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PERSONAJES
Criollo, Abogado, Profesor del Colegio del
ESTANISLAO VARGAS
Rosario
MARÍA JOSEFA LÓPEZ DE VARGAS Su esposa
EVANGELINA VARGAS Su hija mayor, la fea
JUANA MARÍA VARGAS Su hija menor, la bonita
PAULINA LÓPEZ Prima de ellas
LEO JAVIER DOMÍNGUEZ Criollo, Abogado
MIGUEL ANDRÉS FERNÁNDEZ Criollo, Oficial del ejército
FÉLIX GABRIEL GÓMEZ Presbítero criollo
DON PEDRO DE LA ANUNCIACIÓN VERGARA Español, comerciante
Hidalgo español, venido a menos, empleado
DON GERARDO DE ORTEGA Y ORTIZ
de la Real Audiencia de Santafé
SIMONA, TADEA, BASILIA, VICENTA Criadas de los Vargas
MÚSICOS, CRIADOS E INVITADOS
LA BODA DE LAS VARGAS
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LA BODA DE LAS VARGAS
Mª JOSEFA: ¿Te parece poco? Evangelina ya cumplió los 25 y no faltó nada para que las dos se nos
quedaran para vestir santos.
ESTANISLAO: Por tu terquedad…
Mª JOSEFA: Si la mayor no se casa, tampoco Juana María, que es la menor y apenas tiene 18. Es la
tradición de la familia de mi padre pues, aunque él nació en América, mis abuelos eran
ambos europeos.
ESTANISLAO: Bueno, hagamos la reunión, pero el otro domingo…
Mª JOSEFA: ¿Y por qué no puede ser hoy? (Estanislao no sabe responder.) Ya tenemos toda la comida
lista, los músicos están contratados, las niñas están emocionadas porque van a lucir
vestidos nuevos, ¿quieres desilusionarlas? Además, hay que asegurar al pretendiente de
Evangelina, no sea que cambie de parecer…
ESTANISLAO: Don Gerardo es hombre de palabra. ¿Por qué iría a cambiar de parecer? Él fue muy
claro hace quince días cuando me anunció su visita: que pedía la mano de mi hija mayor.
«¿La mayor, está usted seguro?» le pregunté. Y él, dando un suspiro, me dijo que sí. De
no conocer la fisonomía de mi hija, diría que está enamorado…
Mª JOSEFA: Pero es que sólo ha visto a la niña de lejos; hoy la va a tener a un palmo de narices y…
quién sabe, ¿no? Si no fuera por ese lunar que sacó de la familia de tu madre…
ESTANISLAO: O por ese bigotito que sacó de tus “abuelas europeas”…
Mª JOSEFA: Bueno, vamos; antes que empiecen a criticar porque no hemos saludado… Acuérdate
que ahí está la Gregoria…
Los Vargas se dirigen a los invitados.
ESTANISLAO: Estimados amigos, en nombre de la familia Vargas López quiero darles una calurosa
bienvenida a nuestra humilde casa. La señora María Josefa, mi esposa, y yo deseamos
agradecer el que hayan aceptado la invitación a celebrar el compromiso de nuestras hijas,
Evangelina y Juana María, con Don Gerardo de Ortega y Ortiz y con el señor doctor
Leo Javier Domínguez. (Hay aplausos.)
SIMONA: (Aparte, a Tadea.) Por fin casaron a la bigotuda…
TADEA: Pues con esa dote que es más grande que su lunar… (Ríen entre ellas. Vicenta las hace callar.)
ESTANISLAO: Aguardamos la llegada de vuesa merced Don Félix Gabriel Gómez, el presbítero de
nuestra parroquia, quien nos honrará con la bendición del compromiso. Agradecemos a
los Rojas el préstamo de los canapés de terciopelo rojo y a los Arias quienes nos
prestaron las hermosas jarras de cristal… (María Josefa carraspea.) Ah, y a la señorita
Gregoria Caicedo por prestar las cucharitas de piña de plata. Les rogamos nos concedan
su permiso para resolver asuntos de adentro. Disfruten la música y disfruten los
refrescos. (Salen Estanislao y María Josefa.)
