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Departamento de Psicología

Teoría del Psicoanálisis II

El trabajo metodológico: La disciplina del comentario

Sara Lía Chiavaro.

La disciplina del comentario es un ejercicio de larga data, de tradicional escuela


europea, que ha sido retomado por el psicoanálisis como modalidad de trabajo
principal.
Consiste en la selección de un párrafo de interés de un texto y su análisis
minucioso, detallado, a fin de obtener de él las respuestas que plantea a alguna de
las preguntas que propone el mismo.
El objetivo principal es poner en trabajo la metodología de la interrogación, punto
de partida de los trabajos investigativos, desarrollando una técnica basada en el
respeto por la obra del autor, para luego proceder a una hermenéutica del mismo.
Tomar tramos pequeños de un texto no implica en absoluto “descontextualizarlo”,
muy por el contrario, el contexto es fundamental para el comentario e interviene en
el mismo.

¿Qué significa comentar?


Comentar, en términos generales, según definición de la Real Academia
Española es: “dar explicaciones y opinión acerca de una cosa”. Sin bien
respetamos esta definición del RAE, la metodología que proponemos desarrollas
está bien lejos de basarse en una opinión, sino que intenta escudriñas conceptos
para aclararlos y lograr definiciones precisas.
Otras definiciones se aproximan más a nuestra intención, aquellas en las que un
comentario: “es lo que aporta una explicación, un esclarecimiento de la cosa”
O aquellas otras según las cuales se trata de: “exposición e interpretación de
información”; siendo para la lingüística: “parte del enunciado que agrega algo de
nuevo al tema”(dicc. Larousse.Lexis.1992).
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Se trata entonces de: exponer lo que el texto propone a fin de explicitarlo y


explicarlo, esclarecer sus términos, tarea que no podría hacerse de otro modo que
interpretándolo, dentro del contexto de la obra de un autor.
La intención de la propuesta es trabajar sobre un texto para que resulte del mismo
la producción de algo nuevo, nuevo en el sentido de un plus, un aporte, algo más
que viene a decirse a partir de un decir previo.

¿Por qué hablamos de disciplina?


El término de disciplina se asocia directamente a la observancia de reglas.
¿Y qué son las reglas?
Lejos de las definiciones coercitivas y morales que se ligan a ellas, lo que
encontramos es que se trata de elementos que nos indican que no es posible
hacer las cosas de cualquier modo, sino a través de un método.
Las reglas ordenan, dirigen, establecen vías a seguir, muestran caminos,
determinan condiciones necesarias para que se logre tal o cual objetivo. Se trata
de establecer las reglas del trabajo de comentario. Sin ellas no es posible realizar
una apuesta de explicitación rigurosa. Ellas establecen un marco de acción.

¿Hay reglas para la lectura rigurosa de un texto?


Tomaremos la propuesta de Umberto Eco, que en su libro “Interpretación y sobre
interpretación”1 en donde trabaja sobre la dialéctica entre los derechos de los
textos y los derechos de los intérpretes, a partir de observar que en las últimas
décadas se ha hecho demasiado hincapié en los derechos de los intérpretes y
esto ha acarreado algunas desviaciones.
El planteo es interesante. Lo que considera como el trabajo de “crítica”, que motiva
su investigación es haber encontrado que hay textos que se vuelven “sagrados”
para ciertas culturas, siendo frecuentemente objeto de “lectura sospechosa” y de
un “exceso de interpretación.

1 Umberto Eco, Interpretación y sobre interpretación; Gran Bretaña, Cambridge University


Press, 1995
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¿Qué significa “lectura sospechosa”?


