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Chiavaro - El Trabajo Metodológico, La Disciplina Del Comentario PDF
Chiavaro - El Trabajo Metodológico, La Disciplina Del Comentario PDF
Tenemos:
-la intención del texto
-la interpretación del lector que la construye
-el hecho de que tal interpretación está sujeta a ciertas “reglas”, o, digamos mejor,
requiere de una disciplina.
El texto no es entonces el referente al que acudimos para verificar nuestras
interpretaciones sobre un tema (lo que al mismo tiempo genera un criterio de
autoridad del orden de: “vean que es como yo digo porque lo dice
Lacan”) sino que es el producto de una interpretación.
Podríamos decir: “el texto es su interpretación”, lo que inevitablemente nos evoca:
“el deseo es su interpretación”(Sem.VI de J.Lacan), afirmación que, del mismo
modo, no significa que ese deseo pueda ser cualquiera según decisión arbitraria
del analista, sino que indica el modo en que se articula al Otro y en el Otro.
En la clínica nos suele suceder, cuando recién recibidos nos encontramos con los
primeros pacientes, que tomamos el texto de su discurso como lugar donde validar
hipótesis diagnósticas previas, nos interesa de lo que el paciente dice aquello que
nos permite aplicar lo que sabemos, por ej: si fenómenos conversivos, queja,
insatisfacción, entonces, histeria. Y nos perdemos por supuesto, aquello de lo que
se trata: la fractura, lo que no se entiende, la pregunta del paciente, aquello que
comience a darnos una pista sobre las vicisitudes de su deseo.
Eso está aún lejos de la clínica psicoanalítica donde se trate del deseo y éste sea
su interpretación.
Ahora bien, retomamos, con Eco, nuestra pregunta: ¿Cómo demostrar la validez
de una conjetura acerca de la “intentio operis” (intención del texto)?
Primeramente –ya lo mencionamos- será en función de la coherencia interna del
texto, esto es, si la confrontación de distintos fragmentos del mismo acepta la
lectura en cuestión, la confirma, la potencia; en cambio quedará invalidada si no
se sostiene en la confrontación, si se ve refutada por algo que aparece en el
mismo texto.
Departamento de Psicología
Teoría del Psicoanálisis II
Al decir de Eco: “la coherencia textual interna controla los de otro modo
incontrolables impulsos del lector”2.
A esa coherencia textual interna le llamamos nosotros comúnmente “lógica”,
hablamos por ejemplo de la lógica de un caso, esto es, la posibilidad de ordenarlo
en función de una argumentación racional fundada en un criterio clínico; lógica que
permite la construcción del caso a partir de la cual pensar la dirección de la cura.
Que haya límites para la interpretación no significa que no sea potencialmente
ilimitada. Todo texto es factible de múltiples e innumerables interpretaciones, no
tiene potencialmente fin, lo que no quita que un acto de interpretación pueda tener
un final. Esa es la idea con la disciplina del comentario: configurar algunas
respuestas sin que éstas sean únicas ni definitivas.
Muchas veces nos ocurre que después de leer un escrito de Lacan o cualquier
texto de Freud lo descubrimos como si fuera la primera vez. Y ello porque lo
volvemos a leer en función de una problemática nueva. Pero ni aún leyéndolo
millones de veces podremos encontrar por ej. En “Posición del Inconsciente” algún
elemento para pensar sobre química inorgánica. El ejemplo es grotesco, pero da
una idea de adónde nos conducen las “interpretaciones sospechosas” de las que
hoy hablábamos.
En el ejercicio de un análisis esto se traduce en maniobras tendientes a forzar la
atribución de significación a elementos fortuitos y sin importancia Por ejemplo
cuando se le pide a un paciente que asocie sobre un elemento del sueño que al
analista le pareció interesante (la tan mentada “atención flotante”); o sobre algo
que dijo al pasar y entonces, porque lo dijo al pasar ha de ser importante;
deformación de lo que son los quiebres, las caídas del discurso, los puntos de
presentificación evanescente del sujeto del inconsciente.