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LA BODA DE LAS VARGAS
PAULINA: Anoche terminé la novena a San Judas Tadeo, santo de los imposibles, para que todo te
resulte bien… Quiera Dios que Don Gerardo se acomode con tu hermana…
JUANA MARÍA: ¡Ni me lo pintes! ¡Ni me lo nombres! Ese hombre no tiene vergüenza. ¿Conque se atreve
a presentarme el rostro después que lo he tratado tan lastimosamente?
PAULINA: Es que el pobre está muy enamorado de ti. Qué desilusión va a tener cuando se dé
cuenta que, cuando pidió la mano de la “mayor”, era la de Evangelina, y no la tuya, como
le hiciste creer en el baile de mi casa…
JUANA MARÍA: Es un descarado. Estaba yo esa noche en una galopa arrebatadora con Leo Javier, y se
me acerca ese a tener el atrevimiento de suplicarme que baile con él…
PAULINA: Después aprovechó que Javier estaba reunido con tu padre y otros señores para
acercársete otra vez y decirte: «Delicada dama, sabed que mis intenciones son serias, que
sólo aspiro para vos el sagrado vínculo del matrimonio…»
JUANA MARÍA: Me dan nervios de imaginarme casada con él. Ahí fue cuando se me ocurrió el engaño.
Porque empezó a describir las cualidades que esperaba de su consorte y yo ni sueño con
tenerlas y en cambio mi hermana las posee todas. ¿Ayudar yo en las faenas de la casa?
¡Ni pensarlo!
PAULINA: Tú eres muy valiente, yo nunca habría podido llevar a cabo esa treta. ¡Cómo harás luego
para confesarte!
JUANA MARÍA: Ya verás que consigo mi anhelado bien sin faltar a los mandamientos. Es esto o el
convento, Paulina. Porque si mi hermana no se casa, tampoco yo lo haré, y no podría
soportar ver a Leo Javier casado con otra. (Mira hacia la sala.) ¿Y el Oficial Fernández, ya
llegó?
PAULINA: (Se sonroja un poco.) Sí, está en la sala. Me ha regalado este pañuelo de seda…
JUANA MARÍA: ¡Tiene sus iniciales! Prima, yo creo que por fin se ha decidido…
PAULINA: ¿Será que sí?
JUANA MARÍA: Seguro que sí. Vuelve allá; no te robo más de su presencia. Yo terminaré de acicalarme.
Juana María se devuelve por la puerta que da al interior. Paulina vuelve a su puesto en la sala.
Escena 4: El chapetón
Aparece en la puerta de entrada Don Pedro de la Anunciación Vergara.
SIMONA: Ahí llegó ese vejete entrometido y chismoso.
TADEA: Yo no le llevé recado, ¿fuiste tú?
SIMONA: ¿Yo? ¡Qué va! No me le aparezco porque se empecina en venderme una de sus
medallitas.
VICENTA: Es invitado de Don Gerardo.
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Escena 5: El desaire
Entra Juana María. Basilia se queda cerca de ella, vigilando.
Entra Don Gerardo de Ortega y Ortiz. Juana se hace la que se lo encuentra por casualidad.
D. GERARDO: Buenos y santísimos días…
JUANA MARÍA: ¡Ah! ¿Es usted? Creí que era gente…
D. GERARDO: ¡Oh! Ese frío recibimiento me hace el ser más desgraciado, el hombre infeliz por
excelencia, la víctima expiatoria de la naturaleza…
JUANA MARÍA: Pues, señor Don Infeliz, sepa que ni pienso en usted, ni me propongo nada a su
respecto; no me importa que se muera o se deje de morir…
D. GERARDO: (Después de cavilar unos momentos.) Señorita Juana María, aunque mi parte física exterior no
revele toda la astucia de un zorro, en mi parte intelectual yo soy un lince… Y empiezo a
comprender que como que vos habéis tratado de darme a entender que os soy
indiferente.
JUANA MARÍA: Cabalmente; usted no me inspira sentimiento alguno.
