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La boda de las Vargas

Por: Clara M. Guerrero

Comedia en un solo acto


La acción tiene lugar en Santafé de Bogotá, en julio de 1810.
El escenario está configurado como un set completo que representa el interior de una sala colonial.
Hay dos puertas, a izquierda y derecha, una que da a la calle, otra que da al interior de la casa.
Una gran mesa de comedor ocupa uno de los extremos de la sala. En el otro extremo, hay sillas sobre las que se ubicará a los
invitados.
Antes del inicio de la función, los espectadores, que harán el papel de invitados, serán vestidos a la usanza de la época.
En los momentos apropiados el público será espectador, invitado o ambas cosas a la vez.

PERSONAJES
Criollo, Abogado, Profesor del Colegio del
ESTANISLAO VARGAS
Rosario
MARÍA JOSEFA LÓPEZ DE VARGAS Su esposa
EVANGELINA VARGAS Su hija mayor, la fea
JUANA MARÍA VARGAS Su hija menor, la bonita
PAULINA LÓPEZ Prima de ellas
LEO JAVIER DOMÍNGUEZ Criollo, Abogado
MIGUEL ANDRÉS FERNÁNDEZ Criollo, Oficial del ejército
FÉLIX GABRIEL GÓMEZ Presbítero criollo
DON PEDRO DE LA ANUNCIACIÓN VERGARA Español, comerciante
Hidalgo español, venido a menos, empleado
DON GERARDO DE ORTEGA Y ORTIZ
de la Real Audiencia de Santafé
SIMONA, TADEA, BASILIA, VICENTA Criadas de los Vargas
MÚSICOS, CRIADOS E INVITADOS
LA BODA DE LAS VARGAS

Escena 1: Las criadas


Las domésticas arreglan la mesa central, colocando jarras con refrescos, colaciones, vasos, servilletas, etc. Vicenta, ama de
llaves, coordina y supervisa los movimientos.
Los músicos se acomodan en un lado de la sala y empiezan a organizar sus instrumentos y sus partituras.
SIMONA: Tanto alboroto por un casorio…
TADEA: Es que haberle conseguido marido a la niña Evangelina es un milagro.
SIMONA: Pobrecito el que se la llevó.
TADEA: Pues, a pesar de lo que dicen, el español se lleva una perla, porque ña Evangelina nunca
tiene pereza, es hacendosa, alegre, buena con todos, aunque… ¡San Jerónimo! Es
bravísima cuando una no cumple con sus obligaciones.
SIMONA: Hoy se levantó desde antes de amanecer, para llamar a todas las sirvientas.
TADEA: Así es siempre. Corre de un lado a otro de la casa en menos de un Ave María; sabe de la
cocina más que Vicenta, ayuda a batir la mantequilla, echa de comer a las gallinas y sabe
cuáles están cluecas… Y sin contar que remienda ropa, sacude el polvo de los muebles y
hasta le ayuda al patrón a hacer las cuentas.
SIMONA: ¡Válgame Dios! ¿Y es que la otra no es como ella?
TADEA: La señorita Juana María es un remilgue andando: se levanta tarde y después se planta
delante del espejo horas y horas, se peina y se despeina, se compone y se “acicala” –
como ella dice, hasta que llaman a almorzar. Y en la mesa come dos o tres bocados pues
todo la disgusta y la molesta. Después se guarda en su aposento, toma sus libros y pasa
las horas con la nariz sobre ellos, bostezando y haciéndole el asco a todo.
SIMONA: ¡Virgen Santa! Lástima tanta belleza.
VICENTA: ¡Simona!, ¡Tadea!
Simona y Tadea van hasta donde Vicenta que les entrega bandejas con vasos llenos de refrescos.

Escena 2: Los esposos


Las criadas sirven bebidas a los invitados.
Estanislao y María Josefa salen a recibir a los invitados.
Mª JOSEFA: ¿Cómo voy a cancelar la fiesta, cuando ya llegaron todos nuestros amigos?
ESTANISLAO: Sólo a ti se te ocurre hacer una reunión un viernes, día de mercado en Santafé.
Mª JOSEFA: Hoy es 20. Un 20 nació mi madrecita, un 20 se casó; un 20 me pediste en matrimonio,
un 20 nos casamos nosotros y un 20, dentro de un mes, se casarán ellas.
ESTANISLAO: Hazme caso, mujer; yo sé por qué te lo digo. Hoy no es día para fiestas. Si fuera la boda,
lo consideraría, pero únicamente para anunciar el compromiso de las niñas…

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LA BODA DE LAS VARGAS

Mª JOSEFA: ¿Te parece poco? Evangelina ya cumplió los 25 y no faltó nada para que las dos se nos
quedaran para vestir santos.
ESTANISLAO: Por tu terquedad…
Mª JOSEFA: Si la mayor no se casa, tampoco Juana María, que es la menor y apenas tiene 18. Es la
tradición de la familia de mi padre pues, aunque él nació en América, mis abuelos eran
ambos europeos.
ESTANISLAO: Bueno, hagamos la reunión, pero el otro domingo…
Mª JOSEFA: ¿Y por qué no puede ser hoy? (Estanislao no sabe responder.) Ya tenemos toda la comida
lista, los músicos están contratados, las niñas están emocionadas porque van a lucir
vestidos nuevos, ¿quieres desilusionarlas? Además, hay que asegurar al pretendiente de
Evangelina, no sea que cambie de parecer…
ESTANISLAO: Don Gerardo es hombre de palabra. ¿Por qué iría a cambiar de parecer? Él fue muy
claro hace quince días cuando me anunció su visita: que pedía la mano de mi hija mayor.
«¿La mayor, está usted seguro?» le pregunté. Y él, dando un suspiro, me dijo que sí. De
no conocer la fisonomía de mi hija, diría que está enamorado…
Mª JOSEFA: Pero es que sólo ha visto a la niña de lejos; hoy la va a tener a un palmo de narices y…
quién sabe, ¿no? Si no fuera por ese lunar que sacó de la familia de tu madre…
ESTANISLAO: O por ese bigotito que sacó de tus “abuelas europeas”…
Mª JOSEFA: Bueno, vamos; antes que empiecen a criticar porque no hemos saludado… Acuérdate
que ahí está la Gregoria…
Los Vargas se dirigen a los invitados.
ESTANISLAO: Estimados amigos, en nombre de la familia Vargas López quiero darles una calurosa
bienvenida a nuestra humilde casa. La señora María Josefa, mi esposa, y yo deseamos
agradecer el que hayan aceptado la invitación a celebrar el compromiso de nuestras hijas,
Evangelina y Juana María, con Don Gerardo de Ortega y Ortiz y con el señor doctor
Leo Javier Domínguez. (Hay aplausos.)
SIMONA: (Aparte, a Tadea.) Por fin casaron a la bigotuda…
TADEA: Pues con esa dote que es más grande que su lunar… (Ríen entre ellas. Vicenta las hace callar.)
ESTANISLAO: Aguardamos la llegada de vuesa merced Don Félix Gabriel Gómez, el presbítero de
nuestra parroquia, quien nos honrará con la bendición del compromiso. Agradecemos a
los Rojas el préstamo de los canapés de terciopelo rojo y a los Arias quienes nos
prestaron las hermosas jarras de cristal… (María Josefa carraspea.) Ah, y a la señorita
Gregoria Caicedo por prestar las cucharitas de piña de plata. Les rogamos nos concedan
su permiso para resolver asuntos de adentro. Disfruten la música y disfruten los
refrescos. (Salen Estanislao y María Josefa.)

