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Yahvista PDF
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65-90
[65]
Enrique Nardoni
1. La creación de Adán
2. Creación de la mujer
3. Creación de la serpiente
El jardín del Edén y el jardín de Dios son temas muy conocidos en las culturas
del antiguo Medio Oriente, particularmente en Mesopotamia. El autor bíblico
los adopta para crear el escenario de un drama que explora las relaciones entre
el mundo divino y el humano. El drama que el autor desarrolla en el jardín del
Edén tiene a su vez la influencia de una gran variedad de experiencias duras de
la existencia humana. Entre ellas cabe enumerar las siguientes: (1) La vida en
una sociedad agraria en que el ser humano tiene que afrontar el trabajo penoso
de un suelo mezquino; es una vida dura que no corresponde al jardín verde de
los ensueños del hombre. (2) La condición de la mujer que padece el dominio
abusivo de su esposo y tiene que sufrir los dolores de parto. (3) La experiencia
dolorosa de la muerte que desafía drásticamente cualquier ensueño de una vida
sin fin. (4) La experiencia de que el ser humano es capaz de decir tanto "sí"
como "no" a los mandatos divinos, con la conciencia de que tiene una marcada
tendencia a buscar su propia realización y satisfacción desinteresándose y aún
rebelándose contra la voluntad
[74] divina. Además de estas experiencias, el drama del Edén presupone ciertas
interpretaciones de la experiencia humana como ser la convicción de que el
sufrimiento es resultado del pecado, como también la tendencia a remontar el
origen de la mala conducta de un grupo a los pecados de su antepasado inicial
(ver Oseas 9:9; 10:5.9; 12:3).
Para componer este relato, el autor bíblico echó manos del esquema de la
alianza. En la alianza sinaítica, la vida dependía del cumplimiento de los
mandamientos, y la muerte era fruto de su transgresión. El cumplimiento de las
condiciones de la alianza era un asunto de vida o muerte (Deut 30:15-20; Jer
21:8). Análogamente, en el relato del Génesis, el cumplimiento del mandato de
no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal es también cuestión de
vida o muerte. El relato del Edén tiene reminiscencias del esquema de la
alianza; así la expresión conminatoria "tendrás que morir" (môt tamût) del Gén
2:17 recuerda los términos de la pena capital (môt yûmāt) que refuerza algunas
leyes de la alianza (Ex 21:12.15-17; Lev 20:10-16; 24:16-17). Asimismo, la
expulsión del jardín y la confinación a la tierra mezquina y rebelde, que el
Génesis describe como castigo por desobediencia, encuentra un interesante
paralelo en el exilio y la vida dura en tierra extranjera que el Deuteronomio
describe como pena por transgresión de la alianza (Deut 28:36.41.64).
Siguiendo con las analogías, es interesante observar que las raíces hebreas hmd
y ’wh, que incluyen el sentido de codiciar y desear, aparecen en partes
importantes de los dos textos, en los mandatos de la alianza y en el relato del
Edén. Ocurren como
[76] formas conjugadas en el último mandamiento "No codiciarás" (tahmod, Ex
20:17; Deut 5:21) y "No desearás" (tit’awweh, Deut 5:21). Se hallan asimismo
en el Génesis, en la descripción del carácter "codiciable" (nehmād) y
"deseable" (ta’awā) del fruto prohibido. Así el texto dice: "La mujer vio que el
árbol... era deseable a los ojos y codiciable para lograr sabiduría" (Gen 3:6).
Según el texto, el fruto prohibido tiene una fuerza de atracción que despierta el
deseo y la codicia, pasiones que la alianza manda poner bajo control (Ex 20:6;
Deut 5:21). A la lista de las analogías se podría añadir el estilo de las tres
sentencias que Dios expidió después de la desobediencia (Gén 3:14-19). El
estilo recuerda los oráculos condenatorios de los profetas que acusaban al
pueblo de crímenes contra la alianza.
El esquema de la alianza subyacente en el relato del jardín del Edén sugiere que
la relación entre Dios e Israel, expresado en términos de pacto, y la
desobediencia de éste son como episodios retrotraídos al comienzo de la
humanidad. Esto da a entender que la conducta pecadora de Israel es parte de
un cuadro más amplio, el de la condición pecadora de la humanidad, condición
que se desarrolló desde el comienzo de la historia humana y que está arraigada
en la existencia misma del hombre. Es interesante notar que, a diferencia de
Israel en la alianza sinaítica (Ex 20:5-6; 34:6-7), Adán no es advertido sobre los
efectos de su acción para las generaciones futuras. El pensador mitopoético
parece no juzgó necesario hacerlo porque vio en Adán como la personificación
de toda la humanidad; en él se muestra la condición de toda la raza humana.