D. GERARDO: Sin embargo, soy dichoso porque os convertiréis en mi esposa, con la bendición de
vuestros padres.
JUANA MARÍA: Eso está por verse.
D. GERARDO: No os obligo a que me queráis; poseer vuestra compañía será mi felicidad completa.
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LA BODA DE LAS VARGAS
JUANA MARÍA: Don Gerardo, no quiero engañarle; no puedo ser su esposa, porque mi corazón
pertenece a otro caballero.
D. GERARDO: ¿Qué oigo? ¡Un rival!
JUANA MARÍA: Y este caballero vendrá a disputar a usted mi mano esta misma mañana.
D. GERARDO: Os empeñáis en amargarme la copa de esta mísera existencia que me dio natura. (Intenta
irse.)
JUANA MARÍA: Así que me va a hacer usted un servicio.
D. GERARDO: (Se devuelve.) Lo que me pidáis. ¿Queréis que me bote por el balcón del palacio virreinal?
¿Que me saque las tripas? O queréis que…
JUANA MARÍA: Quiero solamente que se aguarde aquí mientras que voy a arreglarme, y que reciba a Leo
Javier cuando venga…
D. GERARDO: ¿Domínguez, el abogado?
JUANA MARÍA: El mismo que viste y calza.
D. GERARDO: ¿Y si no viene?
JUANA MARÍA: Entonces no le recibe. (Sale por la puerta que da al interior.)
D. GERARDO: (Solo.) ¡Soy feliz porque me ha ocupado! Eso prueba que ya voy ablandando su corazón.
Es que para todo se necesita obrar con paciencia; y hacía yo mal con impacientarme,
cuando hace sólo tres años que aguardo la ocasión de manifestar mis sentimientos a
Juana.
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LA BODA DE LAS VARGAS
D. PEDRO: Por no poder ir en persona a entregarlas al rey. Pero nuestra tristeza llegará a su fin, ya
que se acerca el día en que acabará la ignominia.
D. GERARDO: (Interesado.) ¿Sabéis algo?
D. PEDRO: (Hablando fuerte, para que todos oigan.) El usurpador José Bonaparte prácticamente se
encuentra acorralado por el Ejército Real Español en la frontera; con que dé un paso
atrás, estará en Francia.
D. GERARDO: (Incrédulo.) ¿De veras?
D. PEDRO: Su Majestad misma dirige la contraofensiva.
D. GERARDO: (Sin salir de su asombro.) ¿Pero ha dejado de tejer calceta y ha podido salir del Castillo de
Bayona?
D. PEDRO: (Fanáticamente inquisitivo.) ¿Acaso lo dudáis?
D. GERARDO: Yo…
D. PEDRO: ¿Ponéis en duda los bandos emitidos por vuesa señoría, el Virrey?
D. GERARDO: ¡Jamás!
D. PEDRO: ¿No creéis en la sabiduría de Don Antonio José de Amar y Borbón?
D. GERARDO: ¡No!
D. PEDRO: (Escandalizado.) ¡Ah!
D. GERARDO: No, que sí, creo, ¡creo!
D. PEDRO: ¿Que es el representante de la divinidad en el Nuevo Reino de Granada?
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: ¿Creéis en la superioridad de los peninsulares?
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: ¿En la minusvalía de los americanos que los hace incapaces de gobernarse por sí
mismos?
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: ¿En la autoridad legítima e indiscutible de la Junta Suprema, la Junta Central, la de
Sevilla, la de Cádiz, y de cuantas juntas y juntitas se promulguen en España?
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: ¿En comprar sólo a la península y obstaculizar la economía americana?
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: ¿En mantener a los criollos lejos de la educación y la ilustración?
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LA BODA DE LAS VARGAS
D. GERARDO: ¡Creo!
D. PEDRO: (Volviéndose un poco tímido.) ¿Creéis que sería un buen Inquisidor?
D. GERARDO: ¡Sí!
D. PEDRO: ¿Me recomendaríais para el Santo Oficio?
D. GERARDO: ¿Cuándo queréis la carta?
D. PEDRO: Me embarco para Cartagena el 1º de agosto.
D. GERARDO: Consideradla vuestra.
D. PEDRO: Sois sin duda el súbdito más fiel de la Corona; no podía esperarse menos de un abogado
de la Real Audiencia.
