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Cuando inicié mi proceso académico dentro de la carrera de psicología me vi

inevitablemente forzada (no en un sentido estricto) a vivenciar ciertos procesos que venía
postergando desde mi adolescencia. En un principio no le daba mayor importancia.
Cursando el primer año sentía que todo era normal para mí, sin embargo, me cuestionaba
ciertos hechos como el por qué mi experiencia dentro de la universidad era tan diferente a
lo que mis compañeros me comentaban. La mayoría solía asistir a fiestas, tenía una vida
social en proceso de consolidación, compartían gustos, entre otras cosas. Mientras yo me
mantenía ensimismada estudiando para obtener buenos resultados, sólo compartía con mis
amigos en clases y no me interesaba hacer lo que ellos hacían. Desde ese punto también me
cuestioné ¿la necesidad de tener buenas notas es mía o es ajena? ¿Intento responder a
expectativas ajenas? ¿Realmente no quiero compartir con los demás o simplemente lo hago
para complacer a mis padres?

El hecho de hacer consciente esos cuestionamientos me llevó a una crisis personal


tremenda, donde desarrollé un trastorno de ansiedad generalizada, sumado a crisis de
pánico y agorafobia que impedían desarrollarme con tranquilidad. Asistir a terapia se
constituyó como una oportunidad de cambio y crecimiento, de darme cuenta de ciertos
hechos que yo normalizaba y que tenía directa relación con mi familia. Esta situación, a su
vez, me llevó a pensar en la dinámica de los hermanos de mis padres, de mis primos y
abuelos; desde mi sentir empático intenté comprender la manera en que se comportaban
mis padres, pero no bastó con eso. Los grandes conflictos internos que he vivenciado tienen
relación con las experiencias de mis padres con su núcleo familiar y es algo que he estado
trabajando hace tres años. La perspectiva del modelo transgeneracional, en este sentido, me
ha dado la oportunidad de comprender cómo las dinámicas vivenciadas por mis parientes
repercuten en la actualidad. Es por esto, que, por medio del presente ensayo, clarificaré
estas vivencias extrapolándolas a este modelo. En primer lugar, presentaré a mi familia y
daré a conocer ciertas características para luego exponer ciertos hechos desde los conceptos
básicos de Bowen. En segundo lugar, analizaré el concepto de lealtades de Boszormenyi-
Nagy y finalmente reflexionaré sobre la importancia de la persona del terapeuta.

Mi nombre es Katherinne Jans Muñoz, mi núcleo familiar está compuesto por mi padre,
Harald Jans, mi madre, Rosa muñoz y mi hermana menor, Melizza Jans Muñoz. Por un
lado, la familia de mi madre se componía por un matrimonio estable: mis abuelos se
llamaban Uberlinda Flores y Andrés Muñoz quienes tuvieron dos hijos en común: Mayte
Muñoz y Hernán Muñoz, y adoptaron a mi madre cuando era pequeña. Mi madre siempre
relata haber tenido una infancia muy dura, debido a los constantes maltratos de su hermana
y al estricto ambiente familiar; este hecho influyó en la pérdida de contacto con mis tíos y
primos cuando mis abuelos fallecieron hace más de 10 años. Por otra parte, la familia de mi
padre es mucho más extensa: sus padres Ferico Jans y Silvia Luna tuvieron cinco hijos, tres
mujeres: Karin, Mabel y Marlis; y dos hombres: Harald y Herbert. Mis abuelos provenían
de familias holandesas y alemanas, siendo los primeros colonos en Chile; situación que
influye en su estilo de vida.

Mi relación con la familia de mi mamá fue muy escasa, los únicos recuerdos que tengo son
con mis abuelos, con los que compartí una parte muy acotada de mi infancia. Por lo mismo,
no sé absolutamente nada sobre la vida que ambos llevaban con sus respectivas familias.
Por otro lado, tengo en conocimiento que la vida de mi abuela fue bastante dura. Su familia
llegó de Alemania y perdió a sus padres a muy temprana edad, por lo que se hizo cargo de
sus seis hermanas hasta que cada una emprendió un rumbo diferente. Silvia, mi abuela,
conoció a mi abuelo Federico posterior a recibir su título de profesora normalista. La
situación con la familia de mi abuelo fue diferente, ya que hasta los días de hoy tengo
contacto con sus hermanos que se mantienen con vida, siendo muy presentes en eventos
especiales.

Mis padres se conocieron cuando ambos tenían 32 años, desde entonces llevan 24 años
juntos establemente. Las historias que me cuentan comparten ciertas características, como
el hecho de que sus padres eran muy estrictos y la relación entre ellos era bastante distante,
carente de afecto, manteniendo siempre el control de lo que ellos hacían. A mi mamá jamás
le permitieron tener una relación sentimental antes de tener una profesión, por lo que
cuando se tituló como Parvularia recién logró tener libertad en ese sentido, lo que explica el
por qué inició una relación sentimental de forma tardía. Por parte de mi papá no conozco en
mayor profundidad este aspecto, sin embargo, muchas veces escuché a mi abuela decir “no
puedes pololear hasta que seas grande y tengas un título”, lo que me hace imaginar que para
mi papá fue lo mismo.
Con relación a lo anterior, desde pequeña me inculcaron el deber de relacionarme
sentimentalmente con otros luego de haber sorteado la vida universitaria. De esta manera,
pasé mi adolescencia y parte de mi juventud (aunque aún soy joven) evitando mantener una
relación sentimental. Me sentí atraída en varias ocasiones, pero al intento de formar un lazo
sentimental me alejaba y prefería huir ante esta situación. Finalmente, a los 20 años inicié
mi primera relación sentimental con mi actual pareja, Pablo Prado, con quien llevamos dos
años. Durante mucho tiempo oculté esta relación a mis papás, quizás por miedo a defraudar
lo que siempre me inculcaron o que se involucraran demasiado en ella.

