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PRINCIPALES LEYENDAS DE LA PROVINCIA DE PALPA

“EL NIÑO JESÚS DE ORO”

Se oye el rumor del mar sin cesar. La verdosa superficie marina ondulada, corona las olas de
blanca espuma que se pierden mansamente en la arena de la orilla o se fragmentan furiosas
en los arrecifes de la Playa.Brisa de mar, fresca y quemante ...... Es la Playa del Santana
Balneario del Distrito de Palpa y alrededores, panorama de arena y agua, perdido en las
soledades del litoral peruano sobre la boca del Río Grande. Desde la alta cuesta del Rosario,
lugar primero que tiene que tocar el viajero para descender el balneario, desde donde se
entrevé en el fondo azulado de su base, la extensión verdosa del agua orleada por la grisacea
zona arenisca de la orilla; desde allí, contemplando el paisaje, llega a la mente la visión del
Niño Jesús de Oro, de ese Niño Jesús solitario y huraño, esquivo a las miradas humanas y
al que guarda celosamente el mar dentro una cueva cuya boca de entrada es barrida a cada
instante por el agua. Y en las tardes tormentosas, cuando el viento huracanado parece
arrastrarlo todo cuando las negras nubes ocultan el azul del cielo y las olas gigantescas
parecen salirse de su lecho, la imagen del Niño hace presa de todos los corazones de los
veraneantes, en él cifran su esperanza, en él ponen su destino …Añorando, un viejo me refirió
una triste historia, que cada vez que la refería se nublaban sus ojos de lágrimas y llorando
me la refirió. Hace muchos años, solía decir, cuando el traslado era difícil y se hacía a lomo
de acémilas, muy penosamente, falleció en aquellos parajes su esposa. En las soledades de
aquella playa, nefasta en esos momentos para él, a donde fue a buscar salud para ella y
halló la muerte, solo rodeado de unos cuantos veraneantes, le era doloroso recordar aquellas
tristes horas, aquel episodio de su vida que se confundía con la del Niño Jesús de Oro. A los
claros rayos de un plenilunio, veló a su difunta, teniendo por capilla algunos trozos de madera
arrastrados por el río al mar arrojados por este a su orilla; por corona un trozo de sargas –
hierba del mar – y por cirio un mechero de grasa de lobo, luz que se confundía con la blanca
luz lunar.

En su dolor profundo, en la desesperación de su angustia, recuerda al Niño Jesús y le ofrece


visitarlo a su cueva, ofrendarle un cirio para que hiciera algo por la salvación de aquella alma
y rezarle una oración con la fe del arrepentido.

Al día siguiente, fue un hoyo cavado en el salino suelo la sepultará de la desdichada, en


donde aún hoy se puede ver la cruz de rústica madera que marca el lugar en donde reposan
aquellos restos humanos.

Y a las doce del día, cuando el sol abrillantaba la blanca arena de las dunas, cuando reluciente
la superficie marina plateada las encrespadas olas, cuando las olas ya rotas en las rocas caían
destrozadas en gotas coloreadas por el sol, marchó cabizbajo el angustioso viudo, a prender
el cirio, a rezar la oración de piedad a la imagen perdida, a la que solo en su fe iba a buscarla.
Saltando de peña en peña y salvando buranco y aguas llegó ante la cueva que suelen
aún hoy marcarla como presunto altar del Niño Jesús de Oro. Temeroso adelantose hacia
sitios aquel. Las olas crujían muy cerca, como enormes monstruos desafiantes a unos pasos
de él, lenguas de aguas a cada momento bañábanle los pies. Ante la boca del antro sombrío,
a la penumbra difusa y fría le causó terror penetrar. Un rayo de sol de pronto iluminó la
áurea imagen buscada y en su semblante pudo contemplar la dulce mirada “La mirada del
Niño” tierna y divina.
A los pies de tan misteriosa joya, pudo apreciar que un hermoso y enorme gato de
aleonada piel dormía. Duró segundos la visión. Una ola y luego otras cada vez mayores lo
arrebataron hacia el agua, en donde gracias a sus hábiles y fornidos brazos pudo salvarse.
Mucho tiempo después, varias veces intentó acercarse a aquel lugar en donde casi perdiera
la vida, pero jamás llegó a ver al Niño ansiado que hoy como antes pasa por algo divino que
se cree sin ser visto. Muchos han intentado cerciorarse de la presencia de la imagen sin
conseguirlo, contentándose todos con referir anécdotas en que hallan asidero a su curiosidad
insatisfecha, y cuando algunas mujeres piadosas llegan a pasar por cerca de la cueva
arrodillándose, con los ojos entreabiertos rezan una oración al Niño Jesús, huraño y esquivo,
que nadie ha vuelto a ver.

