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I.

La vaca sagrada

¿Por qué las vacas son sagradas en la India habiendo tantas personas en ese país con
carencias alimentarias?

Este es el primero de los enigmas culturales que Harris trata de aclarar en uno de sus libros más
conocidos: Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura (1974). Según Harris, la
respuesta a esta creencia religiosa, sustentada políticamente, hay que buscarla en la infraestructura.

Antes que nada hay que destacar el estilo retórico con el que Harris presenta sus argumentos en
este tipo de obras de divulgación del materialismo cultural, dado que juega un papel importante en
el efecto persuasivo que tiene sobre los lectores. Generalmente contrapone sus argumentos a los
de otros autores, a los que a veces no identifica en el texto, sino que trata de manera genérica. Con
frecuencia emplea un lenguaje hiperbólico y, en cierta medida, sensacionalista, que mezcla al mismo
tiempo con términos más abstractos y académicos, que buscan dotar a sus argumentos de un aire
de "cientificidad". Otro de los elementos característicos en su argumentación es un uso profuso de
datos cuantitativos globales, de los que no suele mencionar las fuentes. Una muestra de este estilo
es la siguiente:

"El amor a las vacas parece absurdo, incluso suicida, a los observadores occidentales familiarizados
con las modernas técnicas industriales de la agricultura y la ganadería. El experto en eficiencia
anhela coger a todos estos animales inútiles y darles un destino adecuado. (…)

Un poco de aritmética muestra que, en lo que atañe a la arada, hay en realidad escasez más que
exceso de animales. La India tiene sesenta millones de granjas, pero sólo ochenta millones de
animales de tracción. Si cada granja tuviera su cupo de dos bueyes o dos búfalos de agua, debería
haber 120 millones de animales de tracción, es decir 40 millones más de los que realmente hay. (…)

El déficit de animales de tiro constituye una amenaza terrible que se cierne sobre la mayor parte de
las familias campesinas de la India. Cuado un buey cae enfermo, el campesino pobre se halla en
peligro de perder su granja. Si no posee ningún sustituto, tendrá que pedir prestado dinero con unos
intereses usurarios. Millones de familias rurales han perdido de hecho la totalidad o parte de sus
bienes y se han convertido en aparceros o jornaleros como consecuencia de estas deudas. Todos
los años cientos de miles de agricultores desvalidos acaban emigrando a las ciudades, que ya
rebosan de personas sin empleo y si hogar.
Harris, Marvin. 1981 [1974], Vacas, cerdos, guerras y brujas: 18-19.

La principal razón por la que las vacas son tan importantes para los campesinos hindúes, según
Harris, es que necesitan bueyes sobre todo de cebú, como animales de tracción para arar los
campos. Además, las vacas tienen otras utilidades:

sus excrementos se emplean como combustible, fertilizante y material de construcción,

la leche contribuye a la alimentación de las familias pobres,

la carne de los animales que fallecen es aprovechada por la castas de rango inferior, que también
utilizan las pieles para trabajar el cuero.

Lo que hace valioso el comportamiento de los campesinos hindúes, según Harris, es su relación
costo-eficacia en comparación con otras alternativas. La boñiga de vaca resulta barata, ya que las
vacas no comen alimentos de consumo humano, sino desperdicios, hierbas y rastrojos. La tercera
parte de los campesinos, los más pobres, sólo poseen una o dos vacas, de manera que no pueden
permitirse sacrificar a las más viejas y enfermas. En general, los agricultores hindúes ajustan el
tamaño de sus rebaños en función de los cultivos, el clima y las condiciones regionales, dejando que
mueran, si es necesario, las reses menos productivas. El resultado es un ecosistema con un bajo
consumo de energía en el que una amplia población logra mantenerse haciendo un uso sumamente
eficaz de sus recursos.