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Escena 3: Las primas


Los músicos empiezan a tocar.
Las domésticas siguen sirviendo refrescos.
Entran Juana María y Basilia, disimuladamente, procurando no ser vistas por los invitados.
JUANA MARÍA: ¿Has entendido bien lo que te he dicho?
BASILIA: Sí, señorita Juana. ‘Tar pendiente de la llegada del Don Gerardo, avisarle a sumercé;
luego ‘tar pendiente que naide la vea y avisarle cuando haya mozos en la costa…
JUANA MARÍA: Moros, Basilia, moros… Y ni una palabra a nadie. Si todo sale bien, te dejaré uno de mis
vestidos de entre casa.
BASILIA: ¿El de las manguitas rojas?
JUANA MARÍA: Sí, ese. Pero si me haces quedar mal, convenceré a mamá de que te devuelva con las de
adentro.
BASILIA: No, mi ña Juana. Todo saldrá como sumercé lo ha pensado. Al final “cada burro en su
estaca” y “adonde va el mar, van mis arenas”… Que no es de justicia que una señorita
como sumercé se quede sin marido porque la hermana suya de usted tenga esas cosas
que le quedan inmorales en la cara…
JUANA MARÍA: ¡Basilia! Deja de hablar tanto que me entra desconfianza que nos descubran por tu
imprudencia…
BASILIA: Me callo el pico, dijo la rana y saltó p’al charco.
Basilia se acerca al lado de las mujeres y le dice algo al oído a una de ellas. Ésta se levanta y va hacia donde está Juana
María. Luego, Basilia sale por la puerta de entrada.
PAULINA: ¡Prima querida! ¡Cómo estás de linda!
JUANA MARÍA: ¡Paulina! (Se saludan.) ¿Cómo te parece mi vestido nuevo?
PAULINA: Está precioso… ese bordado no se lo he visto a ninguna de nuestras amigas…
JUANA MARÍA: ¡Ay, no! Ahí están las de siempre, mal vestidas.
PAULINA: Sí. Figúrate la ocurrencia de Martina, al venir con ese escote…
JUANA MARÍA: ¿Acaso no sabe que no debe ser tan calvo que se le vean los sesos? Y qué me dices de
Naciancena, ¿presentarse con el cuello cerrado, de cuenta que no tiene carne para un
pastel… Y la Elisa, con traje azul marino…
PAULINA: Y la Concepción, con esas cintas todas desvanecidas… (Ríen muy alegremente.) El comedor
está muy bien puesto.
JUANA MARÍA: No, ¡esto es una miseria! El jamón sin monograma y no hay sino treinta y dos cucharitas,
inclusive las pinzas del azúcar. Mejor hablemos de otra cosa… Hoy es el día, primita.

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LA BODA DE LAS VARGAS

PAULINA: Anoche terminé la novena a San Judas Tadeo, santo de los imposibles, para que todo te
resulte bien… Quiera Dios que Don Gerardo se acomode con tu hermana…
JUANA MARÍA: ¡Ni me lo pintes! ¡Ni me lo nombres! Ese hombre no tiene vergüenza. ¿Conque se atreve
a presentarme el rostro después que lo he tratado tan lastimosamente?
PAULINA: Es que el pobre está muy enamorado de ti. Qué desilusión va a tener cuando se dé
cuenta que, cuando pidió la mano de la “mayor”, era la de Evangelina, y no la tuya, como
le hiciste creer en el baile de mi casa…
JUANA MARÍA: Es un descarado. Estaba yo esa noche en una galopa arrebatadora con Leo Javier, y se
me acerca ese a tener el atrevimiento de suplicarme que baile con él…
PAULINA: Después aprovechó que Javier estaba reunido con tu padre y otros señores para
acercársete otra vez y decirte: «Delicada dama, sabed que mis intenciones son serias, que
sólo aspiro para vos el sagrado vínculo del matrimonio…»
JUANA MARÍA: Me dan nervios de imaginarme casada con él. Ahí fue cuando se me ocurrió el engaño.
Porque empezó a describir las cualidades que esperaba de su consorte y yo ni sueño con
tenerlas y en cambio mi hermana las posee todas. ¿Ayudar yo en las faenas de la casa?
¡Ni pensarlo!
PAULINA: Tú eres muy valiente, yo nunca habría podido llevar a cabo esa treta. ¡Cómo harás luego
para confesarte!
JUANA MARÍA: Ya verás que consigo mi anhelado bien sin faltar a los mandamientos. Es esto o el
convento, Paulina. Porque si mi hermana no se casa, tampoco yo lo haré, y no podría
soportar ver a Leo Javier casado con otra. (Mira hacia la sala.) ¿Y el Oficial Fernández, ya
llegó?
PAULINA: (Se sonroja un poco.) Sí, está en la sala. Me ha regalado este pañuelo de seda…
JUANA MARÍA: ¡Tiene sus iniciales! Prima, yo creo que por fin se ha decidido…
PAULINA: ¿Será que sí?
JUANA MARÍA: Seguro que sí. Vuelve allá; no te robo más de su presencia. Yo terminaré de acicalarme.
Juana María se devuelve por la puerta que da al interior. Paulina vuelve a su puesto en la sala.

Escena 4: El chapetón
Aparece en la puerta de entrada Don Pedro de la Anunciación Vergara.
SIMONA: Ahí llegó ese vejete entrometido y chismoso.
TADEA: Yo no le llevé recado, ¿fuiste tú?
SIMONA: ¿Yo? ¡Qué va! No me le aparezco porque se empecina en venderme una de sus
medallitas.
VICENTA: Es invitado de Don Gerardo.

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TADEA: Chapetón tenía que ser… (Ríen. Vicenta las recrimina.)


D. PEDRO: Alabado sea el nombre de Dios…
TODOS: ¡Alabado sea por siempre!
D. PEDRO: (Aparte.) Parece que no he llegado tan tarde, no veo a mi compatriota Don Gerardo. (Se
aproxima a las sillas de los invitados.) ¿A las damas no les he ofrecido la medalla de nuestro
Santo Rey Fernando VII? Siempre las llevo conmigo. Ya sabéis que las vendo para
contribuir con la derrota del Demonio Francés, el hereje Napoleón Bonaparte, que ha
secuestrado con infamia a nuestro Divino Regente. Podéis ofrecer a voluntad por ellas,
pero no las doy a menos de 2 patacones, ni un real menos, pues vamos que son de pura
plata. Ahora, que si tenéis una onza a la mano, será para mayor gloria de España.
Mientras Don Pedro sigue vendiendo medallas, Basilia pasa rápido hacia el interior de la casa.
D. PEDRO: ¿No habéis traído vuestras bolsas? Entonces, animaos a entregar una de esas vuestras
joyas; tal vez un par de pendientes, o una pulsera, un anillo, hasta un dije os acepto. ¿Son
las últimas que os quedan porque ya disteis el resto? ¿La herencia de vuestra querida
abuela? Me comprometo a costear una misa por su alma que, a fe mía, que ha de estar en
el cielo y os perdonará que la donéis para la causa más noble que los hijos de América
han de apoyar… (Muestra las medallas en uno y otro lado.)

Escena 5: El desaire
Entra Juana María. Basilia se queda cerca de ella, vigilando.
Entra Don Gerardo de Ortega y Ortiz. Juana se hace la que se lo encuentra por casualidad.
D. GERARDO: Buenos y santísimos días…
JUANA MARÍA: ¡Ah! ¿Es usted? Creí que era gente…
D. GERARDO: ¡Oh! Ese frío recibimiento me hace el ser más desgraciado, el hombre infeliz por
excelencia, la víctima expiatoria de la naturaleza…
JUANA MARÍA: Pues, señor Don Infeliz, sepa que ni pienso en usted, ni me propongo nada a su
respecto; no me importa que se muera o se deje de morir…
D. GERARDO: (Después de cavilar unos momentos.) Señorita Juana María, aunque mi parte física exterior no
revele toda la astucia de un zorro, en mi parte intelectual yo soy un lince… Y empiezo a
comprender que como que vos habéis tratado de darme a entender que os soy
indiferente.
JUANA MARÍA: Cabalmente; usted no me inspira sentimiento alguno.
D. GERARDO: Sin embargo, soy dichoso porque os convertiréis en mi esposa, con la bendición de
vuestros padres.
JUANA MARÍA: Eso está por verse.
D. GERARDO: No os obligo a que me queráis; poseer vuestra compañía será mi felicidad completa.