G.Lujan C. Palpa, marzo de 1929


“PINCHANGO EL CERRO DEL MISTERIO”

Años atrás, cuando las conciencias se adormecían en la ignorancia y las inteligencias no


pasaban más allá de la vulgaridad común, surgió una leyenda en mi pueblo, algo exótico, algo
así como el purgatorio de San Patrick en Irlanda, y la que con el transcurso del tiempo,
cuenta como todo pueblo, una serie de relaciones de fantasmas, brujas, amortajados etc;
sobresaliendo “La bruja estranguladora de Chipiona”, que tenía la buena ocurrencia de
cabalgarse en la ancas de la cabalgadura del transeúnte, y el famoso “Perro fantasma” de San
Isidro, terror de las sencillas gentes del sur del pueblo y valle.

Pero quizá uno de los relatos de mayor relieve de toda esta espeluznante serie, en
donde más de uno manchó sus pantalones y en frenética carrera abandonaba al asaltante
etéreo, y a veces no etéreo, y otros daban con su cuerpo en tierra hasta el “cantar del gallo”,
es el relato del cerro Pinchango.

Hay Leyendas y hay Historias. La Leyenda tiene su origen en un principio fundamental,


disfrazado con la careta de la ironía o la máscara del sarcasmo, aguzado por el sutil ingenio
de un “sabido”.

Y la Leyenda parte de un principio que es historia, que luego se acrecienta, se envuelve


en el misterio.

En el caso, volviendo a nuestra relación, que en tal cerro y en aquellos ya idos tiempos,
se adquiría dinero casi sin trabajar, bastaba cierto coraje al individuo resuelto, para
presentarse ante el mismísimo Lucifer en persona, con solo un llamado en las puertas, de su
no deseada mansión, que según esta leyenda no hay duda se halla en las faldas de aquel
apacible lugar.

Cuentan los viejos, que hubo en ese tiempo cuando ellos eran jóvenes, un hombre
que sin trabajar ni tener destino conocido, presentábase frecuentemente en tambos,
tabernas, jaranas etc.

“Muy orondo” y “muy paquete”, dispuesto a liquidar con todo lo que llevaba encima y a
pesar de estos derroches, nunca se le terminaba su fortuna.

Indagando por lo sospechoso que resultaba esto, dió lugar a habladurías y comentarios, y al
no encontrársele pruebas condenatorias, surgió la leyenda macabra …

Día sábado y sin pan, día de pago, los chicos lloran de hambre, una hambre, una
madre enferma gime de angustia en su humilde lecho, y Pedro, llamémosle así al protagonista,
sin poder remediar este cuadro triste, no podía como padre mitigar el hambre de sus tiernos
hijos.

El trabajo pocas veces santificó sus manos, fue siempre el ocio su habitual
tranquilidad. El pan ganado con el sudor de su frente vanamente fue llevado a su hogar, el
timo era su segura ganancia.

Y una noche, noche gélida de invierno amparado por la oscuridad se escapó de su


hogar mientras todos fatigados dormían, en busca de fácil suerte, ha encontrar amparo, o si
era posible encontrarse con el diablo, y a él pedirle la fortuna.
Y cuentan que muy cerca de Pinchango, perdido en las tinieblas hallóse
repentinamente rodeado de escabrosas peñas, y solo un “caminito” de zorra abrióse a su
vista, que escalaba la falda del cerro.

Siguió la ruta que se tornó amplia, blanca y perdiose en una meseta. Y llegó a ella,
jadeante, temeroso.

Silencio por doquier el viento invernal silbaba al rozar las afiladas piedras de los
abismos que abrían a los flancos y una nube oscura ocultó a los últimos luceros que brillaban
en el firmamento.

Una ola de terror le invadió el cuerpo; un escalofrío intenso acarició su piel; iba a huir, cuando
divisó de pronto una alta puerta de color oscuro, pero quizás sin la inscripción que el Dante
vió: ¡Oh vosotros los que entráis abandonad toda esperanza!.

Era la puerta del averno la que alzábace a unos pasos de él; él lo comprendió por las muestras
saltantes que exhibía; primero creyó soñar, dudó de si mismo; pero al fin resuelto la tocó por
que si con el diablo se encontraba a él le pediría fortuna tal su determinación.

Ignoramos los siguientes sucesos que serían dignos de ser apuntados; solo por los datos
oscuros que han llegado hasta nosotros sabemos que salió a su encuentro un gentil hombre,
de fino aspecto; pero de velludas manos y altas orejas. Que escribieron el pacto sobre una
piedra, la que sin duda sería blanca y pulida, y que a falta de tinta hicieron uso de la sangre
del interesado.