D. GERARDO: Honor que me hacéis.
D. PEDRO: Habría sido una pena que os hubieran arcabuceado y luego decapitado y que hubieran
puesto vuestra cabeza en estaca, como las de esos dos insurgentes de los Llanos…
El Oficial Fernández se levanta con ánimo de replicar pero Paulina se desmaya. Corre a socorrerla.
D. PEDRO: O a vuestra futura esposa en la Cárcel del Divorcio…
Vicenta se desmaya. Simona y Tadea corren a socorrerla a ella.
Don Pedro toma a Don Gerardo por el brazo y lo lleva aparte.
D. GERARDO: (Mientras es llevado por Don Pedro, observando el tumulto que se ha formado.) ¡Qué buen
Inquisidor seríais…!
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LA BODA DE LAS VARGAS
PAULINA: Por un momento, mientras Don Pedro hablaba, imaginé que eras tú… que era tu
cabeza… (Se cubre el rostro.)
FERNÁNDEZ: (Besando la mano de Paulina.) Mi dulce niña; no hay nada que temer. Aunque el cetro a los
españoles ya les pesa demasiado y se les cae de las manos, no deseamos que corra su
sangre. ¡No queremos en América la barbarie francesa! Y te he dicho que, si por alguna
razón, fuera víctima de esos verdugos, moriría orgulloso, con el consuelo de la próxima
libertad de mi patria.
PAULINA: Lo sé; y eso hace que crezca mi admiración por ti.
FERNÁNDEZ: Pero ahora, al ver que sufres, no me siento tan confiado de enfrentar la muerte. Una sola
de tus lágrimas me haría abandonar la espada…
PAULINA: Eso nunca, Miguel. Jamás te pediría que renunciaras al honor de defender nuestros
ideales. Y si lloro, es porque no podré acompañarte si tienes que ir a la batalla.
TADEA: (Interrumpe. Trae una taza de agua aromática.) Vicenta ya se repuso y me pegó mi buen
regaño por no haberla atendido, niña Paulina…
FERNÁNDEZ: (Retirándose.) Sí estarás, Paulina, aquí… (Se señala el corazón.)
TADEA: A ver, tómese esta agüita de tilo…
PAULINA: No la necesito, Tadea. (Mirando y sonriendo al Oficial Fernández.) Ya estoy mucho mejor.
TADEA: Aunque sea un sorbito para que Vicenta la vea y no me jale las orejas allá dentro…
Paulina se toma el agua aromática.
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D. PEDRO: Yo ayudé a dar cierta información para conformarla. Os decía que vuestro futuro suegro
es muy amigo de Francisco José de Caldas y hasta lo han visto entrar al Observatorio.
D. GERARDO: Seguro a observar el Nevado del Tolima que se ve perfectamente desde allí…
D. PEDRO: Se dice que apoya con dineros la formación de un ejército subversivo…
D. GERARDO: Si es por el ganado que ha vendido, me ha asegurado que es para la dote…
D. PEDRO: Don Gerardo… El doctor Vargas tiene en su caja suficientes reales de sus rentas como
para ponerse a rematar un lote de 50 reses. Además, ¿no sabéis quién es su hermano?
D. GERARDO: Un respetable presbítero de… ¡De El Socorro!
D. PEDRO: ¿Y de dónde es la familia de la señora María Josefa…?
D. GERARDO: Precisamente vi su partida de bautismo cuando empezamos a preparar los papeles de la
boda y recuerdo bien que era de la parroquia de… ¡Pamplona!
D. PEDRO: ¡El Socorro, Pamplona, tierra de rebeldes y sediciosos!
D. GERARDO: A favor de los Vargas, me han dicho que tienen un primo segundo en Girón…
D. PEDRO: ¿En Girón? ¡Qué bien! Una villa más realista que el rey. Ese primo segundo, ¿será de los
Salgar?