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JUANA MARÍA: Don Gerardo, no quiero engañarle; no puedo ser su esposa, porque mi corazón
pertenece a otro caballero.
D. GERARDO: ¿Qué oigo? ¡Un rival!
JUANA MARÍA: Y este caballero vendrá a disputar a usted mi mano esta misma mañana.
D. GERARDO: Os empeñáis en amargarme la copa de esta mísera existencia que me dio natura. (Intenta
irse.)
JUANA MARÍA: Así que me va a hacer usted un servicio.
D. GERARDO: (Se devuelve.) Lo que me pidáis. ¿Queréis que me bote por el balcón del palacio virreinal?
¿Que me saque las tripas? O queréis que…
JUANA MARÍA: Quiero solamente que se aguarde aquí mientras que voy a arreglarme, y que reciba a Leo
Javier cuando venga…
D. GERARDO: ¿Domínguez, el abogado?
JUANA MARÍA: El mismo que viste y calza.
D. GERARDO: ¿Y si no viene?
JUANA MARÍA: Entonces no le recibe. (Sale por la puerta que da al interior.)
D. GERARDO: (Solo.) ¡Soy feliz porque me ha ocupado! Eso prueba que ya voy ablandando su corazón.
Es que para todo se necesita obrar con paciencia; y hacía yo mal con impacientarme,
cuando hace sólo tres años que aguardo la ocasión de manifestar mis sentimientos a
Juana.

Escena 6: El aspirante a inquisidor


Don Gerardo se dirige a los invitados.
D. GERARDO: ¡Alabado sea el nombre de Dios!
TODOS: ¡Alabado sea por siempre!
D. PEDRO: Don Gerardo, celebro haber llegado antes que vos para poder recibiros…
D. GERARDO: Gracias, Don Pedro; aprecio mucho que hayáis dejado vuestro almacén y que me
acompañéis en este dichoso día. ¿Continuáis en penitencia?
D. PEDRO: Por la causa de España, Don Gerardo. Desde que el rey sufre, he cerrado mi casa y he
ordenado a mi familia que siga luto riguroso. Que no se diga que Don Pedro de la
Anunciación Vergara tuvo un gramo de dicha más que Fernando VII. He entregado
cuanto poseía a Sanllorente, el Comisionado Regio que vino el año pasado. Se llevó
incluso las joyas de mi mujer y de mis hijas.
D. GERARDO: Se veían luego algo tristes…

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D. PEDRO: Por no poder ir en persona a entregarlas al rey. Pero nuestra tristeza llegará a su fin, ya
que se acerca el día en que acabará la ignominia.
D. GERARDO: (Interesado.) ¿Sabéis algo?
D. PEDRO: (Hablando fuerte, para que todos oigan.) El usurpador José Bonaparte prácticamente se
encuentra acorralado por el Ejército Real Español en la frontera; con que dé un paso
atrás, estará en Francia.
D. GERARDO: (Incrédulo.) ¿De veras?
D. PEDRO: Su Majestad misma dirige la contraofensiva.
D. GERARDO: (Sin salir de su asombro.) ¿Pero ha dejado de tejer calceta y ha podido salir del Castillo de
Bayona?
D. PEDRO: (Fanáticamente inquisitivo.) ¿Acaso lo dudáis?
D. GERARDO: Yo…
D. PEDRO: ¿Ponéis en duda los bandos emitidos por vuesa señoría, el Virrey?
D. GERARDO: ¡Jamás!
D. PEDRO: ¿No creéis en la sabiduría de Don Antonio José de Amar y Borbón?
D. GERARDO: ¡No!
D. PEDRO: (Escandalizado.) ¡Ah!
D. GERARDO: No, que sí, creo, ¡creo!
D. PEDRO: ¿Que es el representante de la divinidad en el Nuevo Reino de Granada?
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: ¿Creéis en la superioridad de los peninsulares?
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: ¿En la minusvalía de los americanos que los hace incapaces de gobernarse por sí
mismos?
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: ¿En la autoridad legítima e indiscutible de la Junta Suprema, la Junta Central, la de
Sevilla, la de Cádiz, y de cuantas juntas y juntitas se promulguen en España?
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: ¿En comprar sólo a la península y obstaculizar la economía americana?
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: ¿En mantener a los criollos lejos de la educación y la ilustración?

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D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: (Volviéndose un poco tímido.) ¿Creéis que sería un buen Inquisidor?
D. GERARDO: ¡Sí!
D. PEDRO: ¿Me recomendaríais para el Santo Oficio?
D. GERARDO: ¿Cuándo queréis la carta?
D. PEDRO: Me embarco para Cartagena el 1º de agosto.
D. GERARDO: Consideradla vuestra.
D. PEDRO: Sois sin duda el súbdito más fiel de la Corona; no podía esperarse menos de un abogado
de la Real Audiencia.
D. GERARDO: Honor que me hacéis.
D. PEDRO: Habría sido una pena que os hubieran arcabuceado y luego decapitado y que hubieran
puesto vuestra cabeza en estaca, como las de esos dos insurgentes de los Llanos…
El Oficial Fernández se levanta con ánimo de replicar pero Paulina se desmaya. Corre a socorrerla.
D. PEDRO: O a vuestra futura esposa en la Cárcel del Divorcio…
Vicenta se desmaya. Simona y Tadea corren a socorrerla a ella.
Don Pedro toma a Don Gerardo por el brazo y lo lleva aparte.
D. GERARDO: (Mientras es llevado por Don Pedro, observando el tumulto que se ha formado.) ¡Qué buen
Inquisidor seríais…!

Escena 7: Los amantes épicos


El Oficial Fernández recuesta a Paulina sobre uno de los canapés. Le toma una de las manos y tímidamente le palmea en las
mejillas.
FERNÁNDEZ: ¡Paulina! ¡Paulina! ¡Despierta!
PAULINA: (Volviendo en sí.) Miguel…
FERNÁNDEZ: ¿Cómo te encuentras?
PAULINA: Bien, bien… no ha sido nada… Por un momento imaginé que…
FERNÁNDEZ: ¿Qué?
PAULINA: Miguel Andrés, sé que esos jóvenes que fueron muertos en Los Llanos eran amigos
tuyos… amigos, como tú, de la… independencia…
FERNÁNDEZ: Nunca te he ocultado mis pensamientos, Paulina.

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PAULINA: Por un momento, mientras Don Pedro hablaba, imaginé que eras tú… que era tu
cabeza… (Se cubre el rostro.)
FERNÁNDEZ: (Besando la mano de Paulina.) Mi dulce niña; no hay nada que temer. Aunque el cetro a los
españoles ya les pesa demasiado y se les cae de las manos, no deseamos que corra su
sangre. ¡No queremos en América la barbarie francesa! Y te he dicho que, si por alguna
razón, fuera víctima de esos verdugos, moriría orgulloso, con el consuelo de la próxima
libertad de mi patria.
PAULINA: Lo sé; y eso hace que crezca mi admiración por ti.
FERNÁNDEZ: Pero ahora, al ver que sufres, no me siento tan confiado de enfrentar la muerte. Una sola
de tus lágrimas me haría abandonar la espada…
PAULINA: Eso nunca, Miguel. Jamás te pediría que renunciaras al honor de defender nuestros
ideales. Y si lloro, es porque no podré acompañarte si tienes que ir a la batalla.
TADEA: (Interrumpe. Trae una taza de agua aromática.) Vicenta ya se repuso y me pegó mi buen
regaño por no haberla atendido, niña Paulina…
FERNÁNDEZ: (Retirándose.) Sí estarás, Paulina, aquí… (Se señala el corazón.)
TADEA: A ver, tómese esta agüita de tilo…
PAULINA: No la necesito, Tadea. (Mirando y sonriendo al Oficial Fernández.) Ya estoy mucho mejor.
TADEA: Aunque sea un sorbito para que Vicenta la vea y no me jale las orejas allá dentro…
Paulina se toma el agua aromática.