De allí que en el Seminario XI: “Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis”, cap.XIX: “De la interpretación a la transferencia”, Lacan se
preocupa en aclarar que “la interpretación no está abierta a todos los sentidos”;
que es absurdo plantear que todas las interpretaciones son posibles; que la
interpretación es una significación que no es cualquiera. Y que lo que busca, -y
aquí nos adentramos en lo que es privativo de la interpretación en la clínica
psicoanalítica y que hace a la lógica que la sustenta- , que lo que busca entonces,
como efecto, es aislar en el sujeto un hueso de no-sentido, un significante
irreductible, (lo que toca nuestro tema, la pulsión ya veremos que qué modo).
Por otra parte, en la particularidad de nuestra práctica, la interpretación que
hagamos de un texto teórico no será nunca ajeno a nuestra clínica, por el
contrario, no podría dejar de fundarse en ella.
Así como la dirección de una cura depende –lo sepa el analista o no- del concepto
que éste tenga de la transferencia y el modo en que – en consecuencia- opere con
ella; así también la interpretación que haga de la teoría estará intrínsecamente
ligada a sus preocupaciones clínicas, a las preguntas que la clínica le genera, y a
las respuestas que va formalizando en función de las curas que dirige.
Y es la clínica la que vendrá a confirmar o refutar las conjeturas teóricas, así como
a aportar las articulaciones esclarecedoras de posibles paradojas conjeturales. Tal
la intertextualidad entre teoría y clínica.
Por otra parte la clínica no es en sí misma sino desde el lugar de cada analista,
desde el modo en que se inscribe su deseo de analizar en el marco de la
particularidad de cada caso.
Decimos entonces que:
-el texto es su interpretación
-dicha interpretación no es, en psicoanálisis, sin la clínica
- y la clínica no es sin el deseo del psicoanalista.
Ahora bien, hablamos de los límites del acto interpretativo y al mismo tiempo
afirmamos que todo texto es susceptible de innúmeras interpretaciones. No siendo
esto ninguna paradoja.
¿En qué nos fundamos para decir que las interpretaciones son potencialmente
ilimitadas?
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Teoría del Psicoanálisis II
Por supuesto, en la estructura del significante que nos enseña que no es posible
decirlo todo, por más que lo intentemos, por más que hablemos durante años
siempre nos quedará algo por decir. La estructura del significante alberga en su
seno una falta que lo define, falta que exige su articulación con otros significantes
para que algo pueda decirse y que al mismo tiempo condena a ese decir a ser un
medio-decir, lo cual no es en absoluto un menos-decir. Que, correlativamente a la
estructura del significante la verdad sea no-toda hace que sólo se acceda a ella
por aproximaciones parciales. Partes, trozos de verdad pueden ser extraídos de
múltiples lecturas.
De allí que no hay LA interpretación, una y sólo una interpretación verdadera de
un texto. Y aún más, sería imposible que la hubiera.
En relación a ello una lingüista contemporánea, Graciela Reyes, argentina
lamentablemente (para nosotros) radicada en los Estados Unidos, en un libro
titulado “Polifonía textual”, plantea que aunque un discurso permanezca
literalmente idéntico cada cosa que se diga sobre ese discurso, cada cita, será
diferente porque se produce en otro momento del tiempo, en otro contexto. Para
dar un ejemplo extremo, dice que si alguien reprodujera textualmente, “El Quijote”,
ni aún así sería una réplica exacta, ya que por aparecer en otra época y firmado
por otro autor, dice ya otra cosa que aquél, es otro libro, y el acto mismo de hacer
un libro idéntico a un clásico introduce una nueva lectura (muchos se preguntarán
qué quiere decir ese libro en ésta época, se lo interpretará como mensaje político,
se lo leerá detalladamente buscando la diferencia con el primero -es decir con
“otro” libro como referencia permanentemente presente-,etc,etc.). Por lo que leer
este Quijote será por completo diferente a leer aquel otro. Y ello sencillamente en
principio porque este es el segundo, otro número, que hace que ni siquiera sea lo
mismo que leer el primero dos veces.
Esto nos conduce a la idea de que no hay pureza textual y por lo tanto no hay
plagio –o lo hay todo el tiempo, inevitablemente-; y tampoco hay ortodoxia, ya que
no hay texto que no esté sometido a la “perversión” de ser leído, lo que lo altera
inevitablemente.
