
puede concebirse com o resp u esta p articip an te de un even
to interactivo, cuya ocurrencia o productos parciales de es
27
tímulo no son públicamente observables. Planteado así el
asunto, no se trata pues de asumir una cualidad dual de
lo observable (en tanto objetivo) y de lo privado (en
tanto subjetivo), pues ello significaría reducir la objetivi
dad de los fenómenos a lo públicamente verificable, tesis
empirista de frágil consistencia epistémica. Como Skin-
ner (1945, p. 277) expresa, «la distinción entre público y
privado no es en absoluto la misma que la existente entre
físico y mental. Esta es la razón que hace que el conduc-
tismo metodológico (que adopta el primero) sea muy di
ferente del conductismo radical (que cercena el último
término en el segundo). El resultado es que, mientras el
conductista radical en ciertos casos puede tener en consi
deración los hechos privados (tal vez de manera infe
rencia!, aunque no por ello con menor sentido), el opera-
cionista metodológico se ha colocado en una situación en
que no le es posible hacerlo. “La Ciencia no tiene en con
sideración los datos privados”, dice Boring. Pero yo dis
cuto» —prosigue—, «que mi dolor de muelas es tan físico
como mi máquina de escribir, aunque no sea público, y
no veo razón porque una ciencia objetiva y operacional
no considera los procesos a través de los cuales se adquie
re y mantiene un vocabulario descriptivo de un dolor de
muelas». Concluye diciendo... «la ironía del caso es que,
mientras Boring debe limitarse a una información acerca
de mi conducta externa, yo sigo interesándome por lo
que podría llamarse Boring-desde-dentro».
El problema se plantea pues en otro nivel: ¿cómo los
eventos privados, que participan de una interacción pú
blica, pueden ser referidos como eventos, y por consi
guiente responder a ellos públicamente? Esta es la esen
cia de la cuestión que nos traslada al problema de la gé
nesis del lenguaje referida a eventos privados. ¿Es esta
una génesis individual que se expresa públicamente o se
trata de una génesis social que cubre a lo privado y lo
torna evento? La respuesta a esta pregunta determina que
28
se dé o no una solución dualista al problema representa
do por los eventos privados.
La cuestión rebasa el marco analítico que implica la
posibilidad de traducir términos referidos a eventos men
tales en la forma de enunciados descriptivos de las con
diciones en que usan ordinariamente dichos términos, pues
aun cuando esto contribuye a dar referentes objetivos a
prácticas lingüísticas con carga mentalista, no cuestiona
la existencia misma de dichos procesos internos, y no con
sideramos, como lo plantean algunos autores (Harzem y
Miles, 1978) que el simple análisis de la forma en que se
expresan enunciados de existencia, supere el problema
epistemológico implicado, pues ello significaría reducir el
proceso de conocimiento a la sintaxis de los enunciados
acerca de lo que se conoce.
Skinner (1945, 1957) propone abordar el problema des
de la óptica de cómo una comunidad lingüística define
criterios públicos que le permitan responder adecuada
mente a la presencia de un evento privado. Establece cua
tro criterios posibles en este sentido:
29
rre en tan to la argum entación gira en to rn o a cóm o una
com unidad lingüística se refiere a eventos privados ya exis
tentes com o eventos psicológicos, sin cu estionar si dichos
eventos existen en realidad. R epresenta una constante del
pensam iento de S kinner al identificar lo físico y fisiológi
co com o evento, con lo psicológico, sin deslindar que aun
cuando lo psicológico requiere de una dim ensión física
subyacente, su cualidad no es reductible, funcionalm ente,
a lo físico.
El evento privado p resen ta una doble problem ática.
En p rim er térm ino, su pertinencia a un nivel causal o ex
plicativo de los hechos o procesos psicológicos. En segun
do lugar, su preexistencia al «reporte» lingüístico o su
determ inación psicológica a p a rtir de la posibilidad del
lenguaje com o dim ensión social del com portam iento. Las
teorías ontológicas y epistem ológicas han considerado el
problem a del conocim iento desde la perspectiva del im
pacto sensorial de los objetos sobre el sujeto, o la cons
trucción de la realidad de los objetos por el sujeto. Co
m ún d enom inador de este conocim iento es que se re strin
ge a lo sensible y /o lo racional, pero desconoce la praxis
com o actividad esencial del conocim iento. No puede haber
conocim iento real sensible o racional aislado de la prác
tica. Aún m ás, nos atreveríam os a decir que el conoci
m iento es sinónim o de la práctica individual y social del
sujeto.
No es de ex trañar, p o r consiguiente, que al soslayar
la praxis com o proceso de conocim iento, se red u jera al
su jeto cognoscente a un sujeto contem plativo e in terp re
tad o r de la realidad, con un conocim iento internalizado
30
com o m undo de representaciones, cuyas descripciones ver
bales se co n stitu ían en la validación racional de la exis
tencia de las p alab ras y conceptos com o cosas. Su reifica-
ción configuró la m ente.
Si volvemos a la form ulación de lo psicológico com o
interacción del sujeto (u organism o) y su entorno, cabe
p reguntarse acerca de la pertinencia explicativa de los
eventos privados. Los eventos privados en tan to eventos
del organism o activo, reactivo e interactivo constituyen
exclusivam ente com ponentes p articip an tes de una in ter
acción que, aun cuando puede ser iniciada p o r el organis
mo, no im plica que la determ inación allí radique, puesto
que a m enos que se p a rta de un paradigm a del entorno
vacío, es injustificable suponer la espontaneidad p u ra y
su identificación con su propia causalidad. Si, como es
«•vidente, se p a rte de la interacción m últiple, perm anente
V bidireccional del organism o y su am biente, el evento
privado se ve relegado a una fracción de la interacción,
mas no a la determ inación de la m ism a. Sólo una con
cepción lineal de m ediaciones sucesivas de la causalidad,
podría im poner, p o r su antelación inm ediata a la in ter
acción, atrib u to s determ inantes a los eventos internos. Ello
requiere la suposición adicional, naturalm ente, de que lo
privado (igualado con lo interno) o c u rra antes que lo ex
terno o público, y en consecuencia, se constituya en con
dición causal de lo observado, es decir, de la acción del
organism o com o efecto.
Pasemos al segundo punto, pues no consideram os ne
cesario ab u n d a r sobre lo recién exam inado. El aspecto
cení ral se refiere a la existencia m ism a del evento priva
do com o evento psicológico, previo a la interacción que
perm ite designarlo, y p o r consiguiente, otorgarle función
de evento, o en palabras m entalistas, «contenido de la ex
periencia».
El evento privado involucra, p o r definición, su identi-
flc ación y la posibilidad de in fo rm ar acerca de él. ¿E s sin
31
embargo el evento privado, como evento psicológico, una
realidad previa a la posibilidad conductual de su identifi
cación, o por el contrario, se constituye en evento en el
momento en que es identificable lingüísticamente? Las im
plicaciones de cómo se responda a esta pregunta son im
portantes. Afirmar que el evento psicológico tiene existen
cia previa a su identificación significa que lo mental se
expresa mediante el lenguaje y lo precede, o bien que lo
mental y lo físico son idénticos en cuanto función, dado
que anteceden a la referibílidad social de su existencia.
Sea cual fuere de estas posibilidades, lo privado, se ma
nifestaría como génesis individua!, y justificaría el análisis
de cómo la comunidad lingüística y el medio social se re
lacionan con su inobservabilidad. La relación entre lo pri
vado y su denotabilidad por el lenguaje constituirían eje
primario del análisis psicológico, como ocurrió con la
psicofísica del siglo xix y las aproximaciones introspecti
vas de Leipzig y Wurzburgo.
Sin embargo, otra interpretación es posible. El evento
privado es por definición evento social, y por consiguiente
los criterios que lo definen como privado, son original
mente públicos. ¿Qué significa esto? Implica que el even
to privado existe psicológicamente a partir del momento
en que el sujeto puede describir su propio comportamien
to (y por consiguiente sus componentes parciales). Le des
cripción de su comportamiento, como función referencial,
implica un hecho social normado por las características
del lenguaje desarrollado, y por las prácticas sociales de-
finitorias de lo «privado pertinente». Esto se logra a tra
vés de etapas sucesivas en que el sujeto puede referir y
ser referido. La etapa terminal es referir el propio com-
portamicnto con base en las interacciones que regulan las
descripciones semejantes en los demás miembros de la
comunidad lingiiístico-social. Visto así el problema, el
evento privado es el efecto de la evolución de una inter
acción esencialmente social. El sujeto es tal en tanto so-
32
cialm ente se le conform a de dicho m odo. Lo privado es un
aspecto au toreferible de interacciones sociales públicas.
P or consiguiente, el análisis de los eventos privados no es
ajeno al de las interacciones públicas, y fconstituye, en sen
tido estricto, un caso p a rtic u la r de ellas. El problem a de
la legalidad o explicación basada en la relación privado-
público o interno-externo pierde todo sentido.
¿Qué orden de legalidad, p o r lo tanto, debe b u sca r la
psicología? D espués de h ab e r descartado las soluciones
m ecanicista y logicista, así com o la analógica y m entalis-
ta, se plan tea u n a doble necesidad. La determ inación de
lo psicológico com o interacción organism o-am biente, con
una especificidad h istórica propia, requiere de explicacio
nes que hagan hincapié, separada, pero com plem entaria
m ente en dos aspectos:
REFERENCIAS
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1957.
35
2. CONCEPTOS MENTAUSTAS Y
PRACTICAS IDEOLOGICAS
38
de existencia. Sin embargo, es una confusión que es ubi-
cable sólo en la medida en que las categorías de existen
cia son categorías reductibles o que corresponden a ni
veles empíricos de descripción. El materialismo tradicio
nal redujo o formuló el concepto de materia (o cuerpo)
precisamente a las categorías de la Mecánica Newtoniana.
La materia en general se identificó con la categoría física
de materia, es decir, la materia corpórea. Pero, si se toma
la distinción materia-espíritu, no como una distinción ca-
tegorial de existencia, sino de propiedades de lo existen
te, el problema mente-cuerpo rebasa el problema mera
mente lógico señalado por Ryle. La cuestión no se restrin
ge a la congruencia lógica del lenguaje con que descri
bimos los eventos materiales y «mentales», sino que hay
que abordar, desde la perspectiva de que ambos tipos de
eventos existen, en qué consiste su existencia y cómo sus
propiedades se constituyen en la forma de relaciones di
ferentes de lo que como «corporeidad» se da en un solo
nivel.
Tradicionalmente, las relaciones entre lo existente se
reificaron en la forma de sustancias o cosas (materia, es
píritu o mente, flogisto, energía vital) y el problema se for
muló como necesidad lógica de explicar las relaciones de
subordinación y las interacciones entre dichas sustancias
o relaciones corporeizadas, objetalizadas. Así, el materia
lismo e idealismo tradicionales se proponían demostrar la
prioridad de una u otra sustancia, o en el mejor de los ca
sos, cómo se relacionaban entre ellas. La psicología, fue
la disciplina que heredó, con el propósito del análisis em
pírico, esta última obligación lógica como razón de ser.
Pero en el momento en que la discusión sobre dife
rentes existencias se hace a un lado, y se acepta que todo
lo existente se da en un mismo nivel categorial (materia
lismo moderno), operan dos cambios fundamentales:
1) La materia como categoría no subordinada a otra
existencia trascendente a ella, no se iguala con una de
39
sus formas tradicionales de presencia, es decir, la materia
física. Materia es idéntica a existencia.
2) La materia como categoría genérica de existencia,
tiene que ceder su lugar a otras categorías diferenciales
que permitan lógicamente articular el conocimiento de
las diversas formas en que, lo que existe, se desarrolla en
la forma de relaciones no reductibles a una sola de ellas.
Así, surgen tres nuevas ciencias en los finales del siglo xtx,
que aun cuando, con una problemática enraizada todavía
en la mitología dualista, comienzan a sentar la base del
reconocimiento de nuevas formas de relaciones materia
les, y por consiguiente, objetivas, en la realidad de lo exis
tente. Es la aparición de la biología (Darwin), la psico
logía (Pavlov y Watson), y la ciencia de las formaciones
sociales (Marx).
Se entiende, en este contexto, que no hay misterio al
guno en que, en el caso de la psicología, los primeros in
tentos materialistas no hayan superado el dualismo origi
nal, y que, por consiguiente, hoy día, dicho dualismo per
manezca disfrazado de mil y una formas (los análogos me
cánicos, cibernéticos, químicos, matemáticos, etc.). Todo
intento de formulación materialista de lo «mental» o psi
cológico, se expresó como la localización de lo mental
en lo biológico, o como la localización de dónde lo men
tal interactuaba con lo biológico. La categoría de materia
subyacente era (y es) todavía una categoría reductiva a
lo físico. No tiene nada de extraño que esto ocurriera, pues
como lo señala correctamente Ryle, «...cuando se acuñó
la palabra “psicología”, hace doscientos años, se suponía
que la leyenda de los dos mundos era cierta. Se suponía,
en consecuencia, que dado que la ciencia newtoniana ex
plica (se pensó, erróneamente) todo lo que existe y ocurre
en el mundo físico, habría y debería haber sólo otra cien
cia contraparte que explicara lo que existe y ocurre en el
postulado mundo no físico... La “Psicología” era el título
40
supuesto para el único estudio empírico de los “fenómenos
mentales”» (p. 319).
La doctrina oficial del dualismo, cuya historia se re
monta a Platón en contraposición a Aristóteles, tuvo de
este modo un papel determinante en las modalidades que
adoptó el estudio científico del comportamiento. Después
de la aparición formal del conductismo, como una filoso
fía de la ciencia que intentaba superar el dualismo priva
tivo en la psicología, el dualismo adoptó nuevas formas.
Una, el conductismo metodológico ontológicamente dualis
ta. Otra, el conductismo metodológico epistémicamente
dualista.
El primero, supone que existe la conducta como ins
tancia física, objetiva, de lo biológico, y que constituye,
por consiguiente, un objeto legítimo de estudio de la psi
cología. Sin embargo, no es lo único que existe, pues ade
más hay un mundo subjetivo de percepciones, sentimien
tos, cogniciones y otros eventos que es necesario incluir.
La psicología se convierte de esta manera en el estudio
de cómo este mundo interior se expresa al mundo exte
rior. La conducta constituye el indicador externo de este
mundo interior, subjetivo e inmensamente más rico. La
conducta es el testimonio objetivo de ese mundo pri
vado.
El segundo conductismo metodológico renuncia a la
visión de dos mundos, pero supone, sin embargo, que en
ese único mundo, los eventos sólo tienen existencia en la
forma descrita por la física. Lo material, como existencia,
sólo existe, no en tanto físico, sino como lo físico. De este
modo, ese mundo subjetivo al que tenemos acceso priva
do sólo como sujetos, es en realidad un mundo de even
tos físicos, al que sólo podemos entrar indirectamente,
mediante la inferencia a partir de los datos públicamente
verificables del comportamiento externo, de las medidas
parciales que nos procura la ciencia biológica, o de las
formas consensualmente validadas de referirnos a dichos
41
eventos privados. Lo psicológico es reductible a lo físico,
y por consiguiente, a explicaciones de tipo mecánico (aun
cuando las máquinas actuales son más complejas y con
tienen nuevas formas de movimiento de lo físico, como lo
son los procesos electrónicos de los sistemas cibernéticos).
Como no es nuestro propósito profundizar en los as
pectos relativos a cómo las formaciones ideológicas deter
minaron históricamente las distintas formulaciones del ob
jeto de estudio de la psicología, e inclusive la legitimidad
misma de esta ciencia, sino solamente señalar que existe
como una constante dicha determinación en la doctrina
oficial del dualismo, no abundaremos más sobre el parti
cular.
Es nuestra intención, sin embargo, hacer hincapié, en
otras formas de relación entre la psicología, como una dis
ciplina científica (en proyecto o evolución) y las formacio
nes ideológicas sociales. Nos limitaremos exclusivamente
a un señalamiento general, pues un examen detallado y
comprensivo requeriría de un esfuerzo que rebasa a todo
intento que inicia por ubicar simplemente la problemáti
ca implicada.
La doctrina oficial del dualismo ha impedido que se
manifiesten con claridad dos vinculaciones de las repre
sentaciones ideológicas con la psicología:
1) La manera en que el dualismo ha impregnado y
permeado las formas ideológicas que se derivan del co
nocimiento científico, es decir, las concepciones no cien
tíficas que a nivel social se sustentan en la ciencia. A esto
lo denominaremos ideología científica, pero a diferencia de
Althusser (1975), no lo circunscribiremos a la «filosofía es
pontánea del científico», a la que ya hemos hecho alusión
en lo previamente examinado, sino que nos referiremos al
producto de la actividad del científico, que modifica o es
incorporada a las formaciones ideológicas de una sociedad
determinada.
2) La legitimidad misma de que las formaciones ideo
42
lógicas, en tanto prácticas materiales de los individuos con
cretos, sean objeto de estudio científico de la psicología.
Pasemos a examinar estos problemas, aun cuando sea
en forma por lo demás general.