Y que el convenio estipulaba determinados años de vida y que al final de ellos, por el
dinero recibido, entregaría voluntariamente su alma a los profundos silencios.

Dándole como primer pago una bolsa de monedas de oro, el Rey del mal despidió a su
cliente con aire fresco y que regresará por el mismo camino cuantas veces deseara …. Plata
infernal la que llegó a manos de Pedro, su alma corrompida ennegreció sus acciones y denigró
su cuerpo terminando sus postreros días en un miserable rancho, olvidado y aborrecido de
todos.

Separado de su mujer por la vida silenciosa que adoptó, abandonó a sus hijos y se
encontró solo ante la incertidumbre de la vida, la que perdió un día en la oscuridad de lo
infinito. ….

Si la justicia humana resulta impotente a muchas acciones impías que se esconden


en el silencio o se arropan en la oscuridad, existe un ser superior que tarda pero no olvida
y que cada individuo tiene una parte de él que llamándole en términos comunes, diremos
conciencia.

Pedro perdió la moral y desconociendo los principios divinos de todo humano a pesar
de su fortuna acalladora de sus crímenes, cae en el olvido y sobre su sepultura podría haberse
escrito: Yace aquí el hombre que en vida dejó de serlo, porque huyó del trabajo y no
compensó su existencia. Tal es la macabra leyenda de tétricos cuadros, de la que es escenario
el Pinchango, cerro de mi pueblo que se alza taciturno y como pidiendo perdón a Dios, eleva
su cumbre hacia la cúpula azulada en eterna oración.

Gerardo Lujan Céspedes

Escrito en 1928
LA LEYENDA DEL PORTACHUELO

Estas legendarias pampas de Ica o Huayurì esconden en sus vastedades áridas, fruto de la
maldición de Kon, muchas páginas de historia antigua las cuales están saturadas de tradiciones y
leyendas que dicen de la otrora existencia de una enigmática y pujante raza de bronce y de un
imperio fenecido ya. Y en estas pampas se esconden también misterios insondables y tesoros
fabulosos, como el sepultado en el Portachuelo.

Este tesoro que de viejos tiempos acá y de cuya existencia ha venido tejiéndose una
aureola de leyenda; ha sido siempre referida por los abuelos de estos lugares, los cuales contaban
que el dicho tesoro provenía del de los Incas que los conquistadores españoles se repartieron en
el Cuzco, después que saquearon los palacios y el templo de Ccoricancha; fabuloso botìn que según
las viejas crónicas equivalía el valor total del oro a unos quince y medio millones de dólares y el
peso de la plata a más de quince toneladas. Uno de dichos conquistadores – según refieren-, y a
quien tocó una parte del rescate, decidió trasportarlo al Callao para de allí embarcarlo a España;
y para el efecto- cuenta la leyenda -, habilitó una récua de mulas compuesta de 24 de ellas y las
cargó con el oro y la plata en barras, y haciéndose acompañar por muchos arrieros indios y
españoles; emprendió la caminata hacia el lugar prefijado y por la ruta de la costa. Muchas
jornadas hizo pués aquesta caravana sin novedad y desde el Cuzco, por la antedicha ruta ; más de
aquí que el diablo les tenía preparada una diabólica jugada, porque leguas arriba del poblado de
Palpa y en el lugar nombrado Portachuelo, y leguas al sur de la otrora posada de “Agua de Palos”
les sorprendió de repente una tremenda tempestad del desierto, donde el simún formaba
paracas y remolinos los que levantaban mangas de arena que en un momento, como decir en un
abrir y cerrar de ojos, desaparecían y aparecían por doquier, altozanos y montículos de arena .
La comitiva toda, alarmada por aquella súbita tempestad, guareciéronse detrás de una colina
rocallosa; mientras la récua de mulas, agotadas y cegadas por la paraca, se echaron más allá con
su valiosa carga apretujándose unas con otras; sucedió entonces que al ofrecer todas ellas un
obstáculo al paso de estas mangas de arena, fueron en un instante sepultadas, formándose un
altozano encima de ellas y ahí nomás formarónse a su rededor, otros aquí y acullá semejando
después todo el conjunto un dédalo.