D. GERARDO: Seguramente.
D. PEDRO: Pero,… ¡El Socorro!… ¡Pamplona!... Se han atrevido a profanar las tierras de Su
Majestad Fernando, con sus raptos de independencia…
D. GERARDO: (Como cayendo en cuenta.) Sí, qué fatalidad… Se ve que hoy todo el mundo se ha propuesto
desesperarme…
D. PEDRO: ¡Pero los hemos aplastado!
D. GERARDO: ¡Eso quisiéramos!
D. PEDRO: ¿Cómo? ¿No han sido fusilados los traidores que osaron conformar las juntas rebeldes
de Pamplona y de Socorro, tal como me ha dicho que diga el secretario del Oidor
cuando oiga que hablan del tema? ¿No? ¡¿No?!
D. GERARDO: (Aparte.) Mejor miento, porque este alevín de inquisidor es capaz de ahorcarme con sus
propias manos… (A Don Pedro.) Sí, sí, fusilados, pellizcados, arcabuceados, acuchillados,
degollados, desmembrados y luego ahogados y decapitados y sus restos dejados para la
comida de los buitres…
D. PEDRO: (Insaciable.) ¡Sí…!
D. GERARDO: Un rival, una conspiración… Parece que se aguan mis venturosos planes… (Se van a otro
lugar a seguir hablando.)
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D. GERARDO: No, no; al contrario… ha sido muy agradable. (Aparte.) No voy a darle a mi rival el gusto
de que me vea sufrir. (A Leo Javier.) Vamos hombre, que la señorita Juana María me ha
dejado de dueño de la casa, así que os recibo en su nombre.
LEO JAVIER: Quedo agradecido, Don Gerardo, y en prueba de ello, venga un abrazo. (Lo abraza.)
D. GERARDO: (Retirándose.) ¡Ay, ay! ¡Víbora!
LEO JAVIER: ¿Qué le ocurre ahora?
D. GERARDO: Me habéis metido el tabaco en un ojo.
LEO JAVIER: Le ruego me perdone, es que hoy muero de felicidad y todo gracias a Usted.
D. GERARDO: ¿A mí? No entiendo lo que decís…
LEO JAVIER: Usted, Don Gerardo, se sacrifica por hacerme feliz.
D. GERARDO: Creo que no os habéis enterado bien de la situación…
LEO JAVIER: ¡Cómo no! Usted se casa con la hija mayor de esta casa, ¿o no?
D. GERARDO: Como que Fernando VII vive y reina. Lamento desilusionaros si es que aspiráis a la
misma mano que yo, porque el señor Vargas ya me ha dado su palabra y, aunque de
diario soy muy modesto, me veo en la necesidad de deciros que un joven como vos, tan
notable y educado por cierto, no podría comparar sus méritos con los míos; en cuestión
de clase no hay discusión.
LEO JAVIER: No discuto, ni compito, porque usted y yo hemos puesto nuestros ojos en una hija
distinta.
D. GERARDO: ¿Cómo es eso?
LEO JAVIER: ¡Yo me caso con la menor!
D. GERARDO: ¿La menor?
LEO JAVIER: ¡Así es! Y si usted no hubiera sido han honorable y valiente de pedir la mano de la
mayor, nunca habría podido alcanzar mi sueño.
D. GERARDO: ¡Hombre cruel! ¡Dadme la noticia de a poco! Ahora sois vos quien procura mi dicha. ¡Yo
os creía mi rival!
LEO JAVIER: No soy tal. Más que nunca debemos hacer frente unido, porque nuestro enlace con los
Vargas nos depara a toda una amazona como suegra.
D. GERARDO: ¿La abuela María Josefa, acaso es de carácter recio?
LEO JAVIER: Recio es poco decir. Como futuro concuñado me atrevo a hablarle con confianza.
¿Tenemos confianza, verdad?
D. GERARDO: Absolutamente.
LEO JAVIER: Pues, a la señora María Josefa, también le dicen la “virreina”…
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BASILIA: Yo pasaba pa’onde una revendedora de la Plaza Mayor que me iba a dar un peso por
llevarle medio bulto de tomates al barrio de La Candelaria, y ai jué que escuché a Don
Llorente deciles a los Morales… (Le da risa nerviosa.)