Mencionamos en primer término que la psicología, no
sólo es determinada por las representaciones ideológicas,
sino que en la medida en que constituye, como toda cien
cia o proyecto de ella, un modo social de conocimiento,
contribuye a la formación, modificación o consolidación
de las representaciones ideológicas. La historia de la cien
cia, muestra cómo ésta ha estado, en ciertas épocas, en
conflicto abierto con las verdades sociales establecidas,
verdades sociales que representan una concepción del mun
do, de lo que existe y del papel del hombre y la sociedad
en esa realidad. El conflicto entre ciencia y sociedad ha
emergido cuando la ideología producida por la ciencia, en
vez de consolidar las concepciones del mundo (o de par
te de él) vigentes, ha cuestionado su legitimidad empírica,
y ha amenazado, por consiguiente, con alterar las forma
ciones ideológicas en vez de sustentarlas o consolidarlas.
La ideología científica lo es en la medida en que consti
tuye o contribuye a la formulación social de una repre
sentación del mundo, y por ende, del papel del hombre
en ese mundo. No hay pues una contraposición, para no
sotros, entre ciencia e ideología, sino más bien en la na
turaleza del sustento que da origen y mantiene a las for
maciones ideológicas. No sólo la ciencia no es inmune a
la ideología, sino que tampoco la ideología es independien
te de la ciencia. Ambas se determinan e influyen recípro
camente como modos sociales de conocimiento. Los episo
dios protagonizados por Galileo, Darwin, Marx y otros,
ilustran con toda nitidez la contradicción que emerge en
tre ciencia e ideología en tanto ambas son factores comu
nes de una misma formación social de conocimiento4.
4. El proceso de superación del conflicto en tre form aciones
ideológicas sociales no se da necesariam ente con la superación
43
En el caso de la psicología, después de la incorporación
ideológica del psicoanálisis, que nunca se desvinculó del
dualismo oficial, el conductismo representa este momento
de inicio de las contradicciones en las formaciones ideo
lógicas sociales: la ciencia o su proyecto construye ideo
logía que se aparta y opone a la ideología dominante. La
contradicción se resuelve gradualmente de dos maneras
posibles: o se anula la legitimidad del proyecto y se le rein
corpora hispotasiado en la ideología vigente; o bien, esta
nueva ideología transforma parcialmente a la ideología exis
tente, hasta que al darse las condiciones sociales apropia
das, se convierte a su vez en ideología «oficial». El si
glo xx, y por consiguiente nosotros, somos testigos de este
proceso ideológico sin conclusión todavía en la psicología.
La psicología es conductista toda ella, o bien porque lo es
en sentido estricto, o bien porque se le combate en forma
ya sea directa o encubierta. El conductismo, y las varian
tes que bajo su nombre han emergido, son el escenario del
conflicto entre las formaciones sociales ideológicas respec
to al papel y determinación de la actividad concreta de los
hombres concretos en la naturaleza y la sociedad*5.
Hay pocos escritos en relación al análisis de esta pro
de las form as e stru ctu ra le s de la sociedad que les dio origen —el
m odo de producción. Un ejem plo ilu strativ o de esto es la p erm a
nencia de la ideología cristia n a an te diferen tes form as de e stru c
tu ra social, y en contradicción con las ideologías científicas y no
científicas generadas p o r estas form aciones sociales. La plasticid ad
ideológica del cristianism o co nstituye sin lugar a dudas, com o ocu
rre con to d as las grandes religiones por ejem plo, no un sim ple
problem a de in terp retació n tam bién ideológica, sino un m otivo de
estudio científico en lo colectivo y en lo individual.
5. C om entario a p arte m erecen aquellos "lissenkianos" d e la
psicología y la ciencia social, que confunden la d eterm inación y
existencia m aterial de la ideología con las form ulaciones economi-
cistas, h isto ricistas e incluso ¡geográficas! del problem a de la de
term inación de la “sub jetiv id ad " del ser h u m an o P ara estos p ro
fetas del nuevo dogm a, el conductism o no d a o tro horizonte con
ceptual m ás que el de ser un p ro d u cto ideológico del p rag m atism o
filosófico del im perialism o norteam ericano. ¡Marx se apiade de
ellos!
44
blemática. Cabe aquí destacar el examen que realiza Samp-
son (1981) sobre el significado ideológico de las aproxi
maciones cognoscitivistas en psicología. Tomando como
base cuatro problemas (la interacción sujeto-objeto, la ob
jetividad de la realidad, la reificación psicológica, y el in
terés técnico del conocimiento), Sampson demuestra el
carácter esencialmente ideológico de diversas formulacio
nes cognoscitivistas de la problemática psicológica, no en
tanto los datos empíricos que las acompañan o fundamen
ta sean en sí engañosos, sino en la medida en que las pre
misas y conclusiones que los contextúan trascienden di
chos datos. Resumiendo su análisis, dice que « específi
camente, si los problemas observados yacen en las reduc
ciones duales de individualismo y subjetivismo, el reme
dio, en parte, requeriría la adopción de una psicología no
reduccionista» (p. 739).
El análisis crítico esbozado por Sampson de la llama
da psicología cognoscitiva, podría extenderse a otras for
mas conceptualización dualista con resultados semejantes,
vbgr., las teorías de rasgos, las teorías basadas en mode
los analógicos de procesamiento de información, las teo
rías psicobiológicas de la conducta, y otras más. En to
das ellas, siempre trasluce una determinación del compor
tamiento que radica en el interior del propio sujeto u or
ganismo y que es relativamente fija e inmune a las carac
terísticas del ambiente exterior. Las relaciones con dicho
medio se objetalizan como procesos nerviosos o menta
les supuestos que, a la vez que se infieren del comporta
miento en interacción con el ambiente, se consideran su
causa primordial.
Un segundo punto de suma importancia en lo que toca
a la relación entre la psicología como productora de ideo
logía y las formaciones sociales ideológicas vigentes es
¿en qué medida pueden desvincularse dichas formaciones
ideológicas de las prácticas concretas de los individuos en
sociedad?
45
Hasta la fecha, el examen sistemático de la ideología
se ha limitado a la ciencia social (politología, sociología,
historia, antropología), en la medida en que la ideología
se ha concebido como la articulación de una serie de re
laciones sociales en la estructura básica provista por un
modo de producción particular (Gramsci, 1967; Luporini
y Serení, 1973). No obstante, es necesario señalar que di
chas formaciones sociales, descritas como relaciones ideo
lógicas, constituyen conceptos que señalan un nivel de abs
tracción que trasciende el comportamiento de los indivi
duos envueltos en dichas relaciones. Las relaciones abs
traídas toman como objeto concreto de análisis a la so
ciedad en su conjunto, en cuanto campo interdependiente
de determinaciones en lo histórico y lo sistemático. Este
análisis, no excluye, sin embargo, la posibilidad, la nece
sidad, subrayaríamos, de un examen cuidadoso de cómo
esas formaciones sociales se manifiestan y expresan en las
prácticas sociales de los individuos concretos. La ciencia
social, aun cuando reconoce la problemática del indivi
duo, no puede abordarla por su misma naturaleza y obje
to. El individuo concreto, para la ciencia social, no cons
tituye más que una abstracción de una de las bases ma
teriales sobre las que se edifican las relaciones sociales.
Luporini (1973), al tratar esta cuestión, señala que
«...los “hombres” de Marx (en cambio), se encuentran siem
pre dentro de las “relaciones sociales”, aunque éstas sean
creadas por ellos (por su trabajo: el hombre hace su pro
pia historia, etc.). Los individuos están inicialmente con
dicionados y determinados por tales relaciones antes de
poderlas modificar, eventualmente y dentro de ciertas con
diciones. En otras palabras, nunca encontramos a los
hombres sueltos. Sin embargo, esto no significa que el in
dividuo sea disuelto en sus “relaciones sociales”. Todo lo
contrario: esto significa que el problema del individuo
humano no es simple y puede ser planteado correctamen
te sólo a partir de la situación indicada... (los individuos
46
humanos) ...se trata evidentemente de una abstracción,
pero de una abstracción necesaria, científica, que es legi
timada por el hecho de que de cualquier manera los “in
dividuos humanos vivientes” existen efectivamente. Con las
palabras “individuos desnudos” quiero significar la abs
tracción más general correspondiente a esa realidad, vale
decir, el hecho de que todo hombre, en cualquier relación
en que se encuentre, debe ser al menos o también conta
bilizado prácticamente como uno... Es por tanto una no
ción muy simple y evidente... la noción es potentísima con
respecto a las “ciencias humanas”, respecto a las cuales, es
tan funcional como respecto a las ciencias biológicas...»
(p. 42).
De esta cita puede desprenderse la complementariedad,
e incluso la necesidad, del análisis de la práctica social
individual respecto del examen de las características ge
nerales de las relaciones que definen a una formación so
cial particular. Partiendo de la base de que las prácticas
individuales concretas no pueden aislarse ni genética ni
contextualmente del sistema de relaciones sociales en que
se dan, debe subrayarse que el estudio científico de dichas
prácticas individuales, en lo que toca a los procesos de su
transmisión y reproducción, cae, fundamentalmente bajo
la cobertura de la psicología.
Consideramos que sólo de una aproximación conduc-
tista, que haga hincapié en el estudio objetivo de la in
teracción construida del individuo con su medio social,
puede esperarse la posibilidad de aprehender el proceso
de esta construcción individual de la práctica social. La
subjetividad se reduce al proceso idiosincrático de indi
viduación de esta práctica, y no a un supuesto reflejo o
reproducción espiritual de las formaciones ideológicas so
ciales y su sustento estructura en un modo de producción
particular. De otro modo, la ideología se mantendrá, en lo
que toca a las prácticas sociales de los hombres concre
tos, en el nivel de la pura abstracción ,o como ha venido
47
ocurriendo a la fecha, como la reificación de una subjeti
vidad que, constituida en reflejo mecánico de lo social,
se erige en causa hipostasiada de esa práctica.
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48
3. TOPICOS Y CONCEPTOS EN LA TEORIA
DE LA CONDUCTA6
49
ta y los sesenta, es todavía válido, con la enumeración
sumaria de los puntos ciegos que deben ser evitados en
la construcción de una teoría científica de la conducta.
Estas eran teorías del aprendizaje expresadas en térmi
nos del sistema nervioso, de eventos mentales o de even
tos explicativos no observados directamente. Estas tres
teorías se consideraron como teoría incorrecta «en el sen
tido de que ellas no se expresaban en los mismos térmi
nos y no podían confirmarse con los mismos métodos que
los hechos que supuestamente explicaban» (p. 193). Pero,
desafortunadamente, saber lo que no debe hacerse como
teoría, no nos proporciona los conceptos, definiciones y
reglas para formular una estructura teórica a nuestra cien
cia. Es nuestro propósito señalar algunos problemas ge
nerales relacionados con la integración de una teoría de
la conducta.
Con el objeto de apoyar nuestra postura, enumerare
mos los diversos criterios que debe satisfacer la construc
ción de una teoría científica:
50
e) Abrir nuevos dominios empíricos y conceptuales
en el cumplimiento de su función heurística, esen
cial a cualquier sistema teórico.
51
la actividad del organismo, sino que se identifica
con la interacción misma entre los dos actores del
episodio verbal. Se ignora a los movimientos como
propiedades definitorias de la conducta y el con
cepto se vuelve virtual, pero no formalmente, idén
tico al de intercambio o interacción. Esta reformu
lación se aproxima a la concepción de Kantor (1959)
sobre la interconducta. Kantor iguala la intercon
ducta con un campo psicológico. El campo psico
lógico consiste en segmentos de conducta que cons
tituyen sistemas integrados de factores, incluyendo
una función de estímulo y respuesta (la interac
ción del organismo con los objetos de estímulo),
la historia interconductual, los factores disposicio-
nales situacionales y los medios de contacto. El
evento no es identificable en términos exclusivos de
las respuestas. Es innecesario añadir que en la ma
yor parte del análisis teórico y experimental de la
conducta, las dos primeras definiciones constitu
yen el marco de referencia fundamental,
b) La teoría actual de la conducta se originó primor
dialmente en la teoría del condicionamiento, y en
última instancia, en el paradigma del reflejo. El tra
bajo inicial de Skinner (1931, 1935a) ilustra cómo
el proceso de selección de la unidad de análisis y
la segmentación «natural» de la conducta no fue
independiente de supuestos fundamentales que sub
yacían a una concepción lineal y molecular enmar
cada por dicho paradigma. Se consideró que las
medidas puntuales de topografías limitadas en una
posición espacial fija eran representativas del flujo
continuo de la conducta. De este modo, la selección
de una respuesta discreta, repetitiva, en el condi
cionamiento operante, no era ajena al concepto de
reflejo y a la formulación de clases genéricas como
conceptos analíticos básicos (Skinner, 1931; 1935a).
52
Las respuestas, como aquellos segmentos físicos
productores de la interacción puntual con el am
biente se confundieron con los sistemas reactivos
y la función de respuesta. La dicotomía respon-
diente-operante, inicialmente una distinción funcio
nal (Skinner, 1935b) se identificó con las restriccio
nes biológicas impuestas por los sistemas de res
puesta involucrados. Aún más, la presión de la pa
lanca, como una respuesta, cuando se le empleó
bajo programas múltiples o concurrentes, se ha
venido analizando como el mismo segmento de
conducta (tasas globales, tasas relativas, efectos de
contraste), a pesar de que se debe concebir con
funciones diferentes en términos de las condiciones
que controlan su emisión. La morfología se ha iden
tificado con la función. Del lado del estímulo, se
enfrentan problemas semejantes. La causalidad se
concibió como un proceso lineal en tiempo, y se
buscaron explicaciones de uno o dos factores en el
análisis de fenómenos complejos. Como consecuen
cia histórica, aun en situaciones aparentemente sim
ples, se soslayan teóricamente factores funcionales,
como ocurre con las operaciones de privación-sa
ciedad, la función de estímulo del operando, etcé
tera. Además, en consonancia con el hincapié pres
tado a los estados estables, las transiciones conti
nuas en la conducta que constituyen el proceso de
interacción, han sido disminuidas en importancia,
al seleccionarse datos de estado terminal que la
mayor parte de las veces están predeterminados con
base en las expectativas del experimentador. La
cobertura lógica del dominio conductual por las
taxonomías que se derivan de los modelos de con
dicionamiento ha mostrado ser limitada y no ha
podido cumplir sus propósitos, dado que parece in
capaz de procurar una sintaxis conceptual adecua
53
da a la naturaleza de la conducta, incluso en situa
ciones simples. Algunos autores como Schoenfeld
(1972, 1976) han sugerido una revaloración crítica
de los fundamentos de la teoría de la conducta ac
tual, y algunos otros han propuesto modelos de
campo como el de Kantor (1924, 1926) como una al
ternativa más fructífera.
c) Los conceptos y los marcos organizativos de la teo
ría de la conducta se derivan, en su mayor parte,
en correspondencia a reglas operacionales y de pro
cedimiento, o como extensiones metafóricas de di
chas reglas. El denominar procesos y mecanismos
en términos de las condiciones de procedimiento
que dieron lugar a los fenómenos bajo análisis cons
tituye una práctica común. Así, se acostumbra ha
blar de procesos idénticos a las operaciones, como
ocurre en el condicionamiento clásico, la generali
zación del estímulo, la extinción, el castigo, el re
forzamiento condicionado o las relaciones estímulo-
estímulo o respuesta-estímulo. Esto ha constituido
una estrategia poco gratificante, dado que los re
sultados teóricos han consistido en la separación ar
tificial de interacciones complejas o bien el sobre-
lapamiento y equivalencia de «mecanismos» opcio
nales. Los esfuerzos de Schoenfeld et al. (1972) y
Catania (1971) son dignos de mencionarse, por su
propósito de superar dicha situación. Schoenfeld
et al. han mostrado la posibilidad de procurar un
análisis sistemático a fin de integrar paramétrica
mente operaciones consideradas tradicionalmente
independientes una de la otra (evitación, conducta
de razón y de intervalo, programas contingentes y
no contingentes, etcétera). Catania ha intentado re
lacionar operacionalmente varios procedimientos ex
perimentales desde el condicionamiento clásico has
ta programas complejos. No obstante, la pesada he-
rencia del operacionalismo lo hace todavía presen
te como el abordaje de mayor influencia en la sis
tematización teórica.
d) El crecimiento de micromodelos es una de las ca
racterísticas sobresalientes de la teoría de la con
ducta. La tendencia teórica se manifiesta en la cons
trucción de modelos formales o ligados a hipótesis
dirigidos a un rango restringido de fenómenos. Los
modelos se ofrecen como una alternativa todo o
nada en la descripción y predicción de datos espe
cíficos, y en muchas ocasiones, la investigación se
orienta no a la búsqueda de parámetros generales,
sino por el contrario, a la identificación de excep
ciones y casos paradójicos. Los modelos nominati
vos y postulativos sustituyen la búsqueda necesaria
de conceptos y parámetros capaces de integrar da
tos aparentemente independientes e incluso contra
dictorios. Por consiguiente, no existe una teoría
unificada de la conducta sino más bien un mosaico
variado de modelos restringidos y que en ocasiones
se yuxtaponen empíricamente. La linealidad de la
exploración conceptual se expresa no solamente en
la naturaleza molecular de estos modelos, sino tam
bién en su ecléctica «coexistencia pacífica» para lo
que se concibe como campos empíricos diferentes.
