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GABO.

Memorias de una vida mágica


Guionista: Óscar Pantoja
Ilustradores: Miguel Bustos, Felipe Camargo Rojas, Tatiana
Córdoba y Julián Naranjo

Verán, yo que siempre me intereso tanto por la vida de los


autores, nunca me he interesado por la de Gabriel García
Marquéz. Sí por sus libros, claro, que por obligación o devoción
son muchos los que he leído. Y sí, se que para muchos puedo
acabar de decir un sacrilegio o directamente una blasfemia,
pero así ha sido, y con ustedes siempre soy sincera.

No se me asusten, lo que quiero decir es que la mayor parte de


los lectores llegamos en secundaria a Gabriel García Márquez de forma obligatoria. Pero también
les diré que por obligación llegué a los más grandes de la literatura y de todos ellos me llevé algo, y
seguramente ese poquito de cada uno conforman la lectora, la escritora y sobre todo la persona
que hoy soy. Dice nuestro querido Gabo, y muy acertadamente nos lo recuerda la Editorial Sins
Entido en la contraportada del libro que “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y
cómo la recuerda para contarla”. Piensen en ello, hablen con sus mayores y dejen que les cuenten
cosas de su vida, vean qué es lo que en ellos quedó y como se lo trasmiten, y descubrirán que esa
fue su vida y su verdad. Leer una biografía de Gabo me daba cierto miedo, temía que cayera el
mito, temía que se fracturase la magia que hay entre este hombre y yo, aquel recuerdo que tengo
del momento en que le vi recoger el Nobel de Literatura con el liquiliqui, traje típico de su querido
caribe, y con el que siempre recordaría a su abuelo, al Coronel, y que a mí me pareció una forma
de demostrar que uno es lo que es. Temía, en fin, que Mercedes, su Meche, no fuese su amor
eterno, su ayer y hoy…, su volcán de flores amarillas. Pero ahí está, como siempre, desde esos 11
años en los que ya supo que siempre estaría con él. Y siempre, ha sido siempre. Pero Oscar
Pantoja, guionista de esta novela gráfica, ha hecho un excelente trabajo llevándonos a la verdad
de GABO, aquella que se esforzó en recordar y después nos contó. No más.

Nos muestra que, como todos los grandes autores, ha vivido con esa necesidad de contar, y de
“contarse“.

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