Que se intenta buscar sentidos ocultos en el texto, más y más, lo que lleva a un
infructuoso gasto de tiempo y energía.
Comenta Eco que en torno a este tema se produjo un debate clásico que intentaba
decidir si lo que se descubría en un texto era lo que el autor intentaba decir, la
intención del autor, o lo que el texto decía independientemente de las intenciones
de su autor; es decir, si de lo que se trata en la lectura era de la intención del
texto.
Si tomamos esta segunda posibilidad se abre la siguiente cuestión: ¿lo que
encontramos en el texto es lo que el texto dice en virtud de su coherencia textual
interna y de un sistema de significación subyacente original; o lo que el lector
descubre en función de su propio sistema de expectativas?
Sin duda, ambas cosas están en juego: hay algo que vamos a buscar al texto pero
también hay algo que allí se muestra , y en general eso que encontramos más allá
de lo que esperábamos –es decir, de lo que ya sabemos- , es precisamente lo que
no se comprende, las oscuridades del texto, las dificultades.
Entonces, entre la intención del autor y la intención del intérprete, existe la
intención del texto. Y la intención del texto no aparece en la superficie textual, o, si
aparece, lo hace en el sentido del A. Poe en el cuento “La carta robada”: hay que
decidir verla. Lo cual nos lleva a considerar que sólo es posible hablar de la
intención del texto como resultado de una conjetura por parte del lector. Esta
conjetura debe ser estrictamente rigurosa, producto de una aplicación
metodológica adecuada.
¿Ven cuál es la dialéctica? La intención del texto tiene que ver con una coherencia
textual interna, pero ésta se construirá desde afuera, requiere del lector que es
quien hará la conjetura sobre la intención del texto.
¿Y qué es una conjetura sino una hipótesis interpretativa?
El texto, entonces, termina siendo lo que la interpretación del lector hace de él, y a
lo que vamos, es a ver dónde está la regulación de ese acto, puesto que partimos
de sostener que no es posible decir cualquier cosa.
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Tenemos:
-la intención del texto
-la interpretación del lector que la construye
-el hecho de que tal interpretación está sujeta a ciertas “reglas”, o, digamos mejor,
requiere de una disciplina.
El texto no es entonces el referente al que acudimos para verificar nuestras
interpretaciones sobre un tema (lo que al mismo tiempo genera un criterio de
autoridad del orden de: “vean que es como yo digo porque lo dice
Lacan”) sino que es el producto de una interpretación.
Podríamos decir: “el texto es su interpretación”, lo que inevitablemente nos evoca:
“el deseo es su interpretación”(Sem.VI de J.Lacan), afirmación que, del mismo
modo, no significa que ese deseo pueda ser cualquiera según decisión arbitraria
del analista, sino que indica el modo en que se articula al Otro y en el Otro.
En la clínica nos suele suceder, cuando recién recibidos nos encontramos con los
primeros pacientes, que tomamos el texto de su discurso como lugar donde validar
hipótesis diagnósticas previas, nos interesa de lo que el paciente dice aquello que
nos permite aplicar lo que sabemos, por ej: si fenómenos conversivos, queja,
insatisfacción, entonces, histeria. Y nos perdemos por supuesto, aquello de lo que
se trata: la fractura, lo que no se entiende, la pregunta del paciente, aquello que
comience a darnos una pista sobre las vicisitudes de su deseo.
Eso está aún lejos de la clínica psicoanalítica donde se trate del deseo y éste sea
su interpretación.
Ahora bien, retomamos, con Eco, nuestra pregunta: ¿Cómo demostrar la validez
de una conjetura acerca de la “intentio operis” (intención del texto)?
Primeramente –ya lo mencionamos- será en función de la coherencia interna del
texto, esto es, si la confrontación de distintos fragmentos del mismo acepta la
lectura en cuestión, la confirma, la potencia; en cambio quedará invalidada si no
se sostiene en la confrontación, si se ve refutada por algo que aparece en el
mismo texto.
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Al decir de Eco: “la coherencia textual interna controla los de otro modo
incontrolables impulsos del lector”2.
A esa coherencia textual interna le llamamos nosotros comúnmente “lógica”,
hablamos por ejemplo de la lógica de un caso, esto es, la posibilidad de ordenarlo
en función de una argumentación racional fundada en un criterio clínico; lógica que
permite la construcción del caso a partir de la cual pensar la dirección de la cura.
Que haya límites para la interpretación no significa que no sea potencialmente
ilimitada. Todo texto es factible de múltiples e innumerables interpretaciones, no
tiene potencialmente fin, lo que no quita que un acto de interpretación pueda tener
un final. Esa es la idea con la disciplina del comentario: configurar algunas
respuestas sin que éstas sean únicas ni definitivas.
Muchas veces nos ocurre que después de leer un escrito de Lacan o cualquier
texto de Freud lo descubrimos como si fuera la primera vez. Y ello porque lo
volvemos a leer en función de una problemática nueva. Pero ni aún leyéndolo
millones de veces podremos encontrar por ej. En “Posición del Inconsciente” algún
elemento para pensar sobre química inorgánica. El ejemplo es grotesco, pero da
una idea de adónde nos conducen las “interpretaciones sospechosas” de las que
hoy hablábamos.
En el ejercicio de un análisis esto se traduce en maniobras tendientes a forzar la
atribución de significación a elementos fortuitos y sin importancia Por ejemplo
cuando se le pide a un paciente que asocie sobre un elemento del sueño que al
analista le pareció interesante (la tan mentada “atención flotante”); o sobre algo
que dijo al pasar y entonces, porque lo dijo al pasar ha de ser importante;
deformación de lo que son los quiebres, las caídas del discurso, los puntos de
presentificación evanescente del sujeto del inconsciente.
De allí que en el Seminario XI: “Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis”, cap.XIX: “De la interpretación a la transferencia”, Lacan se
preocupa en aclarar que “la interpretación no está abierta a todos los sentidos”;