Ejemplo de ello son los modelos desarrollados para
explicar efectos restringidos como la igualación en
conducta concurrente (Hermstein, 1970; Rachlin,
1978; Baum, 1973) o las relaciones especiales de con
tingencia entre estímulos (Kamin, 1969; Wagner y
Rescorla, 1972; Hearst y Jenkins, 1974).
e) Finalmente, la heurística se limita a la predicción
de las propiedades implicadas por los modelos for
males o por la regresión infinita de la inferencia no
minativa. Como en los cincuentas, los investigado
res están más interesados en mostrar que algo
55
que predicen tendrá lugar o que un evento «nor
malmente» no predicho ocurrirá bajo ciertas con
diciones, que en la búsqueda de uniformidades en
las complejas interdependencias que se establecen
en parámetros múltiples. La teoría debería señalar
hacia nuevos dominios empíricos a través de la de
finición conceptual y no por un proceso empírico
accidental de ensayo y error o debido a las infe
rencias formales de modelos preconstruidos.
56
y que busca procesos y mecanismos generales ligados a
situaciones particulares de procedimiento. Los esfuerzos
comparativos se han visto restringidos al empleo de di
versos procedimientos con distintas especies incluyendo al
hombre (Hodos y Campbell, 1969).
La carencia de una teoría basada en la consideración
de diferentes niveles cualitativos de complejidad y orga
nización de la conducta, ha conducido a dos tipos de des
viaciones reduccionistas, (a) Una consiste en suponer que
las especies superiores como el hombre son controladas
conductualmente por los mismos procesos que las espe
cies inferiores (como las ratas, palomas, etcétera) en tér
minos de los paradigmas del condicionamiento operante y
respondiente (Skinner, 1957; Schoenfeld, 1969). (b) Otra
consiste en imponer a las especies inferiores los procesos
y mecanismos identificados en las especies superiores (ma
míferos y aves) como sucede en la búsqueda de efectos
de condicionamiento en los invertebrados.
El trabajo reciente en el análisis conductual aplicado
ejemplifica el caso (a) de manera precisa como una for
ma extrema de extrapolación conceptual de la conducta
animal al comportamiento humano. Aparte de su propó
sito objetivista, (a) ha mostrado ser reduccionista y tener
poco éxito en el desarrollo de una aproximación teórica
a la conducta humana.
Como Kantor (1970) ha observado, el análisis de la
conducta no ha alcanzado a tratar adecuadamente la con
ducta humana, tanto a nivel teórico como a nivel experi
mental. Por consiguiente, un problema primario de la teo
ría de la conducta debería ser la distinción entre la con
ducta animal y el comportamiento humano. La diferen
cia entre la conducta animal y la humana no puede ser so
lamente del orden morfológico o cuantitativo. Es evidente
que el lenguaje y la posibilidad de responder a los refe
rentes de los eventos en términos de las convenciones y
la historia de los grupos sociales representa inequívoca-
57
mente un corte cualitativo entre los humanos y los no
humanos. Como lo señala Schaff (1975) «...el lenguaje,
que es una reflexión particular de la realidad, al mismo
tiempo, en un sentido especial, crea nuestra imagen de la
realidad. Y esto es, en el sentido en que, en cierta medi
da, lo son nuestras articulaciones acerca del mundo, una
función no sólo de las experiencias individuales, sino tam
bién de las experiencias sociales transmitidas al indivi
duo a través de la educación, y, sobre todo, a través del
lenguaje» (p. 251).
Sin discusión, el lenguaje establece una diferencia fun
damental entre los animales sub-humanos y el hombré, y
parece lógico el considerar que los paradigmas y con
ceptos formulados para tratar con los fenómenos no lin
güísticos tengan que ser insuficientes para aceptar las ca
racterísticas cualitativas del lenguaje como conducta (Ri-
bes, 1977). En este respecto, es poco adecuado describir
y explicar las interacciones lingüísticas en términos de
condicionamiento o de conceptos derivados del condicio
namiento. Es igualmente nugatorio analizar la conducta
lingüística en términos derivados de funciones conductua-
les simples como el reducirla a los patrones estructurales
y formales de las convenciones gramaticales (Ribes, 1979).
La teoría de la conducta ha confundido el análisis de los
sistemas reactivos lingüísticos (y su adquisición), con la
investigación de las interacciones lingüísticas como un
nivel sustitutivo de conducta entre los que hablan, los
que escuchan, y el ambiente físico y social (Kantor, 1977).
Un examen cuidadoso del trabajo de Skinner (1957) sobre
el particular, con el fin de citar la contribución más des
tacada en este respecto, describiría gráficamente las li
mitaciones antes mencionadas. Los fenómenos lingüísti
cos, como comportamiento referencial requieren de la in
teracción de los eventos a los que se refiere el que «ha
bla», y un «escucha» a quien se refiere el que «habla». El
escucha hace contacto con los eventos a través de la ac
58
ción del que habla, quien media o sustituye dichos even
tos. La conducta controlada por estímulos morfológica
mente lingüísticos (como en las respuestas texuales, intra-
verbales o de transcripción) así como aquella conducta
que produce patrones morfológicos lingüísticos (como su
cede en los estudios sobre adquisición del lenguaje), care
cen de la función referencial intrínseca a las interacciones
propiamente lingüísticas, y están más bien relacionados
con casos de conducta simbólica o con el establecimiento
de los sistemas reactivos socialmente requeridos con el fin
de desarrollar conducta referencial.
La distinción entre la conducta específicamente huma
na y el comportamiento no humano permitiría la formu
lación de una teoría en la que, al analizar los procesos
como funciones cualitativas, se sistematizaría el desarrollo
de estas funciones y procesos en dos direcciones: la on
togenia y la filogenia de la conducta. Las funciones cua
litativas significan diferentes niveles de organización de
las interacciones entre los organismos y sus ambientes,
por ejemplo, un contacto indirecto entre la respuesta y
los eventos como ocurre en las interacciones lingüísticas
involucra una función cualitativa diferente que los contac
tos directos como los que tienen lugar en el condiciona
miento clásico. La relevancia de caracterizar en forma
apropiada a la conducta humana parece obvia en el caso
de la ontogenia de la conducta. Y dicha caracterización se
vuelve aún más relevante al señalar que en un solo orga
nismo existe una continuidad en la evolución de las fun
ciones conductuales, algunas de las cuales son comparti
das con las especies no humanas mediante su reorganiza
ción y subordinación a los procesos específicamente hu
manos. Indudablemente, el desarrollo humano es uno de
los tópicos cruciales en la teoría de la conducta. El tra
bajo pionero de Bijou (1976) y Bijou y Baer (1961), ha
mostrado las dificultades planteadas por la ontogenia de
la conducta a los marcos teóricos actuales. Del lado de la
59
filogenia de la conducta, el análisis teórico no debería di
rigirse solamente al señalamiento de distinciones entre
la conducta humana y la no humana, sino también a di
ferencias cualitativas semejantes en funciones que carac
terizan niveles de complejidad y organización conductual
entre los varios phyla y especies.
60
tacto entre el organismo y el ambiente, es decir, la
naturaleza de la función interconductual en proce
so. La conducta psicológica, en contraste a la mera
conducta biológica, representa la acción de la his
toria individual en el desarrollo de las interaccio
nes funcionales con el ambiente. La extensión de
las funciones a estímulos condicionales así como la
función sustitutiva de la conducta lingüística, son
ejemplos ilustrativos de cómo la historia se cons
truye en la interacción continua del organismo con
sus circunstancias. Los investigadores conductua-
les tienen que ver constantemente con la historia,
especialmente en los estudios dedicados al análisis
de los tratamientos secuenciales o a las transicio
nes. No obstante, no se efectúa ninguna sistemati
zación conceptual acerca de esta interacción empí
rica. Apenas comienza a reconocerse su pertinencia
al desarrollo conductual y a los efectos de los pro
gramas de estímulo (Morse y Kelleher, 1970). No
obstante, no forma parte de las herramientas del
análisis conceptual cotidiano. Su inclusión parece
imperativa a ñn de alejamos de las interpretaciones
lineales de la conducta, especialmente en el caso de
la conducta humana.
b) Funciones de estímulo-respuesta versus objetos de
estímulo y sistemas reactivos. Aunque el concepto
de r dejo y de la operante en Skinner (1931, 1935)
es de naturaleza funcional, y analiza al estímulo y
la respuesta en términos de covariaciones de una
relación, esto ha sido olvidado a menudo en la prác
tica teórica y experimenta; debido a que no exis
ten definiciones diferenciales para delimitar los ob
jetos, los sistemas de respuesta y las dimensiones
del estímulo de las funciones propiamente dichas.
Kantor (1933) subrayó la naturaleza funcional y bi-
direccional del contacto entre estímulo y respuesta.
61
Del mismo modo, Kantor distinguió la función del
estímulo y el objeto de estímulo, así como la fun
ción de respuesta de las respuestas y los sistemas
reactivos. Los objetos de estímulo y los sistemas
reactivos están constituidos por múltiples estímu
los y respuestas, siendo estos últimos sus segmenta
ciones físicas y morfológicas. Las funciones son las
relaciones establecidas por contactos proximales y
distales entre el organismo y los objetos de estímu
lo en el ambiente, y por ende las funciones cubren
más de un solo elemento de estímulo y respuesta.
Por consiguiente, un solo objeto de estímulo, puede
tener funciones de estímulo diferentes así como un
sistema reactivo particular puede poseer varias fun
ciones de respuesta. No existe correspondencia di
recta entre el objeto, el estímulo y la función, al
igual que en el caso de la respuesta. Además, esto
significa que las funciones de estímulo y respuesta
no pueden ser adscritas a eventos aislados discre
tos de estímulo y respuesta. Las funciones compren
den segmentos extensos de estímulos y respuestas,
que no son susceptibles a un análisis molecular
como una aproximación de primer orden. Los pro
gramas de estímulo de segundo orden y la con
ducta de evitación libre constituyen ejemplos des
tacados de este problema.
Sin embargo, como lo muestran claramente las
prácticas de modificación de conducta, la respues
ta y el estímulo se han identificado consuetudina
riamente con los objetos, sistemas y funciones. Se
observa la misma confusión en los informes expe
rimentales y análisis teóricos cuando se restringe
las funciones a un sistema reactivo particular (como
ocurre en las llamadas interacciones respondientes-
operantes) o cuando se adscriben las funciones de
estímulo al objeto de estímulo total (como en el
caso del reforzador), identificando siempre a una
función particular con un objeto o sistema reacti
vo particular. Las funciones pueden comprender va
rios objetos de estímulo así como diferentes siste
mas reactivos, a la vez que en un solo objeto de es
tímulo o sistema reactivo sólo una parte, y no to
dos los elementos constitutivos, pueden integrar la
función total.
Las concepciones moleculares del estímulo y la
respuesta han conducido a constricciones morfoló
gicas de las funciones de respuesta y a reducir las
funciones de estímulo a las dimensiones derivadas
operacionalmente de eventos puntuales, como en el
caso de los estímulos reforzantes, condicionales y
discriminativos. Por una parte, estas funciones no
parecen poder cubrir casos que trascienden los pa
radigmas operacionales del condicionamiento sim
ple, como sucede en la impronta, los programas de
segundo orden y la discriminación condicional. Por
otra parte, las funciones discriminativas, condicio
nales y reforzantes son a veces difíciles de aislar y
se yuxtaponen cuando se describen segmentos con-
ductuales extendidos. Las funciones debieran iden
tificarse con base en dos criterios:
Primero, una función no es idéntica al procedi
miento o al fundamento metodológico disponible
para determinar las relaciones tentativas en una in
teracción organismo-ambiente, lina función es un
concepto que describe las propiedades cualitativas
y estructura de una interacción e interdependencia
complejas entre el organismo y su medio. Por con
siguiente, las relaciones lineales simples, como las
prescritas para las funciones de estímulo discrimi
nativas, condicionales y reforzantes, son insuficien
tes para tipificar un segmento interconductual, y
llevan a su aplicación reduccionista y ubicúa a fe-
63
nómenos que no comparten propiedades semejan
tes.
Segundo, las funciones no pueden definirse en
términos de la interacción de eventos puntuales.
Estas descripciones son cuestionables tanto sobre
bases de tipo lógico como de medida, y los datos
experimentales señalan continuamente al carácter
contextual y molar de las interacciones, de modo
tal que tendrán que ser tomadas en consideración
porciones mayores de la actividad del organismo
y el flujo ambiental. Suponer que la interacción de
un organismo con su ambiente circundante puede
explicarse sólo en términos de los pocos factores
discretos que se describen y manipulan operacio-
nalmente en las situaciones experimentales o aplica
das, parece constituir una posición simplista e in
genua. Todos los factores envueltos en una inter
acción, identificados o no, participan en su deter
minación, como el trabajo preliminar de Schoen-
feld y Farmer (1970) parece apoyar en relación a la
influencia de respuestas no definidas (J/L) sobre la
conducta estipulada operacionalmente (R).
c) La Clasificación de la Conducta. Si las funciones
constituyen conceptos descriptivos y explicativos de
algún valor, deben formularse de modo tal que per
mitan clasificar a los fenómenos independientemen
te de los procedimientos empleados, señalando ni
veles dierenciales de integración conductual. Las
funciones debieran diferenciar entre diversas cua
lidades de interacción, a la vez que señalan el tipo
de análisis cuantitativo requerido tanto en térmi
nos de procesos espacio-temporales como de los pa
rámetros implicados.
Ya se ha mencionado que un primer paso para
adecuar la teoría de la conducta sería el distinguir
entre conducta humana y animal, así como entre
64
diferentes clases de conducta no humana. Así, el
cuerpo central de una teoría de la conducta sería
la organización jerárquica de las funciones que pres
cribirían los límites de los diversos niveles organi
zativos de la conducta en el hombre y los ani
males.
Examinemos dos asuntos adicionales en relación
a esta problemática. Uno se refiere a cuestiones que
surgen en el contexto de la conducta animal. Los
conceptos actuales, vinculados al operacionalismo,
implican algunas veces a más de una función como
ocurre con los estímulos discriminativos y refor
zantes en el condicionamiento operante. Estos sus
titutos de conceptos funcionales, sin embargo, no
permiten una organización jerárquica de la conduc
ta dado que su postulación siempre es reductiva o
exclusiva de otros procesos alternativos y las fun
ciones comprendidas. Así, se ve al condicionamiento
operante como un proceso reductible al condicio
namiento clásico o como un proceso distintivo que
interactúa con el condicionamiento respondiendo en
un mismo nivel funcional, si no es que se le conci
be como el único proceso real que deja al condi
cionamiento clásico como un epifenómeno experi
mental. En cualesquiera de estas tres concepciones,
no se considera que puedan constituir manifesta
ciones de diferentes niveles de integración de la con
ducta, y por lo tanto, no se cuestiona si uno de
ellos puede ser la condición necesaria, mas no su
ficiente, para la existencia del otro. El segundo pun
to a ser señalado se relaciona con la conducta hu
mana. Se ha afirmado que existe una discontinui
dad entre la conducta animal y la humana, y que
esta distinción cualitativa se debe en gran medida
al papel central desempeñado por el lenguaje. No
obstante, dentro de la misma conducta humana po-
65
demos encontrar también una jerarquía de reía
ciones, de manera tal que la teoría de la conducta
debería establecer los límites de los fenómenos re
lativos a la conducta simbólica, social y lingüística,
entre otras. Skinner mismo (1957), se percató de la
necesidad de distinguir entre la conducta verbal y
la social, puesto que en ambas, de acuerdo a su po
sición, el reforzamiento era mediado por otros. No
obstante, todavía es el momento de que se realice
esta tarea como forma de aclarar la ruta para un
esfuerzo teórico de mayor profundidad,
d) Los Medios sociales normativos. El hombre se dis
tingue de los animales debido a la naturaleza social
de su ambiente. Y por social no queremos decir so
lamente el vivir colectivo, que se comparte con otras
especies animales, sino los ambientes y convencio
nes construidas históricamente que son distintiva
mente únicas de la especie humana. El ambiente
social, a diferencia del medio físico, no tiene pro
piedades dimensionales intrínsecas con las que se
deba interactuar, sino por el contrario, se encuen
tra sometido a un cambio continuo, siendo deter
minadas sus atribuciones físicas por las convencio
nes del grupo, que se imponen a la conducta indi
vidual. Este carácter de la conducta humana es re
conocido por Skinner (1957), cuando expresa que
«la conducta verbal es moldeada y mantenida por
un ambiente verbal, por gente que responde a la
conducta de cierta manera debido a las prácticas
del grupo del cual son miembros» (p. 226). En este
contexto, los medios normativos especifican el tipo
de contactos posibles, y por consiguiente permiti
dos en un grupo o institución social, representando
la especificidad de las interconductas característi
cas de dicho grupo. Esto no se refiere solamente a
los aspectos morfológicos de la interconducta sino
66
también a las propiedades funcionales que, a través
de la convención, el medio social impone a los ob
jetos, eventos, personas y sistemas reactivos. Las
comunidades lingüísticas, los roles sociales y las
convenciones morales adoptadas por grupos socia
les específicos son ejemplos de medios normativos.
