Está en la página 1de 4

EL VUELO DE LOS CONDORES

ABRAHAM VALDELOMAR PINTO


Resumen del cuento el vuelo de los cóndores, la historia es el siguiente. Un día mientras regresaba del
colegio, me detuve en el muelle, para ver el circo que había desembarcado, pude ver al payaso, al
domador y a otros curiosos más.
Pues acompañamos a la delegación, hasta que cogieron su cochecito  rumbo a su hospedaje, de pronto
una mano toco mis hombros, era mi hermano Anfiloquio, que me preguntaba, por qué no había ido
temprano a casa, porque ya estaba oscureciendo. Al llegar vi a mi madre muy enojada, luego me hablo
dulcemente, que estuvo mal que llegara tan tarde, y que no había podido comer, porque estaba muy
preocupada; sollozando le di un beso en las manos y ella me beso en la frente.
Estando en mi cuarto, le conté a mi hermanita lo que había visto en el muelle, y que el sábado el circo daría
una presentación, esa noche soñé con el circo, vi desfilar al payaso, y la niña rubia.
Llegó el sábado y todos hablaban del circo, mi padre nos dio entradas para el circo, y ahí se anunciaba el
extraordinario y emocionante espectáculo “el vuelo de los cóndores”. Esa tarde vimos pasar por la calle al
payaso “confitito”, junto a un grupo de niños, y la bellísima miss orquídea, y una banda los acompañaba, se
dirigían al pueblo. Mis hermanos y yo comimos, tan rápido como pudimos, nos vestimos y nos dirigimos al
pueblo, el circo estaba en un estrecho callejoncito de adobes, hacia el fondo en un inmenso corralón, ahí
estaba una gran carpa, de donde salían gritos, risas, silbidos.
Estando ya adentro en el circo, se presentaron todos los artistas y en el centro estaba miss orquídea, con
su admirable cuerpecito, zapatillas rojas, sonreía. Salió primero el barrista y con un gran salto mortal que
hizo, cayendo sobre la alfombra, fue aclamado, salió  Mister glandys con su oso, bailó este al ritmo de la
música, luego le toco al payaso; y de pronto todos exclamaron “EL VUELO DE LOS CONDORES”, apareció
miss orquídea y realizó la prueba y luego el público la exclamo con vehemencia; luego se anunció que se
repetiría la prueba, pero la niña cogió mal el trapecio, se soltó a destiempo, titubeo un poco y con un grito
horrible, cayó como una avecilla herida, sobre la red del circo que lo salvo de la muerte.
Pasaron algunos días el circo seguía funcionando pero ya no daban EL VUELO DE LOS CONDORES, yo
recordaba a la pobre niña, sonriente, pálida. El sábado siguiente paso el circo por la calle, pero no vi a miss
orquídea, y entrando a mi cuarto y por vez primera y sin saber porque lloré, a escondida, un día mientras
me iba al colegio,  por la orilla del mar, sentéme a contemplar el mar, al oír unas palabra, volví la cara para
ver, y vi en una terraza a miss orquídea, ambos nos miramos.
Los días siguientes regrese, y así lo hice por ocho días, yo me acercaba a la baranda de la terraza y los dos
nos sonreíamos, pero nunca hablamos, al noveno día ella ya no estaba en la terraza, corrí al muelle y ahí le
vi llegar cogida de los brazos por mister kendall y miss Blutner, y al pasar junto a mí  me dijo ¡adiós! Y
entrando en el bote saco su pañuelo y lo agitó mirándome, con los ojos húmedos, y yo con la mano
alzada me despedía y así la vi alejarse en el inmenso océano, hasta no verla más.

