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Para comenzar, los intereses sobre lo ético y político en la educación se han intensificado
en pocas donde la dinámica capitalista y las problemáticas sociales, políticas y económicas
azotan los países y naciones de manera que es inevitable que se inserten el sistema
educativo y en la visión pedagógica del mismo. En esta medida, resulta necesario pensar lo
ético y político referido a la educación como una contracorriente de los moldes del deber
ser de la educación, trabajo docente y formación de estudiantes en pos de lógicas
doctrinarias que disfrazan la moral con la ética, y confunden la formación política partidista
como acto político.
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Las prácticas de libertad son las formas de conocerse y auto constituirse del sujeto para ser ejemplo social
y modificar las relaciones de poder impuestas.
Es en este punto donde la educación como acto político comienza a tomar relevancia, dado
que inscribe una responsabilidad política y una capacidad de transformación que le son
entregadas al sujeto y sobre la cual recae una responsabilidad personal y social de
emancipación. Por ello, la labor pedagógica es totalmente política y ética, y exige una
formación responsable y comprometida con el desarrollo de los sujetos como seres
autónomos y críticos que contribuyan al cambio social. Lo anterior puede entenderse como
una llamada ética reflexiva, ya que, Castaño, R (2013) expone:
Plantear una ética reflexiva es una postura que invita a la revisión de las prácticas
pedagógicas y sus discursos, revisando cómo y de qué forma se postulan para el desarrollo
humano; de esta forma, es aportarle a la comprensión y solución de problemáticas sociales
que requieren de una intervención distinta, que crea en la capacidad de los actores en la
búsqueda de alternativas y soluciones incluyentes. (p.227)