La inclusión de los medios normativos como con
cepto teórico se fundamenta en dos razones. Pri
mero, se subraya el origen de los patrones caracte
rísticos de la conducta humana, y aun cuando refi
riéndose a su observación en términos de caracte
rísticas físicas, también define sus propiedades fun
cionales en términos de atributos impuestos con
vencionalmente. Segundo, al considerar que las fun
ciones sociales son específicas a medios particula
res, no se fomenta la generalización de las interac
ciones humanas como indicadores de leyes o prin
cipios universales «naturales». No se puede lograr
una comprensión cabal de la conducta humana si
no enmarcamos los procesos y parámetros bajo la
especificidad normativa de los medios sociales. De
otro modo, se cometería el mismo error de la psi
cología social tradicional al concebir las interaccio
nes sociales como universales e independientes de
las convenciones desarrolladas históricamente por
los grupos e instituciones sociales,
e) Los límites con las ciencias biológica y social. Uno
de los problemas más relevantes para una teoría
de la conducta es delimitar su objeto de estudio de
los de las ciencias biológica y social. Esta es una
tarea necesaria para fijar el espectro relativo de
cada disciplina sobre los fenómenos empíricos que
intersectan a la conducta en varias direcciones. Del
lado de la ciencia biológica, existe una tendencia
permanente a reducir lo conductual a lo biológico
siguiendo la tradición cartesiana. En la teorización
67
actual todavía se encuentra al sistema nervioso con
ceptual (Skinner, 1950) así como a concepciones in
teraccionistas e isomórficas de la determinación de
la conducta.
La ambigüedad de dichos límites se refleja tam
bién en la discusión teórica que siguió a los estu
dios occidentales (Miller, 1969) sobre el condicio
namiento instrumental de las respuestas autónomas.
Desde entonces, hemos sido testigos de una ten
dencia a mostrar la condicionabilidad de cada sis
tema biológico de respuesta, sin cuestionarse si se
trata de hecho de una cuestión significativa (Schoen-
feld, 1967). En la psícologización de los fenómenos
biológicos surgen problemas semejantes, como ocu
rre cuando se examinan fenómenos como los mo
vimientos hacia o aparte de los objetos y estímu
los, vbgr., los tropismos y los tactismos.
Del lado de la ciencia social, las cosas no son
mejores. Si a veces se considera que la psicología
es una disciplina social, los fenómenos psicológicos
se consideran el reflejo subjetivo de la estructura
social; en otras ocasiones, los fenómenos sociales se
reducen a la interacción aditiva de principios con-
ductuales (Skinner, 1962). De cualquier manera, si
se ha de lograr algún avance en la relación inter
disciplinaria de la ciencia social y la de la conducta,
esto debe hacerse mediante la definición de los do
minios teórico y empírico de cada disciplina. Esta
labor no es ajena a la revisión crítica del objeto de
estudio de la teoría de la conducta y a la revalora
ción de las mejores estrategias conceptuales para
obtener un desarrollo teórico congruente.
68
Consideraciones finales
69
cadas testimonian la inadecuación de los conceptos y defi
niciones actuales para tratar con la complejidad de la con
ducta humana en las situaciones sociales.
Finalmente, desearía citar las palabras de Sidney Bi-
jou, en una entrevista realizada por Krasner (1977), que
me parecen pertinentes a la temática de este escrito:
«...Nos estamos desplazando hacia una aproximación de
campo, en la que debemos tomar en consideración cinco
o seis clases de variables en un sistema de contingencias
de campo, y relacionar los cambios en cualquier parte del
campo a cambios en todas las otras partes del campo»
(p. 599). Para hacerlo, sin embargo, es necesario ser crí
ticos de nuestros fundamentos y buscar otras opciones
provistas por una filosofía conductista de la ciencia.
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72
4. ¿SE HA ABORDADO EL LENGUAJE DESDE
EL ANALISIS DE LA CONDUCTA? 8
J ulio Cortázar
73
sofía. Por lo tanto, parece obligado, como primer paso,
vincular a la psicología con el estudio del lenguaje, y se
ñalar la relevancia teórica y empírica que el lenguaje pue
de tener para una teoría de la conducta en general. Sin
embargo, antes de examinar este problema, puede ser con
veniente discutir algunos otros tópicos relativos al len
guaje desde la perspectiva de un análisis conductual, así
como el tipo de relaciones empíricas que están compren
didas en su estudio.
El lenguaje, en psicología, se ha relacionado con tó
picos tan diferentes como el pensamiento, la comunica
ción, la formación de conceptos, el significado, y la solu
ción de problemas. Sin embargo, todos ellos se centran
en última instancia en relación a una cuestión teórica.
¿Existe una diferencia básica entre la conducta animal y
la conducta humana? Muchas de las críticas a un análisis
conductual del lenguaje surgen de la suposición de que
el lenguaje es algo más que conducta, y que para com
prender al lenguaje, se necesitan conceptos y principios
distintos a aquellos empleados para explicar la «conduc
ta» propiamente dicha. Detengámonos en los dos proble
mas fundamentales que subyacen a esta postura. Prime
ro, ¿es la conducta animal diferente, como objeto de estu
dio, de la conducta humana? Segundo, en caso de serlo,
¿es posible analizar la conducta humana sobre la base de
los mismos supuestos empleados para la conducta ani
mal? o ¿necesitamos apelar a conceptos que se refieren
a un conjunto de eventos diferentes?
74
su organización o estructura, a las propiedades y deter
minantes de los eventos más simples. La conducta huma
na es afectada por las mismas leyes y variables que de
terminan la conducta animal, pero no sólo por ellas. Las
influencias sociales hacen a la conducta humana altamen
te específica respecto a las diversas clases de conducta
no humana definidas por los ambientes no sociales. ¿Cuál
es la especificidad de las sociedades humanas en compa
ración a los ambientes «sociales» animales? La vida en
grupo y la interacción social, en términos de las influen
cias mutuas de los organismos, no son peculiares a los
individuos humanos. No obstante, la sociedad humana di
fiere en un aspecto fundamental de cualquier otro tipo de
ambiente grupal de interacción ínter o intraespecífico: la
sociedad humana organiza las interacciones entre los in
dividuos en términos de las convenciones establecidas
por acuerdo, al menos de algunos de los miembros del
grupo, y estas convenciones trascienden las relaciones con
cretas e interacciones que puedan establecer los indivi
duos particulares en ocasiones determinadas. Estas con
venciones permiten el desligamiento respecto de las situa
ciones concretas con base en las propiedades funcionales
de las interacciones conductuales comprendidas en el es
tablecimiento de las convenciones mismas. Desde un pun
to de vista conductal, el desligamiento es la consecuencia
funcional de la arbitrariedad de las convenciones involu
cradas. Pero, en términos conductuales ¿cuál es la natu
raleza de estas convenciones? Las convenciones no son
nada más que las interacciones lingüísticas, y éstas consti
tuyen mediaciones complejas entre individuos con base
en los sistemas reactivos establecidos socialmente, en for
ma autónoma de la naturaleza de los objetos, eventos o
individuos con los que pueden relacionarse. Esta indepen
dencia funcional, de la cual carecen las conductas ligadas
a lo biológico, permite que las interacciones lingüísticas
delimiten a la conducta animal de la humana. Los anima-
75
les no son capaces de establecer convenciones separables
de las situaciones concretas en las que tienen lugar las in
teracciones. En este sentido, la comunicación en los ani
males, es no lingüística, dado que los sistemas reactivos
están constituidos por el mismo conjunto de respuestas
ligadas a lo biológico que se dan sólo ante situaciones
concretas. Las convenciones humanas son independientes
de las situaciones concretas, tanto en espacio como en
tiempo, y esto es determinado por la naturaleza arbitraria
de la interacción lingüística que define a las convenciones
como conducta.
Habiendo determinado que la conducta humana es di
ferente a la conducta animal en el sentido previamente
señalado, tratemos el segundo problema. ¿Es posible ana
lizar la conducta humana en los mismos términos que la
conducta animal? o ¿debemos buscar un nivel adicional de
conceptualización que no.sea directamente referible a tér
minos conductuales? Esta cuestión ha sido contestada de
dos maneras diferentes, ambas, a mi modo de ver, erró
neas.
Una asume una posición dualista, ya sea en términos
de la sustancia de los eventos, o en términos de la posibi
lidad de conocer dichos eventos. De cualquier manera, la
conducta se restringe a: (a) un índice de un tipo diferente
de fenómeno o evento, o (b) el epifenómeno público del
proceso crucial, que es inobservable. La conducta es anu
lada como dato básico y su pertinencia es sólo metodoló
gica en relación a la inferencia de procesos o entidades in
ternas. Estas pueden ser eventos fraseados conductual-
mente, vbgr., respuestas de significado (Osgood, 1958;
Mowrer, 1960), o definitivamente en términos cognosciti
vos mentalistas, vbgr., estructuras profundas (McNeill,
1971). Pero, al margen de la forma conceptual particular
que adoptan, su formulación significa establecer una fron
tera no superable entre la conducta y estos fenómenos
diferentes. De esta manera se formaliza el dualismo.
76
La contestación alternativa, pero también incorrecta, a
esta cuestión ha sido afirmar que los conceptos derivados
del análisis de la conducta animal son suficientes para des
cribir y explicar la conducta humana. Esta posición ha
asumido dos modalidades. Una ilustrada por Watson
(1924), reduce las interacciones a acciones, y por consi
guiente a movimientos, vbgr., el análisis del pensamiento
como lenguaje subvocal. La otra reconoce que la conducta
humana es diferente en cualidad, pero a la vez, supone que
los conceptos analíticos formulados en situaciones sim
ples son susceptibles de extrapolación a fenómenos más
complejos. Skinner (1957) representa esta posición. Aún
cuando dice, en relación a la conducta verbal, que «...la
conducta que es efectiva sólo a través de la mediación de
otras personas tiene tantas propiedades distintivas topo
gráficas y dinámicas que se justifica, y de hecho, requiere
de un tratamiento especial» (p. 2), su análisis de la con
ducta verbal no alcanza a identificar conceptualmente es
tas propiedades debido, en gran parte, al empleo del para
digma de la triple relación de contingencia. Ribes (1979)
y Whitehurst (1979) han señalado algunas de las limitacio
nes del análisis que hace Skinner de la conducta verbal,
tanto sobre bases teóricas como empíricas.
Aun cuando los términos empleados para explicar la
conducta animal pueden ser inadecuados para describir la
complejidad de la conducta humana, no creemos que este
hecho justifique el uso de concepciones dualistas. En otras
palabras, el reconocer las diferencias cualitativas en un
dominio empírico no avala necesariamente la existencia de
dos dominios diferentes. La conducta humana es distinta
de la conducta animal no sólo en relación a su apariencia
o morfología, sino debido a su organización funcional, dado
que el lenguaje y la sociedad definen y posibilitan diferen
tes dimensiones de interacción entre los individuos y los
objetos. Estas dimensiones comprenden complejos proce
sos de mediación de las interacciones, mediaciones exter-
77
ñas que constituyen, como organización de un campo, con
ductas cualitativamente distintas. La diferencia de cualidad
no se refiere a una sustancia hipotética que componga a la
conducta o a la «mente», sino a la estructura de campo de
los objetos, eventos e individuos en interacción, que de
fine la organización funcional de la conducta. El lenguaje
y el ambiente social definen una cualidad distintiva de la
conducta humana, pero ello simplemente significa que
nuevos elementos y relaciones encontrados en las interac
ciones humanas, no son posibles en los animales. No obs
tante, las leyes y procesos que gobiernan las interaccio
nes animales son condiciones necesarias para compren
der y explicar la conducta humana, de modo tal que, los
conceptos que describen interacciones humanas no exclu
yen a los conceptos relativos a la conducta animal, sino
que por el contrario, los incluyen como un subconjunto
necesario del campo de eventos interactivos bajo estudio.
Resumamos diciendo que, aunque la conducta humana re
quiere de un nuevo conjunto de conceptos adecuados a las
propiedades del complejo campo de interacciones involu
cradas, estos nuevos conceptos se basan en e incluyen a los
constructos empleados para analizar la conducta animal.
Es nuestra intención esbozar algunas distinciones nece
sarias entre el lenguaje como estructura convencional y
producto social, y la conducta, como la interacción de
organismos individuales con otros individuos y objetos
en el ambiente. Esta estrategia nos permitirá mostrar que
el «lenguaje» en los humanos tiene diferentes funciones,
y que ellas pueden ser descritas y explicadas de acuerdo
a diferentes dimensiones de organización interactiva. Para
ello, comenzaremos examinando como estas diversas fun
ciones han sido confundidas en la teoría de la conducta
(¿o teorías?) a fin de proceder a un análisis más detenido
de los problemas implicados por la relación entre el len
guaje y la conducta humana.
En esta confusión del lenguaje como producto formal
78
de la interacción social entre los individuos con la interac
ción misma, yace, en gran medida, la incapacidad para
proponer una explicación del lenguaje como conducta
humana. Ilustraremos esta incapacidad, concentrándonos
en el análisis que hace Skinner de la conducta verbal
(1957).
79
con una doble consecuencia negativa. Primero, el proble
ma de la referencia como el hablar acerca de objetos y
eventos, abstraída de la relación que determina a quién
se está hablando, restablece el viejo problema del signifi
cado y la expresión de ideas característico de los enfoques
cognoscitivo y conductista metodológico. Aunque Skinner
dice que «en términos muy generales podemos decir que
la conducta en la forma del tacto funciona en beneficio del
escucha extendiendo su contacto con el ambiente», consi
dera que «un tacto puede definirse como una operante
verbal en la que una respuesta de forma determinada es
evocada o al menos fortalecida por un objeto o evento
particular» (pp. 81-85), subrayando de este modo la rela
ción entre el objeto de estímulo y la respuesta del que
habla. Segundo, la fragmentación del episodio verbal en
tra en conflicto con la noción misma de comunicación o
función de referir del que habla (Kantor, 1977). Si el len
guaje tiene algún interés para la psicología es debido a que
el lenguaje como la conducta de hablar, escribir, y leer
afecta la conducta de un lector o escucha, no como un
efecto simple, sino también en su relación con otros indi
viduos y eventos, incluyendo al que habla y al que escribe.
Catania (en prensa) destaca este problema cuando esta
blece que «la conducta verbal deriva su poder de esta re
lación (el tacto), porque sin ella no habría nada acerca de
qué hablar.»
El aislamiento del episodio verbal en la forma de las
conductas separadas del que habla y el que escucha (con
una dedicación muy ligera a este último) no sólo hace a
un lado la función mediadora del que habla en relación al
contacto del escucha con otros individuos y eventos, sino
que invierte el problema al establecer que el que habla
es el componente mediado en la interacción. Se dice que
el que habla es mediado en el reforzamiento de su conduc
ta por el que escucha. El escucha es sólo un sustituto for
mal del estímulo reforzante en la relación operante. Esta
80
sustitución lógica es cuestionable por varias razones. Pri
mero, reduce una interacción que comprende relaciones
mediadas, a una interacción no mediada. La compleja se
cuencia (la conducta ante objetos, eventos e individuos por
parte del que habla, mediando su acción respecto al que
escucha mediante una acción lingüística, para que este úl
timo reaccione a los objetos y al que habla) que depende
de una relación global, se ve reducida a un solo componen
te: el que habla tactando un objeto o evento con el fin
de ser reforzado por la conducta del escucha, o quizá, para
expresarlo con más propiedad, debido al reforzamiento
procurado por el escucha. Segundo, el concepto de reforza
miento se vuelve tan lato que no sólo es circular, sino
carente de significado e innecesario. El reforzamiento se
iguala con cualquier consecuencia de la conducta del que
habla, pero violando cuatro supuestos que definían origi
nalmente el concepto de reforzamiento: a) la unidad ver
bal no es una respuesta puntual repetitiva; b) no hay
condiciones independientes, previas al «efecto», que per
mitan establecer, con un criterio actuarial, que un evento
particular va a ser reforzante, como ocurre, por ejemplo,
con el caso de la privación. De hecho, parece que en un
episodio verbal siempre hay un evento consecuente, inclu
yendo la conducta del propio hablante, de modo que el re-
forzamiento ocurre como una predicación universal de la
acción de hablar, sin tratarse de hecho de una cuestión
empírica; c) no se produce un efecto clásico de reforza
miento en la forma de un aumento o mantenimiento de la
frecuencia de una respuesta relativa a un período particu
lar. La conducta verbal siempre llena temporalmente el
episodio total, sin dejar huecos que pudieran ser comple
tados por un efecto de reforzamiento; d) exceptuando a la
relación descrita como mando, el reforzamiento desempe
ña un papel secundario como estímulo generalizado que
libera la relación de control respecto a determinantes mo
lí vacionales específicos, desplazando el control al estímu
81
lo an teced en te o «discrim inativo», que, paradójicam ente se
convierte en un evento funcional fuerte a pesar de estar
asociado a u n refo rzad o r débil. R esum iendo, podría decir
se que el reforzam iento en el análisis de la conducta ver
bal o lingüística desem peña un papel m ás bien de ornato
teórico, que de real utilidad.
C oncluirem os n u estra argum entación planteando un
problem a adicional. ¿Es posible efectu ar un análisis fun
cional genuino de la conducta verbal cuando el episodio
que define al evento estudiado se divide en com ponentes
separados? Pensam os que la respuesta es negativa y que,
de hecho, esto lleva a desplazar al análisis hacia una des
cripción form al del lenguaje em pleando una term inología
conductual.