Hay un cierto desconcierto entre algunos exégetas sobre el sentido y la
ejecución de la sanción "tendrás que morir" (Gén 2:17). Porque parece que en
las tres sentencias de condenación por la desobediencia no se menciona la
ejecución de la pena de muerte. Para comenzar, la serpiente no es sentenciada a
morir. Se establece hostilidad entre ella y la mujer, pero no se dice que la
serpiente o su descendencia tenga que morir por la acción de la mujer o de su
descendencia. La hostilidad será permanente sin que uno prevalezca contra el
otro. En la lucha, tanto la acción hostil de una parte como la de la otra se
expresan con el mismo verbo (shûp), aunque hay diversidad en el modo como
la acción es llevada a cabo debido a la diferencia en la conformación del cuerpo
de los contrincantes. El texto puede traducirse: "Él herirá tu cabeza y tú herirás
su talón" (Gén 3:15). Si se
quiere destacar el imperfecto hebreo de conato, sería mejor traducir: "Él te
atacará en la cabeza y tú le atacarás en el talón".
[77] Tampoco hay mención de pena de muerte en la sentencia contra la mujer
(Gén 3:16). Esto es notable porque la mujer tiene una participación destacada
en la desobediencia. Si alguien debe ser castigado con la muerte, ella es el
candidato más indicado. Finalmente, si analizamos la sentencia contra el
hombre (Gén 3:17-19), tampoco parece incluir la ejecución de la pena de
muerte. La frase "hasta que vuelvas ('ad shûbekā) a la tierra" (Gén 3:19) no
parece indicar que la muerte sea el resultado directo del trabajo duro impuesto
al hombre; parece más bien decir que toda su vida será de un duro fatigar (ver
frases semejantes en Gén 19:22; 27:45; 39:16). De hecho no hay nada en la
genealogía yahvista de Génesis 4 que sugiera que Adán y Eva murieran
ejecutados. La genealogía sacerdotal (Génesis 5), a su vez, le atribuye a Adán
la longevidad normal de la gente antes del diluvio. Así se dice que él vivió 930
años, mientras el justo Noé llegó a los 950 años (Gén 9:28). Por otra parte, no
tiene sentido crear una pareja inicial cuya acción mala explique la situación
penosa de la humanidad y ajusticiarla apenas cometido el pecado.
Algunos exégetas sostienen que el pasaje de las tres sentencias (Gén 3:14-19)
fue un añadido ulterior. El relato original habría ubicado la expulsión del jardín
inmediatamente después de la desobediencia. En esta explicación, el añadido
habría causado la disonancia en el texto actual. Esta explicación diacrónica
puede ser válida, pero hay que buscar también una explicación sincrónica que
dé sentido al texto actual. Para resolver el problema, podemos distinguir dos
sentidos en la frase "tendrás que morir". Por un lado, puede significar la
ejecución de la pena capital inmediatamente después del crimen. Por otro lado,
puede significar la certeza, la seguridad de que la pena capital va a ser aplicada
sin que la frase incluya aplicación inmediata de la sentencia. Ejemplos de esto
último es la sanción de Salomón impuesta a Semeí (1 Re 2:37.42) y la pena de
muerte de que habla Ezequiel (18:4.13.24.26). La distinción cuadra bien con el
texto del Génesis. Por un lado, la serpiente juega con las palabras; supone el
sentido de muerte inmediata en el lugar del crimen y asegura a la mujer que ella
no va a morir por comer el fruto prohibido; explica que Dios amenaza con una
mentira. Por otro lado, Dios entiende la sanción de otra forma; ve en ella la
seguridad de la muerte. En su entender, si el hombre come el fruto prohibido
morirá ciertamente porque será expulsado del jardín de Dios, el único lugar
donde está el árbol de la vida. De
[78] semejante manera, Ezequiel habla de la pena de muerte como una
exclusión de la comunidad en que se halla la fuente divina de la vida (Ez 25:7;
ver también Lev 17:4.9.10.14).