JUANA MARÍA: ¡Qué dijo, muchacha, habla!
BASILIA: Es que me da pena repetirlo porque hay invitados y la Vicenta me pellizca de la otra
oreja…
ESTANISLAO: Habla y di lo que oíste, que parece asunto grave, y no repares en castigos.
BASILIA: Pues jue que don Llorente se puso to’ colorao por no sé qué que les escuchó a los
Morales y les dijo: «Pues me cago en…» ¿Cómo es que se llama el regio de la España?
VARIOS: ¡Villavicencio!
BASILIA: ¡Ese jue! ‘Tonces dijo Don Llorente: ¡«Pues me cago en Villavicencio y en todos los
americanos»!
D. PEDRO: (Celebrando.) ¡Ole!
Todos lo miran con desaprobación.
D. PEDRO: (Se modera.) Ole… qué irrespeto…
PAULINA: ¡Qué hombre tan grosero! Y con uno de España…
P. GÓMEZ: Es que Don Antonio ve con buenos ojos la causa patriótica…
ESTANISLAO: ¿Y por eso es toda esta algazara y vocerío?
BASILIA: No ve que luego pasó por ahí uno que le dicen el Profesor Caldas y como saludó de
mucho amable a Don Llorente, los Morales le reclamaron que tuviera tanta cortesía con
uno que nos insultaba a todos. Don Llorente dijo que no había sido así. Los Morales se
prendieron porque ofendían las canas de su padre pues lo trataban de mentiroso, y el
mayor, Antonio, se le fue pa’encima a Don Llorente y casi lo deja como Nazareno en
Pascuas…
D. GERARDO: ¡Qué atrevimiento!
FERNÁNDEZ: ¡Muy bien hecho!
BASILIA: Y luego no quedaron sino los trozos…
Mª JOSEFA: ¿De Don José?
BASILIA: No… Del pobre florero que Don Llorente todavía tenía en la mano. Endespués,
empezó a llegar pueblo de todas partes y alguno dijo: «A la cárcel» y todos comenzamos
a desijir que llevaran a Don Llorente pa’ la Cárcel Chiquita, pero se nos voló por’onde un
vecino…
FERNÁNDEZ: ¡Qué cobarde!
LEO JAVIER: Quisiera haberlo visto corriendo.
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BASILIA: Y luego otro nos dijo que lo llevaban en una silla de manos pa’su casa y ahí salimos
todos volando pa’la casa de Don Llorente y como no lo alcanzamos a agarrar, sino que
se entró pa’dentro y trancó la puerta, cogimos a darle golpes…
EVANGELINA: ¿A Don José? ¡Jesús!
VICENTA: Doña Dolores recién parida…
D. PEDRO: ¡Qué atropello!
BASILIA: No, a la puerta y a los vidrios y las ventanas y hasta las tejas… Si no fuera porque llegó el
señor Alcalde y se lo llevó por las buenas con la guardia, le’chamos la casa abajo.
Mª JOSEFA: Mira qué sucia te has puesto.
BASILIA: Es que en medio de la corajina y con la corredera pa’l un lado y pa’l otro, hubo
cardenales a porrillo…
Basilia husmea en la mesa, buscando algo de comer. Las señoras comentan.
Estanislao, Leo Javier, el Oficial Fernández y el Padre Gómez se reúnen en un lado de la sala.
FERNÁNDEZ: Doctor Vargas, ¿ya es la hora de unirnos?
ESTANISLAO: Todavía no. La chispa ya se prendió, pero tenemos que esperar a la señal.
P. GÓMEZ: El toque de campanas…
LEO JAVIER: Ahí es cuando nos reuniremos todos en la plaza a pedir Cabildo Abierto…
Don Pedro y Don Gerardo se reúnen en el otro lado de la sala.