Surgen tres problem as en el trata m ien to del lenguaje
cuando se desplaza el análisis funcional hacia una descrip
ción form al de la conducta del que habla. P rim ero, la cla
sificación de la conducta verbal, com o u n a opción a des
cripciones próxim as a un p u n to de vista e stru c tu ral, se
p resen ta com o u n a taxonom ía (incom pleta) de las relacio
nes de co n tro l e n tre dim ensiones form ales del estím ulo y
dim ensiones form ales de la respuesta. Segundo, aun cuan
do se consideran ¡relevantes, y por ende, son m arginadas
las unidades fonéticas y lingüísticas com o los fonem as y
las p alabras, la m ayoría de las relaciones descritas com
p renden objetos de estím ulo únicos y p alab ras o frases
cortas, com o consecuencia de un interés explícito en la ad
quisición y m an tenim iento de las respuestas, en vez de en
las interacciones funcionales que constituyen el episodio
verbal. Tercero, los problem as estru c tu rales form ales p e r
sisten com o lo m u estra la postulación de las funciones
autoclíticas. La g ram ática y la sintaxis se vuelven proble
m as conductuales y se acuñan conceptos específicos para
tra ta r con ellos, a p esa r del objetivo inicial del análisis en
fo rm u lar al lenguaje en térm inos de conceptos conductua
les legítim os.
82
Verbal Behavior es, en cierto sentido, un esfuerzo clasi-
ficatorio. Skinner hizo hincapié en ello cuando dijo que
«nuestra primera responsabilidad es simplemente la des
cripción: ¿Cuál es la topografía de esta subdivisión de la
conducta humana?» (p. 10). Una parte sustancial del ejer
cicio teórico se dirige a identificar las relaciones de control
pertinentes entre las respuestas vocales y escritas —pues
los gestos son apenas mencionados— y diferentes tipos de
estímulos antecedentes y reforzadores, aun cuando, como
se señaló ya previamente, el reforzamiento nunca es de
hecho central a dicho análisis teórico. Catania (en prensa)
resume el tratamiento de los reforzadores en Verbal Beha
vior, diciendo que: «mostrar que (dichas) las consecuen
cias pueden afectar la frecuencia de clases verbales vuelve
apropiado el llamarlas reforzadores. Pero el que no se pue
da hacerlo no tiene relación con el que sea o no apropiado
tratar a la conducta verbal en términos de consecuencias
reforzantes. El concepto de reforzamiento es simplemente
un nombre que tacta una relación conductual particular...:
si una respuesta se mantiene debido a que ha tenido una
consecuencia particular, se le llama un reforzador. El no
poder demostrar que un evento particular sirve como re
forzador en una situación particular significa solamente
que el término reforzador no es apropiado en esta instan
cia» (p. 38). El problema teórico, agregaríamos nosotros,
sin embargo, tiene que ver con el significado de «manteni
do» y «adquirido» así como con la «falta de propiedad del
término», puesto que, como ya lo mencionamos, el uso del
concepto de reforzamiento en la descripción de un episo
dio verbal es altamente cuestionable, con base en los lími
tes lógicos y empíricos del concepto. Un reconocimiento
de este hecho lo es el que la clasificación de la conducta
verbal descanse sobre la condición de estímulo anteceden
te, incluso en el mando que requiere de una respuesta de
tacto al objeto o evento con el que se va a ser reforzado.
Aunque las clases formales de conducta verbal indican
83
relaciones entre propiedades morfológicas de los estímu
los y de las respuestas, no discriminan adecuadamente las
propiedades funcionales que una misma clase puede tener.
En cierto sentido, esto es consecuencia de haber elegido
las palabras como criterio de definición de las respuestas.
Catania expresa que «las relaciones verbales formales se
definen en términos de la correspondencia entre los es
tímulos verbales y las respuestas verbales (en el lenguaje
coloquial, diríamos que los estímulos y las respuestas usan
las mismas palabras)» (p. 7). Y aún cuando la ubicación de
la misma «palabra» en un medio o dimensión formal de
relación supera alguno de los problemas intrínsecos a la
concepción de las palabras como unidades por sí mismas,
vbgr., la diferencia entre decir fuego cuando se lee la pala
bra o cuando se ve una casa quemarse, ello no es suficien
te para que se evite soslayar los procesos funcionales que
median el episodio verbal. Así, aunque la palabra fuego
puede estar controlada por la presentación de diferentes
objetos de estímulo y condiciones, mostrar que el estímulo
particular relacionado a la respuesta fuego es diferente
cuando es leída que cuando se emite ante un fenómeno fí
sico, como la combustión, no significa que la propiedad
funcional de la respuesta discursiva sea diferente. De he
cho, decir fuego cuando se presenta un texto y cuando se
ve una casa arder pueden no tener propiedad verbal algu
na inclusive, excepto por la morfología de la relación. No
veo diferencia alguna entre el hecho de decir, o sea, vo
calizar una respuesta con una topografía particular ante la
presentación de un estímulo (sea éste un texto o un obje
to), y la conducta de una paloma de picar ante una tecla
cuando el disco se asocia con una propiedad física como la
temperatura o se ilumina de modo tal que se discrimine
una figura geométrica (un texto) respecto al «fondo». La
distinción entre un tacto y un texto, empleando los térmi
nos de Verbal Behavior, no permite diferenciar las funcio
nes verbales del hablar.
84
Tom em os, p or ejem plo, la resp u esta textual fuego. La
relación de control de la respuesta p o r un estím ulo im pre
so puede ten er funciones diferentes en el sentido de descri
b ir d istin tas form as de interacción. Así, puedo leer fuego
a fin de no e n tra r en un área donde algo arde y pudiera
e star en peligro. El estím ulo fuego es la conducta escrita
de un «hablante» que m edia mi contacto conductal con un
evento físico. E sta relación es d istin ta de la respuesta
sim ple de tex tear fuego cuando un p arlan te del inglés
aprende a «leer» en castellano. Tam bién es d iferente de
cuando se lee el estím ulo fuego como el equivalente a una
fórm ula física que describe el hecho de la com bustión. Pa
rece obvio, entonces, que una clasificación form al de la con
ducta verbal en térm inos de la correspondencia en tre tipos
de estím ulos y respuestas, no alcanza a d a r una explicación
verdaderam ente funcional de la conducta de h ab lar com o
p arte de un episodio interactivo.
Un segundo problem a se refiere al papel ubicuo de la
palabra com o unidad en el análisis de las relaciones de
control de la conducta verbal. Aunque se descarta com o
la unidad básica de análisis —com o ocurre con o tras uni
dades lingüísticas form ales—, la palabra subyace a todos
los tópicos p articu lares exam inados en Verbal Behavior.
lln ejem plo de esta actitu d puede en co n trarse en la revi
sión de C atania, cuando expresa que «las palabras p a rti
culares son dichas o escritas bajo circunstancias p articu la
res. Las diferentes circunstancias que establecen la oca
sión p ara palabras distin tas procuran la base p ara una
clasificación conductual de las palabras» (p. 1). Aún cuan
do se com ienza con la suposición que las palabras no son
el problem a p ertin en te en el lenguaje como conducta, las
palabras se convierten nuevam ente en el objeto de estudio,
pero ocultas en u na definición form al de la respuesta
hablada o escrita relativa a condiciones de estím ulo par-
liculares.
Con el o bjeto de m o stra r la im portancia dada a las pa
85
labras (y a otras unidades lingüísticas o gramaticales como
las frases y oraciones), examinaremos brevemente su tra
tamiento como tactos y respuestas intraverbales. Al discu
tir el problema de un lenguaje ideal, Skinner (1957) expre
sa que «los ejemplos más familiares de unidades funcio
nales es lo que tradicionalmente se llaman palabras. Al
aprender a hablar, el niño adquiere tactos de varios ta
maños: palabras... frases... y oraciones» (p. 119), subra
yando las características formales de la respuesta en tér
minos ajenos a una descripción conductual. ¿O significa
esto que las unidades estructurales corresponden a las uni
dades funcionales de la conducta? De ser así ¿qué nece
sidad hay de un análisis funcional del lenguaje como con
ducta? Se tiene evidencia adicional en las respuestas in
traverbales, en las que se dedica un espacio razonable al
examen del encadenamiento y la asociación de palabras
como proceso explicativo. Incluso cuando la unidad intra-
verbal es mayor que la palabra (como ocurre con otras
operantes verbales), se postula al encadenamiento como el
mecanismo teórico que explica la relación funcional es
tablecida entre respuestas y estímulos arbitrarios, es de
cir, a las unidades formales que corresponden casi siempre
a las palabras.
Finalmente, como un tercer problema, tenemos la no
ción de procesos autoclíticos como un equivalente con
ductual de las estructuras gramaticales. No entraremos en
detalles respecto a la necesidad lógica de postular tales
procesos en un análisis genuino del lenguaje como conduc
ta (véase, por ejemplo, Kantor, 1936), pero subrayaremos
el enfoque formalista que subyace a la noción de Skinner
de operantes autoclíticas. Dice que «las operantes verbales
que hemos examinado pueden considerarse el material
crudo a partir del cual se manufactura la conducta verbal
sostenida. ¿Pero quién es el manufacturador?... Las propie
dades importantes de la conducta verbal que todavía espe
ran ser estudiadas tienen que ver con los arreglos especiales
86
de las respuestas» (1957, pp. 312-313). C ontinúa diciendo
que «una extensión de la fórm ula autoclítica nos p erm ite
tra ta r con ciertas resp u estas verbales adicionales... y con
ciertos fragm entos de respuestas que ocu rren en las “in-
ílecciones” , así com o con otros en los que las respuestas
aparecen en m u estras m ayores de conducta vei'bal. T radi
cionalm ente éstas cu bren el objeto de estudio de la g ra
m ática y la sintaxis... Los puntos de vista tradicionales de
la g ram ática y la sintaxis, en lo que tiene que ver con “el
estudio de las relaciones de las ideas com prendidas en un
pensam iento”, se asem ejan a n u estra preocupación actual...
Además, a la vez que dam os cuenta de las operantes y ac
tividades verbales que constituyen el objeto de estudio de
la gram ática, establecem os las bases p ara un tratam ien to
del p en sam ien to verbal» (1957, p. 331).
Indep en d ien tem en te del éxito lógico que satisface la
postulación de los procesos autoclíticos p ara tra ta r con
problem as perten ecientes a la gram ática y la lingüística, es
obvio que la g ram ática y la sintaxis no debieran co n stitu ir
un tópico p ara una teoría psicológica del lenguaje. Las in
teracciones conductuales que com prenden lenguaje no tie
nen g ram ática o sintaxis. La gram ática y la sintaxis son
disciplinas que tra ta n con el p roducto del lenguaje como
cosas. Como lo señala correctam ente K an to r (1936), «los
gram áticos, en o tras palabras, no han estudiado el discurso
real de las personas, sino que han analizado y descrito,
más bien, cosas con la form a de palabras, e incluso p roduc
tos m ateriales literarios, de hecho, lejanos del discurso»
(pp. 7-8). Una de las lim itaciones del análisis operante del
lenguaje com o conducta es que, aun cuando rechaza for
m alm ente un estudio e stru c tu ra l del lenguaje (visto como
com plem entario a un ab o rd aje funcional), ha im portado
de disciplinas ajenas a la psicología una serie de problem as
vinculados al concepto m ism o de estru c tu ra. Un problem a
adicional es a c la rar si esta concepción errónea ha sido o no
prom ovida p o r la n aturaleza atom ista de los conceptos de-
87
finidos por el paradigma de condicionamiento. Sin embar
go, este no es el momento de examinar dicha cuestión.
88
sociales reflejan propiedades convencionales, el comportar
se en términos de una morfología típica de estas conven
ciones no significa que tenga lugar una interacción lin
güística genuina. Así, en el primer nivel de organización
del lenguaje como conducta, encontramos la adquisición y
establecimiento de un sistema reactivo social, que define
la posibilidad de interacciones verdaderamente lingüísticas.
Este proceso o estadio de desarrollo tiene que ver con la
llamada adquisición del lenguaje y algunos de los proble
mas relativos al lenguaje «gramatical» y la expansión del
vocabulario y formas sintácticas. El proceso ha sido sepa
rado artificialmente en el aprendizaje de palabras y en la
expresión de frases u oraciones, es decir, las unidades sin
tácticas significativas. Por un lado, las palabras parecen
relacionarse al problema del «significado» en el lenguaje,
y por el otro, las frases y oraciones con las estructuras
que permiten transmitir y crear el «significado». No en
traremos en detalles respecto a las «palabras» y las «ora
ciones». El examen que hizo Kantor (1936) de este proble
ma es todavía válido.
Nos limitaremos a señalar que el problema del signifi
cado en el lenguaje (ya sean palabras u oraciones) no es
un problema de buscar referentes unívocos o reglas para
generar nuevas descripciones, sino que consiste en la iden
tificación de las condiciones funcionales que definen a una
interacción lingüística como proceso sustitutivo no restrin
gido a las propiedades físicas existentes aquí-ahora de los
objetos y eventos conductuales. Tanto la adquisición de
las palabras como de las oraciones son, como parte del
establecimiento de un sistema reactivo convencional, un
asunto relativo a la adquisición del estilo del discurso, es
decir, el desarrollo de las pautas de respuesta fonética (y
gestural) específicas de una comunidad lingüística parti
cular. El análisis por Skinner (1957) de las respuestas tex
tuales, tactos, intraverbales y ecoicas es pertinente a los
momentos diferentes de este estadio, puesto que la estruc-
89
turación del estilo del discurso no es solamente un proceso
restringido a la «asociación» de palabras y objetos, sino
que se refiere también a las relaciones entre palabras como
objetos de estímulo, como ocurre en la lectura, la imita
ción, y la conversación normal.
Para completar este nivel de interacción conductual
que comprende al lenguaje, examinaremos una caracterís
tica adicional de este estadio de desarrollo de la aptitud lin
güística. El establecimiento de un sistema reactivo que no
está dado como un repertorio biológico, relativamente in
variante, implica la interacción necesaria entre el individuo
y las propiedades contextúales de los eventos y objetos de
estímulo. En este sentido, las respuestas de hablar se
vuelven funcionales ante las propiedades contextúales de
las cosas, relaciones entre objetos, y estímulos impresos.
El proceso global de nominación y de relaciones entre res
puestas-palabra se basa en esta interacción entre las pro
piedades de los objetos de estímulo que contextualizan en
tiempo y espacio a los estímulos fonéticos e impresos, y la
correspondiente morfología de respuesta. Esta puede ser
una de las razones para que históricamente se den explica
ciones recurrentes del significado en términos de condi
cionamiento clásico u operantes discriminadas.
2) Las acciones lingüísticas, aun cuando restringidas
inicialmente a responder a las propiedades funcionales
de las relaciones contextúales en el ambiente, se convier
ten en conductas que no sólo reaccionan ante dichas pro
piedades sino que también pueden producirlas. El indi
viduo, al hablar, afecta los modos en que el ambiente es
funcional respecto a él. El hablar no es sólo una manera
de cambiar a otros individuos en relación con los objetos
que lo afectan o a sus interacciones mutuas. Cuando el
individuo habla, las consecuencias en el ambiente son dis
tintas que cuando actúa en forma directa en términos no
verbales. El discurso se vuelve un repertorio funcional
para producir efectos específicos en el ambiente, princi-
90
pálm ente a través de la m ediación de otros individuos.
El discurso o habla p erm ite al individuo ser m ediado en
su interacción p o r otros individuos, y en este respecto se
vuelve un facto r esencial en el proceso de socialización.
La conducta de mandar, com o la describe S kinner (1957)
es característica de este segundo estadio de desarrollo.
No obstante, es im p o rtante hacer hincapié en que este
estadio de ap titu d lingüística no rep resen ta u n a form a de
interacción v erd aderam ente sustitutiva. El individuo es
m ediado p or la conducta de otros, pero esta m ediación
es todavía funcional sólo en referencia a interacciones
concretas aquí-ahora con objetos y otros individuos. Las
propiedades físicas sobre las que se definen las conven
ciones todavía no son las propiedades funcionales de la
interacción. El individuo responde con la m orfología de
las convenciones pero estrictam en te sobre la base de las
propiedades concretas de la situación. Es la situación, en
tendida com o la conducta de los dem ás hacia él, que co
mienza a poner bajo el control de la m ediación de facto
res convencionales a la conducta del hablante aparente.
3) Los dos niveles previos de acciones lingüísticas no
son de hecho d iferentes que las form as de respuesta con
cebidas p o r las teorías tradicionales basadas en el condi
cionam iento clásico y operante. Sin em bargo, es im portan
te su b ray ar que algunas de las acciones p articu lares seña
ladas tran sg red erían los lím ites restringidos de estos m ar
c o s conceptuales. E n el tercer estadio de desarrollo o com
plejidad de las acciones lingüísticas, las interacciones ba
sarlas en las propiedades físicas del responder y el am
biente se ven m ediadas, y se tornan condicionales, a su
relación con propiedades convencionales de los estím ulos
v respuestas lingüísticos. El individuo todavía interactúa
c o n los eventos concretos de m anera aquí y ahora, pero la
interacción m ism a se vuelve condicional a los estím ulos y
respuestas lingüísticos de otros individuos que determ i
nan las relaciones específicas a ten er lugar. M uchos de los
91
problemas comprendidos tradicionalmente bajo el nom
bre de la formación de conceptos y la solución de proble
mas son pertinentes a este estadio de aptitud lingüística.