En el relato del Génesis, la certeza de la muerte toma cuerpo con la expulsión
de Adán y Eva del jardín, al impedirles Dios que puedan llegar al árbol
proveedor del don de la vida imperecedera (Gén 3:22). Expulsados del jardín,
el lugar del árbol de la vida el hombre queda confinado a la tierra mezquina y
rebelde de la cual fue formado (Gén 3:23) y a la cual debe retornar por razón de
nacimiento. Volverá al polvo y una sombra de sí mismo irá al sheol, donde no
hay comunicación con Dios, el dador de la vida (Sal 6:5; 30:9; 88:10-11; Isa
38:17-18). Este modo de entender la muerte como condición natural y como
castigo a la vez puede aclarar el sentido de la frase: "Hasta que vuelvas a la
tierra. Porque (kî) de ella te sacaron; pues (kî) eres polvo y al polvo volverás"
(Gén 3:19). El hombre está sometido a trabajo duro hasta la muerte; la muerte
para él es un hecho ineludible porque es su condición natural y ésta no ha sido
cambiada por Dios ya que el don de la inmortalidad le fue denegado al hombre
por su desobediencia. Hay que notar que la referencia a la muerte se menciona
sólo en la sentencia expedida contra el hombre porque éste es el representante
de la humanidad creada del polvo de la tierra.
4.2.3.Motivos sapienciales
El relato del jardín del Edén no es un informe o una crónica de lo que aconteció
al comienzo de la humanidad. Es la narración dramatizada de una experiencia
humana universal. Escenifica en forma de acontecimiento primordial la
realidad permanente de la condición humana, que se manifiesta todos los días y
adquiere proyecciones gigantescas en acontecimientos históricos guiados por
ideologías destructivas. La narración pone al descubierto la situación
conflictiva que se encuentra en todo individuo y sociedad humana. Por un lado
están las aspiraciones a buscar realizaciones siguiendo las normas morales. Por
otro, las pasiones egoístas desbordan y dirigen opciones que al final resultan
trágicas. El hombre como criatura libre tiende a la propia afirmación con
pretensiones divinas. Arraigada en su ser se encuentra una tendencia a usurpar
la sabiduría y el dominio de Dios con resultados ominosos.
La comparación del relato del jardín del Edén con las historias primordiales de
la misma tradición yahvista, como son las narraciones de Caín y Abel, el
Diluvio y la Torre de Babel, ayuda a determinar el género literario y la verdad
que el relato quiere comunicar. Todas estas historias ponen al descubierto en
forma dramática la condición universal de la humanidad, manifestada en su
esfuerzo arrogante por establecer su propia afirmación y desarrollar su
expansión, conquista y dominio con pretensiones divinas. Los editores
sacerdotales que dieron la forma final al
[82] Pentateuco agregaron la historia de la creación (Gén 1:1-2:4a) al
comienzo de la serie. Pero con ello no cambiaron el carácter literario de las
historias primordiales yahvistas. La misma narración de la creación del autor
sacerdotal no es una crónica de lo sucedido; es también una historia primordial.
Se presenta como un acontecimiento que está fuera de nuestra experiencia
histórica. La trasciende. Expresa la verdad de que el orden presente del
universo depende de la sabiduría incomparable y el poder omnipotente de Dios.
A esta altura de la reflexión caben algunas preguntas referentes a la
interpretación tradicional del Génesis. Primero, ¿qué hay que pensar sobre la
interpretación tradicional según la cual el pecado de Adán pasa como herencia
a sus descendientes? Ante todo, quiero aclarar que aquí el problema se
circunscribe al texto del Génesis sin considerar el desarrollo posterior que haya
tenido el tema del pecado original. Como primera respuesta hay que tener en
cuenta que el relato es una historia primordial; no trata del pecado del primer
hombre como un hecho histórico; es un relato compuesto para poner al
descubierto la condición pecadora de la humanidad entera, la cual en sus
opciones morales muestra la tendencia a la propia afirmación con pretensiones
divinas, tendencia que está en el fondo del ser humano. Se puede decir que el
relato del jardín del Edén es un hecho paradigmático.