2 Ibídem. Pág. 70.


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que es absurdo plantear que todas las interpretaciones son posibles; que la
interpretación es una significación que no es cualquiera. Y que lo que busca, -y
aquí nos adentramos en lo que es privativo de la interpretación en la clínica
psicoanalítica y que hace a la lógica que la sustenta- , que lo que busca entonces,
como efecto, es aislar en el sujeto un hueso de no-sentido, un significante
irreductible, (lo que toca nuestro tema, la pulsión ya veremos que qué modo).
Por otra parte, en la particularidad de nuestra práctica, la interpretación que
hagamos de un texto teórico no será nunca ajeno a nuestra clínica, por el
contrario, no podría dejar de fundarse en ella.
Así como la dirección de una cura depende –lo sepa el analista o no- del concepto
que éste tenga de la transferencia y el modo en que – en consecuencia- opere con
ella; así también la interpretación que haga de la teoría estará intrínsecamente
ligada a sus preocupaciones clínicas, a las preguntas que la clínica le genera, y a
las respuestas que va formalizando en función de las curas que dirige.
Y es la clínica la que vendrá a confirmar o refutar las conjeturas teóricas, así como
a aportar las articulaciones esclarecedoras de posibles paradojas conjeturales. Tal
la intertextualidad entre teoría y clínica.
Por otra parte la clínica no es en sí misma sino desde el lugar de cada analista,
desde el modo en que se inscribe su deseo de analizar en el marco de la
particularidad de cada caso.
Decimos entonces que:
-el texto es su interpretación
-dicha interpretación no es, en psicoanálisis, sin la clínica
- y la clínica no es sin el deseo del psicoanalista.
Ahora bien, hablamos de los límites del acto interpretativo y al mismo tiempo
afirmamos que todo texto es susceptible de innúmeras interpretaciones. No siendo
esto ninguna paradoja.
¿En qué nos fundamos para decir que las interpretaciones son potencialmente
ilimitadas?
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Por supuesto, en la estructura del significante que nos enseña que no es posible
decirlo todo, por más que lo intentemos, por más que hablemos durante años
siempre nos quedará algo por decir. La estructura del significante alberga en su
seno una falta que lo define, falta que exige su articulación con otros significantes
para que algo pueda decirse y que al mismo tiempo condena a ese decir a ser un
medio-decir, lo cual no es en absoluto un menos-decir. Que, correlativamente a la
estructura del significante la verdad sea no-toda hace que sólo se acceda a ella
por aproximaciones parciales. Partes, trozos de verdad pueden ser extraídos de
múltiples lecturas.
De allí que no hay LA interpretación, una y sólo una interpretación verdadera de
un texto. Y aún más, sería imposible que la hubiera.
En relación a ello una lingüista contemporánea, Graciela Reyes, argentina
lamentablemente (para nosotros) radicada en los Estados Unidos, en un libro
titulado “Polifonía textual”, plantea que aunque un discurso permanezca
literalmente idéntico cada cosa que se diga sobre ese discurso, cada cita, será
diferente porque se produce en otro momento del tiempo, en otro contexto. Para
dar un ejemplo extremo, dice que si alguien reprodujera textualmente, “El Quijote”,
ni aún así sería una réplica exacta, ya que por aparecer en otra época y firmado
por otro autor, dice ya otra cosa que aquél, es otro libro, y el acto mismo de hacer
un libro idéntico a un clásico introduce una nueva lectura (muchos se preguntarán
qué quiere decir ese libro en ésta época, se lo interpretará como mensaje político,
se lo leerá detalladamente buscando la diferencia con el primero -es decir con
“otro” libro como referencia permanentemente presente-,etc,etc.). Por lo que leer
este Quijote será por completo diferente a leer aquel otro. Y ello sencillamente en
principio porque este es el segundo, otro número, que hace que ni siquiera sea lo
mismo que leer el primero dos veces.
Esto nos conduce a la idea de que no hay pureza textual y por lo tanto no hay
plagio –o lo hay todo el tiempo, inevitablemente-; y tampoco hay ortodoxia, ya que
no hay texto que no esté sometido a la “perversión” de ser leído, lo que lo altera
inevitablemente.
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No hay plagio, entonces, porque no hay texto ortodoxo, es decir, que sea
verdadero fuera de la interpretación que se hace de él.
Por otra parte, tampoco hay pureza interpretativa ya que al leer, como al escribir
citamos permanentemente a otros autores, a otros textos, y ello porque todo
discurso –bien lo sabemos nosotros- incluye otras voces, otros decires, es
“polifónico”3. ¿Quién es dueño de su palabra? En la clínica encontramos: “…lo que
siempre decía mi mamá…”, y aún dichos tácitos, implícitos, hechos carne por
identificación; decires que se citan en el sujeto al punto de no poder éste
sustraerse a ellos incluso ante la evidencia de su presencia.
Un texto escrito con fines científicos evoca también una historia de textos, es
producto de entretejidos textuales de modo tal que, aunque la honestidad
intelectual del autor pretenda referirlos no podrá hacerlo en su totalidad, ya que
desconocerá él mismo ciertas fuentes que se dicen en sus ideas.
Graciela Reyes da como ejemplo paradigmático de polifonía textual, en literatura,
la obra de Borges. Dice así: “Los cuentos de Borges suelen estar construídos
sobre un texto anterior, literario o no, del que el cuento es una nueva versión, un
‘resumen’, un comentario, una supuesta reseña. El narrador indica su fuente en el
texto mismo, o en notas, prólogos y epílogos. Creo que la intención es notoria:
mostrar el mecanismo, buscar la confabulación irónica, hacer recordar al lector
que lo que va a leer, ha leído o está leyendo es un ya dicho porque todo texto lo
es, debe serlo y de eso se trata. En el ya dicho hay una colección, en principio
infinita, de locutores y sus correspondientes interlocutores. Lo ya dicho es un ya
leído (u oído) ante todo por el mismo que ahora lo reescribe, y que entonces se
confunde con los infinitos locutores e interlocutores anteriores, ocupa su lugar en
el espacio ilimitado de la producción textual y hace caer en él al lector (…) la obra
de Borges está construida a conciencia en el uso y el abuso –en el agotamiento-
de la cita. La literatura de Borges trata de la literatura, de temas ya tratados, de