El individuo puede responder con una morfología lingüís
tica o no lingüística a un conjunto de eventos con pro
piedades físicas compartidas o distintivas. No obstante,
el factor o variable determinante de la interacción con los
eventos está siempre relacionado con las instrucciones
verbales, los indicios convencionales o las relaciones con
vencionales entre eventos tal como las prescribe un ter
cer evento. Obviamente, este estadio de interacción no se
limita a las conductas conceptuales paralingüísticas; tam
bién incluye algunas formas de fenómenos imitativos me
diados así como algunos otros procesos complejos compar
tidos con los vertebrados superiores, como por ejemplo,
la comunicación no o pre-lingüística y algunas interaccio
nes no lingüísticas sociales básicas.
4) El cuarto estadio de acciones lingüísticas se rela
ciona propiamente con el lenguaje como un evento genui-
namente conductual. Dos factores influyen en este pro
greso funcional. De un lado, la conducta lingüística se
vuelve independiente de las propiedades situacionales con
cretas con que interactúa, es decir, el comportamiento
convencional, y en este sentido, la morfología fonética
—como la más prominente de las acciones lingüísticas—
permite el desligamiento de las respuestas de cualquier
propiedad física particular de los individuos u objetos. La
respuesta «La casa es verde», como conducta lingüística
genuina, es independiente de cualquier casa concreta par
ticular, estímulo textual, o cualquier otro evento presen
te en tiempo y espacio. El desligamiento de las respues
tas respecto a condiciones situacionales concretas, permi
te que surjan las interacciones lingüísticas como eventos
independientes de contingencias aquí y ahora. La posibi
lidad de referir eventos pasados y futuros, o eventos exis
tentes pero aparentemente no observables, es una de las
92
propiedades definitorias del lenguaje como conducta. Esta
función referencial es diferente de los conceptos tradi
cionales sobre el significado, que pueden clasificarse en
los dos primeros estadios previamente descritos. La refe
rencia, conductualmente, comprende responder a eventos
presentes, pasados o futuros, pero no en términos de re
laciones unívocas a sus propiedades físicas, sino en base
a las propiedades convencionales que permiten al indivi
duo desligarse de las circunstancias momentáneas que li
mitan la interacción concreta. Esto ocurre porque la in
teracción lingüística, como una cualidad de contacto im
puesta socialmente al individuo, no depende de las pro
piedades de los eventos físicos per se, sino de los atri
butos convencionales que la sociedad define como for
mas pertinentes de responder a lo que se consideran pro
piedades pertinentes. Así, cuando nos referimos a una silla
oculta debajo de una mesa, la respuesta de hablar acerca
de la relación entre la silla y la mesa, sin entrar en con
tacto directo con ella, no sería posible si las topografías
lingüísticas dependieran de las propiedades físicas per se
de la silla, la mesa y su ubicación relativa en el espacio.
De hecho, la independencia de las respuestas lingüísticas
respecto a las condiciones de estímulo con que interactúan,
posibilita otras interacciones no aparentes en la mera pre
sencia de los eventos, es decir, permite respuestas ante
relaciones de eventos o propiedades no observables direc
tamente en la situación concreta.
Por otra parte, este desligamiento de la respuesta lin
güística respecto a los eventos concretos a los que se re
fiere un individuo, hace posible el cumplimiento de una
segunda característica, que, integrada a la anterior, per
mite la aparición de la conducta lingüística propiamente
dicha. Este segundo factor es que la referencia no es una
acción aislada a un objeto o evento referente; es sólo el
primer paso en un proceso indivisible de referirse a un
segundo individuo, el referido. Es decir, la interacción lin
93
güística en este estadio es biestim ulativa, dado que la res
pu esta lingüística del re ferid o r es controlada tan to p o r el
referen te com o p o r el referido, p o r el objeto o evento de
quien se está hablando y p o r el individuo a quien uno está
hablando. E n este sentido, esta p rim era etap a de conduc
ta lingüística genuina describe, en gran m edida, los he
chos de la com unicación a través del lenguaje.
Surge sin em bargo la siguiente cuestión, ¿es necesario
que haya u n referido p ara h ab lar de u n a interacción lin
güística au tén tica? Pensam os que la respuesta es afirm a
tiva, dado que el hecho de h ablar a alguien acerca de algo
describe una conducta distintiva en relación al lenguaje.
El que h abla o re ferid o r sustituye un contacto del referi
do (o escucha o lector) con el evento u objeto que cons
tituye el estím ulo referente. No sólo el que habla perm ite
un co ntacto in d irecto o m ediado entre el que escucha y el
o b jeto de estím ulo o evento, sino que tam bién determ ina
la natu raleza del contacto concreto y la relación subse
cuente e n tre el escucha, el evento de estím ulo, y el m is
mo. No existe referencia real cuando no hay referido en
lo absoluto, y la referencia no puede apreciarse como una
interacción m ediadora -Si la conducta del escucha no es
tom ada com o el resu ltad o p ertinente de la conducta del
referidor. P odría observarse que, m ientras en el condicio
nam iento operan te, com o un caso del segundo estadio de
ap titu d lingüística, el que habla com parte consecuencias
m ediadas p o r el escucha, en un episodio lingüístico susti-
tutivo es el escucha el que es m ediado en su contacto por
el que habla, sin concebir la posibilidad de analizar la con
d u cta del escucha, dado que la conducta de este últim o
no sólo es p ertin en te al que habla, sino que al estím ulo
o evento m ism o del que se habla.
5) Finalm ente, se alcanza un nivel diferente de ap ti
tu d lingüística cuando el proceso m ediador de sustitución
a través del lenguaje no se relaciona a un referido. Esto
es lo que K an to r (1977) llam a lenguaje no referencial, y
94
Vigotsky (1977) lenguaje internalizado. Tiene que ver con
un vasto número de conductas humanas complejas de
nominadas interacción simbólica y de pensamiento. En
esta clase sustitutiva de interacciones, el individuo no sólo
reacciona a los eventos mismos sino a sus contactos sus-
titutivos con dichos eventos, proceso que le permite no
sólo desligarse del tiempo y espacio en que tienen lugar
los eventos, sino también de los eventos concretos mis
mos. El individuo reacciona a los eventos no de manera
directa, sino mediado por sus interacciones lingüísticas.
Interactúa convencionalmente con respuestas convencio
nales a los eventos físicos e individuos. Aunque en este
lipo de interacción lingüística el individuo puede estar en
contacto con otro individuo, responde a las propiedades
convencionales de su conducta y no a las dimensiones fí
sicas de la misma o de los eventos circundantes. Podría
mos decir que la propia conducta referencial o la de otros,
adquiere la cualidad de objeto de estímulo, y se interactúa
sustitutivamente con dichas condiciones de estímulo.
La formación de conceptos y el pensamiento, en este
estadio, son diferentes de las interacciones descritas en el
estadio tercero. En la etapa paralingüística, por ejemplo,
los individuos clasifican respondiendo directamente a las
propiedades o relaciones físicas. En la etapa sustitutiva
que describimos, los individuos interactúan con sus pro
pias interacciones lingüísticas a dichos eventos y relacio
nes físicas. Sin embargo, para que esta aptitud lingüís
tica sea funcional, debe ser precedida, en el desarrollo,
por la sustitución referencial. De otro modo, los indivi
duos interactuarían y vivirían dentro de Un mundo puro
de convenciones, sin la posibilidad de contacto con los
eventos y otros individuos, como puede ser que ocurra
en algunos estados alterados del comportamiento. La con
ducta del lógico, el matemático, y la composición musical
y literaria ilustran interacciones complejas en un nivel
95
sustitutivo no referencial. El lenguaje escrito parece ser
esencial en este proceso.
96
cíales que afectan sus funciones. Cuando se estudie al
hom bre y a los anim ales bajo condiciones sem ejantes,
el hom bre m o stra rá siem pre funciones m ás com plejas en
lo term inal y su adquisición será m ás rápida.
E l segundo com entario tiene que ver con la estrategia
general de investigación p ara estu d iar los procesos lin
güísticos en el hom bre. Las estrategias tradicionales, en
la m edida en que han buscado procesos asociativos o
efectos del reforzam iento, se han concentrado fundam en
talm ente en la adquisición del sistem a reactivo y algunas
interacciones elem entales que involucran la m orfología lin
güística. Pero ello no les ha llevado a rom per con su pro
pósito inicial de m o stra r asociaciones o aum entos y dis
m inuciones en la conducta, ni han servido tam poco como
guías en la producción de datos pertinentes a los procesos
reales que subyacen en las interacciones lingüísticas. Más
aún, a pesar de lo que se ha expresado, estas aproxim acio
nes han legitim ado problem as y conceptos ajenos a un
punto de vista conductual.
Pensam os que se necesita efectu ar investigación que
lome en cuenta: a) las transiciones en tre los estadios o
etapas funcionales; b) la fluctuación de niveles de in terac
ción en situaciones com plejas; c) el papel de la m orfolo
gía lingüística, y especialm ente del lenguaje escrito, en el
desarrollo del proceso de desligam iento esencial p ara las
interacciones su stitu tivas; d) los parám etros involucrados
en los procesos com plejos de m ediación externa en tre dos
individuos y el am biente; e) el proceso de responder a las
propiedades convencionales de los eventos adicionalm ente
a sus características físicas; f) com o el lenguaje referen-
rial y no referencial perm iten una expansión de los con
tactos en tre el individuo y el am biente, así como las p ro
piedades del am biente cam bian funcionalm ente debido a la
función lingüística.
Para concluir, desearía hacer hincapié en que si el
análisis de la conducta se propone constituirse en una
97
teoría general de la conducta que represente el cuerpo
orgánico de una ciencia psicológica, se deben captar las
cualidades distintivas de las interacciones conductuales,
sin temor de cuestionar la extrema simplicidad y lineal i-
dad de nuestros enfoques teóricos actuales. Nuestro me
jor reconocimiento a los esfuerzos teóricos realizados en
el pasado, debe ser examinar aquellos aspectos que han
sido señalados correctamente, en vez de restringir la sig
nificación de la problemática de la conducta humana a los
confines de sus limitaciones conceptuales.
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ción inglesa). A ser publicado en H. Zeier (Ed.), Paw-
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Language and Cognition. Nueva York: Academic Press,
1979.
98
5. CONSIDERACIONES METODOLOGICAS .Y
PROFESIONALES SOBRE EL ANALISIS
CONDUCTUAL APLICADO 0
99
Ciencia y tecnología en la psicología
100
algunos casos, la fundamentación científica de dichas téc
nicas constituía una extensión de la concepción clínica al
laboratorio, más que el producto del cuestionamiento de
dicha concepción y práctica clínica. Así, proliferaron los
minimodelos clínico-experimentales que tenían origen en
concepciones diferentes de la filosofía de la ciencia y la
metodología de investigación derivada del conductismo
radical o analítico. Para preservar la pureza denominativa
inicialmente buscada, se hizo una posterior distinción en
tre modificación de conducta y análisis conductual apli
cado. En este contexto, es pertinente citar a Deitz (1978),
cuando dice que «...los modificadores de conducta eran los
que tomaban los hallazgos de las investigaciones en los
campos del condicionamiento operante o el análisis con
ductual y los empleaban en situaciones particulares... Los
analistas conductuales aplicados, por otra parte, eran in
vestigadores adiestrados con un interés mayor en la in
vestigación que en la aplicación... Las variables depen
dientes de los analistas conductuales aplicados debían te
ner importancia social, pero el propósito de la ciencia era
el análisis de las variables independientes» (p. 806). La
distinción entre análisis conductual aplicado y modifica
ción de conducta subrayaba, de este modo ,dos diferen
cias:
101
hacia los efectos de la aplicación más que a sus funda
mentos. Creo que es suficiente hojear las revistas especia
lizadas más destacadas (Journal of Applied Behavior Ana-
lysis, Behaviour Research and Therapy y otras) para per
catarse de ello. En pocas palabras, la investigación apli
cada y tecnológica se divorciaron de sus orígenes y de sus
propósitos iniciales, transformándose en una práctica pro
fesional pragmática dirigida al logro de efectos específi
cos, al margen de la fundamentación teórica y metodoló
gica de los procedimientos empleados.
102
características y condiciones de aplicación de dicha tec
nología.
103
na de la conducta, tanto en su nivel conceptual como en
el metodológico, se basa fundamentalmente en el paradig
ma del condicionamiento, ya sea en la versión pavloviana
o en la variante instrumental u operante. En ambos ca
sos, y como reflejo de una situación que es extensiva a
prácticamente todas las aproximaciones teóricas de la psi
cología, se dan limitaciones teóricas de tres tipos:
104'
conducen a tomar conciencia de que para la construcción
de una tecnología científica, se requiere disponer de una
ciencia básica cuyo cuerpo teórico y metodológico posea
ciertas características:
105
mo que encierra, el suponer que, en su origen, dichas re
laciones se cumplieron satisfactoriamente.
Analizaremos brevemente cómo se ha dado la relación
entre el análisis experimental de la conducta y el análisis
conductual aplicado. En general, podríamos definir dos
tipos de extrapolaciones. Una, la extrapolación de concep
tos de condiciones paradigmáticas simples a situaciones
cualitativa y cuantitativamente más complejas. Otra, la
extrapolación de técnicas y procedimientos aplicados a par
tir de las operaciones que definen prácticas o controles
experimentales en condiciones restringidas de laboratorio.
En ambos casos, en tanto se trata de extrapolaciones, se
«naturaliza» el empleo de conceptos o procedimientos en
situaciones que no son cubiertas por las premisas lógicas
y empíricas que sustentan su origen. De esta manera, la
extrapolación pone de manifiesto la existencia de «vacíos»
conceptuales y metodológicos en la descripción e investi
gación de los determinantes de la conducta humana. Men
cionaremos, a guisa de ilustración, dos aspectos vincula
dos a este proceso de extrapolación.
En primer término, analizaremos el caso teórico en
relación al paradigma de la triple relación de contingen
cia (tanto en su versión pavloviana como en la operante),
para identificar sus rasgos definitorios y la posibilidad ló
gica y empírica de que, con base en sus premisas defini-
torias, pueda ser extendido legítimamente a fenómenos
distintos de aquellos para los que fue inicialmente for
mulado.
El paradigma general del condicionamiento, nace, ope-
racional y conceptualmente, de la noción de reflejo (Se-
chenov, 1978, traducción española; Pavlov, 1927; Skinner,
1931), y en esta determinación histórica asimila tanto sus
virtudes como sus limitaciones. No entraremos en detalle
a las aportaciones que el paradigma de condicionamiento
(en sus diversas versiones) hizo a la evolución científica
de la Psicología. Es suficiente afirmar que no podríamos
106
plantear la problemática contemporánea de la teoría de
la ciencia de la conducta, si no se hubiera producido pre
viamente la revolución conceptual y metodológica que sig
nificó la aparición del condicionamiento, como marco de
referencia teórico y como técnica de investigación del com
portamiento. En este momento, y tomando a la teoría del
condicionamiento como punto de partida, nos incumbe
analizar sus limitaciones paradigmáticas, por lo que deter
minan, como marco de referencia conceptual y metodoló
gico explícito o implícito, del análisis de la conducta en
nuestros días.
El paradigma del condicionamiento fue formulado para
analizar fenómenos vinculados a la conducta animal, y en
un principio inclusive a formas de actividad biológica,
restringidas, por limitaciones instrumentales de la épo
ca. Independientemente de la naturaleza continua de la
interacción entre organismo y ambiente, se seleccionaron
criterios de segmentación analítica que condujeron a ato
mizar operacional y conceptualmente su representación.
En el caso del condicionamiento respondiente o clásico
la interacción se fragmentó mediante la inmovilización
del organismo y la discretización impuesta a las medidas
y la acción de los eventos ambientales por el procedimien
to de ensayos. En el condicionamiento instrumental y ope
rante, se empleó también una metodología analítica por
ensayos discretos, o como en el caso de la situación de
operante libre se predeterminó una geografía y topografía
de respuesta que permitiera intersectar el desplazamien
to libre del organismo en la forma de fragmentos tempo
rales supuestamente representativos de la interacción to
tal. No es mi intención comentar en profundidad la jus-
teza del paradigma de condicionamiento y su capacidad
para captar la riqueza de los diversos niveles de ocurren
cia del comportamiento. Nos limitaremos a señalar sus
características esenciales:
107
1) Define las variables como elementos moleculares,
es decir, fracciones atómicas de un continuo molar de in
teracciones complejas entre el organismo y el ambiente;
2) La unidad de respuesta es una instancia definida
como un efecto (condicionamiento clásico) o por un efec
to (condicionamiento operante), con la propiedad funcio
nal definitoria de ser repetitiva y susceptible de ocurrir
en más de una ocasión o como un cambio en magnitud
a lo largo de un intervalo determinado o episodio conduc-
tual;
3) Se describe únicamente la interacción entre obje
tos de estímulo y organismo en la forma de una función
estímulo-respuesta, sin considerar, teóricamente, factores
empíricos adicionales que incluso, se producen por el ex
perimentador explícitamente (vbgr., factores contextúales
de la situación, alteración de estados del organismo, histo
ria de interacción, etc.);
4) Empírica y teóricamente se otorga el peso explica
tivo y operacional fundamental a un solo factor de los fe
nómenos, el estímulo incondicionado en el condicionamien
to clásico y el estímulo reforzante en el condicionamien
to operante, soslayando la interdependencia de este factor
con circunstancias y eventos que son conceptualmente
prescritos como constantes, pero que en la práctica varían
de momento a momento y en forma compleja; y
5) Las diversas formas de condicionamiento se conci
ben como procesos excluyentes, mutuamente reductivos,
o que se sobrelapan aditivamente, sin contemplar niveles
jerárquicos que delimiten su acción y su incluvisidad re
lativa.