LOS OJOS DE JUDAS


– Abraham Valdelomar –
Argumento del libro "Los ojos de Judas" de Abraham Valdelomar. 
El puerto de Pisco aparece en mis recuerdos como una mansísima aldea cuya belleza serena y extraña
acrecentaba el mar.
Tenía tres plazas. Una, la principal, enarenada, con una suerte de pequeño malecón barandado de madera,
frente al cual se detenía el carro que hacia viajes “al pueblo”; otra, la desolada plazoleta donde estaba mi
casa.
que tenia por el lado de oriente una valle de toñuces; y la tercera, al sur de la población, en la que había de
realizarse esta tragedia de mis primeros años”.
Así describe Valdelomar su entrañable Pisco, ciudad que es el fondo esencio donde se desarrolla la mayoría
de su obra narrativa.
Esta tragedia a que alude el poeta Iqueño esta referida al encuentro que tuvo cuando era niño con una
mujer blanca, en la playa cerca del puerto de San Andrés.
Se acostumbraba en ese entonces armar una torre de cañas en la plazuela del castillo, donde los marineros
quemaban a Judas, el criminal que había traicionado a Cristo.
La hoguera se llevaría a cabo el sábado de gloria.
La mujer blanca interrogo varias veces al pequeño Abran sobre el hecho de si el perdonaba a Judas.
Abran muy decidido contestaba que no lo perdonaba, por que Dios se resentiría con el. Ya  era tarde, la
noche empezó a caer y las luces de los barcos se anunciaron débilmente en la bahía.
Cuando llegaron a la altura de su casa, Abran fue besado en la frente por la mujer blanca, quien le dijo
adiós.
Entrada la noche, oyó ruido, carreras, voces y lamentaciones. ¡Un naufragio!, gritaba la gente. El pueblo se
preparaba. 
Estaba reunido alrededor de la orilla, alistaba febrilmente sus embarcaciones, algunos habían sacado
linternas y farolillos y auscultaban el aire.
Repentinamente el barco empezó a retirarse y los reflectores y el piteo cesó.
Nadie comprendía porque el barco se alejaba; pero cuando este se perdía hacia el sur, todo el pueblo,
pensativo, silencioso e inmenso, regreso hacia la plaza en que Judas iba a ser sacrificado.
Abraham y sus padres fueron a verle. A los pies de Judas ardía una enorme hoguera que hacia nubes de
humo y que iluminaba por dentro el deforme cuerpo del condenado.
Sus grandes ojos se iluminaban de un tono casi rosado. Abran busco a la mujer blanca entre la multitud
congregada pero no la ubicó.
Los ojos de Judas tornaronse rojos y toda la multitud sigue su mirada que fue a detenerse en el mar. ¡Un
ahogado!, ¡Un ahogado! Gritaron por ahí.
A los pocos minutos el cuerpo de una mujer fue sacada en la plaza, y colocado cerca de la hoguera que
consumía a Judas.
¡”Papa, papa, si es la señora Blanca! ¡La señora blanca, papa!...” Abran creyó que el cadáver lo reconocía,
que Judas ponía sus ojos sobre el y dio un segundo grito mas fuerte y terrible que el primero: “ si, perdona
a Judas, señora blanca, si lo perdono!...”. 
Su padre lo cogió y lo apretó contra su pecho mientras que Abram, con los ojos muy abiertos, veía los ojos
de Judas rojos y sangrientos, acusadores, siniestros y terribles, que miraban por última vez mientras el
pueblo retornaba a sus casas y unos cuantos hombres se inclinaban sobre el cadáver blanco.
"HEBARISTO EL SAUCE QUE MURIO DE AMOR"
- Abraham Valdelomar -  
Evaristo Mazuelos, el farmacéutico de P. y Hebaristo, el sauce fúnebre de la parcela eran dos vidas
paralelas, dos ojos de una misma y misteriosa y teórica cabeza, dos brazos de una misma desolada cruz,
dos estrellas insignificantes de una misma constelación.
Mazuelos era huérfano y guardaba al igual que el sauce, un vago recuerdo de sus padres. Así como el sauce
era árbol que solo servía para cobijar a los campesinos a la hora cálida del medio día, Mazuelos solo servía
en la aldea para escuchar las charlas de quienes solían cobijarse en la botica.
Y así como el sauce daba una sombra indiferente a los gañanes mientras sus raíces rojas jugueteaban en el
agua de la acequia, así él oía con desganada abnegación, la charla de los otros, mientras jugaba, el espíritu
fijo en una idea lejana, con la cadena de su reloj, o hacía con su dedo índice gancho a la oreja de su botín
de elástico, cruzadas, unas sobre otras, las enjutas magras piernas.
Mazuelos estaba enamorado de Blanca Luz, hija del juez de Primera Instancia, una chiquilla de alegre
catadura, esmirriada y raquítica.
Si Hebaristo, el melancólico sauce de la parcela en vez de ser plantado en las afueras de P., hubiera sido
sembrado como era lógico, en los grandes saucedales, su vida no resultaría tan solitaria y trágica.
Aquel sauce, como el farmacéutico Mazuelos, sentía, desde muchos años atrás. La necesidad de un afecto,