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No hay plagio, entonces, porque no hay texto ortodoxo, es decir, que sea
verdadero fuera de la interpretación que se hace de él.
Por otra parte, tampoco hay pureza interpretativa ya que al leer, como al escribir
citamos permanentemente a otros autores, a otros textos, y ello porque todo
discurso –bien lo sabemos nosotros- incluye otras voces, otros decires, es
“polifónico”3. ¿Quién es dueño de su palabra? En la clínica encontramos: “…lo que
siempre decía mi mamá…”, y aún dichos tácitos, implícitos, hechos carne por
identificación; decires que se citan en el sujeto al punto de no poder éste
sustraerse a ellos incluso ante la evidencia de su presencia.
Un texto escrito con fines científicos evoca también una historia de textos, es
producto de entretejidos textuales de modo tal que, aunque la honestidad
intelectual del autor pretenda referirlos no podrá hacerlo en su totalidad, ya que
desconocerá él mismo ciertas fuentes que se dicen en sus ideas.
Graciela Reyes da como ejemplo paradigmático de polifonía textual, en literatura,
la obra de Borges. Dice así: “Los cuentos de Borges suelen estar construídos
sobre un texto anterior, literario o no, del que el cuento es una nueva versión, un
‘resumen’, un comentario, una supuesta reseña. El narrador indica su fuente en el
texto mismo, o en notas, prólogos y epílogos. Creo que la intención es notoria:
mostrar el mecanismo, buscar la confabulación irónica, hacer recordar al lector
que lo que va a leer, ha leído o está leyendo es un ya dicho porque todo texto lo
es, debe serlo y de eso se trata. En el ya dicho hay una colección, en principio
infinita, de locutores y sus correspondientes interlocutores. Lo ya dicho es un ya
leído (u oído) ante todo por el mismo que ahora lo reescribe, y que entonces se
confunde con los infinitos locutores e interlocutores anteriores, ocupa su lugar en
el espacio ilimitado de la producción textual y hace caer en él al lector (…) la obra
de Borges está construida a conciencia en el uso y el abuso –en el agotamiento-
de la cita. La literatura de Borges trata de la literatura, de temas ya tratados, de
al azar. Pero una vez realizada la tirada, aquello que resulta se fija en una letra (es
un número) que diferencia ese rasgo de cualquier otro.
Y una vez que se fija deviene único y necesario, no podría ser otro.
Jean Claude Milner, en su libro “La Obra Clara”6 pone en relación a la ciencia y al
sujeto del psicoanálisis en éste punto en q ambos responden a una ley necesaria y
absoluta al mismo tiempo que contingente.
Dice que:”La letra es como es, sin razón alguna que la haga ser como es; al
mismo tiempo no hay razón para que sea diferente de lo que es. Y si fuese
diferente de lo que es, sería solamente otra letra. A decir verdad, a partir del
instante en que es, permanece y no cambia (‘el único número que no puede ser
otro’). Como máximo un discurso puede [se refiere en este caso a la Ciencia] no
cambiarla sino cambiar de letra”.
Este “no podría ser de otro modo que como es” no se funda en la fe religiosa (“Es
el que Es”), sino que resulta de una lógica que abre los márgenes de
determinación del sujeto. No se trata de afirmar que necesariamente no podría
haber sido de otro modo (idea cristiana), sino por el contrario: ”podría haber sido
de otro modo pero desde que así se inscribe no podría haber sido de otra
manera”. Esta diferencia fundamental es lo que vacía de ser a éste del que
hablamos al mismo tiempo que afirma su existencia lógica, la existencia lógica del
sujeto que surge de esa tirada de dados.
Lo que se produce entonces es “… el paso del instante anterior en el que el ser
hablante podría ser infinitamente otro de lo que es –en su cuerpo y en su
pensamiento- al instante ulterior en el que el ser hablante, debido al hecho de su
contingencia misma se transformó en algo muy parecido a una necesidad eterna”.
Determinismo que no es una condena, un destino inconmovible, sino –insisto- un
marco sin el cual no habría posibilidades de elección para un sujeto.
6 Milner, de Jean-Claude. “La Obra Clara”. Ed. Bordes Manantial. 1996. Pág.159/60.