108
en el operante (Skinner, 1957), se han formulado intentos
analíticos en este sentido, y en algunos casos (Staats, 1968)
se han planteado combinaciones de ambos modelos. Tan
to la variante del segundo sistema de señales, como la de
la operante verbal, representan la extensión de los prin
cipios del condicionamiento al estudio del lenguaje huma
no. Previamente, como paso lógico necesario, intentaremos
señalar las características que debiera satisfacer un para
digma formulado para analizar los fenómenos vinculados
al lenguaje. El paradigma debe incluir conceptos que re
conozcan las siguientes características empíricas:
109
De la comparación de los diversos niveles prescritos
por el paradigma de condicionamiento y las característi
cas propias del comportamiento lingüístico, se evidencia
la insuficiencia del primero para copar adecuadamente con
la complejidad de dicha conducta, insuficiencia que no se
limita únicamente al número de factores comprendidos
por el modelo, sino que se deriva primordialmente de las
diferencias cualitativas que los distinguen. En un artículo
anterior (Ribes, 1979), se efectúa una discusión más de
tallada de este problema, por lo que pasaremos al aná
lisis del segundo tipo de extrapolación.
En este caso, se establece una analogía entre ciertas
operaciones experimentales en condiciones controladas y
artificiales de laboratorio y los procedimientos técnicos
mediante los que se producen cambios de la conducta en
situaciones sociales. Las técnicas que ilustran este proce
so son el moldeamiento, el castigo, el reforzamiento posi
tivo, el tiempo-fuera y otros más. En otro trabajo (Ribes,
1977) ya hemos revisado con detalle dos de estas técni
cas, señalando que no existe la correspondencia directa su
puesta con sus análogas de laboratorio. Por ello solamen
te apuntaremos cuatro problemas fundamentales que con
figuran la naturaleza de este proceso de extrapolación:
110
(universalidad de lo físico) que se ve restringida por la
especificidad del carácter normativo del medio social e ins
titucional de cada individuo y de cada situación particular.
La explicitación de los elementos normativos que impri
men especificidad dentro de lo universal a cada episodio
y situación humana, se constituye en un factor determi
nante no sólo del análisis experimental y la interpreta
ción teórica del comportamiento humano, sino también
de las aplicaciones técnicas de conocimientos científicos a
dichas situaciones. La extrapolación de técnicas, con base
en el supuesto de la universalidad del procedimiento y las
condiciones que lo prescriben, viola la especificidad que
la normatividad social impone a toda interconducta hu
mana.
2) Las técnicas y operaciones experimentales no pro
ducen efectos uniformes e invariantes, independientes del
nivel de respuesta con que el organismo hace contacto
con dichos procedimientos. Es de todos sabido que el
tiempo fuera del reforzamiento, la señalización de estimu
lación aversiva, la intermitencia del reforzamiento y otros
procedimientos, dependen, en sus efectos, de la historia
previa de interacción del organismo con los estímulos im
plicados y de las características cuantitativas y cualitati
vas del responder en el momento de su presentación. No
obstante, la aplicación de estas técnicas y procedimientos
en las situaciones naturales, se lleva a efecto en forma
normativa, sin evaluación previa de la historia de inter
acción, y con base en la mera determinación de los nive
les cuantitativos de una clase particular de respuesta to
pográficamente delimitada. La extrapolación de procedi
mientos, omitiendo un control esencial, la determinación
de la historia de interacción, sólo puede conducir a la ob
tención frecuente de efectos nulos y paradójicos, que se
atribuyen a la técnica y no a su deficiente aplicación. Vale
añadir que, a diferencia de las situaciones controladas en
experimentación animal, la evaluación de la historia de in
111
teracción con humanos en situaciones sociales constituye
una labor de gran complejidad que, desafortunadamente,
no ha sido investigada ni prescrita sistemáticamente en la
formulación del diagnóstico conductual.
3) Las técnicas y procedimientos en el laboratorio son
análogos, mas no idénticos, a los empleados con propósi
tos aplicados en condiciones sociales. La analogía estri
ba en la relación funcional básica que comprende tanto
el procedimiento de laboratorio como el aplicado. Esta
operación consiste, fundamentalmente, en la presentación,
omisión o demora de un evento con base en una relación
temporal específica con la respuesta del organismo. Así es
como se prescriben técnicas tales como el reforzamiento
positivo, el castigo, el costo de respuesta, el tiempo fuera
del reforzamiento, la extinción y otras. Para completar
la analogía, se requiere, adicionalmente a la operación, de
un determinado efecto que siga a su aplicación, ya sea en
la forma de incremento o disminución de alguna o varias
propiedades de la respuesta del organismo en situaciones
específicas. Esta similitud, sin embargo, no significa que
los procedimientos generados en el laboratorio y emplea
dos como técnicas en situaciones sociales, sean idénticos
desde un punto descriptivo o funcional. Desde un punto
de vista descriptivo, las técnicas de modificación de con
ducta incluyen componentes adicionales que las distin
guen en complejidad cualitativa y cuantitativa de sus aná
logas en el laboratorio. Desde un punto de vista funcio
nal, sería ilusorio suponer que, dada la diferencia cuali
tativa de los factores comprendidos en una situación so
cial, los mismos procesos y principios rigieran la interac
ción específica implicada por la aplicación de un deter
minado procedimiento. Un paso necesario para evitar la
extrapolación como proceso reductivo, es investigar ex
perimentalmente con humanos los componentes adiciona
les implicados en las técnicas de modificación de conducta,
vinculándolos necesariamente a problemas específicos y
112
de investigación paramétrica características de la teoría
de la conducta humana.
4) Finalmente, los eventos definidos y descritos en las
situaciones de laboratorio no son necesariamente equiva
lentes a las que se identifican en situaciones sociales con
propósitos aplicados. Ejemplos de esto ,son los conceptos
de estímulo, de respuesta, de reforzamiento, de estímulo
discriminativo y otros más. Es difícil aseverar que cuando
se habla de operantes verbales o de operantes de auto
control, se es escrupuloso con el empleo del concepto tal
como se originó y se usa paradigmáticamente en la situa
ción de condicionamiento operante. Lo mismo podría de
cirse respecto a las propiedades discriminativas o refor
zantes de segmentos funcionales que difícilmente corres
ponden a los eventos puntuados y discretos que caracte
rizan a las condiciones restringidas de laboratorio. El aná
lisis de la extrapolación de las definiciones operacionales
y referenciales de los elementos implicados en las diver
sas técnicas representa dos tareas esenciales. Una, es la
reformulación de las definiciones originales con el fin de
darles la cobertura referencial necesaria para aplicarlas a
segmentos interconductuales más complejos. Otra, es re
ducir su aplicación a las condiciones paradigmáticas ori
ginales, y sustituirlas por definiciones emergentes de las
condiciones interactivas que tipifican paradigmáticamente
las condiciones sociales diversas en que tiene lugar el com
portamiento humano.
1 13
Históricamente, el análisis conductual aplicado surgió
como opción para atacar y solucionar problemas que otras
técnicas o metodologías habían abordado sin eficacia o éxi
to. Así fue que su campo inicial lo constituyó el retardo
en el desarrollo, los programas institucionales con psicó-
ticos y autistas, trastornos neuróticos y los problemas de
manejo de conducta en el salón de clases y en el hogar. La
razón social de su empleo radicaba en su aplicabilidad ge
neral y en su eficacia relativa en problemas de difícil
abordaje mediante otras técnicas. Así fue que, el análisis
conductual aplicado fundamentó su empleo con base en
dos criterios: 1) su generalidad aplicativa como metodo
logía homogénea de evaluación y modificación del com
portamiento; y 2) su eficacia ante problemas de difícil so
lución tradicionalmente.
Sin embargo, aparte de estos criterios, las caracte
rísticas mismas de la aplicación de las técnicas obedecen
también a factores sociales supraordinados e independien
tes que, de ningún modo, se hicieron explícitos en un prin
cipio, y que a partir de los últimos diez años han comen
zado a captar el interés del público en general y a Aiere-
cer un análisis detenido de sus implicaciones y viabilidad
social.
Dos aspectos son importantes en este contexto. Uno,
es la especificidad situacional de los efectos del cambio
conductual (Wahler, 1969), que ha obligado a prescribir
su generalización como parte intrínseca de los procedi
mientos. Otro, relacionado a un doble problema. Por una
parte, las características reactivas de los individuos son
idiosincráticas a su historia social particular, lo que res
tringe de antemano la posibilidad de universalizar la for
ma de aplicación de diversos procedimientos de cambio
conductual. Por otra, el número de profesionales adies
trados es insuficiente para copar con los problemas de la
población que requiere de sus servicios y para crear las
condiciones que aseguren, dada una solución en términos
114
de cambio conductual, su permanencia posterior. Estos
dos aspectos generales influyeron en la importancia cre
ciente adquirida por los paraprofesionales y los no profe
sionales del análisis de la conducta en la aplicación de so
luciones a nivel social. La participación de los paraprofe
sionales y no profesionales se planteó, inicialmente, con
base en consideraciones de orden técnico y metodológico,
sin ahondar en las premisas sociales que la enmarcaban.
De este modo, la necesidad de incorporar a los para
profesionales y a los no profesionales en la aplicación del
análisis conductual, surgió de lo interno de la disciplina,
fundamentada en las siguientes razones:
1) El cambio de conducta es, en la mayoría de los ca
sos, específico a la situación y personas que lo implemen-
tan. El cambio producido en condiciones diferentes a la
situación natural en la que debe darse la nueva conducta,
y en interrelación exclusiva con el profesional responsa
ble, se limita con frecuencia a las circunstancias relativa
mente arbitrarias de dicha interacción profesional y mues
tra una corta permanencia. Por razones metodológicas, se
requiere que la técnica sea aplicada en la situación natu
ral y que los encargados de hacerlo sean las personas que
forman parte de la interacción que define el problema a
resolver. En el caso de instituciones, esta acción corres
ponde a los paraprofesionales, mientras que en el trabajo
con familias y grupos comunitarios, el hincapié es en los
no-profesionales (Tharp y Wetzel, 1969);
2) El número de profesionales requeridos y el costo
que representarían, obliga a diseñar procedimientos y cri
terios para que los propios no profesionales y los para
profesionales ya existentes apliquen las técnicas de cam
bio conductual. Este aspecto, más que ligado a razones
metodológicas, lo está a motivos de eficientización profe
sional; y
3) La especificidad histórico-individual de las carac
terísticas y significación funcionales de los repertorios y
115
ambientes, imposibilita la normatividad, en cuanto a con
tenido, de las técnicas de cambio conductual, y favorece
que, con el concurso de los paraprofesionales y no profe
sionales involucrados en la situación que define el pro
blema a resolver, se facilite la identificación de los ele
mentos que hagan más factible la aplicación eficaz de un
determinado procedimiento. La identificación de «refor
zadores» y otros aspectos relacionados, constituye un ejem
plo de cómo los no profesionales y paraprofesionales se
han incorporado al análisis conductual aplicado, con la
función de suplir pragmáticamente deficiencias teórico-
metodológicas del esquema general de acción profesional.
No obstante, como lo refleja la literatura reciente, la
inserción de ios no profesionales y paraprofesionales en
la aplicación del análisis conductual, trasciende el mero
propósito técnico o metodológico (Wolf, 1976; Kazdin,
1977). Al delimitarse el papel de los no profesionales y
paraprofesionales, ya no sólo como copartícipes técnicos
del proceso profesional, sino también como consumidores
de un servicio, aflora una problemática social con pro
fundas implicaciones.
A fin de plantear un marco que permita justificar la
pertinencia de un criterio de aplicación de las técnicas de
cambio conductual, Wolf (1979) ha señalado tres niveles
rectores: a) la significación social de las metas estableci
das; b) la «justeza» o «propiedad» social de los procedi
mientos empleados, y c) la importancia social de los efec
tos obtenidos. La determinación empírica de criterios de
validación social por parte de los consumidores, es pro
puesta como método de juicio social de la pertinencia de
las acciones profesionales.
Este constituye un punto crucial de análisis, por dos
razones. En primer término, el concepto de consumidor
de servicios profesionales implica una noción particular
sobre la naturaleza del trabajo intelectual especializado y
la determinación ideológica involucrada (Gramsci, 1967;
116
Talento y Ribes, 1980). En segundo término, al plantearse
una validación particularizada y pragmática, se hace caso
ajeno de las determinaciones sociales objetivas que con
figuran las metas, criterios y valores que asumen forma
concreta en la estructura de la relación institucional, pro
fesional y familiar.
Resulta evidente, en suma, que no puede plantearse la
tarea del cambio conductual en forma autónoma de la
especificación de los determinantes sociales e ideológicos
que enmarcan y dan sentido a dicho cambio. La validación
social del análisis conductual aplicado debe darse precisa
mente a través de la explicitación y análisis crítico de es
tas determinaciones, bajo criterios ideológicos precisos
que ubiquen la acción profesional en el contexto de su
valor de uso social real. El problema trasciende el nivel
de lo puramente técnico, y obviamente, rechaza soluciones
aparentes que validan de antemano las predeterminaciones
sociales que legitiman los propósitos y circunstancias de
la acción profesional del analista conductual aplicado. Si
el análisis conductual ha de aportar soluciones nuevas a
viejos problemas, debe hacer manifiesta su vinculación
metodológica con la ciencia básica que lo sustenta en lo
teórico, por una parte, y debe ubicar su inscripción social
como parte de una acción con horizontes ideológicos com
prometidos con un sector u otro de la sociedad. Sabemos
que esto último dará lugar a diversas clases de análisis
conductual aplicado, y que su supervivencia y evolución
histórica dependerá de la dirección de dicho compromiso.
Lo que es insostenible es suponer una neutralidad técni
ca en los criterios que determinan su aplicación social,
pues precisamente dicha neutralidad aparente, constituye,
en la práctica, una toma de posición que es profunda
mente cuestionable. De la discusión y análisis del proble
ma, y de la práctica consecuente con una definición en lo
social y lo ideológico, surgirá sin lugar a dudas, un análisis
117
conductual aplicado que hará contacto con los problemas
humanos esenciales y procurará soluciones a lo indivi
dual que se enmarquen en una concepción de lo colectivo.
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119
6. LA PSICOLOGIA ¿UNA PROFESION?
121
La psicología, ¿cómo definirla?
122
como niveles de segmentación de una totalidad con
creta; y
c) la historicidad específica de cada nivel analizado.
123
conocimiento, sino que en numerosas ocasiones, pueden
oponerse activamente o simplemente ser independientes
uno del otro. La historia de la ciencia y la tecnología es
ilustrativa de cómo un quehacer social demandado por un
estado histórico de desarrollo social, puede anteceder a la
constitución o logro de un conocimiento científico particu
lar, e incluso puede determinarlo en contenido o énfasis.
En el caso particular de la psicología, la relación entre
conocimiento científico (modo de conocimiento) y tecnolo
gía o quehacer social (criterios o modos de aplicación) ha
sido nula o mixtificante de los problemas implicados por
el objeto de análisis teóricos así formulado. El problema
que se plantea, como un primer paso, es decidir, ante la
discrepancia de criterios, cual seleccionar como punto de
partida para definir la inserción profesional, si es que la
hay, de la psicología. La psicología, ¿debe definirse a par
tir de su formulación como contenido específico de un
modo científico de conocimiento? o por el contrario ¿debe
supeditarse a la función social que como trabajo especia
lizado le confiere una sociedad concreta en un momento
histórico de su desarrollo? Es importante señalar que,
ninguna de las dos opciones implica una decisión al inte
rior de la disciplina, sino que ambas representan una toma
de posición que articula el modo de conocer y su aplica
ción social con su determinación y fin sociales.
Así como la aplicación «tecnológica» de un saber tiene
repercusiones y es determinado, a la vez, por su perti
nencia al sistema de relaciones productivas y reproduc
tivas en lo social, el contenido producto del modo cien
tífico de conocer es determinado y empleado igualmente
por concepciones de la naturaleza y la sociedad emanadas
y sostenedoras de una forma histórica particular de rela
ción social. No obstante, consideramos que la opción de
rivada del modo de conocimiento como criterio de identi
dad, trae consigo la posibilidad de contrastación concep
tual autónoma, que se enmascara con mayor facilidad en
124
la urdimbre de las relaciones sociales contenidas en un
modo de producción particular. Por consiguiente, pensa
mos que aun cuando no libre de determinaciones ideológi
cas, la decisión de configurar una disciplina a partir de
su objeto de conocimiento, procura medios pertinentes
para la identificación de un área social de conocimiento ar
ticulada por el modo científico de análisis de lo concreto.