3 Reyes, Graciela. “Polifonía Textual”. Editorial Gredos.1995


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problemas ya muchas veces expuestos, de personas que son personajes. Sin


embargo Borges es ‘original’.”4
El discurso es multívoco por estructura, y la variedad de voces de su composición
no atenta contra lo nuevo y distinto.
UNA interpretación introduce al menos una novedad, la de fundar una nueva
secuencia. Por el sólo hecho de ser un recuento, constituye un nuevo decir. Y ello
porque quien lee el texto lo hace desde un lugar no compartible que es el de la
pregunta que quiere responderse, lo que allí busca; que aunque sea “igual” a la de
otros es diferente, y aunque pueda transmitirla es particular, lo que se verá
precisamente en las respuestas que construya.
En “La Cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis” (p.404 en
francés; p.147-8 ed. Castellana Siglo veintiuno), dice Lacan refiriéndose a la obra
freudiana y propiciando un retorno al sentido de sus
textos: “Textos que se muestran comparables a aquellos mismos que la
veneración humana ha revestido en otro tiempo de los más altos atributos, por el
hecho de que soportan la prueba de esa disciplina del comentario, cuya virtud se
redescubre al servirse de ella según la tradición, no sólo para volver a situar una
palabra (parole) en el contexto de su tiempo, sino para medir si la respuesta que
aporta a las preguntas que plantea ha sido o no rebasada por la respuesta que se
encuentra en ella a las preguntas de lo actual”.
Destaca allí entonces la coherencia textual interna de la obra freudiana, puesta a
prueba por la disciplina del comentario, a la que le atribuye la virtud de “volver a
situar una palabra en el contexto de su tiempo” y también la de poner a prueba
esa palabra en lo que hace a su posibilidad de responder a los problemas clínicos
actuales.
Este segundo criterio, pragmático, es para mí fundamental.
Que las articulaciones teóricas que de aquí surjan sirvan para nuestra clínica,
sean clínicas, aporten algo de luz para el avance de una cura.