Al realizar esta reflexión sobre mi familia contemplando tres generaciones, puedo dar
cuenta de las lealtades hacia mi familia, las que se definen como “fibras invisibles pero
resistentes que mantienen unidos fragmentos complejos de conducta relacional”
(Boszormenyi-Nagy, 1994, p. 40). En este sentido, logro abstraer dos lealtades invisibles
asociadas a lo que mencioné: primero, la necesidad de iniciar una relación sentimental
tardía pues, mis abuelos y mis padres lo vivieron de esa forma. Y, en segundo lugar, tanto
la familia de mi abuela como mi mamá no fueron presentes, lo que se ve reflejada en mi
dinámica de pareja, en la cual alejo a Pablo de mi familia porque no quiero que se vea
involucrado en mi núcleo familiar.

Otro hecho que deseo mencionar para dar explicación al concepto de lealtad desde mi
contexto familiar tiene relación con las vivencias tempranas de mi padre. Él fue
excesivamente controlado por su padre, lo que hasta hace unos años se veía reflejado en mí
y en mi hermana. Recuerdos los límites firmes durante mi infancia: podía salir a jugar, pero
sin alejarme de la casa, donde mi papá pudiera verme. El internet se cortaba a una hora
exacta y no podía existir reclamo ante ello. Cuando crecí no podía salir con mis amigas, ni
a fiestas, ni nada por el estilo. Cuando egresé de cuarto medio recién pude ir a una fiesta
con mis amigas, pero de todas maneras mi papá me fue a buscar muy temprano. En mi
primer año de universidad no solía compartir con mis amigos, y poco a poco me fui dando
cuenta de cómo estos hechos mantenían el equilibrio en mi sistema familiar;
constantemente cedía a sus demandas para no generar un malestar ante su falta de control.

No obstante, esta situación cambió en mi segundo año de universidad. Salía prácticamente


todas las semanas, situación que se extendió hasta el término de semestre. Mi papá
desarrolló sintomatología ansiosa, me llamaba constantemente para que regresara a la casa,
incluso les hablaba a mis amigos para obtener una respuesta. El hecho se extendió durante
tanto tiempo que empecé a sentir culpa porque no estaba siguiendo la línea de lealtad
inconsciente que me mantenía tranquila y bajo su control. Seguido de esto empezaron los
primeros síntomas de ansiedad en mí, primero una crisis de pánico en plena intervención en
clase, luego temía exponerme a espacios con excesivo público. Finalmente, esta situación
se generalizó en todos los aspectos de mi vida, y volví a encerrarme en mi casa. Mi papá
estaba en conocimiento de esta situación, sin embargo, jamás logró entender que se debía a
su excesivo control.

El síntoma desencadenó en mí un miedo extremo a estar fuera de casa, así que regresé al
lugar “seguro” y mi papá una vez más estaba tranquilo, sin tener que preocuparse de
cuándo iba a salir, a qué hora regresaría, entre otras cosas. ¿Será que el síntoma
desencadenado en realidad era la lealtad ante mi sistema familiar? Veo la sintomatología
ansiosa como la expresión de lealtad hacia mi familia, especialmente a mi padre. Arruiné
mi vida social para evitar el malestar de mi papá.

Este hecho no sólo se observa en la conducta de mi papá, sino que también en la familia de
su hermana mayor Marlis, quien se casó con Alberto Almonacid a los 30 años (acorde a la
lealtad familiar mencionada más arriba) y tuvieron tres hijos: María José, Marlys y
Sebastián. Poseo una muy buena relación con Marlys (28 años), la segunda hija del
matrimonio, la cual considero una de mis mejores amigas. Cuando yo inicié el tratamiento
terapéutico debido a la sintomatología ansiosa, Marlys lo hizo paralelamente debido a que
vivenciaba una situación similar desde su experiencia particular. Ella estaba iniciando su
vida en pareja, la cual correspondía a la primera relación formal y extensa que había tenido,
lo que se asemeja a la lealtad que mencioné con respecto a las relaciones sentimentales. En
aquél entonces ella dejó el hogar que compartía con su familia, obteniendo como resultado
un intenso control por parte de su madre, recibiendo llamadas constantemente, inquierendo
en la falta de atención y, en consecuencia, Marlys desarrolló un trastorno de ansiedad con
crisis de pánico. Recuerdo perfectamente cuando ella mencionó que su terapeuta
consideraba que sus padres tenían un “apego patológico” hacia sus hijos.
De esta manera, las dinámicas de las distintas generaciones cobran especial relevancia al
considerar la sintomatología desde la perspectiva multigeneracional, ya que dan un indicio
del funcionamiento de los diferentes núcleos familiares y del sistema general con sus
distintos componentes. Los esquemas desarrollaron en cada generación: tanto la de mis
abuelos, como mis padres y tíos, va a determinar el modo en que cada uno se desenvuelve
en el sistema familiar. El modelo transgeneracional proporciona prototipo para describir
ciertos patrones que se van observando en la historia de cada miembro. Esto se asocia
además a las lealtades invisibles que se logran evidenciar en el proceso de socialización y
que, a su vez, ha determinado la aparición de síntomas para mantener el sistema familiar.
Las vivencias de mis abuelos con sus padres determinaron ciertas lealtades que
transmitieron a sus hijos y que hoy en día, en base a mi experiencia sintomatológica he
logrado dar cuenta.

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