D. GERARDO: Don Pedro, veo la oportunidad de librarme de un mal padeciendo otro…
D. PEDRO: No os entiendo.
D. GERARDO: Me cambiaron la novia…
D. PEDRO: ¿No es la mayor, Evangelina?
D. GERARDO: Yo creía que era la mayor, pero era la menor, Juana María…
D. PEDRO: ¡Ah, hideputa! ¿Qué sugerís, entonces?
D. GERARDO: Huyamos disimuladamente, aprovechando la confusión…
D. PEDRO: ¡Quedaréis deshonrado!
D. GERARDO: Vos os encargaréis de decir que el Virrey me envió de comisión a Cartagena, a pedir más
ejército…
D. PEDRO: ¿Y la chusma?
D. GERARDO: No pienso pasar por la plaza ni por la Audiencia. Sacaré dinero de mi casa y no pararé
hasta llegar a Honda…
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ESTANISLAO: A Don Pedro le asiste toda la razón, Don Gerardo. Usted prácticamente es de la familia,
y nuestro deber es protegerle. No se haga de rogar, es lo que más le conviene, quédese
aquí con su prometida…
D. GERARDO: (Trata de llevarlo hacia donde está Evangelina. Don Gerardo se suelta, se encara.) Aunque el deber
me obliga, a conciencia, no puedo…
Mª JOSEFA: Claro que puede; así se irán conociendo.
D. GERARDO: ¡No! Que no puedo seguir con este casamiento.
TODOS: (Escandalizados.) ¿Ah?
ESTANISLAO: ¿Qué oigo?
D. GERARDO: Señor Vargas, vos no me escuchasteis a tiempo y no quería ofender a vuestras hijas, pero
ante las circunstancias, os hago saber que he sido víctima de un engaño.
TODOS: ¿Qué?
D. GERARDO: Pedí la mano de vuestra hija mayor pensando que correspondía a la Señorita Juana
María, porque ella… ¡me convenció de ello!
JUANA MARÍA: ¡Es mentira!
LEO JAVIER: ¡Retráctese usted, en este momento!
Mª JOSEFA: Don Gerardo, no permito que manche la honradez de mis hijas; ambas son niñas muy
devotas y doy fe que ni siquiera las he dejado aprender a escribir, como corresponde a
toda joven virtuosa…
D. GERARDO: (A Juana María.) ¿Negaréis que me dijisteis, cuando os pregunté vuestro nombre, que
erais la mayor de las hijas del Doctor Vargas?
JUANA MARÍA: Nunca dije eso. Mi prima Paulina es testigo.
ESTANISLAO: Paulinita, ¿es eso cierto?
PAULINA: Tío… Yo…
JUANA MARÍA: Paulina, sólo tienes que decir la verdad. ¿Le di yo esperanzas a Don Gerardo?
PAULINA: ¡Nunca!
JUANA MARÍA: ¿Acaso lo traté alguna vez de modo amable?
PAULINA: Por el contrario, siempre fuiste indiferente y… hasta grosera.
JUANA MARÍA: ¿Estabas conmigo cuando Don Gerardo quiso indagar mi identidad?
PAULINA: Así es.
JUANA MARÍA: ¿Cuáles fueron, exactamente, sus palabras?
PAULINA: ¿Sus palabras, exactas?
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BASILIA: Es que este chapetón loco anda necio porque lo maten; es a meterse en medio del
turbión de gente cuando ya ‘tamos todos armados hasta los dientes porque cogimos al
Infiesta pero el Trillo nos la vela. Y yo seré del pueblo soberano que ahora ‘tamos
pidiendo la cabeza de los tiranos Alba y Frías, pero mi seña Evangelina no se me queda
viuda ni la otra soltera…
D. PEDRO: ¡Los fiscales de la Real Audiencia!
BASILIA: Yo no sé quiénes sean; pero si son chapetones y mandones, ¡los descabezamos! (Se va
nuevamente para la calle.)
ESTANISLAO: En fin, Don Gerardo; voy a sincerarme con usted. Estos disturbios no son accidentales y
le aseguro que el movimiento no se detendrá hasta que el Virrey admita la creación de
nuestra Junta Suprema.