4 Ibídem. Págs. 47-48


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La idea, entonces, con la disciplina del comentario es penetrar en algunas


cuestiones que aparecen oscuras en el texto, tanto teórico como clínico, lo cual es
paradigmático cuando hablamos de pulsión, definida por Freud como “el elemento
más oscuro de la investigación psicoanalítica”.
Para poder pensar algo sobre los párrafos que vamos a tomar en análisis, es
necesario no comprender. No comprender es la premisa necesaria para poder
pensar, escuchar, leer.
En el Cap VII (La tópica de lo imaginario) del Seminario I: “Los escritos técnicos de
Freud” (1953-54), p.87-8 en francés, dice Lacan: “Lo que cuenta, cuando uno
intenta elaborar una experiencia, no es tanto lo que se comprende como lo que no
se comprende (…). Es en ello en lo que el método de los comentarios se revela
fecundo.

Comentar un texto es como hacer un análisis.


Cuantas veces he hecho observar a quienes controlan cuando me dicen – creo
comprender que él quería decir esto o aquello- una de las cosas de las que
debemos cuidarnos es de comprender demasiado ,de comprender más de lo que
hay en el discurso del sujeto.
Interpretar e imaginarse comprender no es en absoluto lo mismo. Es exactamente
lo contrario. Diría incluso que es sobre la base de un cierto rechazo a la
comprensión que franqueamos la puerta de la comprensión analítica”.
Entonces tenemos que: la lectura de un texto científico requiere de no
comprender, al menos no demasiado rápido; así como no comprender lo que un
paciente dice es apostar a su deseo.
Para terminar con lo que hace a la disciplina del comentario quisiera plantear una
última cuestión que pone nuevamente en contacto a este ejercicio de transmisión
con nuestra praxis y que paso a formular de la siguiente manera: hay una
disciplina del comentario como hay una dirección de la cura.
En “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958) Lacan habla de
táctica, estrategia y política para todo tratamiento análisis.
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Tomando algunos conceptos de Karl von Clausewits en “De la guerra” 5, decimos


que la táctica, tiene que ver con la forma en que se desarrollan los encuentros
aislados, es decir, cada encuentro a lo largo de una guerra (la metáfora no es feliz
pero sí de utilidad); la estrategia es el modo en que se organizan esos encuentros
aislados a los fines de la política, que es el objetivo de la guerra.
El modo de trabajar este año la disciplina del comentario, supone como táctica:
que cada encuentro sea una unidad funcional en sí misma; que funcione
dinámicamente permitiendo extraer del análisis detallado del texto, cada vez, un
trozo de verdad respecto del tema central.
La estrategia tiene que ver con la forma en que cada comentario se articula con
los demás en función de una política que aspira a pensar el concepto de pulsión
en ese momento crucial de la enseñanza de Lacan que es el año 1964; y también
a ejercitarnos en una modalidad de transmisión que se aproxima mucho, en su
ética al ejercicio mismo del psicoanálisis.
Una última idea: dijimos con anterioridad que considerar la estructura del
significante nos permitía afirmar las posibilidades potencialmente ilimitadas de
interpretar un texto. Pero que el contexto, la coherencia textual interna y el criterio
pragmático proporcionaban los límites a ser respetados por cualquiera de ellas.
En el discurso de nuestro analizante estos márgenes están dados radicalmente
por el marco de su fantasma.
Ambos textos comparten de modo bien diverso el hecho de estar sujetos a una
“estructuración limitada de la situación en términos significantes”.
En el cap. III del Sem. XI, titulado:”Del sujeto de la certeza”, dice Lacan
(p.47): “¿…por qué relacionar esto con aquello en vez de con cualquier otra cosa?
Indiscutiblemente Freud nos lleva así al centro de la pregunta que plantea el
desarrollo moderno de las ciencias en tanto demuestran lo que podemos fundar en
el azar.

