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Mi libro ilustrado de los cuentos de hadas

Adaptación de Neil Philip


Ilustraciones de Nilesh Mistry.
Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999.

Los libros recopilatorios de cuentos tradicionales, especialmente las antologías


preparadas para los niños, merecen una especial atención del adulto mediador en el
momento de decidir una adquisición. Y cuando no se trata de las versiones originales
sino de adaptaciones, el cuidado debe ser mayor aún.
En este sentido, Mi libro ilustrado de los cuentos de hadas es una obra que puede
abordarse con confianza.
Neil Philip, reconocido folklorólogo británico, fue el encargado de adaptar los 52 relatos
que componen la obra. Sus versiones mantienen el espíritu y el encanto de los
cuentos originales y no hacen concesiones respecto de la crudeza de algunos de ellos,
evitando la empalagosa lectura de piezas edulcoradas. Nilesh Mistry ha realizado unas
ilustraciones de excelente factura: un motivo central para cada cuento al que se le
suman algunas viñetas complementarias.
Otra característica a destacar es el diseño del libro: cada historia ocupa una doble
página y, en los márgenes laterales –a la manera de los libros de conocimientos–, se
agregan pastillas de información con detalles sobre los personajes, los ambientes
geográficos y otras referencias para enriquecer la lectura.
La selección abarca desde cuentos muy conocidos como Caperucita Roja, Barba Azul
o Blancanieves, hasta relatos de los más diversos orígenes.
Recomendado a partir de los 9 años, pero también para ser leído por el adulto a los
más pequeños. Y así hacer posible el deseo expresado en la introducción del libro:
“Los cuentos de hadas son para ser compartidos. Un antiguo cuento coreano habla de
un muchacho al que le gustaba que le contaran cuentos, pero nunca los contó a otros.
El muchacho atesoró cuentos como un avaro atesora monedas. Cada vez que oía uno
nuevo, ponía su espíritu en un bolso viejo, que estaba lleno a reventar.
Por fin, el muchacho tuvo edad de casarse. La mañana de su boda, su sirviente oyó
cuchicheos que venían del bolso viejo. Los espiritus prisioneros de los cuentos
murmuraban airadamente entre sí: “Nos estamos asfixiando aquí. ¿Qué le
importamos? ¡Hoy es nuestra oportunidad para liberarnos!”
Un espíritu sugirió que un arbusto de fresas venenosas tentaría al muchacho de
camino a su boda. Otro espíritu creía que podía quemarse con un atizador candente.
Finalmente, un tercer espíritu dijo que, si todo lo demás fracasaba, una serpiente en la
cámara nupcial probablemente lo mataría.
El sirviente al oír esto, pudo impedir todos aquellos desastres. Después de cortar la
cabeza de la serpiente, le contó a su dueño que había oído lo que tramaban contra él
los espíritus prisioneros de los cuentos.
“No es natural tenerlos confinados así –dijo–. Debe liberarlos.”
El joven se dio cuenta de su equivocación, desató el bolso viejo y dejó que los
espíritus de los cuentos salieran libremente. Y desde ese día, contó sus cuentos a
todo el que quisiera escucharlos.
Escribir cuentos de hadas en un libro es un poco como encerrarlos en un bolso viejo.
Existe el peligro de que se asfixien. ¡Abre el libro y deja libres a los espíritus de los
cuentos!”
Roberto Sotelo

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