"El amor a las vacas activa la capacidad latente de los seres humanos para mantenerse en un
ecosistema con bajo consumo de energía, en el que hay poco margen para el despilfarro o la
indolencia. El amor a las vacas contribuye a la resistencia adaptativa de la población humana
conservando temporalmente a los animales secos o estériles, pero todavía útiles; desalentando el
desarrollo de una industria cárnica costosa desde un punto de vista energético; protegiendo un
ganado vacuno que engorda a costa del sector público o de los terratenientes y conservando la
capacidad de recuperación de la población vacuna durante sequías y períodos de escasez".

Harris, Marvin. 1981 [1974], Vacas, cerdos, guerras y brujas:33-4.

La alternativa, según Harris, sería destruir el sistema actual y crear uno nuevo con un conjunto
diferente de relaciones demográficas, tecnológicas, político-económicas e ideológicas.
3. Porcofobia y porcofilia

¿Por qué prohiben el islam y el judaísmo comer carne de cerdo a sus fieles?

"Creo que la Biblia y el Corán condenaron al cerdo porque la cría de cerdo constituía una amenaza
a la integridad de los ecosistemas naturales y culturales del Oriente Medio".

Harris, Marvin. 1981 [1974], Vacas, cerdos, guerras y brujas: 42.

La prohibición de la carne de cerdo fue, para Harris, una estrategia ecológica adecuada.

Las regiones del mundo donde se ha practicado el pastoreo nómada son llanuras y colinas
deforestadas, zonas demasiado áridas para la práctica de una agricultura de regadío. Los animales
domésticos mejor adaptados a este tipo de ecosistema son rumiantes: vacas, ovejas y cabras. El
cerdo, por el contrario, requiere para alimentarse de tubérculos, grano o frutos de los bosques, ya
que no puede subsistir sólo a base de pasto. Tampoco es una fuente de leche, ni puede recorrer
grandes distancias. Además, no está adaptado para vivir en climas calurosos y secos, en los cuales
necesita revolcarse más a menudo en sus orines y heces para refrescarse, lo que lo convierte en un
animal "impuro".

La principal utilidad del cerdo está en su carne, mientras que ovejas, cabras y ganado vacuno
proporcionan también leche, queso, pieles, fuerza de tracción, boñiga y fibras.

"Los tabúes cumplen también funciones sociales, como ayudar a la gente a considerarse una
comunidad distintiva".

Harris, Marvin. 1981 [1974], Vacas, cerdos, guerras y brujas: 47.

¿Qué hace que otros grupos humanos amen los cerdos, practicando grandes festines para satisfacer
el ansia de carne porcina de los antepasados, asegurarse la salud de la comunidad y el triunfo en la
guerra con las tribus vecinas?
Para analizar este otro caso, Harris utiliza el estudio etnográfico de Roy Rappaport sobre los maring
tsembaga de Nueva Guinea, publicado en 1968 con el título: Cerdos para los antepasados. El ritual
en la ecología de un pueblo en Nueva Guinea.

Aproximadamente cada doce años, los maring celebran una fiesta en la que sacrifican una gran
cantidad de cerdos. Esta fiesta, denominada kaiko, es la culminación de un amplio ciclo ritual. Un
par de meses después de terminar el kaiko, cuya realización dura un año, los maring reanudan los
enfrentamientos con clanes enemigos. Durante la guerra acaban de consumir los cerdos que les
quedan. Entonces interrumpen los combates y plantan el rumbin, un pequeño árbol, y empiezan a
criar cerdos nuevamente. Cuando al cabo de los años la nueva piara es lo suficientemente grande,
vuelven a arrancar el rumbin y a celebrar un nuevo kaiko reanudando el ciclo ritual.

Harris considera que todo el ciclo está sujeto a un proceso de autorregulación ecológica. El
momento en que los cerdos se vuelven una carga insostenible depende de un conjunto de variables
demográficas (tamaño y condiciones de la población humana), medioambientales (tamaño del
territorio, bosque disponible para cultivar…) y políticas (situación de las relaciones con los clanes
vecinos).

"Cada parte de este ciclo se integra en un ecosistema complejo autorregulado, que ajusta con
eficacia el tamaño y distribución de la población animal y humana de los tsembaga según los
recursos disponibles y las oportunidades de producción".

Harris, Marvin. 1981 [1974], Vacas, cerdos, guerras y brujas: 49.