En segundo lugar, el relato del Génesis no dice que cada ser humano sea
pecador desde su concepción debido al pecado del primer padre de la
humanidad. Caín y Abel, por ejemplo, no son pecadores por ser descendientes
de Adán. Noé es justo sin reservas. Es cierto que la palabra "pecado" ocurre en
el relato de Caín, pero no para decir que Caín es pecador antes de matar a su
hermano, sino para indicar que el pecado es como un animal de presa al acecho
junto a la puerta del corazón, pero atrapa sólo al que quiere ser atrapado. Así
Dios dice a Caín: "[El pecado] desea tenerte pero tú puedes dominarlo" (Gén
4:7). El animal del caso no es del linaje de la serpiente, sino más bien una
animal paralelo a la serpiente.
En la narración del Diluvio, el tema del pecado retoma a la escena. Allí, Dios
explica la corrupción moral de la humanidad como derivada de la mala
inclinación (yēser) que ella tiene, pero no dice cómo la mala inclinación se
originó en el hombre. El narrador por otra parte tampoco explica el caso.
Después del Diluvio, Dios vuelve a tomar el tema de la mala inclinación y
[83] dice: "Nunca más maldeciré la tierra por causa del hombre, pues desde su
infancia la inclinación (yēser) del corazón humano va hacia el mal. Ni volveré
más a destruir a todo ser viviente como acabo de hacerlo" (Gén 8:21). Según
esta afirmación, la inclinación hacia el mal, que está en el corazón humano,
influye en la decisión moral desde el primer momento del uso de razón. Esto lo
dice ahora de la nueva humanidad que desciende de Noé, el hombre justo y sin
mancha que obtuvo el favor divino (Gén 6:8-9). Pero al referirse a la mala
inclinación, Dios no hace la mínima insinuación de que ella haya sido
introducida por el pecado de Adán. Parece más bien que nace con cada hombre
y
se transmite de generación en generación porque es parte del ser humano, cuya
libertad creada tiene la tendencia a la propia afirmación con pretensiones
divinas. De allí que G. Daly diga que "ser hombre significa tener necesidad de
redención" (Creation, p. 130).
La segunda pregunta que cabe hacer es sobre el concepto de la edad de oro que
la humanidad habría tenido al comienzo y que se habría perdido por el pecado.
El concepto de edad de oro es aludido por Isaías en un oráculo contra el rey de
Babilonia (14:12-14) y por Ezequiel en un oráculo contra el Tiro (28:2-6).
Estos profetas hablan de la caída del rey babilonio y de la ciudad de Tiro
respectivamente, una caída de un estado de gloria a un estado de humillación.
En la tradición se ha aplicado este concepto a Adán, el cual supuestamente
vivió en un estado elevado de perfección que luego perdió por el pecado;
pérdida que fue la gran caída de la humanidad. La pregunta es si este concepto
del Adán glorioso está contenido en la narración del Génesis. La respuesta,
según la sentencia común de los exégetas actuales, es negativa. Una razón es
porque Adán según el relato del Génesis no gozó del don de la inmortalidad
antes del pecado. La inmortalidad no fue un bien que la humanidad poseyó al
comienzo, sino una meta que se debía alcanzar. Además, la primera pareja no
estuvo inmune de tentaciones interiores, como explicamos al hablar de la
serpiente. Pero hay una razón más profunda: el género literario de Génesis 2-3
es un relato de un evento primordial, es decir un evento que expresa una
experiencia humana universal, compuesto en toda su contextura, desde el
principio hasta el fin, para poner de manifiesto la condición universal del ser
humano. No tiene sentido considerar que Adán fue tomado de su origen
humilde de la tierra árida y puesto en el jardín de Dios, y querer derivar de allí
que Adán fue elevado por sobre su
[84] naturaleza normal a un estado de perfección y felicidad paradisíacas. Una
vez introducido en el jardín, Adán fue puesto a prueba. La prueba demostró lo
que hay en el hombre. Es importante saber que el concepto de Adán perfecto y
glorioso, aunque no esté en el Génesis, fue elaborado en el judaísmo entre los
últimos siglos antes de Cristo y el primer siglo cristiano. Así el Apocalipsis de
Moisés dice: "[Eva habla: ] En aquel mismo momento mis ojos se abrieron, y
advertí que había sido despojada de la justicia con la cual había sido vestida.
Lloré y dije [dirigiéndose a la serpiente]: ‘¿Por qué has hecho esto conmigo?
He sido separada de mi gloria con que estaba revestida"'.