Después de unas horas cesó al fin la tormenta, el español dueño del tesoro y todos los
arrieros que le acompañaban, buscaron las mulas con afán por toda la vastedad del desierto pero
no se vislumbraba

ni rastros de ellas; e inmediatamente se dispersaron por los cuatro puntos cardinales en busca de
esta récua de mulas que portaban tan preciosa carga, pero todo fué envano, y no pudieron
hallarlas. Y para ellos era algo inconcebible esta súbita desaparición, pués parecía como si la tierra
de repente se las hubiera tragado a todas. Más los arrieron indios se dispersaron despavoridos
porque creían que su dios Inti, tomaba así venganza y se llevaba sus riquezas que mayormente
prevenían de su templo del Ccoricancha; y los españoles, no menos amedrantados, tomaron
también las de Villadiego al no poderse explicar el misterio. Y así es como desde entonces quedó
la leyenda del tesoro enterrado en el Portachuelo, y muchos en diferentes épocas han ido por
esos contornos en busca de este tesoro, pero no lo han hallado, a pesar de que iban en ciertas
noches de ciertos meses del año, que era cuando- según cuentan -, se escuchaban nuevamente
con claridad, el tintineo lúgubre de las esquilas o cencerros fundidos en forma de campana, que
las dichas mulas llevaban colgadas del pescuezo.

Rafael Parodi Medina Junio de 1947


LA TRADICIÓN DEL CRUZ DEL CHINO

No hace aún muchas décadas, cuando por todos estos valles del señor, se oían con frecuencia
contar sobre hazañas tenidas más de las veces en la púrpura el crimen; de atracos y robos
perpetrados a comerciantes y arrieros por salteadores y bandoleros audaces, los que jinetes
en briosos corceles y con buenas carabinas y pistolas al cinto y ponchos sampedranos
terciados y sombreros de jipijapa; hacían de las señeras pampas de Ica o Huayurí, su escenario
de fechorías; y donde desvalijaban a todo títere con cabeza que se aventuraba a cruzar estos
desiertos. En aquellos tiempos bravíos y cuando cada vez era mayor el número de víctimas y
estaban estos amigos de lo ajeno en su apogeo, sin que hubiera nadie capaz de
amedrantarlos; cuenta la tradición que de Ica venía cruzando la pampa un chino – mayordomo
del latifundio de San Javier-, portando dos bolsas con monedas de oro y plata producto de la
venta de varios cientos de arrobas de aguardiente de uvas que en récuas de mulas habían
sido transportadas días antes a dicho lugar. El dicho asiático venía cruzando estos yermos
muy confiado y jinete en un mulo de recia estampa; más hele aquí que de repente y sin saber
de donde, plántanse por su delante dos bandoleros enmascarados los que a la voz de alto “
La bolsa o la vida” lo bajan de su cabalgadura y después de incautarse del dinero que éste
traía consigo; sin más preámbulos le descerrajan dos tiros en la cabeza, dejándolo tendido y
exámine al pobre chino. Los fascinerosos, acto seguido montan sus corceles y emprenden la
caminata a sus guaridas- ubicadas en las estribaciones de los ramales cisandinos próximos-
halando además el mulo del infortunado asiático; más hé aquí que no andarían ni una legua
cuando de repente las bestias encabrítanse cual si hubiera visto una visión y relinchan sin
querer dar un paso más y ellos al mismo tiempo sienten que por detrás son tirados
fuertemente de los sendos ponchos que llevan puestos. El espanto de ambos bandoleros no
es para descrito- siendo como eran todos ellos supersticiosos en grado sumo-, y cavilando
entonces sobre el raro suceso, coligen que al dejar insepulto el cuerpo del chino, el espíritu
de este clama venganza y sin pensarlo dos veces, vuelven grupas y encaminanse hacía el lugar
de la tragedia y apeándose comienzan a excavar una fosa en donde depositan el cadáver
cubriéndole con tierra y colocando encima una tosca cruz de maderos que hallan tirados por
allí; acto seguido reemprenden la caminata a sus guaridas creyendo al haber dado sepultura
al cadáver, aplacarían con ello la cólera del dicho espíritu. Pero no caminarían ni media legua
cuando otra vez se espantan los animales y ellos son tirados nuevamente de los ponchos, y
esta vez sí que se asustan de veras y no tienen más remedio que volver grupas y seguir la senda
que traía el chino y que conducía a San Javier , y

caminando, caminado, van acercándose a dicho lugar sin que les suceda cada extraordinario,
pero cuando intentan pasar de largo – por temor a la justicia del terrateniente -, vuelve por
tercera vez a sucederles lo mismo y ya amedrantados y muertos de miedo, deciden penetrar
a la dicha hacienda y depositando a los pies del patrón los talegos del dinero y el mulo del
chino, piden perdón por el crimen cometido y juran no volver más a las andadas y
convertirse en hombres honrados y de trabajo.