El conocimiento científico, en tanto relativo a segmen
tos organizativos de la realidad concreta, provee de cri
terios de pertinencia que ubican la vinculación de su con
tenido con una inserción social dada como práctica ge
nérica. No determina la problemática social a ser trans
formada, sino los criterios y la pertinencia de su conte
nido a dicha problemática. En otras palabras, determina
el valor de uso como quehacer social del producto de un
modo de conocimiento y no su valor de cambio. Por el con
trario, cuando se enfoca la identidad misma de la discipli
na desde la perspectiva de encargo social, el que la cons
tituye en función genérica dentro de la división del traba
jo, se incurre en la posibilidad de distorsionar su objeto
unilateralmente, como valor de cambio ajeno o simplifi
cado. Como última tesis, se deriva en consecuencia, que:
8) La identidad de una disciplina, se configura, inicial
mente a partir de su especificidad epistémica como modo
científico de conocimiento, y secundariamente, en térmi
nos de la demanda como trabajo con un valor de cambio,
que una sociedad concreta le impone.
125
lación del conductismo por Watson (1913). Sin embargo,
corno ya se ha mencionado, su función social, como proce
dimientos dirigidos a una problemática concreta, se definió
con anterioridad a esta fecha; sin hacer referencia a las
actividades vinculadas con la magia y la locura, la Psico
logía, apareció como acción profesional, en el campo de los
transtornos del comportamiento y en el campo de la edu
cación y la medición de las aptitudes. El psicoanálisis y
la psicología diferencial son su concreción histórica. Las
dos tareas encomendadas a estas formas profesionales se
diversificaron en los años siguientes como adaptación y
evaluación en los campos de problemas definidos por las
instituciones sociales: la escuela, el hospital, la fábrica o
empresa y la «comunidad».
Un vistazo al «estado del arte» en los diferentes cam
pos de la mal llamada psicología aplicada, muestra que los
problemas que se plantea, así como los procedimientos y
soluciones propuestos, surgen de una confrontación prag
mática con la «realidad» que la determinación social le
impone. La vestimenta teórica que arropa dichas prácti
cas es «cortada» a la medida, para justificar —a lo inter
no de la disciplina— su determinación exterior y ajena a
su conformación epistémica. No obstante, su desvincula
ción con lo que denominamos la ciencia básica de la psi
cología es tan evidente que, de hecho su adjetivación de
«aplicada», es totalmente extraña al conocimiento cien
tífico y se adscribe a la fuente que define su problemáti
ca y por consiguiente su existir como trabajo social. Consi
deramos que es, a partir de este divorcio o falta de con
gruencia orgánica entre la psicología como rama del cono
cimiento científico y su empleo social, que se debe replan
tear su función profesional.
No es necesario fundamentar con detalle la existencia
de esta desvinculación orgánica entre ciencia y tecnología,
para afirmar dos puntos, uno de ellos esencial a nuestro
propósito. Primero, la naturaleza coyuntural, en lo social,
126
de los contenidos y propósitos de la llamada psicología
«aplicada». Segundo, la falta de sustentación teórica de su
pragmatismo tecnológico y la «importación» de modelos
ad hoc para legitimar conceptualmente su existencia. Este
último punto nos desviaría de nuestro objetivo presente,
por lo que sólo abundaremos respecto al primero. ¿Qué
se quiere decir cuando se hace referencia a la naturaleza
coyuntural de la psicología «aplicada»? Se significa la apa
rición de ramas de aplicación como respuestas inmedia
tas, externamente determinadas, a demandas sociales en
momentos críticos en lo tecnológico y/o en lo ideológico.
Su justificación parte de su necesidad impuesta y no de
su uso real o potencial como conocimiento aplicable. Así,
la disciplina se configura progresivamente por la sucesión
de tareas encomendadas, sin que exista de hecho una ap
titud o madurez epistémica para ejercerlas. Es análogo al
caso del desempleado que la demanda coyuntural de tra
bajo lo convierte sucesivamente en pintor, carpintero, plo
mero, jardinero y otros oficios más, volviéndolo ajeno a su
origen laboral. La razón de esto es doble. En primer tér
mino, la psicología irrumpió como profesión antes de su
consolidación como ciencia o ingeniería de alguna ciencia.
En segundo término, la naturaleza del sistema capitalista
no sólo enajena el producto del trabajo de la fuerza de tra
bajo que lo produce, sino también al producto social de
las fuentes de conocimiento de su compromiso original,
por lo que convierte al trabajo intelectual en mercancía,
valorándolo en su relación de cambio, y no de uso real.
En este contexto, es pertinente examinar brevemente los
momentos de «crecimiento» de la psicología «aplicada».
Con la primera guerra mundial, y los grandes cambios
operados en la industrialización y redistribución de los
centros de poder mundial, surgió la aplicación de la psico
logía diferencial y su tecnificación psicométrica. Los nom
bres de Binet y Thorndike, entre otros, destacan en este
contexto. La psicología diferencial, interesada en la me-
127
dición de las diferencias individuales (y su posible deter
minación genética) se constituyó en un instrumento prác
tico para, con base en criterios no siempre exentos de
ambigüedad, clasificar a los individuos de acuerdo a la dis
tribución de los puntajes de la población de la que forma
ban parte. Por validez de construcción, se atribuía a las
pruebas y tareas diseñadas, la propiedad de medir aptitu
des (capacidades y habilidades) supuestamente requeridas
por ellas. Aun cuando dichas pruebas normalizadas mos
traron poder distribuir a los individuos en categorías po-
blacionales, nunca se verificó satisfactoriamente en que se
les clasificaba ni la determinación y posibilidad de cam
biar lo evaluado. Las primeras aplicaciones de estas téc
nicas fueron a la educación y al trabajo militar, adquirien
do después un empleo generalizado a prácticamente todas
las esferas de la actividad humana clasificable o evalua-
ble. No es hasta fechas recientes ante ciertos argumen
tos postulando la heredabilidad social (y posiblemente in
dividual) de los puntajes de inteligencia, que afloraron al
gunas de las razones sociales que permitieron el surgi
miento y consolidación de la psicología diferencial. Schoen-
feld (1974) y Kamin (1978) entre otros, han señalado ine
quívocamente las consecuencias ideológicas de su empleo,
al postular diferencias raciales donde no las hay como ta
les, y oscurecer la acción de los factores sociales ligados a
la posibilidad de oportunidades reales equivalentes para
todos los individuos. Igualmente, ha quedado claro el pa
pel social asignado a la psicología diferencial, al estrati
ficar una meritocracia basada en la aptitud socialmente
dada, de modo que los más aptos tienen mayor acceso a
mecanismos de movilidad social que los menos aptos.
Con la Segunda Guerra Mundial se da el segundo esta
llido de crecimiento. Surge el movimiento genérico de
salud mental y la ingeniería humana. Los profundos trans
tornos causados por la subordinación económica, política
y social de países enteros a los intereses monopólicos in-
128
ternacionales se tradujeron en manifestaciones individua
les y colectivas específicas a cada cultura reflejantes de
dichos transtomos. La delincuencia, el alcoholismo, las ati-
picidades sexuales así como los tradicionales problemas de
la enfermedad mental, se clasificaron como casuística del
área de la salud «mental». Se desvió el análisis hacia los
individuos o hacia los grupos sociales como «culturas in
sanas», soslayando la determinación fundamental de las
variables macrosociales, y planteando que el problema ra
dicaba en el «desajuste» de la persona o el grupo respec
to a ciertos valores universales considerados los únicos
indicadores válidos de la salud. No es necesario señalar
que no se discute aquí la existencia misma de los trans
tornos, sino más bien los criterios formulados para su
valoración. El desarrollo de técnicas individuales (clíni
cas) y sociales (dinámica de grupos) para adaptar a los
transtornados, constituyó un común denominador del tra
bajo aplicado bajo el rubro de psicología clínica social.
Algunos cuestionamientos recientes provenientes de enfo
ques tan diversos como el análisis conductual, la antípsi-
quiatría y la sociología de la salud, han planteado la nece
sidad de revalorar la justificación de estos objetivos profe
sionales, al margen de la utilidad y validez científica de los
resultados obtenidos y procedimientos empleados.
La ingeniería humana representa el interés por «huma
nizar», y en esa medida tornar más eficiente, la mecani
zación y automatización promovidas por la electrónica mo
derna. Su aplicación aún cuando espectacular, y por su
naturaleza instrumental, estrechamente vinculada a la in
vestigación controlada, se ha visto limitada a sociedades
con niveles avanzados de industrialización. No hay que ol
vidar, sin embargo, que como tecnología surgió del desa
rrollo de la industria militar en la Segunda Guerra Mun
dial, y de su aplicación al aumento de la productividad
industrial.
129
¿Existen campos de aplicación directa de la Psicología?
130
sional, relativo a las condiciones en que el hombre inter
actúa? Obviamente nos estamos refiriendo a disciplinas
aplicadas como la administración, la antropología social,
la pedagogía, la medicina y sus variantes paramédicas, el
trabajo social y otros más.
¿Qué estatus guarda la Psicología en relación a estas
profesiones? Es de todos conocida la ambigüedad de los
límites trazados respecto a su inserción social, y los con
flictos que surgen de yuxtaposiciones o vacíos creados en
torno a esta indefinición. Si analizamos detenidamente la
constitución de las disciplinas profesionales recién men
cionadas, resaltan dos características: la primera, es que
difícilmente puede atribuírseles a dichas disciplinas un ni
vel epistémico específico propio, diferente al encargo so
cial que las define. Es así que la administración, la medi
cina y restantes disciplinas se constituyen en tanto tales
como conjuntos de técnicas y procedimientos dirigidos a
la solución de problemas concretos, bajo el marco de re
ferencia de una institución social. La reflexión sobre la
naturaleza de dichos problemas es efectuada al nivel de
las ciencias básicas que pueden sustentarlas en relación
a ellos, como es la Biología, la Sociología, etcétera. La se
gunda característica es que las disciplinas profesionales
mencionadas se ejercen en contacto directo con los usua
rios de servicios definidos por instituciones sociales, y sin
la posibilidad de esa acción directa carecerían de signifi
cación en lo absoluto. No rebasarían el marco de las con
diciones puramente valorativas e ideológicas, si no pudie
ran actuar directamente en la transformación de las con
diciones que definen su ejercicio.
Si aceptamos, por consiguiente, que las disciplinas es
trictamente profesionales que tratan con el comportamien
to humano en el ámbito social, carecen de un cuerpo epis
témico propio y a la vez se definen por su contacto di
recto con las condiciones problema y los usuarios involu
crados, tenemos que resolver la cuestión de si la Psicolo
131
gía se encuadra o no en esta caracterización. En tanto
posee una organicidad epistémica en el modo científico de
conocimiento no cumple con el primer requisito. El se
gundo ahora debe discernirse de la siguiente manera: ¿Tie
ne la Psicología una aplicabilidad específica al margen
de la educación, la salud, la administración, el trabajo, la
organización y desarrollo social, etcétera? Si la respuesta
es negativa, como consideramos debiera ser, se plantea en
tonces la siguiente cuestión. ¿Cuál es pues el encargo so
cial de la llamada Psicología Educativa, Psicología Clíni
ca, Psicología Laboral, Psicología Social y Comunitaria?
Parece que la respuesta se configura por sí sola: ninguno,
como áreas específicas de acción profesional directa, pues
ello implicaría sustituir, desventajosamente, a disciplinas
que constituyen ingenierías socialmente asignadas a di
chos campos de la relación social.
¿Qué es lo que planteamos entonces? ¿Acaso que la
Psicología y sus tradicionales compartimentos institucio
nales carecen de identidad profesional? La respuesta es
afirmativa y negativa a la vez. Afirmativa, en tanto que los
campos que la Psicología parece reclamar como propios,
en realidad por la historia social de la división del tra
bajo profesional, han sido ya asignados con anterioridad
a otras disciplinas. Negativa, en tanto consideramos que
la acción directa no constituye la única forma de profe-
sionalización de una disciplina.
Las disciplinas que poseen la característica de poseer
un espacio propio específico en el modo científico de co
nocimiento, canalizan su acción profesional de manera di
versa a aquellas otras que existen en tanto ingenierías téc
nicas sociales, dedicadas a la solución de problemas con
cretos, en lo práctico. Su encargo social se configura como
acción indirecta sobre los usuarios en las condiciones pro
blema concretas. Indirecta, en tanto se ejerce a través de
las disciplinas estrictamente profesionales insertas social
mente para ejercer el contacto directo con dichas condi-
132
ciones. Pero ¿en qué consiste esta acción indirecta? ¿Cuál
es su contenido y propósito?
La acción indirecta consiste en transferir, mediante
un proceso de adaptación tecnológico específico, el cono
cimiento de la ciencia básica pertinente a las acciones pro
fesionales directas de las ingenierías implicadas de un
modo u otro. De esta manera, consideramos que la Psico
logía actúa profesionalmente siempre mediada por una
disciplina estrictamente aplicativa, y que su acción es la
de tomar problemas y transferir conocimiento traducible
a soluciones concretas. Por ello, la Psicología, se ve en
vuelta, por definición, en acciones sociales de naturaleza
ínter y multidisciplinaria. Es su ejercicio mediado el que
le imprime esta característica.
Si concebimos a la Psicología como una profesión de
acción o contacto indirecto, se plantean al interior de su
organicidad disciplinaria, dos problemas fundamentales:
1) La reconfiguración de los canales de transferencia
de conocimientos (categorías y técnicas) entre la ciencia
básica y la aplicada. La Psicología «aplicada» debe pro
curar integrarse orgánicamente al cuerpo científico de la
Psicología haciendo a un lado las consideraciones estricta
mente pragmáticas que la definen. Por su parte, la ciencia
básica debe replantearse la pertinencia de los problemas
estudiados y la naturaleza de sus paradigmas y catego
rías, de modo que el conocimiento producido sea realmen
te pertinente al dominio de lo natural y lo social con
cretos;
2) El replanteamiento correspondiente a la naturaleza
e identificación de lo psicológico concreto en los campos
aplicados de la educación, el trabajo, la salud, el desarro
llo social, etcétera, con el fin de superar las estrategias
profesionales hasta hoy adoptadas: reducir estos campos
a problemas estrictamente psicológicos, o bien negar la re
levancia de lo psicológico y buscar en lo sociológico o lo
biológico la solución lineal a problemas que no están co-
133
rrectamente formulados. La educación, por ejemplo, no es
campo específico de acción profesional de la Psicología,
y es por consiguiente tan absurdo intentar reducir los pro
blemas de la educación a una psicología educativa, como
buscar la sustitución de una psicología educativa inexis
tente en las teorías pedagógicas o sociológicas n. La natu
raleza mediada de la Psicología profesional, debe permitir
ubicar con justeza su especificidad de contenido así como
sus interrelaciones disciplinarias.
134
ciencia y la investigación constituyen a partir de este si
glo una profesión en sí, la acción de mediar el conoci
miento científico a un no profesional de la ciencia cons
tituye una forma de desprofesionalización a. De este modo,
el psicólogo como profesional de la investigación aplicada
y tecnológica, desprofesionalizaría el conocimiento en la
medida en que mediría su transferencia de investigador
básico que lo produce, al profesional exclusivo que lo apli
ca en el contexto de muchos otros conocimientos trans
feridos y procedimientos diseñados específicamente. A la
vez que es mediado como profesional, su acción es me
diada en tanto transfiere conocimiento altamente profe
sionalizado en su lenguaje y condiciones de producción.
La desprofesionalización, sin embargo, no se restringe
a esta función mediadora del conocimiento científico. Adop
ta modalidades adicionales que se inscriben en la confor
mación última de un perfil profesional de la psicología.
Una de ellas, es la desprofesionalización como modo so
cial de división del trabajo. Aun cuando ya hemos toca
do este punto previamente (Talento y Ribes, 1980), es me
nester subrayar algunos aspectos. Destaca entre otros la
forma orgánica en que el profesional, como trabajador in
telectual, se inserta en el sistema productivo directamente,
o en el aparato ideológico que permite mantener la hege-
1 35
monía de la clase propietaria de los medios de producción,
y por consiguiente reproducir las relaciones de producción
específicas a su forma de apropiación del producto del
trabajo. Además, es importante señalar no sólo su inscrip
ción social, sino su papel determinado como fuerza de
trabajo en el contexto del propio sistema en que se inser
ta. Una característica del sistema capitalista y de las for
mas de transición al socialismo conocidas, es la estratifi
cación social de la fuerza de trabajo que a través de la
división del trabajo impide la igualdad efectiva de oportu
nidades de desarrollo de las capacidades, y la retribución
del trabajo sin correspondencia a las necesidades del que
lo realiza. La desprofesionalización en este sentido pro
porcionaría una opción, en un sistema con las caracterís
ticas delineadas, para romper por un lado con la necesaria
inscripción del profesional en un bloque hegemónico
(Gramsci, 1967) y por el otro la desigualdad de oportuni
dades y retribuciones intrínsecas en una división del tra
bajo altamente compartimentalizada. La desprofesionali
zación se concibe así en un doble aspecto. Por una parte,
vulnera el monopolio social del conocimiento reflejado en
la división del trabajo manual e intelectual, y las diversas
formas de estratificación de este último, como ocurre en
el caso de las profesiones. Por otra, entra en contradic
ción con los valores y criterios que la clase hegemónica
impone a través de las instituciones sociales, en tanto pro
cura de un espacio autónomo a los usuarios de dicho tra
bajo especializado. En el caso concreto de la psicología,
la desprofesionalización significa:
136
uso de dicho conocimiento, al margen de las insti
tuciones sociales que determinan su selección y for
ma de aplicación.
137
mente en países con deficiencias de servicios instituciona
les y bajos índices de incorporación educativa.
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