Escena 8: Rumores de conspiración


Don Pedro y Don Gerardo vuelven al centro de atención. Hablan entre ellos.
D. PEDRO: Por eso, Don Gerardo, me parece que no os habéis dado cuenta del riesgo que corréis,
rebajándoos a mezclar vuestra sangre con la de estos criollos.
D. GERARDO: (Suspiro hondo y desolador.) Ay, Don Pedro, sé que estoy faltando a mi raza, pero esta hija
de los Vargas me domina, me roba el sueño, no pienso sino en ella desde que llegué a
Santafé y Cupido me hirió al verla por primera vez en la hermosísima Pila del Mono.
D. PEDRO: ¿Sois corto de vista?
D. GERARDO: Un poco, sí.
D. PEDRO: Comprendo ahora vuestro arrebato. Dejando aparte las… “cualidades” de la muchacha y
del mono de la pila, debéis saber que se sospecha que en esta casa hay aires de traición…
D. GERARDO: ¡Imposible!
D. PEDRO: Estanislao Vargas es uno de los que aparece en la lista negra de los 19 conspiradores.
D. GERARDO: ¿Cómo sabéis de esa lista? Ni siquiera yo he tenido acceso a ella…

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D. PEDRO: Yo ayudé a dar cierta información para conformarla. Os decía que vuestro futuro suegro
es muy amigo de Francisco José de Caldas y hasta lo han visto entrar al Observatorio.
D. GERARDO: Seguro a observar el Nevado del Tolima que se ve perfectamente desde allí…
D. PEDRO: Se dice que apoya con dineros la formación de un ejército subversivo…
D. GERARDO: Si es por el ganado que ha vendido, me ha asegurado que es para la dote…
D. PEDRO: Don Gerardo… El doctor Vargas tiene en su caja suficientes reales de sus rentas como
para ponerse a rematar un lote de 50 reses. Además, ¿no sabéis quién es su hermano?
D. GERARDO: Un respetable presbítero de… ¡De El Socorro!
D. PEDRO: ¿Y de dónde es la familia de la señora María Josefa…?
D. GERARDO: Precisamente vi su partida de bautismo cuando empezamos a preparar los papeles de la
boda y recuerdo bien que era de la parroquia de… ¡Pamplona!
D. PEDRO: ¡El Socorro, Pamplona, tierra de rebeldes y sediciosos!
D. GERARDO: A favor de los Vargas, me han dicho que tienen un primo segundo en Girón…
D. PEDRO: ¿En Girón? ¡Qué bien! Una villa más realista que el rey. Ese primo segundo, ¿será de los
Salgar?
D. GERARDO: Seguramente.
D. PEDRO: Pero,… ¡El Socorro!… ¡Pamplona!... Se han atrevido a profanar las tierras de Su
Majestad Fernando, con sus raptos de independencia…
D. GERARDO: (Como cayendo en cuenta.) Sí, qué fatalidad… Se ve que hoy todo el mundo se ha propuesto
desesperarme…
D. PEDRO: ¡Pero los hemos aplastado!
D. GERARDO: ¡Eso quisiéramos!
D. PEDRO: ¿Cómo? ¿No han sido fusilados los traidores que osaron conformar las juntas rebeldes
de Pamplona y de Socorro, tal como me ha dicho que diga el secretario del Oidor
cuando oiga que hablan del tema? ¿No? ¡¿No?!
D. GERARDO: (Aparte.) Mejor miento, porque este alevín de inquisidor es capaz de ahorcarme con sus
propias manos… (A Don Pedro.) Sí, sí, fusilados, pellizcados, arcabuceados, acuchillados,
degollados, desmembrados y luego ahogados y decapitados y sus restos dejados para la
comida de los buitres…
D. PEDRO: (Insaciable.) ¡Sí…!
D. GERARDO: Un rival, una conspiración… Parece que se aguan mis venturosos planes… (Se van a otro
lugar a seguir hablando.)

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Escena 9: Los conspiradores


Vicenta hace seguir a Leo Javier Domínguez y al Presbítero Félix Gabriel Gómez; luego entra a la casa.
El Oficial Fernández se une a ellos y, enseguida, sale Estanislao Vargas. Su conversación es privada.
ESTANISLAO: Padre Félix, ¿se realizó la comisión del Doctor Camacho?
P. GÓMEZ: Acaba de salir del Palacio y, como lo habíamos pensado, el Virrey ha dicho que no.
FERNÁNDEZ: ¿Pero le dijo que ya estábamos cansados de pasar y pasar oficios respetuosos sin obtener
respuesta alguna?
LEO JAVIER: Por supuesto. José Joaquín amablemente le indicó que lo más conveniente era que
permitiese formar la junta de diputados, como en El Socorro y Pamplona.
ESTANISLAO: ¿Y qué respondió Amar?
P. GÓMEZ: El viejo se negó categóricamente y despidió a Camacho con un “Ya he dicho”.
FERNÁNDEZ: Entonces, ¿ahora…?
LEO JAVIER: Ahora se preparan Morales y sus hijos para ir donde Llorente.
ESTANISLAO: ¿Chepe Carbonell?
P. GÓMEZ: Ya está ubicando a nuestra gente en la Plaza Mayor.
FERNÁNDEZ: Los soldados a mi cargo están avisados y se pondrán a órdenes de Baraya y del Alcalde
Pey.
ESTANISLAO: ¿De cuánto tiempo disponemos?
LEO JAVIER: Unos veinte o treinta minutos a lo sumo.
ESTANISLAO: Entonces, apuremos el compromiso, porque soy capaz de desafiar a la Corona Española,
pero no la ira de María Josefa López de Vargas.
P. GÓMEZ: Permíteme hablar con las niñas, antes del anuncio; es la ceremonia...
ESTANISLAO: No demorará mucho, Padre. Las dos están muy gustosas con el matrimonio…
El presbítero y Estanislao entran a la casa.
El Oficial Fernández y Leo Javier salen hacia la calle.

Escena 10: Confianza española


Don Pedro y Don Gerardo vuelven a la sala. Siguen hablando entre ellos.
D. PEDRO: Como amigo vuestro, cumplo con manifestaros mi opinión, Don Gerardo. No querríais
veros inmiscuido en los abominables planes de emancipación que se cuecen por aquí…
D. GERARDO: ¿Emancipación en Santafé? No tenéis de qué preocuparos…