A medida que crece la población de cerdos, lo hace también la población humana. El trabajo para
cultivar los huertos y criar los cerdos, del que se ocupan sobre todo las mujeres, se incrementa,
hasta que llega un momento en que resulta insostenible. Los cerdos se convierten entonces en una
fuente de numerosos conflictos y discusiones familiares, y pasan a ser competidores por los
alimentos con los seres humanos, ya que amenazan la pervivencia de los huertos, de los que
dependen los maring para su subsistencia. Llegado ese punto es cuando los hombres deciden
arrancar el rubim e iniciar un nuevo kaiko. El grupo mejora su salud mediante la ingesta de grandes
dosis de proteínas y grasas antes de iniciar una nueva guerra. La fiesta sirve, además, para
recompensar a sus aliados y reforzar su lealtad. La crianza y sacrificio de los cerdos les permite
incrementar su poderío militar, justo antes de reanudar los enfrentamientos con grupos rivales.

4. Guerra
¿Por qué algunos grupos humanos practican la guerra tribal de manera reiterada?

Harris considera que las teorías de la agresividad innata (que tienen con frecuencia su versión folk
entre los propios nativos en una declarada necesidad de venganza por agresiones recibidas con
anterioridad), tienen poco valor para explicar la guerra tribal. En lugar de ello, considera que las
causas de la guerra están relacionadas con la competencia entre grupos humanos por los recursos
de los que depende su subsistencia y la necesidad de regular el crecimiento de sus poblaciones.

"La guerra primitiva no es ni caprichosa ni instintiva; constituye simplemente uno de los mecanismos
de interrupción que ayudan a mantener las poblaciones humanas en un estado de equilibrio
ecológico con sus hábitats".

"Pienso que la guerra preserva el ecosistema maring mediante dos consecuencias más bien
indirectas. Una de ellas se relaciona con el hecho de que, a resultas de la guerra, los grupos locales
se ven forzados a abandonar las áreas de los huertos de primera calidad, cuando todavía no han
alcanzado el techo de la capacidad de sustentación. La otra consiste en que la guerra incrementa la
tasa de mortalidad infantil femenina".

La primera de las consecuencias que tiene la guerra tribal, en el caso de los maring tsembaga, es el
abandono durante años de sus anteriores tierras de cultivo para pasar a explotar otras nuevas, lo
que permite la regeneración del manto forestal protegiendo su hábitat.

La segunda consecuencia de la guerra, según Harris, es la regulación de las poblaciones humanas,


pero ésta no se produce de manera directa por medio de las bajas que ocasionan los combates. La
guerra no es en sí un medio de control demográfico, especialmente en sociedades tribales como la
de los marging, en las que las mujeres se casan pronto y tienen una larga vida reproductiva,
practican la poliginia, las viudas pasan a formar parte de la familia de hermanos o sobrinos, etc.

Para poder conservar un territorio frente a la presión de grupos vecinos hostiles se necesita un
ejército de varones adultos. Y este se consigue favoreciendo la crianza de niños en lugar de niñas. A
falta de medios anticonceptivos eficaces, la manera de lograr que la proporción de niños sea mayor
que la de niñas es practicando el infanticidio femenino mediante un negligente cuidado de las niñas.

"El estudio de la guerra primitiva nos lleva a la conclusión —señala Harris— de que la guerra ha
formado parte de una estrategia adaptativa vinculada a condiciones tecnológicas, demográficas y
ecológicas específicas".
Bibliografía

Lectura obligatoria

Harris, Marvin. 1981 [1974]. "La madre vaca", 15-36, "Porcofilia y porcofobia", 37-58, "La guerra
primitiva", 59-78. En Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura. Madrid: Alianza.

Lecturas complementarias

Harris, Marvin. 1982 [1979]. El materialismo cultural. Madrid: Alianza.

Harris, Marvin. 2000 [1999]. Teorías sobre la cultura en la era posmoderna. Barcelona: Crítica.

Lett, James. 2002. "The enduring legacy of Marín Harris and cultural materialism".

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