P. GÓMEZ: Como en Cartagena, Pamplona y El Socorro.
Nuevamente entra Basilia, sembrando alboroto.
BASILIA: Mis patroncitos, no se muevan porque ahora nos vamos a tomar la artillería pa’ matar
dos mil negros que vienen llegando del trapiche del chapetón de Alguayacil… (Vuelve a
irse corriendo para la calle.)
LEO JAVIER: Quién sabe lo que haría esta muchedumbre si se enterara que Don Gerardo también es
de los que mandan en la Real Audiencia…
FERNÁNDEZ: Si me lo ordena, señor Vargas, yo mismo llamo a los revolucionarios…
ESTANISLAO: Miguel, aprecio tu patriotismo, pero la familia está primero. Claro que si Don Gerardo
insiste en irse…
BASILIA: (Entra una vez más, con los ánimos encendidos.) ‘Tamos llevando un cañón pa’apuntarle al
palacio del Virrey, ¡porque de adentro hay artillería lista pa’dispararnos al pueblo…! (Otra
vez desaparece.)
D. PEDRO: (A Don Gerardo.) Amigo Ortega, no está la Magdalena para tafetanes; tal como yo lo veo,
de aquí vos no salís sino marido o muerto…
JUANA MARÍA: Eso es: ¡Marido o muerto!
Mª JOSEFA: Marido o muerto, ¡escoja!
D. GERARDO: (Mira hacia la calle, mira alrededor. Resignado.) Pues… entonces… ¡Marido!
Todos aplauden, se abrazan, etc.
Se oye tocar las campanas a rebato. Las damas gritan.
EVANGELINA: ¡Dios mío, fuego!
ESTANISLAO: Tranquilas, no hay de qué preocuparse.
Mª JOSEFA: ¿Cómo que no? ¿No ves que es el toque de incendio?
LEO JAVIER: Puede estar confiada señora María Josefa, que no hay incendio.
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P. GÓMEZ: Es el llamado a los habitantes de Santafé para que nos congreguemos en la Plaza Mayor.
FERNÁNDEZ: En nuestras manos está por fin obtener nuestra independencia.
ESTANISLAO: Así que damos por terminada nuestra velada. Los invito a todos a que vayamos a la
plaza. Tenemos una cita con la patria.
D. GERARDO: Eso, vamos…
ESTANISLAO: Usted no, don Gerardo; usted estará más seguro aquí.
Mª JOSEFA: (Deteniendo a Juana María y Paulina.) Ustedes tampoco, niñas.
JUANA MARÍA: Pero, mamá…
Mª JOSEFA: Yo misma iría con ellos, pero hay que… acompañar a Don Gerardo. ¿Y usted, don
Pedro?
D. PEDRO: Creo que necesitaréis un hombre en la casa… Otro hombre en la casa; así que me
ofrezco.
PAULINA: ¡Miguel! (Éste se devuelve. Ella le entrega un relicario.) Para que no me olvides, y sepas que te
quiero… (Intenta abrazarla, pero se contiene; mira a Estanislao.)
ESTANISLAO: Anda, muchacho, que no sabemos lo que nos depara.
Miguel y Paulina se abrazan. Luego se separan. Paulina contiene el llanto.
JUANA MARÍA: (Entregando a Leo Javier su sombrero y guantes.) Me mandas recados con la Basilia, si al fin
quedas de representante.
LEO JAVIER: Te prometo que serás la primera en saberlo. (Le besa la mano y se va.)
Mª JOSEFA: Bueno, mijo; cuídate y que Dios te bendiga.
ESTANISLAO: Así sea. Compatriotas, ¡a la Plaza Mayor! (Van saliendo los hombres.)
Mª JOSEFA: Caballeros, vamos a la sala de adentro; Vicenta, tranca la puerta. (Iniciando el mutis.) Don
Gerardo, ¿sabía usted que siempre tenemos a la mano un arma de fuego…? Creo que
nos será muy útil hoy, ¿no le parece?
D. PEDRO: Je, je… Marido o muerto.
FIN
Bucaramanga, 26 de enero de 2010
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