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LA BODA DE LAS VARGAS

D. PEDRO: ¿Es que se presume otra cosa en la Real Audiencia?


D. GERARDO: (En tono confidencial.) Anoche mismo decía el Oidor Alba a vuesa señoría el Virrey, que los
americanos son perros sin dientes: ladran pero no muerden.
D. PEDRO: ¿Y se fueron a dormir tan tranquilos, teniendo los perros a sus puertas?
D. GERARDO: El Regente Herrera dijo que no veía esos peligros…
D. PEDRO: ¿Será también corto de vista?
D. GERARDO: El Oidor Alba se despidió diciendo que la conmoción popular de la que tanto se habla
está muy lejos.
D. PEDRO: Y el Oidor sordo…
D. GERARDO: Y, en cuanto a los sucesos de El Socorro y Pamplona, aún no son del conocimiento del
pueblo de Santafé, además de que ya marchan ejércitos desde Venezuela y Cartagena a…
mantener el control de la corona.
D. PEDRO: Mantener el control, al fin han pensado algo bien.
D. GERARDO: Así que por el lado de la conspiración, no tengo nada que temer; sólo me falta solucionar
el asunto del rival.
D. PEDRO: ¿Qué rival puede ser digno de vos? Sobre que no haya conspiración no me fiaría tanto,
pero os aseguro que no se encuentra en toda la Provincia de Cundinamarca un hidalgo,
soltero, más ilustre, de sangre más pura, ni de mayores méritos que Don Gerardo de
Ortega y Ortiz.
D. GERARDO: Vuestros halagos me llenan de convicción, Don Pedro; no he podido escoger un mejor
testigo para mi boda.
D. PEDRO: Y ya que porfiáis en ello, confiad en que hoy mismo os echan la bendición y al poco
tiempo os veré con una docena de angelitos que os tiren de las barbas.
D. GERARDO: En dos tijeretazos habéis dibujado mi bello ideal… (Viendo que entra Leo Javier Domínguez
con el Oficial Fernández.) Ahora, dispensadme, por favor.

Escena 11: Los rivales


LEO JAVIER: ¡Alabado sea Dios!
TODOS: ¡Por siempre!
D. GERARDO: Doctor Domínguez, ¿me permitís una palabra?
Fernández sigue a su silla, o habla un momento con Paulina.
LEO JAVIER: Don Gerardo, ¡qué repuesto se le ve! (Se acerca a darle la mano.)
D. GERARDO: ¡Ay! Me habéis pisado horriblemente… en el callo… en el único callo que tengo…
LEO JAVIER: ¿Lo he lastimado?

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LA BODA DE LAS VARGAS

D. GERARDO: No, no; al contrario… ha sido muy agradable. (Aparte.) No voy a darle a mi rival el gusto
de que me vea sufrir. (A Leo Javier.) Vamos hombre, que la señorita Juana María me ha
dejado de dueño de la casa, así que os recibo en su nombre.
LEO JAVIER: Quedo agradecido, Don Gerardo, y en prueba de ello, venga un abrazo. (Lo abraza.)
D. GERARDO: (Retirándose.) ¡Ay, ay! ¡Víbora!
LEO JAVIER: ¿Qué le ocurre ahora?
D. GERARDO: Me habéis metido el tabaco en un ojo.
LEO JAVIER: Le ruego me perdone, es que hoy muero de felicidad y todo gracias a Usted.
D. GERARDO: ¿A mí? No entiendo lo que decís…
LEO JAVIER: Usted, Don Gerardo, se sacrifica por hacerme feliz.
D. GERARDO: Creo que no os habéis enterado bien de la situación…
LEO JAVIER: ¡Cómo no! Usted se casa con la hija mayor de esta casa, ¿o no?
D. GERARDO: Como que Fernando VII vive y reina. Lamento desilusionaros si es que aspiráis a la
misma mano que yo, porque el señor Vargas ya me ha dado su palabra y, aunque de
diario soy muy modesto, me veo en la necesidad de deciros que un joven como vos, tan
notable y educado por cierto, no podría comparar sus méritos con los míos; en cuestión
de clase no hay discusión.
LEO JAVIER: No discuto, ni compito, porque usted y yo hemos puesto nuestros ojos en una hija
distinta.
D. GERARDO: ¿Cómo es eso?
LEO JAVIER: ¡Yo me caso con la menor!
D. GERARDO: ¿La menor?
LEO JAVIER: ¡Así es! Y si usted no hubiera sido han honorable y valiente de pedir la mano de la
mayor, nunca habría podido alcanzar mi sueño.
D. GERARDO: ¡Hombre cruel! ¡Dadme la noticia de a poco! Ahora sois vos quien procura mi dicha. ¡Yo
os creía mi rival!
LEO JAVIER: No soy tal. Más que nunca debemos hacer frente unido, porque nuestro enlace con los
Vargas nos depara a toda una amazona como suegra.
D. GERARDO: ¿La abuela María Josefa, acaso es de carácter recio?
LEO JAVIER: Recio es poco decir. Como futuro concuñado me atrevo a hablarle con confianza.
¿Tenemos confianza, verdad?
D. GERARDO: Absolutamente.
LEO JAVIER: Pues, a la señora María Josefa, también le dicen la “virreina”…

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LA BODA DE LAS VARGAS

D. GERARDO: ¿Se puede saber la razón?


LEO JAVIER: Porque manda más que su marido… (Leo Javier ríe con gana, mientras Don Gerardo no sabe si
reír u ofenderse.)

Escena 12: El ambigú


La música se detiene.
Entran María Josefa, Estanislao, Evangelina y Juana María, acompañados del Presbítero Gómez.
Las empleadas reparten una copa con mistela.
P. GÓMEZ: ¡Alabado sea Dios!
TODOS: ¡Por siempre!
ESTANISLAO: Damas y caballeros; ya con la compañía del Padre Félix Gabriel Gómez, queremos
compartir con ustedes, nuestros amigos más allegados, la felicidad que representa para
nuestra familia este día, en el cual ratificamos ante su presencia y con la bendición de la
iglesia, la próxima unión en santo matrimonio de nuestras dos hijas. Les confieso que no
habría podido dar por esposos a las niñas a dos caballeros tan de mi gusto. Don Gerardo
de Ortega y Ortiz y mi amigo Leo Javier Domínguez son, aunque el uno europeo y el
otro americano, dos hombres de sangre noble, de sobrada integridad religiosa y moral y
además sus fortunas no desmerecen a la nuestra. Que sea un motivo, ¡salud!
TODOS: ¡Salud!
ESTANISLAO: Y como estamos en una reunión de confianza y no en baile formal, además que ya se
acerca el mediodía, empezaremos por servir la comida.
Mª JOSEFA: ¿Cómo?
ESTANISLAO: Luego el Padre Gómez bendecirá los compromisos y pasaremos al baile…
Mª JOSEFA: Pero no es lo que se estila…
ESTANISLAO: ¡La comida, he dicho!... Es decir, los señores me han hecho saber no hace mucho,
porque no se atreven a contrariarte, que ya están sintiendo los rigores del hambre… ¿No
es así?
LEO JAVIER: ¿Ah? Sí, claro, yo hoy no he almorzado…
FERNÁNDEZ: Yo estoy en pie desde el primer gallo…
P. GÓMEZ: Yo vine a la casa directo de la iglesia…
D. PEDRO: Yo no hice en la mañana sino tres meriendas…
D. GERARDO: (Mirando arrebatadoramente a Juana María.) Yo he perdido el apetito… (Los demás señores lo
miran amenazadoramente.) Pero creo que acabo de encontrarlo…
Mª JOSEFA: Se me cae la cara de la vergüenza. Enseguida los atiendo. ¡Niñas, Vicenta!

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LA BODA DE LAS VARGAS

Salen las Vargas, junto con Paulina y las criadas.


Empiezan a traer bandejas con comida y a renovar las bebidas.
ESTANISLAO: Señoras y señores, ya se ha servido el ambigú… Primero los abuelos…
Pasan a comer los hombres y mujeres de mayor edad. Cuando llegan a la mesa, también entran varios criados y criadas, de los
“que han venido con ellos”.
ESTANISLAO: Ahora las señoritas…
Pasan a comer las muchachas jóvenes.
ESTANISLAO: Y por último los caballeros.
Pasan a comer los hombres que aún no hayan comido.
Los músicos siguen interpretando alguna pieza musical mientras se acaba la comida. El maestro de los músicos comenta, al
ver que no los invitan a pasar.
MAESTRO: Y los músicos como siempre, a la luna de Valencia…
Luego, pasan las criadas a recoger los platos de los concurrentes.