Ante todo hay que mencionar que en la Biblia hebrea la tragedia del Edén no es
mencionada fuera del Génesis. La situación cambia en los libros apócrifos o
deuterocanónicos, en la literatura seudepigráfica del Antiguo Testamento y en
literatura cristiana. En estos escritos la historia de Adán y Eva es releída y
reinterpretada muchas veces y en contextos diversos. En general, la tendencia
ha sido separarla de las otras historias primordiales, independizarla y
considerarla como relato histórico.
Veamos algunas etapas importantes de relectura. Comencemos con el libro de
la Sabiduría que identifica la serpiente del Génesis con Satanás. Esta
reinterpretación supone la creencia en los ángeles caídos, introducida en el
judaísmo algunos siglos antes de la era cristiana (1 Henoc 6:1-11:2). La
Sabiduría dice: "Dios formó al hombre para ser inmortal: lo hizo a la imagen de
su eternidad. Pero por la envidia del diablo la muerte entró en el mundo y los
que se ponen de su lado la experimentan" (2:24). El libro de la Sabiduría no
sólo identifica la serpiente con el diablo, sino también introduce un nuevo
concepto de muerte e inmortalidad; entiende por inmortalidad la vida gloriosa
que las almas de los justos gozarán como recompensa después de la muerte
(Sab 3:1-9; 5:5.15-16). Opone inmortalidad a la muerte que sufren los
malvados en la otra vida. Todos, tanto buenos como malos padecen la muerte
física, pero los buenos pasan a la inmortalidad gloriosa y los malos a la tortura
y a la destrucción. Es importante advertir que los malvados experimentan ese
destino de muerte porque han decidido libremente ponerse de parte del
maligno. La Sabiduría no parece tenga la idea de que la muerte
[85] física sea castigo del pecado, ni menos que todo hombre sea pecador por
haber heredado el pecado de Adán. En esto, encuentra un paralelo en un pasaje
de 2 Apoc. Baruc que dice: "Así Adán es causa pero sólo para sí mismo. Cada
uno de nosotros es su propio Adán" (54:19).
Hubo, sin embargo, en el judaísmo antiguo, a diferencia del libro de la
Sabiduría, quienes afirmaron que el pecado de Adán y Eva trajo consigo la
muerte para todos sus descendientes. Unos culpan a Eva y otros a Adán. Así el
Sirácida dice de Eva que "por su culpa todos morimos" (Sir 25:24). Lo mismo
se dice en Apoc. Moisés. 14:2. En cambio, otros escritos dan la culpa a Adán.
Así el 2 Esdras dice que Adán "transgredió el mandamiento e inmediatamente
la muerte fue asignada a él y a todos sus descendientes" (3:7). La misma idea se
halla en 2 Apoc. Baruc 17:2-3; 23:4; y 48:42-43. En ciertos círculos de la
apocalíptica judía existía la creencia de que la transgresión de Adán había
alejado la humanidad de la gloria de Dios (ver Apoc. Moisés 20:1; IQS 4:23;
CD 3:20). Uno se pregunta si esta afirmación contiene sólo la pérdida de la
inmortalidad o incluye también la condición pecadora introducida para toda la
humanidad. Esto último no es claro. El judaísmo antiguo no parece haya creído
que Adán con su pecado haya hecho pecadora a toda la raza humana. Para
explicar la condición pecadora del ser humano, desarrolló el concepto de la
mala inclinación (yēser), y lo aplicó al mismo Adán. Así 2 Esdras dice: "El
primer Adán, cargado con un corazón malo, transgredió y fue vencido, como lo
fueron todos sus descendientes... La ley estaba en el corazón de la gente junto
con la raíz mala, pero lo bueno se fue y el mal se quedó" (3:21-22). El Targum
del Génesis dice que el hombre fue creado con dos inclinaciones (yěsārîm): una
para el bien y otra para el mal. El concepto de las dos inclinaciones se hizo muy
común en el judaísmo rabínico. Según esta línea de pensamiento, no es Adán
quien introduce la mala inclinación, sino que ésta es parte del ser humano por
creación.
En el Nuevo Testamento es famosa la interpretación que San Pablo hace del
relato del Génesis en Rom 5:12. Este texto tiene una expresión de difícil
traducción. Me refiero al eph’ hō que generalmente se le traduce por "porque" o
"por cuanto que". La traducción "de tal manera que", propuesta por J.A.