el dulce beso de una hembra, la caricia perfumada de una unión indispensable. Envejeció Evaristo, el
enamorado boticario, sin tener noticias de su amada Blanca Luz.
Envejeció Hebaristo, el sauce de la parcela, viendo secarse, estériles, sus flores en cada primavera. Solía,
por instinto, Mazuelos, hacer una excursión crepuscular hasta el remoto sitio donde el sauce, al bordo del
arroyo, enflaquecía. Sentábase bajo las ramas estériles del sauce y allí veía caer la noche.
El árbol amigo que quizás comprendía la tragedia de esa vida paralela, dejaba caer sus hojas sobre el
cansino y encorvado cuerpo del farmacéutico. Un día el sauce esperó vanamente la llegada de Mazuelos.
El farmacéutico no vino. Aquella misma tarde el carpintero de P. … enviado por el dueño de la “Carpintería
y confección de Ataúdes de Rueda e Hijos”, llegó con una tremenda hacha y taló el sauce. Por la misma
calle venían juntos el sauce y el farmacéutico, ahora si unidos para siempre. El sauce sirvió para el cajón del
farmacéutico.
El alcalde municipal del pueblo, tomó la palabra en el cementerio: “aunque no tengo las dotes oratorias
que otros, agradezco el honroso encargo que la sociedad de socorros Mutuos a depositado en mí, para dar
el último adiós al amigo noble y caballeroso, al empleado cumplidor y al ciudadano integérrimo, que en
este ataúd de duro roble”… y concluía: “Mazuelos tú no has muerto. Tu memoria vive entre nosotros.
Descansa en paz”.
Al día siguiente el dueño de la funeraria, lleva al señor Urzueta una factura por un ataúd de roble por 18.70
soles.
El alcalde reclamó airadamente que el ataúd no era de roble sino de sauce.
El señor Rueda le dijo que era cierto; pero que entonces como se vería en su discurso la frase “duro sauce”
en vez de “duro roble”. El alcalde pagó sin chistar.
EL HIPOCAMPO DE ORO
La casa de la señora Glicina era pequeña y limpia. En la aldea de pescadores ella era la única mujer blanca
entre los pobladores indígenas. Alta maciza, flexible, ágil, en plena juventud.
Mas la señora Glicina no era feliz: viuda y estéril
Un día apareció un barco extraño, llego a la orilla en el crepúsculo con un gallardo caballero. Aquella no el
pernocto en la casa de lo señora. Durmió con ella sin que ella le preguntara nada, porque ambos tenían
la conciencia de que eran el uno para el otro, se confundieron con un beso, y al alba, la dorada nave se
perdió en la neblina. Aquel amor breve fue como la realización de un mandato del destino. Y la señora
Glicina fue desde ese momento la viuda de la aldea.
Pasaron tres años, caminaba la viuda por la orilla de la playa. Ya se ponía sol, caía la noche. Entonces un
animal rutilante surgió entre las aguas agitadas y, en las tinieblas. Y empezó a llorar desconsoladamente.
- “¿Por qué eres tan desdichado señor?- interrogó la viuda- Un rey bien puede decirle a sus súbditos que le
de todo lo que tienen pero no la felicidad. Si mis siervos supieran que su rey podía
tener deseos insatisfechos, perdería todo respeto hacia la majestad real y me creerían igual a ellos. Mi
reino caería hecho pedazos. Estos ojos que veis no me durarán sino hasta mañana. Cada luna yo debo
proveerme de mi nueva copa de sangre, que es la que me da a mi cuerpo esta constelada brillantez; y si no
la consigo volveré sin luz”
Luego, agregó, mirando fijamente a la viuda:-“A propósito, que ojos tan bellos tenéis, señora mía. Os
parecen bellos -repuso la señora - por que vos lo necesitáis pero d mí sólo me sirve para llorar…”
- “¿Qué darías, Oh rey de oro, por conseguir estas tres cosas?”
“Daría todo lo que me fuera solicitado. Hasta mi reino. Yo ame a un príncipe que vino del mar hace
tres años- dijo la señora- Yo os daría mis ojos, os llenaría la copa de sangre y si vos me dierais el
secreto para que nazca el fruto de mi amor tal como yo lo –deseo”
-“púes bien - dijo el Hipocampo de oro Vuestro hijo nacerá. Oídme y obedéceme: Cuando me entreguéis
tus pupilas, me des la copa de sangre y moriréis en seguida, pero vuestro hijo habrá nacido ya. ¿Estás
resuelta?”, dijo la señora Glicina.
Y la dama se arrancó y entregó sus ojos al hipocampo que se los puso en sus cuencas ya vacías.
-“¡Ahora dame mi hijo! – exclamó la señora. Sea. ¡Adiós! Tú lo quieres así. Mañana, después del crepúsculo
morirás, pero tu hijo vivirá con la virtud del amor, para siempre”.
-“Gracias, ¡Oh rey del mar! ¿Qué vale lo que te he dado cuando tú me has dado un hijo?”…
Más no lo oyó el hipocampo de oro porque ya había hundido en el mar dejando una estela rutilante entre
las ondas frágiles. Fin

También podría gustarte