5 Von Clausewitz, Karl. “De la guerra”. Editorial Labor. 1994.


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En efecto, no puede fundarse nada en el azar –cálculo de probabilidades,


estrategias- que no entrañe una estructuración previa y limitada de la situación en
términos de significantes.
Cuando la teoría moderna de los juegos elabora la estrategia de dos
contrincantes, ambos se enfrentarán con las probabilidades máximas de ganar si
cada uno tiene la posibilidad de razonar como el contrario. ¿Qué da su valor a una
operación de esta índole? Pues sencillamente que el mapa ya está trazado, en él
están inscritos los puntos de referencia significantes, y la solución no podrá nunca
rebasarlos”.
Es por ello que la “asociación libre” pretende serlo en el sentido de que lo que de
allí surja -deseo del analista mediante- libere en algo al sujeto de sus “patéticas”
ataduras a los significantes que lo determinan. Pero esa “libertad” asociativa
sabemos que no es en el sentido de decir cualquier cosa, ya que eso no es
posible para ningún ser hablante. Lo que diga estará sujeto a los significantes que
lo determinan –fantasmáticamente si la metáfora del padre ha operado-; a su
articulación histórica; así como al modo particular en que esos significantes se
incrusten en su cuerpo, conformándolo. Nada puede fundarse en el azar, el mapa
ya está trazado, en él están inscriptos los puntos de referencia significantes, y la
solución no podrá nunca rebasarlos.
Esto establece sin duda, los límites de cualquier interpretación posible, al mismo
tiempo que propicia infinidad de jugadas (la responsabilidad de las mismas queda
a cargo de los participantes), es decir que inaugura innúmeras posibilidades
combinatorias.
Y nos conduce –entre textos y significantes- al dominio de LA LETRA.
La letra es ese trazado que inscribe un rasgo, un borde, un margen que no podrá
ser rebasado. Letra que podría haber sido cualquier otra, y en ese sentido es
contingente, pero que una vez inscripta queda fijada; es ésa y ninguna otra.
Así, los significantes que determinan al sujeto podrían haber sido otros.
Lacan se refiere a ello en términos de “tirada de dados” de la que depende lo que
a cada uno le toca en suerte. Lo contingente se liga en este sentido, en principio,
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al azar. Pero una vez realizada la tirada, aquello que resulta se fija en una letra (es
un número) que diferencia ese rasgo de cualquier otro.
Y una vez que se fija deviene único y necesario, no podría ser otro.
Jean Claude Milner, en su libro “La Obra Clara”6 pone en relación a la ciencia y al
sujeto del psicoanálisis en éste punto en q ambos responden a una ley necesaria y
absoluta al mismo tiempo que contingente.
Dice que:”La letra es como es, sin razón alguna que la haga ser como es; al
mismo tiempo no hay razón para que sea diferente de lo que es. Y si fuese
diferente de lo que es, sería solamente otra letra. A decir verdad, a partir del
instante en que es, permanece y no cambia (‘el único número que no puede ser
otro’). Como máximo un discurso puede [se refiere en este caso a la Ciencia] no
cambiarla sino cambiar de letra”.
Este “no podría ser de otro modo que como es” no se funda en la fe religiosa (“Es
el que Es”), sino que resulta de una lógica que abre los márgenes de
determinación del sujeto. No se trata de afirmar que necesariamente no podría
haber sido de otro modo (idea cristiana), sino por el contrario: ”podría haber sido
de otro modo pero desde que así se inscribe no podría haber sido de otra
manera”. Esta diferencia fundamental es lo que vacía de ser a éste del que
hablamos al mismo tiempo que afirma su existencia lógica, la existencia lógica del
sujeto que surge de esa tirada de dados.
Lo que se produce entonces es “… el paso del instante anterior en el que el ser
hablante podría ser infinitamente otro de lo que es –en su cuerpo y en su
pensamiento- al instante ulterior en el que el ser hablante, debido al hecho de su
contingencia misma se transformó en algo muy parecido a una necesidad eterna”.
Determinismo que no es una condena, un destino inconmovible, sino –insisto- un
marco sin el cual no habría posibilidades de elección para un sujeto.

6 Milner, de Jean-Claude. “La Obra Clara”. Ed. Bordes Manantial. 1996. Pág.159/60.

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