Escena 13: El baile


ESTANISLAO: Ya que hemos saciado nuestra vital necesidad, invito a mis hijas y a mis futuros yernos a
que se acerquen…
Los aludidos se acercan al lugar donde están Estanislao, María Josefa y el Padre Gómez.
ESTANISLAO: Don Gerardo… (Le extiende la mano y Don Gerardo le da la suya.) En nombre de mi familia,
le otorgo la mano de mi hija mayor, Evangelina Vargas López. Evangelina, dame tu
mano.
Coloca la mano de Evangelina sobre la de Don Gerardo.
Los invitados aplauden.
D. GERARDO: ¿Qué? Señor Vargas, debo hablaros enseguida…
P. GÓMEZ: (Coloca sus manos sobre las de los novios.) El señor bendiga vuestro compromiso.
D. GERARDO: (Aparte.) Perdido estoy…
ESTANISLAO: ¡El novio se ha puesto nervioso! Ya conversaremos, Don Gerardo. ¡Animémoslo con
otro aplauso!
Los invitados vuelven a aplaudir.
María Josefa se encarga de acercar y “unir” a la pareja.
ESTANISLAO: Leo Javier, a ti te entrego la mano de mi hija menor, Juana María Vargas López…
Espero que no te pongas nervioso tú también, ¿eh?

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LA BODA DE LAS VARGAS

Coloca también la mano de Juana sobre la de Leo Javier.


Los invitados vuelven a aplaudir.
P. GÓMEZ: (Coloca sus manos sobre las de los novios.) El señor bendiga vuestro compromiso.
D. GERARDO: (Intenta acercarse a Estanislao, pero María Josefa lo retiene disimuladamente.) Señor Vargas, creo
que vos no comprendéis…
ESTANISLAO: ¡Claro que comprendo! En nuestra querida Santafé conocemos y honramos las
costumbres de la península, no faltaría más. (Estanislao se dirige a los músicos.) Maestro, el
minué.
Los músicos interpretan música para que las dos parejas bailen un minué.
D. GERARDO: No puedo bailar ahora, señor Vargas; escuchadme, os lo ruego…
ESTANISLAO: Primero nervioso y ahora tímido. No se preocupe, que Evangelina baila como un ángel.
(A los invitados.) ¿Verdad que queremos que los novios bailen?
TODOS: ¡Sí! ¡Que bailen! ¡Que bailen!
Leo Javier y Juana María salen prontamente a bailar.
María Josefa y Estanislao casi que empujan a Don Gerardo para que inicie el baile con Evangelina.
Mª JOSEFA: ¿Qué te dije?
ESTANISLAO: No entiendo qué le pasa a Don Gerardo, pero de todas maneras ya está
comprometido…
Las dos parejas terminan el baile. Los invitados aplauden.
D. GERARDO: Señor Vargas, mi perspicacia me dice que tal vez ha habido una terrible confusión…
ESTANISLAO: Ninguna, confusión, Don Gerardo. Hoy hemos decidido bailar primero el minué y
luego, el vals. (Nuevamente, a los músicos.) ¡Maestro, el vals!
Empiezan el vals Estanislao y María Josefa. Leo Javier y Juana María llevan a bailar a Don Gerardo y Evangelina. Luego
el Oficial Fernández saca a bailar a Paulina.
Bailan un momento.
Luego Estanislao da una palmada y tanto hombres como mujeres sacan a bailar el vals a los invitados. Sólo quedan sentados
el Padre Gómez y Pedro de la Anunciación Vergara.

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LA BODA DE LAS VARGAS

Escena 14: El florero


Poco a poco, empieza a llegar de la calle un murmullo que crece, como el de una inundación, de un grupo cada vez mayor de
gente que se dirige hacia la Plaza Mayor.
VOCES: (Off.) ¿Dónde es?... ¿Para dónde van todos?... ¿Qué fue lo que pasó?… En la Calle
Real… ¿Cuál calle?... La primera… ¿Qué fue?... Se pelean los Morales con González
Llorente… ¿Quiénes son?... Francisco Morales y sus hijos le pegan a Don José… En el
almacén… Es en el almacén de Don Llorente… Nos están insultando… Los españoles
nos insultan otra vez a los americanos… Vamos para allá… Vamos todos para la Plaza
Mayor… ¡Mueran los chapetones! ¡Que mueran!
Poco a poco se interrumpe el baile. Las señoras vuelven a sentarse. Algunas nerviosas.
Los señores se ponen del lado de la puerta.
BASILIA: (Entrando de la calle. Trae una gran piedra en la mano.) ¡Y que mueran los chapetones!
VOCES: (Off.) ¡Que mueran!
Se ríe muy divertida. Luego se da cuenta que todos la miran. Esconde la piedra.
De aquí en adelante, se escuchará intermitentemente ruidos de gritos y carreras por las calles y de andanzas por los tejados.
Mª JOSEFA: ¡Qué vergüenza con ustedes! Es la china de los mandados. ¡Basilia!
Vicenta la coge de una oreja y empieza a entrarla.
ESTANISLAO: ¡Un momento, Vicenta! Primero que nos diga si sabe lo que está pasando.
BASILIA: Sí, ñor Estanislao…. Yo les cuento lo que ‘tá pasando…
Vicenta mira a María Josefa. Ésta le hace una señal de aprobación.
Mª JOSEFA: Di lo que sabes y no se te olvide que tenemos invitados…
BASILIA: Sí, mi seña Josefa. Pues es que se armó el bochinche en la Calle Real donde el almacén de
Don Llorente…
D. GERARDO: ¿Don José González Llorente?
BASILIA: Sí, patrón.
D. PEDRO: ¿El administrador del Hospicio?
EVANGELINA: ¿El marido de Dolores Ponce?
BASILIA: ¡Que sí! ¡El mismo! La furrusca fue porque no quiso emprestar un florero a los Morales
para dar un refresco a uno que viene de España.
LEO JAVIER: El agasajo para Don Antonio Villavicencio…
FERNÁNDEZ: El Comisionado Regio…

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LA BODA DE LAS VARGAS

BASILIA: Yo pasaba pa’onde una revendedora de la Plaza Mayor que me iba a dar un peso por
llevarle medio bulto de tomates al barrio de La Candelaria, y ai jué que escuché a Don
Llorente deciles a los Morales… (Le da risa nerviosa.)
JUANA MARÍA: ¡Qué dijo, muchacha, habla!
BASILIA: Es que me da pena repetirlo porque hay invitados y la Vicenta me pellizca de la otra
oreja…
ESTANISLAO: Habla y di lo que oíste, que parece asunto grave, y no repares en castigos.
BASILIA: Pues jue que don Llorente se puso to’ colorao por no sé qué que les escuchó a los
Morales y les dijo: «Pues me cago en…» ¿Cómo es que se llama el regio de la España?
VARIOS: ¡Villavicencio!
BASILIA: ¡Ese jue! ‘Tonces dijo Don Llorente: ¡«Pues me cago en Villavicencio y en todos los
americanos»!
D. PEDRO: (Celebrando.) ¡Ole!
Todos lo miran con desaprobación.
D. PEDRO: (Se modera.) Ole… qué irrespeto…
PAULINA: ¡Qué hombre tan grosero! Y con uno de España…
P. GÓMEZ: Es que Don Antonio ve con buenos ojos la causa patriótica…
ESTANISLAO: ¿Y por eso es toda esta algazara y vocerío?
BASILIA: No ve que luego pasó por ahí uno que le dicen el Profesor Caldas y como saludó de
mucho amable a Don Llorente, los Morales le reclamaron que tuviera tanta cortesía con
uno que nos insultaba a todos. Don Llorente dijo que no había sido así. Los Morales se
prendieron porque ofendían las canas de su padre pues lo trataban de mentiroso, y el
mayor, Antonio, se le fue pa’encima a Don Llorente y casi lo deja como Nazareno en
Pascuas…
D. GERARDO: ¡Qué atrevimiento!
FERNÁNDEZ: ¡Muy bien hecho!
BASILIA: Y luego no quedaron sino los trozos…
Mª JOSEFA: ¿De Don José?
BASILIA: No… Del pobre florero que Don Llorente todavía tenía en la mano. Endespués,
empezó a llegar pueblo de todas partes y alguno dijo: «A la cárcel» y todos comenzamos
a desijir que llevaran a Don Llorente pa’ la Cárcel Chiquita, pero se nos voló por’onde un
vecino…
FERNÁNDEZ: ¡Qué cobarde!
LEO JAVIER: Quisiera haberlo visto corriendo.