Y así fue como desde aquella vez se hizo famosa esta cruz del chino pues, este
extraordinario suceso corrió de boca en boca y como un reguero de pólvora se extendió por
todas partes, convirtiéndose desde entonces esta cruz, en el espíritu tutelar de los caminantes,
y no había nadie que al pasar por allí- porque era un paso obligado-, no se apease un momento
para prenderle una vela y dejarle una limosna porque al hacerlo, era casi seguro que llegaría
a su destino sin sucederle ningún percance. Y casos hubieron en que al viajar varios juntos,
no faltase quién se mofara de aquella creencia, y mientras unos les prendían la consabida
vela y le dejaban su limosna, los otros seguían de largo como si tal cosa; pero hele aquí que
no andarían mucho cuando, cual si de la tierra brotasen y de repente, aparecían dos o más
bandoleros que a todos detenían y mientras a aquellos incrédulos los dejaban hasta sin
camisa y bien amordazados y sujetos – caso increible-, a los demás dejaban que siguieran su
camino sin hacerles daño ni robarles nada. Y día a día fue creciendo la fama de esta cruz del
chino porque estos hechos eran después referidos por las mismas víctimas y por los librados
de estas hazañas bandoleriles; y cuando los carros comenzaron a cruzar también las pampas,
todos paraban allí para depositar su limosna y prenderle velas, acto que ejecutaban tanto el
chofer como los pasajeros y ¡ay si no lo hacían! Porque entonces era casi seguro que si no
eran asaltados, algo se les descomponía al carro y quedaban dos o tres días abandonados en
pleno desierto. Y estos hechos verídicos todavía están frescos en la memoria de arrieros,
viajeros y choferes de antaño. ¿Y quienes de la época no recuerdan esos tiempos, allá por los
años de 1912 al 1925 más o menos, cuando todo el litoral iqueño estaba infecto de una
verdadera plaga de bandoleros? Y cuyas hazañas y robos eran frecuentes, y estos amigos de
los ajeno que andaban siempre de dos en dos y algunos solitarios, merodeaban por las
afueras de los centros poblados con la manifiesta intención de atracar a los viajeros,
mayormente de a caballo; y casi nadie podía en esos tiempos aventurarse a cruzar solo las
pampas sin correr el riesgo de perder hasta el pellejo, porque todos estos bandidos se
distinguieron por sádicos y ambiciosos que siempre estaban dispuestos a cometer cualquier
barbaridad con tal de lograr lo que se proponían. Más, entre ésta casta de hombres sin ley
hubo un bandolero que se diferenció de los demás, en cuanto a la sana intención y al móvil

Que lo impulsaba a robar, y éste novelesco personaje fue el famoso bandolero Luis Pardo,
que paseó también por estas pampas, su legendaria audacia y señera estampa, pues, a la
manera del aristocrático bandolero inglés Robin Hood, su ley era atacar únicamente a los
señores que habían adquirido sus riquezas explotando a los humildes, para después distribuir
el producto de lo robado, a todos los pobres y necesitados que hallaba en su camino. Y de ese
modo Luis Pardo hacia justicia, y no de otra manera podía hacerlo, en aquellos tiempos de
prebendas y encomenderos de la vieja usanza los los que sin escrúpulos de conciencia se
adjudicaban las tierras y propiedades por medio de la violencia arrojando de ellas,
brutalmente, a sus poseedores nativos o bien absorbiéndolos como esclavos.

Y así, la cruz del chino era cual símbolo y espíritu tutelar que protegía de bandoleros
sin escrúpulos, a la buena gente que cruzaban estas pampas; y Luis Pardo era el terror de
gamonales y terratenientes, más el apoyo y protector de los humildes. En estos últimos años,
y con el producto de las limosnas acumuladas, se le edificó una regía capilla de ladrillo a esta
cruz del chino y su inauguración constituyó todo un acontecimiento pues, se dieron cita en
las pampas de Huayurí aquella vez, caravanas enteras de carros venidos de todo el
departamento y otros lugares, así como gran número de personas en su mayoría viajeros de
muchos años que al tener su creencia en dicha cruz, cruzaron las dichas pampas confiados y
sin novedad. Pero hoy con el nuevo trazo de la autovía panamericana (Roosevell) ha quedado
fuera del obligado tráfico actual y solo pasan todavía por allí, los que van a la hacienda de
Huayurí y siguen por la cuesta de Chillo para para entrar a Palpa por Llipata; pero aún con
todo, con todo, su fama de antaño no se oscurecerá nunca en las mentes de los moradores
de estos lugares y ahí quedará como un lugar de leyenda y recuerdo de aquellos tiempos
viejos y bravíos.

Rafael Parodi Medina Junio de 1947

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