Fitzmyer, no parece que tenga mucha aceptación. Aquí sigo la opinión
generalmente aceptada según la cual la última parte del versículo 12 se refiere
al pecado personal como condición para que el
[86] pecado como poder cósmico pueda ejercer su dominio de muerte sobre la
persona. Después de esta aclaración veamos cómo Pablo considera el relato de
Adán.
El Apóstol por un lado toma elementos de la interpretación de su tiempo;
supone que Adán fue un personaje histórico y que su pecado trajo consigo la
muerte para la raza humana. Por otro lado, hace una lectura del Génesis que
depende de su teología sobre la redención de Cristo. Él parte de su fe en la
universalidad y plenitud de la redención. A la luz de esta fe considera la
tragedia de muerte y pecado que él observa en el mundo; enfoca la
universalidad del pecado y de la muerte entendiendo por muerte la muerte total,
incluyendo la espiritual. Busca en el Adán del Génesis la explicación de dicha
universalidad. Con esta explicación ve en Adán el antitipo de Cristo y
contrapone por un lado Cristo que redime y crea una nueva humanidad
solidaria en la fe y la gracia, y por otro Adán como aquél que dio entrada al
poder del pecado y la muerte en la raza humana. Adán es quien desató en la
humanidad la fuerza egoísta y rebelde que busca la aceptación libre para
someter al individuo humano al poder del pecado y llevarlo a la muerte total.
Para que el pecado pueda ejercer su dominio y fuerza destructora necesita el
consentimiento del individuo. Pero, aunque el consentimiento es propio del
individuo, éste cuando peca no peca como persona aislada; al pecar se hace
solidario de una humanidad pecadora que lo precede y con su mala acción
acrecienta la carga de pecado que pesa sobre la raza humana.
Al describir el acto de Adán que da entrada al pecado en el mundo, Pablo no
compone una lamentación desconsolada. Pinta la sombra para destacar su
interés fundamental. El interés de Pablo no es el pecado de Adán sino la gracia
de Cristo. Habla del poder del pecado introducido por Adán para hacer resaltar
la inmensa superioridad del poder de la gracia que, por Cristo, vence al pecado
y a la muerte. Es importante notar que en su explicación sobre el pecado de
Adán, Pablo no habla de pecado original o de un pecado transmitido por
herencia, ni de una caída de un estado de justicia original, incluso parece
suponer en Adán antes del pecado la existencia del deseo (epithymía) en estado
latente; el deseo estaba dormido hasta que llegó la prohibición (ver Rom 7:7-8).
Pablo parece decir, como dice B. Byrne, que "la prohibición, proveniente de
Dios, despertó una
Propensión humana latente, la propensión a sentirse impaciente y a resistirse a
la dependencia de Dios, propia de la criatura" (Romans, p. 219).
[87] El tema del pecado original se desarrolló más tarde sobre todo con San
Agustín quien leyó el Génesis a través del texto paulino de Rom 5:12, según la
traducción de la Vulgata latina, la cual traía in quo ("en el cual") como
traducción de eph hō. Agustín, en su lucha contra los pelagianos, entendió "en
el cual" con referencia a Adán; "en él todos pecaron". Sostuvo que Adán, al
pecar, cayó de su estado sobrenatural perdiendo la gracia original. Luego por la
propagación humana, que incluye la concupiscencia, transmitió la falta de
gracia a todos sus descendientes. Por el pecado de Adán todos hemos sido
hechos pecadores; hemos contraído la culpa de Adán. En esta postura teológica
el in quo de la Vulgata tuvo una importancia capital, importancia que continuó
en la iglesia latina hasta mediados del siglo veinte por haber sido la Vulgata su
texto oficial. En tal carácter la Vulgata ha guiado a la iglesia latina en la lectura
del Génesis. Los Padres griegos y los teólogos bizantinos, en cambio, han
seguido el texto griego y en general han interpretado Rom 5:12 en conexión
con 1 Cor 15:22. Según J. Meyendorff, teólogo ortodoxo de renombre, hay un
consenso en la patrística griega y en las tradiciones bizantinas en identificar la
herencia de Adán como una herencia de mortalidad y enfermedad más que una
herencia de pecado. El pecado es concebido como una consecuencia de la
mortalidad heredada. Como dice San Máximo el Confesor: "La desacertada
opción de Adán trajo consigo pasión, corrupción y mortalidad" (Migne PG 90,
408 B-C.).
Conclusión
BIBLIOGRAFÍA