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LA BODA DE LAS VARGAS

BASILIA: Y luego otro nos dijo que lo llevaban en una silla de manos pa’su casa y ahí salimos
todos volando pa’la casa de Don Llorente y como no lo alcanzamos a agarrar, sino que
se entró pa’dentro y trancó la puerta, cogimos a darle golpes…
EVANGELINA: ¿A Don José? ¡Jesús!
VICENTA: Doña Dolores recién parida…
D. PEDRO: ¡Qué atropello!
BASILIA: No, a la puerta y a los vidrios y las ventanas y hasta las tejas… Si no fuera porque llegó el
señor Alcalde y se lo llevó por las buenas con la guardia, le’chamos la casa abajo.
Mª JOSEFA: Mira qué sucia te has puesto.
BASILIA: Es que en medio de la corajina y con la corredera pa’l un lado y pa’l otro, hubo
cardenales a porrillo…
Basilia husmea en la mesa, buscando algo de comer. Las señoras comentan.
Estanislao, Leo Javier, el Oficial Fernández y el Padre Gómez se reúnen en un lado de la sala.
FERNÁNDEZ: Doctor Vargas, ¿ya es la hora de unirnos?
ESTANISLAO: Todavía no. La chispa ya se prendió, pero tenemos que esperar a la señal.
P. GÓMEZ: El toque de campanas…
LEO JAVIER: Ahí es cuando nos reuniremos todos en la plaza a pedir Cabildo Abierto…
Don Pedro y Don Gerardo se reúnen en el otro lado de la sala.
D. GERARDO: Don Pedro, veo la oportunidad de librarme de un mal padeciendo otro…
D. PEDRO: No os entiendo.
D. GERARDO: Me cambiaron la novia…
D. PEDRO: ¿No es la mayor, Evangelina?
D. GERARDO: Yo creía que era la mayor, pero era la menor, Juana María…
D. PEDRO: ¡Ah, hideputa! ¿Qué sugerís, entonces?
D. GERARDO: Huyamos disimuladamente, aprovechando la confusión…
D. PEDRO: ¡Quedaréis deshonrado!
D. GERARDO: Vos os encargaréis de decir que el Virrey me envió de comisión a Cartagena, a pedir más
ejército…
D. PEDRO: ¿Y la chusma?
D. GERARDO: No pienso pasar por la plaza ni por la Audiencia. Sacaré dinero de mi casa y no pararé
hasta llegar a Honda…

20
LA BODA DE LAS VARGAS

D. PEDRO: ¿Llevaréis mi carta de recomendación?


D. GERARDO: Así es… Haré vuestra carta, sacaré dinero y luego Honda…
Empiezan a abandonar la sala.
BASILIA: (Viendo que salen Don Pedro y Don Gerardo.) ¡Atájenlos! ¡Que no salgan! ¡Que no se vaya el
novio de la niña Evangelina!
Fernández y Leo Javier se apresuran a detener a Don Pedro y Don Gerardo.
ESTANISLAO: ¿Pero, qué es esto, Don Gerardo?
EVANGELINA: ¿Pero qué gritos son esos, Basilia?
D. PEDRO: (Al Oficial Fernández.) Quitadme las manos de encima…
FERNÁNDEZ: De usted no recibo órdenes…
D. GERARDO: Dejadme salir, Doctor Domínguez…
LEO JAVIER: Concuñado, adivino sus intenciones y, dejarlo que se vaya, no puedo…
Se arma gran alboroto entre los señores, las damas y las sirvientas.
ESTANISLAO: ¡Silencio! Estoy seguro que Don Gerardo nos explicará el motivo de su extraña
conducta…
D. GERARDO: Disculpadme, señoras y caballeros. El afán de llegar pronto a la Real Audiencia y
ponerme a órdenes de Vuesa Señoría, me hizo olvidar la etiqueta…
BASILIA: Pero no ve que, con haber llevado a Don Llorente a la cárcel, ‘tamos todos
envalentonados buscando a un tal Infiesta que es amigo de él y al un otro Trillo porque
entre los dos dizque hicieron una lista de americanos que iban a descabezar…
TODOS: ¡La lista negra!
BASILIA: Y como también se escondieron, andábamos apedreando las casas de todos los
chapetones. Yo no seguí porque las tripas me avisaron que era hora de comer y me
acordé que aquí había fiesta y por eso me vine a sacar el vientre de mal año… Pero toda
la montonera de pueblo sigue por las calles y son capaces de moler a palos a cualquier
español que vean… (Se va hacia la puerta de la calle.)
D. GERARDO: El cumplimiento del deber me obliga a tomar ese riesgo. Vamos, Don Pedro…
D. PEDRO: Me parece que abandono ese barco, Don Gerardo. En estos momentos de efervescencia,
encuentro sumamente acogedora la casa de estos buenos americanos…
D. GERARDO: Pero… Os necesito para… aquella comisión vuestra a Cartagena…
D. PEDRO: Con mucho pesar renuncio a ella; en vista de que “a los perros les han salido los
dientes…”, preveo que el cielo no me concederá tenerla…

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LA BODA DE LAS VARGAS

ESTANISLAO: A Don Pedro le asiste toda la razón, Don Gerardo. Usted prácticamente es de la familia,
y nuestro deber es protegerle. No se haga de rogar, es lo que más le conviene, quédese
aquí con su prometida…
D. GERARDO: (Trata de llevarlo hacia donde está Evangelina. Don Gerardo se suelta, se encara.) Aunque el deber
me obliga, a conciencia, no puedo…
Mª JOSEFA: Claro que puede; así se irán conociendo.
D. GERARDO: ¡No! Que no puedo seguir con este casamiento.
TODOS: (Escandalizados.) ¿Ah?
ESTANISLAO: ¿Qué oigo?
D. GERARDO: Señor Vargas, vos no me escuchasteis a tiempo y no quería ofender a vuestras hijas, pero
ante las circunstancias, os hago saber que he sido víctima de un engaño.
TODOS: ¿Qué?
D. GERARDO: Pedí la mano de vuestra hija mayor pensando que correspondía a la Señorita Juana
María, porque ella… ¡me convenció de ello!
JUANA MARÍA: ¡Es mentira!
LEO JAVIER: ¡Retráctese usted, en este momento!
Mª JOSEFA: Don Gerardo, no permito que manche la honradez de mis hijas; ambas son niñas muy
devotas y doy fe que ni siquiera las he dejado aprender a escribir, como corresponde a
toda joven virtuosa…
D. GERARDO: (A Juana María.) ¿Negaréis que me dijisteis, cuando os pregunté vuestro nombre, que
erais la mayor de las hijas del Doctor Vargas?
JUANA MARÍA: Nunca dije eso. Mi prima Paulina es testigo.
ESTANISLAO: Paulinita, ¿es eso cierto?
PAULINA: Tío… Yo…
JUANA MARÍA: Paulina, sólo tienes que decir la verdad. ¿Le di yo esperanzas a Don Gerardo?
PAULINA: ¡Nunca!
JUANA MARÍA: ¿Acaso lo traté alguna vez de modo amable?
PAULINA: Por el contrario, siempre fuiste indiferente y… hasta grosera.
JUANA MARÍA: ¿Estabas conmigo cuando Don Gerardo quiso indagar mi identidad?
PAULINA: Así es.
JUANA MARÍA: ¿Cuáles fueron, exactamente, sus palabras?
PAULINA: ¿Sus palabras, exactas?

22
LA BODA DE LAS VARGAS

JUANA MARÍA: En efecto.


PAULINA: Pues él se te acercó, nos hizo una reverencia, te hizo unos halagos y luego te preguntó:
«¿Graciosa señorita, puedo saber quién sois?»
JUANA MARÍA: ¿Y yo qué dije, puntualmente?
PAULINA: ¿La verdad?
JUANA MARÍA: Ante Dios, ni más ni menos.
PAULINA: Tú dijiste así: «Como no le conozco ni sé quién es usted, bástele con saber que, de las
hijas del Doctor Estanislao Vargas, yo soy la mayor…»
GERARDO: ¡Ella lo admite!
Mª JOSEFA: ¡Juana María!
JUANA MARÍA: Sin embargo, se trataba de un juego. Porque como era español, y para que no me
importunase más con sus requiebros, le iba a decir que, de las hijas de mi padre, ¡yo soy
la mayor admiradora de la causa de la Independencia!
ESTANISLAO: Como sin duda lo es, y me enorgullezco de ello.
D. GERARDO: ¡Malintencionada! ¿Por qué no me dijisteis entonces eso?
JUANA MARÍA: Me detuve con la palabra en la boca, por no comprometer a papá y porque de pronto
recordé que ponía mi vida en riesgo.
Mª JOSEFA: Don Gerardo, como usted ve, no ha habido engaño; aunque debió informarse
apropiadamente, la virtud y la moral ahora lo obligan a cumplir el compromiso adquirido
ante nuestra familia y ante la sociedad.
D. GERARDO: Reverendo padre, acudo a vuesa merced.
P. GÓMEZ: Don Gerardo, el compromiso tiene la bendición divina y no puede usted incumplirlo
porque no sólo ofendería el honor de los Vargas sino también el de su ilustre familia…
D. GERARDO: En ese caso, no me queda más remedio que… ¡La huída!
Don Gerardo emprende carrera hacia la calle. Intentan detenerlo pero no lo consiguen.
Traspasa la puerta de entrada y enseguida se devuelve, gritando aterrorizado.
D. GERARDO: ¡Socorredme!
Aparece en la puerta nuevamente Basilia, esta vez con un machete en la mano.
BASILIA: ¡Que se dentre, le ‘toy diciendo! ¿No ve que hay moras en las costras?
Mª JOSEFA: ¡Basilia, qué modales son esos!

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LA BODA DE LAS VARGAS

BASILIA: Es que este chapetón loco anda necio porque lo maten; es a meterse en medio del
turbión de gente cuando ya ‘tamos todos armados hasta los dientes porque cogimos al
Infiesta pero el Trillo nos la vela. Y yo seré del pueblo soberano que ahora ‘tamos
pidiendo la cabeza de los tiranos Alba y Frías, pero mi seña Evangelina no se me queda
viuda ni la otra soltera…
D. PEDRO: ¡Los fiscales de la Real Audiencia!
BASILIA: Yo no sé quiénes sean; pero si son chapetones y mandones, ¡los descabezamos! (Se va
nuevamente para la calle.)
ESTANISLAO: En fin, Don Gerardo; voy a sincerarme con usted. Estos disturbios no son accidentales y
le aseguro que el movimiento no se detendrá hasta que el Virrey admita la creación de
nuestra Junta Suprema.
P. GÓMEZ: Como en Cartagena, Pamplona y El Socorro.
Nuevamente entra Basilia, sembrando alboroto.
BASILIA: Mis patroncitos, no se muevan porque ahora nos vamos a tomar la artillería pa’ matar
dos mil negros que vienen llegando del trapiche del chapetón de Alguayacil… (Vuelve a
irse corriendo para la calle.)
LEO JAVIER: Quién sabe lo que haría esta muchedumbre si se enterara que Don Gerardo también es
de los que mandan en la Real Audiencia…
FERNÁNDEZ: Si me lo ordena, señor Vargas, yo mismo llamo a los revolucionarios…
ESTANISLAO: Miguel, aprecio tu patriotismo, pero la familia está primero. Claro que si Don Gerardo
insiste en irse…
BASILIA: (Entra una vez más, con los ánimos encendidos.) ‘Tamos llevando un cañón pa’apuntarle al
palacio del Virrey, ¡porque de adentro hay artillería lista pa’dispararnos al pueblo…! (Otra
vez desaparece.)
D. PEDRO: (A Don Gerardo.) Amigo Ortega, no está la Magdalena para tafetanes; tal como yo lo veo,
de aquí vos no salís sino marido o muerto…
JUANA MARÍA: Eso es: ¡Marido o muerto!
Mª JOSEFA: Marido o muerto, ¡escoja!
D. GERARDO: (Mira hacia la calle, mira alrededor. Resignado.) Pues… entonces… ¡Marido!
Todos aplauden, se abrazan, etc.
Se oye tocar las campanas a rebato. Las damas gritan.
EVANGELINA: ¡Dios mío, fuego!
ESTANISLAO: Tranquilas, no hay de qué preocuparse.
Mª JOSEFA: ¿Cómo que no? ¿No ves que es el toque de incendio?
LEO JAVIER: Puede estar confiada señora María Josefa, que no hay incendio.
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LA BODA DE LAS VARGAS

P. GÓMEZ: Es el llamado a los habitantes de Santafé para que nos congreguemos en la Plaza Mayor.
FERNÁNDEZ: En nuestras manos está por fin obtener nuestra independencia.
ESTANISLAO: Así que damos por terminada nuestra velada. Los invito a todos a que vayamos a la
plaza. Tenemos una cita con la patria.
D. GERARDO: Eso, vamos…
ESTANISLAO: Usted no, don Gerardo; usted estará más seguro aquí.
Mª JOSEFA: (Deteniendo a Juana María y Paulina.) Ustedes tampoco, niñas.
JUANA MARÍA: Pero, mamá…
Mª JOSEFA: Yo misma iría con ellos, pero hay que… acompañar a Don Gerardo. ¿Y usted, don
Pedro?
D. PEDRO: Creo que necesitaréis un hombre en la casa… Otro hombre en la casa; así que me
ofrezco.
PAULINA: ¡Miguel! (Éste se devuelve. Ella le entrega un relicario.) Para que no me olvides, y sepas que te
quiero… (Intenta abrazarla, pero se contiene; mira a Estanislao.)
ESTANISLAO: Anda, muchacho, que no sabemos lo que nos depara.
Miguel y Paulina se abrazan. Luego se separan. Paulina contiene el llanto.
JUANA MARÍA: (Entregando a Leo Javier su sombrero y guantes.) Me mandas recados con la Basilia, si al fin
quedas de representante.
LEO JAVIER: Te prometo que serás la primera en saberlo. (Le besa la mano y se va.)
Mª JOSEFA: Bueno, mijo; cuídate y que Dios te bendiga.
ESTANISLAO: Así sea. Compatriotas, ¡a la Plaza Mayor! (Van saliendo los hombres.)
Mª JOSEFA: Caballeros, vamos a la sala de adentro; Vicenta, tranca la puerta. (Iniciando el mutis.) Don
Gerardo, ¿sabía usted que siempre tenemos a la mano un arma de fuego…? Creo que
nos será muy útil hoy, ¿no le parece?
D. PEDRO: Je, je… Marido o muerto.
FIN
Bucaramanga, 26 de enero de 2010

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